Crisis o Decadencia. de Nuevo Sobre El Fin de La República Romana

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1 ¿Crisis o decadencia? De nuevo sobre el fin de la República Romana Crisis or Decadence? Again on the End of the Roman Republic Erwin Robertson Historia Antigua Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación Santiago (Chile) [email protected] La historiografía sobre Roma antigua ha mirado siempre como un hito decisivo el “fin de la República”, con- siderado paradigmático en más de un sentido. Entre los autores antiguos, Polibio y Salustio, en especial, han sido determinantes en la visión de un período de decadencia que sigue a la situación de dominio en el Mediterráneo que había alcanzado Roma a comienzos del siglo II aC. De Mommsen en adelante, se ha solido ver el fin de la República como el desenlace de un tan largo período de decadencia. O, tal vez, el fin se presenta como conclusión de un más abreviado período de crisis; de “crisis sin alternativa”, en expresión de un autor. Tal desenlace se suele ver como inevitable: un cierto determini smo se construye hacia atrás, “a retrojected prophecy” (E. Gruen). En el presente trabajo se revisará la historiografía moderna sobre el tema, a través de algunos de sus nombres más salientes. Se discutirá la pertinencia de las categorías empleadas (“crisis”, “decadencia”), dadas generalmente por sentado, así como esas otras, subyacentes y tan obvias, de “transformación” o “transición”. Roma Crisis Decadencia Fin de la República The “End of the Republic” has been seen as a decisive turning point, paradigmatic in a certain sense, by the historiography on Ancient Rome. Classical authors, particularly Polybius and Sallustius, have turned out determinant in the view of an age of decadence that continues the imperial situation ob- tained by Rome in the Mediterranean at the beginnings of the 2 nd century B.C. From Mommsen on, most historians have interpreted the end of the Republic as the outcome of so long decadence. Perhaps, the end appears as the conclusion of a more shortened period of crisis; of a “crisis without alternative”, in terms of one scholar. That outcome is often seen as inevitable: certain determinism is constructed backwards, “a retrojected prophecy” (E. Gruen). In this paper we review the modern scholarship on the topic, through its more conspicuous representants. The pertinence of the generally employed categories (“crisis”, “deca- dence”) will be discussed, just as those subjacents and obvious, of “transformation” o “transition”. Rome Decadence Crise End of the Republic

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Erwin Robertson. UMCE.

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¿Crisis o decadencia? De nuevo sobre el fin de la República Romana

Crisis or Decadence? Again on the End of the Roman Republic

Erwin Robertson Historia Antigua

Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación

Santiago (Chile)

[email protected]

La historiografía sobre Roma antigua ha mirado siempre como un hito decisivo el “fin de la República”, con-siderado paradigmático en más de un sentido. Entre los autores antiguos, Polibio y Salustio, en especial, han sido determinantes en la visión de un período de decadencia que sigue a la situación de dominio en el Mediterráneo que había alcanzado Roma a comienzos del siglo II aC. De Mommsen en adelante, se ha solido ver el fin de la República como el desenlace de un tan largo período de decadencia. O, tal vez, el fin se presenta como conclusión de un más abreviado período de crisis; de “crisis sin alternativa”, en expresión de un autor. Tal desenlace se suele ver como inevitable: un cierto determinismo se construye hacia atrás, “a retrojected prophecy” (E. Gruen). En el presente trabajo se revisará la historiografía moderna sobre el tema, a través de algunos de sus nombres más salientes. Se discutirá la pertinencia de las categorías empleadas (“crisis”, “decadencia”), dadas generalmente por sentado, así como esas otras, subyacentes y tan obvias, de “transformación” o “transición”.

Roma – Crisis – Decadencia – Fin de la República

The “End of the Republic” has been seen as a decisive turning point, paradigmatic in a certain sense, by the historiography on Ancient Rome. Classical authors, particularly Polybius and Sallustius, have turned out determinant in the view of an age of decadence that continues the imperial situation ob-tained by Rome in the Mediterranean at the beginnings of the 2nd century B.C. From Mommsen on, most historians have interpreted the end of the Republic as the outcome of so long decadence. Perhaps, the end appears as the conclusion of a more shortened period of crisis; of a “crisis without alternative”, in terms of one scholar. That outcome is often seen as inevitable: certain determinism is constructed backwards, “a retrojected prophecy” (E. Gruen). In this paper we review the modern scholarship on the topic, through its more conspicuous representants. The pertinence of the generally employed categories (“crisis”, “deca-dence”) will be discussed, just as those subjacents and obvious, of “transformation” o “transition”.

Rome – Decadence – Crise – End of the Republic

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eneraciones de historiadores de la Antigüedad o de filósofos de la Historia se han nutrido de las observaciones de Polibio sobre la anakýklosis, la declinación cíclica de las formas políti-

cas. Para Polibio, se trataba de un proceso natural (katà phýsin). No obstante, el Megalopolitano introducía en el mismo una importante alteración: con el régimen mixto, la mikté politeia, de la cual la República romana era el ejemplo más logrado, se evitaría la inestabilidad o los vicios de las formas simples y se retardaría el cumplimiento de la transformación para peor. Sólo que ésta, fi-nalmente, advendría de modo inevitable, determinada o impulsada por circunstancias externas1. Indudablemente, Polibio situaba el giro epocal para Roma en la destrucción de Cartago en la III Guerra Púnica (146 aC), aunque no es explícito y señala sólo los efectos generales:

Pues cuando un Estado ha escapado de muchos y grandes peligros y alcanza en consecuencia una supe-rioridad y una potencia no disputada, es evidente que bajo la influencia de una sostenida prosperidad, la vida llega a ser más extravagante y los hombres más competitivos de lo necesario por las magistraturas y otras preocupaciones. Incrementándose más estos defectos, empezará la transformación (metabolé) para peor por la ambición de poder, por la vergüenza de la obscuridad y, además, por la extravagancia y la im-postura2.

Por su parte, el pueblo, agraviado por unos y adulado por otros, no querrá obedecer y ni siquiera ser igual a los que gobiernan, sino tener por sí mismo la mayor parte. Cuando eso sucede, la poli-teia tomará el nombre más bello, libertad y democracia –advierte Polibio-, pero cambiará en los hechos a la peor forma de régimen, la oclocracia3.

A posteriori, es Salustio quien da precisión histórica a la idea del cambio para peor: Pues antes de la destrucción de Cartago, el pueblo y el Senado romanos administraban juntos la Repúbli-ca, pacífica y moderadamente; no había rivalidad entre los ciudadanos ni por la gloria ni por la dominación: el miedo al enemigo conservaba a la ciudad en las buenas prácticas. Pero cuando aquel temor se alejó de los espíritus, se presentaron por cierto el desenfreno y la soberbia, que aman las circunstancias prósperas (…). Comenzó, en efecto, la nobleza a convertir su dignidad en capricho, el pueblo su libertad; cada uno mirando para sí, usurpando, robando. Así todo se dividió en dos partes, y la res publica, que estaba en el medio, fue destrozada4.

A su vez, Cicerón pondría en la muerte de Tiberio Sempronio Graco (133 aC), y en el carácter de su tribunado (ratio tribunatus) la raíz de la división de la comunidad romana –casi como si hu-biera dos pueblos y dos Senados, dice5-; y Tito Livio vería a Roma padeciendo bajo el peso de su propia grandeza, habiendo llegado a una situación en que no podía soportar ni sus vicios ni los remedios a los mismos (“nec vitia nostra nec remedia pati possumus”)6. Por su parte, Veleyo Pa-térculo, escribiendo cuando la República era ya sólo un recuerdo, volvería a la idea polibiana: el primer Escipión había abierto el camino para la potentia de los romanos, el segundo (Escipión Emiliano) para la luxuria; liberada del temor a Cartago, Roma había abandonado el camino de la virtud para tomar el de los vicios7.

Queda fijado así el topos de la decadencia, como consecuencia directa o indirecta del poder al-canzado, si no como una degeneración natural. La idea no era nueva, y ya Platón e Isócrates ha-bían visto en Atenas un cambio para peor a partir de la adquisición de la hegemonía naval8. Pero

1 Polibio 6.4.7, 5 y ss., 9.10-14, 10.11, 57.1-2. Sobre la anakýklosis como fenómeno biológico u orgánico y la relación con la “constitución mixta”, cf. Walbank, F.W. (1957), A Historical Commentary on Polybius, vol. I, Oxford, ClarendonPress., pp. 645-48 y 743-46. 2 Polibio 6.57.5-7. 3 Id. 57.8-9. Cf. Robertson, E. (2007), “Oclocracia y demagogos en Polibio de Megalópolis”. En Limes (19), 2007, 175-189.Se acepta generalmente que Polibio llegó a conocer la época de los Gracos: cf. Walbank, op. cit. p. 1 y n. 1 4 Salustio, Bellum Iugurthinum, 41.2-5. El tema del metus hostilis está contenido en la presunta oposición de Escipión Násica a la guerra contra Cartago: Plutarco, Cato Maior 27.3. Si no es una construcción post even-tum (cf. Astin, A.E. (1967), Scipio Aemilianus, Oxford, pp. 276-280), significa que el tema de la decadencia posible se planteaba ya contemporáneamente a la III Guerra Púnica. 5 Cic., de re publica 1.31. 6 Livio, praefatio 4, 9. 7 Veleyo, Historia Romana, 2.1. 8 Platón, Leyes 699 ce y ss.; cf. 693 be; Isócrates, Sobre la Paz 64. Cf. Robertson, E. (2006), “La decaden-cia de la polis en el siglo IV aC: ¿“mito” o realidad?”, en Revista de Humanidades, vol. 13, Junio, Santiago, pp. 135-149.

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el caso romano, con una hegemonía mundial inconstrastada y un hundimiento más dramático, parecía ilustrar más nítidamente el tema. La decadencia y fin de la República romana llegó a ser un modelo historiográfico y filosófico-histórico.

En el Renacimiento, Maquiavelo sigue de cerca a Polibio en la idea del cambio cíclico de las formas políticas; con el importante añadido de que, en la historia romana republicana, la perma-nente tensión entre patricios y plebeyos resulta un bien, porque fue la causa primera de la libertad y de la grandeza de Roma9. El autor de los Discorsi ve asimismo dos causas de la pérdida final de la libertad republicana: “le contenzioni che nacquono dalla legge agraria” y la “prolungazione degli imperii”. Si lo primero significa fijar el comienzo de la crisis en la época de los Gracos, con lo se-gundo Maquiavelo adelanta lo que será la opinión de tantos historiadores modernos: por el hecho de estar un ciudadano largo tiempo al mando de un ejército, “se lo guadagnava e facevaselo parti-giano”; de este modo pudieron Sila y Mario encontrar soldados, y sólo así logró César hacerse dueño de Roma10. También aquí se establecen tópicos en el entendimiento del fin de la República.

El tema es retomado por Vico, en los términos de su “storia ideale eterna” según la cual todas las naciones describen un proceso de “sorgimenti, progressi, stati, decadenze e fini”. En el ciclo, las “repubbliche popolari” se corrompen en “repubbliche di potenti” –en el contexto se menciona a los Gracos y a las leyes agrarias- y, finalmente, las “repubbliche popolari sfrenate” encuentran reme-dio bajo la monarquía11. Que el modelo es la historia romana, es evidente.

Crisis y decadencia

Modernamente, el concepto de “crisis” ha solido reemplazar al de decadencia12. Se diría que “cri-sis”, a juzgar por su etimología –“juicio”, “decisión”, “acontecimiento decisivo”13-, debería tener un sentido coyuntural; pero no necesariamente ha sido empleado así por autores modernos14. Pero es seguramente Burckhardt quien ha precisado el concepto de crisis histórica. Las “verdaderas” crisis son –para el autor de Basilea- grandes transformaciones como la Reforma, la Revolución Francesa o las invasiones germánicas al Imperio Romano. La caída de la República no queda incluída entre ellas: pese a todas las pseudo-revoluciones, en Roma se evitó siempre “la gran cri-sis, profunda y radical, esto es, la subida al poder de la masa”. Sin embargo, Burckhardt reconoce también en el período final de la República algunos de los elementos que él identifica en las crisis: el terrorismo en contra de los adversarios (Mario), el militarismo (César). El despotismo, restable-cimiento de la autoridad necesaria, como desenlace de la crisis, es uno de esos elementos; pero como ejemplos se menciona a las tiranías griegas y a Cromwell, y sólo se alude a la dictadura constitucional romana como renuncia temporal al poder de parte de una aristocracia15. Se hubiera esperado la referencia a Augusto.

En la perspectiva de la historiografía moderna, el último siglo de la República (convencionalmen-te, de 133 a 31 aC) ha sido caracterizado como una acumulación de situaciones críticas: la violen-cia y la anarquía, incluyendo dos guerras civiles; la ambición de los señores de la guerra y la inha-bilidad de las instituciones republicanas para regir un imperio o resolver los problemas económi-cos y sociales; la miseria de las masas urbanas y el hambre de tierra de los soldados-campesinos; y otras más, de distinta incidencia en el resultado final, según las perspectivas. De fondo siguen estando, en muchos análisis, los efectos del dominio del mundo. No siempre se llama de deca-dencia a la época, y en general se traslada el acento de lo moral a lo social. Pero he aquí también que esos aspectos tan críticos pueden ser discutidos o minimizados: en la época puede verse continuidad y normalidad más que ruptura, y entonces el peso se pone en la coyuntura final –la lucha entre César y Pompeyo. La revisión de esta historiografía, a través de algunos de sus nom-

9 Maquiavelo, Discorsi sulla prima decada di Tito Livio, I, iii y ss. 10Id. III, xxiv. 11Vico, Principi di scienza nuova d’ intorno alla comune natura delle nazioni, L. I, § I, Elementi 92, 93 y 95; §4; L. V, § 3 y Conchiusione. Son citados, entre otros, los Gracos, Sila y Augusto. 12 Cf. Gazmuri, C. (2001), (Ed.) El Chile del Centenario. Los ensayistas de la crisis. Santiago, Instituto de Historia, P. Universidad Católica de Chile.pp. 7 y ss. 13 Cf. las acepciones en la voz correspondiente en Liddel- Scott-Jones, A Greek-English Lexicon. 14 Por ej., R. Seager (ed.), The Crisis of the Roman Republic, Cambridge, 1969, incluye los temas habituales de la República tardía; o, en un área paralela, R. Rémondon, La crise de l’Empire Romain, de Marc-Aurèle à Anastase, París, 1964 (¡Una crisis de tres siglos!)). 15Burckhardt, J. (1945), Reflexiones sobre la historia del mundo. Buenos Aires, El Ateneo, pp. 177-99.

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bres más destacados, es lo que se emprenderá a continuación. En los Gracos, en Sila, en César, puntos de ruptura, se concentrará necesariamente el análisis.

Mommsen: decadencia y rejuvenecimiento

Se debe comenzar necesariamente por Theodor Mommsen. La “época de la Revolución”, de los Gracos a Sila, ocupa el libro IV de Römisches Geschichte. En el mismo, Tiberio Graco en-carna un movimiento de reforma; Cayo Graco, uno de revolución, tal como el de Mario es un inten-to revolucionario y el de Druso, un intento reformista. Se entiende que sea así; pues, respecto de la sociedad romana del siglo II, el diagnóstico de Mommsen es de decadencia. Con ecos de Poli-bio y Salustio, Mommsen observa que una clase dirigente hereditaria, apenas aseguradas la cal-ma y la prosperidad, cae en el egoísmo y la molicie: el Senado, sin otro fin que el de conservar y aumentar los privilegios usurpados, había impuesto el “régimen de las nulidades políticas”16. Dos partidos aparecen enfrentándose, optimates y populares, en nombre de los mejores y del pueblo, respectivamente; pero en realidad no hay ni una aristocracia propiamente tal –sino una oligarquía degenerada-, ni un pueblo constituído y gobernándose a sí mismo. Los dos partidos se acomoda-ban muy bien entre sí, en tanto que el edificio de la República iba desmoronándose “política y mo-ralmente”. Mommsen agrega el cuadro de la ruina del campesinado por la competencia del trigo extranjero y del trabajo esclavo, y su incidencia en la disminución del número de ciudadanos17. Frente a esta situación, hasta Escipión Emiliano, consciente del peligro, estaba convencido de la necesidad de una revolución; pero concluía que el remedio era peor que la enfermedad18. Tiberio Graco se decide a emprender la reforma (“la guerra a los grandes propietarios”), pero, para salvar la reforma, opta finalmente por la revolución (la destitución de su colega Octavio)19.

La época de la Revolution o, a lo menos, el tratamiento de ella en la obra de Mommsen, conclu-ye con la guerra civil y la dictadura: el incendio del templo del Capitolio, el 82 aC, fue la imagen misma, decía el historiador prusiano, del estado de la constitución. Ciertamente, la aristocracia republicana que, en sus mejores tiempos sólo había sabido conservar el orden establecido, priva-da ahora de sus hombres mejores por la guerra civil y las proscripciones, no era la clase que po-día llevar a cabo las reformas necesarias20. La República estaba irremisiblemente perdida si entre los dos partidos no existía más que el terrorismo y el crimen. En estas condiciones, Sila hizo todo lo que podía hacer un conservador; por lo menos, cerró la época de revolución y anarquía, esta-blece Mommsen. Pero “el hombre de Estado sólo edifica lo que puede, dado el terreno y los mate-riales que se le suministran”21. Siendo así, la Restaurationsherrschaft de Sila no podía menos de fracasar.

En verdad, Mommsen advierte la decadencia ya en el período anterior a la III Guerra Púnica, el período que Salustio considera aún floreciente: ya entonces, la nobleza no era la expresión de los hombres más experimentados en el consejo y en la acción, sino una casta basada en el privilegio y que desempeñaba mal los cargos que ejercía. No en mejores condiciones se encontraba el pue-blo romano: “ahogado en la misma grandeza de sus conquistas”, en los comicios se mostraba falto de virilidad e inteligencia, por no decir necio y pueril, para tratar las cuestiones exteriores; la nobleza y el partido demagógico habían erigido en sistema la corrupción de las masas; y aunque todos los asuntos podían llevarse a los comicios, el pueblo soberano ejercía en Roma un poder más limitado que en una monarquía. El poder se desorganizaba, y “bajo la égida de los derechos constitucionales del pueblo, se levantaba directamente el poder faccioso de las ambiciones indivi-duales”22.

A la revolución frustrada, a la restauración fracasada, seguiría, entonces, un período de verdade-ra crisis. No es extraño, así, que, en la economía de la obra mommseniana al libro cuarto, sobre “La Revolución”, suceda aquel sobre la “Fundación de la monarquía militar”. No es ya de Repúbli-

16 Mommsen, T. (1960), Historia de Roma, Buenos Aires, Joaquín Gil, p.431. En otro pasaje Mommsen compara la situación política romana del siglo II aC con el régimen parlamentario inglés del siglo XVIII (id. p. 352). De aquí proviene otro tópico, el entendimiento de optimates y populares como tories y whigs, respecti-vamente. 17 Id. pp. 433-434. 18 Id. p. 437. 19 Id. pp. 438-442. 20 Id. p. 539. 21 Id. pp. 542, 553-555. 22Id. pp. 338, 344-45; 351-352.

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ca de qué se trata. Es la hora de los jefes militares: Lépido, Sertorio, Craso, Pompeyo23. El cuadro trazado de la sociedad romana, en todo caso, no es halagüeño:

…Poseedores de esclavos que no tenían más sentimiento que la codicia; soldados sin disciplina; genera-les cobardes, incapaces o temerarios; demagogos del Forum… ¿qué romano había que no fuese respon-sable? (…). Así como la grandeza de la República romana no se debía a algunos hombres de genio supe-rior, sino que procedía de una agregación cívica poderosamente organizada; así también la caída del edi-ficio procedía, no de los actos de un corto número de individualidades funestas, sino del vicio de la desor-ganización general.

La oligarquía romana nunca había se había mostrado más poderosa y más enfermiza, más co-rruptora y más corrompida, agrega el autor, refiririéndose a la sucesión de Sila24. Pero algunos años después, con la elevación de Pompeyo (leyes Gabinia y Manilia), el partido oligárquico pare-cía un ejército en desbandada. La “oposición” (democrática) sube al poder; pero el partido demo-crático todavía tenía que medirse con el poder militar, hasta entonces su aliado25. No pasará la prueba26. Vale, en consecuencia, para todo el período la sentencia de Mommsen: el poder deja de ser legítimo cuando no sabe gobernar; y el que tiene la fuerza tiene también el derecho de derri-barlo27.

En César Mommsen ve, finalmente, al enemigo de la aristocracia y al campeón de la democra-cia, resumida esta en el alivio de los deudores, la colonización ultramarina, la nivelación gradual de todas las clases en el Estado y un poder ejecutivo independiente del Senado:

Fundada sobre estas bases la Monarquía de César, lejos de ser contraria a los principios democráticos, es, sin duda (…), la perfección y el término de la democracia, y no tiene nada de común con el despotismo oriental ejercido en nombre del derecho divino; es la misma monarquía que Cayo Graco quiso fundar; la misma que fundaron Pericles y Cromwell; es, por decirlo así, la nación representada por su más alto y más absoluto mandatario.

César era la democracia posible, parece pensar Mommsen. La historia de César y del cesarismo romano, dice también, ha venido a ser una crítica amarga de la aristocracia moderna ‒así como

del absolutismo (desaparecido el genio de César, el régimen imperial se mantuvo sólo por la fuer-za, piensa Mommsen)28. Con su actuación, César ha salvado a Roma de una crisis mayor: en una crisis anterior, Roma se había salvado con la absorción de Italia en sí; ahora, Roma se salvaba por la absorción –“consumada o preparada”- de las provincias mediterráneas. Por segunda vez, la historia operó para Roma el milagro de un rejuvenecimiento. Y si, en el proceso, muchas razas y Estados fueron sacrificados, ha de tomarse en cuenta que, cuando César destruye, no hace más que ejecutar la sentencia de la historia, que decreta el progreso –sostiene el historiador29. Como un “Gran hombre” en el sentido de Hegel –y también, contemporáneamente a Mommsen, en el de Burckhardt-, César se hace intérprete del sentido de la historia universal.

La monarquía frustrada y cumplida

La obra de G. Bloch, completada y prolongada por Carcopino, sigue en cierto sentido en la sen-da abierta por Mommsen. Al libro sobre “Die Revolution” de la Römisches Geschichte, hace eco la sección “Les crises révolutionnaires: des Gracques a Sulla”, en el segundo volumen de la Histoire Romaine; a “Die Begründung der Militärmonarchie” replica “Le pouvoir personnel: de Sulla à Cé-sar”30. Pero es más visible la impronta de Polibio y de Salustio: en el apogeo de la República ro-mana, en la época entre la segunda y la tercera Guerra Púnica, la armonía política es considerada

23 “For Mommsen the collapse of the Republic ceases to be a problem. It was simply a matter of waiting for the one perennially successful department of the res publica, the army, to take over” (“Para Mommsen, el colapso de la República deja de ser un problema. Era simplemente cuestión de esperar para que el único permanentemente exitoso departamento de la res publica, el ejército, se hiciera cargo”): Lintott, A. (1996), “The Crisis of the Republic: Sources and Source-problem”. En Cambridge Ancient History, 2nd Edition, Vol. IX, The Last Age of the Roman Republic, 146-43 B.C., p. 12. 24 Mommsen, op. cit. p. 627. 25Id. pp. 636-37, 656-657. 26Id. pp. 656, 664. 27Id. p. 627. 28 Id. p. 775. 29Id. pp. 810-11. 30 Bloch, G., & Carcopino, J. (1932) Histoire romaine. T. II : La République romaine de 133 av. J-C. à la mort de César. Première partie : Des Gracques à Sulla. Presses Universitaires de France, Paris.

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el rasgo más saliente31. Ahora bien, el doble efecto de la preeminencia mundial de Roma va a ser, por un lado, la alteración del espíritu de la aristocracia –ya no más la devoción a la patria- y, por otro, el debilitamiento del apoyo al régimen de parte de las clases medias –entre las cuales se reclutaba esa aristocracia-; la República oscilará entonces entre la oligarquía y la oclocracia poli-biana, y no escapará a ellas más que por la monarquía32.

Así, Bloch y Carcopino observaban en la nobleza su tendencia al exclusivismo y a ponerse por sobre las leyes; su corrupción por la riqueza y por el helenismo, ella misma corruptora a su vez del pueblo, del que se separa cada vez más33:

…Nous distinguons le vrai visage de la nouvelle Rome et las tares dont l’ont affligée ses victoires. Son aristocratie, autrefois accessible au mérite, s’este muée en une oligarchie qu’avilissent, en la déchirant, ses convoitises effrénées et qui a fait de la corruption du peuple une nécessité de gouvernement. Si encore ce-lui-ci avait été capable de résister à cet entraînement funeste ! Mais la conquête ne l’avait pas seulement contaminé et perverti (…) ; par surcroît (…), elle avait tari le réservoir de ses meilleures forces, en oppri-mant lourdement la classe des petits propriétaires ruraux, et tiré de son sein puis dressé au-dessus de lui, une classe nouvelle, celle des hommes d’affaires dont les appétits, rivalisant avec ceux de la noblesse, achèveront de la dévoyer34.

Bloch y Carcopino precisan: en el Senado, frente a los financieros adscritos al orden ecuestre, dos tendencias se forman: la de los tories, que, apoyados en su riqueza territorial, rechazan el ascenso de las nuevas potencias económicas; y la de los whigs, que se sirven de éstas y se alían con ellas –Como en Mommsen, vemos aquí que los partidos ingleses del siglo XVIII proporcionan el modelo. Pero “partido popular” y “partido senatorial” no designan la realidad de la situación (“ce-la aussi est trop vite dit et vu trop court”): la verdad es que, entre los dos bandos, los publicanos saben inclinar la balanza en su favor35. Y en cuanto a “les classes moyennes”, esto es, los propie-tarios campesinos que han constituido la flor de las legiones, se ven diezmadas y empobrecidas por la guerra, víctimas de las transformaciones económicas –el trigo extranjero, la superabundan-cia del numerario, el crecimiento de la mano de obra servil- y son finalmente empujadas hacia la ciudad. Bajo el peso de la conquista, las asambleas del pueblo cayeron por una pendiente al fon-do de la cual no fueron más que “une cohue anarchique et bruyante, sans autre cohésion que la vénalité”36.

Adviene, entonces, el tiempo de los crises révolutionnaires, de los Gracos a Sila. Pues de una revolución se trata: revolución de una dimensión social, a través de la cual culmina la evolución ya comenzada, la transferencia de la masa de las tierras públicas a las clases capitalistas; y de una dimensión política, el hundimiento del régimen senatorial. La revolución se desarrolla a través de una serie de “coups d’État”: de Tiberio Graco, de Cayo Graco, de Saturnino y Glaucia, de Livio Druso, para desembocar en la Guerra Social y en la guerra civil. Trabajando sin saberlo por los jefes de ejército, los demagogos han derribado la oligarquía sólo para poner en su lugar el despo-tismo militar37. Así definido el sentido de las crisis revolucionarias romanas, hay matices que tomar en cuenta: ¿en qué era revolucionario Tiberio Graco? Ciertamente, no razonaba de modo diferen-te a otros aristócratas para los cuales el cuidado del Imperio primaba sobre toda otra considera-ción; estaba, por ende, convencido de que los buenos campesinos hacen buenos soldados, y que era urgente distribuir a los artífices de la conquista, “pour que la souche n’en desséchat pas”, algo de las tierras públicas, por ellos ganadas. Sin embargo, para hacer aprobar una rogatio que las fuentes antiguas reconocían como excelente en principio, Tiberio recurrió a métodos revoluciona-

31 Bloch & Carcopino, id. pp. 28-31. 32 Id. p. 32. 33 Id. pp. 37-48, 49 y ss. 34 Id. p. 75: “…Distinguimos el verdadero rostro de la nueva Roma y las taras de que la han afligido sus vic-torias. Su aristocracia, antaño accesible al mérito, se ha mudado en una oligarquía a la que envilecen, des-garrándola, sus codicias desenfrenadas y que ha hecho de la corrupción del pueblo una necesidad de go-bierno. ¡Si todavía éste hubiera sido capaz de resistir a ese arrastre funesto! Pero la conquista no solamente lo había contaminado y pervertido…; además…, había secado la reserva de sus mejores fuerzas, oprimien-do pesadamente a la clase de pequeños propietarios rurales, y sacado de su seno, luego colocado por en cima de él, una clase nueva, la de los hombres de negocios, cuyos apetitos, rivalizando con los de la noble-za, terminarán de desviarlo”. 35 Id. pp. 76-88. 36 Id. pp. 90-108. 37 Id. pp. 179-180.

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rios. Cayó pues víctima de sus ilusiones, "generosas y groseras", de su falta de realismo y buen sentido; pero la victoria de los Patres dejó en evidencia la precariedad de su propio régimen, “et la réforme agraire ne fait que commencer”38.

Si Tiberio Graco era, en suma, un revolucionario a pesar suyo, el juicio sobre Cayo Graco esta-blece que, de haber triunfado, hubiera garantizado la prosperidad y la grandeza de Roma, evitan-do a César. La reconstitución de las clases campesinas, la colaboración de senadores y caballe-ros, la unificación de Italia en la ciudadanía romana, la expansión de la civilización itálica, empero, no eran posibles en la sociedad salida de la conquista mediante los métodos tradicionales (“la seule persuasion”). La desgracia de Cayo fue venir demasiado temprano, cuando, “pareillement insensibles à tout ce qui n’était pas un profit immédiat, la plèbe ne pouvait plus, les grands ne pou-vaient encore le comprendre”39. Al final del período, luego de la Guerra Social, la República está arruinada:

La guerre avait concentré la force aux armées ; et la naturalisation de l’Italie, en faisant sauter les limites urbaines de la Cité, venait de renverser sans bruit la légimité des pouvoirs issus des suffrages de la seule ville de Rome. Las Patres en étaient déjà réduits à des combinaisons de fortune (…). Par la manière dont il a nécessité, conduit, terminé la guerre sociale, le Sénat a préparé contre lui-même la guerre civile qui la suivra sans transition, et à laquelle il avait, sans le savoir, fourni les prétextes, les effectifs, et, dans la per-sonne de Sulla, le chef qui en fera sortir la monarchie40.

Pues, lejos de ser un intento de restauración del régimen senatorial –como generalmente se le ha entendido-, la dictadura de Lucio Cornelio Sila era, a sus propios ojos, el medio “normal, ade-cuado, definitivo”, de gobernar la Ciudad y el Imperio. En la elección de cónsules mediocres Car-copino ve el intento de preparar auxilares dóciles a la dictadura y de debilitar el prestigio de las magistraturas y de las elecciones; en la ampliación del Senado, en la fragmentación de las magis-traturas y en la separación del poder civil y del poder militar, advierte medidas radicales de altera-ción del régimen tradicional41:

Ainsi, au lieu de affermir l’aristocratie, il en noya les éléments authentiques sous l’afflux torrentiel de près de cinq centes intrus; il en soumit le renouvellement au bon plaisir d’une plèbe adultérée, où les dix mille Cornelii, esclaves la veille encore, se mélaient à la foule des anciens soldats fraîchement naturalisés…42

Tampoco Sila era hostil a la plebe o indiferente a sus necesidades; sabía que, para durar, la tiranía debe dar a las masas, a cambio de la libertad que les quita, “le bien-être où s’endorment leurs revendications et fondent leurs mécontentements”. Del mismo modo, ejecuta con brutalidad una révolution agraire, haciendo 120.000 propietarios, cifra que deja muy por debajo lo que se puede conjeturar de los Gracos, y ello, sin perdonar las tierras favoritas de la occupatio senato-rial43. También aquí, Sila anticipa la obra de César. La suya ha sido una experiencia revoluciona-ria, pero, habiendo abdicado, ha sido a la vez una “monarchie manquée”44.

César, por fin, es –para Carcopino- la monarquía realizada. César ha aspirado siempre a la monarquía; y si ha apoyado en su momento la rogatio Manilia que concedía un imperium extraor-dinario a Pompeyo, ha sido porque veía en ella un precedente de la monarquía que ya soñaba para sí mismo45. Más que Sila, César estaba convencido de la necesidad de conciliar la disciplina romana, que había dominado el mundo, y la cultura helenística, que saturaba ese mundo46; la ex-periencia le había mostrado que había llegado la hora de escoger entre el imperio de la República

38 Id. pp. 195, 200, 210-217. 39 Id. pp. 275-276. 40 Id. p. 400. “La guerra había concentrado la fuerza en los ejércitos; y la naturalización de Italia, haciendo saltar los límites urbanos de la Ciudad, acababa de derribar sin ruido la legitimidad de los poderes salidos de los sufragios de la sola ciudad de Roma. Los Patres estaban reducidos ya a combinaciones de fortuna… Por la manera en que ha necesitado, conducido, terminado la Guerra Social, el Senado ha preparado contra sí mismo la guerra civil que la seguirá sin transición, y a la que, sin saberlo, había suministrado los pretex-tos, los efectivos y, en la persona de Sila, el jefe que hará salir de ella la monarquía”. 41 Id. pp. 464 y ss. Esta parte de la obra ha sido redactada por el solo Carcopino (cf. id., préface). 42 Id. p. 469. 43 Id. pp. 481, 489-490. « Cette translation massive de terres constituait à elle seule une révolution » (id. p. 490). Sobre la occupatio senatorial en el ager publicus, cf. pp. 166-171. 44 Id. p. 503 y cf. Carcopino, J., Sylla ou la monarchie manquée. París, P.U.F., 1931 (3ème éd., 1950). 45 Carcopino, J. (1935), Jules César. Paris, Presses Universitaires de France, p. 92. 46 Id. p. 126.

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romana y la república misma47. Pero César hacía suyas también todas las reivindicaciones de la plebe, desde la época de los Gracos; y había adherido al dogma de la soberanía popular porque sabía que podría desarrollarlo hasta sus últimas consecuencias y recibir en sus manos la abdica-ción de la ley y del pueblo48. Como Mommsen, Carcopino ve en César el hombre que, finalmente, une monarquía y democracia. Pero si ello fue así, César dio sólo el golpe de gracia a una Repúbli-ca que estaba desde hacía mucho tiempo arruinada.

La revolución romana

En muchos aspectos, la obra de Sir Ronald Syme pareció un revisionismo radical frente a las perspectivas fundadas por Mommsen. No tanto en la Römisches Geschichte, como en el Römisches Staatsrecht, que asienta la perspectiva jurídica sobre la fundación del Imperio –e invo-lucra, por tanto, un juicio sobre el fin de la República. En The Roman Revolution, el autor de ori-gen neozelandés parece declarar desde el título de qué se trata: un proceso revolucionario que se remonta a los Gracos, toma nuevo impulso con César y culmina con Augusto, y que consiste, fi-nalmente, en la transferencia violenta del poder y de la propiedad en el plazo de algunas déca-das49. Claro está, el tema del autor es el nuevo orden establecido por Augusto, que él llama una revolución; pero resulta iluminadora la rápida mirada que da al “free State” del último período.

Que el gobierno de la República fuera oligárquico, es un dato del que hay que partir, piensa Sy-me. El sistema político romano suponía, no la lucha entre demócratas y oligarcas, entre optimates y populares, o cualesquiera otros partidos, sino la competencia entre nobles “for power, wealth and glory”50. La constitución era una pantalla y una apariencia, tras la cual actuaban las fuerzas reales; pero es así en todo tipo de régimen, afirma Syme51. Magistralmente, el historiador muestra las fuerzas actuantes en la política romana, sus convenciones y sus prácticas52. En nada de esto la época final de la República revela algo muy diferente a las épocas anteriores; no hay necesa-riamente “decadencia” respecto de algún idealizado estado previo. No debemos dejarnos engañar por las “political catchwords”, nos dice Syme:

In the allegation of disgusting immorality, degrading pursuits and ignoble origin the Roman politicians knew no compunction or limit. Hence the alarming picture of contemporary society revealed by oratory, invective or lampoon. Crime, vice and corruption in the last age of the Republic are embodied in types as perfect of their kind as are the civic and moral paragons of early days; which is fitting, for the evil and the good are both the fab-rication of skilled literary artists53.

No obstante, con los Gracos –explica el historiador-, había comenzado “un siglo de revolución”. Las disputas tradicionales entre familias nobles se habían complicado por la lucha de facciones basadas en intereses económicos y de clase, y por los jefes militares. Tras el Bellum Italicum y la guerra civil, Sila restableció el orden con violencia y derramamiento de sangre, pero no pudo abolir su propio ejemplo e impedir que su dominación tuviese sucesor. Todavía el gobierno de los nobi-les, apoyado en la unión sagrada de las clases poseedoras, la influencia de sus clientelas en la plebe y la obsecuencia hacia los financieros, podría haber perpetuado en Italia y Roma su domi-nación “harsh and hopeless”. Pero esta nobleza, por falta de capacidad, por ambición personal e intriga, se vio obligada a derogar la regla oligárquica y confiar poderes exorbitantes a un único general, “to the salvation of Rome’s empire and to their own ruin”54. Ciertamente, no era ya la no-bleza de la época de las Guerras Púnicas, ni siquiera la de la época de los Gracos:

…The Optimates were solid only to outward show and at intervals. Restored to power by a military despot, enriched by proscription and murder, and growing ever fatter on the spoil of the provinces, they lacked both

47 Id. p. 128. 48 Id. pp. 130-131. 49Syme, R. (1939), The Roman Revolution. Oxford University Press, pp. vii, 2 y 16. 50 Id. p. 11. 51 Id. pp. 15 y cf. 7. 52 Id., todo el cap. II, “The Roman Oligarchy”, pp. 10-27. 53 Id. p. 149: “En el alegato de disgustante inmoralidad, empeños degradantes e innoble origen, los políticos romanos no conocían remordimiento ni límite. De aquí el cuadro alarmante de la sociedad contemporánea, revelado por la oratoria, la invectiva o el libelo”. “El crimen, el vicio y la corrupción en la última época de la República están encarnados en tipos tan perfectos en su clase como son los parangones cívicos y morales de los días tempranos; lo que es adecuado, porque lo malo y lo bueno son ambos fabricación de diestros artistas literarios”. 54Id. pp. 16-17.

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principle to give inner coherence and courage to make the reforms that might save and justify the rule of class and privilege. The ten years’ war in Italy not merely corrupted their integrity: it broke their spirit55.

Es así una oligarquía decadente la que, a falta de algo mejor, se confía a Pompeyo para enfren-tar a César56. Lo que la dictadura de César va a significar será la contención de esta oligarquía –de su núcleo interno más exclusivo, los optimates- y la promoción de hombres de mérito: caballe-ros, hombres procedentes del centurionato, notables de los municipios y de las provincias, forma-rán en el “partido cesariano” y se encontrarán en su Senado; el cuerpo gobernante fue reforzado y transformado. Pero no hay que creer que César pretendía establecer una monarquía de tipo hele-nístico; con la dictadura bastaba. El dictador podía ver que el dominio de los nobiles era un ana-cronismo en un imperio mundial, al igual que el poder de la plebe romana, cuando toda Italia esta-ba investida de la ciudadanía. “Caesar in truth was more conservative and Roman than many have fancied; and no Roman conceived of government save through an oligarchy”57. La revolución ro-mana, consumada por Augusto, consistirá finalmente en la constitución de una nueva clase diri-gente, más abierta que la anterior pero despolitizada58.

El mundo vuelto al revés

La obra de M. Crawford, The Roman Republic, versa sobre la República “clásica”, desde el mo-mento en que Roma se convierte en potencia mundial, para detenerse en la caída del régimen republicano. De partida, el autor declara un punto de vista que difiere de aquellos centrados en la “decadencia” ‒como producto de esa situación de preeminencia indiscutida- o en el juicio sobre la impermeabilidad al cambio de la élite romana. La ideología prevaleciente de la clase gobernante era, por el contrario, la disposición al cambio, permitiendo que incluso posiciones de hecho revolu-cionarias –hasta la abolición del gobierno republicano- pudiesen justificarse en términos tradicio-nales. “I should like to stress the innovativeness of the governing class of the Republic in a wide variety of fields, cultural as well as political” –dice59.

Los años finales del siglo III e iniciales del siglo II fueron, en efecto, una época de experimenta-ción y cambio, señala el autor, y apunta: un ejército de facto profesional, aunque no hubiese alte-raciones formales en el sistema de reclutamiento y tiempo de servicio; o el empleo, como forma de relación con el exterior, de la formula amicorum –la concesión eventual del status de “amigos” a ciudades y reyes-, en lugar del sistema de foedera y de fundación de colonias usado en Italia; o de gobernadores y ejércitos permanentes, como forma de control. En todo esto, la oligarquía romana mostró la misma flexibilidad que había ya mostrado al incrementar el número de magistrados para hacer frente a las nuevas necesidades políticas60. Ciertamente, la obtención del Imperio tuvo con-secuencias; en primer lugar, para la goberning class. Ésta, con confianza en sí misma por su éxito en las grandes pruebas exteriores, empleó mucho de su energía en la adquisición de la cultura griega y en la obtención de un estilo de vida ostentoso y lujoso; este proceso fue alentado por el ethos de competencia aristocrática, y su consecuencia fue la progresiva perturbación del equilibrio interno de esta clase. Sin embargo, ella intentó regular su propia conducta (lex annalis, leyes con-tra el soborno, regulación del gobierno provincial, etc.). En conclusión, en el siglo II en su conjunto, la oligarquía romana se mostró alerta y dispuesta a innovar, pero aparecieron signos de creciente intolerancia en los años anteriores al tribunado de Tiberio Graco61.

55 Id. p. 22: “Los optimates eran sólidos sólo vistos desde fuera y a intervalos. Restaurados en el poder por un déspota militar, enriquecidos por la proscripción y el asesinato, engordando siempre con los despojos de las provincias, les faltaban tanto principios para dar coherencia interna como coraje para hacer las reformas que pudieran salvar y justificar el dominio de clase y privilegio. La guerra de diez años en Italia no corrompió simplemente su integridad; quebró su espíritu”. 56Id. pp. 45-46; 61. Para usos diversos del concepto “oligarchy” en Syme, cf. Robertson, E. (2014), Prosopo-grafía y Revolución. La Revolución Romana de Ronald Syme. En: Corti, P. et al. (ed.), ¿Qué hace el histo-riador? Viña del Mar, Universidad Adolfo Ibáñez (por publicarse). 57 Syme, p. 59, pp. 61-77 (“the Caesarian Party”) y 78-96 (“Caesar’s new Senators”). 58 Id. pp. 8 y 513. 59 Crawford, M., The Roman Republic, Glasgow, Fontana/Collins, 1978, pp. 13-14. 60 Id. p. 73. 61 Id. pp. 74-76, 83.

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Las consecuencias del Imperio para los gobernados –en Italia- se resumen en la desposesión del campesinado y en la consiguiente disminución del número de assidui62. Fue entonces el mo-mento de “Reform and revolution”. Sin embargo, no era novedoso intentar algún tipo de reforma:

…What marks out the tribunates of Tiberius Gracchus in 133 and his younger brother Gaius in 123 is in the case of both of them a degree of determination which aroused bitter opposition and led in the end to their violent deaths and in the case of Gaius Gracchus a range of reforming interest which is unparalleled in any earlier figure63.

La revolución es el “fin del consenso” y “the world turned upside down”.Los años iniciales del si-glo I no sólo vieron al Oriente y a Italia levantarse contra Roma, sino también vieron dos períodos de guerra civil en el cuerpo ciudadano original, precedidos el año 100 por un estallido de violencia impensable aun un veintenio atrás (en las circunstancias de la muerte de C. Graco). Al mismo tiempo, el abandono gradual del programa de asentamiento agrario preparó el camino para el desarrollo de ejércitos personales, como el que Sila usó para inaugurar la primera guerra civil el 8864. En cuanto a Sila, su obra es una curiosa mezcla de mirada al pasado –“though not for that reason necessarily inappropriate”- y de reorganización sistemática del gobierno. Sus reformas judiciales estuvieron vigentes hasta el siglo II dC; a las reformas políticas les fue menos bien65. Después de la dictadura, el Senado no estuvo en control de la situación, ni en el exterior ni en el interior:

Overall it is hard not to suppose that the difficulties of the ruling oligarchy were compounded by the compo-sition and the wretchedness of the population of the city of Rome. That population of course provided a ready body of support to ambitious politicians; the relationship which developed is, in my view, one aspect of the link between individual members of the élite and those outside it which was, in a different sphere, re-sponsible for the dissolution of the Republic. The violence of politics in Rome, while explicable both in terms of early tradition of self-help in a peasant community and in the light of recent developments, was al-so, I believe, a factor in the slackening of political scruple which eventually allowed Caesar and Pompeius to fight for the possession of a res publica, the essence of which was collective rule by a group66.

Finalmente, los dinastas militares y sus ejércitos clientelares: es difícil evitar la conclusión –apunta Crawford- que el creciente uso de la violencia en la política romana ayudó a hacer natural y aceptable el paso que César dio el 49: la competencia entre los miembros de la oligarquía al-canzó así el punto en que su continuación destruía la estructura que hacía significativa la misma competencia67.

Evidentemente, Crawford ve en la creciente espiral de violencia el factor principal en la ruina de la República. Adelantándose a la objeción de que los capítulos finales de su obra pueden parecen “indebidamente dramáticos”, observa que un siglo (133-31 aC) que vio matanzas de tal vez 200.000 hombres entre 91-82, y tal vez 100.000 en 49-42 –de una población libre de Italia de cua-tro millones y medio-, y la destrucción de un sistema de gobierno que había durado 450 años, “was a cataclysm”68. Pero no traza un cuadro enteramente negativo de la tardía República. Des-pués de la guerra de 91-81, el problema de Roma fue la creación de instituciones políticas apro-piadas y de lazos entre todas las áreas de la sociedad. La República Tardía fue un período de

62 Id. pp. 98-108. 63 Id. p. 109: “Lo que distingue los tribunados de Tiberio Graco en 133 y de su hermano menor Cayo en 123 es, en el caso de ambos, un grado de determinación que despertó amarga oposición y los llevó al fin a sus muertes violentas; y en el caso de Cayo Graco, una amplitud de interés reformador que no tiene paralelo en cualquier figura anterior”. 64 Id. p. 124. 65 Id. p. 152-154. 66 Id. p. 159: “Sobre todo, es difícil no suponer que las dificultades de la oligarquía gobernante estaban constituídas por la composición y la miseria de la población de la ciudad de Roma. Esa población proveía, desde luego, un cuerpo de apoyo dispuesto a políticos ambiciosos; la relación que desarrolló es, en mi opi-nión, un aspecto del lazo entre miembros individuales de la élite y aquellos fuera de ella que fue, en una esfera diferente, responsable por la disolución de la República. La violencia de la política en Roma, aunque explicable a la vez en términos de la temprana tradición de autoayuda en una comunidad campesina y a la luz de recientes desarrollos, fue también, creo, un factor en el debilitamiento de los escrúpulos políticos que eventualmente permitió a César y a Pompeyo luchar por la posesión de la res publica, la esencia de la cual era el gobierno colectivo por un grupo”. 67 Id. p. 184. 68 Id. pp. 13-14. Cursiva del autor.

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innovación política, con sus consecuencias económicas y sociales; y más que eso, fue también un período de tremendo avance cultural69.

Crisis inexistente

Discutiendo la bibliografía publicada desde la primera edición de The Last Generation of the Roman Republic, Erich Gruen observaba que la noción de crisis permanecía imprecisa (“elusi-ve”). Las interpretaciones aceptadas de la ruina de la República –la incapacidad de una ciudad-estado para gobernar un imperio, el desarrollo de los ejércitos clientelares, la lucha entre la oligar-quía silana y los triunviros, etc.- podían ser reiteradas, pero faltaba un verdadero análisis de lo que constituyó la “crisis”. Igualmente, la noción de “revolución” aclaraba poco70.

Central en la interpretación de este autor es la “dangerous fallacy” de leer el pasado a la luz de la guerra civil que puso fin a la República, de modo que el desenlace venga a parecer pre-determinado por una historia de crisis y declinación: “a retrojected prophecy”. Se propone Gruen entonces analizar detalladamente la época. Emergerá un cuadro inesperado: las convenciones eran tenaces, no era evidente ninguna pendiente cuesta abajo hacia el desastre, los lazos con el pasado eran más conspicuos que las anticipaciones del futuro; predominaba, en suma, la tradi-ción, no la “revolución”71.

El examen de Gruen muestra, en efecto, que –contra lo que se ha sostenido habitualmen-te- la oligarquía silana pudo tolerar y aun alentar el cambio después de la muerte del Dictador: ni la restauración del tribunado fue el comienzo de la caída del sistema de Sila –el tribunado era par-te del establishment, su restauración fue en gran medida asunto de consenso- ni la reforma de los tribunales por la lex Aurelia fue una victoria de los caballeros, supuestamente para erradicar la corrupción judicial, ni el consulado de Pompeyo el 70 representó un quiebre del orden:

Adjustement, rather than breakdown, was the hallmark of the 70s. An aristocratic government headed by consulares and nobiles and supported by a broadened senatorial class, remained in control throughout (…). The second half of the decade witnessed increased aristocratic infighting, reshuffling of alliances, and the emergence of new and potent figures (…). But on the structure of government and the perpetuation of the Sullan system there was no argument72.

En la última generación republicana, el juego de alianzas políticas siguió siendo en gran parte lo que siempre había sido; lo que distingue la época de Cicerón es la tensión entre las viejas catego-rías de conducta política y el brote de situaciones nuevas73. La elevación de Julio César hasta el consulado siguió líneas convencionales, y el Primer Triunvirato no fue la piedra miliar en el hundi-miento de las instituciones republicanas74. Las quejas de Salustio sobre la nobleza que se trasmi-tía el consulado de mano en mano no eran compartidas por el electorado, señala Gruen; en la tardía República se seguía eligiendo de preferencia a un reducido número de hombres de familias prestigiosas. La oposición entre pompeyanos y antipompeyanos dinamizó la lucha política en los 60, pero de ello no se sigue que el elector promedio calculara su elección en esos términos: “the electorate endorsed men, not platforms”. El Triunvirato no controló las elecciones en los 50, y las campañas electorales no fueron más irregulares de lo que habían sido siempre: ni las acusaciones de soborno eran nuevas, ni la violencia interrumpió la mayoría de las campañas75.

En cuanto al Senado, seguía dominado en sus rangos superiores por los nobiles; pero, de los de rango inferior –los pedarii-, sólo el 23% de los conocidos tenían vínculos con la nobleza: la clase dirigente romana no estaba petrificada y existía una “válvula de seguridad”76. Al mismo tiempo, los

69 Id. pp. 191-193. 70 Gruen, E. (1974), The Last Generation of the Roman Republic, Berkeley, University of California Press, pp. xx-xxi. El autor se refiere especialmente a las obras de Karl Christ, Krise und Untergang der römischen Republik (Darmstadt, 1979), y de C. Meier, quien acuñó el concepto de “Krise ohne Alternative” (cf. infra). 71 Gruen op. cit., pp. 1-2. 72 Id. pp. 6 y ss., y 45-46: “Ajuste, más que colapso, fue el distintivo de los 70. Un gobierno aristocrático, encabezado por consulares y nobiles, y apoyado por una ampliada clase senatorial, permaneció en control durante ese tiempo (…). La segunda mitad de la década presenció incrementada lucha aristocrática interna, reordenamiento de las alianzas y la emergencia de nuevas y potentes figuras (…). Pero en la estructura del gobierno y la perpetuación del sistema silano no hubo discusión”: 73 Id. pp. 48-49. 74 Id. pp. 82, 90 y ss. 75 Id. pp. 122, 142, 158-161. 76 Id. p. 210.

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proyectos legales de reforma iniciados en el Senado fueron dos veces más numerosos que los iniciados en la asamblea por tribunos, y no todos estos últimos encontraron resistencia senatorial: “the image of hidebound conservatives reacting in reflex against every suggestion of change does not correspond to the evidence”. La abundante legislación del período abordó la corrupción electo-ral, los procedimientos judiciales, materias criminales y administrativas; los estadistas romanos eran, pues, conscientes de los problemas contemporáneos. Sin embargo, esta proliferación legis-lativa –al rigidizar la acción política- puede haber contribuído a la caída de la República77. Los jui-cios criminales eran por cierto un elemento de la política romana; los mótivos podían ser múltiples: querellas privadas, rivalidades familiares, ambición, obligaciones personales y también cuestiones públicas. Los resultados también eran variados. Pero es errado ver en los juicios “the background of civil war”78.

Por su parte, ni el ejército ni la plebe tenían la intención de trastornar el orden social o derribar la República, sostiene Gruen. No se puede hacer del cruce del Rubicón por César la representación normal de todo el período; los casos de indisciplina militar –incluyendo el asesinato de cónsules- que se puede citar pertenecen, casi todos, a la época de la primera guerra civil; y no es efectivo que por el sacramentum los soldados se ligaran más a su comandante que a la República. Sin duda, las medidas agrarias de la tardía República no recrearon la clase propietaria rural pre-anibaliana; ni las distribuciones de trigo aliviaron la pobreza del proletariado urbano. En estos te-rrenos el gobierno republicano no lo hizo demasiado bien, pero no peor que la mayoría de los go-biernos a través de la historia79. Por cierto, Roma convivió con la violencia a través de la Repúbli-ca tardía; como muchas otras sociedades. Pero la clase dirigente normalmente toleró, antes que reprimir por la fuerza, los estallidos de descontento:

Demonstrations, even violence, were extensions of the plebs’ prerogatives to voice its needs; they did not present a challenge to the state’s authority. The Roman aristocracy recognized the fact better than have its modern critics. When the Republic fell, it was not the proletariate that brought it down80.

En suma, ni declinación moral, ni levantamiento social, ni elevación de los grandes individuos por sobre el Estado, ni ruptura de la legalidad sirven, a juicio del autor, para explicar el fin de la Repú-blica. Ni tampoco el indemostrado aserto de que una República no puede regir un Imperio. El con-flicto entre César y Pompeyo – sobre una divergencia en materias tradicionales, y sobre la muy tradicional cuestión de dignitas- no necesitaba terminar en guerra. Fue la consecuencia de la pola-rización que, breve pero fatalmente, alteró el equilibrio tradicional. La República habría podido sobrevivir a esta guerra, como había sobrevivido a la anterior. Sin embargo, un encadenamiento de veinte años de guerras civiles fue ya demasiado. Ni decadencia necesaria ni crisis fatal, en definitiva: fue la guerra civil la causa de la caída de la República, no a la inversa –concluye Gruen81.

Crisis sin alternativa

La obra de Christian Meier ha difundido el concepto de “crisis sin alternativa”82. ¿Cómo pudo ser –se pregunta Meier- que no sólo César y sus oponentes, sino la sociedad romana entera, se vie-ran puestos (en los años 50-49) en una situación de la que no había escapatoria –sólo la guerra civil? Como respuesta, más allá de las intenciones de los protagonistas, el autor tiene que diag-nosticar un estado de crisis83:

The crisis of the Late Republic was in many aspects very curious, combining grave and at times bloody un-rest with great stability, and frequent failure of the political order with a universal conviction that it was the only true one. The bindign force of tradition was unanimously acknowledged; it did not necessarily deter-

77 Id. pp. 211-212, 257-259. 78 Id. pp. 260 y ss., 309-310, 356-357. 79 Id. pp. 358 y ss., 373 y ss., 384, 404. 80 Id. p. 448: “Las manifestaciones, incluso la violencia, eran extensiones de las prerrogativas de la plebs para proclamar sus necesidades; no representaban un desafío a la autoridad del Estado. La aristocracia romana reconocía el hecho mejor de lo que lo han hecho sus modernos críticos. Cuando la República cayó, no fue el proletariado el que la derribó”. 81Id. pp. 496-497 y 498-507. 82Meier, C., Res publica amissa: eine Studie zu Verfassung und Geschichte der späten römischen Republik (Wiesbaden, 1966; 1980). Aquí se utilizará Meier (1996), Caesar. A Biography, New York, Basic Books, que resume la tesis central del autor. 83Meier (1996) p. 12.

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mine men’s actions, but it governed their thinking (…). The failure of the system was not perceived as such. What was perceived were attacks on the existing order – this was how attempts at reform were generally interpreted in the Senate – and perhaps also one’s own failure to match up to what needed to be done84.

Característico era el hecho de que las demandas de los descontentos se limitaran a asegurar que esa tradición fuese apropiadamente observada. No había ningún partido de la reforma que articulara los agravios y generara una política común. Sólo los outsiders, generalmente alienados de su propia clase, hombres que sentían que algo se debían a sí mismos, podían hacer propues-tas de cambio. Así, los Gracos o Mario; pero, aunque ellos fueron capaces de movilizar un amplio apoyo por un tiempo, no produjeron nuevos grupos políticos ni una oposición que sobreviviera a la situación inmediata. Un “outsider” tenía que tener un grado excepcional de autosuficiencia para perseguir objetivos en disonancia con la tradición85. Cuando un outsider sobresaliente –César- pudo conquistar un país entero desafiando al Senado y ganar la devoción de sus soldados, se llegó a una situación en que ninguno de los actores podía actuar de modo que no fuera equivoca-do; la República marchó hacia su disolución sin que nadie lo deseara86.

Ya con los problemas económicos y sociales de la época de Tiberio Graco, la solidaridad de la nobleza se aflojó y, con el modo en que enfrentó la crisis, el Senado violó su propia tradición. Se quebró la combinación, probablemente única, de variedad y cohesión, elasticidad y firmeza, movi-lidad y solidez, que había caracterizado a la República clásica. El Senado dejó de estar por enci-ma de los partidos, y las instituciones tradicionales quedaron sujetas a cualquier abuso; de hecho, comenzaron a ser desmanteladas, señala Meier87. Pero la declinación de la República cobró su verdadero ímpetu con los conflictos entre el Senado y Pompeyo en los 60 y 50, observa. El Sena-do temía que Pompeyo adquiriese demasiado poder; éste se vio obligado a buscar algo más que sólo una posición de reconocido privilegio: “the more the republic needed Pompey…, the more resolutely the Senate had to oppose him – until the anarchy became intolerable”. Cuando se había alcanzado un acuerdo (el 52), surgió un conflicto nuevo y mucho más incisivo. Finalmente, el in-tento de destruir la existencia política de César mostró la misma combinación de debilidad senato-rial y de responsabilidad senatorial88. A ello Meier agrega los efectos colaterales de las acciones tomadas, la acumulación de hechos tal vez triviales pero preñados de consecuencias, de manera que:

Society could no longer cope with its problems within the framework of traditional liberty, but it was unwill-ing to renounce this liberty. This was the essence of the crisis without alternative. Yet in the absence of any possible alternative, the existing order was bound to be destroyed – in the struggle to defend it. It was simply worn down, no because anyone wished to destroy it, not even despite the fact that everyone wished to save it –but precisely because of this fact89.

“Crisis sin alternativa” no significa que, en el hecho, faltaran alternativas o que no se pudiera ha-ber introducido alguna reforma, explica Meier para concluir. Pero lo que no se podía hacer era crear una fuerza nueva capaz de poner en pie el obsoleto y ampliamente ineficaz orden tradicio-nal. La República tardía no podía enfrentar los problemas sociales en el interior y los militares y administrativos en el exterior. Cualquier intento para resolverlos incrementaba el poder de algunos individuos; o al menos el temor que ellos inspiraban a la mayoría de los senadores. Esto llevó a

84 Id. p. 26: “La crisis de la República tardía era en muchos respectos muy curiosa, combinando graves y a veces sangrientos desórdenes, y frecuente fracaso del orden político, con una convicción universal de que era el único verdadero. La fuerza vinculante de la tradición era unánimemente reconocida; no necesaria-mente determinaba las acciones de los hombres, pero gobernaba su pensamiento (…). El fracaso del siste-ma no era percibido como tal. Lo que era percibido eran los ataques al orden existente – así era como los intentos de reforma eran generalmente interpretados en el Senado – y tal vez también el propio fracaso en estar a la altura de lo que necesitaba ser hecho”. 85Id. pp. 27, 44 y ss. 86Id. p. 348. 87Id. pp. 31 y ss. 88 Id. pp. 353-356. 89 Id. p. 357: “La sociedad no podía ya enfrentar sus problemas en la estructura de libertad tradicional, pero no estaba dispuesta a renunciar a esta libertad. Esto fue la esencia de la crisis sin alternativa. Además, en la ausencia de cualquier posible alternativa, el orden existente estaba condenado a ser destruído – en la lucha por defenderlo. Fue simplemente erosionado, no porque alguien deseara destruirlo, ni siquiera a pesar del hecho de que todos deseaban salvarlo – sino precisamente a causa de este hecho”. Meier agrega: “The only possible exception was Caesar, whose purpose may have been different” (ibid.).

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intensos conflictos y a creciente ineficiencia y, así, a la desintegración del orden heredado. El ré-gimen senatorial no estaba concebido para lidiar con los problemas que ahora enfrentaba90.

Ni aun César, pues, este “outsider” sobresaliente, pudo tener enteramente control de los cam-bios en el proceso. En cierto modo no era más libre que Pompeyo o Catón. La “crisis sin alternati-va” se produce así de modo casi automático, a partir de la acumulación de hechos en el período precedente – pero un período que es reconocido como de declinación91.

Cambio y continuidad

“By the end of the second century before Christ the Romans faced a crisis as a result of their mastery of the Mediterranean” –es la sentencia inicial de la segunda edición de la obra de la Uni-versidad de Cambridge dedicada a “the last age of the Roman Republic”92. Andrew Lintott, uno de sus editores, parece seguir siendo tributario de Polibio y de Salustio al destacar el valor causal del dominio del mundo antiguo: la crisis es el resultado de esta situación. Sin embargo, Lintott prefiere subrayar los aspectos de continuidad en la tardía República con respecto a la época anterior a la III Guerra Púnica: las fuerzas desestabilizadoras que se puede identificar en el período siguiente (tensiones entre el imperium consular o proconsular y la auctoritas del Senado; entre el Senado y la política tribunicia) no eran enteramente nuevas. Un factor nuevo en la segunda mitad del siglo II aC podría ser la transformación de la economía agraria, pero el autor no está dispuesto a aceptar como probada su incidencia en la presunta disminución de los assidui. Y no todo eran fuerzas desestabilizadoras. Aunque los romanos tendían a igualar “cosas nuevas” con “revolución” –observa Lintott-, su constitución estaba en continua modificación a través de nuevas leyes y pre-cedentes; las nuevas convenciones eran aceptables si podían ser conciliadas con el ethos básico de la sociedad93.

Si era así, el cambio que se producía no era realmente constitutivo de una “crisis”. En el epílogo del volumen, los coeditores de Cambridge insisten, restando dramatismo a los aspectos de “ruptu-ra” en la época: se estaba produciendo, como en todo período, un cambio en las concepciones morales; pero ello no necesariamente implica la morbidez del cuerpo político. El elemento demo-crático sí existía en el sistema: la clase gobernante dependía de los electores y no podía tratar la res publica como un juego privado. Las profundas divisiones existentes en la sociedad romana no fueron la causa de la caída de la República; ni tampoco se justifica ver en la demanda de tierra por los soldados la causa de las guerras civiles, aunque sí los intentos de satisfacer esas demandas eran regularmente causa de crisis políticas94. Los romanos estaban incluso dispuestos a tolerar un grado de uso de la fuerza en la vida política y social –es la tesis de Lintott en una obra particular. Pero, previene aquí, junto con J.A. Crook y E. Rawson:

It should not be concluded from the violence that the whole Roman body politic was rotten and the story of the late Republic no more than a power-struggle between a handful of self-seeking political bosses. In the great conflicts over repetundae [los juicios por concusión], the agrarian laws, the fran-chise and the extensions of imperium we should be prepared to allow that serious men were apply-ing their minds and efforts to the problems of their times95.

90 Id. p. 491. 91 Cf. la reflexión general de Meier, sobre la crisis sin alternativa como un caso especial de “transformation of politics in change”: id. p. 493. 92Lintott (1996), op. cit. p. 1. 93Id., “Political History, 146-95 B.C.”. En: Cambridge Ancient History, 2nd Edition, Vol. IX, The Last Age of the Roman Republic, 146-43 B.C. p. 53-58. Sin embargo, en otro capítulo, Lintott señala la escasez de efec-tivos suficientes para el ejército y la menor calidad de las tropas, aun después de las reformas de Mario: id., “The Roman empire and its problems in the late second century”. En: id. pp. 36-39. 94 Pero cf. Lintott, “The Crisis of the Republic: Sources and Source-problem”, p. 15: “We may still wonder whether the plebeians did articulate grievances and demands, whether they were generally conscious of their rights and liberties as something achieved by earlier plebeian struggles and not gifts from above: might some of them even have viewed civil wars as revolutionary activities or at least deliberate blows against their oppressors?” (“Podemos aun preguntarnos si los plebeyos articulaban agravios y demandas, si eran gene-ralmente conscientes de sus derechos y libertades como algo conseguido en las tempranas luchas plebeyas y no como regalos desde arriba; ¿podrían algunos de ellos haber visto incluso las guerras civiles como acti-vidades revolucionarias o al menos deliberados golpes contra sus opresores?”). 95 Crook, J.A., Lintott, A., Rawson, E. (1996), “Epilogue. The Fall of the Roman Republic”. En: Cambridge Ancient History, 2nd Edition, Vol. IX, The Last Age of the Roman Republic, 146-43 B.C., pp. 769-71: “No

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Cierto, el ejército habría tenido que ser despolitizado de algún modo. No podemos decir –argumentan los editores- si la República hubiera podido reformar sus instituciones y continuar siendo República; es claro que no lo intentó en forma radical. El último siglo de la República, aun-que una época de cambio, no era una época de declinación –lo prueban los avances económicos, culturales e intelectuales. Y algunos de los cambios que trajo la época imperial –la extensión de la ciudadanía, la profesionalización de los ejércitos, la integración de los gobiernos de las ciudades en una estructura de gobierno municipal y central- comenzaron a prepararse en esta época: el Imperio Romano no tuvo que ser inventado a partir de la nada –son las palabras finales del volu-men96.

Fragmentación de la legitimidad

Los editores de un reciente Companion to the Roman Republic cierran el volumen deteniéndose en el tema de la “transformación de la República”. Porque, señalan R. Morstein-Marx y N. Rosens-tein, la República romana nunca “cayó” del modo en que cayeron el Ancien Régime en Francia, el Tercer Reich o la Unión Soviética. No “cayó” ni “colapsó”: se transformó, de la res publica de Cice-rón a la de Augusto, en su mayor parte impeceptiblemente97.

Si con los conceptos corrientemente usados ‒“caída”, “colapso” o “fin”- se quiere decir un proce-so de transformación, el mismo no puede ser encapsulado en un acontecimiento específico, ni siquiera en la guerra civil cesariana. Y los supuestos en que usualmente se sustenta la noción de la “crisis” o “colapso” de la República tienen que ser revisados. Hasta el siglo XX parecía axiomá-tica la aserción de que una república no puede regir un imperio; esta noción, sin embargo, requie-re un examen cuidadoso. No es tan seguro que la guerras en el exterior hayan arruinado a los soldados-campesinos; puede ser que los requerimientos de hombres para las guerras hayan sido compatibles con los patrones tradicionales de la vida agrícola italiana98. La pobreza rural puede deberse a causas de corto plazo y más transitorias, como las devastaciones y confiscaciones del bellum sociale y de las guerras civiles de los 80. Tampoco sabemos a ciencia cierta si los pobres y sin tierra constituían el grueso de las legiones de la tardía República. Y el alegato de Sila o de César por su dignitas no era el motivo tan frívolo que parecen creer algunos autores modernos: el respeto de la comunidad por la dignitas personal, basada en los logros o en la promesa de los logros para esa comunidad, yacía en el mismo corazón del sistema republicano99.

Lo que emerge en cambio, dicen los autores, es un proceso marcado por la fragmentación de la legitimidad: la República no podía ya ser asociada lisa y llanamente con el Senado, sino que podía ser vista encarnada en individuos –un procónsul, un tribuno- en conflicto con el Senado. Pero esto no es lo mismo que desafección con la República, sino al revés: los adversarios del Senado en un momento dado no pedían su abolición o derrocamiento, sino que denunciaban la indignidad de su presente liderazgo y llamaban a un retorno a su responsabilidad paternalista por las necesidades y demandas populares100.

Un factor de la fragmentación de la legitimidad parece estar en la división de la élite. La élite ro-mana se dividió en el caso de Tiberio Graco, y desde entonces estuvo frecuentemente dividida en las grandes cuestiones, suscitadas por los problemas y responsabilidades imperiales (los italianos, Mitrídates, la tierra para los veteranos, Galia, etc.); pero sólo cuarenta años después del primer

debe concluirse de la violencia que todo el cuerpo político romano estaba podrido, y que la historia de la tardía República no era más que la lucha de un puñado de jefes políticos egoístas. En los grandes conflictos sobre repetundae, las leyes agrarias, la ciudadanía y las extensiones del imperium, deberíamos estar dis-puestos a admitir que hombres serios estaban aplicando sus inteligencias y sus esfuerzos a los problemas de su tiempo”: 96Id. pp. 772-76. 97Morstein-Marx, R. & Rosenstein, N. (2010), “The Transformation of the Republic”. En: Rosenstein, N. & Morstein-Marx, R., ed., A Companion to the Roman Republic, Chichester (UK): Wiley-Blackwell. pp. 625-26. De hecho, observan los autores, el uso de res publica para distinguir del Principado lo que nosotros llamamos República, no está atestiguado sin ambigüedad antes de Tácito (ibid.). 98 En el mismo volumen, Luuk de Ligt sugiere que la conscripción puede haber tenido un efecto positivo en predios que sufrían de sobreabundancia estructural de mano de obra –menos bocas que mantener, en defi-nitiva. De Ligt, L. (2010), “The Economy: Agrarian Change during the Second Century”. En Rosenstein & Morstein-Marx, op. cit. p. 596. 99 Morsten-Marx y Rosenstein, op. cit. pp. 630-32. 100 Id. p. 633.

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Graco se recurrió a las armas como una fuente de poder alternativa. El diagnóstico de la deca-dencia moral producida por la riqueza (Salustio, Livio), en términos sociológicos modernos se des-cribiría como aumento del individualismo y la relajación de la restricción social que anteriores ge-neraciones se habían impuesto a sí mismas: ya no existían las grandes amenazas exteriores que habían obligado a la élite a la autodisciplina. La división de la élite, en fin, es tanto más conspicua porque la élite de la República había manifestado como una fuerza de larga duración, basada en una resiliencia y disciplina sin paralelos en la historia europea. Lo que debería explicarse, así –concluyen los autores-, es cómo una élite competitiva y a la vez cohesionada fue creada y mante-nida por tanto tiempo101.

La “nueva república” que no fue

En su tesis de las varias “repúblicas romanas”, Harriet Flower comenta cuan profundamente en-carnado en el pensamiento histórico está la idea de una simple y prolongada crisis en Roma, esto es, el modelo aceptado de una lenta declinación de la República. Para abrir una nueva perspecti-va, la autora quiere plantear cuestiones acerca del “role and rate of change in republican poli-tics”102.

En este contexto, Flower caracteriza el siglo II como una época de grandes innovaciones: un sis-tema político maduro y dinámico permitió cambios pacíficos. Señala entre ellos la regulación de las carreras políticas, la colonización, el calendario político, el sistema judicial, la reforma agraria, el voto secreto, la acuñación en plata y, hacia el final del período, la nueva forma de reclutamiento del ejército103. Sin embargo, y en contraste, el período que comienza con el tribunado de Tiberio Graco se distinguió por el desarrollo de la violencia, hasta el extremo de la guerra civil. Ni Tiberio Graco ni su adversario C. Octavio actuaron de acuerdo a las reglas establecidas del juego político; siguieron luego la persecución de los partidarios del primero, Cayo Graco y el cónsul Opimio, Ma-rio y Saturnino104:

Yet it seems that most interpretations of republican Rome have seriously underestimated the devastating effects of violence on Rome’s traditionak political culture. It did not take generations to wear the Republic down slowly; rather, the violence associated with the age of the Gracchi ushered in a new era that pro-duced virtual anarchy and serious challenges to the political system by the watershed year of 100105.

Flower relaciona esta violencia con las presiones de la política exterior –las crisis de España y de Sicilia forman el trasfondo de las propuestas de reforma de Ti. Graco. Finalmente, la causa del colapso de la “república de los nobiles” fue la incapacidad de los romanos para recompensar de-bidamente a los aliados itálicos. La incorporación forzada de estos aliados a la vida política llevo, tras una década de lucha, a una nueva república impuesta por un dictador106.

Con todo, en contra de la tesis de la “crisis sin alternativa” de Meier, Flower observa en el perío-do tres grandes programas de reforma política: el de Cayo Graco, el de M. Livio Druso y el de Sila, éste finalmente impuesto107. Pues, lejos de pretender simplemente restaurar el orden oligárquico, Sila fue un reformador radical, que se apartó deliberadamente de la tradición romana –“the use of the same names for magistrates and for other political functions should not obscure the degree of innovation”. La “New Republic”, como la llama Flower, era una constitución basada en la ley –en lugar del mos maiorum- y en un sistema judicial. Pero en definitiva no fue aceptada, porque era demasiado revolucionaria y demasiado extraña –en su contenido, su estilo y su origen- a la tradi-ción romana108. La división política de los 80 resultó así definitiva:

…The culture of compromise and open debate now lay in the distant past and proved effectively impossible to re-create in the prevailing political climate. There was simply no one left who was playing the old republi-can game, among either the old or the new senators, least of all an obstructionist like Cato.

101Id. pp. 634-635. 102 Flower, H.I. (2010), Roman Republics, Princeton & Oxford: Princeton University Press, pp. x y 100. 103 Id. pp. 62 y ss. 104 Id. pp. 84 y ss. 105 Id. p. 96: “Sin embargo, parece que la mayoría de las interpretaciones de Roma republicana han seria-mente subestimado los devastadores efectos de la violencia en la cultura política tradicional de Roma. No tomó generaciones erosionar la República lentamente; más bien, la violencia asociada con la época de los Gracos acompañó una nueva era que produjo virtual anarquía y serios desafíos al sistema político por la divisoria de las aguas del año 100”. 106 Id. pp. 96, 97 y ss., 113-14. 107Id. pp. 117-18. 108Id. pp. 120, 129 y ss., 134.

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El uso de la violencia por todos destruyó la idea de un juego político con reglas, en el que los perdedores aceptaban su derrota y los ganadores no insistían en privar a sus adversarios de futu-ro político109. Los romanos no fueron capaces de llegar a un nuevo consenso, el Senado no estu-vo a la altura de su papel directivo y las altas figuras individuales resultaron desestabilizadoras: Pompeyo, desde luego; pero también Catón y Cicerón, cada uno de los cuales pretendía estar defendiendo la tradición republicana. Por lo tanto, las tres décadas entre Sila y César fueron sólo una secuela o un epílogo, “after the shipwreck”. Deberíamos tomar seriamente el sentimiento de Cicerón de que la República estaba perdida ya el 60 (el año del Primer Triunvirato), concluye la autora110.

Conclusión

Algunas obras que tratan aspectos particulares pueden haber complementado las visiones gene-rales sobre el período final de la República romana. La obra ya clásica de Peter Brunt, Italian Manpower 225 B.C. – 14 D.C.111, pone una cuestión fundamental: la declinación demográfica de Roma y de Italia, entre el siglo III y la época de Augusto. Si es así, más allá de la responsabilidad de las clases dirigentes –que Brunt sostiene- se trata de una decadencia radical, la única “verda-dera” decadencia, según afirma Pierre Chaunu112. Las tesis de Brunt, con todo, han sido revisadas y discutidas en el último tiempo113.

Los juicios sobre la evolución política en la tardía República dependen de la interpretación que se tenga sobre el sistema político romano. Desde las obras clásicas de Matthias Gelzer (1912) y Friedrich Münzer (1920) ha sido una idea adquirida la del carácter puramente familiar y aristocráti-co de las relaciones políticas en la República; ella es manifiesta en Ronald Syme, por ejemplo. En sentido contrario, Claude Nicolet ha insistido en el papel del populus y del ciudadano, que no se limitaba a una mascarada; Fergus Millar ha reivindicado el elemento democrático de la constitu-ción romana y K-J. Hölkeskamp ha destacado sobre todo la “cultura política” en la que interactúan una aristocracia abierta y el populus Romanus, fuente última de legitimidad. Tiene que ver direc-tamente con nuestro tema la pregunta que propone Hölkeskamp: ¿cómo fue posible que la res publica funcionara tan bien por tan largo tiempo, sin cambiar significativamente su estructura y carácter?114 Así también, al tópico de la “corrupción” del pueblo a través del panem et circenses ha respondido la obra de Paul Veyne, Le Pain et le Cirque, que puso bajo otra luz toda la cuestión115.

¿Crisis o decadencia, en definitiva? Se ha visto que, con Mommsen, el concepto de decadencia, claramente afirmado, es aplicado al conjunto de la sociedad romana de los siglos II y I; en otros autores, como Syme, es implícito, acotado y referido a la clase política. La decadencia en Mommsen tiene además un sentido orgánico; por eso es posible también un rejuvenecimiento. En Mommsen, como en Bloch y Carcopino, la historia de la República Tardía tiene igualmente un evidente sentido teleológico: todo el encadenamiento de los acontecimientos parece llevar a la monarquía del Gran Hombre. Puede reconocerse allí el esquema de filosofías de la historia, de Burckhardt a Spengler y Toynbee.

Polibio y Salustio pueden estar todavía en el trasfondo de muchas interpretaciones modernas: las mismas suelen agregar los aspectos sociales y económicos, pero el supuesto permanece (“consecuencias del imperio”). La crítica a la situación tardorrepublicana, por parte de tantos auto-

109 Id. pp. 136 (“La cultura del compromiso y debate abierto yacía ahora en el distante pasado y resultó en efecto imposible de recrear en el clima político prevaleciente. Simplemente no había nadie que jugase el viejo juego republicano, entre los senadores antiguos o nuevos, y menos que nadie un obstruccionista como Catón”) y 138. 110Id. pp. 138 y ss., 153. 111 Brunt, P.A. (1971), Italian Manpower 225 B.C. – 14 D.C., Oxford University Press. 112 Chaunu, P. (1983), Historia y decadencia, Barcelona, Juan Gránica. 113 Cf. L. de Ligt, op. cit.; Morley, N. (2010), “Social Structure and Demography”, en Rosenstein & Morstein-Marx, op. cit., pp. 317-322; Id. (2001), “The Transformation of Italy, 225-28 B.C.”. En: Journal of Roman Studies 91, pp. 50-62; Scheidel, W. (2004), “Human Mobility in Roman Italy, I: The Free Population”, Journal of Roman Studies 94, pp. 1-26; id. (2005), “Human Mobility in Roman Italy, II: The Slave Population”, Journal of Roman Studies 95, pp. 64-79. 114 Nicolet, C. (1976), Le métier de citoyen dans la Rome républicaine, Paris, Gallimard. Millar, F. (1998), The Crowd in Rome in the Late Republic, Ann Arbor, University of Michigan Press. Hölkeskamp, K-J. (2010), Reconstructing the Roman Republic. An Ancient Political Culture and Modern Research. Princeton & Oxford, Princeton University Press, y cf. p. 44. 115 Veyne, P. (1976), Le Pain et le Cirque. Sociologie historique d’un pluralisme politique, Paris, Seuil.

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res, no siempre es consistente con las premisas adoptadas. No está demostrado que el siglo II aC sea, en todo respecto, inferior al siglo III; ni tampoco, el I frente al II. Si de democracia se trata, parece haberla habido en mayor grado en la época de Clodio que en la de Catón el Censor. Si decadencia ha habido, el estado ideal que habría debido conservarse es el de los pequeños pro-pietarios campesinos que se alternaban entre la guerra y sus cosechas, el cuerpo ciudadano de pura cepa itálica, incontaminado por la afluencia de esclavos de todo el mundo, el derecho restrin-gido, el individuo limitado por convenciones y jerarquías… Es claro que sería irreal plantearlo así, y contemporáneamente, en el mundo “globalizado”, se sentiría más familiar la época tardorrepu-blicana e imperial116. Tampoco está demostrado que ideales del pasado sean falsos o equivoca-dos. El juicio supone elecciones, pero éstas se dan en el plano de los valores y de una opción “metahistórica”.

Por otra parte, el uso del concepto de “crisis” puede ser preferido contemporáneamente, pero es claro que por sí mismo no explica todo lo que quisiera explicar –así observan Gruen, Flower y otros. De nuevo, la sensación de “crisis” puede estar dada por nuestras fuentes y por el conoci-miento retrospectivo del historiador; es posible que otra mirada destaque lo “normal” por sobre lo “anormal”, la continuidad por sobre el cambio. En este sentido, se ha observado que el verdadero problema sería la notable duración de la República, más que su “caída”. “Crisis”, por fin, nos lleva al corazón de la política –de las decisiones tomadas, o no tomadas, por los protagonistas. Hablar de “crisis” significa dejar abierta la continuación de los acontecimientos, y salvar así la libertad de los actores.

“Transformación” puede ser adecuada; pero, el decir que la hay, ¿no es en el fondo una perogru-llada ‒como “transición”? Pues la historia es transformación; como la nave de los atenienses, de la

que, substituida pieza a pieza, se podía decir que era la misma o que era otra (Plutarco, Teseo 23.1). Sólo que sabemos que, en cierto momento, ya no había República.

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116 A modo de ejemplos: Bancalari, A. (2007), Orbe Romano e Imperio Global, Santiago, Editorial Universita-ria. Y: “El marido reaccionó como un hombre ‘moderno’… para quien la persona humana constituía un valor absoluto”, a propósito de la Laudatio Turiae: Marrou, H.I. (1985), Del conocimiento histórico, Buenos Aires, Per Abbat Editora, p. 86.

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