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Literatura

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fondo editoriaL tierra adentro 567

Jazmina Barrera

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40°51’1”N 73°56’49”OJeffrey’s Hook. Torre de hierro cónica de doce metros. Linterna blanca con rojo, con lente de 300 mm. Destellos aislados cada tres segundos.

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Jeffrey’s Hook

Ciertas ciudades sin mar también tienen faros. en algu-nos ríos, sobre el rin, el sena o el saint-Laurent, hubo faros que anunciaban áreas peligrosas. en Londres sobre-vive todavía hoy el trinity Buoy Wharf. este faro octago-nal, de ladrillo café claro, se encuentra en container city. Me acuerdo de mi padre contándome, cuando era niña, de estos edificios. La palabra container, que nunca terminé de entender, sonaba bélica. Me imaginaba construcciones metálicas gigantes de figuras improbables, cónicas o esféri-cas. nunca pensé que se parecieran tanto a una caja de zapatos.

cuando visité container city, los containers readaptados para servir de viviendas me recordaron a las ciudades futu-ristas de series y películas de los noventa. el faro de Wharf desentonaba con la arquitectura de los containers, pero tan-to éste como los otros tuvieron un origen experimental. este faro sirvió durante algún tiempo para entrenar fare-ros, y después para experimentar con luces y lentes que más tarde se llevarían a otros faros. allí el científico (y en-cuadernador) Michael faraday trabajó con la iluminación que después se utilizaría en el faro de south foreland en Kent. en un pequeño museo debajo del faro se reprodu-cen los objetos e instrumentos de faraday.

Hoy el faro no tiene luz. no brilla, pero se escucha, por-que en vez de lámpara hay una campana.

Las lámparas de los faros son las campanas de las igle-sias. Las ondas sonoras anuncian y convocan igual que las ondas de luz. en este faro hay una campana que suena sin

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descanso. Que sonará durante mil años. es una campana hecha de muchas, que tocan según un algoritmo que dise-ñó Jem finer. dicen que un día, dentro de casi mil años, se alineará la música de las campanas en armonía, como se alinea la luz de los planetas en el cielo.

*

en el Hudson, del lado de Manhattan, queda también un faro, Jeffrey’s Hook, mejor conocido como the Little red Lighthouse.

Parece que la ciudad se termina. desaparecen las cua-dras junto a una carretera cruzada por un puente peatonal, desde donde sólo se ven los coches, los árboles y el río. al ba jar el puente se llega a un parque. ahí estábamos Lore-na y yo. Llevábamos dos semanas juntas en nueva York: mis primeras desde que me mudé, sus últimas antes de regresarse a México. Vivíamos en su departamento en Washington Heights, durante los días más calientes del verano. no recuerdo cómo nos conocimos. Parece que siempre estuvo ahí con sus manos delicadas y su cabello que es castaño pero que en mi mente es rojo. era un día de despedidas, a comienzos del otoño, y el cielo estival asomó una última vez en nueva York para despedir el ve-rano. Íbamos por un camino sinuoso, con túneles y puen-tes leva dizos que pasan sobre las vías del tren. desde ese puente pequeño se alcanzaba a ver el George Washington Bridge, que va de Manhattan a new Jersey. Las soldadu-ras de su ingeniería gris contrastaban con la maleza del parque. La vereda se acercaba al río, descendía. desde la orilla, más allá de las rocas que asomaban entre pedazos de sol sobre el río, se veía el sur de Manhattan. debajo del gran puente, estaba el pequeño faro rojo. un faro al final de la isla, al final del río, que antonio Muñoz Molina llama “el faro del fin del Hudson”.

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no puedo recordar cómo me enteré de la existencia de este faro. un día amanecí acordándome de que había un faro bajo el George Washington Bridge, sin saber quién me lo había dicho, o si lo había leído en alguna parte. tenía que ir a buscarlo. al principio Lorena no me iba a acompa-ñar. salía al día siguiente para México y estaba feliz de re-gresar a su casa y dejar atrás lo dura y solitaria que puede llegar a ser esta ciudad. Pero estábamos a sólo una estación de distancia. nos preguntábamos cómo podía haber un faro tan cerca del bullicio y el reggaetón de Washington Heights, tan cerca del metro, los bancos y los contadores. Ya le tenía cariño al barrio, a la costumbre de llenar de sillas las banquetas en domingo, para platicar y jugar dominó; a la sopa de siete potencia (así, sin la s final) y a los puestos de fruta de veinticuatro horas, donde probablemente ven-dían también otras sustancias.

el Hudson no es un río, es un brazo de mar. desde que los wiechquaesgeek habitaban estas tierras, en el Hudson se pescaba y había barcas que iban de albany hasta la ciu-dad o el mar. en este trecho eran tan comunes los naufragios que hubo que poner un palo rojo en señal de peligro. Y rojo fue también el faro que se construyó en 1880, pequeño, hoy casi invisible bajo la construcción del puente. su tamaño, su color y su punta verde hacen que parezca de juguete.

en el último minuto Lorena decidió acompañarme. es-perábamos encontrar un edificio abandonado, un faro derro-tado por la carretera y el puente, ridículo y anacrónico. en vez, el faro más pequeño del mundo (así, al menos, me pa-reció en ese momento) conservaba una dignidad enorme frente al puente. se sentía mucho más a nuestra escala y de nuestro universo.

Hacia 1942, la escritora Hildegarde swift observó cómo se iba alzando el puente sobre Jeffrey’s Hook y escribió The Little Red Lighthouse and the Great Gray Bridge, un álbum ilus-trado donde el faro es el protagonista, triste y agobiado ante

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la construcción del gran puente. al final del cuento, se des-cubre que el puente es su hermano de metal y que el faro sigue cumpliendo la función de resguardar a los barcos.

cuando las autoridades quisieron vender el faro, mu-chos niños que habían leído The Little Red Lighthouse and the Great Gray Bridge protestaron. Mandaron cartas petitorias y ofrecieron ellos mismos hacer colectas para comprarlo, has-ta que se detuvo la subasta. después de que en 1951 su propiedad fuera cedida al departamento de parques, el faro cayó en el abandono. La luz permaneció apagada hasta 1979, cuando pasó a formar parte del national register of Historic Places, y lo restauraron. en 2002 se celebró el 60 aniversario de la publicación de The Little Red Lighthouse, y en conmemoración le regalaron al faro una nueva lente, para que siguiera encendido, por pura nostalgia. el faro se salvó, no gracias a su valor de uso, ni siquiera por su valor histórico, sino a causa de su valor simbólico y literario. La gente se negó a que la vida fuera tan prosaica, a que la rea-lidad no imitara a la ficción.

semanas después volví al faro ya sin Lorena (extrañán-dola, envidiándola por estar de vuelta en casa). era ese día del mes en que abren el faro para que los niños puedan subir a la plataforma de observación. ahí estaba, demos-trando a los niños que todavía es indispensable y que se lleva de maravilla con la modernidad.

*

otras ciudades, como la ciudad de México, lejos del mar y con sus ríos secos o entubados, tienen su propia especie de faro. La torre Latinoamericana, por ejemplo, funcionaba para los extraviados en la marea citadina como un faro en altamar. en otros tiempos, en las calles laberínticas de la ciudad había un solo rascacielos, una sola torre visible desde cualquier punto. desde la torre Latinoamericana se veía

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la ciudad de México sin límites, como el océano, y desde la torre eiffel se vislumbraba París de punta a punta.

La torre eiffel sigue siendo el único faro de París. na-die se atreve a mover una piedra de la ciudad sin pedir permiso (permiso que no han de obtener). en cambio en la ciudad de México los edificios se derrumban y crecen al minuto, cada uno más alto que los anteriores. compiten entre ellos como los árboles en la selva compiten por la luz del sol. durante mi vida ha sido el hotel de México, de la colonia nápoles, no ya la torre Latinoamericana, el refe-rente en el horizonte. siempre que me perdía bastaba con tenerlo a la vista para saber hacia dónde tenía que ir. Pero cada día hay un nuevo rascacielos, más alto que el hotel de México, que me impide verlo.

en Manhattan son tantos los rascacielos que ninguno sirve de faro. La isla entera tiene un segundo piso hecho de puntas de acero, y es tal la cantidad, que desde dentro de la isla ninguno puede funcionar de guía. si acaso el faro para el caminante sería más bien uno invertido: central Park. el punto del que depende la orientación en la isla es ese oasis enorme, ese lugar de encuentro desde el que se puede ha-llar de nuevo el rumbo.

el falso faro más hermoso que conozco en medio de una ciudad es la torre de carfax, del siglo xi, en el corazón de oxford. sus cuatro caras son todo lo que queda de la anti-gua iglesia st Martin’s church. en la frontal hay un reloj donde las figuras de unos hombres anuncian la hora. su nombre viene del francés Carrefour que quiere decir cruce de caminos. se dice que el lugar ofreció durante mucho tiempo abrigo y orientación a los viajeros, y sigue siendo el primer punto en la ciudad al que recomiendan ir las guías de viaje. está prohibido construir edificios más altos que carfax en esa zona y desde la cima se alcanza a ver todo oxford, su mar de agujas y tejados.

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Los buques faro (en inglés lightships o lightvessels) merecen su propio fragmento. Los romanos ya tenían barcos con mástiles de los que colgaban canastas de hierro en donde ardía el fuego por la noche. a los buques faro se los coloca-ba en aguas muy profundas o peligrosas, donde era impo-sible construir un faro. también servían de suplentes para los faros de la costa, y en ese caso tenían un enorme letrero que decía “relief”.

Lo más difícil era mantener quietos los barcos en esos mares tumultuosos. el ancla más popular la inventó el abue-lo stevenson: el ancla mushroom (el ancla hongo). el bar co en el que viajaron sir Walter scott y el abuelo stevenson, el Pharos, fue el primer buque faro en inglaterra.

en los años treinta aparecieron los buques faro automá-ticos y décadas después comenzaron a funcionar con luz solar. sin tripulación, sin fareros, naves fantasma. fuegos fatuos como los que dicen que a veces flotan sobre los lagos y el mar. Buques fuegos faros fatuos fantasmas.

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el faro es siempre otro dependiendo de cuándo y desde dónde lo mire. está el faro de lejos, un salvavidas diminuto. el faro de cerca, muy cerca, cuando su tamaño se impone y revela su origen de templo, de torre y casa de la luz. está el faro a distintas horas del día. Lo vemos por la mañana, ro-deado de gaviotas; al mediodía el sol lo puntúa como una “i”, pero en la tarde se inclina y se despiden en una especie de ritual. de noche, el faro es una segunda luna en la tierra. está el faro junto al mar en calma y el faro en la tormenta, titán que resiste y devuelve, en palabras de Michelet: “fuego con fuego a los relámpagos del cielo”. Y está, por último, también el faro bajo la niebla que lo asfixia.

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Hay en el mundo todo tipo de objetos para los amantes de los faros: faros de plástico, de metal, grabados, en postales. también torterías y tlapalerías en la ciudad de México lla-madas el faro, cigarros marca faros (que los condenados a muerte tenían derecho a fumar antes de ser fusilados, de donde proviene la expresión “ya chupó faros”), tiendas de lámparas en chinatown y puestos en festivales de luces y sonido con el nombre de Lighthouse, programas de en-trevistas llamados El faro de Alejandría, lupas marca “light-house”, libros de artista titulados Your Lighthouse, sectas cristianas en Los Ángeles que se llaman the Lighthouse church y la portada de un disco de John Maus. su imagen, su forma, atraen como su luz atrae a los barcos.

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Leopold Bloom, tirado en la playa, recuerda a Grace dar-ling, la dama de las islas, la niña con el cabello al viento. Grace era una niña en 1838 que vivía en un faro de las islas farne con sus padres. un día llegó una tormenta que duró más que ninguna. ella estaba en la ventana más alta del faro, con su catalejo, y desde allí alcanzó a ver un barco, el forfarshire, que la tempestad había estrellado con tra las rocas, partiéndolo a la mitad. Varios sobrevivientes se arre-molinaban entre los maderos pidiendo auxilio. La leyenda dice que Grace convenció a su padre de que juntos fueran a rescatar a los náufragos. en el punto álgido de la tormen-ta, tomaron un bote de remos, llegaron hasta el naufragio y mientras el padre subía a las víctimas, ella se encargaba de mantener el bote quieto. “se zarandeaba en las olas”, dice Wordsworth en un poema que escribió en honor a Grace, “para llevar esperanza a los desesperanzados y a los mori-bundos, vida”.