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Crónica de la SALTA del ayer

“En cada esquina un recuerdo”

Eduardo Ceballos

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© En cada esquina un recuerdo

Autor: Eduardo Ceballos

Diseño e impresiónEditorial MILOR Talleres GráficosMendoza 1221 - Salta - ArgentinaTel./Fax: (0387) 4225489E-mail: [email protected]

ISBN 978-987-1945-89-4 Hecho el depósito que establece la ley 11.723Impreso en Argentina /Printed in Argentina

Ceballos, Eduardo En cada esquina un recuerdo : crónica de la Salta del ayer / Eduardo Ceballos. - 1a ed. - Salta : Milor, 2017. 158 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-1945-89-4

1. Crónicas. 2. Historia de la Provincia de Salta . I. Título. CDD 982.42

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Dedicatorias

A todos los seres con los que compartí la vida. Parien-tes, amigos, socios en la aventura existencial.

“Los cementerios están llenos de historias silenciadas”.

Eduardo Ceballos.

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PRÓLOGO

La vida es ese viaje inmenso que cada uno hace como quiere, como puede, como le va saliendo. Inevitablemente, nos encontra-mos con seres y circunstancias que nos sorprenden, que no espe-rábamos, pero que nos terminan alcanzando. Y también nos ve-mos rodeados de diarias decisiones, elecciones, que nos llevan a la encrucijada de tener que optar por un camino, desechando otro.

Por eso los seres humanos tenemos vidas tan diferentes. Son tantos los factores que influyen, que ni siquiera hermanos insepa-rables pueden atribuirse vivir igual.

El camino escogido por Eduardo Ceballos es pedregoso pero lleno de encanto. No resulta fácil vivir priorizando el conocimiento antes que el dinero, la familia y los amigos antes que el negociado. Con su ingenio y creatividad este luchador incansable podría ha-ber ‘amarrocado’ dinero y propiedades, pero no es eso lo que llena sus días. Por eso eligió la poesía, la música, los afectos, sin nunca negociar sus ideales. Quizá por eso recuerda la Salta del ayer con tanta claridad, porque la vivió profundamente, la aprehendió.

En este libro nos invita a recorrer pintorescos momentos de su vida, para detenernos juntos en cada esquina, y descubrir los personajes y las historias que construyeron la Salta que habitamos hoy. La intensidad de su amor por esta tierra se pone en evidencia en cada anécdota, en cada persona mencionada y en las ense-ñanzas que nos ofrece en su mensaje.

El pasado adquiere importancia cuando le asignamos significa-do, un sentido en la construcción de nuestra identidad. El autor de este libro nos ayuda a reconstruir estas redes que nos harán sentir parte de una Salta que -ya no es, pero que- sirvió para llegar al presente con esta identidad que nos caracteriza.

Eduardo Ceballos pone el sentimiento y la emoción en cada palabra expresada. Dibuja los paisajes de nuestra Salta, no sólo los naturales, sino también los urbanos y las vivencias domésti-cas. Nos transporta en el tiempo ubicándonos en los rincones de

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nuestra provincia, para mostrarnos pasajes que parecen estarse olvidando.

Ojalá el mensaje del autor sirva para que descubramos las ri-quezas y bellezas de nuestro tiempo y tengamos la capacidad de, como él, generar reflexiones y contar como un cuento esas viven-cias a las generaciones venideras.

Por Viviana Cristina Ceballos

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INTRODUCCIÓN

Una serie de recuerdos es el motivo del libro. Guardados en el cofre de la sangre, gracias a los sentidos que lo meten adentro del ser para compartir los tiempos. Que hermosura revivir instantes, juntar cada momento, como una fotografía con fragancias, sabo-res, sonidos. Así se fueron acumulando las esquinas, los años, los rostros amigos y un paisaje personal que nos acompaña desde siempre.

Están los lugares por donde pasé desde la infancia hasta la adultez, los dorados caminos de la juventud, la vida de un hombre se multiplica con sus lectores y crece como una memoria colectiva.

Recoger los momentos para hacerlos perdurables, buscar los nombres de las personas que compartieron esos cuidados espa-cios. El reloj avanza inexorable y la vida. Como la semilla y su má-gico ciclo, así la existencia, con penas, alegrías, música, afectos. Es bueno revivir cada instante, misteriosa cadena de sensaciones.

Agradezco la participación en este libro de personas que nos ayudaron a recordar como Pilar Sosa de Moreno, quien tira sus recuerdos de su infancia ocurrida en Tucumán al 300; a los her-manos Bargardi, quienes confiesan porque se sumaron: ‘Partici-pamos, Violeta, Yolanda, Severino y yo, los cuatro Bargardi. No creo que haya necesidad de mayor aclaración, mis hermanas con-tadora y abogada respectivamente se desempeñaron en Salta, mi hermano bioquímico en Corrientes, y Misiones y yo, Daniela, como docente en la Universidad Nacional de Salta’.

Mi esposa Susana Rozar que muestra las pinturas ofrecidas por la vida en el barrio que la vio crecer y le regaló tantas historias de su Villa Belgrano. Viviana Cristina Ceballos, autora del prólogo, para explicar este nuevo libro de su padre, gracias por tanta com-prensión.

Juan Oscar Wayar envió con las fotos estas palabras que muestran su sentir y nos llena de satisfacción: ‘Hola Eduardo: Qué bueno que ya estés en los tramos finales del libro. De las fotos que

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me pides encontré algunas que seguro te sirven, te las envío como un documento. Con respecto a la pequeña semblanza de porque me gustó tu idea y a la que adhiero, puedo decir que es un gusto colaborar con las imágenes de la Salta Antigua, para que se tenga más conocimiento de nuestra ciudad y de sus innumerables anéc-dotas e historias que transcurrieron entre apacibles y voraginosas a través de los años. Para mí es un gusto poder ayudar en tan no-ble tarea y que sirva para ilustrar una obra literaria pensada para la gente de Salta, en donde se rememora ese pasado añorado y des-de el cual es posible entender con mayor claridad, este presente en el que vivimos, y de esta forma agarrarle más cariño a nuestra Salta la Linda, porque no se Ama lo que no se Conoce. Bueno mi estimado Eduardo con estas pequeñas palabras me despido de vos deseándote las mayores de las suertes y seguramente ya estaremos en contacto nuevamente y para conocernos personal-mente. Saludos cordiales Oscar’. Juan Oscar Wayar.

Feliz de poder dejar este testimonio de algunos puntos de la ciudad de Salta, por donde pasó mi existencia en los tiempos fe-lices de la infancia, en el proceso de formación de la juventud, en la adultez del trabajo y en este capítulo sereno de la edad madura. Son fotos del alma que las comparto con los queridos lectores. Gracias, por ser parte de esta historia. Tome este libro como un espejo, porque se encontrará.

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LA LEJANA INFANCIA

Se me ocurre verla, calle de tierra, con lentitud de pueblo, ve-redas altas, una vecindad sencilla siempre esperaba al panadero que llegaba con su jardinera y su carga nueva. Tiro fotos, sacadas con el alma, para recuperar el color de aquellos paisajes de niños. Los lecheros anunciaban su presencia con antiguas cornetas que se escuchaban desde lejos; salían las señoras con sus lecheras a recibir el cargamento, llegaban con todos los premios, práctica-mente de la vaca a la casa; leche pura, sin saqueo, con la nata, el valor agregado.

(Foto Juan Oscar Wayar) Carrito de leche Cosalta, en Dean Funes y Santiago del Estero, década del 70. Estos carritos habían sustituido a las viejas jardineras.

Tradicionales almacenes en las esquinas, donde la gente com-praba con dinero o con libreta, en un crédito de honor que se res-petaba. En la calle estaban los vendedores de pescado, casi todos italianos, llevaban su mercancía en unos triciclos, a pedal, de tres

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ruedas, como dice su nombre, contaba con una gran caja metáli-ca, donde traía el pescado, envuelto de barras de hielo; su oferta se hacía en el idioma que le surgía de su italiano, en una mezcla de adaptación decía: ‘Piscatero, Piscatero!!’, gritaba a los cuatro vientos, estilo reconocido por aquel tiempo. Creativos los vende-dores de aquellas épocas, el vendedor de maní, el manicero, lo vendía calentito, en cucuruchos de papel, movilizaba un carrito con forma de máquina ferroviaria a vapor, donde funcionaba una caldera para mantener el calor de su producto y de la que sacaba vapor, para producir un sonido similar a los trenes, puro ingenio que atraía a su clientela. Los vendedores de helados, también le ponían su gracia a su actividad comercial, ya que construían ca-rritos con forma de barquitos, empujados por el vendedor; lo del barquito, sería tal vez para demostrar que era un producto similar a los consumidos en Europa, pero lo cierto, por ser novedosos, im-portante atractivo que se disfrutaba. El trabajo de muchas familias italianas como la de Vicente Fili, introduciéndolo en el negocio de los helados para siempre.

Imponía mensaje con sonido especial, el afilador de cuchillos y tijeras, hacía uso de un silbato con sonido característico, la gente reconocía en el acto, sin ningún margen de duda. Se movilizaba en bicicleta, donde llevaba su piedra esmeril, la que funcionaba con la rueda en movimiento del rodado, elevando la rueda con un sencillo mecanismo y trabajaba sentado en su vehículo, afilando mientras pedaleaba y charlaba con los vecinos curiosos que lo rodeaban.

Todo se percibía con los sentidos, por ejemplo cuando apare-cía el camión regadero, humedecía la calle para darle frescura y tapar un poco la tierra; cuando eso sucedía se sentía un profundo aroma a tierra mojada, se parecía a una canción; cuando llegaba por la cuadra, los changos se sentaban en el paragolpe trasero del camión cisterna a poca velocidad, una agradable aventura.

El alto porcentaje de vehículos tracción a sangre, jardineras, carros, mateos, tenían diversos usos. El caballo prestaba su for-taleza para mover estos rodados que convivían con la población. El herrero era el hombre que cuidaba de ellos, poniéndole una cubierta metálica y en las jardineras una lonja de goma encima; se lo consideraba un super hombre, con una fragua le daba calor al metal hasta ponerlo rojo y en el yunque, con un combo, producía la forma necesaria; eran artesanos y artistas habilidosos.

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Causaba fastidio y movilizaba la barriada, la perrera, en an-tiguos camiones chicos, con jaulas en su caja, transitaba lenta-mente, con dos eficientes enlazadores a sus costados; tomaban a su presa y la ponían en la jaula; cada familia cuidaba y gritaba por su mascota, corrían tras sus animalitos, los encerraban en sus casas; una disputa muy cruel, separaba al empleado municipal del sentimiento popular. Los perros capturados eran llevados a la perrera, donde se los depositaba, por un corto tiempo y si no se los retiraba, pagando la multa del caso, se los sacrificaba.

Casi todos los chicos de esa barriada de la zona sur de la ciu-dad de Salta, concurrían a la Escuela Julio Argentino Roca, de la calle Buenos Aires al 700, entre Tucumán y La Rioja; tiempos de excelentes maestras y directivos; ponían lo mejor de sí para la correcta formación de los niños; el calendario de festividades cívicas, muy importantes, generaban conciencia de patria. Se re-cuerda a la directora Macchi Campos, como una celosa guardiana de sus alumnos, cuidando cada detalle. Más adelante, narraremos lo acontecido en la escuela.

De este modo transcurría el tiempo calendario hasta el último día del período lectivo; marcaba la finalización de las clases y se empezaban a preparar las familias para recibir las fiestas de fin de año; hacia fines de noviembre, venían de pueblos cercanos a la ciudad, los vendedores de chivos y ovejas; lo hacían caminando o montando un caballo, una mula o un burro y traían a sus animalitos arriándolos, con paso tranquilo y una destreza impactante; salían las amas de casas a comprar el animalito para su mesa de fin de año; faltaba más de un mes para la noche buena y los changos de cada casa, serían los encargados de llevar todas las tardes a pas-tar a su chivito, destinado a la noche buena; una tradición muy de la Salta de hace más de medio siglo; la gente se encariñaba tanto con el animalito, que cuando se decidía sacrificarlo, había llantos y gestos de dolor, especialmente entre los niños, pero la tarea debía realizarse porque para eso se lo había comprado; las mujeres de antes con las menudencias hacían la exquisita ‘chanfaina’ y con los cueros, se realizaban distintos elementos artesanales; eran muy prácticos los habitantes del ayer. Desde el 8 de diciembre, se adoraban en los pesebres al Niño Dios, cantándole villancicos y bailando danzas tradicionales en su honor; las personas mayores premiaban a los chicos que llegaban a adorar al Niño, convidándo-

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le las frutas de estación, generalmente, se extraía del fondo de las casas, que tenían árboles frutales, huertas y gallineros. Cuando se instalaba el 24 de diciembre, la alegría comunitaria era desbordan-te, porque la vecindad era una gran familia y se vivía intensamente la fecha, con afecto y respeto contagioso. Era costumbre sacar sus mesas a la calle para sumarlas a otras, compartiendo alimen-tos, afectos, bebidas, charlas, bailes. Una fiesta que integraba.

Lo mismo sucedía cuando llegaban los reyes magos, salían los niños con sus juguetes a compartirlos con sus amiguitos; cuando el carnaval decía presente, a la siesta, era casi obligación jugar con agua, en un clima de alta camaradería y buena vecindad; los niños tenían acceso a todas las casas de la cuadra, se jugaba con baldes, jarros, pomos, lo que se tenía a mano; grandes y chicos se entreveraban con sus alegres picardías.

En la década del 50 llegó el pavimento a muchas calles de la ciudad de Salta, no asfalto; un trabajo que convocó a todos los curiosos, ver a muchos hombres en acción, gigantescos camio-nes, gran cantidad de bolsas de cemento, el hierro formateaba los cordones, cuando se tiró el pavimento sobre la calle, se le armaron los cuadros con montículos de tierra y adentro de ese cuadrado, se acumuló mucha agua, para que el material trabaje y se consolide; muchas jornadas con esos caminitos de tierra, para que los niños lo utilicen como senderos en sus creativos juegos. El pavimento tapó algunas costumbres y recuerdos, pero por suerte la memoria humana colabora en construir el paisaje del ayer.

Entre los destacados vecinos de la cuadra de Tucumán entre Córdoba y Lerma, por la vereda sur, desde la calle Lerma hacia la calle Córdoba, la familia de don Francisco Martínez y su esposa Olga, tuvieron tres hijos: Olga, Panchito y Elva; Olga fue una ejem-plar estudiante del Colegio Santa Rosa, donde una vez recibida, realizó docencia hasta jubilarse; Panchito, colaborador de su pa-dre y Elva, la más chica, se desempeñó en el Banco de Préstamos y Asistencia Social; don Francisco era sastre, oficio de gran de-manda por los hombres, que tenían otro estilo en su indumentaria, también se constituyó en una de las primeras agencias de loterías de la ciudad de Salta, con su negocio en Tucumán al 300.

Donde hoy funciona el Círculo de Pescadores, que cuenta con un restaurante muy visitado, vivía la familia Castronovo, de as-

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cendencia italiana con muchos hijos; rescato a Miguel a quien los vecinos y amigos le decían ‘Pan Chanchito con Tiradores’ ó ‘Culo Bajito’, por ser gordito, de piernas cortas, gran hacedor de come-tas y barriletes. Su padre tenía varios coches de plaza, tracción a sangre; otros los llamaban mateo y la popular ‘degüello’, su con-ductor era el cochero, el auriga. Era como una actual remisera, a la mañana temprano cuando los chicos iban a la escuela, los conductores de cada uno, lavaban al animal, limpiaban los cueros y los bronces, para que el coche luzca impecable. Eran los taxis del ayer. La gente los utilizaba para pasear, para hacer trámites y algunos para traer frutas y verduras del Mercado San Miguel.

En la casa siguiente, donde hay una gomería, vivía la familia Martínez-Luna, muchos integrantes, de donde rescato a Teresita Luna, todo el día tocaba el piano con mucha fluidez; y a su her-mano menor Roberto, hoy Contador Público Nacional, ahijado de la Rusa María, quien le obsequiaba juguetes costosos que des-pertaban la envidia de la cuadra. La Rusa María era una mujer de la vida, venida de la lejana Europa, con fina estampa y muchas habilidades, conquistando rápidamente una selecta clientela de hombres influyentes y poderosos, en busca de sus servicios; ante tan importante demanda buscó mujeres atractivas, en Europa, en países americanos y en ciudades argentinas, invitándolas a ser parte del negocio. Llegaban autos de embajadores, señores de frac y moñito, con ropa de gala, convocados por la fama universal de la Rusa María, quien en vida ya era una leyenda. En el barrio, una señora respetable y educada; las madres de la vecindad, obli-gaban a sus hijos a respetarla.

(Foto Archivo familiar) Los tres hermanos: Vicente, Eduardo y Celia

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.(Foto de familia) Cumpleaños de Eduardo Ceballos: De izquierda a derecha,

Sergio, Pancho, Rubén Corbella, Raquel Corbella, un amiguito porteñito del ba-rrio, Eduardo Ceballos de traje oscuro, damas mayores a la espalda y sentados, una niña de apellido Ludueña, Víctor Hugo Claros ex Rector de la Universidad Nacional de Salta, un changuito al que le decían ‘Mano Muerta’ y Luis Sosa, tío

de Víctor Hugo Claros.

La casa en el N° 343 de la calle Tucumán, de una familia nu-merosa, con el testimonio de la vecina, de aquel tiempo Pilar Sosa de Moreno.

“Pilar Sosa de Moreno: La casa estaba constituida de la siguiente forma: ‘Vicenta López (mi mamá), José Sosa (mi papá), María (mi abuelita), Manuel , Luis, Rosa y yo... la visita de René, Carlos, Hortencia (hermanos), mi cuñado Juan que era como mi 2º papá y mis sobrinos nos visitaban seguido, vivíamos en una sola habitación con techo de chapa, que en verano era calurosa y en días de lluvia goteaba y poníamos tachos y la cocinita con techo de cartón, y con brasero o la cocina de hierro, y el fondo de la casa daba al conventillo donde vivías vos, Eduardo Ceballos. Nunca nos faltó nada desde pequeños, a pesar de la pobreza. Ahora lo recuerdo y se me pega un lagri-

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món. En ese conventillo vivían 5 familias más, vecinos que nombrarlos son un montón y éramos todos una sola familia. Y lo que si recuerdo y nunca lo olvidaré cuando vos estudiabas para sacerdote. ¡Que hermoso, si uno pu-diese retroceder el tiempo! Gracias por recordarnos.

Yo me llamo Socorro del Pilar Sosa de Moreno, y mis vecinos empezaron a llamarme Pilar y así quedó, mi abuelita María Micaela Morales Coronel Viuda de López (a ella le gustaba que la llamen con todo su nombre y no Mariquita como le decía don Fernando uno de los veci-nos. Los que vivían en el conventillo eran: Ñata, Chicha, Mery de apellido Boizú con sus respectivas hijas: Ana María, La Yuyi, y Mercedes. (Ellas vivían en la primera habitación. En la segunda habitación vivía doña Tita con su hijo Quelo, su mamá Juana y el esposo Quintín. No-sotros vivíamos en la tercera habitación con un peque-ño jardincito, porque a mi mamá le gustaban las plantas, eso lo heredé yo. En la cuarta habitación Doña María (a la que yo le llamaba Tía, y en grande recién me ente-ré que no era pero yo la quería mucho), con su esposo Fernando y en la última habitación vivía doña Candela-ria (que todavía vive y tiene más de 90 años), con sus hijos Quelo, Carlos, y Pocha y con su mamá Josefa y su papá don Ubaldino, que le gustaba emborracharse. Los vecinos del barrio: estaban Los Martínez, los Luna, los italianos Castronuovo (cada vez que se casaba un hijo tiraban moneditas de centavos y todos los chicos del barrio se tiraban a recoger cuando llegaban los novios). Don Bartolo y Julia, (que tenían el almacén), doña Nancy con Bocha y el Pelado, al lado el “conventillo” le decían pero en realidad eran departamentos donde vivías con tu hermana la Ñata, si mal no recuerdo y tu cuñado Chin-chín. Al lado los Pizarro, más allá “El tornero” que era la casa de la Eyin, al lado doña Julia y sus hijas Estela, Sonia, casada con Tutú Campos, el de Los Cantores del Alba. Los Baudrino, era la peluquería, los Miranda en la esquina de la Lerma, al frente de mi casa doña Sara una vieja mala y chusma que acostumbraba a ramear los pies desde la esquina limpiándose los zapatos para entrar en su casa, tenía su hija llamada “Chiquita” y trabajaba

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de noche y su habitación que daba a la calle, recuerdo ver una habitación a media luz. Habían cuatro cabarets en la cuadra: “La Rusa María (mi mamà muchas veces iba a lavar ropa y le pagaba y nos mandaba golosinas), “el Cirito” (al lado de mi casa), “El Ciro” y otro más que no recuerdo el nombre. En la esquina el “Bar Contiqui” donde se jugaba al billar. El quiosco de don Reynoso (el diarero). También estaba “ Don Marcos” creo que ven-día televisores, y ponía uno en la vidriera y todas las noches me iba a ver la serie “Bronco Ley”, porque en casa no había TV. En la esquina la farmacia “Salim”...Y otros vecinos que no puedo recordar los nombres. En esa época podíamos salir a jugar todos los chicos a la rayuela, al martín pescador, al arroz con leche...algo es-pectacular y lo más extraordinario era que no sabíamos que existía la droga, sì el alcoholismo, porque mi papá tomaba mucho y muchas veces con mi mamá nos sen-tábamos en la puerta hasta que se duerma, eso si me trajo un trauma, gracias a Dios que mi esposo no toma. La mayoría de los chicos íbamos a la escuela Roca. Bueno, creo que por ahora es lo que recuerdo”.

Un conventillo, donde vivían muchas familias, que compartían un largo zaguán y una canilla en medio del pasillo, de uso comu-nitario; entre sus residentes la familia Sosa, que estaba constituida por muchas personas con el abuelo José y su esposa doña Rosa, su madre, una abuelita que tenía una piedra gigante en la vereda, la utilizaba como asiento y algunos de sus hijos: Pila, casada con Juan Claros, de donde nació Víctor Claros, entre otros, quien con años de estudio se recibió de Contador Público Nacional, fue deca-no y Rector de la Universidad Nacional de Salta, entre otros cargos; sus tíos, por ser hermanos de su madre: Carlitos, Manuel, ambos carpinteros; Luis, Socorro del Pilar. Un ejemplo de lucha esta familia que entregó a la comunidad de Salta, personas de bien.

En el N° 347 de la calle Tucumán, vivía una familia que estaba formada por Nicasia Corbella y sus hijos Celia, Vicente y Eduar-do; el ‘Negrito’ Ronald Jackie Quiroz, compañero de doña Nicasia, asumía la paternidad de los chicos; por esta casa pasaban gran cantidad de sobrinos, por distintos motivos llegaban a la tía Ni-

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casia; entre ellos Pacho Linares, se alojaba allí cuando venía de franco de la Marina, donde hacía su servicio militar, finalizada su obligación militar se dedicó a cantar tangos; Inesita, hermana de Pacho, con severos problemas de salud, ambos. Hijos de Elena, hermana de mamá; Juan Eudas ‘Michifú’ Rodríguez, hijo de otra hermana de Nicasia, doña Haydee; el otro sobrino que llegaba en calidad de agregado familiar era Hipólito ‘Polito’ Monterichel, hijo de Lorenzo Monterichel y Nélida Corbella, fumador de los cigarri-llos Lucky Strake, de 100 mm., los primeros extralargos que llega-ron a Salta; Hugo Corbella, hijo de Esther Corbella, se constituyó en habitante permanente de la casa, porque su madre residía en El Bordo y él trabajaba y estudiaba en la ciudad, ya que era cadete de la Farmacia Pellegrini; también pasaron los hermanos Soria: Carlos, Saso, Miguel, Roberto, Julio y sus hermanas Yolanda, Car-men y Dora, todos hijos de Elena; una casa pequeña con vocación de grande por donde transitó la vida de mucha gente; como la Omi, una criadita, después ‘rumbió’ a Buenos Aires, donde constituyó una familia ejemplar; María y Alicia, pensionistas de doña Nicasia, procedentes de zonas rurales; Raquel y Rubén Corbella, hijos de Alejandro Corbella; y un pensionista estable con cama y comida, el señor Schuller, un ingeniero alemán, que pasó sus últimos años de su vida en este domicilio, como un auténtico integrante de la familia, donde se velaron sus restos mortales. Cuantas historias y seres, pasaron por este lugar. Otro pensionista destacado en esa casa era el ‘Pato’ Ricardo Ehizaguirre, fanático de Juventud An-toniana, repartidor de carne por aquel tiempo y después papá de Rubén Ehizaguirre, integrante del consagrado conjunto folklórico Los Nocheros.

(Foto Archivo familiar) Celia, Eduardo y Susana, amiga de Celia y herma-na de Tomás ‘Tombolito’ Mena, en Tucumán 347, en la década del 50.

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(Foto Archivo familiar) Caminando por Tucumán al 300 las amigas María, Pila, Omi y Celia, en la década del 50.

(Foto archivo familiar) En el conventillo de Tucumán 343, las ami-gas María, Celia, Omi y Pila, con los niños Luisito Sosa, su herma-nito y Víctor Hugo Claros, su hijito, al principio de la década del 50.

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Tiempo después, don Zavaleta, propietario del inmueble, le vendió la casa a don Bartolo, un hábil comerciante de Salta, que poseía un restaurante popularmente conocido en la esquina de Córdoba y Tucumán.

Al lado de don Bartolo, vivía la señora Edit Nancy de Chiozzi, madre de Bocha y Carlos, dos jóvenes emprendedores en distin-tas actividades, siendo Carlos, Contador Público Nacional y profe-sor de la Universidad Nacional de Salta.

En el N° 355 de la calle Tucumán, un famoso conventillo, tenía como diez departamentos, donde vivían familias y personajes de la noche de Salta. En el primer departamento residía Juan Carlos Morizzio ‘Chinchín’, soltero, quien se dedicaba a la reparación de

(Foto Archivo familiar) A orillas del río Omi, Pila, Gringo, Celia y la amiga María, en la década del 50.

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radios a válvulas y luego a transistores; allí recibía a sus padres, doña Guillermina y don Alberto, a todos sus hermanos y herma-nas: Pila, Chichita, Minina, Ramón, Margot, Ñato, Porota; cuando se casó pasó a ser la residencia del matrimonio, luego vieron el nacimiento de sus hijos Silvia Norma y Juan Carlos (h); por allí también pasaron los hermanos Vicente y Eduardo, de Celia, la esposa de Chinchín.

En los departamentos de más adentro, rescatamos el recuerdo de la familia Gómez, un matrimonio con dos hijos varones; la fa-milia de ‘Pipi’ Torres, vivía al fondo, integrada además, por Chela y Chelo, Panchito y Sergio; entre la vecindad había puesteros del mercado, mozos de los cabarets de la zona, como el Teno, pero la más reconocida habitante del conventillo era la famosa ‘Cama y Bronce’, una mujer percherona, que al anochecer ponía su pre-sencia en la puerta para atraer a su clientela.

En el N° 357, vivía la familia presidida por doña Elisa y don Ma-rio Pizarro, tenían verdulería en la cuadra y eran los padres de Tito ‘Canguro’ Pizarro, cartero y jugador del Club Correos y Telecomu-nicaciones; La Ñata, casada con Dardo Andrada, de donde nació el periodista Javi Andrada; Rubén Walter Pizarro, cantor popular, hizo giras con Eduardo Ceballos, en la década del 60 por Buenos Aires; y Liliana, la menor casada con un carpintero de Barrio José Vicente Solá.

Al lado de los Pizarro, vivía la familia Rubio, un reconocido al-macenero de aquellos tiempos, cuyo hijo Mario Rubio era compa-ñero de escuela de Eduardo Ceballos, quien en esa casa conoció la planta de papa. Luego, fue habitada por la familia de Dardo Andrada, con su hermano eran torneros de alta precisión.

La familia de doña Julia y don Guillermo Moisés Fayt, tenía dos hijas: Estela, quien se recibió de escribana y joven partió de la vida; y Sonia, casada con Tomás ‘Tutú’ Campos, que fuera de las importantes voces del cancionero e integrante de ‘Los Cantores del Alba’. En esa casa se solía escuchar, cantando a dúo, a Tutú y a Pepe Berríos, cuando se organizaban reuniones juveniles.

La próxima puerta era del local de Peinados Marta, donde se ponían elegantes las chicas del barrio para atender sus negocios; al lado vivía su familia, su esposo taximetrero y sus hijos Mirta y Roberto Baudrino. En esa propiedad, actualmente vive Basilio

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Aquino, su esposa Margot Morizzio de Aquino y sus hijos Gustavo y Sandra. Por allí también había instalado su relojería un hombre en la década del 60.

Pero el negocio más rutilante de la noche de Salta estaba en esta vereda ‘El Tabaris’, cabaret de don Guillermo Moisés Fayt y el Negro Vega, con show y varieté. Un lugar para los salteños de élite de aquel entonces. En el mismo actuaba en forma permanen-te el vocalista Víctor Ruiz y el pianista Martín Salazar, además de importantes cantores de tango, de boleros y el clásico stripe tease.

(Foto Juan Oscar Wayar) Martín Salazar de traje blanco, al medio junto a Víctor Ruiz, año 1972. Artistas de los locales nocturnos de la Salta del ayer.

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En la misma esquina de Córdoba esquina Tucumán, estaba el bar Gran Rex, vendía café, copas y contaba con mesas de billares, de snoocker y algunos metegoles. Después se llamó El Trébol y lo regenteaba el señor Gómez, un jubilado como director de escue-las. Por allí pasó todo el ambiente de la noche de Salta: deportis-tas, dirigentes políticos, artistas. Estaba abierto prácticamente las 24 horas.

(Foto Juan Oscar Wayar) Víctor Ruiz, el cantor de boleros, de gran calidad artística.

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Al frente del Gran Rex, el restaurante Don Bartolo, donde se ser-vía la famosa sopa pavesa, con huevitos en la cazuela y pan frito, se consumía a la madrugada. Era el alimento necesario para recuperar la compostura. También un lugar de mucha convocatoria.

Como volviendo hacia la calle Lerma, después de Bartolo, es-taba el local de la Rusa María, una casa donde atendían un rami-llete de mujeres procedentes de distintos países y ciudades. Era reconocido en el mundo. En aquellos tiempos, de pocos vehículos, vimos estacionar limusinas espectaculares, autos lujosos de em-bajadores, de donde bajaban señores vestidos de frac o smoking con moñitos para llegar a ese convocante lugar.

Al lado un baldío, ofrecía generosas flores silvestres, los chi-cos las juntaban para fabricar collares y obsequiárselos a sus ami-guitas. A continuación, con un frente de alambre, vivía la familia Juárez, de donde salió el primer inspector de tránsito de la Muni-cipalidad de la ciudad de Salta, el Chiquito Juárez, despertando admiración entre los changos del barrio, montando flamantes mo-tocicletas Puma 125 para realizar su trabajo.

La otra casita modesta albergaba a la Negrita Oscari, y a sus hermanos. Pegadito a esa casa en un baldío, donde hoy tiene su tapicería Cabrera, había un chañar, árbol del que los chicos con-sumían el exquisito chañar arenoso con sabor salvaje.

Al lado, la casa de unos hermanos, que poco salían a la calle. Lo estrictamente necesario. Tenían un jardín florido, envidia del barrio en su patio interior, al que los chicos de la cuadra tenían acceso, pero lo que más llamaba la atención era la bicicleta de Josito, siempre flamante y limpita, la sacaba, daba una vuelta a la manzana y de nuevo adentro. Los changos la miraban con mucho cariño, porque era un artículo de lujo para el pobrerío.

Al lado de la casa de Josito. Vivían varias muchachas de la vida, entre las que se destacaba la Divito, tenía una relación de respeto con toda la vecindad.

Don Marcos, responsable de un negocio que vendía artículos eléctricos y al lado la fábrica de mosaicos San José, que recién se instalaba por ese tiempo. En su puerta, en la década del 50 volcó un colectivo chico de la empresa El Cóndor, cayó sobre la vereda, produciendo un alboroto en el barrio.

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En la esquina de Lerma y Tucumán, vivía en una vieja casona, la familia Castelli, conformada por el matrimonio y muchos herma-nos, uno de los cuales, murió, víctima de una pedrada en la can-chita del pasaje Gauna. En esa esquina, los changuitos del ayer, se juntaban para demostrar sus habilidades con el balero, con los trompos, las figuritas y toda otra distracción de aquellos tiempos sin celular ni electrónica. Tiempos irrepetibles. Por allí aparecía Fushila, un aminorado que andaba pidiendo ‘Puchito Puchito’ y cuando veía chicas lindas les decía ‘Chunquita, Chunquita’.

Se me ocurre ver los colchoneros, llegaban con sus herramien-tas y se instalaban en los patios de las casas, donde desarmaban el colchón y limpiaban la lana, para volver a coserlos. Todo un trabajo artesanal reconocido.

Los adultos eran generosos, especialmente con los niños. De-jaban de trabajar para atenderlos, para ayudarles a confeccionar la cometa y fabricar las rueditas de los autitos o reparar el fútbol de alguna pinchadura. Era una tradicional costumbre colaborar con los chicos. En los negocios la yapa estaba instalada para grandes y chicos, una sociedad menos interesada y más generosa. Llevo en la memoria la forma y el sabor de los caramelos ajíes que lle-gaban de yapa.

(Foto Juan Oscar Wayar) 30 de junio de 1935, gran almacén La Fama Argentina, de Mendoza esquina Buenos Aires. Eran negocios importantes, al no existir

supermercados en esa época.

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(Foto Juan Oscar Wayar) Almacén de José López García entre 1920 y 1925, en calle Alvarado y Alberdi, en diagonal a la farmacia Sudamericana.

Imponente local con gran variedad de productos.

(Foto Juan Oscar Wayar) Carro en la entrada del Fuerte de Cobos, a finales de 1800. Foto histórica del pueblo que era una de las rutas de acceso a Campo

Santo, Betania y El Bordo.

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RECUERDOS DE UN VIEJO ALMACÉNPor los hermanos Bargardi:

Violeta, Yolanda, Severino y DanielaEstamos en los años 50, en calle Tucumán esquina Lerma. Allí

se instala un almacén atendido por sus propios dueños, don Albino Bargardi y su señora, Adela César a quien llamaban doña “Escildi-ta” por lo dulce y generosa.

Era un almacén típico de la época, donde vendían artículos co-mestibles, de limpieza, de bazar entre otras, quizás por eso le de-cían de “ramos generales”. Era un barrio de familias más bien hu-mildes, trabajadoras, sencillas y por lo general numerosas. Como característica de los barrios, todos se conocían y los “hijos” eran amigos. Éramos cuatro hermanos, de edad escolar, asistíamos a la escuela Presidente Julio A. Roca y compartíamos los juegos con otros niños del barrio.

A pesar de la edad, teníamos obligaciones, colaborar en tareas menores en el almacén, ya que nuestros padres nos inculcaron valorar el trabajo y “cuidar” lo que se tenía, pensar en el maña-na. Generosos, siempre había “algo” para dar, “la yapa”; después de la compra por ejemplo galletas, o caramelos, como “las cola y chancho”, u otros caramelos duros que traían “versitos” y, los “cremalines”, eran del agrado de todos. Esto se arraigó tanto en nosotros que una de las hermanas “saqueaba” los frascos de cara-melos de dulce de leche para repartir entre sus amigas, o prepara-ba sándwiches a la salida de la escuela para dar a las compañeras que vivían lejos y sus recursos eran insuficientes…Los papis sólo eran testigos…

Era prioridad el buen trato a los clientes, a quienes se debía atender con sentido comercial pero siempre considerando las ne-cesidades que cualquier persona requería.

Alrededor del año 53, trasladaron el almacén a la calle Córdo-ba al 900 empezando una nueva etapa de almacenero…Barrio nuevo, aunque siempre familiar. La ubicación del negocio permitió atender una clientela más amplia: vecinos, otros de barrios cer-canos, e incluso gente que vivían en el interior de la provincia y atravesaban cerros, lugares desolados para llegar a la ciudad. Ve-nían a caballo y traían burros con árganas cargados de zapallos, choclos “capias” y otros productos que ellos cosechaban de sus

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sembrados en el campo. Traían su producción para vender a lo largo del camino y en la ciudad. Eran clientes especiales no sólo porque venían de lugares lejanos, como La Pedrera, La Quesera, La Troja, El Chamical, y otros parajes cercanos, sino por sus cos-tumbres, su vida, su modo de andar cansino, parsimonioso, que transparentaban y transmitían parte de la paz del lugar de origen. Eran clientes que ya conocíamos desde el almacén anterior.

Llegaban alrededor de las seis de la mañana y don Albino, pen-sando en el cansancio que traían logró que le prestaran un terreno baldío ubicado enfrente del almacén para que los animales pudie-sen descansar después de tan largo andar, mientras los señores terminaban de vender su mercadería. Bajaban las alforjas, peque-ñas bolsas hechas en tela o hilo de lana de oveja, los bolsos, “las árganas”, “desensillaban” las monturas para que los caballos y los burros pudieran comer, tomar agua… La generosidad y el ingenio de don Albino era reconocida por los clientes quienes se sentían a gusto, y vivían ese espacio como un lugar propio porque así les dijo “siempre que vengan, ustedes saben que van a contar con este “AEROBURRO”, generosa picardía que tomó popularidad y se instaló para siempre, convirtiéndose en el lugar apreciado des-de el primer día.

Cerca del mediodía, ingresaban al almacén a buscar las provi-siones, pero antes de hacerlo pedían que les preparara “algo para ir comiendo y tomando”, queso, mortadela, salame, pan y por lo general un cerveza negra o una Palermo, y “una chinchibirra,” o una naranjada Pastore, que se consumían en esa época, y una soda. Entre bocado y bocado acomodaban la compra haciendo sus típicos “atados”.

A la par del almacén, estaba la fábrica de soda, la SODERIA BARGARDI, cuyos equipos fueron adquiridos a la firma Pastore Hnos. Tanto los pedidos de soda o mercadería a domicilio eran repartidos en “triciclo”. Un problema recurrente era conseguir em-pleados que quisieran hacer reparto…seguramente “era demasia-do esfuerzo”.

La mercadería se adquiría en negocios mayoristas de Salta, y generalmente los productos venían a granel, por ejemplo, la yerba, en bolsas arpilleras de 50 kilos, al igual que el maíz pelado, locrillo, frangollo, azúcar. Las aceitunas en bordalesa, (toneles) como el

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vino, que después se vendía “suelto”, era tipo “semillón” y prove-nía de San Juan, el aceite se compraba por tambores… Esta for-ma de recibir la mercadería significaba más trabajo porque la ven-ta era por “menor”, o como se decía, “al menudeo” lo que permitía a los clientes de menos recursos llevar el producto fraccionado y de acuerdo a sus necesidades.

El ambiente social en aquella época era muy diferente al ac-tual, menos prisa, menos vértigo, había previsibilidad y se podía soñar y hacer realidad esos sueños en tiempos no demasiados largos. La estabilidad económica permitía ahorrar.

¿Cómo o con qué se pagaban las compras en esa época?

La mayoría de los clientes lo hacían de contado, pero había quienes pedían se les cobrara quincenal o mensualmente, en estos casos se les habría una LIBRETA TAPA NEGRA (libreta de alma-cenero), con la cual algunos realizaban compras diariamente. La única garantía era la palabra, que en ese entonces tenía gran valor.

Recordando algunas anécdotas veremos lo que le ocurrió a una señora, cliente de la casa, que un día llegó sumamente alegre, tan contenta que hizo un gran pedido de mercadería y artículos para festejar, porque decía, que había ganado la lotería. Pero para su dolor, cuando fue a cobrar el premio, la agencia le dijo que no era el número premiado y que sólo le faltaba un número…Qué desilusión!

Otra anécdota representativa de la época, se dio cuando hubo escasez de harina y por lo tanto poca reserva, se fraccionaba la venta por uno o dos quilos por cliente. Sólo se conseguía pan hecho con harina de mijo o algo parecido, era un producto amargo, y el único recurso que quedaba, era ir a la cárcel donde se hacía el pan con harina de trigo...y así encontrar pan “hecho con harina”, para consumo familiar. Otras épocas.

Cuando la situación económica permitió, se abrieron otros al-macenes que a la vista de todos constituían una gran competen-cia. Tanto es así que un señor muy amigo de la casa le dijo: Don Bargardi, va a tener que hacer publicidad, usted no tiene ni un car-tel con el nombre del negocio. Era cierto pero, con la experiencia de un gran almacenero le respondió todos saben que este alma-cén se llama EL PESO EXACTO, nombre que siempre repetía y

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se hizo popular. De este modo afirmó, que la propaganda está en la “balanza,” ”el peso exacto” y, a esto había que agregar el buen trato que se daba a todos los clientes, a quienes venían a comprar ya sea de contado o con libreta, y a veces a chicos que venían con un papelito que padres o mayores escribían, por ejemplo: “¿le puede dar poco de yerba y pan, o 200 gramos de queso y le anota cuanto es, así mañana voy y le pago?” Y así se hacía, porque era un gesto de confianza.

Sin embargo la apertura de los supermercados y los cambios ocurridos en la sociedad no dejaron de ser un inconveniente, si bien no llegaron a desequilibrar la actividad del almacén, si trajo preocupaciones y la necesidad de estar prevenidos.

Hoy nos queda el recuerdo de un trabajo sacrificado que co-menzaba a las seis de la mañana con la limpieza, el arreglo de mercadería y la preparación de pedidos de mercadería. La única pausa era para el almuerzo, y de allí hasta las veinte horas o más. Cuando vemos a un comerciante minorista, dentro de los pocos que quedan o están de pie se siente nostalgia y se reconoce el sacrificio no siempre visto por la sociedad. Recuerdos cargados de sentimientos en los que se devela un pasado que ya fue y no tiene retorno, en el buen sentido de la palabra, porque muchos vemos los frutos, pero no lo que hay detrás… Ejemplos de vida que sólo permanecen en todo lo que se hace con amor y honestidad.

En estos recuerdos va un homenaje para todos aquellos al-maceneros que trabajan y sacrifican diariamente, y necesitan de nuestro reconocimiento.

Estimado Eduardo, gracias por su consideración le envío el trabajo con anécdotas del almacén de don Albino para que usted haga los recortes que crea per-tinente, use la información que le acercamos con mu-cho gusto. Esta página fue motivo para que los cuatro hermanos reviviéramos los momentos, especialmente de niñez y adolescencia, junto a los papis tan trabaja-dores...Lo hicimos entre lágrimas y sonrisas, se imagi-na que hermoso revivir...

Participamos, Violeta, Yolanda, Severino y yo, los cuatro Bargardi. No creo que haya necesidad de ma-yor aclaración, mis hermanas contadora y abogada

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respectivamente se desempeñaron en Salta, mi herma-no bioquímico en Corrientes y Misiones y yo, Daniela, como docente en la Universidad Nacional de Salta.

Muchas gracias.

CÓRDOBA AL 700Dedicado a Yiyo, Meli y Rubén Zusman.

Dedicado a la memoria de Gaspar Julio Jovanovich, recientemente desaparecido y a su bella familia.

Si había una esquina de ‘guapos’ en Salta, era la de la inter-sección de las calles Tucumán y Córdoba. Por allí andaba la no-che de farra. Era completita la esquina: copas, comidas, timbas, riñas y peleas, muchas veces terminaban con muertos, heridos y detenidos. En esa esquina imponía su presencia el rojo buzón, en muchos momentos servía como escudo para protegerse de las balas que cruzaban en la madrugada.

En el lado oeste de la calle Córdoba, esquina Tucumán, esta-ba la farmacia de Yiyo Salim, quien la atendía junto a su hermana Meli; eran vecinos, ya que su casa paterna estaba a dos cuadras, en la calle Buenos Aires, entre Corrientes y Zabala; muchos her-manos, grandes deportistas y profesionales como Elías, Héctor, Yiyo, Mario, Justo, Meli, Farid, Román; se destacaban por sus habilidades deportivas y por ser emprendedores y estudiosos.

Sobre la calle Córdoba había una parada de coches de plaza, pacientemente esperaban a sus clientes hasta el alba; luego, esa parada de mateos o coches de plaza, fue reemplazada por una parada de taxis. Gran movimiento durante todo el día, especial-mente a la noche, cuando la movida era importante.

Al lado de la farmacia, tenía su mercería don Juan D’Jallad, patriarca de una familia numerosa, con hijos tan notables como Luis Clemente, se destacó como poeta y llegó a ser el intenden-te-poeta de Salta. Don Juan vendía agujas, hilos de coser, boto-nes, cierres, tiza para los sastres y todos los elementos que ne-cesitaba una mujer en su casa, pero también tenía en su negocio todo lo necesario para el pescador: tanzas, anzuelos, plomadas,

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boyas y como si todo eso fuera poco, se ofrecía generosamente a los changos del barrio como instructor de pesca. Los acom-pañaba hasta el río, por la Córdoba hacia la Independencia, en calles de tierra, desoladas y de pronto, una pronunciada bajada mostraba al río que pasaba cantando su canción de agua clara. Los pescadores solían tirar sus anzuelos en el pozo de la boga. Había pique y alegría. Largas arboledas saludaban al cauce. Cuantos secretos transfirió don Juan a los changuitos del ayer.

Un poquito más adelante estaba la zapatería de los hermanos Corona, gente seria, con mucha habilidad para curar los zapatos del deterioro y para poner la mediasuela a calzados de cuero. Uno de esos hermanos logró recibirse de abogado, mostrando carácter y ganas de superarse y se constituyó en ejemplo del barrio.

En la otra puerta, el local del carnicero Morales con su concu-rrido negocio, porque comer carne por aquellos tiempos estaba al alcance de todos los presupuestos. Por eso eran famosos los asados. La carne estaba en todas las casas, en forma de mila-nesas, albóndigas, marineras o ‘lampreado’, bifes, y el infaltable puchero con la sopa diaria. Los cortes eran generosos, con nom-bres folklóricos y populares, como la aguja, pechito, ñascha; se consumía toda la vaca, el hígado, los sesos, los chinchulines, la ubre, la mollejas; para los perros, el cogote y el bofe. Los chicos salían de las carnicerías, en compañía de su madre, comiendo una morcilla, como una gran golosina.

En el N° 776 de la calle Córdoba, la casa y el negocio de don Juan Jovanovich y de doña Carmen Moreno, matrimonio del que nacieron los hijos: Juan, Vicenta ‘Gringa’, Pablo, Catalina ‘Katy’, Julio e Irma; tenían almacén y verdulería, atendían con mucho esmero. Ese trajín los ocupaba a todos, hasta que los mayores fueron formando sus respectivas familias. Era una casa de tra-bajo de un hombre nacido en la histórica Yugoslavia, donde se formó para tareas relacionadas con la agricultura. Por eso en el fondo de su casa, hay árboles frutales, huertas y el gallinero que daban sus pollos y sus huevos y alguna gallina gorda, para la sopa sustanciosa.

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(Foto Archivo de La Gauchita) La familia de doña Carmen Moreno y don Juan Jovanovich con sus hijos Catalina ‘Caty’, Juan, Ana Vicenta ‘Gringa’, Pablo, Irma

en brazos de su mamá y Gaspar Julio junto a su padre, en la década del 50.

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Avanzamos por la vereda hacia el norte y nos encontramos con la tintorería de una familia japonesa, que trabajaba sin descanso; de ese matrimonio oriental nacieron dos hijos, compartían con los otros changos del barrio juegos y deportes; luego la vida los des-parramó lejos, cerca del olvido.

Una vieja pensión, con el tiempo se constituyó en un hotel, ya tiene más de medio siglo, donde vivían algunas de las chicas de la noche, y mozos de los negocios de la zona.

Frente al pasaje Calixto Gauna, estaba instalada la empresa de transporte de los hermanos Simkin, poseían colectivos chicos de unos 20 asientos, para prestar el servicio urbano; un ir y venir de esas unidades, parte de la vida diaria de la ciudad de Salta.

Al lado de la empresa de transporte, estaba la whisquería de la Cama i’ Bronce, una mujer de la noche, ofrecía tragos y algo más a su nutrida clientela. Cuentan las crónicas policiales, que allí se produjo la muerte de un reconocido hombre de la sociedad de Salta, de apellido Outes, cayó víctima de la gente de mal vivir, que prestaba sus servicios en este negocio de la Salta nocturna.

Por la misma vereda, llegando a la calle Rioja, estaba la casa y el almacén de la familia Bass, de donde salieron hijos, entre los que se destacó Alfredo Bass, quien se recibió de ingeniero y como ajedrecista, logró ser el campeón salteño de ese deporte y parte del equipo que representaba a la provincia en campeonatos argentinos.

En la vereda este, cerca de la calle Rioja, había otra tintorería, lo que indica que la gente utilizaba más este tipo de servicios. Especialmente, en esta zona, donde la gente se ponía elegante, especialmente para la noche.

Entre el pasaje Gauna y la calle Tucumán, El Emporio, restau-rante de lujo para esos tiempos, con sus paredes todas azulejadas y una cocina distinguida, para esa gran clientela nocturna.

Breve pintura de una cuadra de Salta entre las décadas del 50 y el 60, que tuvo una vida social muy particular, recordada por mucha gente.

En la actualidad se destaca Sandwichería Yovano en la calle Córdoba 789, amigos entrañables de la revista coleccionable La

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Gauchita. Ese negocio era manejado por mi ahijado Julito Jova-novich, quien le ponía, su nervio, su ternura, su voluntad para ha-cer crecer ese emprendimiento hasta emprender el viaje final y definitivo; tomó la posta su hija Mariana para llevar adelante esta bandera del trabajo, símbolo histórico de toda la familia.

(Foto Archivo de La Gauchita) La legendaria esquina donde estaba ‘Don Bartolo’, ahora un Taller Integral abandonado

y al lado el negocio de Caty y Julio Jovanovich.

TUCUMÁN AL 400 – ENTRE CÓRDOBA Y BUENOS AIRES

En la esquina de Córdoba y Tucumán, existía un almacén muy particular, del turco Nuri, padre de Porota y Beto; en ese negocio se vendía vino por vasos y se cortaba la mortadela a cuchillo y se servía en el mostrador sobre un papel de estraza; los parroquianos hacían reuniones diarias, recordando momentos del deporte, de la política, de los negocios, el comentario de las noticias vecinales; todo se practicaba en un marco de alto respeto hacia las amas de casa que llegaban a ese lugar a realizar sus diarias compras; un turco muy picarón, simpático, que ha dejado su perfumado recuer-do en la esquina.

Al lado, un negocio que fabricaba y vendía sombreros de ca-balleros, de la antigua usanza. En la casa siguiente la familia D’Anunzio, con muchos hijos, donde rescato a Agustín “Tino”, Jor-ge “Coco”, Pedro “Perico”, Virginia, Graciela y Carmen que crecián

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felices al cuidado de sus padres don Agustín y doña Virginia. Con Perico, un campeón de la bicicleta fuimos compañeros en la es-cuela Julio Argentino Roca.

A su lado estaba el taller mecánico de don Bulloc, quien orga-nizaba picnic con todos los jóvenes del barrio; oficio que por en-tonces, requería conocimiento y gran habilidad para resolver cada problema; en la otra casa la familia Rueda, donde los muchachos se dedicaban a realizar bobinajes, aplicables a distintos motores, con gran participación en los campos de deportes.

Pasando el pasaje de Tucumán al 450, la casa de don Renée López, hombre ejemplar, deportista y activo dirigente del ciclismo de Salta, que tenía su negocio sobre la vereda del frente, hacia la Córdoba.

Entre las familias que se recuerdan la de don Romano, quien era Jefe del Distrito 18 del Correo de Salta; al lado la familia Mo-reno, de muchos hijos jóvenes y alegres; en la esquina de Buenos Aires y Tucumán, la familia Franchini, siendo la señora una desta-cada maestra de la Escuela Presidente Julio Argentino Roca.

En la vereda del frente, en la esquina de Buenos Aires y Tucu-mán, una legendaria librería, atendía a los chicos que asistían a la escuela Roca; un depósito de mercadería de don Blanco y una casa más hacia la Córdoba, vivía la familia Wilde, donde residía una joven maestra de la escuela Roca.

Justo frente al pasaje estaba el Bar Comercio, tenía mesas de billares y snoocker, donde se juntaban los changos y los hombres de ese tiempo; al fondo tenía el lugar especial para los que juga-ban a las cartas o al sapo, ese juego exigía buena puntería; uno de los que llegaban todos los días era don Renée López, quien se deleitaba jugando al snoocker con el rival de turno y lo hacía hasta la hora de abrir su negocio, que estaba un poco más cerca de la calle Córdoba; bicicletería El Rayo, era el paso obligado de todos los ciclistas del barrio y otras zonas. Ante la desaparición de su dueño, los hijos han tomado la posta, para sostener tantos recuerdos; don López, estaba siempre presente en todas las prue-bas ciclísticas de Salta, por haber sido un dirigente de lujo. Así se llegaba hasta la esquina de Córdoba y Tucumán, donde estaba la farmacia de Yiyo Salim.

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(Foto Archivo de La Gauchita) Calle Tucumán al 400, donde está el negocio con la propaganda de una gaseosa era el ‘Almacén de Nuri’ y al frente la farmacia de ‘Yiyo Salim’, en la década del 50, un poco más adelante, sobre esa vereda, ‘Bicle-

tería El Rayo’ de don Renée López.

CÓRDOBA AL 800 – ENTRE TUCUMÁN Y CORRIENTES

En la calle Córdoba entre Tucumán y Corrientes, estaban como ya vimos, la despensa de don Nuri y al frente el Bar Gran Rex; en esa cuadra, una parrillada frente al Bar Gran Rex, al lado de don Nuri; luego la relojería de don Suárez, que reparaba las máquinas del tiempo; a partir de allí, casi hasta la calle Corrientes, los pirin-gundines, ofreciendo como mercancía a las mujeres de la noche; un desfile incesante de jóvenes y hombres grandes; por esos años se instaló el frigorífico El Cóndor, como mayorista de carnes; al lado del frigorífico, había un conventillo, que unía su fondo con el conventillo de la calle Tucumán N° 355, los changuitos del ayer, lo utilizan como camino alternativo, para buscar a los amigos cuando se debía jugar con los canutos y los serenos o bien para ir a la canchita a compartir el fútbol o algún otro juego. De ese conventi-llo, surge la figura gigante del amigo Kilo, quien desde la década del 50 vendía masitas en la cancha de Juventud Antoniana y en las procesiones; lo hizo hasta hace poco tiempo; se movilizaba en una bicicleta de reparto, debidamente preparada para instalar su negocio al paso. Todavía lo veo pasar con sus recuerdos a cuestas

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y su sonrisa luminosa. Una cuadra con mucho movimiento, espe-cialmente nocturno.

(Foto Archivo de La Gauchita) Calle Córdoba al 800, donde se ve la casa donde vivía el amigo ‘Kilo’ en la década del 50, cuadra llena de negocios nocturnos, hoy

hay hasta templos religiosos.

CÓRDOBA Y CORRIENTES – CÓRDOBA AL 900

En Córdoba 919, vivía el poeta Hugo Alarcón, una casa legada por sus suegros. Allí se realizó el casamiento en un patio lateral a cielo abierto, con pocos invitados, donde ofició de padrino Marino Fernández Molina, por esos tiempos era el director de programa-ción de LV9 Radio Güemes, La Voz de la tierra gaucha. Con Hugo compartimos muchos tramos de la existencia, en Salta, en Bue-nos Aires, cuando vivía en un departamento de la calle Charcas, hoy Presidente Perón, frente a la Peña El Hormiguero, fui testigo cuando escribía el tema ‘Es Quipildor el que canta’. Hugo era un hombre de escenario y cuando no había ninguno, lo inventaba im-provisando algo. Amigos desde su soltería, acompañé parte de su noviazgo, el casamiento y ya en la adultez, estuve a su lado hasta el momento final de su existencia. Su concuñado Benjamín Ávila, había sido mi compañero en el Seminario de Salta, y cuando ocurrió la Masacre de Palomitas, el 6 de julio de 1976, cayeron su concuñado Benjamín Ávila y su cuñada Celia Leonard, padres de cuatro hijos; también cayó en esa jornada otro compañero del Se-

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minario, el amigo José Póvolo. El dolor ingresó a su casa y Hugo y su esposa, con gran entereza, se hicieron cargo de esos cuatro inocentes niños, que habían quedado huérfanos. Decía orgulloso: ‘Viste, ahora tengo más hijos’. A pesar de todo seguía con sus sueños intactos, quería editar un diario y soñaba con un programa televisivo. Por suerte, quedaron sus canciones, que hablan de sus sentires y de su tiempo. Desde su escritorio con un ventanal que daba a la calle, el poeta veía pasar la vida y soñaba con un diario que refleje su tiempo. Al frente estaba el almacén de don Albi-no, quien antes había estado en la esquina de Lerma y Tucumán, como ya lo dijimos.

(Foto Archivo de La Gauchita) Calle Córdoba al 900, frente al auto blanco vivía el poeta Hugo Alarcón en la década del 60 y en la vereda del frente pasando el auto

rojo en la casa amarilla el ‘Almacén de Don Albino Bargardi’.

LERMA AL 700Dedicado a Pedrito Cachambí,

David Slodky y Charango Martínez.

Cada cuadra tiene su historia, la escribieron los vecinos que compartieron los espacios. En la esquina de Lerma y Tucumán, una vieja casona, donde vivía la familia Castelli, luego fue la sede del negocio Codisa de un conocido vecino de la cuadra, hoy es un espacio ocupado por oficinas de la administración provincial.

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En cada esquina un recuerdo

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Al lado, la casa de la familia Sastre, tenían dos bellas hijas: Nora y Silvia, que poco contacto tenían con la gente del barrio; al lado la familia Cruz, de donde salieron cuatro bravos muchachos que se destacaron jugando al fútbol como el Coya, que lo hacía en Comercio, el Pancho y Lamparita vistieron la camiseta de Juven-tud Antoniana; el Bicho, pintor de oficio, se destacaba como gran jugador de sapo; con esos muchachos compartían en el fondo de su casa, musicales asados de confraternidad los changos del ba-rrio; toda la familia se movilizaba los domingos para ir a la cancha a alentar a sus jugadores preferidos.

La casa siguiente era habitada por la familia Agüero, cuyo hijo, el Pocho Agüero era arquero de Gimnasia y Tiro y primo del Cha-rango Martínez, creció en el barrio entre deporte y guitarras.

Pegadito al pasaje Gauna y Lerma, tenía su ‘bulín’, el simpático Negro Edi, el mozo más conocido de los cabarets de Salta, que contaba con mucha gracia todas sus andanzas.

Un poco más adelante vivía el amigo Pedrito Cachambí, un joven concentrado, con aire intelectual, paseaba con su moto Za-nella de 125 cc., cuando los changos no tenían ni bicicleta. Lleva en su memoria la historia de Salta y cada momento de su tiem-po; ahora jubilado del Foro de Intendentes, seguramente escribirá toda su memoria que es rica y abundante.

Llegando a la esquina un hotel para la abundante gente que caminaba por el barrio; en la esquina de Rioja y Lerma, estaba el Hugo Paz, con sus traviesos negocios y una gigantesca picardía que lo acercaba a todos; era el hincha más importante de Juven-tud Antoniana.

En la otra esquina, de Lerma y Rioja, un hotel alojamiento, que a pesar de los años, aún existe. Entre el pasaje Gauna y la calle Tucumán, sobre Lerma, estaba la pizzería ‘La Catamarqueña’, la ma-drastra de Tomás ‘Tutú’ Campos, quien alentaba a los chicos que jugaban con los colores del barrio. Ante cada éxito deportivo, partido ganado, el plantel era homenajeado con una abundante pizzeada en su negocio. A su lado vivía el vendedor de frutas, un turquito al que los changos llamaban ‘Bigote Dulce’, un personaje que le ganó al olvido.

En la propiedad lindera, vivía la familia Fernández, cuyo hijo era elegante maestro de escuela, salía con su blanco guardapolvo

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a cumplir con sus obligaciones; su ambición y su perseverancia lo llevó a construir un emporio de poder con un negocio denominado CODISA, dedicado a vender artículos del hogar, llegando a ser una de las más importantes bocas de venta, pero todo es efímero y tuvo un final no feliz ni deseado este joven empresario.

Finalmente en la esquina de Tucumán y Lerma, estaba el al-macén de don Albino, donde todo se vendía suelto, la yerba, el azúcar, los fideos, el arroz; otorgaba el crédito de honor a través de la libreta; por esas épocas estaba de moda la yapa, que en este negocio, consistía, en caramelos ajíes para los niños y otros caramelos con versos del Martín Fierro; un gran mostrador de ma-dera, atrás del mostrador el pasillo para el almacenero y pegado a la pared, importantes muebles de madera, con cajones de gran-des dimensiones, con tapa, contenía cada uno un producto: yerba, azúcar, fideos de distintos tipos, destacándose los ‘pamperitos’; la balanza, el papel de estraza que se ponía sobre el plato de la balanza y con una cuchara de metal, que tenía cada cajón, se pesaba lo que había pedido el cliente. Por ejemplo, medio kilo de yerba, se medía el peso justo y se procedía a cerrar el paquete con una maestría asombrosa. Que hermosura era verlos trabajar a esos almaceneros del ayer con elegancia, simpatía y eficacia. En esa casa luego vivió el amigo Vaca con toda su familia.

(Foto Archivo de La Gauchita) Calle Lerma al 700, en la casa con ladrillos a la vis-ta, vivía Tomás ‘Tutú’ Campos cuando niño, década del 50, junto a sus mayores,

que tenían en ese lugar la pizzería ‘La Catamarqueña’.

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LERMA AL 800Dedicado a todos los descendientes

de don Juan Riera, una familia de trabajo.

(Foto Juan Oscar Wayar) Lerma y Tucumán, 1970. Almacén de don Chicho. Construcción de Codisa. Esta foto fue tomada en Lerma al 800 hacia el norte,

muy cerquita de la Panadería Riera, se ve la calle Tucumán que cruza.

Recuerdo la calle Lerma entre Tucumán y Corrientes, con al-gunos vecinos que habitaban la cuadra: en la esquina sureste de Lerma y Tucumán, primero había un almacén de doña Chona, en la década del 50 y luego habitaron esa casa la familia Etcheverry, matrimonio que tenía cuatro changos atléticos, con físicos de de-portistas destacados. Allí sonaban en las década del 60, en forma estridente las grabaciones de The Beatles, ya que eran admirado-res, de ese grupo conformado por George Garrison, John Lennon, Paul McCartney y Ringo Starr, desde Liverpool surgió en la dé-

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cada del 60, para sorprender al mundo y ejercer la más profunda influencia en la música de todos los pueblos. Estos hermanos eran fanáticos de ese grupo y lo disfrutaban a su manera. Uno de los hermanos, el Negro, invitaba a sus amigos a dar un paseo en co-che de plaza, al que alquilaba por hora y salían a dar unas vueltas, en esa movilidad tan usada por esos tiempos.

Siguiendo por esa vereda hacia la Corrientes, a mitad de cua-dra la casa de la familia de Héctor Quipildor, donde don Héctor Gómez, zapatero de oficio, tenía su pequeño taller, en una casilla de madera al frente de su casa. Héctor Quipildor fue compañero en la Escuela Julio Argentino Roca del autor de este libro y entre otros, de Orce, el Colorado Héctor López, el Rengo Pecci, Ricardo López y muchos otros.

Al lado, una gran carbonería, con un importante galpón, don-de la vecindad se proveía de este combustible tan popular y usa-do por todos; el carbón se vendía en grandes bolsas de 40 kilos, generalmente se transportaban en carretillas; ese carbón servía para la cocina de leña y carbón y para alimentar el brasero, modo de calefaccionar la casa y también para preparar el asado. El brasero en tiempos de invierno, era el centro de reuniones, don-de se juntaban todas las generaciones, abuelos, hijos, nietos, tíos, primos, a compartir una mateada los grandes y los chicos tomaban mate cocido o bien se preparaban un ‘chilcán’, harina cocida con agua caliente o leche, un manjar muy codiciado en-tre los menores y también entre los grandes. Allí, aparecían los cuentos, las leyendas, que le ponían emoción a las reuniones y producían miedos y temores.

Por la vereda del frente, dos familias reconocidas: los Torres y los Alemán, entre muchas otras. Ya llegando a la Tucumán, otra carnicería, en su vereda una morera obsequiaba a los changos exquisitas moras negras, que pintaban las bocas y las manos. En la calle de tierra, cuando llegaba el verano y aparecían las lluvias, se armaban charcos de agua, después de un tiempo se ponían verde y se llenaba de sapitos con cola; la inocencia jugaba, cada chico con su tarro, a ver quien juntaba más sapitos con cola. Era la diversión de la gente marginada, la que utilizaba todo lo que la na-turaleza le prestaba para dibujar su fiesta. ¿Era más cruel aquello o este tiempo de máquinas híbridas?

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Lo más destacado de la calle Lerma al 800, era la Panadería Riera, atendida por sus dueños, don Juan, el de la zamba, que le hicieran Manuel J. Castilla y el doctor Gustavo ‘Cuchi’ Leguiza-món, quien en persona le ponía su ternura y su buena atención; a los chicos los malcriaba con sus yapas, normalmente consistían en sabrosos ‘mantecados’; contaba con una gran clientela, ya que sus especialidades como el pan cacho alemán malteado, el por-teño, el pan francés, tortillas, pan dulce y los solicitados bollos de semita de 40 centímetros de diámetro, lo venían a buscar desde barrios muy alejados. Secundaban a don Juan sus hijos Hugo, Ermes, Floreal, Juan José ‘Chorito’ y algunas de sus hijas como la Themis; este negocio ya había tenido domicilios anteriores, como la Urquiza, a media cuadra del Mercado San Miguel, en la calle Pellegrini, entre San Juan y el pasaje Sargento Cabral, a la vuelta de donde vivía el poeta Manuel J. Castilla.

(Foto Juan Oscar Wayar) Juan Riera, panadero. Un luchador anarquista que fue inmortali-

zado por la zamba que le com-pusieron el poeta Manuel J.

Castilla y el gran músico doctor Gustavo ‘Cuchi’ Leguizamón.

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En esa panadería, todos los años para el carnaval, se organi-zaban las murgas; tenían como cacique principal al Ermes Riera, quien le ponía toda su bravura. Corría el año 1955, cuando se organizó la primera, se denominó ‘Piratas del balneario’, en ho-menaje a esa colosal obra que era orgullo de los salteños y se constituyó en una de las piletas de natación más grande de Lati-noamérica; esos piratas llevaban barcos, construidos con los gran-des canastos de panadería, debidamente ornamentado con velas y banderas, simulaban las embarcaciones piratas, en ese año to-davía se desfilaba alrededor de la plaza 9 de Julio, con un marco imponente de público y cuando las agrupaciones pasaban frente a la catedral, se llamaban a silencio, para continuar con su música, cuando llegaban a la calle Mitre, de los balcones tiraban serpen-tinas y se jugaba con agua perfumada, que se vendía en pomos de plomo, tiempos pletóricos de alegría para un pueblo sencillo; luego vinieron otras murgas, agrupaciones carnestolendas como ‘Bajo la carpa del Circo’, ‘Muchachos de Ultratumba’, y otras cua-tro formaciones más, siempre ganadoras del primer premio en los corsos de Salta, que desfilaban ya en la avenida Belgrano con Boulevard arbolado, donde se cumplía un circuito de ida y vuelta desde Sarmiento hasta Pueyrredón. Durante los días del carnaval, luego del almuerzo, se empezaban a acercar los integrantes con sus respectivos atuendos o disfraces, al que había que agregarle una tarjeta bien visible, que otorgaba la policía de la provincia de Salta, para identificar al disfrazado. La juntada llenaba de entu-siasmo la calle Lerma al 800 y una vez completada la formación, se salía a desfilar por los distintos barrios de Salta, para ofrecer su canto y su baile, en la puerta de quienes lo solicitaban; esto se hacía, para recaudar un poco de dinero, que ayude a soportar el costo de la vestimenta de la agrupación. Se deambulaba por la ciudad hasta la hora de presentarse en el corso principal. Salta era una fiesta y los vecinos se adherían a tamaña algarabía; cierta do-sis de inocencia se sumaba a la necesidad de buscar capítulos de alegría. La gente, con mucho menos que ahora, parecía más feliz y se respetaban los valores humanos; en las familias, los ancianos comandaban los afectos y el estilo. Los roles estaban bien diferen-ciados entre padres, hijos, abuelos, porque cada cual atendía su juego y la vecindad era una prolongación de la casa y los afectos. Cuantas cosas han cambiado en tan poco tiempo.

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(Foto Juan Oscar Wayar) Corso en avenida Belgrano en 1979. El corso se hacía ida y vuelta, por cada mano de esta importante arteria de la ciudad de Salta. Ini-

ciaba en la avenida Sarmiento y avanzaba hasta la calle Pueyrredón y regresaba.

(Foto Juan Oscar Wayar) Avenida Belgrano con boulevard. Banco La Nación, Tienda La Mundial. La arboleda le daba un aspecto distinto. Se observa un auto-

móvil, doblando hacia el norte, por Mitre hacia la calle Güemes.

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LA PARTIDA DE ERMES RIERA

Partió hacia la eternidad el querido amigo Ermes Riera, quien se fue al encuentro de su compañera Gloria, adelantada en un año a su partida. No pudo soportar su ausencia a pesar del afecto y las atenciones de sus hijos. Se fue un campeón de la amistad. Un hombre que le puso nervio a su existencia para estar en muchos lugares a la vez, con alta responsabilidad. Fue dirigente del Club Pellegrini, de la Cámara de Panaderos, de la Cooperativa Popular Salta de Créditos, de la Cámara de Empresarios. Se deleitaba con sus amigos a quienes recibía con gran generosidad. Compartió con el Cuchi Leguizamón, con Manuel J. Castilla, con el Dúo Sal-teño y con mucha gente de la bohemia de Salta. Lo recuerdo en la Panadería Riera de la calle Pellegrini, casi esquina San Juan, a la vuelta del pasaje Cabral, donde vivía el poeta Manuel J. Castilla.

Luego lo disfruté más en la cercanía cuando se instalaron con su negocio en la calle Lerma al 800, entre Tu-cumán y Corrientes. Calles de tierra, por donde pasaban los changuitos de ese barrio entre los que sobresalían el Tutú Campos, el Canguro Pizarro, el Charango Martínez, el Osito Cruz y sus hermanos Coya, Bichito y Lam-parita Cruz. A principios de la década del 50 Ermes se dedicó a la industria de las murgas del carnaval, siendo la primera ‘Los Muchachos del Balnea-rio’, dedicado a esa gran pileta que se inauguraba para alegría de Salta. El director de la revista La Gauchita fue el responsable de llevar el barquito de los piratas, en el corso de la plaza 9 de julio. Durante 7 años salió con el primer premio de murga de los corsos salteños. Una verdadera industria del barrio, que tenía como cacique prin-cipal al querido Ermes, aún soltero.

Ermes Riera.

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Recuerdo toda su familia, sus padres, hermanos, crecían unidos junto al trabajo.

Se fue Ermes y dejó un sello profundo en la sangre de sus hi-jos. Ellos quedaron agradecidos de tanta entrega y tanto ejemplo de amor. Es imposible nombrar a toda la gran familia Riera, pero dejo estas palabras de homenaje a sus hermanos y a sus hijos Aida, Silvina, Federico, Sonia y Juan. En ellos nuestro afecto a todos y a recordarlo con alegría.

Foto de 1965 cuando Ermes Riera le entrega un reconocimiento del Club Atlético Pellegrini a la figura del partido Sergio Rubén Costello.

Don Ermes Riera, el hijo del legendario Juan ‘Panadero’, fue vicepresidente del club azulgrana en los años 1971- 1972.

PASAJE GAUNA ENTRE LERMA Y CATAMARCA

El pasaje Calixto Gauna, entre Lerma y Catamarca, tiene re-cuerdos perdurables en la mente de muchos hombres, que ayer fueron niños, porque han quedado grabados, como el que dejó el gaucho José Soria, quien vivía con su familia, en la vereda sur del pasaje; tenía carros, caballos y se dedicaba a la venta de áridos que extraía del río y repartía entre su clientela; era un oficio duro, todo a fuerza de pala; cargar el carro en el río, con la arena, el ripio

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o la piedra que le solicitaban y luego descargarla en el domicilio del cliente; era hombre de a caballo, un gaucho de ley, quien con su esposa Elena tenían muchos hijos: Carmen, Carlos, Yolanda, Saso, Miguel, Roberto, Julio, Dora; en sus horas libres este gau-cho simpático era pintor letrista, confeccionaba carteles para los negocios, como el que le hizo a restaurante Don Bartolo, mostran-do dos elegantes gallos.

Al lado tenía su casa, la familia Delgado, con varios hijos, uno de ellos Adolfo Delgado, buen jugador de fútbol, hizo todas las in-feriores en Juventud Antoniana y alternaba en la primera división, junto a otros changos del barrio.

Otro ejemplo de tesón era el peluquero Rodríguez, casado con Haydée Corbella, tuvo una prole numerosa, incluye a Delia, Juan Eudas, Angélica, Herminio, Ramona, Celia, Eugenio, Asunción, César, María Cristina. Construyó su casa desde la nada, cuatro esquineros, cerrados con lonas, pintadas de cal, fue el origen de la casa y así empezó a avanzar, haciendo primero el salón para su peluquería, luego una confortable casa, con espacios bien ai-reados y una hermosa terraza, que era envidia para la época. Su temple se lo transfirió a los hijos y el oficio de peluquero a casi to-dos; pero como además era músico, también les enseñó el secreto de cada instrumento y su casa se convirtió en un conservatorio privado, con los hijos aprendiendo la guitarra, el acordeón a piano, el violín, el saxo, el clarinete, la batería; el peluquero mejoraba su ingreso con la música, porque había formado una orquesta típica, salía a actuar donde le pedían, lo que garantizaba otro dinero. Sus hijos, una vez formados, hicieron su camino, poblando en otras regiones de la patria.

En la vereda norte del pasaje, cerca de la calle Lerma, estaba el almacén de don Calatayud, familia con varios descendientes. Vecinos muy estimados de la cuadra. Justo al lado de ese negocio, comenzaba un gran baldío que llegaba hasta la calle Catamarca. Los changos del barrio, lo limpiaron y luego le pusieron arcos de madera y construyeron su canchita. De allí salieron muchos crack del fútbol de Salta. Allí se organizaban campeonatos relámpagos, porque en una o dos jornadas se determinaba un campeón. Cuan-do eso sucedía, concurría buena parte de la vecindad a presen-ciar la puja deportiva. Allí lo vimos jugar de N° 7 a Tomás ‘Tutú’ Campos, con habilidad y rapidez y a muchos otros changos como

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‘Pocho’ Agüero, ‘Charango’ Martínez, ‘Lamparita’ Cruz, ‘Canguro’ Pizarro, el ‘Coya’ Cruz, ‘Quito’ Ruiz, Francisco ‘Panchito’ Cruz, el ‘Negro’ López, Adolfo Delgado, Eduardo ‘Gringo’ Ceballos y mu-chos changos más. El avance de la ciudad borró los recuerdos, con lindas casas que se construyeron en ese predio.

Tucumán al 200 ENTRE LERMA Y CATAMARCA

La calle Tucumán entre Lerma y Catamarca, donde vivían entre otras familias, la de los Sángari; tenía esa cuadra un per-sonaje que ha marcado a los niños del barrio, era un tano zapa-tero, otro zapatero más en el barrio, porque los calzados eran de cuero verdadero y ameritaban repararlos; este zapatero, era además un artista, modelaba en yeso máscaras de monstruos o de reconocidos personajes de revistas; una vez esculpido el rostro en el yeso, tomaba algunos papeles de diario humedecido y lo prensaba sobre el rostro esculpido, hasta que tomaba todas las formas, luego abría el espacio de los ojos, hacía los dos agu-jeros laterales para poder colocar un piolín que lo sostenía, pero antes lo pintaba con gracia y contraste; terminadas las caretas, las colgaba en su zapatería, para tentar a los chicos con sus arte-sanías. Todo ingenio para hacer un negocio y para ponerle color al carnaval de Salta. Premiaba a los chicos del barrio, haciendo el canje de una careta por un kilo de papel de diario que el menor aportaba. Cada uno hacía su negocio.

En Catamarca y Tucumán, había un dispensario, para atender los problemas de salud de la barriada; funcionaba como salita de primeros auxilios y atendían médicos de distintas especialida-des. Esa hermosa esquina todavía está de pie, se alquilaba o era de la provincia o el municipio?. Muchas preguntas surgen al ver los edificios públicos en el ayer, hoy en manos privadas.

LA CANCHITA DE CORREOSEl 10 de agosto de 1917, se fundó como Escuela de Arte y

Oficio, comenzó a funcionar en la calle Buenos Aires 269, de la ciudad de Salta, entre avenida San Martín y Urquiza. Con el tiem-

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po se transformó en la Escuela de Educación Técnica N° 5138 ‘Alberto Einstein’, cuyo edificio está en Tucumán 505. Estos datos reflejan el presente de esa esquina.

En la Salta del ayer, esa media manzana era popularmente conocida como la ‘Canchita de Correos’, su estadio oficial, donde jugaban las divisiones inferiores y los veteranos federados. Una canchita sin puerta, con acceso libre, donde los changos del barrio jugaban sus diarios partidos.

También era el lugar adonde llegaban parques de diversiones como el del ‘Dr. Chalita’ con su Politeama Park, o bien, circos in-ternacionales, convocaban a familias enteras; también traían los cines rodantes, con películas mudas que movilizaba a grandes y chicos, con sus sillas y banquitos, al que además concurría el ven-dedor de maní y otros vendedores de golosinas.

Los chicos que concurrían a la Escuela Presidente Julio Argen-tino Roca, la utilizaban como escenario de las peleas prometidas en la escuela, cuando dos rivales se decían ‘a la salida te espero’.

Sobre la calle Buenos Aires, en lo que sería la actual vereda, crecían por aquel entonces unos arbustos, que los deportistas, lo utilizaban como camarines para cambiarse la ropa.

Al frente, sobre la calle Buenos Aires, vivía la familia Plaza, tuvo una prole numerosa entre los que rescato a Tito, Rubén Darío y José Edgardo, estos dos últimos contadores públicos nacionales y el último, también fue gobernador-interventor de Salta, sucedien-do al capitán Ulloa.

En la esquina de Buenos Aires y Corrientes, el bar de los Tu-ranza, por mucho tiempo fue el escenario o punto de encuentro de los parroquianos del barrio. Cuántos recuerdos en sus espacios, cuántas historias nostalgiosas de Salta.

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(Foto Archivo de La Gauchita) Escuela de Educación Técnica, con sede en el predio que se denominaba ‘La Canchita de Correos’, en la década del 50.

LA ESCUELA ROCA – TUCUMÁN Y BUENOS AIRES –

Los mejores recuerdos de la Escuela Presidente Julio Argenti-no Roca de la década del 50, con un selecto grupo de maestras, ponían lo mejor de sí para la formación de los chicos.

La impactante figura de la directora de ese tiempo, parada en la puerta del establecimiento a las 7.45 horas, esperando al alumnado y observando minuciosamente a cada niño que ingre-saba; lo hacía con celo maternal, con vocación de servicio, con firmeza, pero con afecto.

Todo se vivía intensamente, hasta las clases de agricultura, donde cada niño se familiarizaba con la vida vegetal; un modo de reconocer el mundo circundante.

El calendario de las fechas patrias, se lo programaba con mu-cho tiempo; los 25 de Mayo, los 20 de Junio, los 9 de Julio, por

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nombrar algunas, eran fechas esperadas con ansias. Se practi-caba la marcha del desfile, con mucha antelación, con el paso marcial que se imponía.

Algunas de las maestras que se recuerdan, la señorita López, vivía en el pasaje Aguado, casi esquina Alberdi, quien llegaba con una figura geométrica irregular, en una ficha casera para cada alumno, con el dato de alguno de sus lados y nos pedía que saquemos su área; la señorita Wilde, maestra jovencita, es-trenando título, su casa en la calle Tucumán al 440, quien nos inclinó a la lectura; la señorita Marocco, madre de todos los diri-gentes políticos, era maestra de labores; la señorita Costilla de la calle Jujuy, casi esquina Rioja, nos recibía en su casa, en horario no escolar, para ayudarnos a hacer los deberes y para sacarnos las dudas de lo enseñado. Maestras que trabajaban por el sala-rio, pero también por el placer de enseñar y ser herramienta de desarrollo.

Entre los compañeros, recuerdo de ese mágico tiempo: Rubén Walter Pizarro, en grande se dedicó a cantar folklore y luego inte-grando grupos de música moderna; Ricardo López, quien desde joven descubrió su vocación de imprentero, aprendido en los dia-rios de aquel entonces, oficio en el que perdura; Raúl Ale, hijo de un almacenero, vivía en Corrientes y Pellegrini, quien aprendió de sus hermanos mayores los secretos del transporte público, donde cumplió funciones hasta su final; Mariano Solá, vivía en la calle Buenos Aires, antes de llegar a la San Juan, hizo carrera en el Banco Provincial de Salta, donde llegó a ser su gerente gene-ral y también presidente del directorio; Juan Burgos, vivía en la calle Jujuy esquina Corrientes, aprendió de sus mayores el oficio de comerciante y en esa ocupación se encuentra en el rubro gas-tronómico; Federico Núñez, vivía en la calle Buenos Aires, entre Rioja y San Luis, se recibió de médico y trabajó en ese domici-lio hasta su muerte; Miguel Ángel Arroyo, hijo de un reconocido ebanista, hermano de Julio Arroyo, vivían en San Luis y Santa Fe, se recibió de médico y se especializó en Europa y en Japón; Sergio Troncoso, se jubiló en la Municipalidad de Salta, electri-cista de oficio, hasta su muerte; Quito Ruiz, vivía en San Luis y Lerma, donde su padre tenía el restaurante El Deportista, lugar donde Quito encontró la muerte, en el momento justo que era un jugador ídolo de Juventud Antoniana; Manuel Pecci, inquieto

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compañero; Carlos Elbirt, quien se recibió de Contador Público Nacional, y que culminó como gerente del Banco Mundial, con sede en Washington, EEUU; el Yuyo Marocco, inquieto dirigente de Salta, con numerosos hermanos; Oscar Garín, especialista en semiejes. También pasaron por esa escuela: los hermanos Fe-rreyra Irigoyen, Tito Rodríguez, Rosa Gallardo, Alfredo Narváez, Mario Rubio, María Clitori, Perico D’Anunzio, Héctor Quipildor, Antonio Lávaque, Juan Russo, Héctor Gómez y muchos más.

(Foto Archivo familiar) En la Escuela Julio Argentino Roca, 5° grado, año 1958, con la señorita Costilla, el nombre de algunos compañeros que recuerdo: desde arriba hacia abajo, de izquierda a derecha, Juan Russo, López, Lescano, Keko Arias; en la segunda línea: Juan Burgos, uno que no recuerdo, Raúl Ale, Hino-josa, Quipildor, Eduardo Ceballos, no recuerdo el próximo y Lávaque; entre las

niñas rescato algunos apellidos: Rosa Gallardo, Mirta Cabrera, María Clitori.

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(Foto Juan Oscar Wayar) Escuela Roca, 1948.

LA CANCHA DE JUVENTUD ANTONIANA

(Foto Archivo de La Gauchita) Foto de los últimos tiempos de la sede antoniana.

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(Foto Archivo revista La Gauchita) Cabinas de transmisión del estadio Fray Hono-rato Pistoia, un curita franciscano, hincha fanático del equipo santo, que engala-

naba la cancha con su presencia. Una multitud acompañando al equipo.

Hablar del Centro Juventud Antoniana es hacerlo de un impor-tante barrio de Salta. Fue fundado por la Orden de los Francis-canos, el 12 de enero de 1916. El padre Enrique Giaggini era el Guardián del Convento San Francisco y fue uno de los gestores en pedir la autorización para la fundación al Obispo de Salta, mon-señor Gregorio Romero. El acta fundacional fue redactada en la-tín clásico, en Italia, por los superiores de la Orden Franciscana, pasando antes por las autoridades eclesiásticas de Salta. Al prin-cipio era un centro cultural, donde se enseñaban danzas, bailes tradicionales, teatro y deportes. Funcionaba en el predio de los franciscanos en la calle Caseros entre Lerma y Córdoba.

Luego de arduas gestiones logran el terreno, la manzana tiene como límites las calles Lerma, San Luis, Catamarca y La Rioja. Esa cancha se inauguró el 24 de mayo de 1931, en un partido ante Estudiantes de la Plata, al que venció Juventud por 2 goles

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a 1. Estaba cercada con alambre tejido, al que cubrían con lona de arpillera, pintada con cal, procedimiento que se realizó hasta la década del 50, en que empezaron a levantarse las paredes peri-metrales.

Desde su primer presidente, el ingeniero Alfonso Peralta, hubo un arduo esfuerzo de parte de muchos dirigentes que pasaron por el club como el ‘Colorado’ Martorell, el coronel René Sánchez, La-fuente, Pinky Alurralde, Rafael Ale, Sergio Cansino, Nicanor Miran-da, el padre Celso Molina, Rubén González, Miguel Isa, Francisco Cornejo hasta llegar al actual presidente, José ‘Pepe’ Muratore. Cada uno aportó lo suyo para construir esta historia.

El Centro Juventud Antoniana fue el primer equipo salteño en llegar a Primera División del fútbol argentino en el año 1971, ju-gando en esa categoría en los años 1973, 1975, 1978, 1983 y 1985, vale decir en 6 ocasiones. Además estuvo varios años en la Primera B Nacional.

El primer campeonato oficial de la Liga Salteña, lo gana en 1928. Fue el equipo que más veces ganó el Confraternidad, incluía clubes de Jujuy y Salta, ya que logró el título de campeón en 4 oportunidades.

En estos momentos la entidad construyó ‘El Paseo de la Fa-milia’ sobre calle Catamarca entre San Luis y La Rioja, con los sabores de la cocina sabrosa de Salta. Por decisión política se restituirá el canchón municipal de calle Catamarca entre San Luis y La Rioja, al Centro Juventud Antoniana, para que proyecte nue-vas actividades.

Honorato Pistoia, el padre Director del San Francisco, era un permanente asistente a los partidos de Juventud, al que alentaba con toda pasión. Se ganó el cariño de los antonianos, por eso el estadio lleva su nombre, premiando tanto cariño recibido.

ALGUNOS NOTABLES JUGADORESLa historia deportiva del Centro Juventud Antoniana se debe al

notable desempeño de muchos de sus jugadores históricos, en-tre los que se destacan Ricardo ‘El Tuerto’ Adet, del que se tenía una hermosa foto en los vestuarios bajo los eucaliptus en la calle

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Lerma; don Vicente ‘Bichi’ Arancibia formó parte del elenco por mucho tiempo; el ‘Negro del agua’ Juárez, brilló en la década del 30; algunos que integraron el Juventud Antoniana, campeón del 57: el Negro Valdez al arco, Buffil de número 2, Juanito Martínez en el mediocampo, el santiagueño Tarchini de número 7, Corba-lán el centrodelantero gran cabeceador que venía de El Carril y el Pistola Dimarco, cada tiro libre era medio gol antoniano; el Caballo Lera, mediocampista temperamental; el ‘Autito’ Torres no se can-saba de hacer la ‘bicicleta’ en el área rival, un petisito que le ponía elegancia, alegría y goles; el recordado ‘Patita’ Guitián, excelente número 8; el Chacho Echenique, tiempo después integrante del Dúo Salteño, quien jugaba de N° 5 y clavaba sus goles al ángulo desde la media cancha y siguió su carrera por San Lorenzo, Lanús de Buenos Aires y otros equipos de Mendoza y Tucumán; en la dé-cada del 60 brillaron entre otros: Héctor ‘Quito’ Ruiz, vivía en la es-quina de San Luis y Lerma, jugaba de 11 y tenía mucha habilidad y buena gambeta; los hermanos Francisco ‘Panchito’ Cruz que se desempeñaba en la defensa y ‘Lamparita’ Cruz, un delantero de gran velocidad y alta picardía; el consagrado Oscar ‘Coya’ Miran-da, un 10 de lujo, tomaba la diagonal hasta el gol, un verdadero ídolo; el ‘Negro’ López, vivía en Lerma y el pasaje Calixto Gauna, un arquero que fue protagonista por muchos años; a finales de la década del sesenta y principio de la del 70, aparecieron jugado-res de la talla de Pablo de las Mercedes Cárdenas, luego jugó en Racing, en Unión, en la Selección Argentina; el santiagueño José Artemio Luñiz, hizo un gol histórico en la cancha de River en el año 1971, poniendo en ventaja al equipo de Salta en el primer tiem-po, también vistió la camiseta de Central Norte; Juan Carlos Rico, con buena presencia en el medio campo; Juan de Dios Laguna, el número 2 por excelencia; el ‘Colorado’ Pedro Albornoz, férreo defensor; el ‘Ardilla’ Rivero, gritaba goles todos los domingos, ha-bilidoso número 9; el arquero santiagueño Abelardo Iñiguez, des-pués del servicio militar se quedó en Salta, para defender el arco antoniano; Raúl Palavecino, un goleador de raza, hoy destacado contador público; Sergio ‘Apolo’ Robles, delantero efectivo, tam-bién jugó en Boca Juniors y en Newells Old Boys de Rosario de Santa Fe; el ‘zurdo’ Lescano, aportó lo suyo en los campeonatos nacionales; en otras generaciones la historia del Centro Juventud Antoniana, fue escribiendo nombres que quedaron en la memo-ria popular como: el arquero ‘Pelao’ Omar Vargas; Marcelo Cil,

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con goles festejados en su haber y hoy destacado profesional con función pública; Carlitos Cil, inquieto delantero; Néstor ‘Pichichu’ Colque, figura notable en el medio campo; José Antonio Valdivie-zo, arquero de grandes momentos; Rodolfo ‘Puma’ Garnica de muchos goles y alegrías; Ricardo Aniceto Roldán y Luis ‘Guacha’ Flores, dos mediocampistas con mucho temperamento; Eduardo Kuleza, pura fuerza y fibra; ‘Motoneta’ Gómez, wing derecho como los de antes, de velocidad asombrosa y gran efectividad; Ochoaiz-pur presencia en media cancha; en la defensa se destacaron el ‘Oso’ Gustavo Vera y el flaco Martín Lígori; José Luis López, tem-peramental defensor; Sergio Balmaceda, otro destacado defensor; Juan Mamaní, puso su fuerza; muchos de estos nombres fueron protagonistas de los 44 partidos invictos entre 1988 y 1989, un verdadero récord nacional, dirigido por el técnico Juan de la Cruz Kairuz. Se siguen escribiendo nombres antonianos: Miguel Ángel ‘Pichi’ Velarde, exquisita gambeta y picardía; Nelson Javier Ma-rín, férreo en su marca; Sergio Enrique ‘Tahuichi’ Albornoz, Raúl Iturrieta, Mauro Laspada, Walter ‘Cocola’ Mamaní, Pablo Dolinski, Cristian Alfaro, Marcos Navarro y muchos otros que escapan de mi memoria. Nombramos a quienes consideramos la base del actual plantel antoniano: Juan Pablo Cárdenas, Ricardo Gómez y Gus-tavo Balvorín.

Breve historia de un club, un barrio, lo vio crecer en su esta-dio y en sus logros deportivos. Desde aquellas lonas con cal de los domingos, vienen los recuerdos de la fiesta, bajo los eucalip-tus, cuando los vestuarios estaban bajo la tribuna; allí atrás de las tribunas, la cancha de básquet, daba a la calle Lerma, además servía para el espectáculo, por ejemplo, cuando actuó al cantor de los cien barrios porteños, el doctor-cantor Alberto Castillo; una evocación especial para los hermanitos sordomudos, los caseros de la cancha, la cuidaban con mucho celo; por la década del 50 en la cancha de Juventud, vimos hasta corrida de toros, al estilo de España o de México, cuando la puerta principal estaba en la calle Lerma, a media cuadra entre Rioja y San Luis, al frente de lo que era la comisaría cuarta. En lo deportivo Juventud tenía va-rios clásicos: con el Club Correos y Telecomunicaciones, el clásico del barrio; con Gimnasia y Tiro, el de los más prestigiosos clubes; con Central Norte, el clásico por excelencia, demandaba gran en-tusiasmo para acompañar estos partidos. Un ayer, en Juventud, siempre es presente, porque es pasión histórica de su barrio.

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(Foto Juan Oscar Wayar) Jugadores de juventud en su cancha, año 1977.

(Foto Archivo de La Gauchita) Foto histórica: Pinky Alurralde, presidente de Juventud, otro directivo, Pablo de las Mercedes Cárdenas,

Apaza, Marrupe y Gonzalo, década del 70.

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LERMA Y SAN LUIS

En la esquina de Lerma y San Luis, diagonal a la cancha de Juventud Antoniana, estaba el bar-restaurante ‘El Deportista’, de la familia Ruiz. Eran fanáticos del equipo santo y se comían ricas empanadas. Uno de los hijos de esta familia era Quito Ruiz, com-pañero de la escuela primaria, en la Escuela Julio Argentino Roca. Juntos jugábamos en las divisiones inferiores de ese club de Sal-ta y Quito logró constituirse en una figura reconocida del plantel, jugando de N° 11, con una gambeta que era muy festejada. Otro compañero de escuela era Russo, cuya familia vivía en la calle San Luis frente a la cancha, por aquel entonces, tenía un alambra-do circundante en todo el predio; por eso los domingos, se ponían lonas de arpillera, pintadas con cal para no permitir ver el partido desde la calle. Qué lindo ver el estadio repleto de emocionados hinchas cantando a su equipo durante todo el partido, en un clima de alta camaradería porque todos se conocían. Con la dirección de mi hijo Vicente Ernesto Ceballos, el Centro Juventud Antonia-na, tuvo la revista ‘Fuerza Antoniana’, donde colaboraba junto con otros amigos.

(Foto Archivo de La Gauchita) La esquina de Lerma y San Luis, donde está el estadio antoniano y en forma diagonal estaba

el restaurante ‘El Deportista’ de la familia Ruiz.

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GENERAL MOSCONI ENTRE FLORIDA E ITUZAINGÓ

Los recuerdos que afloran de la calle General Mosconi, conti-nuación de la Coronel Vidt, entre Ituzaingó y Florida, dibujan es-tas evocaciones: comenzando por la vereda de Ituzaingó hacia Florida, lo primero que se recuerda es a una familia italiana, tenía una hija a la que le decían Pina y era amiga de Raquel Corbella y siempre participaba de los juegos de la infancia; un poco más hacia la Florida tenía su casita un turco que fabricaba caramelos artesanales y tenía tres hijos: Rafael, Roberto y Teresa; pasando el pasaje la casa del amigo Prudencio y llegando a la calle Florida, frente a una frondosa morera, la casa del ‘Opa’ Gerardo, cariño-samente llamado por sus amigos, porque era el opa metegol, lo hacía sobre un cartón, donde dibujaba los jugadores, ponía los arcos y se jugaba con un botón y un lápiz, para mover el botón, el balón del juego.

Por la vereda del frente, en la esquina con la calle Florida, el viejo almacén de don Chermulas, el padre de Stamatios Stabros Chermulas, de Nicolás Chermulas, de Meri Chermulas, familia de origen griego, han tenido una fuerte presencia en la sociedad sal-teña. Justo en esa esquina, al lado del almacén, había un sifón, traía agua de río, donde los changos solían pescar.

Al lado en esa misma vereda, la casa de don Escribas, el bici-cletero, el papá del poeta Luis Antonio Escribas; a continuación la familia Cansinos, su vereda cubierta por una enredadera, también familia numerosa; más adelante vivía el bandoneonista Zuluaga, quien retornaba de sus actuaciones cuando los chicos iban a la es-cuela; al lado la familia Rivero, todas casas con fondos generosos de árboles frutales y huertas.

Un capítulo especial la casa del pasaje General Mosconi N° 153, donde el autor de este libro, pasó parte de su infancia, ya que la casa le pertenecía al matrimonio de Cholita y Alejandro Corbe-lla, tenía como herederos a Raquel y Rubén, con quienes pasé imborrables momentos de la mejor época de la vida. En el fondo de esa casa había tres variedades de duraznos, priscos, japone-ses y amarillos, todos ricos, se ofrecían generosos y una mora negra, verdadero placer. Corría el año 1957, cuando residía con

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mi familia en ese domicilio, en un barrio, que tenía su canchita, al frente, a un costado del actual pasaje; en sus veredas, en las no-ches de primavera y de verano se armaban las rondas infantiles, juntaban a todos los chicos del barrio, ante la atenta mirada de los mayores, controlaban sentados en las veredas. Al lado, había una vieja construcción, donde habitaba un hombre solo, don Torres, aislado del mundo.

(Foto Archivo familiar) Año 1957, patio de la casa de la calle General Mosconi 153, con los primos Raquel y Rubén Corbella y el autor de este libro.

A continuación estaba la casa de los Tolaba, donde vivía el ami-go Tino; en su casa tenían un damasco, la envidia del barrio, por sus colores y sus fragancias. Pasando esa propiedad, la vereda se ensanchaba grandemente, porque allí había una construcción de veredas altas, donde residía, con su familia, una maestra, ayuda-ba a todos los niños del barrio con sus saberes.

La vereda alta, continuaba hasta la esquina de Ituzaingó, don-de estaba el boliche de don Figueroa, la gente lo bautizó ‘La vere-da alta’, un almacén con poca mercadería, pero mucho vino, para atender a los gauchos, que se llegaban para calmar la sed, luego de cumplir con sus tareas. En los palenques, los criollos ataban

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sus caballos y se entregaban a tomar un trago, armonizado con buena música que interpretaba algún fueye carpero, una guitarra y el infaltable ‘Opa Batata’, que le pegaba fuerte a los cueros. Quedó en la memoria como una esquina nostálgica de Salta. Por ahí, lo encuentro al Ñato Figueroa, hijo del bolichero para recordar las co-sas de aquel tiempo. Ahora vive en Cachi ese amigo de la infancia.

HIPÓLITO IRIGOYEN AL 1200 – VILLA LAS ROSAS

A principios del año 1957, me instalé con mi familia en Villa Las Rosas, en la avenida Hipólito Yrigoyen N° 1293, era el fin de la ciudad de Salta. Toda esa zona había sido el basural, los ami-gos decían que me había ido a vivir a la quema. Calles de tierra, tenía en esa avenida a los siguientes vecinos desde la avenida Artigas hacia el centro; la primera casita era de la familia Rivada-neira, procedentes de Angastaco; luego la que habitamos con mi familia; después la casa de Francisco Chica, con una empresa de transporte, donde vivía con su esposa y sus dos niñas; más ade-lante la familia Ramírez, cuya cabeza principal era un suboficial de Gendarmería, con su esposa y sus tres hijos: Roque, Carlos y Teresa; una familia de porteños en la otra casa; pasando un corto pasaje, la casa habitada por Elva Fernández y su madre, donde hoy hay un hotel; a continuación la vivienda de una vieja dirigen-te del justicialismo, con su familia de apellido Romero; en la otra propiedad la familia Rey, con un gran árbol en la puerta, donde vivían muchos jóvenes: Buby, Noni, Mechela, Thedy y un tío que los acompañaba; al lado, la familia Santillán, de donde rescato los nombres del Negro Carlos y de Miguel, luego fue profesor de filo-sofía en la Universidad Nacional de Salta y su hermana Margarita; a continuación la familia Romero; luego la familia Tondini, matrimo-nio de puertas abiertas, siempre presentes en las inquietudes del barrio, entre los hijos: Carlos, Fredy, Raúl, Marcos, Ivonne, quien después se casó con Hugo Giménez, formando el Ballet Salta, pa-seando su danza por el mundo; a su lado, la familia Gómez Diez, de donde proviene el amigo ‘Pulguita’, destacado docente de Sal-ta; una casa con un bello jardín a continuación que la gente decía de Galli; en la esquina la familia Rosas, donde vivía Emidio, hábil en la construcción de autitos de carrera tirados a pulso con un piolín; entre otros vecinos, se recuerda a los Armella, a la familia

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Longo, de donde salió el cantor Jorge Longo, que fuera integrante de Los Nombradores y luego solista; la familia Lauría, todos sobre la avenida; en las calles interiores se evoca a la familia Villarreal, la familia Orquera, Heredia, la de Walter Spode, la de Julio Taboada, hoy el panadero más importante de El Galpón.

(Foto Archivo familiar) Gringo con su sobrina Silvina Norma Morizzio en 1958, en el patio de la casa de Villa Las Rosas, al fondo frente a los cerritos, con una

pequeña granja de consumo doméstico.

Era el origen de un barrio nuevo, tenía un baldío donde se jugaba a la pelota y hoy es el predio de la Escuela Dr. Joaquín Castellanos; donde está hoy la iglesia, Hipólito Yrigoyen y Los Li-rios, un descampado, donde el padre Santiago Salto, italiano de la congregación salesiana, daba la misa del domingo, bajo unas enredaderas, para tal fin cultivadas.

Tiempo feliz, ha quedado grabado en la memoria. Los changui-tos del barrio sentían los cerritos circundantes, que conocían en detalle, les pertenecían. Allí construían sus chozas, para organizar sus travesuras, asumiendo la conducta de los habitantes primiti-vos, al menos por algunas horas. Se lo recorrían a todos hasta más allá de la Cerámica del Norte. Hacían uso de una libertad atípica para estos tiempos. Las diversiones eran sanas, pero exi-gentes, porque reclamaban un buen estado físico.

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La diversidad de actividades implicaba carreras de bicicletas por las curvadas calles del barrio, o bien en la recién asfaltada avenida bautizada tiempo después como Tavella, parecía haber sido preparada para los chicos del barrio, una región deshabitada y sin nada; por esa avenida también se realizaban las carreras con autitos tirados con piolines, prácticamente hasta la rotonda de Limache, porque no había circulación de vehículos. A la orilla de esa avenida se cortaban los ‘sunchos’ para hacer los fogones de San Juan, de San Pedro y de San Pablo; se los cortaban y se los ataban con una piola liviana y se los traía arrastrando, cada chango a su casa, para ver quien armaba el fogón más grande del barrio; para que el fuego sea sonoro, se le agregaban gajos de serenos y pocotos; noches mágicas las de los fogones, atraían a toda la vecindad y donde los presentes, grandes y chicos, saltaban el fuego o caminaban sobre las brasas; se destacaba el fogón que hacía la familia Villarreal frente a su casa.

El fútbol era una pasión que movilizaba a los changos en forma cotidiana, la canchita estaba del otro lado del canal, se lo cruzaba por el puente de la calle Independencia o bien por un caño que atravesaba el canal frente a la calle Amancay; la reunión todas las tardes, después de cumplir con las tareas escolares, se ju-gaba con mucho entusiasmo hasta agotar la luz de la jornada; se realizaban desafíos, especialmente los fines de semana con equipos de chicos de otros barrios; eran muy frecuentes los par-tidos contra los changos de la calle Mendoza y Florida, llegaban en sus bicicletas a nuestra canchita, liderados por el amigo Tata Ricardone, un jugador formidable de aquellos tiempos; también se programaban campeonatos relámpagos con equipos de distintas barriadas, se jugaban los fines de semana; cada equipo pagaba una inscripción y con ese dinero se armaban los premios; para darle más precisión a la organización los changos de la avenida Hipólito Yrigoyen, fundaron el Club Los Rayos Verdes, sumando voluntades; formaron parte de la comisión del club, entre otros: los hermanos Tondini, Fredy, Carlos, Raúl y Marcos; los herma-nos Carlos y Miguel Santillán, Julio y Cacho Taboada, Eduardo Ceballos, Buby y Thedy Rey, Emidio Rosas, Pulga Diez Gómez, Carlos Ramírez, Raúl Lauría, Walter Spode, el Gordo Heredia y muchos otros changuitos. El club además, de la comisión tenía sello, cuaderno de actas y manejaba los recursos que generaban las cuotas societarias y la organización de eventos deportivos; las

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reuniones se realizan en un salón que disponía la familia Tondini para el caso, donde además contábamos con un mueble, para guardar las pertenencias del club, toda una osadía esta empresa de niños. Un sueño dorado que era realidad, si hasta se programa-ba con el nombre del club veladas de boxeo, con púgiles amigos, se sumaban a la inquietud y en algunos casos, para no devolver las entradas, se ponían los guantes los changos de la comisión directiva y peleaban como si supieran; el ring se levantaba en el fondo de la casa de Cacho y Julio Taboada, estaba en la paralela a la avenida Hipólito Yrigoyen, frente al cerrito; una vez armado el ring, se llevaban sillas de todas las casas para el ring side; las en-tradas se vendían anticipadamente, entre los padres, tíos, primos, padrinos, compañeros de escuela, vale decir, se tenía el resultado asegurado. A pesar de ser niños de pocos años, de edad escolar, tenían la habilidad de proyectar actividades sin pérdida.

En la casa de los Tondini, en la avenida Hipólito Yrigoyen, co-nocí al popular músico Angelillo Quiroga, el autor del ‘Sucu-Sucu’, entre otros temas, que en parte de su letra decía: ‘Se está ponien-do de moda en toda la capital // el vaivén del Sucu Sucu // Sucu Sucu te voy a dar // Ay, ay, ay, Negra Bandida / Sucu Sucu te voy a dar /…

Además, muchos otros entretenimientos para los incansa-bles changuitos, realizaban largas caminatas por el cerro, donde muchos han prendido sus primeros cigarrillos, por aquel tiempo y para el bolsillo de los changos eran de marca Meca, Apache, Clifton, Tudor, Zaratoga, Colt, Fontanares, Máximo, San Diego; las primeras fumatas, las primeras trampas de imperialismo, apunta-ba a matar la inocencia y a doblegar a los pueblos, de eso hoy el resultado está a la vista; por otro lado, la visita a los pesebres, una verdadera fiesta; en el fondo de muchas casas, los chicos cons-truían pistas o caminos, con precipicios y puentes, para jugar con pequeños autitos de plástico, a los que se los rellenaba de masilla, para que tengan más peso; a esos bólidos se los empujaba, un tiro por cada jugador, ganando el que cubría más rápido todo el circuito. Esas pistas caseras, era para emular a los grandes del automovilismo del turismo de carretera, con nombres importantes como los de Juan y Oscar Gálvez, Emiliano Peduzzi, Marcos Cia-ni, los Hermanos Emiliozzi, competían por las rutas argentinas y los pueblos; las familias se trasladaban hasta el lugar por donde

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pasaban los competidores, bien temprano para verlos en acción; eran tiempos apasionados, donde se vivía intensamente el mun-do circundante; por aquellos años, el gran Juan Manuel Fangio, se constituyó en el Quíntuple Campeón Mundial de Fórmula 1, cinco veces en la cima del espectáculo automovilístico; en Salta, año 1957, se construía el primer autódromo para coches de pista y el gran invitado era nada más y nada menos, el ‘Chueco’ Juan Manuel Fangio; esa pista estaba cerca de nuestro barrio, en el camino a La Pedrera, en Floresta y allí nos largamos los changos para ver la fiesta; el corredor salteño Javier Montero, gran crédito de nuestra provincia, debía competir con sus pares venidos de Tu-cumán y de Jujuy; Fangio, el gran invitado, a quien el piloto salteño le prestó el auto para dar algunas vueltas en el circuito, y la gente le muestre su admiración; fueron tres o cuatro vueltas, bastaron para disfrutar a pleno del momento; cuando Fangio concluyó su exhibición, su representante, sacó de un portafolio un manojo de medallones, los tiró por el aire, como se hacían los clásicos ‘man-chanchos’ y los presentes se tiraron de cabeza, para lograr algu-nos de esos trofeos; el medallón en cuestión de un lado tenía la imagen de Juan Manuel Fangio y la leyenda ‘Quíntuple Campeón Mundial’, del otro lado una frase y el año 1957.

(Foto Juan Oscar Wayar) Carrera en el viejo autódromo de Villa Floresta.

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Las calles polvorientas eran regadas por camiones cisternas y los vecinos sacaban sus mangueras, para asentar la tierra en suspenso, especialmente cuando pasaba el único colectivo que entraba por el barrio el N° 10 de El Cóndor, una empresa de trans-porte, tenía su sede en la calle Córdoba al 700.

Las niñas del barrio salían a mostrar su elegancia y la Ivonne Tondini mostraba su calidad con el hula hula, ante la atenta mirada de los changos y sus amigas Margarita Santillán, Noni y Mechela Rey, Teresa Ramírez y las chicas Armella.

Los jóvenes del barrio, solían salir de picnic en las jornadas del verano. Uno de los destinos elegidos era las márgenes del río Vaqueros, frente al lugar donde se filmó la película Taras Bulba y donde se construyó El Castillo, para ese fin. Llevaban los alimen-tos y las bebidas para compartir entre amigos, las guitarras y los bombos, donde sobresalía la voz de Cacho Isella, cantor folklórico, hermano de César, el intérprete de tangos Carlitos Gómez, siem-pre acompañado por su hermano Humberto. Tiempos felices, de mucha alegría y gran afecto.

(Foto Archivo familiar) Matrimonio feliz, Juan Carlos, Celia y sus hijos Cari y Silvia Norma, de paseo con alegría contagiosa.

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El carnaval no pasaba desapercibido, todo el barrio lo festejaba y elegía su reina en un clima de alta camaradería; recuerdo cuan-do en la estación de servicio de González, de Avenida Artigas e Hi-pólito Yrigoyen, había un salón donde fue elegida Elva Fernández, reina del carnaval de Villa Las Rosas. En el predio de esa esquina también estaba la panadería ‘El Sol’ de don Silva, el almacén de don Rubio, un verdadero centro comercial.

Al otro año se hizo el baile en casa de Elva Fernández, ubicada en la avenida, con ornamentaciones espectaculares, que nos pa-recía estar en el Caribe.

Cada casa festejaba sus acontecimientos familiares, como cuando se realizó el bautizo de Silvia Norma Morizzio en la casa de sus abuelos ante una gran concurrencia de parientes y amigos, en el año 1958.

En uno de esos festejos, exactamente, el 25 de diciembre de 1959, el niño Eduardo con su primo Rubén Corbella, en horas de la siesta se fueron a andar en moto, en una Siambretta de 49 cc. por la avenida Tavella; fueron hasta la rotonda de Limache y cuan-do volvían después de cruzar el puente del río, Eduardo mete su talón en la rueda trasera y caen pesadamente. En esa avenida por la que nadie transitaba, justo en ese momento lo hacía una moto de grandes cilindradas, al ver el accidente, auxilian a la víctima y lo llevan hasta el domicilio de avenida Hipólito Yrigoyen 1293 e ingre-san a la casa, por indicación del niño, quien en brazos del hombre que lo auxilió, mostrando su talón colgando ante toda la familia en la larga sobremesa de la navidad. Grandes gritos y corridas, terminaron con Eduardo internado en el flamante Hospital San Bernardo, que según parece no estaba oficialmente inaugurado, porque su fecha de inauguración data del año 1960 y lo narrado fue en el año 1959.

Meses después, con su pata coqueta, Eduardo hace su prime-ra comunión y se confirma en la Escuela Fray Luis Beltrán, frente a la Cerámica Salteña, guiado por el padre Santiago Salto y la presencia del arzobispo de Salta, monseñor Roberto José Tavella, quien lo invitó a compartir un chocolate, junto a su padrino y primo Ernesto Monterichel. A partir de ese momento, Eduardo se preparó para ingresar al Seminario Conciliar de Salta, dejando su barrio y sus amigos.

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(Foto Archivo de La Gauchita) La gente de Villa Las Rosas, armando su ya clásico Pesebre Viviente.

VIDA EN EL SEMINARIO CONCILIAR

La invitación del padre Santiago Salto, sacerdote nacido en Italia, salesiano, convenció a su primer boys scouts en Salta y a toda su familia. Con el talón injertado, ingresé al Seminario Conciliar de Salta, ubicado en un histórico edificio en la calle Mitre N° 858. Allí permane-cía 11 meses de los 12 del año, porque salía vacaciones, únicamente desde el 8 de diciembre hasta el 8 de enero, el resto habitaba en esas viejas paredes; era para poder pasar las fiestas junto a la familia.

El edificio, los sacerdotes salesianos, responsables de la forma-ción y los compañeros, me fueron transfiriendo un nuevo modo de ver la vida. Empecé a sentir placer por el estudio, por la música, por el arte y se vigorizó el entusiasmo por el deporte. Gracias al Semi-nario pude conocer junto a los compañeros una buena porción de la geografía de la provincia de Salta y también de Jujuy. Fueron años de alta concentración estudiando además de la clásica curricula de cualquier colegio, latín, griego, filosofía, las sagradas escrituras, con una profundidad que se valoraba. En ese lugar, empecé a tomar contacto con la literatura, leyendo los clásicos de la literatura uni-versal de todos los tiempos. Toda esa formación, fue construyendo

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en mí, una personalidad que me acompaña por toda la existencia. De nuestra camada salieron curas importantes como monseñor Os-car Mario Moya, el padre Ernesto Martearena que tuvo una vida de servicio y un final inexplicable a tanto bien realizado; catedráticos como Héctor Eduardo Rodríguez, quien era jefe de la carrera de antropología de la Universidad Nacional, Francisco ‘Paquito’ Fer-nández, profesor de griego y lingüística también de la Universidad Nacional de Salta; profesionales de distintas especialidades, in-genieros, arquitectos, abogados, psicólogos, contadores, artistas, pero lo más importantes es que han generado ciudadanos nobles y respetuosos, buenas personas, trabajadoras con distintos oficios y ocupaciones aportando a la patria.

Habitamos el viejo edificio y en nuestro tiempo vimos la trans-formación, ya que colaboramos en la demolición y vimos la cons-trucción del nuevo, al que también llegamos a habitar, con un en-tusiasmo renovado. Esa nueva construcción se debió a la eficaz gestión del rector del Seminario, el sacerdote salesiano Enrique Schroh, quien produjo la hazaña de logrando con los viajes que realizaba a Europa y traía gran cantidad de dinero para ese fin.

Siempre vuelvo a respirar el clima de esa casa, que en es-tos momentos tiene como director a un compañero de aquellos tiempos, el profesor Francisco ‘Paquito’ Fernández, porque es un modo de recuperar las buenas energías recibidas en ese lugar.

(Foto Juan Oscar Wayar) Foto del Seminario Conciliar de Salta, en calle Mitre al 800.

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(Foto de Juan Oscar Wayar) Puerta de acceso al histórico Seminario Conciliar, en calle

Mitre 858.

(Foto Archivo familiar) Celia y sus hijitos Silvia Norma y Caricito visi-tando al tío Eduardo en el Semina-rio, en la parte nueva del mismo, en la década del 60.

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TAMAYO 327

En la década del 60, la familia del autor de este libro, que es-taba estudiando en el Seminario, se trasladó a la calle Tamayo N° 327, casi esquina Pueyrredón. Un alejado barrio de la ciudad, con calles de tierra y cuando llegaban las lluvias del verano, se tornaba intransitable, por la gran cantidad de barro.

Las construcciones eran modestas como las personas. Un ve-cindario tranquilo y solidario. Muchos terrenos baldíos, en un ba-rrio que se construía de a poco. Había luz eléctrica como único servicio, porque agua, cloacas, gas no había. Ni siquiera la espe-ranza de contar con esos elementales servicios.

Desde Pueyrredón hasta la calle Zuviría, la calle Juan Este-ban Tamayo, estaba poblada por la familia Quiroz-Corbella, que entre sus integrantes contaba a Ronald Jackie, Nicasia, Vicente y Eduardo, cuando salía de vacaciones; era una humilde casita, me-jor dicho una pieza grande de ladrillones y techo de chapa, con un ‘excusado’ al fondo; así comenzó la historia; el terreno era amplio, ya que tenía 60 metros de fondo.

(Foto Archivo familiar) Mi mamá, Nicasia Corbella, frente

a su casa en plena construc-ción en la calle Tamayo 327, en

la década del 60.

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La familia Gonza, de idénticas condiciones vivía al lado; la nu-merosa familia del griego Sotirio Yampotis que tenía muchos hijos entre los que recordamos a Gringa, Sergio, Sonia, María, Antonia, Tito, Negra, y otros más chicos. Este hombre solía, en el verano, cuando llegaban las fiestas, refugiarse bajo los frondosos árboles que tenía en su terreno, preparaba abundante cantidad de clericó y brindaba con todos los vecinos que lo visitaban.

En la vereda del frente vivía la familia Martínez, tenían un mo-desto almacén, donde crecían cinco hijos; al lado la familia de la señora de Avendaño, se dedicaba a lavar ropa para el vecindario y entre su clientela, estaban algunos de los alumnos del Semi-nario; al lado la familia de los Montaño, de donde surgieron dos importantes jugadores de fútbol Jorge y Mario, quien se jubiló en el Banco de Préstamos y Asistencia Social.

En la otra cuadra, entre Dean Funes y Zuviría, siempre sobre la calle Tamayo, pasando un precario puente en aquella época, que servía para cruzar, un bravo arroyo que en el verano se desborda-ba, llevándose las pertenencias de los vecinos. La gente lo sufría, porque todos los veranos estaba presente produciendo muchos daños. En esa cuadra, vivía la familia de Elena de la Rosa de Soria, en una precaria construcción, donde compartían los hijos menores como: Carmen, Carlos, Yolanda, Saso, Miguel, Roberto, Julio, Dora, porque los hijos mayores ya estaban en sus casas, ca-sados, la Negrita y Pacho. Al lado vivía la familia Molina, de donde salió un hijo cura; más adelante, ya llegando a la calle Zuviría vivía y tenía su carnicería la familia Tabarcachi, que era el proveedor habitual de carne del barrio.

Sobre la calle Zuviría, casi en la esquina con calle Tamayo, estaba el almacén de don Visa, antiguo como el barrio y a su lado luego le creció la competencia con el almacén de don Basilio y al frente, la bicicletería de Álvarez, siempre atento a solucionar los desperfectos de la movilidad de la mayoría. Una pequeña barriada que crecía en un clima de respeto y amistad.

Había casas que le alquilaban sus espacios a Excelsior Pu-blicidad y a Luxor Publicidad, quienes llegaban con sus equipos amplificadores, para difundir la música folklórica de Salta y los rit-mos modernos; vivían de la publicidad que le contrataban los co-merciantes del barrio y funcionaban en el horario comercial; como

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no existía la televisión y las radios eran escasas, estos servicios que brindaban las publicidades servían, para entretener a la gente y lo disfrutaba grandemente; el locutor leía los saluditos, que le enviaban los chicos del barrios a sus amiguitas, para saludar a los cumpleañeros y para destacar las noticias más importantes de la jornada.

Sobre la calle Pueyrredón, entre Juana Moro de López y Ta-mayo, vivía la familia de don Roldán, afiliado al partido Unión Pro-vincial, era su vocero en el barrio, de esa casa salieron notables dirigentes para el deporte y la política, llegando algunos de ellos, a ocupar bancas en la legislatura provincial.

En la calle Tamayo entre Pueyrredón y Vicente López, don Sil-va, tenía un almacén de barrio y al fondo, en un gran galpón, po-seía algunos juegos de sapo, al que concurrían los hombres, para jugar por un vino. Esto producía camaradería y fundaban clubes para unir a la vecindad.

El deporte era moneda corriente en aquellos tiempos; la barria-da tenía una pequeña canchita en la esquina de Dean Funes y Ta-mayo, pero la cancha grande, con medidas reglamentarias estaba en la calle Pueyrredón al 2500, donde había un descampado de varias manzanas y que hoy está totalmente edificado. Qué lindos momentos compartidos con seres sencillos, humildes, como los Escalante y tantas otras personas que han pasado por imborra-bles momentos de nuestra historia personal.

Un capítulo especial es para evocar a la querida tía Esther, que vivía en la calle Ruiz Díaz de Guzmán, entre Pueyrredón y Dean Funes, al 2600, tenía una humilde casita, llena de afecto y donde reinaba la música. Siempre estaba esperando que alguien la visite, para ofrecerle lo que en forma permanente y espontánea ofrecía. En esa casa se festejaban cumpleaños, casamientos, bautismos, o se juntaban para compartir una comida, un pescado, un asado, un locro, o las ricas empanadas a las que nos tenía acostumbrado. Su hijo Hugo era un noble soldado de la causa y el Federico un chico malcriado de su madre y su hermano.

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ALGUNAS PEÑAS DE SALTA DE LA DÉCADA DEL 60

PEÑA EL GUARDAMONTE (BALCARCE ENTRE ESPAÑA Y BELGRANO)

La Peña El Guardamonte, estaba ubicada en la calle Balcar-ce entre España y Belgrano. Al frente un lote vacío, Balcarce y España, donde hoy hay una entidad bancaria. Un salón grande con un elenco interesante de artistas, que engalanaban el esce-nario todas las jornadas. En el baldío del frente, que tenía como cerca, unas cortas paredes, servían para que los amantes de la canción, se sienten y perciban el duende que trajinaba cada tema. Era como un regalito de la vida, sentarse a disfrutar del canto. Por allí pasaban poetas y músicos, marcando su presencia, y compar-tiendo la azul bohemia que se traspiraba en Salta.

PEÑA BALDERRAMA

Era el boliche más popular de Salta. Ubicado en Avenida San Martín y Esteco, a orillitas del canal, como dice la zamba. Primero eran las pequeñas mesas sin manteles, luego, cuando creció un poco, los manteles eran de papel estraza, sin escenario. El cantor, se paraba en medio de la gente y comenzaba su trabajo. Eran los tiempos anteriores a la zamba, cuando se juntaban los bohemios, músicos y poetas, sólo por el gusto de hacerlo. El local era apro-ximadamente la mitad del tamaño del actual boliche. Los poetas, los músicos, los cantores, tenían una habitación especial, donde había una gran mesa larga, se sentaban todos, viejos y jóvenes, famosos y consagrados, con los que recién empezaban a cami-nar por la noche. En esa mesa se consumía vino, otros comían, una milanesa completa, algunos le ponían cerveza a su alegría. Cada cual atendía su juego. Por allí andaban Manuel J. Castilla, El Cuchi Leguizamón, César Fermín Perdiguero, entre los más des-tacados. Por los jóvenes estaban Ariel Petrocelli, Hugo Alarcón, Zamba Quipildor, José Gallardo, Eduardo Ceballos, Carlitos Toro, El Chango Roca. Corría el año 1965, Salta tenía fama nacional con Los Chalchaleros, Los Fronterizos, Las Voces del Huayra, Los Cantores del Alba, Daniel Toro, Los de Salta, Jorge Cafrune, Los

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Gauchos de Güemes, Hernán Figueroa Reyes, El Chango Nieto, Los Nombradores.

Todo ese clima repercutía cada noche en Balderrama donde la presencia de Los Polo, le ponían su emoción. En Salta, por ese tiempo se instalaba el Festival Latinoamericano, en el anfiteatro armado para tal fin al lado de la catedral de Salta. Por ese tiempo se gestó de las manos creadoras de Manuel J. Castilla y El Cuchi Leguizamón, La Zamba de Balderrama, que jerarquizó el Boliche y sirvió para que más gente quiera conocerlo.

(Foto Wayar) Manuel J. Castilla a orillitas del canal, frente al Boliche Balderrama, década del 70.

El boliche seguía siendo humilde, con una larga formación de coches de plaza, estacionados sobre la avenida San Martín y en la veredas, en gran número, los ‘changarines’ del mercado, que es-peraban la apertura del Mercado San Miguel, escuchando las can-ciones folklóricas que nombraban las cosas de su pueblo, mientras tomaban algunos vinos. Muchas veces el alcohol, producía el des-encuentro, que terminaba en grandes trifulcas y peleas, que mu-chas veces finalizaba con algún contrincante en el fondo del canal.

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Se repetía la alegría cada noche con Perico Rioja y los Chan-gos Peñeros; El Salteño Molina, poniéndole su paisana alegría; Lopecito El Alain Delón Salteño con picardía infinita; El Dúo Mar-tínez-Vaca, soldados de la canción; Manuel Santos; Isabel Mar-tearena, Águeda Núñez, entre las voces femeninas; Los Artilleros, con los hermanos Taboada y el Negro Hoyos; estrenaban el esce-nario, que después se fue agrandando.

Zamba Quipildor cumplía un rol muy especial en la noche de Salta, en primer lugar abastecía de lomo a casi todas las peñas de Salta, cuando terminaba su tarea de proveedor carnicero, se ponía su blanco traje de gaucho y con su guitarra, actuaba en casi todas las peñas y a la madrugada, cuando agonizaba la noche, era el transportista que llevaba en su motocarga a los artistas que sobra-ban de la noche, a quienes les exigía como pago del viaje que lo hagan cantando por las calles de Salta y algunas veces más lejos, cuando llevaba hasta Cerrillos a Manuel Santos.

Nombrar al Boliche Balderrama, es recordar la azul bandera de la bohemia de Salta, que ponía en su guitarra y en su garganta el paisaje de su tierra.

PEÑA EL RINCÓN DEL ARTISTA En la otra cuadra de Balderrama, en San Martín a 1244, estaba

la peña El Rincón del Artista, donde también se daba cita el pueblo de nuestra provincia. Por allí se repetían los artistas, porque había público para todos los escenarios, para todos los locales. La gente de Salta, disfrutaba del canto popular.

PEÑA EL PATIO DE NIEVA El Patio de Nieva, era la peña del Catucho Nieva, ubicado a

una cuadra de la vieja terminal de ómnibus, en la esquina de la continuación de la San Martín e Hipólito Yrigoyen, donde hoy fun-ciona el Hotel de Empleados de Farmacia. Se trataba de un lindo local en la esquina, que tenía un patio al fondo, donde el dueño de casa atendía a los artistas. Entre el elenco estable Domingo Ríos y su quena mágica; El Indio Chogüi, con su hojita de naran-jo; el romántico Trío Azul; Raúl Palma, El Chango de Anta, recién

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lanzado al ruedo; El Perro Dagum, como cómico y animador; Los Fortineros; Hugo Truns, y sus mil ruidos.

Por allí llegaba, cuando venía a Salta, el amigo Armando Te-jada Gómez, a quien lo acompañaba y le mostraba todo lo que acontecía en la noche de Salta.

PEÑA GAUCHOS DE GÜEMES

La Peña Gauchos de Güemes, funcionaba en la sede de la Agrupación Tradicionalistas Gauchos de Güemes, en avenida Uruguay 750, que en la década del 60 tenía como parte del elenco estable al Dúo Martínez-Vaca (Charango Martínez y Nene Vaca, hermano de Gilberto), Domingo Ríos y su quena; El Coya Martín Bustamante, el señor del verso coya, con los escritos de Julio Díaz Villalba; la animación de Tatín Villagra. Era un mágico y clásico lugar, para escuchar la música de Salta y para saborear la sabrosa cocina regional.

Tiempo después fueron parte del elenco estable de esta peña, Los Nocheros y Jorge Zigarán, entre otros.

(Foto Juan Oscar Wayar) Agrupación Tradicionalista Gauchos de Güemes en la década del 60.

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PEÑA DE JORGE CAFRUNE Jorge Cafrune puso su peña, en un gran baldío que estaba

ubicado en la avenida Belgrano y Dean Funes, donde hoy fun-ciona la AFIP, en el año 1965, con motivo de realizarse el Primer Festival Latinoamericano, América Canta en Salta, que convoca a delegaciones artísticas de todos los países del continente. Jorge, consiguió una gran carpa, para armar su negocio, concentraba a gran cantidad de gente, deseosa de escuchar lo mejor del conti-nente latinoamericano.

Ese tiempo quedó grabado en la memoria de muchos salteños, que tuvieron la suerte de vivir esta fiesta popular.

Entre otros lugares de aquel entonces, la Confitería del Casino, funcionaba en las instalaciones del Balneario Xamena, en la plan-ta baja, y arriba en el primer piso la sala de juego, la ruleta, que tenía en muchas jornadas al doctor Gustavo Leguizamón, nuestro querido ‘Cuchi’, jugando, con magistral picardía.

El otro emblemático lugar de Salta, fue el restaurante Pepe Guirro, con domicilio en la calle Córdoba al 600 casi esquina La Rioja, piso de ladrillo, lugar de encuentro de notables personajes de Salta, como el Payo Solá, Eduardo Falú, César F. Perdiguero.

LA PANADERÍA DEL CHUÑADesde hace algunos años La Panadería del Chuña, de José

Gauna, en la calle Balcarce 446, ofrece diariamente un espectá-culo de gran nivel con importantes intérpretes argentinos. Había nacido como una peña ambiciosa, pero era tan fuerte su popula-ridad y la convocatoria, tuvieron la obligación de cruzar la calle y constituirse en la Mega Panadería del Chuña. Por su escenario pasaron Zamba Quipildor, Daniel Toro, Los Condorcanqui y Vivia-na Careaga, Pancho Figueroa y Polo Román, Rodolfo Aredes y el Muñeco Pepito, juntos a destacados artistas locales que diaria-mente muestran su trabajo como Los Pregoneros, Los 4 de Salta y cuerpos de baile y otros cantores populares. Un lugar para dis-frutar la cultura y la canción de Salta, con un excelente servicio gastronómico.

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(Foto Archivo de La Gauchita) Zamba Quipildor actuando en ‘La Panadería del Chuña’.

(Foto Archivo de La Gauchita) Eduardo Ceballos acompañando a Zamba Quipildor en ‘La Panadería del Chuña’.

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Pasado un tiempo y con una fama creciente, se cruzó de calle y se abrió una “Mega Peña Restaurante”, con capacidad para 1.000 personas, con un show artístico de primer nivel, en un local con la mejor ambientación, confort y esmerada atención. Este propósito ya es realidad y se inauguró el 9 de julio de 2012 con toda la so-lemnidad que el mismo exige.

De este modo, Salta, Cuna del Folklore, cuenta con la Peña más Grande de la República Argentina, para concordar con su rica historia cancionera que hizo cantar al país.

Se invitó a lo más representativo de la Cultura de Salta y del país, para poner en movimiento este emprendimiento, que nace para seguir prestigiando la música de Salta. Está ubicada donde nace la Balcarce, Balcarce al 400, donde empiezan las guitarras a colgar coplas por las noches norteñas, para dejarlas como un adorno en el ojal de la memoria.

Es un viejo sueño que le creció a José Gauna, ‘El Chuña’, quien viene mamando del canto desde su más tierna infancia y se consti-tuyó en su protector, apoyando a los artistas que aportan lo suyo.

Se trabaja para que sea orgullo de Salta y el lugar emblemático donde viva la memoria de la cultura de Salta y de la Patria.

Es la continuidad de La Panadería del Chuña, donde todas las noches se amasa el trigo de la amistad, para ofrecer nuestro Fo-lklore, como el pan nuestro de cada día.

Se convocan los abrazos y los recuerdos, el canto mayor de este suelo, como alimento del alma con vibrantes emociones y por otro vértice, la memoria abuela de la cocina criolla con los sabores profundos que dibujan la generosidad de la tierra que ofrece sus frutos.

La cocina de Salta, la cultura de otros modos de preparar las comidas dicen su presente para vigorizar el entusiasmo del cuer-po.

En los vasos se volcará el perfume de las uvas, que recogieron de los vientos, de la lluvia, del sol, esa química que calienta el áni-mo para recibir el abrazo del canto.

Toda esta fiesta se vivió desde el 9 de julio de 2012, fecha in-augural de esta alegría.

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Es por eso que se lo invita especialmente para que acompa-ñe con su presencia valiosa, a este flamante espacio, que trabaja para constituirse en el escenario más emblemático de Salta, para rendir un homenaje a esta tierra, reconocida por todos los argenti-nos como “La Cuna del Folklore”.

(Foto Archivo de La Gauchita) Día de la inauguración de la ‘Mega Peña Restaurante La Panadería del Chuña’, el gerente

de AADI, Doctor Horacio Bartolucci y el director de La Gauchita.

POLITEAMA PARK DE CHALITA El famoso Doctor Chalita, un humorista que le puso su simpatía

al servicio de la gente de Salta y luego del país, fue el creador del Politeama Park, un parque de diversiones, con juegos mecánicos, una variedad importante de kioscos para probar suerte o medir las capacidades de los jugadores, que a la hora de cierre culminaba con un show brindado por el Doctor Chalita y algunos artistas in-vitados.

Los lugares más tradicionales donde levantaba su parque en la ciudad de Salta, era en la esquina de San Luis y Catamarca, pegado al Sindicato Municipal, al frente de la cancha de Juventud

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Antoniana; en San Martín y Olavarría, era el otro lugar; y en la esquina de Tucumán y Buenos Aires, donde hoy funciona una Es-cuela Técnica. Caminó con su empresa toda la geografía de Salta y luego de buena parte del país.

Invitaba a los artistas amigos, entre los cuales, siempre estaba en su elenco Ariel Petrocelli, cantando y diciendo sus canciones.

Famosa fue la anécdota de la actuación de Los Cantores del Alba, anunciada con bombos y platillos por toda la prensa y la publicidad ambulante. El predio se llenó por escuchar a sus ído-los. Cuando terminó de actuar el doctor Chalita, presentó a Los Cantores del Alba, en esa ocasión eran cuatro gallos, que arrojó al escenario. La rebelión popular expresó su disgusto, produciendo algunos daños, pero Chalita hizo su negocio y quedó como una simpática anécdota en la memoria de Salta.

(Foto Juan Oscar Wayar) Politeama Park, Chalita y Los Cantores del Alba, ante una nutrida concurrencia.

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AMEGHINO Y BALCARCE Qué esquina, la Ameghino y Balcarce. El Hotel Colón, donde

se alojaban los soldados, especialmente los santiagueños que ve-nían a Salta a cumplir con el servicio militar. Al frente, el famoso bar Madrid de don Cafrune, tío de Jorge, que trabajó de mozo en ese lugar junto a su familia. Billar y reunión. Mágicas jornadas de juegos y amigos.

La estación ferroviaria era el centro de atracción, por allí anda-ba la gente con sus valijas y sus sueños. Trenes, coches motores, personal que se movía para atender la demanda. En las afueras, los taxis y los mateos. Llegaban de todos los destinos y otros par-tían con sus deseos de mejor vida a otros lugares. El coche motor a Alemania, otro con destino a El Bordo, Campo Santo, General Güemes. A la noche el tren Cinta de Plata con destino Retiro. Las despedidas con lágrimas y sandwichs de milanesa para el viaje.

El viaje era largo, con dos noches y tres días. De solo estar, la gente confraternizaba y se armaba una sólida comunidad or-ganizada. De Salta salía a las 22 horas, en la madrugada esta-ba en Tucumán, el mediodía en Santiago del Estero, donde los lugareños vendían cigarros en chala, tortuguitas pequeñas, café, empanadas y pollitos al horno. Eran tan chiquitos los pollitos, que la gente decía que eran charatas. Los que tenían dinero se insta-laban en el salón comedor del tren, donde se brindaba un servicio distintivo. La segunda noche, pasaba por la estación de Rosario, habiendo dejado atrás, Córdoba. Si se había salido un lunes, el día miércoles antes del mediodía el tren ingresaba a la gran estación del Ferrocarril Belgrano en Retiro. Comenzaba una nueva aventu-ra, esta vez por las calles de la Capital Federal.

La calle Ameghino desde Mitre hasta Balcarce, tenía una decena de boliches en la cuadra. El vino amigo, los agrupaba y las crónicas de viajes. Se juntaban maquinistas, guardas, fogoneros. Pareciera que los salarios, eran importantes, para dilapidar tantas energías y dinero. Los cantores populares y los poetas, eran invitados a las mesas de los trabajadores ferroviarios. Las milanesas cortadas, eran la picada preferida, para acompañar el vino y las guitarras.

Algunas veces los bohemios viajaban con los ferroviarios a distintos destinos, para compartir comidas y guitarreadas en los

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ocasionales viajes; uno de los lugares visitados era el pueblo de Alemania, que era la última estación del valle. Allí se llegaba cuan-do la noche oscurecía el paisaje. Eran esperados los ferroviarios y sus invitados en una casa del pueblo que estaba frente a la es-tación. Se bajaban del coche motor, se cruzaban las vías y se caminaban más de 100 metros para llegar a la casa donde se organizaba la fiesta, que ya había sido programada. En esos via-jes, aprendimos a comer esos exquisitos revueltos ferroviarios, se hacían mientras avanzaba el cochemotor por las vías. Ese camino de acero nos llevó a Chile, a San Antonio de los Cobres, a Campo Santo, El Bordo, General Güemes, que tenía una estación vistosa, con un gran puente que cruzaba las vías por las alturas para dar-les comodidad a los usuarios.

Cada vez que uno pisa la esquina de Ameghino y Balcarce ga-lopan a nuestra mente, los bellos recuerdos de una Salta distinta, con parsimonia, simpatía y don de gente. El ferrocarril fue un em-blema social, contribuyó al progreso y desarrollo del pueblo. Se lo extraña y se espera una pronta recuperación, para salvar tanto olvido.

(Foto Juan Oscar Wayar) Balcarce y Ameghino en la década del 70, donde se ve el famoso Hotel Colón y otros negocios de ese tiempo,

los colectivos de transportes y el parque automotor.

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(Foto Juan Oscar Wayar) Estación de Salta, 1950, emblemático lugar de la ciudad de Salta.

(Foto Juan Oscar Wayar) Estación de Salta comienzo de siglo.

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MARTÍN SALAZAR: UN PIANO NOSTÁLGICO DE SALTA

Si hubo un hombre saludador en Salta, fue el pianista Martín Salazar. Caminaba por las calles céntricas de nuestra ciudad y era notoria su popularidad. Un ser humano excepcional, músico talen-toso, actuaba en todos los escenarios de la ciudad de Salta, es-pecialmente, los locales que mostraban a las chicas de la noche. Acompañaba al célebre Víctor Ruiz, un cantor melódico que llegaba al corazón. Tuve la suerte de compartir su amistad y algunos esce-narios con estos queridos amigos. Recuerdo que en una ocasión, en la década del 70, un nutrido grupo de artistas de Salta, actuamos en el salón principal de la Escuela Normal, junto al Coya Martín Bus-tamante, El Bagualero Vázquez, Ariel Petrocelli, El Chango Roca, José Gallardo, Los Quechabogui, Domingo Ríos, Los Fortineros y la estelar presencia de Martín Salazar y Víctor Ruiz. Terminada la función, Martín ofrece llevarme hasta mi domicilio. Martín tenía un citroen 3CV, gris-crema y cuando abordamos el coche, me pregunta a donde me lleva y le respondo que a la calle San Luis casi esqui-na Florida. Comienza a transitar y baja por la Dean Funes, luego Córdoba y así hasta la calle San Luis, cuando llega a esta calle dobla hacia la cancha de Juventud Antoniana y allí le recuerdo que yo vivía para atrás llegando a la calle Florida, vale decir más de tres cuadras para atrás. Martín me escucha, frena y pone la marcha atrás hasta mi casa, poniéndome los pelos de punta y sintiendo los bocinazos de los otros transeúntes que no entendían nada.

Conocí a su hermana Pilar, a su hermano, el maestro Roque Salazar, con quien pasé varios días en San Antonio de los Cobres, cuando era director de Escuela en ese pueblo y yo andaba con algunos cantores, como Omar Romeo, Agustín de Vita, de gira ar-tística en el año 1968. Caminábamos a la noche con muy baja tem-peratura, dialogando sobre los secretos de la vida.

Solían llevarlo a Martín hasta la casa de mi hermana y mi cu-ñado, donde compartíamos alguna comida, unas copas y luego la poesía y la música, junto a otros amigos como José Ríos o el Ariel Petrocelli, mi compañero inseparable. En una de esas veladas, en la casa de mi hermana, en calle Vicente López 1181, Martín inspi-rado y con algunas copas que lo alegraban, le decía a mi madre en

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tono confesional que era zurdo, y mi viejita con toda su inocencia, le respondía que su nietito Cari, de pocos años, por aquel entonces, también era zurdo.

Así fue la historia de este grande de la música de Salta, el pia-nista Martín Salazar, que murió asesinado por manos anónimas, en su casita de villa Soledad, el 1° de octubre de 1975, tal vez como respuesta a su espíritu libertario que todo lo expresaba.

Su hermana Pilar Salazar, vivía en la calle Lavalle entre Alvarado y Urquiza, se moviliza ante la muerte de su hermano, denunciando que fue víctima de un crimen. Como resultado fue detenida e inco-municada, al otro día, el 2 de octubre de 1975, cuando se realizaba el velorio en la calle Lavalle, ante la atenta mirada de todos los orga-nismos de seguridad controlaban a los que asistían. Así fue el final de un grande, que resucita en la memoria y el cariño de sus amigos.

La pobre Pilar Salazar, ante ese panorama de terror instalado en el país, con la presencia del gobierno militar, también se fue al más allá, a buscar a su querido hermano, falleciendo el 6 de diciembre de 1976. Una historia que duele por siempre, ante tanta maldad programada.

(Foto Archivo La Gauchita) El cantor

de boleros Víctor Ruiz, compañero in-

separable del pianis-ta Martín Salazar.

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Eduardo Ceballos

CLUB CORREOS EN CALLE URQUIZA ENTRE PELLEGRINI Y JUJUY

La sede social del Club Correos y Telecomunicaciones, ubica-da en la calle Urquiza al 900, entre Pellegrini y Jujuy, frente a una actual clínica privada, era el lugar donde siempre nos juntábamos con Ariel Petrocelli, a compartir, altos momentos de bohemia en la década del 60, junto a otros amigos de la noche.

Ariel Petrocelli jugaba de local, porque a dos puertas estaba su casa, donde vivía con su familia. Antes, lo visitaba en la otra cuadra, Urquiza al 1000, entre Jujuy y Malvinas, frente al Club 9 de Julio, donde residía el poeta, su señora Pocha y su pequeña hija Mónica, a quien la mecíamos en su cochecito. Desde allí, sa-líamos a caminar por las calles de Salta, en busca de los amigos, los recuerdos, las guitarras y los asombros.

En una ocasión se decidió fundar una Asociación de Artistas de Salta, ya en la década del 70, reunión que se realizó en el Club Correos, ante una nutrida concurrencia de poetas, escritores, mú-sicos, pintores, cantores, gente de teatro, terminó en escándalo, porque era imposible ponerse de acuerdo. Fue la noche del gran enfrentamiento entre la gente que apoyaba al Cuchi Leguizamón y la gente que estaba con Ariel Petrocelli.

Perlitas de las noches de Salta, en esa cuadra donde teníamos a los amigos Musa, Alfredo, Rubén, Juan Carlos.

PLAZA 9 DE JULIODedicado a Manuel Fernández.

La Plaza 9 de Julio, nuestra querida Plaza 9 de Julio, el lu-gar obligado de los salteños. Por allí pasó la historia y su gente. Siempre ha sido el lugar por excelencia. La Catedral, su fiesta del Milagro, los teatros, porque antes, además del teatro Victoria, hoy Provincial, estaba el Cine Teatro Güemes, bello, con palcos; ese teatro Güemes ahora es una playa de estacionamiento. Al lado del Teatro Provincial, el Museo de Arte Contemporáneo, separado por una confitería moderna, en el mismo espacio donde funcionaba

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hace medio siglo el Jockey Club, café que reunía a los más nota-bles de esos tiempos y en la parte de atrás ofrecía sus servicios el restaurante La Taberna.

En Mitre 23, en esa zona de la plaza estaba la Iglesia Matriz, una suerte de catedral de los primeros tiempos, luego fue la sede del Club 20 de Febrero, hasta constituirse en la Casa de Gobierno, por este tiempo, ese colosal edificio es un lugar cultural, denomi-nado Centro Cultural América, construido en 1913 y se presta para muchas funciones.

La Plaza fue protagonista desde la fundación de la ciudad en 1582. Es el centro político, social, cultural y comercial de la ciudad de Salta. Sus recovas, que la rodean en casi toda su extensión, le dan un aspecto único, que la distingue de otras plazas argentinas. En esta plaza colocaron el rollo fundacional o árbol llamado de la justicia.

Al principio fue una plaza seca y vacía, funcionaba como es-tablo y cochera de los funcionarios del Cabildo. Con el correr del tiempo se fue arbolando con las especies autóctonas de la región.

Encontramos lo antiguo y lo moderno, abrazado, junto, cuan-do comparten espacios los edificios de la Catedral de Salta con el Banco Macro. Se mezclan las escuelas arquitectónicas y los estilos.

Al lado de la Catedral, como parte de la estructura edilicia, el Palacio Arzobispal, residencia del arzobispo y sede administrativa de la Arquidiócesis de Salta.

Basta mirar la Galería Continental y compararla con el viejo edificio del Consejo General de Educación, que cedió su espacio, para que en ese lugar se reconstruya el Museo de Arqueología de Alta Montaña, en una casona antigua refaccionada, donde se albergan a las momias mejor conservadas de América y el mundo, las del Llullaillaco, encontradas en la cordillera de Los Andes en 1999; el museo está sobre la calle Mitre, arteria que recibió al pri-mer tren que llegaba a Salta.

En el año 1947, Salta contaba con 67.403 habitantes. En la dé-cada del 60’, cuando la ciudad era una pequeña aldea, los herma-nos José, Marino y Julio Fernández Molina, junto a Hugo Alarcón, Martín Salazar, Víctor Ruiz, Benito Martín, Víctor Abán, Rodolfo

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Juárez, Leopoldo ‘Teuco’ Castilla, Hugo Truns, eran los asistentes permanentes a las tertulias que se realizaban en el Jockey Bar.

En la plaza 9 de julio, rescatamos la presencia del surtidor de la esquina de Zuviría y España, frente al actual Teatro Provincial, don-de los vehículos cargaban sus tanques de combustibles; el otro ne-gocio tradicional de la plaza fue el kiosco de Mitre y España, frente a la Catedral, que vendía todo tipo de golosinas y artículos regionales para los turistas, levantado hace poco tiempo.

Los corsos del carnaval en la plaza, en la década del 50’, convoca-ba a todos los salteños, para ver desfilar carrozas, murgas, compar-sas, deleitando a la masiva concurrencia; las agrupaciones paraban la música, cuando pasaban frente a la catedral y retomaban sus ritmos en la calle Mitre; en esa época caían desde los balcones serpentinas, papel picado, flores y pétalos de flores, que hacían de esa fiesta, un capítulo elegante de Salta; la gente jugaba con mucho papel picado, sedoso, de muchos colores, con agua perfumada, se vendía en pomos de plomos, que eran como caricias; no se veía violencia, en un clima de algarabía auténtica y popular; después los desfiles carnestolendos, se realizaban en la avenida Belgrano, con boulevard arbolado, en un circuito giratorio entre la calle Pueyrredón y la avenida Sarmiento; por allí pasaban hombres y mujeres transfiriendo su alegría.

La plaza 9 de julio se hizo canción con Los Chalchaleros; fue el escenario por donde pasaron los Reyes de Bélgica, Balduino y Fabiola, cuando vinieron como promesantes a visitar al Señor y a la Virgen del Milagro, acontecimiento acompañado por mucha gen-te curiosa; en las instalaciones del Hotel Plaza, se llevó a cabo la Fundación del Club Gimnasia y Tiro, por un grupo de personas en-tusiastas del deporte; esa misma esquina, España y Zuviría, sirvió como residencia de la genial artista salteña Lola Mora, en los úl-timos años de su existencia; al frente, donde hoy está el negocio de moda masculina Tito Yarade, estaban las Grandes Almacenes Vidal, proveedores de productos alimenticios de un alto porcentaje de la población de Salta; en la esquina de Caseros y Zuviría, aba-jo del Hotel Colonial, tenía sus oficinas administrativas Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), donde trabajaba mucha gente; en la es-quina de Mitre y España, la confitería City Bar, con espectáculos los fines de semana y en su planta alta, contaba con varias mesas de billar, billa y snoocker; al lado, en Mitre 133, Casa Davy, negocio de venta de ropa masculina, principal auspiciante del programa radial

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‘Vístase Gratis’, por Radio Güemes con la conducción de Marino Fernández Molina y Magda en la locución, donde el autor de este li-bro ganó en varias oportunidades; en Alberdi y Caseros, donde está la plazoleta 4 Siglos, en la década del 60’ estaba la Librería San Martín hasta 1964, con vidrieras hacia la calle Alberdi y a la calle Caseros, pegado al Cabildo de Salta; al frente, donde hoy funciona la Confitería Time, estaba El Guipur, legendaria tienda, proveía a un buen porcentaje de la población.

En aquellos tiempos, se realizaban los desfiles cívicos, frente al Cabildo, en la calle Caseros, en la plaza 9 de Julio, con la presencia de las fuerzas armadas, civiles, militares, colegios, escuelas y re-presentantes de las fuerzas vivas.

Los salteños todavía recuerdan El Festival Latinoamericano en su edición de 1965, en el predio ubicado al lado de la Catedral, donde hoy está el Banco Macro, antigua sede del Banco Provincial de Salta; en ese lugar con entrada por calle España y también por avenida Belgrano, se armó el anfiteatro con gran capacidad para disfrutar de la música y los ritmos de todos los pueblos del continen-te; el gigantesco escenario, estaba direccionado hacia la catedral y por allí pasaron célebres figuras como Los Chalchaleros, Los Fron-terizos, Los Cantores de Quilla Huasi, Nicomedes Santa Cruz poeta negro del Perú, La Diablada de Oruro, Los Quetzales de México, César Isella, Los Trovadores, con la animación del poeta César Fer-mín Perdiguero, quedó en la memoria popular.

En ese mismo predio y en el mismo año, se vivieron las alternati-vas del Campeonato Argentino de Básquet, con mucho entusiasmo, con la aparición del jugador misionero Finito German y una final a todo ritmo entre los equipos de Capital Federal y Santiago del Estero.

Pero el momento más importante que se vivía en la plaza 9 de Julio fue, es y será por mucho tiempo La Fiesta del Milagro, convo-cando multitudes. En décadas anteriores, las familias, además de cumplir con la diaria novena, utilizaban la plaza para hacer sociales, presentar a sus hijos, mostrar su crecimiento, reconocer a parientes que no se veían frecuentemente. Para los chicos era una fiesta con muchos matices y tentaciones. Los vendedores ambulantes con los más disímiles artículos, entre ellos, los alfeñiques elaborados ar-tesanalmente y que se vendían en cucuruchos de papel, las man-zanas confitadas, los chupetines caseros ‘paragüitas’, pochoclos,

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alfajores y otras exquisiteces. Los colegios religiosos, las parro-quias, entidad de bien público tenían sus kioscos donde vendían sus cédulas, a través de las cuales se podían ganar interesantes premios. Esa costumbre continúa en este tiempo, con artículos que se consiguen donados de los allegados de cada entidad. Además, se han multiplicado los vendedores de sandwichs, panchos, pizzas, hamburguesas y gaseosas. La vuelta a la plaza sigue siendo una tradición y de ese modo pasan los nueve días previos a la proce-sión, que recibe gran cantidad de peregrinos y promesantes, llenan-do de fervor y emoción la plaza; los campanarios sueltan sus notas musicales para acompañar esta extraordinaria demostración de fe de su pueblo. El 15 de setiembre es una jornada de gran movilidad, con la gente acompañando en procesión a las sagradas imágenes y culminando con las campanadas y los pétalos de flores bajan des-de lo alto de la Catedral y los pañuelos de los fieles despiden a sus santos patronos, con lapachos florecidos, con el perfume de los azahares que nacen para ser parte de este clima mágico.

Pasado el tiempo del Milagro, la plaza toma de nuevo su ritmo habitual, con mucha gente sentada en las confiterías, compartiendo amistad, negocios o trabajos. De los tiempos del pasado, rescato un lugar que diariamente convocaba a los ilustres como ‘El Farito’, una histórica empanadería frente a la plaza, donde marcaban su pre-sencia, entre muchos otros, el doctor Gustavo ‘Cuchi’ Leguizamón, el poeta José Ríos, el pintor Antonio Yutronich.

(Foto Juan Oscar Wayar) Plaza 9 de Julio y Monumento a Arenales, década de 1950.

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(Foto Juan Oscar Wayar) Plaza 9 de julio, década de 1950. Se ve el Hotel Salta, la Iglesia San Francisco y muy pocos edificios altos.

(Foto Archivo de La Gauchita) La Plaza 9 de Julio, en la década del 70 y 80 cuando se podía estacionar libremente.

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(Foto Archivo de La Gauchita) Mitre esquina Caseros de la ciudad de Salta, frente a la plaza; los autos estacionados se ubican en el espacio,

donde hoy está la confitería Time.

(Foto Archivo de La Gauchita) En la recova de la calle Mitre primera cuadra, frente a la Plaza 9 de julio de la ciudad de Salta, la parada de taxi 3111,

de las décadas del 50 y del 60.

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TERMINAL DE OMNIBUS

Recuerdo la vieja terminal de ómnibus en la intersección de la avenida San Martín y Buenos Aires, que entre 1960 y 1961 fue techada, donde salían los colectivos a distintos puntos de la pro-vincia. Los pueblerinos llegaban cargados con sus trabajos arte-sanales, sus productos, que solían traerlo en el portaequipaje del colectivo, ubicado en el techo del mismo. Lo más increíble, traían los paisanos en sus bolsas y atados. A cambio, una vez ubicada su carga, los pueblerinos regresaban con lo adquirido en la ciudad; elementos de bazar, alimentos, ropa, calzados. Un ir y venir de personas y de cosas, una vida que fluía entre paquetes. Sobre la avenida San Martín, frente a la terminal, donde hoy está el Res-taurante Álvarez, estaba el local de un visionario especial para los negocios, el señor Barrios, compraba y vendía ropa y libros. Un negocio muy visitado por todo tipo de gente. Este hombre se fue consolidando en sus negocios hasta constituirse en el dueño de la Feria del Libro, negocio que está en la calle Buenos Aires entre Alvarado y Caseros, una de las librerías importantes de Salta.

Tiempo después, tal vez en el año 1964, se inaugura la vie-ja terminal, ubicada en el mismo predio donde funciona hoy. En aquel tiempo, las dársenas estaban del otro lado, apuntando hacia el cerro San Bernardo y donde hoy están las dársenas había un nutrido movimiento comercial. En esa época del 60, Vialidad de la Provincia, controlaba el movimiento de las unidades de transporte que ofrecían sus servicios. Entre las empresas recordamos a Villa, Chávez, Sotelo, Silvio Famá, Marcos Rueda, Tanoa, El Quebra-deño, Atahualpa, La Veloz del Norte, El Indio, y otras que ya eran nacionales como Chevallier, Bossio, Panamericano.

Esa vieja terminal, tenía movimiento las 24 horas, con un tra-jinar permanente. Entre los negocios, la peluquería de Romerito, frente a la playa de estacionamiento.

En el medio de la terminal, frente a los andenes de donde sa-lían las unidades, había una especie de kiosco redondo, de material abajo y arriba de vidrio; se trataba de un servicio publicitario que ofrecía la empresa de José Piccardo, llamada Piccardo Publicidad, además vendía avisos para los diarios y la radio. En ese kiosco se ponía música, se daba la salida de los distintos servicios con el nombre de la empresa, el destino, el número del andén y la hora de

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partida; además, se leían tandas publicitarias de los avisadores que pactaban; compartíamos esa actividad con Mario Ernesto Peña, que por aquel entonces vivía en la calle Tucumán casi esquina La-valle, el reconocido hombre de los medios, se inició de ese modo.

(Foto Juan Oscar Wayar) Terminal de Salta, década de 1970.

(Wayar) Terminal de Salta, década de 1970.

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(Foto Juan Oscar Wayar) Plataforma de la terminal en 1970.

FERIA DE LA COCINA REGIONALFeria Regional de la Cocina, realizada en el Centro Argentino,

en la calle San Martín entre Buenos Aires y Córdoba, en las ins-talaciones del Salta Club y en el Centro Policial Sargento Suárez, organizado por diario El Tribuno, tenía como brazo responsable y entusiasta a José Antonio Dib Ashur, un hombre que controlaba cada detalle para una fiesta tan importante.

En ese popular emprendimiento se sumaba el canto, la danza, para darle a la gente un espacio de distracción, bajo la conducción de Bucky Rodríguez. También se realizaban los concursos de can-to, de donde salieron a la fama destacadas figuras de la canción de Salta.

Era el lugar ideal para compartir en familia con precios accesi-bles para cualquier presupuesto, por eso se constituyó en eminen-temente popular. La variedad gastronómica, era el otro secreto, porque asomaban todas las especialidades de la cocina regional, que incluía: empanadas, tamales, humitas, locro, guaschalocro, carbonadas, mondongos, frangollo, chanfaina, picante de panza;

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también se incluían una gran variedad de postres regionales: que-sillo con dulce de cayote, mazamorra, anchi, turrón salteño, dulce de cuaresmillo, dulce de higo, miel de caña, leche planchada, nue-ces confitadas, arroz con leche.

Se realizaba coincidentemente con las vacaciones de invierno, en el mes de julio. Por allí han pasado grandes figuras del cancio-nero argentino.

PARQUE SAN MARTÍN Prendo la luz interior, la de los recuerdos, y surgen visiones

del ayer, tan llenas de colores y alegrías como aquellas carreras de autitos tirados con piolines, fantásticas, en el circuito del viejo velódromo, ante una entusiasta población, que se agrupaban para acompañar a sus niños competidores; en el lago, las lanchas, eran una tentación impostergable, de dar la vuelta por todo el espejo de agua, manejando con habilidad los remos; la otra actividad, que ocupaba a los changuitos del ayer, era la pesca de mojarritas de colores, con pequeños anzuelitos y utilizando miguitas de pan, como carnada; el Parque San Martín de aquel entonces tenía al-gunos restaurantes, el más destacado El Rosedal, estaba rodeado por el velódromo y bellos rosales, con un servicio gastronómico de primera; del otro lado del lago, a orillas del mismo, el restaurante de Chicho Fayt, se especializaba en el preparado de ranas a la provenzal, adonde llegaba la gran población masculina, que había asistido a la jornada boxística en el Salta Club de los días viernes y de allí partían a lo Chicho, a saborear sus especialidades; un im-portante atractivo para la familia, especialmente para los chicos, el Museo de Ciencias Naturales, donde conservaban en un frasco al niño-bebé con el ojo en la frente que tanto llamaba la atención, las grandes serpientes que habitan nuestra geografía y gran cantidad de pájaros y otros ejemplares de nuestra valiosa y nutrida fauna, era un modo de aprender con estas colecciones bien trabajadas y conservadas; el Parque San Martín se prestaba como escenario de distintos acontecimientos culturales, deportivos y recreativos; las clásicas carreras de autos, de bicicletas o carreras de motos que partían de San Martín y Lavalle, hasta Catamarca, de allí a Mendoza y frente al Hogar Escuela, la curva para retornar a la avenida San Martín, justamente en esa curva, donde hay un árbol

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inclinado que todavía está, Emilio Ale, un prestigioso deportista y luego uno de los hermanos Ibarra, accidentados en el mismo árbol, los llevó de la vida; una de las tantas diversiones que se desarrollaban en el parque, era el concurso de canto denomina-do ‘El gancho’, con un escenario a orillas del lago, ingresaba al mismo, allí concursaban los intérpretes, llegaban de los barrios con su propuesta artística, el público era el jurado y cuando la gente reprobaba al cantor, aparecía, como por arte de magia un gancho gigante, forrado con tela negra, tomaba por la cintura al que estaba cantando y lo tiraba al lago, ante la algarabía de todos los presentes; ese escenario donde se hacía el concurso, estaba ubicado frente al actual Teleférico, que transporta a sus usuarios hasta la cima del cerro San Bernardo.

El Parque San Martín, además de ser el pulmón de la ciudad, sirvió como centro de actividades, convocaba a la gente en forma masiva. Fue, es y será un lugar emblemático de la ciudad de Salta, que recibe diariamente gran cantidad de visitantes.

(Foto Juan Oscar Wayar) Lago Mar del Plata en 1950, con un puente romántico, en el Parque San Martín.

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(Foto Juan Oscar Wayar) Lago Mar del Plata en el Parque San Martín, década de 1950.

(Foto Juan Oscar Wayar) Parque San Martín, década de 1950, Monumento al general José de San Martín, lugar para distintos actos civiles.

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MERCADO SAN MIGUEL En pleno centro de la ciudad de Salta, está el Mercado San

Miguel, en la manzana que circundan la calle Florida, la calle Ur-quiza, la calle Ituzaingó y la avenida San Martín. Tiene su historia y su encanto. Por allí pasó el desarrollo de la ciudad.

Lo recuerdo cuando en la década del 50 y buena parte de la del 60, entraban los camiones por la avenida San Martín y salían por la Urquiza o viceversa; la parada de los cocheros de plaza sobre la avenida San Martín, una gran cafetería sobre la avenida San Martín, en las instalaciones del mercado, vendía chocolate con churros.

El entorno tenía clima de fiesta, en la esquina de la empedrada avenida San Martín e Ituzaingó, el ‘viborero’ Solari, ocupaba la mitad de la calzada con su negocio, se especializaba en cremas milagrosas y otros artículos; juntaba y actuaba ante muchos cu-riosos que lo rodeaban para verlo trabajar junto a su víbora Marta Julia. Un personaje que ha marcado la historia popular de Salta.

El Mercado San Miguel le daba vida comercial a toda la man-zana, aprovechaba la circulación de tanta gente, en una ciudad pequeña, de costumbres provincianas. Saliendo por Florida al frente del mercado estaba Tienda Sarita, propiedad del papá del poeta Jacobo Regen, a quien los changos de ese tiempo solíamos buscar. En la esquina de Florida y Urquiza, la Pizzería La Central, donde la gente compraba su porción de pizza, la que se entregaba en un papel de estraza.

En las instalaciones del Mercado se ofrecía todo lo que en Salta se producía. Allí se proveían los verduleros de barrio, que transportaban su compra en los coches de plaza. Un ir y venir de personas con sus bolsas buscando la fruta o verdura de tempora-da y otros sabores.

Solía acompañar a dos amigos distinguidos, uno de ellos el poeta Armando Tejada Gómez, quien disfrutaba de ver el merca-do, porque según su modo de ver, por allí pasaba la historia y la personalidad de un pueblo; el otro personaje, al que acompaña-ba era el ‘Cuchi’ Leguizamón, quien siempre buscaba algún buen corte de carne, para trabajarlo en su cocina, porque tenía gran habilidad preparando manjares.

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(Foto Juan Oscar Wayar) Cochero en San Martín y Florida, en la esquina el negocio de Virgilio García, al lado el Mercado San Miguel.

(Foto Juan Oscar Wayar) Construcción nueva fachada y subsuelo del Mercado San Miguel, década de 1970.

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(Foto Juan Oscar Wayar) Cochero o Mateo en el ex Banco de Préstamos de calle Alvarado al 600, en 1964.

RÍO ARENALES

El río Arenales fue lugar de esparcimiento de las familias sal-teñas de la década del 50, cuando iban a pasar el día en las cer-canías del Puente i’ Fierro, ubicado a la altura de la avenida Chile. Puerta de entrada a la ciudad de Salta de todos los vallistos, veni-dos de los Valles de Lerma y Calchaquí.

Un cauce con agua limpia, con berros, con una importante va-riedad ictícola, donde entre otras especies estaban ‘las viejas’, un pez con piel áspera, al que pescábamos con las manos, porque se estacionaban pegadas a las piedras, eran muy utilizadas para hacer una exquisita sopa de pescado.

La gente solía ir los domingos bien temprano, con sus asados, empanadas, frutas, para armar un campamento de fin de semana,

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un pícnic de familia. El río ponía sus formas, su frescura, su ele-gancia y los visitantes su alegría para disfrutar la jornada. Lo pri-mero que se le recomendaba a los niños y a los jóvenes era la co-secha de berro, para preparar la ensalada. Luego las zambudillas y la pesca de yuscas, bagres y mojarras. Los hombres preparaban el asado y las mujeres se ocupaban de las empanadas. La gran mayoría venía caminando con las bolsas que transportaban los ali-mentos. Una excursión en bandada, juntando a padres, abuelos, nietos y perros. Se regalaban tiempos y atenciones, se emociona-ban juntos ante un pájaro o una flor. Los códigos del afecto tenían fragancias. Gran cantidad de familias madrugaban para tomar el mejor lugar, con buenos árboles, con piedras importantes para im-provisar mesas. Una fiesta popular, en un río sano y alegre. Mucha gente iba por la calle Córdoba y pasando la Independencia, ya se escuchaba y se veía a lo lejos el majestuoso paso del río; justo a esa altura estaba el ‘Pozo de la Boga’, un atractivo lugar para la pesca.

El puente i’ fierro, contaba con verdes alamedas en ambas ori-llas y sobre la avenida Chile, una famosa alojera de aquel enton-ces, ofrecía su refrescante bebida a los transeúntes.

Postales de la Salta del ayer, viven en la memoria de mucha gente que ha vivido ese momento.

(Foto Juan Oscar Wayar) Caída del Puente i Fierro en febrero de 1974.

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(Foto Juan Oscar Wayar) Puente i Fierro, cruzando a caballo, clásico de otros tiempos. Bellas imágenes del ayer.

(Foto Colección fa-miliar) Ronald Jackie

Quiroz en el río con el Puente i’ Fierro a sus

espaldas.

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(Foto Juan Oscar Wayar) Río Arenales, década del 1940.

(Foto Juan Oscar Wayar) Río Arenales y Puente i Fierro en la década del 70.

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PLAZA GURRUCHAGA La Plaza Gurruchaga tiene recuerdos que pasan por sus calles

enripiadas de la década del 50, cuando, con muchos menos árbo-les, se constituía en la canchita de los changuitos del barrio, que gastaban sus tardes atrás de la pelota.

Luego venía el rico mate cocido con pan casero, en la casa de la tía Nélida que vivía sobre la calle San Luis, frente a la plaza, junto a toda su familia.

A pesar de estar distanciado del centro, frente a la plaza Gu-rruchaga, sobre la calle San Juan, había un cine, atractivo de los chicos del barrio y el Club General Paz.

(Foto Juan Oscar Wayar) Plaza Gurruchaga en la década del 70.

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(Foto Archivo de La Gauchita) El director de La Gauchita presentando al profesor de Historia, Miguel Ángel Cáseres, con motivo de su primer libro.

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SALTA CLUB En la calle Alberdi al 700, entre Tucumán y Rioja, estaba el Sal-

ta Club. Desde niño tuve la posibilidad de llegarme al Salta Club, donde solía ir a ver el entrenamiento de las figuras del box de Salta como los hermanos César y Gustavo Montenegro, el Farid Salim y muchos otros. El doctor Demetrio Herrera, nos abría las puertas a los changuitos del barrio y de ese modo pudimos participar de muchos festivales boxísticos.

Después tomó la batuta su hijo Miguel Herrera, con quien com-partíamos momentos junto a los grandes del box de Salta y al gran árbitro Villegas. Miguel era un hombre muy relacionado con el mundo del box. Fui testigo ocular y presencial de contactos con el Luna Park y con los más importantes empresarios de este deporte en Estados Unidos y en Europa. El Salta Club tenía un restaurante a la calle sobre Alberdi, era lugar de encuentro.

También fue sede por varios años de la Feria de la Cocina Regional que organizaba diario El Tribuno con la asistencia de muchos salteños y turistas, acercados para saborear la exquisita cocina criolla y matizada con el canto de los intérpretes de Salta.

Gracias a la amistad con Miguel Herrera pude participar en ese Salta Club de muchos festivales folklóricos, en calidad de anima-dor, como aquel denominado ‘Argentina Canta en Salta’, junto al querido amigo Eduardo ‘Tuna’ Esper, por donde pasaron los mejo-res intérpretes de la canción argentina.

Pero los recuerdos más perdurables que llevo en mi memoria fue presentar en ese lugar al querido amigo Daniel Toro, a Teresa Parodi, a Los Cantores del Alba en varias ocasiones, en una de ellas entregándoles el disco de oro, por pedido de la empresa dis-cográfica.

En el año 1973, tuve la suerte de compartir el escenario con mi poesía y el canto de Mercedes Sosa, en una noche mágica llena de fuerza y de contenido; en ese mismo año, acompañé como único conductor el aniversario de los 25 años con el canto de Los Chalchaleros, noche por la que pasaron todos los integrantes que fueron parte del conjunto históricamente, con la excepción de Aldo Saravia que ya había fallecido. En esa jornada Daría Balderrama les entregó una ofrenda floral y el doctor Abel Mónico Saravia,

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autor de muchos temas, un poema en homenaje a este histórico conjunto folklórico de Salta.

El Salta Club fue por muchos años el lugar emblemático de los deportes boxísticos de Salta, con una cartelera semanal, ofrecía los combates de prestigiosos deportistas, con negocios especia-listas en venta de hojas de coca en la esquina de Alberdi y Rioja, con la cuadra de Alberdi al 700 llena de vendedores ambulantes con sus carritos choripaneros y sandwicheros, eran salida laboral para muchas familias.

También se constituyó en el lugar donde se mostraba orgullo-sa la canción argentina, con la concurrencia de las familias de la ciudad de Salta, por donde pasaron los más notables intérpretes del cancionero popular de nuestra patria. Pasar por Alberdi al 700 es recuperar aquellos recuerdos de una Salta que fue distinta en aquellas épocas.

(Foto Archivo de La Gauchita) Eduardo Ceballos entregando el disco de oro, por pedido del sello grabador al amigo Tomás ‘Tutú’ Campos de Los Cantores del Alba, con las lágrimas emocionadas de sus compañeros, en la sede del Salta

Club, lugar muy popular de Salta.

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SEDE SOCIAL DEL CLUB CENTRAL NORTE EN LA CALLE ALSINA

El Club Central Norte tuvo su sede social en la calle Alsina en-tre 25 de mayo y avenida Sarmiento, donde la familia cuerva se juntaba, en un predio grande, donde además, de la reunión de la comisión directiva, se hacían bailes populares y veladas boxís-ticas. Recuerdo una noche especial con la pelea de Farid Salim contra Zerpa.

En ese lugar hoy se instaló una empresa relacionada con la madera.

LA CALLE PELLEGRINI

La calle Pellegrini, continuación de la avenida Chile, era la en-trada y salida de los valles, pasando por el Puente’ Fierro. Gran-des álamos la circundaban en la zona del río. Desde el río hasta el puente Vélez Sársfield, gran cantidad de árboles, muchos con frutas silvestres le daban color.

Pasando el puente Vélez Sársfield, se ingresaba a la calle Pe-llegrini, justo a la altura de la calle general Mosconi de un lado y de la Coronel Vidt del otro lado.

Empedrada con una gran cantidad de negocios, por ser una arteria tan importante, recibía a los viajeros con una panadería en la esquina de Coronel Vidt y Pellegrini, La Princesa. Por la calle Coronel Vidt, entre Pellegrini y Jujuy, se instalaron por aquel en-tonces gran cantidad de familias extranjeras, en conventillos allí existentes, especialmente italianas.

Un movimiento permanente de muchos vehículos, tracción a sangre, carros, jardineras, le ponían una característica especial a esa arteria, por donde ingresaban los criollos con sus productos para vender en la ciudad. De vuelta se llevaban los elementos necesarios para sus casas, consistentes en los productos alimen-ticios: yerba, azúcar, fideos, arroz, harina, fiambres.

Entre los negocios destacados de la década del 50, estaba el ‘Restaurante, Posada y Posta Coronel Moldes’ de don Juan Jova-novich, quien residía junto a su familia. En la esquina de Corrientes

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y Pellegrini, frente al canal, estaba el almacén que le pertenecía a don Jacinto Ale, padre de una prole numerosa, desembocó con el tiempo en una de las empresas de transporte más importante de la provincia.

(Foto Juan Oscar Wayar) Pellegrini y Mosconi, década del 60.

(Foto Juan Oscar Wayar) Calle Pellegrini al 500, en 1939, entre San Juan y San Luis.

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EDIFICIO DE BELGRANO Y SARMIENTO

Hablar de la esquina de las avenidas Belgrano y Sarmiento, es hacerlo de un emblemático lugar de la Salta de siempre. El señorial edificio tuvo distintos destinos en el transcurso del tiempo, en la década del 50 funcionaba allí la Asistencia Pública, donde atendían prestigiosos médicos como el doctor Constanzo, presi-dente en ese tiempo del Club Libertad, el doctor Miguel Ragone, que llegó a ser gobernador de Salta. En Salta, estaba el Hospital del Milagro, el Hospital de Niños, La Maternidad y la Asistencia Pública, como únicos responsables de la salud de la población.

Luego fue la sede de la Suprema Corte de Justicia, llegó a con-tar entre sus autoridades al doctor José Antonio Saravia Toledo, luego de su paso por Los Chalchaleros; el poeta Luis Clemente D’Jallad tenía en esa sede judicial, un pequeño stand permanente exhibiendo libros jurídicos.

Luego se constituyó en la Biblioteca Provincial Victorino de la Plaza, que ya había tenido domicilio en Alberdi y Alvarado, primer piso, arriba de la farmacia Sudamericana, donde los poetas jóve-nes íbamos a leer nuestros poemas por invitación de Manuel J. Castilla, su director; luego en Caseros al 900.

Las dos avenidas tenían boulevard con circulación hacia am-bas direcciones. La avenida Sarmiento contaba con el consagrado Centro Argentino, a su lado la Heladería Fili, se ponía de fiesta para el día del maestro, cada 11 de setiembre rindiendo homenaje al maestro Domingo Faustino Sarmiento, con guardapolvos bien almidonados, con asistencia perfecta, con tribunas tubulares para que la gente pueda ver el desfile y con un hermoso boulevard lleno de flores anunciando la llegada de la primavera.

La Avenida Belgrano, de doble mano, era el camino a San Lo-renzo, después de la vía ferroviaria se constituía en una zona de ca-sas quintas modestas, con alambrado en sus frentes y con plantas frutales en sus terrenos; desde Zuviría a Sarmiento el boulevard de la Belgrano, contaba con grandes arboledas; en la esquina de Mitre y Belgrano, la gran tienda La Mundial, que vestía a toda la familia.

Pinturas de una ciudad que dejó fuertes señales en el paso del tiempo. Mucho antes era una calle llena de puentes para poder cruzar los tagaretes de la vieja ciudad de Salta.

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(Foto Juan Oscar Wayar) Edificio de la Biblioteca, antigua Asistencia Pública, década de 1950 y luego sede de la Suprema Corte de Justicia.

Avenida Belgrano de doble mano.

(Foto Juan Oscar Wayar) Belgrano de doble mano, esquina Alvear, donde estaba el canal, en la década de 1950.

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AVENIDA SARMIENTO CON BOULEVARD Y EL DESFILE EN HOMENAJE A SARMIENTO

Hospital del Milagro, procesión con el seminario.

Qué bueno recordar a la avenida Sarmiento con boulevars de la década del 50 y del 60. La evocación especial para los días 11 de setiembre, día del maestro, en el que se honraba al san-juanino Domingo Faustino Sarmiento, estandarte de los maestros, con un ampuloso desfile de todas las escuelas de la ciudad de Salta, acompañada por una multitud. Se colocaban tribunas en las veredas de ambos lados de la avenida, bajo la sombra natural de su bella arboleda. Las familias concurrían masivamente. Los chicos con sus blancos guardapolvos almidonados, las zapatillas blanqueadas con polvo de tiza y ese paso marcial ensayado con mucho tiempo con un entusiasmo desbordante.

(Foto Juan Oscar Wayar) Avenida Sarmiento, con busto del prócer en 1930.

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(Foto Juan Oscar Wayar) Boulevard calle Sarmiento 1939.

DIARIO EL TRIBUNO EN CALLE DEAN FUNES 92 La calle Dean Funes, entre España y Caseros, era la cuadra

de las noticias. En el número 92, en una vieja casona de adobe, funcionaba la administración, la redacción y los talleres de diario El Tribuno. La gente ingresaba por la puerta principal y se encontraba con un mostrador, de donde se veía a los periodistas haciendo su trabajo. Entre los periodistas que recuerdo: Mario Ríos, César Per-diguero, Nolasco Zapata, Vergarita, Domínguez de Castro, Juan Carlos Guiñez, Roberto Vitry, Paco Rocha, Pilá, el ‘doctor’ Vallejos, comodín para todo servicio; los fotógrafos Antonio y Luis Magna; en corrección el Pelao Nieva y quien esto escribe; en los talleres se destacaban Cimino y Carnavalito; en administración Martinotti y Dorré; con el naciente Ateneo Cultural El tribuno, que funcionaba en una pieza al lado, el voluntarioso José Antonio Dib Ashur, quien también se hacía cargo de la Feria de la Cocina Regional con tanto éxito; Jorge Rodríguez, era el encargado del archivo; José Juan Botelli, responsable de la página literaria del diario, donde publicá-

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bamos todos los emparentados con las letras; el director y super-visor general de la empresa, el señor Roberto Romero.

En ese tiempo el diario se hacía con plomo, vale decir, con linotipos, eran como máquinas de escribir, reproducían el texto en plomo, para que luego se arme la página línea por línea en un mol-de de la medida de la página. Un trabajo artesanal que requería gran concentración. Los titulares principales, se hacían con letras de madera de distintos tamaños de acuerdo a la importancia de la noticia.

En una pieza más cercana a calle España, había una ventana que la hicieron vidriera, donde se colocó el primer servicio de ra-dio foto, un tema innovador por aquel entonces y se recibían las imágenes, con un sistema parecido al fax, copiaba gradualmente la foto enviada por el proveedor; los domingos cuando finalizaban los partidos de fútbol de Buenos Aires, los hombres se acercaban a esa vidriera para ver cómo había sido el gol del club de sus amo-res. El aparato contaba con una pluma especial que iba dibujando la foto que se exhibía ante la máquina en Buenos Aires.

Por ese entonces, las agencias periodísticas proveían de infor-mación a los diarios del interior por cable, esto es con máquinas que recibían los escritos en papel.

Luego se vio la transformación cuando llegó el offset que revo-lucionó el sistema de impresión. El Tribuno fue vanguardista en el tema y se me ocurre verlo a don Roberto Romero, recibiendo las máquinas y los pesados rollos de papel en la angosta calle Dean Funes.

Simultáneamente, el Ateneo Cultural El Tribuno, crecía con cursos y múltiples actividades culturales, luego desembocó en la Embajada Cultural de El Tribuno, con gran presencia en toda la provincia.

Al frente del diario, estaba el cafecito de Ángelo, un griego, que además vendía unas copitas de aperitivos a los periodistas del diario y de la radio que allí se juntaban, donde se veía diariamente a los hermanos Marino, Julio y José Fernández Molina, compar-tiendo con los otros temas culturales enciclopédicos.

En Dean Funes 28, estaba, LV9 Radio Güemes, La voz de la tierra gaucha, contaba con un pequeño salón auditórium que daba

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a la calle, donde actuaron Los Chalchaleros, Los Fronterizos y otros destacados números artísticos. Contaba con un patio inte-rior, donde se realizaban espectáculos, como el ‘Carrousel de los Niños’, donde premiaron a voces distinguidas como la de Daniel Toro.

Las voces más importantes de esa emisora: Magda, Carlitos Skaf, Mary Gervino, Omar Villalba, Pedro Salas, Marino Fernán-dez Molina con ‘Vístase Gratis’, José Fernández Molina con ‘Per-done que lo interrumpa’, César Fermín Perdiguero ‘Cochereando en el recuerdo’, Julia Montanari y muchos otros. Eran famosos los radioteatros con obras como ‘Fachenso, el maldito’, con la voz de Pepe Martín. Una radio de un bello tiempo social que es recordado por mucha gente.

Por aquella época se acostumbraban las serenatas, en los bal-cones a las novias, a los amigos, a los cumpleaños. Era parte de una liturgia colectiva, honrar los afectos con música.

En Caseros y Dean Funes, en la misma vereda de San Francis-co, al frente La Citrícola, una verdulería que mostraba con mucha ostentación los frutos exóticos de muchos lugares de la tierra. Un servicio tan especial como irrepetible.

Al frente, diagonal a La Citrícola, frente a San Francisco, en los altos de la misma esquina, la vivienda del Doctor Almada Leal, siempre ofrecía su espacio y sus copas a los cantores y a los poetas de Salta. Por las noches, al que pasaba por esa esquina, descubría que de su balcón bajaban suaves melodías o algunos poemas.

Una cuadra de muy alta estima para la cultura popular, ya que por allí pasaron los hombres y las mujeres que dejaron su testimo-nio para la cultura de Salta.

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(Foto Juan Oscar Wayar) Uno de los cinco camiones que en enero de 1967, transportaron importantes equipos para diario El Tribuno de calle Dean Funes 92.

Llegaba el progreso.

HOSPITAL SAN BERNARDO Según los bronces y los antecedentes históricos, el Hospital

San Bernardo fue inaugurado en 1960, pero el que esto escribe estuvo internado en diciembre de 1959, exactamente desde el 25 de diciembre de ese año, cuando me saqué el talón con los rayos de la rueda trasera de una moto. Fui internado y atendido por el doctor Miguel Ramos, quien realizó un injerto para que pueda te-ner una vida normal.

Por esa época, una congregación religiosa de monjitas, tenía a su cargo la administración de la ropa del hospital y de la cocina. El hospital era impecable y la atención, distinguida. En el tiempo que estuve internado, oficié de ayudante del sacerdote que todos los domingos oficiaba una misa en el primer piso con todos los pacien-tes que estaban en condiciones de asistir. Recuerdo como tiempo de lectura, leí varios libros, marcando mi intelecto y mi sensibilidad para siempre. Era un gran avance para Salta.

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(Foto Juan Oscar Wayar) Hospital San Bernardo, 1960.

(Foto Juan Oscar Wayar) Inauguración Hospital San Bernardo en 1960.

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EL MATADERO Y LA CALLE SANTA FE La esquina de avenida Independencia y Santa Fe en la década

del ’50, era importante con un movimiento inusitado de gauchos, que llegaban montados en sus caballos. Muchos camiones de ‘matarifes’, los empresarios de la carne, esperaban en la playa de estacionamiento la faena de sus animales. Un gentío movili-zaba esta actividad. Sobre la avenida Independencia había varios boliches, barcitos o almacenes donde se vendía vino por vaso, que eran poblados por gente criolla, mientras hacían sus paradas de descanso. Los camiones jaulas ingresaban con animales vivos para darle más actividad al lugar, se constituía en un verdadero polo de desarrollo.

En aquel tiempo, el consumo de la carne era más popular; lle-gaba a todas las casas, donde diariamente aparecían pucheros, milanesas, guisos y tradicionales asados. El manejo comercial de la carne era más inocente o más humano; estaban los cortes es-peciales para perros y gatos como el bofe; las achuras todavía no se cotizaban como ahora; la gente utilizaba toda la vaca, ya que con las patas del animal, las criollas de antes producían el famoso ‘guisado de patas’ o fabricaban sustentosas gelatinas. Los gau-chos buscaban las cabezas de vaca completa, con los ojos, los sesos, la lengua, para hacerla ‘guatiada’, una exquisitez. Siempre recuerdo entre los transportistas de carne, que proveía a las carni-cerías al Pato Ehizaguirre, a quien acompañaba desde niño en los repartos. Como sería la abundancia de carne en la mesa familiar, que los changuitos de entonces, fabricaban sus ‘boliadoras’ con los huesos del ‘caracú’, como se llamaba por aquel entonces al ‘osobuco’. Los changos también se las rebuscaban para conseguir la vejiga del animal, que una vez inflada servía para utilizarla como pelota de fútbol; otros pedían las astas del animal, para construir sus gorros de comparsas; los artesanos trabajaban el cuero, por-que de la vaca, nada se tiraba.

Por aquellos tiempos, solían escaparse algunos toros del ma-tadero, causando estupor entre la gente que caminaba la zona; en una ocasión se escapó un toro y dos o tres jinetes lo seguían con sus caballos y sus lazos y no podían doblegarlo; recién pudieron controlarlo en la esquina de Tucumán y Florida, en la esquina de la Iglesia de las Carmelitas.

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La barriada crecía al compás del Matadero: los hijos de Juan Panadero, los Riera, pusieron su panadería en la Independencia, frente al Matadero y sobre la calle Santa Fe, aumentaban los ve-cinos y los negocios. A una cuadra de la Independencia, estaba la casa y el negocio de Foto Julio Torres, que era el encargado de fabricar testimonios familiares con sus fotos de cada uno de los vecinos, de varias cuadras a su alrededor. En esa misma cuadra estaba la Iglesia de la Santa Cruz y al frente la gran despensa de don Ruiz; en la otra cuadra ‘La Carpa del Patito’ de don José Sal-vatierra, que era la máxima atracción para el tiempo del carnaval. Antes de llegar a Zabala, sobre Santa Fe, la reconocida familia Salim, tenía la farmacia del barrio; al frente la familia de los Narz, tenía una cortada de ladrillo, atrás del matadero, en las cercanías del río Arenales; a dos casas la familia Pérez, el mecánico que re-solvía todo, con un ramillete de hijos que aportaron al crecimiento de Salta.

Además, desde Independencia hasta Zabala, se realizaba un corso infantil, era el orgullo del barrio y motivo para atraer a la gente de otras vecindades. Perfumados recuerdos de un histórica calle de Salta.

Recuerdo que un año de la década del 60 queríamos organizar un homenaje para el Día de la Madre, con los amigos cantores, bajo la dirección del querido poeta Hugo Alarcón; caminamos la ciudad y no encontramos donde poder realizarlo, hasta que apare-ció un amigo de Hugo, mecánico que tenía su taller sobre la calle Santa Fe, casi esquina Corrientes, al lado de la heladería Corona; el propietario del taller ofreció su lugar gustoso para producir el espectáculo; el día de la función temprano fuimos con Hugo a ve-rificar en el lugar y vimos el taller prácticamente vacío, los autos que tenía para reparar estaba en la calle, en el salón sólo quedaba una camioneta, dispuesta de modo tal que su caja se convirtiera en escenario; con Hugo habíamos conseguido regalos de comer-ciantes amigos y se hizo la fiesta para las madres con gran éxito.

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(Juan Oscar Wayar) Matadero Municipal en 1970.

(Juan Oscar Wayar) Matadero Municipal en 1880.

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EL DÍA DE LA CRUZ EN EL CERRO SAN BERNARDO

El día de la Cruz que se festeja el 3 de mayo, en Salta se conver-tía en una tradicional fiesta. Familias enteras, caminando ascendían a la cumbre del cerro San Bernardo, con las bolsas de los alimentos que se consumirían durante el día. La mayoría llevaba su parrilla y el asado, frutas, para pasar una jornada especial. La gente subía al histórico cerro por el camino para vehículos, otros por las escaleras de las estaciones del Vía Crucis, y los más jóvenes, por aventura-dos y nuevos caminos, desafiando todos los peligros. Gran parte de la población de la ciudad de Salta se instalaba en la cumbre, como si se tratara de un ritual amoroso, de un pacto de fidelidad para con esta tierra. Por allí, aparecían los cantores populares, los tradiciona-les ‘viboreros’ y los vendedores de ‘baratijas’.

Visto el San Bernardo desde la ciudad, se lo veía como un gran sahumerio, una humareda contaba que Salta estaba de fiesta. His-toria de una ciudad, una pequeña aldea.

(Foto Juan Oscar Wayar) Día de la Cruz en 1941, frente a una ciudad de pocas casas.

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(Foto Juan Oscar Wayar) Día de la Cruz en 1934. Una postal del ayer.

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(Foto Juan Oscar Wayar) Día de la Cruz en 1960. Clima de fiesta y alegría.

ESPAÑA Y ALVEAR

La desolada calle Alvear de los años 50 era acompañada por un canal, que le daba aspecto de abandono; en la esquina de Al-vear y España, había un gran baldío, propiedad de los salesianos, que lo alquilaban a circos o parques de diversiones.

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Casi siempre el lugar elegido por el Hollywood Park, un inmen-so parque de diversiones, que convocaba a gran cantidad de sal-teños. Bien llegaba a Salta, la gente los detectaba por los grandes camiones que transportaban sus fierros, por el tiempo de arma-do, por la promoción en las radios de entonces y en los diarios; además, hacían invitaciones por escuelas y colegios con grandes descuentos; cuando empezaba a funcionar colmaba sus instala-ciones con la población adulta y con los niños que disfrutaban ese mágico lugar. Los juegos mecánicos que traía el parque eran un desafío para cualquiera: la rueda gigante, el óvalo, el martillo, la silla voladora, el tren fantasma y tantos otros, de alto costo y de complejo mantenimiento. Además, estaban los puestos para me-dir las habilidades de los jugadores, que tentaban con magníficos premios: tiros con rifles, con ‘hondas’, flechas, argollas y muchos entretenimientos más. Las familias disfrutaban tanto que cuando se iba el parque de Salta, empezaban a esperar su retorno. Cómo sería la habilidad comercial del momento, con gente más pobre, este emprendimiento llevaba a casi todos los habitantes de la ciu-dad, se divertían, la pasaban bien y encima podían hacerlo. Qué habrá cambiado en el tiempo? Lo real, que estos recuerdos dibu-jan un tiempo feliz.

(Foto Juan Oscar Wayar) Alvear entre España y Caseros, con el canal, década de 1970.

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(Foto Juan Oscar Wayar) Alvear y Caseros, Colegio Salesiano, 1953, con el canal. El tránsito circulaba hacia el oeste.

MITRE Y MIGUEL ORTIZ Recuerdo que en la década del 50, en la esquina de las calles

Mitre y Miguel Ortiz, estaba el popular almacén del Turco Miguel. Allí se acababa la ciudad, al menos hacia el norte, lo que venía después era la nada. Tenía una tía que construía su humilde ca-sita en la actual calle Tamayo al 400. Con la familia solíamos ir a visitarla, para ello tomábamos el colectivo N° 6 de la empresa coo-perativa Cotas, y bajábamos en la última parada, la esquina del Turco Miguel, en Mitre y Miguel Ortiz, vale decir a unas cinco cua-dras de nuestro destino. Allí comenzaba otro viaje, porque había que avanzar entre lomadas y cañadones, con poca vegetación, en una desolación que asustaba. Por eso recuerdo esa esquina y también porque al frente vivía Chocola Escalante, el gran arquero que tenía Argentinos del Norte, equipo que salió campeón en 1964 y era acompañado por el padre Miguel Martín, párroco de la parro-quia de El Pilar. En la misma casa de los Escalante, muchos años después, moría Cristóbal Capó ‘El Doctor Chalita’, figura popular de Salta, a quien acompañé en su lecho de enfermo.

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(Foto Archivo de La Gauchita) El querido ‘Doctor Chalita’, cuyo nombre era Cristóbal Capó en su lecho de enfermo,

en la casa de los Escalante, en la calle Mitre casi Miguel Ortiz.

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AVENIDA URUGUAY Y PASEO GÜEMES

El Monumento al General Martín Miguel de Güemes, inaugu-rado el 20 de febrero de 1931, diseñado por el escultor argentino Víctor Juan Garino, con el transcurrir de los años, se constituyó en un símbolo vivo que guarda la memoria del héroe gaucho.

En el día de la inauguración se realizó el primer desfile ante su Monumento, en una zona alejada de la ciudad y de las casas. A partir de esa inauguración, se fue construyendo alrededor del Monumento. El respeto, la euforia y admiración que despierta su figura entre la gente criolla, de todas las clases, siempre fue cre-ciendo. En el año 1944, se hace el primer desfile al pie del Monu-mento, el día 17 de junio, conmemorando su paso a la inmortali-dad, a partir de ese año y hasta el presente, pasó a ser la fecha más cara a los afectos patrióticos del pueblo de Salta. Tradicional es ver a los gauchos con sus clásicos atuendos criollos montados en sus bravos corceles, con la mejor montura y sus vistosos guar-damontes. En el año 1956, gracias al estudio e investigación de algunos salteños entre los que se destacan Miguel Ángel Salom y José Fadel, se empieza a realizar la ‘Guardia bajo las estrellas’, al pie del cerro San Bernardo y en el mismo lugar donde pasó a la eternidad el general gaucho. Desde siempre vino creciendo desde el corazón del pueblo, la admiración y la reverencia hacia este hombre que dio su vida por la patria. Han pasado muchos años y su histórica figura fue rozando los niveles de sacralidad, su paso por la vida. En las décadas del 50 y del 60, los gauchos y mucha gente, se amanecían la noche del 16 de junio, para recibir el 17 junto a su héroe. Los gauchos encendían grandes fogatas para aplacar el frío y la guitarra pasaba de mano en mano para honrar con el canto su memoria. Con el tiempo ese entusiasmo se fue ordenando y se organizaba un concierto folklórico al pie del Monumento desde las 22 hasta las 23.55, hora que se tocaba con los bronces del ejército el silencio y sólo quedaban en el predio los gauchos que pertenecían a las distintas agrupaciones. Entre esas grandes veladas recuerdo actuaciones de Los Fronterizos, Ramo-na Galarza y tantos otros intérpretes de la canción argentina.

Cada vez son más los gauchos que se reúnen para homena-jear a esta figura señera de la historia de la patria. Vienen de todos los pueblos, patrones y peones, pueblos enteros, algunos traen sus

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animales en vehículos especiales, otros vienen montando desde su lugar, desandando kilómetros, con el hidalgo orgullo de pertenecer a la familia gaucha. Las mujeres criollas también se suman, al igual que los niños, avanzan por las calles mostrando públicamente que han aprendido la lección de sus mayores. Ya rondan los 4.000 gau-chos desfilando en esa fecha tan importante, convirtiéndose en la evocación máxima por la historia de la patria. Salta con este desfile pasa a ser la ciudad argentina que mejor manifiesta su sentir por la historia. No pudieron con esta tradición las tecnologías, y el con-tenido anticultural que se refleja en los medios periodísticos. Los gauchos de Salta siguen fieles a su estilo y a su memoria.

(Foto Juan Oscar Wayar) Inauguración del Monumento a Güemes en 1931.

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(Foto Juan Oscar Wayar) Monumento de Güemes,año 1940. No se ven construcciones hacia el cerro.

(Foto Juan Oscar Wayar) Monumento de Güemes, año 1940, con vista a la ciudad. Se ve claramente la Catedral y la iglesia San Francisco.

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ARENALES Y BOLIVIA Sobre la avenida Bolivia, a metros de la calle Arenales, al lado

de la vía que ingresaba a los cuarteles, estaba el almacén de don Saiquita, como mirando hacia el campo militar. Cuando salían de franco o licencia los soldados, se cruzaban hasta este boliche a tomar un vino, acompañado con mortadela o algunas empanadas y se quedaban largas horas jugando al sapo, ese juego tradicional, servía para compartir largos momentos de alegría y camaradería junto a los amigos.

SAN JUAN Y ESTECO

La intersección de la calle San Juan con el canal, a pesar de estar a pocas cuadras de la Plaza 9 de Julio, en la década del 50 era un barrio periférico, habitado por la humildad de gente de trabajo. En la esquina noroéstica de la calle San Juan N° 1104, construía su casa la familia de don Lorenzo Monterichel y doña Nélida Corbella. Lorenzo un conocido mecánico de automotores y ella una esmerada madre de prole numerosa, sumaban a Hipó-lito, Norma, Oscar, Gerardo, Ernesto, Amanda y Azucena, como los hijos de la casa. Se crecía en armonía y la madre instalaba la ternura en la olla para producir el milagro de la vida sana. Como la calle Esteco, todavía no estaba abierta, Lorenzo extendía los límites del patio de su casa hasta orillas del canal, donde estaban los vehículos que esperaban su atención mecánica. Era una pro-longación generosa que le regalaban aquellos años.

Era tan travieso el tío mecánico, que en sus horas libres, so-lía traer de los ríos, arena, ripio, piedras, para entregarlas a los clientes que les pedían. Cuando veía a la muchachada reunida, después de un partido de fútbol, les preguntaba con mucha pi-cardía sin querían ir al río, a lo que con entusiasmo se sumaban con su inocente alegría. Eran esos viejos camiones con caja metálica y volquete, adonde subían los changos y hasta el río no paraban. Cuando llegaban a destino, los dejaba que se den un chapuzón y luego los invitaba a que carguen el camión con piedras. Con alegría deportiva se cargaba el camión y retorná-bamos a la ciudad arriba de las piedras con la satisfacción del deber cumplido.

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Ese tío Lorenzo organizaba jornadas de picnic para toda la fa-milia con distintos destinos. Uno de los habituales lugares era la zona de Lesser, para disfrutar de sus manantiales. En el camión viajaba al volante el tío Lorenzo, acompañado por las tres mujeres más grandes; en la caja las mujeres más jóvenes, los hombres y los niños; se llegaban a formar grupos de 30 o 40 personas. Lle-vaban el asado del que se encargaban los hombres, las mujeres preparaban las ensaladas y fritaban las empanadas, se llevaban frutas y todo lo necesario para pasar una hermosa jornada al aire libre; al llegar a destino, los chicos debían ponerse en la tarea de juntar berros para una ensalada exquisita; el berro se daba en esa zona como un milagro; luego de la juntada, los chicos ya podían nadar y jugar en esos manantiales con agua cristalina. Un canto a la vida la familia, esos paseos fueron tejiendo afectos imborrables entre los que compartieron aquellos deliciosos momentos.

(Foto familiar) La tía Nélida Corbella con sus hijos, arriba de izquierda a derecha: Oscar ‘Negrito’, Hipólito ‘Polo’, Ernesto ‘Piojito’, Gerardo ‘Loco’; abajo, Azucena y Amanda, todos Monterichel, el apellido paterno y abajo en el costado derecho, el

sobrino Hugo Corbella.

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(Foto Archivo de La Gauchita) Gorros mayores de la comparsa Los Siancas, de Villa Cristina.

(Foto Archivo La Gauchita) Ricky Maravilla con Chichí Aguado, el hacedor de los gorros de Los Siancas de Villa Cristina, junto a otros

comparseros.

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VILLA BELGRANO Villa Belgrano, barriada que tiene como límites las calles Las

Heras hacia el este; la calle 12 de Octubre al sur; Miguel Ortiz al norte; y las vías del ferrocarril hacia el oeste.

A pesar de tener una pequeña extensión, con aproximadamen-te 20 manzanas, Villa Belgrano es una zona de la ciudad que guar-da en sus calles muchas historias. Son muchos los motivos de orgullo: la cuna de la comparsa Los Tonkas; la creación del Jardín de Infantes, que funciona en la sede del Centro Vecinal, de Vicente López al 1550; el Club Peñarol, de Juramento esquina Anzoátegui, con su presencia en el fútbol salteño; los equipos masculinos y femeninos de básquet de ‘Villa Belgrano’.

Villa Belgrano creció como el hermano pobre de Tres Cerritos y cumple funciones de presidente del Centro Vecinal Adrián Zapa-na, quien sustituyó a su padre Carlos Zapana. Ese Centro Vecinal alberga diariamente a centenares de personas que llegan hasta su sede por distintas actividades, siendo muy destacadas las fun-ciones que cumple el Jardincito Ta Te Ti que atiende a la infancia desde hace más de una década, vienen de la misma barriada y de barrios adyacentes como Pilar, Tres Cerritos, Ferroviario, Postal, Lamadrid, Vicente Solá, Barrio Mosconi, entre otros.

La comparsa Los Tonkas, con más de medio siglo de presencia en los carnavales de Salta, desfilando en los corsos salteños que se realizaban en distintos escenarios. Jesús Estrada, su cacique mayor y el gran trabajo de sus componentes la constituyeron en la más grande de todos los tiempos, logrando gran cantidad de pre-mios y galardones. Se dice que era la comparsa salteña por exce-lencia. Comenzó a formarse en 1962 de la mano de Jesús Estrada para convertir su sueño en una realidad ordenada, llena de pasión. El cacique mayor, también fue un destacado jugador de fútbol que brilló en el equipo de Huracán de Parque Patricios, San Martín de Tucumán, Altos Hornos Zapla, Liga Salteña, Liga Jujeña, Argenti-nos del Norte y el Club Peñarol de su barrio. Esta agrupación llegó a contar con 400 integrantes y además, se daba el lujo de hacer campañas solidarias por los que más necesitaban. Muchos famo-sos desfilaron en esta agrupación salteña, como Los Nocheros en el año 2002, en los Corsos de Antara. En ese corso compartimos con el poeta Jorge Díaz Bavio la difícil tarea de jurados.

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Otro personaje ilustre de Villa Belgrano, es el poeta Miguel Alejandro Carreras, hombre sencillo, de pueblo, artista. Desde su primer libro ‘Al alba de unos versos’, editado en 1966, no dejó de plasmar con su poesía los paisajes de su sangre, de su casa, de su familia, de su barrio, sus calles, los caminos cotidianos, po-niéndole el sello de su lírica, este amigo que acaba de cumplir sus primeros 80 años de vida. Luego vinieron los premios y los reco-nocimientos por toda la historia construida.

Desde esa Villa Belgrano sale la revista coleccionable ‘La Gau-chita’ que recorre todos los pueblos de la provincia, muchas pro-vincias argentinas, países de nuestro continente y habiendo llega-do a todos los continentes de la tierra con el anchuroso mensaje de la cultura de Salta.

La Iglesia Sagrado Corazón de María de Fátima, que dirige el padre Miguel López, preside la vida religiosa del barrio. Está ubi-cada en la calle Vicente López al 1551, frente a la sede del Centro Vecinal, que tiene su festividad especial en octubre en homenaje a la Virgen del Rosario.

Los colectivos 5B de Saeta, atraviesan Villa Belgrano cuando viene desde tres Cerritos hacia el centro, bajando por la calle Vi-cente López desde Las Acacias hasta Ameghino. El 5A que viene del centro hacia el norte de la ciudad, sube por la calle Pueyrredón desde Necochea hasta la calle Miguel Ortiz. Estas son las dos líneas que utiliza la gente de Villa Belgrano.

Otra de las figuras notables de esta barriada es la actriz y locu-tora Mary Gervino, que hace un tiempo recibió el Mérito Artístico, el 16 de septiembre de 2014 de manos del Ministro de Cultura y Turismo, Dr. Mariano Ovejero, por su importante trayectoria en los medios como locutora y también como actriz. La labor de Mary Gervino es vastísima ya que se origina en la década del 50 y tra-baja con pasión por el teatro y los medios hasta nuestros días.

En este barrio también vive Marta Alicia Spaventa, persona muy comprometida con la cultura, quien fue compañera en vida del poeta Jorge Díaz Bavio y juntos condujeron el exitoso progra-ma televisivo ‘Cultura Abierta’. El poeta Jorge Díaz Bavio vivió en el barrio, primero con su madre en la calle 12 de Octubre, entre Dean Funes y Pueyrredón y luego con Marta Alicia Spaventa en la calle Juramento al 1500. Publicó muchos libros, condujo pro-

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gramas radiales y televisivos; logró importantes premios literarios, actor teatral, letrista de canciones que interpretan artistas del país y colaborador permanente de la revista La Gauchita.

También fue habitante de este barrio el pintor, grabador, esce-nógrafo Miro Barraza, artista destacado nacido en Chile y afinca-do en nuestra provincia desde su niñez. Su domicilio ente barrio estaba sobre la calle Vicente López al 1300, casi esquina Aniceto Latorre, donde vivía acompañado de su esposa también artista Teresa Guerrero, y la magia de su arte que lo envolvía y le ponía música a su silencio.

Nombramos a dos clubes que son parte del barrio: el Club Río Segundo, de Pueyrredón al 1200, con su larga historia y su es-pecialidad en el juego de las bochas; y el Club de Pesca Salta, en calle Aniceto Latorre 285, casi esquina Pueyrredón, hace poco perdió a su presidente el señor Miguel Ángel Durán, que se cons-tituyó en un buen lugar para comer pescados. También son parte del barrio: el Colegio San Rafael Arcángel, primario y secundario, en Pueyrredón al 1500; Instituto de Música, Pueyrredón al 1600; Hogar de Niños ‘Hijos de María’, obra del padre Ernesto Martea-rena, en Vicente López al 1600; La Casa de la Bondad ‘Margarita Goytia de Cornejo’, Manos Abiertas, en Vicente López al 1400; Iglesia Evangelista, de calle 12 de octubre entre Vicente López y Juramento.

Negocios de todo tipo para el diario consumo: almacenes, pa-naderías, carnicería, super familiar, hielos, librería, pizzería, comi-das regionales, talleres mecánicos, de chapa y pintura, de radia-dores, fletes, verdulerías, ferias americanas, salones de fiestas. Destacamos la presencia de General Remis S.R.L., la remisera de Vicente López 1490, un servicio de excelencia, cuyo titular es el amigo Ángel ‘Nene’ Pérez, que desde hace mucho tiempo acom-paña a caminar a La Gauchita. Esta empresa ahora se instaló en un predio propio, en el pasaje Gregorio Vélez N° 171, altura Vi-cente López 1550, frente al Centro Vecinal de Villa Belgrano. Ese Centro Vecinal alberga aproximadamente entre 300 y 500 perso-nas todos los días. Los motivos son varios y entre ellos se encuen-tra el Jardín de Infantes N§ 4767 “Tateti “ que el año que viene cumple 10 años

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(Foto Archivo de La Gauchita) Comparsa Los Tonkas de Villa Belgrano, con sus soberbios gorros.

• Durante medio siglo, sus integrantes contagiaron alegría en el carnaval. Son 200 personas disfrazadas con plumas, con colores, cantando, bailando y tocando las cajas. Los comparse-ros forman parte de una pieza fundamental de la cultura salteña. “Para mí comparsero se nace. Desde siempre uno está con la caja escuchando ese ritmo que se lleva en la sangre”, descri-bió Estrada a El Tribuno. Y compartió más recuerdos: “Al prin-cipio éramos 14 personas y con el paso del tiempo llegamos a ser 400. Acá conviven al, menos tres generaciones, abuelos, hi-jos y nietos. Desde los 3 años hasta 77 se contagia esta pasión”. De los fundadores solo quedan 5, quienes siguen tra-bajando “incansablemente” para mantener a la agru-pación. “Nada es fácil, porque todo se hace a pulmón”. “No buscamos ganar dinero, a pesar de que cobra-mos en algunos corsos. Ese dinero se destina a la com-pra de insumos y a la confección de trajes para que la com-parsa pueda mantener su prestigio”, aseguró Estrada. Es costoso poder lucir esos trajes llenos de plumas y colores, además lleva mucho tiempo su confección. Cada traje cues-ta alrededor de 170 pesos, sin contar el adorno de plumas. Las plumas tienen un valor 800 pesos el kilo y se necesitan por lo menos 3 kilogramos para confeccionar un gorro mayor. “Nosotros somos Tonkas y Tonkas vamos a morir”, refor-zó Jesús Estrada su esfuerzo por mantener en pie la tradición.

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La agrupación pretendía hacer un festejo alegórico, luciendo 50 go-rros mayores, pero Estrada aseguró que “nos avisaron muy tarde desde la Asociación Comuyca para actuar en el Corso de las Estrellas y en una semana no podemos armar los trajes para poder participar”. A pesar de esto, Los Tonkas confirmaron su presencia. Y con em-peño cada semana irán sumando gorros y arreglos a los disfra-ces, “ya que en una semana es imposible realizar esta Los colecti NOTA: Con ingreso a Ciudad Judicial, por Av. Bernardo de Hous-say, entre Hs. 06:30 a 15:00.

(Foto Archivo de La Gauchita) En el Club de Pesca Salta, la cena de camaradería ‘Pescando la amistad’, con nutrida concurrencia.

(Foto Archivo La Gauchita) El Presidente del Club de Pesca Salta, señor Miguel Durán y el director de La Gauchita, en las instalaciones del Club de Pesca Salta, en el Salón Eriberto Durán, donde se hacía la cena ‘Pescando la Amistad’, orga-nizado por el Club de Pesca Salta, FM Patria y revista La Gauchita, desde donde

se transmitía en vivo.

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RECUERDOS DE VILLA BELGRANOPANTALLAZOS DE MI INFANCIA

Nota producida por Susana Rozar, mi esposa, para evocar a su barrio, Villa Belgrano, donde pasó gran parte de su exis-tencia. El ayer se hace presente con el recuerdo.

Caminar por las calles de Villa Belgrano es volver a la infancia, voces, perfumes, emociones, tantas cosas guardadas en un rin-cón del corazón.

Regresar al tiempo invernal cuando la familia se reunía en el patio a degustar el sabor de las mandarinas recién compradas al carrero que pasaba con su cargamento, para llevar el sustento a su hogar; el tenue sol acariciaba los cuerpos, el delicioso perfume de las cáscaras anaranjadas para saborear el dulzor de la fruta; todo un ritual que se repetía cada invierno en muchas casas del barrio y quizás de la ciudad.

Frías mañanas amanecidas con el patio cubierto de escarcha, era una deliciosa travesura correr y escuchar el sonido crujiente del hielo quebrándose bajo nuestros pequeños y traviesos pies.

Largas noches en camas tibias, por los ladrillos que nuestras madres calentaban y envolvían en trapos viejos para regalarnos dulces sueños.

Veranos lluviosos chapoteando los charcos y pintando nues-tras ropas con el color que nos regalaba la tierra hecha barro.

Coloridas primaveras con floridos jardines atraían mariposas, abejas y pirpintos. Divertidas noches corriendo tras luciérnagas que alumbraban y divertían nuestra infancia.

Recuerdo que llegué a la villa, aproximadamente en 1964. Mi padre Francisco Rozar y mi madre Andrea Eva Francés de Rozar, compraron esta casa ubicada en Vicente López 1456, asesorados por mi tío Pocho Colque y su esposa mi tía María Eva Barros; por aquel tiempo el asfalto de la ciudad en esta zona terminaba en la calle 12 de Octubre, desde allí comenzaba Villa Belgrano, todas calles de tierra, poblada por gente humilde y trabajadora, que fue construyendo con mucho esfuerzo su techo familiar. Las casas llegaban hasta calle Miguel Ortiz, a partir de allí sólo yuyarales.

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El barrio estaba atravesado por varios zanjones, algunos de ellos pasaban por los fondos de las casas; los changos de entonces gustaban acortar camino por ellos o jugar a correr aventuras allí.

El Mercadito Municipal de 12 de Octubre y Vicente López, fue y es referencia de ubicación. Allí había verdulerías, carnicerías como la de don González, la de Orlando Durán y la de Julio Durán que le ganó al tiempo, aún funciona como tal pero administrada por otro dueño. Don Julio Durán decía que su carne era cara pero la mejor. También estaba un kiosco de diarios y revistas, servicio con el que hoy el barrio no cuenta. Recuerdo esperar mi turno para comprar carne en don González, hojeando revistas.

Grandes almacenes como la de don Morón; panaderías como la de la calle 12 de octubre y Dean Funes, al lado de la Escue-la Paula Albarracín; recuerdo a la señorita Racioppi de segundo grado, a la señorita Marcolina Cardozo y a la señorita Mamaní de sexto grado, turno tarde, que supo levantar mi autoestima.

Frente a la escuela estaba la comisaría tercera, una casa con frente de piedra, en los techos bicicletas decomisadas y los niños comentaban que por los techos habitaban duendes jugando con los rodados; otros afirmaban que habitaban enormes ratones de cola muy larga y afilados dientes, celosos guardianes de las bicicletas.

Un viejo puente de madera en la calle Vicente López, nos per-mitía cruzar el zanjón que corría por la calle Anzoátegui; era el paso más seguro, algunos vecinos construían pequeñas pasare-las frente a sus casas; con el tiempo fue reemplazado por uno de material. Los años y el progreso trajeron el asfalto, transformando el canal y todo el zanjón en una calle, aunque por debajo sigan corriendo las aguas.

Cuando la familia de Benigno y Anita Ventura llegó al barrio a la calle Vicente López y Anzoátegui, comenzaron con un pequeño negocio, hasta convertirse en un importante almacén, uno de sus clientes era don Lucilo Genovevo Arnés; los días sábados me sa-ludaba diciendo: ‘No hay sábado sin sol’ y yo debía responderle: ‘Ni viejo sin dolor’, causando la risa de los clientes.

Al 1300 de Vicente López, vivía doña Marta Juárez, curaba del empacho y el susto a los niños del barrio, legó sus conocimientos a su hijo José, quien se casó con Reyna formando una gran y

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hermosa familia, los tres partieron y ya no tenemos el servicio que ellos prestaban.

En la misma cuadra un kiosco de madera muy bonito ‘El Hor-nero’, ubicado sobre la vereda, vendía finas cajas de galletas y caramelos, atendido por su dueño Don Molina, papá del conocido Kuky Molina y muchos otros muchachos.

Las mejores empanadas del barrio, jugosas y apetitosas, las vendía ‘La Negrina’, sólo los días domingos, al horno de barro.

Una bella entrada de blancas e imponentes calas era el ingreso a la casa de doña Celia Aramayo, una parejita de loros parlan-chines saludaban, ellos eran la alegría de doña Celia; hoy queda como único recuerdo su nieta Katy habitando esas paredes junto a sus tres hijos. Al lado vivía la familia Sarmiento, donde hoy tiene su sede una fundación de ayuda a personas con enfermedades terminales ‘Casa de la bondad- Manos abiertas’.

Al lado una casa donde alquilaban habitaciones, en su vereda se destacaba un viejo molle, allí vivía doña María Rosa de Gonza, varias veces campeona en los concursos de empanadas; también ‘Mañanita’ Garzón que un día heredó un negocio de ventas de especias y cambió su vida. La dueña era tía de Ramona, una se-ñora mayor, soltera, llamaba la atención su cuerpo inclinado hacia el piso, quizás por los años o por el peso de los problemas de la vida. Ramona o Ramonita para el barrio, era muy querida pese a su actividad nocturna, era muy simpática, siempre bien peinada y pintada, en ese lugar hoy se levanta un edificio como tantos otros, que van cambiándole la cara al barrio. Luego estaba la casa de la señora Calisaya, diarera, salía muy temprano en su bicicleta a buscar el sustento familiar, a la que un día se le quemó la casa con todas sus cosas y apareció el artista Rodolfo Aredes con su generosidad reconstruyendo ese hogar; al lado, la casa de los pá-jaros, cientos de trinos adornaban la mañana como una sinfonía natural movilizaba las emociones la diversidad de formas, colores y plumajes, cual un arco iris iluminaban el fondo de la casa, donde se encontraba la gran pajarera, limpia y bien cuidada por su dueño don Luis Teobaldo Gutiérrez, uno de los primeros pobladores de esta zona, porque vivía desde niño, cuando el barrio era una gran finca; vivía con su esposa Margarita y su hija Silvia, mi compañera de juegos.

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En Arenales y Vicente López, el almacén de don Morales; al fallecer don Morales, mi vecina Luisa López, unos años mayor que yo, me lleva a su velorio, por ese tiempo se realizaba en las casas y era la primera vez que yo asistía a uno; me recibió un penetrante olor a flores, las personas hablaban bajito, los deudos lloraban, Luisa tomó mi mano y dijo: ‘Tocale la frente para que no te asuste por las noches’, comencé a temblar, una transpiración fría recorrió todo mi cuerpo, solté su mano y como un rayo corrí a mi casa muerta de miedo.

La familia Armella, Doña América, trabajadora, callada, hacía exquisitos locros; en su comedor adornaban animales embalsa-mados, al fondo una inmensa jaula de un chimpancé, don Félix y su hijo Oscar lo cuidaban como a un bebé, tenía su camita, colchón, sábanas, colchas, almohadas; desde mi casa le gritaba ‘Pepe, Pepe’ y salía de la jaula gritando y trepando a un gran árbol haciendo señas; nos separaba un terreno baldío, con los años lo habitó don Hilarión Martínez, su esposa Eulalia, a quien le dicen ‘Corsy’ y sus hijos Norma, Ibán y Ángel; pusieron un almacén, lue-go alquilaron habitaciones; Don Hilarión con más de 90 años, to-davía recorre las calles de barrio.

A mitad de cuadra, la casa de mis padres Francisco y Andrea; éramos ocho hermanos: Hugo, Francisco, Irma, Esteban, Emilio, Elizabeth, Juan y yo, Susana, la ‘shulquita’ como me decía papá; era una casa grande, cómoda, un fondo lleno de plantas frutales, más de 24 plantas de duraznos, un peral, un manzano, un mem-brillo, dos moreras, una planta de uva ‘chinche’, una de torrontés, una de Monterrico, dos higueras a las que trepaba a cosechar hi-gos negros, luego lo comíamos de postre, un poco se hacía dulce en las laboriosas manos de mi madre, el resto se repartía a los ve-cinos que devolvían la gentileza con bollos, alguna comida o fruta cosechada en sus casas. Era toda una aventura robar rabanitos a la hora de la siesta, de la huerta que papá cultivaba con esmero, él hacía de no darse cuenta, pero estaba feliz que coma verduras. Con la cosecha de uvas, papá decidió fabricar grapa, para ello tra-bajó afanosamente en la construcción de un alambique; toda la co-secha de uvas de ese año fue a parar al alambique, largo proceso, esperó pacientemente la fermentación, luego de cernirlo, el jugo era destilado lentamente, gota por gota, que dio como resultado un litro de grapa, pero fue muy grande la alegría de haberlo logrado.

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(Foto Archivo familiar) Vista de Vicente López al 1400, donde se ve la vereda oes-te, donde se construyeron importantes propiedades. En la imagen, Tía Elizabeth Rozar con Eduardo Mateo en brazos y su abuelo Eduardo a principios del 2000.

(Foto Archivo familiar) Don Francisco Rozar, inmigrante

proveniente de Rumania, que llegó a nuestro país jo-ven y logró forjar una gran

familia.

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“El matrimonio conformado por Andrea Eva Francés y Francisco Rozar, junto a sus tres hijos menores: Juan Rosendo, Susana y Elizabet Guillermina”

Nuestros vecinos eran doña Estefa y Francisco Gómez, en sus fondos ondeaba como una gran bandera, con los colores negro y amarillo del Club Peñarol, eran las camisetas de los jugadores impecablemente lavadas y puestas a secar al sol.

Entre los otros vecinos, don González, su esposa y sus hijas Mirta y Liliana, al lado pero en el mismo terreno, vivían Pomillo, Gringo y Pelado. Gringo era pulcro, vestía traje y siempre bien pei-nado, algo alteró su mente y su vida cambió, se lo veía desaliñado, realizaba tareas de ‘desyuyado’ y le gustaba jugar a la tómbola, decía ‘acúsale a la colorada’, hacía todo tipo de combinación de números. Tenía una hermana, la Gringa, bajita, delgada, bonita, pocas veces se la veía en el barrio, estaba internada por proble-mas mentales; un día se me acercó, tocó mi cabello y dijo: ‘es largo, suave, lindo, rubio, ¿me lo regalas?, le dije No. Respondió: No seas mala; entró a su casa y volvió con una tijera diciendo: ‘te lo corto y lo llevo de recuerdo’, salí corriendo y nunca más me dejé ver por ella.

Luego la casa de la familia Ortiz, en su vereda se juntaban a

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charlar los jóvenes con Dora, Norma y los demás miembros de la familia. Llegando a la esquina, don Gerardo Marín y su esposa Tina; a la vuelta, sobre Anzoátegui, don Vicente, chapista y Fabia-na Arce.

La familia Casimiro sobre Vicente López al 1300, doña Celia y don Santos Casimiro, tenían tres hijos: Hilda ‘Nena’, Lía ‘Chiqui’ y Julio, se dedicaban a la venta de verduras, tenían un puesto en el Mercado San Miguel, hoy atendido por su nieta Marcela.

Sobre el pasaje el Centro Vecinal Villa Belgrano, donde se jugaban partidos de básquet femenino y masculino; en tiempos de carnaval, se construían carrozas para participar de los corsos; también representaba al barrio la comparsa ‘Los Tonkas’, muchas veces ganadora del primer premio del carnaval de Salta.

Al frente, la capilla de madera ‘Virgen de Fátima’, se hacía la novena en su honor; en un amplio patio de tierra organizaban jor-nadas de esparcimiento para los vecinos, realizando carreras de embolsados, ponerle la cola al chancho, encontrar con la boca una moneda en un plato lleno de dulce de leche o harina, las carreras de tres patas, venta de cédulas, ferias de plato y muchas cosas más. Hoy tenemos una hermosa capilla llamada Vicaría del Sagra-do Corazón de María de Fátima, la novena se realiza en octubre, antes se realizaba en mayo.

Al lado del Centro Vecinal, donde antes existía un baldío y en navidad se representaba un pesebre viviente, el padre Ernesto Martearena construyó un hogar para niños de la calle.

Sobre Juramento, la casa de doña Ubaldina Flores, cariño-samente le decíamos doña ‘Uva’, mujer modesta, trabajadora, honesta; mi madre le confiaba la casa y sus hijos cuando debía viajar. Otra amiga de mamá doña Dotty, Dominga Torrejón, com-pañera de caminatas; contaba que cuando joven, era deportista y había ganado muchas competencias. También se sumaba como amiga de mi mamá, doña Gladys de Balduzzi, docente en el Hogar Escuela, por las tardes atendía un negocio de prendas de vestir en su casa; su hijo ‘Chiquin’, César Gustavo Balduzzi, era un án-gel defensor de los niños, un ser todo alegría y pureza, su familia lo despidió de esta vida, diciendo: ‘La sonrisa más pura partió al cielo, pero quedará para siempre en nuestros corazones’. Y en el recuerdo de quienes lo conocimos, también estaba la verdulería

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de doña Cata, en Juramento y Anzoátegui, sus hijos son uno pro-fesor de matemáticas y otra es enfermera.

Doña Ester de Alanís vivía en calle Anzoátegui, colocaba inyecciones a domicilio y su esposo vendía garrafas de gas. En el pasaje Díaz Vélez la señorita Gloria Ayala preparaba a los niños para realizar la primera comunión, fue mi maestra de catequesis.

Frente a la capilla vivía doña Rosario y Oscar Torres, solían prestarme libros para que pueda estudiar; una de sus hijas ‘Pocha’ era amiga de mi hermana Ely.

En Arenales y Vicente López solían armarse Parques Ambulan-tes, traían la diversión al barrio con ruedas gigantes, calesitas, tiro al blanco y otros entretenimientos; en ese lugar en la actualidad, los fines de semana funciona una feria americana.

Desde San Lorenzo llegaba el ‘berrero’ con bolsas de arpillera repletas de berro; paisanos con sus burras, ordeñaban y vendían la leche calentita para curar la tos convulsa; carros tirados por ca-ballos vendiendo frutas y verduras; señoras a caballo vendiendo choclos; en invierno el infaltable manicero con su típico silbato, el afilador de cuchillos en su bicicleta, también la señora ‘Bonsai’, por su baja estatura, vendiendo sus deliciosos tamales.

En Anzoátegui a metros de Vicente López, vivía don Lorenzo Mamaní, agricultor y albañil, comenzaba su tarea a las siete de la mañana y al regresar a su hogar fabricaba bloques en su fondo para construir su casa; educó a sus hijos Petrona, Cristina, Juan y José. Al frente don Santiago y Dominga Sajama, tenían un pe-queño negocio donde vendían el vino artesanal de sus viñedos de Animaná.

Un recuerdo especial para don Modesto y Herminia Torrejón, y sus hijas Nimia Susana y Dora Rosario Torrejón; don Modesto Torrejón pasaba muy temprano junto a su nieto Ariel Villarreal en su autito a buscar al poeta Eduardo Ceballos y a su hijo Vicente Ernesto Ceballos y los acercaba al entonces Banco de Préstamos y Asistencia Social donde trabajaba Eduardo y los changuitos eran niños cantores de la Lotería de Salta y de la Tómbola. Don Torre-jón fue miembro de la CGT cuando estaba cerca del Hotel Salta; fundó el sindicato de taximetristas y tenía la parada 3111.

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Pantallazos de personas y cosas que quedaron grabadas en mi mente. Hoy nuevos vecinos llegan otros se van, donde perfuma-ban las flores hoy crecen edificios tapando la visión de los cerros, la luz y el calor del sol, pero no podrán borrar los recuerdos.

Desde esta humilde casa nace este nuevo libro del escritor Eduardo Ceballos, quien dirige la revista salteña coleccionable ‘La Gauchita’, para sumarse a otros libros producidos, CD, plaquetas; más de cincuenta años defendiendo y difundiendo la cultura de Salta y se prepara para celebrar el próximo año las bodas de plata de su revista ‘La Gauchita’, 25 años recorriendo las calles, barrios, pueblos de Salta y llevar toda nuestra cultura a otras ciudades argentinas y a distintos países, un trabajo hecho con amor, dedica-ción y respeto, un legado para los tiempos futuros, donde también podrá encontrar ‘En cada esquina un recuerdo’.

LA FINCA DE LOS ARÁOZEn la década del 50 mi tío Alejandro Corbella trabajaba en la

Finca de los Aráoz, ubicada donde hoy se levantan los barrios El Periodista, El Tribuno, El Intersindical. Él tenía a su cargo el taller mecánico que atendía todas las necesidades de los vehículos y máquinas de la finca. Para ir hasta allá, había que salir por la ave-nida Chile, cruzar el Puente I’ Fierro y avanzar por una ruta llena de curvas que nos depositaban en aquellas lejanías. Han pasado más de 60 años y la transformación ha sido total. Ir hasta ese lugar, especialmente los días que no había actividad escolar, era una fiesta. El tío tenía asignada una humilde vivienda dentro de la finca, para poder atender todos los problemas. Solía ir con mi primo Rubén y en algunas ocasiones con su hermana Raquel. Allí desarrollábamos una gran variedad de actividades: nadar y pescar en una hermosa represa que tenían al fondo, cazar patos y palo-mas para luego cocinarlos, andar a caballo y en pequeños ponys, jugar al fútbol, en la cancha que la finca tenía para sus empleados, donde también se jugaba al pato y se domaban terneros. Un de-leite levantarse temprano, cuando todavía estaba oscuro, dirigirse hacia el tambo y tomar leche al pie de la vaca, calentita con todas las riquezas del caso.

Se podía disponer de la generosidad de los árboles que ofre-cían sus frutos: higos, moras, algarrobas, chañar, tunas, granadas,

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Eduardo Ceballos

mezcla de sabores y alegrías. Jugar a las escondidas en el gran galpón donde se depositaban las bolsas de maíz o revolcarnos entre los marlos que habían sido desgranados. Hacíamos carre-ras de caballos con los chicos que pertenecían a la familia de los propietarios, los Fleming, los Aráoz, los Sylvester, Los Cornejo. Espacios llenos de vida y naturaleza. Pasan los años y crecen las nostalgias.

Parado en la rotonda que está frente al predio de diario El Tri-buno, donde hoy hay un negocio que vende piedra laja, recordaba que ese era el Rancho de Lalo Musa, donde se realizaban impor-tantes bailes para el carnaval, adonde solía ir con mi primo Ernes-to, en la década del 60. Por ese entonces, pasaban jardineras, ca-rros, gauchos de a caballo, que recuerdo como pinturas del ayer.

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Prólogo ........................................................................................ 7Introducción ................................................................................. 9La lejana infancia ....................................................................... 11Recuerdos de un viejo almacén ................................................ 28Córdoba al 700 .......................................................................... 32Tucumán al 400 ......................................................................... 36Córdoba al 800 .......................................................................... 38Córdoba al 900........................................................................... 39Lerma al 700 ............................................................................. 40Lerma al 800 ............................................................................. 43La partida de Ermes Riera ......................................................... 48Pasaje Gauna entre Lerma y Catamarca .................................. 49Tucumán al 200 ......................................................................... 51La Canchita de Correos ............................................................. 51La Escuela Roca ....................................................................... 53La cancha de Juventud Antoniana ........................................... 56Lerma y San Luis ...................................................................... 62Calle General Mosconi entre Florida e Ituzaingó ..................... 63Hipólito Yrigoyen al 1200 ........................................................... 65Vida en el Seminario Conciliar ................................................... 72Tamayo 327 ............................................................................... 75Peñas de Salta .......................................................................... 78El Guardamonte ....................................................................... 78Balderrama ................................................................................ 78El Rincón del Artista .................................................................. 80El Patio de Nieva ....................................................................... 80Gauchos de Güemes ................................................................. 81La de Jorge Cafrune ................................................................. 82 La Panadería del Chuña ............................................................ 82Politeama Park .......................................................................... 85Ameghino y Balcarce ................................................................. 87Martín Salazar: un piano nostálgico de Salta .............................90Sede del Club Correos .............................................................. 92Plaza 9 de Julio ......................................................................... 92

ÍNDICE

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Terminal de Ómnibus ................................................................ 99Feria de la Cocina Regional .................................................... 101Parque San Martín .................................................................. 102Mercado San Miguel ................................................................ 105Río Arenales ............................................................................ 107Plaza Gurruchaga .................................................................... 111Salta Club ................................................................................ 113Sede Social del Club Central Norte ......................................... 115La calle Pellegrini ..................................................................... 115Edificio de Belgrano y Sarmiento ............................................. 117Avenida Sarmiento con Boulevard ........................................... 119Diario El Tribuno ...................................................................... 120Hospital San Bernardo ............................................................ 123El Matadero Municipal ............................................................. 125El Día de la Cruz en el Cerro San Bernardo ........................... 128España y Alvear ...................................................................... 130Mitre y Miguel Ortiz ................................................................. 132Avenida Uruguay y Paseo Güemes ........................................ 134Arenales y Bolivia .................................................................... 137San Juan y Esteco ................................................................... 137Villa Belgrano ........................................................................... 140Recuerdos de Villa Belgrano ................................................... 145La finca de los Aráoz ............................................................... 153

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Se terminó de imprimiren el mes de diciembre de 2017

en los Talleres Gráficos deEditorial MILOR

Mendoza 1221 - Tel.: 0387-4225489E-mail.: [email protected]

4400 Salta - República Argentina

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