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Cuadernos de la estancia en Neila 1921-1927 Diario íntimo de un poeta Pedro Adolfo Rubio

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Cuadernos de la estancia en Neila

1921-1927

Diario íntimo de un poeta

Pedro Adolfo Rubio

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Diario íntimo de un poeta

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Prólogo

Hace unos años cayó en mis manos una copia de estos siete u ocho cuadernos que D. Pedro Adolfo Rubio fue escribiendo durante su estancia en Neila. El acto de entrega de estos cuadernos no fue en un acto de confesión propiamente dicho, pero se le parecía mucho. Obviamente yo no soy sacerdote, ni tampoco conozco el deseo exacto de quien quiso hacer entrega de esa copia. Pero desde ese preciso instante, dejaron de pertenecer al ámbito privado y empezaron a desparramarse entre los familiares, allegados, y por último entre los descendientes de Neila. Probablemente estaremos violentando la idea del escritor, que escribía, y en más de una ocasión lo manifiesta así en estos cuadernos, para sus hijos. D. Pedro Adolfo Rubio era boticario, pero en su ser más íntimo se sentía escritor. De hecho en su primera juventud, con 22 años, ya fue director del periódico de Ciudad Real, EL LABRIEGO, en el que colaboraba.1 Nace el 10 de septiembre de 1880. De su infancia no conocemos más que pronto quedó huérfano de padres. Y, entre lo que podemos desentrañar de estos sus diarios, la herencia familiar, de la que debía ser albacea su hermana, le fue restringida por algún affaire del juego. Y así, medio desterrado o desterrado del todo, después de pasar por Valencia con más pena que gloria, acabó en Neila un 24 de julio de 1921, a la edad de 40 años. En Neila pasa siete años ejerciendo de boticario. El panorama que se encuentra es desolador. Él, que es una apersona culta, cultivada, sensible 1 Al final de estos cuadernos se incluye una copia del periódico Don Quijote de la Mancha de 20 de agosto de 1902 que informa de la visita de D. Adolfo Rubio hace a la redacción. La siguiente copia es de la edición de 5 de noviembre de 1902, que da cuenta de que D. Adolfo Rubio ha sido nombrado director de EL LABRIEGO. Por último incluyo una copia completa del periódico EL LABRIEGO de 12 de septiembre de 1915, cuando ya D. Adolfo Rubio no es director del mismo.

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como un poeta, se ve encerrado en un pueblo miserable, como miserables debían ser todos los pueblos de España, en el que no había ni carretera, y sí muchas moscas y piojos. Apenas describe su actividad en Neila. Se intuye más que se conoce, que vive cómodamente como integrante de lo que el mismo denomina señorío, aunque la vida le parece cara y mísera. No entra en detalles, pero su llegada a Neila parece más propia de la conquista del oeste: un viaje épico y agotador. Desprecia íntimamente a los caciques del pueblo, al maestro, al médico, al cura… A algún cura lo llega a acusar hasta de ser un ladrón sacrílego, (también de visitar enfermas jóvenes para ponerles el termómetro…). Probablemente todo ello no sea más que un reflejo de su propia desazón por su situación personal, que el encuentra fuera de lugar, por su condición de perdedor o simplemente porque apenas encontraba otro estímulo intelectual que el de sus tan queridos periódicos, de los cuales el se siente columnista y colaborador. Esa inquietud le lleva al mundo de la política, no sabemos en qué grado de implicación, de la mano del dictador Primo de Rivera. Entre sus lecturas, parece que le deja huella Gabriele D'Annunzio, precursor del fascismo italiano. Con él llega la carretera de Quintanar a Neila. Y como hecho dramático, describe la "misteriosa desaparición" del cartero hacia 1919-1920, lo que dejó una notable impronta en todos los vecinos. Permanece en Neila hasta finales de julio de 1927. Lo último que sabemos de el es que se situó en Baracaldo y sus descendientes son sevillanos. Espero que estos cuadernos que aquí os traigo, os hagan pasar un rato agradable. Como retrato de la época y de una sociedad rural tan deprimida creo que son deliciosos, teniendo la disposición necesaria para leerlos desde la distancia. Desde luego no se trata de Pío Baroja, al que desde aquí también quiero recordar que cita a Neila en algunos de los pasajes de

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"Memorias de un hombre de acción - El escuadrón del brigante"2, pero sin embargo nos encontramos con una persona sensible, y cuya redacción es más que notable. ¡Que los disfrutéis!

Pedro Antonio Fernández de la Cuesta

Córdoba, 10 de mayo de 2010

2 PÍO BAROJA. MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCIÓN - EL ESCUADRÓN DEL BRIGANTE. EL EMBUDO DE NEILA Neila es un poblado pequeño, miserable, hundido en un barranco en forma de embudo: se halla en la sierra, hacia un punto donde hay una laguna, de la cual sale el río Najerilla. Neila está tan escondido, que en el mismo borde del embudo donde se encuentra, no hay nadie que, aun sabiendo que allí hay un pueblo, sea capaz de dar con él No se ve camino —al menos no se veía entonces por ningún lado—, y sólo deslizándose por un pedregal se encontraba al poco rato el comienzo de una estrecha senda que bordeaba las paredes del embudo y conducía á Neila. El pueblo ocuparía, con sus campos, un espacio como la plaza Mayor, de Madrid. En los días nublados de invierno, como la luz apenas llegaba á las casas, á todas horas ardían grandes hachas de viento, formadas por fibras de pino. Allí abajo, en los interiores, las paredes, los muebles, todo estaba barnizado por el hollín negro y brillante que dejaba la tea resinosa. En período de paz, la gente de Neila se dedicaba en aquella época á la corta de pinos para las serrerías mecánicas de las inmediaciones. Durante la guerra, los neilenses vivían con gran miseria. Merino, Cuando se refugió en Neila, hizo que los leñadores formasen una guardia de centinelas por si aparecían los franceses, y mandó, además, arreglar una estrada en lo más agrio de la sierra, por la cual pudieran escaparse él y sus hombres. (…)

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1921 Dios, que ve mi intención, acaso me conceda pronto la mayor, la única alegría: pagar a todo el mundo hasta la última perra, y asegurar a mis hijos el porvenir. Entonces si que bailaremos en familia, la jota, y aún el tango. Me parece a veces que nunca va a llegar. Por fortuna mi cerebro es fuerte y claro como nunca. 25 de julio de 1921

Mi viaje a Valencia fracasó completamente. Los valencianos son terribles. Pasé en Valencia los 6 días más tristes, en una labor antipática y estéril. ¡Bah! Ayer a las 7 de la tarde, llegamos a Neila, de farmacéutico. Tuve que aceptar este partido. No había mas remedio. Mi hermana, creyéndome un jugador y mujeriego empedernido, ¡Dios Santo, yo, que mis dos mayores ideales son el trabajo, el verdadero trabajo, y el amor, el verdadero amor!, no ha querido hacer mas sacrificio que anticiparnos 500 pesetas, para alejarnos. Dios no tomará en cuenta su incomprensión de mí. Pues no la creo dura de corazón. En fin, ya estamos en Neila, puerquísimo y pintoresco pueblo burgalés, al cabo de un viaje molesto, costoso, interminable. De Madrid a Burgos, es decir; desde Pozuelo, 13 horas de tren. De Burgos a Salas, 3 horas de autobús, embanastados como sardinas. De Salas a Quintanar, 4 horas de diligencia, mejor embanastados aún, por una carretera polvorienta y... castellana. Y, finalmente de Quintanar a Neila 4 horas cabalgando en caballos, por un camino pedregoso, de sierra, bordeado de pinos.

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Pero, al fin, llegamos. Un poco desmejorados Felisa y el niño, pero llegamos. El pueblo es feo como un demonio y sucio como un cerdo. Vecinos, vacas, gallinas, pulgas, piojos, cabras, cochinos, ratas y moscas conviven en la más armónica de las fraternidades. Las moscas, sobre todo, merecen un párrafo aparte. En mi vida vi tantas juntas, ni tan pegajosas, constituyen ejércitos invencibles. El médico, (o el que pasa por tal), me asegura que los piojos son más numerosos aún. No me atrevo a dudarlo. Por otra parte, el paisaje es bonito, rodeados por completo de montañas, aislados del mundo, en plena naturaleza salvaje. La vida es cara y mísera. De nada hay y lo que se encuentra lo hacen pagar al señorío: nosotros, porque en nosotros empieza y acaba el señorío de este pueblo. 27 de julio de 1921.

Ayer pagamos 4 pesetas por dos gatitos, 0,80 por un litro de lejía, 5,50 por un cubo y 0,60 porque el cartero le pusiese lacre (que no era preciso) a una carta que certificó en Quintanar. Y, así, por ese estilo. He hecho contrato con el Ayuntamiento por un año, con el haber de 4500 pesetas, y he tomado posesión de la botica, que no vale la mitad de 3500 que me iban a cargar en cuenta, ya que dinero para comprarla, no tenemos. Veremos como llegamos a un justo acuerdo. Entre tanto dispongámonos a conservar y mejorar nuestra salud, y a rehacernos económicamente un poco.

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Si al cabo de dos o tres años conseguimos volver Madrid con unas pesetas, con salud y con paz, por bien sufridas daremos estas molestias, que no son pocas. Dios sabe el sacrificio que acabo de hacer por los míos, y no me abandonará. Cúmplase, siempre, la voluntad de Dios. Voy a trabajar, escribiré y leeré cuanto pueda, atenderé la farmacia y veré si hago dos o tres específicos explotables. Preparar, en fin, armas para luchar en la vida. 25 de agosto de 1921.

Un mes estamos ya en Neila. No se ha hecho tan insoportable como temía, y aunque esta vida aldeana, entre esta gente inculta, me hace sufrir. En fin, todos estamos buenos; mis tres hijos y mi esposa viven contentos, tenemos qué comer, y en el pueblo nos consideran como señores, esto hace más tolerable el destierro. No he escrito casi nada. Unas cuantas cuartillas. Nada. Cierto que el primer mes he pasado en la exploración y conocimiento de estas costumbres y estas benditas almas de Dios. ¡Oh! ¡La vida primitiva y las costumbres patriarcales! ¿Dónde y cuando habéis huido? En el Burgos mas-pequeño e insignificante no se ve otra cosa que mezquindad y doblez. Ni inocencia, ni pureza, ni nada de lo que a un artista podría agradar. Si la paciencia es una virtud, procuraré ejercitarme en ella. He leído a Gil Blas de Santillana, que me ha entretenido, sin parecerme, sin embargo una obra perfecta. Empieza a sentirse frío. Se presiente un invierno cruel. Nos aprovisionaremos lo posible de ropa y de leña y dejaremos venir y pasar las nieves.

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1 de septiembre de 1921.

En uno de los calurosos días de julio, salió D. Quijote por la puerta falsa del corral, decidido a enderezar todos los tuertos que presenciase y a vencer a todos los gigantes que se interpusiesen. En un calurosísimo día de julio salí yo también de la Villa y Corte de Madrid, dispuesto a enderezar mi tronchada vida, y a reparar mis pasados errores y a conquistar la fortuna y el sosiego, a que debe aspirar cualquier hombre honrado. Y capaz. Llevaba consigo, D. Quijote, a su escudero Sancho, y conmigo yo llevaba a mi esposa, y a mis tres hijos, pequeñuelos aún. Había de luchar, D. Quijote, con todos los hacedores de agravios y me veía yo forzado a pelear la, hasta dicho día, adversa suerte. Sin que nadie lo viese, salió el de su patria chica y de su casa propia, y aún, sin ser visto de nadie, fui yo de mi patria chica adoptivo y de la casa de mi hospitalaria hermana, pues a la sazón, no contaba yo, no ya con casa propia, ni aún alquilada, sino ni siquiera, con un humilde ajuar, ya que el tan modesto que siempre había poseído (a medias con mis embargadores) acababa de desbaratarlo: malvendiéndolo a un prendero vil. El desventurado hidalgo, manchego como yo hasta la misma médula del hueso, lanzóse a la batalla, medio loco, medio cuerdo, a causa ce la mucha lectura de libros de caballería, y de igual manera, medio cuerdo, medio loco, emprendí yo la nueva ruta, si bien mi estado de semilucidez era debido a cosas, personas y acontecimientos menos imaginativos, y mas palpablemente reales que los de él. Pero por encima de las diferencias anotadas, y de las por anotar, una profunda semejanza nos une: la que se funda en la fe, en la eterna y definitiva justicia y en el triunfo final de la verdad y el amor. 15 de septiembre de 1921.

Pasado mañana, Dios mediante, confirmaremos a los tres niños.

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No estoy iniciado en la institución y en la historia de este sacramento, y esto me sonroja un poco, pero soy por tradición familiar y por raza católico y no he de rehuir la práctica de un acto religioso. Cierto es que esta falta de instrucción religiosa es pecado, de que adolecen todos los españoles, y aún los mas cultos y creyentes, aún los que, por su alto ministerio eclesiástico, están más obligados a ello. (Claro es que habrá honrosas excepciones, como en todo). Pero, en fin, en vez de desalentarme por vivir esta desorientación y desbarajuste, que en todo se observa hoy en nuestra España, me aplicaré, con mas fervor, a la investigación ya la lectura, con el fin de ver si consigo ser de los menos ignorantes de mi época, de esta tragicómica edad, no de oro, del billete del banco y de la estúpida bacanal. Época sin fe, sin arte, sin vergüenza, donde la gente no duerme ni sueña, ni trabaja, pues un sueño es, bestial letargo en unos y pesadillas atormentadoras en otro; sus ensueños se cifran ella ociosidad viciosa y rapaz, y su trabajo, lo que llaman trabajo. ¡Santo Dios!, ¡para qué escribir de esto!, ¿Cuántos, trabajadores actuales, manuales o intelectuales, no hacen mas que perder el tiempo, manoteando en las tinieblas y prosiguiendo la rutinaria labor de sus antecesores? Vaya intentar, si no aquí, en este pueblo, cuando nos traslademos a Madrid (o a cualquiera otra gran ciudad) leer todo lo que tengo en proyecto. 1 de octubre de 1921.

Adolfito ha entrado en la convalecencia y en mi alma, parece que entra, de nuevo, la serenidad. Sin gran pena ni gran gloria, vuelven pues, a deslizarse las horas, lo días, en este apartado lugarejo castellano. Veremos si puedo trabajar mucho tiempo tranquilo, y si, aunque algo tarde puedo dar principio y cima a mi obra literaria, todavía en proyecto.

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4 de octubre de 1921.

Pocos escritores habrán tenido que sostener, durante su vida, una lucha tan permanente y enconada cuan la mía, con el espíritu de las tinieblas y de la destrucción. Desde mi adolescencia, en efecto, casi desde mi niñez yo he poseído la certidumbre de mi misión civilizadora y literaria en el mundo. Pero siempre, que he empezado con fe la tarea, no bien escritas las primeras cuartillas (y aún muchas veces, los primeros renglones), siempre ha surgido el bárbaro acontecimiento inesperado, que me desviaba el camino. Un disgusto, una maldad ajena, la enfermedad de la esposa, de una hermana, de un hijo... Así, a veces, me he sumido en la ociosidad y en las tinieblas, años, pues estos dolorosos acontecimientos rara vez han sido breves, como si el espíritu de la negación, que lucha conmigo, tuviera miedo de soltarme en seguida, cuando logra apresarme. Es el valor de los malvados, de los cobardes: cuando por casualidad, agarran una víctima, no soltarla voluntariamente, sino cuando la propia víctima consigue asestarle en mitad de los sesos, un golpe mortal. 9 de noviembre de 1921.

Poco he cambiado y poco ha cambiado el mundo ante mis ojos. Nieva. Prematuramente en el invierno de este villorrio. Hace un frío desolador. Adolfito, sigue convaleciendo. Felisita, también se restablece de una enfermedad más leve. ¿Qué nos guardará el invierno? ¿Qué nos reserva la vida?, ¿Qué tendrá reservado para nosotros la muerte? Dios, sobre todo. Vertiginosamente pasamos por este mundo, y sería la mas espantosa burla, perdernos, desaparecer...

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Así pues, todos los sacrificios que hagamos serán paces, si hemos de merecer la vida eterna. Aspiremos, mientras, a una vida tranquila y a una muerte sin inquietud. Trabajemos en paz, sin impaciencia loca, aunque sin estúpida haraganería. Procuremos vivir cuerdamente. 1 de diciembre de 1921.

Mis hijos ya están restablecidos, casi por completo. Otra vez aturden la casa con sus travesuras, con sus risas, con sus lloriqueos y sus infantiles testarudeces. De nuevo el encanto y el placer de contemplarlos sanos y dichosos, florecen en mi corazón. Nuevamente encuentro el objeto de mi vida, que es hacerlos felices, ahorrarles pesadumbres y dolores. Los tres son fuertes, nerviosos, imaginativos. Tienen energía, dureza y elasticidad en sus cuerpos. Salud, en fin. Felisita, será una verdadera mujer. Agraciada y bonita, sin ser hermosa, va descubriendo tesoros de bondad y ternura. A los siete años, tiene ya amor al trabajo, es hacendosa, y siente el estimulo de aprender. Espero que será muy buena hija. Los niños prometen ser dos buenos ejemplares masculinos. Moreno Adolfito, y rubio Tomasito, los dos son proporcionados, guapos e inteligentes. Tomasito, antes de cumplir los dos años, ya revela viveza y una comprensión extraordinaria. Todo lo entiende, y todo lo quiere contestar con su ininteligible chapurreo. Ensarta, graciosos soliloquios, canta y empieza a pronunciar muchas palabras, y es alegre y travieso y dominador. Adolfito, ha cumplido ya 6 años, el 22 de septiembre, y acaba de manifestar un hermosísimo talento, que desde que nació, yo he presentido. En efecto, sin haber ido todavía a la escuela, ni haber recibido de mí, nada más que alguna lección, para conocer las letras, ha salido, de

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improviso, leyendo en el libro de su hermana. Lee despacio, pero con una facilidad y una seguridad realmente asombrosa. Viéndolo, asistiendo yo, con el corazón deshecho en lágrimas, a esta súbita revelación de su inteligencia, me he sentido lleno de esperanza y de temor. Su destino puede ser glorioso, y también su vida, como la mía, estar circundada de peligros y penas. En fin, no turbemos con recuerdos desagradables, ni con presentimientos desapacibles, mi ventura presente. Hoy, soy joven todavía, conservo en toda su plenitud mis facultades físicas, intelectuales y morales. No se han cerrado, para mí, les puertas del futuro. Ningún remordimiento intolerable, remuerde mi conciencia. Gracias a Dios, mis hijos, no ha heredado de mi ninguna de esas lacras que tantos desventurados transmiten a su descendencia. Ningún vicio me domina. Aborrezco el tabaco, el juego y el vino. Quiero a mi esposa y soy querido por ella. En mi hogar, hay lo necesario para la vida. Vivimos en paz, y en el temor y amor de Dios. Hasta un Ángel, Tomasito nos estremece de puro goce, con sus miradas rientes y su gritería regocijada. Esto es, casi, la felicidad. Sin embargo... Vivimos en un villorrio sucio y mísero, donde, absolutamente, no tengo con quien hablar. Hasta las personas más selectas, el cura, y el maestro de escuela, cometen, hablando graves crímenes gramaticales. Destrozan las palabras, las oraciones y las frases. No siendo esto lo peor, sino que, también, se muerden y destrozan unos a otros con sus odios, sus envidias, sus rencores. Soñamos con volver a Madrid, a hacer la vida plácida e independiente, que en las grandes ciudades, es posible. Me inquieta el porvenir de mis hijos, y la contingencia de que yo muera sin creer/os a cubierto de la miseria, de la desgracia. Pero hoy debo estar tranquilo y trabajar.

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2 de diciembre de 1921.

Por segunda vez, en este otoño, encuentro, al despertar, nevado el campo. La nieve, como el mar, es un espectáculo, siempre nuevo y siempre hermoso. No se cansa la mirada de hundirse en la monótona blancura de la nieve, así como jamás nos cansamos de contemplar el verdoso azulado que ofrece el mar. Tengo ante ni las casuchas nevadas del pueblo. Más allá, las montañas blanquecinas, veladas por la niebla sutil. El paisaje de la Navidad. Junto a la camilla, el calor del brasero, rodeado de mis hijitos, leyendo o escribiendo, no se está mal. 3 de diciembre de 1921.

Continúa mi estado voluptuoso. Sigue nevada la campiña. Mi esposa nos ha preparado un gran brasero y un buen almuerzo, que devoramos con excelente apetito y sena alegría. Bostezo satisfecho. En este instante no deseo nada, sino que nos dure mucho el bienestar. ¡Con qué fruición saboreo esta calma, después de la azarosa existencia en Madrid! Y, sin embargo esta paz es el estacionamiento, la paralización, la muerte. Es preciso avanzar en fortuna, en bondad, en diligencia, y preparar a los hijos, la senda florida del porvenir. 5 de diciembre de 1921.

Hoy ha vuelto a sonreírnos el sol. Nada hay que reanime tanto (ni las palabras más amistosas, ni la lectura más profunda) como sentir de plano, en la faz y en pleno pecho, la amante caricia del sol de otoño. Tomándolo, al abrigo del viento, nos pasaríamos las horas muertas, la vida.

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¡Cuán lejanos, y próximos a un tiempo mismo, aquellos días de la adolescencia, cuando solos, o en la buena compañía de algún condiscípulo, nos tumbábamos, boca arriba, al sol, allá, en algún montículo de la llanura natal, anticipándonos, nosotros mismos, las pascuales vacaciones del instituto! Entonces, al amor del calorcillo solar, todo eran dulces dejadeces, nostalgias imprecisas, vagos sueños... Esta mañana, sentado en el rústico banco de madera, junto a mi puerta, bajo el mismo sol de siempre, todo eran ya realidades bien precisas, recuerdos luminosos y esperanzas bien concretas. Entonces, mi vida, ante mí, carecía de objeto. Todo era nebuloso. Ahora, el sol inspira multitud de pensamientos expresables, y me señala, con toda claridad, los caminos hacia la muerte, y la línea recta, inconfundible, de mi misión. Tomar el sol, querer apasionadamente a mis hijos, pensar en la muerte. Eso es digno. 8 de diciembre de 1921.

¡Divino cielo español! Hoy, casi en pleno invierno, ni una nube empaña su azul, ni una ráfaga enturbia la serena diafanidad del aire. Calienta el sol, penetrándonos hasta los huesos, como en un amodorrante día de mayo. Alegrémonos por esto, de haber nacido en España. En la misma sierra de Burgos, con la nieve a la vista, en todas las montañas circundantes, podemos, aún, sentarnos en un banco de piedra, bajo la caricia cálida del sol, adormecernos, inmovilizarnos, soñar con el paraíso terrenal y con la gloria celeste. ¡Oh, Dios mío!, aunque por otra cosa no fuera, por estas imprevistas tibiezas invernales, habría que colmarte de bendiciones y reverenciarte con humildad.

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9 de diciembre de 1921.

Uno de mis mayores disgustos, es vivir en una sociedad anticristiana. Este anticristianismo inconsciente de un pueblo que confiesa y oye misa, es una de las cosas, más trágicas, más chocantes, que pueden verse en el mundo. Aquí, todo es egoísmo, envidia, falta de sentimiento y de entendimiento. A mi, me encantaría ver jugar a mis hijos con otros niños; hacer y recibir visitas, vivir, noble y fraternalmente, y estrechar, con amor, la mano de todo el mundo, me obligan a ser reservado, y a confinarme y a aislar a mis hijos, como si fuésemos apestados criminales. ¿Cuándo y de donde surgirán los hombres sinceramente religiosos, puros y fuertes, capaces para la gobernación del estado? En lo particular y en lo general, en el individuo y en la familia, como en la sociedad; en todo el mundo, se ve una casi absoluta falta de ideales. Todos los hombre, todos les países, parecen, ahora víctimas de la obsesión de ser ricos, de ser invencibles, de subirse sobre los hombros de los demás. El humilde es atropellado, y el prudente, es acometido. Se encumbran, las medianías, mientras que el verdadero mérito, es empujado montaña, abajo, hasta verlo tendido y desfallecerse. Triunfan los ricos y los osados, no se aprecia la virtud, la honradez, la dignidad. Pero estos desbarajustes universales, no pueden ser eternos, ni siquiera, largos. Por lo pronto, procuremos ponernos en paz a nosotros mismos para poder pacificar a los demás, según dice Kempis, pues este es el fundamental error de estas sociedades actuales. Cada miserable quiere sobreponernos al vecino, tan miserable, a lo sumo, como él. Por encima de todos los "ismos", hoy en pugna, está y estuvo, siempre, el individuo bien interpretado. Cultivar, cada uno, su propio huerto, sin entorpecer la tarea del amigo; respetarse, absoluta y mutuamente; realizar cada uno, conforme a su energía, la obra más grande y bella posible, eso, y no otra cosa, debe ser.

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15 de diciembre de 1921.

En la aturdidora brevedad de esta mortal existencia, la dicha, si alguna que otra vez se alcanza, nunca se detiene mucho tiempo al lado nuestro. La felicidad no hace caso de nuestro hospitalario sentimiento para ella, y, aún no bien se ha guarecido bajo nuestro techo una noche y apenas nos ha acompañado la hora solemne de la familiar comida, cuando huye, dejándonos, otra vez, tristes y pensativos. Heme aquí, otra vez, rodeado de mi esposa y mis tres hijos. Todos estamos sanos y contentos. He desayunado, una sabrosa sopa de ajos, con huevos fritos, una tajada de lomo y chorizo fritos. Al calor de un buen brasero, escribo sin apremio, sin prisa, gozando de la delicia de una excelente digestión. Es uno de esos momentos que no importaría eternizar. En efecto, vivir así un año, otros muchos, eternamente, sería muy agradable. Pero siempre se desea algo. Siempre, una cosa nos falta. A mí, aún, en esta hora feliz, me gustaría más estar en Madrid que en este pueblo, y disfrutar de una posición más independiente y desahogada, todavía. No, en verdad, por mí. 18 de diciembre de 1921. Tomasito estuvo ayer algo febril y resfriado, tal vez a causa de la dentición. Hoy ha despertado contento y con su apetito habitual. Por lo pronto, las dos noches pasadas, he dormido mal, sobresaltado. Criar, educar a los hijos, esta sí que es su obra difícil e importante. Y penosa. 22 de diciembre de 1921.

Tomasito está bien. Otra vez desciende el sosiego al corazón.

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Esta hiperestesia, innata en mí, es mi alegría, y es, en ocasiones, mi pena. Siento, observo, percibo y amo, con tal intensidad, con tal refinamiento, que cualquier impresión me llena de goce o de amargura. Ahora mismo, viendo hacer travesuras y juguetear, pletóricos de salud, a mis tres pequeñuelos, mi placer llega a lo irresistible. Mientras escribo, con harta dificultad, con el chiquitín subido a mis piernas y pateándome, arañándome en la cara, queriendo arrancarme el cuaderno, no me cambio por ningún hombre del pasado, del presente, ni del porvenir. ¡Alabado sea Dios! 24 de diciembre de 1921.

Otra nevada. Pero nosotros la contemplamos por los cristales, sentados, alrededor de la familiar mesa enfaldada, bajo la que arde el brasero consolante. El paisaje, es de una tristeza y una pureza infinitas. El poblacho, donde invernamos, es de los más atrasados, de los más puercos, de los más desoladores de España, y, por supuesto, del mundo. Y sin embargo, años ha que no pasaba un día de nochebuena tan tranquilo, casi diré, tan contento. Mis tres hijos, se hallan perfectamente, junto a mí, en este instante, y dentro de un poco esperemos, el nuevo nacimiento. La purga preventiva, que ayer tomamos todos (a causa del brutal cambio de tiempo) nos he sentado, gracias a Dios, muy bien, y henos aquí dispuestos a saborear, estos días solemnes, alguna comida extraordinaria, que nuestra hábil cocinera, mi esposa, nos condimentará con el mayor cariño. ¿Entonces? ... Esta tarde, además, cantaremos unos villancicos, con acompañamiento de risas (pues en este lugarejo no se puede comprar ni una mala pandereta) y

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esta noche, antes de las nueve, celebraremos el nacimiento del Redentor jugando un rato, con los hijos, rezando un poco, metiéndonos enseguida en las bien arropadas camas.

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1922 1 de enero de 1922.

Año nuevo. ¿Qué acontecimientos, felices o desdichados, nos esperan en él? Hace un día muy frío, casi intolerable. Para nosotros, sin embargo, ha amanecido hermoso. Seguimos disfrutando de los mayores bienes de la vida: la salud del alma y del cuerpo. 26 de enero de 1922

Vamos soportando un mes horriblemente frío. Estos indígenas, aseguran, sin embargo, que la nieve que ha caído, no es nada, en comparación con la que de hace tantos y cuantos años, cuando, afirman, por tal collado o cual monte, les llegaba al pecho, casi a la boca, a los caminantes. Estas gentes sencillas (se ve) tienen la manía de los sucesos salvajemente maravillosos, y de las extraordinarias ferocidades. ¡Ellos si que han pisado montañas de nieve, y aguantado bestiales ventisqueros! De todos modos, este invierno, es suficientemente cruel. Nosotros vamos combatiéndolo con la brasa de la camilla, y con el familiar cariño, y con la esperanza de una situación más cómoda, Desde la enfermedad del niño Adolfo, no hemos tenido contratiempos de salud. Un pasajero enfriamiento mío, casi nada. Si salimos indemnes de la primavera, podremos cantar victoria, y celebrar nuestra sana naturaleza, pues es la primera vez que todos sufrimos recias heladas y nevadas frecuentes. No hemos, en fin, empezado mal el año. Yo me encuentro fuerte, creo que en mi plenitud física e intelectual. No siento, ni el menor cansancio, por mucho que leo y escribo. Nuestros hijos se van armoniosamente

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desarrollando y a primeros del próximo febrero, esperamos al nuevo sucesor, o sucesora. Por lo demás, no sufrimos grandes impertinencias de nuestros convecinos. Hemos conseguido vivir en un relativo aislamiento, dentro del indispensable trato de gentes y de mi sanitaria misión, que soporto sin mucha repugnancia. Me voy serenando de tantas turbulencias pasadas en Madrid, y, creo, que cuando allá volvamos, quizá dentro de año y medio (tal vez, en otoño del próximo año) llevaré, como bastante bagaje para el triunfo, muchas cuartillas, la voluntad fortalecida en esta especie de destierro, mayor caudal de experiencia, dos o tres millares de pesetas y... uno o dos hijos más. Con cuatro, o cinco hijos, en efecto, cobarde y ruin ha de ser el hombre que se asuste de de lucha por la vida, o que abandone sus paternales deberes sagrados. Por mi parte, como Dios se sirva conservarme la salud, y concederme muchos años más de vida, confío en poder colocar a todos mis hijos, a mi esposa, y aún a mi hermana, al abrigo de toda miseria y de todo ataque de maldad, que hoy, más que nunca, parece enseñorearse de la tierra. Por lo pronto, ahora, aprovecho el tiempo, fuera de las horas que malgasto, jugando al tresillo, a la brisca o al tabernario mus, con estos incomprensibles magnates pueblerinos (el médico, el cura, el cacique, el nuevo rico y los ricos viejos). Todos los días, medito, recuerdo, planeo, leo historia, idiomas o literatura, escribo en prosa y en verso, perfecciono mi experiencia farmacéutica, y, sobre todo, procuro educar, dignamente a estos pequeñuelos. Con esto y la ayuda divina, sobre todo, nuestro tránsito por este mundo no será ya tan penoso, ni tan tumultuoso, como lo ha sido en épocas recientes todavía, las cuales, no obstante, se me presentan ya, borrosas y remotísimas. No alcanzo, a darme cuenta exacta, en efecto, de cómo yo, odiando por naturaleza la esclavitud del vicio y de las pasiones mundanales (la mayor de todas las servidumbres), me he dejado arrastrar hasta las mesas de juego, en Madrid, esperanzado en el absurdo de encontrar en ellas, la

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solución de mi vida, enmarañada por mi pereza, por mis severos acreedores y por nuestras familiares desgracias también. Nunca se dará demasiada importancia a la educación del hombre y de la mujer, hasta que por sí solos pueden andar por el mundo. Quisiera, no sólo, completar mi obra educadora, sino también escribir un libro sobre buena educación. Y no sé cuándo ni cómo darle principio. Dios me ilumine, a fin de ordenar y reunir libros, la multitud de acontecimientos de mi vida, y de pensamientos, que deseo dejar publicados, no, ni mucho menos, por vanidad pueril de renombre en mi vida, ni de póstuma fama, sino, y nada más, para bien de mis hijos y de todos nuestros semejantes. Nunca, sin embargo, como ahora, (cuando acaso ha llegado el instante de la obligatoria resolución de escribir para el público), me invadió, no el temor, el escrúpulo respetuoso de la publicidad, y cierta especie de miedo a realizar una de tantas obras literarias, inútiles y perniciosas, o trágicamente ridículas, como en el mundo han sido. No nos precipitemos, pues, aunque ya no nos apartemos de la mesa de trabajo, y de la senda del conocimiento. 28 de enero de 1922.

Sin novedad. Ayer nos purgamos los dos niños mayores y yo, y hoy hemos amanecido perfectamente. Continúa el temporal de lluvia, nieve y viento. Y el buen brasero sigue confortando nuestro comedor, casi desnudo; mi vieja butaca, con asiento de madera; otro anciano butacón despanzurrado por los niños. La vetusta mesa de camilla, un poco desvencijada; el pequeño estante prehistórico para los cacharros y cuatro sillas. He ahí todo el atavío de nuestra "salle a manger", gabinete, despacho, salón, biblioteca, barbería, cuarto de costura, recreo y estudio de los niños, todo junto, pues aparte de todo ello, y de la siberiana cocina, no contamos más que con la húmeda alcoba, con sus dos camas, su cunita y los dos pequeños baúles, ahora, sin embargo, gracias a Dios, otra vez, llenos de ropa.

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Este modesto ajuar tiene, no obstante, encantada a mi buena esposa, ya en vísperas de alumbramiento. Está pues satisfecha ella, y están contentos, bien nutridos y abrigados, mis hijos. No debo quejarme. Lo que ellos no saben, el hogar que tengo yo soñado, para que disfruten cristianamente. Lo que ellos no imaginan, es mi dolor por no tenerlos rodeados de otras comodidades y mi inquietud de cada día, por si muero, dejándolos en un pobre desamparo. Y, a pesar de esto ¡Qué corriente es la miseria y la pobreza! ¡Cuántos seres humanos sobrellevan una vida de continuo malestar y absurdas privaciones! ¡Cuantísimas desdichadas familias envidiarían nuestra suerte actual! En verdad, no pasamos grandes trabajes, ni nos abruman calamidades mayores. Pero el bienestar y la holgura materiales son un beneficio, que cada hombre inteligente, aunque sea cristiano, tiene el deber ineludible de conquistar y poseer, y tiene el incuestionable derecho a que no le sea negado, ni aún regateado el fruto hermoso de su perseverante y honrada labor. Mientras suena en el mundo la hora de estas justicias ideales, no hay otra solución que la de luchar y trabajar, cada uno por la familia que ha fundado, y, por si mismo, puesto el pensamiento en la inmutable y eterna justicia de Dios. De todos modos, la historia y la experiencia diaria nos dicen que el mundo, aunque la fortuna no sople propicia, es un tránsito y una prueba... 1 de febrero de 1922. Otro año, otro mes, otro día... Unas manos invisibles nos empujan al sepulcro, sin que todos nuestros esfuerzos sean suficientes para detenernos un instante en la carrera, mejor dicho, pera detener el tiempo que nos arrastra...

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No es bastante, sentarnos en un sillón, poner en reposo nuestro pensamiento, sosegar nuestras palpitaciones, serenar nuestra conciencia, trazarnos una ruta llana y recta, para caminar por ella, despacio, en lo futuro. Sin poderlo evitar, hemos sido llevados cuesta arriba, estamos cerca de la cumbre del calvario, y, dentro de unos años, de unos meses, de unos días, ya no tenemos otra elección que la del rápido descenso hacia el valle de la muerte. Por mucha tranquilidad que nos obstinemos en bajar, siempre marcharemos demasiado deprisa. Habremos dejado de vivir, sin poder afirmar, verdaderamente, que hemos vivido, sino que hemos sido arrebatados, desde la nada, hasta la eternidad. ¡Sesenta, setenta, aún ochenta años de vida!, ¿Qué es eso? Hemos, o han pasado ya la mitad, y, si pensamos lo que hemos gozado y sufrido, no podemos menos de asombrarnos, ante la relampagueante brevedad de nuestros más intensas y duraderas sensaciones de otro tiempo. Poco más que nada. Eso es la vida, una sucesión de segundos, un desfile de fantasmas, una cabalgata de espectros, una continuidad de pulsaciones. Es decir, un segundo, un fantasma, una apariencia, un abrir y cerrar los párpados, un latido, una pulsación tenue... No es nada la vida. ¿Pero el Alma? He ahí, el gran misterio. Para internarse en el goce de la inocencia, en la paz religiosa de nuestro corazón. 2 de marzo de 1922.

Ayer miércoles de ceniza. El carnaval, no ha podido ser más aburrido, ni menos triste. En efecto, toda la algarabía carnavalesca, en este villorrio, ha estado representada por una gaita, un tamboril, y un tío borracho, recubierto de pieles de cordero. El gaitero no sabía tocar más de una soporífera tonada. Los chicos y las mozas no sabían más que dar saltos y gritos. No cabe aburrimiento mayor en un festival.

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Pero, dentro de la inevitable tristeza continua de esta vida, tampoco es posible sufrir menos amarguras que nosotros, en estos días de insensatez popular. Mi esposa, aún en vísperas de alumbramiento, ha estado bien y satisfecha. Mis hijos se han reído y distraído grandemente. Yo he continuado sano y fuerte. El trabajo no nos agobia, y nuestras necesidades, están cubiertas. Eso es, pues, estar a dos pasos, sólo a dos pasos, pero, al fin, ¡a dos pasos!, de la soñada felicidad. No sé por donde empezar, a recomenzar, a escribir. Deseo hacer un buen libro de versos, publicar mis memorias; el volumen; o los volúmenes sobre los cuatro grandes problemas presentes, (religioso, social, sexual y científico); mi selección de refranes, cantares, pensamientos, mis reflexiones, mi colección de artículos de lenguaje; quizá, alguna obra para el teatro, ya que el teatro me parece género menos anticuado e inconsistente que la novela, menos falso e infantil que la novela, o el cuento. Pero el mayor problema para un escritor, no impúdico, es por dónde y cuándo comenzar. Esta escrupulosa indecisión, este respeto a Dios, a la humanidad civilizada y a nosotros mismos; este sentimiento de dignidad humilde; este odio a la verbosidad vana, y a las fantasías trastornadoras y desequilibrantes, todo, que, en conjunto, viene a ser la misma cosa, afán de no embrutecerse ni encanallarse, es un obstáculo para el triunfo ruidoso, y es una traba para escalar las, ridículamente pequeñas, cumbres de las terrenas supremacías. Pero, en el porvenir, y, mejor aún, en la eternidad, todos los valores serán verdaderos, y serán justas todas las preponderancias. Ciertamente, cuando al cabo de tantas bárbaras calamidades, (y, tal vez, como consecuencia y compensación lógicas de tanto absurdo), el mundo esté mas próximo a la sabiduría, ya no valdrá entonces, engañar, ni engañarse a sí mismos, disfrazándose de artistas, de sabios, de santos, de genios. Caerán los antifaces y los disfraces, y cada ser humano, será lo

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que sea, y no lo que pretenda ser. Las multitudes no serán tan incultas, ni tan fácilmente sugestionables, y el número de los hombres equilibrados, convivientes en la tierra, no será tan reducido como hasta ahora lo fue Estos desde sus casas áureas, y desde sus torres ebúrneas se comunicarán, unos con otros, y el orbe no será un caos. 23 de marzo de 1922

El día 17 de marzo, ha nacido nuestro hijo José Pablo. Una alegría nueva, una nueva inquietud. Espero todas las inquietudes fuesen como esta, de temblar por la vida y por el mañana de un hijo. No debe el hombre acobardarse por numerosa que sea la descendencia. Más bien, debe reafirmarse en su vigor, en su energía, en su capacidad y en su constancia. Hay, eso sí, que procurar ganar lo perdido, rehacer lo deshecho, acelerar un poco el paso, en previsión de la inoportuna muerte. Pero sin precipitación desesperada, y, sobre todo, sin desmayar en nuestra fe. 24 de marzo de 1922 Nieva, diez días ha, menudamente, tercamente. Otra vez, siento nostalgia de Madrid, de la lucha, de la actividad, de la victoria. Cuando Dios mediante, allí volvamos, me será hacedero rebuscar en los periódicos y revistas, mis tanteos literarios, juveniles. He de buscar en el Ateneo y en las bibliotecas, las colecciones (desde el año 1898, poco mas o menos, cuando empecé a publicar) de "Vida Galante", "Nuevo Mundo", "Por esos Mundos", "Iris", "España nueva", "El País", "El Liberal", "La correspondencia", "El debate”, "Sagitario",

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"El intransigente", "El verso", "La revista del sábado", "La República de las letras", "El Día (primera época)". Además la revista de Salvador Canals, y "El labriego”, de Ciudad Real, diario que dirigí, tal vez, por el 1916, casi en mi infancia. 3 Mal se portó la capital manchega con aquel niño precoz. Por la anotada fecha ya había yo también publicado, o tenía preparado el libro de versos "Nieve", y antes, el año antes, al cumplir 14 años, había terminado brillantemente, el grado bachiller. Mi inclinación al estudio y a las letras no fue estimulada, ni aplaudida por nadie, yo no era más que un niño huérfano, abandonado y robado por sus tutores y parientes. ¿Quién me mandaba a mí, aficionarme a la lectura y soñar con la gloria? Por este tremendo delito de humildad, de sensibilidad y de poesía. ¡Oh, sobre todo, de poesía!, pues, ¿Quién me metía a mi a poeta? Fui castigado con la indiferencia, y con la envidia de aquellos de mis convecinos que podían, acaso, debían ayudarme, o, cuando menos, no serme hostiles. 5 de abril de 1922

Si yo fundara un sistema filosófico, mi principio inconmovible sería la actividad continua del pensamiento. No tener el cerebro ocioso nunca, o, lo que es lo mismo, el ennoblecimiento del trabajo intelectual, sobre cualquiera otra material ocupación.

3 En nº 37 del diario Don Quijote de la Mancha, de 5 de noviembre de 1902, aparece la siguiente referencia: “Se ha encargado de la dirección de nuestro estimado colega El Labriego, el joven D. Adolfo Rubio. Nuestra enhorabuena.” Nota de Pedro A. Fernández de la Cuesta.

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Una de las pocas maravillas, realmente admirables del mundo es, sin duda, esa enormísima capacidad de trabajo, de que está dotada un alma en equilibrio. Estando ocupado siempre el pensamiento, ya, sea, en alguna sana lectura, en cualquier estudio, en una civilización cualquiera, todo se nos da ordenado y hay tiempo para todo. Estamos, en efecto, leyendo. De pronto, nos asalta un recuerdo. Dejamos momentáneamente la lectura, para dedicar, a eso que habíamos olvidado la atención debida. Unas veces, es una anotación precisa en nuestro libro de cuentas. Otras veces, es un buen propósito que ya nos había abandonado. En ocasiones es, sencillamente, una evocación de la infancia o de la mocedad. Pero siempre es un huequecito en la memoria el que llenamos oportunamente. Hace un tiempo pésimo. Desde fines de diciembre, sólo unos cuantos días, nos ha confortado el sol, en febrero. Todos los demás, casi todos, han sido amenizados por la nieve, la lluvia o el viento frío. Son, en verdad, desoladoras, estas sierras, casi siempre confundidas con las nubes, o amortajadas por la nieve. Se comprende el carácter alocado y la manera de ser desapacible de estos naturales, así como su hidrofobia, su miseria y su atolondramiento. Si por desgracia, o por providencial designio, permaneciésemos aquí unos cuantos años, acabaríamos amoldándonos el clima, y por sufrir el contagio de esto que a mí me parece roña y podredumbre del espíritu. No lo quiera Dios. En fin, ahora, no nos agobian intolerables males. Vamos defendiéndonos con prudencia, del extremado frío. No nos falta salud. Mi esposa, nuestros cuatro hijos y yo, disfrutamos de un excelente apetito, que nos es permitido satisfacer cumplidamente. Vamos encerrando algunas pesetillas en nuestra cajita de chorros. Poco a poco, vamos rehaciendo nuestro desecho ajuar. Mis hijos, van sobre todo, desarrollándose en bondad y en inteligencia.

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No debo, pues, inquietarme demasiado. 14 de abril de 1922 (viernes) Sin novedad, sin grandes placeres, ni grandes pesares. Melancolía, recuerdos, esperanzas... Al fin, luce, de nuevo el sol en el claro azul. Desde el lunes, Dios mediante, y si un imprevisto contratiempo no vuelve a interrumpir la serenidad de mis propósitos, empezaré a escribir, copiosa y asiduamente. Yo se ya escribir, y, a estas alturas, la indecisión, la desconfianza, no son ya virtudes, son, mas bien, indolencias censurables. Soy, quizá, el escritor que tiene más exacto conocimiento de la puntuación en España. Nadie, jamás, puede vencerme en amor y respeto al lenguaje castellano. Tengo un arraigado sentimiento de la sonoridad, de la cadencia, del ritmo en les palabras y de la composición de las oraciones. No sé que pueda, pues, detenerme. Me falta cultura. He leído mucho, mas sin orden, y sin continuidad, sobre todo. No poseo una memoria extraordinaria. Soy incapaz; de escribir, ni aún de idear, una novela, un cuento, una comedia, un drama, un sainete. No soy, sin embargo, más ni menos que escritor, y, mi misión, después de crear, y formar una familia, no es otra que la de dejar a la posteridad algunos libros. 17 de abril de 1922

Nieva, ventisquea. Hace un frío desconsolador. Un tiempo verdaderamente mortífero. Nosotros, no obstante, vamos conservando la salud. Pero la idea de volar, cuando podamos al clima más amable, no me abandona.

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Es una primavera casi infernal. Cierto es que en esta serranía, todo el año, es invierno. En julio y en agosto quema un poco el sol, y el resto del año toda precaución contra el frío y la humedad, es poca. Procuraré que no pasemos más que otro invierno entre esta naturaleza alocada. 27 de abril de 1922

Continúa el mal tiempo. Un poco, ha asomado el sol en estos tres últimos días, pero pronto se ha escondido tras las nubes. Hace, todavía, un frío extemporáneo. Se comprende que estas gentes, tengan tanto horror al agua, y tan extremado amor al vino. El agua enfría, el vino enardece. Se explica también que al hablar, chillen, y que anden tan deprisa, aunque no vayan a ninguna parte, ni tengan nada que hacer. Cuando se habla bajo y con lentitud, como Dios y el arte mandan, parece, en efecto que la voz se hiela, en el crudo invierno. Y, el paso reposado y rítmico es propio, más bien, de atmósferas templadas o calurosas. En las regiones frías, no hay cuidado, no florecerán muchas plantas, ni surgirán muchos artistas. ¡Oh, Málaga!, ¿En que estaríamos pensando mi buen pariente Longinos, ya muerto, y yo para no visitarle en nuestro viaje por Andalucía? Cuando en los jardines de Sevilla, en la vega de Granada, en la campiña de Jerez, en las calles de Córdoba, y en la tranquila playa de Cádiz, experimentamos inefables sensaciones, durante los, allí, encantadores días de marzo y abril, ¿Qué delicioso bienestar del alma y del cuerpo, no hubiéramos disfrutado en el embriagador ambiente malagueño? Un clima templado, un cielo sereno, un aire suave, sin feroces acometidas de hielos, ni de nieves, ese es el clima ideal para levantar grandes ciudades y para concebir magnas empresas.

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Acaso, dentro de pocos años, cuando nuestra posición económica, sea más desahogada, elija uno de esos pueblos benignos, para vivir y trabajar. Si, como es probable, no fijamos nuestra residencia en Madrid, o en Ciudad Real, que son mis patrias chicas, adoptivas y afectivas, respectivamente, fuerza será visitar, Málaga, Alicante y parte de Galicia y Asturias, con el fin de escoger. Ya, en este dulce lastre de la esposa y cuatro hijos, no puedo pensar en el extranjero, en América Central, mi sueño poético y juvenil. 1 de mayo de 1922. Nieva y para variar, graniza al mismo tiempo. En las botellas, se hiela el agua. Con este tiempo, no hay buen humor posible. Luego, los piojos. Esto es más intolerable todavía. Esta mañana, mudándome de la ropa interior, hemos encontrado en mi camiseta, ¡cuatro parásitos! de un tamaño inconcebible. Es la segunda vez en mi vida que me veo atacado por estos repugnantísimos bichejos. La primera vez que me ocurrió el percance pensé morir, mitad de asco, mitad de rabia. Hoy no me ha producido la menor impresión el hallazgo. ¡Qué horror, Dios mío! En pleno siglo XX, existen, aún, pueblos enteros, plagados, como éste, de piojos. Mayor prueba, no podría reservarme el Destino. Por más que vivimos en el mayor aislamiento que podemos, por más que guardamos en nuestra casa, toda la limpieza e higiene imaginables, no nos es dable evitar coger algún espantoso cáncano, ya los niños en la escuela, ya nosotros, al inevitable contacto con alguna puerca silla, o con alguna, mucho más puerca, persona. Dios nos libre de esta plaga, y nos libere pronto de esta tierra, de este lugar de prueba e inspiración. Si yo estuviera aquí mucho tiempo, me moriría de angustia, y, sin embargo, hasta dentro de uno o dos años no nos será posible marchar. Hasta entonces, redoblaremos nuestros higiénicos cuidados. Nos

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jabonaremos con más frecuencia, limitaremos, aún más, las visitas, y acaso nos tengamos que abstener de enviar a los niños al colegio, y, aún de pisar la casa del Señor. ¡Oh los bancos de la Iglesia y de la escuela pública! Y pensar, que nuestros políticos pierden el tiempo, cotorreando acerca de la reconstrucción nacional. ¿Sabrán, esos señores, siquiera, por donde hay que empezar? ¿Si no habrá el mundo problemas más urgentes que subir los sueldos de los empleados públicos construir aviones y organizar suscripciones y solemnidades benéficas? Lo primero, digo yo, será limpiarse cada uno, y en coda casa, la porquería del cuerpo. Limpiárselas a los pueblos, a las naciones, a toda la doliente y bárbara humanidad. Porque bien está que transijamos con la ruindad, con la barbarie, con tantas y tantas cosas poco gratas. Pero con los piojos, ¡eso no! 3 de mayo de 1922

Primer día aceptable, después de seis meses de prueba. Vencimos, al fin. En el invierno, no puede decirse, con verdad, que se vive. El sol, es todo. Sin la tibia caricia del sol, todo, la naturaleza, el cuerpo, el alma, todo se muere de angustia. Decididamente es preciso buscar otro clima, donde el invierno sea corto, donde saboreemos un poco más el encanto de vivir. La vida, ¡Que palabra tan sencilla, y al parecer, trivial, y qué inmenso significado, el suyo!

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Nunca, el hombre, pensará demasiado en el milagro de la vida, en el misterio de la muerte.

6 de mayo de 1922.

Sigue el buen tiempo, algo nublado está el cielo, y un poco frío sopla el viento, pero calienta el sol, y sobre todo, el aire huele a primavera. El aire está de primavera,

Y está de paz el corazón,

Dame tú hermosa, mi quimera,

Siempre estos besos de ilusión.

¿Cuando empecé a escribir los versos que empezaban así? Ya hace años, en la adolescencia, tal vez, o en la probable juventud, probablemente, a los veintitrés, a los veinticuatro años. Por entonces fue también cuando hice aquella otra composición, en la que decía: Alegría del poeta

que monta en un mal destino,

y lo rinde, y lo sujeta,

y lo amansa en el camino.

He perdido inspiración, indudablemente, he ganado, acaso, fuerza, juicio, serenidad, valor. Pero versifico ahora con más trabajo, y sin aquella exaltación de antes. Espero, cada primavera, recuperar lo perdido. Veamos, pues. 22 de mayo de 1922.

Aquí no hay primavera. De día, cuando no sopla el Cierzo, calienta el sol insoportablemente.

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Al anochecer, se siente demasiado fresco. A las nueve de la noche, no se puede estar sereno. Frío, en fin, como siempre, menos cuando, en estos tres o cuatro meses, el aire está dormido, triunfa en el cielo, el castellano sol. Hoy es uno de esos días amodorrantes. Tengo poca gana de escribir mucho, y necesito escribir mucho, si quiero, antes que el segundo año de nuestra estancia aquí pase, tener algún considerable ingreso anual, por concepto de la literatura. 22 de junio de 1922

El mes que viene, va a hacer un año que estamos en Neila. Todavía habremos de estar otro año, quizá dos, más para poder trasladarnos a otra parte, a Madrid, a Bilbao, probablemente, a seguir luchando por la vida, si bien, Dios mediante, en mejores condiciones, y con mas tranquilidad que antes. En este año he vuelto a leer algo, y he vuelto a empezar a escribir. No he trabajado mucho, sin embargo, la botica, da poco que hacer, y leo mucho más que escribo. No acabo de decidirme, de triunfar sobre este raro sentimiento, predominante en mí, que se compone de una especie de terror y una especie de pudor. Me da aún miedo y vergüenza de escribir libros. Dudo de mí, siento la responsabilidad enorme de un artista, y la sola idea de producir obras inútiles o perjudiciales para la humanidad, me llena de inquietud. Por otra parte, este, mi incansable espíritu de crítica y de autocrítica, este afán de lo perfecto y permanente, este descontento de los demás y de mí, y también, esta época y esta sociedad en que me ha tocado nacer, y me tocará, y me tocará, tal vez, morir. Todo esto, tiene todavía mi pluma casi inquieta, y lo poco que escribo, no me satisface plenamente. Pero es el caso que con mis cinco mil pesetas de haber al año, mis cuatro hijos, mi ambición por educarlos bien, mi aislamiento en un villorrio, y las crecientes necesidades de la vida decorosa, no puedo de ningún modo,

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limitarme al ejercicio de la profesión. Nunca disfrutaría del bienestar al que espiro, ni sin seres queridos gozaría de verdaderas comodidades. Así pues, habrá que armarse de seguridad, de énfasis doctoral, de orgullo, de todas esas armas con que los inconscientes, los pedantes, los malos escritores y los malos oradores, cuentan para obtener la fácil victoria. Más, es preciso también, para escalar la fama famosa que tantos famosos imbéciles conquistan, es preciso, además, abdicar un poco de la dignidad independiente. Hay que valerse de alguien, que aguantar incomprensiones, desaires, menosprecios de los que se han encaramado ya, de los que han trepado a las, ridículamente pequeñas, alturas. Y, esto es lo más sensible. Sin embargo, no hay tiempo que perder. Mis hijos crecen. La vida corre. 1 de julio de 1922.

Hoy empieza a regir el nuevo contrato que he firmado con el Ayuntamiento de Neila. Lo hemos hecho por tiempo ilimitado, y con la obligación mutua de avisarse con tres meses de antelación, en caso de marcharme. Hoy también principio a trabajar con mi decisión, sin tantas vacilaciones, más horas diarias, puesto que ya he convenido, con mi conciencia y con mis intereses, en que es absolutamente necesario redoblar, multiplicar, más bien el esfuerzo, robustecer, de una vez para siempre, la voluntad, aprovechar las fugitivas horas; ganar, en suma, más de lo que, en el juego y en la batalla de la vida, he perdido. Hasta mi pulso me parece hoy más firme. Mi letra, en efecto, según la observo, mientras escribo, es más igual, y más segura. Me invade el presentimiento de que (contra los previstos obstáculos y las inevitables dificultades) antes de un año habré comenzado a sacar de mi pluma el debido producto.

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El mal gusto reinante, el funesto caciquismo periodístico, la mezquindad de las empresas editoras, el deshonesto mercantilismo literario, el demasiado asfixiante ambiente artístico, la general pequeñez de las pasiones, el bárbaro, o semibárbaro, atraso intelectual de España, y, tal vez del mundo, todas eses calamidades, y tantas más que padecemos, ya no me detendrán en el camino. Si la multitud no va a ninguna parte, si la inmensa mayoría no trabaja, sino que pierde el tiempo en una mentida actualidad; si, en rigor, casi nadie hace hoy nada, al menos, nada realmente útil; si la mayor parte de las vidas humanas se derrochan y se disipan en la ociosidad, en el vicio, en la esclavitud, en los sopores de la paz, o en los terrores de la guerra; todo esto, aunque nos importe, y aunque nos entristezca un poco, no debe, empero, intimidarnos, hasta el punto de dejarse arrastrar por la corriente. Se sirve, se piensa, se habla y se escribe y se medita, para hoy, para mañana y para siempre. Y, si es uno de los más comprobados axiomas el que ni un átomo de materia se pierde, fácil es imaginar que lo que no se toca, lo inmaterial, el pensamiento, la sensación, la virtud, la verdad, el amor, el arte, todo lo impalpable, no ha de ser menos eterno y menos infinito. 17 de agosto de 1922.

Después de un leve catarro de Adolfito y Tomasito, y de un ataque de erisipela de Felisita, nuevamente, estamos todos bien. Los cuatro niños sanísimos, contentos, inteligentes y revoltosos. Hasta Pepito, que hoy cumple cinco meses, goza de una salud y una inquietud a toda prueba. Anteayer y ayer han sido las fiestas del pueblo, en honor de San Roque su patrón. Yo me he aburrido soberanamente, mucho más que de ordinario. Me hace cada día más daño ese salvajismo popular, que cifra su alegría en una escandalosa dulzaina, un más estrepitoso tamboril, unos cuantos cantos (llamémosle cantos) en la iglesia, y unos cuantas (llamémosle unas cuántas) borracheras estúpidas.

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Luego, las procesiones, ¡Qué procesiones, Dios Santo!, ¡Que ausencia de recogimiento y de fervor! Por fin, los bailes nocturnos, los fuegos artificiales, nocturnos también, naturalmente. Cosa pintoresca, en verdad, para un observador atento. Cuatro mozos y ocho mozas, refregándose los cuerpos roñosos y malolientes, satisfecho de los padres. Media docena de estampidos de pólvora. Y suena el tamboril. Y el pueblo, el señor cura, el señor médico, el señor maestro, el cacique, la "señorita", el señor boticario (yo soy el señor boticario), presenciando la función. En mi vida me he aburrido tanto. Pero, al volver la mirada (fatigada del feo espectáculo) hacia mis pequeñuelos, felices, una infinita alegría me inunda totalmente, y me entrego al sueño como un bendito. Hoy reanudo mí vida de trabajo. Mientras mis hijos juegan en la botica, yo escribo, arrullado por su charla, y continúo buscando 'mi manera de definitiva", tanto en mi temperamento, en mi carácter, en mi espíritu, cuanto en la obra literaria que trato de realizar. Unos días sin escribir bastan para entumecer un poco el pensamiento, hoy estoy más torpe y la pluma se resiste a la expresión. No hay más remedio que ejercitarse diariamente, si ha de adquirirse la soltura necesaria. No sé porqué me desvío durante tantas horas (a veces, durante tantos días) de mi camino, teniendo el íntimo convencimiento de mi aptitud y mi necesidad de escribir. Nada provechoso haré, sin perseverancia. Pero es que para escribir necesito de una tranquilidad inmensa, y de un gran reposo. Y, estos bienes no me han sido otorgados todavía. Siempre el acontecimiento desagradable viene, cuando más firme es mi propósito a derrumbar mis imaginarios palacios. Parece como si un demonio estuviese siempre dispuesto a cortarme las alas, a tumbar el sosiego de mi espíritu.

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La fe, empero, no me abandona nunca, y, si mi destino es perpetuar mi nombre, no dejará, a pesar de todo, de cumplirse. Al fin, lo esencial es entrar con alegría en la eternidad. Me sonrojan las frases. Quisiera no hacer ninguna frase efectista. Desearía escribir, hablar, andar, vivir y morir, de un modo natural y sencillo, sin llamar la atención. Lo contrario precisamente de lo que les ocurre e los políticos de nuestro tiempo, y de nuestra patria. Habrá, pues, que llamar un poco la atención, contonearse, madurar levemente, ahuecar la voz y el estilo para que se fijen en nosotros. Porque no es lo malo pasar inadvertidos, sino que nos gobiernen los menos capaces. 21 de agosto de 1922.

Otro disgusto. Tomasito cayó, una de estas tardes pasadas, de cabeza al suelo, yendo subido en la espalda de Adolfito. Se dio un tremendo porrazo en el parietal derecho, y nos hizo temer funestas consecuencias. Hoy, gracias a Dios, parece haber desaparecido del todo, sus molestias, con lo cual, resurge nuestra tranquilidad, nuevamente, están contentos los cuatro, y yo puedo recomenzar, mi tarea. Pero he perdido otros tres días, mientras creí en peligro a mi hijo. ¡Siempre interrumpiéndome el desagradable acontecimiento inesperado! Hoy vuelvo a principiar el estudio del alemán y del inglés. Es indispensable, en nuestro tiempo, conocer, regularmente siquiera, los principales idiomas europeos. El Francés y el Italiano no creo que se me olviden, por estar sin practicarlos dos o tres años que hemos de vivir en el destierro, de éste o de otro Burgos. Voy a ver, pues, si el año que viene, por ahora he conseguido traducir y escribir aceptablemente el inglés y el alemán. Yo creo que si. Quizá antes, si persisto en dedicarme a ellos unos

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minutos todos los días, media hora que trabaje cada uno, será bastante, tal vez. Cultivemos nuestro huerto, labremos nuestra alma. Pulimentemos nuestra vida. Procuremos ser dignos. 19 de septiembre de 1922

Día otoñal, sereno y tibio. Raro en estas latitudes, después de unos días absolutamente desapacibles, parece tranquilizarse la naturaleza. Yo, también estoy hoy más tranquilo, después de algunos días de inquietud. Mi hijo menor, Pepito, se acatarró, demasiado pera su edad, y está hoy mejor, fuera de peligro, Dios, mediante. Otra vez la enfermedad de un ser querido me ha abismado en la preocupación, en el sufrimiento, en la pasividad, en la indolencia. Más tiempo perdido, ¿qué se ha de hacer? Yo no puedo sobreponerme al disgusto que me produce verme, o ver a los míos, padecer la menor dolencia. No soy, quizá, bastante fuerte pera ello, si la fortaleza consiste en conseguir, no ser dominados por el sentimiento. Tal vez, esto sea, más bien, una cuestión moral, de religión. Acaso no sea bastante bueno, suficientemente religioso. De todas maneras, aún cuando llegue a lograr acercarme un poco más a la perfección, a Dios, o sea, a la suma sabiduría, sospecho que mi temperamento, nunca será menos apasionado. Dependo del amor, de un modo inevitable e irresistible, y la idea siquiera lejana, de separarme de una persona querida, aunque con la esperanza de reunirnos, en eternidad, me entristece y acongoja, hundiéndome en un abatimiento infinito. Y, sin embargo, ello no ha de ser, es necesario y conveniente que sea. Porque es una ley natural, que obedece a las impenetrables leyes divinas. En el tránsito misterioso a otra vida, hemos de preceder, o han de precedernos los que más amamos. Al dejarlos en este mundo, al quedarnos en él sin ellos, la mayor angustia ha de dominarnos, y nuestra mirada, si quedamos aquí, siempre, por más que hagamos, habrá de reflejar siempre nuestra tristeza.

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En fin, gocemos espiritualmente del bien que la providencia nos concede, y considerémonos muy felices si nos es otorgado el inmenso favor de educar bien a todos nuestros hijos. 22 de septiembre de 1922

Continúa el buen tiempo, El termómetro señala 20° en las habitaciones, y, cosa rara no azota ningún viento. Me refugio a escribir un rato en la rebotica, que es, a la vez, mi despacho de escritor. Decididamente, una de las numerosas demostraciones de la imbecilidad de los más, no es construir todas las grandes ciudades en climas templados, en regiones benignas (¡Tantas como hay en España!), o, cuando menos, siempre en el litoral. No sé qué ocurrirá en el norte, a donde, probablemente, marcharemos desde aquí. Es decir, en las playas del norte. En Valencia y en Cádiz, que en el rigor del verano visité, yo no sentí la molestia del calor. Sospecho que las temperaturas de San Sebastián, Bilbao y Santander, serán más agradables todavía. A mi me ha tocado siempre vivir en Ciudad Real, mi patria chica, en Madrid, y, ahora (¿Quién habría de decírmelo? ¡Con lo que yo detesto el frío y la suciedad!) en uno de los pueblos más yertos y puercos de Burgos. En fin, celebremos y gocemos el tibio y sereno día que hoy nos regala el cielo. El crudo ayer, ya ha posado, y del mañana, ¿Quién sabe? Yo no me duermo a fin de colocar a mis hijos, y colocarnos, mi esposa y yo, en otra situación, en otro ambiente, de mayor bienestar. Entretanto, alabemos a Dios, que nos concede salud, y un día tan hermoso. Seamos prudentes y reflexivos y buenos para conservar el tesoro de la salud, (¡Y este si que es un divino tesoro!, poeta, Rubén) y trabajemos para vivir en climas mejores. Hoy cumple siete años nuestro hijo Adolfo, el mayor de los tres varones. Su desarrollo físico e intelectual no puede ser mejor, festejaremos, pues, este buen día, en la apacible intimidad familiar, séanos permitido, comer

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opíparamente, con algún deleite, ya que, a Dios gracias, ha llegado esta fecha feliz. Inunde, hoy, la alegría nuestra casa, puesto que Dios así lo quiere.

4 de octubre de 1922 Después de varios días aceptables, se ha descolgado hoy un día, verdaderamente maravilloso. Ni una ráfaga. Nada. Serenidad, pereza. Calor tolerable. ¿Para qué trabajar?, ¿Para qué escribir? ¿Para qué moverse siquiera? Soñar, es lo que importa. Entornar los párpados, sonreír deleitosamente, dejarse mecer, como un niño, por las mágicas manos de la naturaleza. Dejarse arrullar, por los recuerdos de la adolescencia. Dejarse invadir por todas las bellas esperanzas. Contemplar, emocionados y gozosos, a nuestros pequeños hijos, que juegan y ríen... Soñar, en fin. Ni siquiera leer. Ni siquiera versos. Nada, no hacer nada. Nada más que pensar en Dios, en la muerte, en la eternidad. ¿Qué importa lo que no sea esto? ¡Cómo se resiste la pluma! ¡Cómo se desperezan interminablemente los pensamientos, resistiéndose a tomar forma! Quisieran quedarse tendidos, vagos, acariciadores y confusos, hasta ser iluminados de veras por la luz perpetua de que la iglesia nos habla. No, no puede ser morir. No puede ser cegar para siempre, dejar de sentir para siempre, esta infinita sensación de paz. 5 de octubre de 1922

No estaría mal, que todas las mañanas me prepare para el trabajo, escribiendo alguna página de este cuaderno. Me servirá de ejercicio mental y literario, y así, no podré arrepentirme de no haber dejado pasar ni un solo día en completa inacción. Nada perderé por ello. Aunque mi

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pulso, siempre algo nervioso, adquirirá mayor firmeza, y mi letra y mi estilo irán tomando su definitivo carácter. Acaso, en cambio, mi diario, alcance dimensiones excesivas, y adolezca de repeticiones, de pesadez. Procuraré, en todo caso, salvar este escollo, del modo más natural posible.

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1924

1 de marzo de 1924

Nace Ángel Jesús, a las 5 de la mañana. Ya tenemos dos hijos de Neila, Dos alumbramientos felices. Dos muchachotes terribles. Fue bautizado en la Iglesia de Santa María, como Pepito, el domingo, día 16 del mismo mes. Constituyendo, también, este acto un ruidoso acontecimiento popular, Se arrojaron al aire confites, paciencias y puñados de calderilla, y acompañó al templo todo el vecindario. En casa fueron, unos sesenta los invitados, y, en suma, la cosa estuvo solemne, en cuento cabe. Fue inscrito, oportunamente en el Registro Civil. Fueron sus padrinos sus hermanos, Adolfito y Felisito. Nació gordísimo, como todos, teniendo yo, la fortuna de verlo nacer. Ojos grandes, azulados-oscuros, casi igual que Pepito (que hoy los tiene casi negros), como creo que los tendrá éste), y facciones correctísimas, relevantes, que será muy agraciado también. Tragón, un disparate, a los 25 días de nacer, ya nos ha dado, dos o tres grandes sustos, motivados por indigestiones Y dolorcitos de vientre. Nerviosillo y despejado, igual que sus hermanos, aunque parece que va a ser mas corajudo y seriote que los otros. ¿Quién sabe, si será el genio de la familia, o por lo menos, el gran artista, que yo presiento haber procreado? Reunimos, ya, cinco hijos. No importa, o, mejor dicho, para todos, Dios mediante, habrá cariño y protección iguales, ya que por ninguno siento

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predilección especial. Siempre lo pensé, los cinco, me parecen uno solo, y llenan mi espíritu de entusiasmo y fortaleza increíbles. Felisa, mi esposa, creo que participa de mis sentimientos, y, así, nuestro hogar será todo lo feliz que puede ser un hogar humano, donde haya amor y temor de Dios, amor y respeto a los padres, amor y severidad para los hijos. Y, entre padres e hijos, una unión espiritual, intima indisoluble y eterna... 18 de abril de 1924

Primer día verdaderamente espléndido, completamente sereno, absolutamente hermoso, desde fin de septiembre, que empezó el mal tiempo. Ha sido un invierno largo, interminable, rudo, como recuerdan pocos viejos. Un cruel invierno de siete meses, suponiendo que hoy termine, pues en este clima no estamos nunca seguros, hasta el punto que de que he oído decir a un viejo zorro del pueblo (uno de los más viejos) y mas zorros de este lugarejo, de viejos y zorros, de viejas y zorras), le he oído decir el refrán siguiente, que yo no conocía, con conocer y meditar tantos: "El verano, de Santiago a Santa Ana, y eso, si le da la gana" Tal puede y suele ser en efecto, aquí, lo duración del verano. Y no obstante, la manifiesta hipérbole no deja de tener su sólido fundamento. En fin, hoy revive la naturaleza, y revivimos nosotros, al cabo de una larga temporada durante la cual, no nos han faltado motivos de inquietud. Tomasito, estuvo más de dos meses con une alarmante afección de garganta que ya ha pasado. Pepito, sufrió bastante con la dentición, haciéndonos pasar males ratos. 22 de abril de 1924.

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Continúa el tiempo espléndido, casi caluroso ya. Bien por la temperatura, pero menos bien, por los piojos, las pulgas, las moscas, que reaparecen en esta época. En la botica, al fresco, en el silencio y la soledad, sin más compañía que la de mis hijos, que a mi alrededor, juegan felices, y mis libros, y mis botes, no me encuentro mal y me prometo aprovechar estos seis meses soportables, hasta fines de octubre, trabajando cuanto humanamente me sea posible. Ya veremos, otra vez. 23 de abril de 1924

He visto volar, la primera mariposa. En estas tierras, la aparición de las mariposas, unas contadas mariposas, blancas, no deja de constituir un acontecimiento. También las moscas comienzan a revolotear al sol. Estamos, pues, en plena primavera serrana. Es el primer día que me pongo a trabajar en la botica con la ventana abierta, por la cual pasa una orilla muy agradable. Afuera, calienta el sol. Una dejadez, precursora de las siestas de estíos, nos invade. 24 de abril de 1924.

No estará mal, que todas las mañanas me prepare paro el trabajo, escribiendo alguna página de este cuaderno. Me servirá el ejercicio mental y literario, y así no podré arrepentirme de haber dejado pasar un solo día en completa inacción.

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Revisando mis cuadernos, he encontrado tales palabras, que escribí el día 5 de octubre de 1922. Muchas veces he faltado involuntariamente, siempre, a mi buen propósito, pero ahora, procuraré cumplirlo.

26 de abril de 1924.

Cambió el tiempo. Sopla un viento suroeste, fuerte y frío. El cielo se entolda de nubarrones. Va a llover. No se puede, aquí, contar con el tiempo para nada. Como los borrachos, como las mujerzuelas, es inconstante y traidor. Hoy que estar, siempre prevenido. Yo no dejo de observar, constantemente, el termómetro de la rebotica, la veleta de la torre del ayuntamiento, el cielo, la cordillera... Este clima, es un enemigo, un perturbador de la serenidad. Así son estas gentes, sobre todo, estas endiabladas mujeres. Nada nuevo, nuestros cinco hijos están buenos y contentos. Los cuatro mayores: Felisita, Adolfito, Tomasito y Pepito, juegan (y dan guerra) en la botica, mientras yo escribo, y, a ratos los reprendo y a ratos los contemplo embobado. Mientras, Angelito duerme arriba, en la alcoba, profundamente, gracias a Dios, puesto que, después de habernos dado algunos malos ratos con sus dolorcillos de vientre, ahora está muy gordo, y digiere bien muchos días ya sin necesidad de ponerle calas. 29 de Abril 1924.

Reanudo el trabajo. No tengo tranquilidad completa. La situación del pueblo todavía está enmarañada y no se sabe qué resultará. Por otra parte, desconfío de estos indígenas, que no sé si me ayudaron a llevar a feliz término la obra de progreso y regeneración de este pueblo, que me propuse.

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Sin embargo, parece que otra vez siento la necesidad de abismarme en el trabajo, tantas veces por tan distintas causas, involuntaria e inevitablemente interrumpido. No sé si Dios me tiene asignado el cumplimiento de alguna misión trascendental en este mundo. A veces, así lo creo, porque siendo hombre de paz, siempre me hallo metido en guerra. Sospecho que, aunque me dedicara de lleno a la literatura, mis libros, queriendo yo que fuesen serenos y tranquilos, promovieran tempestades. Y es que no puedo yo acomodarme a tanta farsa y tanto convencionalismo y tanta baja concupiscencia, como se observa en todos los órdenes y en todas las clases sociales. No soy un descentrado, ni un inadaptable. Mi caso es sencillamente el de cualquier hombre de clara inteligencia y noble corazón. Tal vez no sea un caso corriente, si hemos de creer, que ya no el talento y la nobleza, sino el sentido común de los sentidos. Prosigamos nuestra labor. En todas las épocas y en todos los países es preciso luchar. Puesto que es necesario, abracemos las causas del bien. Defendamos las ciencias, el arte, la cultura, la familia, el honor, la moral, la religión, la patria; todas las ideas elevadas y todas las cosas puras. Y, ya que, al fin, poderosos e imponentes, creadores e inútiles, genios y babiecas, intelectuales y rústicos, buenos y malos, santos y demonios, trabajadores y holgazanes, todos hemos de caer, vencidos por la muerte, quédenos siquiera la alegría de morir serenos y esperanzados, con la bella ilusión de resucitar en la vida eterna, con la inmensa paz de irnos del mundo, habiendo cumplido nuestra misión. Pues ¿Qué nos quedará, si perdemos la fe? ¡Oh, que gran paz, que deleitosa y refrescante paz, ha de sentir quien en la hora de la muerte, no sea atormentado, sino arrullado, y como materialmente mecido por el recuerdo de sus acciones! Y, ¿esto también habrá des ser locura y vanidad?

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El trabajo. El estudio. El cumplimiento del deber, El perfeccionamiento diario. He aquí cosas que no peden ser fugaces, ni embusteras, ni estériles. 22 de septiembre de 1924.

Cumple nueve años Adolfito, está muy crecido y va formalizándose mucho. En la escuela está muy adelantado. Tiene buena memoria y mucho entendimiento. En este año, lo haré ya estudiar, preparándolo para el ingreso en el Instituto. Hemos pasado muy buen día, sobre todo Tomasito y Adolfo, jugando y merendando en el portal, con los muchachos. 23 de septiembre de 1924.

Hemos vacunado a Tomasito, y revacunado a Felisito y Adolfo, pero tres días después, aún no les han prendido las vacunas, ni creo que les prenderán. 26 de septiembre de 1924.

Recordemos. El Cacique me declara una injustísima, criminal hostilidad, sin otro motivo que el de haber yo osado no aplaudir sus infinitas iniquidades. Quiso hacerme objeto de vejaciones, de insidias calumniosas, de atropello. Trata, en fin, trata de arrojarme, villana y violentamente del pueblo; de un pueblo, del cual nadie, en absoluto nadie, tiene de mi, como farmacéutico, ni como vecino, ni la menor razón de queja. Gracias a esto, todas sus maquiavélicas maquinaciones van fracasando, y creo que fracasarán más todavía en plazo no lejano, si hay justicia en la tierra. Fue, en efecto, criminal la persecuci6n de que intentó hacerme víctima. Amo y señor de este villorrio, me tuvo aislado dos o tres meses, solo, sin que apenas se atreviese nadie a pararse en la calle conmigo. ¡Oh!, fue

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horrible y no se como me pude contener. Dios. Mis hijos. Si no cómo lo hubiera yo tolerado. No sé tampoco, que hoy, el muy vil, por providencial designio, baja con rapidez por la pendiente, no se cómo podré nunca perdonar. ¡El muy canalla! Un día, que el estaba en el portal de la posada, con unos cuantos, el tío "Caramelo", el mesonero y D. Vicente, el cura de Quintanar entre ellos, me acerqué a saludar a este último (yo no había visto que allí estaba el cacique) y, no bien me acerqué, tuvo la avilantez de ofrecer vino a todos, menos a mí, y, no contento con este alarde de majeza, todavía como dirigiéndose a sus acompañantes, tuvo el valor, la cobardía, mejor dicho, de soltarme esta indirecta: ¡Hay que ser humildes! La Humildad, que si no... Me retiré a punto con el disgusto consiguiente, sin hablar palabra y sin saber quien era más granuja en aquel instante, si el cacique, el cura D. Vicente, el mesonero o el tío "Caramelo", pues ninguno debió hacer coro a aquella infamia. Otro día, en Quintanar, ante varias personas, entre ellos Heliodoro Ruiz, que nos lo refirió, y "Picheles", dijo que me iba a escapar de Neila, como el cura D. Heliodoro, y que se diesen prisa a cobrarme si les debía. La otra ocasión, en el Ayuntamiento, delante de Pedro Sainz, Jacinto Fernández (que son testigos) y otros muchos, vertió la vil insidia calumniosa de que yo le había redactado al cura la denuncia presentada contra el, y que firmaron el cura, Julio, Pedro Mediavilla, el tío Román, y los difuntos "Domascas" y "Novaliches"4. Otra vez, me levantó el falso testimonio de que un señor de Canales, Montalvo, que estuvo en Neila un día, y al cual no vi, ni conocía siquiera, venía por mí, que yo me iba de farmacéutico a Canales, después de enredar al pueblo. Otra vez, trató de azuzar contra mí al médico D. Paco de Quintanar, y a su practicante Arturo, que se empeñaban en ejercer ilegalmente en el pueblo,

4 ¿El sobrenombre puede venir de Manuel Pavía y Lacy, marqués de Novaliches, Capitán general de Filipinas en 1853?

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y en obligarme a despachar recetas del practicante, a lo que yo me oponía. Estos dos, dignos secuaces suyos vinieron a la botica, poco menos que a desafiarme, a ejercer sobre mi, de acuerdo con el cacique, una verdadera coacción. La maniobra, según he averiguado después, era, arrojarme del pueblo, por temor a aburrimiento, y traer aquí, al frente de la botica, a un hijo de D. Venancio, el boticario de Quintanar, excelentísimo e ilustrísimo compañero, al que yo u otra persona que la providencia designe no dejará de dar su merecido. En fin, ¿a qué seguir? Por atreverme a mostrar, tímida y respetuosamente (con una timidez que no encaja en mi férreo carácter, y un respeto que el granuja referido no mereció jamás), que no soy hombre que impunemente se deje robar, engañar, difamar y atropellar, como se dejaron, no solo estos pobres pastores, sino los mismos maestruchos D. Cirilo Moreno y Doña Mónica Martínez y casi todos los curas, médicos y boticarios que aquí padecieron bajo el poder de este moderno y necio Pilatos, sólo por eso me declaró guerra e muerte. Guerra a muerte, pues. Los hombres de paz, los varones de verdad, como se dice insuperablemente en la Biblia, nunca buscamos enemigos, pero siempre estamos dispuestos a defendernos vilmente de ellos, y defender a nuestros inocentes hijitos de sus furiosos ataques. Vencerá, pues, quien quiera Dios. Yo no dudo de la derrota del mentado tipo. Algún día sentí, no miedo, sino angustia de verme solo, sin ayuda de nadie, entre gentes todas sometidas a él, por afinidad de malos instintos o por temor. Pero jamás, ni ahora, ni antes, ni nunca, me abandonó la fe en la sempiterna justicia y en el castigo y vencimiento final de los malvados.

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1925

28 de Abril 1925.

Siete meses cumplidos, sin escribir mis cuadernos. Siete meses de fríos, de enfermedades, de epidemia gripal, de lucha. Dos veces pasaron la gripe los cinco niños nuestros. Dos veces tuve que ir a Burgos, en comisión, pera solicitar el camino vecinal y el regalo de 1.500 pinos, ambas cosas trabajadas por mí con un entusiasmo que ni agradece ni merece la mayoría ce este vecindario. Pero, ¿qué importa? Lo hago por Dios, por el prójimo, por mi familia, por mi fama de hombre honrado y veraz, por legar un nombre, si no glorioso, limpio y puro, al menos, a mis hijos. La nobleza espiritual e intelectual, he ahí la verdadera nobleza. Esa quiero, hijos míos, legaros. La nobleza consistente en la fe sin superstición y sin ostentación, en el valor sin imprudencia, en la educación esmerada, en la cultura amplísima, en la dignidad sin orgullos ni vanidades, en la humildad sin vilipendios, en la virtud. Sin hipocresía, en el amor sin vicio, en la bondad, en fin en la bondad inteligente y fuerte. Eso, hijos míos, y la voluntad para el trabajo perfeccionador, la voluntad firme, sobre todo, la voluntad buena, más que dinero y más que vanaglorias y honores mundanos, es lo que deseo que heredéis y conservéis de mí. Lo que quiero que trasmitáis a vuestros descendientes y a vuestros contemporáneos, con la misma energía, con igual constancia, con idéntica preocupación, que de continuo me ocupo yo en transmitir, día por día, a vuestras almas, aún infantiles. Algún día sobréis agradecérmelo, sabréis bendecirme, como hoy lo agradezco yo y bendigo a mis padres, vuestros nobles abuelos. Y eso que los perdí tan niño.

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Pero, a los tres años, ya mi santa madre me había dado de mamar su sangre sana y pura, y me había infiltrado su amor y su virtud. A los nueve años, mi inteligentísimo y activismo, mi buenísimo padre, ya había depositado en mí todos los gérmenes de amor al trabajo, al bien, al estudio, todos los gérmenes de una educación y una cultura sólida. Abrimos, por fin, las puertas y las ventanas a la joven primavera. En el azul sin nubes luce, al cabo, el claro sol. Con alguna violencia quiere aún soplar el frío viento. Pero la primavera es una realidad. Ya no es una esperanza irrealizable. ¡Es tan largo y triste aquí el invierno! Suena a música el zumbido del primer moscardón, rondando los cristales. Si tuviera hoy tiempo, escribiría versos. Empezaría: ¡Oh Dios! ¿Cómo negarte, habiendo primavera? 12 de Mayo 1925

Un mes de mayo infernal, lluvias, huracanes, granizadas, frío… Quiso empezar la primavera, pero no. Es un mayo como no se verá fuera de estos territorios abruptos y elevados. Estamos en el inclemente corazón de la sierra. De esto no hay duda. Esperemos. Esperar andando. No sé donde he leído algo así. En efecto no desesperar, pero, pero no dormirse en la esperanza. No tumbarse hasta que las borrascas cedan. Si acaso, guarecerse prudentemente bajo techado unos momentos, para continuar sin desmayo la caminata. Reponer las fuerzas, no más. Evitar la extrema fatiga. Pero esperar, siempre esperar, andando. Si no, nos alcanzarán los granujas, los ventajistas, los hipócritas, los audaces, los bandidos, los que avanzan a saltos de pantera o a pausas de reptil.

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Aquí, en los confines del mundo civilizado, en lo último, como ellos mismo dicen, hay unos cuantos tíos y tías a los que hay que vencer, a os que es preciso vencer. 23 de mayo 1925.

Llueve, no se cansa de llover. La humedad es fría, desapacible. Tiempo bueno para el campo, pero malo para el artista. Tristeza. Aplanamiento. Siempre el cielo plúmbeo. Siempre la tierra chorreante. ¿Dónde está el sol? Y luego, esta gente. Y, además, mi hermana enferma, sin mejoría. Enferma del cuerpo y del alma, pues su alma está tenebrosa de tanto trato con personas fanáticas, rezadoras hipócritas, sin fe. Y sobre esto, la madre de Felisa, habrá muerto, quizás, ha días, según la carta que un cuñado mío escribe a este alcalde, preguntándole por mi. Menos mal, mis hijos están buenos y contentos en un florecer infantil esplendoroso. Vivamos por y para ellos, no perdamos la esperanza, ni la serenidad, ni el valor para la lucha. Esta bárbara y ridícula pelea del mundo en el que los granujas y los salvajes y los granujas-salvajes, nos obligan a empuñar las armas. 26 de mayo de 1925.

(10 noche) El ex-cacique intenta revivir. Recurre a artimañas, a engañar, a bribonadas, como siempre, pero va perdiendo algo de temor en que le tiene hundido su propio delito. Ya sale más a la calle, y se atreve a hablar con la gente. Hasta suelta ya en algún corrido, algunas de sus ruidosas carcajadas, estúpidamente provocativas.

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La culpa es de cuatro marranos y cinco marranas que ha vuelto a cambiar conversación con él. De nada Dios mediante, le servirán estas innobles intentonas. El caciquismo, en España, no retornará. La vil política de campanario no resurgirá nunca. Hombres nuevos, hombres serios e inteligentes, han de surgir, en cambio, de todas partes, y ellos compondrán el orden, la decencia, la cultura y la paz. Hay, al menos, que creerlo, porque de otro modo, es indudable que España sería teatro de una de las bárbaras y sangrientas revoluciones que pueda registrar la historia. 1 DE JUNIO 1925

Ayer, al fin, sentó el tiempo y empecé a sentir calor. Hoy se oye zumbar la moscarda, y el tiempo está bochornoso, en cuento aquí cabe. Sin transito por la primavera, parece que vayamos a pasar al verano. El verano, lo único tolerable y soportable en este rincón de la serranía burgalesa. El calor no agobia: El trabajo, no mata. Podemos tumbarnos a capricho. Podemos, sobre todo, escribir, sin que el sueño ni el bochorno nos lo impida. Si acaso, las moscas Pero ya veremos de evitarlas. De todos modos, creo que podré aprovechar estos seis meses. Noviembre, todavía, si no nieva, de octubre, desde luego, si no hiela. En fin, cuatro meses seguros y dos probables, de calor: pensar, escribir, leer. Algo distraerá la tarea que he emprendido, a favor de este pueblo. Los pinos, el camino, la fábrica de serrar, y, más que nada, en definitiva, la extirpación definitiva del cáncer caciquil, que pugna por reproducirse y extenderse. De todos modos, algo habré hecho alterante estos cuatro, cinco o seis meses. Al final de los cuales, tal vez, allá para noviembre, nos vayamos a cualquier otra parte, mejor que esta, sin duda.

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Depende de ello, de que Dios ilumine a mi hermana y nos ayude a establecernos en otras circunstancias actuales Depende también, acaso, principalmente, del giro que tomen los asuntos de este pueblo. Si el pueblo no me ayuda, si no me agradece lo que estoy haciendo y lo que, con la ayuda de Dios, he de hacer, vayan al infierno los muy salvajes, y yo, asqueado nuevamente, me iré donde sea, en busca de nuestra vida, del porvenir de los hijos, en el cual confío tanto. Observo, según hoy escribo, que hago la letra grande, algo aguda, demasiado lanceada, y desigual. Esto quiere decir que me falta serenidad e inspiración. Mi letra, en efecto, en los días de perfecto reposo, de absoluto equilibrio, es pequeña, sin exceso y con tendencia a la curva más que a la recta, levemente ondulante, en suma, como el mar en calma y como el cielo en los días tranquilos. Me dura aún la excitación que anteayer me produjo la rufianesca y miserable actitud del cacique, o excacique, que pretendía en el ayuntamiento que el alcalde, me expulsara del salón de sesiones, con pretexto de que la reunión que celebraban, para pedirle a él las cuentas infames que ha hecho en el municipio, no era pública. Harto, sabía el granuja que era pública. Pero su propósito no podía ser mas vil: quedarse en el salón, con veintitantos concejales, por él comprometidos en el defalco, malversación y falsedad de las cuentas, y envolverlos con halagos y amenazas y embusterías, como tantas veces Esta vez, a Dios gracias, no le valió. Fea estuvo la cosa unos instantes. Porque estos rústicos cobardes no se atreven a chistar y con su silencio parecían asentir a los disparates que empezó a vomitar. Pero pronto, unos cuantos testimonios le redujeron al silencio, y el muy bribón no volvió a despegar los labios. Si bien, todavía con sus miradas de demonio torpe y sus risitas de zorra vieja, todavía revolvía en su asiento de babosa. ¡Que tipo, Señor!

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Ni el Maestro D. Cirilo Moreno, tan ruin, ni el ricacho D. Fernando González, tan repugnante, ni el santón Jacinto Fernández, ni el bragazas Julio Fernández, tan falso, ni el bestia Estanislao Gutiérrez, más traidor que Judas; ninguno (y cuidado si los mentados, y alguno por mentar, son ejemplares vergonzosos para la especie humana), ninguno, creo que le iguale En fin, bastante he escrito ya de él. Sirva de aviso y enseñanza a mis hijos, y a todos. 2 de junio de 1925.

Lindo país. Hoy torna a hacer frío, hacia el norte se levantan unas nieblas invernizas, y amenaza lluvia el cielo. Este brusco cambio atmosférico, será fugaz, sin duda. Pero aún así... En casa, no obstante, al abrigo del viento, no se está mal, si no fuera porque me falta la tranquilidad necesaria, y porque me absorbe casi todo el tiempo mi preocupación por las cosas de este pueblo, me metería en casa, a estudiar, a escribir, a jugar con mis hijos, y no saldría a penas. Pero no es posible. La vida avanza. No hay tiempo que perder. Presiento mi longevidad. Más aparte de que puede ser ilusorio este presentimiento, aunque Dios me conceda, en efecto, otros cuarenta años de vida, estos pasaran, como todo pasa, atropellada, vertiginosamente. El porvenir, la Patria, la Humanidad, los Muertos, nuestros hijos, nuestros amigos y nuestros enemigos, la eternidad, Dios, nos contemplan y esperan nuestras obras. Puesto que la perfección es imposible, realicémosla lo menos imperfecta que podamos. Tenemos, acaso, una seria y perdurable tarea encomendada. No habrá oto remedio que intervenir en la vida pública, como dice Primo de Rivera, dejando las comodidades del hogar.

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El triunfo de la Unión Patriótica5, limpia, depurada, filtrada, claro está, terminada o la revolución. No es otro dilema actual en España. Así lo entiendo y así se lo escribiré esta tarde a Primo de Rivera, reiterándole mi oferta de prestarle ayuda. Sospecho que es un hombre. Le indicaré de la conveniencia de entregar el poder, previas unas sinceras elecciones pronto, pronto y le brindaré la idea de formar en cada pueblo una especie de tribunal local superior, compuesto por las personas mas ilustradas, sin distinción de ricos y pobres, de nobles y plebeyos. Una sirvienta, una pastora, puede parir un genio, un héroe, un santo, lo mismo que una empingorotada y linajuda dama puede dar a luz un monstruo, modelo de estulticia o de maldad. Prerrogativas para la cultura, si bien todos los hombres cultos no seamos hombres de bien. Pero es necesario. 4 de junio de 1925

Vuelvo a pensar que la mejor herencia que dejaría a mis hijos, si yo muriera prematuramente serían estos cuadernos. Leyéndolos con amor y con respeto encontrareis en ellos el camino recto y seguro, no sólo para triunfar en la vida, sino para salir victoriosos de la inevitable y más o menos, próxima muerte. Porque importa vivir bien, pero no importa menos bien morir. Para conseguir este equilibrio necesario no hay otro medio que trabajar, estudiar, leer, ser meditativos y prudentes, ser virtuosos, sobre todo, la virtud. Yo no fumé ni bebí casi nunca, esto mismo aconsejo a mis hijos. A mi no me va mal con esta abstención. Sufro, rara vez, dolencias físicas y

5 Partido creado por Miguel Primo de Rivera en 1924

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presumo que llegaré a viejo con completa salud y en posesión de toda mi inteligencia y toda mi fuerza vital. Fumar y beber con moderación, acaso sea tolerable. En el caso mejor, no obstante, ningún vicio beneficia al cuerpo ni al alma. Tal vez parezca exagerado este culto que yo pretendo consagrar a la salud y a la virtud. Quizás haya muchos hombres buenos e inteligentes, y aún excelentes, que tengan el tabaco y el vino por costumbre arraigada. Tal vez, o seguramente. Pero lo que no puede dudarse es que, en general los vicios dominan al hombre, y lo convierten en un enfermo, en un degenerado, en un imbécil. Habrá quien diga que beber y fumar no son realmente vicios, si no se practican con excesos, pero ¿Cuantos y cuáles son los hombres que saben y pueden contenerse en los razonables y saludables límites? En todo caso, podría transigirme con el tabaco y el vino buenos, y en las manos de hombres de recta firme voluntad. Lo que en suma es detestable es el hombre dominado por el tabaco o la bebida. Y sospecho que a ese abyecto estado de esclavitud se llega insensiblemente. Por eso, aconsejo o mis hijos que no empiecen a tener ningún vicio, o que si, por debilidad, o transigencia momentánea inclinación empiezan a tener alguno, sepan, nobles y fuertes, ponerle freno cien mil veces antes de que el vicio intente, siquiera, apoderarse de ellos. Vicios o pecados, igual da. 5 de junio 1925

Anoche, un viento huracanado, frío. Esta tarde, una gran tormenta acompañada de piedra y una lluvia torrencial. Es loco, sin duda, este clima. Su primavera, en efecto, no puede ser más turbulenta y veleidosa. Esto no es primavera, ni cosa que lo valga.

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Por último, estamos todos guarnecidos en casa, oyendo tronar, viendo llover. Otros seres habrá más desgraciados en el mundo. No tengo ganas de nada, estoy verdaderamente preocupado por la situación del pueblo y, en consecuencia, por la de España. Pues todo lo que ocurre en nuestro país, en los pueblos españoles, es resultado fatal y lógico de un secular estado social de abuso, de injusticia, de inmoralidad, de desorganización y desordenamiento, ¿Qué causas, que causantes, nos trajeron a tal estado? Habrá que estudiar bien la historia. 6 de junio 1925

(11 de la noche) Otro día triste, aburrido. Una carta de mi hermana, vino a colmar mi tristeza. Es mi única hermana viviente, está imposibilitada por la pasada ciática, y no acaba de conocer el mundo, ni conocerme a mí. Yo quiero su sosiego, su bienestar y ella no lo comprende: Prefiere vivir malamente, tan lejos de nosotros, a reunirnos todos y vender su pequeña hacienda en la Argentina. Obra, en consecuencia, sin duda, pero equivocada e inhumanamente. No me quiere, no quiere a mis hijos, no se quiere a ella misma. Al menos, según yo entiendo, el cariño fraternal. Si ella no tuviera que comer, yo la llamaría a mi lado, y no la haría sufrir la menor humillación, ni el menor disgusto. Yo le propongo unir su pequeña renta con mi sueldo, mayor siempre que su renta, para vivir juntos y desahogados, y no quiere. Se equivoca. Hace mal. Dios no se lo tome en cuenta, y se lo perdone. Lo merece porque es buena, y no conoce el mundo, 13 de junio 1925.

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Parece que va a sentar el tiempo. Se siente, al fin, algún calor, y esa calma, inconfundible y peculiar del verano. Zumba una moscarda entorno mío, en la botica. Le hace el dúo otra de zumbido mas atiplado, calma, pesadez, somnolencia, al cabo. Nos dormiríamos, para despertar allá, dentro de dos o tres siglos, cuando acaso la vida sea mas buena y mas bella, o, sencillamente para despertar dentro de unos días, o de unas horas, en otro sitio que este. Porque la vida, aquí en Neila, no tiene nada de apetecible, ni tranquila, ni sosegada, ni humilde, ni sencilla, ni mansa, siquiera, es. ¿Es el aire, es el sol, es el cielo? No lo sé. Pero esta vida es absurda, e indigna de mí. Mi ambiente, sin duda, es otro. Si al menos hubiese una carretera, un camino; si hubiese limpieza; si hubiera un poco de civilización... Si quiera, no hubiese tipos tan depravados, tan alcoholizados, ni mujeres tan puercas y borrachas... No, no soy novelista. Un novelista haría en este pueblo una narración curiosa. Yo haré (con el material que estos cuatro años me han suministrado), creo que haré un libro. Mas no sé qué interés tendrá. Tal vez no acierto a dar esta tragedia humana toda la emoción que en la realidad produce. Porque es un espanto, hay aquí, seres del todo incomprensibles. Se presencian acciones de la más baja y perversa calidad. Mucha torpeza hay. Mucha ignorancia. Pero supera la maldad. No de todos, naturalmente, pero si de la mayor parte. ¿Qué trajo a tal estado de alcoholismo e histerismo a este pueblecico de Castilla? ¿Quién lo sumió en la barbarie y en la locura? Porque aquí existen verdaderos locos de atar. Anoche mismo, intentó suicidarse el tío Patricio, uno de los hombres que yo tenía por juiciosos. Beben tanto, y las mujeres son tan malas...

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Es un pueblo sin sentimientos nobles, sin pensamientos altos, sin hondura. Y eso que está metido en un profundo barranco. Yo me encuentro entre estas gentes perdido desconcertado, como un extranjero que acabase de llegar de tierras lejanas y ni el idioma entendiese. Mi potencia sugestiva, mi voluntad indomable, me sostienen y a veces, los arrastro hacia mí, y logro, al parecer convencerlos y conmoverlos. Mas no confío demasiado. Las sensaciones y las ideas, todo en ellos es superficial e inconsistente. No están educados para ningún trabajo mental, ni para ninguna disciplina del espíritu. Los caciques, los curas, los ricos, los intelectuales, médicos, seudomédicos y farmacéuticos, los maestros de escuela, todos ellos, pudieron haber hecho algo por civilizar, por moralizar, por el progreso, por el adelanto. Fueron ruines o cobardes o viciosos, o ladrones o egoístas, o traidores, o soberbios. Fueron torpes y malvados. Todo malvado, es torpe. Pues nada exige más vigilante y despabilada inteligencia que la continua práctica del bien.

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1926 13 de enero de 1926

Primer día crudo de invierno. Voy a Quintanar y vendo a Antidio la suerte mía de los pinos y la del médico. Al regreso, un frío indecible. 15 de enero de 1926

Por primera vez, este invierno, la nieve ha cuajado al pueblo. No es muy densa la nevada, pero el cielo continúa amenazador. Duraba mucho el tiempo que veníamos disfrutando, y la serrana crueldad de este clima ha hecho su aparición. 21 de julio de 1926

Seis meses bien cumplidos sin escribir. Seis meses de lucha, pues ahora tengo que contender, además de con el cacique semiderruido con otros 6 o 7 cacicuelos mínimos que pretendían suplantarle. Algunos, de hecho, lo han suplantado ya. Los derribaré también. Enfermedades no hemos sufrido en estos meses. Sólo Angelito, al echar los últimos colmillos, estuvo unos días febril. Pero pasó pronto la inquietud. Luisito se cría recio como un roble, sin un contratiempo, hasta ahora. Otro hijo autodidacta. El segundón, Tomas. Tenaz e inteligente, reconcentrado, afanoso, él solo está aprendiendo a escribir. A los seis años lee regularmente, suma y resta con soltura, empieza a multiplicar, y escribe inteligiblemente. Otra esperanza, otro consuelo en mi vida de pesadumbre. Verdad es que Pepito no les va en zaga. Ya asiste a la

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escuela, a los cuatro años, sin protestar, a gusto, conoce el alfabeto, sabe contar, rezar, persignarse, y revela un talento y una voluntad y una actividad nada comunes. Siempre me está pidiendo cuartillas para escribir, estimulado al ver que Tomás no se cansa de emborronarlas. Yo veo con ellos mi compensación, mi premio, y cada día es mayor mi preocupación por ellos y llevo con más gusto mi sacrificio cotidiano, por su porvenir. Es curioso e interesante este afán de mis hijos por aprender mucho, por saber. Así fue Adolfo siempre, y así son sus hermanos, Tomás y Pepe. 22 de julio de 1926

Las nueve de la mañana. Ha llegado madrugador el cartero. Recibo los periódicos "El Sol" y "La Nación", de Madrid. "El Castellano" de Burgos. "Vida Manchega" y "El Pueblo Manchego", de Ciudad Real. ¡Madrid, Burgos, Ciudad Real!, uno de ellos habrá de ser el punto de nuestra próxima residencia futura. Cada una de esas ciudades me atrae por muy distintas circunstancias. Madrid: la civilización, el porvenir de los hijos, "La capa perdida", que es forzoso y digno hallar, allí donde se perdió. Madrid, sobre todo. Burgos, ciudad tranquila, quieta, virgen de negocios, y, sin embargo, ciudad de porvenir y de pasado. Capital de esta provincia. Pocas farmacias. Sin prensa periódica presentable, donde además, sin proponérmelo, sin buscarlos, creo que tengo enemigos cursis y aparentemente poderosos. Situada, por otra parte, entre las plazas del norte y Madrid. Y, en último término Ciudad Real, que, si bien me llama, por ser mi cuna, el sepulcro de mis padres, no se hasta qué punto me convendría encerrar allí a mis hijos, ni hasta qué extremo ocuparía yo allí, el debido lugar. Por eso, recibo, empiezo a recibir y leer asiduamente, periódicos de las tres partes y empiezo a colaborar en todos ellos, a fin de ir

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familiarizándome con sus ambientes respectivos, por si acaso marchamos en el estío o el otoño del año que viene, como es casi seguro, se arregla o no esta indecente situación político - social de este villorrio. 26 de julio de 1926

Mes de moscas. Calor, pero el calor tolerable de esta serranía. Unas cuantas horas en el centro del día, calienta el sol, y nada más. Por la mañana y por la tarde refresca. Además, esta especie de estío suele durar aquí, de mediados de julio a mediados de agosto, y eso, con intermitencia de algún día fresco, cual anteayer. Las once, pereza, tampoco las moscas me dejan escribir. Luego, la situación del pueblo es tan disgustante como siempre, y no hay ilusión, ni ganas de nada. No pienso sino, en cuando, cómo y a donde marchar. Loa nuevos caciques, Andrés González y el secretario y el alcalde, son tan funestos como el pasado, aburridores estos tíos. No sé si podré meter en cintura a esa docena de canallas embrutecidos. Es mucho sacrificio y mucha tarea, Dios dirá, si debo o no persistir, pues yo todo lo fío a la voluntad de Dios. Si así no fuera ya me habría ido, medio asustado, medio aterrado, como los dos médicos que acaban de marcharse, unos tras otros. Aquí no para un médico, ni bueno, ni malo. Aquí no ha parado mas persona decente, forastera, que yo y eso por necesidad, por amor propio, las dos cosas juntas. En fin, la suerte está echada. 28 de julio de 1926

Otros cuatro días sin poner la pluma en el cuaderno. Decididamente, no soy capaz de un cotidiano esfuerzo semejante. Es verdad, que muchos días no tengo nada nuevo que escribir y tendría que repetir mis lamentaciones y mis indignaciones. Pero aún así, como ejercicio,

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solamente como desentumecimiento cerebral, y hasta para afirmar el piso, que es lo mismo que domar y fortalecer los nervios, no es inútil escribir un poco cada día. Acaso, con ello, pierdan intimidad y ligereza mis cuadernos, y, expresándome en términos farmacológicos, sean menos concentrados, más diluidos. De todos medos, su lectura, siempre será interesante para mis hijos, que al fin, es para quienes los escribo principalmente. Hoy, como ayer, hace fresco. El cierzo sopla sin cesar, y casi puede decirse que el verano, que dio principio hace ocho o diez días, ha concluido. Este es el veranillo de la sierra. Por lo menos de esta sierra. Acaso, esté empeñado en lo imposible, en lo antinatural. En que esta gente, medio muerta de hambre y medio loca de frío, no beba vino exageradamente y discurra con serenidad. El vino que beben y el frío que pasan es para enloquecer y atolondrar a cualquiera, y así viven enloquecidos y atolondrados. Contentos ahora, dentro de unos instantes los veis desesperarse, disparatar, para volver a sumirse, otra vez en la estúpida insensibilidad. Porque lo raro (no se si lo raro), es que, a pesar de la excitación alcohólica y no obstante, la brusquedad de cambios de temperatura, la sensibilidad de estas gentes está embotada. Sus sensaciones son puramente momentáneas e intuitivas. Y, más que su sensibilidad, es su inteligencia la que esta entorpecida y aletargada (¿Es el frío?), (¿Es el vino?) (¿Son ambos factores juntos?)Quizá sea, sencillamente la incultura en que viven. Yo, en verdad, cada día estoy mas harto de ellos. 31 de agosto de 1926

Un mes de agosto realmente caluroso, aún durante las noches. Pero, (inconsecuencias de este clima), anteayer mismo nos aplanaba el calor, y

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esta tarde no puedo estar sentado a las puertas de la casa, a causa del frío cierzo que viene. Un rato estuve leyendo el periódico, y he tenido que refugiarme en la botica, consoladoramente templada. El verano, ha muerto. No me apuraría la inminencia invernal, si al menos, estos siete u ocho meses que dure, yo tuviera la tranquilidad, y en casa gozásemos de salud necesaria, para consagrarme a trabajar, a este trabajo asiduo y firme que durante un año he de realizar, si he de salir de aquí, hacia otro sitio mejor y debidamente pertrechado pera el triunfo indispensable. Porque tanta humildad, tanta oscuridad y tanto aislamiento, van pesando, demasiado insoportablemente ya, sobre mí. Hay que mostrarse al mundo, ser cual uno es. Ser, como dice D'Anunnzio6, quien se debe ser. Y yo soy y debo ser algo, no más, ni menos, pues el hombre siempre es el mismo, algo distinto y más significante de lo que vengo siendo todos estos años de soso sacrificio estéril. Tranquilidad y salud, estos dos bienes pido a Dios. El solo puede concedérmelos. ¡Un año interrumpido de labor diaria y fecunda! ¿Qué haría yo en un año así? No pude realizar este minúsculo ideal, ni siendo estudiante, ni siendo farmacéutico, ni siendo escritor. ¿Lo lograré ahora? La fecha es memorable. Mañana empieza septiembre, mes de mi natalicio, 10 de septiembre de 1880. Mi indecisión, mi incertidumbre, parece que termina. Mucho he dudado. Mucho me he empequeñecido yo mismo. Leyendo, leyendo, me he dicho muchas veces. "No, nunca seré el gran escritor que yo siento necesidad de ser. No influiré decisiva y eternamente en la marcha de la humanidad.

6 Gabriele D'Annunzio (1863 – 1938) fue un novelista italiano. Entre sus novelas se encuentra El inocente, que Luchino Visconti llevó a la gran pantalla. Se le considera un precursor de los ideales y las técnicas del fascismo italiano.

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Silencio, pues. Discreta penumbra. Pero por otra parte, callar me es imposible. No puedo resignarme. Sobre todo, a veces creo que mi inactividad y mi humildad son una especie de suicidio mental. Mas aún creo que con mi pasividad dócil cometo una especie de insubordinación de rebeldía, para con la providencia, alma del mundo. ¿Para que, pues, ha permitido Dios que yo penetre en el misterio del lenguaje, en los arcanos del idioma, en el laberinto del estilo? Si no es que porqué soy llamado y elegido para una misión literaria. ¿Cómo es que no puedo vivir sin leer y porqué Dios me ha concedido esta virtud analítica y desmesurada del idioma, de nuestro bello idioma, hasta el punto, (en otras ocasión me parece haberlo escrito ya) de que puedo, sin esfuerzo y con seguridad plena, corregir la puntuación, y aún el estilo de los escritores contemporáneos mas famosos? No encontré a ninguno, que sepa análisis gramatical, que ponga en su lugar los signos topográficos. Y, no obstante, yo no lo estudié, en parte alguna. Surgió, porque sí. 1 de septiembre 1926

Día fresco, nuncio de la otoñada Liquidé con Antidio, estos días pasados, las suertes de pino que le vendí. Dos meses hace, que por fin, se empezó el camino vecinal Quintanar-Neila. Todos los caciques, de aquí, de Quintanar, de Burgos, aún de Madrid, se atribuyen la gloria de haberlo conseguido. Esto es espantoso y asqueroso. Para cometer un crimen, si no fuera por la fe. Dios sabe que ninguno de ellos pensó nada, ni hizo nada. Dios sabe lo que tuve que luchar y sufrir, hasta lograr que unos cuantos vecinos me acompañaran a Burgos, a meter pliego al concurso, del que nadie tenía noticias aquí, sino yo. Yo lo pensé. Yo redacté el pliego concursante, yo hice la instancia al gobernador y a Montes, pidiendo la corta

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extraordinaria de los mil pinos que para el camino nos concedieron. Yo en fin, hice todo. Y el pueblo tan tranquilo, creyendo, a veces, los infundios y las difamaciones de que me hacen blanco los caciques. Lindo no más, como dicen los suramericanos. Dios hará justicia, yo la espero siempre. Pero es horrible, tíos de aquí y de allí, naturales de Neila la mayor parte, que no sólo no hicieron nada en su vida porque viniese el camino, sino que ni aún pensaron en ello; caciques y pastorazos enriquecidos que en veinte ni en treinta años se movieron, ni aún para remediar el hambre del vecindario, en algún invierno, pidiendo una carta extraordinaria de pinos, es decir, gente a la que no se les cuajó en el caletre ni una idea, relacionada con el adelanto y las mejoras de la villa, y ahora todos salen de sus madrigueras, chillando, vociferando, tratando de anular mi generosa acción. Es una especie de flagelación o de crucifixión, esta que yo sufro, siento en el alma los azotes de las turbas, y los clavos de los sayones. Todo sea por Dios. Es, no obstante, inconcebible, en sana razón, tanta estupidez, tanta maldad, tanta vanidad, tan ciego empeño en brillar, de mandar, de robar, de sobresalir, siendo tan ruines. ¡Tan ruines e ineptos, señor! 2 de septiembre de 1926

No es vivir, ni vivir en una preocupación continua. Es un estado de desasosiego, de disgusto permanente. El tiempo está espléndido. La temperatura es agradable, todos en casa. Disfrutamos salud. Mis hijos están todo el día contentos y juguetones. Y, sin embargo, no se aparta de mí la idea de la maldad y de la ruindad de alguna gente, con la que es de todo punto imposible vivir en paz.

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"Vivirás en paz..., Si te dejan", dice el viejo tío Anselmo. Un viejo astuto y cabezota, a quien me parece que he mentado ya en mis cuadernos. Este mismo tío Anselmo, es uno de los patriarcas de la tribu (74 años), me ha confesado, varias veces, su creencia de que sobre este pueblo pesa una maldición, sobre todo desde la muerte misteriosa del cartero, hará unos siete años. Yo creo que si la maldición es cierta, habrá que remontarse muchos años atrás, pues aquí debe haber habido siempre gente realmente diabólica. No es extraño que aún crean en las brujas. Si yo continuara viviendo aquí mucho tiempo, acabaría por considerarme embrujado, porque no se a que atribuir cuanto me viene ocurriendo y vengo presenciando. Más, con la ayuda divina, en el año que pienso estar, creo que podré librarme del maleficio. ¿Qué más brujería, en efecto, que la que puede producir la acción combinada del fanatismo rutinario, el caciquismo brutal, la piojería reinante, el vino malo y el aguardiente a discreción? En un mundo así, se encuentra uno más perdido, confundido y aterrado que si un sábado a media noche, lo transpusieran a caballo, en una escoba, volando, volando al más desenfrenado aquelarre. Ni las brujas lo entenderían, ni nosotros las comprenderíamos a ellas. Así pasa con esta gente. Cuanto mas tiempo se la trata, menos inteligente y querida nos es. Y, presumo, veo mejor dicho, que lo mismo le ocurre a ella, con respecto a nosotros, a pesar de nuestro cotidiano esfuerzo y de nuestra continua violencia interior, por serles gratos a estos raros seres. Ni quieren ni se hacen querer. Ni entienden, ni se hacen entender. Viven, si no contentos, perfectamente acordes con sus vicios, sus costumbres, sus miserias, sus trabajos, sus necesidades, su ignorancia, su embotamiento. Yo he llegado a pensar, a veces, que no sienten, espiritualmente hablando.

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En fin, termina mI séptimo cuaderno. Poco escribí durante estos dos años casi justos. Avivaré mi diligencia, reforzaré mi voluntad. Aunque en este ambiente, el trabajo continuo suponga un heroico esfuerzo. 10 de septiembre 1926

Mí fiesta onomástica. La celebramos en familia, por la reciente muerte de la madre de Felisa. Sin embargo, han coincidido a comer conmigo Navas, su practicante y el médico que acaban de llegar al pueblo. Por la mañana, me dieron diana los gaiteros, por la noche, serenata de mozos. Mas no invitamos a nadie, y así el día transcurrió más tranquilo que los años anteriores. Mis hijos estuvieron contentísimos, y mi esposa muy satisfecha. No hay que pedir demasiado a la vida, más bien, no hay que pedirle nada, y de esta manera, nos encontraremos, como un tesoro, con aquello que se digne a darnos. Colocarse por encima de las pasiones y de las ambiciones, en la región serena y severa del espíritu, es el ideal. 16 de septiembre 1926

Voy a ver si consigo reconstruir, imaginariamente siquiera, mi vida en este pueblo, durante los cinco años y dos meses de mi residencia en él. Procuraré recordar todos los acontecimientos de alguna importancia, desarrollarlos en este tiempo a fin de que me sirvan de documentación para el libro que he de escribir. Y con el fin, sobre todo, de que permanezca mi testimonio escrito acerca de la vida de un pueblo castellano, en el siglo XX.

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25 de Octubre 1926

Estamos como queremos. Hace un frío desolador. La nieve ha aparecido en los altos. Más temprana que los años anteriores. Cuatro días antes nos achicharraba el sol. Veremos que da de sí el inminente invierno. ¡Si tuviésemos salud y tranquilidad completas para que yo pudiese trabajar! En la enfermedad y la inquietud no es posible hacer nada provechoso, ¡y menos aún, obras de arte! Empecé el sexto año de lucha con esta gente. Al comenzar el séptimo, Dios mediante, todo, absolutamente todo, en este pueblo habrá cambiado o estaremos preparando nuestra marcha a otra parte. Si es cosa resuelta, si no consigo para el verano que viene convertir este villorrio en una ciudad incipiente y floreciente, procuraré alejarme para siempre de estos lugares de maldición y pesadilla. No cuento con nadie, sino con Dios. Hasta los próceres de Burgos me son sordos u hostiles. 22 de Noviembre 1926

Sigue mi vida de continuo disgusto, de desasosiego y preocupación. Estas almas rurales son incorregibles. Y por añadidura, he aquí el invierno. El horrible invierno serrano. Nieva menudamente en el pueblo. Los altos ya hay días que están nevados y empieza a hacer un frío desolador. Entre las locuras de este clima y las insensateces de estos ciudadanos se me pasan los días y los días sin hacer nada casi. Nada más que pensar, acechar, resguardarme y prevenirme contra las persecuciones y marrullerías de los enemigos, entre los cuales, ahora, se cuenta el cura también. El maestro ya se contaba. Un cura, que por las señas, va a hacer buenos a los anteriores, dos ladrones sacrílegos, que despojaron la iglesia. Este no sé que hará.

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Por lo pronto, se las da de médico y de comediante. En ausencia de médico ha visitado, diariamente, a enfermas jóvenes, poniéndoles el termómetro. Y ahora anda ensayando una función de teatro a las mozas, todo esto, bajo una capa de santurronería y de misticismo que quita la paciencia a un justo. En fin, entre unas cosas y otras, yo me paso el tiempo meditando, divagando. Apenas escribo, y leer los periódicos "El Sol", "La Nación" y los de Ciudad Real, que recibo a diario. Gracias a ellos no me entumeceré el cerebro del todo, pues todos los días he de hacer, leyéndolos, algún ejercicio mental. Pero esto es nada para mí, yo necesito mes serenidad, mas quietud, otro ambiente. Bajo esta apariencia letal de villorrio castellano, calmoso y pacífico, el caciquismo, la avaricia, la vanidad, el odio, la envidia, la soberbia los peores defectos humanos, no me dejan vivir en paz. Y en la incertidumbre del mañana, no es posible trabajar acertadamente. Mis nervios, al menos, no me lo permiten a mí. 29 de Noviembre 1926

Amanece nevado el pueblo, no fue muy copiosa la nevada, pero amenaza continuar. Definitivamente esto es desagradable. Este País, esta gente, este frío... Si al menos, este invierno, que prematuramente empieza, me fuese permitido trabajar con algún sosiego. Mucho lo dudo. Estos caciques, este cura, este maestro y esta maestra son de la piel del diablo. No tienen idea buena y son impenitentes y recalcitrantes. Si les perdono, si aparentemente me dejo engañar por ellos, convirtiéndome en un encubridor de sus hazañas, me persiguen. Si les hago noblemente frente defendiéndome y defendiendo al pueblo, me persiguen también. Estos, los que mandan. Por otra parte, el ex-cacique, agazapado, acechante, sin descansar de sus maniobras de chacal. Por otro lado, los maestros, el cura, ruines, soberbios, envidiosos, hipócritas, taimados, con

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los cuales, ni quitándose tiras de pellejo para hacer las paces se podría uno entender. ¡Qué mundo, qué España, qué Castilla, qué provincia esta! ¡Qué pueblo éste, Señor! Sin embargo yo continúo impávido, serio, respetuoso y severo, a la defensiva. Ayer escribí a Gaitero y Valero, las dos personas, si acaso de más valía de Burgos. Días pasados recibí una expresiva contestación de Benjumea7 en nombre del General Primo de Rivera. Allá veremos pues, si con perseverancia, con seriedad, limpia y rectamente, es posible hacer algo, lograr algo. La época y la nación nuestra son pre-revolucionarias. Es verdad, mas al final de todo trastorno pasajero, las cosas y los seres vienen, o deben venir a quedar siempre en el lugar debido. Dios dirá, en última instancia lo que ha o lo que me ha de suceder o convenir. 1 de Diciembre 1926

El cielo sigue amenazando nieve, el sol se afana inútilmente por traspasar las sucias nubes. ¿Que dará de sí el tiempo? Probablemente, otra nevada mayor. Continúo obsesionado por esta gente. Y eso es que ayer recibí carta, un poco alentadora, un poco nada más, pues no acaban de entenderme y de hacerse cargo de Gaitero. No obstante, ruda y repugnante es la lucha con este ambiente de incultura, de soberbia, de infamia y de rabioso caciquismo. Los enemigos, sin salir del pueblo ya forman legión. Antes eran tres o cuatro, ahora son, cuando menos, ocho o diez. A todos, mediante Dios, pienso confundirles, no castigarles, pues yo no sé ser cruel con el enemigo en tierra. Pero eso sí, los aburriré, los aterraré a todos, a los de

7 Rafael Benjumea y Burín, Ministro de Obras Públicas con Primo de Rivera en 1926.

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aquí, a los de Quintanar, a los de Salas y a los de Burgos. No, bien lo sabe Dios, por espíritu de venganza, sino por espíritu de justicia y de verdad. No, no puede ser que triunfe el mal en este mundo. Las victorias del mal, de los malvados, son aparentes y fugitivas, no reales y duraderas. En mí ya más que promediada existencia, lo he podido comprobar varias veces. ¡Y, cuidado si llevo pasadas vicisitudes, agobios y amarguras! Lo he experimentado, empero, en mí y en los demás. La prematura muerte de mis padres, el mayor dolor que yo he sufrido, la causa de mis grandes penas, ¿no será, al cabo, el origen del destino glorioso de alguno o algunos de mis hijos? La compensación, la armonía, el equilibrio estable, no tiene más remedio que establecerse. Cuanto más grande es el sacrificio que Dios nos impone; cuanto más duras y largas son las pruebas a que haya estado, o estemos sometidos, tanto mayor y perdurable tiene que ser la recompensa. Esto no es sólo Fe. Es lógica, raciocinio, sentido común. De lo contrario no habría Dios. Y sin la idea, sin el sentimiento de Dios, no es posible, no sería tolerable vivir. 6 de Diciembre 1926

Se fue la nieve, se ha templado algo el tiempo, se ve que quiere prolongarse el otoño, hasta que el invierno haga su entrada oficial. Dios lo quiera. Porque el invierno aquí, aunque no fuera muy largo es, siempre, temeroso. Toda la familia, en fin, nos encontramos bien ahora. Nunca peor. Nuestros seis hijos, respiran por todos sus poros el sereno contento de la salud. Y bien mirado, no hay goce que pueda compararse con éste de ver a nuestros hijos sanos y contentos. Ni orgullo más puro para unos padres. ¡Cuantas gracias doy ahora a Dios por no haberme abandonado en brazos de los vicios que, más o menos, siempre consumen, debilitan o enferman

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la naturaleza humana! Sin duda, mi precocidad intelectual me preservó de ellos. Desde niño, en efecto sentí repulsión por el tabaco y la bebida. Repulsión acaso, no sea la palabra exacta, mas bien, terror, y los fumadores y bebedores empedernidos me inspiraron cierto sentimiento de desdén y de piedades, lo mismo que aquellos camaradas míos de tiempo de estudiante, o de mis tiempos literarios, (yo siempre fui un literato con visos de estudiante) que pernoctaban en las casas del mal vivir. Dios, sin duda, el ángel de mi guarda y mi inteligencia equilibrada me libraron de caer en los abismos sin salida. Al menos sin salida fácil. Pues ¿qué hará un padre que ve crecer a sus hijos delicaduchos, desmirriados, anormales, padeciendo estigmas más o menos graves y visibles? El problema, por consiguiente, es intelectual y moral. Por el conocimiento, puede llegarse a la perfección relativa, es decir, o a la ausencia de vicios, a menor número de defectos, al señorío sobre el mundo y sobre las pasiones. Esta labor, esta lucha constante, cotidiana del espíritu con la materia, del alma con el cuerpo, no es tan ruda como parece a primera vista, si no nos abandona la reflexión, el pensamiento de la otra vida, el verdadero temor de Dios. Vosotros, hijos míos, indudablemente superadme, y si no pudieseis prescindir de tener algún vicio, si beber o fumar, o jugar o divertiros, os atrajera, jamás dejéis de ser, reflexivos, serios, serenos, moderados y señores, y nunca esclavos ciegos del vicio o de la pasión. Pensad en vuestros padres y en que lo habréis de ser vosotros también. No olvidéis ni un instante, sobre todo en los momentos de tentación o de peligro, de que si yo hubiera sido un degenerado, un hombre sin freno, un vicioso, en una palabra, vuestro destino habría sido muy diferente. Hoy viviríais enfermos, raquíticos o epilépticos, o embrutecidos o sufriendo cualquier otra lacra de la fatal ley de la herencia. A veces, estas lacras no son físicas, no son ostensibles. Hay niños medio tontos, o medio brutos, o bestias por completo, bajo una apariencia exterior saludable. Pero en realidad, son anormales, descendientes de padres enfermos,

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desenfrenados, entregados a cualquier pecado capital. Sólo mediante el ejercicio continuo de la voluntad, del trabajo, de le virtud, de la cultura, puede constituirse una estirpe, una raza, una patria, una humanidad, un tipo humano de selección. Esto es, un ser humano normal, equilibrado, armónico, es decir, bello, fuerte, sano, inteligente y puro, en el que todos los instintos, aún los sexuales se desenvuelvan bajo el poder y los dictados de la conciencia. 7 de Diciembre 1926

La lectura en "El Sol", de un artículo de Gómez de Baquero, haciendo resaltar el incremento que va adquiriendo el estudio del español en los Estados Unidos, y afirmando que el español y el inglés son las lenguas que se disputan en el Nuevo Mundo, afirmación que corrobora mi conocimiento intuitivo de mucho tiempo ha, ha refrescado y vigorizado en mi memoria el firme y resuelto propósito de aprender bien la lengua inglesa, hasta que me sea, si no tan íntimamente conocida como la propia, siquiera tan familiar como ha llegado a serme el francés. El porvenir, en efecto, la nueva civilización (otra idea intuida por mí desde muy joven), están en América, Y quién sabe si allá, en el nuevo y gran continente, se desenvolverán, de modo admirable, las diversas aptitudes de que acaso mis hijos estén dotados. Más tal vez, dentro de cuatro, cinco o seis años, habremos de trasladarnos todos allí, a la América española desde luego, por lo pronto, si la situación política, religiosa, administrativo-social, cultural y educativa de España no se soluciona feliz y definitivamente; si yo, y hombres como yo, que sin duda los hay, preteridos, olvidados y oscurecidos, no somos llamados a ocupar los puestos correspondientes, hoy todavía asaltados, casi lo mismo que en los tiempos recientes de la vieja política, por gente desaprensiva, inverecunda y audaz. Por si acoso, en fin, y en todo caso; vuelvo a estudiar inglés, estudio, que apenas comenzado, he tenido lo negligencia de suspender ya dos veces. Al mismo tiempo, empezaré a enseñarlo a mis hijos, a la vez que el español y el latín, que quiero que aprendan a conciencia. Positivamente, con estos tres idiomas, bien aprendidos, es decir, gramatical, literaria y

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filosóficamente aprendidos, ya pueden ir, sin gran riesgo, al Nuevo Mundo, y aún quedarse, si así está dispuesto por la divina providencia, en este Mundo Viejo; en este rincón del Mundo Viejo, que es España. 9 de diciembre 1926 Leyendo esta mañana, (hermosa mañana de Sol), después del desayuno, en la cocina, frente al fuego, se me ocurre escribir un artículo sobre educación y una carta a Primo de Rivera, felicitándole por la respetuosa y digna respuesta que ha dado al clero español respecto a las pretensiones razonadas y razonables de éste. Pero, como siempre que me dispongo a leer y escribir, aunque sea una sencilla carta familiar, enseguida me invade, se apodera de mí, una sensación de dejadez, de desilusión, de descorazonamiento. ¿Que voy a resolver yo con ese artículo y con esa carta? Nada, sin duda. ¿No sería, tal vez, más juicioso, más útil, dedicar este tiempo que voy a emplear en escribir, a inventar una pomada contra los sabañones, o contra las cucarachas? O, también, ¿No sería más practico dedicarlo a planear y comenzar mi libro, completamente embrionario hasta ahora, "El diablo y yo"? Tal vez, tal vez. Mas, sin embargo, no es bueno vivir y permanecer en esos estados de indecisión y de abulia. El caso es trabajar, hacer algo, no estar ocioso. Es el único modo de encauzar, de poner en orden los pensamientos, de serenar la imaginación, de apaciguar las penas y las inquietudes. Y, sobre todo, en la manera de cumplir nuestra misión terrena, trascendental o insignificante, y de llegar a ser "quien debes ser", como dice D'Annunzio. Verdaderamente, cuando se me cita un poco acerca de la inutilidad de todo esfuerzo, en la desconsolante lentitud por la que se avanza en la

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senda del bien y de la felicidad, dan ganas de retroceder en el camino intelectual que hemos emprendido, y sumirse en la barbarie mas egoísta y despreocupada. Porque, en el supuesto de que yo llegue a escribir mucho menos incorrectamente y más inspiradamente que hoy escribo, suponiendo que dentro de dos o tres años de ejercicio cotidiano, perseverante, llegara a ocupar en el periodismo y en la literatura un lugar bien visible y productivo, cual el que, por ejemplo, ocupan hoy Gómez Carrillo, "Azorín", Maeztu, Gómez de Baquero y algunos otros, mi situación económica estaría asegurada, y mi vanidad populachera que aún los escritores mas solitarios y humildes padecen, quedaría acaso satisfecha. Pero aparte de mi incurable desconfianza en mi propio valer, y sobre todo, no todo el que vale llega a triunfar; aparte de esta dúplice y difícil consideración: ¿Que vienen a resolver hoy en España un Maeztu o un "Azorín"? Yo me imagino a estos apreciados compañeros como si fueran unas pobres VACAS lecheras, ya un poco viejas y flácidas por consiguiente, que estuvieran condenadas a ordeñarse a sí mismas continuamente, para nutrir con su leche, cada vez más escasa, una legión de niños mamones, que el día de mañana ni se acordarán de aquellas ubres martirizadas y quienes deberán ser. El símil es un poco vacuno, y no será muy exacto, pero creo que puede anotarse y pasarse en la modestia recoleta de estos cuadernos íntimos. Yo, hasta ahora, hablando vacunamente, he dado poca leche. Soy poco lechero, poco fecundo. No sé cómo podré llegar a escribir cada día dos o tres artículos literarios, y cada a año uno o dos libros. No lo sé. Cierto es que me he ordeñado poco, que jamás leí y escribí quince días seguidos, pero cuando perseveré cinco o seis días, y esto ocurrió raras veces, empecé a observar que al día mi secreción aumentaba en cantidad y calidad. Por eso, bien mirado, no tengo aún motivo para romper la pluma, quemar los libros y abandonar toda esperanza.

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Recuerdo ahora que lo poco que publiqué en Madrid obtuvo y mereció aprobación entusiasta o comentario cariñoso, o crítica cariñosa alentadora (esto fue alrededor de mis veinticinco años y en mi época de pereza rebelde y desordenada), de los mas notables, de Alfredo Vicenti (acaso el mejor periodista español, desde luego, el mas señoril y más artista), de Jacinto Benavente, de Cristóbal de Castro, de Felipe Trigo, de Pedro González Blanco, de José María Salaverría, escritores todos ya nombrados por entonces, cuando yo empecé. Por cierto que en mi cita primera de hombres he omitido el de Salaverría, otro que era poco fecundo, poco lechero (como yo), cuando vivía en San Sebastián, desconocido, y ahora pare y da leche sin cesar. Lo cual habrá conseguido, Dios sabe a costa de qué disciplina y que tenaces esfuerzos. Bien puedo ser yo, todavía un caso semejante. Mejor que yo, bajo mejores auspicios, ninguno de ellos principió su carrera literaria. Pero yo no sé que me ha sucedido. A mí, los elogios no me entusiasmaban. Me alegraban un instante, pero me dejan después displicente, indiferente, encerrado en mi vida de orfandad, de desgracia, de pesadumbre, de ancianidad y decepción prematuras. Yo creo que fui un viejecito, pero un viejecito muy viejo, una especie de milenario viejo de la luna, desde mi niñez, por lo menos desde que murió mi amadísimo padre. Tal vez, debido a esto lo he mirado todo, hasta mi porvenir, hasta mi encumbramiento posible, como si lo presenciase desde otro mundo, desde la luna o desde la eternidad. Ramiro Cardeñosa, un muchacho médico de un talento realmente extraordinario y casi todos los muy pocos amigos que he tenido, tenían fe en mí, me admiraban, es decir, admiraban mi dotes literarias. Pero yo nunca acabo de creer en ellas, en mí. Esto, la falta de vanidad, la desproporción inmensa entre mi aptitud, a mi juicio, nada asombrosa, ni sorprendente, y el esfuerzo titánico de voluntad indispensable para el triunfo, esto es lo que quizás me ha perdido. Perdido, tal vez, no sea el vocablo. Retrasado, mas bien.

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Tal vez no sea tarde todavía. Y en todo caso, Dios siempre sabe lo mejor. No debe descorazonarme, ni desesperarme, lo que yo llamo premiosidad, mi poca fertilidad, es cierto que nunca sabré hacer lo que se dice un cuento, una novela, una comedia, pero acaso, esto es un síntoma evidente de mi originalidad, de mi personalidad. Además y sobre todo, si no valgo para escribir, menos aún valdré para otra cosa cualquiera. Al fin, leer y escribir es lo que mas me gusta. Mejor dicho, lo que menos me molesta, pues a mi me molestan poco todas las actividades, todas las inquietudes, todas las pasajeras vanidades. "Todo, (es cierto), es vanidad". No obstante, si de filosofar, no se vive, si se hacen versos, no se vive. Y hay que vivir y vivir bien. Quiero decir, sin ahogo, sin apuro, cómoda y holgadamente. Vamos a ello, aunque, claro es, sin dejar de hacer versos, ni filosofar un poco. Después de todo, todo es vano y ridículo, no siendo pensar, cantar, sentir... Ahora, por tanto, que el año 1926 termina, ahora que mi madurez y mi plenitud han llegado, ahora, que el amor a los míos no puede ser ya más grande, aprestareme, de nuevo a la pacífica batalla en la república de las letras. Y, para proceder con método, con orden, con paciencia, al modo alemán, fijaré mi

Orden del día

Primero: Ejercicio mental diario en estos cuadernos, lectura, repaso y escritura. En ella, después, un poquito de inglés, luego, escribir cartas y artículos, simultaneando, si es preciso, el leer y escribir. Mas tarde, de noche, leer nuevamente, anotando las palabras escogidas y poco usuales.

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Un paseíto diario, después de comer, o una siesta reparadora, según el tiempo. Es bastante. El resto del día bien puede dedicarse al trabajo y al santo amor de Dios y de la familia. No me parece absurdo el plan y tal vez seria conveniente imponerse cada mañana al levantarse, o al empezar el trabajo, el plan para el día entero, y no hacer otra cosa hasta verlo realizado por la noche. Según escribo, por horas, por instantes (ya anteriormente, lo he consignado), gano en soltura, en facilidad. Hasta en velocidad y seguridad materiales se gana. La letra, en efecto, es mas firme, el pulso, mas tranquilo y la pluma se desliza más ágil sobre el papel. Así pues, veamos por lo pronto, al sólo conjuro de la palabra "voluntad", he escrito más, mucho más que ningún otro día en estos cuadernos.

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1927

11 de Enero de 1927

Siempre, cuando más triste estamos, cuando parece que vamos a caer en la desesperación y en la pusilanimidad, Dios nos envía un torrente de inesperada alegría compensadora. Hoy esta divina dádiva ha sido el sol. Un sol cálido, confortante, esperanzador, de temprana primavera andaluza. No se siente ni pizca de frío, escribo con la ventana de la botica abierta, con el cuaderno bañado en sol, a mi memoria vienen recuerdos de otros días, que pasé en Sevilla, en Cádiz, en Granada, días ya lejanos en el tiempo. Cuando (era en abril), yo me recostaba en el banco de un jardín (el Alcázar, la Alambra) o en el asiento de un coche abierto, y entornando los párpados y dejándome indolentemente besuquear por el sol, me abandonaba a los brazos de la naturaleza, soñando sueños de amor y de eternidad, sueños vagos, imprecisos, informes pero agradables. Y acuden, también, a mi mente otras remembranzas, más remotas, todavía. Mis días infantiles, mis bellos días soleados y azules, verdes y blancos, y rojos en los que tumbado sobre la hierba de algún campillo manchego, alrededor de mi Ciudad Real, ya dejaba perderme mi imaginación, dulcemente, en la inmensidad del cielo y en la infinita velada de mí incierto porvenir. Ya, entonces, hacía yo versos. De entonces, de mis 14 o 15 años datan aquellas mis raudas y fugitivas inspiraciones, que yo o recibía del cielo con humildad, aquellas improvisaciones imprevistas, muchas de las cuales anoté en hojas de papel, y luego dejé perderse. La mayoría de las cuales ni me molesté en escribir siquiera. Una vez era:

"¡Ay, los versos no escritos

son los mejores versos!"

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y así seguía yo tejiendo mi rima asonantada. Otra vez decía:

"Pasaron pensamientos

y sonriente,

los dejé que huyeran".

Todas, en fin, eran ideas de calma, de pereza, de humildad. De serenidad y equilibrio. Mis actuales pensamientos básicos de Dios, de eternidad, de la vacuidad de las cosas humanas. De la ridiculez de la ambición humana, de la inutilidad de todo esfuerzo, de lo peligroso de casi todas las actividades, de la pequeñez de todo... todo esto germinaba ya bajo mi frente, bajo el sol. 13 de enero 1927

"La enciclopedia". No bien me siento hoy a trabajar (son las diez de la mañana) y continúo, pues, algo negligente, surge de lo alto de mi mismo, de no se donde, este atrayente título, para mí, tantísimas veces imaginado, periódico semanal. Me gusta más que el que imaginé primariamente: "El Pasatiempo", y no suena mal, suena eufónico, y aunque polisílabo, se presta a ser pronunciado rápidamente. Este detalle de aparente insignificancia, es, sin embargo de tener en cuenta, de tomar en consideración. Son muchas las cosas, minucias, y trivialidades a primera vista que, fijándose bien, contribuyen al triunfo o el fracaso de cualquier empresa intelectual, y mas si es periodística. Ya me figuro a los golfillos de la puerta del sol y calles adyacentes hacer prodigios y maravillas lingües, o, mejor dicho, linguales, a fin de pronunciar, de gritar vertiginosamente: ¡la Enciclopedia! No sé porqué, involuntariamente relaciono los dos títulos iguales, y las dos épocas distintas y los dos países afines. La Enciclopedia. La Revolución. Francia. Mi proyectada revista popular. La dictadura española. España.

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Dios quiera que para el renacimiento español de ahora, para el triunfo de los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, bien entendidos, no sea precisa la revolución, que la que por virtud de la voz de alerta del valiente y tranquilo Primo de Rivera, parece que ha empezado o aparecer en las conciencias y en las inteligencias españolas. En todo caso, difundir la cultura, la heterogénea y multiforme cultura, es obra que nos compete a los pensadores, a los intelectuales. Y ningún medio más a propósito para ello que un periódico como el que yo sueño. Y ningún título, aunque no sea original, tan adecuado, tan preciso como "La Enciclopedia" 9 de abril de 1927 (2 de la tarde)

Un rebuzno estrepitoso

perturba la paz mortal

de la aldea. ¡Qué tedioso

día, a través del cristal

¡Qué tarde, qué triste tarde,

qué tarde para morir!

Es una tarde cobarde,

de soledad, de sufrir.

Delante de mi ventana,

alegre vive un gorrión.

Pero yo no tengo gana,

hoy, de aprender su lección.

Que llevo el alma partida

Y el corazón destrozado,

y estoy buscando salida

de donde me han encerrado.

Fue el Destino, fue el destino

quién mi camino torció.

Iba yo por un camino...

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fue el destino, no fui yo.

Esta tarde nebulosa

rima bien con mi agonía.

La tierra es como una fosa,

si ha muerto la poesía.

(Los versos que siguen fueron tachados tal y como aparecen en el diario)

Hav que luchar, y vencer,

que ser duro, ser perverso.

Amar la riqueza, y ser

un enemigo del verso.

Es la vida. No es mi vida,

pero es de los demás.

No hay remedio. No hay salida.

¡Ah, Poeta! ¿a donde vas?

Mejor te mueras cantando,

como un triste ruiseñor,

Mejor te mueras rezando,

como Cristo, mejor.

La vida es cruel e ingrata

para todo el que la adora,

la vida es insensata

mujerzuela engañadora.

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1929

1 de enero 1929

Sobreponiéndome, no sin tener que realizar un gran esfuerzo, a las muchas preocupaciones que sobre mi pesan todavía, reanudo, esta noche, momentos antes de la cena, la redacción de estos cuadernos, otra vez con el decidido propósito, quizás mas firme que nunca de no dejar pasar ni un solo día sin anotar en ellos algunas impresiones, como repetidamente tengo escrito. Siempre, hasta ahora, mis propósitos de trabajo asiduo y perseverante fueron malogrados por imprevistos sucesos desagradables. La enfermedad de un ser querido, un serio contratiempo económico, paralizaron, durante días, en ocasiones durante muchos meses, mi actividad, amargaron mis esperanzas y enfriaron mis ilusiones. Esta última vez, desde la terrible salida de Neila, a fines de julio de 1927, o, mejor dicho, desde mucho antes de marchar, ya estaba yo temiendo y previendo aquel desenlace, todo este tiempo, casi dos años, lo he posado sin leer casi, sin escribir apenas, hundido en estado de diaria preocupación por nuestro porvenir y aún por nuestro presente, ya que nuestra situación económica, no obstante la ayuda de mi hermana, viene siendo realmente insostenible. Menos mal que Dios nos concedió entre tanta contrariedad, el enorme beneficio de la salud, hasta el punto de que puede decirse, que en estos dos años, casi ninguna enfermedad hemos padecido en casa, no siendo los dos sustos que nos dieron Angelito, uno, la noche que se nos quedo como muerto, después de cenar sin duda a causa de un enfriamiento repentino, al meterse en la cama, y el otro, la noche que se tragó la moneda de cinco céntimos y que expulsó "naturalmente" a los 15 días. Y no siendo, también los dos o tres días que temimos por la vida de Adelita, que sufrió un fuerte, pero no largo ataque gripal en el pasado mes. No han sido muchas dolencias, en fin, en una familia tan numerosa, como la nuestra. Hoy, gracias a Dios, aunque un poco tristes por no saber aún que giro tomará la farmacia, que aquí en Baracaldo, establecí, milagrosamente, a primeros del pasado mayo, todos entraron en el año nuevo con perfecta salud.

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Esto hace que mi intranquilidad actual, se me haga llevadera y tolerable, y que me decida, no sin un gran esfuerzo de voluntad a reemprender mi tarea cotidiana de emborronar estos cuadernos, además de disponerme a leer y a escribir, sin mas reposo que el tiempo que me robe el trabajo de la botica y los ratos que dedique a jugar con mis hijos, mi única expansión. En un año de labor ininterrumpida (si el Señor me permite realizarla), espero recobrar la inspiración, la soltura, la fuerza, la gracia de las cuales ya estaba casi en posesión completa, cuando las circunstancias me apartaron del camino literario por el que varias veces principié a andar. 2 de enero 1929

Llego a la noche de hoy casi desecho, rendidísimo, no ciertamente de mucho trabajar, sino de mucho pensar y sufrir. El despacho de la farmacia, ha aflojado un poco, cuando, por el mal tiempo que hace y por el pequeño aumento que ha habido en diciembre, perecía natural que continuara aumentando. De mi hermana recibo medianas noticias, de salud y de intereses. Los compromisos se suceden con rapidez, mejor dicho, se acumulan, sin serme, materialmente, posible atender a todos. Mi actividad diaria y mi trabajo, en tensión continua no pueden ser mayores. Más no puedo hacer, y sin embargo, sólo un milagro, puede salvarnos de otra inminente catástrofe económica. Yo lo espero, pues de milagro, puede decirse que vivo y viven mis hijos desde hace años. Tal vez siga, aún este mes aumentando el despacho. Quizás nos den la Sociedad de Altos Hornos. Las dos cosas son difíciles y cualquiera de las dos nos sacaría a flote en poco tiempo. Si no habrá que emprender una nueva vida, abandonar esta profesión, tan ingrata y desdichada, hasta ahora, para mí; marchar a otra parte, dedicarme a otra, a traducir, a dar clases, a escribir... Sea, pues, lo que Dios quiera. (Pasa cinco años sin escribir.)

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