Creer en Jesucristo hoy (traducción al castellano)

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Creer en Jesucristo hoy Manuel Hurtado, SJ. Esta es la vida cristiana: que vivamos “…con los ojos fijos en aquel que es el autor y realizador de la fe, Jesús”. (Hb 12,2) Introducción ¿Qué significa creer en Jesucristo hoy? Su vida, su persona y su estilo de vivir ¿aún nos dicen algo? A más de dos mil años de las primeras comunidades que vivieron con Él, somos instigados a interrogar nuestra fe en Jesucristo. Es esta interrogación que nos permitirá entrar en el meollo del sentido del creer en Jesucristo hoy. No se trata simplemente de dar una respuesta conocida, ya hecha, como la de muchos catecismos y libros de formación que circulan en nuestras parroquias. Tampoco se trata de dar una respuesta que busque un retroceso identitario y excluyente, poco dialógico, al cual están tentados algunos grupos cristianos contemporáneos. Se torna necesaria una respuesta más de cuño personal y experiencial, una respuesta que traspase nuestras entrañas creyentes. Una respuesta creyente sí, pero que no ignore la contribución de las investigaciones históricas realizadas sobre Jesús, sobre todo durante el siglo pasado e inicios de este. Es necesario volver a lo elemental de la fe y de la vida. La imagen de Jesucristo fue deformada a lo largo de las diversas épocas. Múltiples imágenes de Jesucristo circularon y muchas de ellas aún circulan en nuestros días. La figura de Jesús de Nazaret siempre estuvo expuesta e indefensa, muchas veces a merced de los deseos desordenados de los seres humanos. El Jesús de los evangelios se fue diluyendo en un mar inconmensurable de iconos falsificados. Por eso, creer en

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Creer en Jesucristo hoy

Manuel Hurtado, SJ.

Esta es la vida cristiana: que vivamos “…con los ojos fijos en aquel que es el autor y realizador de la fe, Jesús”.

(Hb 12,2)

Introducción

¿Qué significa creer en Jesucristo hoy? Su vida, su persona y su estilo de vivir ¿aún nos dicen algo? A más de dos mil años de las primeras comunidades que vivieron con Él, somos instigados a interrogar nuestra fe en Jesucristo. Es esta interrogación que nos permitirá entrar en el meollo del sentido del creer en Jesucristo hoy. No se trata simplemente de dar una respuesta conocida, ya hecha, como la de muchos catecismos y libros de formación que circulan en nuestras parroquias. Tampoco se trata de dar una respuesta que busque un retroceso identitario y excluyente, poco dialógico, al cual están tentados algunos grupos cristianos contemporáneos. Se torna necesaria una respuesta más de cuño personal y experiencial, una respuesta que traspase nuestras entrañas creyentes. Una respuesta creyente sí, pero que no ignore la contribución de las investigaciones históricas realizadas sobre Jesús, sobre todo durante el siglo pasado e inicios de este. Es necesario volver a lo elemental de la fe y de la vida.

La imagen de Jesucristo fue deformada a lo largo de las diversas épocas. Múltiples imágenes de Jesucristo circularon y muchas de ellas aún circulan en nuestros días. La figura de Jesús de Nazaret siempre estuvo expuesta e indefensa, muchas veces a merced de los deseos desordenados de los seres humanos. El Jesús de los evangelios se fue diluyendo en un mar inconmensurable de iconos falsificados. Por eso, creer en Jesucristo hoy no es algo evidente. Constatamos que actualmente la fe cristiana no se transmite más culturalmente como ocurrió durante varios siglos en nuestro continente… La matriz cultural de la fe cristiana que hacía posible su transmisión, ya no está más omnipresente.

Sabemos bien que muchos creyentes creen en todo, menos en Jesucristo ¡muerto y resucitado! Sentimos que la vida cristiana se separó paulatinamente de lo que le es central: vivir según el estilo de Jesús de Nazaret. El cristianismo fue, poco a poco, acumulando lastres inútiles, sobreponiendo a la imagen del Jesús de los evangelios y al cristianismo histórico, una serie de prácticas piadosas, devociones cuasi idolátricas y rituales exangües que condujeron a deformar la espiritualidad, la oración y el culto cristiano. Lamentablemente aquello que era completamente marginal, secundario y prescindible, se convirtió en fundamental, primordial e indispensable.

Nuestro itinerario es sencillo. Se trata de un camino de retorno a Jesús. Se realiza revisitando algunos lugares fundamentales de su vida. Si volvemos a los caminos de Jesús es para reconocerlo en ellos. Si transitamos por los caminos de la comunidad cristiana

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nacida después de la Pascua es para que intentemos recorrer, al mismo tiempo, los caminos de nuestra propia comunidad de fe, esto es, revitalizar nuestra fe en Jesús, confesado como el Cristo. Es para que seamos cristianos al estilo de Jesucristo, autor y realizador de nuestra fe.

Volver a Jesús – Memoria Iesu

La estructura misma de nuestra fe cristiana es de carácter anamnético, es decir, nuestra fe es posibilitada y configurada por la memoria de un evento: Jesucristo. La vida cristiana se forja en la memoria de Jesús de Nazaret. Pablo nos invita a aceptar una tarea fundamental y constante en nuestra vida cristiana: “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos” (2 Tm 2,8). ¿Acaso podría haber vida cristiana sin la recordación de Jesús? ¿Acaso podríamos creer en Jesucristo sin hacer memoria cotidiana del hombre de Nazaret?

Esa memoria pasa por el recuerdo de un camino: el camino de Jesús junto con los que lo seguían antes de la Pascua. Si queremos volver a Jesús, debemos entrar en ese mismo camino que recorrieron Jesús y sus seguidores. En ese camino de remembranza no estamos solos. El Espíritu Santo es quien está en el corazón mismo del ejercicio de la Memoria Iesu. En efecto, Juan nos dice que es el Espíritu Santo que el Padre enviará en nombre de Jesús quien nos enseñará todo y nos recordará todo lo que Jesús nos dijo (cf. Jn 14,26).

Hoy la comunidad cristiana constituida tiene la responsabilidad de mantener viva la memoria de Jesucristo. De hecho, nosotros no podríamos tener acceso a Jesús si no hubiese hombres y mujeres que hiciesen memoria de Jesucristo. Por eso, el gran desafío de la fe cristiana está en saber cuál es la memoria que está siendo realizada de Jesucristo. El flagrante peligro de nuestra época es volver a falsificar la imagen de Jesús. Son muchas las tentaciones contemporáneas, inclusive tentaciones eclesiales, de querer hacer nuevamente un Jesús a nuestra propia imagen y según nuestros propios intereses. Justamente ahí reside la importancia de llevar en cuenta los estudios históricos sobre Jesús. Eso puede garantizar, en parte, que no hagamos de Jesús una marioneta que haga y diga lo que nos conviene. La memoria de Jesús debe pasar necesariamente por Galilea, pero no sin pasar por el Gólgota, lugar donde desaparece toda ambigüedad posible en la fe en Jesucristo, en su seguimiento, en la vida cristiana.

Nosotros, comunidad cristiana contemporánea, no fuimos los primeros en hacer memoria de Jesucristo. Si hoy podemos recordar a Jesús es porque antes de nosotros ya se hizo memoria de Jesucristo en la comunidad creyente, en la Iglesia de Jesucristo. En este sentido, podemos decir que la memoria de Jesucristo pasa por la reminiscencia de la historia de la Iglesia que testimonió esta memoria viva de Jesucristo, sin olvidar que ese testimonio está hecho también de los olvidos y las perversiones de la figura de Jesús, de la remembranza del “olvido” de la singularidad de ese hombre de Nazaret confesado como el Cristo. La fe en Jesucristo existe como victoria de la memoria en la lucha contra el olvido. Jesucristo existe en el riesgo del olvido, en el riesgo del olvido de los hombres…

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En síntesis, no podríamos hacer memoria de Jesucristo sin pasar por la memoria de la vida de la Iglesia que se puede remontar hasta la “memoria primordial” de Jesucristo que llega hasta nosotros por la mediación del testimonio de las primeras comunidades cristianas que proclamaban y adoraban a Jesús, viviendo y muriendo por Él. Esa “memoria primordial” nos sitúa mucho antes de los desenvolvimientos doctrinales o de los credos del siglo II. Sabemos que en el comienzo no había doctrinas ni dogmas. Tampoco había un modo único, universalmente aceptado de creer en Jesús, ni siquiera existía un modo único de seguirlo.

Creer en Jesucristo es creer al estilo de Jesús

Si esta afirmación es verdadera, debemos saber cómo Jesús creía. Pero, ¿era Jesús un creyente? Sí, definitivamente. Eso es lo que importa en primer lugar. Jesús era un creyente inserto en el centro de la condición humana, en medio del claro-oscuro de la historia. Jesús era un hombre que buscaba y escrutaba el horizonte. Lejos de ser un vidente, un iluminado, Jesús hace camino de búsquedas humanas, un camino donde los actos de fe se tornan su pan cotidiano, especialmente en los momentos de oscuridad y de crisis. Precisamente en esos momentos la confianza en el Padre se hace necesaria y se torna apoyo en el descubrimiento progresivo de su misión y de la sorprendente venida del Gobierno de Dios que se manifiesta en sus palabras y obras. Delante de las dificultades del camino y de las necesidades exigidas por la historia del aparente fracaso (¡era “necesario” que el Hijo del hombre sufriese mucho!, Mc 8,31), Jesús es conducido a abrirse radicalmente al Padre en la actitud de confianza radical de aquel que se abandona totalmente en las manos de quien lo acoge en el instante más oscuro de su existencia, en el momento de la pasión y de la muerte. Creer al estilo de Jesús es creer a partir de lo más profundo del abismo.

La fe de Jesús muestra, pues, una confianza radical en el Padre, especialmente en los momentos límite de la existencia, pero no sólo en aquellos momentos extremos. Esa confianza está presente en lo cotidiano de sus días, manifestada en la continua y creciente intimidad con el Padre, en los momentos prolongados de oración personal y en la comprensión del corazón de las cosas humanas, en el grupo de amigos y amigas que paulatinamente fue constituyendo por la “vocación”. Experiencia vital que pasa de la aclamación más admirativa de la acción del Padre en la creación y en el corazón de los pequeños a la dramaticidad más profunda de la humanidad sin defensa en la angustia del Getsemaní. En esos momentos extremos, es la fe-confianza de Jesús en el Padre que aparece en primer lugar.

Creer en Jesucristo es creer al estilo de Jesús, precisamente cuando se cree en momentos de tentación, de sufrimiento y de pasión, cuando la “divinidad se esconde”, cuando Dios se torna discreto y sólo se escucha el silencio extremo del abandono en el “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34). Silencio quebrado sólo por otra palabra que interpreta el abandono-confianza: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lc 23,46).

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La fe de Jesús en el límite, en el extremo de las posibilidades humanas, es creer en el poder de su Dios y Padre.

Creer en Jesucristo es creer en el Dios de Jesús

Sabemos quién es Dios porque Jesús nos revela la identidad de Dios. “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado” (Jn 1,18). Creer en Jesús es creer en el Dios de Jesús. Solamente desde esta perspectiva podemos alejarnos del error común y constante de muchos creyentes de proyectar sobre Jesús ideas preconcebidas de Dios. Sólo sabemos quién es Dios a partir de las obras y de las palabras de Jesús. De hecho es Jesús quien mudó el concepto de Dios, impidiéndonos poner en la palabra “Dios” una serie de ideas repletas de prejuicios al respecto de la divinidad. Jesús es quien nos muestra cuál es el contenido y la comprensión de la divinidad. Jamás al revés. Ahora sólo nos queda contemplar a Jesús para que contemplemos el icono verdadero de Dios.

Contemplando a Jesús nos damos cuenta que su Padre no desea ser servido, sino servir a la humanidad. Contemplando la figura de Jesús en las bienaventuranzas, descubrimos que Dios no desea ser temido y obedecido, sino reconocido en el dolor y en el sufrimiento del inocente. Al contemplar el conocido “A mí me lo hicisteis” de Mt 25, comprendemos que Dios no es un Dios separado de la vida del ser humano. Contemplando la profunda humanidad del hombre Jesús caemos en cuenta de que Dios es humano y que, sólo a partir de esta singular humanidad de Jesús, podemos intuir la singular divinidad de Dios, o sea una divinidad que pasa por el crisol de la humanidad. Creer en Jesucristo es creer en el Dios de los hombres y para los hombres (Mt 1,23; 28,20; Rm 8,31). En síntesis, creer en Jesucristo implica creer que Dios no es sin nosotros, Dios no es sin los hombres1.

Creer en Jesucristo es seguir a Jesús

El seguimiento de Jesús configura y define la nueva propuesta de vida que emana de la predicación y la praxis de la persona de Jesús. Esa nueva propuesta de vida también continúa después del evento pascual, es decir, después de la muerte y resurrección de Jesús. Sabemos también que el seguimiento de Jesús dice bien lo que es la vida cristiana. Sin embargo, podemos preguntarnos si aún hoy es válido hablar de seguimiento, puesto que no es más posible seguir a Jesús, literalmente, por los caminos empolvados de Galilea. No obstante, cuando hablamos de seguimiento no lo concebimos al pie de la letra, sino pensamos sobre todo en seguir, metafóricamente, la huella de Jesús. En una palabra, seguir a Jesús hoy es vivir al estilo de Jesús.

1 Cf. DH 425. El Concilio de Constantinopla II afirma que la unión hipostática es katà súnthesin, esto es, “según composición”. Se dice: “…la Santa Iglesia de Dios […] confiesa la unión de Dios Verbo con la carne según composición, es decir, según hipóstasis”.

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Galilea fue el lugar donde comenzó el seguimiento (Hch 10,37). De hecho, en esas tierras, hubo un doble comienzo: el del seguimiento pre-pascual y el del seguimiento pos-pascual de Jesús. Antes de la Pascua, Jesús llamó a los discípulos en esa provincia, pero después de la Pascua, ésta también es punto de partida para que los discípulos y discípulas continuaran en el seguimiento de Jesús, anunciando el Evangelio. Sin duda Galilea es mucho más que un lugar geográfico, es un lugar teológico. Marcos es quien insiste en que Galilea es equivalente a volver a la fe en Jesucristo. Es precisamente ahí que las apariciones del Resucitado acontecieron. En Galilea se realizará el reconocimiento del Resucitado gracias al Espíritu efundido por el Señor. El Espíritu nos lleva a creer que Jesús es el Cristo, es el mismo Espíritu que nos hace decir que “Jesús es Señor” (1Cor 12,13). En adelante, será necesario reconocer al Resucitado en el camino (Lc 24,13-35).

Creer en Jesucristo es llevar en nuestros cuerpos las marcas de Jesús

A la manera de Pablo, creer en Jesucristo implica llevar las marcas de Jesús en el propio cuerpo. “En adelante nadie me moleste, pues llevo sobre mi cuerpo las señales de Jesús” (Gl 6,17). Esas marcas de Jesús en nuestros cuerpos significan que llevamos el sello de Jesús. Ese sello que es la garantía de que le pertenecemos totalmente. Somos del Señor Jesús. Él nos marcó con el sello indeleble de su corazón traspasado (Jn 19,34). Todo esto evoca ciertamente en nosotros, el conocido texto del Cantar de los Cantares: “Ponme cual sello sobre tu corazón, como un sello en tu brazo” (Ct 8,6). También viene a nuestra memoria las palabras del evangelio de Juan: “Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello” (Jn 6,27). Se trata de la marca del Espíritu Santo que recibimos en el bautismo.

Este último texto tiene evidentes connotaciones trinitarias. En las marcas de Cristo somos envueltos en la vida de Dios. Eso nos recuerda Ap 14,1: “Seguí mirando, y había un Cordero, que estaba en pie sobre el monte Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que llevaban escrito en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre”. Y también Ef 1,13: “En él también vosotros, tras haber oído la Palabra de la verdad, el Evangelio de vuestra salvación, y creído también en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”. Así, nosotros, creyendo en el Hijo, somos tocados por la vida de la Trinidad, llevando la marca del Cordero, del Padre y del Espíritu.

Pero, ¿qué significa llevar las marcas de Jesucristo? Se trata de asumir la “carga” (¡el hecho de “llevar” el peso!) que implica el seguimiento del crucificado. Es esa la carga que llevamos en el cuerpo marcado, “estigmatizado” crísticamente, es decir, nuestra vida configurada a la vida de Jesucristo, por la acción del Espíritu Santo. Llevar las marcas de Jesús equivale a vivir al estilo de Jesucristo. Nuestras marcas aparecerán claramente cuando luchemos por la justicia, cuando busquemos la fraternidad, la igualdad y gastemos nuestra vida por la vida en riesgo de los pequeños y empobrecidos, cuando los hambrientos y

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marginados ocupen un lugar central en nuestra vida. Llevar las marcas de Jesús es “tener en nosotros los sentimientos de Cristo Jesús” (Fl 2,5), es dejarnos enriquecer con su pobreza (2Cor 8,9). Antes de nosotros, el Señor Jesús se identificó con los pobres de la tierra, con los que no cuentan ni para las estadísticas, con aquellos que no son nadie. Eso es creer en Jesucristo.

Creer en Jesucristo es creer que él está vivo, que Jesús es el Viviente

La afirmación de que Jesús vive es de carácter elemental para nuestra fe cristiana. No es posible creer en Jesucristo sin afirmar que él es el Viviente para siempre. Él es la razón de nuestra esperanza. Esa esperanza que triunfa de la amenaza constante de la muerte. El resucitado “encarna” las aspiraciones más fundamentales de los hombres de todos los tiempos. Como Tomás, estamos invitados a reconocer al Señor vivo en la transparencia de su cuerpo herido y resucitado, invitados a reconocer en el costado abierto del crucificado-resucitado, a Aquel que vive, para poder también decir: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28).

Decir que Jesús es el Viviente es creer que todo aquello que supone la inhumanidad del hombre y toda la negatividad de la vida están de hecho superados en la Vida de Jesús. Esto no quiere decir que pensamos que el cristiano no tenga nada más que hacer. ¡No! El sentido de esa afirmación es que todos los aparentes sinsentidos de la vida humana ganan sentido en la Vida de Jesús, que podemos vivir en la esperanza de que la última palabra está dicha en la Vida definitiva de Jesús. Ese es precisamente uno de los sentidos primordiales de la Resurrección. En la Resurrección de Jesús es alcanzada la plenitud de lo humano, la realización del hombre: ¡la humanización del hombre es posible!

Por el acontecimiento de la Resurrección, Jesucristo es la plenitud de lo humano para siempre. Es en ese sentido que Jesús es para nosotros el Viviente. Jesús es aquel en quien la vida humana alcanza su plenitud para sernos comunicada. Vivimos por el Viviente, somos hombres en el Viviente. Eso es creer en Jesucristo; eso es creer en la Vida del Resucitado-Crucificado. Ahí se descubre el sentido de la pregunta de los hombres con vestiduras fulgurantes (¡ángeles!) que las mujeres encuentran en el sepulcro de Jesús: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?” (Lc 24,5). Nuestra fe en Jesucristo nos empuja a visualizar las posibilidades de nuestra humanidad profunda, a mirar nuestras heridas, no en ellas mismas, sino en las heridas del Resucitado. No podemos buscar al Viviente entre los muertos. No podemos buscar la vida entre los cadáveres de nuestra historia personal y comunitaria. Los estigmas de Jesús resucitado se tornan para nosotros, creyentes, el camino privilegiado para contemplar el futuro transfigurado de nuestra historia traspasada, sufrida.

Una palabra para no concluir

La fe en Jesucristo no se limita a la simple confesión doctrinal de su divinidad. Conocer a Jesucristo tampoco se limita al conocimiento racional y exterior de su persona. Creer en

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Jesucristo hoy es una manera concreta de vivir como creyente, una manera concreta de seguirlo. La fe en Jesucristo sólo puede ser entendida hoy como una vida configurada según el Evangelio de Jesús, como una vida que se adhiere existencialmente a la persona de Jesucristo. Quizá sea ese el sentido de la oración de Pablo: “…que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender…” (Ef 3,17-18).

Nosotros cristianos deberíamos tener claro que el cristianismo sólo tiene sentido si se lee y se interpreta a partir de Jesús. Cualquier otra perspectiva o clave interpretativa, colocaría en riesgo nuestra fe cristiana iniciada y realizada por y en Jesús, pero que va allende Jesús, porque nuestra fe cristiana es cristológica y, precisamente por esto y en esto, es trinitaria. Que quede claro que si nuestra fe cristiana es trinitaria, es porque ésta es cristológica. Nunca al revés. Jesús es la revelación de Dios, porque en él Dios se encarnó (Jn 1,14). No olvidemos nunca: si algo sabemos de Dios es porque Jesús nos lo reveló (Jn 1,18). Sólo podemos hablar de Dios a partir de Jesús. Ese es el sentido del pensamiento de B. Pascal: “Dios habla bien de Dios”2. ¿Quién es el único que puede hablar bien de Dios?

Por eso es necesario volver a Galilea. Es imprescindible volver a Galilea (¡y a nosotros mismos!) para que volvamos a Jesús. Sin embargo, no se trata de un retorno para quedarnos estancados en el pasado, presos en el recuerdo melancólico de un pretérito irrepetible. No. La memoria de Jesús es una memoria para que nos volquemos al futuro, no a un futuro incierto, sino al futuro de Jesucristo que consiste en dejarse alcanzar por ese futuro que nosotros sólo podemos vivir como presente, siempre como primicias de lo venidero. En ese sentido podemos decir que el “tiempo ordinario” del cristiano es en realidad el Adviento.

Paradójicamente, el ejercicio de la Memoria Iesu, llevándonos al pasado, nos proyecta al futuro, haciéndonos creyentes aquí y ahora. Sólo es posible creer en el corazón de la tensión entre el pasado y el futuro. Creer como cristiano es creer hacia el porvenir, inclinados al futuro que nos llega desde Jesús. Creer en Jesucristo es creer hacia delante, diciendo: “Ven, Señor Jesús” (Ap 22,20).

La memoria de Jesús es el modo de creer en Jesucristo. Nos acordamos de Jesús haciendo camino con Él, yendo en su compañía. Marchar con Aquel que inicia y realiza nuestra fe. Recordar implica caminar con “los ojos fijos en Jesús, el que inicia y consuma la fe” (Hb 12,2). Creer en Jesucristo hoy es una forma de ser hombre o mujer al estilo de Jesús, según las exigencias del Evangelio de Jesucristo. Esa es nuestra fe elemental en Jesucristo para hoy.

Bibliografía

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2 Blaise PASCAL, Pensées, n.799. (Ed. de Léon Brunschvig)

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HURTADO, Manuel, Novas Cristologias: Ontem e hoje. Algumas tarefas da cristologia contemporânea, Perspectiva Teológica, Ano 40, 2008, n° 112, Setembro/Dezembro. Traducción al castellano en: Selecciones de Teología, Barcelona, v.49, n.195, pp.179-193, 2010.

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