CRISTINA P REZ GUERRERO

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2016 21 Número CRISTINA PÉREZ GUERRERO

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201621Número

CRISTINA PÉREZ GUERRERO

Lic. Gabino Cué MonteagudoGobernador Constitucional del Estado de Oaxaca

Lic. Alonso Alberto Aguilar OrihuelaSecretario de las Culturas y Artes de Oaxaca

Lic. Guillermo García ManzanoDirector General de la Casa de la Cultura Oaxaqueña

Lic. María Concepción Villalobos LópezJefa del departamento de Promoción y Difusión

Lic. Rodrigo Bazán AcevedoJefe del departamento de Fomento Artístico

Ing. Cindy Korina Arnaud JiménezJefa del departamento Administrativo

C.P. Rogelio Aguilar AguilarInvestigación y Recopilación

Un personajeindeleble

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Haber sido lo que fue es más que bello y ejem-plar.

Doña Cristinita pasó por la vida en el mejor sen-dero de la humildad, aquel que lleva a la grandeza y al ejemplo. Ella nació para el Amor, para el Arte, para la maternal ternura, como dando luz a la som-

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bra, como dando agua clara y refrescante a sus hijos, a sus artistas y a su Oaxaca querida. Cristinita era la imagen de la tenacidad, el orgullo del pobre pro-digando basta riqueza espiritual a sus congéneres, avasallante carácter de una dulce firmeza, dulce al fin pero firme.

Cuando ella se fue nos legó una constelación de estrellas provincianas a quien dispuso en los brazos de Thalía y de Melpómene y cuyo fulgor ya nunca dejó de brillar en el tiritante mundo del teatro. Pero estoy seguro que su mejor obra, su más perfecta ac-tuación y su más atinada dirección de escena, fue-ron tres oaxaqueños queridos y respetados: Jorge, Cuauhtémoc y Armando, sus hijos.

Guillermo García Manzano

Con el Licenciado Julio Bustillos Montiel

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Carta devida

Cristina, Cristinita, Doña Cristina la llamaban sus amigos, familiares y compañeros de aventura, pues para la señora Cristina Pérez Guerrero, la

vida fue una aventura que la llevó por los difíciles caminos del teatro, dejando marcada huella como actriz emotiva y eficiente directora.

Para comprender su dimensión y significado en el quehacer teatral, es necesario retroceder en el tiempo y recordar los ambientes y circunstancias en que se desarrolló y actuó la Compañía Artística Oa-xaqueña, destacado grupo de amateurs del teatro, integrados, administrados y dirigidos por doña Cris-tina.

Iniciaba el siglo, cuando fue colocada la primera piedra del teatro y casino Luis Mier y Terán, promo-vido por el Gobernador Emilio Pimentel, quien invitó a destacados industriales, terratenientes y comer-ciantes de la ciudad de Oaxaca para que adquirieran acciones que permitieran reunir cien mil pesos, costo estimado de la construcción, que se inició en el pre-dio localizado en la esquina de las actuales calles de Independencia y Armenta y López.

La primera piedra del teatro casino fue colocada el 7 de agosto de 1904 al aprobarse los planos cons-tructivos presentados por el Ing. Rodolfo Franco La-rrainzar y muy pronto se agotó el capital reunido por los socios, por lo que el Estado se hizo cargo de la terminación del teatro que alcanzó un costo de tres-cientos cuarenta mil pesos.

Se inauguró el 5 de septiembre de 1909 con la presencia de la señora de Luis Mier y Terán, Adela

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Cuesta, del Gobernador del Estado: Emilio Pimentel y otras autoridades civiles y militares. El funciona-miento del teatro estaba encargado a un administra-dor, taquilleros, acomodadores, personal de limpie-za, velador y guarda casa.

Los asistentes a la inauguración disfrutaron de una velada literario–musical en la que tomó parte la Banda de Música del Estado bajo la dirección de Ger-mán Canseco; las señoritas Mercedes Magro Soto y Elena Brito declamaron sentidas poesías y Rosa Ga-vito y Emilio Díaz Ortiz tuvieron varias intervencio-nes al piano.

El día 9 de septiembre el Teatro lució sus me-jores galas cuando se presentó la conocida ópera Aída de Giuseppe Verdi, con la Compañía de Ópera del eminente maestro Sigaldi, que fue interpretada por él mismo, la soprano Emilia Leovalli, la contralto Adriana Delgado y la “soprano lírica” Flora Arroyo, además de “treinta coristas y ocho bailarinas”. Pero la orquesta que acompañó esta representación –y todas las siguientes– no era de dicha compañía: era la del Conservatorio Nacional de Música, conforma-da por treinta y cinco elementos, y de la cual eran “Directores y Concertadores los eminentes maestros Mario Hediger e Ignacio del Castillo (mexicano)” y, según la versión del periodista Juan Aguilar, también tomó parte el violinista oaxaqueño Gabino García Aranda.

En los años siguientes, el teatro Luis Mier y Te-rán motivó la actividad teatral en la ciudad, tanto de autores como Adalberto Carriedo (Lutecia y la con-quista del sol) y el médico Ramón Pardo (Noche de beneficio), como de actores, casi todos aficionados, que formaron diversos grupos.

Esta actividad decayó por los eventos revolu-cionarios. Durante esa época el teatro se usó para realizar un baile (se quitaron las butacas de luneta) organizado para celebrar la toma de poder del go-bernador Miguel Bolaños Cacho.

Ya calmadas las aguas revolucionarias, en 1921, en el teatro se efectúa una función de beneficio para la

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Casa de Cuna y el Hospital de Caridad y se presen-ta un “juguete cómico infantil” en el que participan Celia Gutiérrez, Sara Villasante, Raquel Rodríguez, Alicia Prieto y Renato Rueda Magro. Un número de danza con participación de Carolina Sólomon, Con-cepción Manzano Trovamala, Esther Díaz y Salvador Fernández.

También se presentó la zarzuela “La Trapera” en la que participaron los “aficionados” Josefina Reyes Sandoval, Julio Bustillos Montiel, Fernando Magro, Antonio Castillo Merino, Carlos Franco Sodi, Josefina Hernández de Gutiérrez, Jorge Fernando Iturribarría y otros jóvenes amantes del teatro.

Un antecedente de lo que ahora es la “Guelaguet-za”, una muestra de música y trajes regionales, que se presentó en 1925 en un espectáculo musical: “Así es Oaxaca”, con música del maestro Pelagio Manja-rrez y del cual ya no tenemos más noticias.

En 1928, Oaxaca sufrió una serie de temblores que destruyeron varios edificios y motivaron a muchos habitantes de la ciudad a emigrar a otras ciudades de la república, especialmente a la capital. También sirvió, esta situación dolorosa, de tema a una revis-ta teatral: “Los efectos del temblor” que subía a la escena los aspectos trágicos, cómicos y de toda ín-dole sucedidos con motivo de los cinco terremotos sucedidos ese año. El libreto lo escribió el profesor José Lamberto Moreno y la música fue del maestro Rosendo Sánchez.

Pero las consecuencias de los terremotos afecta-ron gravemente la situación socio económica de la ciudad, que entró en un periodo de decaimiento que se aliviaba con las “sesiones culturales” o “sábados rojos” organizados por un gobierno socialista, que se presentaban en el teatro Mier y Terán.

En este ambiente surge la Compañía Artística Oa-xaqueña, un destacado grupo de aficionados orga-nizado por doña Cristina Pérez Guerrero, dama que ya traía la afición al teatro, pues su padre, don Ma-nuel Pérez, había actuado en el Teatro de El Recreo y como prefecto del Instituto de Ciencias y Artes del

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Estado de Oaxaca, convivía y alternaba con los jóve-nes estudiantes que participaban en diversas obras teatrales como las que mencionamos en anteriores renglones. Su madre fue la señora Carlota Guerrero, digna esposa de don Manuelito Pérez.

La Compañía Artística estaba integrada por: Efrén Díaz Cervantes, Rubén Othón Mondragón, Esther y Juan Moreno, Enrique Sánchez, Jesús Maza, Alfredo Martínez Barroso, Luis Arévalo, Elisa y Blanca Ria-ño, Porfirio Castillejos y Enrique Toro Ibáñez. Espo-rádicamente se integraban al grupo estudiantes del “Instituto” como Everardo Ramírez Bohórquez, quien nos comentó mucho de lo que aquí consignamos. El apoyo financiero de la Compañía Artística lo propor-cionaba la señora Encarnación Goiri de Riaño, quien usaba su patrimonio para satisfacer sus aficiones teatrales.

Algunas de las obras que presentó la Compañía Teatral Artística Oaxaqueña fueron: El despertar de las sombras, Esos hombres, Mancha que limpia, Juan José y La cabaña del tío Tom. Las crónicas mencio-nan que en la obra “Debilidad de carácter”, tomó parte Mario Moreno “Cantinflas” quien por esos años vivía en esta ciudad, pues su padre era el encargado postal del tren que corría hacia Tlacolula, y Mario tra-bajaba como chofer en la Junta Local de Caminos y habitaba en la segunda calle de M. Bravo.

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Mario Moreno asistía a los ensayos del grupo oa-xaqueño, que se efectuaban en el domicilio de la señora Pérez Guerrero, en la cuarta calle de Beni-to Juárez, hoy Macedonio Alcalá, porque era novio de una de las actrices de la obra que se ensayaba: “Debilidad de carácter”. Dos días antes del estreno, enfermó el actor principal, Alfredo Martínez Barroso, y ante la situación desesperada, Doña Cristina acep-tó que Mario actuara el papel de “Felipe” en la obra mencionada. Lo hizo de una manera tan apropiada, que el público le ofreció una ovación al término de la obra y más lo aplaudió cuando en el “fin de fiesta” bailó el ritmo de moda: el charleston.

Ya rico y famoso, Cantinflas o Mario Moreno, re-gresó a Oaxaca en 1954, volando en su propio avión, que aterrizó en el campo aéreo de Ixcotel, donde fue recibido por sus compañeros del teatro oaxaqueño, especialmente Doña Cristina, a quien el mimo llama-ba su “Madrina de teatro” y la colmaba de atencio-nes, cuando ella lo visitaba en la capital del país.

Otro recuerdo de Don Everardo Ramírez Bo-hórquez es la función de beneficio que organizó la Compañía Teatral para Doña Cristina en septiembre de 1928, realizada en el teatro Luis Mier y Terán. La obra presentada fue “La mujer X” y participaron en ella: Cristina Pérez Guerrero en el papel principal de “Lina”, acompañada de Esther Moreno, María Ra-mírez, Elvira Guzmán, María S. Llanes, Agustín Ma-tus, Efrén Díaz Cervantes, Alfredo Martínez Barroso, Juan Moreno, Rodolfo García, Enrique Sánchez, Er-nesto Chagoya, Domingo Merino, Guillermo Flores, Everardo Ramírez Bohorquez (como Víctor) y Alfre-do García.

Al inicio de la función, apareció Doña Cristina en la boca del proscenio y leyó algunas palabras que también figuraban en el programa de mano:

“Al presentarme nuevamente ante al culto público de Oaxaca, no es sino por la benevolencia con que inmerecidamente han sido recibidos, en otras oca-siones mis modestos trabajos; los que, sometidos a un detenido estudio, hoy me permito ofrecer como un tributo de gratitud a todos aquellos que se han

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dignado estimularme. Escogí “La Mujer X”, joya del teatro francés, no confiando en un talento que no po-seo, si no por encontrarla muy cerca de mi corazón y pintar muy a lo vivo la abnegación, el amor y el sacrificio de una madre, cualidades que por abolen-go adornan a la mujer oaxaqueña, pues quiero que esto constituya un justo homenaje a sus tradicionales virtudes. Para concluir, me permito hacer público mis agradecimientos para todas aquellas personas que de alguna manera se han dignado favorecerme, pero con especialidad, para mis entusiastas compañeros de arte y para el profesor Mondragón y profesores que componen la aplaudida orquesta, porque, con su arte y su desinterés contribuyen al mejor éxito de mi función”.

Luego mencionó nombres de algunas perso-nas que la apoyan en su quehacer teatral, comen-zando con el Gobernador del Estado Lic. Genaro V. Vásquez; el Secretario General del Despacho, don Fidel Sandoval; al General jefe de las operaciones militares, Juan Espinosa y Córdoba; al General Ma-nuel Maldonado; al Teniente Coronel Cliserio Torres García; al Mayor Eulalio Sastré de la Fuente, Mayor de órdenes y a los jefes y oficiales de guarnición de esta plaza; al Presidente Municipal Lic. Julio Bustillos y miembros del honorable Ayuntamiento capitalino; a los acreditados diarios locales “Mercurio” y “Dia-rio del Sur”; a los populares “Ciclón” y “Adelante” y a la simpática “Revista militar deportiva del Sur”; al digno profesorado, simpático grupo estudiantil y esforzado elemento ferrocarrilero de esta ciudad. A los señores Lic. Heliodoro Díaz Quintas, Dr. Car-los H. Rueda, Alfredo Andrew Almazán, Gustavo Be-llón, Antonio Ruiz Bravo, Manuel Bonavides, Rafael Mora y al señor Antonio Casero, digno representante de la acreditada cerveza Moctezuma. A los señores Samuel Mondragón, Joaquín Fagoaga, Guillermo Itu-rribarría, Moisés Gonzalez, Cutberto Flores, Luis M. Parra, David Arriaga, Carlos Rivera Bustamante y Lic. Guadalupe F. Martínez.

La presentación de “La mujer X”, melodrama de la autoría del francés Alejandro Bissón, fue dirigida por Enrique Sánchez y Juan Moreno. En el inicio y los intermedios, la orquesta del maestro y compo-

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sitor Samuel Mondragón interpretó modernas y es-cogidas piezas musicales. Como nota curiosa puedo agregar que los precios de este espectáculo fueron: luneta, 75 centavos; palcos con seis asientos, 4.50; plateas con seis asientos: 4.50; palcos segundos: 30 centavos; galería: 20 centavos; paraíso: 10 centavos. Además, en las localidades más caras, se aceptaba la credencial de estudiante con una rebaja de 50% en el costo de entrada.

Tal vez por esos precios, la carrera teatral de doña Cristina siempre tuvo múltiples carencias económi-cas. Ella complementaba sus ingresos fabricando vistosas piñatas que le encargaban para celebración de festejos familiares y sobre todo, para la tempora-da decembrina de las posadas. También trabajó una temporada en la fábrica de cigarros “La Ópera” de doña Manuela Orozco. A pesar de esas limitaciones, doña Cristina pudo costear las carreras de sus tres hijos que se graduaron como médicos en el Instituto de Ciencias y Artes.

Ella siguió actuando, dirigiendo y, sobre todo, or-ganizando grupos y funciones teatrales, hasta me-diados de los cuarenta, tiempo en que la edad y el apoyo recibido por parte de sus hijos, ya profesiona-les, le permitieron llevar una vida más tranquila.

Cabe hacer una reflexión acerca de los méritos de doña Cristina, tanto como actora y como directora, a quien sólo la movía su gran afición al teatro, pues era completamente autodidacta y con muchas carencias educativas. En su tiempo y hasta la fecha, muchos creen que la vida del actor es una constante repe-tición de experiencias interesantes: aclamaciones del público, aplausos, llamadas a escena para recibir esos aplausos; una existencia fácil y de absoluta li-bertad personal.

Los actores están siempre en una posición desta-cada. Poseen una belleza, un encanto y una persona-lidad que no es frecuente hallar en las vidas munda-nas del público en general. No es de extrañar pues, que la vida del actor parezca fascinante vista desde lejos.

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Sin embargo, la verdad no es tan sencilla, pues se trata de una profesión que supone trabajo arduo y una seria disciplina vocal, física y mental. Obliga a hacer sacrificios personales, pues el teatro es un maestro muy exigente. Hacen falta un talento natural y largas horas de estudio y concentración intensa, gran imaginación, perseverancia, empeño y, sobre todo, disciplina.

A pesar que desde el punto de vista histórico, la actuación es uno de los aspectos más efímeros del teatro, en el momento de su existencia puede ser también el que causa más satisfacciones. Una vez concluida, la actuación del actor vive tan solo en el recuerdo. Por lo tanto, con la muerte del último in-dividuo que tuvo la suerte de presenciar las repre-sentaciones de Cristinita, desapareció para siempre del mundo la aportación que esta memorable señora hizo, en lo que se refiere al placer estético de los oa-xaqueños.

Su valor en el ámbito teatral de su época se incre-menta, si consideramos que no sólo actuaba, tam-bién se desempeñaba como directora, función que implica buscar o recibir el libreto para estudiarlo o meditarlo. Durante este periodo de estudio, debe descubrir los personajes exactos de la pieza; buscar sus motivos y relaciones entre sí y respecto del rela-to o historia; entender donde precisamente empieza la obra, como se va desarrollando a través de una serie de crisis hasta llegar al momento decisivo o crí-tico al clímax, y además, en que momento deberá llegarse al final. Tiene que descubrir el ambiente o la atmósfera; en suma, debe comprender perfectamen-te que es ese “algo” que el dramaturgo ha buscado transmitir con su obra.

Una vez que el director o en nuestro caso la direc-tora descubre todo lo anterior y domina plenamente el contenido y la forma de la obra escrita, debe pen-sar en función de los actores que mejor se adapten a los diferentes papeles; de las voces y personalidades que podrán combinarse o contrastar adecuadamen-te; del decorado, de la escenografía, el mobiliario y los elementos de utilería, la iluminación, el sonido y mil otros detalles que le ayudaran a interpretar y

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poner de relieve lo que, según su criterio, quiso ex-presar el dramaturgo.

Podemos comparar al director teatral con el di-rector de una orquesta sinfónica, porque aunque éste no toque ningún instrumento, unifica la labor de los diferentes intérpretes individuales para lograr un todo artístico. Regula el tiempo, dirige todas las va-riaciones en el acento y crea una interpretación.

El director teatral debe pensar constantemente en el efecto total, ya que es el representante del au-tor. Tiene la responsabilidad de vigilar que cada ar-tista no sólo sugiera una realidad en la que podamos creer, en lo que se refiere a la obra, al personaje y al periodo representado, sino que, además, traduzca, interprete y exprese esa realidad reflejando la acti-tud del dramaturgo.

El esfuerzo por tratar de ser fiel a esta realidad implica elegir entre actuar una escena como si fuese farsa, alta comedia, melodrama o tragedia; significa actuarla de tal modo que mejore, se eche a perder o se logre. Implica también determinar el estilo, la in-terpretación y el espíritu que, a criterio del director, el autor tenía en mente cuando escribió la obra.

En suma, la responsabilidad del director es vigilar que los actores y los técnicos no solamente desem-peñen los papeles que les son asignados y que creen el trasfondo necesario, sino que al mismo tiempo ac-túen la pieza teatral que ha sido escrita para ellos. El director otorga a la obra escrita la acción y el sonido dramáticos que se requieren para proyectar los sig-nificados emocionales e intelectuales, según él los interpreta.

Para completar el panorama que nos permita comprender y valorar el significado y la importancia de doña Cristina Pérez Guerrero tuvo en su época para la cultura oaxaqueña, tenemos que recordar que la Compañía Teatral Oaxaqueña era un grupo de aficionados o amateurs y que su repertorio de obras no requerían un desempeño profesional. Además de las que ya mencionamos, también representaban al-gunas de los españoles Álvarez Quintero y del mexi-

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cano Fernando Calderón, obras incluidas en la co-rriente romántica de fines del siglo XIX.

Recordemos que el romanticismo viene a contra-decir al neoclasicismo, substituyendo como protago-nista de la existencia a la razón por el sentimiento y el misterio. A la tentativa de colocar la vida en una esfera donde todo esté sujeto a normas en sus rela-ciones con cuanto lo circunda, opone la libertad de la existencia como anhelo supremo.

Tales eran las obras de los hermanos Álvarez Quintero como Malvaloca, Amores y amoríos, Puebla de las mujeres, doña Clarines y el Genio Alegre. Del mexicano Fernando Calderón, la Compañía Teatral Oaxaqueña representaba El Torneo, Ana Bolena y Herman o la Vuelta del Cruzado.

De Malvaloca, que servía al lucimiento de doña Cristina, podemos decir que es uno de los pocos dra-mas que escribieron los hermanos Álvarez Quintero. Es un drama popular desbordante de pasión. Sucede en Las Canteras, pueblo de Andalucía, y tiene como

Acompañada de sus tres hijos, del gobernador Pérez Gasga, en la entrega de la presea Pitao Layaalate

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escenario el Asilo de las Hermanitas del Amor de Dios. Por allí desfilan Malvaloca, Leonardo y Salva-dor, los dos hombres que mayor huella dejaron en su vida; Barrabás, el sesentón deslenguado y Mariquita, la viejecita del asilo, que guarda como reliquias las medallas y cruces que ganó su hijo único, muerto en la guerra contra los moros, el Campanero y otros mu-chos personajes más.

En Malvaloca, tipos y situaciones son casi todos los momentos un acierto, pero no faltan algunos en que lo sentimental toca con lo sensiblero, lo que no obsta para que por su teatralidad, fuera una de las obras que mayores ingresos llevaron a la taquilla del teatro Mier y Terán y a los bolsillos de la Compañía Teatral Oaxaqueña.

Casi al final de su vida recibió un merecido home-naje por parte del Gobierno del Estado. Se le impuso la medalla al mérito “Pitao Layaalate”, dios zapoteco de la palabra y la comunicación. La ceremonia fue presidida por el Gobernador del Estado Lic. Alfonso Pérez Gazga, quien estaba a punto de abandonar esa alta magistratura, y fue realizada en la Sala Juárez de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Benito Juárez de Oaxaca.

Poco después, doña Cristina enfermó de afeccio-nes pulmonares y fue llevada al hospital “20 de No-viembre” del ISSSTE en la ciudad de México, en don-de se recuperó de sus dolencias, según el diagnós-tico de los médicos, sin embargo, falleció de pronto en esa ciudad, el 26 de noviembre de 1962. Había nacido el 24 de julio de 1881. De inmediato fue tras-ladada a esta ciudad y recibió las honras fúnebres en la agencia de inhumaciones Meixueiro, de las calles de Independencia.

Del periódico Oaxaca Gráfico, tomamos la nota necrológica escrita por Arcelia Yañiz a propósito del sepelio de doña Cristina, de quien era entraña-ble amiga. “Demostración sincera de duelo pudimos apreciar en el numerosísimo cortejo que acompañó el cadáver y a sus consternados hijos y demás deu-dos hasta el panteón de San Miguel, postrera morada de todos los que pagan su tributo a la madre tierra”.

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Cristina, empezó diciendo el médico Manuel Mar-tínez Soto, tomando la palabra en nombre de su atribulado hijo Cuauhtémoc “las gentes como tú no mueren cuando se entierran, al contrario, es cuan-do crecen y se transfiguran. El musitar de nuestras plegarias y las lágrimas que derramamos por ti, que sean como el veredicto de un gran jurado para que cuando den los ángeles su toque de silencio y el Juez Supremo te reciba, sepa que te perdonamos que te lleves nuestros corazones. Te pedimos que descan-ses en paz”. El orador llamó a la extinta: hija inmensa, madre inmensamente grande, modesta artista e in-conmensurable noble amiga.

Antes de las anteriores frases, el Lic. Julio Bus-tillos pronunció sentida pieza oratoria donde cam-peó el sentimiento, la poesía, el amor al arte teatral que en vida alimentó a doña Cristina como una llama sagrada en su corazón. Hizo destacar a la desapa-recida como una dama oaxaqueña en la que vibró siempre lo oaxaqueño como el más noble móvil de su fecunda vida, llena de arrobadores matices que la juventud siempre sorbió ávida de su bondad, de sus consejos y cariñosa solicitud de amiga.

Los familiares de la desaparecida recibieron el pé-same de sus amistades. Numerosas ofrendas florales reposaron sobre la fresca tierra del sepulcro. Muchas de las coronas estaban humedecidas con el rocío del llanto de sus hijos y nietos, que dieron un adiós do-loroso a su presencia física para recordarla perenne-mente en sus corazones.

Sólo queda presentar estos renglones como un sentido y humilde homenaje en primer lugar a doña Cristina Pérez Guerrero por su persistencia en la ac-tuación, dirección y fomento del quehacer teatral, por su humildad en el reconocimiento de sus méritos personales de innegable valía, y en segundo lugar a su familia, integrada por sus tres hijos, que supieron enaltecer con su desempeño en el seno de la socie-dad oaxaqueña, la memoria de su estimable madre.

RA, 2016

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Una muestra de su talentoDOÑA CRISTINA

Abrimos estas páginas con la actuación ante el público oaxaqueño de las dos primeras décadas del siglo XX, de una maravillosa mujer que hizo teatro como primera actriz y como directora: doña Cristina Pérez Guerrero, quien aprendió de su señor padre el secreto del quehacer escénico. La entrevisté en los años cincuenta y me dio una extraordinaria visión de su vida y obra.

Madre de tres hijos: Armando, Cuauhtémoc y Jor-ge, los sostuvo y formó profesionalmente con el fruto de su esforzado trabajo, tanto en el teatro como en su habilidad para hacer piñatas. Ambos fueron sus fuentes de ingreso para sostener y crecer a sus tres hijos médicos, que dieron a la autora de sus días la satisfacción de ser destacados profesionistas; su hijo Jorge, llegó a tener cargos públicos y universitarios, debido a su talento, capacidad, carácter que lo llevó al éxito, y un sentido del humor excelente para que él mismo al morir dejara en su epitafio la frase: “Aquí estoy, contra mi voluntad”.

La pareja de actuación de Cristina fue don Efrén Díaz Cervantes, como primer actor, y un conjunto de distinguidas personas, entre ellos: Efrén Mondragón, Enrique Sánchez, Elvira de Sánchez y Lidia Vega, que formaron el elenco de su repertorio. Las obras que montaron eran muy de ese tiempo, de cuño espa-ñol, y lograron con los años tener un repertorio con el que hacían sus temporadas y, lo más importante, formaron su público. El temperamento de esta actriz se pudo conocer por su trayectoria, que fue larga y brillante; me contó que su obra cumbre había sido La Loba, dentro de este contexto que relato.

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En los últimos años después de dos décadas y me-dia, al estar ensayando una de sus obras ya famosas, faltaba una de las actrices de comparsa que siempre estaba acompañada por Mario Moreno “Cantinflas”, muy joven entonces, por cierto, y a quien Cristini-ta pidió que en ausencia de la novia él tomara de momento el papelito. Mario contaba este incidente como que había sido su debut. Obvio es decir que no llegó al estreno, pero sí muy comedido movía los telones. Cuando ya era el famoso mimo mexicano, doña Cristina, retirada de la escena, iba con sus hijos a la ciudad de México y la nostalgia la obligaba a ir a buscarlo, para echarse sus párrafos de recuerdos.

Doña Cristina se despidió en una memorable fun-ción en el máximo coliseo con la obra La Madre, de Santiago de Ruiseñol, cerrando con extraordinaria actuación su brillante época de actriz y directora de escena, a la que podríamos añadir su férreo carácter para convertirse en una salvadora del teatro oaxa-queño de su época.

Al conocer su vida y saber las grandes dificultades que tuvo en esos tiempos, pensé que el Gobierno en turno le debía reconocer, imponiéndole una medalla,

Sus amigos de siempre la acompañaron en su homenaje

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que serviría también de gran estímulo, pues ella tenía ya más de ochenta años y hacía como treinta que no trabajaba en el teatro. A la autoridad le pareció la idea, y el propio Ejecutivo, licenciado Alfonso Pérez Gazga, le puso una medalla de oro en una ceremo-nia que tuvo lugar en la Sala Juárez de la Escuela de Bellas Artes y a la que concurrieron sus amistades, hijos, y las amistades de éstos. La medalla también fue impuesta al actor Efrén Díaz Cervantes. Cristinita, al subir al escenario a recibirla, desde ahí se dirigió a sus hijos, diciéndoles estas palabras: “Ya ven cómo he vuelto a pisar las tablas”. Las risas no se hicieron esperar, al igual que los aplausos.

Tal vez lo apropiado habría sido una pensión, pero como el gobierno de Oaxaca siempre ha sido muy pobre y sus presupuestos culturales restringidos, no se pensó en eso.

Cristinita no abandonó del todo el teatro, su nos-talgia la llevó a representar cada año su papel en la obra de José Zorrilla don Juan Tenorio. Esta decisión le permitió hacer más honda la huella que ya había dejado con los papeles protagónicos que le dieron tanta fama.

En compañía de su hijo Jorge y del grupo teatral Rodolfo Álvarez

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Cristinita añoraba el pasado. El mundo de sus hi-jos, tan distinto a aquel donde se había movido ella por más de veinticinco años, le era totalmente ajeno, y simplemente chocaba con su estatus. Un ejemplo: vivía en la calle de Abasolo, enfrente del jardín La-bastida, es decir, en pleno centro histórico, y ahí ha-bía vivido casi toda la vida, por eso cuando su hijo Jorge hizo una casa y en ella una recámara exclusiva para su madre, se resistía a estar por esos rumbos (¿de la calle de Hornos?), y comentaba con sus amis-tades: “Yo he vivido desde hace muchísimo tiempo en este lugar, que es el cogollo de la Sangre de Cristo –templo que está en la esquina de esa calle–, qué voy a hacer por esos rumbos apartados, no me lo explico, y creen que es un capricho mío. Pero francamente no puedo imaginarme vivir sin ver a diario el templo de Santo Domingo y las calles que lo rodean”. Después de estos lamentos la realidad se impuso y Cristinita se fue a vivir para estrenar la nueva casa, que increí-blemente le costó bastantes lágrimas y suspiros.

Arcelia YañizEl Teatro en Oaxaca,

Telones, Tiempos y Espacios2008

ANECDOTARIO

CRISTINA PÉREZ GUERREROOaxaca, espacios culturales

Cristina Pérez Guerrero fue una gran mujer que llevó al teatro en la sangre desde sus primeros días; hija de don Manuel Pérez quien fuera un apasiona-do de este arte y quien diera muchas funciones en el llamado Teatro de Recreo haciéndose famoso por soltar, ante los admirados espectadores, en una de sus obras, cuatrocientos cincuenta refranes popu-lares; por cierto, don Manuel fue por muchos años prefecto del glorioso antiguo Instituto de Ciencias y Artes del Estado.

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Pues bien, en cierta ocasión llegó a Oaxaca la Compañía Infantil de la después insigne artista mexi-cana Virginia Fábregas, y la entonces niña Pérez Guerrero fue invitada a participar en la misma, con lo que aquel pequeño piloto encendido de la infanta Cristina, se hizo llama firme y constante, luminosa y definitiva al entrar en los senderos de Talía, la diosa griega del teatro.

A partir de entonces Cristina Pérez Guerrero vivi-ría intensamente en los escenarios y haría rutilante teatro durante todos los días de su existencia; y así, al fascinante tiempo de su vida, doña Cristina actua-ría en toda clase de obras, dirigiría muchas de ellas a través de la Compañía Artística Oaxaqueña y haría todo tipo de promociones para mantener latentes en la conciencia y en la vida cultural de Oaxaca al teatro mismo.

LA LUNADAGabriela Perches

A Doña Cristina Pérez Guerrero

“No tardará en venir María” – piensa Cristina.

Siente las manos doloridas de cansancio, pero hace un esfuerzo y pega en la parte inferior de la olla una cascada de papel de China finamente trabajado. La piñata está terminada. Cristina sonríe complacida al ver su obra. Es una explosión de alegría.

– Lástima que los niños la rompan tan pronto – murmura -, ¡pero que felices serán al romperla!

La tarde se va apagando. Sus hijos llegarán de un momento a otro. Con el dinero que le dará doña Ma-ría por la piñata, Cristina piensa comprar pan francés y de huevo, chocolate, chile guajillo, yemas con las que hará huevos oaxaqueños que alimentarán a sus niños y a ella también. Necesita alimento después de haber trabajado tanto. Siente que su cuerpo pesa mucho. “Me recostaré un rato mientras viene doña María”.

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Cuando entreabre los ojos ve a sus hijos esperan-do la cena sentados en torno a la mesa sin mantel sobre la que han puesto un candelero de lámina con una vela encendida. Jorge, el mayor, ya va entendien-do que la vida es difícil y trata de acallar las risas de Cuauhtémoc, el mediano, de cara pícara y risa fácil mientras Armando, el pequeño, ve a sus hermanos con sus grandes ojos castaños. Cristina ve también la piñata detrás de los niños como una estrella pen-diente de un mecate y el corazón le duele. No vino por ella doña María. Los niños esperan su cena y no tiene qué darles. Por la puerta abierta entra la luz de la luna. Debe ser tarde.

– ¡Ay! ¿por qué no me despertaron al llegar hiji-tos?

– Porque estabas durmiendo muy sabroso – dice Jorge –, feliz de ver a su madre descansando.

– ¡Qué sabroso, ni qué sabroso!, ya te he dicho que cuando me encuentren dormida me despierten. A ver, ayúdame a enderezarme.

Jorge ayuda a su madre a ponerse en pie.

– Mamá – dice Armando – tengo hambre.

–Yo también – confiesa Cristina –, ahorita cenare-mos.

Se dirige a la alacena en donde encuentra seis tortillas, algo de café y un poco de azúcar. Enciende carbón y pone al fuego un jarro con agua para hacer el café. Mientras hierve, se asoma al patio. La luna lo ilumina con una luz brillante casi blanca. El único árbol parece encaje negro. Sobre el piso, las ramas, movidas por el viento, dibujan caprichos. Mientras se asoma para sentir el aire fresco de la noche, Cristina piensa, una vez más, en algo que pueda disimular la pobreza de la cena. Se oprime las manos sobre el pecho y al inclinar la cabeza las ve blanquísimas por la luz de la luna. Eleva los ojos al cielo y sonríe feliz. El agua comienza a hervir. Vuelve a su olla y mientras hace el café dice a los muchachos:

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– ¿Saben hijitos?… hoy los voy a llevar a una lu-nada

Las voces de los niños llenan la humilde habita-ción de música.

– ¿Una lunada?

– ¿Qué es una lunada?

– ¿A dónde vamos a ir?

– Estense quietecitos… sí, vamos a ir a una lunada. Ya verán. Ayúdenme a poner el mantel debajo del árbol. Lleven las tazas.

Los niños alborozados, comienzan a sacar las co-sas. Cristina coloca el mantel bajo el árbol. Los niños nunca han ido a una lunada y corren felices con las tazas, los platos, la sal y el azúcar. La madre envuelve en una servilleta las tortillas recalentadas y las coloca en el centro del mantel. Pone el café cerca de ella y se sienta en el suelo. Los niños la imitan haciendo rueda frente a ella.

– ¿Así son las lunadas? – pregunta Cuauhtémoc.

– Parecidas. En las lunadas se toma algo y se can-ta con guitarra.

– Nosotros no tenemos guitarra.

– Pero tenemos un instrumento mejor: nuestra garganta. Cantaremos sin guitarra.

Mientras sirve el café canta algo con voz suave, algo que hace ver a los niños la luna más brillante, el árbol más negro y el cielo más azul. De pronto, Armando pregunta:

– ¿No hay pan? … yo quiero pan.

Jorge siente que algo muy bello va a desaparecer, pero su madre, sin dejar de sonreir, contesta:

– Pero, ¿quién te ha dicho que en las lunadas se

come pan? … no hijito. En las lunadas se comen tor-tillas

– ¿Por qué?

– Porque son redondas… como la luna. Hoy come-remos tortillas, mañana comeremos pan.

Desenvuelve la servilleta y ofrece tortillas. Los ni-ños las toman y cada uno parece tener una luna en la mano. Todos rien.

Jorge vuelve a sentir el corazón sosegado. Mira al cielo y cree ver en la luna a una tortilla bien redonda muy blanca sobre el fondo azul del cielo, pero menos blanca que la luna que le dio su madre. Le pone sal, hace un taco y comienza a comerla. Cristina canta otra vez. Su canción, suave al principio, se va escu-chando más fuerte, su voz se desliza por el suelo, trepa por los muros de cantera verde y sube hasta el cielo llenando de ternura al universo. Al dar un sorbo al café caliente la luna y las estrellas tiemblan en el fondo de la taza. Jorge bebe y aquel café le sabe muy dulce, más dulce que el chocolate, más dulce que el champurrado, más dulce que el atole de pa-nela, más dulce que todo. Cuauhtémoc y Armando comienzan a cabecear vencidos por el sueño. Siente dentro del pecho un calor agradable que lo pega a la tierra.

Gabriela PerchesSu Vida Gris. Cuentos

Págs. 69 – 71

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