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CRITICA DE LIBROS FERNANDO GIOBELLINA Sentido y Orden. Estudios de clasificaciones simbólicas (Madrid, CSIC, 1990) Fernando Giobellina es un antro- pólogo atípico en el panorama espa- ñol. Su propia biografía es un vivo ejemplo del crisol cultural que nos rodea y de las rupturas y síntesis que el menester del oficio persigue y genera a la vez. Definitivamente integrado en nues- tro país e incorporado de pleno de- recho a la antropología española, su línea de trabajo nos muestra una in- dependencia de criterio respecto de ciertos mecanismos y orientaciones corporativos digna de ser tenida en cuenta —y seguida—, y que colabo- ra a enriquecer y diversificar el mapa de contribuciones que nuestra pro- fesión puede ofrecer. En este sentido, experto trabaja- dor de campo, fundamentalmente en Brasil, se interesa por la reflexión teórica allí donde más compleja se presenta, donde el buen conocimien- to del discurso antropológico se pone a prueba, pero, sobre todo, la capa- cidad de articular perspectivas inte- gradoras lejos de cualquier seguidis- mo intelectual. El análisis y disección de proble- mas conceptuales bien decisivos y relevantes, no sólo para la Antropo- logía, sino para otras Ciencias So- ciales también, es un reto que no todo intelectual está dispuesto a asu- mir, tanto por lo que de tarea y difi- cultad específica supone como por honradez a la hora de plantear las preguntas, muchas veces sin respues- ta. He aquí, brevemente expuesta, anticipada, una de las razones por las que nos interesa Giobellina. Pero hay más, ligado, todo hay que decir- lo, a algunos de nuestros propios Reís 60/92 pp. 185-227

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CRITICA DE LIBROS

FERNANDO GIOBELLINA

Sentido y Orden. Estudios de clasificaciones simbólicas(Madrid, CSIC, 1990)

Fernando Giobellina es un antro-pólogo atípico en el panorama espa-ñol. Su propia biografía es un vivoejemplo del crisol cultural que nosrodea y de las rupturas y síntesisque el menester del oficio persiguey genera a la vez.

Definitivamente integrado en nues-tro país e incorporado de pleno de-recho a la antropología española, sulínea de trabajo nos muestra una in-dependencia de criterio respecto deciertos mecanismos y orientacionescorporativos digna de ser tenida encuenta —y seguida—, y que colabo-ra a enriquecer y diversificar el mapade contribuciones que nuestra pro-fesión puede ofrecer.

En este sentido, experto trabaja-dor de campo, fundamentalmente enBrasil, se interesa por la reflexiónteórica allí donde más compleja se

presenta, donde el buen conocimien-to del discurso antropológico se ponea prueba, pero, sobre todo, la capa-cidad de articular perspectivas inte-gradoras lejos de cualquier seguidis-mo intelectual.

El análisis y disección de proble-mas conceptuales bien decisivos yrelevantes, no sólo para la Antropo-logía, sino para otras Ciencias So-ciales también, es un reto que notodo intelectual está dispuesto a asu-mir, tanto por lo que de tarea y difi-cultad específica supone como porhonradez a la hora de plantear laspreguntas, muchas veces sin respues-ta.

He aquí, brevemente expuesta,anticipada, una de las razones porlas que nos interesa Giobellina. Perohay más, ligado, todo hay que decir-lo, a algunos de nuestros propios

Reís60/92 pp. 185-227

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intereses teóricos. Y para ello va-mos a centrarnos en el objeto preci-so de estas líneas.

Sentido y Orden es un libro com-plejo, difícil. Nos imaginamos el es-fuerzo que ha supuesto al autor releery replantear algunas de las discusio-nes más clásicas —y, paradójicamen-te, más actuales también— del pen-samiento antropológico pero, sobretodo, pensar y cuestionar sus clavesprincipales, ofrecer una salida re-flexiva que integre y supere dilemasy contradicciones, perspectivas con-trapuestas, «callejones sin salida».Y todo ello, desde el refrendo empí-rico que da al antropólogo el traba-jo de campo.

El objeto del libro, las clasifica-ciones simbólicas, es planteado des-de la propia centralidad de la discu-sión antropológica, a partir de nues-tros clásicos, sobre todo de la Es-cuela francesa, pero también en susreelaboraciones e incluso refutacio-nes. Relecturas interesantes de E.Durkheim, M. Mauss, A. van Gennepy C. Lévi-Strauss se entretejen conimportantes análisis críticos de V. Tur-ner, M. Gluckman, R. Needham,M. Fortes y, sobre todo, M. Douglas,a quien disecciona severamente y nodeja muy bien parada.

Es éste un gran valor del libro,por cuanto que resitúa buena partedel trabajo analítico antropológicomoderno en relación a sus orígenessubrayando la necesidad de volver abeber en sus fuentes, trabajar desdeellos y rescatar sus grandes intuicio-nes. Este es el caso de M. Mauss,por ejemplo, pero, sobre todo, deA. van Gennep, que adquiere unanueva dimensión a partir de la lec-

tura inteligente que hace de élGiobellina.

Vamos a romper el hilo argumentaldel autor, tan difícil de tejer y otrotanto de seguir —no tanto por suexposición como por la complejidaddel tema—, y extraeremos los nudosconceptuales que nos parecen demayor interés y envergadura.

El sinsentido es un desorden, sise nos permite la paráfrasis. Las cla-sificaciones simbólicas proporcionanun principio ordenador —el senti-do— de la realidad para un conjun-to humano, para una sociedad, parauna parcela de la misma. El sentidopermite el control conceptual de larealidad y, como consecuencia lógi-ca de ello, organizar relación social.

Fiel a la tradición maussiana y enoposición a cierto tipo de antropo-logía, Giobellina insiste en la indiso-lubilidad empírica entre lo social ylo simbólico. La pertinencia de unlímite entre lo determinante y lo de-terminado no es tal, ni la búsquedade causalidades o isomorfismos. Lasrepresentaciones colectivas no sonla superestructura de formas socia-les específicas, sino la forma en queéstas son hechas posibles, su senti-do (p. 33). Es ésta una buena re-flexión para los sociólogos. Ahorabien, los símbolos son elaboracio-nes de lugares y condiciones socia-les, y no tienen una lógica excluyenteni tampoco idéntica respecto de és-tos. Es ésta una buena reflexión—un buen recordario más bien—para antropólogos. Por supuesto,C. Lévi-Strauss, otro antropólogobien conocido por el autor, se alejano ya de esta superación sino delinterés en su relación, pues lo im-

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portante es la lógica última subya-cente a todo pensamiento.

Las creencias son abordadas nocomo acontecimiento subjetivo, per-sonal, privado, sino como sistemascodificados con distinto grado dearticulación y saturación —¿rigi-dez?—, sistematicidad y compren-sión, a los que «acudir», de los queservirse, más bien, para interpretar,ordenar la realidad.

A pesar de mantener que la clasi-ficación simbólica no es un hechopuro de reflexión, en el querer deC. Lévi-Strauss, lo cierto es queGiobellina pone el énfasis en el com-ponente lógico de estos principiosmás que en su dimensión práctica.Nos referimos a que los sistemas cla-sificatorios, independientemente desus objetivaciones sociales, residenen la propia interacción humana yen su manipulabilidad ad hoc, no sóloen la inteligibilidad de la misma, sinoen su propia posibilidad. Creemosque Giobellina debería profundizarteóricamente más a este nivel, a pe-sar de que, empíricamente, trabajacon ello en sus análisis de campo.

La inmotivación del significantees otro de los ejes sobre los queestructura el discurso de Giobellina.Concepto proveniente de la lingüís-tica saussuriana, intenta romper eldeterminismo natural que liga lossímbolos a las propiedades de obje-tos o procesos físicos, como ya hi-ciera en su momento la escuelafrancesa. Las teorías del color deV. Turner son un ejemplo criticadopor el autor. El marco organizado,los sistemas clasificatorios preexistena la experiencia psicobiológica delsujeto y es en ellos donde se realizay cobra sentido.

Al analizar la acción terapéutica,lo que le importa, y estamos de acuer-do, es que la relación significativaentre las cosas está previamente enlos códigos, lo que implica otra con-secuencia de la inmotivación delsignificante y de la crítica al natura-lismo ingenuo.

Sin embargo, nosotros nos pre-guntamos muchas veces cuál es ellímite de arbitrariedad de lo simbó-lico. En nuestros trabajos sobreetnicidad nos ha preocupado espe-cialmente el hecho de las clasifica-ciones simbólicas en relación a losdatos detectables empíricamente, queen nuestro caso adoptaban la formamacroelaborada de la estructura so-cial. Esto no significa que estemosrecuperando por la puerta falsa unasupuesta relación necesaria entre elsímbolo y lo empírico. Quizás, estelímite de la manipulabilidad de lofáctico marcaría la conexión, preci-samente, entre lo simbólico y el co-nocimiento —que Giobellina separasólo analíticamente como sobresigni-ficación y significación, respectiva-mente—, por cuanto que debe ha-ber algún tipo de conexión —siem-pre variable— entre ambos —en laforma en que el autor entiende ladiferencia— de modo que el sentidoprovisto por las clasificaciones sim-bólicas permite un mínimo de opera-tividad —no ya sólo en términos deconsenso intersubjetivo—, una cier-ta contrastación con «la realidad»,sea ésta cual sea, natural, social, y,por tanto, su control en términosprácticos y «funcionales».

Y hay otra cuestión. Supuesta lanecesidad de una determinada rela-ción entre datos de la estructura so-

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cial y las elaboraciones simbólicas—seguimos pensando desde nues-tro trabajo de campo en el área de laetnicidad—, lo que interesa, segúnGiobellina, es el espacio abierto paraadjudicar y articular sentidos diver-sos —y comunes— a partir de estarelación.

Retomando la cuestión a la inver-sa, los sistemas clasificatorios son lamatriz por la cual organizamos nues-tra experiencia de la diversidad«macrologizándola» —si se nos per-mite el neologismo—, a partir de lacual la percibimos, experimentamosy transformamos nuestro medio.

¿Cuáles son los mecanismos deproducción en ese sentido y, a suvez, qué efectos produce? Esta cues-tión está bien analizada desde supropio trabajo de campo sobre lasreligiones afrobrasileñas y tambiénen lo que respecta a sus operacionesterapéuticas.

Si la Antropología Social ha depreocuparse del sentido de las clasi-ficaciones y principios de orden, susarticulaciones ideales y prácticas (p.85), el objeto de esta disciplina, en-tonces, sería el de los sentidos de laacción y producción cultural de di-versas sociedades, homologías y con-traposición de modelos de acción einterpretación (pp. 90-91). PeroGiobellina, como tantos otros, en-tiende el sentido como el ordeninstaurado por las clasificaciones sim-bólicas, como principios lógicos decontrol conceptual.

Nosotros pensamos que el senti-do tiene una dimensión de adhesiónemocional irrenunciable también.Afectos, deseos, motivación, son lagarantía de consenso para la objeti-

vación social —como intersubjetivi-dad compartida— de los significa-dos y, por tanto, para su legitimaciónsocial. Por tanto, creemos que esteaspecto ha de ser subrayado en elanálisis de las clasificaciones simbó-licas como productoras y generado-ras de sentido. El sentido —no ya elsímbolo, en la interpretación de V.Turner— no tiene sólo una dimen-sión conceptual, sino también afecti-vo-emocional, indispensable paramovilizar a los sujetos en proyectosde interpretación colectiva. Si el sen-tido ordena, también implica; si losprincipios clasificatorios son de pen-samiento, también lo son de senti-miento. Profundizar en esta complejay dinámica articulación ha de sertarea teórica también que no se ciñaexclusivamente a la elaboración decatálogos culturales de la diversidaden este ámbito o de su distribuciónen relación a variables sociales, porejemplo.

A pesar de no mostrar ningunaaproximación expresa a lo etnometo-dológico, lo cierto es que Giobellina,frente a C. Lévi-Strauss, por un lado,y a M. Douglas, por otro, pretendeacercar conceptualmente el «pensa-miento» primitivo a nuestras pro-pias categorías de vida y sentido co-mún, como «cuando dejamos de ju-gar a portadores de la ciencia»(p. 14).

Las críticas a Mary Douglas sonferoces. No le perdona su desinte-rés por la coherencia en el pensa-miento, ni por relegar a último tér-mino el sentido de la acción y elpensamiento ajenos. El pensamien-to «primitivo», mágico, no es un casode inconsciencia en sus portadores,

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sino un modo particular del pensa-miento simbólico por el cual se con-trola idealmente el mundo. Y tam-poco representa un mecanismo paraneutralizar la carencia institucionalque supuestamente caracteriza a es-tas sociedades en comparación a lasnuestras.

La crítica de la operatividad de ladistinción emic/etci tendría que vertambién con esta superación de con-trarios. En el ejemplo de los ritos depaso, éstos no se leen en otro nivel,sino en el de su mismo plano dondese manifiesta. Es el propio sentidode los agentes lo que nos indica elnivel estratégico en el que el fenó-meno se produce, ya que es la cons-titución de este sentido la real signi-ficación del fenómeno (pp. 143, 144).Lo explícito y lo implícito forma-rían parte del mismo discurso.

Aunque estamos de acuerdo conesta crítica, nos gustaría un mayorreconocimiento de la importancia delobservador, de su posición respectodel objeto, en la línea de P. Berger yTh. Luckman y, sobre todo, P.Bourdieu, por cuanto que el cientí-fico también construye su objeto deinvestigación y, en esa medida, lodetermina.

Hablar de clasificaciones es ha-blar de límites, y hablar de límiteses hablar del margen y rescatar lointersticial como dimensión de lo realy, por tanto, de interés para el análi-sis antropológico.

Giobellina vuelve a las fuentes, loque nos permite obtener buenas pis-tas para recuperar a A. van Gennepen algunas de sus claves más fecun-das.

El objetivo aquí es resituar el pro-

blema de los límites no tanto en sutransgresión como en su construc-ción, en su necesidad de existir paraque también existan las diferencias.No es tanto la diferencia lo que creael rito de paso como a la inversa,traduciéndola a términos prácticos,sensibles, de acción.

Bajo esta perspectiva se supera elfalso dilema entre lo sagrado y loprofano (pp. 189, 181), se resitúa lafunción social de un rito como unbeneficio suplementario de una ló-gica de mayor profundidad y opera-tividad (p. 149) y se distinguen aque-llos rituales al servicio de la signifi-cación y aquellos otros en los que lasignificación está puesta al serviciode la acción.

No obstante, nos gustaría un de-sarrollo más claro y profundo sobrela cuestión de los lugares sociales deemisión del sentido, su relación conla distribución del poder en una so-ciedad, que sabemos ha desarrolla-do el autor en alguna otra parte desu bibliografía. A pesar de que sereconoce que el margen es un con-cepto del poder, de la centralidad—no como lugar, sino como sintaxisnormativa, orientadora y tambiénimpositiva—, el análisis de los pro-cesos de objetivación y legitimaciónde los sentidos, de las relacionesentre una topología social y unatopología simbólica, clasificatoria, esapenas tratado y creemos que unareflexión algo más pormenorizada nohubiera desviado al autor de sus pre-ocupaciones iniciales. Lo mismo ocu-rre con la identidad, aunque en estosí se reconoce su deliberada omi-sión.

No obstante, existe un esfuerzo

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considerable de analizar las relacio-nes entre las producciones de senti-do del margen y los de la centralidad.Se habla del orden del margen porcuanto que éste no es más ambiguoo contradictorio, ni está peor defi-nido salvo allí donde el centro así lodetermina (p. 193). Los sectoresperiféricos operan con su necesariainadecuación a los valores del cen-tro —aquella inadecuación de basede todo objeto respecto del centroque subraya su carácter ajeno y ex-terior—, incorporando éstos a unsistema propio que los reelabora yreclasifica bajo nuevos contextos (p.197).

Un aspecto que personalmente nosllama poderosamente la atención enel contexto de las relaciones entrenorma, discurso y acción es aquelrelativo a los sistemas de referenciaque dibujan o señalan la pertinenciao no de un elemento respecto dedicho sistema. Giobellina trata elproblema al analizar la liminariedadno como momento a-estructural, sinocomo lugar de construcción/referen-cia de un nuevo sistema de coorde-nadas que nada dice de la antítesisentre ese momento y su estructurade referencia, sino de la contraposi-ción de los dos sistemas totales enlos que los rasgos dependen de lógi-cas diferentes (p. 191), las cuales, anuestro entender, pueden inclusoignorarse mutuamente en el sentidode la irrelevancia de su compara-ción.

El énfasis puesto en el margen, enlo intersticial, como objeto privile-giado del estudio antropológico, esinteresante y es una reivindicaciónnecesaria frente a perspectivas másestructuralistas, funcionalistas y

normativistas. Desde Giobellina,hablar del margen lo sería para ha-cerlo de sus propiedades en sí mis-mas o bien para hablar de las quetienen para la estructura (p. 182).

Nuestra perspectiva es algo dife-rente. El siguiente paso sería consi-derar tanto al intersticio y al mar-gen, no como subproductos o luga-res que escapan a la estructura —lacentralidad, la normalidad social,etc.—, sino como partes integradorasde la misma realidad, dimensionesvarias de ella, con el mismo statusontológico que lo estructural. Másque de distancias, nosotros habla-ríamos de momentos y articulacio-nes: el antropólogo no trata de dife-rentes objetos cuando trabaja la es-tructura o el intersticio; simplemen-te se sitúa en los diferentes ángulosde un poliedro con muchas aristas ypuntos focales en función de intere-ses teóricos y empíricos.

Particularmente interesante nosparece su reflexión sobre el relato yla narración y la relación sintagmáticade sus elementos en función del sen-tido creado, orientados por el des-enlace.

Sentido y Orden tiene ya dos añosde vida, pero no ha tenido la difu-sión y el conocimiento que merecepor el conjunto de temas tratados ypor su tipo de planteamiento. Laspropias características de la edicióny cierta inercia corporativa a igno-rar todo aquello que se produce,felizmente, desde el «margen» —aca-démico, institucional—, parafrasean-do uno de los principales temas delpropio libro, son factores que nofacilitan un justo reconocimiento deeste trabajo.

Por último, no queremos dejar de

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destacar algunos aspectos que, sibien secundarios, están directamen-te ligados a la comprensión de unlibro que, aunque con un discurrirexpositivo en general claro y preci-so excepto en algunos pasajes (finalcap. IV, por ejemplo), no deja derepresentar una lectura a veces ar-dua y difícil. Nos referimos a la au-sencia de un índice onomástico ytemático, por ejemplo, o a la correc-ción de diversos errores tipográfi-cos y, por fin, a algunas libertadesléxicas del autor, fruto de sus diver-sas adscripciones culturales, que sor-prenden un tanto al lector del caste-llano peninsular.

Como resumen destacaremos elesfuerzo integrador, pero creador,de Giobellina con respecto a cues-tiones importantes como puedan serla interpretación de Mary Douglasdel pensamiento primitivo como in-

consciente respecto del civilizado,la disolución de las diferencias poruna lógica común superior en C.Lévi-Strauss, la superación del falsodilema entre relaciones y represen-taciones colectivas de algunos auto-res de la escuela francesa de UAnnée,o el análisis del ritual como meca-nismo de reproducción social desdeel funcionalismo, por citar ejemplosespecialmente significativos: «... todaclasificación simbólica, no es un he-cho puro de reflexión, como pre-tende Lévi-Strauss, ni un mero me-canismo de regulación social, comoquiere Van Gennep (o el funcionalis-mo), o de cohesión social como quie-re Durkheim, sino una acción quediseña los elementos con que la so-ciedad vive y de los que la reflexiónse alimenta» (pp. 175, 176).

Eugenia RAMÍREZ GOICOECHEA

VIOLANTE MARTÍNEZ QUINTANA

Mujer, trabajo y maternidad. Problemas y alternativasde las madres que trabajan

(Madrid, Instituto de la Mujer, 1992)

La modernización de la sociedadespañola, y más concretamente elproceso de industrialización y susformas, ha supuesto cambios muyprofundos en España. La rapidez demuchas de estas transformaciones hapropiciado que sean pocas las re-flexiones y pocos los estudios reali-zados sobre temas de un gran inte-rés para la sociología contemporá-nea española.

El libro que aquí comentamos tra-

ta, precisamente, de uno de los cam-bios más importantes que han teni-do lugar en nuestra sociedad, frutode la incorporación de la mujer almercado laboral. Efectivamente, laincorporación de la mujer al trabajoha conllevado transformaciones enel ámbito de la estructura familiarespañola y en sus pautas actitudinalesy de comportamiento.

Las fuentes que usa Violante Mar-tínez Quintana para contemplar este

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hecho social consisten en datos se-cundarios de opinión, laborales ydemográficos, y los resultados de laaplicación de dos cuestionarios yentrevistas en profundidad, de ela-boración propia. Uno de los cues-tionarios posee la originalidad de seraplicado a través de fax, para conse-guir los datos del absentismo labo-ral en las empresas.

Recogiendo diversos datos de en-cuestas, realizadas en sucesivos años,se perfilan las tendencias en la opi-nión pública española respecto a lamujer trabajadora y madre. Resul-tando especialmente atrayentes lasopiniones de lo que el trabajo signi-fica para la mujer y lo que suponepara ésta la compaginación del tra-bajo y la maternidad.

En el primer caso, porque el tra-bajo femenino ha pasado a ser, parauna mayoría de la opinión pública,una parte esencial de la realizaciónpersonal de la mujer, desligándosecada vez más de la única acepciónque en un principio poseyese de ayu-da económica a la unidad familiar.En el segundo, porque el esfuerzode la mujer por compaginar la ma-ternidad y el trabajo, con unas in-fraestructuras ínfimas, ha ido valo-rándose cada vez más en la sociedadespañola.

La segunda fuente secundaria uti-lizada es la correspondiente a losdatos laborales y demográficos. A tra-vés de éstos se configura la estruc-tura laboral femenina: la materni-dad es el hecho clave del que parteMartínez Quintana para caracteri-zar el ciclo laboral femenino y lasproblemáticas de las mujeres en elperíodo de maternidad y de rein-

corporación laboral. Configurándo-se la estructura ocupacional de lamujer con un ciclo muy particular ydiferenciado, en un ciclo que la au-tora denomina fluctuante. Tambiénla maternidad caracteriza la estruc-tura laboral femenina y sus princi-pales problemáticas: las ausencias la-borales en el período de crianza delos niños y la reincorporación labo-ral después de la finalización de éste.En relación al período de ausenciaslaborales por maternidad, hay quedestacar el hecho de cómo este pe-ríodo afecta «la imagen» laboral fe-menina, de tal forma que tales au-sencias «se suponen» a lo largo detodo el período de actividad labo-ral. De ahí que la autora nos hablede ausencias coyunturales que seconvierten, cuando transcurre elperíodo de maternidad y crianza delos niños, en ausencias «hipotéticas».

La aplicación de sendos cuestio-narios y la realización de entrevistasen profundidad ayudan a la autora,en fin, a enmarcar las actitudes yvalores de las mujeres hacia el tra-bajo femenino. Las conclusiones alas que se llega no nos alejan de lasavanzadas anteriormente: el trabajoes para la mujer parte de su realiza-ción personal, pero también lo es sumaternidad. Las perspectivas actitu-dinales de las madres frente a sutrabajo se concretizan en el conflic-to de la toma de decisiones a la horade compaginar su maternidad y larealización de su trabajo. Conflictode decisiones que va desde conti-nuar con su trabajo hasta el aban-dono definitivo del mismo para de-dicarse totalmente al cuidado delos hijos, pasando por la interrup-

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ción de su formación y renuncia,por tanto, al ascenso en éste. Lasperspectivas actitudinales planteadaspor parte de las madres trabajado-ras conllevan «la desmitificación dela actividad laboral» por parte delas mujeres. Hecho éste que evita,cada vez más, que las mujeres ex-cluyan el ser madre y trabajar.

En definitiva, este estudio abordauna de las problemáticas más cru-ciales de la sociedad española ac-tual, a través de una combinaciónmetodológica múltiple, situando larealidad de la mujer trabajadora enel contexto en el que se desenvuelvehoy en día.

Rosario ALVAREZ GONZÁLEZ

FÉLIX ORTEGA

Las contradicciones sociales de la modernización(Madrid, Ed. Revista de Derecho Privado, 1991)

Si nos referimos al decenio de 1980a 1990, no se han producido en Es-paña suficientes estudios sociológi-cos capaces de dar cuenta de lascausas y ofrecer interpretaciones delos nuevos rasgos de la estructurapolítica y de clase creados por losprogresos de mondernización inicia-dos a partir de 1960. Hay que re-conocer que los mejores análisis sehan focalizado en las causas demo-gráficas y económicas. Los estudiosmás matizados sobre el cambio en laestructura social creemos que se de-ben a L. Rodríguez y RodríguezZúñiga y sus colaboradores, así comoa Salvador Giner1.

Por ello, es de gran interés y ac-tualidad el libro del profesor FélixOrtega, profesor de Sociología de laFacultad de Ciencias de la Informa-

1 L. RODRÍGUEZ Y RODRÍGUEZ ZÚÑIGA,F. BOUZA y J. L. PRIETO, «Modernización dela sociedad española 1975-1984», en Pen-samiento Iberoamericano, núm. 6: «Cam-bios en la estructura social», 1984, pp. 187-222, y S. GINER, J. J. LINZ y otros, España.Sociedad y Política, España-Calpe, Madrid,1990.

ción de la Universidad Complutensede Madrid. Se trata de una recopila-ción de artículos publicados en re-vistas de ciencias sociales (Revistade Occidente y Revista de Derecho Pú-blico) a los que se han incorporadoponencias presentadas en diversosseminarios en Italia, y que intentancubrir esa pequeña laguna de expli-cación de la modernización españo-la, sobre todo desde lo político y loeducativo.

El autor trata cinco grandes te-mas: las contradicciones entre sociolo-gía y política; las clases dirigentes re-gionales; la crisis de la profesión demaestro en la sociedad de la informa-ción; las contradicciones en la integra-ción de la juventud a la sociedad, y elimportante problema del desencanto delos intelectuales ante la sociedad de-mocrática. Todos estos temas apare-cen estrechamente articulados en eltema central de la sociología espa-ñola: el de la explicación de las contra-dicciones de la modernización desdepresupuestos tanto teóricos e interpre-tativos como empíricos.

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Se parte de unas hipótesis genera-les, centradas en considerar quenuestro país ha entrado en un pro-ceso de modernización global queya ha producido muchas transfor-maciones, parciales o sectoriales, enla estructura social, y que algunasde estas transformaciones son posi-tivas y otras negativas, habiéndoseobservado, según numerosos estu-dios empíricos, frecuentes contradic-ciones entre ellas. Además, estastransformaciones no son lineales nisimplistas, aunque puedan parecerlodesde determinadas perspectivas in-telectuales y periodísticas. La mo-dernidad produce —por su propianaturaleza social— desajustes y des-viaciones lógicas que son objeto deestudio y análisis de la sociologíacomo ciencia social concreta. Si bienhay que partir de que las transforma-ciones están en sintonía con los idealesy valores del progreso, la racionalidady el universalismo (p. 9), existen tam-bién procesos que operan en senti-do contrario al progreso. Estos pro-cesos serían, en opinión del autor,básicamente dos: a) la dualizaciónsocial en la esfera del consumo que pro-duce normas marginales de integración,y b) el retorno de creencias y valoresasociados a formas de particularismocontrarias a principios racionales y uni-versales, como puede ser el replieguede individuos hacia la vida privada y elaumento de normas de familiarismoamoral.

El caso, que hemos vivido todos,de la transición democrática en Es-paña es un ejemplo de las contradic-ciones que se dan entre sociedad ypolítica. Sin duda, se han dado im-portantes transformaciones estruc-

turales en nuestra sociedad entre losaños 1960 y 1980 al calor del creci-miento económico y de la reestruc-turación de las clases sociales2.

Entre las transformaciones cultu-rales destaca la emergencia de nue-vos valores opuestos a los valorestradicionales liderados por la Igle-sia católica (como el nuevo hedonis-mo individualista y familiarista). Yentre las transformaciones socialesson importantes el avance de ciertasformas de sociedad civil (corporati-vismo y dualismo, por ejemplo) y elreflujo del Estado (V. Pérez Díaz).

Para Ortega, las mayores trans-formaciones recientes —efectos re-sultantes de todo el proceso econó-mico y político anterior— se handado a nivel sociopolítico, observán-dose una dualización de la sociedadespañola, con estructuras radical-mente separadas, cuando no opues-tas: la de la España pobre frente a laEspaña rica; la de los centros urba-nos y los cinturones metropolitanos,y las desigualdades de riqueza se-gún regiones. Todo ello ha tenidoefectos en un indudable estancamien-to de la movilidad social ascenden-te, el cierre social en las institucio-nes educativas (escuela, instituto,universidad) y en las empresas, y laaparición —e incluso extensión— denuevas formas de marginación so-cial (como las familias monoparen-tales o los jóvenes adultos).

En esta estructura social dualistatodo se convierte en mercado, sobretodo la cultura de masas y la opi-

2 S. DEL CAMPO URBANO (ed.), La Españade los 70. La sociedad, Ed. Moneda y Crédi-to, Madrid, 1972, y A. DE MIGUEL y otros,Informe sociológico sobre la situación socialde España 1970, Euroamérica, Madrid, 1971.

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nión pública, aspectos ambos demucho interés como foco de investi-gación para el futuro. En consecuen-cia, se produce un descontento so-cial que, al no poderse canalizarinstitucionalmente, se expresa enformas políticas anómalas en la de-mocracia como huelgas generales.

El problema de la gobernabilidady las clases dirigentes regionales sevincula estrechamente con la difícily compleja relación que se ha dadoen toda la historia de España entreEstado y nacionalidades.

En buena medida, los mesogobier-nos regionales han sido una respuestadesde la periferia a la crisis del Es-tado que se mantiene desde hace casidos siglos y que tiene importantesefectos políticos y sociales sobre losprocesos de modernización. Los res-ponsables de estos gobiernos regio-nales, actualmente con formas auto-nómicas, operan, más que con con-tenido ideológico, como administra-dores y gerentes de colectividadesde tipo territorial, incluso como re-presentantes de grupos y/o clasessociales especiales (piénsese en elpartido político que representa aAbel Matutes y su grupo financieroen Baleares). Aunque los dirigentesregionales emanan, inicialmente, delas burocracias de los partidos polí-ticos importantes, una vez que lle-gan al poder se convierten en unosgestores más o menos eficaces o máso menos clarividentes de la realidadeconómica y social inmediata. Entrelos efectos políticos y sociales de losgobiernos regionales destaca la pro-gresiva asunción de que el territo-rio, la economía, la sociedad y lacultura particular forman una es-

tructura diferenciada, y que los diri-gentes regionales se han cuidado muybien de singularizar (día de la co-munidad, por ejemplo; recuperacióndel idioma o de modalidades dialec-tiales; recuperación de fiestas y tra-diciones, etc.). Otro efecto políticoes el relativo a cuál es la parte decompetencia de los gobiernos loca-les y cuál la del gobierno regional oautonómico. Unas veces, las compe-tencias respectivas de nivel se pue-den articular armónicamente, perootras veces colisionan estrepitosamen-te produciendo conflictos políticosperiféricos de gran relevancia. Ypensemos en sus efectos cuando sondistintos en ideología el gobiernoautónomo y el gobierno local de lacapital sede de dicho gobierno au-tónomo. Ambos pueden planificar,con fines administrativos o bien po-líticos (preelectorales, por ejemplo),actividades que suelen interferirse yque producen conflictos importan-tes. Esto, por ejemplo, ha ocurridofrecuentemente por motivos cultu-rales y sociourbanísticos en Madrid,Barcelona y Sevilla.

La autonomización creciente delEstado español y la formación esta-ble de gobiernos autonómicos ha te-nido consecuencias en el alto volu-men de políticos profesionalizadosque ejercen local y regionalmente, yen gastos complementarios muy al-tos aunque necesarios para mante-ner unas administraciones descen-tralizadas eficaces. También, aspec-to enfatizado por el autor, esta es-tructura de mesogobierno ha posi-bilitado un encauzamiento ágil de laactividad social e incluso política,así como el relajamiento de las ten-

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siones y los enfrentamientos parti-distas. Además, las clases dirigentesregionales han intervenido activa-mente en problemas sociales y cul-turales de su ámbito de competen-cia que han reafirmado su impor-tante papel como élite intermedia yhan revalorizado el rol institucionalde los partidos políticos, ideologíase intereses económicos que repre-sentan. .

Uno de los aspectos más destaca-dos del cambio social en los últimosdiez o quince años ha sido el de lacrisis de la profesión docente, crisisestrechamente vinculada a una de-mocratización de la enseñanza pú-blica asociada al progresivo menos-precio, desde 1970, de los títulos eincluso contenidos de la enseñanzaa todos los niveles. La intención delos reformadores del sistema de en-señanza era, lógicamente, revalori-zar el mérito escolar y universitariofacilitando en cierto grado una pro-moción social ascendente basada enla meritocracia, pero que, desde lue-go, no ha logrado ni mínimamenteeliminar las desigualdades sociales.La aceptación del poder de la valíaindividual en el estudio normaliza-do encubre por la lógica social elmantenimiento de las desigualdadessociales tradicionales como el pres-tigio y la riqueza familiar. Además,la educación se comercializa en lasociedad industrial como cualquierotro servicio, por medio de su instru-mentalización a favor de la competiti-vidad y rentabilidad empresarial.

El sistema educativo del franquis-mo ha hecho agua por donde menosse pensaba: su disfuncionalidad alsistema productivo de la sociedad

postindustrial y de la información, ypor su inoperatividad para atenuarla rigidez vertical de la estructurasocial española, a lo que, sin duda,coadyuva el cierre social de las clasessociales privilegiadas, sobre todo al-tas.

Debido a la crisis del empleo, laspolíticas educativas de UCD y delPSOE se han basado en la concep-ción de la educación como mecanis-mo social para mantener en activi-dad permanente a los jóvenes, y fren-te a las evidentes dificultades de ob-tener una ocupación remunerada vin-culada a una profesión, bien al finalde los estudios medios y el primer osegundo ciclo universitario. La cri-sis educativa aparece, además, vin-culada al repliegue del ciudadanoen la confianza en los valores univer-salistas y su sustitución por valoresparticularistas, especialmente los vin-culados a la familia y al apoyo fami-liar para el ascenso social o, al me-nos, el mantenimiento del status depertenencia.

¿Qué ocurre a los miembros defamilias bajas? ¿Cuáles son sus es-peranzas sociales? ¿Qué procesospueden apoyar el ascenso social?Pues manteniéndose las creenciaspopulares en que los pobres puedentener acceso a actividades privilegia-das como torero y futbolista, y queen buena medida hacen dependereste posible ascenso social del azaro la suerte... De aquí la prolifera-ción de jóvenes y adultos que jue-gan a la lotería nacional, la loteríaprimitiva, las quinielas, las carrerasde caballos, etc. La meritocracia idea-lizada por el tardofranquismo dejade ser una creencia positiva de to-

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das las clases sociales para conver-tirse en patrimonio casi exclusivode las clases sociales ya estableci-das.

Es lógico, por ello, la crisis per-manente de los enseñantes de todoslos niveles. Según diversas encues-tas, ellos mismos consideran que sutrabajo es poco prestigiado econó-mica y socialmente, a lo que coadyuvael hecho de que, de cada tres ense-ñantes, dos sean mujeres, y tambiénsu extracción mayoritaria de las cla-ses sociales bajas, especialmente en-tre los campesinos. El papel de losmedios de comunicación ha coadyu-vado a crear un estereotipo negativodel maestro español, considerándo-le más un cuidador de niños que uneducador y formador de actitudes,juicios, valores y creencias, que in-dudablemente es lo que es.

El aumento del número de ado-lescentes y jóvenes a finales de losaños ochenta es otro aspecto inci-dente en la modernización de la fa-milia y, también, en ciertos cambiossignificativos de su estructura y va-lores. Este alto número de jóvenesemergentes, que en una economíaen crisis no pueden en su mayoríaencontrar trabajo estable adecuadoa sus conocimientos y destrezas (ge-neralmente altos), se ven obligadosa una mayor dependencia económi-ca de la familia de origen y a unmayor retardo en el acceso a la for-mación de una familia propia, y afec-ta incluso al aumento de jóvenes deambos sexos que no contraen matri-monio. El peso económico —e in-cluso algunas veces social— de unhogar retrae a muchos jóvenes a for-mar una nueva familia. En este con-

texto de crisis económica y profe-sional, es lógico que los jóvenes ha-yan respondido con un sistema depautas y valores particularistas quealgunos sociólogos denominan comosubcultura juvenil o cultura joven yque se caracteriza por la escasa inci-dencia de los valores religiosos, laindiferencia política dentro de uncontexto democrático y una moralmás tolerante en lo público que enlo privado.

Por otro lado, el universo culturalde los jóvenes está lleno, o relleno,de los culturemas (A. Moles) de lacultura de masa o cultura de losmedios de comunicación de masas.Aunque el profesor Ortega no desa-rrolla, en nuestra opinión, esta ca-racterística, cuya magnitud socio-cultural afecta profundamente a lassimbolizaciones, sueños y activida-des de los jóvenes favoreciendo unacultura ligera, el estrellato, la músi-ca moderna y la moda joven, el enun-ciarlo como una contradicción in-terna a la estructura cultural es yamuy importante. Esperamos queposteriores sociólogos intenten pe-netrar en los efectos (en los verda-deros, no en los funcionales) de losmensajes y de los propios medios-vehículos de comunicación (sobretodo el cine, el comic, el videoclip, lapublicidad y la televisión), cuya in-terpretación puede desvelar el sen-tido y los fines ocultos de esta socie-dad de la información tremendamen-te mediatizada por los objetos comopor los signos y símbolos de los ob-jetos.

Según los resultados de una in-vestigación realizada sobre un co-lectivo de jóvenes residentes en ba-

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rrios periféricos (San Blas en Ma-drid), la socialización juvenil se rea-liza básicamente dentro del endogru-po específico delimitado por el ba-rrio y se encuadra en el marco sim-bólico de la clase social baja. Estemodo de integración segregado faci-lita el antagonismo social y la defen-sa del medio de residencia y vidacotidiana, el barrio y sus elementossociourbanísticos: los comercios, lasescuelas, los lugares de ocio, etc. Elbarrio es capaz de generar todo tipode perspectiva social, incluido elnoviazgo y el trabajo. Los valores deestos jóvenes son los del presente yse concentran en unas extensas as-piraciones al consumo de bienes yservicios, con el contrapeso de unafuerte desideologización. El momen-to máximo de consumo es el fin desemana, focalizado en la asistencia aespectáculos y diversiones. Los es-casos objetivos sociales que esperan(algo mayores entre los más jóve-nes) se centran en conseguir un tra-bajo estable y mínimamente remu-nerado y, sobre todo, la evasión dela realidad, en la que cumple un im-portante papel el cine, la radio y latelevisión. No tienen ningún interésen política ni en religión. Tambiénleen tebeos y comics, prolongandoeste predominio del consumo deimágenes en claro detrimento de lalectura de periódicos y libros.

Parece que la modernidad sóloafecta a este amplio colectivo en susaspectos más nocivos: pobreza de lavida cotidiana, escasas posibilidadeslaborales y familiares, integración alos mensajes de los medios de co-municación de masas... Y el dato deque estos jóvenes mantengan creen-

cias muy fuertes sobre las posibili-dades de promoción ascendente queconllevan los juegos de azar, así comosobre sus efectos positivos para lavida de la adivinación y con prácti-cas constantes en ambos casos, indi-ca la pervivencia permanente de re-presentaciones mentales mágicas que,desde luego, hay que poner en rela-ción con la rigidez en la movilidadde la actual estructura social espa-ñola, en la que no se dan práctica-mente posibilidades de lograr obje-tivos económicos y sociales a partirde los valores tradicionales de clasebaja (laboriosidad, honradez, etc.).Cualquier tipo de éxito está cerradosocialmente para estos jóvenes, y porello es comprensible su extremadaafición a las quinielas, lotería, cu-pón de la ONCE. Asumen, pues, elfatalismo de su situación social, dela que sólo les puede sacar UN GOL-PE de suerte y el azar...

Finalmente, el último tema trata-do es el del papel de los intelectua-les en la sociedad postindustrial. Estegrupo social y cultural, creador ymantenedor en otros tiempos delliderazgo moral y espiritual de lassociedades, hoy en día no presentamás —según dicho autor— que unconjunto de burocracias al serviciode la industria cultural en sus dife-rentes ámbitos de la producción ydifusión, concepción muy lejana dela de A. Moles, que los consideracreadores de cultura ligera3.

La modernidad ha cerrado —cu-riosamente— las puertas al antiguointelectual independiente, y tambiénle ha desideologizado. Antes, el in-

3 A. MOLES, La comunicación y los massmedia, Mensajero, Bilbao, 1975.

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telectual se movía bajo el principiodel progreso, la confianza en el po-der de las creencias e ideologías y laesperanza en coadyuvar a un mun-do mejor. Pero ahora, y sobre tododesde el derrumbe del socialismo realen los países del Este de Europa, lasideologías parecen agotadas y el in-telectual se resiente de ello. E inclu-so pierde aquella parte de su identi-dad política anteriormente importan-te como incitación o apoyo a cual-quier motor de la historia.

El declive del intelectual en nues-tra sociedad se relaciona estrecha-mente con el cambio de concepciónde las funciones de la cultura. Siantes ésta era un mecanismo favora-ble para la emancipación del hom-bre, ahora parece más bien un me-dio para el embrutecimiento de lasmasas. Y, jparadoja!, el intelectual,que siempre utilizó la cultura paracrear conciencias e intentar liberaral hombre y la sociedad de sus ata-duras sociales, hoy es un servidorinconfundible de las industrias de lacultura y coadyuva con ello a difun-dir la industria de la conciencia y elembrutecimiento colectivo. Tal comodice A. Moles, el grupo de los inte-lectuales creadores de cultura demasa hoy se contrapone —al servi-cio del capitalismo de la cultura demasas— al pueblo y a las masas con-sumidoras.

Félix Ortega demuestra poseer unagran sensibilidad ante los temas yproblemas políticos y culturales dela sociedad española contemporánea,y los ha investigado en parte conuna metodología empírica. Algunosde estos resultados están en el con-tenido de este librito. Pero en el

fondo de la crítica político-social setrasluce una fuerte influencia webe-riana tanto en los aspectos concep-tuales como en la interpretación so-ciológica. La actualidad de MaxWeber —citado actualmente tantopor politólogos como por sociólo-gos— se deriva del fuerte contenidoanalítico e incluso hermenéutico desus teorías, hoy mucho más actualescon la crisis del marxismo como ideo-logía y como sociología que en losaños sesenta y setenta.

La modernización produce con-tradicciones y crea tensiones socia-les porque la sociedad, las socieda-des, no sólo son homogéneas (feliz-mente), sino porque esta moderni-zación siempre está organizada yprogramada por grupos dirigentesde la sociedad que orientan los be-neficios del progreso (sobre todo delas aplicaciones de la ciencia y latécnica) hacia las capas privilegia-das, las clases sociales altas y, sobretodo, las nuevas clases medias tecno-cráticas (C. W. Mills, D. Bell).

Al focalizar su análisis de la socie-dad en la modernización de la Espa-ña contemporánea desde 1980 apro-ximadamente hasta nuestros días, elprofesor Ortega intenta crear unmarco sociocultural idóneo para lainterpretación de los datos empíri-cos y resultados de estudios especí-ficos que ha realizado con su equi-po. Pero encontramos una cierta ten-dencia analítica muy orientada sola-mente hacia la especulación social,por encima o por debajo de los da-tos sociológicos que se poseen. Ten-dencia mucho más fuerte que unposible intento de validación de losresultados empíricos, con resultadosde estudios similares, por ejemplo.

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En algunos de los artículos se tras-luce cierto pesimismo por el futurode la sociedad española dentro de lasociedad europea occidental. Sobretodo en «El declive de los intelec-tuales», sin negar la necesidad deasumir la modernización, se traslu-ce el nulo o incluso negativo papelque están teniendo los intelectualesespañoles —escasos, naturalmente—en la construcción de la identidadeuropea. España se moderniza, pues,conservando y muy poco, poquísimo,innovando. Lo que se puede aplicartanto al campo de la empresa comode la cultura y, sobre todo, la uni-versidad. Es concretamente en laenseñanza, y sobre todo en la ense-ñanza universitaria, donde se prodi-gan las tesis pesimistas sobre el fu-turo de una sociedad española ruti-naria y poco creativa y donde la in-vestigación está sometida a la ense-ñanza y no al revés, como debieraser.

Si no pesimismo, sí cierto gradode escepticismo muestra el autor anteel futuro político de la democraciaespañola. En su opinión, tanto lospartidos como la clase política ope-ran más como gestores y adminis-tradores de la sociedad que comomotores de la modernización y elprogreso, lo cual lleva, inexorable-mente, a prácticas políticas de clien-telismo que amparan cierto gradode corrupción. Esta situación cues-tiona no sólo la necesaria honradezde los partidos políticos frente a lospartidarios, sino también la demo-cracia como sistema político de re-presentación.

Este escepticismo se modera por

la defensa que hace Ortega de de-terminados elementos críticos queneutralizan las prácticas políticas ci-tadas. Entre ellos destaca la necesi-dad de una crítica desde los escasosintelectuales y científicos, sobre todode los campos sociales, que la prac-tican actualmente en la prensa, li-bros y revistas. También destaca elpapel de contrapeso de las diversasinstituciones políticas democráticasen el equilibrio de poderes. Y, des-de luego, reconoce el importantepapel que está teniendo la sociolo-gía, sobre todo la sociología empíri-ca moderna, para percibir proble-mas y procesos, plantear solucionesy coadyuvar a aplicar medidas polí-ticas.

Un aspecto muy importante quese ha captado en todos los artículosde este libro, unidos, naturalmente,por el hilo común de la denuncia desituaciones y de ensayo de desvela-miento de lo oculto de la realidad, esla metodología. Al interesarse bási-camente por el análisis de los aspec-tos genéticos y procesuales del cam-bio social y la modernización, Ortegaentronca claramente con el MaxWeber de La ética protestante y elespíritu del capitalismo respecto de lanecesidad intelectual, para dar cuen-ta de la realidad social, de apelar alestudio del origen y evolución de lasinstituciones y de las prácticas eco-nómicas y políticas. Es evidente unasana reacción ante el exceso de es-tudios estructurales cuya prolifera-ción y explicación coyuntural invali-da en buena parte su valor socioló-

gico.Miguel Roiz

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CRITICA DE LIBROS

RICHARD SENNETT

La conciencia del ojo(Barcelona, Versal, 1991)

Richard Sennett presentaba supenúltimo ensayo, La autoridad1,como el primero de una tetralogíasobre las emociones en la sociedadmoderna. Los otros títulos (de cuyapublicación no tengo noticia) iban aversar sobre la sociedad, la fraterni-dad y la ritualidad. En línea con suinclinación por escribir grandes re-latos, Sennett nos presenta ahora Laconciencia del ojo como el volumenfinal de una trilogía sobre la culturaurbana formada por El declive delhombre público2 y Palais RoyaP. Eldeclive del hombre público, sin dudala mejor obra de su autor, analizabael paso de una sociedad «pública»,la ilustrada, a un universo social cadavez más privatizado, junto con lassecuelas que tal cambio operaba enla sensibilidad de unos individuosprogresivamente «íntimos». Por suparte, Palais Royal era una suerte denovela epistolar (que confieso nohaber podido terminar) que preten-día reflejar la vida del París culto delsiglo xix. En fin, La conciencia del ojotrata de relacionar (tal como indicaSennett en la introducción) la ar-quitectura, la planificación urbanís-tica y las escenas de la ciudad consu vida cultural. Y, en efecto, dearquitectura y urbanismo se hablaen este libro, aunque también deotras muchas cosas. De demasiadas.

La ciudad moderna refleja la divi-sión entre exterior e interior, entre

Madrid, Alianza, 1982.Barcelona, Península, 1978.Barcelona, Versal, 1988.

la experiencia del mundo y la viven-cia subjetiva. Esta separación (que,según Sennett, antes no existía, aun-que nunca concrete cómo ni cuán-do tuvo lugar ese período «anterior»a la hendidura que estudia) «expre-sa uno de los grandes miedos quenuestra civilización se ha negado enredondo a reconocer (...) el miedo ala exposición» (p. 12). Las ciudadesreflejan ese miedo que dificulta elcontacto social, sentido como unaamenaza.

El temor a la exposición y, comoconsecuencia, la valoración del in-terior comienza con el cristianismo.Ya San Isidoro distinguía en sus Eti-mologías dos sentidos del términociudad: como urbs, que alude a lamaterialidad de aquélla, y comocivitas, que designa las emociones,rituales y convicciones que albergala misma. Es esta segunda acepciónla que prima a partir del siglo vi,cuando la ciudad se convierte en unrefugio frente a un exterior amena-zante. Durante la Baja Edad Medialas iglesias son los centros visiblesde las ciudades, el lugar del Verboy, además, el cobijo de mendigos,locos y enfermos. Las primeras ciu-dades europeas albergan en sus igle-sias el espacio no sólo de la espiritua-lidad, sino también de la hospitali-dad y del refugio. Fuera, en las ca-lles, la caridad no existe: «El exte-rior era la dimensión de la diversi-dad y del caos (...) en contraste conel espacio interior en el que todoestaba definido» (p. 36).

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En la disociación medieval entre,por una parte, el ámbito sagrado yde protección y, por otra, el ámbitoseglar y de peligro radica —segúnSennett— el moderno miedo a laexposición. De la Baja Edad Media,Sennett salta al tiempo de la revo-lución industrial, en donde el ho-gar emerge como la nueva versión—ahora secular— del refugio espi-ritual. Así, «la geografía de la segu-ridad se desplazó del santuario si-tuado en el centro urbano al inte-rior doméstico» (p. 37). Como saltoen el tiempo no está mal. Sennettaventura una hipótesis macroevolu-tiva: existe una continuidad entre laidea cristiana del interior como es-pacio de protección ante la adversi-dad (la enfermedad, la pobreza, laviolencia) y la valoración modernade la domesticidad. En este segundomomento, que coincide con la revo-lución industrial, aparece la dicoto-mía Gemeinschaft/Gesellschaft. Si elorden comunitario evoca la idea depertenencia y de lo propio, el uni-verso de la Gesellschaft se asocia a laconfusión y la frialdad de la granciudad.

A lo largo de trescientas páginas,Sennett rastrea los momentos en quese forma la disyunción significativaexterior/interior. Pero, lejos de se-guir análisis diacrónico alguno, sal-ta de una época a otra, esbozandoapenas cada una de ellas, y, lo quedificulta más la lectura, utiliza ma-teriales tan diversos (fragmentos li-terarios, descripciones arquitectóni-cas de las urbes modernas, análisisdel trazado de los jardines, bosque-jos de psicología e historia de lasideas, filosofía política, etc.) como

los de un patchwork. Por ello, en vezde reproducir la dispersión temáticadel texto, trataré de reconstruir unhilo conductor del argumento delautor.

Varios son los hitos en la valora-ción del exterior. Así, el tratamien-to que Adam Smith hace de la sim-patía como un sentimiento que in-duce a los hombres a salir de sí mis-mos y abrirse a los demás. Sennettidentifica la simpatía con la conquistade la diferencia y a ella alude comouna actitud que hace posible la uniónapasionada —aunque no para siem-pre, puntualiza— con los demás. Unase pregunta si esta alusión a la sim-patía smithiana no traiciona el ca-rácter templado, distante y superfi-cial de dicho sentimiento. Puesto quela simpatía constituye la materia dela sociabilidad, debe ser generaliza-da y, por tanto, suave.

La contraposición civilización/cul-tura refleja, asimismo, la dicotomíaexterior/interior. La noción de civi-lización se perfila en el siglo xvi (enobras como El cortesano, de Casti-glione; De la urbanidad en las mane-ras de los niños, de Erasmo, y elGalateo de Della Casa) y se adentraen el siglo xvni. Según Sennett, laidea de civilización conlleva la acep-tación de la diferencia y de una im-personalidad que evita toda referen-cia a la identidad de los hablantes:«Los códigos de la civilización fue-ron una de las maneras de infundirun determinado valor al exterior:supusieron una valoración de la in-terioridad obsesiva» (p. 107). Resul-ta sorprendente que Sennett no men-cione a Norbert Elias más que a tra-vés de una cita a Kant (p. 108).

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Elias analiza varios códigos decomportamiento cuya sucesión —yprogresiva rigidez— constituye lacivilización. Esta no es, como Sennettsugiere, un momento histórico pre-ciso, sino un proceso que dura si-glos. Tampoco constituye una libe-ración de la interioridad, sino —yésa es precisamente la hipótesis deElias— la lenta e inexorable auto-coacción de los impulsos y de unasnormas que se hacen más y más in-ternas. Cuando aplaude la liberacióndel yo a través de una cultura de laexterioridad, Sennett debe referirsea lo que Elias llama código de lapolitesse y que analiza en La sociedadcortesana. Mientras que Elias cree queel siglo XVII es el período de mayorcontención de la espontaneidad,Sennett idealiza en El declive del hom-bre público el siglo XVIII. La Ilustra-ción sería la época moderna másabierta y dispuesta al encuentro en-tre hombres «públicos», alejados delas obsesiones privatistas de la ac-tual «sociedad íntima». La civiliza-ción es a la apuesta por lo exteriorlo que la cultura es a la valoracióndel interior. Frente al imperio de lamáscara, el final de la Ilustraciónrecupera el valor de la espontanei-dad y el sentimiento —Rousseau—y de un ideal de crecimiento perso-nal y colectivo —Kant o Herder.

Tras las nociones de simpatía ycivilización que se vinculan con unacultura «pública», Sennett retomalos temas de sus obras anteriores {Eldeclive del hombre público y, sobretodo, Vida urbana e identidad perso-nal*) cuando evoca el análisis simme-liano de la variedad y complejidad

4 Barcelona, Península, 1975.

que ofrece la ciudad. Y es aquí cuan-do la dispersión y el desorden temá-tico de que adolece el libro que co-mentamos se hacen más obvios. Jun-to a breves referencias a Simmel,Park, Wirth o Baudelaire —muy enla línea de Marshall Berman—, Sen-nett alude también a Edmund Burkey apunta su noción de lo sublime ysu posterior relación con el ennuiromántico, sentimiento que reapa-rece en los edificios sublimes (aun-que también «neutrales» y «autosufi-cientes») de Van der Rohe en Nue-va York. Ahora bien, a pesar de se-mejante batiburrillo, hay que reco-nocer que el recorrido que Sennetthace de las diferentes zonas de laGran Manzana y la descripción desus ambientes humanos es de lo másgozoso del libro, eso sí, para quienconozca —y ame— Nueva York.

La mirada apasionada de Sennettsobre «la más heterogénea de todaslas ciudades» no es, sin embargo,ciega: «Un paseo por Nueva Yorkrevela que la diferencia de los otrosy la indiferencia para con los otrosestán relacionadas, ya que formanuna desdichada pareja. El ojo detec-ta diferencias ante las cuales reac-ciona con indiferencia. Tampoco yosiento ninguna curiosidad por sabercuál es la problemática vital de untraficante de droga. Y soy demasia-do cortés para inmiscuirme en lasoledad de una mujer de medianaedad o para violar la privacidad delas obsesiones sexuales de otro hom-bre» (p. 160). La ciudad modernahace extrovertidas a las personasporque sólo ella puede ofrecer lasexperiencias propias de la «otredad».La diferencia y la discontinuidad de

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espacios y gentes produce una per-plejidad permanente y una actitudabierta al exterior. Uno de los ma-yores encantos de Nueva York es layuxtaposición de clases, razas y am-bientes en espacios casi continuos.El cruce de los círculos sociales in-vita a la apertura, a ese conflictopor el que Sennett había apostadoen Vida urbana e identidad personal ysobre el que ahora vuelve.

Y en esta insistencia sobre la ex-posición al exterior recuerda, en unode los fragmentos más interesantesde La conciencia del ojo, a. HannahArendt. Como él, ella criticó las«emociones blandas» asociadas a lapertenencia a la Gemeinschaft y pro-pugnaba la impersonalidad frente alcultivo del interior. Arendt recomen-daba la emancipación de todo vín-culo comunitario y la conquista delpresente y sus avatares.

Partido opuesto toma SimoneWeil, que no sintió simpatía algunapor Nueva York, ciudad incierta yhostil. Weil parte de la necesidad dereconocer los propios límites, de lainsuficiencia de cada uno para ten-der puentes hacia los demás: «El re-conocimiento de la fragilidad perso-nal es el fundamento de la necesi-dad de contar con los demás, de lanecesidad de confiar en sus respues-tas» (p. 276). La vida debe asentarseen la modestia para con las propiascapacidades. El reconocimiento dela dependencia posibilita vínculosbasados en la confianza mutua. Algoparecido planteaba Elias en sus últi-mas obras.

Cosa distinta piensa Sennett, quebatalla libro tras libro contra las ti-ranías de la sociedad íntima. El re-

conocimiento de la propia debilidadcrea relaciones destructivas, concluíaen El declive del hombre público. Y esque los hombres privatizados, caren-tes de referencias significativas pú-blicas, tienen una sensibilidad (comoya apuntó Constant y profundizóTocqueville) blanda, cobarde y pocodada a la entrega. Para Sennett, ladependencia —como ya estudiabaen La autoridad— es fuente de todasuerte de abusos.

La liberación de la servidumbre,pública o privada, pasa por la con-quista del exterior y la relativizaciónde la introversión. Este vicio de lamodernidad, herencia del ideal cris-tiano de virtud, está contribuyendoa crear ciudades habitadas por soli-tarios fantasmas. En El declive delhombre público, Sennett apostaba porla impersonalidad y la máscara, peroreconocía la dificultad de trasladarmodelos de otros tiempos al presen-te. En La conciencia del ojo repitedicha imposibilidad: «Suprimir ladistinción que separa la dimensióninterior y exterior, como se hicieradurante la Ilustración, resulta no serun remedio eficaz o, cuanto menos,no funciona como guía en nuestraépoca» (p. 290).

¿Qué hacer entonces? Si el gustopor la introversión tiene unas raícestan profundas (el cristianismo, elcultivo protestante del fuero inter-no, el ideal orgánico del romanticis-mo, el descubrimiento de la domes-ticidad en el marco del industria-lismo, hasta llegar a nuestra socie-dad íntima), apostar por la exposi-ción, el encuentro y el conflicto pue-de ser una nueva forma de idealismo:«La introversión implica una renun-

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cia a ciertos impulsos conducentes ala totalidad integral y al completa-miento de uno mismo» (p. 309). Ellibro acaba con digresiones sobre elarte de Rothko y el ballet Apollo deBalanchine, dos muestras de un artedisociado y expuesto. De maneraprogresiva, Sennett ha ido fragmen-

tando su discurso y debilitando susargumentos. Su última obra es uncollage desconcertante, abierto a todasuerte de tentaciones de dilettantcen lo que a objeto y método se refie-re. El que fuera maestro del ensayosociológico heterodoxo parece ha-ber perdido el norte.

Helena BÉJAR

S. WOOLGAR

Ciencia: abriendo la caja negra(Barcelona, Editorial Anthropos, 1991)

El gran hitoriador Thomas S. Kuhnha sido, posiblemente, el primeroen intentar «abrir la caja negra» dela producción del conocimiento cien-tífico. Tiempo tuvo de ver algo den-tro y poco de ello dejó contado enha estructura de las revoluciones cien-tíficas. Lo suficiente como para quecundiese el pánico entre algunos delos más insignes filósofos de la cien-cia. Una plaga de relativismo pare-cía abatirse sobre uno de los másinexpugnables reductos filosóficosdel positivismo y el realismo. Peroquizá lo que los filósofos rechaza-ron con mayor fuerza fue que la obrade Kuhn ofrecía legitimidad a lasciencias sociales para que se ocupa-sen de estudiar el conocimiento cien-tífico. Al darse cuenta de lo que suobra parecía implicar, el propioKuhn empezó a «cerrar la caja ne-gra»; había mirado dentro y habíasentido miedo ante las consecuen-cias de su atrevimiento. Volvió a

posiciones teóricas conservadoras ehizo como que nada había ocurrido.

Sin embargo, la sociología reac-cionó, si bien con cierta lentitud, yasumió que su tarea era precisamentelo que Kuhn había tenido miedo deasumir: abrir la «caja negra» y mirarlo que había dentro. Con los ante-cedentes puestos por los filósofosneokuhntianos y los sociólogos cogni-tivos, Bloor se atrevió a retar a lacomunidad, en esos momentos cadavez más floreciente, de sociólogosde la ciencia. El reto consistía enponer a la sociología del conocimien-to en el centro de los esfuerzos porcomprender la ciencia y adoptar unprograma de investigación natura-lista, instrumental y relativista. Quie-nes mejor preparados parecían estarpara asumir la ardua tarea fueronalgunos sociólogos de educaciónetnográfica, algún otro que adoptóel relativismo como trademark y va-rios reconvertidos de diversa ralea.

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Y en el progreso de esta línea deinvestigación algunos principios del«programa fuerte» se perdieron porel camino.

El naturalismo ha encontrado sumejor expresión en los Estudios So-ciales de la Ciencia en la obra de lospromulgadores del «Programa Em-pírico del Relativismo», H. M. Collinsy T. J. Pinch, y en la teoría de latranslación de la escuela francesa(B. Latour y M. Callón, principal-mente). Sin embargo, ha sido con-testado por los sociólogos de la cien-cia de tradición etnográfica y fenome-nológica. El instrumentalismo delprograma fuerte ha sido asumidocomo fundamento tanto de los estu-dios naturalistas como de la etno-grafía instrumental (K. D. Knorr-Cetina). Frente a éstos, ciertos au-tores han preferido sustituir dichaetnografía por el estudio previo delos modos en que ha sido postuladoel razonamiento práctico y, en con-secuencia, han dado lugar a unaetnografía reflexiva (Woolgar, Mul-kay, Ashmore). Por último, tantounos desarrollos como otros puedenverse como la profundización en lospostulados del relativismo, aunquecon diferencias en la asunción desus implicaciones escépticas.

El libro que comento es precisa-mente de uno de los autores quemás han hecho por explorar dóndenos puede conducir mirar en pro-fundidad dentro de la temida caja.La trayectoria intelectual de SteveWoolgar es una de las más ricas einnovadoras dentro de los EstudiosSociales de la Ciencia. Ya en 1976sentó parte de las bases de lo quedespués se conocería como el pro-

grama de análisis textual y del dis-curso en sociología de la ciencia. En1979, junto a Bruno Latour, revolu-cionaría el modo de aproximarse ala ciencia con el mítico LaboratoryLife (incomprensiblemente, aún nodisponible en español). En los añosochenta se convertiría en el princi-pal crítico del programa fuerte «des-de dentro» y desarrollaría en diver-sas obras el proyecto de fundar unaetnografía reflexiva. Y en los últi-mos años se ha convertido en unode los autores de referencia obliga-da en los estudios sociales de la tec-nología.

Cada una de esas preocupacionesteóricas que han ocupado su exten-sa obra se encuentran, con mayor omenor fortuna, en su Science. TheVery Idea (traducido al español comoCiencia: abriendo la caja negra). Paraincluir todas esas inquietudes inte-lectuales, Woolgar ha optado aquípor desarrollar una representaciónque no fuera demasiado larga, y conello ha conseguido convertirla enespecialmente intensa. El libro es ensí mismo un lúcido compendio de laversión más fructífera de los desa-rrollos producidos en los EstudiosSociales de la Ciencia en los últimosaños (anteriores a 1988, fecha de laprimera edición inglesa). Con ellos,un viejo campo de indagación ha sidosustraído a la esclerotizada filosofía,despojada ya de gran parte de sustradicionales competencias. Este li-bro es precisamente una de las me-jores muestras de cómo podemosincluir con perfecta naturalidad a laantigua epistemología como área deestudio legítimo de la sociología.

Frente a las asunciones filosóficas

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anteriores, la principal tarea de losestudios sociales de la ciencia con-siste en desenmascarar la estrategiade establecer la ciencia como un«hecho diferencial». El estudio dela ciencia habrá de despojarse de lasfilosofías «esencialistas». No cabehablar de algo como «la esencia dela ciencia», así como tampoco pode-mos establecer algo así como «laesencia de lo social». Con ello nopodemos sostener ya que cualquiercosa que sea «la ciencia» es diferen-te a otro algo calificado como «losocial». Más bien la ciencia es en símisma constitutivamente social. Par-tiendo de la fenomenología y delWittgenstein de las Investigacionesfilosóficas, Woolgar pretende «poneren su sitio» al agente, ocultado has-ta ahora por los discursos esencia-listas, esto es, inmerso en un «juegode lenguaje» y en su pertenencia auna comunidad lingüística.

La mejor definición de los rasgosde las posturas filosóficas esencialis-tas se halla, para Woolgar, en suconcepción de la representación. Deahí que vincule la crítica a las postu-ras esencialistas con la crítica a losmodos de representación. Para aqué-llas, existe una diferencia constituti-va entre la representación y el obje-to. Pero el problema con esta postu-ra surge cuan¿o se enírentan a Vos«terrores metodológicos»; esto es,cuando nos percatamos de que todopar representación-objeto compartelos rasgos de indexicalidad (tradu-cido como «indexabilidad»), incon-clusividad («interminabilidad») yreflexividad. Frente a estos rasgosde la representación (extraídos dela primera etnometodología), Wool-

gar considera que es mejor ser cons-ciente de ellas en nuestros análisis eintentar retar las ideas de unidire-ccionalidad en el par objeto-repre-sentación (inversión) y de diferencia-lidad del conocimiento científico(retroalimentación).

(Permítaseme una disgresión téc-nica: en la versión española del li-bro de Woolgar, la expresión ingle-sa the methodological horrors es tra-ducida como «los desastres metodo-lógicos». Sin embargo, mientras loshorrors ingleses se refieren a un sen-timiento de miedo irracional causa-do por algo que sabes que no puedeherirte pero que aún te atemoriza,los «desastres» españoles suponenuna desgracia grande, un suceso in-feliz o lamentable. La consecuenciamás importante de esta poco feliztraducción es que en la versión es-pañola se oculta mejor el papel delagente que en la versión inglesa.Parece evidente que el traductor es-pañol es mucho más «esencialista»que Woolgar. El problema estribaen que los que no dispongan deloriginal inglés accederán a un textoescrito por un crítico del «esencia-lismo» y traducido por un «esencia-lista» convencido.)

La crítica a la idea de la universa-lidad de la «verdad científica» quedesarroWa e\ programa tuerte nopuede entenderse sin la crítica witt-gensteiniana a lo que significa «se-guir una regla». Así, para el «pro-grama fuerte», tanto como para lafilosofía postwittgensteiniana, lapráctica no puede ser entendidacomo el resultado del seguimientode reglas. En estos términos, la filo-sofía prescriptivista y la sociología

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normativa quedaban desacreditadaspor el papel que en sus teorías juga-ban las reglas y los procedimientos.La lógica puede considerarse comouna racionalización post hoc y lasnormas sociales pueden verse mejorcomo repertorios discursivos (comobien ilustra el estudio del descubri-miento en el capítulo IV).

Que sea comúnmente mantenidacomo absurda la idea de que las prác-ticas de representación constituyenlos objetos del mundo (en lugar deal contrario) no es sino un reflejo deprácticas institucionales fuertemen-te arraigadas que encuentran su me-jor plasmación en el discurso y lacultura lingüística. El lenguaje esmodulado para construir la facticidaddel objeto mediante la exclusión delagente, de la acción y de las circuns-tancias antecedentes. Pero, frente alas versiones deconstructivas del dis-curso, Woolgar no cree que la adi-ción de modalizadores del lenguajesea una condición necesaria paradeterminar el status fáctico de lasafirmaciones. Woolgar adopta unaposición constitutiva según la cualla estructuración del discurso es elobjeto. Pero se encarga de aclararque esta posición no niega que losindividuos operen con distincionesentre «lo textual» y «lo fáctico». Loimportante es que estas distincionesson en sí mismas parte del discurso,y que son aplicadas de modo diver-so.

Así, Woolgar no puede pasar poralto que esas distinciones existen enel discurso de los individuos y asílas registra. Ahora bien, es ilegítimoafirmar que se encuentren o no «fue-ra» del discurso. Woolgar ni puede

actuar ni actúa al modo de la filoso-fía tradicional: no decreta sobre cues-tiones de ontología o epistemología(de ahí el error de interpretación deaquellos que han querido ver enWoolgar un reavivamiento del «idea-lismo» en las ciencias sociales). Ensu lugar, adopta la estrategia deletnógrafo: la descripción (no la ex-plicación) del punto de vista (no lasprácticas) del nativo (no del analista).Ahora bien, la etnografía instru-mental se presenta como un relatoobjetivo del punto de vista del nati-vo. Y así fracasa, en su propia prác-tica, en su reto al núcleo de la cien-cia, esto es, a la idea de representa-ción. Debemos, pues, establecer unaetnografía que resista adecuadamenteal discurso realista y objetivista, unaetnografía reflexiva.

En conclusión, el objetivo princi-pal del libro de Woolgar es poneren el punto central del estudio so-cial de la ciencia la idea de repre-sentación y el papel del agente en larepresentación. En concreto, nues-tros esfuerzos han de dirigirse a «po-ner entre paréntesis» la distinciónentre objeto y representación y a re-establecer el papel del agente. Algu-nos críticos han querido ver en estapropuesta la idea de que la críticade la representación nunca estarácompleta, a menos que se cuestio-nen las ideas de verdad y falsedadque la representación hace posible.Pero esta crítica ha perdido el pun-to fundamental de que Woolgar deningún modo pretende legislar so-bre cuál es el lazo legítimo entreobjeto y representación. Antes alcontrario, pretende considerar cómose construye la distinción objeto-

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representación en el discurso mis-mo de los participantes.

Este modesto propósito ha sidoconsiderado como radical por partede algunos oponentes a la etnografíareflexiva de Woolgar. Para ellos, unacosa es cuestionar la legitimidad deun modelo particular de descripciónde la ciencia y otra diferente difa-mar la pretensión misma de descri-bir legítimamente la ciencia. Eso su-pondría defender a priori que es im-posible todo modelo legítimo, preci-samente cuando Woolgar parececomprometerse a la misma clase de«realismo convergente» que está in-tentando condenar. Pese a que Wool-gar pretenda partir de una nuevaduda cartesiana, no es menos ciertoque no puede sino admitir que élmismo parte de ciertas asunciones,cualquiera que sean, no plenamenteasumidas.

Pese a la popularidad de esta crí-tica, habría que aclarar a qué se re-fieren los críticos cuando hablan deuna descripción legítima de la cien-cia. Si con ello quieren decir unadescripción objetiva, umversalmen-te válida, a-contextual, etc., la críti-ca al supuesto esencialismo de Wool-gar partiría de asunciones esencialis-tas (que los críticos consideran defi-cientes). Si, por el contrario, se quie-re indicar que se trata de afirmacio-nes contextúales (indexicales, pormejor decir), locales, etc., la crítica

a Woolgar dejaría de tener sentido:será legítimo aquello que sea consen-suado como tal por una comunidadde hablantes. En este segundo senti-do, no es cierto, pues, que Woolgarestablezca la asunción a priori de laimposibilidad de toda descripción«legítima» de la ciencia.

El error de interpretación de loscríticos de Woolgar puede debersea que consideran la obra de Woolgarcomo un discurso agónico. Sus crí-ticos quieren ver en él una crítica alas representaciones científicas. Peroel objetivo de Woolgar es muchomás modesto que el de poner a laciencia y a la tecnología en «vía muer-ta», como dice M. Medina en el pró-logo de la edición española. Aun-que los Estudios Sociales de la Cien-cia puedan ser leídos como un dis-curso crítico a la ciencia, no pode-mos afirmar que sea la única lecturaposible, ni siquiera la más conve-niente. Si los Estudios Sociales de laCiencia se caracterizasen por poneren entredicho el poder epistemo-lógico de toda forma de conocimien-to, sería demasiado descabellado quese arrogasen en derecho a legislarsobre la verdad o la falsedad de cual-quier proposición. Los ESC no pre-tenden derrumbar los templos delsaber científico, tan sólo abrir la cajanegra.

Alberto COTILLO-PEREIRA

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BRUNO LATOUR

Ciencia en acción(Barcelona, Editorial Labor, 1992)

No es posible sino congratularsede la aparición en castellano de esteclásico de la Sociología del Conoci-miento Científico, producto de laintensa tarea investigadora desarro-llada en la última década por el equi-po de sociólogos e historiadores dela Escuela Superior de Minas de Pa-rís, dirigido por Bruno Latour.

Esta obra continúa la direcciónabierta por el Programa Fuerte encuanto a considerar las prácticas ycontenidos de la ciencia como he-chos sociales cuya descripción y ex-plicación puede y debe hacerse conindiferencia respecto del estatus quedichas prácticas y productos merez-can a los actores involucrados en suproducción, difusión y consumo.Este principio de imparcialidad eslo que integra a Latour en la tradi-ción de la Sociología del Conoci-miento. Pero, además, todo el libroes una demostración práctica delprincipio de simetría, el corazón dela Sociología del Conocimiento Cien-tífico. Latour ofrece la misma clasede descripciones y explicaciones paracualquier forma cognitiva que estu-die. Es más, usa con brillantez laironía al postular una serie de reglasy principios de funcionamiento dela ciencia y la tecnología que con-forman una espléndida refutación desu tradicional concepción como ac-tividades regidas por un métodoomnímodo, universal, neutral y ob-jetivo, esto es, por una serie de re-glas y principios.

El libro se divide en una intro-

ducción, tres partes (sobre retórica,fortalezas y redes) subdivididas, asu vez, en dos capítulos (respectiva-mente, sobre controversias, labora-torios, poder, intereses, racionalidady centros de cálculo) que abundanen casos de historia y sociología. Losprincipios y reglas surgen como co-rolarios de semejante evidencia, peroel propio texto afirma que esto esun efecto retórico.

La introducción expone tácitamen-te el primer principio (PO): hay dos«momentos» en la producción delconocimiento. Cuando éste se estáproduciendo o cuando alguna creen-cia está sujeta a rediscusión, la cien-cia está «en acción» y no hay certi-dumbre. Al acabar la controversia,el punto polémico se convierte enuna caja negra cuyo contenido (elproceso de construcción social) seolvida o deviene inaccesible. Durantemucho tiempo se ha sostenido quela Sociología no tenía nada que de-cir sobre los contenidos de la cien-cia. Ciertamente, cuando los hechosestán sobre la mesa, las máquinasfuncionan con eficiencia y la verdades incuestionable, hay poco que de-cir sobre ello. Así, si sólo existieseotra ciencia. Pero antes de ella hayun momento en el cual los actoresestán negociando y decidiendo quéfenómenos deben ser considerados«hechos» y qué significan, qué cri-terios se usarán para decidir si unaparato funciona y qué es la eficien-cia, y usando cualquier medio en sumano para probar si una creencia

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resiste todas las objeciones conce-bibles para concederle el estatus deverdad. La primera regla (Rl), portanto, implica que para estudiar laciencia en acción, y no la cienciafinalizada, debemos observar los he-chos y las máquinas cuando aún nohan devenido cajas negras, o bienseguir las controversias que las re-abren.

La primera parte de este libro tra-ta sobre la retórica de la ciencia,esto es, sobre cómo los actores sepersuaden unos a otros sobre laaceptabilidad y utilidad de sus afir-maciones. El estudio sobre las moda-lizaciones (adición o sustracción deacepciones de tiempo, lugar, perso-na o probabilidad a asertos factuales)y sobre las prácticas de construc-ción de evidencia en los laborato-rios (un hecho resulta de la super-posición de dos gráficas que se asu-me representan fielmente a una po-blación de fenómenos o sucesos)conduce a la formulación del pri-mer principio (Pl): el destino de loshechos y de las máquinas dependede quienes los usan; sus cualidadesson, por tanto, una consecuencia, yno una causa, de la accón colectiva.La regla metodológica (R2) sigue:para determinar la objetividad o sub-jetividad de una afirmación, o la efi-ciencia o ineficiencia de un meca-nismo, no debemos buscar sus cua-lidades intrínsecas, sino las trans-formaciones que sufren posterior-mente a manos de otros. Dicho deotro modo, si las acciones que con-dujeron a un descubrimiento, un in-vento o una refutación hubieran sidodistintas, el hecho, la máquina o elerror bien pudieron haber sido dife-rentes o no existir en absoluto.

Esto no implica que la realidadsea subjetiva, sino sólo la sanción derealidad. El segundo principio (P2)postula que los científicos y los in-genieros hablan en nombre de nue-vos aliados que han conformado yenrolado (esto es, de los hechos ylos mecanismos fiables que han cons-truido en el laboratorio); ellos (loscientíficos) son representantes (delos «hechos») entre otros represen-tantes (los «hechos», que lo son delos presuntos «sucesos ahí fuera»);los científicos añaden estos recursosinesperados para inclinar la balanzadel poder a su favor en los debates.La regla pertinente (R3) resume estoafirmando que dado que el cierre deuna controversia es la causa de larepresentación de la Naturaleza, yno su consecuencia, nunca podre-mos usar esta consecuencia, la Na-turaleza, para explicar cómo y porqué se ha cerrado la controversia.

La segunda parte de este libro con-tinúa el trabajo de borrado de fron-teras de la parte anterior. Si en aqué-lla era la línea entre conocimiento yrealidad lo que se difuminaba, ha-ciendo de la ontología un corolariode la epistemología, aquí cae la quetradicionalmente ha separado cono-cimiento y sociedad. El tercer prin-cipio (P3) afirma que lo que lahiperanalítica ciencia occidental nosha enseñado sobre la Naturaleza valetambién para el mundo humano:nunca nos enfrentamos con la Cien-cia, la Tecnología o la Sociedad, sinocon una gama de asociaciones más omenos fuertes o débiles; así, enten-der qué son los hechos o las máqui-nas equivale a entender quién es lagente (que cree en ellos, los mantie-

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ne con sus prácticas interpretativasy preformativas y vive conforme aesas creencias). De otro modo, nohay una diferencia absoluta entre lagente y las cosas, pero hay una divi-sión convencional en nuestra cultu-ra entre quienes estudian las cosas(científicos naturales) y quienes es-tudian las personas (científicos so-ciales). La regla subsiguiente (R4)es, por tanto, el equivalente socialde la anterior: si el cierre de unacontroversia es la causa de la estabi-lidad de la Sociedad, nunca podre-mos usar esta consecuencia, la So-ciedad, para explicar cómo y porqué se ha cerrado la controversia.Es decir, se deben considerar simétri-camente los esfuerzos para enrolarrecursos humanos e inhumanos y noolvidar que todo hecho, creencia oalianza tiene un coste de manteni-miento.

?eto, entonces, ¿de qué está he-cha la ciencia? ¿No era de pura Na-turaleza y Racionalidad? Si se siguea los actores cuando dejan de hacerpropaganda se observa (P4) quecuanto mayor es el contenido esoté-rico de la ciencia y la tecnología másse extienden «fuera de sí», esto es,más necesitan el concurso de otrosaliados (fuentes de financiación,medios de comunicación, institucio-nes de instrucción, ramas de pro-ducción industrial y de comercializa-ción propias, protección política,etc.). Y esto vale tanto para la cien-cia como para la tecnología, puesson sólo subconjuntos de la tecno-ciencia. Mas, sobre de qué está he-cha la tenociencia, conviene (R5)mostrarse tan irresolutos como losmismos actores; cada vez que se cons-

truye una divisoria interno/externo,debemos estudiar ambos lados a lavez y hacer la lista, no importa cuanlarga sea, de quienes la levantan. Hayque tener en cuenta, además, queesos aliados crean la división, porasí decirlo, «con sus cuerpos» y quela diferenciación de un «líder» y de«sus» aliados es producto de unaatribución convencional. No hayvoluntades o mentalidades superio-res a otras, sino los resultados dejuicios de fuerza.

La última parte del libro incidesobre un tema predilecto de la episte-mología anterior: la racionalidad. Ypropone, de fado, sustituirla por lanoción de red. El quinto principio(P5) dice que la acusación de irra-cionalidad la hace siempre alguienque construye una red respecto dealguien que le estorba; así, pues, nohay una Gran Divisoria entre lastaentcs, sino sólo n\ayotts y meno-res redes; los hechos más tenacesson la excepción y no la regla, puessólo se los necesita ocasionalmentepara desplazar a gran escala a otrosfactores fuera de sus caminos habi-tuales, esto es, para desbaratar loscapilares que forman las redes porlas que se desplazan y por los quemovilizan a otros aliados (humanose inhumanos). Esto conlleva unanueva regla (R6): ante una acusa-ción de irracionalidad, no hay quepreguntar qué regla lógica se ha vul-nerado o qué estructura social po-dría explicar la distorsión, sino elángulo y la dirección del desplaza-miento del observador y la longitudde la red que se construye.

El último capítulo nos devuelve ala cuestión de qué constituye la pro-

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ducción de conocimiento. El últimoprincipio (P6) afirma que la historiade la tecnociencia es en gran partela historia de los recursos dispersosa lo largo de redes para acelerar lamovilidad, fiabilidad, combinabilidady cohesión de las trazas que hacenposible la acción a distancia. Perodebe añadirse una regla precautoria(R7): antes de atribuir cualidadesespeciales a la mente de las perso-nas o al método que emplean, exa-mínense primero las diversas mane-ras mediante las que las inscripcio-nes son reunidas, combinadas, liga-das entre sí y remitidas. Sólo si restaalgo inexplicado una vez que se hanestudiado las redes puede empezar-se a hablar de factores cognitivos.Observando a los actores en su prác-tica muestra que se organizan en«centros de cálculo», un conjuntode redes que no suelen identificarsecomo una clase, sino bajo etiquetascomo poder legislativo, laboratorio,burocracia, sistemas de metrología,etc. Estos centros de cálculo cons-truyen las magnitudes o escalas queconfieren sentido (relativo a ellas ysuyo recíprocamente) a los sucesoso acciones que se agregan o asocianbajo la idea de «aliados». Sus órde-nes, reglas, afirmaciones, etc., con-dicionan a distancia a quienes cir-culan por la red que estos centroscontrolan. Una última regla tácita(R8) aporta un ejemplo claro paraentender este punto: cada vez queoigas de una aplicación exitosa delconocimiento (v. gr., una predicciónque se cumple, una orden que seejecuta, una máquina que funcionacomo se espera de ella) busca la pro-gresiva expansión de una red.

La pregunta inmediata de quienesno estén integrados en la red por laque se desplaza y en la que Latourpretende movilizarnos y/o quienesprefieran mantener su amada esta-bilidad de un mundo independientede nuestra cognición se pregunta-rán en todo caso: ¿no es posible creerambas cosas? ¿No es posible que loshechos y las máquinas que funcio-nan sean reales y la construcción deredes sociales sólo la «fisiología»social mediante la cual nos hacemosconscientes de ello? Esta reproduc-ción del viejo debate cerebro-menteremite, además, a otra vetusta pre-gunta: ¿puede un buen cristianocreer que el origen del Universo estáen la Singularidad de un procesofísico como el Big Bang? De otromodo, ¿puede adorarse al viejo ído-lo del racionalismo realista, aun cul-to oficial, y a esa secta emergentedel constructivismo y la reflexividad?Aquí sólo se ofrece una respuestaposible: se puede intentar, si eso eslo que uno quiere, y tratar de cons-truir una red de fieles aliados detodo tipo que extiendan y refuercenesa creencia sin modificarla, si se escapaz. Todo consiste en ser capazde ello (esto es, en considerarlo asísin que nada ni nadie en el mundolo contradiga). Por otra parte, pue-de considerarse que estas dos creen-cias sean inconmensurables: o el co-nocimiento representa la realidadhonestamente, o es un pacto «so-cial», esto es, el nombre de una redconstruida para actuar a distanciacon medios heterogéneos sobre alia-dos heterogéneos.

Cabe aclarar que lo que Latourestá proponiendo no es tanto una

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nueva Sociología, aunque ésa es unade sus aportaciones parciales, sinouna Asociología, una ciencia de laasociación de elementos heterogé-neos, exactamente como las demásciencias. La única diferencia entrela Asociología y las demás ciencias,la Sociología incluida, es que éstasse esfuerzan por conferir homoge-neidad a su principal aliado (la físi-ca, átomos; la psicología, personas;la sociología, grupos), mientras aqué-lla acepta (en ocasiones demasiadoacríticamente quizá) la heterogéneadefinición de los actores concurren-tes (tal como vienen definidos de lasciencias homogéneas de donde pro-ceden). En la Asociología no hayningún actor privilegiado, y eso laconvierte en la herramienta idóneapara estudiar la producción de co-nocimiento, pues en ésta nunca sesabe cuál es el factor que va a deci-dir una controversia, cuál va a ser laevidencia que todo el mundo acep-tará, cuál el aliado clave, y todosdeben ser considerados con parejaatención (al margen de lo que pue-da decir el marco de significación oparadigma del actor en cuestión).

En último término, lo que Latourestá haciendo es llevar a sus últimasconsecuencias el dictum durkhei-miano de tratar los hechos sociales(incluidos los actores y sus creen-cias, esto es, el conocimiento) comocosas. Esto es lo que se denomina«epistemología naturalista», peroconviene aclarar qué se entiende aquípor naturalismo. A menudo se hadistinguido entre el enfoque natura-lista de los científicos y el racionalistade Jos filósofos. La frontera entreambos la marca el empirismo. Cuan-

do la apistemología cobró autono-mía, a partir de Kant, se consideró así misma como una empresa natura-lista en el sentido de que el conoci-miento sería el resultado «natural»de la aplicación correcta del métodoapropiado sin la interferencia de fac-tores sociales. Este planteamiento fueconsecuencia del prestigio de la físi-ca durante los últimos dos siglos, yde que fueran precisamente los físi-cos quienes más influyesen sobre estadisciplina, cuando no la llevaron acabo ellos mismos. Los físicos en-tendían bastante de objetos «natu-rales», como átomos o energías, paracuyo estudio eran inútiles las consi-deraciones «sociales», y aplicaron lasprácticas que habían aprendido enel laboratorio a esos otros objetos,las creencias científicas. Pero éstasse han revelado, en el curso de suinvestigación empírica, lo bastantedistintas de los objetos tradicionalesde la física como para precisar unaaproximación diferente. Para empe-zar, resulta indispensable la partici-pación de sujetos humanos para quepodamos hablar de conocimientocientífico.

La Sociología del ConocimientoCientífico —bajo cualquier nombreque se la invoque— tiene un prome-tedor futuro en esta línea de investi-gación. Esta magnífica obra de BrunoLatour constituye un primer balan-ce parcial de su impresionante desa-rrollo durante sus primeros diezaños. Sin embargo, su propia exce-lencia podría abocarla al destino delos magnos clásicos de todas las cien-cias: la referencia egregia y el desco-nocimiento de quienes avanzan porel camino que ésta ha abierto. No

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obstante, dado el magro desarrollode los Estudios Sociales de la Cien-cia y la Tecnología en España, estaobra será durante bastante tiempoun texto fundamental para compren-der una de las fuerzas más impor-tantes y desconocidas de cuantasconforman nuestro presente y nues-tro futuro: la formada por la asocia-ción de las personas y los gruposque construyen, evalúan, aprueban,publicitan, difunden, implementany usan los objetos cognitivos y artifac-tuales que llamamos —olvidando elespíritu (humano) tras la máquina ola ley natural— la Ciencia y la Tec-nología.

Por último, cabe señalar que elpropio Latour abre el camino a unanueva fase de desarrollo de estos es-tudios en el post-scriptum añadido ala edición española de este libro. Supropuesta es radical: abolir el dua-lismo kantiano mediante la adiciónde una nueva dimensión a la dicoto-mía objeto-sujeto: el grado de estabi-lización. Los estudios sociales delconocimiento son un terreno empí-rico fértilísimo para experimentar

esta nueva propuesta, puesto quepermiten mostrar que los objetosproducidos por las redes de actoresheterogéneos no son «mezclas» dedos sustancias, «lo natural» y «losocial», sino vectores o trayectoriashistóricas con diversos grados deestabilización en función de los es-tados de (des)equilibrio de las redesde actantes cuya interacción los hacereales. He propuesto denominar aeste nuevo enfoque «SociologíaCuántica», no sólo por ser postre-lativista, sino porque, como aquellarama de la física, incorpora un ele-mento de incertidumbre en cuantoa la determinación recíproca de dosmagnitudes fundamentales: la ubi-cación y el momento en física, la(id)entidad (en la dimensión sujeto-objeto) y la información o estructu-ra (en la dimensión de la estabili-dad). Explorar esta analogía en elterreno empírico de la construccióndel conocimiento es sólo un primerpaso en el fascinante camino haciauna sociología más profunda.

Juan Manual IRANZO AMATRIAÍN

DAVID BLOORKnowledge and Social Imagery

(Chicago, University of Chicago Press, 1991)

¿Cuál puede ser la prueba con-cluyeme de la posibilidad de unaSociología del Conocimiento Cien-tífico (SCC)? Sin lugar a dudas, suactualidad. Aquí tenemos un buenejemplo. La segunda edición del li-bro pionero de David Bloor, Know-ledge and Social Imagery, 1991 (pu-

blicado por primera vez en 1976),pone de manifiesto la actualidad yviabilidad de la SCC. Esta obra esfundamental para comprender elcambio acaecido en los Estudios So-ciales de la Ciencia (ESC) durantelos años setenta. La transformaciónque sufrieron podría resumirse grosso

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modo en el cambio de perspectivaque supuso el paso del estudiomertoniano de la Comunidad Cien-tífica y de la Ciencia a una perspec-tiva «cognitivista» en el análisis delos «productos» científicos (teorías,construcción de «hechos científicos»y de la observación y, más allá, laelaboración de los artefactos pro-pios de su tarea).

Paradójicamente, esta obra no hasufrido ningún cambio con respectoa su texto original de 1976. La únicanovedad que aporta David Bloor essu «Afterword» como respuesta alos «críticos» del «Programa Fuertede la Sociología del Conocimiento»(PFSC), enunciado, justamente, eneste libro (a lo largo de los años seha identificado el PFSC con esta obraen cuestión debido a que ésta reco-ge sus principios más básicos). ¿Quépuede significar este hecho? Si aten-demos a las razones expuestas porel autor en la «Introducción», efec-tivamente, el PFSC sigue vigentequince años después tanto para élcomo para buena parte de sus ene-migos. La aparición inicial de estelibro supuso un choque tremendopara los investigadores de este cam-po. Por entonces, la corriente socio-lógica dominante —como ya se hamencionado— era la mertoniana.Esta doctrina planteaba un tipo detrabajo colateral al propio análisisde la Ciencia como forma de cono-cimiento. No entraba en el «núcleo»de la cuestión científica: el conoci-miento científico. Tan sólo se referíaa la Ciencia como «Institución So-cial» y analizaba las normas y valo-res que subyacen en su organiza-ción social. Para Merton y sus se-

guidores, el conocimiento científicoera una especie de «caja negra» ex-clusiva de los filósofos de la ciencia.Estos monopolizaban y detentabanlos «sistemas legítimos» de valida-ción, aceptación y corroboración delconocimiento por medio del «méto-do científico». Gracias a este «mé-todo», sólo el conocimiento que sesometía a él era etiquetado como«científico».

Precisamente, esta primera ediciónrepresentó una seria advertencia paralos filósofos de la ciencia. Un pe-queño grupo de investigadores so-ciales estaba intentando abrir la «cajanegra» de la ciencia, cerrada hermé-ticamente a cualquier análisis socio-lógico. ¿Empezarían a ser los soció-logos del conocimiento una amena-za para la ciencia y para sus «guar-dianes» los filósofos? ¿Con qué pre-tensiones y herramientas pretendíanllevar a cabo esta ardua y difícil ta-rea? Estas cuestiones son las queBloor trata de enunciar en su obra,de ahí su carácter crucial para com-prender el cambio posterior produ-cido en los ESC.

El comentario de este libro debearrancar de las mismas considera-ciones que aparecen en su «After-word» de 1991 sobre los ataques re-cibidos por el PFSC desde su plas-mación en 1976, poniendo de mani-fiesto su vigencia y eventualidad, jus-tamente, con esta segunda edición.Bloor sigue manteniendo su creen-cia en el gran valor de una com-prensión naturalista del conocimien-to en la cual la sociología juega unpapel central. Sin embargo, este plan-teamiento ha ganado pocos amigosy muchos enemigos. Ha sido de-

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nunciado por sociólogos como«sociológicamente irrelevante» y un«fracaso» (Ben-David, «Sociology ofScientific Knowledge», 1981); porantropólogos, como «socio-céntrico»e incompatible con la «unidad de lanaturaleza humana» (Archer, «Resis-ting the Revival of Relativism», 1987);por científicos cognitivistas, como«reincidente» y «clásico libro de tex-to repetidor de errores» (Slezak,«Scientific Discovery by Computeras Empirical Refutation of the StrongProgramme», 1989), y por filósofos,como «manifiestamente absurdo» y«catastróficamente oscurantista»(Flew, «A Strong Programme for theSociology of Belief?», 1982). Ade-más, se le ha motejado de marxista,irracionalista, anticientífico y con-ductista. No obstante, una lecturaatenta que deje al margen estos es-tereotipos permite descubrir en estelibro un análisis más profundo so-bre lo que es la naturaleza del cono-cimiento humano y su relación conlas formas y procesos sociales don-de se genera.

Para Bloor, el conocimiento hu-mano es siempre provisional y conje-tural (incluso lo es el mismo signifi-cado de los conceptos). Esto no esun elemento que inestabilice el pa-pel de la SCC. Muy al contrario, escentral para ella y se recoge bajo elnombre de «finitismo». El «finitis-mo» proviene de los filósofos Mili yWittgenstein y fue sistematizado porHesse. Su fundamento estriba en«pensar en la aplicación de un con-cepto yendo de caso en caso, media-do por un complejo sistema de jui-cios de similitud y de diferencia einformado en todos sus puntos por

las propuestas locales de quien uti-liza los conceptos. Toscamente, elsignificado se construye según va-mos avanzando y corrigiendo lasaplicaciones. Es el residuo de lasaplicaciones pasadas y sus aplicacio-nes futuras no están completamentedeterminadas por las anteriores»(Bloor, 1991: 164). El finitismo des-vela el carácter social del procesocognitivo más básico: el trayecto deun ejemplo de aplicación de un con-cepto al próximo. A su vez, el finitis-mo mismo es una verdad generalsobre el carácter social de la aplica-ción de conceptos para la cual nohay excepciones. Así, toda aplica-ción de conceptos es contestable ynegociable y todas las aplicacionesaceptadas tienen el carácter de ins-tituciones sociales, siguiendo la teo-ría grid-group de Mary Douglas («In-troduction to Grid/Group Analysis»,1982), en la cual se une estilo cosmo-lógico y estructura social.

Las críticas recibidas por el PFSCse centran, por una parte, en su pre-tendido «determinismo social». Blooren este sentido es tajante: «el Pro-grama Fuerte dice que el compo-nente social está siempre presente yes siempre constitutivo del conoci-miento. Esto no es decir que sea elúnico componente o que es el com-ponente primordial que debe locali-zarse necesariamente como desenca-denante de todo cambio: puede seruna condición de fondo» (1991: 166).Pueden, por tanto, exirtir otras cau-sas naturales aparte de las sociales.De esta forma, Bloor niega que elconocimiento sea «puramente social»—tal como ha pretendido exponery, posteriormente, refutar Slezak

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(1989)—. Por otra parte, esta obrase enfrenta al cargo de «relativismo»en su planteamiento, que él enunciaclaramente como «lo opuesto al Ab-solutismo y, seguramente, preferiblea él» (1991: 144). El PFSC descansasobre una forma de «relativismometodológico» basado en los requi-sitos de simetría y reflexividad. Esdecir, todas las creencias serán ex-plicadas de igual forma, al margende cómo sean evaluadas. Por estemotivo, todo conocimiento es con-jetural y teórico, nada es absoluto ydefinitivo. Por tanto, todo conoci-miento es relativo a las condicionesy circunstancias locales de los pen-sadores que producen dicho cono-cimiento. Las ideas e hipótesis pro-ducidas están afectadas por la inter-acción crítica de su medio social,por diversas experiencias y por losestándares y significados que se apli-can sobre ellas. Para Bloor, estosfactores son determinantes natura-les de las creencias que pueden es-tudiarse sociológica y psicológica-mente.

El punto de partida indiscutiblepara Bloor es la virtualidad de lasociología (del conocimiento) y, porende, del sociólogo frente a sus com-petidores (entiéndanse filósofos dela ciencia, psicólogos, historiadores,etc.), para dar cumplida cuenta delhecho científico en su dimensiónepistemológica como conocimientosocial. El conocimiento científico noes, ni mucho menos, un ente abso-luto o trascendental, ni sus «carac-terísticas» peculiares de racionalidad,validez, verdad u objetividad poseenun origen y una naturaleza meta-social. La sociología no debe ceder

este material a otras disciplinas nidepender de los estudios de espe-cialistas en otras áreas de conoci-miento adyacentes a ella. Ella mis-ma debe ser la protagonista princi-pal de las investigaciones sobre elconocimiento científico. En últimoextremo, la ciencia es un modo depensamiento y de conducta, un esti-lo de propagar cosas que tiene susnormas y valores característicos. Nonecesita ni una sanción metafísicaúltima para fundamentar su legiti-midad ni conceptos tales como ver-dad, objetividad, racionalidad, etc.Sólo necesita la existencia de están-dares morales y normativos general-mente aceptados. Bloor asume esta«naturaleza» para la sociología auna sabiendas de que será acusado de«cientificismo» (como creencia «sú-per-optimista» en el poder y en elprogreso de la ciencia). Su aspira-ción es dotar a la sociología del co-nocimiento de un status epistemoló-gico idéntico al de las ciencias natu-rales, sólo alcanzable si se adopta elmodus operandi de éstas. Para Bloor,la explicación social contiene uncomponente natural. Por este moti-vo, las conjeturas de las ciencias na-turales podrían ser empleadas comohipótesis subsidiarias de la explica-ción social.

Por este motivo, los dos objetivosfundamentales de Bloor en este li-bro son: por una parte, desarrollar ypotenciar la sociología del conoci-miento —como él mismo dice, «pa-sando de los estudios de las cosmo-logías primitivas a los de nuestra pro-pia cultura» (1991: 3)—; por otra,rechazar la actitud de gran parte delos sociólogos que renuncian al es-

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tudio del conocimiento científicodejándolo en manos de los filósofos,aspecto frente al cual se muestra muypreocupado.

Ahora bien, ¿qué es el conocimien-to para Bloor? El conocimiento con-siste en aquellas creencias que de-fienden y de acuerdo con las cualesviven los seres humanos. En concre-to, el sociólogo tratará con creen-cias que se asumen o que estáninstitucionalizadas o investidas porla autoridad conferida por gruposde personas específicos. Sin embar-go, el conocimiento debe distinguir-se de la mera creencia. El «conoci-miento» como tal es aquellos apro-bado colectivamente, considerandolo individual e idiosincrásico como«mera creencia». La sociología delconocimiento debe centrarse en ladistribución de la «creencia colecti-va» y en los distintos factores queinfluyen en ello. Por ejemplo, ¿cómose transmite el conocimiento? ¿Cuáles su estabilidad? ¿Qué procesosentran en su creación y mantenimien-to? ¿Cómo está organizado y clasifi-cado dentro de las diferentes disci-plinas o esferas? Todos estos asun-tos exigirán la investigación del so-ciólogo. Sus planteamientos se esta-blecerán en un idioma causal seme-jante al de los otros científicos. Supreocupación será localizar las re-gularidades y principios o procesosgenerales dentro de su campo deacción. En definitiva, la aspiracióndel sociólogo será construir teoríaspara explicar estas regularidades. Siestas teorías satisfacen los requisi-tos de máxima generalidad, tendránque aplicarse a las creencias verda-deras y falsas por igual, y, hasta don-

de sea posible, el mismo tipo de ex-plicación tendrá que aplicarse enambos casos.

Todos estos planteamientos sematerializan en los cuatro principiosfundamentales del PFSC que debe-rán ser asumidos por la SCC: Causali-dad (tiene que ver con las condicio-nes que producen creencias o esta-dos de conocimiento; naturalmente,habrá otros tipos de causas apartede las sociales que cooperarán enproducir las creencias), Imparciali-dad (con respecto a la verdad y fal-sedad, racionalidad o irracionalidad,éxito o fracaso; ambos extremos re-querirán explicación), Simetría (ensu estilo de explicación; los mismostipos de causas explicarían las creen-cias verdaderas y falsas), Re/lexividad(en principio, sus modelos de apli-cación tendrían que ser empleadosen la sociología misma; como el re-quisito de simetría, éste es una res-puesta a la necesidad de buscar ex-plicaciones generales —un requisi-to obvio porque, de otra manera, lasociología sería la refutación de suspropias teorías).

Este PFSC como tal originó unfuerte enfrentamiento con la filoso-fía de la ciencia. Existe un problemade partida crucial. La filosofía de laciencia posee una visión del conoci-miento y de la racionalidad «dirigi-da-a-fines» o «ideológica» (los filó-sofos consideran el desarrollo racio-nal del conocimiento científico comouna empresa independiente y conunos fines ajenos a cualquier influen-cia social externa). Bloor se oponetajantemente a esta visión teleológicade la ciencia, a esta interpretacióndel hecho científico como ente au-

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tónomo y esquivo a cualquier con-taminación social. Además, se mues-tra muy radical ante cualquier in-tento de privilegiar un tipo de cono-cimiento específico (en este caso, elcientífico). Por lo tanto, la visiónideológica de la ciencia (ya sea filo-sófica o sociológica) y el «ProgramaFuerte» serán totalmente incompa-tibles. La primera visión renuncia auna orientación causal, la sociologíasólo podría acceder al conocimientocientífico en los casos de conoci-miento erróneo (la sociología delconocimiento se reduciría a una so-ciología del error, tal como preten-den Lakatos y Laudan). La visiónteleológica, además, viola los requi-sitos de simetría e imparcialidad. Seexige una evaluación previa de laverdad o de la racionalidad de unacreencia antes de decidir si se tomaen consideración como autoexpli-cativa o si se necesita una teoríacausal. Todos estos elementos con-ducen a Bloor a realizar una afirma-ción muy fuerte y que tendrá múlti-ples repercusiones en la marcha desu «programa» (especialmente en loreferente a los ataques de sus críti-cos; por ejemplo, Slezak, 1989): «nohay duda que si el modelo ideológicoes verdadero, entonces el ProgramaFuerte es falso» (1991: 10). Ahorabien, para Bloor, la sociología delconocimiento no está destinada aeliminar puntos de vista rivales. Sólotiene que separarse de ellos, recha-zarlos y estar segura de que supropia «casa» está en orden lógico(1991: 11).

Para entender el origen y la natu-raleza de nuestros sentimientos so-bre la ciencia y lo que esto implica

en los desarrollos sociales posterio-res, Bloor retoma la obra clásica deDurkheim sobre la sociología delconocimiento, Las formas elementa-les de la vida religiosa, planteando unacierta analogía entre «ciencia» y «re-ligión». Bloor emplea los conceptosdurkheimianos de lo «sagrado» y lo«profano». Estas dos abstraccionesplasman la «razón» de la resistenciade la ciencia a ser estudiada por dis-ciplinas ajenas a ella. La ciencia estratada como un cuerpo «sagrado»de conocimiento y es mantenida auna distancia respetable de aquellasesferas de la realidad social que pue-dan contaminarla. Sus atributos sonpreservados en un intento de tras-cender y de oponerse a las compara-ciones con todo aquello que no esciencia, sino simple creencia, pre-juicio, hábito, error o confusión. Ensíntesis, los resultados de la cienciase «asumen» como «sagrados» alprovenir de principios que no estánconectados, ni son comparables conaquellos que operan en el mundo«profano» de lo social y del poder.Sin embargo, frente a esta perspec-tiva, los planteamientos de Bloorsobre el poder explicativo de la so-ciología suponen que los seres hu-manos pueden responder sistemática-mente al mundo a través de su expe-riencia. El conocimiento humano sebasa en imágenes sociales, la necesi-dad lógica es una especie de obliga-ción moral y la objetividad es unfenómeno social. Por este motivo, lasociología del conocimiento planteauna amenaza para la filosofía de laciencia. La sociología parece con-trariar o interferir el flujo externode energía e inspiración que se deri-

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va del contacto con las verdades bá-sicas y principios de la ciencia y dela metodología. Sin embargo, lo quese deriva de estos principios (la prác-tica de la ciencia) es menos sagradoy más profano que la fuente de pro-ducción misma. Por lo cual, la ex-posición de una actividad informa-da por estos principios a disciplinasexternas a ella es una profanación yuna contaminación. Si esto es así,sólo cabría el advenimiento de laruina para la ciencia misma. Por esto,aparentemente, la ciencia «sagrada»tiene que mantenerse aislada, su-friendo un proceso de «reificación»y «mistificación» continuo para pro-tegerse de posibles contaminacionesque destruirían su eficacia, autori-dad y poder como fuente de conoci-miento. Ahora bien, el conocimien-to es portador de una forma de or-ganización social, tal como mostróel propio Durkheim. Cuando pen-samos en la naturaleza del conoci-miento, lo que hacemos es reflejarindirectamente los principios deacuerdo sobre los cuales se organizala sociedad. Manipulamos tácitamen-te las imágenes de la sociedad. Laestructuración y organización denuestros pensamientos son accionescuyo carácter real es el de un mode-lo social. A su vez, la transferenciade «lo sagrado» a lo social implicapercibir el conocimiento como sa-grado, puesto «que pensando en él,pensamos en la realidad y, si Dur-kheim está en lo cierto, la sociedadse percibe como sagrada» (1991: 47),con lo cual se iguala con el conoci-miento generado por ella misma (en-tre ellos, la ciencia).

A pesar de lo expuesto, Bloor ca-

lifica finalmente al conocimiento de«reflexión abstracta» y «oscura em-presa» sin profundizar demasiado eneste libro —el desarrollo de una teo-ría del conocimiento hallará su con-tinuidad en su libro sobre Wittgens-tein {Wittgenstein: A Social Theory ofKnowledge, 1983) y en los trabajoparejos de Barry Barnes («On theConventional Character of Knowled-ge and Cognition», 1981)—. La fi-nalidad de esta obra es discutir lascondiciones bajo las cuales deberíaser posible vencer el sentimiento deque el conocimiento científico es«demasiado objetivo» para ser in-vestigado sociológicamente. Bloorpretende mostrar que las «imágenesy metáforas sociales» gobiernan todotipo de pensamientos y determinansus estilos, contenidos y relacionescognitivas. La hipótesis de Bloor esque «las teorías del conocimientoreflejan ideologías sociales» (1991:75), incluso las mismas teorías delas ciencias naturales. Pero, paradó-jicamente, Bloor está apostando im-plícitamente por un método «cientí-fico» de estudio del conocimientoo, también, lo que se ha denomina-do como la «naturalización» de losestudios sociales del conocimientoo de la sociología del conocimiento.Esto se puede ver más claramentecuando el propio Bloor se pregunta:«¿Cómo puede vencerse el temor aviolar la sacralidad del conocimien-to? o ¿Bajo qué condiciones este te-mor será mínimo? La respuesta esclara, asumiendo lo previamente di-cho. Sólo puede ser vencido poraquellos cuya confianza en la cien-cia y en sus métodos es poco menosque total —aquellos que la dan com-

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pletamente por sentada, aquellospara quienes la creencia explícita enesto no representa problema algu-no» (1991: 81).

En cualquier caso, Bloor no pier-de de vista la indisoluble unión en-tre Sociedad y Conocimiento cuan-do contesta al temor de que el cono-cimiento perdería su eficacia y suautoridad si se volviese sobre sí mis-mo, si aplicase el principio de «refle-xividad» sobre sí misma. El conoci-miento en tanto que es social (no«producido socialmente») no perde-rá su energía y su fuerza cuandoaplique sobre sí mismo los estudiosque se emplean en el análisis de otrasparcelas de la realidad, puesto queestos estudios surgen de él mismo.

En conclusión, no leer este libro,posiblemente, no suponga perdersenada importante. Por contra, leerlopuede provocar demasiadas discu-

siones, polémicas, irritaciones e, in-cluso, dolorosos quebraderos de ca-beza. Estos «estados mentales» res-ponden a una estrategia de provoca-ción (no banal y gratuita, sino conbastante densidad argumental y teó-rica) que busca demoler determina-das concepciones negativas de y parala sociología. Me gustaría finalizartal como empezaba: ¿cuál puede serla prueba concluyente de la posibili-dad de una Sociología del Conoci-miento Científico? Sin lugar a du-das, su actualidad. El que hablen deuno, aunque sea mal, puede ser unbuen indicador de la actualidad delpersonaje. En el caso de David Bloor,así lo parece indicar el número de«enemigos teóricos». Espero que lalectura de este libro sirva para en-juiciar y clasificar perfectamente aesos «enemigos».

J. Rubén BLANCO

RAFAEL DÍAZ DE SALAZAR

El proyecto de Gramsci(Barcelona, Anthropos, 1991)

El año de 1991, en el que se con-memoró el centenario del nacimien-to de Antonio Gramsci, dio a luz,entre otros muchos, este libro deRafael Díaz de Salazar, un estudiode la obra gramsciana denso y proli-jo. No es un libro escrito para cele-brar una recordada ausencia. Es re-sultado de un diálogo que el autorha mantenido con Gramsci durantevarios años y que dio su primer fru-

to en la tesis doctoral presentada enla Universidad Complutense en 1988.

El autor lee a Gramsci con dosgrandes preocupaciones en mente:la inserción del fenómeno religiosoen la problemática político-culturalcontemporánea y su propuesta detransformación moral a partir delcambio estructural de la sociedad.

Son dos preocupaciones que hanalimentado la pasión investigadora

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de Díaz de Salazar y que han prece-dido a su estudio de la filosofía polí-tica de Gramsci.

Como dice el prologuista, Fernán-dez Buey, otros pensadores han acu-dido a Gramsci también para en-contrar categorías fecundas de aná-lisis político, social, interpersonal,de realidades sociales siempre plu-rales en sus intereses, diversas ensus culturas, complejas en sus des-igualdades; por ejemplo, la conflic-tividad étnica en Sudáfrica, la co-rrelación de fuerzas políticas en al-gunos países latinoamericanos, larelación tensa entre amor y revolu-ción, entre sensibilidad individual yconducta política en la militanciaeuropea. Díaz de Salazar tiene inte-rés en la religión como fenómenosociológico de la sociedad contem-poránea capaz de fecundar tantosmovimientos sociales contemporá-neos, muchos de ellos imbricadosen la tradición marxista.

Empapado de la concepcióngramsciana de que toda revoluciónha sido precedida por un intensotrabajo de crítica, de penetracióncultural y de permeación de ideas,intenta entender cuál es la inter-acción entre religión y militancia queha dado lugar a la pervivencia delideal emancipatorio y del compro-miso político de los cristianos a pe-sar de las claudicaciones históricasde la institución eclesial.

Acompaña a Gramsci en su inter-pretación de la función social de lareligión en la transformación de lasociedad civil y de la ideología demasas, para comprender su crítica ala religión y para disentir de ella.

Para Gramsci, la religión es una

forma transitoria e inferior de cul-tura, una concepción mitológica dela vida y del mundo y una falsa con-ciencia. Pero como cosmovisiónconstruida a partir de una experien-cia religiosa de la vida le reconocesu capacidad de crítica, de penetra-ción cultural, su fuerza moral y supotencia revolucionaria, las que seagotan con la degeneración de unareligión mercantilizada por la Igle-sia católica.

Díaz de Salazar sigue atento aGramsci en su evaluación de estosprocesos histórico-culturales y siste-matiza sus reflexiones, para encon-trar la funcionalidad política de lasideologías que logran la adhesión delas masas, y el sustrato religioso queaquéllas tienen, y que da significadoa la adhesión.

Recoge la visión de Gramsci so-bre la Iglesia católica como modeloinstitucional para su análisis de latensión histórica entre sociedad po-lítica y sociedad civil. Gramsci con-sidera que, tal como se da histórica-mente la encarnación socioculturaldel catolicismo en las sociedadesmediterráneas, es un proceso de sui-cidio más que de renovación.

La exploración del cambio en elcomportamiento institucional de laIglesia es fundamental para la cons-trucción del concepto de sociedadcivil. Sigue así a la Iglesia desde sudefensa del Estado, cuando apoyasu hegemonía, hasta su denuncia delEstado, cuando se ve reducida a unaparte marginal de la sociedad civil,en competencia con otras institucio-nes, organizaciones y grupos que lahan desplazado de su papel hegemó-nico. A partir de estas premisas, pue-

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de escrutar las raíces e identidad delEstado liberal, explicar el procesode separación del Estado y de la so-ciedad, interpretar la lucha por elpoder político en la sociedad con-temporánea y relevar la dimensióncultural, velada tras el economicismomarxista que él critica en RosaLuxemburgo o Trotski.

Critica el reduccionismo econó-mico porque ha distorsionado elpotencial revolucionario del prole-tariado, reducido a meras luchas so-ciales de carácter económico-corpo-rativo. Esta vez la claudicación vie-ne de la mano de una corriente pre-dominante de difusión del pensa-miento de Marx.

El énfasis en la importancia quela dimensión cultural de lo socialtiene para Gramsci y su análisis delas funciones sociales y políticas delos hechos religiosos en la estructu-ra social permiten a Díaz de Salazaratribuir a la religión contemporáneauna función distinta a la que Gramscile daba.

Para Gramsci, la religión católicadesarrollaba en el mundo modernouna función social legitimadora ydefensora de los intereses de clasede la burguesía. Las funciones so-ciales emancipatorias de otras insti-tuciones y personas religiosas apa-recían para él (aunque no en todossus escritos) como desligadas de suidentidad religiosa, porque creía quecuando el factor religioso incide en

el cambio social y político está des-obedeciendo a su dinamismo natu-ral. Díaz de Salazar advierte las du-das del propio Gramsci al respecto(puesto que su análisis del moder-nismo le había llevado a reconocerque la religión no siempre cumplíalas mismas funciones sociales) y lasretoma para preguntarse si existenen la actualidad «transformacionesde la religión o de algún tipo dereligión» que desarrollen funcionessociales parecidas a las que Gramsciobservó en el cristianismo primiti-vo.

Responde que sí. Ha llegado a estaconclusión estudiando la evolucióndel movimiento social emancipatoriode inspiración cristiana y/o en el quelos cristianos están presentes comotales, a la luz de Gramsci y más alláde Gramsci, con otros estudiosos delfenómeno religioso, del marxismo yde la propia evolución del partidocomunista italiano.

El libro de Díaz de Salazar haceun análisis profundo de los escritosde Gramsci y no hace ninguna con-cesión a la galería en su presenta-ción, estilo o tamaño. A mi parecer,es una obra fundamental para en-tender que el pensamiento de Grams-ci sigue siendo fecundo para inter-pretar el dinamismo cultural y la ca-pacidad subversiva e innovadora dela sociedad contemporánea.

María Angeles LÓPEZ JIMÉNEZ

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Sociología, storia, positivismo.Messico, Brasile, Argentina e 1'Italia

(Milán, Franco Angeli, 1992)

El libro Sociología, storia, positivis-mo cumple con el pretendido pro-pósito declarado en la Introducciónde presentar una exposición exhaus-tiva acerca del desarrollo de la so-ciología y del positivismo en Méxi-co, Brasil y Argentina. La intenciónparalela de relacionar cada caso conel desenvolvimiento propio de la so-ciología en Italia, como condiciónhistórica insoslayable, aparece, sinembargo, realizada en menor grado.Hay que descartar, bien es cierto,fallas derivadas de dificultades ex-plicativas; el problema está en la so-brecarga de expectativas puesta deantemano en el concepto trasporto-ricezione.

La tesis del desarrollo del pensa-miento social y de la sociología enlos tres países latinoamericanos,como siempre resultante de un pro-ceso cultural de comunicación inter-activa y dinámica con el propio des-envolvimiento de dicho pensamien-to y de dicha ciencia en Italia (pro-ceso de trasporto-ricezione), se desti-ñe en el relato cuando comienza aprimar la unidireccionalidad de losfenómenos de influencia, penetra-ción y recepción de la cultura italia-na en América Latina. La «fase ac-tual de globalización» y de «acelera-ción de las interacciones culturales»no alcanza para omitir la brecha an-terior entre países difusores y paísesreceptores.

El libro está dividido en una In-troducción y tres capítulos: la Intro-ducción corresponde a Filippo Bar-dano; el primer capítulo, titulado

«Sociología y ciencia política enMéxico. La influencia cultural ita-liana», está escrito por MariellaBerra; el segundo, de Elke Koch-Weser Ammassari, se denomina «Lacomunicación intercultural en laciencia social: Italia y Brasil 1850-1930»; y el tercero, a cargo de Car-los Barbé y Mabel Olivieri, se titula«Sociología, historia social y cienciapolítica en Argentina hasta la crisisdel positivismo». Cabe destacar, asi-mismo, la riqueza de las notas espe-ciales referentes a libros y autoresitalianos leídos o presentes en lasbibliotecas de México, Brasil y Ar-gentina.

La Introducción presenta tantouna caracterización por etapas deldesarrollo de la sociología en Ar-gentina, Brasil y México como unapuntualización de los aspectos quehacen necesaria tal periodización. Enconjunto, las constantes de un pe-ríodo que se extiende desde la mi-tad del siglo XVIII hasta las primerasdécadas del siglo xix, para los trespaíses, pueden ser leídas en clavepedagógica tanto para el seguimien-to del libro como para la compren-sión del proceso histórico.

En un relato metódico que desve-la, por lo demás, un trabajo de auto-res concertado, destacan tres etapasdel desenvolvimiento de la sociolo-gía en los tres países latinoamerica-nos, con algunas conclusiones su-mamente interesantes.

En un primer momento, de apari-ción de la reflexión sociológica tan-to en Italia como en los países de

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Latinoamérica, cabe distinguir en-tre difusión cultural, forma de pen-samiento social, y su posterior insti-tucionalización, vía enseñanza de lasociología en las universidades, porejemplo. La primera observaciónapunta a la necesidad del estudio dela historia de la sociología como de-sarrollo cultural o de una forma dereflexión que irá adquiriendo dife-rentes dimensiones y status.

La aparición de la reflexión so-ciológica se sustancializa como di-fusión de una cultura social positivaen Italia, México, Brasil y Argenti-na. De modo determinante, el mo-mento histórico-político crea la ne-cesidad de una cultura social: si enItalia la cuestión del Estado y de lasociedad «produce» diversos positi-vismos, en América, la construccióndel Estado y de la nación, a la vezque se transforma morfológica ydemográficamente la sociedad, con-diciona la recepción de positivismosdiversos, de un modo amalgamado,sincrético y ecléctico.

En un segundo momento, la insti-tucionalización del pensamiento so-ciológico en América como discipli-na científica obedece básicamente aun proyecto político de construcciónnacional y de regeneración social, amanos de las élites dirigentes, iden-tificadas ideológicamente con la bur-guesía.

En lo que hace específicamente ala promulgación científica del positi-vismo, la multiplicidad de sus apor-tes crea, a través de las distintas for-mas de su institucionalización, laescisión más importante entre positi-vismo como doctrina y positivismocomo método (en Argentina, la es-

fera jurídica es positivizada; en Bra-sil, se clasifica a la ciencia según ladisposición comteana).

La tercera etapa en esta historiade la sociología, en las décadas de1910 y 1920, está caracterizada poruna reacción muy fuerte contra elpositivismo, como resultado de ladecadencia de la cultura social posi-tiva y su reemplazo por una «cultu-ra social estética de contenido ex-presivo». El positivismo es relevadoy en su lugar se imponen el idealis-mo, el intuicionismo, el expresivismoliterario, el humanismo «retornado».

La exposición respecto de los trespaíses latinoamericanos aborda deun modo cuidadoso los tres perío-dos, y a ello se limita. Tal vez, eldenominador común del libro seasu tono exclusivamente narrativo ymonocorde, e informativo. No obs-tante constituida ésta la opción desus autores, declarada por el intro-ductor, se echa en falta alguna acla-ración acerca de los límites puestosa la totalidad de la descripción.

El título del libro, por ejemplo, essin lugar a dudas pretencioso; sinembargo, no se llega nunca a la eta-pa que Barbano denomina «moder-nización cultural», donde se trataprecisamente de la constitución dela sociología como ciencia autóno-ma. Hubiera sido importante insi-nuar que éste es un libro sobre elnacimiento y desarrollo de una proto-sociología en Argentina, Brasil yMéxico, y no de la sociología pro-piamente dicha. Porque lo que síqueda claro a lo largo de su exposi-ción es que la recepción de unpositivismo polimorfo —funcionalpara el florecimiento de una culturade la sociedad—, y su difusión in-

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distinta y sincrética, dificultaron has- co y Argentina. En este sentido, seta después de la crisis del positivismo revela la justicia del título, un tríptico(período descrito en el libro) un de- cuya combinación solamente puedesarrollo teórico y crítico de la socio- dar cuenta de las vastas dimensio-logía como ciencia social autónoma, nes de la reflexión sociológica en

Sociología, historia, positivismo es sus comienzos,un estudio de un período en la his-toria de la sociología de Brasil, Méxi- Gabriela DELAMATA

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