Crianzas y Estilos Educativos

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1 014-01-03 Crianza y estilos educativos. Introducción ¿Qué aporta realmente la familia, la comunidad inmediata o los grupos primarios de desarrollo y formación? ¿Cuáles son los elementos que dependen de la unidad familiar? En el proceso de socialización familiar convergen numerosas variables relativas a la interacción entre sus miembros que van más allá de relaciones diádicas en los modos de ejercer la autoridad, en la manera de expresar los sentimientos o las emociones, en la resolución de conflictos, o en la transmisión de valores o normas, que configuran diferentes formas de funcionamiento familiar. Por ello, no basta estudiar y centrarse por separado en la acción o la influencia de un individuo para que podamos ver en qué consiste la educación y la buena educación. Se necesita estudiar y centrarse en la acción educativa de la familia, entendida como una comunidad compleja que tiene un fin intencional, social, perfectivo, orientado hacia un fin en sus hijos. Esta interacción familiar se va a dar de modos distintos, o lo que es lo mismo, van a darse modelos diferentes de relación y de procesos de educación expresa intencional. En este entorno familiar aparecerán también consecuencias no previstas y/o no queridas desde el punto de vista educativo, acciones que son muchas veces más educativas que las previstas y que van a ser necesarias analizar, si queremos atender a la educación familiar de forma global y en toda su profundidad. Con el estudio de este segundo tema se tratará de dar alguna pincelada sobre los elementos comunes que sirven para estudiar cualquier estilo educativo y una de las tipologías más comúnmente empleada para entender la familia como comunidad. Consideraciones previas La evolución que está experimentando la familia se percibe incluso externamente como es en la reducción del número de miembros que la componen (Rodríguez, 2005). Este no es el elemento fundamental que decide o hace depender los distintos estilos educativos que existen en la familia, dado que no depende exclusivamente del número de miembros para que se promueva lo relacional del mismo modo. Por ejemplo, contando con el mismo número de miembros podemos encontrarnos varios tipos de relaciones familiares. Así hablamos de: Familia indivisa, denominada también patriarcal, en la que los hermanos viven unidos bajo la autoridad de un patriarca común y forman parte de la misma casa. Familia troncal. Un solo hijo, varón si es posible para perpetua el nombre,

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014-01-03 Crianza y estilos educativos.

Introducción

¿Qué aporta realmente la familia, la comunidad inmediata o los grupos primarios de desarrollo y formación? ¿Cuáles son los elementos que dependen de la unidad familiar? En el proceso de socialización familiar convergen numerosas variables relativas a la interacción entre sus miembros que van más allá de relaciones diádicas en los modos de ejercer la autoridad, en la manera de expresar los sentimientos o las emociones, en la resolución de conflictos, o en la transmisión de valores o normas, que configuran diferentes formas de funcionamiento familiar. Por ello, no basta estudiar y centrarse por separado en la acción o la influencia de un individuo para que podamos ver en qué consiste la educación y la buena educación. Se necesita estudiar y centrarse en la acción educativa de la familia, entendida como una comunidad compleja que tiene un fin intencional, social, perfectivo, orientado hacia un fin en sus hijos.

Esta interacción familiar se va a dar de modos distintos, o lo que es lo mismo, van a darse modelos diferentes de relación y de procesos de educación expresa intencional. En este entorno familiar aparecerán también consecuencias no previstas y/o no queridas desde el punto de vista educativo, acciones que son muchas veces más educativas que las previstas y que van a ser necesarias analizar, si queremos atender a la educación familiar de forma global y en toda su profundidad. Con el estudio de este segundo tema se tratará de dar alguna pincelada sobre los elementos comunes que sirven para estudiar cualquier estilo educativo y una de las tipologías más comúnmente empleada para entender la familia como comunidad.

Consideraciones previas

La evolución que está experimentando la familia se percibe incluso externamente como es en la reducción del número de miembros que la componen (Rodríguez, 2005). Este no es el elemento fundamental que decide o hace depender los distintos estilos educativos que existen en la familia, dado que no depende exclusivamente del número de miembros para que se promueva lo relacional del mismo modo. Por ejemplo, contando con el mismo número de miembros podemos encontrarnos varios tipos de relaciones familiares. Así hablamos de:

• Familia indivisa, denominada también patriarcal, en la que los hermanos viven unidos bajo la autoridad de un patriarca común y forman parte de la misma casa.

• Familia troncal. Un solo hijo, varón si es posible para perpetua el nombre,

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recibe toda la herencia. Las hijas e hijos pequeños, si los hay, pueden disponer del dote y vivir en otro sitio.

• Familia nuclear igualitaria, formada por el matrimonio de los cónyuges y llamada a desaparecer cuando mueren los progenitores. Existe igualdad entre los herederos y se instaura en neolocalismo de los hogares.

• Familia nuclear absoluta, que separa a los hijos de la tutela de los padres muy pronto, quienes disfrutan de su libertad absoluta para legar sus riquezas a quienes quieran.

• Familia reorganizada, fruto de los sucesivos enlaces que los cónyuges pueden alcanzar con personas distintas de aquellas con las que, en un principio, contrajeron matrimonio. Los hijos, en esta situación, carecen con frecuencia, de un hogar principal y se distribuyen entre el del padre o el de la madre sin que exista una norma fija.

• Familias matrifocales, las que han implantado la línea materna como fundamento de la estructura familiar. Madres, hijas, nietas, aseguran la estabilidad necesaria y gobiernan la casa (Rodríguez Neira, 2003, p. 17, en Gervilla ed.).

Desde los años setenta, el estudio de la familia se está abordando desde esta visión sociológica, en cuanto se reconocen las relaciones y las interacciones entre los miembros, a distintos niveles (Bronfenbrenner, 1979; Sameroff y Chandler, 1975). Sin embargo, para entender las relaciones familiares en toda su complejidad no nos basta. Por consiguiente, a la hora de analizar el sistema educativo familiar no nos vamos limitar en analizar las relaciones diádicas aisladas, ni siquiera al estudio de los miembros desde un solo punto de vista (psicológico o pedagógico), sino que estudiaremos la familia como un contexto complejo donde se produce un conjunto de relaciones interpersonales recíprocas que, a su vez, están influidas por el entorno donde se desarrollan, y en donde las personas van a reaccionar de forma distinta ante los mismos acontecimientos. Es lo que se conoce como resiliencia (Wilkes y Grochowski, 2006).

Partimos de la premisa que sea cual sea el tipo o el modo de agrupación de la familia,

debemos considerar que el cometido1 de la familia va a ser el mismo:

1) Formación de una comunidad de personas;

2) Servicio a la vida;

3) Participación en el desarrollo de la sociedad;

4) Participación en la vida y misión de la Iglesia (Juan Pablo II, 2000).

Bajo esta perspectiva, y con los puntos que abordaremos en el siguiente apartado se tratará de poner de manifiesto que el desarrollo de la personalidad del niño está íntimamente relacionado con los estilos educativos que se promueven en el entorno familiar, más que con la mera composición en número de los miembros de la familia. Desde este punto de vista se tratará de ver los elementos comunes que sirven para orientar a las familias hacia la buena educación de los hijos. Sabemos que contamos con el entorno formal de aprendizaje para este cometido. Sin embargo, y a pesar de que los padres deleguen parte de sus funciones educativas y formativas a la escuela, el contexto donde se desarrolla una parte fundamental de su aprendizaje va a ser en la familia. Por tanto, el modo en que se disponga su educación y cómo actúen y se relacionen los miembros de la familia en estos primeros años afectará e incluso determinará su comportamiento. En consecuencia, es imprescindible referirse a estas relaciones para poder entender su desarrollo evolutivo.

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Lo que hay de común en todas las familias es que en todas ellas se debe asumir el rol de paternidad y la maternidad (y con ello aparecerá el tema sobre el distinto papel de padre y madre en la tarea de educar al hijo, la problemática de la educación de los hijos ante una ruptura conyugal, o la interferencia de otros agentes que actúan a la vez que los padres –el grupo de iguales o la escuela-), además del rol de la filiación. En función de cómo se asuman los roles de paternidad y de maternidad, los estilos educativos resultantes serán totalmente diferentes.

No nos vamos a detener a analizar las tres formas por las que se pueden clasificar las familias:

1) La dimensión institucional, que indica que la familia se considera como una institución regida por una serie de normas que la separan de otras instituciones sociales ya la que se le otorga unos cometidos concretos.

2) La dimensión grupal y relacional, en cuanto que la familia es un grupo humano producido por un orden de relaciones claramente definidas. No es como un club de amigos, ni como una corporación financiera, ni siquiera puede decirse que esta estructura es amorfa o neutral: repercute sobre las personas y condiciona sus vidas.

3) La dimensión personal, es decir que quienes conforman una familia resultarán afectados por la estructura a la que deben someterse, pero no por ello sus vidas, sus ambiciones, sus proyectos, serán eliminados.

Sí vamos a describir, en cambio, que la familia tiene una dimensión educativa permanente, que se desprende de su misma naturaleza tal, y como hemos visto en el primer tema de esta unidad didáctica. Desde esta dimensión es preciso encontrar unos elementos mínimos, imprescindibles, para que podamos hablar desde los mismos criterios de un modelo de actuación en la familia para el desempeño de los roles de paternidad, la maternidad y la filiación. Estos elementos mínimos parten de la noción de que la familia humana es el ámbito natural para la coexistencia. Como señalan Altarejos, Rodríguez y Bernal (2005, p. 81): “Esta coexistencia de la persona puede realizarse en la convivencia familiar de modo natural, sin tener que mediar reflexiones “concienciadoras” para las acciones de quienes formar cada familia. A un hijo no le hace falta concienciarse de que su padre o su madre es tal, simplemente los reconoce como tales, los acepta y convive con ellos coexistiendo. Todas las características positivas sobre la identidad y la coexistencia se revelan como las pautas ordinarias de la convivencia familiar”. En esa convivencia familiar se producirá un entramado de relaciones individuales, o mejor dicho, interpersonales.

Estos autores añaden: “En el seno de la convivencia familiar, la consustancial apertura a la diversidad que entraña la coexistencia se realiza originaria y naturalmente mediante la aceptación y la donación a otras personas, distintas en su ser, pero partícipes del mismo origen. Por eso, en la educación familiar se comunica experiencialmente –al margen y sin necesidad de una enseñanza formalizada- que unidad y diversidad no sólo son posibles, sino necesarias; que la educación familiar es esencialmente propuesta y los hijos quienes adquieren, al saber buscar bien y saber buscar el bien, en aquello que se les propone; que la complementariedad es la vía segura para una convivencia sin concesiones de tolerancia o de solidaridad, sino mucho más allá: de una convivencia cuya ética aglutinadora radica en la aceptación-donación de la coexistencia personal” (Altarejos, Rodríguez y Bernal, 2005, p. 84).

En este sentido, y tal y como apunta Bernal (2005, p. 127), “lo que hace que la familia no sea una agregación de seres humanos por razones de mera subsistencia lo revela

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el hecho de que en esa vinculación se persigan otros fines. Nos unimos para que cada uno viva, o para que cada uno bien viva, o para que cada uno viva bien. De suyo no son excluyentes los tres fines. El primero se refiere a la subsistencia, el segundo al bienestar, y el tercero apunta a la incorporación de bienes superiores en los que sobresale el amor. (…). Las relaciones familiares tienen en sus extremos a sujetos que se pueden afirmar recíprocamente por ser quienes son y no por ser cómo son, aunque en la fluidez de la relacionalidad repercuta claramente cómo son los individuos. Este principio se cumple para los cónyuges entre sí, para los padres respecto a los hijos, los hijos respecto a los padres, los hermanos entre sí, abuelos y nietos, tíos, sobrinos, primos, etc. Las posibles afirmaciones de unos a otros se multiplican según los miembros de una familia y se establecen con más o menos intensidad dependiendo de muchos factores que enmarcan la cuestión fundamental para afirmarse los seres humanos entre sí: elegir querer al otro y procurar todo lo posible para promover su bien completo. A esta elección y a su mantenimiento se le llama amor.

En el seno familiar, en este familiar ámbito, se desenvuelven los radicales de ser persona; es el lugar de la coexistencia en el que es posible y natural –propio de la naturaleza humana- el amor, para aceptar la existencia de las personas y contribuir a su potencialidad; se eleva la propia libertad –el grado más alto de libertad consiste en disponer de sí para darse- y se hace para promover la libertad del otro. Se comprende la gratuidad, la reciprocidad. Se vive la dependencia recíproca de las personas que fundamenta la pertenencia personal. Se hace de la dependencia ocasión de independencia bien entendida, compatible con la vida social: “el reconocimiento de la dependencia es la clave de la independencia”. El vínculo “personal” no limita la acción sino que es fuente de acciones personales.

La familia, en este sentido se puede entender como comunidad; cada miembro trasciende su yo y hace un “nosotros”. Cada persona va más allá de sí cuando entra en comunión con otro yo: como mujer, como marido, como padre, como madre, como hijo y como hija. De esta comunión de un yo con otro yo, se pasa a la referencia de ese yo con los otros yo como otros, fraguando comunidad. El yo se encuentra en el nosotros de una manera más plena como persona. La persona buscando el bien común no sólo no pierde el propio sino que confirma que es persona. El “nosotros” se define por sus vínculos de pertenencia por los que se deben crear las condiciones para que cada quien sea quien es; tan importante es conseguir ese bien para todos como colaborar para conseguirlo coexistiendo.

Los miembros de una familia se trascienden en familia y ésta se trasciende en la sociedad. El paso de la multi-subjetividad a la subjetividad de muchos es el verdadero sentido del nosotros. Ese “nosotros” tienen en la familia su origen. Se justifica examinando la profundidad de las relaciones familiares”.

Por tanto, y precisamente por este sentido de comunidad se puede afirmar que “no hay una familia modelo, sino modelos de familia” o, lo que es lo mismo, distintos modos de coexistir porque en el mismo ámbito educativo los roles son vividos y asumidos de forma distinta. Dejando de lado el tema de la diversidad de formas familiares (familia divorcista, parejas de hecho o familia monoparental) existen distintos estilos que pueden adoptar las relaciones familiares.

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Definición y clasificación de estilo educativo

Definición de estilo educativo

Los lazos que se establecen en las familias no son sólo biológicos. El ser humano está rodeado de categorías de parentesco para dar significado a su vida familiar, estableciendo roles, identidades y estructuras en relación a otros seres con los que mantiene determinados tipos de interacción. Como se señala en la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio (1991, nº 15): "En el matrimonio y en la familia se constituye un conjunto de relaciones interpersonales -relación conyugal, paternidad-maternidad, filiación, fraternidad- mediante las cuales toda persona humana queda introducida en la "familia humana"(…)." Precisamente de cómo se establezcan estas relaciones deriva el estilo educativo que nos encontremos en la familia.

Se podría definir estilo educativo como “los esquemas prácticos que reducen las múltiples y minuciosas pautas educativas paternas a unas pocas dimensiones básicas que, cruzadas entre sí, en diferentes combinaciones, dan lugar a diversos tipos habituales de educación familiar” (Coloma, 1993, p. 48). Concretamente, los estilos educativos familiares son el eje fundamental por el que se puede analizar la interacción paterno-filial, y en torno al cual se distribuye el contenido y se delimitan formas, estrategias, procedimientos y expectativas de la educación.

Estos estilos educativos son los que van a influir, no determinar, la configuración de la personalidad de los hijos. Si bien hay que señalar que los estilos educativos nunca se dan como tales en estado puro, de hecho son modelos teóricos que nos ayudan a estudiar la realidad y en los que aparecen variaciones dentro de amplios márgenes. En cualquier caso, partimos de que "por encima de estas características, no puede olvidarse que el elemento más radical, que determina el deber educativo de los padres, es el amor paterno y materno que encuentra en la acción educativa su realización, al hacer pleno y perfecto el servicio a la vida. El amor de los padres se transforma de fuente en alma, y por consiguiente, en norma que inspira y guía toda la acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de dulzura, constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto más precioso del amor" (Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, 1991, n 36).

Clasificación de estilo educativo

Entendemos que la acción educativa se inscribe dentro de las acciones que intencionalmente buscan y tienden a producir el efecto propuesto (en este caso, la buena educación de los hijos) si se ajustan a unas específicas reglas de acción. De este modo podemos decir que la acción educativa es una acción intencional de acuerdo a fines, aunque los fines perseguidos por el padre o la madre pueden situarse a distintos niveles de implicación. Se ha dado una vasta producción bibliográfica acerca de la clasificación posible de estilos con que los padres abordan esta implicación. Maccoby y Martin (1983) hablan de dos grandes dimensiones previas que se entrecruzan para poder analizar los estilos:

1. Grado de afecto y comunicación. Se puede diferenciar un estilo educativo entre unos padres y otros según el tono emocional que se fomenten en las relaciones padres-hijos, según la sintonía que exista entre ellos, y según el nivel de intercambio y comunicación de su relación. La tendencia habitual paterna a

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responder a las necesidades detectadas en los hijos e incluye también la accesibilidad e implicación afectiva paternas, reciprocidad y comunicación abierta padres-hijos.

2. Control y exigencia. Otra de las dimensiones a partir de la cual se puede analizar el estilo educativo familiar es la disciplina y la exigencia, entendidos como rigor paterno, es decir, si los padres son más o menos exigentes a la hora de plantear temas que supongan un reto para los niños, si controlan la conducta del niño, si establecen o no reglas, y si exigen su cumplimiento de forma firme y coherente.

Estas dos grandes dimensiones pueden ser asumidas en la familia de forma consciente o inconsciente, promoviendo un ambiente en el que los roles de paternidad, de maternidad y de filiación estén definidos. En este sentido se han diferenciado tres tipos de ambientes combinando las oportunidades de desequilibrio y las de re equilibración en los roles. A) Ambiente aleatorio o débilmente estructurado, en el que no existen normas claras de funcionamiento ni roles paternos, maternos o filiales definidos. B) Ambiente rígidamente estructurado, en el que puede darse que las normas priman sobre el afecto y la comunicación. C) Ambiente flexiblemente estructurado, en el que se mantiene un cierto equilibrio entre roles y misiones de cada uno de los componentes de la familia. Cuanto más débiles sean asumidos los roles en las familias mayores problemas habrá a la hora de hablar de estilos educativos positivos.

Si bien para someter a análisis las relaciones y los estilos familiares se requiere teorizar sobre ellos, la realidad es mucho más rica y no se ciñe a clasificaciones. Por tanto, podemos hablar de un continuum y de una mezcla entre las distintas dimensiones y estructuras mencionadas.

En cualquier caso, según se manifieste el control y la exigencia, junto con el grado de afecto y de comunicación y la equilibración de los roles podemos distinguir los siguientes estilos educativos:

1) En primer lugar, aparece un primer grupo de padres que pertenecerían a un estilo de familia coercitivo y con bajo nivel de implicación en la educación de sus hijos, en el que el castigo y el estatus de poder suplen las verdaderas funciones de los padres. Este estilo se caracteriza por la dureza, frialdad y falta de implicación en la relación real entre padres-hijos. Este estilo de familia se caracteriza principalmente porque existen unos valores muy altos en control y exigencia en todos sus miembros, a la vez que muy bajos en afecto y comunicación. Los hijos temen expresar abiertamente sus afectos, al igual que sus padres, que tienen poco en cuenta los intereses reales de los hijos. En algunas ocasiones, su grado de poder se confunde en una afirmación de poder: se imponen las normas sin ninguna explicación. En este sentido la familia se sostiene por el autoritarismo más que por la autoridad que el rol de padre y madre tienen conferidos. Se emplea la amenaza y el castigo, aunque ni los castigos ni los mandatos son razonados ni coherentes. Los padres definen las necesidades de sus hijos pero sin intervención de estos últimos. La comunicación es unidireccional y cerrada. El grado de implicación de los padres en la vida de los hijos es intenso, pero es percibido en el hijo como intrusismo. Dentro de él se puede distinguir el estilo represivo, que es el que va acompañado de castigos y sanciones, impone las pautas de conducta con rigidez, absolutismo y acatamiento indiscutible, dificultando la relación fluida, confiada y recíproca. Por tanto, la configuración del yo, en este supuesto, es

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obstaculizada, porque dificulta la autonomía personal, la creatividad y la espontaneidad.

2) Aparece un segundo grupo que hace referencia a un estilo social integrativo o democrático. Los ítems reflejan distintas pautas fundamentales de la participación y el diálogo. Se trata de un estilo de familia que posibilita las habilidades positivas de comunicación, tanto a nivel individual como grupal, la cohesión y adaptabilidad familiar y social. Este estilo se une con el autoritativo-recíproco que se verá más adelante. En las familias en las que rige este estilo, los padres ejercen un control firme, consistente y razonado. Los padres establecen con claridad el principio de reciprocidad, pues parten de la aceptación de los derechos y deberes del niño, pero exigen a la vez que los hijos acepten también los derechos y deberes paternos. Las relaciones padres-hijos son, sobre todo al principio, asimétricas. Los padres aceptan esa realidad y ejercen consciente y responsablemente la autoridad y el liderazgo que les corresponde como padres y como adultos. Sin embargo, la coherencia de sus directrices hace que los hijos declaren en los estudios empíricos que no sienten el control paterno como rígido y se atienen a las normas paternas voluntariamente. El móvil paterno para la toma de iniciativa de los padres y el carácter dialogado y razonado de las mismas hacen que este estilo educativo sea calificado como centrado en los hijos. La implicación afectiva paterna y materna se expresa en la disposición y prontitud de los padres a responder a las necesidades de los hijos. Se manifiesta también en el interés de los padres por mantener el calor afectivo en sus relaciones con los hijos. La reciprocidad se expresa en la comunicación frecuente, una comunicación que es bidireccional y abierta. También se le ha denominado estilo inductivo de apoyo, por defender valores positivos, porque hace referencia a un estilo con pautas de diálogo, compromiso e implicación con los hijos. Estamos ante las familias en que los niños perciben, sin duda, que tienen un sitio en su hogar donde se alaba su comportamiento y se le proporciona apoyo afectivo, donde existe un clima de diálogo y comunicación compartida, en que se procura no crear tensiones, y donde se comprende la importancia que para su desarrollo tiene sentirse querido y aceptado. Por tanto, en el estilo democrático existen unos niveles de afecto y de comunicación altos. Se mantiene una relación cálida, afectuosa y comunicativa, al mismo tiempo que hay un grado de exigencia y firmeza en las decisiones. Se suelen establecer normas en la familia que se mantienen de forma coherente, aunque no rígida. Asimismo, se prefieren las técnicas inductivas, antes que el razonamiento o la explicación. Se les exigen retos a los hijos que los padres saben que pueden cumplir, a la vez que se les estimula a afrontar nuevos retos. El sentido de autoridad no tiene nada que ver con el autoritarismo, sino que fija normas de conducta con flexibilidad y comprensión, fruto del diálogo, en cuanto lo permita la edad y el desarrollo intelectual y emocional. Es el estilo más maduro, porque fomenta la autoestima en los hijos, respeta sus derechos, desarrolla la tolerancia, despierta el juicio crítico, escucha las propuestas razonables de la descendencia y niega o se opone a las conductas incorrectas.

3) En tercer lugar, nos encontramos con un estilo que se define desde la permisividad. Se trata de un estilo basado en el laissez-faire, y en la consideración del niño como ser individual con unas características propias, con capacidad para participar en la toma de decisiones familiares. Este tipo de padres piensa que hay que dejar hacer a los niños, sin control y sin establecer

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límites, dentro de amplios márgenes, mientras no se pongan en peligro el contar con la opinión de los niños para tomar decisiones y crear un clima de comunicación en casa en el que todo pueda hablarse. Este estilo también se ha denominado anárquico, porque la autoridad en la familia carece de sentido. En definitiva estamos ante un estilo de familia que se caracteriza por la ausencia de límites, falta de referentes normativos donde ausentar la conducta y ausencia de autoridad. Lógicamente, la ausencia de normas comporta un relativismo axiológico: todo está permitido y, por lo tanto, todo se valora en el mismo plano. Este estilo permisivo se caracteriza por altos niveles de afecto y comunicación que hay entre los miembros, unidos a la ausencia de control y exigencias de madurez. Los padres no acentúan la autoridad paterna: son los deseos del niño los que se imponen y los que dirigen la interacción adulto-niño. Los padres son poco propensos a establecer normas, plantear exigencias o ejercer control sobre la conducta de su hijo, aunque lo desean. Los hijos experimentan las ventajas de la implicación afectiva, la falta de autodominio, de control, de logros escolares, lo que es lo mismo, es el opuesto o contrario al represivo. Los padres, a fuerza de ser condescendientes y tolerantes, claudican y acatan conductas improcedentes de sus hijos, aun en edades en las que los niños son incapaces de discernir lo bueno de lo malo, lo beneficioso de lo pernicioso, lo saludable de lo perjudicial, etc. Los niños se ven privados de seguridad, emanada de las pautas fijas y con pocas excepciones, incubando, con mucha probabilidad, personalidades inmaduras. Del mismo modo nos podemos encontrar situaciones con estilos de interacción familiar que denotan inhibición, abandono afectivo, frialdad, inconsistencia normativa y falta de autoridad. Todas y cada una de estas pautas pueden tener consecuencias graves para el desarrollo de los hijos.

4) En cuarto lugar, otro estilo de padres pueden adoptar el estilo educativo contradictorio o negligente. Saturado con ítems que hacen referencia a pautas como “frecuentemente decimos una cosa a nuestros hijos y hacemos otra”, con frecuencia la madre pone un castigo y el padre lo levanta, o los padres están tan ocupados que no tienen tiempo para preocuparse por los hijos. Hay contradicción a la hora de establecer la escala de actuación. Son padres con poca implicación en las tareas educativas de su hijo. Hay frialdad, distanciamiento y escasa sensibilidad a las necesidades de los niños. No establecen normas estrictas y minuciosas ni en la distribución de tareas ni en los horarios dentro del hogar. Generalmente hay una ausencia de normas y exigencia, pero cuando se dan cuenta, quieren ejercer un control excesivo, no justificado e incoherente. Los padres dejan que los hijos hagan lo que quieran con tal de que no les compliquen a ellos. Los hijos cuando sean más mayores, al no encontrar apoyo, lo buscarán en el grupo de iguales.

De todos modos, debemos entender que las relaciones familiares están sometidas a de influencias múltiples (Palacios, 1999), lo que implica que las relaciones paterno-filiales son bidireccionales y pueden estar sujetas a constantes cambios.

Características de los estilos educativos

Todos los padres quieren educar bien a sus hijos, y esto pasa por saber ejercer la

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autoridad correctamente. Como señala Coloma (1993), el asunto será ver la intensidad, forma, dirección de este control. La cuestión es que, conociendo el desarrollo del niño, los padres sepan qué tipo de control de qué modo es conveniente ejercer sobre el niño, contando con que esto no es lo único que se deberá tener en cuenta, como ya se ha citado con anterioridad.

En definitiva, ¿cuáles son las características de un estilo educativo es positivo? Cada hijo es él mismo, con sus características personales, sus ritmos, sus capacidades. No hay dos hermanos iguales pese a que sean tratados de forma idéntica, y eso ha de llevar a los padres a reconocer y aceptar a cada uno de sus hijos como es, y a procurar para cada uno de ellos aquello que necesitan, que puede ser diferente en cada uno. La responsabilidad como padres es la de formar personas, de formar a hijos responsables y libres de su desarrollo personal y social. A continuación se indican algunos aspectos identificativos de un estilo educativo adecuado.

1. Un estilo educativo es adecuado cuando en el niño se está desarrollando un autoconcepto equilibrado, realista y positivo. Los niños deben adquirir una imagen propia de sí mismos, como fruto de lo que sus padres les ayuden a desarrollar, pero sin que éstos se lo impongan ni creen una falsa identidad a su hijo. Los hijos crean su propia identidad a partir de lo que los demás y ellos mismos se reconocen. Por tanto, los padres deben ayudar a sus hijos a que se conozcan, a que se equivoquen, a que sepan dónde fallan y cuáles son sus principales virtudes, desde la más temprana infancia, y a saberse aceptar tal cual son. Si los padres les ayudan a clarificar estos aspectos el hijo podrá desarrollar un concepto realista de sí mismo y actuar en consecuencia.

Para tal fin, los padres deben enseñarle al niño lo que está bien y lo que está mal y compensarles en función de ello, porque los niños necesitan saberlo. Si no se lo dicen o se lo hacen saber con su comportamiento externo, los hijos elaborarán su propia escala de valores en función de lo que perciban. La importancia de emplear bien tanto los premios como los castigos es fundamental en este punto: si los padres solamente utilizan el castigo porque se fijan únicamente en lo que el niño ha hecho mal, lo único que conseguirán a corto plazo es que el niño o bien se inhiba a la hora de actuar porque piense que todo lo que hace es incorrecto, o bien que el hijo actúe olvidándose de la moralidad de su acto y que asuma que haga lo que haga siempre va a dar igual.

Del mismo modo, si los padres no establecen límites claros en las actuaciones de sus hijos y les alaban cualquier actuación, sea cual sea, y les comparan con el resto de los compañeros, los hijos podrán deducir que todo vale y que se merecen lo mejor o que son los mejores por encima de sus compañeros, por lo que la exigencia de los hijos a los padres en edades venideras vendrá como consecuencia de este planteamiento. Por tanto, no felicitar, felicitar de forma excesiva o hacerlo comparándolo con otros puede llevar a crear una imagen falsa de sí mismo que no le va a proporcionar la seguridad personal que precisa para actuar de forma autónoma y responsable. La construcción de la propia identidad de los niños, de saber quiénes son, de conocer qué rol les corresponde asumir en cada momento y cómo son ellos mismos va a ser vital en estos primeros años, para que ellos mismos se conozcan, se acepten tal y como son, y en consecuencia se defiendan así ante el resto de sus compañeros.

2. Un estilo educativo es adecuado cuando las prácticas construyen un ego

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independiente, capaz de valerse por sí mismo. La educación familiar deberá fomentar el desarrollo de la personalidad de sus miembros, encontrando un equilibrio entre el desamparo y el grado de autonomía. Ser protector no siempre se relaciona con saber actuar para educar correctamente a los hijos. En el caso de que los padres trataran de controlar los amigos de sus hijos de una forma desmesurada y constante, pidiendo en cada momento que su hijo rindiera cuenta de ello, no se fomentaría otra cosa en sus hijos que la falta de la libertad. Los padres, llevados por un afán de protegerles de las malas compañías y con el deseo de ser buenos padres y de evitarles problemas mayores, no harían otra cosa que ocultar el miedo que tienen como padres y de no fomentar la responsabilidad y la autonomía de sus hijos. Es decir: educar es distinto a proteger.

3. Un estilo educativo es adecuado cuando se logra una disposición hacia el esfuerzo personal, la autosuperación, la libertad. Los hijos deben aprender a sufrir, a que se les diga que no algunas veces ante lo que no les conviene y a no salirse siempre con la suya. Los padres deberán ser capaces de decidir ante qué deben consentir y ante qué cosas deben negarse, con el fin de que los hijos sean capaces de proponerse retos y de superar los esfuerzos que esos retos conllevan. Del mismo modo, los hijos deben aprender a guiarse no sólo por el sentimiento, por lo que les apetece en cada momento, sino por lo que deben hacer, por la voluntad. Por ello los padres deben ayudar a fomentar en sus hijos el esfuerzo personal, la autosuperación, el ponerse metas que puedan alcanzarse con el esfuerzo que implica vencerse a uno mismo.

4. Un estilo educativo es adecuado cuando se suscita un sano sentido de responsabilidad y de compromiso personal, con el consiguiente conocimiento de sus propias acciones y con la asunción de sus consecuencias. Los padres deben dejar claro el límite entre lo que está bien y lo que está mal en sus hijos, manteniendo siempre los mismos criterios y actuando los padres en consecuencia con esos criterios. De este modo, los hijos se sentirán interpelados a seguir esta escala de valores y tendrán sanos y coherentes modelos que imitar. Ante estas actuaciones los padres podrán pedir cuenta de los actos de los hijos, y premiarles o reprenderles en consecuencia. De nada sirve que los padres traten de fomentar que sus hijos sean fuertes ante las dificultades cuando los padres se están quejando ante cualquier circunstancia.

5. Un estilo educativo es adecuado cuando se promueve una educación cívica, un sentimiento positivo hacia el desempeño de sus roles sociales. Si los padres son capaces de fomentar valores que vayan más allá del beneficio de su hijo, en cuanto a no complacer todos sus caprichos, en hacerle ver que su hijo no es el único que tiene derecho a recibir algo en la vida, el hijo luego será capaz de transmitir estos valores a la sociedad, y se preocupará de los demás del mismo modo que sus padres se han preocupado por él y por los demás. De igual modo, la gratificación de los padres ante actuaciones solidarias debe tenerse en cuenta en un estilo educativo positivo.

Por todo lo dicho es interesante tener en cuenta que, como señalan Aránega y Guitart (2005):

• Se debería fomentar en los hijos todas las capacidades que poseen y no sólo las más destacadas;

• Se debería facilitar que los hijos pongan en práctica sus capacidades, dejando que se equivoquen y ayudándoles a buscar recursos para encontrar

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soluciones;

• Se debería establecer límites sobre sus actuaciones y manifestaciones a partir de la reflexión;

• Se debería estimular a los hijos para que se propongan objetivos que han de conseguir y animarles a que lo logren;

• Se debería manifestar a los hijos lo que nos gusta de él, manteniendo un equilibrio entre su reconocimiento y las alabanzas excesivas.

En cambio, se debe evitar:

• No aceptar las características personales de los hijos;

• Querer que los hijos sean como nosotros somos o no fuimos;

• Decir a los hijos que son incapaces de hacer alguna cosa;

• Comparar las capacidades, habilidades, éxitos o incorrecciones de nuestros hijos con las de otros, valorando más las características de los demás que las de ellos mismos;

• Consentir que los hijos realicen acciones incorrectas para evitar conflictos con ellos.

Los valores transmitidos a los hijos dependen de los valores vividos por los padres y de los valores dominantes en el contexto sociocultural amplio en que la familia se inscribe. Por este motivo, para transmitir los valores deseados se requerirá una gran dosis de reflexión por parte de los padres sobre distintos aspectos, un gran sentido común y flexibilidad para actuar en los momentos de incertidumbre, dado que no existen medidas sobre los efectos exactos que se producen por determinadas causas, ni tampoco “recetas mágicas que solucionen los problemas”. También ser requerirá de una buena dosis de amor totalmente desinteresado hacia los hijos y, sobre todo, mucha paciencia.

Estilos educativos, Sonia Rivas en Manual de Pedagogía Familiar en la Infancia,

e-Libros, Master Matrimonio y Familia, Universidad de Navarra, 14-30.