Creencias fundamentales 14

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SEMINARIO DE CAPACITACIÓN DOCTRINAL Pr. Eduardo Bailón Distrito Misionero de Ancón 27 EL MILENIO Y EL FIN DEL PECADO El libro de apocalipsis describe un período de mil años conocido por los estudiosos como el milenio. El término milenio no aparece en la Biblia, pero deriva de las voces latinas mille=mil y annum=años, que representa las profecías de Apocalipsis 20. De todos los tiempo proféticos que encontramos en la Biblia, tal vez los puntos de inicio y finalización del milenio son los más fáciles de establecer, puesto que éste comenzará con una resurrección y concluirá con otra resurrección. La resurrección con la cual se inicia se denomina “primera resurrección” y afectará sólo a los muertos justos (Apoc 20:6). La resurrección que ocurrirá al concluir este período es conocida como la “segunda resurrección” y está relacionada sólo con los impíos (los que no fueron levantados en la resurrección de los justos), según Apocalipsis 20:5 u.p. Estas son las resurrecciones a las cuales se refirió Jesús cuando dijo: “Porque vendrá la hora cuando los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; más los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan 5:28, 29). Dado que la Biblia afirma claramente que la resurrección de los justos ocurrirá en ocasión del segundo advenimiento de Cristo, sabemos cuándo empezará el milenio. El apóstol Pablo declara: “El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire” (1 Tes 4:15-17). Es indudable, entonces, que el milenio comenzará con la segunda venida de Cristo, puesto que en ese momento es cuando los justos muertos serán resucitados. Luego ellos, con los justos vivos, serán llevados al cielo con Cristo, como Él lo prometió (Juan 14:1- 3). Juan, el discípulo amado, dice: “Vivieron y reinaron con Cristo mil años” (Apoc 20:4). Durante ese período estarán ocupados en la obra del juicio, que implica la investigación de los casos de los perdidos y es parte del plan divino para demostrar al universo entero que Dios es justo y misericordioso. Los salvos, habiendo escogido el camino de Dios y recibido el derecho y la idoneidad para el cielo por la aceptación de la justicia de Cristo, serán absueltos y llevados al cielo cuando Cristo venga. ¿Dónde estarán los impíos mientras sus casos son examinados? Permanecerán muertos aquí en la tierra. Sólo los justos serán levantados cuando el Señor venga. Y los impíos que estén vivos cuando Jesús regrese serán destruidos (2 Tes 1:7-10; Jer 23:33; Apoc 19:11-21). De modo que en el milenio todos los perdidos estarán muertos. Esto ayuda a entender por qué las Escrituras afirman que Satanás estará “atado durante los mil años. Desde que tentó a Adán y Eva en el Jardín del Edén, siempre ha estado ocupado en engañar a la gente y guiarla al pecado. Pero al estar los justos en el cielo y los impíos en los sepulcros, no tendrá nada qué hacer. La Biblia lo representa como si estuviera atado con una cadena (Apoc 20:1, 2). La cadena es simbólica, no literal. La Biblia dice que el lugar en el cual Satanás estará “atado” es el “abismo ” (Apoc 20:1, 3). Este “abismo” es nuestra tierra. Cuando Cristo venga la tierra quedará reducida al caos, a causa de los terremotos, tormentas y la violencia humana (Apoc 16:18-20; Isa 6:11; 24:1; Jer 4:23-27). Tan devastadora será la destrucción que se asemejará a la

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SEMINARIO DE CAPACITACIÓN DOCTRINAL

Pr. Eduardo Bailón – Distrito Misionero de Ancón

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EL MILENIO Y EL FIN DEL PECADO

El libro de apocalipsis describe un período de mil años conocido por los estudiosos

como “el milenio”. El término milenio no aparece en la Biblia, pero deriva de las voces

latinas mille=mil y annum=años, que representa las profecías de Apocalipsis 20.

De todos los tiempo proféticos que encontramos en la Biblia, tal vez los puntos de inicio

y finalización del milenio son los más fáciles de establecer, puesto que éste comenzará

con una resurrección y concluirá con otra resurrección.

La resurrección con la cual se inicia se denomina “primera resurrección” y afectará sólo

a los muertos justos (Apoc 20:6). La resurrección que ocurrirá al concluir este período es

conocida como la “segunda resurrección” y está relacionada sólo con los impíos (los que

no fueron levantados en la resurrección de los justos), según Apocalipsis 20:5 u.p.

Estas son las resurrecciones a las cuales se refirió Jesús cuando dijo: “Porque vendrá la

hora cuando los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno,

saldrán a resurrección de vida; más los que hicieron lo malo, a resurrección de

condenación” (Juan 5:28, 29).

Dado que la Biblia afirma claramente que la resurrección de los justos ocurrirá en

ocasión del segundo advenimiento de Cristo, sabemos cuándo empezará el milenio.

El apóstol Pablo declara: “El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con

trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero.

Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados

juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire” (1 Tes 4:15-17).

Es indudable, entonces, que el milenio comenzará con la segunda venida de Cristo,

puesto que en ese momento es cuando los justos muertos serán resucitados. Luego ellos,

con los justos vivos, serán llevados al cielo con Cristo, como Él lo prometió (Juan 14:1-

3). Juan, el discípulo amado, dice: “Vivieron y reinaron con Cristo mil años” (Apoc 20:4).

Durante ese período estarán ocupados en la obra del juicio, que implica la investigación

de los casos de los perdidos y es parte del plan divino para demostrar al universo entero

que Dios es justo y misericordioso. Los salvos, habiendo escogido el camino de Dios y

recibido el derecho y la idoneidad para el cielo por la aceptación de la justicia de Cristo,

serán absueltos y llevados al cielo cuando Cristo venga.

¿Dónde estarán los impíos mientras sus casos son examinados? Permanecerán

muertos aquí en la tierra. Sólo los justos serán levantados cuando el Señor venga. Y los

impíos que estén vivos cuando Jesús regrese serán destruidos (2 Tes 1:7-10; Jer 23:33;

Apoc 19:11-21). De modo que en el milenio todos los perdidos estarán muertos.

Esto ayuda a entender por qué las Escrituras afirman que Satanás estará “atado” durante

los mil años. Desde que tentó a Adán y Eva en el Jardín del Edén, siempre ha estado

ocupado en engañar a la gente y guiarla al pecado. Pero al estar los justos en el cielo y

los impíos en los sepulcros, no tendrá nada qué hacer. La Biblia lo representa como si

estuviera atado con una cadena (Apoc 20:1, 2). La cadena es simbólica, no literal.

La Biblia dice que el lugar en el cual Satanás estará “atado” es el “abismo” (Apoc 20:1,

3). Este “abismo” es nuestra tierra. Cuando Cristo venga la tierra quedará reducida al

caos, a causa de los terremotos, tormentas y la violencia humana (Apoc 16:18-20; Isa

6:11; 24:1; Jer 4:23-27). Tan devastadora será la destrucción que se asemejará a la

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condición antes de la creación. La palabra equivalente al hebreo tehom “desordenada y

vacía” (Gén 1:1-2) es la misma que en el griego abussos “abismo” (Apoc 20:1, 3). Así,

por mil años Satanás estará atado por las circunstancias en este mundo destruido,

sólo ocupado en contemplar la ruina que obró en las vidas humanas y en la naturaleza.

Sin embargo al final del milenio será “soltado”, es decir, estará activo una vez más, pues

las huestes de impíos serán levantadas para oír la sentencia y recibir su castigo. (vs. 7, 8).

¿Por qué reunirá Satanás a la gente para la batalla? Porque intenta hacer un último

esfuerzo para lograr la victoria en su rebelión contra Dios. Satanás se prepara para atacar

la Ciudad Santa, el hogar de los redimidos que ha descendido en la tierra (Jud 14, 15).

Pero el ataque fracasará. Fuego de Dios consumirá a Satanás y su hueste (vers 9). Toda

la tierra se transformará en un lago de fuego, que destruirá todo vestigio de pecado y

purificará la tierra (2 Ped 3:10)

De modo que al fin del milenio Satanás y todos los que hayan seguido en la rebelión

serán destruidos. El universo estará libre de pecado. Luego Dios recreará esta tierra para

que sea el hogar eterno de los salvos (2 Ped 3:13; Apoc 21:5).

El milenio es el capítulo final de la historia del pacto divino, del compromiso que hizo

para salvar a “todo aquel” que lo desee. Lo que Dios les prometió a Adán y Eva fuera de

las puertas del paraíso y a todas las generaciones subsiguientes se está haciendo realidad.

Una “gran voz” proveniente del trono lo pronuncia con el lenguaje típico del pacto: “El

tabernáculo de Dios está ahora con los hombres. Él morará con ellos, ellos serán su

pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Apoc 21:3).

Lectura Auxiliar: Jer 4:23-26; Eze 28:18, 19; Zac 14:1-4; Mal 4:1; 1 Cor 6:2, 3; 2 Tes

1:7-9; Apoc 19:17, 18, 21; 20:1-10; 21:1-5.

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LA TIERRA NUEVA

Cuando el pecado y los pecadores sean finalmente destruidos al concluir el milenio, el

fuego que los consuma también borrará de esta tierra las huellas del pecado.

Entonces Dios hará nuevas todas las cosas y las hará como Él se propuso que fuera al

principio, cuando creó este mundo (2 Ped 3:10-13; Apoc 21:5).

En la Tierra Nueva habrá muchos motivos de deleite para los hijos de Dios, delicias

que están más allá de nuestra comprensión actual, de las que “nunca oyeron, ni oídos

percibieron, ni ojo ha visto” (Isa 64:4) son las que Dios tiene para nosotros.

Aunque no podemos imaginar las glorias reservadas para los redimidos, la Biblia nos

ofrece una sorprendente cantidad de información al respecto.

Tendremos moradas preparadas para nosotros por Jesús en la casa de su Padre (Juan 14:1-3). También construiremos hogares y los cultivaremos (Isa 65:17, 21).

Cultivaremos la tierra y comeremos del fruto de nuestra labor (vers. 21, 22). Con

mentes ya no más entorpecidas por el pecado y limitadas por el tiempo, estaremos en

condiciones de investigar la sabiduría de un universo sin mancha.

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El dolor y la tristeza que han acosado nuestras vidas ya no existirán más (Apoc 21:4).

Dispondremos de toda la eternidad para cultivar nuevas amistades y para

mantenerlas activas y crecientes.

Los cambios en la naturaleza, provocados por el pecado, desaparecerán. Los cuerpos

humanos se mantendrán fuertes y jóvenes eternamente. Las hojas de los árboles ya no

caerán más y los animales serán pacíficos otra vez (Isa 65:25).

La nueva Jerusalén, que habrá descendido a la tierra desde el cielo al final del milenio,

será la capital del universo de Dios. Allí, en medio de la ciudad, fluirá “un río de agua

viva” (Apoc 22:1). A ambos lados del río se encuentra el árbol de la vida, “que produce

doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para sanidad de las

naciones” (vers. 2) No habrá noche en la ciudad; no necesitará la luz del sol o de la luna

porque la gloria de Dios la iluminará (Apoc 21:23). Como pueblo del Señor, no

necesitará del descanso nocturno.

Pero mucho más allá que cualquier gratificación material que recibamos como herederos

de este reino, estará la recompensa de una comunicación plena e ilimitada con Dios y

con Cristo. Aunque “ahora vemos por espejo, oscuramente”, entonces lo veremos “cara

a cara” y “entonces conoceré como fui conocido” (1 Cor 13:12).

En la Tierra Nueva, donde morarán los justos, Dios proporcionará un hogar eterno

para los redimidos y un ambiente perfecto para la vida, el amor y el gozo sin fin, y

para aprender junto a su presencia. Dios mismo morará allí con su pueblo y el

sufrimiento y la muerte terminarán para siempre. El gran conflicto habrá terminado y el

pecado no existirá más. Todas las cosas, animadas e inanimadas, declararán que Dios es

amor, y Él reinará para siempre jamás. Amén.

Lectura Auxiliar: Gén 17:1-8; Isa 35; 65:17-25; Mat 5:5; 2 Ped 3:13; Apoc 11:15; 21:1-

7; 22:1-5.

“Y a medida que los años de la eternidad transcurran, traerán consigo revelaciones más

ricas y aún más gloriosas respecto de Dios y de Cristo. Así como el conocimiento es

progresivo, así también el amor, la reverencia y la dicha irán en aumento. Cuanto más

sepan los hombres acerca de Dios, tanto más admirarán su carácter. A medida que Jesús

les descubra las riquezas de la redención y los hechos asombrosos del gran conflicto con

Satanás, los corazones de los redimidos se estremecerán con gratitud siempre más

ferviente, y con arrebatadora alegría tocarán sus arpas de oro; y miríadas de miríadas y

millares de millares de voces se unirán para engrosar el potente coro de alabanzas”

(Conflicto de los Siglos, 736, 737).

“La obra de la redención estará completa. Donde el pecado abundó sobreabundó la

gracia de Dios. La tierra misma, el campo que Satanás reclama como suyo, ha de quedar

no sólo redimida sino exaltada. Nuestro pequeño mundo, que es bajo la maldición del

pecado la única mancha oscura de su gloriosa creación, será honrado por encima de

todos los demás mundos en e universo de Dios. Aquí, donde el Hijo de Dios habitó en

forma humana; donde el Rey de gloria vivió, sufrió y murió; aquí, cuando renueve todas

las cosas, estará e tabernáculo de Dios con los hombres, morará con ellos; y ellos serán

su pueblo, y el mismo Dios será su Dios con ellos. Y a través de las edades sin fin,

mientras los redimidos anden en la luz del Señor, le adorarán por su don inefable:

Emmanuel: „Dios con nosotros‟” (El Deseado de Todas las Gentes, 18).