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Análisis de Nadie me verá llorar

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  • Cristina Rivera Garza en las orillas de la historia

    Brian L. Price Wake Forest University

    En el 2010 no slo se celebra el bicentenario de la independencia y el centenario de la

    Revolucin Mexicana. Tambin cumple cien aos el primer cuento de tema revolucionario en Mxico, Dos revolucionarios de Ricardo Flores Magn, publicado el 31 de diciembre en el nmero 18 de la revista Regeneracin (Leal x). A partir de esa publicacin inicial, la Revolucin Mexicana ha engendrado una inmensa produccin historiogrfica y artstica. Transformada durante la segunda dcada del siglo veinte en el eje sobre el cual giraba la historia nacional y los debates sobre la identidad y la cultura mexicanas, la guerra fue insinundose entre los tejidos de la narracin patria hasta hacerse indispensable. Esta labor proselitista fue llevada a cabo por la ciudad letrada que forj un vnculo esencial entre la guerra, la historia y la nacin. Tres ejemplos ilustran este punto: Octavio Paz concibi la revolucin como una verdadera revelacin de nuestro ser, enlazando de manera explcita el conflicto armado con la identidad nacional (165-66). Carlos Fuentes encontr ese ser en los rostros de mujeres que abandonaron sus aldeas para seguir a sus hombres en los trenes y a pie, en los rostros amenazantes y rayados de cicatrices de los guerreros desayunndose en Sanborns y en los rostros de nios nacidos entre batalla y batalla, verdaderos ciudadanos de la Revolucin (461). Enrique Krauze escribi que durante el perodo de consolidacin del poder estatal, la revolucin haba adquirido un rango superior a todas las otras etapas de la historia mexicana (16). Imaginar la historia mexicana sin referencia a la revolucin constituye un acto revolucionario en s porque significa rechazar el archivo oficial, reconfigurar el canon literario y reconstruir las narraciones maestras que han orientado al pas durante un siglo.

    sta ha sido la labor de Nadie me ver llorar (1999) de Cristina Rivera Garza. Es un libro que anda siempre en las orillas de la historia, siempre a punto de resbalar y caer fuera de su embrujo y siempre, sin embargo, dentro (174). A diferencia de otras novelas histricas que narran las primeras dos dcadas del siglo XX mexicano desde el ngulo de la revolucin1

    1 Aqu cabra sealar de manera muy incompleta Gringo viejo (1985) de Carlos Fuentes; Madero, el otro (1989), La noche de ngeles (1991) y Columbus (2003) de Ignacio Solares; Yo, Pancho Villa (1992) de Jorge Meja Prieto; Zapata (2006) de Pedro ngel Palou; y Villa: una biografa narrada (2006) de Paco Ignacio Taibo II.

    , sta se dedica a contar las historias perifricas que han sido arrolladas por la narracin hegemnica que surge en los aos posteriores al triunfo constitucionalista. Rivera Garza entabla un dilogo no slo con la tradicin historiogrfica de su pas sino tambin con los textos cannicos de la literatura de la revolucin. Rechazando los momentos estelares de la historia mexicana (Monsivis 14) y prescindiendo de las tpicas convenciones del gnero literario, ella efectivamente afirma que hay historias olvidadas, ignoradas, paralelas e igualmente mexicanas. Este ensayo propone una lectura de la novela desde estas coordenadas, una lectura que plantea el fin de un gnero literario desde los principios estticos del mismo. La primera parte considera

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    cmo Rivera Garza cuestiona la hegemona histrica de la revolucin y, al hacerlo, problematiza la doctrina progresista social que emana de ella. La segunda mitad del trabajo se dedica a ubicar Nadie me ver llorar dentro de un tradicin literaria que se caracteriza por una esttica masculina. (Des)orden y progreso

    La historia, en tanto construccin artificial de relatos que tienen como finalidad concretar una determinada visin del pasado con miras hacia el presente (Burke 337-40), est sujeta a las vicisitudes del que escribe y de la poca en que se escribe (White 1-21). Durante el siglo XIX mexicano se libraba una encarnizada lucha entre facciones ideolgicamente opuestas por establecer una hegemona sobre el pasado. Notablemente podemos sealar las distintas versiones de la independencia que narran Jos Mara Luis Mora en Mxico y sus revoluciones (1836), Lucas Alamn en Historia de Mjico (1852) y Justo Sierra en Evolucin poltica del pueblo mexicano (1902) como evidencia de una transicin que va desde una inclinacin hispano-conservadora hacia un nacionalismo liberal.2 Estas representaciones histricas ilustran los cambios que ocurren de acuerdo con las exigencias ideolgicas del grupo en turno. Aunque representan propuestas polticas opuestas, Alamn y Mora escribieron durante la dcada de 1850 despus de treinta aos de conflictos internos que desgarraron la paz nacional e impidieron el establecimiento de un gobierno estable. Ambos criticaron la lucha que encabez Miguel Hidalgo por sus derroches y excesos, viendo en ellos el germen de los males que achacaban a la nacin. Con la derrota del segundo imperio y el restablecimiento de la repblica, el liberalismo, auspiciado en primera instancia por el juarismo y luego por el positivismo porfirista, se adue de estas representaciones histricas. Sierra escribi su historia durante la pax porifirana, una vez que el dominio poltico del rgimen estableci su primaca y pudo sofocar las voces disidentes. Su Evolucin poltica inform el desarrollo del panten de hroes que llev a cabo Daz al elegir prceres, escribir una historia digna de emulacin y promover esta historia.3

    2 Mora reconoce la necesidad de romper con Espaa, aunque discrepa con los mtodos empleados por Hidalgo. Asevera que jams se tom el trabajo, y acaso ni aun lo reput necesario, de calcular el resultado de sus operaciones, ni estableci regla ninguna fija que las sistemase (8). Alamn, por su parte, fundador del partido conservador, condena sin ambages la revolucin de Hidalgo por su desenfrenada violencia en contra de los espaoles y por haber roto el vnculo que enlazaba la madre patria con su vstago de ultramar. Los medios que Hidalgo emple, arguye, destruyeron en sus cimientos el edificio social, sofocaron todo principio de moral y de justicia, y han sido el origen de todos los males que la nacin lamenta, que todos dimanan de aquella envenenada fuente (244). Medio siglo despus, habindose establecido como la principal voz del positivismo porfirista, Sierra transforma el sangriento brbaro descrito por Alamn en un visionario que se arroj sobre el altar de la nacin para convertirse en el padre de Mxico. Desde el momento en que Hidalgo tom parte en la conspiracin de Quertaro, escribe Sierra, lo domin todo con su gran voluntad y su conciencia; su conducta como jefe de insurreccin, digna a veces de justsima censura humana, se la dictaron las circunstancias; su propsito se lo dict el amor a una patria que no exista sino en ese amor (150).

    3 Vase la diatriba de Enrique Krauze en contra de este panten en la introduccin de Biografa del poder, donde critica la ausencia de prceres conservadores del panten que adorna el Paseo de la Reforma en la Ciudad de Mxico.

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    En Mexican Liberalism in the Age of Mora, Charles A. Hale observa que, mientras las interpretaciones porfiristas de Sierra fueron prcticamente repudiadas por los intelectuales del siglo veinte, la metodologa evolucionista establecida por l sigui intacto (3). Arguye que la era liberal de 1810-1867 puede interpretarse como una preparacin para el constitucionalismo social de 1917, el apego a libertades polticas y hasta las doctrinas de transformacin econmica que han operado durante las ltimas dos dcadas (3).4 Posteriormente encuentra en Emilio Rabasa el vnculo que enlaza el liberalismo porfirista con el posrevolucionario (Emilio Rabasa 173-77). La constitucin de 1917 y los programas sociales e instituciones que surgieron de ella pueden entenderse como la continuacin lgica del pensamiento liberal decimonnico, lo cual coloca la imaginacin histrica bajo el dominio de esta ideologa.5 La lucha independista, elegida por Sierra como punto central para la nueva historia nacional, corresponde con la Revolucin Mexicana como catalizador histrico. Para justificar su recin adquirido poder, el gobierno posrevolucionario entreg el proyecto de entronizar la revolucin de Jos Vasconcelos. Como ministro de educacin pblica durante el rgimen de Obregn, se empe en que la revolucin ocupara el lugar principal en las representaciones histricas (Aguilar Camn y Meyer 92-94). El esfuerzo consista en una campaa de educacin pblica que inclua comisionar murales, otorgar becas literarias, promover la educacin pblica basada en el programa ideolgico de la revolucin6 y hasta financiar las pelculas de la naciente industria cinematogrfica tan temprano como 1931.7

    4 Todas las traducciones al espaol son mas.

    En fin, la historia que se produjo en Mxico, tanto en los lares acadmicos como en los canales oficiales del arte, durante las primeras dcadas del

    5 Erika Pani seala esta versin unilateral en su magnfico libro sobre el segundo imperio. Seala que el imperio es percibido como el resultado exclusivo de la ambicin de un Bonaparte caricaturesco, de la ingenuidad y el romanticismo de un Habsburgo segundn con nfulas de buen gobernante, y de los proyectos disparatados de unos pocos traidores a la patria. Se describe como parntesis histrico que interrumpe momentneamente la ascensin natural, irresistible, de la corriente liberal, federalista, democrtica y popular que haba emergido definitivamente triunfante de la guerra de Reforma (19). Al contrario, la crtica intenta inscribir el imperio dentro de la historiografa nacional, arguyendo que el imperio representa no simplemente una ruptura, sino una poca de continuidad y cambio, durante la cual actuaron hombres conocidos no extranjeros que ni espaol hablaban, que intentaron dar solucin a problemas que la clase poltica vena arrastrando desde la independencia. En este aspecto, el imperio est firmemente inscrito dentro del proceso histrico nacional (19-20). 6 Tanto as que el libro de texto gratuito distribuido a todo estudiante de cuarto ao en 1960 resume su historia de la revolucin rezando: Por todo lo anterior, te habrs dado cuenta de que los gobiernos emanados de la Revolucin se han preocupado por recoger y realizar los anhelos de libertad y justicia alimentados por la Revolucin, y por lograr la paz, el bienestar y la prosperidad del pueblo mexicano, una unidad interna hemos conquistado gracias a enormes sacrificios (Barrn de Morn 177). El ltimo captulo del mismo seala los logros alcanzados gracias a la revolucin, incluyendo la redistribucin de la tierra, mejoramientos en la irrigacin, electrificacin, avances en la salubridad y educacin pblicas, desarrollo de un sistema de seguridad social, construccin de carreteras y ferrocarriles y nacionalizacin del petrleo. Notablemente, fue Martn Luis Guzmn uno de los tres novelistas ms importantes de la primera promocin de Novelas de la Revolucin quien presida la Comisin Nacional de los Libros de Texto Gratuitos, con la ayuda de tres otros escritores notables: Agustn Yez, Gregorio Lpez y Fuentes y Jos Gorostiza. 7 En este ao Fernando de Fuentes transform Vmonos con Pancho Villa, la novela de Guzmn, en pelcula popular. En el transcurso de cuatro aos produjo dos otras, El compadre Mendoza y El prisionero 13. As el cine mexicano naci con la revolucin y la partera fue el gobierno.

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    siglo XX, no slo legitimaba la preeminencia de la revolucin y por extensin el poder del gobierno que naci de ella sino que fue apoyada directamente por ello.

    Nadie me ver llorar responde directamente a esta hegemona historiogrfica reduciendo la historia oficial a un plano inferior. La reemplaza colocando microhistorias al centro. Varios crticos han sealado esta tendencia como parte de la llamada nueva novela histrica, entre ellos Seymour Menton y Elisabeth Guerrero. La mayora de estos crticos enfatizan el desarrollo de espacios femeninos dentro de la historia, subrayando la presencia de manuales de comportamiento, recetarios y misales como evidencia de un mundo al margen de la experiencia masculina, poltica y militar. Guerrero en particular apunta hacia el esfuerzo de Rosa Beltrn por establecer una historia domstica y femenina para el primer imperio mexicano en La corte de los ilusos (1995). Aunque Nadie me ver llorar comprende el perodo que va desde el nacimiento de Matilda Burgos en 1885 hasta su muerte en 1958, la mayor parte de la narracin ocurre entre 1900 y 1920. Este marco es significativo: son los aos que preceden y concluyen la revolucin. Abarcan la ltima dcada del rgimen porfirista, el estallido de la revolucin maderista, la huda de Daz, la traicin de Huerta, las intrigas entre los bandos convencionista y constitucionalista y, por ltimo, el inicio de la consolidacin del poder centrista bajo el mando de Obregn.

    No obstante, como se seala en la novela, Matilda Burgos y Joaqun Buitrago se perdieron todas las grandes ocasiones histricas (211). Cito del texto:

    Cuando la revolucin estall, ella estaba dentro de un amor hecho de biznagas y aire azul, y l en la duermevela desigual de la morfina. Ninguno se enter de la fecha en que Pascual Orozco tom Ciudad Jurez, ni del da exacto en que el presidente Daz sali exiliado en el Ypiranga rumbo a Pars, en sus labios la frase proftica ya desencadenaron al tigre, a ver si pueden domarlo. Ninguno de los dos form parte de la muchedumbre que festej la entrada de Francisco I. Madero en la ciudad de Mxico, y ninguna de las balas de la Decena Trgica los hiri. Nunca vieron a Victoriano Huerta en cantina alguna y, aunque oyeron los rumores y presenciaron el desorden, no se molestaron en leer los peridicos con las noticias de la invasin norteamericana. Cuando Emiliano Zapata y Francisco Villa se ofrecieron la silla presidencial el uno al otro, respetuosamente, haciendo gala de buenos modales, Matilda estaba absorta viendo las burbujas de agua a punto de ebullicin en una olla de barro, y Joaqun slo usaba su cabeza para recrear el fantasma cruel de Alberta. Ninguno de los dos vio los camiones repletos de muebles de quienes se iban para siempre, ni tampoco presenciaron el desmantelamiento de las casonas de la Reforma. Ninguno enferm de tifo ni trat de buscar alimentos en los puestos de socorro que el gobierno constitucionalista haba organizado por la ciudad. Los das en que los generales, los profesionistas y todos los hombres importantes del pas se reunieron en Quertaro para redactar una nueva Constitucin, Matilda los pas examinando una bomba de vapor oxidada al lado de Pablo, mientras que Joaqun estaba en el pabelln comn de un hospital debido a la falta de enervante. [] Los dos anduvieron siempre en las orillas de la historia, siempre a punto

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    de resbalar y caer fuera de su embrujo y siempre, sin embargo, dentro. Muy dentro. (211-212)

    La inconsciencia de los personajes relativa a los acontecimientos histricos ejemplifica el proyecto historiogrfico de la novela. Rivera Garza enumera la lista consuetudinaria de datos que tanto ella, como historiadora y escritora, y nosotros, como lectores, conocemos: la toma de Ciudad Jurez, la Decena Trgica, la convencin de Aguascalientes y la Constitucin. Pero Matilda y Joaqun desconocen estos eventos. Ninguno de los dos personajes participa en la revuelta revolucionaria ni se da cuenta de que el mundo est en conmocin. Viven al margen de la historia oficial, igualmente distantes y cerca. Si bien Rivera Garza coloca a sus personajes al margen de la historia, lo hace marginando la historia oficial. En vez de narrar por ensima vez las milagrosas hazaas de Villa o la perfidia del villano Huerta, Rivera Garza ofrece al lector ngulos inusitados: las historias regionales de Veracruz y San Luis Potos, la historia capitalina de principios del siglo XX, el desarrollo de la produccin de vainilla en Papantla, la introduccin y diseminacin de la filosofa positivista relativa a la higiene y el orden social, la instauracin de leyes para gobernar la prostitucin y los burdeles, el auge y declive de la minera potosina, las mejoras tecnolgicas de la fotografa y una historia institucional del manicomio general La Castaeda.

    Nadie me ver llorar entreteje estas historias y las vidas de diferentes personajes a lo largo de sus doscientas pginas. Compendio de narraciones parciales, ngulos inusitados y textos enlazados, tanto la novela como la tesis doctoral de la que naci estn diseadas de manera fragmentaria. Seala la autora que estas rupturas pretenden enfatizar la naturaleza dislocada de la historia. El texto no pretende contar una historia tal y cmo sucedi pero intenta captar unos momentos peligrosos dentro de un montaje caleidoscpico que invita contradiccin y desafa el orden (Masters 33-34). Al escribir su tesis, la autora tiene en mente la pelcula The Mystery Train de Jim Jarusch, que narra tres historias aparentemente autnomas e inconexas. Todas ocurren al mismo tiempo y en el mismo lugar, pero esto slo se revela a medida que se adelanta la trama. Los vnculos que enlazan las lneas narrativas permiten reconocer que las sombras y los ruidos de un fragmento se esclarecen slo cuando se reconoce en el siguiente episodio (31). De este modo, asegura Rivera Garza, el autor desaparece, o al menos se involucra en un dilogo no autoritario con la imaginacin del espectador (31). Tanto en su tesis acadmica como en su novela, Rivera Garza presenta las historias como fragmentos simultneos con un eje de rotacin propio. Tomados como conjunto, cada historia provee el contexto para las dems. Los actores institucionales y sociales no se desplazan dentro de determinado contexto sino que constituyen el contexto. Las historias ocurren al mismo tiempo y en el mismo lugar, pero cada una encarna estrategias y construye relaciones que provienen de distintivos espacios de la vida social y cultural de la ciudad (32).

    Los tres nexos principales son los encuentros y desencuentros entre Joaqun Buitrago y Matilda Burgos durante veinte aos; la intrincada conexin entre Joaqun, Matilda, Cstulo y Diamantina; y por ltimo la historia de amor que surge entre Matilda y Paul Kamck. De esta

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    primera lnea se observa que Joaqun se encuentra con o se aproxima a Matilda no menos de tres veces antes de conocerla en el manicomio: en un tren rumbo a la Ciudad de Mxico en 1900, por medio de su mutua asociacin con Diamantina en 1906 y en un prostbulo mientras l saca fotos de prostitutas. El segundo enredo emana de las asociaciones entre cuatro personajes sin que todos coincidan en el mismo lugar al mismo tiempo. En esta poca, Cstulo trabaja con Diamantina en la causa obrera y casualmente conoce a Matilda. Por medio de Cstulo, Matilda se hace amiga de Diamantina, quien a su vez es la amante de Joaqun. No obstante, Joaqun y Matilda nunca llegan a conocerse. Aos despus reconocen esta proximidad. La ltima serie de encuentros, entre Paul y Matilda, refuerza lo que ya se ha dicho. Paul Kamck, en su afn por establecerse como prspero ingeniero extranjero en Mxico, se cruza con Matilda dos veces en la calle durante seis aos antes de llevrsela del burdel donde trabaja. En una de esas ocasiones la observa abrazar a un hombre a quien el lector reconocer como Cstulo. As las repetidas conexiones que se establecen entre los personajes y las distintas lneas narrativas forman una red que el lector slo puede percibir a medida que avance de captulo en captulo. Se relacionan estas redes con la temtica central novela: los personajes andan siempre en una serie de orillas temporales y espaciales, tanto entre s como con la historia.

    Pero Rivera Garza no simplemente rechaza la historia, como si la revolucin nunca hubiera existido. Ms bien la coloca al margen de la historia permitiendo que entre en contacto de vez en cuando con los personajes de la novela. Slo que en tales casos el contacto es un leve roce: Para Matilda la revolucin se redujo a dos forasteros recopilando datos. Un suicidio. La falta de sonido (174). Empleando la misma estrategia fragmentaria con que estructur su tesis doctoral, Rivera Garza construye un relato en el que la historia oficial y las historias marginadas se encuentran, se separan y se vuelven a reunir. De la misma forma en que Joaqun, como fotgrafo especializado en espacios contradictorios a la filosofa progresista, se dedica a tomar placas de ausencias, ella desarrolla una novela en la que la revolucin slo se percibe como una serie de datos al margen de la conciencia. Los rastros humanos que delatan una presencia recin desaparecida Una silla cuyas arrugas en el asiento indicaban que alguien se acababa de levantar. Una taza de caf con las huellas oscuras, estriadas, del carmn de unos labios. Un columpio vaco pero en movimiento. Las pginas de un libro a medio abrir. Un cigarrillo encendido (174) hallan su corolario histrico en una serie de rumores.

    El recuento de estas historias marginales permite vislumbrar dos seductoras posibilidades para la reconfiguracin del archivo histrico (Hutcheon). Primero, al contrario de la historia nacional que se articula sobre todo desde la capital por ser la cabecera poltica y cultural del pas, estas historias mayormente ocurren en la periferia. Es precisamente dentro de estos espacios que yacen fuera del discurso nacional manicomios, burdeles, fbricas, minas, campos agrcolas donde Rivera Garza encuentra las voces que necesita para cuestionar el discurso progresista dominante. Lejos de reivindicar el progresismo, la autora nos ofrece un panorama de contrapuntos que problematizan el avance mtico de la historia (Masters 27). Segundo, Rivera Garza no erige estas historias como bastiones de la identidad mexicana. Charles Hale reconoce que el concepto liberal de revolucin basada en luchas por la igualdad y justicia social forman

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    una parte imprescindible del discurso identitario (Mexican Liberalism 215-16, 248-49). Las citas de Paz, Fuentes y Krauze que iniciaron este ensayo ilustran hasta qu punto se ha vinculado la historia revolucionaria con el desarrollo de un carcter nacional. Este esfuerzo esencializa los atributos asociados con la guerra virilidad, violencia, arbitrariedad, corrupcin, egosmo y los vuelve parte inapelable del mtico ser mexicano.

    Cuestionar la revolucin como eje central de la historia mexicana interrumpe el discurso progresista que surge de ella. Es decir, el gobierno posrevolucionario postulaba un avance progresista utilizando las mismas bases ideolgicas que el rgimen porfirista. Ambos gobiernos pensaban mejorar la sociedad mediante las leyes y restricciones. El to de Matilda, Marcos, representa el apego a las doctrinas positivistas. De joven se escapa de Papantla y los vapores etlicos que han destruido a su hermano, se esmera en los estudios universitarios y establece un exitoso consultorio. Seguro de que los problemas que enfrenta Mxico se deben a la falta de higiene y hbitos de trabajo, la inestabilidad de sus familias, la promiscuidad de sus mujeres, el desmedido gusto por el alcohol y otros vicios, y hasta la costumbre de comer alimentos demasiados picantes (105), Marcos opina que el nico remedio es institucional:

    Ms y mejores crceles, orfanatos, manicomios y hospitales eran sin duda necesarios para delimitar la esfera de influencia de los viciosos. Pero esto era nicamente el inicio. Sin la instauracin de de colegios disciplinados, programas de higiene e instruccin para el trabajo, la reforma de la sociedad sera imposible. (107)

    Asimismo la burocracia posrevolucionaria requiere orden y disciplina. Para heredar la fortuna de sus padres, Joaqun debe dejar el opio y casarse. Para confirmar su adherencia a estos principios tiene que comparecerse ante agentes oficiales del sistema representados por el psiclogo, Eduardo Oligochea, y el abogado familiar.

    Rivera Garza, a cambio, sugiere una alternativa: el desorden que se manifiesta para cuestionar la supuesta normalidad histrica de la modernidad y refutar las victorias pasadas y presentes del estado (Masters 372). En una entrevista que la autora concedi a un grupo de estudiantes universitarios, ella reconoci que la novela aporta:

    una lectura a contrapelo de las nociones de progreso y modernidad que son parte del discurso hegemnico de la poca. Joaqun Buitrago, como todos los personajes de esta novela, escapa y se desva de esta lnea ascendente y progresiva que lleva hacia el perfeccionamiento ineludible de la experiencia humana. Entonces all hay una idea crtica sobre lo que las emociones humanas causan como obstculo o desviacin de este otro tipo de discurso mucho ms asptico, definitivamente escrito por el poder. Este fracaso, que se lee como fracaso desde el punto de vista de las historias de vidas lineales del poder, es una definicin de lo contradictorio que es la vida cotidiana. Existe como una especie de obstculo o desviacin de este discurso del poder. (Entrevista)

    El caos y la crtica que implica no es novedad para los textos de la revolucin. Desde temprano Mariano Azuela apunta hacia la naturaleza catica del conflicto cuando Alberto Sols, el

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    intelectual escptico de Los de abajo (1915), compara la revolucin al huracn, al viento que arrastra al hombre sin que ste tenga voluntad propia o a la piedra que rueda por el desfiladero. Ibargengoitia hace lo mismo cuando compara el apuro de los generales por establecerse en el poder con los relmpagos de agosto. Estas imgenes evidencian que la presencia del caos se aceptaba como parte ntegra del proceso. Slo despus se construy un relato que retrataba la transformacin poltica del pas como un proceso organizado. El caos fue eliminado a posteriori. Rivera Garza lo recupera para usarlo como instrumento de introspeccin. As, Joaqun y Matilda, desde el desenfrenado desorden de la locura y la drogadiccin, son dos notas que desafinan en el concierto de la nueva ciudad (212).

    Dos notas que desafinan en la historia literaria

    Corresponda a la hegemona historiogrfica descrita arriba una corriente literaria que entroniz la revolucin como materia prima para el desarrollo de una literatura nacional a lo largo del siglo. Luis Leal seala que, carentes de antecedentes literarios que satisfacan las exigencias de la nueva temtica nacional, los primeros autores entre ellos Mariano Azuela, Rafael F. Muoz, Martn Luis Guzmn, Cipriano Alatorre, Francisco Urquizo y otros crearon sus propias normas, forjando una nueva tcnica, un nuevo lenguaje, una nueva visin de la realidad social (vi). Alfredo Pavn describe el enfoque de esta nueva expresin literaria que tendi sus redes en el relato de acciones, en personajes brutales, crueles, temerarios en el habla mexicana de los revolucionarios, de los soldados federales, de las soldaderas, en la geografa tacaa en los trenes y aviones villistas, en los sombreros de palma, en los huaraches, en las carabinas, en la sangre, la violencia, las vsceras, el crimen (xiv).8

    Una segunda ola de escritores de la revolucin contaba entre sus filas a aquellos quienes no haban vivido la guerra en carne propia. Ellos tomaron la guerra como materia prima para sus ficciones despus de 1953

    Estos desarrollos alejaron la narrativa mexicana de los preceptos preciosistas del modernismo caractersticos de las letras finiseculares y aportaron una fuerte dosis de modernidad.

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    8 Tanto Leal como Pavn se refieren directamente al cuento de la revolucin en sus artculos. Es notable que se tiende a hablar de la Novela de la Revolucin sin tomar en cuenta la gran cantidad y calidad de cuentos que surgen durante esta poca. Por esta razn, a lo largo de este ensayo me refiero a la literatura de la revolucin para no cometer el error de olvidar el aporte de los supuestos gneros menores.

    y se vieron obligados a reconstruir la guerra mediante testimonios personales, investigaciones archivsticas, lecturas literarias, memorias populares y la buena educacin estatal. Esta distancia temporal y crtica estableci la novela histrica como modalidad preferida de la literatura de la revolucin. Esta reelaboracin del pasado mediante un proceso

    9 Tpicamente distingo dos perodos de literatura de la revolucin: uno que va de 1911 a 1940 y otro que va de 1953 al presente. La ausencia de textos durante los aos cuarenta se debe sobre todo al cumplimiento de promesas revolucionarias por parte del rgimen cardenista. No haba qu criticar y as, seala Pavn, desaparecieron textos de temas revolucionarios (xv). Es slo despus del sexenio de Miguel Alemn Vsquez, cuando a juicio de muchos la revolucin institucionalizada iba de pique, que los textos de la revolucin recobraron fuerza. Con la publicacin de El llano en llamas (1953) de Juan Rulfo, naci una nueva esttica, desvinculada en cierta medida de los primeros textos por distancia temporal, que se dedicaba a construir por medio de testimonios, documentos e imaginacin los eventos siempre con miras hacia una crtica del estado presente del gobierno institucional. La excepcin ms importante a esta cronologa es Al filo del agua (1947) de Agustn Yez, catalogado en diferentes promociones.

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    investigativo tena como finalidad contextualizar el presente en trminos de un pasado ya remoto. An ms que los textos maderistas y villistas de la generacin previa, estas novelas histricas tienden a ser altamente crticos de la consolidacin estatal y por ello evidencian una marcada desconfianza en las estructuras del poder gubernamental y los proyectos nacionales que surgen de l. Predominan obras de ndole confesional en las que se reconstruye el pasado a base de memorias individuales como en el caso de Hasta no verte, Jess mo (1969) de Elena Poniatowska, o colectivas como en La regin ms transparente (1958) de Carlos Fuentes y Los recuerdos del porvenir (1963) de Elena Garro. Estas memorias forman una especie de tribunal fantasmagrico en tanto que algunas, sobre todo La muerte de Artemio Cruz (1962) de Fuentes y Madero, el otro (1989) o La noche de ngeles (1991) de Ignacio Solares, adquieren un aspecto judicial mediante el empleo de la segunda persona singular con la cual se critican los logros de la revolucin. Tomada como totalidad, entonces, se pueden resumir las caractersticas principales de estos textos subrayando la violencia, la brutalidad, el relato de accin, la corrupcin poltica, la crtica social y el desarrollo de una identidad literaria.

    Estos elementos blicos, por proceder de la revolucin, no aparecen en Nadie me ver llorar. As que conviene preguntar de qu modo la novela de Rivera Garza puede considerarse parte de esta tradicin. Hasta el momento se ha desarrollado la tesis de que reemplazar la historia implica entablar un dilogo tcito con ella. Lo mismo se puede decir del canon literario. Rivera Garza no juega de acuerdo con las normas establecidas. Sobre todo se nota en su rechazo de la historia, pero tambin en la negacin de un proyecto identitario basado en los postulados de la revolucin.

    Tal vez el debate ms importante sobre la trayectoria ideolgica de la literatura mexicana surgi en 1924 a partir de la publicacin de una serie de opiniones sobre el carcter viril de las letras nacionales. Muchos crticos han estudiado los pormenores de este conflicto, entre ellos Robert McKee Irwin en Mexican Masculinities10

    10 Vale la pena apuntar aqu que textos sobre la revolucin no eran los nicos producidos en las dcadas de 1920 y 1930, pero s los preferidos por el gobierno. Observa Irwin: The novel of the revolution was not the only literature being produced in Mexico in the twenties and thirties. It was at times the only literature sanctioned by a government that, since Vasconcelos has initiated the government-supported muralist movement to retell Mexicos history, was increasingly exploiting artistic production as nationalist propaganda. There were, in this same age, authors whose writing never even hinted of the revolution, novelists who undoubtedly were not interested in the topic (140).

    e Ignacio Snchez Prado en Naciones intelectuales. En ambos casos los autores han referido el asunto con esmero y nitidez, as que no ser necesario repasarlo con detalle. Pero s conviene sealar algunos de los puntos ms importantes para orientar el anlisis que sigue. La ciudad letrada sufra una guerra civil entre aquellos escritores que miraban allende de las fronteras nacionales en busca de inspiracin y aquellos que pretendan hallar en la experiencia mexicana una revelacin del ser nacional. No obstante, este debate no se trataba tanto del valor esttico sino de la legitimacin de un sistema de poder gubernamental y el desarrollo de determinada visin de la identidad nacional. Se estableci una preferencia hacia textos masculinos que ensalzaban las hazaas y la hombra a la vez que rechazaba todo aquello que se denominara cosmopolita. Esta dicotoma penda de una falsa analoga que asociaba la masculinidad y la heterosexualidad con lo bueno y lo nacional y,

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    por el contrario, la femineidad y la homosexualidad con lo malo y lo extranjerizante, efectivamente marginando a quienes diferan de la veta nacionalista que proclamaba la masculinidad como emblema identitario. Desde temprano la historia literaria, al igual que la poltica, se construy de manera explcitamente masculina, militar y poltica. Puede que esto explique en parte por qu una obra como Cartucho (1931) de Nellie Campobello, central en nuestras lecturas contemporneas de la revolucin gracias a una revitalizacin de su obra en la dcada de los ochenta, pas desapercibida por la crtica durante varias dcadas. Escritos desde una original mirada infantil, los cuentos intimistas de Cartucho son tan elementales como rotundos; en medio del desastre se permite bordear con inslita ternura el culto a la madre, el dolor por la familia destruida y la curiosidad tantica de la infancia (Domnguez Michael 47-48).

    Las escritoras que surgieron durante la segunda ola buscaban evitar el destino de Campobello escribiendo novelas que obedecan los postulados machistas tradicionales. Hasta las ms atrevidas novelas como Los recuerdos del porvenir de Garro, Hasta no verte Jess mo de Poniatowska y Arrncame la vida (1986) de ngeles Mastretta incluyen batallas, matones, rieleras, funcionarios militares e intrigas polticas. Todos participan de algn modo u otro en la guerra y el proceso de reconciliacin poltica de acuerdo con las normas preestablecidas del gnero. En algunos casos las mujeres adoptan una subjetividad masculina como en Hasta no verte Jess mo, donde Jesusa Palancares se enorgullece de su hombra, pelea junto con los soldados de su batalln, sobresale en el campo de batalla y desprecia a los hombres. Reacia ante la posibilidad de allegarse permanentemente a un hombre o de ser madre, ella carece de las tpicas seas de identidad femenina. A base de estas evidencias, Joel Hancock arguye que Poniatowska crea un personaje femenino distinto, una herona liberada; un modelo digno de emular quien es independiente, autosuficiente, y fuerte tanto fsica como emocionalmente (357). Pero una lectura a contrapelo plantea que Palancares no difiere mucho del modelo masculino establecido por los autores anteriores. Participa del mismo discurso hiperblicamente masculinizado que se nota en La fiesta de las balas de Guzmn o en Oro, caballo, hombre de Muoz. Garro narra, desde la perspectiva microcsmica de Ixtepec, el militarismo callista que condujo a la guerra cristera. Mastretta, por otra parte, crea un personaje femenino capaz de utilizar su femineidad para sobrevivir el melodrama poltico de la posrevolucin. Desde luego se podr afirmar que siendo textos sobre mujeres escritos por mujeres ya representan una significante desviacin del gnero. Como se ha sealado anteriormente, la nica representante femenina de la primera ola fue olvidada durante medio siglo. No obstante, estas ficciones han seguido de cerca los modelos preestablecidos ya sean de ndole militar o poltica.

    La genialidad de Rivera Garza radica precisamente en invertir estas convenciones a favor de otra esttica. Sus personajes no son los habituales tipos sino burcratas, locos, prostitutas, alcohlicos, drogadictos, obreros y campesinos. Las mujeres en Nadie me ver llorar ni cumplen con el programtico destino tradicional ni sacrifican su identidad femenina. Columba Rivera, una doctora con quien Matilda trabaja como asistente, representa la anttesis del proyecto de Marcos: es educada, profesional y soltera. Para el to de Matilda, mandar a las mujeres a la escuela era una prdida de tiempo y una mala inversin [porque] la educacin no slo amedrentaba el

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    innato sentido de abnegacin y sacrificio, las mejores virtudes femeninas, sino que tambin produca legiones de mujeres arrogantes e intiles que, naturalmente, nunca se conseguan marido (109). No obstante permite que la sobrina trabaje con Columba porque el trabajo, como la higiene, puede remediar los males atvicos. Como Columba, Diamantina desafina con la sociedad. Es maestra de piano pero organiza huelgas laborales; tiene amores con Joaqun pero, desde el momento en que ella se re de un verso mojigato de Gutirrez Njera, supo que Diamantina nunca le pertenecera (37). Matilda, por su parte, ejerce de asistente mdica, madre suplente, obrera textil y prostituta. Al final de la novela, escribiendo desde el manicomio, dirige misivas al congreso de la nacin y al presidente, reclamando sus derechos.

    En cuanto a los personajes masculinos de la novela, Rivera Garza nos presenta a hombres desprovistos de la masculinidad hiperblica valorada por los nacionalistas de 1925. Joaqun Buitrago es un fotgrafo opimano dedicado a las reas oscuras de la sociedad mexicana. Se especializa en fotografiar cadveres, prostitutas y locos. Dbil de constitucin, Buitrago no demuestra gran habilidad fsica ni potencia sexual. Eduardo Oligochea, el psiquiatra del manicomio, ms que mdico parece burcrata. Concibe su profesin en trminos poticos, afirmando la importancia de hallar el adjetivo adecuado para describir las enfermedades de los pacientes. Marcos Burgos, to paterno de Matilda, es asimismo mdico, carente de toda actividad fsica. La masculinidad marginal de estos personajes es subrayada alegricamente por sus relaciones sexuales. Irwin seala la importancia del contenido ertico masculino de los textos de la revolucin, y se percibe en Nadie me ver llorar que esto est notablemente ausente. Joaqun concierta amores con dos mujeres, Albertina y Diamantina, pero en ambos casos son encuentros que lo dejan insatisfecho. Su relacin con Matilda es casta. Por su parte, Oligochea disfruta de un amor completamente desprovisto de sexualidad y as cumple con los prerrequisitos de una relacin respetable. Marcos, por su parte, vive un matrimonio felizmente casto gracias a que la buena educacin y el desenfadado inters de su mujer en el sexo sentaron las bases de un matrimonio ms lleno de amistad y compaerismo que de amor. Marcos siempre estuvo satisfecho con su eleccin (104). Al igual que los espacios e historias marginales, estos personajes, tanto masculinos como femeninos, desafinan con el discurso progresista del porfirismo y los gobiernos subsiguientes. Contradicen el progreso, el orden y las nociones masculinas que delimitan el campo histrico.

    A favor de otras historias

    Las celebraciones en torno al centenario han producido un auge de novelas histricas. Joaqun Mortiz ha publicado las novelas biogrficas El seductor de la patria (1999) de Enrique Serna y Victoria (2005) de Eugenio Aguirre.11

    11 Aguirre public Isabel Moctezuma (2008) e Hidalgo (2009) con Martnez Roca. Su primera novela histrica, Gonzalo Guerrero (1980), fue publicada con la UNAM y posteriormente con Alfaguara.

    En los ltimos cinco aos Planeta ha publicado novelas sobre prohombres como Zapata (2006), Morelos: Morir es nada (2007) y Cuauhtmoc: La defensa del Quinto Sol (2008) de Pedro ngel Palou, o Villa: Una biografa narrativa (2006) de Paco Ignacio Taibo II. Hace apenas unos meses Grijalbo Mondadori lanz Jurez: El rostro

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    de piedra (2009) de Eduardo Antonio Parra. Y Alfaguara, por su parte, ha preferido dedicarse a momentos claves como la guerra contra Estados Unidos con La invasin (2005) de Ignacio Solares. Bajo este sello editorial Francisco Martn Moreno, tal vez el novelista histrico ms prolfico de los actuales, genera libros que se convierten en automticos bestsellers, vendiendo aproximadamente cien mil ejemplares de cada obra.12

    Estas novelas reflejan una tendencia hacia la recanonizacin de las figuras y los espacios tpicos de la historiografa mexicana. Al parecer las editoriales estn desempolvando las tumbas de los prceres para reinscribirlos en la imaginacin pblica. En las novelas de Martn Moreno, por ejemplo, predominan la xenofobia, el odio y la disidencia interna. Mxico mutilado (2004) refuerza las peores ficciones fundacionales con vitriolo y sensacionalismo. Como afirma el autor en su prlogo a esta novela, escribe su verdadera historia bajo la influencia de la ira y la rabia. Pero, como sucede a menudo, la ira no provee la objetividad suficiente para retratar esta poca compleja. En una caza de brujas monumental, Mxico mutilado, al igual que Mxico ante Dios (2006), presenta un triunvirato de villanos: los malvados gringos quienes colaboraron con polticos lisonjeros y clrigos avaros. Josefina Zoraida Vsquez elocuentemente enumera mltiples errores y discrepancias en la novela. Ms an, seala el peligro potencial que la ficcin histrica representa al enarbolar como verdades opiniones y emociones personales. Reconociendo el xito fenomenal de Mxico mutilado, Vsquez comenta que

    Este tsunami editorial ha inundado el mercado con representaciones histricas. Pero cabe preguntar qu clase de historia se est narrando.

    desasosiega la versin y el mensaje que trasmite este libro a un pblico desconcertado y lleno de incertidumbres ante las dificultades que la nueva transicin nos presenta. Me queda el temor de que sirva para abonar el cinismo o la decepcin. Eso es algo que le quita el sueo a cualquier educador que sigue confiando y no se rinde a la moda de hablar mal de Mxico. (32)

    Como respuesta a historias petrificadas y carentes de imaginacin, la novela de Rivera Garza afirma que la revolucin como mito e historia ya no satisface las exigencias de la narracin nacional. Lleg el momento de desplazarla y tambin a la historia oficial que surge tanto de la novela de la Revolucin como de aquellas que narran con leves alteraciones los eventos tpicos de la historiografa mexicana a favor de otras historias igualmente autnticas que explican el presente.

    Obras citadas Aguilar Camn, Hctor y Lorenzo Meyer. A la sombra de la Revolucin Mexicana. 33 ed.

    Mxico: Cal y Arena, 2004.

    12 Obtuve estas cifras de la misma editorial.

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    Alamn, Lucas. Historia de Mjico desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el ao de 1808, hasta la poca presente. Mxico: Talleres Tipogrficos de El Tiempo, 1989.

    Azuela, Mariano. Los de abajo. 45 ed. Mxico: FCE, 2006. Barrn de Morn, Concepcin. Mi libro de cuarto ao: Historia y civismo. Mxico: Comisin

    Nacional de los Libros de Textos Gratuitos, 1960. Burke, Peter. History as Allegory. Inti: Revista de Literatura Hispnica 45 (1997): 337-51. Domnguez Michael, Christopher, ed. Antologa de la narrativa mexicana del siglo XX. Vol. 1.

    Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 1989. Garro, Elena. Los recuerdos del porvenir. 23 ed. Mxico: Joaqun Mortiz, 2006. Hale, Charles A. Emilio Rebasa and the Survival of Porfirian Liberalism. Stanford: Stanford UP,

    2008. ---. Mexican Liberalism in the Age of Mora, 1821-1853. New Haven: Yale UP, 1968. Hancock, Joel. Elena Poniatowskas Hasta no verte Jess mo: The Remaking of the Image of

    Woman. Hispania 66 (3): 353-59. Irwin, Robert McKee. Mexican Masculinities. Minneapolis: U of Minnesota P, 2003. Krauze, Enrique. Biografa del poder. Mexico: Tusquets, 2004. Leal, Luis. Cuentos de la revolucin. 3 ed. Mxico: Universidad Nacional Autnoma de Mxico,

    1993. Mastretta, ngeles. Arrncame la vida. Mxico: Ediciones Ocano, 1986. Martn Moreno, Francisco. Mxico mutilado. Mxico: Alfaguara, 2004. Monsivis, Carlos. Cmo se dice Mxico en espaol, lenguas indgenas y espanglish?

    Proceso 19 September 2004: 14-15. Mora, Jos Mara Luis. Mxico y sus revoluciones. Vol 3. Mxico: Fondo de Cultura Econmica,

    1986.

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    Pani, Erika. Para mexicanizar el segundo imperio: el imaginario poltico de los imperialistas.

    Mxico: El Colegio de Mxico y Centro de Estudios Histricos, 2001. Pavn, Alfredo. Prlogo. Cuento mexicano moderno. Ed. Cluff, Russell M. y Alfredo Pavn,

    Mxico: Aldus. ix-xxii. Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. New York: Penguin, 1997. Poniatowska, Elena. Hasta no verte Jess mo. Mxico: Era, 1969. Rivera Garza, Cristina. The Masters of the Streets: Bodies, Power, and Modernity in Mexico,

    1867-1930. Ph.D. Dissertation. University of Houston, 1995. ---. Nadie me ver llorar. Mxico: Tusquets, 1999. ---. Entrevista. Wake Forest University, Winston-Salem, North Carolina. 13 de noviembre de

    2008. Snchez Prado, Ignacio M. Naciones intelectuales. Los fundamentos de la modernidad literaria

    mexicana (1917-1959). West Lafayette: Purdue UP, 2009. Sierra, Justo. Evolucin poltica del pueblo mexicano. (1900-1902). Caracas: Biblioteca

    Ayacucho, 1977. Vsquez, Josefina Zoraida. Verdades y mentiras de Mxico mutilado. Letras Libres (May

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    Baltimore: John Hopkins UP, 1987.