Crónica de un viaje al Hospital Albert Schweitzer en Haití

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60 There are no conditions to which a man cannot become used, especially if he sees that all around him are living in the same way. Anna Karenina. L. Tolstoy Et ce n’est point la charité qui me tourmente. Il ne s’agit point de s’attendrir sur une plaie éternellement rouverte. Ceux qui la portent ne la sentent pas. C’est quelque chose comme l’espèce humaine et non l’individu qui est blessé ici, que est lésé. Je ne crois guère à la pitié. Ce qui me tour- mente, c’est le point de vue du jardinier... Ce qui me tour- mente, les soupes populaires ne le guérissent point. Ce qui me tourmente, ce ne sont ni ces creux, ni ces bosses, ni cette laideur. C’est un peu dans chacun des hommes, Mo- zart assassiné. Terre des hommes. A. de St. Exupéry ¿Hacen? Fatal ¿No hacen? Igual Poesía. F. Pessoa El paisaje por el que he estado viajando durante las dos últi- mas horas parece que me quiera preparar para la sorpresa que me espera: un páramo de colinas desnudas apenas cu- biertas por algunos cactus y matorrales espinosos que me traen a la memoria los años que pasé en el Sahel 1 ; me cuesta creer que me encuentro en una isla del Caribe. Poco después de haber cruzado la frontera (a través de lugares con nombres tan seductores como Malpaso o río de la Ma- tanza), y siguiendo la carretera que bordea el lago Salobre, sin vestigio alguno de vegetación, apercibo unas cabañas en la otra orilla distante. ¿Cómo puede alguien vivir en este desierto?, me pregunto. El cargamento de las dos pequeñas embarcaciones a vela que se acercan me dan la respuesta: llevan carbón ¿Carbón? ¿Carbón hecho con qué? ¿Queman- do piedras? Mientras intento aclarar mis dudas observo cómo los dos tripulantes descargan los sacos en tierra firme y me confirman a gritos que de carbón se trata. Desde la República Dominicana, donde ahora trabajo, estoy viajando al valle del Artibonita en Haití. Dos países que comparten la misma isla, pero que a excepción de algunos fragmentos de historia agitada, muy poco tienen en común. Mañana tendrá lugar un encuentro en el Hospital Albert Schweitzer 2 para discutir el Programa de Control de la Tu- berculosis. Estamos llevando a cabo una estrategia terapéu- tica que está obteniendo muy buenos resultados: antiguos enfermos ya curados se hacen responsables de los nuevos enfermos de su comunidad y les llevan los medicamentos a sus domicilios para controlar su ingesta y hacer su segui- miento 3,4 ; una forma local de aplicar la estrategia denomina- da DOTS que han adoptado la Organización Mundial de la Salud y la Unión Internacional contra la Tuberculosis para combatir de forma urgente el número creciente de casos de esta enfermedad en el mundo 5 . Atravieso Saint Marc, una pequeña ciudad costera que pa- rece devastada por una guerra reciente. Las vetustas y grá- ciles casas de madera están a punto de caerse, mientras que las nuevas y agobiantes de cemento parecen ya aban- donadas antes de haberse acabado; la que fue un día una deslumbrante y resplandeciente playa en la bahía azul está ahora cubierta de basura y excrementos pero unos niños juegan en ella despreocupados por la porquería que pisan, mientras unos cerdos hincan sus hocicos afanosamente en la arena pestilente en busca de cualquier deshecho; a corta distancia, el puerto semiabandonado se encuentra bloquea- do para varios barcos herrumbrosos, embarrancados y con sus quillas ladeadas, algunos invadiendo el muelle con sus proas como si una fuerza desconocida los hubiera empuja- do hacia tierra... Unos kilómetros más lejos adelanto a una pareja que camina carretera arriba bajo el sol abrasador. Detengo mi todo- terreno y cuando me alcanzan les ofrezco llevarlos; el hom- bre forcejea con la puerta con ahínco y tengo que bajar para abrírsela: es probable que no haya viajado nunca en un vehículo particular. Me explica que fueron al mercado de la ciudad a vender su cerdo pero como no encontró com- prador lo dejaron con un amigo y vuelven a casa a pie por- que no tienen con qué pagar el pasaje de vuelta en un des- vencijado «tap tap». Media hora más tarde, después de habernos despedido, dejo la carretera (no quedan ya vesti- gios del asfalto que la cubría no hace mucho) respirando con dificultad el polvo que levanto, y que demuestra –una vez más– la futilidad de nuestras acciones en estas latitudes cuando no van acompañadas de un compromiso de apoyo firme y continuado, y sigo corriente arriba el canal alimenta- do por el Artibonita. Los campos de arroz de un verde claro y limpio contrastan con las oscuras montañas de la cadena de Les Cahos que cierran el valle. Ahora podré relajarme algo durante este último trayecto: gracias a la ayuda interna- cional lo que antes era un infierno de barro o polvo se ha convertido en una ancha pista lisa y dura por la que los ve- hículos pueden viajar a gran velocidad. El bienestar de los REPORTAJE Crónica de un viaje al Hospital Albert Schweitzer en Haití* Jaime E. Ollé Goig Hospital Albert Schweitzer, Deschapelles, Haití, y Asociación Catalana para la Prevención y Tratamiento de la Tuberculosis en el Tercer Mundo (ACTMON)**. *Una parte de este artículo ha sido publicada bajo el título «On the road to Deschapelles» en The Lancet 1999; 354: 1134. **ACTMON financia parcialmente el Programa de Lucha contra la Tuberculosis del Hospital Albert Schweitzer. Correspondencia: Dr. J.E. Ollé. Apartado postal 9802, Santo Domingo, República Dominicana. Correo electrónico: [email protected] Recibido el 8-9-1999; aceptado para su publicación el 16-11-1999 Med Clin (Barc) 1999; 114: 60-62

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REPORTAJE

Crónica de un viaje al Hospital Albert Schweitzer en Haití*

Jaime E. Ollé Goig

Hospital Albert Schweitzer, Deschapelles, Haití, y Asociación Catalana para la Prevención y Tratamiento de la Tuberculosis en el Tercer Mundo (ACTMON)**.

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There are no conditions to which a man cannot becomeused, especially if he sees that all around him are living inthe same way.

Anna Karenina. L. Tolstoy

Et ce n’est point la charité qui me tourmente. Il ne s’agitpoint de s’attendrir sur une plaie éternellement rouverte.Ceux qui la portent ne la sentent pas. C’est quelque chosecomme l’espèce humaine et non l’individu qui est blessé ici,que est lésé. Je ne crois guère à la pitié. Ce qui me tour-mente, c’est le point de vue du jardinier... Ce qui me tour-mente, les soupes populaires ne le guérissent point. Ce quime tourmente, ce ne sont ni ces creux, ni ces bosses, nicette laideur. C’est un peu dans chacun des hommes, Mo-zart assassiné.

Terre des hommes. A. de St. Exupéry

¿Hacen?Fatal¿No hacen?Igual

Poesía. F. Pessoa

El paisaje por el que he estado viajando durante las dos últi-mas horas parece que me quiera preparar para la sorpresaque me espera: un páramo de colinas desnudas apenas cu-biertas por algunos cactus y matorrales espinosos que metraen a la memoria los años que pasé en el Sahel1; mecuesta creer que me encuentro en una isla del Caribe. Pocodespués de haber cruzado la frontera (a través de lugarescon nombres tan seductores como Malpaso o río de la Ma-tanza), y siguiendo la carretera que bordea el lago Salobre,sin vestigio alguno de vegetación, apercibo unas cabañasen la otra orilla distante. ¿Cómo puede alguien vivir en estedesierto?, me pregunto. El cargamento de las dos pequeñasembarcaciones a vela que se acercan me dan la respuesta:llevan carbón ¿Carbón? ¿Carbón hecho con qué? ¿Queman-do piedras? Mientras intento aclarar mis dudas observocómo los dos tripulantes descargan los sacos en tierra firmey me confirman a gritos que de carbón se trata.

*Una parte de este artículo ha sido publicada bajo el título «On the road toDeschapelles» en The Lancet 1999; 354: 1134.

**ACTMON financia parcialmente el Programa de Lucha contra la Tuberculosis del Hospital Albert Schweitzer.

Correspondencia: Dr. J.E. Ollé.Apartado postal 9802, Santo Domingo, República Dominicana.Correo electrónico: [email protected]

Recibido el 8-9-1999; aceptado para su publicación el 16-11-1999

Med Clin (Barc) 1999; 114: 60-62

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Desde la República Dominicana, donde ahora trabajo, estoyviajando al valle del Artibonita en Haití. Dos países quecomparten la misma isla, pero que a excepción de algunosfragmentos de historia agitada, muy poco tienen en común.Mañana tendrá lugar un encuentro en el Hospital AlbertSchweitzer2 para discutir el Programa de Control de la Tu-berculosis. Estamos llevando a cabo una estrategia terapéu-tica que está obteniendo muy buenos resultados: antiguosenfermos ya curados se hacen responsables de los nuevosenfermos de su comunidad y les llevan los medicamentos asus domicilios para controlar su ingesta y hacer su segui-miento3,4; una forma local de aplicar la estrategia denomina-da DOTS que han adoptado la Organización Mundial de laSalud y la Unión Internacional contra la Tuberculosis paracombatir de forma urgente el número creciente de casos deesta enfermedad en el mundo5.Atravieso Saint Marc, una pequeña ciudad costera que pa-rece devastada por una guerra reciente. Las vetustas y grá-ciles casas de madera están a punto de caerse, mientrasque las nuevas y agobiantes de cemento parecen ya aban-donadas antes de haberse acabado; la que fue un día unadeslumbrante y resplandeciente playa en la bahía azul estáahora cubierta de basura y excrementos pero unos niñosjuegan en ella despreocupados por la porquería que pisan,mientras unos cerdos hincan sus hocicos afanosamente enla arena pestilente en busca de cualquier deshecho; a cortadistancia, el puerto semiabandonado se encuentra bloquea-do para varios barcos herrumbrosos, embarrancados y consus quillas ladeadas, algunos invadiendo el muelle con susproas como si una fuerza desconocida los hubiera empuja-do hacia tierra...Unos kilómetros más lejos adelanto a una pareja que caminacarretera arriba bajo el sol abrasador. Detengo mi todo-terreno y cuando me alcanzan les ofrezco llevarlos; el hom-bre forcejea con la puerta con ahínco y tengo que bajarpara abrírsela: es probable que no haya viajado nunca enun vehículo particular. Me explica que fueron al mercado dela ciudad a vender su cerdo pero como no encontró com-prador lo dejaron con un amigo y vuelven a casa a pie por-que no tienen con qué pagar el pasaje de vuelta en un des-vencijado «tap tap». Media hora más tarde, después dehabernos despedido, dejo la carretera (no quedan ya vesti-gios del asfalto que la cubría no hace mucho) respirandocon dificultad el polvo que levanto, y que demuestra –unavez más– la futilidad de nuestras acciones en estas latitudescuando no van acompañadas de un compromiso de apoyofirme y continuado, y sigo corriente arriba el canal alimenta-do por el Artibonita. Los campos de arroz de un verde claroy limpio contrastan con las oscuras montañas de la cadenade Les Cahos que cierran el valle. Ahora podré relajarmealgo durante este último trayecto: gracias a la ayuda interna-cional lo que antes era un infierno de barro o polvo se haconvertido en una ancha pista lisa y dura por la que los ve-hículos pueden viajar a gran velocidad. El bienestar de los

J.E. OLLÉ GOIG.– CRÓNICA DE UN VIAJE AL HOSPITAL ALBERT SCHWEITZER EN HAITÍ

Fig. 1. El padre de Emil ante su casa.

Fig. 2. Dos mujeres, cerca de St. Marc, barriendo su casa.

conductores, sin embargo, representa un continuo dolor decabeza para los cirujanos del hospital que han visto los ac-cidentes aumentar notablemente. Apercibo un muchachoque anda con dificultad y le ofrezco llevarlo. Emil no debetener más de diez años y vuelve a casa después de trabajarcon su padre; le ayudo con la carga que lleva sobre la cabe-za pero apenas puedo levantarla. Su casa no está lejos y alllegar veo que se trata de un hounfor; aun siendo una resi-dencia extremadamente pobre, en medio de los campos pe-dregosos cubiertos por tallos de maíz raquíticos y deseca-dos, está ricamente decorada para las ceremonias ritualesque celebrará su padre, quien además de campesino es unbokor (fig. 1).Llego a Deschapelles, tan sólo unas casas esparcidas a lolargo del último tramo de camino empinado, pedregoso ydesigual que conduce al hospital. El paso no es fácil entretantos conocidos que me saludan y los puestos de vendedo-res que obstruyen su acceso. Por la tarde tiene lugar la reu-nión; se ofrecen distintas opciones y se sugiere un diálogofranco con las autoridades que dirigen el Programa Nacio-nal de Lucha contra la Tuberculosis y que exigen que adop-temos el régimen terapéutico del resto del país. Sabemostodos lo importante que es trabajar dentro del marco institu-cional y en completo acuerdo con las directrices locales,pero pensamos que, en aras a la uniformidad, se nos estápidiendo dar un paso atrás para ejecutar una estrategia queno tendrá éxito entre esta población rural de medios tan es-casos. Esperamos poder alcanzar una visión común en uncorto plazo.Al día siguiente poco después del amanecer emprendo lamarcha hacia el pueblo de Verrettes. Mientras ando no pue-do evitar mi renovado asombro ante el contraste que ofrecela belleza del paisaje que me rodea y las condiciones de mi-seria en las que sus habitantes intentan sobrevivir. Voy a vi-sitar a Gertha, que tiene 14 años y es huérfana; hace tresaños estaba enferma de tuberculosis y entonces descubri-mos que estaba también infectada por el virus de la inmu-nodeficiencia humana. ¿Cómo se pudo haber infectado? Alinterrogarla cuidadosamente, nos explicó que habían abu-sado sexualmente repetidas veces miembros de la familiacon la que vivía. Convencimos a su abuela (con la ayuda deun estipendio mensual) para que cuidara a la niña en sucasa y, desde entonces, no ha tenido problemas. ¿Cuándodeberíamos informarle acerca de su estado? ¿Cuándo volve-rá a enfermar? Son preguntas que me hago al acercarme asu casa. La abuela está sentada en el patio trasero y des-pués de saludarme me informa que Gertha se fue a la capi-tal con una amiga. ¿Para qué?, pregunto enojado. Otra per-

sona que nos escucha comenta que la niña ha crecido mu-cho desde que la vi y se ha convertido en una linda mujer, yque a menudo pelea con su abuela cuando ésta le pega o lamaltrata. Mientras la abuela me da una larga explicación,negando haber pegado a su nieta en ningún momento, ob-servo un gato que yace tendido en un charco de sangre;apenas se mueve pero se agita espasmódicamente por mo-mentos; puedo ver parte de su cerebro a través de un corteque parte su frente. Pregunto en silencio señalando al ani-mal que agoniza. «¡Oh, es un maldito ladrón y tuve que dar-le una pequeña lección!». La respuesta proferida sin ningu-na vacilación llega de la abuela...De retorno paso por casa de Boane. Lo conozco desdehace años y escribí ya algo de su historia6. Un hombre an-ciano pero fuerte y ágil que vive solo, y que no duda nuncaen andar un buen trecho con su única pierna para venir ami encuentro en cuanto sabe que he vuelto. Lleva una ca-misa que fue roja, que compré hace más de veinte años, yque le di la última vez que nos vimos. Después de charlarunos minutos me comenta flemáticamente: «Lo único quecomí ayer fue un mango», y con una sonrisa socarronaañade: «Todavía no es la estación de los mangos y estabaverde».Sigo mi paseo y un rato más tarde apercibo una anciana derostro afable que bajo la sombra de un árbol, a un lado delcamino, vende el café y el pan que están encima de unamesita. Le pido una taza y después de beber una segundataza de un brebaje humeante y delicioso me responde quecada una vale una gourde (unas 10 pesetas). El billete máspequeño que tengo es de 25 gourdes y ella no dispone decambio. Sugiero entonces invitar a las personas que noshan estado observando: ¡23 gourdes de café y pan para dis-tribuir! Unos segundos más tarde me encuentro intentandoapaciguar a un grupo de gente que, mientras gritan y pe-lean, intentan sacarle el pan que queda, reclamando su de-recho también al café. La pobre vendedora me mira asom-brada al ver cómo sus mercancías desaparecen. ¿Por quéserá que tantas de nuestras intervenciones más benignas seconvierten en algo indeseable para las personas a las queiban dirigidas?Debo llegar a la frontera antes de que se ponga el sol y des-pués del almuerzo emprendo la vuelta. Vuelvo a pasar porese paisaje desolado y me viene a la memoria un informedel Banco Mundial que afirma que la situación actual esparecida a la de un país que ha estado en guerra durantevarias décadas7. Sobre una colina pelada dos mujeres estánbarriendo la entrada de su humilde vivienda, junto a la ca-rrocería de un vehículo abandonado (fig. 2). El sol quema y

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MEDICINA CLÍNICA. VOL. 114. NÚM. 2. 2000

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no hay ninguna sombra protectora. Me detengo, salgo delcoche y me acerco a ellas para solicitar permiso y tomarlesuna foto. El suelo es de tierra y las escobas levantan nubesde polvo que nos envuelven y nos hacen por momentos in-visibles. ¿Por qué están barriendo?, les pregunto. En este lu-gar y a esta temperatura, este ejercicio me parece absoluta-mente inútil. «Debemos mantener la casa bien cuidada»,me contestan casi al unísono.

AgradecimientoDedico este escrito a mi esposa Tere que ha compartido muchashoras –buenas y no tan buenas– conmigo en Deschapelles y a lamemoria del Dr. L.W. Mellon, fundador del Hospital Albert Schweit-zer de Haití.

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1. Ollé Goig JE. Los ojos de Aisha. Reflexiones de un médico en el Sahel.Med Clin (Barc) 1989; 92: 460-461.

2. Ollé Goig JE. Historia del Hospital Albert Schweitzer. Jano 1992; 42: 35-36.

3. Ollé-Goig JE, Álvarez J. Control of tuberculosis in a district of Haiti: directlyobserved versus non observed therapy. Int J Tub Lung Dis 1997; 5 (Supl):68.

4. Ollé-Goig JE, Álvarez J. Treatment of tuberculosis in rural Haiti by directlyobserved therapy versus non observed therapy: the experience of the Hô-pital Albert Schweitzer. Am J Pub Health (pendiente de aceptación).

5. De Cock KM, Wilkinson D. Tuberculosis control in resource-poor coun-tries: alternative approaches in the era of HIV. Lancet 1995; 346: 675-677.

6. Ollé Goig JE. Boane, Odet y Antony con final etíope. Riesgos y servidum-bres de nuestra intervención. Med Clin (Barc) 1999; 112: 74-76.

7. Anónimo. La situation d’Haiti comparable a celle des pays en guerre. LeNouvelliste. Port-au-Prince, 19 de noviembre de 1998.