Crimenes Imperceptibles - Guillermo Martínez

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  • Pocos das despus de haber llegado a Oxford, un joven estudiante argentino encuentra elcadver de una anciana que ha sido asfixiada con un almohadn. El asesinato resulta ser undesafo intelectual lanzado a uno de los lgicos ms eminentes del siglo, Arthur Seldom, y elprimero de una serie de crmenes. Mientras la polica investiga a una sucesin desospechosos, maestro y discpulo llevan adelante su propia investigacin, amenazados por lasderivaciones cada vez ms riesgosas de sus conjeturas. Crmenes imperceptibles, queconjuga a los sombros hospitales ingleses con los juegos del lenguaje de Wittgenstein, alteorema de Gdel con los arrebatos de la pasin y a las sectas antiguas de matemticos conel arte de los viejos magos, es una novela policial de trama aparentemente clsica que, en elsorprendente desenlace, se revela como un magistral acto de prestidigitacin.

  • Guillermo MartnezCrmenes imperceptibles

  • Guillermo Martnez, 2003

  • Captulo 1Ahora que pasaron los aos y todo fue olvidado, ahora que me lleg desde Escocia, en un lacnico

    mail, la triste noticia de la muerte de Seldom, creo que puedo quebrar la promesa que en todo caso lnunca me pidi y contar la verdad sobre los sucesos que en el verano del '93 llegaron a los diariosingleses con ttulos que oscilaban de lo macabro a lo sensacionalista, pero a los que Seldom y yo siemprenos referimos, quiz por la connotacin matemtica, simplemente como la serie, o la serie de Oxford. Lasmuertes ocurrieron todas, en efecto, dentro de los lmites de Oxfordshire, durante el comienzo de miresidencia en Inglaterra, y me toc el privilegio dudoso de ver realmente de cerca la primera.

    Yo tena veintids aos, una edad en la que casi todo es todava disculpable; acababa de graduarmecomo matemtico en la Universidad de Buenos Aires y viajaba a Oxford con una beca para una estada deun ao, con el propsito secreto de inclinarme hacia la Lgica, o por lo menos, de asistir al famososeminario que diriga Angus Macintire. La que sera mi directora all, Emily Bronson, haba hecho lospreparativos para mi llegada con una solicitud minuciosa, atenta a todos los detalles. Era profesora yfellow de Sto Anne's, pero en los mails que habamos intercambiado antes del viaje me sugiri que, envez de alojarme en los cuartos algo inhspitos del college, quiz yo prefiriera, si el dinero de mi beca lopermita, alquilar una habitacin con bao propio, una pequea cocina y entrada independiente en la casade Mrs. Eagleton, una mujer, segn me dijo, muy amable y discreta, la viuda de un antiguo profesor suyo.Hice mis cuentas, como de costumbre, con algn exceso de optimismo y envi un cheque con el pago poradelantado del primer mes, el nico requisito que peda la duea. Quince das despus me encontrabavolando sobre el Atlntico en ese estado de incredulidad que desde siempre se apodera de m ante cadaviaje: como en un salto sin red, me parece mucho ms probable, e incluso ms econmico como hiptesisla navaja de Ockham, hubiera dicho Seldom, que un accidente de ltimo momento me devuelva a misituacin anterior, o al fondo del mar, antes de que todo un pas y la inmensa maquinaria que suponeempezar una nueva vida comparezca finalmente como una mano tendida all abajo. Y sin embargo, contoda puntualidad, a las nueve de la maana del da siguiente, el avin horad tranquilamente la lnea debrumas y las verdes colinas de Inglaterra aparecieron con verosimilitud indudable, bajo una luz que depronto se haba atenuado, o debera decir, quiz, degradado, porque esa fue la impresin que tuve: que laluz adquira ahora, a medida que bajbamos, una cualidad cada vez ms precaria, como si se debilitara ylanguideciera al traspasar un filtro enrarecido.

    Mi directora me haba dado todas las indicaciones para que tomara en Heathrow el mnibus que mellevara directamente a Oxford y se haba excusado varias veces por no poder recibirme a mi llegada:estara durante toda esa semana en Londres en un congreso de lgebra. Esto, lejos de preocuparme, mepareci ideal: tendra unos das para hacerme por m mismo una idea del lugar y recorrer la ciudad, antesde que empezaran mis obligaciones. No haba llevado demasiado equipaje y cuando el mnibus se detuvopor fin en la estacin no tuve problemas en cruzar la plaza con mis bolsos para tomar un taxi. Era elprincipio de abril pero me alegr de no haberme quitado el abrigo: soplaba un viento helado, cortante, yel sol, muy plido, no ayudaba demasiado. Aun as pude ver que casi todos en la feria de la plaza ytambin el chofer paquistan que me abri la puerta estaban en manga corta. Le di la direccin de Mrs.Eagleton y mientras arrancaba le pregunt si no tena fro. Oh, no: estamos en primavera, me dijo, yseal con felicidad, como una prueba irrefutable, ese sol raqutico.

  • El cab negro avanz ceremoniosamente hacia la calle principal. Cuando dobl a la izquierda pudever a ambos lados, por puertas de madera entreabiertas y rejas de hierro, los tersos jardines y el cspedinmaculado y brillante de los colleges. Pasamos un pequeo cementerio que bordeaba una iglesia, con laslpidas cubiertas de musgo. El auto subi por Banbury Road y dobl luego de un trecho en CunliffeClose, la direccin que llevaba anotada. El camino ondulaba ahora en medio de un parque imponente;detrs de cercos de murdago aparecan grandes casas de piedra de una elegancia serena, que hacanevocar de inmediato las novelas victorianas con tardes de t, partidas de crocket y paseos por losjardines. bamos mirando los nmeros al costado del camino, aunque me pareca poco probable, por elmonto del cheque que haba enviado, que la casa que buscaba fuera una de aqullas. Vimos finalmente,donde terminaba la calle, unas casitas uniformes, mucho ms modestas, aunque todava simpticas, conbalcones rectangulares de madera y un aspecto veraniego. La primera de ellas era la de Mrs. Eagleton.Baj los bolsos, sub la escalerita de entrada y toqu el timbre. Saba, por la fecha de su tesis doctoral yde sus primeras publicaciones, que Emily Bronson deba rondar los cincuenta y cinco aos y mepreguntaba qu edad podra tener la viuda de un antiguo profesor suyo. Cuando la puerta se abri meencontr con la cara angulosa y los ojos de un azul oscuro de una chica alta y delgada, no mucho mayorque yo, que me extendi la mano con una sonrisa. Nos miramos con una mutua y agradable sorpresa,aunque me pareci que ella se replegaba con un poco de cautela al liberar su mano, que quiz yo habaretenido un instante ms de lo debido. Me dijo su nombre, Beth, y trat de repetir el mo, sin conseguirlodel todo, mientras me haca pasar a una sala muy acogedora, con una alfombra de rombos rojos y grises.Desde un silln floreado Mrs. Eagleton me extenda los brazos con una gran sonrisa de bienvenida. Erauna anciana de ojos chispeantes y movimientos vivaces, con el pelo totalmente blanco y esponjoso,peinado con cuidado en una orla orgullosa hacia arriba. Repar al cruzar la sala en una silla de ruedascerrada y apoyada contra el respaldo, y en la manta de cuadros escoceses que le cubra las piernas.Estrech su mano y pude sentir la fragilidad algo temblorosa de sus dedos. Retuvo la ma calurosamenteun momento y me dio unos golpecitos con la otra, mientras me preguntaba por mi viaje, y si aquella erami primera vez en Inglaterra. Dijo con asombro:

    No esperbamos alguien tan joven, no es cierto, Beth?Beth, que se haba quedado cerca de la entrada, sonri en silencio; haba descolgado una llave de la

    pared, y despus de esperar a que yo respondiera tres o cuatro preguntas ms sugiri con suavidad:No te parece, abuela, que debera mostrarle ahora su habitacin? Debe estar terriblemente

    cansado.Claro que s dijo Mrs. Eagleton; Beth le explicar todo. Y si no tiene otros planes para esta

    noche estaremos encantadas de que nos acompae a cenar.Segu a Beth afuera de la casa. La misma escalerita de la entrada continuaba en espiral hacia abajo y

    desembocaba en una puerta pequea. Inclin un poco la cabeza al abrir y me hizo pasar a una habitacinmuy amplia y ordenada, bajo el nivel del suelo, que reciba sin embargo bastante luz de dos ventanas muyaltas, cercanas al techo. Empez a explicarme todos los pequeos detalles, mientras caminaba en torno,abra cajones y me sealaba alacenas, cubiertos y toallas en una especie de recitado que pareca haberrepetido muchas veces. Yo me content con verificar la cama y la ducha y me dediqu sobre todo amirada a ella. Tena la piel seca, curtida, tirante, como sobre expuesta al aire libre, y esto, que le daba unaspecto saludable, haca temer a la vez que pronto se ajara. Si yo haba calculado antes que poda tener

  • veintitrs o veinticuatro aos, ahora que la vea bajo otra luz me inclinaba a pensar que tendra ms bienveintisiete o veintiocho. Los ojos, sobre todo, eran intrigantes: tenan un color azul muy hermoso yprofundo, aunque parecan algo ms fijos que el resto de sus facciones, como si tardaran en llegarles laexpresin y el brillo. El vestido que llevaba, largo y holgado, con cuello redondo, como el de unacampesina, no dejaba decir demasiado sobre su cuerpo, salvo que era delgada, aunque mirando con msatencin quedaba algn margen para suponer que esta delgadez no era, por suerte, totalmente uniforme.De espaldas, sobre todo, pareca muy abrazable; tena algo de la indefensin de las chicas altas. Mepregunt al volver a encontrar mis ojos, aunque creo que sin irona, si haba algo ms que quisierarevisar y yo desvi la mirada, avergonzado, y me apur a decirle que todo estaba perfecto. Antes de quese fuera le pregunt, dando un rodeo demasiado largo, si crea que de verdad deba considerarmeinvitado esa noche a cenar y me dijo riendo que por supuesto que s, y que me esperaban a las seis ymedia.

    Desempaqu las pocas cosas que haba llevado, apil algunos libros y unas copias de mi tesis sobreel escritorio, y us un par de cajones para guardar la ropa. Sal despus a dar un paseo por la ciudad.Ubiqu de inmediato, donde empezaba Sto Giles, el Instituto de Matemtica: era el nico edificiocuadrado y horrible. Vi los escalones de la entrada, con la puerta giratoria de vidrio, y decid que aquelprimer da poda pasar de largo. Compr un sandwich y tuve un picnic solitario y algo tardo a la orilladel Tmesis, mirando el entrenamiento del equipo de regatas. Entr y sal de algunas libreras, me detuvea contemplar las grgolas en las cornisas de un teatro, deambul a la cola de un grupo de turistas por lasgaleras de uno de los colleges y camin despus largamente atravesando el inmenso ParqueUniversitario. En un sector resguardado por rboles una mquina cortaba al ras el csped en grandesrectngulos, y un hombre pintaba con cal las lneas de una cancha de tenis. Me qued a mirar connostalgia el pequeo espectculo y cuando hicieron un descanso pregunt cundo pondran las redes.Haba abandonado el tenis en mi segundo ao de universidad y, aunque no haba llevado mis raquetas, mepromet comprar una y encontrar un compaero para volver a jugar.

    De regreso, entr en un supermercado para hacer una pequea provisin y me demor un poco mspara encontrar una licorera, donde eleg casi al azar una botella de vino para la cena. Cuando llegu aCunliffe Close eran poco ms de las seis, pero ya haba oscurecido casi por completo y las ventanas entodas las casas estaban iluminadas. Me sorprendi que nadie usara cortinas; me pregunt si esto sedebera a una confianza quiz excesiva en el espritu de discrecin ingls, que no se rebajara a espiar lavida ajena, o bien a la seguridad tambin inglesa de que no haran nada en su vida privada que pudieraser interesante espiar. No haba tampoco rejas en ningn lado; daba la impresin de que muchas de laspuertas estaran sin llave.

    Me duch, me afeit, eleg la camisa que se haba arrugado menos dentro del bolso ya las seis ymedia sub puntualmente la escalerita y toqu el timbre con mi botella. La cena transcurri con esacordialidad sonriente, educada, algo anodina, a la que habra de acostumbrarme con el tiempo. Beth sehaba arreglado un poco, aunque sin consentir en pintarse. Tena ahora una blusa negra de seda y el pelo,que lo haba peinado todo hacia un costado, le caa seductoramente de un solo lado del cuello. En todocaso, nada de esto era para m: pronto me enter de que tocaba el violoncelo en la orquesta de cmaradel Sheldonian Theatre, el teatro semicircular con grgolas en los frisos que haba visto en mi paseo. Esanoche tendran un ensayo general, y cierto afortunado Michael pasara en media hora a buscada. Hubo un

  • brevsimo instante de incomodidad cuando pregunt, dndolo casi por sentado, si era su novio; las dos semiraron entre s y por toda respuesta Mrs. Eagleton me pregunt si quera ms ensalada de papas.Durante el resto de la cena Beth estuvo algo ausente y distrada y finalmente me encontr hablando casi asolas con Mrs. Eagleton. Cuando tocaron el timbre y despus de que Beth se hubo ido, mi anfitriona seanim notablemente, como si un invisible hilo de tensin se hubiera aflojado. Se sirvi por s misma unasegunda copa de vino y durante un largo rato escuch las peripecias de una vida verdaderamenteasombrosa. Haba sido una de las tantas mujeres que durante la guerra participaron con inocencia en unconcurso nacional de crucigramas, para enterarse de que el premio era el reclutamiento y la confinacinde todas en un pueblito totalmente aislado, con la misin de ayudar a Alan Turing y su equipo dematemticos a descifrar los cdigos nazis de la mquina Enigma. Fue all donde haba conocido a Mr.Eagleton. Me cont una cantidad de ancdotas de la guerra y tambin todas las circunstancias del famosoenvenenamiento de Turing. Desde que se haba establecido en Oxford, me dijo, haba abandonado loscrucigramas por el scrabble, que jugaba siempre que poda con un grupo de amigas. Hizo rodar conentusiasmo su silla hasta una mesita baja en el living y me pidi que la siguiera, sin preocuparme porlevantar los platos: de aquello se encargara Beth cuando regresara. Vi con aprensin que sacaba de uncajn un tablero y que lo abra sobre la mesita. No pude decir que no. Y as pas el resto de mi primeranoche: tratando de formar palabras en ingls delante de aquella anciana casi histrica que cada dos o tresjugadas rea como una nia, alzaba a la vez todas sus fichas y me asestaba las siete letras de otroscrabble.

  • Captulo 2En los das que siguieron me present en el Instituto de Matemtica, donde me dieron un escritorio en

    la oficina de visitors, una cuenta de email y una tarjeta magntica para entrar fuera de hora en labiblioteca. Slo tena un compaero de cuarto, un ruso de apellido Podorov, con el que apenascambibamos saludos. Caminaba encorvado de un lado a otro, se inclinaba de tanto en tanto sobre suescritorio para garabatear una frmula en un gran cuaderno de tapas duras que haca recordar a un librode salmos, y sala cada media hora a fumar en el pequeo patio de baldosas al que daba nuestra ventana.

    En el principio de la semana siguiente tuve mi primer encuentro con Emily Bronson: era una mujerdiminuta, con el pelo muy lacio y totalmente blanco, sujeto sobre las orejas con sapitos, como el de unacolegiala. Llegaba al Instituto en una bicicleta demasiado grande para ella, con una canasta en elmanubrio donde asomaban sus libros y la bolsa del almuerzo. Tena un aspecto monjil, algo tmido, perodescubr con el tiempo que poda sacar a relucir a veces un humor agudo y acerado. A pesar de sumodestia creo que le agrad que mi tesis de licenciatura llevara como ttulo Los espacios de Bronson. Ennuestro primer encuentro me dej las separatas de sus dos ltimos papers para que empezara aestudiarlos y una serie de folletos y mapas sobre lugares para visitar en Oxford, antes me dijo deque empezara el nuevo semestre y me quedara menos tiempo libre. Me pregunt si haba algo enparticular que yo pudiera extraar de mi vida en Buenos Aires y cuando insinu que me gustara volver ajugar al tenis me asegur, con una sonrisa acostumbrada a pedidos mucho ms excntricos, que eso seraalgo fcil de arreglar.

    Dos das despus encontr en mi casillero una esquela con una invitacin para jugar dobles en el clubde Marston Ferry Road. Las canchas eran de ladrillo y estaban a pocos minutos de caminata de CunliffeClose. El grupo lo constituan John, un fotgrafo norteamericano con largos brazos y buen juego de red;Sammy, un bilogo canadiense casi albino, animoso e infatigable, y Lorna, una enfermera irlandesa delRadcliffe Hospital, de pelo rojizo llameante y ojos verdes luminosos y seductores.

    A la felicidad de volver a pisar el polvo de ladrillo se agreg la segunda felicidad inesperada deencontrar del otro lado, en el peloteo inicial, a una chica que no slo era hermosa parte por parte, sinoque tena golpes de fondo seguros y elegantes y devolva a ras de la red todos mis tiros. Jugamos tressets, cambiando parejas, hicimos con Lorna un do sonriente y temible y durante la semana siguientecont los das para volver a entrar en la cancha y luego los games para la rotacin que la dejara otra vezde mi lado.

    Me cruzaba casi todas las maanas con Mrs. Eagleton; a veces la encontraba arreglando el jardn,muy temprano, cuando yo sala para el Instituto, y cambibamos un par de palabras. Otras veces la veapor Banbury Road, camino al mercado, a la hora en que yo haca un intervalo para ir a comprar mialmuerzo. Usaba una sillita a motor con la que se deslizaba por la vereda como sobre una embarcacinserena y saludaba con una graciosa inclinacin de cabeza a los estudiantes que le abran paso. Vea encambio muy raramente a Beth, y slo haba vuelto a hablar una vez con ella, una tarde en que regresabade jugar al tenis. Lorna se haba ofrecido a dejarme con su auto en la entrada de Cunliffe Close y mientrasme despeda de ella vi que Beth bajaba de un mnibus, cargando su violoncelo. Fui a su encuentro paraayudarla en el camino hasta la casa. Era uno de los primeros das de verdadero calor y supongo que yoestaba con la cara y los brazos de un color subido despus de la tarde al sol. Sonri acusadoramente al

  • verme.Bueno, puedo ver que ya ests establecido. Pero no se supone que deberas estar estudiando

    matemtica, en vez de jugar al tenis y pasear con chicas en auto?Tengo permiso de mi directora dije riendo, e hice un gesto de absolucin.Oh, es slo un chiste: en realidad te envidio. Envidiarme, por qu?No s; das la impresin de ser tan libre: dejar tu pas, tu otra vida, todo atrs; y dos semanas

    despus as te encuentro: contento, bronceado, jugando al tenis.Deberas probarlo: slo hace falta pedir una beca.Movi la cabeza, con alguna tristeza.Lo intent, ya lo intent, pero parece que para m es tarde. Por supuesto, ellos nunca lo van a

    reconocer, pero prefieren drselas a chicas ms jvenes. Estoy por cumplir veintinueve aos me dijo,como si esa edad fuera una lpida definitiva y agreg con un tono sbitamente amargo. A veces daratodo por escapar de aqu.

    Yo mir en la distancia el verde del murdago en las casas, las agujas de las cpulas medievales, lasmuescas rectangulares de las torres almenadas.

    Escapar de Oxford? A m me costara imaginar un lugar ms hermoso.Una antigua impotencia pareci nublarle por un instante los ojos.Quiz s, si no tuvieras que encargarte todo el tiempo de una invlida y hacer todos los das algo

    que ya desde hace mucho no significa nada.No te gusta tocar el violoncelo? Esto me pareca sorprendente, e interesante. La mir, como si

    por un instante pudiera quebrar la superficie inmvil de sus ojos y acceder a una segunda capa.Lo odio me dijo, y sus pupilas se oscurecieron cada vez lo odio ms y cada vez me cuesta ms

    disimularlo. A veces me da miedo que se note cuando tocamos, que el director o alguno de miscompaeros se d cuenta de cmo detesto cada nota que toco. Pero terminamos cada concierto y la genteaplaude y nadie parece advertido. No es gracioso?

    Yo dira que ests a salvo. No creo que haya una vibracin especial del odio. En ese sentido lamsica es tan abstracta como la matemtica: no puede distinguir categoras morales. En tanto sigas lapartitura no me imagino una forma de detectarlo.

    Seguir la partitura es lo que hice toda mi vida suspir. Habamos llegado frente a la puerta yapoy la mano en el picaporte. No me hagas caso me dijo: hoy tuve un mal da.

    Pero el da no termin dije: no hay algo que pueda hacer yo para mejorarlo?Me mir con una sonrisa entristecida y recobr el violoncelo.Oh, you are such a Latin man murmur, como si aquello fuera algo de lo que debiera

    protegerse, pero aun as, antes de cerrar la puerta, me dej mirar por ltima vez sus ojos azules.Pasaron dos semanas ms. El verano empez a anunciarse lentamente, con atardeceres suaves y muy

    largos. El primer mircoles de mayo, en el camino de regreso del Instituto, retir de un cajero automticoel dinero para pagar el alquiler de mi cuarto. Toqu el timbre en la puerta de Mrs. Eagleton y mientrasesperaba a que me abrieran vi que por el camino que ondulaba hasta la casa se aproximaba un hombrealto, dando largos pasos, con una expresin seria y reconcentrada. Lo mir de soslayo cuando se detuvo ami lado; tena una frente ancha y despejada y ojos pequeos y hundidos, con una cicatriz notoria en elmentn. Tendra quizs unos cincuenta y cinco aos, aunque cierta energa contenida en sus movimientos

  • le daba todava un aspecto juvenil. Hubo un pequeo momento de incomodidad mientras esperbamos losdos junto a la puerta cerrada, hasta que se decidi a preguntarme, con un acento escocs grave yarmonioso, si ya haba tocado el timbre. Le respond que s y toqu por segunda vez. Dije que quiz miprimer timbre haba sido demasiado corto y al orme el hombre distendi sus facciones en una sonrisacordial y me pregunt si yo era argentino.

    Entonces me dijo, cambiando a un perfecto castellano con un gracioso dejo porteo usteddebe ser el alumno de Emily.

    Respond que s, sorprendido, y le pregunt dnde haba aprendido espaol. Sus cejas se arquearon,como si mirara a un pasado muy lejano y me dijo que haba sido muchos aos atrs.

    Mi primera esposa era de Buenos Aires y me extendi la mano. Yo soy Arthur Seldom.Pocos nombres hubieran podido despertar en m una admiracin mayor en esa poca. El hombre de

    ojos pequeos y transparentes que me estrechaba la mano era ya entre los matemticos una leyenda. Yohaba estudiado durante meses para un seminario el ms famoso de sus teoremas: la prolongacinfilosfica de las tesis de Gdel de los aos 30. Se lo consideraba una de las cuatro espadas de la Lgicay bastaba revisar la variedad en los ttulos de sus trabajos para advertir que era uno de los raros casos desumma matemtica: bajo esa frente despejada y serena se haban agitado y reordenado las ideas msprofundas del siglo. En mi segunda incursin por las libreras de la ciudad yo haba tratado de conseguirsu ltimo libro, una obra de divulgacin sobre series lgicas, y me haba enterado, con alguna sorpresa,de que estaba agotado desde haca dos meses. Alguien me haba dicho que desde la publicacin de aquellibro Seldom haba desaparecido del circuito de congresos Y al parecer nadie se animaba a arriesgar questara estudiando ahora. En todo caso, yo ni siquiera saba que viva en Oxford, y mucho menos hubieraesperado encontrrmelo en la puerta de Mrs. Eagleton. Le dije que haba expuesto sobre su teorema en unseminario y pareci agradecido por mi entusiasmo. Me daba cuenta, sin embargo, de que algo lopreocupaba y de que desviaba sin poder evitarlo su atencin a la puerta.

    Mrs. Eagleton debera estar en la casa me dijo, no es cierto? Yo hubiera credo que s dije: all est su silla a motor. A menos que la hayan venido a buscar en auto

    Seldom volvi a tocar el timbre, se acerc a escuchar contra la puerta, y camin hasta la ventana quedaba a la galera, esforzndose por mirar hacia adentro.

    Sabe si hay otra entrada por atrs? Y me dijo en ingls: Tengo miedo de que le haya pasadoalgo.

    Vi, por la expresin de su cara, que estaba verdaderamente alarmado, como si supiera algo que no lodejaba pensar sino en una sola direccin.

    Si a usted le parece le dije, podemos probar la puerta: creo que no la cierran durante el da.Seldom apoy la mano en el picaporte y la puerta se abri serenamente. Entramos en silencio;

    nuestros pasos hicieron crujir las tablas de madera del piso. Se oa adentro, como un latido amortiguado,el vaivn sigiloso de un reloj de pndulo. Avanzamos a la sala y nos detuvimos junto a la mesa en elcentro. Le hice un gesto a Seldom para sealarle la chaise longue junto a la ventana que daba al jardn.Mrs. Eagleton estaba tendida all, y pareca dormir profundamente, con la cara vuelta hacia el respaldo.Una de las almohadas estaba cada sobre la alfombra, como si se le hubiera deslizado durante el sueo.La orla blanca del pelo estaba cuidadosamente protegida con una redecilla y los lentes haban quedadosobre una mesita, junto al tablero de scrabble. Pareca haber estado jugando sola, porque los dos atriles

  • con letras estaban de su lado. Seldom se acerc y cuando le toc con dos dedos el hombro, la cabeza sederrumb pesadamente a un costado. Vimos al mismo tiempo los ojos abiertos y espantados y dos huellasparalelas de sangre que le corran desde la altura de la nariz por la barbilla hasta unirse en el cuello. Diinvoluntariamente un paso hacia atrs y reprim un grito. Seldom, que haba sostenido la cabeza con unbrazo, reacomod como pudo el cuerpo Y murmur consternado algo que no alcanc a escuchar. Recogila almohada Y al alzada de la alfombra vimos aparecer una gran mancha roja ya casi seca en el centro.Qued por un instante con el brazo colgado a un costado, sosteniendo la almohada, sumido en una hondareflexin, como si explorara las ramificaciones de un clculo complejo. Pareca profundamenteperturbado. Fui yo el que se decidi a sugerir que debamos llamar a la polica.

  • Captulo 3Me pidieron que espersemos fuera de la casa dijo Seldom lacnicamente despus de colgar.Salimos al pequeo porche de la entrada, sin tocar nada a nuestro paso. Seldom apoy la espalda

    contra la baranda de la escalera y arm un cigarrillo en silencio. Las manos se detenan cada tanto en unpliegue del papel o repetan interminablemente un movimiento, como si se correspondieran con lasdetenciones y vacilaciones de una cadena de pensamientos que deba verificar con cuidado. Elabrumamiento de unos minutos atrs pareca reemplazado ahora por un esforzado intento de dar sentido oracionalidad a algo incomprensible. Vimos aparecer dos patrulleros, que se estacionaron en silenciojunto a la casa. Un hombre alto y canoso, de traje azul oscuro y mirada penetrante, se acerc a nosotros,nos estrech rpidamente la mano y nos pregunt los nombres. Tena unos pmulos filosos, que la edadslo pareca ir vaciando y aguzando ms, y un aire tranquilo pero resuelto de autoridad, como siestuviera acostumbrado a aduearse all donde llegara de la escena.

    Yo soy el inspector Petersen dijo y seal a un hombre de guardapolvo verde que nos hizo alpasar una leve inclinacin de cabeza; l es nuestro mdico forense. Entren por favor un momento connosotros: tendremos que hacerles dos o tres preguntas.

    El mdico se coloc unos guantes de ltex y se inclin sobre la chaise longue; vimos a la distanciaque revisaba cuidadosamente durante unos minutos el cuerpo de Mrs. Eagleton y tomaba algunas muestrasde sangre y piel que pasaba a uno de sus ayudantes. Un fotgrafo dispar el flash un par de veces sobre lacara sin vida.

    Bien dijo el mdico y nos hizo una sea para que nos acercramos: en qu posicinexactamente la encontraron?

    La cara miraba contra el respaldo dijo Seldom; el cuerpo estaba de perfil un poco msLas piernas estiradas, el brazo derecho flexionado. S, creo que estaba as. Me mir para que yoconfirmara la posicin.

    Y aquella almohada estaba en el suelo agregu yo.Petersen recogi la almohada y le hizo notar al forense la mancha de sangre en el centro.Recuerdan dnde?Sobre la alfombra, a la altura de la cabecera, pareca que se le hubiera cado mientras dorma.El fotgrafo tom dos o tres fotos ms.Yo dira dijo el forense dirigindose a Petersen que la intencin era asfixiarla, sin dejar

    rastros, mientras dorma. La persona que hizo esto retir con cuidado la almohada bajo la cabeza, sindesarreglar la redecilla, o bien, encontr la almohada ya cada en el suelo. Pero mientras la apretabasobre la cara, la anciana se despert, y tal vez intent resistirse. Aqu nuestro hombre se asust ms de lodebido, hundi entonces el dorso de la mano o quiz incluso apoy una rodilla para hacer ms fuerza yaplast sin darse cuenta la nariz por debajo de la almohada. La sangre es simplemente eso: un poco desangre de la nariz; las venitas a esa edad son muy frgiles. Cuando retir la almohada se encontr con lacara ensangrentada. Posiblemente volvi a asustarse y la dej caer sobre la alfombra sin intentarrecomponer nada. Tal vez decidi que ya daba lo mismo y se fue lo ms rpido posible. Yo dira que esuna persona que mata por primera vez, probablemente diestra extendi los dos brazos sobre la cara deMrs. Eagleton para hacer una demostracin: la posicin final de la almohada sobre la alfombra

  • corresponde a este giro, que sera el ms natural para una persona que la hubiera sostenido con la manoderecha.

    Hombre o mujer? pregunt Petersen.Eso es interesante dijo el forense. Podra ser un hombre fuerte que la lastim al aumentar

    simplemente la presin de los metacarpianos, o bien una mujer que se sinti dbil y descarg sobre ellatodo el peso de su cuerpo.

    Hora de la muerte?Entre las dos y las tres de la tarde. El forense se dirigi a nosotros. A qu hora llegaron

    ustedes?Seldom me consult rpidamente con la mirada.Eran las cuatro y media y dijo despus, dirigindose a Petersen: yo dira que ms

    probablemente la mataron a las tres.El inspector lo mir con un destello de inters.S? Cmo lo sabe?Nosotros dos no llegamos juntos dijo Seldom. La razn por la que yo vine hasta aqu es una

    nota, un mensaje bastante extrao que encontr en mi casillero en Merton College. Desgraciadamente nole prest al principio mucha atencin, aunque supongo que ya era tarde de todos modos.

    Qu deca el mensaje?El primero de la serie dijo Seldom. Solamente eso. En grandes letras maysculas. Debajo

    estaba la direccin de Mrs. Eagleton y la hora, como si fuera una cita: las 3 pm.Puedo verlo? Lo trajo con usted?Seldom neg con la cabeza.Cuando lo recog de mi casillero eran casi las tres y cinco y yo estaba llegando tarde a mi

    seminario. Lo le mientras iba camino a mi oficina y pens, francamente, que era otro mensaje de unperturbado mental. Publiqu hace un tiempo un libro sobre series lgicas y tuve la mala idea de incluir uncaptulo sobre crmenes en serie. Desde entonces recibo todo tipo de cartas con confesiones decrmenes en fin, lo tir en el cesto apenas entr en la oficina.

    Puede ser entonces que todava est all? dijo Petersen.Me temo que no dijo Seldom; cuando sal del aula volv a acordarme del mensaje. La

    direccin en Cunliffe Close me haba dejado algo preocupado: record mientras daba la clase que Mrs.Eagleton viva aqu, aunque no estaba seguro del nmero. Quise volver a leerlo, para confirmar ladireccin, pero el ordenanza haba entrado a limpiar mi oficina y el cesto de papeles estaba vaco. Fuepor eso que decid venir.

    Podemos hacer de todos modos un intento dijo Petersen y llam a uno de sus hombres. Wilkie:vaya a Merton College y hable por favor con el ordenanza cul es el nombre?

    Brent dijo Seldom. Pero no creo que sirva: a esta hora ya debe haber pasado el caminrecolector.

    Si no aparece lo llamaremos para que le d a nuestro dibujante una descripcin de la letra; porahora esto lo mantendremos en secreto: les pido a los dos mxima discrecin. Haba algn otro detalleen el mensaje que usted pueda recordar? Tipo de papel, color de la tinta, o algo que le haya llamado laatencin.

  • La tinta era negra, yo dira que de lapicera fuente. El papel era blanco, comn, tamao carta. Laletra era grande y clara. El mensaje estaba cuidadosamente doblado en cuatro en mi casillero. Y haba,s, un detalle intrigante: debajo del texto haban trazado prolijamente un crculo. Un crculo pequeo yperfecto, tambin en negro.

    Un crculo repiti Petersen pensativo; como si fuera una firma? Un sello? O eso le dice austed algo distinto?

    Tal vez tenga que ver con ese captulo de mi libro sobre los crmenes en serie dijo Seldom; loque yo sostengo all es que, si uno deja de lado las pelculas y las novelas policiales, la lgica ocultadetrs de los crmenes en serie por lo menos de los que estn histricamente documentados es engeneral muy rudimentaria, y tiene que ver sobre todo con patologas mentales. Los patrones son muyburdos, lo caracterstico es la monotona y la repeticin, y en su abrumadora mayora estn basados enalguna experiencia traumtica o una fijacin de la infancia. Es decir, son casos ms apropiados para elanlisis psiquitrico que verdaderos enigmas lgicos. La conclusin del captulo era que el crimen pormotivaciones intelectuales, por pura vanidad de la razn, digamos, a la manera de Raskolnikov, o en lavariante artstica de Thomas de Quincey, no parece pertenecer al mundo real. O bien, agregaba en broma,los autores han sido siempre tan inteligentes que todava no los hemos descubierto.

    Ya veo dijo Petersen; usted piensa que alguien que ley su libro recogi el desafo. Y en esecaso el crculo sera

    Quizs el primer smbolo de una serie lgica dijo Seldom. Sera una buena eleccin: esposiblemente el smbolo que admiti histricamente mayor variedad de interpretaciones, tanto dentrocomo fuera de la matemtica. Puede significar casi cualquier cosa. Es en todo caso una manera ingeniosade iniciar una serie: con un smbolo de mxima indeterminacin al principio, de modo que estemos casi aciegas sobre la posible continuacin.

    Dira usted que esta persona es quizs un matemtico?No, no: en absoluto. La sorpresa de mis editores fue justamente que el libro haba llegado al

    pblico ms variado. Y todava no podemos ni siquiera decir que el smbolo deba interpretarserealmente como un crculo; quiero decir, yo vi antes que nada un crculo, posiblemente por mi formacinmatemtica. Pero podra ser el smbolo de algn esoterismo, o de una religin antigua, o algocompletamente distinto. Una astrloga hubiera visto posiblemente una luna llena, y su dibujante, el valode una cara

    Bien dijo Petersen, volvamos ahora por un momento a Mrs. Eagleton. Usted la conoca bien?Harry Eagleton fue mi tutor de estudios y estuve algunas veces invitado a reuniones y a cenar aqu

    despus de mi graduacin. Fui amigo tambin de Johnny, el hijo de ellos, y de su esposa Sarah. Murieronjuntos en un accidente, cuando Beth era una nia. Beth qued desde entonces a cargo de Mrs. Eagleton.ltimamente vea bastante poco a las dos. Saba que Mrs. Eagleton estaba luchando desde haca tiempocon un cncer, y que tuvo varias internaciones la encontr algunas veces en Radcliffe Hospital.

    Y esta chica, Beth, vive todava aqu? Cuntos aos tiene ahora?Unos veintiocho, o quiz treinta S, vivan juntas.Deberamos hablar cuanto antes con ella, quisiera hacerle tambin algunas preguntas dijo

    Petersen. Alguno de ustedes sabe dnde podramos encontrarla ahora?Debe estar en el teatro Sheldonian dije yo. En el ensayo de la orquesta.

  • Eso est en mi camino de regreso dijo Seldom; si a usted no le importa, me gustara pedirle,como amigo de la familia, que me permita a m darle esta noticia. Es posible que necesite ayuda tambincon los trmites del entierro.

    Seguro, no hay problema dijo Petersen; aunque el funeral tendr que demorarse un poco:debemos hacer primero la autopsia. Dgale por favor a la seorita Beth que la esperamos aqu. Todavatiene que trabajar el equipo de huellas, estaremos quizs un par de horas ms. Fue usted el que avis portelfono, no es cierto? Recuerdan si tocaron algo ms?

    Los dos negamos con la cabeza. Petersen llam a uno de sus hombres, que se acerc con un pequeograbador.

    Slo les voy a pedir entonces que hagan una breve declaracin al teniente Sacks sobre susactividades a partir del medioda. Es de rutina, luego podrn irse. Aunque me temo que quiz tenga quevolver a molestarlos con algunas preguntas ms en los prximos das.

    Seldom contest durante dos o tres minutos a las preguntas de Sacks y not que cuando me lleg elturno a m esper discretamente a un costado a que yo me liberara. Pens que quiz quera despedirseapropiadamente, pero cuando me volv a l me hizo una sea para que saliramos juntos.

  • Captulo 4Pens que tal vez podramos caminar juntos hasta el teatro dijo Seldom, mientras empezaba a

    armar un cigarrillo. Me gustara saber y pareci dudar, como si le costara encontrar laformulacin correcta. Haba oscurecido por completo y yo no alcanzaba a distinguir entre las sombras laexpresin de su cara. Me gustara estar seguro dijo finalmente de que los dos vimos lo mismo all.Quiero decir, antes de que llegara la polica, antes de todas las hiptesis y explicaciones: el primercuadro que encontramos. Me interesa la impresin de usted, que era el nico totalmente desprevenido.

    Me qued un instante pensativo, esforzndome por recordar y reconstruir cada detalle; me dabacuenta tambin de que quera demostrar alguna agudeza para no defraudar a Seldom.

    Creo dije cautelosamente que coincidira en casi todo con la explicacin del forense, salvoquiz por un detalle al final. l dijo que al ver la sangre el asesino solt la almohada y se fue lo msrpido posible, sin intentar recomponer nada

    Y usted no cree que haya sido as?Posiblemente sea cierto que no recompuso nada, pero s hizo por lo menos algo ms antes de irse:

    dio vuelta la cara de Mrs. Eagleton contra el respaldo. As fue como la encontramos.Tiene razn asinti Seldom, con un lento movimiento de su cabeza. Y eso, qu indicara para

    usted?No s: quiz no resisti los ojos abiertos de Mrs. Eagleton. Si es, como dijo el forense, una

    persona que mataba por primera vez, quiz recin al ver esos ojos se dio cuenta de lo que haba hecho yquiso, de alguna manera, apartarlos.

    Dira usted que conoca previamente a Mrs. Eagleton, o que la eligi casi al azar?No creo que haya sido totalmente al azar. Me llam la atencin lo que dijo usted despus que

    Mrs. Eagleton estaba enferma de cncer. Tal vez saba eso de ella: que de todas maneras morira pronto.Esto parece corresponderse con la idea de un desafo sobre todo intelectual, como si hubiera buscadohacer el menor dao posible. Incluso la manera que eligi para matarla podra considerarse, si ella nohubiera despertado, bastante piadosa. Tal vez lo que s saba se me ocurri es que usted conoca aMrs. Eagleton y que esto lo forzara a involucrarse.

    Es posible dijo Seldom; y tambin comparto que es alguien que quiso matar de la manera msleve posible. Precisamente, eso era lo que me preguntaba mientras escuchbamos al forense: cmohubieran sido las cosas si todo le hubiera salido bien y la nariz de Mrs. Eagleton no hubiera sangrado.

    Solamente usted habra sabido, por el mensaje, que no se trataba de una muerte natural.Exactamente dijo Seldom; la polica hubiera quedado en principio afuera. Yo creo que esa era

    su intencin: un desafo privado.S; pero en ese caso dije yo, dubitativo no me queda claro cundo escribi el mensaje para

    usted, si antes o despus de matarla.Posiblemente el mensaje lo tena escrito antes de matarla dijo Seldom; y aun cuando una parte

    del plan sali mal, decidi seguir adelante y dejar lo de todos modos en mi casillero.Qu cree que har a partir de ahora?Ahora que la polica sabe? No s. Supongo que tratar de ser ms cuidadoso la prxima vez.O sea, otro crimen que nadie vea como un crimen?

  • S, eso es dijo Seldom, casi para s: exactamente. Crmenes que nadie vea como crmenes.Creo que ahora lo empiezo a ver: crmenes imperceptibles.

    Quedamos en silencio por un momento. Seldom pareca haberse encerrado en sus pensamientos.Habamos llegado casi a la altura del Parque Universitario. En la vereda de enfrente se estacion unagran limusina delante de un restaurante. Vi salir una novia que arrastraba la cola de su vestido y sellevaba una mano a la cabeza para mantener en equilibrio un gracioso tocado de flores. Hubo unapequea algaraba de gente y flashes de fotografas a su alrededor. Not que Seldom no pareca haberregistrado la escena: caminaba con los ojos fijos y estaba absorto, enteramente vuelto dentro de s. Apesar de esto, me decid a interrumpirlo, para preguntarle sobre el punto que me haba intrigado ms.

    Sobre lo que le dijo usted al inspector, respecto del crculo y la serie lgica: no cree que debehaber una conexin entre ese smbolo y la eleccin de la vctima o bien, quiz, con la forma que eligipara matarla?

    S, seguramente dijo Seldom algo distrado, como si ya hubiera revisado aquello mucho antes.Pero el problema es, como le dije a Petersen, que ni siquiera estamos seguros de que sea efectivamenteun crculo y no, por decir algo, la serpiente de los gnsticos que se muerde la cola, o la letra Omayscula de la palabra omert. Esa es la dificultad cuando usted conoce slo el primer trmino deuna serie: establecer el contexto en que debe ser ledo el smbolo. Quiero decir, si debe considerarsedesde el punto de vista puramente grfico, digamos, en el plano sintctico, slo como una figura, o bienen el plano semntico, por alguna de sus posibles atribuciones de significado. Hay una serie bastanteconocida que yo doy como primer ejemplo al principio de mi libro para explicar esta ambigedaddjeme ver dijo, y busc en sus bolsillos hasta encontrar una lapicera y una libretita de notas.Arranc una hoja que apoy en la libreta y sin dejar de caminar dibuj con cuidado tres figuras y meextendi el papel para que las mirara. Habamos llegado a Magdalen Street y pude estudiar las figuras sindificultad bajo la luz amarilla y difusa de las lmparas. La primera era indudablemente una M mayscula,la segunda pareca un corazn sobre una lnea; la tercera era el nmero ocho.

    Cul dira usted que es la cuarta figura? me pregunt Seldom.Eme, corazn, ocho dije, tratando de darle a aquello algn sentido. Seldom esper, algo

    divertido, a que yo pensara todava durante un par de minutos.Estoy seguro de que podr resolverlo apenas lo piense un poco esta noche en su casa me dijo.

    Lo que yo quera mostrarle simplemente es que estamos en este momento como si nos hubieran dado sloel primer smbolo dijo y tap con su mano sobre el papel el corazn y el ocho. Si usted hubieravisto nicamente esta figura, esta letra M, qu estara inclinado a pensar?

    Que se trata de una serie de letras, o el principio de una palabra que empieza con M.Exactamente dijo Seldom. Le hubiera dado a este smbolo el significado no slo de letra en

    general, sino de una letra bien precisa y determinada, la M mayscula. Sin embargo apenas ve usted elsegundo smbolo de la serie, las cosas cambian, no es cierto? Ya sabe, por ejemplo, que no puedeesperar una palabra. Este smbolo es, por otro lado, bastante heterogneo con respecto al primero, es deotro orden, hace pensar, por ejemplo, en las barajas francesas. En cualquier caso, tiene el efecto decuestionar hasta cierto punto el significado inicial que le habamos atribuido al primer smbolo. Todava

  • podemos pensar que es una letra, pero ya no parece tan importante que sea exactamente una eme. Ycuando hacemos entrar en juego al tercer smbolo, otra vez el primer impulso es reorganizar todo deacuerdo a lo conocido: si lo interpretamos como el nmero ocho, tendemos a pensar en una serie queempieza con una letra, sigue con un corazn, sigue con un nmero. Pero fjese que estamos razonandotodo el tiempo sobre significados que asignamos casi automticamente a lo que son en principio,solamente dibujos, lneas sobre el papel. Esta es la pequea malicia de la serie: que resulta difcildespegar a estas tres figuras de su interpretacin ms obvia e inmediata. Ahora bien, si usted consiguever por un momento los smbolos desnudos, slo como figuras, encontrar la constante que destruye todoslos significados anteriores y le dar la clave de la continuacin.

    Pasamos por la ventana iluminada de The Tagle and Child. Adentro la gente se agolpaba contra labarra y, como en una pelcula muda, rean en silencio mientras alzaban jarros de cerveza. Cruzamos ydoblamos a la izquierda bordeando un monumento. Vi aparecer delante de nosotros la pared redonda delteatro.

    Lo que usted quiere decir es que, en nuestro caso, para determinar el contexto necesitaramos porlo menos un trmino ms

    S dijo Seldom; con el primer trmino estamos todava completamente a oscuras; no podemosni siquiera resolver sobre esa primera bifurcacin: si debemos considerar al smbolo como un trazosobre el papel, o intentar atribuirle algn significado. Desgraciadamente no nos queda ms que esperar.

    Haba subido mientras me hablaba las escalinatas del teatro y yo lo segu adentro del hall, sindecidirme a dejarlo ir. La entrada estaba desierta, pero era fcil guiarse por el rastro de la msica, quetena la alegra ligera de una danza. Subimos tratando de no hacer ruido una de las escaleras y caminamospor un corredor alfombrado. Seldom entreabri una de las puertas laterales, que tena un revestimientomullido de rombos, y nos asomamos a un palco desde donde se vea la pequea orquesta en el centro delescenario. Estaban ensayando lo que pareca una czarda de Liszt. La msica nos llegaba ahora clara ypotente. Beth estaba inclinada hacia adelante en su silla, con el cuerpo tenso, y el arco suba y bajaba confuria sobre el violoncelo; escuch el desencadenamiento vertiginoso de las notas, como ltigos sobrecaballos, y en el contraste entre la ligereza y alegra de la msica y el esfuerzo de los ejecutantes recordlo que me haba dicho unos das atrs. Su cara estaba transfigurada por la concentracin en seguir lapartitura. Los dedos se movan velocsimos sobre el diapasn y aun as haba algo distante en su mirada,como si solamente una parte de ella estuviera all. Retrocedimos con Seldom al pasillo. Su expresin sehaba vuelto otra vez grave y reservada. Me di cuenta de que estaba nervioso: haba empezado a armarmecnicamente otro cigarrillo que no podra encender ah. Murmur unas palabras para despedirme ySeldom me estrech la mano con fuerza y volvi a agradecerme que lo hubiera acompaado.

    Si est libre el viernes al medioda dijo, me gustara invitarlo a almorzar conmigo en elMerton; tal vez se nos ocurra entretanto algo ms.

    Claro que s: el viernes es perfecto para m dije.Baj la escalinata y sal otra vez a la calle. Haca fro y haba empezado a lloviznar. Cuando estuve

    otra vez bajo las lmparas de la avenida saqu del bolsillo el papel en que Seldom haba dibujado lastres figuras, tratando de proteger la tinta de las pequeas gotas. Casi re al descubrir a mitad de camino lasimplicidad de la solucin.

  • Captulo 5Cuando dej atrs la ltima ondulacin del close y me acerqu a la casa vi que los patrulleros seguan

    all; haba ahora tambin una ambulancia y una camioneta azul con el logotipo del Oxford Times . Unhombre larguirucho con rulos grises sobre la frente me detuvo cuando empezaba a bajar la escaleritahacia mi habitacin; tena un pequeo grabador y una libreta de apuntes en la mano. Antes de que pudierapresentarse, el inspector Petersen se asom a la ventana que daba a la galera y me hizo una sea paraque me acercara.

    Preferira que no mencione a Seldom me dijo en voz baja. Dimos nicamente el nombre deusted a la prensa, como si hubiera estado solo al encontrar el cadver.

    Asent y volv junto a la escalera. Mientras responda las preguntas vi que se estacionaba un taxi.Beth baj con su violoncelo y pas muy cerca de nosotros sin vernos. Tuvo que decirle su nombre alpolica de la entrada para que le permitieran pasar. Su voz son dbil y algo estrangulada.

    As que esta es la chica dijo el periodista mirando su reloj. Tambin tengo que hablar conella, creo que hoy ya me perder la cena. Una ltima pregunta: qu le dijo Petersen recin, cuando lepidi que se acercara?

    Dud un instante antes de responderle.Que tal vez tenan que molestarme con algunas preguntas ms maana dije.No se preocupe me dijo. No sospechan de usted.Re.Y de quin sospechan? le pregunt.No s: supongo que de la chica. Sera lo ms natural, no es cierto? Es la que se quedar con el

    dinero y con la casa.No saba que Mrs. Eagleton tena dinero.Es la pensin para hroes de la guerra. No es una fortuna, pero para una mujer solaIgualmente: no estaba Beth ya en el ensayo a la hora del crimen?El hombre pas hacia atrs las hojas de su libreta.Veamos: la muerte ocurri entre las dos y las tres, segn el informe del forense. Hay una vecina

    que se cruz con ella cuando sala hacia el Sheldonian un poco despus de las dos. Yo llam al teatrohace un rato: la chica lleg puntualmente para el ensayo a las dos y media. Pero todava quedan esosminutos, antes de que saliera. De modo que estaba en la casa, pudo hacerlo, y es la nica beneficiada.

    Va a sugerir eso en su artculo? dije, y creo que mi voz son algo indignada.Por qu no? Es ms interesante que atriburselo a un ladrn y recomendar a las amas de casa que

    mantengan las puertas cerradas. Voy a tratar de hablar ahora con ella y me dirigi una breve sonrisamaliciosa: lea mi nota maana.

    Baj a mi cuarto y sin encender las luces me quit los zapatos y me ech en la cama, con un brazocruzado sobre los ojos. Una vez ms intent rehacer en mi memoria el momento en que entramos conSeldom en la casa y toda la secuencia de nuestros movimientos, pero no pareca haber nada ms all:nada, por lo menos, de lo que Seldom podra estar buscando. Slo reapareca en toda su vividez elmovimiento dislocado del cuello y la cabeza de Mrs. Eagleton al derrumbarse, con los ojos abiertos yespantados. Escuch el motor de un auto que se pona en marcha y me ic sobre los brazos para mirar por

  • la ventana. Vi cmo sacaban el cadver de Mrs. Eagleton en una camilla y lo suban a la ambulancia. Losdos patrulleros encendieron las luces; al maniobrar para salir los conos amarillos proyectaron unasucesin de sombras fantasmagricas y huidizas sobre las paredes de las casas. La camioneta del OxfordTimes ya no estaba y cuando la pequea comitiva de autos se perdi en la primera curva, el silencio y laoscuridad del close me parecieron por primera vez agobiantes. Me pregunt qu estara haciendo Betharriba, a solas en la casa. Prend la lmpara y vi sobre el escritorio los papers de Emily Bronson conalgunas de mis notas en los mrgenes. Me prepar un caf y me sent, con el propsito de retomar dondelos haba dejado. Estudi durante ms de una hora, sin llegar mucho ms lejos. Tampoco consegua lapequea calma piadosa, ese singular blsamo intelectual, el simulacro de orden en el caos, que se obtieneal seguir los pasos de un teorema. Escuch de pronto lo que me parecieron unos golpes amortiguados enla puerta. Ech hacia atrs la silla y esper un instante. Los golpes se repitieron, con ms claridad. Abr ydistingu en la oscuridad la cara confusa y algo avergonzada de Beth. Tena puesto un deshabill violeta yestaba en chinelas, con el pelo slo sujeto adelante por una vincha, como si algo la hubiese hecho saltarde la cama. La hice pasar y se qued junto a la puerta, con los brazos cruzados y los labios algotemblorosos.

    Puedo pedirte un favor? Slo por esta noche dijo, con la voz entrecortada: no consigodormirme all arriba podra quedarme aqu hasta la maana?

    Por supuesto, claro que s dije. Voy a desarmar el silln, as te dejo mi cama.Me agradeci, aliviada, y se dej caer sobre una de las sillas. Mir algo aturdida en torno y vio mis

    papeles desparramados sobre el escritorio.Estabas estudiando dijo. No quisiera interrumpirte.No, no dije, estaba por hacer un intervalo, yo tampoco poda concentrarme. Preparo un caf?Preferira un t para m dijo.Nos quedamos en silencio, mientras yo pona a calentar agua y trataba de encontrar una frmula de

    condolencia adecuada. Pero fue ella la que habl primero.Me dijo to Arthur que estabas con l cuando la encontraron debi ser horrible. Yo tambin tuve

    que verla: me hicieron reconocer el cadver. Dios mo dijo, y sus ojos se volvieron transparentes, deun azul lquido y tembloroso: nadie se haba preocupado por cerrarle los ojos.

    Gir la cabeza y la alz un poco hacia un costado, como si pudiera hacer retroceder las lgrimas.Realmente lo lamento mucho murmur: s cmo te estars sintiendoNo, no creo que sepas dijo. No creo que nadie lo sepa. Era lo que haba estado esperando

    durante todo este tiempo. Desde hace aos. Aunque sea terrible decirlo: desde que supe que tena cncer.Me imaginaba que ocurrira casi como fue, que alguien vendra a decrmelo, en la mitad de un ensayo.Rogaba que fuera as, que ni siquiera tuviese que verla mientras la llevaban. Pero el inspector quiso quela reconociera. No le haban cerrado los ojos! volvi a decir en un susurro consternado, como si sehubiera cometido una injusticia inexplicable. Me par junto a ella pero no pude mirarla; tema quetodava, de algn modo, pudiera hacerme dao, que pudiera arrastrarme, que no me soltara. Y creo que loconsigui. Sospechan de m dijo, abatida. Petersen me hizo muchsimas preguntas, con ese modofingidamente considerado y despus, ese horrible hombre del peridico ni se molest en disimulado. Lesdije lo nico que s: que cuando me fui, a las dos, estaba dormida, junto al tablero de scrabble. Perosiento que no tendra fuerzas para defenderme. Soy la persona que ms deseaba verla muerta, mucho ms,

  • estoy segura, que quienquiera que la haya matado.Pareca consumida por los nervios; las manos le temblaban inconteniblemente y al advertir mi mirada

    las ocult cruzando los brazos bajo las axilas.En todo caso dije, mientras le alcanzaba la taza, no creo que Petersen realmente est pensando

    nada de eso: saben algo ms, que no quisieron difundir. No te dijo nada el profesor Seldom?Neg con la cabeza y me arrepent de haber hablado. Pero vi sus ojos azules, expectantes, como si

    temieran todava dejar paso a una esperanza, y decid que la indiscrecin latina poda ser ms piadosaque la reserva britnica.

    Slo te puedo decir esto, porque nos pidieron que lo mantuviramos en secreto. El que la mat ledej a Seldom un mensaje en su casillero. En la nota apareca escrita la direccin de la casa y tambin lahora: las tres de la tarde.

    Las tres de la tarde repiti ella lentamente, como si un peso enorme la liberara de a poco. Aesa hora yo ya estaba en el ensayo. Sonri de una manera temerosa, como si una batalla larga y difcilempezara a ser ganada y tom un sorbo de su t. Me mir con gratitud por encima de la taza.

    Beth dije. Su mano junto al regazo haba quedado cerca de la ma y tuve que contener elimpulso de tocarla. Sobre lo que dijiste antes si yo puedo ayudarte de algn modo con los trmitesdel funeral, o con cualquier cosa que precises, no dudes en pedirme lo que sea. Seguramente el profesorSeldom o Michael ya te habrn ofrecido pero

    Michael? dijo y ri secamente. No creo que pueda contar mucho con l, est aterrado conesto. Y agreg con una nota de desprecio, como si describiera a una especie particularmente cobarde: Es un hombre casado.

    Se puso de pie y antes de que pudiera impedirlo se acerc al lavabo junto a mi escritorio paraenjuagar su taza.

    Pero supongo, s, que siempre puedo acudir al to Arthur. Eso era algo que sola decirme mi madre.Creo que era la nica que saba cmo era la bruja bajo su mscara. Siempre me deca que si me quedabasola y necesitaba ayuda recurriera al to Arthur. Si se te ocurre la manera de arrancarlo de susfrmulas!, me deca. Es una especie de genio matemtico, no es cierto? me pregunt con un dejodistrado de orgullo.

    Uno de los ms grandes dije.S, eso es lo que deca mi madre. Mirando ahora hacia atrs, supongo que estara un poco

    enamorada en secreto de l. Siempre estaba pendiente de las visitas del to Arthur. Pero ser mejor queme calle de una vez, antes de que te cuente todos mis secretos.

    Eso sera divertido dije.Qu es una mujer sin secretos? Se quit la vincha, que dej sobre la mesa de luz y se ech con

    las dos manos el pelo hacia atrs, alzndolo un poco antes de soltarlo detrs de la cabeza. Oh, no mehagas caso dijo, es el estribillo de una vieja cancin galesa.

    Se acerc a la cama y retir el edredn. Subi las manos al cuello del deshabill.Si te das vuelta un momento me dijo, me gustara quitarme esto.Fui con mi taza al lavabo. Cuando cerr la canilla y el agua dej de correr me qued todava de

    espaldas un instante. Escuch que pronunciaba mi nombre, con un esfuerzo conmovedor, tropezando en ladoble ele. Se haba metido en la cama y el pelo se esparca seductoramente sobre la almohada. El

  • edredn la cubra casi hasta el cuello pero haba dejado fuera uno de los brazos.Puedo pedirte un ltimo favor? Es algo que haca mi madre cuando era pequea. Podras darme

    la mano hasta que me duerma?Claro que s dije. Apagu la lmpara y me fui a sentar en el borde de la cama. La luz de la luna

    entraba dbilmente desde la altura del techo e iluminaba su brazo desnudo. Puse mi palma sobre la suya yentrelazamos al mismo tiempo los dedos. Su mano era clida y seca. Mir ms de cerca la piel suave deldorso y los dedos largos, con las uas cortas y prolijas, que se haban abandonado confiadamente en losmos. Algo me haba llamado la atencin. Gir disimuladamente con cuidado mi mueca para ver del otrolado su dedo pulgar. All estaba, pero era curiosamente delgado y muy pequeo, como si perteneciera aotra mano, una mano infantil, la mano de una niita. Not que abra los ojos y me miraba.

    Quiso retirar la mano pero yo la apret ms fuerte y acarici con mi propio pulgar su pulgar diminuto.Ya descubriste el peor de mis secretos dijo. Todava me chupo el dedo de noche.

  • Captulo 6Cuando me despert a la maana siguiente Beth ya se haba ido. Mir algo desconcertado la suave

    concavidad que haba dejado su cuerpo en la cama y estir la mano para buscar mi reloj: eran las diez dela maana. Me levant de un salto; haba quedado en encontrarme con Emily Bronson en el Instituto antesdel medioda y todava no haba ledo sus trabajos. Con cierta sensacin de extraeza, puse en mi bolsola raqueta y la ropa de tenis. Era jueves y en la marcha habitual de mi mundo todava tena mi partido porla tarde. Antes de salir volv a dar un vistazo decepcionado al escritorio y la cama. Hubiera esperadoencontrar aunque ms no fuera una pequea nota, un par de lneas de Beth, y tuve que preguntarme si esadesaparicin sin mensajes no sera precisamente el mensaje.

    Era una maana tibia y serena, que haca aparecer lejano y vagamente irreal el da anterior. Perocuando sal al jardn Mrs. Eagleton no estaba all arreglando los canteros, y las cintas amarillas de lapolica todava rodeaban el porche. Un poco antes de llegar al Instituto cruc a uno de los quioscos deWoodstock Road y compr una dona y el diario. Encend en mi oficina la cafetera elctrica y abr eldiario sobre el escritorio. La noticia encabezaba la pgina de Locales con un gran titular: Asesinan a unaex herona de guerra. Haban incluido una foto de una Mrs. Eagleton juvenil e irreconocible y otra delfrente de la casa con el vallado de contencin y los autos de polica estacionados. En la nota principalmencionaban que el cadver haba sido encontrado por un inquilino, un estudiante argentino dematemtica, y que la ltima que haba visto con vida a la viuda era su nica nieta, Elizabeth. No haba enel relato nada que yo no conociera; la autopsia, en las ltimas horas de la noche, al parecer tampocohaba arrojado nada nuevo. En un recuadro sin firma se hablaba de la investigacin policial. Reconoc deinmediato, bajo la aparente impersonalidad del estilo, el tono insidioso del periodista que me habaentrevistado. Afirmaba que la polica se inclinaba a descartar que el crimen hubiera sido cometido por unintruso, a pesar de que la puerta de entrada estaba sin llave. Nada haba sido tocado o robado en la casa.Haba aparentemente una pista, que el inspector Petersen mantena en secreto. El cronista estaba encondiciones de arriesgar que esa pista podra incriminar a miembros del crculo familiar ms ntimo deMrs. Eagleton. Inmediatamente dejaba saber que el nico familiar directo era Beth, quien heredara unamodesta fortuna. De todas maneras, conclua la nota, hasta que hubiera otras novedades, el OxfordTimes acompaaba la recomendacin del inspector Petersen para que las amas de casa olvidaran losbuenos viejos tiempos y mantuvieran a toda hora la puerta con llave.

    Pas las pginas para buscar la seccin de necrolgicas; una larga lista de nombres se asociaba alduelo. Haba uno de la Asociacin Britnica de Scrabble y otro del Instituto de Matemtica en el quefiguraban Emily Bronson y Seldom. Separ la pgina y la guard en un cajn de mi escritorio. Me servotra taza de caf y me sumerg durante un par de horas en los papers de mi directora. A la una baj a suoficina y la encontr almorzando un sandwich, con una servilleta de papel desplegada sobre los libros.Dio un pequeo grito de alegra cuando abr la puerta, como si me viera regresar a salvo de unaexpedicin llena de peligros. Hablamos del crimen durante unos minutos y le cont lo que pude,suprimiendo a Seldom de la escena; pareca realmente consternada y algo preocupada por m. Mepregunt si la polica no me haba molestado demasiado. Podan ponerse muy desagradables con losextranjeros, me dijo. Pareca a punto de disculparse por haberme sugerido alquilar all. Hablamostodava un rato ms, mientras terminaba el sandwich. Lo coma sujetndolo con las dos manos y dando

  • pequeos mordiscos en hilera como picotazos.No saba que Arthur Seldom estaba en Oxford dije en un momento.Bueno, creo que nunca sali de aqu! dijo Emily con una sonrisa. Arthur piensa, como yo, que

    si uno espera el tiempo suficiente, todos los matemticos acaban viniendo a Oxford en peregrinacin.Tiene una posicin regular en el Merton. Aunque es cierto que no se deja ver demasiado. Dnde loencontraste?

    Vi su nombre en el aviso fnebre del Instituto dije con cautela.Podra arreglar para que lo conocieras, si te interesa. Creo que habla muy bien en castellano. Su

    primera esposa era argentina me dijo. Trabajaba como restauradora en el museo Ashmolean, en elgran friso asirio.

    Se interrumpi, como si hubiera cometido sin querer una pequea indiscrecin.Ella muri? aventure.S dijo Emily. Hace muchos aos. Fue en el accidente en que murieron tambin los padres de

    Beth: estaban los cuatro en el auto. Eran inseparables. Iban a Clovelly, por un fin de semana. Arthur fueel nico que se salv.

    Pleg la servilleta y la arroj cuidadosamente al cesto para que no cayeran las migas. Tom untraguito de su botella de agua mineral y se ajust levemente los lentes sobre la nariz.

    Y bien dijo, tratando de enfocarme con sus ojos de un celeste desvado, casi blanquecino tequed algn tiempo para leer los trabajos?

    Cuando sal del Instituto con mi raqueta eran las dos de la tarde. Por primera vez el calor agobiaba ylas calles parecan adormecidas bajo el sol del verano. Vi doblar lentamente, delante de m, con lapesadez de una oruga, uno de los buses de dos pisos del Oxford Guide Tours, con turistas alemanes quese protegan con viseras y gorritos y hacan seas de admiracin al edificio rojo de Keble College.Adentro del Parque Universitario los estudiantes improvisaban picnics sobre el csped. Me invadi unafuerte sensacin de incredulidad, como si la muerte de Mrs. Eagleton ya se hubiera desvanecido. Loscrmenes imperceptibles, haba dicho Seldom. Pero en el fondo, todo crimen, toda muerte, agitaba apenaslas aguas y se volva pronto imperceptible. Haban pasado menos de veinticuatro horas. Nada parecahaberse perturbado. No iba yo mismo, como todos los jueves, a mi partido de tenis? Y sin embargo,como si despus de todo s se hubieran puesto en marcha secretamente pequeos cambios, not unaquietud desacostumbrada al entrar en el camino curvo que desembocaba en el Marston. Slo seescuchaba el golpe rtmico y solitario de una pelota contra el frontn, con su agigantado eco vibrante. Noestaban en el estacionamiento los autos de John y de Sammy, pero descubr el Volvo rojo de Lornasubido sobre el csped contra el alambrado de una de las canchas. Di la vuelta al edificio de losvestuarios y la encontr practicando su revs contra la pared con un mpetu reconcentrado. Aun desde ladistancia poda ver la bella lnea de las piernas, firmes y delgadas, que la pollera muy corta dejaba aldescubierto, y cmo se tensaban y sobresalan sus pechos con el giro de la raqueta en cada golpe. Detuvola pelota mientras me aproximaba a ella y pareci sonrer para s.

    Pens que ya no vendras me dijo. Se sec la frente con el dorso de la mano y me dio un besorpido en la mejilla. Me mir con una sonrisa intrigada, como si se contuviese de preguntarme algo, ocomo si participramos de una confabulacin en la que estuviramos los dos en el mismo bando pero nosupiera muy bien cul era su parte.

  • Qu pas con John y Sammy? pregunt. No s me dijo, y abri con inocencia sus grandesojos verdes. Nadie me llam. Ya estaba por pensar que se haban puesto los tres de acuerdo paradejarme sola.

    Fui al vestuario y me cambi rpidamente, algo sorprendido por mi inesperada buena suerte. Todaslas canchas estaban vacas; Lorna me esperaba junto a la puerta de alambre. Alc el pasador; Lorna entrdelante de m y en el pequeo trecho hacia el banco, se dio vuelta para mirarme otra vez, algo indecisa.Finalmente me dijo, como si no pudiera contenerse:

    Vi en el diario lo del asesinato los ojos le brillaron con algo parecido al entusiasmo. Diosmo: yo la conoca dijo, como si todava estuviera sorprendida, o como si aquello hubiera debidoservirle a la pobre Mrs. Eagleton de escudo. Y tambin vi algunas veces a la nieta en el hospital. Esverdad que fuiste el que descubri el cadver?

    Asent, mientras sacaba la raqueta de la funda.Quiero que me prometas que despus vas a contarme todo me dijo.Tuve que prometer que no iba a contar nada dije.En serio? Eso lo hace todava ms interesante. Yo saba que haba algo ms! exclam. No

    fue ella, la nieta, no es cierto? Te advierto me dijo, apoyndome un dedo en el pecho: no estpermitido tener secretos con tu compaera favorita de dobles: vas a tener que contrmelo.

    Re, y le pas sobre la red una de las pelotas. En el silencio del club desierto empezamos a cruzartiros largos desde el fondo. Hay quiz slo algo ms intenso en el tenis que un tanto muy disputado y sonjustamente estos peloteos iniciales desde la base, donde se trata, inversamente, de sostener la pelota, demantenerla en juego el mayor tiempo posible. Lorna era admirablemente segura en sus dos golpes yresista y se amurallaba contra las lneas hasta que poda ganar el espacio suficiente para perfilarse otravez de drive y contraatacar desde el rincn con un golpe esquinado. Los dos jugbamos dejando la pelotalo bastante lejos y lo bastante cerca para que el otro corriera y la alcanzara, y aumentbamos un poco msla velocidad con cada golpe. Lorna se defenda valientemente, cada vez ms agitada, y sus zapatillasdejaban largas huellas cuando resbalaba de lado a lado de la cancha. Despus de cada tanto volva alcentro, resoplaba, y se apretaba hacia atrs con un movimiento gracioso su cola de caballo. El sol ledaba de frente y haca brillar bajo la pollera las piernas largas y bronceadas. Jugbamos en silencio,concentrados, como si algo ms importante empezara a decidirse adentro de la cancha. Solamentemarcbamos las pelotas malas. En uno de los tantos ms largos, cuando se recobraba para volver alcentro despus de un tiro muy esquinado, tuvo que girar a contrapi para alcanzar otra pelota sobre surevs. Vi que en el esfuerzo de la contorsin una de sus piernas ceda. Cay pesadamente de costado yqued tendida boca arriba, con la raqueta lejos del cuerpo. Me acerqu algo preocupado a la red. Me dicuenta de que no estaba golpeada sino slo exhausta. Respiraba afanosamente, con los brazos extendidoshacia atrs, como si no pudiera juntar fuerzas para levantarse. Pas por encima de la red y me inclin a sulado. Me mir, y sus ojos verdes tenan un extrao destello bajo el sol, a la vez burln y expectante.Cuando le alc la cabeza se incorpor a medias sobre uno de los codos y me pas a su vez un brazodetrs del cuello. Su boca qued muy cerca de la ma y sent el soplo caliente de su respiracin, todavaentrecortada. La bes y se dej caer otra vez lentamente de espaldas arrastrndome sobre ella mientras labesaba. Nos separamos un instante y nos miramos con esa primera mirada honda, feliz y algo sorprendidade los amantes. Volv a besarla y sent mientras la estrechaba cmo se hundan en mi pecho las puntas de

  • sus pechos. Deslic una mano bajo su remera y ella me dej acariciar por un instante el pezn pero medetuvo, alarmada, cuando intent pasar mi otra mano debajo de su falda.

    Un momento, un momento susurr, mirando a los costados. En tu pas hacen el amor en lascanchas de tenis? Me entrelaz la mano para apartarme suavemente y me dio otro beso rpido.Vamos a mi casa. Se puso de pie, arreglndose como pudo la ropa y sacudindose el polvo de ladrillode la falda. Si vas por tus cosas, no te duches murmur: yo te espero en el auto.

    Manej en silencio; de tanto en tanto sonrea para s y giraba un poco la cabeza para mirarme. En unode los semforos estir la mano y me acarici la cara.

    Pero entonces le pregunt en un momento. Lo de John y SammyNo! dijo riendo, pero con un tono menos convincente que la primera vez, no tuve nada que

    ver. No creen acaso los matemticos en las casualidades?Estacionamos en una de las calles laterales de Summertown. Subimos dos pisos por una pequea

    escalerita alfombrada; el departamento de Lorna era una especie de buhardilla en la parte alta de unagran casona victoriana. Me hizo pasar y nos besamos otra vez contra la puerta.

    Voy un momento al bao, s? me dijo, y camin por el pasillo hacia una puerta con vidrioesmerilado.

    Me qued en la pequea sala mirndolo todo alrededor; haba un desorden abigarrado y simptico,fotos de viajes, muecos, afiches de pelculas y muchsimos libros en una bibliotequita que en algnmomento haba dejado de dar abasto. Me inclin a mirar los ttulos. Eran todas novelas policiales. Measom un instante al cuarto; la cama estaba prolijamente tendida, con un cobertor que rozaba el piso a loscostados.

    Sobre la mesa de luz haba un libro abierto boca abajo. Me acerqu y lo di vuelta. Le el ttulo y msarriba el nombre del autor con una especie de estupor congelado: era el libro de Seldom sobre las serieslgicas.

    Estaba furiosamente subrayado, con anotaciones ilegibles en los mrgenes. Sent el ruido de la duchaque se abra, y luego el roce de los pies descalzos de Lorna en el pasillo y su voz que me llamaba. Volva dejar el libro como estaba y regres a la sala.

    Y bien me dijo desde la puerta, dejndome ver que ya estaba desnuda, todava con lospantalones puestos?

  • Captulo 7Hay una diferencia entre la verdad y la parte de verdad que puede demostrarse: se es en realidad

    un corolario de Tarski sobre el teorema de Gdel dijo Seldom. Por supuesto, los jueces, losforenses, los arquelogos, saban esto mucho antes que los matemticos. Pensemos en cualquier crimencon slo dos posibles sospechosos. Cualquiera de ellos sabe toda la verdad que interesa: yo fui o yo nofui. Pero la justicia no puede acceder directamente a esa verdad y tiene que recorrer un penoso caminoindirecto para reunir pruebas: interrogatorios, coartadas, huellas digitales Demasiadas veces lasevidencias que se encuentran no alcanzan para probar ni la culpabilidad de uno ni la inocencia del otro.En el fondo, lo que mostr Gdel en 1930 con su teorema de incompletitud es que exactamente lo mismoocurre en la matemtica. El mecanismo de corroboracin de la verdad que se remonta a Aristteles yEuclides, la orgullosa maquinaria que a partir de afirmaciones verdaderas, de primeros principiosirrebatibles, avanza por pasos estrictamente lgicos hacia la tesis, lo que llamamos, en una palabra, elmtodo axiomtico, puede ser a veces tan insuficiente como los criterios precarios de aproximacin de lajusticia Seldom se detuvo slo un momento para extender la mano hacia la mesa vecina en busca deuna servilleta de papel. Pens que se propona escribir una de sus frmulas all pero simplemente se lapas con un gesto rpido por el costado de la boca antes de seguir hablando. Gdel mostr que aun enlos niveles ms elementales de la aritmtica hay enunciados que no pueden ser ni demostrados nirefutados a partir de los axiomas, que estn ms all del alcance de estos mecanismos formales,enunciados sobre los que ningn juez podra dictaminar su verdad o falsedad, su culpabilidad oinocencia. La primera vez que estudi el teorema no estaba todava graduado, Eagleton era mi tutorformal, y lo que ms me llam la atencin, una vez que logr entender y sobre todo aceptar lo querealmente deca el teorema, lo que me pareci sobre todo curioso fue que los matemticos se hubieranmanejado perfectamente, sin sobresaltos, durante tanto tiempo, con una intuicin tan drsticamenteequivocada. Ms an, casi todos creyeron al principio que era Gdel el que haba cometido algn error yque pronto aparecera alguna grieta en su demostracin; el propio Zermelo abandon todos sus trabajos ydedic dos aos enteros de su vida a tratar de invalidarla. Esa fue la primera pregunta que me hice: porqu los matemticos no tropezaron durante siglos con ninguno de estos enunciados indecidibles, por qutambin despus de Gdel, ahora mismo, la matemtica puede seguir su curso tranquilamente en todas lasreas?

    Nos habamos quedado solos en la larga mesa de los fellows en Merton College. Delante de nosotros,en una hilera adusta, colgaban los retratos de los hombres destacados que haban sido alguna vezestudiantes del College. En las placas de bronce debajo de los cuadros yo slo haba reconocido elnombre de T. S. Eliot. Los mozos recogan discretamente a nuestro alrededor los platos de los profesoresque ya haban partido a sus clases. Seldom rescat su vaso de agua antes de que lo retiraran y tom unlargo trago antes de seguir.

    En esa poca yo era un comunista bastante ferviente Y estaba muy impresionado con una de lasfrases de Marx, supongo que de Contribucin a la crtica de la economa poltica, que deca que lahumanidad no se plantea, histricamente, sino aquellas preguntas que puede resolver. Durante algntiempo pens que esto poda ser el germen de una explicacin: que en la prctica los matemticos quizse estuvieran formulando nicamente aquellas preguntas para las que tuvieran de algn modo parcial la

  • demostracin. No por supuesto para facilitarse inconscientemente las cosas sino porque la intuicinmatemtica y esta era mi conjetura estuviera ya compenetrada de forma indisoluble con los mtodosde comprobacin y dirigida de una manera, digamos, kantiana, hacia lo que es o bien demostrable o bienrefutable. Que los saltos de caballo de ajedrez que corresponden a las operaciones mentales de laintuicin no fueran, como suele pensarse, iluminaciones dramticas, e imprevisibles, sino ms bienmodestas abreviaturas de lo que puede ser siempre alcanzado con los pasos de tortuga posteriores de unademostracin. Fue entonces que conoc a Sarah, la mam de Beth. Sarah haba empezado a estudiarFsica; era ya en esa poca la novia de Johnny, el nico hijo de los Eagleton, bamos siempre a jugar albowling y a nadar los tres juntos. Sarah me habl por primera vez sobre el principio de incertidumbre enla fsica cuntica. Usted sabe, por supuesto, a qu me refiero: las frmulas claras y prolijas que rigen losfenmenos fsicos en gran escala, como la mecnica celeste, o el choque de bolos, ya no tienen validez enel mundo subatmico de lo infinitamente pequeo, donde todo es muchsimo ms complejo y aparecenincluso, otra vez, paradojas lgicas. Eso me hizo cambiar de direccin. El da que me habl sobre elprincipio de Heisenberg fue un da extrao, en muchos sentidos. Creo que es el nico da de mi vida quepodra recrear hora por hora. Apenas la escuch tuve la intuicin, el salto de caballo, si usted quiere dijo sonriendo, de que exactamente la misma clase de fenmeno ocurra en la matemtica, y de quetodo era, en el fondo, una cuestin de escalas. Los enunciados indecidibles que haba encontrado Gdeldeban corresponder a una clase de mundo subatmico, de magnitudes infinitesimales, fuera de lavisibilidad matemtica habitual. El resto fue definir la nocin adecuada de escala. Lo que prob,bsicamente, es que si una pregunta matemtica puede formularse dentro de la misma escala que losaxiomas, estar en el mundo habitual de los matemticos y tendr una demostracin o una refutacin. Perosi su escritura requiere una escala distinta, entonces corre el peligro de pertenecer a ese mundosumergido, infinitesimal, pero latente en todos lados, de lo que no es ni demostrable ni refutable. Comopuede imaginar, la parte ms dura del trabajo, lo que me llev treinta aos de mi vida, fue mostrar luegoque todas las preguntas y conjeturas que formularon desde Euclides hasta ahora los matemticos puedenrescribirse en escalas afines a los sistemas de axiomas que se consideraron. Lo que prob en definitivaes que la matemtica habitual, toda la matemtica que hacen diariamente nuestros esforzados colegas,pertenece al orden visible de lo macroscpico.

    Pero esto no es casualidad, supongo lo interrump. Estaba tratando de relacionar los resultadosque yo haba expuesto en el seminario con lo que escuchaba ahora y encontrar el lugar que lescorresponda en la gran figura que Seldom trazaba para m.

    No, por supuesto. Mi hiptesis es que tiene que ver con la esttica que se propag de poca enpoca y que fue esencialmente invariable. No hay un condicionamiento kantiano, pero s una esttica desimplicidad y elegancia que gua tambin la formulacin de conjeturas; los matemticos consideran quela belleza de un teorema requiere de ciertas divinas proporciones entre la simplicidad de los axiomas enel punto de partida, y la simplicidad de la tesis en el punto de llegada. Lo dificultoso, lo engorroso, sereserv siempre para el camino entre ambos, la demostracin. Y bien, en tanto esa esttica se mantengano hay razn para que aparezcan naturalmente enunciados indecidibles.

    El mozo haba regresado con una jarra de caf y an despus de que las dos tazas estuvieron llenasSeldom qued en silencio por un instante, como si no estuviera muy seguro de hasta dnde lo habaseguido, o lo avergonzara un poco haber hablado tanto.

  • Lo que a m me llam sobre todo la atencin le dije, los resultados que expuse yo en BuenosAires, fueron en realidad los corolarios que usted public un poco ms tarde sobre los sistemasfilosficos.

    Eso fue en el fondo mucho ms fcil dijo Seldom. Es la extensin ms o menos obvia delteorema de incompletitud de Gdel: cualquier sistema filosfico que parte de primeros principios tendrun alcance necesariamente limitado. Crame, fue mucho ms sencillo perforar a todos los sistemasfilosficos que a esta nica matriz de pensamiento a la que se aferraron desde siempre los matemticos.Simplemente porque cualquier sistema filosfico se propone demasiado; todo es en el fondo una cuestinde balance: dime cunto quieres saber y te dir con cunta certeza podrs afirmarlo. Pero en fin, cuandotodo estuvo terminado y mir otra vez hacia atrs despus de treinta aos, me pareci que al fin y al caboaquella primera idea que me haba sugerido la frase de Marx no estaba tan descaminada. Haba quedado,como diran los alemanes, a la vez suprimida y recogida dentro del teorema. S; el gato no analizasimplemente al ratn: lo analiza para comrselo. Pero tambin: el gato no analiza como futura comida atodos los animales, slo le gustan los ratones. Del mismo modo, el razonamiento histrico matemticoest guiado por un criterio, pero ese criterio es en el fondo una esttica. Esto me resultaba una sustitucininteresante e inesperada respecto de la necesidad y los a priori kantianos. Una condicin menos rgida yquiz ms elusiva, pero que tena igualmente, como haba mostrado mi teorema, la consistencia suficientecomo para poder, todava, decir algo y dividir aguas. Ya ve dijo, como si se disculpara: no es tanfcil liberarse de esa esttica: a los matemticos siempre nos gusta tener la sensacin de que podemosdecir algo con sentido. Como sea, me dediqu desde entonces a estudiar, en otros mbitos, lo que llamopara m la esttica de los razonamientos. Empec, como siempre, con lo que me pareci el modelo mssencillo o, por lo menos, ms cercano: la lgica de las investigaciones criminales. La analoga con elteorema de Gdel me pareca verdaderamente llamativa. En todo crimen hay indudablemente una nocinde verdad, una nica explicacin verdadera entre todas las posibles; por otro lado, hay tambin indiciosmateriales, hechos que son incontrastables o estn, al menos, como dira Descartes, ms all de toda dudarazonable: stos seran los axiomas. Pero entonces ya estamos en terreno conocido. Qu es lainvestigacin criminal sino nuestro juego de siempre de imaginar conjeturas, explicaciones posibles quese amolden a los hechos, y tratar de demostrarlas? Empec a leer sistemticamente historias de crmenesreales, revis los informes de los fiscales a los jueces, estudi la forma de valorar las evidencias y devertebrar una sentencia o absolucin en las cortes judiciales. Volv a leer, como en mi adolescencia,cientos de novelas policiales. Empec a encontrar de a poco una multitud de pequeas diferenciasinteresantes, la esttica propia de la investigacin criminal. Y tambin errores, quiero decir, errorestericos de la criminalstica, quiz mucho ms interesantes.

    Errores? Qu clase de errores?El primero, el ms evidente, es la sobrevaloracin de la evidencia fsica. Pensemos solamente en

    lo que est ocurriendo ahora, con esta investigacin. Recuerda usted que Petersen envi a un oficial arecuperar la nota que vi yo. Aqu aparece otra vez esa grieta tpica e insalvable entre lo que es verdaderoy lo que es demostrable. Porque yo vi la nota, pero esa es la parte de verdad a la que ellos no puedenacceder. Mi testimonio no sirve de mucho para sus protocolos, no tiene la misma fuerza que el pedacitode papel. Y bien, este oficial, Wilkie, hizo lo ms concienzudamente posible su trabajo. Interrog a Brenty le pregunt varias veces todos los detalles. Brent recordaba perfectamente el papel doblado en dos en

  • el fondo de mi cesto, pero por supuesto, no se haba interesado en lo ms mnimo en leerlo. Recordtambin que yo haba ido a preguntarle si haba alguna manera de recuperar ese papel, y le repiti lo queme dijo a m: haba volcado el cesto en una de las bolsas casi llenas, que sac poco despus al patio.Cuando Wilkie lleg a Merton College el camin de la basura haca ya casi media hora que habapasado. Petersen intent todava algo ms y envi un patrullero para que lo interceptaran en su recorrido.Pero al parecer el camin tiene un sistema continuo de compactacin y en definitiva la ltima esperanzade recobrar la nota qued literalmente hecha papilla. Ayer me llamaron para que diera la descripcin dela letra al dibujante, y pude notar que Petersen estaba mortificado. Se supone que es el mejor inspectorque tuvimos en muchos aos, yo pude tener acceso a las anotaciones completas de varios de sus casos. Esminucioso, exhaustivo, implacable. Pero todava es un inspector, quiero decir, est formado de acuerdocon los protocolos: pueden anticiparse sus operaciones mentales. Desafortunadamente se guan por elprincipio de la navaja de Ockham: en tanto no surjan evidencias fsicas en contrario prefieren siempre lashiptesis simples a las ms complicadas. Este es el segundo error. No slo porque la realidad suele sernaturalmente complicada sino, sobre todo, porque si el asesino es realmente inteligente, Y prepar conalgn cuidado su crimen, dejar a la vista de todos una explicacin simple, una cortina de humo, como unilusionista en retirada. Pero en la lgica mezquina de la economa de hiptesis prevalece el otrorazonamiento: por qu suponer algo que consideran extrao y fuera de lo comn, como un asesino conmotivaciones intelectuales, si tienen a mano explicaciones quizs ms inmediatas? Casi pude sentirfsicamente cmo Petersen retroceda y reexaminaba sus hiptesis. Creo que hubiera empezado asospechar tambin de m, si no fuera porque ya haba verificado que di clases de consulta a mis alumnosde doctorado de una a tres esa tarde. Supongo que tambin habrn corroborado la declaracin de usted.

    S; yo estaba en la Biblioteca Bodleiana. S que fueron ayer a preguntar por m. Por suerte labibliotecaria se acordaba perfectamente de mi acento.

    Consultaba libros a la hora del crimen? Seldom enarc irnicamente las cejas. Por una vez elsaber realmente nos libera.

    Cree usted que Petersen se lanzar entonces sobre Beth? Qued aterrada ayer despus delinterrogatorio. Piensa que el inspector est detrs de ella. Seldom se qued pensativo durante unmomento. No, no creo que Petersen sea tan torpe. Pero fjese los peligros de la navaja de Ockham.Suponga por un momento que el asesino, dondequiera que est, decida ahora que finalmente no le gustmatar, o que la diversin se arruin por el episodio de la sangre y la intervencin de la polica, supongaque por cualquier motivo decide retirarse de la escena. Entonces s creo que Petersen se echara sobreella. S que esta maana volvi a interrogarla, pero puede ser simplemente una maniobra de distraccin,o una forma de provocarlo: actuar como si realmente no supieran nada de l, como si fuera un casocomn, un crimen familiar, como sugiere el diario.

    Pero usted no cree realmente que el asesino vaya a abandonar el juego dije.Seldom pareci considerar mi pregunta con ms seriedad de lo que yo hubiera esperado.No, no lo creo dijo por fin. Slo creo que tratar de ser ms imperceptible, como dijimos

    antes. Tiene algo que hacer ahora? me pregunt y mir el reloj del comedor. A esta hora empieza elhorario de visitas en el Radcliffe Hospital, yo voy para all. Si quiere venir conmigo me gustara queconociera a una persona.

  • Captulo 8Salimos por una galera con arcos de piedra que bordeaba los jardines traseros. Seldom me mostr a

    lo lejos, como una reliquia histrica, el court de Royal Tennis del siglo XVI en el que haba jugadoEduardo VII, al que yo hubiera podido confundir, por sus paredes, con una cancha de pelota paleta al airelibre. Cruzamos una calle y doblamos en lo que pareca una hendidura entre los edificios, como si ungolpe de espada, en un largo tajo, hubiera abierto milagrosamente la piedra de lado a lado.

    Por aqu acortamos un poco el camino dijo Seldom. Caminaba rpidamente, un poco msadelante que yo, porque no haba lugar para los dos por el pasadizo entre las paredes. Desembocamos enuna vereda que segua el curso del ro.

    Espero que no lo impresionen demasiado los hospitales me dijo. El Radcliffe puede ser unpoco deprimente. Tiene siete pisos. Quiz conozca a un escritor italiano, Dino Buzzati; tiene un cuentoque se llama exactamente as: Siete pisos. Est inspirado en algo que le ocurri aqu, cuando vino aOxford a dar una conferencia: lo cuenta en uno de sus diarios de viaje. Era un da de mucho calor y tuvoun ligero desmayo poco despus de salir de la sala. Los organizadores, por precaucin, insistieron en quelo revisaran en el Radcliffe. Lo llevaron al ltimo piso, que es el piso reservado para los casos msleves y los estudios generales. Le hicieron all los primeros anlisis y exmenes. Todo iba bien, ledijeron, pero slo para quedarse definitivamente tranquilos le haran unos estudios algo msespecializados. Deban para eso descenderlo un piso, sus anfitriones lo esperaran arriba hasta que todoterminara. Lo llevaron en silla de ruedas, lo que le pareci a l un poco excesivo, pero prefiri atribuirloal celo britnico. En el sexto piso empez a ver por los pasillos, y en los bancos de las salas de espera,gente con la cara quemada, vendajes, camillas con cuerpos horizontales, ciegos, mutilados. A l mismo lohicieron recostar en una camilla para hacerle los estudios con rayos. Cuando quiso incorporarse otra vez,el radilogo le dijo que haban detectado una pequea anomala, que posiblemente no fuera nada serio,pero que era preferible, hasta tanto tuvieran el resultado de todos los dems estudios, que se mantuvieraen posicin horizontal. Le dijeron tambin que tendran que retenerlo en observacin unas horas ms yque preferan bajarlo al quinto piso, donde podra estar a solas en un cuarto. En el quinto piso ya nohaba gente en los pasillos, pero algunas puertas estaban entreabiertas. Pudo ver el interior de una de lashabitaciones: slo se vean frascos de suero, gente postrada, brazos conectados. Qued solo en un cuarto,sobre la camilla, bastante alarmado, durante un par de horas. Una enfermera entr finalmente, con unatijera sobre una bandejita. La enviaba uno de los doctores del cuarto piso, el doctor X, que hara laevaluacin final, para que le hiciera una pequea tonsura en la nuca antes de la revisacin. Mientras losmechones caan sobre la bandejita Buzzati pregunt si el doctor subira a verlo. La enfermera se sonri,como si aquello fuera algo que slo a un extranjero poda ocurrrsele, y le dijo que los doctores preferanmantenerse cada uno en su piso. Pero ella misma, le dijo, lo bajara por una de las rampas y lo dejaramientras durara la espera junto a una ventana. El edificio tiene una planta en U y desde la ventana delcuarto piso Buzzati entrevi, al mirar hacia abajo, las persianas corredizas del primer piso que describeen el cuento. Haba unas pocas abiertas, casi todas estaban cerradas. Le pregunt a la enfermera quinesestaban en aquel primer piso y recibi la respuesta que consigna en el cuento: all abajo slo el curatrabajaba. Buzzati escribe que en esa hora terrible, mientras esperaba al mdico, lo obsesionaba sobretodo una idea matemtica. Se daba cuenta de que el cuarto piso era exactamen