Cuadernos Hispanoamericanos de Psicología. Volumen 11. Número 2

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Universidad El Bosque Bogotá Colombia Vol. 11 pp. 1 - 108 2011 ISSN 1657-3412 ISSN1657-3412 2 0 0 0 - 2 0 1 0 Comportamiento decada del 2

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Los Cuadernos Hispanoamericanos de Psicología son una publicación periódica que ha preferido identificarse con el nombre de Cuadernos pues están abiertos a inspeccionar y cubrir con mayor amplitud los horizontes de ciertos territorios de conocimiento, fundamentado en el proyecto educativo de la Universidad El Bosque; desde el modelo bio-psico-social y cultural. Se espera que esta publicación contribuya a ampliar las comunicaciones y cooperación entre los psicólogos, otros científicos y profesionales de Hispanoamérica e ibero América, tanto en el plano de la investigación, como en la formación de los estudiantes de psicología.

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UniversidadEl Bosque

BogotáColombia

Vol. 11 N° pp. 1 - 108 2011 ISSN 1657-3412

ISSN1657-3412

2000 - 2010

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Cuadernos Hispanoamericanos deP S I C O L O G Í A

Bogotá, D.C. • Colombia Julio - Diciembre 2011

ISSN 1657-3412

Volumen 11 Número 2

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Diagramación e Impresión:Editorial Kimpres Ltda.PBX: 413 6884www.kimpres.comBogotá, D.C. - Colombia2011

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DIRECTIVOSUNIVERSIDAD EL BOSQUE

2011

DR. JUAN CARLOS SÁNCHEZ PARISPRESIDENTE DEL CLAUSTRO

DR. CARLOS EDUARDO RANGEL GALVISPRESIDENTE CONSEJO DIRECTIVO

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DR. MIGUEL RUÍZ RUBIANO VICE - RECTOR ACADÉMICO

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MIEMBROSCONSEJO DIRECTIVO

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EDITORJosé Antonio Sánchez-González

EDITOR ASOCIADOErnesto Ravelo C.

COMITÉ EDITORIAL

Rosa María González Universidad de la Coruña - EspañaMauricio Bonilla Universidad El Bosque – ColombiaMaría del Rocío Hernández Pozo Ph.D Universidad Autónoma de México – IztacalaElverts Medellín Universidad Konrad LorenzLuz Anyela Morales Benemérita Universidad Autónoma de Puebla - México Ana María Salazar Universidad El Bosque – Colombia

COMITÉ CIENTÍFICO

María Isabel Díaz Universidad Abierta y a Distancia – EspañaAngélica Garzón Universidad El Bosque – ColombiaJosé Rodríguez Valderrama ColombiaCarlos Ruano Canadá

COMITÉ PUBLICACIONES FACULTAD DE PSICOLOgÍA

Eduardo Ponce de León María Fernanda Cala M.Sandra BriceñoClara Helena GutiérrezMaría Isabel GarcíaClaudia Hernández

CUADERNOS HISPANOAMERICANOS DE PSICOLOGÍA Volumen 11 Número 2

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5Cuadernos Hispanoamericanos de Psicología

CONTENIDO

Los artículos publicados en esta revista son responsabilidad del editor y los autores, la universidad no se responsabiliza por el contenido del material aquí publicado.Se autoriza la reproducción total o parcial de los artículos citando la fuente y el autor.

Papel del psicólogo en los equipos interdisciplinarios de trasplantes de órganosGloria María Berrío-Acosta y Viviana Angélica Burgos-Camacho ................................................ 7

Espiritualidad como variable asociada a la resilienciaMyriam Rodríguez, Martha Liliana Fernández, Mirna Luz Pérez y Reinaldo Noriega .................. 24

Significado terapéutico de la autoeficacia para un grupo de terapeutas clínicosJaneth Molina, Liz Alayón y Andrea Niño ....................................................................................... 50

Diseño de una prueba para medir compra compulsiva en población colombianaMaría Fernanda Cala- Mejía, María Margarita Beltrán- Ballén, Diana Marcela Cubillos- Nieto y Mónica María Molano- González .............................................. 69

Dinámica de las investigaciones referentes al uso de la bio-retroinformación en el rendimiento deportivo: un análisis bibliométricoMaría Clara Rodríguez, Carolina Rodríguez, Ángela María Torres y Catalina Urrego ................ 79

Efectos de señales incongruentes en el paradigma stop sobre los indicadores de inhibición SSRT y el número de erroresFidel Mauricio Bonilla Carreño, Andrés Camilo Ángel Cubillos, Paula Viviana Galvis-Jaramillo, Jorge Luis Pachón Bernal y Omar Alexander Rubiano ..................................... 93

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CONTENTS

Role of the Psychologist in Interdisciplinary Teams of Organs TransplantGloria María Berrío-Acosta and Viviana Angélica Burgos-Camacho ............................................ 7

Spirituality as a Variable linked to ResilienceMyriam Rodríguez, Martha Liliana Fernández, Mirna Luz Pérez and Reinaldo Noriega ............. 24

Therapeutic Meaning of Self- Efficacy for a Group of Clinical TherapistsJaneth Molina, Liz Alayón and Andrea Niño ................................................................................... 50

Design of a Test to Measure Compulsive Shopping in Colombian PopulationMaría Fernanda Cala- Mejía, María Margarita Beltrán- Ballén, Diana Marcela Cubillos- Nieto and Mónica María Molano- González ................................................................... 69

Dynamics of Research related to Feedback Appliance in Sports Performance: a Bibliometric AnalysisMaría Clara Rodríguez, Carolina Rodríguez, Ángela María Torres and Catalina Urrego ............ 79

Effects of Incongruent Signals in Stop Paradigm on the SSRT Inhibition Indicators and Number of ErrorsFidel Mauricio Bonilla Carreño, Andrés Camilo Ángel Cubillos, Paula Viviana Galvis-Jaramillo, Jorge Luis Pachón Bernal and Omar Alexander Rubiano ................................. 93

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CUADERNOS HISPANOAMERICANOS DE PSICOLOGÍA, Vol. 11 No. 2, 7-23

Papel del psicólogo en los equipos interdisciplinarios de trasplantes de órganos

Gloria María Berrío-Acosta, Viviana Angélica Burgos-Camacho

Universidad El Bosque

Recibido: Junio 2 de 2011. Aceptado: Agosto 5 de 2011

Nota del Autor

Esta investigación se realizó en la Facultad de Psicología de la Universidad El Bosque, Bogotá D.C., Colombia.

Gloria María Berrío-Acosta, Directora de trabajo de grado. Psicóloga, Especialista en Psi-cología de la Salud, Master en Bioética. Docente, Universidad El Bosque.Viviana Angélica Burgos-Camacho, Psicólogas, Especialistas en Psicología Clínica y de la Salud, Universidad El Bosque.

Personas de contacto: [email protected]; [email protected]

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Gloria María Berrío-Acosta, Viviana Angélica Burgos-Camacho

Resumen

El objetivo del artículo es describir el papel de los psicólogos en grupos inter-disciplinarios de trasplante de órganos. Se revisan los conceptos de enfermedad crónica, aspectos psicológicos, epidemiología y normatividad legal vigente en Colombia sobre trasplante de órganos. Además, se resalta el papel que desempeña el psicólogo en el proceso que implica un trasplante, el cual se relaciona princi-palmente con la valoración de los candidatos al mismo, ya que identifica aspectos psicológicos, adherencia previa a los tratamientos, calidad y disponibilidad de redes de apoyo, entre otras.

Palabras clave: trasplante de órganos, enfermedad crónica, psicología de la salud.

Abstract

The article aims to describe the role of psychologists in interdisciplinary groups of organ transplant. The concepts of chronic diseases, psychological aspects, epi-demiology and legal regulations in force in Colombia on organ transplantation are reviewed. Besides, it is highlighted the role of psychologists in the organ transplant process. This role is mainly related to the evaluation of candidates for transplant since it is the psychologist who identifies psychological aspects, previous adhe-rence to treatments, quality and availability of support networks, among others. Although studies mention the importance of psychological intervention in other stages of transplantation, this review found no empirical work performed.

Key Words: Organ Transplant, Chronic Disease, Health Psychology.

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PAPEL DEL PSICÓLOGO EN EQUIPOS INTERDISCIPLINARIOS

El objetivo central de este artículo es describir el papel que tiene el psicólogo en los grupos in-terdisciplinarios en instituciones prestadoras de salud que atienden la problemática de trasplante de órganos. Aquí, se debe entender esta práctica como la única opción de aquellos pacientes que padecen enfermedades crónicas, cuya supervivencia implica el remplazo de un órgano o tejido que presenta una falla terminal.

El trasplante de órganos es un fenómeno médico que desde hace varias décadas se viene incremen-tando de manera considerable debido al aumento de enfermos crónicos que lo requieren. Dicho fenómeno debe ser observado más allá de la perspectiva mé-dica, para centrarse en un modelo multidisciplinar que incluye una perspectiva biopsicosocial (Burgos, Amador y Ballesteros, 2007).

La necesidad de describir las funciones del psicólogo en una situación de enfermedad crónica se relaciona con los objetivos principales de los tratamientos médicos que pretenden no sólo la prolongación, sino la mejora de la calidad de vida de un paciente que se ve aquejado por una enfer-medad que está empobreciendo el desarrollo de sus actividades diarias y las habilidades propias. Esta situación disminuye el auto concepto y afecta el sentido de la vida, lo cual finalmente puede ter-minar provocando estados de depresión (Moreno y Ximénez, 1996).

Las enfermedades crónicas se han ido incre-mentando de forma importante durante las últimas décadas, convirtiéndose en un problema de salud pública. Son muchos los recursos económicos que anualmente los gobiernos, desde el sistema de salud, deben destinar para la atención a los pacientes que padecen alguna de estas patologías. Esto se debe a que las enfermedades crónicas incluyen el uso de tecnología más avanzada, la construcción de nuevos hospitales con altos niveles de atención y un recurso humano más especializado, lo cual ha llevado a que la acción asistencial se abra a los equipos interdisciplinarios que con sus diferentes

saberes contribuyen al manejo terapéutico integral y al bienestar de estos pacientes (Brannon y Feist, 2000).

En las últimas dos décadas, el trasplante ha sido considerado uno de los mayores avances de la me-dicina en la búsqueda no sólo de la recuperación de la salud, sino también para mejorar la calidad de vida de aquellas personas con enfermedades crónicas y/o terminales que incluyen la falla de algún órgano (Engle, 2001).

Según la Organización de Trasplantes de Estados Unidos, en el año 2009, el número de personas que esperaban un órgano era 106.816; y en el mismo año se hicieron 28.465 trasplantes (United Network for Organ Sharing, UNOS, 2009). En Colombia, según el informe publicado por la Coordinación Nacional de la Red de Donación y Trasplantes, el número de trasplantes realizados ha crecido de manera progre-siva durante los últimos tres años; en el año 2009 se llevaron a cabo 1165, y la lista de espera nacional al 31 de diciembre de 2009 era de 855 pacientes. Sin embargo, la cantidad de trasplantes es baja, en relación con el número de pacientes crónicos que podrían beneficiarse de dicho tratamiento (Red de Donación y Trasplantes, 2009).

El papel de los psicólogos puede ser, en parte, ayudar en la preparación de los pacientes que son candidatos a cirugía de trasplante y el apoyo psi-cosocial después de ésta. Una descripción de los procedimientos específicos usados en la evaluación y el tratamiento psicológico de los pacientes de trasplante de órganos, incluye el análisis de los aspectos biopsicosociales involucrados en este procedimiento, que cada vez es más frecuente dentro de las alternativas que ofrecen los sistemas sociales de salud para la preservación de la vida de las personas (Collins y Labott, 2007). Visualizar el papel relevante que puede desempeñar el psicólogo de la salud con este tipo de pacientes y sus familias abre espacios de acción para estos profesionales. Además, sus intervenciones permiten aumentar la calidad de vida y la adherencia al tratamiento de los

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pacientes que están en el proceso de trasplante, así como hacer un mejor uso de los escasos recursos económicos, del recurso humano, e incluso de los relacionados con los escasos donantes de órganos y tejidos en Colombia. Lo anterior permite la elección de los receptores y donantes más idóneos para este procedimiento, para quienes el trasplante será la mejor opción terapéutica a nivel médico y psicosocial.

Aspectos médicos, psicológicos y legislación sobre la donación

y el trasplante de órganos y tejidos

Las enfermedades crónicas van más allá de la patología médica en sí misma debido a su impacto en esferas como la psicológica y social. Quienes se enfrentan a una enfermedad crónica con frecuencia se encuentran atrapados entre una muerte segura y una vida que depende de tratamientos médicos para mantenerse biológicamente estables; sin embargo, se sienten temerosos ante la muerte y ante una vida que no pueden llevar de manera normal, puesto que a pesar de una apariencia sana, se perciben enfermos. Estos pacientes deben enfrentarse a un proceso psicológico fuerte derivado de la evidencia de que el tratamiento médico no curará la enferme-dad de fondo, lo que conlleva a aceptar sus propias limitaciones funcionales y seguir adelante con su vida (Alarcón, 2004).

Usualmente, el curso de la enfermedad crónica afecta en gran medida la calidad de vida tanto del paciente como de sus cuidadores. La adaptación a la enfermedad depende de múltiples factores como el género, la edad, las variables socioeconómicas, el nivel de escolaridad, el estado civil, el tiempo de diagnóstico, el tipo de tratamiento médico, la religión, el apoyo social, la personalidad y los es-tilos de afrontamiento, entre otros. De igual forma, el curso clínico de la enfermedad crónica depende de si esta enfermedad es vista más allá de la pers-pectiva biológica y se tienen en cuenta factores

psicosociales y culturales, para lo que es necesario el apoyo de la psicología como ciencia que estudia el comportamiento humano (Vinaccia, 2005).

Una alternativa médica a muchas enfermedades crónicas terminales, que hasta hace algunas décadas eran mortales porque quienes las padecían no tenían ninguna opción distinta a morir, es el trasplante de órganos. Si bien las enfermedades crónicas son multicausales, es un hecho que el comportamiento y los estilos de vida tienen una alta correlación en su desarrollo; su génesis depende, en gran parte, del comportamiento individual de las personas y; por esto, la psicología, como ciencia del compor-tamiento, se ha visto involucrada en los estudios e intervenciones en el ámbito sanitario (Brannon y Feist, 2000).

A pesar de la enfermedad, el dolor, los medica-mentos, los procedimientos y las citas médicas, el paciente crónico debe continuar con su vida normal. Así mismo, debe someterse a situaciones deshu-manizantes durante su valoración e intervención médica tales como la inestabilidad del personal, la complejidad y sobrecarga laboral, el desequilibrio en la formación académica de los profesionales de la salud, la despersonalización del enfermo, o las fallas en la interacción entre los profesionales de la salud, el paciente y su familia. Todo esto genera estrés psicológico adicional (Correa y Arrivillaga, 2007).

Trasplante de órganos y tejidos

El trasplante de órganos y tejidos ha demostra-do ser el mejor tratamiento médico para algunas enfermedades crónicas terminales, puesto que no solamente da una nueva oportunidad de vida a quie-nes la padecen, sino que también mejora la calidad de la misma (Burgos, Amador y Balleteros, 2007; Vinaccia, 2005; Alarcón, 2004).

Para Dienstag (2001), el trasplante es un procedi-miento médico complejo, que consiste en remplazar un órgano o tejido enfermo, por uno normal, que

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es recuperado de un donante. Otra alternativa es la división del injerto, donde el órgano del donante es dividido e insertado en dos o más receptores; en este procedimiento, que se realiza con donante vivo, se toma un órgano par (riñón o pulmón), ó parte de un órgano (hígado, páncreas ó intestino) del donante vivo para colocarlo en el receptor. Con el fin de superar la escasez de donantes de órganos, también se asumen procedimientos como el xenotrasplante; éste implica modificaciones genéticas de órganos de origen no humano; sin embargo, en Colombia, esta alternativa se encuentra en fase de investigación.

No todas las personas cumplen los criterios para ser receptores de un órgano donado. Dentro de las contraindicaciones absolutas para no aceptar a un paciente como candidato de trasplante, Dienstag (2001) incluye: enfermedades que impliquen amena-za de vida, infecciones por bacterias o por hongos, enfermedad pulmonar o coronaria preexistente o avanzada, múltiples anomalías congénitas incorre-gibles que amenacen la vida, abuso activo de drogas o alcohol, cualquier desorden psiquiátrico serio que no esté controlado, factores psicosociales adversos, daño cerebral irreversible e infección por VIH.

En este punto, cabe anotar que la edad (pacientes entre 60 e incluso 70 años, que resistan un suceso como el trasplante) es una contraindicación relati-va. De hecho, en pacientes ancianos se debe poner especial esmero en la evaluación pre-quirúrgica para excluir una enfermedad cardíaca isquémica.

Después de que es sometido a todas las pruebas que le permitirán ser candidato para el trasplante de un órgano y haber vivido con el estrés propio de este proceso, el paciente es inscrito en la lista de espera para ser receptor del órgano a transplantar. Luego, debe regresar a su rutina habitual con los respectivos cuidados para mantener el estado actual de salud. De este modo, no empeorará; de lo con-trario, puede ser retirado de la lista de candidatos, cuya espera puede ser de días, meses, e incluso años (Alarcón, 2004).

Como el procedimiento del trasplante implica el implante de un órgano que no pertenece al cuerpo, éste suele protegerse a sí mismo por medio de su sistema inmunológico. Para evitar el rechazo del órgano trasplantado, el paciente es sometido de por vida a terapia inmunosupresora. El rechazo hacia el órgano trasplantado es la complicación más temida en el trasplante, ya que cuando se presenta de forma crónica, existe un alto riesgo de perder el órgano, y hasta la vida (Abreu, Niño, Rodríguez, Girón, Bohórquez y Aparicio, s.f; Collins, 2001; Bohórquez, Varón y Caicedo, 2006).

El desarrollo en la terapia inmunosupresora ha implicado un impacto significativo en la super-vivencia del órgano y del paciente trasplantado. La introducción en el año 1980 de la Ciclospo-rina fue un evento que hizo que el trasplante de órganos fuese una opción clínica razonable; este medicamento inhibe la activación temprana de las células T, que son las responsables, en la mayoría de casos, de estos episodios de rechazo (Dienstag, 2001; Muir, 2001). Sin embargo, en la actualidad, más del 70% de los pacientes aún presentan rechazo celular agudo. Además, entre el 5 y el 10% de estos pacientes desarrollan rechazo crónico y repetidos episodios de rechazo celular agudo.

Normalmente, la inmunosupresión es una terapia combinada con diferentes agentes que tienen diversos mecanismos, para ayudar a minimizar los efectos adversos de cualquier droga individual. A pesar de esto, el manejo de efectos secundarios permanece todavía como un componente importante en la terapia inmunosupresora.

En este orden de ideas, Muir (2001) hace una descripción de cada uno de estos medicamentos, cómo actúan y sus efectos adversos:

Corticoides: son un componente clave en la terapia de inmunosupresión en la etapa inicial del pos-trasplante; además, sirven para contrarrestar la presencia de un rechazo celular agudo. Debido a los efectos secundarios de los cortico-esteroides, se

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han realizado importantes esfuerzos en disminuir o eliminar su uso dentro de los regímenes de in-munosupresión. En un episodio agudo de rechazo, por el uso prolongado de estos componentes, es probable que ocurran sucesos como la hiperglicemia y el deterioro neurológico (que puede ir desde el insomnio a la psicosis). Además, el estímulo del apetito es bastante común, lo que conlleva a que los pacientes aumenten de peso de forma conside-rable. Así mismo, el uso prolongado de esteroides conlleva dolencias tales como: la osteoporosis, las cataratas, la miopatía, la acumulación de grasa en cara y cuello, el acné, dificultad para dormir, aumento de vello en brazos y cara, sensibilidad al sol, dolor en las articulaciones, etc. La rápida disminución o la repentina eliminación de los este-roides pueden resultar en insuficiencia suprarrenal aguda, con síntomas como: hipotensión, letargo, náuseas, vómito, anorexia, dolor de cabeza, fiebre y dermatitis, entre otras.

Ciclosporina (Neoral y Sandimmun): con este medicamento se busca bloquear, en parte, las reac-ciones de defensa del sistema inmune que se pueden presentar ante el órgano extraño en un trasplante. El rechazo de un órgano se puede generar incluso después de años de tratamiento, por lo que éste jamás se debe interrumpir (Novartis, 1996). Para prevenir alteraciones en los niveles de esta droga, el paciente debe tomarla en el mismo intervalo, des-pués de cada comida. La variabilidad asociada con la Ciclosporina requiere un frecuente monitoreo de los niveles completos del medicamento pues puede producir hipertensión, hipomagnesemia, nefrotoxi-cidad, aumento de vello en brazos y cara, dolor de cabeza, náuseas, diarrea y disminución del apetito, pérdida de la memoria, inflamación de las encías, etc. Si estos síntomas persisten, se debe disminuir la dosis o cambiar el medicamento. Otros efectos secundarios pueden ser la neurotoxicidad, que in-cluye síntomas como alteración del estado mental, polineuropatía motora, disartria, alucinaciones, ataques, ceguera cortical, entre otras. También, se

encuentra la hepatoxicidad, la cual se asocia con altos niveles de Ciclosporina en el cuerpo.

Tracolimus (Prograf): este inmunosupresor es más potente que la Ciclosporina; por lo tanto, puede cau-sar mayores efectos adversos como: nefrotoxicidad, neurotoxicidad, hiperkalemia, hipomagnesemia y diabetes, dolor de cabeza, temblor, estreñimiento, hipertensión, anemia, disminución de plaquetas y aumento de glóbulos blancos, además de cardio-miopatía reportada en niños. Algunos efectos ad-versos, como la hiperplasia gingival, tienen menor prevalencia con este medicamento.

Micofelonato Mofetil (CellCept): este medica-mento se ha utilizado como una alternativa al uso de la Azatioprina en el trasplante de hígado, ya que el Micofelonato Mofetil disminuye la producción de glóbulos blancos de una forma más selectiva que la Azatioprina. Este fármaco no debe ser usado en conjunto con Azatioprina ya que pueden inducir depresión en la médula ósea. Cabe anotar que a los pacientes que incluyen este medicamento en su tratamiento se les debe realizar hemogramas completos una vez por semana. Como efectos se-cundarios del Micofelonato Mofetil, se conocen los siguientes: posible desarrollo de gastritis, hemorragia gastrointestinal, náuseas, anorexia, diarrea, anemia, temblor, ansiedad, depresión, insomnio, mareos y edema pulmonar.

Epidemiología sobre donación y trasplante de órganos y tejidos

En el año 2009, Colombia tuvo una tasa de dona-ción de 12.3 donantes por cada millón de habitantes; para Bogotá, en ese mismo año, esta cifra fue de 201 donantes por cada millón de habitantes, superando la obtenida en el 2008, la cual fue de 182 donantes. En este punto, vale la pena mencionar que la media mundial la encabeza España con 35 donantes por cada millón de población.

Durante el año 2009 se realizaron en Bogotá 350 trasplantes renales, 97 trasplantes hepáticos, 12

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trasplantes de corazón y 7 trasplantes combinados hígado-riñón, para un total de 466 trasplantados; así mismo, se debe señalar que, en los últimos 9 años, 3398 personas han sobrevivido gracias a los trasplantes de órganos y tejidos.

En Colombia, el número de trasplantes de cora-zón, para el año 2007, fue de 18, mientras que, en el año 2009, 12 pacientes se beneficiaron con esta alternativa (Red de Donación y Trasplantes, 2009). En Bogotá, se incrementó el número de trasplantes de riñón de 121 en el 2005 a 350 en el 2009, y en cuanto al número de trasplantes de hígado, se pasó de 20 en el año 2005 a un total de 97 en el 2009 (Secretaría Distrital de Salud, 2008). A diciembre 31 de 2009, la lista de espera nacional tenía un total de 855 pacientes, de los cuales 472 se encontraban en Bogotá (Red de Donación y Trasplantes, 2009).

Aspectos psicológicos del trasplante de órganos y tejidos

La intervención de los psicólogos en el proceso de trasplante de órganos no debe limitarse exclusi-vamente a las acciones de evaluación, pues una vez son detectados los problemas de tipo conductual, cognoscitivo, actitudinal y/o relacional que han sido interpretados como riesgos para la evolución satisfactoria del trasplante, se debe realizar inter-vención con la persona enferma o con la familia, tanto en la valoración pre-trasplante, como durante el período de espera del órgano y la etapa posterior al trasplante (Gómez, 2007).

Según Remur, Aranz y Ulla (2003), la intervención del psicólogo en el proceso de trasplante se puede dividir en 4 momentos. El primero es la evaluación psicosocial para la inclusión en la lista de espera, el segundo es el período de acompañamiento y seguimiento en el tiempo pre quirúrgico. Los dos últimos son el post-trasplante inmediato y el tardío, respectivamente.

El hecho de que la intervención psicológica se haga en diferentes momentos permite describir las

acciones propias del psicólogo de la salud en cada fase. Algunas de estas acciones son de tipo general; entre éstas se destacan: la evaluación, la psicoterapia para el manejo de respuestas emocionales (ansiedad, ira y depresión, entre otras) y el acompañamiento al paciente, según el tipo de trasplante (corazón, hígado, riñón, etc.).

El objetivo de la valoración psicológica realizada en el período de evaluación a los pacientes que son candidatos a trasplante, es identificar el grado de tolerancia al manejo de las condiciones posteriores al trasplante. En este sentido, se evalúa la adhe-rencia a los medicamentos, al autocuidado, a los controles médicos y a la capacidad de afrontar y solucionar eventos que puedan ocurrir en relación con el trasplante como por ejemplo, las infecciones oportunistas. Otro objetivo importante es la evalua-ción, tanto de la existencia como de la capacidad y calidad de apoyo de la red familiar y social, las cuales permitan que la probabilidad de éxito del trasplante sea mayor (Remur, Aranz y Ulla, 2003).

Respecto a la intervención con la familia del pa-ciente, ésta se ha limitado al proceso de evaluación e intervención del paciente; sin embargo, es impor-tante que se evalúen, en el grupo familiar, aspectos tales como: el sistema de creencias, las actitudes y las atribuciones que tienen hacia el paciente, su enfermedad, el proceso de hospitalización, el equipo médico y las conductas saludables. También, es relevante estudiar los estilos de afrontamiento del grupo familiar, los roles que desempeñan en éste, los modelos de comunicación y; por último, detectar otros aspectos que sean de riesgo psicológico para el mantenimiento de la enfermedad o factores protec-tores, puesto que las redes de apoyo familiar o social juegan un papel fundamental en la recuperación de la funcionalidad, la autonomía, la autoeficacia y la autoestima del paciente (Gómez, 2007).

El hecho de ingresar al período de espera del órga-no implica una inmensa tensión emocional, tanto para el paciente receptor como para su familia. De hecho, ésta constituye la razón más importante para justificar

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la continuidad en el proceso de acompañamiento psicoterapéutico, donde se busca el fortalecimiento de los procesos de autocontrol. En esta etapa, el seguimiento por parte del psicólogo se realiza en forma alterna al seguimiento realizado por el cuerpo médico. Así bien, el acompañamiento psicológico es una estrategia para verificar el mantenimiento de los estilos de vida saludables para que no se ponga en riesgo la permanencia de los pacientes en lista de espera y la posibilidad de acceder al trasplante de forma oportuna (Gómez, 2007).

Durante la espera, es común que se presenten algunas respuestas y conductas como: depresión, ansiedad e irritabilidad, conductas hostiles, falta de cooperación y dependencia excesiva; no obstante, también se puede presentar una conducta de nega-ción de la gravedad de la enfermedad al momento de ingresar a la lista de espera para evitar el estrés de dicho proceso. Esto genera incumplimiento de los regímenes médicos, amenazas de abandono de la lista de espera y negación a aceptar la posibilidad de complicaciones potenciales o de malos resultados. Los pacientes suelen abatirse emocionalmente, razón por la cual pierden el optimismo y la esperanza y se generan en ellos expresiones de disgusto, rabia e insatisfacción hacia sus cuidadores y apoyos sociales (Alarcón, 2004).

Además, el individuo debe adaptarse a un nuevo estado y; por ende, debe tomar conciencia y asumir el rol de paciente. Debe acomodarse a los regímenes médicos y, en especial, al tratamiento inmunosu-presor y sus efectos secundarios. Estos terminan repercutiendo en la autoimagen del sujeto, quien debe apropiarse de los mismos y entender que hacen parte de un proceso que le sirve para poder llevar una nueva vida. Aquí, vale la pena mencionar que es muy importante que el paciente tenga autocontrol y maneje por sí mismo los regímenes de su trata-miento en la etapa post-trasplante. De esta forma, se incrementa el sentido de la responsabilidad en el cuidado de la salud y en la evolución adecuada del trasplante (Abreu et al., s.f).

Ahora bien, la evaluación de la habilidad fun-cional en la enfermedad se divide en dos aspectos fundamentales: la capacidad de autocuidado perso-nal y la capacidad de movimiento y desplazamiento del individuo; ambos contribuyen a que la persona se perciba a sí misma, no sólo como un organismo enfermo, sino como una persona en interacción, como un agente social que se pregunta constan-temente por las repercusiones de los cuidados médicos y por sus necesidades sociales (Moreno y Ximénez, 1996).

Respecto a esta etapa post-trasplante, Alarcón (2004) señala los siguientes aspectos:1. Es una etapa que se puede dividir en dos momentos:

el post trasplante inmediato y el post trasplante tardío. El primero comprende desde el momento del trasplante hasta el cumplimiento del primer mes; es la época más difícil a nivel médico, in-munológico y quirúrgico ya que el paciente está realizando un constante esfuerzo emocional para afrontar las angustias que supone un trasplante. Además, debe enfrentarse al inicio de la terapia inmunosuporesora y al dolor post-operatorio que, si no es manejado de forma adecuada, puede causar otro tipo de malestar, como ansiedad e insomnio. En este punto, cabe mencionar que, en esta etapa, la mejor forma de ayudar al paciente es con una buena educación sobre los medicamentos y sus efectos secundarios; le puede generar alivio llegar a entender que aunque muchos de estos son espe-rables, irán disminuyendo de forma gradual. Otra forma de apoyo es la visita de pacientes que ya han sido sometidos y han superado exitosamente el proceso de trasplante.

El momento de post-trasplante tardío es definido como el período comprendido desde el primer mes posterior al trasplante en adelante. Aquí, resulta importante que el sujeto asimile que tiene el órgano de otra persona y su respuesta cognitiva y emocional se movilice para hacerle frente a las situaciones nuevas que debe afrontar en el ámbito físico, funcional y psicosocial.

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2. A medida que va transcurriendo esta etapa del post-trasplante se presentan otras dificultades. Por ejemplo, puede citarse el choque que se da entre el paciente y las personas que lo rodean; lo anterior puede darse porque el primero se va adaptando nuevamente a su independencia y adopta el estilo de vida correspondiente, mientras que los demás pueden seguir tratándolo como una persona enferma y dependiente.

3. Además de la angustia y el estrés que los pacientes y sus familias deben afrontar ante la expectativa de los resultados de la cirugía y el posterior ma-nejo del impacto de los efectos secundarios del tratamiento, muchas veces les cuesta reconocer la posibilidad de nuevas adversidades, como nuevas cirugías u hospitalizaciones; también, deben asumir un cambio en los roles con el fin de cumplir obligaciones de diversos tipos, entre ellas las económicas, lo que genera una tensión adicional en las relaciones familiares. Adicionalmente, el paciente debe enfrentar di-versas exigencias. Por ejemplo, puede tener que permanecer en un ambiente médico complicado por largos períodos, o someterse a un seguimien-to frecuente. Así mismo, existe la posibilidad de que tenga que enfrentarse a un rechazo del injerto. Además, tiene que comprender que está sometido a un constante riesgo de infecciones a causa de la terapia inmunosupresora. Por último, tiene que modificar sus conductas con respecto a la dieta o a la actividad física con el fin de cuidarse a sí mismo y, obviamente, al órgano trasplantado.La calidad de vida en el período del post trasplan-

te mejora considerablemente, sobre todo cuando, después de un tiempo, los pacientes descubren que pueden regresar al trabajo y desarrollar actividades de su interés. Sin embargo, el mejoramiento de la calidad de vida es relativo, ya que este tratamiento médico introduce al paciente en un nuevo problema: debe enfrentarse a la terapia inmunosupresora y sus efectos secundarios (alteraciones metabólicas, procesos infecciosos y cambios en la apariencia

física, que son ocasionados por el aumento de peso, el acné y las heridas). Dentro de este período post-trasplante, también es común que el paciente presente algunas reacciones de tipo emocional (angustia, ansiedad, depresión e irritabilidad) que pueden ser displacenteras para él y para quienes lo rodean (Alarcón, 2004).

Legislación en donación y trasplante de órganos y tejidos

En Colombia, la donación de órganos y tejidos con fines de trasplante es libre, voluntaria y solidaria. Y, en esencia, es un acto altruista y gratuito, puesto que los componentes anatómicos no se comercializan y los procedimientos médicos quirúrgicos relacio-nados con el trasplante están cubiertos por el Plan Obligatorio de Salud –POS-. Cualquier persona viva, o después de su fallecimiento, puede ser donante, sin importar la edad, el sexo, la etnia o la religión (Instituto Nacional de Salud, 2004).

Con la Ley 9 de 1979 (Título IX, Artículos del 540 al 543), se establecen las primeras determi-naciones del Ministerio de Salud para el proceso de donación de Órganos y Tejidos con fines de Trasplantes. En la Ley 73 de 1988 se adicionan y se dan nuevas disposiciones a la anterior ley. Lo más relevante al respecto es la presunción legal de la donación, el proceso para ser donante de órganos y tejidos, el orden consanguíneo de los deudos para el consentimiento a la donación y la prohibición al lucro con la donación de los órganos y/o tejidos (Instituto Nacional de Salud, 1979, 1988).

En lo que atañe a la comercialización de com-ponentes anatómicos humanos para trasplante, la Ley 919 de 2004 prohíbe dicha práctica y el tráfi-co de órganos se tipifica como delito. Una de las legislaciones más importantes es el Decreto 2493 de 2004, el cual “regula la obtención, donación, preservación, almacenamiento, transporte, destino y disposición final de componentes anatómicos y los procedimientos de trasplante o implante de los mismos en seres humanos”. Otro de los hitos

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importantes que marca esta Ley es la creación y puesta en marcha de la Red de Donación y Trasplante (Instituto Nacional de Salud, 2004).

El Decreto 2493 de 2004 establece que es posible donar antes o después de la muerte y que la decisión de ser donante se puede tomar en cualquier momento. Hay dos tipos de donantes: el donante vivo, que es aquella persona que efectúa la donación en vida de órganos (un riñón o segmentos de hígado, páncreas ó intestino) y de tejidos, para ayudar a algún familiar (donante vivo relacionado), previo consentimiento informado de los riesgos para su estado de salud. El otro tipo de donante es el ser humano que ha fallecido, bien sea por el cese de las funciones cardio-respiratorias o por muerte encefálica; a estos donantes se les denomina donantes cadavéricos. En este orden de ideas, vale la pena mencionar que después de confirmarse la muerte encefálica del donante, y con el fin de hacer la debida utilización de los órganos para el trasplante, se deben seguir dos parámetros, según los Artículos 16 y 17 del decreto mencionado. Primero, el trasplante se puede realizar sólo si se ha garantizado y asegurado el proceso de consentimiento informado del donante, a través de instrumento notarial, documento privado, o carné único nacional de donación de componentes anatómicos. A falta de dichos documentos, se debe contar con la autorización de los deudos responsa-bles de la donación, quienes deben ser mayores de edad y civilmente capaces (donante y deudos) al momento de expresar su voluntad. Segundo, se obra de acuerdo con la presunción legal de donación, de conformidad con el artículo 2° de la Ley 73 de 1988 (Instituto Nacional de Salud, 1988, 2004).

Ahora bien, a pesar de que se presume que todos los ciudadanos colombianos son donantes, es muy importante que esta decisión sea conocida por la familia para que se pueda respetar la voluntad del donante cuando fallezca. Salvo los casos en los que la donación se puede hacer en vida, como los trasplantes de riñón o de segmentos de hígado o páncreas, la donación de órganos y tejidos se cumple

sólo después de la muerte. Se pueden donar órganos como el corazón, los pulmones, el hígado, los riño-nes, el páncreas y el intestino; y tejidos como las córneas, la piel, los huesos, los vasos sanguíneos, las válvulas cardíacas, los cartílagos, los tendones y los nervios. Cabe anotar que por cada donante de órganos y tejidos se pueden beneficiar hasta 55 pacientes. Todo aquel que quiera manifestar en vida su deseo de ser donante voluntario de órganos y tejidos, puede hacerlo obteniendo el Carnet Único Nacional de Donante de Componentes Anatómicos. Es necesario señalar que los datos suministrados al momento de solicitar la inscripción a la Red de Donación y Trasplantes, son resguardados en una base de datos confidencial y no se realiza ningún tipo de exámenes. Lo más importante es que la familia conozca el deseo de ser donante, ya que son ellos quienes, finalmente, se encargan de hacer cumplir la voluntad del donante al momento de fallecer (Red de Donación y Trasplantes, 2009).

Papel del psicólogo en programas de trasplante de órganos

El incremento de trasplantes de órganos en el mundo ha motivado el desarrollo de investigaciones cuyo objetivo es evaluar, describir y comprender algunos aspectos psicológicos relacionados con ese procedimiento médico. Investigaciones referencia-das por Saks (1987), Collins y Labott (2007), han demostrado que el psicólogo es un apoyo durante la valoración de los candidatos a trasplantes. No obstante, éste también juega un papel crucial en el acompañamiento del paciente y sus familiares du-rante la espera del trasplante y en el post-trasplante inmediato y tardío.

Por otra parte, y teniendo en cuenta el contexto conocido sobre la historia natural de la enfermedad y los factores clínicos de la misma que impactan la expectativa y la calidad de vida, la selección de los pacientes más apropiados para este procedimiento constituye el mayor desafío en lo que respecta a los

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trasplantes. La evaluación de estos problemas son el paso más crítico para remitir a un paciente a un programa de trasplante (Rockey, 2001).

Según Brannon y Feist (2000), dentro de la labor que realizan los psicólogos de la salud en los centros hospitalarios, se encuentra el trabajo alternativo a tratamientos farmacológicos, tratamientos primarios a trastornos físicos, que responden a intervenciones conductuales, así como tratamientos psicológicos auxiliares, como las intervenciones, a pacientes hospitalizados, intervenciones para mejorar las tasas de adherencia a los regímenes médicos y proveer elementos de evaluación con la aplicación de test psicológicos y neuropsicológicos.

Uno de los campos específicos de intervención de los psicólogos de la salud en el ámbito sanitario, es el acompañamiento y valoración psicosocial a pacientes que son candidatos a cirugía y, específicamente, a aquellos que son candidatos a una cirugía mayor, como el trasplante de órganos. Estas acciones son fundamentales debido a la escasez de donantes y a los altos costos de este procedimiento médico, tanto a nivel quirúrgico, como por los medicamentos e intervenciones que deben seguir de por vida los pacientes que se benefician del trasplante. Entonces, la valoración debe garantizar que se seleccionen los mejores candidatos; es decir, aquellos que presenten determinadas características para pronosticar que van a tener los cuidados propios en el post-operatorio, lo que garantiza el éxito del trasplante (Remur, Aranz y Ulla, 2003).

En estos casos, la labor del psicólogo de la salud es evaluar características de personalidad del paciente (presencia o ausencia de rasgos psicopatológicos re-levantes), para tener en cuenta el manejo de posibles complicaciones por enfermedad mental. También, se busca evaluar las estrategias de afrontamiento e historial de adherencia a tratamientos médicos de los pacientes que son candidatos a trasplantes, su estilo de vida, aspectos cognoscitivos (nivel de razonamiento lógico y de comprensión) y la relación con otros riesgos de carácter emocional

o psicopatológico. Lo anterior porque todos son factores asociados al cumplimiento inadecuado o al incumplimiento absoluto de indicaciones terapéuti-cas que permitan garantizar el éxito del trasplante (Gómez, 2007; Remur, Aranz y Ulla, 2003).

En lo que respecta a los requisitos de habilitación de los hospitales de cuarto nivel, que son los que cuentan con servicios de trasplante de órganos, la legislación no contempla que se cuente con un profesional de la psicología. Sin embargo, expe-riencias en otros países han demostrado el amplio campo de intervención que tiene esta ciencia del comportamiento en el seguimiento, evaluación y acompañamiento de los pacientes crónicos que son candidatos a este tipo de procedimiento médico.

En este punto, debe hacerse alusión al estudio realizado por Goetzmann et al. (2006), cuyo fin era evaluar el bienestar psicosocial de los pacientes candidatos a trasplante de hígado y su necesidad de acompañamiento psicosocial. Se encontró que se necesita asesoría psicosocial durante el proce-so de evaluación de trasplante de hígado, que se asocia con la personalidad y la edad, así como con los parámetros somáticos. Por otra parte, hay replanteamiento de la visión del paciente durante el período de espera, puesto debe manejar su vida cotidiana y la ansiedad, centrando sus esfuerzos en mantener una visión positiva y vivir un día a la vez.

Aunque el bienestar psicosocial de los pacientes es relativamente estable, no debe dejarse de lado el hecho de que la tensión continúa después del ingreso a la lista de espera; alrededor de un 16% de quienes esperan un trasplante de hígado expre-san que necesitan asesoría, lo cual implica que es necesario desarrollar una intervención psicosocial (Goetzmann et al., 2006).

En la investigación realizada por Engle (2001), se describe el estado actual y las limitaciones del proceso de trasplante de órganos. Se anota que éste se ha vuelto un procedimiento médico rutinario, que si bien no es una cura en la fase terminal de una enfermedad crónica que requiere el cambio

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del órgano afectado, sí es una alternativa para el tratamiento de problemas médicos y psicosociales. El autor señala que tanto los candidatos a trasplante, como los receptores del mismo, presentan problemas psicosociales. Entre éstos se incluyen: diagnósticos psiquiátricos de psicopatología, dificultades en el ajuste individual y familiar, disfunción sexual, bajas tasas de retorno al trabajo y fallas en la adherencia a los tratamientos y los regímenes médicos. La in-vestigación muestra la necesidad de intervenciones, en cada una de estas áreas problema. No obstante, esto se establece de forma empírica, puesto que hay muy pocos estudios que identifiquen este tipo de problemas de tipo psicosocial. Probablemente, lo anterior se debe a que estos problemas, tanto en candidatos como en trasplantados, no se reportan de forma sistemática. El artículo concluye con una recomendación acerca de la necesidad de aumentar los esfuerzos encaminados a realizar investigaciones dirigidas a la intervención en las áreas del problema.

Además, los estudios realizados por Mary Ellen Olbrisch, psicóloga PhD del Colegio Público Médico Universitario de Virginia (Olbrisch, Levenson y Hamer, 1998; Olbrisch y Levenson, 1991), señalan que la labor de los psicólogos en los grupos mul-tidisciplinarios de trasplantes es determinar cuáles pacientes son buenos candidatos para recibir un nuevo órgano. Se tienen en cuenta lo que implican las decisiones de vida o muerte a las que estos, por su enfermedad crónica, se ven enfrentados.

Por otro lado, un estudio realizado por una Insti-tución Prestadora de Servicios de Salud – I.P.S – de cuarto nivel de atención en la ciudad de Bogotá, Colombia, que cuenta con servicio de trasplante de órganos, señala que, en una unidad de trasplantes de órganos, el psicólogo de la salud debe evaluar las características de personalidad de los pacientes candidatos a trasplante, sus estrategias de afronta-miento, la historia previa de adherencia a los pro-cesos de autocuidado, el estilo de vida y los riesgos por eventos críticos, anteriores o actuales, a nivel emocional y psicopatológico. Así, el psicólogo podrá

identificar la mayor probabilidad de tolerancia al manejo de las circunstancias posteriores al trasplante (la adherencia a los medicamentos, las conductas de autocuidado, el cumplimiento de los controles médicos y la capacidad de afrontar y solucionar situaciones adversas asociadas al trasplante). En conclusión, la evaluación clínica del candidato a trasplante debe proporcionar información con respecto al nivel previo y actual de la adaptación psicológica, la evaluación de psicopatologías clí-nicamente significativas, la identificación de la estabilidad y el nivel de satisfacción, así como la disponibilidad del apoyo social y; por último, evaluar la valoración del candidato y sus familiares, tanto de los acontecimientos como de los requerimientos del trasplante y sus cuidados posteriores (Gómez, 2007).

Así mismo, la investigación desarrollada por Burgos, Amador y Ballesteros (2007) pone de manifiesto la necesidad de crear estrategias de prevención tendientes a lograr el regreso de los pacientes al trabajo. Lo anterior porque estudios anteriores han señalado que son pocos los pacientes que regresan al trabajo, o algunos lo retoman, pero manifiestan poco interés en él. Estos autores tam-bién recomiendan profundizar en el impacto que el trasplante tiene en la calidad y el estilo de vida de los familiares y/o cuidadores del paciente, ya que observaron que estas personas tienen la necesidad de contar su experiencia y la forma como el trasplante hepático ha modificado sus relaciones familiares y la calidad de vida. Por último, señalan que es im-portante dar a conocer la importancia del soporte psicológico en las etapas pre y post trasplante en los centros de trasplante, ya que de esto depende que el aparato psíquico asuma la nueva condición. De este modo, y a pesar de los sacrificios y las condiciones propias del trasplante, los pacientes pueden tener una calidad de vida adecuada.

En la última década, ha habido un mayor interés en definir y medir el concepto de calidad de vida en salud. De ahí que se hayan realizado investiga-ciones, específicamente en relación con un trata-

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miento como el trasplante, con el fin de analizar el impacto de este procedimiento en la calidad de vida. Cabe mencionar que dichos estudios se han desarrollado en varios centros de trasplante de Norte América y Europa (Insensé, Vilardell, Aranzabal y Lago, 1999). Uno de estos estudios es el realizado por Kizilisik et al. (2001), quienes hicieron un seguimiento de 30 pacientes con 10 años de post-trasplante hepático y terapia inmunosupresora. Los investigadores encontraron que, en gran parte, la calidad de vida de estos pacientes se relaciona con la presencia o ausencia de complicaciones físicas asociadas con la terapia inmunosupresora. Entre dichas complicaciones se encuentran la hipertensión, la osteoporosis, la diabetes, la neurotoxicidad, la toxicidad y la falla renal, que declinan después del primer año de post-trasplante; la exposición al sol fue otro factor importante, ya que estos pacientes pueden desarrollar cáncer de piel. Sin embargo, a pesar de estos efectos adversos, el trasplante no sólo mejora la supervivencia, sino que implica un mejoramiento en la calidad de vida.

Es importante resaltar que, además de estos efec-tos secundarios propios de la inmunosupresión, los pacientes con trasplante de hígado deben someterse al temor que generan otras complicaciones a largo plazo (después de 5 o más años de post-trasplante) por causa de esta terapia y de cómo estos afectarán la calidad de vida y el cumplimiento de los regíme-nes médicos. Estas complicaciones son: falla renal y hepática aguda, enfermedades gastrointestinales, diferentes tipos de cáncer como leucemia, linfoma o tumores en el sistema endocrino, cáncer de piel, enfermedades músculo esqueléticas como tendinitis, ruptura de los tendones, dolor de huesos, fractura y complicaciones oftalmológicas como cataratas, miopía o glaucoma (Rao, 1998).

Las anteriores complicaciones y los efectos secundarios, como temblor, aumento de vello, acumulación de grasa, hipertensión, osteoporosis, desarrollo de gastritis, nausea, anorexia, diarrea, anemia, ansiedad, depresión, insomnio, inflamación

de las encías, entre otros, y la forma como éstas in-terfieren en la calidad de vida percibida, constituyen una de las mayores inquietudes a la hora de tomar la decisión de realizar o no el trasplante. Entonces, se debe evaluar si la idea de tener una vida nueva es suficientemente fuerte para aceptar este tipo de complicaciones, con las que el paciente tendrá que convivir de por vida.

Por otro lado, Belle et al. (1997) realizaron un estudio sobre los cambios en la calidad de vida después del trasplante de hígado en 364 adultos de 3 centros de trasplantes de Norte América, antes y 1 año después de la cirugía. Evaluaron 5 dominios (medidas de enfermedad, aflicción psicológica, funcionamiento del bienestar personal, rol y función social, y percepción general de salud) median-te un cuestionario estandarizado. Los resultados permitieron ver una disminución de los síntomas relacionados con la enfermedad y bajos niveles de malestar general. Todas las medidas del funciona-miento personal mejoraron significativamente, al igual que las de rol y función social; el 58% de los pacientes regresaron al trabajo y al colegio, y la percepción de la salud mejoró notoriamente.

Con respecto a la calidad de vida, relacionada con el pronóstico para el trasplante, Küchler (1999) realizó un estudio longitudinal por espacio de 10 años. 248 pacientes que fueron monitoreados por un mínimo de 1 año y un máximo de 10 años de pos-trasplante. De este estudio, cuyo objetivo era definir cómo el pronóstico influía en la calidad de vida, se reportan importantes resultados como: 1. La calidad de vida en los primeros años de su-

pervivencia va de buena a excelente.2. El momento de la enfermedad en el cual se decide

realizar el trasplante es el criterio más válido para una larga supervivencia en el post-trasplante.

3. El apoyo psicosocial mejora la calidad de vida y es el segundo criterio más significativo para el buen pronóstico no médico.

4. En la evaluación de la calidad de vida, aún se discute la relevancia de la evaluación subjetiva

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del paciente sobre la evaluación objetiva, así como la importancia que tiene la situación de la enfermedad y el trasplante en su vida, sus expectativas y sus ansiedades, puesto que el objeto de la evaluación de la calidad de vida es, específicamente, sobre la necesidad de un soporte social, emocional y físico.

5. Es necesario evaluar la calidad de vida más allá de las tasas de supervivencia de los programas de trasplante. Con respecto a las diferencias de género, Cowling

et al. (2004) realizaron un estudio sobre las dife-rencias entre 61 mujeres y 86 hombres receptores de trasplante de hígado; para ello, utilizaron una prueba que mide calidad de vida. Los hombres mostraron un mayor grado de calidad de vida ge-neral, con respecto a lo reportado por las mujeres. La influencia del nivel educativo fue otro hallazgo importante; se mostró que si el nivel de educación era menor o igual a 12 años, los hombres y las mujeres puntuaban igual; pero si este nivel de educación es mayor, los hombres puntúan más que las mujeres. Se encontró que un alto porcentaje de los hombres trabaja antes y 1 año después del trasplante, y este porcentaje es mucho más bajo en las mujeres; sin embargo, dos años después del postrasplante, ambos, hombres y mujeres, revelan las mismas tasas de empleo. También, en el ámbito de la percepción de salud global, que además incluye dolor corporal y funcionamiento físico, la puntuación fue similar en ambos en el primer año de post-trasplante, pero au-mentó de forma positiva en los hombres después del segundo año. El hecho de que los hombres reporten una mejor calidad de vida que las mujeres, se debe a que, en esa sociedad, las mujeres demuestran altas tasas de aflicción psicológica y enfermedad física, como resultado de los roles que ocupan (roles de crianza). Dichos roles se asocian con un alto nivel de demanda social y escasez de privacidad. En cambio, los hombres ocupan roles más estructurados que, a su vez, se asocian con una buena salud mental y bajas tasas de morbilidad mental.

Conclusiones

Está ampliamente descrito que el trasplante de órganos y tejidos es un procedimiento médico que ha ido en aumento durante los últimos años. Esto se debe al incremento de pacientes con enfermedad crónica que, con esa intervención quirúrgica, no sólo tienen una segunda oportunidad de vida, sino que logran que ésta sea de calidad. Por lo anterior, es necesario que el trasplante de componentes anatómicos no sólo se vea desde los aspectos biológico y técnico; éste debe centrarse en un modelo multidisciplinar que incluya una perspectiva biopsicosocial (Moreno y Ximénez, 1996; Engle, 2001; Alarcón, 2004, Vi-naccia, 2005; Burgos, Amador y Ballesteros, 2007; Collins y Labott, 2007; Gómez, 2007).

Las intervenciones desde la disciplina de la psicología en este procedimiento médico están relacionadas con la selección de los pacientes que son más idóneos para el procedimiento quirúrgico; se debe tener en cuenta el origen y las consecuencias de la enfermedad crónica de base que genera el daño irreversible del órgano o tejido, y cómo estos facto-res han impactado la calidad de vida del individuo enfermo. Así mismo, se deben evaluar los recursos físicos, sociales, económicos y psicológicos con los que éste cuenta para asumir de forma apropiada los tratamientos postoperatorios, propios del trasplante, y las consecuencias negativas del mismo. La entre-vista de valoración pre trasplante está direccionada e influenciada por la selección del mejor candidato, no sólo por la escasez y disponibilidad de donantes, sino por los altos recursos económicos, técnicos y sociales que implica el procedimiento (Saks, 1987; Olbrisch, Levenson y Hamer, 1998; Olbrisch y Le-venson, 1991; Rockey, 2001; Engle, 2001; Remur et al., 2003; Alarcón, 2004; Goetzmann et al., 2006; Gómez, 2007; Collins y Labott, 2007).

En la bibliografía, es evidente que el acompaña-miento que se lleva a cabo con los candidatos para el trasplante es el mismo que el psicólogo de la

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salud realiza en el proceso médico de las cirugías en general, bajo el supuesto que todos los hallazgos pueden repercutir en el incumplimiento parcial o absoluto de indicaciones terapéuticas de por vida, que permitan garantizar el éxito del trasplante (Saks, 1987; Brannon y Feist, 2000; Remur, Aranz y Ulla, 2003; Alarcón, 2004; Gómez, 2007; Collins y Labott, 2007).

A pesar de que algunos autores consideran que la intervención del psicólogo en el proceso de trasplante se divide en 4 momentos (evaluación psicosocial, pe-ríodo de acompañamiento y seguimiento en el tiempo pre quirúrgico, y post trasplante inmediato y tardío) son pocos los estudios que incluyen la intervención psicológica más allá del período de valoración pre-trasplante (Remur, Aranz y Ulla, 2003; Gómez, 2007; Burgos, Amador y Ballesteros, 2007).

A pesar de que la Psicología de la salud, como área de la disciplina de la psicología, tiene un amplio campo de acción en el ámbito hospitalario y en la relación de éste con el manejo de las en-fermedades crónicas, la intervención psicológica en procedimientos médicos como el trasplante de órganos y tejidos, se sigue limitando a la valoración psicosocial inicial de los candidatos a este proceso.

A pesar de que las consecuencias propias del trasplante están bien descritas por los regímenes médicos y vicisitudes a los que se ven enfrentados los pacientes trasplantados y sus familiares, hay muy poca literatura que documente y justifique las intervenciones psicológicas que se deben hacer en los cuatro momentos del trasplante. Debido a esta carencia de información, se deben hacer ciertas recomendaciones a los psicólogos tratantes. La pri-mera es que en la intervención (desde la psicología de la salud) se tengan en cuenta diversos aspectos. Uno de ellos es la incertidumbre que deben ma-nejar el paciente y su familia, tanto en el período de espera como en el post-operatorio. La segunda recomendación es el diseño y validación de guías de intervención que sirvan de apoyo para trabajar en estos aspectos.

Ninguno de los documentos revisados puso en evidencia la existencia de legislación que regla-mente el ejercicio del psicólogo de la salud en el proceso del trasplante de órganos. Sin duda, esto es una limitante para que los profesionales de esta disciplina respondan de manera concreta a las ne-cesidades psicológicas del paciente en las diversas etapas del trasplante.

Por último, es necesario hacer investigaciones en Colombia que permitan describir y documentar de manera más amplia y precisa las funciones, acciones y responsabilidades que, en la actualidad, llevan a cabo los psicólogos que hacen parte de equipos interdisciplinarios; por lo general, estos profesio-nales trabajan en IPSs en la atención y manejo del paciente en todas las fases que constituyen el proceso de trasplante de órganos y tejidos.

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Espiritualidad variable asociada a la resilienciaMyriam Rodríguez, Martha Liliana Fernández, Mirna Luz Pérez, Reinaldo Noriega

Universidad El Bosque

Recibido: Febrero 10 de 2011. Aceptado: Julio 29 de 2011

Nota del Autor

Esta investigación se realizó en la Facultad de Psicología de la Universidad El Bosque, Bogotá, D.C., Colombia.

Myriam Rodríguez. Psicóloga. Directora del trabajo de grado. Martha Liliana Fernández, Mirna Luz Pérez y Reinaldo Noriega. Estudiantes que optan por el título de Especialistas en Psicología Clínica y Autoeficacia Personal.

Persona de contacto: myriamrodrí[email protected]

CUADERNOS HISPANOAMERICANOS DE PSICOLOGÍA, Vol. 11 No. 2, 24-49

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ESPIRITUALIDAD VARIABLE ASOCIADA A LA RESILIENCIA

Resumen

Este artículo tiene como propósito describir y explicar la relación entre la espiri-tualidad y la resiliencia, partiendo de la revisión conceptual de ambos términos y de diversos estudios que confirman dicha relación en sentido positivo, en la última década. La resiliencia permite la adaptación exitosa ante eventos adversos o traumáticos, mientras que la espiritualidad motiva y permite la búsqueda de trascendencia, propósito y sentido de vivir, actuando como variable independiente que favorece el desarrollo de la resiliencia. Se discuten las consecuencias de estos hallazgos y sus implicaciones para las ciencias de la salud, en especial para la psicología clínica, tanto en el campo de la prevención como de la psicoterapia.

Palabras clave: Resiliencia, espiritualidad, psicología.

Abstract

This paper aims to describe and explain the relationship between spirituality and resilience, based on the conceptual review of two terms and several studies that confirm this relationship in a positive sense, in the last decade. Resilience allows successful adaptation to adverse or traumatic events, while spirituality motivates and enables the search for transcendence, purpose and meaning of life, acting as an independent variable that favors the development of resilience. The consequences of these findings and their implications for health sciences are discussed, espe-cially for clinical psychology, both in the field of prevention and psychotherapy.

Key words: Resilience, spirituality, psychology.

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Aunque la espiritualidad es un concepto originado en la filosofía y en la teología hace varios siglos, dentro de la terminología científica es un constructo relativamente nuevo, al igual que la resiliencia. Ambos términos están asociados significativamente con la salud individual y colectiva. Desde finales del siglo pasado se ha empezado a estudiar con rigurosidad empírica la relación entre la espiritua-lidad y la resiliencia, tratándose de evaluar ambos elementos y de verificar su interrelación en diferentes tipos de poblaciones, particularmente en aquellas con vivencias traumáticas, con enfermedades cró-nicas o enfrentadas a la posibilidad real y próxima de la muerte (Navas y Villegas, 2007). Diversas investigaciones confirman que, efectivamente, la espiritualidad es un factor protector importante ante el padecimiento de enfermedades o trastornos mentales (Sánchez, 2004). No obstante, en el cam-po psicológico es mucho el camino que queda por recorrer en este aspecto, empezando por el reto de lograr definiciones integrales, no reduccionistas y, a la vez, operacionalizables de constructos amplios, poco precisos o científicos como el de “espiritua-lidad”. También es necesario seguir ampliando el estudio correlacional o causal entre espiritualidad yresiliencia en distintos grupos y contextos religiosos o culturales para alcanzar conclusiones más válidas y generalizables (Quiceno y Vinaccia, 2009).

La presente investigación trata de aportar una comprensión global de la relación entre espiritua-lidad y resiliencia, realizando una revisión de la bibliografía desarrollada sobre el tema desde el campo de la psicología y de otras áreas, abordan-do las diferentes concepciones teóricas de ambos términos y los estudios científicos que dan luces sobre la espiritualidad como variable asociada a la resiliencia en la última década. La revisión de las principales implicaciones de la espiritualidad en el bienestar humano facilita la obtención de una visión general sobreel impacto que ésta tiene en la capacidad de cada persona para elaborar, adaptar o reconstruir su visión del mundo o su sistema de

valores, contribuyendo a su autosuperación y cre-cimiento cuando ha experimentado un evento muy difícil, doloroso o traumático. Aunque la espiritua-lidad es inherente a toda persona, cada quien posee conciencia altamente individualizada de sí mismo y de sus cualidades, lo cual hace que la perspectiva espiritual varíe entre individuos y, por tanto, que sus consecuencias en la resiliencia sean variables, dependiendo de la persona, las circunstancias y la etapa de su ciclo vital (Laspina, 1996).

La resiliencia

El término resiliencia se empleó originalmente en el campo de la física, donde se relaciona con la resistencia que tienen los metales al ser sometidos a altas presiones, recobrando su forma original; en osteología, se ha utilizado para expresar la capa-cidad de los huesos de reponerse después de una fractura. Posteriormente, el término fue adaptado a las ciencias sociales para describir a las personas que, a pesar de nacer y vivir en situaciones de alto riesgo, se desarrollan psicológicamente sanas y exitosas (Machuca, 2002).

Diversos autores, durante la década de los 70, observaron la variabilidad de respuestas en el de-sarrollo psicosocial de niños y niñas expuestos a experiencias adversas de diversa índole (individual, familiar yambiental). Así mismo,observaron que un cierto grupo de niños y adolescentes logró sobrepo-nerse a esas situaciones, sin sufrir secuelas psico-sociales graves. A este fenómeno, Príncipe(1983) lo denomina ¨resiliencia¨, anglicismo proveniente del término resilienceo resiliency, cuyo significado es: resistencia de los cuerpos a los choques, con habilidad para recuperarse o ajustarse nuevamente (Rutter, 1993).

En las últimas dos décadas, la resiliencia se ha convertido en un importante constructo dentro de la teoría y la investigación sobre el bienestar psi-cológico, y se ha estudiado en diversos ámbitos de la vida (Greeff y Loubser, 2008).La resiliencia se

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sitúa en una corriente de la psicología positiva y dinámica que fomenta la salud mental. Precisamente, las preguntas principales formuladas por los inves-tigadores sociales en los últimos años en esta área se relacionan con el problema de la determinación del afrontamiento exitoso al estrés y a la adversidad (Raffo y Rammsy, 2005).

Definiciones y tipos

La resiliencia se ha definido como la capacidad personal de sobreponerse a las presiones y dificul-tades que, en su lugar, otra persona no podría lograr (Trujillo, 2006); soportar retos perturbadores en la vida y recuperarsede la adversidad (Greeff y Loub-ser, 2008); hacer frente a situaciones muy adversas, adaptándose y restaurando el equilibrio en la vida personal y evitando el efecto deletéreo potencial del estrés (Canaval, González y Sánchez, 2007). Según Raffo y Rammsy (2005), esta adaptación exitosa implica también una “transformación” de la persona luego de la crisis, manifestada en un conjunto de cualidades.

También se ha definido como el conjunto de conductas, pensamientos y acciones que pueden ser aprendidas y desarrolladas por cualquier persona en su proceso de adaptación a la adversidad y que le permiten “rebotar” de experiencias difíciles (trau-mas, tragedias, amenazas, problemas familiares o de relaciones interpersonales, enfermedades crónicas o situaciones estresantes laborales y financieras), como si fuera una bola o un resorte (APA, 2004); la acción de diversos factores compensatorios quereducen el desajuste personal, permitiendo al individuo adaptarse a los estresores ambientales (Juby y Rycraft, 2004).

Se han distinguido diversos tipos o modalidades de resiliencia: ▪ Resiliencia psicológica, como una combinación-

de rasgos personales positivos y de respuestas o conductas de afrontamiento que facilitan la gestión exitosa de los cambios inesperados o estresantes en la vida (Rutter, 2007).

▪ Resiliencia familiar, como el conjunto de pro-cesos interactivos entre los miembros de la familia que fortalecen, con el transcurso del tiempo, tanto a cada individuo como a todo el grupo, permitiéndoles acomodarse a sus diversos estilos de organización o creencias, recursos y limitaciones internas, así como amoldarse a los desafíos psicosociales que se les plantean desde fuera de la familia (Rolland y Walsh, 2006).

▪ Resiliencia comunitaria, como el conjunto de valores, disposiciones y movilizaciones colecti-vas que permiten a ciertas poblaciones enfrentar solidariamente los daños causados por desastres naturales a sus comunidades, saliendo finalmente exitosas de tales crisis y con una nueva autoimagen de fortaleza y cohesión entre las personas involu-cradas en dichos eventos (Suárez y Melillo, 2001).

▪ Resiliencia vicaria, como efecto único y positivo que transforma al psicoterapeuta en respuesta a la propia resiliencia de un paciente sobreviviente de un trauma, proceso que podría darse también en forma generalizada en otros ámbitos distintos, como el de familiares, amigos, grupos laborales o religiosos, entre otros (Hernández, Gangsei y Engstrom, 2007).

▪ Resiliencia espiritual, definida como la capaci-dad para responder a los factores estresantes, a la adversidad y a los eventos traumáticos, sin presentar síntomas patológicos crónicos o verse disminuidas las capacidades vitales del espíritu (como son el poder amar, comprender, perdonar o servir generosamente a los demás), de la mente (como el poder pensar de forma racional, obje-tiva y equilibrada) y del cuerpo (básicamente, funcionar de forma saludable), sino más bien resultando éstas fortalecidas (Dugal, 2009).

Factores que promueven la resiliencia

La American PsychologicalAssociation (APA, 2004) reconoce los siguientes factores como los más importantes en la afirmación de la resiliencia personal a nivel general:

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1. Tener relaciones de amor, cariño, apoyo, amor y confianza, dentro y fuera de la familia, que pro-vean modelos a seguir y que ofrezcan estímulos y seguridad.

2. Capacidad para hacer planes realistas y seguir los pasos necesarios para llevarlos a cabo.

3. Tener una visión positiva de sí mismo y confianza en las propias fortalezas o habilidades.

4. Destreza en la comunicación y en la solución de problemas.

5. Capacidad para manejar sentimientos e impulsos fuertes.

Considerando que la adaptaciónante el estrés es-taría condicionada por la edad y el género (Ospina, Jaramillo y Uribe, 2005), se mencionan a continua-ción los factores que favorecen la resiliencia en cada etapa del ciclo evolutivo, aparte de los ya citados.

En los niños y adolescentes: temperamento fácil, actitud reflexiva y receptividad a los demás (Werner, 1989); ser del género femenino, capacidad intelectual igual o superior al promedio (Fergusson y Lynskey, 1996); competencia escolar, sentido del humor, creatividad y tolerancia a las frustraciones (Raffoy Rammsy, 2005); participación en algún grupo reli-gioso como refuerzo social a los valores y políticas parentales de crianza (Baldwin y Cole, 1992); firmes creencias religiosas, las cualesproporcionan estabili-dad y sentido a sus vidas, especialmente en tiempos de adversidad, junto a un sentido de enraizamiento y coherencia (Werner, 1993); entorno comunitario donde exista autoestima colectiva, identidad cul-tural, humor social, honestidad estatal, solidaridad grupal y procesos de aprendizaje escolar basados en la actividad conjunta y cooperativa entre los estudiantes y los docentes (Melillo, 2004).

En los jóvenes: expectativas altas y metas apropia-das a su edad, comunicadas de manera consistente, con claridad y firmeza; apertura de oportunidades de participación; reforzamiento comunitario de la autoestima y de valores espirituales o trascendentes como la honestidad, la solidaridad y la compasión, la creatividad y la estética, la paciencia reflexiva

y crítica ante sus propias cualidades y límites, su proyecto vital, la comunidad y la sociedad (Velás-quez, 2001).

En adultos: la lectura, la reflexión y los estudios; el humor y los vínculos familiares; las expresiones culturales y creencias religiosas; el trabajo, el sen-tido de pertenencia y la participación comunitaria (Menoni y Kalsse, 2007).

En adultos mayores: fe en la religión, confianza en la familia y ayuda social; estilo de vida saludable, espiritualidad, valores y educación (Rabkin, Wagner y del Bene, 2000; como se citó en Ordóñez, 2009; Mednick et al., 2007).

En mujeres: apoyo marital y capacidad de pla-nificación (Rutter, 1993); locus de control interno, prácticas y creencias espirituales (en un orden divino), relaciones y modelos femeninos fuertes, ubicación de la culpa fuera del yo, educación y entorno cultural resistente (Singleton, 2004).

En las familias: locus de control interno, compa-ración social pasiva (cuando la persona, consciente de alguien menos afortunado, usa esa información para hacer una comparación favorable a ella), el soporte social (que puede ser a nivel emocional, recibiendoinformación, participando en grupos o actividades comunitarias, o recibiendo ayuda material y/o monetaria) y la espiritualidad (Juby y Rycraft, 2004).

La espiritualidad

La antropología, apoyada en los hallazgos paleoar-queológicos y extrapolandola experiencia de socie-dades primitivas actuales a la de nuestros ancestros de la prehistoria, confirma que la espiritualidad es un fenómeno vivido por los seres humanos desde sus mismos orígenes evolutivos, manifestado de diversas maneras: creación de “tótems” o figuras que representaban una mezcla entre el hombrey un animal, vegetal u algún elemento inanimado,que designa el vínculo espiritual entre el ser humano y la naturaleza;los “tótems” se asocian al culto hacia

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los ancestros y a la creencia de la reencarnación de los seres humanos en animales u otros seres (Gu-tiérrez, 2007); la institución de “chamanes”, inter-mediarios entre el mundo material y el sobrenatural o espiritual, bajo la creencia de que todas las cosas (vivas o no) poseen un espíritu sobrenatural que las anima o habita,utilizando las cuevas como lugares sagrados, decorados adecuadamente para realizar rituales con personas selectas o elegidas, bien sea de tipo iniciático o curativo (Clottes y Lewis,1996); la fecundidad o magia propiciatoria, que buscaba mediante la creación de estatuillas femeninas pre-ñadas, garantizar el éxito en la caza y la abundancia de las cosechas, junto a la creación de un sistema paralingüístico codificado de símbolos para registrar acontecimientos o comunicar información, como por ejemplo, la representación de una cosmogonía o de alguna especie de calendario rudimentario con hechos repetitivos básicos: estaciones, ciclos lunares o la gestación (Turrión y Francisco, 2006). Se ha afirmado que la conciencia espiritual ha evolucionado junto al desarrollo cerebral, en especial de las zonas asociadas al lenguaje y al pensamiento simbólico (Harrod, 2010), y que el cerebro contienezonas neurales específicas que permiten la percepción de experiencias espirituales o la creencia en Dios. Esto como capacidad filogenética heredada que ha favorecido la adaptación y supervivencia de nuestra especie (Alper, 2009).

Etimológicamente, la palabra espiritualidad sur-ge en el occidente cristiano a inicios del primer milenio, a partir del término latino spiritualitas, proveniente del sustantivo spiritus (espíritu) y del adjetivo spiritual (espiritual), traducciones de los términos griegos pneuma (soplo), y pneumatké, es decir, etéreo o no material (Príncipe, 1983). Inicial-mente se le equiparó a la práctica de la “religión”, entendida ésta como el conjunto de instituciones que formulan, organizan, administran o coordinan el instrumental de teorías, doctrinas, dogmas, precep-tos, normas, signos, ritos, símbolos, celebraciones o devociones, en torno a una creencia trascendental

y a través de las cuales se conservan, cultivan o expresan colectivamente las experiencias espiritua-les personales (Cabestrero, 2005). Son muchas las filosofías o creencias religiosas que han surgido en la historia, pero hoy día se consideran básicamente seis como las más importantes e influyentes en la cultura global: hinduismo (Acharuparambil, 1982), budismo (Gach, 2004), confusionismo (Yao, 2003), taoísmo (Watts, 2006), judaísmo (De Lange, 2003), cristianismo (Madden, 2005) e islamismo (Waines, 2003). Paralalelas a estas religiones, dentro y fuera de ellas, se han desarrollado filosofías que enfocan la espiritualidad como fenómeno independiente del hecho religioso, citándose en este trabajo las más representativas por su influencia en la evolución de las primeras, así como en el pensamiento humano y en la cultura moderna: el budismo hindú (Gombrich, 2006), la metafísica griega antigua (Marías, 1981), el tomismo medieval (Luengo, 2001), el humanis-mo renacentista (Bullock, 1989) y el deísmo de la Ilustración (Cassirer,1993).

Desde finales del siglo XIX hasta nuestros días, se ha evidenciado un boom en la búsqueda de espi-ritualidad, entendiéndose ésta como una experiencia esencialmente personal y subjetiva, que incluye tanto elementos de la religión, como de lo mágico y lo secular o no sagrado, para lograr la armonización con uno mismo, con los demás, con la naturaleza y el cosmos, desde posiciones amplias y abiertas que respetan la autonomía individual y permiten un vasto sincretismo filosófico y teológico (Lenoir, 2005). La espiritualidad contemporánea asume diversas modalidades, que cada quien tiende a mezclar a su gusto: muchas personas, al menos la mitad de los europeos (Blancarte, 2008), asumen que Dios no es una persona, sino una energía espiritual que no interviene en el mundo ni en la vida de ellos, ni es cognoscible por la razón humana (Berkhof, 1993); otras, como reacción ante las tradicionales muestras de religiosidad ritual externa e impuesta, buscan probar íntima, sincera y espontáneamente, de manera sensible, emocional y afectiva, la ex-

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periencia de un Dios o de un estado de plenitud dentro de ellas mismas, libres de prejuicios o ta-búes religiosos o moralistas (Jodorowsky, 2009), ensayando nuevas formas de oración, meditación y contemplación en las que se conjugan técnicas de diferentes religiones, del arte (Sánchez, 2008) y hasta de la psicología (Jaffé, 2005). Las últimas tendencias espirituales denotan una especie de re-torno al paganismo animista, mágico y chamánico prehistórico o de la época medieval (Roguero, 2008), mediante la creencia en un cosmos habitado por entidades y fluidos espirituales con el que podemos estar siempre en contacto para evitar el caos exis-tencial. Entre estas tendencias se destacan por su popularidad y difusión ampliamente globalizada: la astrología, la medicina alternativa (Lenoir, 2005), la santería (Rivero, 2010), la brujería o hechicería (Kemp, 1993), el espiritismo (Skrzypczak, 1991), la Nueva Era (Merlo, 2007) y, recientemente, la llamada espiritualidad ecológica (Mahony, 2010).

A partir del siglo XX, surge un creciente interés en el medio científico por comprender el fenómeno de la espiritualidad y su relación con la salud. Al-gunos psicólogos, como Carl Jung, describieron la espiritualidadcomo un proceso mental queno surge instintivamente de la fisiología humana y mediante el cual el “sí mismo”o centro de la psique emerge a la conciencia (el ego o “yo”), en un movimiento continuo que la persona lleva a cabo para lograr su propio desarrollo, crecimiento, autoliberación o realización (Jaffé, 2005). Poco después, asociada en parte a la teoría de Jung, surge la espiritualidad de los 12 pasos para la recuperación de la adicción al alcohol, que en la actualidad goza de fuerte evidencia empírica en cuanto a eficacia terapéutica (Kaskutas, 2009; Gutiérrez, Andrade, Jiménez y Juárez, 2007) y que se ha difundido ampliamente, adaptándose a diversas adicciones y conductas compulsivas, por lo que constituye para muchos un estilo de vida (Edington, 2000). Más tarde, Vìctor Frankl desarrolla su logoterapia (del griego “logos”, que significa “palabra”, es decir, significado), basado

en el supuesto de que existe en cada ser humano el“inconsciente espiritual”, capacidad innata y no intencional que le permite relacionarse con Dios y como un lugar donde nace y desarrollan la mora-lidad, la creencia y la actitud religiosa, también de forma inconsciente.Considera a la persona como un ser libre, porque no está sujeta a la dictadura de los impulsos, que puede decidir la actitud que tomará ante el futuro o el sufrimiento; y a la vez, un ser responsable ya que, al tener que enfrentar la necesidad o el anhelo de los valores y del sentido (de cumplir con una tarea, papel o misión en la vida), debe también rendir cuentas ante “alguien” sobre la búsqueda y realización de los mismos (Gómez, 2002).

Definiciones científicas y terapéuticas

La mayoría de las investigaciones publicadas que tocan de alguna manera el constructo de “espi-ritualidad” en relación con la salud, toman muchos de los contenidos filosóficos y existencialistas de Frankl, uniéndolos a categorías quizás más funcio-nales y medibles para efectos del trabajo científico. Es así como la espiritualidadseasociacon un mejor funcionamiento del sistema inmune (Lee, Kim y Ryu, 2005), con la prevención de accidentes car-diovasculares y de problemas neurológicos, al igual que conun afrontamiento efectivo del dolor (Peres, Arantes, Lessa y Caous, 2007).En la salud mental, la espiritualidad se relaciona con un efecto positi-vo en el tratamiento o prevención de adicciones, suicidio, delincuencia, ansiedad-depresión, estrés, esquizofrenia, trastornos bipolares y otras afecta-ciones psicológicas o psiquiátricas (Guimaraes y Avezum, 2007).

Por otra parte, el término espiritualidad se equi-para frecuentemente con el de religiosidad, de-finido como el conjunto de prácticas y creencias institucionales asociadas a religiones específicas (Richards y Bergin, 2005). Esta tendencia se debe a la evidencia de que la espiritualidad puede conducir

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o surgir del desarrollo de creencias religiosas y la formación de comunidad (Koeing,McCullough y Larson, 2000); también se asocia a la opinión de muchas personas de que ambos términos pueden intercambiarse siempre que se vive la experiencia afectiva, personal y privada con la Divinidad en el contexto de una afiliación religiosa; por esta razón, la diferenciación o delimitación de dichos concep-tos a nivel científico podría ser difícil, tendiendo aentrecruzarse (Hill y Pargament, 2003).

Existen varias definiciones de espiritualidad como las siguientes: Necesidad innata de trascen-dencia, esencial para la salud mental, caracterizada por una sensación de bienestar espiritual ante un propósito de vida que le da sentido y orientación a la misma (Ellison, 1983). Conjunto de creencias trascendentales sobre Dios y la relación con él, y de creencias existenciales en cuanto a la relación consigo mismo y con los demás, que proporcionan un propósito y satisfacción al individuo (Moberg, 1984). Confianza en el amor personal y la ayuda amistosa de Dios, que permite al individuo gozar de un mayor bienestar psicológico al incrementar su capacidad de control interno, dominio, autodeter-minación, autoeficacia y autoestima; dentro de esta relación dinámica, la participación en la comunidad y en las prácticas o actividades religiosas, serían una manera importante y privilegiada de hacer efectiva y de fortalecer dicha convicción (Maton y Pargament, 1987). Capacidad de autotrascendencia que permite al individuo ampliar las fronteras per-sonales y orientarse hacia actividades y objetivos más allá de sí mismo, sin negarse el valor del ser en el contexto presente y favoreciendo su propia maduración (Reed, 1991). Esta autotrascendencia, según Cloninger et. al. (como se citó en Dolcet i Serra, 2006), es una dimensión de la personalidad, definida como la identificación del individuo con un todo, del cual procede y del que es una parte esen-cial, vinculada a los aspectos místicos y religiosos relativos a su concepto individual del universo y que se relaciona con la creatividad; según el mis-

mo autor, la espiritualidad sería un aspecto de la autotrascendencia, basado en eldeseo interno de ser inmortales y en la búsqueda de significado, el cual puede hallarse al conocer algo o a alguien que se considera valioso, o actuando con amabilidad en el servicio a los demás, o en el desarrollo de actitudes como la compasión, el optimismo y el humor, que le dan un sentido al sufrimiento.

También se ha definido como: “Conjunto de sentimientos que conectan al individuo consigo mismo, con la comunidad,la naturaleza o el pro-pósito de vida en la búsqueda de su significado y valor, incluyendo un estado de paz y armonía” (Mytko y Knight, 1999, pp. 439-450). Necesidad de encontrar respuestas satisfactorias acerca de la vida, la enfermedad y la muerte (Brady, Peterman y Fitchett, 1999). Comprensión del significado y propósito, junto a la voluntad de vivir y la fe en uno, en los demás o en Dios (Ross, 1995).Deseo de identificar algún significado y propósito en nuestra vida que nos ayudará en la generación de motivación y objetivos, dando lugar a una sensa-ción de satisfacción (McSherry, 2000). Esencia del “ser” individual en sus niveles más profun-dos (valores, talentos, propósito, personalidad, intereses y creencias), y tambiénde su “hacer” mediante la creación de conexiones significativas con otros (Brewer, 2001). Creencia de que un ser superior a nosotros tiene el control último, lo cual genera esperanza (Juby y Rycraft, 2004). Una fe profunda que puede expresarse en rituales curati-vos y en filiación o apoyo congregacional, o que puede practicarse también fuera de las religiones establecidas, a través de una profunda conexión personal con un ser superior o con la naturaleza, el arte o la música (Rolland y Walsh, 2006). In-tento personal por identificar, articular, mantener o transformar, a través de cualquier experiencia de la vida,las respuestas a preguntas esenciales acerca del significado de la existencia y las relaciones con lo sagrado o trascendente,entendiéndose como “sa-grado” lo referido al ser divino, “Última Realidad

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o Última Verdad”, según la percepción subjetiva del individuo, no aplicable a cosas de la vida, como son los niños, el trabajo o el matrimonio (Koenig, McCullough y Larson, 2000).

Así mismo, Koenig (2008) ha planteado diversos modelos de espiritualidad en salud, en los cuales, tanto la espiritualidad como la religión y el secularismo parecen aportar recursos para la salud mental e in-directamente para la salud física.Lo anterior porque estos favorecen estados psicológicos de bienestar que inciden positivamente en el sistema inmunológico.Según investigaciones del mismo autor, los estados negativos de salud mental (depresión, ansiedad, suicidio, entre otros) estarían condicionados por valores bajos o inadecuados en los indicadores de salud mental positivos (como el significado, propó-sito, conexión y los otros) y pondrían al individuo en un estado de mayor vulnerabilidad ante patologías físicas, mediante la disminución en la actividad del sistema inmune (George et al., 1997). En su versión clínica moderna (ver figura 1), lo agnóstico y lo ateo podrían considerarsecomo manifestaciones espiri-tuales; aunque éstas no permiten la investigación científica de la espiritualidad (ya que toda persona sería “espiritual” en cierto modo, y no habría, por

tanto, grupos control con los cuales se pudieran ha-cer comparaciones experimentales), sí pueden ser la manera más adecuada de entender el constructo, al menos en la atención en salud, ya que, al no excluir a nadie, los pacientes pueden definir por sí mismos lo que consideran espiritual o no, sin sentirse discrimi-nados por sus prácticas o creencias (Koenig, 2008).

Relación de la espiritualidad con la resiliencia

Siendo la espiritualidad un tema que ha despertado gran interés en los últimos años por su influencia en la salud humana, son diversas las disciplinas científicas que han abordado su estudio (desde la medicina, la enfermería, la psiquiatría, el trabajo social y la psicología), buscando comprobar su relación con la resiliencia. Se citan a continuación algunos estudios y sus principales conclusiones en relación con el tema en cuestión, desde las diferentes etapas del ciclo evolutivo.

Estudios en niños, adolescentes y jóvenes

En este punto, vale la pena mencionar la inves-tigación de la psicóloga Janine Jones (2007) con

Figura 1. Versión clínica moderna de la espiritualidad, según Koing (2008).

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71 niños afroamericanos, de 9 a 11 años de edad, en una comunidad con altos índices de pobreza, delincuencia y violencia, en Houston (Texas).El análisis de los datos indicó una correlación positiva entre la resiliencia y la espiritualidad,junto a lazos de parentesco establesen los niños estudiados. Estas dos variables, sumadas a un alto nivel de apoyo social, demostraron efectos amortiguadores de la exposición a la violencia crónica, lo cual favorece la adaptación de los niños a dicho ambiente y dis-minuye el riesgo de desarrollar síntomas de estrés postraumático.

Otra investigación que debe mencionarse es la realizada por los psicólogosWalker, Reid, O’Neill y Brown(2009), donde se comparan 34 estudios empíricos entre los años 1989 y 2009, en 19.090 participantes adultos que habían sido abusados en su infancia. Dicho estudio cualitativo se centró en el papel potencial de las experiencias traumá-ticas en la espiritualidad y religiosidad, así como la influencia de estos factores personales en la recuperación del abuso.Se sugiereque ambos (reli-giosidad/espiritualidad) pueden, en algunos casos, ser moderadores de la evolución de los síntomas de estrés postraumático y de otros síntomas del Eje I, con sus trastornos asociados. Se encontró que, apesar de los daños a la propiareligiosidad y a la espiritualidad de las víctimas, estos recursos también sirvieron, en la mayoría de los casos, para amortiguar el desarrollo de síntomas patológicos, lo que favorece la resiliencia en los sobrevivientes frente al abuso sufrido.

En un estudio con 274 adolescentes, estudiantes de 2 escuelas secundarias, la consejera psicológica Sundararajan-Reddy (2005) aplicó cuatro instru-mentos con el objetivo de ver la relación entre espiritualidad y resiliencia: la Escala de Bienestar Espiritual (Spiritual Well- BeingScale, SWBP), el Cuestionario de Orientación para la Vida (Orien-tationtoLifeQuestionnarie, OLQ), el Auto-reporte Juvenil para edades entre 11 y 18 años (Youth-SelfReport, YSR). Los análisis de correlación,

regresión lineal simple y múltiple,mostraron los siguientes resultados: (a) la espiritualidad estaba significativamente relacionada con la competencia y negativamente correlacionada con problemas de conducta; (b) el sentido de coherencia (medido con el OLQ) era un mejor predictor de resiliencia que el Bienestar Espiritual; (c) las creencias existenciales contribuyen más fuertemente a la resiliencia que las creencias religiosas; (d) las creencias espirituales y los niveles de estrés interactúan de forma diferente con respecto a las respuestas resilientes.El estudio sugiere que los adolescentes que encuentran algún significado o propósito en sus vidas, en medio de situaciones estresantes, están más fácilmente pro-pensos a ser resilientes y a no desarrollar trastornos de conducta.

Otro estudio de tipo cualitativo exploratorio al que debe hacerse alusión es el realizado en el es-tado de Arizona por los médicos pediatras Wahl, Cotton y Monroe (2008). En éste se observó a dos adolescentes del sistema de justicia juvenil que presentaban alto riesgo suicida; uno de ellos fue desplazado de su tribu a la ciudad, mientras que el otro enfrentó la muerte del padre y el abandono de la madre. El estudio puso de manifiesto que la atención espiritual, a través de un representante de sus respectivas religiones (una tribal y la otra cristiana), fue determinante para disminuir dicho riesgo y favorecer la recuperación emocional de ambos adolescentes. Los autores sugieren que es importante examinar la “historia espiritual” de los adolescentes para ayudarles eficazmente a afrontar y superar sus crisis existenciales.

Por otra parte, la investigación realizada por Rehm y Allison (2009), basada en la Teoría Fundamenta-da, se centró en el papel de la espiritualidad en la preparación universitaria de 25 jóvenes.Todos los participantes consideraron que la espiritualidad era tanto la relación con un firme poder superior, como un recurso flexible para adquirir resiliencia mediante: (a) la transformación de las luchas de la infancia en una fuente de sentido y significado profundo para

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la vidas y/o de pasión por la carrera elegida; (b) la atribución de que el desarrollo de sus trayectorias profesionales formaba parte de un plan Superior de mayor lógica; y (c) el suministro de recursos y respuestas para la toma de decisiones óptimas. Ellos creían en los beneficios de la oración, de asistir a servicios religiosos y de otras prácticas, señalando que no siempre buscaban el éxito al recurrir a éstas. Este estudio sugiere que los jóvenes estudiantes creen que la espiritualidad es un recurso eficaz para mantener tanto la coherencia como la capacidad de adaptación, pues aumenta la autoeficacia, el deseo de alcanzar el potencial completo y el compromiso.

Estudios en adultos y ancianos

Aquí vale la pena mencionar la investigación realizada, en México, por las enfermeras Zabala, Vázquez y Whetsell (2006) en 190 pacientes con Diabetes Mellitus tipo 2, con edades entre 35 y 85 años de edad. Dicha investigación tuvo por objeto determinar cuáles serían las estrategias utilizadas por ellos para afrontar la ansiedad asociada con su estado de salud. Se administró a los pacientes el Cuestionario de espiritualidad de Reed (Self-TranscendenceScale, STS, 1987) y el Inventario de ansiedad rasgo-estado (IDARE) de Spielberger (1975). Mediante la prueba de Spearman se obtuvo una correlación negativa estadísticamente signifi-cativa: a mayor espiritualidad, menor ansiedad. Se concluyó que la mayoría de los pacientes tenía altos niveles de bienestar debido a una relación íntima con Dios y a una fe que les motivaba a adaptarse a un estilo de vida saludable y a tener más aprecio por ellos mismos.De esta manera, se confirma que la espiritualidad ayuda a afrontar los momentos difíciles y estresantes, como los asociados con una enfermedad crónica, razón por la cual promueve la resiliencia.

Por otra parte, con el fin de estudiar cómo el bienestar espiritual (Spiritual – Well-Being, Sp-WB) apoya la adaptación y la calidad de vida en

52 personas adultas con enfermedad crónica de rechazo al injerto (ChronicGraft-Versus-Host Di-sease, CGVHD), el médico oncólogo Harris (2010) les aplicó la Evaluación funcional del tratamiento de enfermedades crónicas y bienestar espiritual (FunctionalAssessment of ChronicIllnessTherapy-Spiritual WellBeing, FACIT-Sp). Los resultados indicaron que la fortaleza espiritual en los pacientes era alta; no se hallaron asociaciones entre ésta y la intensidad de la inmunosupresión (inhibición delsis-tema inmune con el propósito de prevenir o tratar el rechazo del trasplante o injerto en el paciente). Los participantes con baja fortaleza espiritualreportaron niveles inferiores de bienestar físico, emocional, social y funcional, así como una reducción general de la calidad de vida, en comparación con los de mayor fortaleza espiritual. Además, quienes pre-sentaron baja fortaleza espiritual también tenían calidad de vida inferior,en relación con la norma poblacional. La comparaciónentre el grupo que reportó más baja fortaleza espiritual y los grupos que reportaron mayor fortaleza espiritual demostró consistentemente una diferencia significativa en todas las subescalas de calidad de vida.Se observó que al mantener bajo control el bienestar físico, emocional y social, la fortaleza espiritual resultó ser un predictor independiente significativo de satisfacción con la calidad de vida. Los resultados sugieren que la fortaleza espiritual es un factor importante que contribuye a mejorar la calidad de vida de los pacientes con enfermedad crónica de rechazo al injerto, y; por lo tanto, a incrementar su resiliencia (Harris, 2010).

Además, el estudio exploratorio cualitativo rea-lizado por Kruger (2010), el cual se centró en 300 capellanes de hospitales y hospicios estadouniden-ses, tuvo como objetivoencontrar los factores por medio de los cuales lograban mantenerse resilientes ante la amenaza del burnout (que se define como un agotamiento físico y desmotivación emocional crónicos en respuesta a la exposición a prolongado y continuo estrés o frustración en un trabajo) y la

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llamada “fatiga compasional” (una variante del burnout).Se encontró que los participantes eran conscientes de la vulnerabilidad potencial y los peligros emocionales asociados a su línea de trabajo.Los capellanes desarrollaban algunas estrategias claves que les permitían ser resilientes, tales como: (a) encontrar el equilibrio entre el trabajo de aten-ción cotidiana a pacientes y sus otras áreas de vida personal (familia, espacios de oración y meditación individual, recreación); (b) aceptar su impotencia ante muchos sucesos de pérdida, frustración y duelo sufridos por los pacientes, formas prácticas de dejar ir (elaboración de duelo, desprendimiento emocional y “abandono” espiritual); (c) intercambiar experiencias de luto y decelebración (por ejemplo, la recuperación o alegrías de algún paciente) con el personal del hospital en un clima familiar de confi-dencialidad, apoyo emocional y esperanza espiritual.Estos resultados sugieren que el ejercicio de una espiritualidad personal y comunitaria constituye el factor clave de la resiliencia ante el burnout en los capellanes.

Por su parte, Clark (2004) estudió 131 refugia-dos musulmanes bosnios reasentados en Chicago entre los años 1992 y 2002. El objetivo de esta investigación fue examinar el grado en que la es-piritualidad y la utilización de recursos del apoyo social provocaron un efecto moderador sobre la adaptación de esta población en los Estados Unidos. Se controlaron las variables edad, sexo, educación, estado civil, número de hijos,ingreso anual, número de personas en el hogar y tiempo de residencia en los Estados Unidos. Se realizó un análisis de regresión múltiple y una prueba de ANOVA para explorar la relación entre las variables independientes (la utilización de los recursos sociales de apoyo y la espiritualidad) y la variable dependiente (la adap-tación). Los resultados no indicaron una relación estadísticamente significativa entre la utilización de recursos de apoyo social y la adaptación. Sin embargo, se hallaronasociaciones positivas signi-ficativas entre la adaptación y la espiritualidad, el

estado civil, la educación, los ingresos, el tiempo de permanencia en los Estados Unidos y el número de hijos. Una asociación negativa entre la edad y el ajuste reveló que los refugiados de más edad en este grupo estaban experimentando mayores niveles de dificultad para adaptarse a la vida en los Estados Unidos que sus contrapartes más jóvenes. Los datos ilustran cómo las creencias religiosas y la espiritualidad actúan como factores de resiliencia: los refugiados bosnios vuelven a sus creencias re-ligiosas y espirituales con el fin de dar sentido a la experiencia del desplazamiento, lo que les permite sobrevivir y adaptarse como grupo minoritario en un ambiente más bien hostil hacia su etnia, su cultura y su religión, más aún en el ambiente anti-islámico de los Estados Unidos luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Los médicos gerontólogos June, Segal, Klebey Coolidge (2008) realizaron un estudio para examinar en qué formalas razones de vivir se relacionan con la religiosidad/espiritualidad y la percepción de apoyo familiar o social en 57 adultos mayores (de 60 a 85 años de edad), ya que las deficiencias de dicho apoyo se han asociado con mayores niveles de ideación suicida en diversas muestras poblacio-nales. Se les aplicaron los siguientes instrumentos de auto-reporte:el Inventario de razones para vivir (Reasonsfor Living Inventory - RFL) una medida de disuasión cognitiva al suicidio, el Inventario de percepción de apoyo social de la familia (Perceived Social SupportfromFamily, PSS-Fa) y el Índice Bre-ve multidimensional de religiosidad/espiritualidad (Brief Multidimensional Measure of Religiousness/Spirituality, BMMRS.

Mediante el uso de regresión múltiple simultánea de los datos obtenidos, se encontró que el 21% de la variación en las razones para vivir se explicaba significativamente por la religiosidad/espiritualidad y el apoyo social-familiar. Esto indica la importan-cia de estas variables como factores de protección ante el riesgo de suicidio. Según los autores, una implicación de este estudio es que los esfuerzos de

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prevención del suicidio (y patologías asociadas como depresión) en adultos mayores podrían orientarse a fortalecer el apoyo familiar y la espiritualidad como posibles factores para aumentar la resiliencia.

Por su parte, Pentz (2002) realizó un estudio basado en la Teoría Fundamentada; los participantes del mismo fueron 13 adultos mayores que padecían cáncer. El objetivo fueconocer la experiencia psi-cosocial de estos individuos ante las graves con-secuencias de su enfermedad. Se encontró que los participantes eran personas con adecuada capacidad de recuperación y llenas de vida, “resilientes frente a la devastación provocada por el cáncer”. Los adultos mayores con un buen apoyo social, con mayor fe y espiritualidad, estaban en mejores condiciones para hacer frente a las pérdidas asociadas con el cáncer que los adultos mayores sin esta dinámica; de he-cho, los primeros llegaron a mostrar sentimientos de gratitud hacia Dios y hacia los demás.

Además, la investigación realizada por las enfer-meras Pierii yStuifbergen (2010) con 630 adultos mayores de 65 años diagnosticados con síndrome post-polio (Post-Polio Syndrome, PPS, definido como un fracaso de las grandes unidades motoras, generado durante el proceso de recuperación de la poliomielitis paralítica, que conduce a una exacer-bación de la debilidad existente o al desarrollo de una nueva parálisis), tuvo como objetivo investi-gar la relación entre los factores de la resiliencia psicológica (PsychologicalResilience, PR) y los síntomas depresivos en dicha población. Entre los factores de PR, los autores mencionan: la acepta-ción, la autoeficacia, los recursos personales, las relaciones interpersonales, la autopercepción de salud, el crecimiento espiritual y el manejo del estrés. El 40% de la muestra tuvo un nivel alto de depresión, medido con la Escala de depresión corta del Centro de Estudios Epidemiológicos (CES-D10); sin embargo, el 53% de la muestra se autocalificó con un estado de salud bueno o excelente, lo que sugiere resiliencia psicológica.Así mismo, se utilizó un análisis de regresión múltiple para determinar

en qué medida los siete factores de resiliencia psi-cológica eran predictores de síntomas depresivos, después de controlar las limitaciones funcionales (que representaban el 7% de la varianza de estos síntomas);se encontró que cuatro factores de PR (crecimiento espiritual, soporte social, aceptación y autopercepción de salud) representaron el 30% de la varianza en los síntomas depresivos, con el crecimiento espiritual como predictor principal (beta = -0. 26). Es decir, a mayor crecimiento espiritual, menores son los síntomas depresivos. Los autores concluyen que, paradójicamente, junto a la cronici-dad de la enfermedad, las personas que la padecen desarrollan características de esperanza, optimismo y autodirección que les permiten ser resilientes, en especial desde sus convicciones espirituales.

Por último, el estudio realizado por las trabajadoras sociales Lawson y Thomas (2007) se centraen las estrategias de supervivencia de 20 ancianos negros que fueron víctimas del huracán Katrina. En este estudio exploratorio cualitativo se utilizó entrevista en profundidad, una hoja de datos para la infor-mación demográfica y el paquete estadístico para ciencias sociales (StatisticalPackageforthe Social Sciences, SPSS) para analizar la información. Sin excepción, los hallazgos indican que esta población hizo frente a Katrina y sus consecuencias a través de su dependencia deun Poder Superior, sin que necesariamente participasen en una Iglesia. En síntesis, los mecanismos de adaptación descritos por los sobrevivientes incluyeron los siguientes temas: • la comunicación regular con un poder sobrenatural; • los milagros de la fe a través de esta fuente de

orientación y protección; • la lectura diaria de la Biblia y de materiales de

devoción y espiritualidad; y • la ayuda a los demás como consecuencia de la

fe y la devoción a un ser supremo. Los participantes percibían los “milagros” como

eventos diarios impredecibles que resolvían proble-mas aparentemente insolubles, y también como el poder de Dios fluyendo en las personas que oraban,

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ESPIRITUALIDAD VARIABLE ASOCIADA A LA RESILIENCIA

lo que constituye una forma importante de afrontar o interpretar la adversidad. Incluso, algunas personas daban gracias a Dios por las experiencias positivas que aprendieroncon la tragedia del huracán.En sínte-sis, esta investigación muestra que la espiritualidad promueve la resiliencia emocional ante el estrés o trauma producido por desastres naturales.

Estudios en mujeres y familias

La enfermera SusanTinley (2006) realizó un estudio, desde la Teoría Fundamentada, en mujeres miembros de familiascon cáncer hereditario de mama y ovario (HereditaryBreast andOvaryCancer, HBOC). Dicho estudio tuvo como propósito identificar la relación entre la espiritualidad y la experiencia de ser parte de una familia con HBOC y vivir bajo la amenaza constante de repetir la historia patológica de sus ancestros, particularmente durante la juven-tudy la edad adulta media. Se encontró que el tema común era que sus experiencias influyeron en su espiritualidad.Por ello,se intensificaron sus luchas internas, se fortalecieron sus prácticas espirituales y asumieron modelos deespiritualidad. Alternativa-mente, su espiritualidad influyó en la interpretación de tales experiencias, en cuanto a la percepción de fuentes de apoyo, ayuda a la toma de decisiones, los regalos de Dios y la sensación de gratitud frente a la adversidad. El estudio confirma que las creencias espirituales son un factor de resiliencia para estas mujeres, incluso al padecer la enfermedad.

Las psicólogas Simoni, Martone y Kerwin (2002) realizaron un estudio en 230 mujeres afroamericanas y puertorriqueñas de bajos ingresos con el VIH/SIDA (en Nueva York), con el objetivo de ampliar los hallazgos con respecto a los efectos beneficiosos del afrontamiento espiritual en esta población. Las participantes de la muestra demostraron altos nive-les de espiritualidad y de afrontamiento espiritual hacia su enfermedad, indicadores que se midieron con la Escala de formas de afrontamiento de Folk-man, Lazarus, Dunkel-Schetter, DeLongis y Gruen

(1986;adaptada por Reed, Kemeny, Taylor, Wang, and Visscher, 1994). El estudio arrojó unacorrelación positiva con la frecuencia de recepción de apoyo social debido al VIH, y una correlación negativa con el uso reciente de drogas. Se realizaron dos análisis multivariados de regresión jerárquica (con-trolando covariables relevantes comocaracterísticas demográficas, apoyo social y uso de drogas).Estos análisis mostraron correlaciones positivas entre los indicadores de espiritualidad y la adaptación psicológica (medida a través de 4 componentes: la sintomatología depresiva, el estado de ánimo, el dominio y la autoestima). Se confirmóel efecto beneficioso del afrontamiento espiritual en la adap-tación psicológica, incluso cuando otros tipos de afrontamiento fueron controlados. Por último, se observó que las variables espiritualidad y afronta-miento espiritual tenían un efecto aditivo positivo en la predicción de la adaptación psicológica.

Otra investigación, realizada por las psicólogas Simoni y Ortiz (2003), tuvo como objetivo anali-zar la función de la espiritualidad en 142 mujeres puertorriqueñas (en Nueva York), con edades entre 22 y 58 años, portadoras de VIH/SIDA y muchas con niveles clínicos de depresión (según la Escala epidemiológica para los estudios de depresión, CES-D).Se mostró que la espiritualidad según el modelo conceptual de Maton y Pargament (1987), tenía una correlación positiva con la asistencia a la iglesia y una alta correlación negativa con la depresión. Una serie de análisis simultáneos de regresión múltiple donde se controlaron todas las variables médicas y sociodemográficas que podían potencialmente crear confusión, demostraron que las puntuaciones altas en el dominio y la autoestima (sobre todo ésta) mediaban la correlación entre espiritualidad y sinto-matología depresiva en estas mujeres, confirmando a la primera como un recurso de afrontamiento y de resiliencia ante la sintomatología depresiva asociada con el VIH/SIDA.

Por su parte, la psicóloga Singleton (2004) realizó un estudio basado en la Teoría Fundamentada, en

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12 mujeres negras sobrevivientes de abuso sexual.El propósito de dicha investigación fue identificar sus estrategias de afrontamiento, las características que contribuyen a su resiliencia y la forma en que estas mujeres se ven afectadas (intrapsíquica, física, espiritual e intelectualmente) por el trauma sexual. Entre los temas claves encontrados, se incluyen el uso de la espiritualidad como una importante estrategia de afrontamiento, en particular el uso combinado de las prácticas espirituales no tradicionales (por ejemplo, la meditación y el yoga) con las prácti-cas espirituales más tradicionales (por ejemplo, la oración, escuchar música góspel, entre otros). Las participantes también desarrollaron estrategias creativas de afrontamiento para darle significado a sus experiencias de abuso (por ejemplo, a través del cine, la danza y la escritura). Las características comunes de la resiliencia en estas mujeres incluyen la creencia en un orden divino (por ejemplo, todo sucede por una razón), locus de control interno y la presencia de fuertes modelos femeninos.

El equipo de psicólogas y enfermeras, conforma-do por Jaramillo, Ospina, Cabarcas y Humphreys (2005), realizó en Medellín (Colombia) un estudio con 199 mujeres maltratadas con edades entre los 18 y 72 años.Aquí, el objetivo fue conocer la relación entre resilienciay espiritualidad en dichas mujeres, teniendo en cuenta lafrecuencia e inten-sidad del maltrato y la severidad de las lesiones recibidas. Se utilizaron la Escala de resiliencia (RS), elaborada por Wagnild y Young (1993), la Escala de perspectiva espiritual (SPS) de Pamela G. Reed (1987), el Listado de síntomas de distrés (SCL-90 R) y las Tácticas de conflictos (CTS) de Strauss y Gelles. Se obtuvieron niveles más altos de resiliencia en mujeres con mayores niveles de educación, en comparación con las que tienen nivel bajo de escolaridad, bajos ingresos y falta de empleo.En cuanto a la espiritualidad, el 98.9% de las entre-vistadas manifestó algún contacto con la religión católica o cristiana. Los autores encontraron una correlación positiva significativa entre resiliencia y

espiritualidad: las mujeres con más altos niveles de resiliencia reportaron altos niveles de espiritualidad y menor número de síntomas positivos de aflicción y estrés postraumático.

Otro estudio análogo al anterior es el de las enfermeras Canaval, González, y Sánchez (2007), cuyo objetivo fue examinar la relación entre espi-ritualidad y resiliencia en mujeres maltratadas que denuncian su situación en Comisarías de Familias de la Ciudad de Cali (Colombia). La muestra estuvo conformada por 100 mujeres de edades entre los 20 y 65 años,quienes denunciaron maltrato por parte de su pareja en el periodo de marzo de 2005 a marzo de 2006. Se les aplicó la Escala de perspectiva es-piritualde Reed (SPS, 1987). Además, para medir la resiliencia individual, se utilizó la Escala de res-iliencia (RS) de Wagnild y Young (1993). También se encontró una correlación positiva y significativa entre las variables resiliencia y espiritualidad. Se confirmó que la espiritualidad es una herramienta importante para las mujeres que viven situaciones de violencia ya que les ayuda a iniciar un proceso de cambio orientado a la resolución de los conflictos y a la disminución de sintomatologías psiquiátricas de ansiedad y depresión.

En este mismo orden de ideas, la investigación realizada por las trabajadoras sociales Madsen y Abell (2010) validalos factores asociados a la adaptación positiva de las mujeres después de sufrir sucesos de violencia física y sexual por parte de sus parejas. Se aplicó la Escala de resiliencia al trauma (Trauma ResilienceScale, TRS) y se probaron dos modelos de TRS: uno conformado por tres fac-tores protectores asociados a adaptación positiva (capacidad de resolución de problemas, relaciones sociales y optimismo), y otro conformado por cua-tro factores (los tres anteriores y uno adicional: la espiritualidad). El primer modelo se aplicó a 270 mujeres yel segundo,a 307 mujeres, todas víctimas de violencia. Ambos modelos demostraron gran fiabilidad, validez y correlación positiva de los factores protectores incluidos en las escalas con la

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adaptación positiva, según el análisis estadístico de los resultados. Sin embargo, el segundo mode-lo mostró mayor fiabilidad y validez, al igual que una mayor correlación con la adaptación positiva después de la violencia. Esto indica claramente el valor aditivo determinante de la espiritualidad como factor protector que favorece la resiliencia de estas mujeres.

Otro estudio de tipo exploratorio y basado en la Teoría Fundamentada, realizado por los psicólo-gos Greeff y Loubser (2008), tuvo como objetivo analizar la espiritualidad como una característica de la resiliencia en 51 familias de habla xhosa, en Alice (localidad de Cabo Oriental, en Sudáfrica), con experiencias de crisis a causa de la pérdida de algún hijo, dificultades económicas o situación de sus hijos adolescentes. La espiritualidad se expresó en las siguientes categorías: (a) los regalos de Dios (familia y amor); (b) la orientación o guía (Dios y Espíritu Santo); (c) las obras de Dios (presencia y ayuda para llevar las cargas); (d) el plan de Dios; (e) la oración (el objeto de adoración, la naturaleza de la oración como diálogo con Dios, el contexto interpersonal de la oración, las peticiones hechas a través de la oración y resultados de la oración); y (f) la fe (objeto de la fe, maneras de practicarla y su efecto en las diferentes dimensiones de la propia existencia). Los resultados indican que la espiri-tualidad es un recurso importante de protección y recuperación ante la adversidad, y un factor de res-iliencia que sostiene a las familias en su proceso de adaptación durante y después de períodos de crisis.

Por último, la investigación de Bell-LaVerne, Burgess y Brock (2009), con 31 terapeutas afroame-ricanos, tuvo como objetivo explorar la percepción de éstos respecto a la utilización de recursos o fortalezas durante las terapias por parte de familias afroamericanas.Se encontró que la espiritualidad/religiosidad fue el principal de estos recursos.La fe les ayuda a concentrarse en su moral y en sus valores para resolver los problemas familiares eficazmente, para aprovechar de mejor manera la

terapia y para mantenerse coherentes y resilientes ante las adversidades.

Discusión

Aunque la espiritualidad y la resiliencia son constructos asociados positivamente con la salud, el primero parece ser un atributo natural e intrínseco de la especie humana, mientras que el segundo, condicionado en parte por factores biológicos como el temperamento, la inteligencia y el género, parece más determinado por procesos de aprendizaje. Si bien los dos términos son relativamente recientes en el medio científico, la espiritualidad ha tenido una larga ventaja histórica semántica desde su apa-rición hace dos mil años en el occidente cristiano, llegando hoy a popularizarse su utilización a nivel global. Su influencia en el desarrollo cultural ha sido clave desde los orígenes evolutivos del ser humano, determinando inicialmente la búsqueda de trascendencia a través del pensamiento simbólico y mágico prehistórico, así como la estructuración social en torno a la autoridad chamánica (mediadora entre las fuerzas espirituales que regían la naturaleza y el mundo material) y la simbología artística, que permitió la representación de las principales faenas y valores de aquellas sociedades primitivas, junto a sus aspiraciones básicas de supervivencia y armonía en un medio natural más bien salvaje y hostil.

En el trascurso de la historia, la espiritualidad se asoció primero con el ejercicio de la religión y sus diversas leyes y prácticas externas, razón por la cual ésta mantuvo el monopolio del término hasta entrada la época renacentista, con la aparición de la filosofía deísta que logró separar la fe de la razón. Desde entonces, el fenómeno religioso ha sufrido una metamorfosis profunda, caracterizada por una espiritualidad más personal, subjetiva y libre, experimentando ésta un boom a nivel global a partir del siglo XX.Este hecho fue motivado, quizá, por un acelerado desarrollo social basado en la tecnología, el consumo y la búsqueda del

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bienestar material que, al ahogar las aspiraciones fundamentales de trascendencia, impulsó en las personas una búsqueda acentuada de significado, propósito y sentido a través de la espiritualidad en sus más diversas manifestaciones.

Se observa que a pesar del papel importante que siguen teniendo las religiones tradicionales en el desarrollo sociocultural humano, éstas han perdido el papel regulador y quizás dogmático que ejercieron hasta hace poco en los diversos campos de la civilización, permitiendo el desarrollo de sociedades laicas (seculares) más autónomas, res-ponsables y, quizás, más auténticas o abiertas en el aspecto espiritual. El mayor interés científico por la espiritualidad, evidenciado desde mediados del siglo XX, se ha debido en parte a este fenómeno, en el cual fue notoria una relación importante entre las búsquedas individuales y colectivas de espirituali-dad y los mejores estados de bienestar emocional y físico alcanzados por quienes la experimentaban.

Por otro lado, la resiliencia es una cualidad importante para la adaptación y superación de la adversidad; también fuedescubierta en el siglo pasado, y pronto se constató que entre los diferen-tes factores que la condicionaban (como el amor y apoyo familiar y social, la sana autoestima, las capacidades comunicativas y de resolución de pro-blemas, el humor, la inteligencia, el género, entre otros), la espiritualidad constituía uno de los más significativos.

Ahora bien, desde la perspectiva antropológica,la espiritualidad es una función, cualidad o capacidad filogenética de tipo adaptativopara la evolución y supervivencia de la especie humana; según los planteamientos existencialistas de Viktor Frankl y de autores posteriores, la espiritualidad permite y motiva la búsqueda personal de sentido, propósito, significado, conexión, paz, esperanza o bienestar óptimos.Por lo tanto, creemos que se deberían excluir de su campo conceptual todas aquellas creencias, filosofías, prácticas o actitudes, individuales o institucionales, que de manera directa o indirecta

amenazan a la misma especie, particularmente aquellas que justifican o favorecen cualquier tipo de daño y violencia hacia la vida de las personas o entre ellas, aunque hagan referencia al espíritu, a Dios o a valores trascendentes. Esta delimitación del constructo espiritualidad permitiría, incluso a nivel científico, ser más precisosy coherentes para continuar avanzando en la línea de investigación que la confirma como una variable asociada a la salud y, específicamente, a la resiliencia.

Para aportar una comprensión más global de esta relación en el campo de la salud, los autores de esta monografía han propuesto un ajuste al mo-delo clínico moderno de espiritualidad de Koeing (2008).De hecho,en este trabajo, setoma en cuenta la posibilidad, no constatada por este autor, de que podrían existir personas religiosas, pero no espirituales, así como seculares sin religiosidad ni espiritualidad (ver figura 2). Al mantener, en cierto grado, la independencia de los constructos espiri-tualidad, religión y secularismo, sí sería posible continuar avanzando en la investigación científica de los mismos (límite planteado por Koeing en su versión clínica original) y, a la vez, mantener una concepción amplia, holística e interrelacionada de ellos, lo cual es vital para la atención clínica. La religión y el secularismo, cuando están empapados por los elementos trascendentes de la espiritualidad, como lo son el significado, el propósito, la conexión con los demás o con Dios, la esperanza, entre otros (siendo este hecho representado por la intersecciónde los círculos de religión, secularismo y espiritualidad en un mismo color gris), contribuyen, en conjunto, a la salud mental positiva, a la vez que favorecen el desarrollo de la resiliencia. Pero, cuando la religión y el secularismo carecen de dichos elementos y se viven como meras prácticas rituales exteriores o como simples filosofías sin valores trascendentes que no respetan la vida ni la dignidad de o entre los seres humanos (representándose los dos casos, respectivamente, por las partes en blanco de los círculos de religión y secularismo), ambos podrían

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aumentar el riesgo de padecer patologías psicológi-cas.Esto incidiría indirectamente en la salud física dado el efecto negativo de dichas patologías sobre el sistema inmune. Por su parte, la resiliencia aporta un dato importante para la prevención en salud mental, según el ajuste propuesto a dicho modelo: siendo potenciada por la espiritualidad (y también por las prácticas religiosas y seculares asociadas a ésta), la resiliencia reduce, a su vez, el riesgo de padecer patologías psicológicas y, de esta manera, se ve menos comprometido el sistema inmunoló-gico, implicado directamente en la aparición de ciertas enfermedades físicas, según lo encontrado por Koing y otros autores (Lee, Kim y Ryu, 2005).

Esta relación positiva entre la espiritualidad y la resiliencia abarca las diversas etapas críticas de la vida en las que el ser humano puede verse amenazado o retado a poner en práctica una serie de recursos que resultan necesarios para su super-vivencia biológica o para su adecuada adaptación psicosocial, como lo confirman las investigaciones ya citadas de la última década:

En la niñez, adolescencia y juventud, la espiri-tualidad actuaría como un amortiguadordel impacto

de situaciones adversas como exposición a la vio-lencia, maltrato físicoo abuso sexual, inestabilidad o abandono familiar, o elevado estrés psicosocial (como el de los adolescentes en sus medios acadé-micos). Entonces, la espiritualidad favorece el sano desarrollo de la personalidad durante el tránsito a la vida adulta, en un marco de relativa estabilidad emocional,sin la cual los niños y jóvenes, al ser más vulnerables, serían más propensos que los adultos a presentar diversos trastornos.

En personas adultas, la espiritualidad parece pro-mover una actitud proactiva frente a la adversidad (enfermedades crónicas, situaciones de estrés laboral que demandan liderazgo o exposición continua a frustración, dolor o pérdidas humanas, o desplaza-miento migratorio forzado). Es decir, fomenta la consolidación de proyectos vitales tales como: salud, estabilidad familiar y éxito profesional.Además, la espiritualidad favorece el fortalecimiento de la autoestima y de la propia identidad, en el caso de quienes sufren discriminaciones o exclusión por razones culturales, étnicas o religiosas.

Por otra parte, para los ancianos, la espiritualidad es un recurso trascendental de resiliencia, sin el cual

Figura 2. Propuesta de ajuste a la versión clínica moderna de espiritualidad de Koeing (2008).

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estarían a merced de la depresión, la ansiedad, la decepción, la amargura o el vacío existencial.En esta etapa evolutiva, son comunes los sufrimientos por enfermedad crónica, discapacidad,pérdida o soledad, por lo que los individuos necesitan recapitular e integrar los logros y fallas cometidas a lo largo de la vida para otorgarle un valor o significado último que les proporcionen gratitud, paz y realización personal.De hecho, se evidencia que los ancianos tienden a buscar más las prácticas y creencias es-pirituales que la gente joven.

En el caso de las mujeres, la espiritualidad es un recurso importante que les ayuda a ser resilientes ante el impacto de enfermedades crónicas (como el cáncer o el VIH/SIDA), del maltrato físico, del abuso sexual y los factores asociados a estos hechos (como el aislamiento o la estigmatización social).En este sentido, la espiritualidadcontribuye a la prevención y superación de los síntomas asociados con la baja autoestima, la depresión, el estrés postraumático, o con diversas conductas no adaptativas derivadas de tales adversidades. El hecho de que más mujeres que hombres asuman prácticas espirituales, principal-mente a nivel religioso, podría reflejar una conducta adaptativa;dicha conducta hace que las mujeres, más vulneradas (aunque menos vulnerables) que los hombres por el machismo cultural, sobre todo en los países del llamado Tercer Mundo, encuentren un recurso de fortaleza y adaptación eficaz.

Las investigaciones en familias, otro de los gru-pos en los que ha ido acrecentándose la investiga-ción sobre espiritualidad y resiliencia, demuestran que, en situaciones de elevado estrés por pérdidas económicas, enfermedades y muerte de algún miembro, o circunstancias ambientales que las desestabilizan, la espiritualidad permite transformar dichos eventos amenazantes en oportunidades para que sus miembros descubran y pongan en práctica los valores, creencias y actitudes que les permiten salir fortalecidos de tales adversidades, pese al dolor que ello implica. El apoyo social al interior y alrededor de la familia, motivado por convicciones

de fe, infunde en sus miembros los sentimientos de afirmación, optimismo, apoyo, amistad y esperanza que necesitan para saberse amados y para encontrar un sentido, individual y compartido, al sufrimiento. El promover la espiritualidad familiar puede ser un elemento clave para la formación humana y la pre-vención de muchos trastornos.Muchos de éstos son consecuencia del mal funcionamiento de la familia nuclear, principalmente por la falta de cohesión en torno a valores o principios morales y espirituales fundamentales para el desarrollo de relaciones armó-nicas basadas en el aprecio, la aceptación, el cariño mutuo, el respeto, la comunicación, la solidaridad, la tolerancia, la fidelidad, el amor a la verdad y a la vida; todos estos valores se entrecruzan entre lo más auténticamente humano y lo más racionalmente trascendental, y se reconocen como los principales factores asociados a la resiliencia personal.

De los 24 estudioscitados (que abarcan desde el año 2002 hasta el 2010), en 14 se aplicaron metodo-logías cuantitativas a nivel correlacional, mientras que en 10 se aplicaron metodologías cualitativas, cinco de éstas basadas en la Teoría Fundamentada.Aunque es mayor la cantidad de trabajos cientí-ficos encontrados en las diversas bases de datos consultadas (ProQuest, MIDLINE, OvidSP) que abordan directamente el tema en dicho período (entre 50 y 100 artículos científicos publicados), se han escogido estos como una muestra que podría considerarse representativa, teniendo en cuenta los puntos más relevantes de dichas investigaciones, las cuales han sido realizadas desde la psicología (6 estudios), la enfermería (6 estudios), la medicina (3 estudios), el trabajo social (4 estudios), la educación (4 estudios) y la teología (1 estudio).En particular, parece que la psicología se ha interesado más por las poblaciones de niños, mujeres maltratadas y familias en situación de elevado estrés psicosocial.

La variedad y riqueza que aportan las diversas metodologías usadas en estos estudios, especialmente la de la Teoría Fundamentada (donde se resaltan y aprecian los conocimientos personales basados en

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las experiencias de cada quien), son una muestra de la amplitud que requiere el tema, particularmente el de la espiritualidad, para poder ser abordado sin el riesgo de reducirlo a constructos quizás muy limitados o parciales. A pesar de lo restringido de algunas de estas investigaciones respecto a las muestras poblacionales tomadas (por ejemplo, los estudios cualitativos tienden a incluir pocas personas y no se pueden hacer generalizaciones a partir de ellos), se nota el esfuerzo científico por operacionalizar y medir la espiritualidad a partir de determinados enfoques teóricos, así como por comprender y aceptar, desde la evidencia empírica, su relación con la salud y, según el presente trabajo, con la resiliencia.

Particularmente, en estos estudios, los instrumen-tos más usados para la medición de la espiritualidad y la resiliencia han sido la Escala de perspectiva espiritual (Spiritual PerspectiveScale, SPS) de Reed (1987) y la Escala de resiliencia (ResilienceScale, RS) deWagnild y Young (1993), respectivamente.Los dos instrumentos cuentan con validez y con-fiabilidad, lo cual se ha demostrado en estudios realizados con poblaciones femeninas colombianas (Jaramillo, Ospina, Cabarcas y Humphreys, 2005; Canaval, González y Sánchez, 2007). La primera escala hace referencia al conocimiento de sí mismo, a un sentido de conexión con un ser de naturaleza superior o a la existencia de un propósito supremo; la segunda, a una adaptación individual positiva al estrés con base en el grado de competencia y autoaceptación personal.

Sin embargo, se sugiere que, para futuras inves-tigaciones, se lleven a cabo adaptaciones y valida-ciones de estos instrumentos, o sediseñen otros que tengan en cuenta las características idiosincráticas y culturales de nuestra población.También, se sugiere una mayor rigurosidad metodológica para confirmar los hallazgos de los estudios aquí reportados, ya que ninguno de ellos contó con un grupo comparativo o control para medir el impacto de la espirituali-dad en la resiliencia (por ejemplo, usando grupos

con espiritualidades definidas y diferenciadas: ateos, agnósticos, nueva era, santeros, brujos o de religiones tradicionales); tampoco se consideraron muestras poblacionales de contextos culturales o religiosos distintosal judeo-cristianismo occidental (a excepción del estudio en refugiados musulma-nes bosnios); en el caso de los estudios empíricos, dichas muestras no eran escogidas aleatoriamente, lo cual dificulta la generalización de los resultados.Adicionalmente, a pesar del valioso aporte para la comprensión global del tema planteado, el presente trabajo no profundizó en qué aspectos cognoscitivos y conductuales concretos de la espiritualidad son los que influyen de manera más significativa y positiva en el desarrollo de la resiliencia y en la salud: por ejemplo, las ideas que se tienen de Dios, la relación con él a través de la oración (y, en su caso, qué tipo de oración) o de la escucha de música góspel;o el servicio solidario a los demás, o la participación en rituales, reuniones y servicios religiosos, o el perdón, entre otros.

Conclusiones y recomendaciones

La presente investigación ha alcanzado los ob-jetivos que se plantearon inicialmente. Con base en la revisión bibliográfica sobre los conceptos de espiritualidad y resiliencia, se ha podido describir y explicar la relación entre ambos constructos: la resiliencia se ha definido por diversos autores como la capacidad de adaptarse y recuperarse exitosamente ante eventos que resultan altamente estresantes, adversos o potencialmente traumáticos. La espiri-tualidad, por su parte, se ha descrito últimamente en el contexto científico y terapéutico como la cualidad que impulsa al ser humano a trascender y a darle un propósito a su existencia, buscando los medios necesarios para lograr estos objetivos mediante una vinculación significativa con Dios (según la concepción que se tenga de él) y/o con los demás, dentro o fuera de las instituciones religiosas. Esta búsqueda, en definitiva, proporciona un estado de

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bienestar psicológico que favorece la resiliencia individual.

Todas las investigaciones citadas en este artículo confirman esta última afirmación, la cual tiene un impacto evidente, en particular para las ciencias sociales y de la salud.Si la espiritualidad deter-mina de manera tan importante el desarrollo de la resiliencia,es posible que el estudio de la primera como componente o atributo de la persona humana tenga un impulso cada vez mayor en diferentes camposcomo la medicina, la enfermería, el trabajo social o la educación. Aunque la psicología positi-va ha dado un empuje al estudio de las fortalezas y cualidades humanas, es claro que respecto a la investigación empírica dirigida a explorar, com-prender o explicar la relación entre espiritualidad y resiliencia, la psicología en general está dando apenas sus primeros pasos. En Colombia; por ejemplo, son importantes los trabajos realizados por Canaval, González, y Sánchez (2007) y Jaramillo, Ospina, Cabarcas y Humphreys (2005), en Cali y Medellín respectivamente, sobre el rol positivo de la espiritualidad en la recuperación de mujeres maltratadas.La evidencia recogida hasta ahora, que confirma esta relación en las diversas áreas y etapas del desarrollo humano, debería ser suficiente como para que las universidades incluyan en sus currículos profesionales, tanto a nivel de pregrado como de posgrado, el tema de la espiritualidad como materia transversal en la formación de los psicólogos.Un profesional de esta disciplina que no toma en cuenta, no entiende lo suficiente o ignora la dimensión religiosa/espiritual del individuo o de la comunidad, viéndolaen algunos casos como un obstáculo cognoscitivo o un campo de la psi-quis poco importante para el desarrollo humano, estaría negando o subestimando el aspecto quizás más medular de su paciente y de sí mismo como instrumento de sanación e incluso, de resiliencia mutua, a través de la relación de ayuda.

A nivel terapéutico, algunas intervenciones cen-tradas en la espiritualidad han demostrado eficacia

validada (por ejemplo, la de los 12 pasos, que es hoy en día la más eficaz en adicciones).Sin embargo,hace falta una mayor cantidad de investigaciones para aclarar y refinar dichas intervenciones, especificando y potenciando aquellos factores que, dentro de la espiritualidad, favorecen su desarrollo y se relacio-nan de manera más significativa con el bienestar psicológico, la calidad de vida y la resiliencia per-sonal. En este punto, es importante resaltar el hecho evidenciado por algunos autores (Maton y Parga-ment, 1987) de que, a pesar de ser una experiencia eminentemente personal, la espiritualidad que no se alimenta ni pone en práctica en un contexto de interacción mutua y de apoyo comunitario, pierde eficacia para la salud y su sentido para la vida.Por ello, la atención clínica debería llevar al paciente a una proyección social de su espiritualidad para que pueda aflorar, entre otros frutos, la resiliencia en los momentos de adversidad.

Finalmente, la espiritualidad, fuera del campo clínico, se perfila como uno de los factores deter-minantes en la promoción de la resiliencia a todos los niveles de la población: niños, jóvenes, adultos, estudiantes, profesionales, trabajadores, familias, enfermos y sanos, ricos y pobres. Como elemento clave para la salud y la supervivencia de la especie humana, la comunidad científica apenas hoy está empezando a descubrir y reconocer en la espiritua-lidad una riqueza infinita. En el campo preventivo, según los hallazgos encontrados sobre el tema, una oportuna educación en valores y en actitudes espiri-tuales, inspirada en principios trascendentales para el individuo (como el amor,el respeto y la solidaridad para con toda persona, sin distinción), sería tal vez la mejor manera de forjar personalidades fuertes y resilientes ante las inevitables presiones o problemas de la vida en todos sus períodos.

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CUADERNOS HISPANOAMERICANOS DE PSICOLOGÍA, Vol. 11 No. 2, 50-68

Significado terapéutico de la autoeficacia para un grupo de terapeutas clínicos

Janeth Molina, Andrea Niño y Liz Alayón

Universidad El Bosque

Recibido en: Mayo 5 de 2011 Aceptado en: Agosto 3 de 2011

Nota de Autor

Esta investigación se realizó en la Facultad de Psicología de la Universidad El Bosque, Bogotá, D.C., Colombia.

Janeth Molina. Directora de trabajo de grado. Psicóloga, Especialista en Psicología de la Salud, Docencia Universitaria y Magíster en Desarrollo Educativo y Social.Andrea Niño y Liz Alayón. Psicólogas que optan por el título de Especialistas en Psicología Clínica y Autoeficacia Personal.

Persona de contacto: [email protected]

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SIGNIFICADO TERAPÉUTICO DE LA AUTOEFICACIA

Resumen

Esta investigación tuvo como propósito develar el significado terapéutico de la autoeficacia para un grupo de terapeutas clínicos. Para tal fin se realizaron dos grupos focales con 8 profesionales dedicados al ejercicio de la Psicología clínica. La investigación fue de corte cualitativo, basado en el análisis de las categorías y relatos que suministraron los grupos focales. Los resultados encontrados indi-caron que el significado terapéutico de la autoeficacia se devela como una fuente motivacional, como potencial de resignificación, como clave para la adherencia al tratamiento y agente activo dentro del proceso terapéutico tanto para el paciente como para el terapeuta.

Palabras clave: Autoeficacia, Psicología positiva, Psicólogo clínico.

Abstract

The purpose of this research was to reveal the therapeutic meaning of self-efficacy for a group of clinical therapists. For doing so, two focus groups constituted by eight professionals working in this area were made. This was a qualitative re-search, based on the analysis of the participants’ stories. The outcomes showed the therapeutic meaning of self efficacy was revealed as a motivational source, a resignification potential, a key for treatment adherence and as an active agent in the therapeutic process for both therapist and patient.

Key words: Self- efficacy, Positive psychology, Clinical psychologist.

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Janeth Molina, Andrea Niño y Liz Alayón

Desde sus inicios, la Psicología se ha preocupado por la salud mental del hombre. No obstante, por muchas décadas, su abordaje estuvo centrado en la patología y en las carencias, dejando de lado las potencialidades, competencias y habilidades que todos los individuos poseen y que se pueden asociar a una mejor calidad de vida. Aunque dicho abordaje dio sus frutos y posibilitó una mayor comprensión de la conducta anormal, hoy resulta viable y oportuno cambiar el paradigma y abordar a los seres humanos desde un ángulo diferente. Esta perspectiva ha sido asumida por la llamada Psicología positiva, la cual parte de la base de que es pertinente ocuparnos de promover la salud, más allá de la enfermedad, y brindar ayuda a las personas para que tengan una vida mejor.

El cambio ya comenzó; y de la mano de expertos como Seligman y Csikszentmihalyi (1990) se ha liderado la Psicología positiva. Ésta se entiende como una rama de la psicología que estudia diversos aspectos del ser humano, dentro de los cuales se identifican las emociones positivas, tales como: la felicidad, la alegría o el amor, y fortalezas como el optimismo, la creatividad, la gratitud, la sabiduría o la resiliencia y la alta autoeficacia (Vázquez y Hervás, 2006).

Según Seligman y Csikszentmihalyi (2000), esta nueva tendencia pretende impactar en la prevención de los trastornos emocionales fundamentales y reorientar la psicología en sus dos vertientes relega-das: hacer más fuertes y productivas a las personas normales y hacer real el elevado potencial humano.

A partir de lo anterior se considera como una tarea de los psicólogos clínicos actuales ampliar su visión de la salud mental y centrarse en las ver-tientes mencionadas. Esto implica nuevas lecturas del ejercicio terapéutico y una reorientación de la praxis profesional, donde las emociones positivas y las fortalezas puedan ocupar un lugar central; por ende, es necesario empezar por indagar acerca del lugar terapéutico que éstas ocupan en el ejercicio actual de los psicólogos clínicos. Para contribuir

al proceso de dar respuesta a este interrogante, la presente investigación se centró en la autoeficacia, considerada como una de las fortalezas más impor-tantes de los individuos.

Por otra parte, esta investigación se realizó en el marco de la especialización en Psicología clínica y autoeficacia personal de la Universidad El Bosque. Este estudio busca apoyar empíricamente los funda-mentos conceptuales de esta rama de la psicología y contribuir al logro de sus objetivos. Dentro de estos se encuentra el de formar psicólogos que puedan ejercer la clínica desde un enfoque más positivo y orientado, en gran parte, a promover el desarrollo de la autoeficacia personal.

Es necesario resaltar que este estudio se inscribe dentro de una de las líneas de investigación de la especialización denominada Psicología Positiva, y da continuidad a la investigación de Molina, Sar-miento y Torres (2010); en dicho estudio se hizo una revisión de la literatura sobre la autoeficacia, y se puso en evidencia el planteamiento de Bandura y Wood (1989) acerca de que la autoeficacia tiene una influencia muy poderosa en el funcionamiento ejecutivo y; por lo tanto, se puede desarrollar y promover como una herramienta indispensable en el proceso psicoterapéutico. La recomendación central de esta investigación fue la de profundizar en el papel que la autoeficacia juega en el contexto.

Dado lo anterior, se plantea el siguiente problema de investigación: ¿Cuál es el significado terapéu-tico de la autoeficacia para un grupo de terapeutas clínicos?

Objetivo: Develar el significado terapéutico que tiene la autoeficacia para un grupo de terapeutas clínicos.

Psicología positiva

Según Seligman y Csikszentmihalyi (2000), antes de la Segunda Guerra Mundial, la psicología tenía tres misiones: curar la enfermedad mental, hacer las vidas de las personas más plenas e identificar

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y alimentar el talento. Sin embargo, los autores consideran que la única que prosperó hasta nues-tros días es el estudio y tratamiento de enfermeda-des mentales; y al respecto se han hecho grandes avances. En tanto, las otras dos misiones han sido completamente olvidadas.

En este mismo sentido, Maslow (1954), quien introdujo la teoría de la motivación humana e ideas tales como las de necesidades de desarrollo y auto-actualización (self-actualization), sostiene que: “La ciencia de la psicología ha tenido mucho más éxito en el lado negativo que en el positivo; nos ha reve-lado mucho acerca de los defectos del hombre, sus aspiraciones o su total altura psicológica. Es como si la psicología se hubiera restringido voluntariamente a la mitad de su jurisdicción legítima” (Maslow, 1954, pp. 352-353).

Frente a esta consideración, es necesario tomar conciencia de que no basta con reparar los defectos, sino que también es necesario promover los aspectos positivos (Seligman, 2002).

En este punto, es interesante dar cuenta de la importancia, no sólo del significado positivo de un concepto, sino entender cómo es que la Psicología positiva aporta elementos claves para los profesio-nales de la salud mental. Precisamente, con base en la Psicología positiva, es posible develar que la psicología no sólo versa acerca de arreglar o mejorar lo que está mal, sino de encontrar las fortalezas y virtudes de las personas para lograr una mejor ca-lidad de vida, un mayor bienestar. Por ello, uno de sus objetivos más importantes es investigar acerca de las fortalezas y virtudes humanas y los efectos que éstas tienen en las vidas de las personas y en las sociedades en que viven.

La Psicología positiva considera que los principios de construir fuerzas internas en el paciente deben estar en la base de la psicoterapia. Es decir, la psi-coterapia debe estimular, en el paciente, aspectos como el coraje, las habilidades interpersonales, la racionalidad, la reflexión, el optimismo, la hones-tidad, la perseverancia, el realismo, la capacidad

para el placer. Todo lo anterior, con el fin de poner los problemas en perspectiva, así como para en-contrar propósito y orientación al futuro (Cuadra y Florenzano, 2003).

Por su parte, Seligman, Lee y Steen (2005) definen la Psicología positiva como el estudio científico de las experiencias positivas y los rasgos individuales positivos. Entonces, se entiende que el propósito de la Psicología positiva es ampliar el foco de la Psicología clínica, más allá del sufrimiento y su consecuente alivio. Para cumplir este objetivo, es necesario comprender el funcionamiento óptimo en múltiples niveles, incluyendo el experiencial, el personal, el relacional, el institucional, el social y el global. Para ello, consideran que es necesario estudiar la dinámica de las relaciones entre los niveles antes mencionados y la capacidad humana de dar orden y significado en respuesta a la inevitable adversidad; así mismo, consideran que el significado de la buena vida, en todas sus posibles manifestaciones, puede emerger de estos procesos.

No obstante, no se pretende intercambiar el foco de investigación de lo negativo a lo positivo, sino abordar el estudio del ser humano desde una perspectiva integradora bajo la cual el individuo se concibe como un agente activo que construye su propia realidad. En este orden de ideas, Poseck (2006) afirma que encontrar lo mejor de cada per-sona hace que se fortalezca su potencial.

Es importante aclarar que la Psicología positiva no confía en sueños dorados, utopías, espejismos ni autoengaños, pues adopta el método de la psicología científica y, desde allí, amplia el campo tradicional en el que habitualmente se ha desarrollado y se distancia de dudosos métodos de autoayuda o filo-sofías espirituales que tanto proliferan en nuestros días (Poseck, 2006).

Por su parte, la Psicología positiva aplicada retoma las investigaciones realizadas en este campo para facilitar el funcionamiento óptimo del individuo. En esta área se trabaja en pro de su promoción y desarrollo. Por ello, se trata desde el trastorno y la

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Janeth Molina, Andrea Niño y Liz Alayón

angustia, hasta la salud, a nivel individual, grupal, organizacional y social. Como se mencionó anterior-mente, esto no quiere decir que la enfermedad y el trastorno deben ser descuidados, sino que deberían ser tomados como aspectos integrales del individuo (Linley y Joseph, 2004).

Para la Psicología positiva, la misión no es decirle a las personas que deben ser optimistas, espirituales, amables, o que deben estar de buen humor, sino describir las consecuencias de tales rasgos (por ejemplo, que ser optimista reduce la depresión, mejora la salud física, propicia los logros, a cambio, quizá, de un menor realismo); y lo que cada uno haga con esa información depende de sus propios valores y objetivos.

Así mismo, la Psicología positiva considera que los placeres del presente, al igual que las emocio-nes positivas respecto al pasado y al futuro, son en esencia sentimientos subjetivos. El juez final es “quien quiera que viva en la piel de la persona” (Seligman, 2003). Así, a través de los tratamientos positivos, aquellos que promueven los niveles de bienestar o elevan las fortalezas de las personas, es posible abordar la enfermedad compensándola; es decir, trabajar en un equilibrio dinámico que forta-lece y/o hace crecer aquellos aspectos resilientes o factores protectores (positivos) de la personalidad del sujeto o de los grupos (Keyes y López, 2002).

La Psicología positiva, entonces, ha retomado esas dos misiones olvidadas de la psicología: hacer más plenas las vidas de las personas e identificar y alimentar el talento. Para ello, se ha propuesto investigar las fortalezas y virtudes humanas, así como los efectos que éstas tienen en la vida de las personas y las sociedades.

A nivel individual, indaga por lo que determina como rasgo de la vocación, el valor, las habilidades interpersonales, la sensibilidad estética, la perseve-rancia, el perdón, la originalidad, la espiritualidad, el talento y la sabiduría. A nivel social, explora las virtudes ciudadanas y las instituciones que incitan a las personas a ser mejores ciudadanos como: la

responsabilidad, el altruismo, la civilidad, la toleran-cia y el trabajo ético (Cuadra y Florenzano, 2003).

En este marco, una de las fortalezas, objeto de interés de la Psicología positiva, es la autoeficacia y, para investigarla dentro del campo de la Psico-logía clínica, vale la pena inicialmente retomar su concepto y algo de su trayectoria.

El concepto de autoeficacia

El concepto de autoeficacia tiene una relevancia especial en la Psicología contemporánea teórica y práctica. Un buen ejemplo se encuentra en cada uno de los capítulos de la obra de Bandura Self-efficacy. The exercise of control, en los que la autoeficacia constituye el tema central. Es importante resaltar que este autor ha sido uno de los que más influyentes en el desarrollo de la Psicología de todos los tiempos y su concepto de autoeficacia ha sido ampliamente utilizado, no siempre con la mima connotación que le dio su creador (Bandura, 1977).

El concepto de autoeficacia fue propuesto por Bandura en el año de 1977, en la publicación de la obra “la auto-eficacia: hacia una teoría unificada del cambio conductual” y tiene sus orígenes en la Teoría cognoscitivo-social que, a su vez, es una versión actualizada de la Teoría del aprendizaje social, ambas desarrolladas por Albert Bandura (Bandura, 1989).

Las bases del modelo de autoeficacia (Bandura, 1977) se dan en términos de una triada de acción recíproca; es decir, se describe por medio de tres componentes que interactúan entre sí. Estos son: ▪ Los determinantes personales, en forma de

cogniciones, emociones y factores biológicos; ▪ la conducta; y ▪ las influencias ambientales (Bandura, 1989)

Según la Teoría cognoscitivo-social, en el primer componente, los individuos interpretan y evalúan sus propias experiencias y sus procesos de pensa-miento; es aquí donde Bandura (1977) atribuye la existencia de un auto-sistema, el cual permite a las

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personas ejercer un control sobre el medio ambiente y sus creencias, factores que, a su vez, alteran las conductas subsecuentes. Este auto-sistema incluye las habilidades de simbolizar, aprender de otros, planificar estrategias alternativas, regular la propia conducta y la auto-reflexión.

Con lo anterior, Bandura (1977) plantea que la conducta humana es el resultado de la interacción entre este auto-sistema y las fuentes de influencias externas y medioambientales, ya que el individuo opera dentro de las influencias socioculturales. Asimismo, considera que la capacidad humana de auto-referencia del pensamiento, permite a las personas evaluar y alterar su propio pensamiento y su conducta. Dichas evaluaciones incluyen las percepciones de autoeficacia, lo que Bandura (1977, p.97) definió como: “las creencias en las capaci-dades propias para organizar y ejecutar el curso de acciones requeridas para manejar las posibles situaciones”; en sí, la autoeficacia se refiere a las auto-evaluaciones que hace el individuo sobre lo que se cree capaz de hacer.

Teniendo en cuenta lo anterior, cuando se habla de expectativas y proyectos se busca que el indivi-duo identifique sus potencialidades o fortalezas y las desarrolle en el medio donde se encuentra. Por lo tanto, es interesante revisar aquello que hace que algunas personas logren cumplir sus objetivos de acuerdo con sus expectativas y otras se queden estancadas, sin cumplir los logros que se han pro-puesto (Bandura y Walters, 1963).

La autoeficacia en el área de la salud

La fuerza de la autoeficacia se refiere a qué tan convencida y resuelta está una persona con respecto a su capacidad para realizar alguna conducta deter-minada. Por ejemplo, un docente puede estar más convencido de que sus capacidades para enseñar pueden facilitar el aprendizaje de sus alumnos, en relación con otro que duda acerca de su éxito en el aula (Pintrich y Schunk, 1995).

El proceso de cómo la autoeficacia funciona es simple: inicialmente, las personas se compro-meten con una conducta, para después interpretar los resultados de sus acciones y, con base en estos resultados, desarrollan creencias sobre si son capa-ces o no de llevar a cabo conductas subsecuentes en contextos similares.

El modelo de autoeficacia como modelo psi-cológico en el área de la salud supone que uno de los principales problemas con respecto al cambio conductual es que comúnmente se intenta enseñar a las personas lo que deben o necesitan hacer para llevar a cabo una conducta saludable. Con respecto a esto, Bandura (1989) considera que lo que realmente se debe enseñar a las personas son habilidades que fomenten la autoeficacia. Por ejemplo, las habili-dades de autorregulación que les permitan ejercer el control sobre ellos mismos y sobre otros en la práctica de comportamientos saludables; dichas habilidades tienen que ver con el manejo de la automotivación, las autocreencias y las autoguías (formas de actuar).

Por su parte, la autor-regulación requiere habili-dades de auto-monitoreo que permitan a las perso-nas reconocer cuándo deben poner en práctica su sistema autoregulatorio. Así, promueven la emisión de conductas saludables por medio de un cambio de comportamiento autodirigido. Bandura (1989) considera que, para lograr dicho cambio, la gente necesita reconocer las razones para alterar sus há-bitos riesgosos, los significados de sus conductas, sus recursos y sus apoyos sociales.

Así mismo, Bandura piensa que una buena in-tervención que tenga por objetivo el cambio de comportamiento debe, desde la perspectiva del modelo de autoeficacia, considerar cuatro variables. Dichas variables están dirigidas a alterar cada uno de los tres componentes determinantes de acción propuesto por la Teoría cognoscitivo-social. Dichos componentes se presentan a continuación:

El primer elemento es el componente informativo, el cual se refiere a la distribución de información

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sobre el tema tratado. Éste intenta hacer conscien-tes a las personas de lo vulnerables que son ante determinada enfermedad, su forma de transmisión, el desarrollo de la enfermedad y todas las carac-terísticas de la misma. Además, busca informar a las personas sobre todas aquellas conductas que representan un riesgo para la salud y cuáles no, cómo desarrollar comportamientos seguros, qué tan importante es conservarse sano, cuáles son los bene-ficios derivados de los comportamientos saludables, las ventajas de poder regular su conducta, etcétera. El segundo componente se refiere al desarrollo de habilidades sociales y de autorregulación. Éstas les permiten a las personas transformar la información en conductas o acciones de prevención efectivas. Cabe mencionar que, en este componente, no se recomienda aún poner a funcionar en los sujetos en situaciones de riesgo real. En realidad, en este paso, se busca identificar en los propios sujetos los disparadores de riesgo, conocer la serie de conductas que llevan al mismo, saber qué y cómo se debe de hacer para salir de las situaciones de riesgo. En este punto, el individuo también debe saber reforzarse a sí mismo mediante prácticas no riesgosas, así como regular su conducta (Bandura, 1989).

El tercer componente está dirigido al mejora-miento de las competencias sociales y la construc-ción de una autoeficacia sólida. Esto se logra por medio de simulacros de situaciones que pueden ir desde un simple juego de roles, hasta situaciones de alto riesgo, en donde con ayuda de un guía y de la retroalimentación, el individuo puede ensayar y mejorar las habilidades necesarias para enfrentar de una manera efectiva una situación de riesgo en la vida real. Los ensayos pueden llevarse a cabo en diferentes contextos y con distintos niveles de com-plejidad. El objetivo de este elemento es desarrollar al máximo las habilidades auto-regulatorias y las habilidades sociales, que conlleven al desarrollo y fortalecimiento de la autoeficacia

Por último, se debe crear una red de apoyo social que asegure el mantenimiento de las conductas

preventivas adquiridas, ya que el cambio de compor-tamiento se da en un contexto social específico, con una influencia social normativa. En este componente se ha de considerar la identificación de redes sociales que tengan más influencia y aquellas que tengan la habilidad de reforzar o castigar (Bandura, 1989).

El reto de la Psicología clínica aplicada es grande, pues requiere mostrar, mediante sus intervenciones, que el cambio de perspectiva sí es posible y que la vida se puede definir en más que dos simples polos, satisfactoria o insatisfactoria. A partir de allí se han desarrollado múltiples investigaciones que; por un lado, ayudan a comprender y mejorar tratamientos eficaces ya existentes para diversos problemas psico-lógicos y; por otro, amplían el horizonte de técnicas de intervención hacia territorios en desarrollo por parte de la Psicología positiva.

Por otra parte, la investigación sobre estas interven-ciones puede ayudar a entender y manejar mejor los denominados “factores no específicos” de la psicotera-pia, tales como: infundir optimismo, otorgar sensación de control, generar comprensibilidad y significado al sufrimiento, entre otros (Duckworth, Steen y Seligman, 2005). Entonces, las intervenciones positivas están destinadas a promover el bienestar de la población. En este sentido, trascienden las típicas intervenciones preventivas, para poner su mirada en elementos más constructivos y convertirse en potencializadores de capacidades (Hervás, Sánchez y Vásquez, 2008).

En este campo una de las primeras investigacio-nes realizadas fue la del psicólogo norteamericano Fordyce (como se citó en Hervás, Sánchez y Vás-quez, 2008), quien contrastó empíricamente una intervención dirigida al incremento del bienestar, utilizando diseños experimentales controlados con tres grupos. Los resultados mostraron que al utilizar una medida de felicidad, diseñada por él mismo, la sensación de bienestar se incrementó. Lo anterior confirmó la idea de la necesidad de una “actividad intencional sostenida” para fortalecer el bienestar.

La perspectiva que cada persona tiene sobre su futuro es de gran importancia para la psicología y,

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sobre todo, para la Psicología positiva. Al respecto, Seligman (2003) señala que cultivar estrategias positivas relacionadas con el futuro puede tener un efecto protector frente a la depresión; además, favorece un mejor rendimiento laboral y una mejor salud física.

Muy cerca a estas investigaciones se encuentra a Deci y Ryan (2000), con su Teoría de la auto-determinación; ésta permite comprender cómo el bienestar otorga una gran importancia a los mecanis-mos motivacionales de la personalidad. Aquí, vale la pena mencionar el estudio de Sheldon, Kasser, Smith y Share (2002), quienes pusieron a prueba una intervención centrada en entrenar la forma en que las personas establecen y persiguen normas. El objetivo del estudio era integrar la personalidad a través de dos vías; por un lado, realizar una inte-gración organísmica, la cual se define en función de si las metas son intrínsecas o extrínsecas y; por el otro, una integración sistemática, donde la percepción de importancia de las metas cotidianas están enlazadas con metas a largo plazo. A partir de los resultados se logra apreciar que los partici-pantes que presentaban metas congruentes con sus valores e intereses desde el principio, mejoraron en sus logros tras la intervención.

Lo anterior evidencia que la autoeficacia es definitivamente una poderosa herramienta, con un inmenso universo de aplicación; éste es tan amplio como la necesidad del ser humano para lograr me-tas. Quienes tienen un alto nivel de autoeficacia suelen imponerse altos estándares de éxito; aunque no siempre logren sus metas en el primer intento, nunca se rinden, sino que continúan confiando en sí mismos y en sus habilidades. Esta confianza en su propia capacidad les permite no desmoronarse ante la adversidad y seguir adelante hasta alcanzar los fines propuestos (Anderson y Jennings, 1980).

Estos resultados ponen de manifiesto que no todas las personas se pueden beneficiar de los mismos métodos de intervención clínica ya que esto puede llevar al fracaso de la estrategia. Este tipo de estudios

apoyan el diseño de intervenciones focalizadas en el uso de potencializadores de fortalezas, no sólo para incrementar el bienestar, sino para disminuir otros síntomas relacionados con la frustración y la falta de eficacia (Hervás, Sánchez y Vásquez, 2008).

Las intervenciones positivas

La aplicación clínica de las intervenciones positi-vas puede ser de gran interés por distintas razones. Entre otras, cabe mencionar las siguientes: poten-cialización de la tasa de eficacia de los tratamientos psicológicos, fortalecimiento de la eficacia de los pacientes e impacto positivo en la prevención de recaídas de los tratamientos farmacológicos (Hervás, Sánchez y Vásquez, 2008).

Una vez identificado el impacto de la eficacia a nivel de la intervención, se comenzó a revisar la forma como se desenvuelve este constructo a nivel del sujeto que consulta al psicoterapeuta. A nivel personal, el estilo de pensamiento optimista ante los sucesos positivos es justamente el contrario del estilo optimista para los sucesos negativos. Las personas que consideran que las causas de los aspectos buenos son permanentes se consideran optimistas, mientras que los pesimistas tienden a pensar que son transitorias.

Según Seligman (2003), las personas optimistas explican los sucesos positivos a causa de sus rasgos y capacidades. Por el contrario, las personas pesi-mistas delegan la existencia de causas transitorias a los estados de ánimo y al esfuerzo. Lo anterior nos permite concluir que las personas que dan ex-plicaciones universales para sus fracasos se rinden cuando fracasan en un campo específico, mientras que quienes dan explicaciones específicas pueden llegar a sentir indefensión sólo en ese campo de su vida, pero avanzan con gran éxito en las otras áreas.

Por otra parte, durante varios años y diferentes contextos, a la esperanza se le ha atribuido una definición de escaso contenido teórico, propia de políticos y charlatanes. Gracias a los estudios realizados en el campo de la Psicología positiva,

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a este término se le han conferido definiciones e impactos de mayor relevancia a nivel psicológico.

La esperanza radica en encontrar causas per-manentes y universales para los sucesos positivos, junto con causas transitorias y específicas para las situaciones que juzgan como negativas. Hacer directamente lo contrario podría trazar el camino hacia la desesperación (Seligman, 2003).

Dentro de las aproximaciones al tema de la espe-ranza se ha desarrollado una teoría desde el modelo cognoscitivo, la cual plantea como elemento central el logro de metas y contempla las expectativas sobre el futuro, la motivación y la planificación requerida para la construcción de las mismas (Klausner, Snyder y Cheavens, 2000). Esta postura contempla dos elementos fundamentales para el término esperan-za; por un lado, están los itinerarios o percepción de rutas, los cuales se refieren a la capacidad del individuo para encontrar opciones que le permitan el logro de metas. El otro elemento es el control o percepción de capacidad, que se refiere a la habilidad para iniciar y mantener las actividades en función de cumplir la meta propuesta (Hervás et al., 2008).

En este orden de ideas, cabe mencionar el estu-dio de Klausner et al. (2000). El objetivo de esta investigación era incrementar el componente de la esperanza en personas mayores diagnosticadas con depresión. Tras la intervención, los investigadores encontraron que las personas que fueron intervenidas bajo los elementos de la esperanza presentaron una disminución en su sintomatología depresiva, así como mejoría en los síntomas de ansiedad, en el nivel de desesperanza y en el de interacción social.

Por otra parte, Seligman (2003), en su libro “La auténtica felicidad”, establece que, para incrementar el optimismo, existe un método muy conocido dentro de la comunidad científica; éste consiste en detectar y, posteriormente, refutar los pensamientos pesimistas. El optimismo puede actuar como potenciador del bienestar y de la salud en aquellas personas que, sin presentar trastornos, quieren mejorar su calidad de vida (Seligman, 2002).

Desde un punto de vista evolucionista, el opti-mismo es considerado como una característica de la especie humana, seleccionado por la evolución gracias a sus ventajas para la supervivencia (Taylor, 1988).

A medida que crece la inquietud por las emocio-nes positivas, se incrementa el número de trabajos empíricos que apoyan esta idea. Así; por ejemplo, estudios con población general muestran una clara tendencia de las personas a sobreestimar el grado de control que tienen sobre las situaciones (Langer, 1975), mientras que las personas deprimidas estima-rían de forma muy precisa su grado de control real (Alloy y Abramson, 1979). Esta ilusión de control, junto con otros mecanismos, contribuyen a explicar por qué unas personas no se deprimen y otras sí.

En el ámbito clínico, parece clara la hipótesis de que si somos capaces de instalar, mantener, o apoyarnos en esos elementos positivos, se puede favorecer la cristalización de repertorios adaptativos y de un mejor funcionamiento en general (Vázquez y Hervás, 2006).

Hablar de emociones positivas, cogniciones positivas, o Psicología positiva, pudiera parecer redundante para quien ya se ocupa de lo negativo. ¿Para qué le puede servir a un clínico reconocer, explorar, o incluso intervenir en el grado de bienestar si ya está interviniendo sobre su aparente reverso; es decir, el malestar y la enfermedad? Estas son algunas de las preguntas que se pueden plantear al momento de realizar una intervención desde este punto de partida.

Para ser positiva, una intervención debe estar focalizada en aumentar los recursos personales, más que en reducir lo negativo. Para ello, debe estar dirigida al aumento de bienestar a través de los pilares de la Psicología positiva, los cuales son: mejorar el afecto positivo, aplicar fortalezas y cultivar un significado positivo para las acciones y metas (Linley y Joseph, 2004).

Los aspectos positivos de este modelo están presentes en la clínica, aunque no estemos, como

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clínicos, muy sensibilizados para apreciarlos y manejarlos adecuadamente. Por ejemplo, se ha hallado que se produce una mejor resistencia ante estresores intensos cuando quienes los sufren per-ciben, además de las consecuencias negativas de la experiencia traumática, algunos elementos positivos en lo sucedido (Vázquez y Pérez, 2003).

Estudios de los estados positivos

Los estudios muestran que los efectos de los estados positivos puede que sean menos inmediatos y menos visibles que los de los estados negativos y, quizás, se demoren más en el tiempo o sean más sutiles (Gable y Haidt, 2005). De lo anterior se de-rivan las dificultades que han tenido los científicos para detectarlos y analizarlos.

Aunque escasean los estudios aplicados en el ámbito clínico desde este marco, los sólidos re-sultados encontrados en estudios con población general realizados por Gable y Haidt (2005), po-drían indicar la importancia de estos factores para el ámbito clínico, al menos en lo concerniente a la potenciación del bienestar.

La intervención psicológica es una manera de conocer y comprender, la cual implica una manera de actuar y requiere asumir una postura; ésta va a influir de manera transformadora en el curso de la vida y en las experiencias vitales de personas, familias y grupos. Para algunos autores, la inter-vención psicológica tiene como propósito ofrecer y facilitar poder y control para vivir y para influir con las decisiones y acciones propias. Una intervención influenciada por la potenciación, inspirada y dirigi-da con el objetivo de empoderar y fortalecer, va a posicionar a los profesionales de la intervención en agentes potenciadores (Cabanillas y López, 2006).

Dentro de los hallazgos que se han generado en este sentido, vale la pena destacar la ecuación propuesta por Albee (1985) que, con una base de prevención primaria, también desarrolla el modelo de potenciación. De hecho, tal ecuación facilita

el acceso de los recursos y oportunidades para maximizar las competencias y la capacidad de afrontamiento como componentes del poder y del control; al lograr esto, se controlan las fuentes de estrés y se potencia la autoestima.

Dentro de este contexto, es necesario tener en cuenta los factores de riesgo y de protección de los consultantes. Estos últimos, a su vez, se convier-ten en procesos de protección (Rutter, 1987) y se contrapesan con los factores de riesgo, potenciando las fortalezas personales frente a la adversidad (Cabanillas y López 2006).

Como se dijo anteriormente, la psicoterapia implica asumir una postura; para esta investigación en particu-lar, la perspectiva de la potenciación es fundamental, así como también lo son los principios estratégicos de la potenciación. Aquí, vale la pena mencionar que estos principios definen la cultura profesional y cada uno de ellos se despliega en líneas de acciones encaminadas a facilitar el poder y control para vivir en el curso de las acciones transformadoras de la inter-vención (Cabanillas y López 2006). Así mismo, vale la pena mencionar que parte de la eficacia de muchas técnicas y estrategias de intervención psicológicas ya desarrolladas se debe a que generan estados emociona-les positivos o a que crean las condiciones adecuadas para que éstos aparezcan (Fredrickson, 2001).

Principios que guían el estilo de vida Terapéutico

Existen ocho principios que guían el estilo de vida terapéutico, los cuales nombraremos a continuación, teniendo en cuenta el principio número siete como punto significativo dentro de la investigación.

El primero de estos principios fue enunciado como: dar poder para vivir es validar la biografía entera. Éste se considera como un aspecto esencial ya que brinda información de fondo y no de forma, lo que le permite al terapeuta mostrar fascinación por los eventos y la carga experiencial que conforman la personalidad de quien busca ayuda.

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El segundo principio se denominó: dar poder para vivir es reconocer el valor de los resultados logrados. Como se sabe, valorar cada esfuerzo y logro, por pequeño que sea, es de suma importancia para la compensación de los esfuerzos invertidos en esa acción.

El tercer principio fue: dar poder para vivir es promover los recursos del contexto. El poder y el control sobre las oportunidades y recursos del medio constituyen un componente determinante para el ajuste psicológico, al igual que para la resistencia y para las fortalezas personales.

En cuarto lugar, se encuentra el principio: dar poder para vivir es proporcionar apoyo y acepta-ción emocional; éste considera que reconocer que las emociones como señales de vida tiene sentido y significado, ya que ponen de manifiesto el impacto de las circunstancias y las experiencias vividas. Esto pone en evidencia el estilo de afrontamiento de las adversidades, crisis y problemas a los que las personas consultantes se han enfrentado.

El quinto principio, denominado dar poder para vivir es alentar la esperanza y la motivación para el cambio, propicia la concepción de que la esperanza es un sentimiento optimista basado en la autoeficacia; por ello, promueve el esfuerzo para realizar acciones dirigidas a una meta significativa o valiosa. Esto se observa en un estudio realizado por Bragagnolo et al. (2002), donde se encontró que las personas más optimistas tendían a tener más esperanza, mejor autoestima, se sentían capaces de generar eventos positivos en sus vidas y se deprimían menos.

En sexto lugar, se encuentra el principio: dar po-der para vivir es promover y apoyar el compromiso responsable con la acción. Éste permite evidenciar el principio anterior, pues la esperanza y la motivación se prueban en la acción. Al respecto, Fredrickson (2001) postula tres efectos al experimentar emo-ciones positivas: la ampliación, la construcción y la transformación a nivel cognoscitivo. En este sentido, concluye que experimentar emociones positivas amplía el pensamiento y las tendencias

de acción. Lo anterior permite que se desarrolle la creatividad, el conocimiento de sí mismo y de las situaciones; todo esto hace que el individuo sea más resistente a las dificultades y desarrolle habilidades sociales que le permitan una mejor integración. De tal modo, se crea un “espiral ascendente” que lleva a experimentar nuevas emociones positivas.

El séptimo principio establece que dar poder para vivir es promover experiencias de autoeficacia y de control”. Este principio pretende potenciar la intervención mediante el diseño de objetivos de cambio. Se busca que las experiencias de aprendizaje aseguren, con mayor certeza, la eficacia personal y el control sobre los resultados. Esto puede lograrse a través de acciones que les permitan a las personas tener un control mucho más efectivo sobre pro-blemáticas y situaciones de la vida, en las cuales la mayoría de la gente no alcanza a visualizar las herramientas que poseen para resolver conflictos de la mejor manera.

Por último, el octavo principio, dar poder para vivir es promover cambios en el contexto, se con-vierte en una estrategia de diseño, rediseño y cam-bio ambiental que da paso a las trasformaciones por medio de la acción. Éstas son dirigidas hacia la trasformación del contexto, razón por la cual tendrán un impacto sobre el reconocimiento que hace la persona en cuanto a la capacidad de cumplir sus objetivos y propósitos (Costa y López 2006; Fredrickson, 2000).

Dentro de las técnicas conductuales con un mayor desarrollo en el campo, se identifican estrategias y actividades dirigidas donde se busca incrementar el número de actividades placenteras para tratar trastornos como la depresión. Obviamente, la reali-zación de este tipo de actividades, elegidas por uno mismo, incrementa los niveles de reforzamiento positivo recibidos y hace más probable la aparición de distintas emociones positivas, que vendrían a contrarrestar la presencia de las negativas.

En las terapias cognoscitivas, por su parte, se considera que no son los acontecimientos negativos

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en sí mismos los que conducen a la depresión, sino las explicaciones que las personas tienen sobre ellos, generalmente internas, estables y globales. Por tal razón, los individuos intentan sustituir di-chas explicaciones por otras externas, inestables y específicas. Esta estrategia, conocida como apren-dizaje del optimismo, ha resultado ser eficaz para prevenir y tratar los trastornos depresivos. La clave de su eficacia puede radicar en el intento de anular el efecto de los significados negativos, aunque ello no implique necesariamente sustituirlos por otros positivos (Vecina, 2006).

Ahora bien, el papel que desempeña el consultante dentro del contexto terapéutico, y su relación con la autoeficacia, tiene diversas explicaciones y puntos de vista. Uno de ellos es el planteamiento de Caba-nillas y López (2006), el cual muestra una serie de condiciones que propician el desarrollo de factores de protección que potencian la fortaleza personal. Dentro de estos se encuentran los siguientes: • Relación cálida, positiva y significativa a tra-

vés del tiempo con un adulto que proporcione cuidados.

• Tener acceso a modelos de identificación positiva y fuentes de apoyo fuera de la familia.

• Pertenecer a una familia que proporcione apoyo emocional, donde se establecen límites claros, con pautas de comunicación asertiva.

• Tener padres con expectativas altas y realistas de logros hacia sus hijos, lo que propicia la autoeficacia.

• Asumir responsabilidades.• Provenir de una familia con tradiciones arraigadas

de celebraciones conjuntas, lo que promueve el sentido de pertenencia.

• Contar con un contexto escolar y comunitario de apoyo.

En la medida en que los factores de riesgo y eventos adversos tienden a reducirse, pueden afron-tarse mediante los factores de protección; a su vez, estos se fortalecen y los resultados probables serán adaptativos. En el caso contrario (los factores de

riesgo se fortalecen y se disminuyen los de protec-ción), los resultados probables serán desadaptativos (Cabanillas y López 2006).

La creación del significado

En diversas investigaciones se encontró que este término tiende a reducirse a una regla compu-tacional, en la que se limitan los significados a las asociaciones que los seres humanos crean de los estímulos que los rodean o de los componentes de sus procesos de pensamiento, pero sin dar mayor importancia al contexto en que esto ocurre (Lacasa, Vélez y Sánchez, 2005).

Por su parte, Hernández (2003) afirma que la creación de los significados no puede desligarse del mundo que rodea al sujeto, ya que en él se encuentra la mente y ésta, a su vez, no sólo debe considerarse como un instrumento en el que se depositan los significados, sino como la creadora de ellos. Expresado en otros términos, la función de la mente no se debe comprender de forma pasiva, pues ella es productora de los significados.

La cultura es entendida como la segunda línea de evolución de los significados, ya que si los signos se encuentran en la cultura, los significados, a su vez, se encuentran en ella. Cuando el hombre utiliza los signos como mediadores; es decir, cuando ya los ha interiorizado, está en capacidad de transformar el medio, los signos y a sí mismo, lograr cambiar los significados culturalmente establecidos (Vygotsky, 1987).

Por otro lado, Bruner (1998) plantea que el origen de los significados se encuentra en dos vías opuestas que se entrecruzan en el ser humano por medio de la negociación. La primera es de origen biológico y la otra, de origen cultural. Esta visión refleja la postura constructivista de este autor, ya que reconoce la influencia de elementos internos y externos en la construcción de los significados.

Con respecto al origen biológico, Bruner (1998) establece que los seres humanos están capacitados

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biológicamente para comprender algunos significa-dos a través de representaciones protolingüísticas, que les permiten interactuar con mayor facilidad en el medio. Para ello, se requiere de una disposición pre-lingüística para el significado, que facilita la apropiación del lenguaje. La otra vía es de origen cultural, pues en ella se encuentran inmersos los sistemas simbólicos (lenguaje) con los que los in-dividuos construyen los significados de las cosas. Desde esta perspectiva, el significado está arraigado en el lenguaje y en la cultura. Ahora bien, la evo-lución en los significados se produce cuando estas dos líneas de desarrollo, la biológica y la cultural, se entrecruzan. Esto ocurre en el momento en que el sujeto se apropia del lenguaje (Bruner, 1998).

Con respecto a la función de los significados, se puede concluir que, a través de la internalización de los procesos psicológicos superiores, que permite la construcción de los significados, el ser humano adquiere la capacidad de crear estímulos artificiales que pasan a ser causas inmediatas de la conducta (Vygotsky, 1989).

En conclusión, los significados son una caracte-rística netamente humana cuando se pone énfasis en la importancia de la cultura y las funciones psicológicas superiores en su construcción. Ade-más, son el producto de la negociación que se da en la cultura donde el sujeto se encuentra inmerso (Vygotsky, 1987).

Método

Este estudio se ubica dentro de la investigación cualitativa. En los últimos años, la investigación cualitativa dentro del área de la salud ha ocupado mayores espacios, buscando profundizar en el conocimiento de las dimensiones complejas que intervienen dentro de los procesos clínicos.

Para Amezcua y Gálvez (2002), este enfoque investigativo es el resultado de la afluencia de datos descriptivos (las palabras pronunciadas o escritas por parte de las personas y las acciones

observables). Es así como el lenguaje representa la subjetividad y la práctica, el mundo de lo concreto. Por lo tanto, dentro de esta línea de investigación se tienen tres finalidades: la búsqueda de signifi-cado de los fenómenos a partir de datos concretos, la confirmación o refutación de las hipótesis y la mayor comprensión de la realidad como totalidad. Es así que siendo el significado el objeto de interés del presente estudio, la mirada cualitativa resulta el camino de indagación más apropiado.

Participantes

El grupo de participantes de esta investigación es-tuvo conformado por ocho terapeutas con experiencia en el ámbito clínico, los cuales desarrollan su inter-vención desde la terapia cognoscitiva-conductual. Para el fin de la investigación se distribuyeron en dos grupos según su tiempo de ejercicio profesional de la siguiente manera. Un primer grupo de cinco profesionales denominado “expertos” fue conforma-do por los que acumulaban como mínimo seis años de experiencia, y un segundo grupo denominado “novatos” estaba conformado por los profesionales restantes, los cuales tenían entre uno y seis años de experiencia en el campo clínico.

La división de los grupos tuvo como fin identificar si la experiencia influía de alguna manera en el pa-pel que juega la autoeficacia en el contexto clínico. Los criterios de selección de los participantes para el presente estudio fueron; en primer lugar, que se desempañaran en psicología clínica desde la terapia cognoscitivo-conductual; en segundo lugar, que su tiempo de experiencia fuese mínimo un año en el campo clínico y; finalmente, que los terapeutas accedieran a participar en la investigación.

Técnicas

Una de las técnicas utilizadas dentro de este tipo de investigaciones son los grupos focales, enten-didos como un proceso de producción de signifi-

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cados que apunta a la indagación e interpretación de fenómenos ocultos a la observación de sentido común (Vasilachis, 1993).

La pertinencia de llevar a cabo este ejercicio es que se recolectará información importante de cada participante que orientará la investigación hacia el cumplimiento de los objetivos propuestos. En este caso, cada participante cuenta con una experiencia relativa al grupo al que pertenece y comenta acerca del papel que juega la autoeficacia en su ejercicio diario, fomentando puntos de debate para la inte-racción, discusión y construcción de significado de la autoeficacia.

Categorías de análisis

A medida que avanzó el proceso investigativo, las categorías de análisis se fueron construyendo en dependencia de las necesidades evidenciadas por dicho proceso. Se contemplaron dos tipos de categorías: • Deductivas: construidas a partir del marco teórico

y del carácter de la investigación. Es decir, del objeto y contexto de la misma: la autoeficacia en el contexto clínico. En este caso, fueron: la autoeficacia del terapeuta y la autoeficacia del consultante.

• Inductivas: éstas se construyeron a partir de los relatos de los psicólogos clínicos que participaron en los grupos focales.

Procedimiento

La investigación se desarrolló en tres momentos, distribuidos de la siguiente manera:

Preparación: Involucró la capacitación a las investigadoras en la compresión de la metodología cualitativa, la revisión de literatura para la elabo-ración del marco de referencia, la selección de los participantes de los grupos focales y el diseño del guión de la entrevista.

Organización: Esta fase incluyó la estructuración de los grupos focales, su desarrollo y la transcrip-ción de los relatos. En esta fase se diligenció el consentimiento informado que se entregó a cada participante; allí se explicaron los fines académicos de la presente investigación, así como la relevancia de sus aportes. Análisis de la información: Esta última fase fue compuesta por la codificación de la información, creación de categorías, tabulación, análisis de datos y; finalmente, la discusión.

Resultados y Discusión

El análisis de los datos en la investigación se hizo en dos partes: la primer corresponde a la descripción las tablas explicativas, con las correspondientes categorías y subcategorías del estudio. La segunda corresponde al análisis de los significados para cada grupo, y la tercera, al análisis de las convergencias y divergencias entre los grupos. Para el presente artículo se abordarán solamente los significados terapéuticos de la autoeficacia para ambos grupos.

Es importante precisar algunos aspectos a tener en cuenta para el análisis. En primer lugar, la ma-yoría de las veces cuando alguien acude a consulta, lo hace porque siente que ha perdido el control en alguna área de su vida. En segundo lugar, tomar la decisión de asistir a consulta supone una percepción inicial de la capacidad de asumir, mantenerse y finalizar un proceso terapéutico. En tercer lugar, el proceso terapéutico constituye un proceso complejo y dinámico, en el que intervienen diferentes tipos de variables, como las asociadas al terapeuta y las asociadas al consultante. En cuarto lugar, dentro de estas últimas variables se encuentran la autoeficacia del terapeuta y la autoeficacia del consultante.

El primer significado terapéutico que se logro develar es el de la autoeficacia como una “fuente motivacional”, motivación para enfrentar los pro-blemas; cuándo se indaga el motivo de consulta no es poco frecuente encontrar palabras tales como

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“es que yo ya no puedo más….”, “yo ya no puedo seguir así……”, “yo no quiero, no puedo o no me siento capaz de soportar…….”, “yo no encuentro solución a mis problemas…”, “ya no hay salida…”, entre otras expresiones, que no denotan otra cosa que una pérdida de control; es decir, una percep-ción de baja autoeficacia. No obstante, también se evidencia la motivación para pedir ayuda y lidiar con lo que implica asumir un proceso terapéutico. Los consultantes deciden asistir a consulta porque creen que podrán encontrar ayuda en el terapeuta para recuperar el control perdido. No obstante, también se ponen en juego todas sus creencias, conocimientos y preconceptos acerca de lo que significa un proceso terapéutico y, dependiendo de ello, de la percepción que tienen de su “capacidad para asumir ese proceso”. Es así que el frecuente término “enganche” puede no estar denotando una cosa distinta, que el consultante fortaleció o modifico positivamente su percepción de autoeficacia y; por ello, decidió iniciar el proceso; en otras palabras, “va a volver”.

Curiosamente, en ese “enganche” están de por medio las competencias del terapeuta para que el consultante crea en que puede con el proceso terapéutico y podrá, con ayuda de su terapeuta, recobrar el control de su vida. Así, aparece también en escena la autoeficacia del terapeuta, ya que él también se está preguntando al mismo tiempo si “será capaz” de lidiar con este tipo de problemáticas y con este tipo de paciente. Si hay “enganche”, el terapeuta tuvo éxito y aumentará su percepción de autoeficacia con el caso, lo que a su vez lo motivará a trabajar con mayor entusiasmo en él. Los parti-cipantes descubrieron, entonces, que en el proceso de inter-juego de las autoeficacias del terapeuta se construye la motivación necesaria para dar el primer paso: decidir entrar en terapia.

El segundo significado terapéutico de la au-toeficacia es el de ser “clave para la adherencia”. Relacionado con el significado anterior, mantenerse

y finalizar un proceso terapéutico no resultan tareas fáciles; hacer cambios, asumir nuevas actitudes, cerrar ciclos, hacer cierres, aprender nuevas formas de sentir y actuar, constituyen retos complicados e implican costos económicos y psicosociales, lo que a su vez vuelve a poner en juego la capacidad del consultante para continuar hasta el fin dicho proce-so. Los participantes mencionaron las dificultades que presentan algunos consultantes para poner en práctica las técnicas que se les enseñan o las tareas que se les solicita realizar. En otras palabras, la adherencia al proceso depende de la autoeficacia que se vaya construyendo poco a poco, tanto para transformarse a sí mismo, como para resolver los problemas por los que se consulta. Este significado es especialmente importante para el análisis de la deserción de los pacientes; si no se logró fortale-cer o construir esa autoeficacia para contar con la adherencia al tratamiento, se debe indagar si ello está relacionado con las competencias del terapeuta, con su percepción de autoeficacia, con la relación establecida con el consultante o con otro tipo de variables.

Un tercer significado que se develó fue el de la “resignificación”. Los terapeutas llegaron al consenso de que “cuando terminas un proceso ya no eres el mismo que cuando lo iniciaste”, para referirse a la transformación que tienen tanto el consultante como el terapeuta después de terminar un caso. El consultante tiene una mirada de sus problemas, de las situaciones y de los otros, pero fundamentalmente tiene una mirada distinta de sí mismo: su autoconcepto, autoimagen y autoesti-ma han cambiado, se siente más seguro, con más control y capacidad de lidiar con la vida. En otras palabras, se siente con mayor autoeficacia. La vida y los problemas adquieren otro significado a partir de su propia transformación.

Un cuarto significado es el de “agente activo”. Si bien el terapeuta ha ayudado al consultante, lo que se pretende es que éste, durante el proceso, haya

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asumido un papel activo. De lo contrario, no será él quien resolvió sus problemas, sino el terapeu-ta, y se creará una relación de dependencia poco saludable, la cual puede llegar a ser iatrogénica. El ser un agente activo es esencial para hablar de autoeficacia, pues es en las propias capacidades en las que se tiene confianza, no en las del otro, así ese otro sea el terapeuta. Este aspecto resulta crucial ya que si la relación terapeuta-consultante se asume como una relación de “poder sobre”, en la que el primero asume un rol activo y el segundo un rol pasivo, se habrá fracasado en la construcción de la autoeficacia. Entonces, no se podría decir que el consultante alcanzó su meta de aprender a lidiar con la vida y sus problemas.

Un último significado terapéutico que se logró develar es el de la autoeficacia como “elemento central” de la terapia. Se halló que la autoeficacia constituye un potencializador y articulador de otros elementos claves para el proceso terapéutico como: las emociones positivas, el optimismo, la autorre-gulación, la resiliencia, factores todos ellos claves para enfrentar saludablemente la vida.

Los anteriores significados cobran relevancia a la luz, no sólo de lo planteado por Bandura y Se-ligman en relación con el papel central que tiene la autoeficacia en los procesos de ayuda, sino también de lo planteado por Costa y López (2006) en cuanto a los principios a que pueden guiar el estilo de vida Terapéutico. Todos estos principios comienzan con las palabras “dar poder para vivir”, las cuales pueden se objeto de debate dado que, como el concepto de empoderamiento, se puede objetar el hecho mismo de que alguien pueda darle poder a otro o empoderarlo, ya que la expresión es desempoderante en sí misma. No obstante, en lo que atañe a este estudio, dichos principios resaltan la importancia y protagonismo que tiene la autoeficacia dentro de un proceso terapéutico y; por ende, la relevancia que tiene reconocerlo para la práctica profesional de los terapeutas.

La dinámica que se presentó en los grupos focales fue bastante rica ya que los participantes, a través

de los relatos y conversaciones, fueron develando los significados terapéuticos de la autoeficacia; y en ese proceso, resignificaron sus caminos cotidianos y descubrieron otros nuevos para asumir de una manera distinta su praxis profesional, una en la que la autoeficacia tendrá un nuevo y refrescante significado.

Conclusiones

El ritmo de vida actual, el desarrollo de las sociedades y las dificultades generadas dentro de los núcleos familiares a raíz de estos cambios, han incrementado las problemáticas de salud mental. Esto ha llevado a que las personas consulten con mayor frecuencia los servicios de psicología; a su vez, esta situación exige que los terapeutas estén capacitados para poder abordar de manera efectiva y eficiente las demandas del medio. El presente es-tudio permite formular las siguientes conclusiones:

En la actualidad, a la formación de los psicólogos clínicos se debe integrar el paradigma de la Psico-logía positiva, lo que implica una transformación curricular de los programas en sus fundamentos epistemológicos, conceptuales, teóricos, metodo-lógicos y técnicos.

A pesar de que la Psicología clínica ha estado predominantemente enfocada a la patología y a las carencias, los terapeutas en su ejercicio clínico han estado incorporando, en forma no deliberada y consciente, el trabajo con las emociones positivas y las fortalezas; por lo menos, esto se devela en el presente estudio. No obstante, comprender y tomar conciencia de que lo hacen, así como dilucidar el significado que ello tiene en la terapia, puede potenciar nuevas lecturas sobre sus consultantes, el proceso terapéutico y su rol como terapeuta. Lo anterior podría incrementar su éxito terapéutico y; por ende, aumentar su Autoeficacia.

En un modelo terapéutico basado en la poten-ciación, la autoeficacia no se puede abordar de manera aislada; parece ser un agente articulador y

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activador de otras fortalezas y emociones positivas como la fe, la esperanza, el optimismo, la sensación de control, entre otras, que constituyen elementos fundamentales para el tratamiento psicológico y el desempeño en particular.

En cuanto al significado terapéutico de la autoefi-cacia, se concluye que es determinante para el curso de los procesos psicoterapéuticos y su efectividad. Este significado influye, según los participantes, en la búsqueda de ayuda; es decir, en cómo y por qué se inicia el tratamiento. Además, dicha influencia también se hace presente en los factores que pro-mueven la permanencia en el tratamiento, a pesar de las posibles dificultades que se presenten dentro del mismo; por último, cabe señalar que la autoeficacia facilita la consecución de los objetivos.

Así mismo, el significado terapéutico de la au-toeficacia está permeado por las características y la disposición, tanto del paciente como del terapeuta; la relación que entre ellos se crea puede ser determi-nante para dar continuidad o no a una intervención. El significado terapéutico de la autoeficacia, como ya se mencionó, se construye a partir de su rela-ción con otros elementos (optimismo, resiliencia, capacidad de ayuda, compromiso, motivación entre otros) que contribuyen a que tanto el paciente como el terapeuta cambien, re-signifiquen y mejoren la compresión de las problemáticas o situaciones adversas. En este punto, se debe dar cuenta de la importancia no sólo del significado positivo de la autoeficacia, sino de la forma en que la Psicología positiva aporta elementos claves para los profesio-nales de la salud mental.

Se podría plantear que en la medida en que se mejore la autoeficacia profesional de los terapeutas, los procesos que estos realicen darán como resulta-do pacientes satisfechos, con nuevas perspectivas de vida. De hecho, será posible apreciar cambios en la manera de afrontar las dificultades y en el reconocimiento de las fortalezas y virtudes, lo que va a redundar en una mejor calidad de vida y un mayor bienestar.

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Diseño de una prueba para medir compra compulsiva en población colombiana

María Fernanda Cala-Mejía, María Margarita Beltrán-Ballén,Diana Marcela Cubillos-Nieto, Mónica María Molano-González

Universidad El Bosque

Recibido: Mayo 25 de 2011. Aceptado: Agosto 30 de 2011

Nota del Autor

Esta investigación se realizó en la Facultad de Psicología de la Universidad El Bosque, Bogotá, D.C., Colombia.

María Fernanda Cala M., Directora del trabajo de grado. Psicóloga, Especialista en Mer-cadeo Estratégico.María Margarita Beltrán-Ballén, Diana Marcela Cubillos-Nieto y Mónica María Molano-González. Estudiantes que optan por el título de psicólogo.

Persona de contacto: [email protected]

CUADERNOS HISPANOAMERICANOS DE PSICOLOGÍA, Vol. 11 No. 2, 69-78

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María Fernanda Cala-Mejía, María Margarita Beltrán-Ballén, Diana Marcela Cubillos-Nieto, Mónica María Molano-González

Resumen

El objetivo de la presente investigación fue diseñar y construir una prueba para medir compra compulsiva en población colombiana. Para lograr lo anterior, se contó con la colaboración de jueces expertos (en psicometría y psicología del consumidor), con el fin de lograr la validación de concepto y de contenido. Luego de la revisión, los jueces hicieron recomendaciones y correcciones tales como: mejoras en la redacción, anulación de ítems por no ser relevantes e inco-herentes con la dimensión propuesta y, finalmente, cambios estructurales en el instrumento. Como resultado se presenta una prueba de 36 ítems basados en una amplia revisión teórica en la que se trabajan tres áreas: a) de impulso, b) de gasto y c) cognoscitiva-emocional. La prueba evalúa estas tres dimensiones en varios momentos de la compra (antes, durante y después de la conducta). Finalmente, es importante anotar que el proceso del estudio psicométrico debe continuar con el fin de obtener un instrumento más válido y confiable.

Palabras clave: compra compulsiva, validez de constructo, validez de contenido, comportamientos del consumidor.

Abstract

The purpose of the present research was to design a test to measure compulsive shopping in the Colombian population. It was important the collaboration of ex-pert judges -in psychometry and consumer´s psychology- in order to obtain the concept and content validity. After the test review, the judges made suggestions and corrections such as: improvements in writing, cancellation of items if they are not relevant or coherent with the proposed dimension and structural changes. As a result, a test of 36 items is presented. It was based on a wide theoretical review of three areas: a) impulse, b) expenditure and c) cognitive-emotional. The instrument assess various moments of the shopping -before, during and after the behavior-. Finally, it is important to establish that the process of the psychometric study must continue in order to achieve a more valid and reliable test.

Key words: compulsive shopping, construct validity, validity of content, consumer´s behavior.

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DISEÑO DE UNA PRUEBA PARA MEDIR COMPRA COMPULSIVA

Desde la psicología del consumidor, el hecho de construir y validar una prueba que mida la conducta de compra compulsiva es de gran importancia, ya que en los últimos años se ha dado una nueva ten-dencia de investigación relacionada con la compra compulsiva o patológica. Aunque existe literatura desde los años 40, este tema ha sido entendido desde una perspectiva empresarial y aplicada que ha limitado los estudios. Esto se debe a que, hasta la fecha, se han dedicado a estudiar al consumidor desde el área de la publicidad y el mercadeo, pero no desde el área psicológica; por lo tanto, se ha olvidado lo que esta patología puede causar a los individuos y/o al grupo que esté inmerso en esta conducta (Quintanilla, Luna y Berenguer, 1998).

A pesar de ello, la compra compulsiva no está incluida como trastorno en la última versión del DSM IV y no cuenta con criterios diagnósticos definitivos. Investigadores adscritos a la psiquiatría, a la psicología y al consumo vienen realizando esfuerzos para caracterizar este trastorno (Ortega y Rodríguez-Vargas, 2003).

En relación con la compra compulsiva, no se ha logrado llegar a un consenso claro respecto a la definición y la operatividad. King (1981) define la compra compulsiva como una manía patológica (adicción) que surge desde un fenómeno psicosocial, como un sentimiento generalizado de desequilibrio y debilidad de la autoestima; además, describe una sintomatología relacionada con otros fenómenos adictivos como el alcoholismo o la toxicomanía.

Según Faber, O´Guinn y Krych (1987) la compra compulsiva es “el tipo inapropiado de conducta de consumo, excesiva en sí misma y obviamente molesta para la vida de los individuos que parecen ser propensos al consumo impulsivo” (p.132). Para estos autores, al estudiar la compra compulsiva, es necesario tener en cuenta aspectos como las pulsio-nes de rechazo, la negación de las consecuencias negativas a las que esta conducta puede conducir y los fracasos múltiples en la búsqueda para modificar y/o controlar la propia conducta.

Por su parte, Alonso (1984) añade que la compra compulsiva se relaciona con la conciencia de un estado recriminatorio y las posibles consecuencias emocionales cuando no se lleva a cabo la acción. Del mismo modo, Valence, d´Astous y Fortier (1988) señalan tres variables que delimitan la compra compulsiva: la activación emocional, el control cognoscitivo y la conducta reactiva. Así bien, “la diferencia con la compra impulsiva se centra en el proceso cognoscitivo global, que lleva a una per-sona a asociar un rápido ajuste de su desequilibrio afectivo en el acto de la compra” (p.420).

Teniendo en cuenta lo anterior, O´Guinn y Fa-ber (1989) describen la compra compulsiva como “una respuesta a un deseo o impulso incontrolable para obtener, usar o experimentar un sentimiento, sustancia o actividad que conduce al individuo a implicarse de modo repetitivo en una conducta que al final le causará perjuicio a él y/o a otros” (p.147).

Abordaje Metodológico

Ir de compras es una experiencia normal y rutina-ria para la mayoría de personas; sin embargo, para algunas, comprar en exceso se ha convertido en un penoso e irresistible estilo de vida. Nos referimos a los compradores compulsivos, cuyas vidas están literalmente organizadas en torno a una extensa gama de experiencias de compra (Inglehart, 1991).

De acuerdo con Descouvieres (1998), el estudio de la compra compulsiva parte del análisis histórico del consumo. La perspectiva materialista asume el consumo como un hecho significativo en la vida de los individuos al establecer una conexión indisoluble entre éstos y los bienes de consumo. Esta concepción, que se desarrolló a partir del siglo XIX, “fomentó la creencia de que la posesión o la adquisición de bienes materiales es la llave de la felicidad y el bienestar” (Garcia y Olabarri, 2002 p. 18).

El modelo clásico de la economía de Veblen re-gistra antecedentes históricos sobre la compra. Este modelo explica el fenómeno de la compra a partir de

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la proporción precio – demanda; es decir, a un bajo precio, hay un aumento en la demanda de compra. Sin embargo, hay casos en que esta relación no se da tan directamente como lo dice la teoría sobre el consumo conspicuo; esta teoría nos plantea que existen situaciones en las que los consumidores se sienten atraídos por productos de costo elevado para demostrar su riqueza (Luna-Arocas, 1998).

Luego, en los años 50´s, se ofrece una visión del consumidor más centrada en los aspectos re-lacionados con la afectividad. Esta perspectiva ha sido fundamental para el desarrollo de numerosos estudios; entre ellos, los realizados por Katona (1963), quien alude al índice del sentimiento del consumidor. El estudio demuestra que las variables individuales pueden tener un efecto agregado, al igual que la investigación motivacional desarrolla-da por Ernest Ditcher en los años 60. Este último considera clave el estudio del comportamiento del consumidor y lo relaciona con nuevos elementos como: sentimientos, sensaciones, emociones, aso-ciaciones y simbolismo.

Efectivamente, desde los años 40, numerosas investigaciones han puesto de manifiesto patrones de consumo que contravienen el paradigma racio-nal; uno de ellos es la “compra compulsiva”, la cual se presenta actualmente como un sistema de expresiones patológicas; se da en aquella persona que presenta un deseo o impulso incontrolable por adquirir un producto o una serie de ellos, buscando algún tipo de bienestar. Así, la compra pasa de ser una experiencia rutinaria a una difícil situación, pues se constituye en el componente principal de la vida. Este fenómeno se ha reavivado reciente-mente gracias a las investigaciones de la conducta del consumidor, que han demostrado que es un fenómeno extendido y problemático y que va en aumento; es por ello que este campo de estudio ya está siendo abordado por diferentes ámbitos de la ciencia que buscan dar respuesta al cómo y al por-qué de la compra compulsiva, teniendo en cuenta los componentes bio-psico-sociales que conforman

la figura de la persona que padece esta conducta (Quintanilla, Luna y Berenguer, 1998).

Por último, cabe anotar que la compra compulsiva se relaciona con diferentes trastornos y padecimien-tos psicológicos, trastornos del estado del ánimo, trastorno del control de impulsos, trastorno obsesivo compulsivo, componentes de síndromes de absti-nencia y dependencia (propios de las adicciones), entre otros. Lo anterior hace parte del fenómeno del comprador compulsivo y muestra la necesidad de conocer y tratar este problema a profundidad (Faber, Christenson, De Zwann y Mitchell, 1995).

La compra compulsiva y su medición

Hasta hace muy poco se comenzó a hablar de compra compulsiva, pero el fenómeno no es reciente. Su abordaje inició ya hace más de 50 años cuando Kraepeling (como se citó en García y Olabarri, 2002, p. 18) se refirió a la manía al comprar u “oniomania”, tema que fue ampliamente discutido por la comunidad médica de la época; pero que se fue olvidando casi por completo hasta mediados de los años 80 cuando resurgió la investigación al respecto.

Entre las discusiones hechas en la época de Kraepelin, se encuentra el aporte de Bleuler, quien menciona por primera vez el elemento de compul-sión en relación con la compra. Este autor afirma que dichos sujetos no podían, de ninguna manera, soportar el impulso de la compra; además, establece que la inteligencia y el pensamiento, por más desa-rrollados que estén, no podían controlar la conducta compulsiva ni anticipar las nefastas consecuencias a las que esto los podría llevar; entre dichas conse-cuencias, cabe mencionar las enormes deudas que se adquirían y la incapacidad para pagarlas, lo que lleva a la persona a ver paulatinamente su proble-ma, pero sin poder controlarlo (Walters y Bergiel, 1989). La compra compulsiva se describe, en ese entonces, como un “impulso reactivo” o una “locura impulsiva” que remite a la naturaleza patológica del comportamiento (Faber y O’Guinn, 2008).

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DISEÑO DE UNA PRUEBA PARA MEDIR COMPRA COMPULSIVA

Consumo

Entre las numerosas definiciones del término consumo que han sido formuladas, una de las más amplias es la de Woods (1981), que incorpora a la teoría del comportamiento del consumidor elementos ecológico-ambientales asociados a las actividades de obtención y de uso.

En el otro extremo, Mason (1981) restringe el consumo al término compra. En cualquier caso, buena parte de los estudiosos conciben el consumo en términos de sus relaciones con la compra, la adquisición, el gasto de dinero, la obtención, el uso y la posesión de bienes y servicios (Descouvières, 1998). A nivel económico, el consumo es visto como resultado de la maximización de la función de utilidad sujeta a ciertas restricciones de carácter presupuestario, donde el concepto de utilidad en sí mismo no constituye el foco de interés.

Diferencia entre compra impulsiva y compulsiva

Bajo la perspectiva psicológica, una de las aproxi-maciones al estudio de los hábitos de compra ha distinguido entre reflexividad e impulsividad como los extremos del comportamiento de consumo. La conducta de compra reflexiva toma como base el consumo racional y planificado; éste abarca actos dirigidos a una gestión eficiente de los recursos económicos disponibles, lo que implica jerarqui-zación de las necesidades de compra, organización de los productos según su importancia y previsión de gastos, entre otros (Denegri, Palavecinos, Ri-poll y Yáñez, 1999). En el otro extremo de esta conceptualización bipolar, la conducta de compra impulsiva ha sido definida en términos de compra no planificada (Stern, 1962), compra emocional (Rook y Fisher, 1995), compra con consecuencias emocionales negativas (Gardner, 1985) o compra conflictiva (Loudon y Della Bitta, 1995).

Compra impulsiva

Por compra impulsiva se entiende la que obe-dece a motivos fundamentalmente irracionales o, al menos, no racionales. Ésta se caracteriza por su aparición súbita, así como por su naturaleza inexplicable. En suma, es una conducta irreflexiva o no fundamentada en causa razonable alguna, lo cual no entraña, de ningún modo, que no esté con-dicionada por factores sociales. En este orden de ideas, vale la pena mencionar que el acto impulsivo suele producirse en determinados tipos de compra y no en otras: compras de poco monto, de carácter expresivo, personal, etc (Luna-Arocas, 1998).

En cualquier caso, todas las definiciones de compra impulsiva han contemplado la ausencia de previsión en el acto de consumo y la escasa atención a los recursos financieros disponibles (Denegri et al., 1999).

Compra compulsiva

Faber, O´Guinn y Krych (1987) definen la compra compulsiva como “el tipo inapropiado de conducta de consumo, excesivo en sí mismo y obviamente molesto para la vida de los individuos que parecen ser propensos al consumo impulsivo” (p.232). Del mismo modo, Valence, d´Astous y Fortier (1988) señalan tres variables que delimitan la compra compulsiva, a) la activación emocional, b) el control cognoscitivo y c) la conducta reactiva. De modo que “la diferencia con la compra impulsiva se centra en el proceso cognoscitivo global que lleva a una persona a asociar un rápido ajuste de su desequilibrio afectivo en el acto de la compra” (p.420).

Así también, O´Guinn y Faber (1989, p.147) des-criben la compra compulsiva como “una respuesta a un deseo o impulso incontrolable para obtener, usar o experimentar un sentimiento, sustancia o actividad que conduce al individuo a implicarse de modo repetitivo en una conducta que al final le causará perjuicio a él y/o a otros”. Por estas razones,

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autores como Belk (1985) piensan que la compra compulsiva es un fenómeno ambiental y cultural, además de ser psicológico.

La American Psychological Association, (como se citó en Faber y O’Guinn, 2008) distingue entre conducta compulsiva e impulsiva con base en la naturaleza egodistónica o egosintónica de ésta, de modo que cuando a partir de un comportamiento repetitivo se obtiene placer, gratificación o alivio, debe desecharse su naturaleza compulsiva. Aten-diendo a esta distinción categorial, Scherhorn (1990) argumenta que las formas aberrantes de consumo se clasificarían de modo más adecuado como adicciones, antes que como compulsiones, debido al placer derivado de tales conductas. La psiquiatría no dispone de definiciones formales, y en el DSM-IV, los compradores compulsivos se ven relegados a la categoría residual: “Trastorno del Control de los Impulsos no Especificados” (Faber y O’Guinn, 2008).

Modelos explicativos de la conducta del consumidor

Durante su desarrollo, la psicología del con-sumidor ha utilizado una serie de modelos para explicar la conducta económica de los individuos y los grupos. A continuación se presentan resumi-damente algunos modelos importantes dentro del desarrollo de la investigación.

▪ Modelo de compra impulsiva / compulsiva – identidad social: Los últimos estudios desarrollados por la profesora Dittmar (1992) en la Universidad de Brighton (U.K.) sobre compra impulsiva merecen una especial atención por su vinculación teórico-empírica.

Dicha autora elaboró un modelo en el que se intenta explicar la compra impulsiva/compulsiva a través de las teorías de la identidad social, la discrepancia entre el yo-actual y el yo-ideal y el fomento de la mejora personal a través del consumo.

▪ Modelo clínico de adicción a la compra: De acuerdo con Alonso (1984), el modelo clínico

tiende a acentuar las diferencias existentes entre los sujetos diagnosticados con un trastorno y la población normal. Además, postula la existencia de diferencias cualitativas que marcan una distinción entre los compradores patológicos y los normales.

Adicción relacionada con la compra com-pulsiva. La descripción de similitudes entre la adicción a la compra y otras adicciones ha sido uno de los medios a los que se ha recurrido para reflejar el componente adictivo de este comportamiento adquisitivo. Así, King (1981) definió el “consumo adictivo” como una conducta anormal del com-prador que evidencia una sintomatología similar a la que está presente en otras formas de consumo patológico, como el alcoholismo o el juego: deseo obsesivo, compulsión por comprar, pérdida de con-trol conductual, desarrollo de tolerancia (tendencia a incrementar la conducta de compra) y aparición de dependencia psíquica.

Epidemiología del trastorno de compra compulsiva. García y Olabarri (2002) reportan la existencia de artículos acerca del consumo pa-tológico en Francia, Inglaterra, Alemania, Brasil y Estados Unidos. En general, se concluye que una tercera parte de la población presenta serios pro-blemas de autocontrol y se estima que la compra compulsiva tiene una prevalencia de un 1,1% a un 5,9% de la población general, siendo más frecuente en mujeres (80%).

Método

Diseño

Este tipo de investigación es de tipo tecnológico – psicométrico.

Procedimiento

La investigación se realizó de acuerdo a las fases que presenta el modelo de Hernández, Fernández

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DISEÑO DE UNA PRUEBA PARA MEDIR COMPRA COMPULSIVA

y Baptista (2006). Este estudio tuvo una duración total de un año y medio, tiempo durante el cual se desarrollaron cuatro etapas:1. Revisión de literatura con respecto a la definición

de compra compulsiva y a las dimensiones que la representan, para luego proponer una definición clara, adecuada y que diera el significado de lo que se quería evaluar.

2. Validación del concepto de compra compulsiva, teniendo en cuenta los siguientes criterios: a) que fuera claro y objetivo; b) que estuviera dentro del marco conceptual y empírico revisado y c) que estuviera contextualizado para la población objeto.

3. Diseño del plan de prueba. Éste se realizó te-niendo en cuenta cada una de las dimensiones; fue revisado y aprobado por el Centro de Inves-tigaciones de la Facultad de psicología; luego, se construyó una base de ítems que fueron sometidos a concepto de jueces para evaluar la coherencia, relevancia y claridad.

4. Validación del instrumento. Para ello se hizo entrega a los jueces de los siguientes documentos: (a) formato de validación por jueces expertos, (b) diseño preliminar de prueba, (c) plan de prueba por categorías, (d) glosario por áreas y (e) revisión de literatura que apoyara las áreas y categorías de la prueba.

Finalmente, se realizaron los ajustes a la prueba, atendiendo a las recomendaciones de los jueces.

Resultados

Cumpliendo con el objetivo de la investigación, a continuación presentamos la validez de concepto, validez de contenido y el diseño final, luego de las recomendaciones de los jueces expertos.

Validez de concepto

Esta validez fue necesaria, teniendo en cuenta que este tema ha sido estudiado desde una perspectiva empresarial y aplicada y se han generado estudios

desde la publicidad y el mercadeo, no desde la Psicología (Quintanilla, Luna y Berenguer, 1998).

Por ello, y con el fin de obtener la validez del concepto de compra compulsiva y las conductas que la representan para la población colombiana, se obtuvo la valoración de tres jueces expertos en el área del conocimiento.

Luego de la validación de concepto por parte de los jueces, y teniendo en cuenta las recomendaciones de ampliación en cuanto al significado de adicciones y sintomatología, el concepto de compra compulsiva para población colombiana quedó definido de la siguiente forma:

Compra compulsiva: es la conducta patológica que se refleja en la compra frecuente e incontrolable de varios productos en grandes cantidades y valo-res. Involucra alta activación fisiológica, respuesta emocional de satisfacción inmediata, posterior sentimiento de culpa y marcada interferencia en el funcionamiento familiar, social, económico y laboral de la persona que la padece.

En relación con las conductas que representan la compra compulsiva, los jueces estipularon que esta conducta se debe evaluar desde tres dimensiones: (a) de impulso, (b) de gasto, y (c) cognoscitiva – emocional.

Validez de contenido

Con el fin de obtener la validez de contenido del instrumento, se obtuvo la valoración de tres jueces expertos en el área de psicometría y dos jueces expertos en el área de psicología del consumidor. Cabe mencionar que estos jueces fueron los mismos que participaron en la validez de concepto.

Según las observaciones de los jueces exper-tos se realizaron los cambios correspondientes al instrumento, tales como mejoras en la redacción de algunos ítems, reformulación de los mismos y cambios estructurales.

Los jueces expertos evaluaron un total de 68 ítems, distribuidos en tres dimensiones: (a) de impulsos,

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9 ítems; (b) de gasto, 21 ítems; y (c) cognoscitiva-emocional, 38 ítems.

Luego de realizar los ajustes pertinentes al ins-trumento de acuerdo a las recomendaciones dadas por los jueces expertos, se modificó y diseñó la prueba final. Ésta quedó constituida por 36 ítems alrededor de tres dimensiones, referidas a tres momentos: antes, durante y después de la conducta (ver tabla 1).

A continuación se hará una breve descripción de las áreas que la prueba pretende medir:1. Área de impulsos: tiene como objetivo evaluar si

la persona presenta deseos espontáneos y repenti-nos, sentimientos fuera de control, una conducta de compra no planeada, urgente e irresistible;

2. Área de gasto: tiene como objetivo evaluar si la persona presenta compra poco útil y frecuente, así como gasto sin límites; en esta área se evidencia que el comprador no busca la posesión de los bienes, sino la acción que se deriva de la compra misma.

3. Área Cognoscitiva – emocional: tiene como ob-jetivo evaluar si la persona presenta sentimientos negativos y/o de culpa tras la realización de la conducta.

Tabla 1 Distribución de ítems definitivos en áreas y tiempo de presentación de la conducta

Tiempo ÁreaDe impulsos

ÁreaDe Gasto

ÁreaCognoscitivo -emocional

Antes de la conducta Ítems 1 al 5 Ítem 6 Ítems 7 al 13

Durante la conducta Ítem 14 al 18 Ítems 19 al 26 Ítems 27 al 29

Después de la conducta NA Ítems 30 al 32 Ítems 33 al 36

Discusión

El objetivo de este estudio fue diseñar una prueba para medir compra compulsiva en población colom-biana. La construcción se basó en una amplia revisión teórica en relación con la compra compulsiva y su medición. Se sustentó en el modelo de Hernández, Fernández y Baptista (2006).

Los resultados que se evidenciaron en la revisión de los diferentes trabajos de investigación, propor-cionaron un soporte importante para la elaboración de este instrumento. Al comparar las tres escalas que fueron descritas en las investigaciones encontradas con la prueba para medir compra compulsiva, ésta las triplica en número de ítems, ya que quedó cons-tituida por 36 preguntas contra 10 de la Escala Yale Brow Obssessive-compulsive (Black y Gabel,1995); 11 de la Escala de hábitos y conductas de consumo (Denegri et al., 1999) y 19 de la Escala modificada de hábitos y conductas de consumo en población colombiana (Ortega y Rodríguez, 2003).

En síntesis, los estudios revisados sugieren que la compra compulsiva se caracteriza por una tendencia generalizada a realizar excesos adquisitivos y a la compra desmesurada de productos que realzan el aspecto físico y tecnológico. Estas investigaciones han sido proveedores de diversos esquemas, modelos y patrones que, en la práctica, permiten a diferentes áreas realizar proyecciones y supuestos acerca del comportamiento macroeconómico. La realización de estos estudios beneficia no sólo a los psicólogos en su afán por comprender el comportamiento hu-mano, sino también a los economistas e individuos particulares que tendrían la posibilidad de contar con modelos que permiten efectuar predicciones a largo plazo (Quintanilla, 2001).

Recomendaciones

Con el objetivo de evidenciar si la prueba diseñada es un instrumento válido que puede ser utilizado al momento de realizar un diagnóstico clínico adecuado en sus diferentes dimensiones de la compra com-pulsiva, se sugiere realizar investigaciones donde se observe la consistencia interna de la prueba. Así mismo, es perentorio revisar hipótesis como las generadas en los trabajos encontrados: 1. ¿A qué edad se presenta con mayor frecuencia

la compra compulsiva?

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DISEÑO DE UNA PRUEBA PARA MEDIR COMPRA COMPULSIVA

2. ¿Existe alguna diferencia de género en la pre-sencia de la conducta de compra compulsiva? y

3. ¿Es el estrato socioeconómico una variable en la presencia o no de la conducta de compra compulsiva?

Estos resultados podrán ser analizados por distin-tos campos de la psicología ya que, en Colombia, éste es el primer instrumento diseñado específicamente para ser utilizado principalmente en estudios cuyo objetivo sea la profundización de la problemática en torno al consumo compulsivo. Por ello, es de gran interés para la psicología clínica y del consumidor.

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79Cuadernos Hispanoamericanos de Psicología

Dinámica de las investigaciones sobre el uso de la bio-retroinformación en el rendimiento deportivo

María Clara Rodríguez, Carolina Rodríguez, Ángela María Torres, Catalina Urrego

Universidad El Bosque

Recibido: Agosto 12 de 2011. Aprobado: Septiembre 23 de 2011

Nota del Autor

Esta investigación se realizó en la Facultad de Psicología de la Universidad El Bosque, Bogotá D.C., Colombia.

María Clara Rodríguez, Directora del trabajo de grado. Psicóloga, Magíster Scientae en Ciencias del Movimiento Humano.Carolina Rodríguez, Ángela María Torres y Catalina Urrego. Auxiliares de investigación.

Agradecemos al Doctor Walter Salazar, Profesor de la Escuela de Educación Física de la Universidad de Costa Rica, su colaboración en la delimitación del estudio y en la revisión de artículos.

Persona de contacto: [email protected]

CUADERNOS HISPANOAMERICANOS DE PSICOLOGÍA, Vol. 11 No. 2, 79-92

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María Clara Rodríguez, Carolina Rodríguez, Ángela María Torres, Catalina Urrego

Resumen

El objetivo de este trabajo bibliométrico fue analizar la evolución y estado actual de la literatura referente al uso de la bio-retroinformación (BRI) en el rendimiento deportivo. Se identificaron 40 artículos a través de once bases de datos, desde al año 1985 hasta 2010. Se elaboró una base de datos con 25 indicadores, agrupados en cuatro áreas: bibliométricos, metodológicos, de procedimiento y de resultado. Con el análisis estadístico descriptivo, basado en frecuencias y porcentajes, se encontró que el 67,5% de la producción revisada pertenece a la última década, mostrando un incremento en el interés sobre el tema. Adicionalmente, se encontró que el canal de respuesta psicofisiológica más empleado como variable -inde-pendiente es la frecuencia cardiaca. El 72,5% de los estudios indicó una mejora significativa del rendimiento a través del entrenamiento con BRI. Se sugiere concluir esta revisión con un análisis meta-analítico que permita la cuantificación estadística del tamaño del efecto.

Palabras clave: bio-retroinformación, rendimiento, bibliometría.

Abstract

The main objective of this bibliometric analysis was to analyze the evolution and current state of the literature regarding the use of biofeedback in sports performance. 40 different scientific articles, from 11 databases, were identified and studied. But only those from 1985 to 2010 were taken into account. As part of the study, a database with 25 indicators was designed. Such indicators were grouped in four main areas: bibliometric, methodological, procedural and result. By means of a descriptive statistical analysis, based on frequencies and percentages examination, it was found that most of the available literature (i.e., 67.5% of the reviewed articles) was produced during the last decade. It shows a growing interest about the studied subject. Moreover, it was found the heart rate is the response channel most commonly used as independent variable. It was also found that 72.5% of the studies showed a significant improvement in the performance as a result of the biofeedback training. Finally, this review must be concluded through a meta-analytical analysis in order to provide the statistical quantification of the effect’s size.

Key words: biofeedback, performance, bibliometrics.

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DINÁMICA DE LAS INVESTIGACIONES SOBRE EL USO DE LA BIO-RETROINFORMACIóN

La técnica de bio-retroinformación (BRI) o biofeedback, surgida en Estados Unidos durante los años 60 (Monegro, 1987), es el procedimiento por el cual, mediante el uso de la instrumentación adecuada, se da información inmediata, directa y precisa al sujeto acerca de los procesos psicofisio-lógicos de los que ordinariamente no es consciente. Este procedimiento permite percibir la actividad de estas funciones orgánicas y someterlas a control vo-luntario (Rodríguez, y Calahorro, 2006). Los autores hacen especial énfasis en que la bio-retroinformación (BRI) es un conjunto cada vez más amplio y variado de técnicas, las cuales tienen como denominador común facilitarle al sujeto información sobre sus funciones biológicas para que sean utilizadas en el control o modificación de las mismas.

Otra definición importante de la técnica BRI es la señalada por Olson (como se citó en Rodríguez et al., 2007), quien considera que ésta consta de una serie de procedimientos terapéuticos para los cuales se utilizan aparatos electrónicos o elec-tromecánicos. Estos permiten medir, procesar y proporcionar información al deportista respecto de su actividad autonómica a través de estímulos auditivos o visuales, los cuales pueden ser análogos o binarios.

Para lograr que el procedimiento BRI se realice de manera adecuada, es de vital importancia tener en cuenta las siete fases del proceso que propone Jodra (1999). Dicho proceso se inicia mediante el mecanismo de captación, en el cual se recoge la señal fisiológica que se está produciendo en el organismo. A continuación, se hace la trasmisión de la señal hacia el aparato, que la integrará en su sistema de tratamiento, haciendo que pueda llegar al propio individuo. Luego, se lleva a cabo la am-plificación, que es el proceso mediante el cual se incrementa la señal hasta un nivel adecuado. Poste-riormente, se efectúa el procesamiento de la señal; aquí, se emplea un filtro para eliminar las interfe-rencias que provienen del interior del organismo. A continuación, se lleva a cabo la conversión de la

señal a una representación gráfica y; por último, se encuentra el procesamiento de información, que es el proceso cognoscitivo que se realiza para valorar las influencias de las expectativas que el individuo tiene sobre el entrenamiento.

Según Godoy (1994), la técnica BRI puede propor-cionar información acerca de diferentes condiciones biológicas o señales fisiológicas, que le permiten al individuo ser un participante activo en el proceso. Dentro de estas condiciones, se encuentran la ten-sión muscular, la temperatura corporal, las ondas en la actividad cerebral, la respuesta galvánica de la piel, la presión sanguínea y la frecuencia cardiaca, entre otras.

Tales señales fisiológicas están asociadas a téc-nicas como la electromiografía (EMG), que puede definirse como el registro de los cambios eléctricos que se producen en un músculo estriado. Por medio de este registro, se pueden observar los cambios en el potencial eléctrico de los músculos (López y Fernández, 1998). Mediante este método, el sujeto puede aumentar o disminuir la tensión de un músculo en particular con la intención de lograr un mayor control sobre éste (Gutiérrez et al., 2005).

Por otro lado, el electrocardiograma (ECG) es el registro gráfico que se recoge en la superficie externa del cuerpo de las variaciones de potencial eléctrico generadas por el conjunto de células cardiacas, en función del tiempo. Con la técnica BRI, el indivi-duo recibe la información sobre la frecuencia de la tasa cardiaca y sobre su regularidad, informando así cuando ha aumentado o disminuido en relación con el valor inicial (Guyton y Hall, 2001).

La actividad eléctrica de la piel, conocida también como respuesta galvánica de la piel, refleja la acción de las glándulas sudoríparas. Este tipo de medida de la actividad electrodermal permite estudiar pro-cesos relacionados con el comportamiento humano como la atención, la ejecución de acciones y las emociones, dado a que el nivel de conductancia de la piel depende del grado de activación del sistema nervioso simpático (Jodra, 1999).

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María Clara Rodríguez, Carolina Rodríguez, Ángela María Torres, Catalina Urrego

Así mismo, el encefalograma (EEG) es el regis-tro de la actividad eléctrica neuronal generada por el cerebro. Dicho registro consiste en continuas oscilaciones rítmicas que indican cambios en la amplitud y ciertas irregularidades en el cerebro. Las ondas que se producen y que son posteriormente analizadas son las α, β ,θ y ϖ. Su diferencia radica en la amplitud y frecuencia que presentan en su actividad.

En cuanto a la aplicación en el campo clínico, la evolución de la técnica BRI facilitó el reco-nocimiento de su valor terapéutico y brindó la oportunidad de abordar temas como: el control del estrés, el tratamiento de las fobias, la epilepsia, las parálisis cerebrales, la hipertensión y los problemas de ansiedad. Esto es importante debido a que se le ha empezado a otorgar más reconocimiento a esta técnica, lo que ha dado lugar a una profunda y exhaustiva búsqueda de las distintas aplicaciones de ésta (Conde y Méndez, 2002).

Por otra parte, la técnica BRI ha sido utilizada en el tratamiento de aspectos tan cotidianos como el dolor; éste ha sido potencialmente reducido me-diante la aplicación de esta técnica, lo que ratifica la importancia de este procedimiento en el ámbito clínico (Godoy, 1994). En otras investigaciones, se ha demostrado que la BRI ha tenido aplicaciones en aspectos relativos a las discapacidades y; por ende, en la rehabilitación de las mismas (Gaudes, 2001). En este punto, cabe mencionar que la BRI ha demostrado ser una intervención efectiva para disminuir condiciones de malestar, al combinarla con otras técnicas como la relajación, el entrenamiento en respiración, e incluso el tratamiento cognoscitivo conductual (Angoules et al., 2008).

Con relación al uso de la BRI en la actividad física y deportiva, Godoy (1994) sugiere tres po-sibles áreas de actuación. En primer lugar, en el entrenamiento deportivo u optimización del proceso de preparación física y psicológica del individuo; en segundo lugar, en la actuación competitiva u optimización del rendimiento del deportista y; en

tercer lugar, en la prevención y rehabilitación de lesiones generadas por la ejecución.

Así pues, la técnica BRI es utilizada como soporte en la mejora del rendimiento, mediante la toma de conciencia de la persona sobre sus mecanismos internos. Es una técnica facilitadora del control motor para el mejoramiento de la ejecución, lo que conlleva a la posible realización de ejecucio-nes óptimas (Kuvasanu et al., 1998). Además, la BRI mejora aspectos no específicos y específicos relativos al entrenamiento físico. Los primeros no están relacionados directamente con la ejecución motora, pero es necesario tomarlos en cuenta por su influencia en el desarrollo de la práctica; estos son: concentración, activación y atención. Los aspectos específicos; por su parte, contribuyen al propio proceso de aprendizaje de destrezas motoras finas, que hacen parte de las aptitudes deportivas; estos son: fuerza y potencia muscular, ajuste fino de la musculatura, flexibilidad, ergonomía y entre-namiento en percepción del esfuerzo. Cabe anotar que la mejora en dichos aspectos evita el derroche del gasto energético (Godoy, 1994).

Desde luego, la BRI también ha sido utilizada como herramienta de trabajo en la técnica de visua-lización empleada por los psicólogos del deporte. Ésta permite calibrar la calidad de la visualización, proporcionando retroinformación al deportista sobre su destreza, lo que permite monitorear los músculos implicados en el movimiento visualizado, así como su nivel de activación (Mahoney y Chapman, 2004).

En general, la técnica BRI es utilizada como so-porte en la mejora del rendimiento, concientizando a la persona de sus mecanismos internos; es una técnica facilitadora del control motor y psicofisio-lógico, lo que permite ejecuciones óptimas. En la literatura respecto al uso de la BRI en el contexto del deporte, se encuentran numerosos estudios. Sin embargo, la mayoría de ellos utilizan diseños intra-sujeto o diseños de N=1, (Kuvasanu et al., 1998; Rodríguez, Gonzales y Noreña, 2007; Rodríguez, Gómez y López, 2007; Valiente y Capdevilla, 1994),

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DINÁMICA DE LAS INVESTIGACIONES SOBRE EL USO DE LA BIO-RETROINFORMACIóN

razón por la cual no ofrecen mucha validez externa. Vale la pena mencionar que dicha validez se logra a través de replicaciones que, en algún momento, deberán ser resumidas mediante técnicas alternativas.

Dentro de estos estudios, podemos encontrar el realizado por Valiente y Capdevilla (1994), cuyo objetivo fue identificar si la técnica de BRI sobre la frecuencia cardiaca en pruebas de esfuerzo mejora-ba la respuesta cardiorespiratoria y el rendimiento fisiológico de ocho ciclistas, especialistas en las modalidades de ruta y mountain bike. Se realizaron dos experimentos: en el primero se les proporcionó el feedback de su frecuencia cardiaca, pero no se les entrenó en dicha técnica, mientras que en el segundo sí hubo un entrenamiento en la técnica BRI, pero sólo con uno de los participantes debi-do a que el otro actuó como control. En el primer experimento se puede considerar que los ciclistas autocontrolaban su frecuencia cardiaca a partir de la técnica BRI. Por el contrario, en el segundo experimento, el individuo experimental tuvo una gran disminución en su frecuencia cardiaca, lo que demuestra la eficacia de la técnica.

Por su parte, Rodríguez et al. (2007) realizaron una investigación en la que buscaban poner a prueba el entrenamiento sobre el control de la activación de la frecuencia cardiaca mediante la BRI en el primer servicio de tenis; así mismo, se interesaron por conocer si esta técnica lograba potenciar el rendimiento de dicho servicio. Para ello, se trabajó con tres tenistas hombres que tenían mínimo 4 años de práctica deportiva y un año compitiendo a nivel inter-clubes o liga. Estos deportistas se encontraban entre los 10 y 16 años de edad. Se demostró que la BRI es una técnica eficaz para controlar la res-puesta de los deportistas cuando logran identificar sus respuestas fisiológicas, debido a la mejoría en sus ejecuciones.

Estos estudios y otras investigaciones en torno al uso de la BRI en contextos deportivos, han demos-trado que esta técnica es efectiva. Por esta razón, en este trabajo se pretende analizar la evolución y

estado actual de la literatura referente al uso de la bio-retroinformación en el rendimiento deportivo.

Método

Unidades de análisis

Se analizaron las siguientes bases de datos: bases Bioline International, Cochrane, Dialnet, Ebsco, Imbiomed, Ossur, Ovid, Redalyc, Routledge, Sage y Scientific communs con las que actualmente cuenta la Universidad El Bosque. Se tuvieron en cuenta aquellos estudios realizados desde el año 1980 hasta el año 2010. También se tuvieron en cuenta trabajos no publicados, mediante seguimiento en diferentes universidades del país, e incluso de otros países como España, Costa Rica, Perú y México. Solamente se incluyeron estudios con diseño experimental (pre-experimental o cuasiexperimental) y que reportaran datos estadísticos descriptivos básicos. Así mismo, se tuvieron en cuenta todos aquellos artículos que trabajaron la bio-retroinformación como variable independiente y el rendimiento deportivo o condición física como variable dependiente, sin importar la forma de medición de éstas últimas.

Instrumento

Para la recolección de información y el análisis de los datos, se construyó una base de datos cohe-rente con los indicadores establecidos. En ésta se desglosó cada uno de los estudios y, a partir de ella, se realizó el análisis estadístico.

Procedimiento

La codificación de los estudios se realizó teniendo en cuenta los indicadores bibliométricos, de méto-do, de procedimiento y de resultados, los cuales se definen a continuación:1. Área de especialización de la revista: las diferen-

tes disciplinas de las revistas en las que fueron publicadas las investigaciones. Las áreas incluidas

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María Clara Rodríguez, Carolina Rodríguez, Ángela María Torres, Catalina Urrego

son: psicología, ciencias de la salud (medicina y fisiología) y ciencias del deporte (educación física y kinesiología).

2. Afiliación de los autores: indica la entidad con la que el (los) autor(es) realiza(n) la investigación. Las instituciones de afiliación son: universidades (instituciones de educación superior), entidades deportivas (lugares de práctica de deportes), entidades de salud (lugares de atención de salud) y mixtos (afiliación a varias instituciones, sean universitarias, deportivas y/o de salud).

3. Área académica de los autores: las diferentes disciplinas desde las que se trabajó la investi-gación. Se identificaron: psicología, ciencias de la salud (medicina y fisiología) y ciencias del deporte (educación física y kinesiología).

4. Número de firmas en cada investigación: se refiere al número de investigadores que participaron en la realización del artículo; las cinco categorías fueron: uno, dos, tres o cuatro, cinco o seis, y siete o más.

5. Año de publicación. 6. Idioma: español, inglés o portugués.7. País en el que se realizó la investigación.8. Número de referencias utilizadas en cada artículo.9. Número de páginas por artículo.10. Productividad de los autores: cantidad de artículos

publicados por cada autor sobre el mismo tema. Se clasificaron como: autores con un artículo, autores con dos artículos y autores con tres ar-tículos. No se encontraron ni siquiera medianos productores.

En relación con los indicadores del método, se incluyeron los siguientes:1. Diseño de la investigación: indica el procedi-

miento experimental llevado a cabo. Los diseños de investigación encontrados fueron: intrasujeto (en la que se compara al sujeto consigo mismo), de grupos (se comparan diferentes grupos) y factorial (en los que se trabajó con 2 o más variables independientes).

2. Variables independientes: son las condiciones manipuladas por el investigador para analizar su efecto sobre una variable dependiente. Las categorías de variables independientes fueron: comportamentales, que exigen que los partici-pantes realicen algún tipo de actividad como relajación, imaginería y esfuerzo; BRI-canal cardiovascular, en donde se utilizó el canal de respuesta cardiovascular en el entrenamiento; BRI-canal neuronal, en donde se utilizó la ac-tividad neuronal como canal de respuesta en el entrenamiento; BRI-canal muscular, referida al entrenamiento de la tensión muscular de diferentes músculos del cuerpo; BRI de otras medidas psicofisiológicas, o entrenamiento de otras variables psicofisiológicas como la su-doración o la temperatura; psicofisiológicas y comportamentales, que aluden al entrenamiento de las variables psicofisiológicas, junto con la realización de otra actividad; y tiempo, el cual indica la realización de dos o más mediciones.

3. Variables dependientes: son las variables objeto de medición. Se categorizaron en: (a) compor-tamentales, mediciones de la ejecución de una actividad; (b) cardiovasculares, mediciones de la respuesta del sistema cardiovascular; (c) neu-ronales, mediciones de la actividad neuronal; (d) musculares, medición de la tensión muscular en diferentes músculos del cuerpo; (e) psicológicas, aquellas relacionadas con la valoración subjetiva de cada participante sobre sí mismo; y (f) otras medidas fisiológicas, que corresponden a la medida de otros indicadores psicofisiológicos como la sudoración y la temperatura.

4. Edad de los participantes: se establecieron cinco categorías: de cinco a 20 años, de 21 a 35, de 36 a 50, de 51 a 65, mayores de 65 y sin información.

5. Sexo de los participantes: masculino, femenino o mixto.

6. Tamaño de la muestra: se dividió en pequeña (5 o menos participantes), mediana (de 6 a 30 participantes) y grande (más de 30 participantes).

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85Cuadernos Hispanoamericanos de Psicología

DINÁMICA DE LAS INVESTIGACIONES SOBRE EL USO DE LA BIO-RETROINFORMACIóN

7. Condición deportiva: indica si la población es-tudiada era deportistas, no deportistas, o mixta.

8. Tipo de deporte: se utilizó la clasificación so-bre la que trabajan las entidades nacionales del deporte (Coldeportes): deporte de combate (en el que hay confrontaciones físicas con el adver-sario), de pelota (en los que hay como elemento básico una pelota o balón), de tiempo y marca (en los que el criterio de éxito es un tiempo o una marca), de arte y precisión (en los que la principal exigencia es la precisión o la calidad artística de la ejecución) y de contacto con la naturaleza (deportes en los que se deben superar obstáculos de la naturaleza).

9. Categoría de deporte: indica el nivel deportivo de los participantes; se identificaron: novatos (quienes apenas están comenzando su carrera deportiva), infantil (de 12 a 15 años), sub-élite (deportistas con representación regional o na-cional), élite (deportistas con representación internacional) y sin información.

10. Edad deportiva: tiempo que los deportistas llevan practicando la disciplina; se clasificó en: menos de tres años, de tres a seis años y siete años o más.

11. Condición de salud: hace referencia solamente a los estudios en los que se trabajó con población no deportista. Se identificaron tres categorías: pacientes (aquellas personas que tienen algún problema de salud), sedentarios (personas que no realizan ningún tipo de actividad física) y personas activas físicamente (personas que rea-lizan alguna actividad física constante, aunque no son deportistas).

12. Instrumento con el que se realizó la medición: indica si en la investigación sólo se empleó algún equipo de BRI, o si se empleó el equipo de BRI y un cuestionario.

Los indicadores de procedimiento fueron:1. Número de fases: indica el número de fases en

el que programa de entrenamiento en BRI se realizó: una sola fase, dos, tres, cuatro o más y sin información.

2. Número de sesiones: se refiere a la cantidad de sesiones realizadas para el entrenamiento en BRI. Se identificaron cinco categorías: de una a cinco sesiones, de seis a diez, de once a quince, más de quince y sin información.

3. Tiempo de sesiones: se refiere a la cantidad de tiempo empleado en cada sesión, indicando si se demoraba menos de 30 minutos, entre 30 y 60 minutos, más de 60 minutos y sin información.

Finalmente, para los resultados se tomó como indicador el efecto del tratamiento sobre la o las variables dependientes; se establecieron tres cate-gorías: (a) efecto positivo significativo (indica que hubo una mejora significativa sobre la(s) variable(s) dependiente(s) tras el entrenamiento en BRI), (b) efecto positivo pero no significativo, y (c) efecto de BRI combinado mayor que efecto de BRI sólo.

Análisis de resultados

El análisis de los resultados se realizó a partir de las frecuencias y porcentajes observados para cada uno de los indicadores establecidos.

Resultados

Con la información hallada y recolectada en la base de datos, se procedió a realizar un análisis descriptivo, con base en frecuencias y porcentajes, para cada uno de los indicadores. La Tabla 1 evi-dencia las características de los estudios analizados en cuanto a su dinámica productiva.

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María Clara Rodríguez, Carolina Rodríguez, Ángela María Torres, Catalina Urrego

Tabla 1Indicadores bibliométricos

Indicador Categorías Frecuencia Porcentaje

Número de firmas

12

3-45-6

7 o más

78

2032

17,520,050,07,55,0

Año de publicación

2006-20102001-20051996-2000 1990-1995

Antes de 1990

1611931

40,027,522,57,52,5

Revista

PsicologíaMedicinaFisiologíaDeporte

16996

40,022,522,515,0

Afiliación

UniversidadEntidad deportivaEntidad de salud

Mixto

2622

10

65,05,05,0

25,0

Área académicaPsicología

Ciencias de la saludCiencias del deporte

2299

55,022,522,5

Número de referencias

1-1516-3031-4546-60

Más de 60

1015942

25,037,522,510,05,0

Número de paginas

1-1516-3031-4546-60

Más de 60

333013

82,57,50,02,57,5

Idioma InglésEspañol

Portugués

26131

65,032,52,5

País

EspañaEstados Unidos

IsraelInglaterraColombia

IndiaEuropa

LatinoaméricaAsia

Oceanía

10833227341

25,020,07,57,55,05,02,52,52,52,5

La Tabla 2 hace referencia a las características representativas del método que fueron analizadas en cada uno de los estudios.

Tabla 2Indicadores metodológicos

Indicador Categoría Frecuencia Porcentaje

DiseñoIntrasujeto

GruposFactorial

16195

40,047,512,5

Variable independiente

ComportamentalesCardiovasculares

NeuronalesMusculares

Otras fisiológicasPsicofisiol. y comportament.

Tiempo

1417710397

20,925,410,414,94,513,410,4

Variable dependiente

ComportamentalesCardiovasculares

NeuronalesMuscularesPsicológicas

Otras

22141522

47,830,42,210,94,34,3

Edad de los sujetos

5-2021-3536-5051-65

Más de 65No información

12205012

30,050,012,50,02,55,0

MuestraPequeñaMedianaGrande

52114

12,552,535,0

Sexo de los sujetos

MujeresHombres

Mixto

61222

15,030,055,0

Condición deportiva

DeportistasNo deportistas

Deportistas y no deportistas

21181

52,545,02,5

Tipo de deporte

CombatePelota

Arte y precisiónTiempo y marca

Contacto con la naturaleza

26941

8,325,025,037,54,2

Condición de salud

SedentariosPacientes

Activos físicamente

577

26,336,836,8

Categoría solo deportistas

No informaciónNovatosInfantil

Sub-éliteÉlite

101263

45,54,59,127,313,6

Edad deportiva

No informaciónMenos de 3 años

De 3 a 6 años7 o más años

14233

63,69,113,613,6

Instrumento EquipoEquipo y cuestionario

337

82,517,5

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DINÁMICA DE LAS INVESTIGACIONES SOBRE EL USO DE LA BIO-RETROINFORMACIóN

La Tabla 3 refleja las características del proce-dimiento llevado a cabo en las investigaciones; adicionalmente, incluye el indicador relativo a los resultados.

Tabla 3Indicadores de procedimiento y resultados

Indicador Categoría Frecuencia Porcentaje

Número de fases

123

4 o másNo información

4121716

10,030,042,52,515,0

Número de sesiones

1-56-1011-15

Más de 15No información

1510285

37,525520

12,5

Indicador Categoría Frecuencia Porcentaje

Tiempo de sesiones

Menos de 30 minutos30-60 minutos

Más de 60 minutosNo información

111694

27,540,022,510,0

Canal de respuesta

CardiovascularesNeuronalesMuscularesDérmicas

Otras

214735

52,510,017,57,512,5

Resultados

Efecto positivo significativo Efectos no significativo Efecto mayor de BRI

combinado

2965

72,515,012,5

Por otra parte, es importante destacar algunos indicadores que ejercen un valor significativo alre-dedor de la técnica BRI y el rendimiento deportivo. En las figuras que se presentan posteriormente, se resaltan los aspectos de mayor relevancia con res-pecto a los objetivos del presente estudio.

Figura 1. Porcentaje de publicaciones por periodo

En la Figura 1 se evidencia la evolución de la investigación que, en el contexto del deporte, se ha realizado con bio-retroinformación; se observa un aumento de la investigación en los últimos años.

En cuanto a la Figura 2, se puede observar la distribución de las categorías de las variables indepen-dientes trabajadas en las investigaciones. Es importante mencionar que el entrenamiento mediante el canal cardiovascular fue notoriamente el más empleado.

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88 Cuadernos Hispanoamericanos de Psicología

María Clara Rodríguez, Carolina Rodríguez, Ángela María Torres, Catalina Urrego

Figura 4. Porcentajes de los resultados obtenidos

Figura 2. Porcentaje de las variables independientes estudiadas

Figura 3. Porcentaje de las variables dependientes estudiadas

La Figura 3 representa los porcentajes de cada una de las variables dependientes que fueron medidas.

Finalmente, la Figura 4 pone en evidencia los resultados obtenidos en el total de investigaciones.

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89Cuadernos Hispanoamericanos de Psicología

DINÁMICA DE LAS INVESTIGACIONES SOBRE EL USO DE LA BIO-RETROINFORMACIóN

Discusión

El propósito del presente estudio fue analizar la evolución y estado actual de la literatura referente al uso de la bio-retroinformación en el contexto del deporte y el ejercicio. Con respecto a la evolución del estudio de las variables, se evidenció que, de los 40 artículos analizados correspondientes a los últimos 25 años, el 67,5% de la producción revisada pertenece a la última década. Esto pone en evidencia un incremento en el interés sobre el tema, lo que ha significado un aumento en las investigaciones. Sin embargo, es importante señalar que debido a los criterios de inclusión, relacionados con el análisis estadístico, aproximadamente 25 artículos fueron descartados por no cumplir con dichos criterios, lo que disminuyó notablemente la muestra.

Con referencia al estado actual de la literatura científica acerca de la bio-retroinformación, y en concordancia con los objetivos específicos formu-lados, llaman la atención algunos aspectos relevan-tes acerca de los indicadores bibliométricos. En primera instancia, se identificó que la mayoría de estudios se sustentan en un número de referencias que oscila entre 15 y 30; según Villar et al. (2007), es común encontrar un promedio de 15 referencias en las investigaciones. Este indicador es importante porque pone de manifiesto que se está realizando una búsqueda amplia de información para sustentar las investigaciones realizadas.

El análisis del número de páginas empleado por publicación indica que el 82,5% de las publicaciones tiene un promedio de 15 páginas, debido a que son artículos científicos; a este porcentaje, le sigue un 7,5% de publicaciones de más de 60 páginas, que corresponden a tesis doctorales.

En los resultados analizados se pudo encontrar que el mayor porcentaje de artículos tienen entre tres y cuatro autores, por lo que son pocos los artículos con una sola firma. Esto es importante ya que, como sugiere Camps (2008), el índice de

firmas por artículos determina la cooperación entre grupos científicos.

Dentro de la procedencia de los estudios anali-zados, se encontró que España es el país de mayor producción científica, seguido de Estados Unidos. Villar et al. (2007) hallaron la misma situación, pero con referencia a estudios en el área de salud pública. Estos autores también sugieren que el idioma más utilizado para la producción científica es el inglés dada su universalidad y su prestigio, resultados que concuerdan con lo encontrado en este trabajo.

Igualmente, y de acuerdo con lo que se esperaría, el área de trabajo o de especialización de la mayoría de los autores, así como de la mayoría de las revistas en las que los artículos analizados fueron publica-dos, corresponde al área de la psicología; esto es predecible dado que la BRI es considerada; por lo general, como una técnica propia de esta ciencia.

En cuanto a la afiliación de los autores se observa que el 65% de las investigaciones son realizadas en universidades, más que en cualquier otro tipo de institución. Sin embargo, es importante señalar que las afiliaciones mixtas tienen un porcentaje significativo, en comparación con las entidades deportivas y de salud.

Con respecto a los indicadores metodológicos se encontraron aspectos relevantes que cabe seña-lar. Según Kuvasanu et al. (1998), el diseño más utilizado en las investigaciones en el deporte es el intrasujeto; sin embargo, para esta investigación, los resultados concluyen que el diseño de grupos predomina sobre los de N=1, lo que indica que los estudios están buscando cada vez más una mayor validez externa.

Por su parte, Arruza, Alzate y Valencia (1996) señalan que la frecuencia cardiaca es el canal de respuesta con el que más se ha trabajado al utilizar la técnica BRI. Esto se relaciona con lo encontrado en el presente análisis bibliométrico, ya que la variable independiente más entrenada fue a nivel cardiovascu-lar, quizá por la facilidad de los equipos telemétricos a los que se tiene fácil acceso en la actualidad.

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María Clara Rodríguez, Carolina Rodríguez, Ángela María Torres, Catalina Urrego

Según Kuvasanu et al. (1998), la BRI es una técnica facilitadora del control motor para el mejo-ramiento de la ejecución, lo que hace posible que el deportista realice su actividad adecuadamente. Los resultados obtenidos en esta investigación, en cuanto a la variable dependiente, apuntan a que, mediante el uso de BRI, los deportistas mejoran su desempeño en las diferentes disciplinas. Esto concuerda con las investigaciones realizadas por Jodra (1999) y Larumbe (2001), quienes encontraron mejoras en el control de las respuestas fisiológicas y la atención. Esto les permite a los deportistas obtener valores óptimos en sus ejecuciones.

En cuanto a la edad de los participantes con quienes se han realizado las investigaciones, se puede ver que ellos son, en general, adultos que pertenecen a categorías deportivas élite y sub-élite (Bar-Eli et al., 2002). Esta información se relaciona con lo encontrado en esta investigación, en la que el rango de edad predominante estuvo comprendido entre los 21 y 35 años. Es importante destacar que muchos de los estudios analizados, a pesar de trabajar con deportistas, no identifican la categoría deportiva de los sujetos participantes.

El instrumento más utilizado en las investiga-ciones fue únicamente el equipo de BRI, con un 82,5%, mientras que el uso conjunto del equipo y el cuestionario correspondió al 17,5%. Esto indica que son pocas las investigaciones que tienen en cuenta otras alternativas.

Por otro lado, Campbell y Stanley (1966) afirman que, para llevar a cabo la investigación, siempre es importante contar con grupos de comparación, porque esto permite la generalización. Adicional-mente, señalan que los diseños experimentales pre test- post-test son una buena forma de recolectar y comparar información. Esto tiene sentido en la medida en que, en este estudio, se encontró que el procedimiento más utilizado fue el de tres fases; esto sugiere la utilización del pre-test y post-test; además, la mayoría de estudios utilizaron muestras amplias o medianas para la aplicación de la técnica.

En cuanto al sexo de los participantes, se encontró que en el 55% de los estudios se emplearon grupos mixtos, seguido de un 30%, donde se utilizaron hombres y en un 15% de los estudios, se trabajó sólo con mujeres.

A pesar de que las investigaciones van enfocadas hacia el rendimiento, se encontró que un 52,5% fueron realizadas con deportistas y sólo un 2,5% compararon grupos de deportistas y no deportistas. Sin embargo, el 45% restante corresponde a investi-gaciones realizadas con no deportistas, estudios que fueron incluidos debido a que, de alguna manera, se referían a salud relacionada con ejercicio físico.

El tipo de deporte en el que más se empleó la técnica BRI fue el de tiempo y marca, con un total del 37,5% (atletismo y natación), seguido por un 25%, con deportes de pelota (baloncesto, volibol, etc) y arte y precisión (gimnasia, tiro, baile, etc). Sin embargo, se analizaron también otros deportes como los de combate y los de contacto con la naturaleza, que obtuvieron un 8,3% y 4,2%, respectivamente.

Además, Gould y Udry, (1994, como se citó en Tannis, 2008) hacen referencia a que, en las investigaciones, el número de sesiones, así como el tiempo empleado para realizar el entrenamiento en BRI, es arbitrario. De hecho, Bar-Eli y Blumens-tein (2004a) afirman que no existen protocolos de entrenamiento que señalen la cantidad de sesiones que se deben implementar, ya que esto depende más de la personalidad del deportista y de variables situacionales. En esta investigación se encontró que el número de sesiones varía entre una y diez, y el tiempo utilizado para las sesiones osciló entre 30 y 60 minutos. Esto demuestra que no hay un número de sesiones ni de tiempo establecido para el correcto control de la técnica.

Por su parte, Godoy (1994) sugiere que la técnica BRI ha sido ampliamente utilizada en el campo clínico con pacientes que requieren de rehabilita-ción, manejo de dolor, tensión y ansiedad. Esto es importante porque algunos de los estudios anali-zados en esta investigación se desarrollaron con

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DINÁMICA DE LAS INVESTIGACIONES SOBRE EL USO DE LA BIO-RETROINFORMACIóN

pacientes que padecían de algún malestar físico y requerían rehabilitación. Esto fue más fácil de abordar al utilizar la técnica BRI, la cual demostró servir de apoyo para mejorar la condición de salud de estos pacientes.

Por último, Bar-eli y Blumenstein (2004b) señalan que muchas de las investigaciones donde se aplicó la técnica BRI arrojaron resultados positivos. De hecho, la aplicación de esta técnica en ambientes deportivos permite mejorar el desempeño de los at-letas. Lo anterior queda demostrado con el resultado de esta investigación, que indica que la BRI tiene un efecto significativo positivo sobre el rendimiento deportivo. Sin embargo, en el trabajo realizado por Angoules et al. (2008) se afirma que la efectividad de la técnica BRI se atribuye, en gran medida, a las combinaciones que se hacen de este procedimiento con otras técnicas. Para esta investigación, esta categoría fue el segundo criterio relevante.

Finalmente, es importante que futuras inves-tigaciones concluyan esta revisión haciendo un análisis meta-analítico que permita la cuantificación estadística del tamaño del efecto.

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*Los artículos señalados con asterisco (*) corres-ponden a los que constituyeron unidades de análisis

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Efectos de señales incongruentes en el paradigmastop sobre los indicadores de inhibición SSRT

y el número de erroresFidel Mauricio Bonilla Carreño, Andrés Camilo Ángel Cubillos, Paula Viviana Galvis-Jaramillo,

Jorge Luis Pachón Bernal y Omar Alexander Rubiano

Universidad El Bosque

Recibido: Abril 26 de 2011. Aprobado: Septiembre 20 de 2011

Nota del Autor

Esta investigación se realizó en la Facultad de Psicología de la Universidad El Bosque, Bogotá D.C., Colombia.

Fidel Mauricio Bonilla Carreño, Director de trabajo de grado y Director del Laboratorio de Psicología Experimental de la Universidad El Bosque.Andrés Camilo Ángel Cubillos, Paula Viviana Galvis-Jaramillo, Jorge Luis Pachón Bernal y Omar Alexander Rubiano. Estudiantes que optan por el título de psicólogos.

Agradecimientos a la profesora Leslie Arbeláez de la Facultad de Psicología y al Ingeniero Felipe García de la Facultad de Ingeniería de Sistemas de la Universidad El Bosque.

Persona de contacto: [email protected]

CUADERNOS HISPANOAMERICANOS DE PSICOLOGÍA, Vol. 11 No. 2, 93-103

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Fidel Mauricio Bonilla Carreño, Andrés Camilo Ángel Cubillos, Paula Viviana Galvis-Jaramillo, Jorge Luis Pachón Bernal y Omar Alexander Rubiano

Resumen

La inhibición es la función ejecutiva que se encarga de suprimir pensamientos, acciones y emociones; es un componente clave del control ejecutivo. Con el fin de determinar si la función de la inhibición se ve afectada cuando se presentan señales incongruentes en una tarea de detención del movimiento voluntario, se realizó una aplicación del paradigma Stop de Gordon y Verbruggen, al cual se le agregaron señales de parada incongruentes. Luego de un análisis de comparación de medias mediante la prueba estadística t de Student, no se encontraron diferencias significativas entre los indica-dores de inhibición SSRT de los estímulos presentados de manera congruente y los presentados de manera incongruente. En la discusión se debate que esta diferencia no es significativa entra las dos condiciones porque a nivel de respuestas de tipo conduc-tual no se evidencia el resultado de un complejo proceso senso-perceptual y motor, incluida la inhibición. Se propone replicar este estudio con la técnica de potenciales evocados puesto que ésta permite la discriminación de procesos inhibitorios en una ventana temporal de milisegundos.

Palabras clave: inhibición, lóbulo frontal, desempeño motor. Paradigma Stop, función ejecutiva, inhibición

Abstract

Inhibition is the executive function responsible for suppressing thoughts, actions and emotions. It is considered as a key component of the executive control. To determine whether inhibition is affected when incongruent signals are presented in a task of stopping volunteer movement, it was used the Gordon and Verbruggen´s stop paradigm. After a comparison analysis of means using Student’s t statistical test, no significant differences were found between indicators of inhibition and errors of the stimuli presented in the congruent and incongruent conditions. In the discussion, reasons which establish why this difference was not significant are pre-sented. Besides, it is proposed that behavioral methods do not account for complex sensoperceptual and motor process, including inhibition. Moreover, it is proposed the use of event related potential to account for the process of inhibition, because this technique allows the discrimination of cognitive processes in a milliseconds temporal window.

Key words: Stop Paradigm, Executive Function, Inhibition

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EFECTOS DE SEñALES INCONGRUENTES EN EL PARADIGMA STOP

Dentro del marco de las funciones ejecutivas se encuentra el proceso de inhibición, el cual está encargado de detener la ejecución de respuestas previamente planificadas. Para medir este proceso, existen una gran variedad de técnicas: neuroima-gen, potenciales evocados y tareas conductuales. En dichos procedimientos se busca determinar los circuitos neuronales que intervienen en el proceso (Ramautar, Kok y Ridderinkhof, 2006), las respues-tas que se establecen en el proceso inhibitorio en términos de aciertos y errores o la velocidad con la cual los circuitos cerebrales realizan este proceso (Logan, 1985).

La investigación en el campo de las neurocien-cias permite analizar y comprender los procesos fisiológicos relacionados con cada una de las fun-ciones cognoscitivas y conductuales. Actualmente, se investiga sobre las bases electrofisiológicas que median en las respuestas humanas, con implicacio-nes tan importantes como el estudio de fenómenos relacionados con la inhibición y las respuestas fisiológicas y estructurales que sustentan dichos fenómenos (Gauggel, Rieger y Feghoff, 2004).

La inhibición conductual hace referencia a la supresión de pensamientos, acciones y emociones. A menudo, es considerada como un componente clave del control ejecutivo. Por su parte, la inhibición de respuestas es una característica importante de las funciones ejecutivas (Barkley, 2001; Verbruggen y Logan, 2008). Los estudios comportamentales describen la inhibición como una ralentización en el tiempo de reacción, en especial después de la presentación de una señal que no es apropiada o frente a estímulos que desencadenan respuestas competitivas. Por ejemplo, si de repente cambiara la señal del semáforo y tuviéramos que parar ante la luz roja, deberíamos inhibir la respuesta dominante o prepotente de continuar la marcha, sustituyéndola por otra diferente: detener la marcha del automóvil (Barkley, 2001).

Por otra parte, los estudios neurobiológicos de-finen la inhibición en términos de la disminución

en el procesamiento neuronal, tanto aferente como eferente. El área cerebral encargada de los procesos de inhibición se ubica en los lóbulos frontales; por lo tanto, se hace necesario profundizar sobre dicha área. El lóbulo frontal comprende la corteza motora, la corteza premotora y el córtex prefrontal. Como ya se había mencionado, estas funciones ejecutivas pueden ser descritas como aquel sistema de jerarquías de control que comprometen: (a) la volición, (b) la planeación, (c) la selección, (d) la programación y (e) el desempeño del movimiento (Seitz, Stephan, y Binkofski, 2000).

En los últimos años se ha despertado una gran curiosidad por el rol que cumple la corteza prefrontal y premotora en el control consciente de las acciones. Existe evidencia de que la corteza dorsal premotora se encuentra relacionada con los movimientos de los dedos, mientras que la zona opercular se rela-ciona más con el código espacial y temporal de las características del movimiento, movimientos que, a su vez, se relacionan con la respuesta conductual que da el individuo ante un estímulo dado (Seitz, Stephan y Binkofski, 2000).

La corteza premotora ventral sólo se activa cuan-do se procesa el control de movimientos finos, y el área suplementaria y el cíngulo motor se coactivan con el movimiento imaginario, pero también con el movimiento intencional grueso (Seitz, Stephan y Binkofski, 2000). Se ha correlacionado la corteza prefrontal dorsolateral derecha, la corteza parietal inferior derecha y la corteza prefrontal dorsomedial con la inhibición de la respuesta (Rubia et al. 2003), (Ramautar, Slagter y Kok, 2006).

El paradigma STOP

El paradigma de la señal de STOP consiste en una tarea de tiempo de reacción en la que ocasionalmente se presenta una señal de parada que indica que la respuesta prepotente debe ser cancelada. La proba-bilidad de una parada exitosa puede ser manipulada variando el tiempo relativo de la presentación de la

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Fidel Mauricio Bonilla Carreño, Andrés Camilo Ángel Cubillos, Paula Viviana Galvis-Jaramillo, Jorge Luis Pachón Bernal y Omar Alexander Rubiano

señal de STOP, ya que detenerse es relativamente fácil cuando la señal de parada es presentada de manera temprana, pero difícilmente cuando se presenta de manera tardía (Lappin y Eriksen, 1966; Logan, Cowan y Davis, 1984; Logan, 1985).

En el paradigma de STOP se presentan dos tipos de ensayos: unos requieren la discriminación de la forma del estímulo a partir de la presión de una tecla en un 80% de los ensayos, mientras que los otros involucran la presentación de un estímulo (auditivo o visual) que indica al sujeto que debe inhibir su respuesta en un 20% de los ensayos. La señal de Stop se puede presentar tanto de manera visual como auditiva, manteniendo el porcentaje de presentación en un 80% para estímulos Go y 20% en estímulos de parada (Verbruggen, Logan, y Stevens, 2008; Verbruggen, Schneider y Logan, 2008).

En el paradigma de STOP, el tiempo entre la aparición del estímulo que desencadena la respuesta Go y la señal de detenerse, es una variable muy importante debido a que proporciona información acerca de la probabilidad de inhibición de la res-puesta. De acuerdo con esto, se describe que la máxima probabilidad de inhibición de la respuesta se presenta si la señal de STOP se presenta antes de que aparezca la señal desencadenante de la res-puesta Go, pero no se presenta una inhibición de la respuesta cuando la señal de STOP se presenta después del estímulo desencadenante Go.

El tiempo de reacción ante la señal de parada (SSRT) es la medida que se utiliza en el paradigma de la señal de STOP. En otras palabras, el SSRT mide la capacidad para detener una respuesta por parte de la persona que está realizando el experi-mento (Eagle, Baunez, Hutcheson, Lehmann, Shah y Robbins, 2008).

Los neurocientíficos cognitivos usan esta medida para determinar si los procesos neurales participan directamente en la inhibición de respuesta; los psicopatólogos la utilizan para estudiar déficits inhibitorios en diferentes grupos de pacientes; los

científicos del desarrollo encontraron que el tiem-po de reacción a la señal de STOP es elevado en los niños más pequeños y en los adultos mayores comparación con los adultos jóvenes (Verbruggen y Logan, 2008).

El paradigma de la señal de STOP ha sido expli-cado por medio del modelo de carrera de caballos. Éste es un modelo que asume que el proceso de Go y el proceso de STOP, o estímulo inhibitorio, son dos procesos que operan de manera independiente. Este modelo plantea que la respuesta se presenta o se detiene dependiendo del grupo de procesos que gane la carrera. De acuerdo con el modelo de carrera de caballos, parece ser que los sujetos tienen más éxito en la inhibición de la respuesta motora cuando el transcurso entre la reacción y la señal de STOP es corto (Kok, Ramautar, De Ruiter, Band, y Ridderinkhof, 2004).

Para moldear las respuestas y disminuir las po-sibilidades de predicción de respuesta del sujeto, se utiliza el Algoritmo Staircase. éste se adapta a la tasa de respuesta en la tarea de STOP; permite que se inhiba la respuesta en un 50% de los casos. Si en un ensayo con la señal de STOP el sujeto no inhibe la respuesta, la demora de ocurrencia de la siguiente señal de STOP se reduce 50ms. Esto permite aumentar la probabilidad de éxito en la inhibición. Cuando el sujeto inhibe adecuadamente la respuesta, se aumenta la demora en 50ms. Esto hace que sea más difícil inhibir la respuesta (Gauggel, Rieger y Feghoff, 2004).

Este paradigma se puede ver en el trabajo rea-lizado por Dimoska, Johnstone y Barry (2007), el cual comparó el tratamiento de una señal de STOP con una tarea de señal tono-irrelevante, que los participantes fueron preparados para ignorar. El experimento se llevó a cabo con la participación de 42 estudiantes de Psicología que fueron esco-gidos de acuerdo a su puntuación en la prueba de Matrices Progresivas de Raven, la cual debía ser superior o igual a 80. La tarea que debían realizar

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EFECTOS DE SEñALES INCONGRUENTES EN EL PARADIGMA STOP

los participantes fue presionar una tecla especifica al ver un dibujo (tarea Go). Se presentaron a los participantes dos tonos: uno de 1500Hz, al cual los participantes debían inhibir la respuesta de presión de botón y uno de 1000Hz, el cual debían ignorar. La hipótesis planteada por los investigadores fue que una mayor activación inhibidora generaría respuestas de STOP más rápidas y que esto se manifestaría en el componente electrofisiológico que refleja dicho proceso; es decir, N2 o P3. Se encontró que el éxito en la ventana N2 se puede explicar como una forma deliberada de la respuesta de control o de selección de una respuesta. Una comparación del estímulo y de la respuesta a través de la técnica potenciales evocados demostró que los aspectos de la respuesta dada dependían de las estrategias de ejecución.

Recientes estudios han demostrado que, en el paradigma de la señal de Stop, la corteza frontal derecha inferior es de importancia máxima en la iniciación de la inhibición de respuestas de carác-ter manual. En la tarea Go, hay una activación en la región fronto-estriada- pálida y una activación bilateral del putamen, tálamo izquierdo, núcleo subtalámico izquierdo, corteza motora izquierda y

área motora suplementaria izquierda. Los procesos son contra laterales congruentes con una respuesta de mano derecha (Aaron y Poldrack, 2006).

En la tarea STOP se da una activación ipsilateral de la pre-área motora suplementaria y el globo pálido. De igual forma, se observa una activación en la corteza auditiva bilateral (cuando se presen-tan estímulos auditivos), tálamo bilateral, núcleo subtalámico, corteza medial frontal, corteza del cíngulo anterior, putamen bilateral, corteza parietal y corteza de la órbita de la ínsula bilateral (Aaron y Poldrack, 2006).

En la tarea STOP fallida se da una activación neuronal similar a la tarea de inhibición real, lo que indica que el disparo neuronal sí se produce, aunque con menos intensidad, lo que puede causar que no se refleje a nivel conductual (Aaron y Poldrack, 2006).

En la figura 1 se puede observar un modelo que describe tres vías por las cuales los impulsos ner-viosos viajan en el proceso de inhibición: una vía directa, una vía indirecta y una vía hiperdirecta, dependiendo de la premura de la respuesta y, en especial, si otros procesos están ocupando dichas vías (Aaron y Poldrack, 2006).

Figura 1. Modelo Ganglio Basal en el Paradigma Stop

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Fidel Mauricio Bonilla Carreño, Andrés Camilo Ángel Cubillos, Paula Viviana Galvis-Jaramillo, Jorge Luis Pachón Bernal y Omar Alexander Rubiano

Lo anterior da pie para que se plantee el siguiente interrogante: ¿Cómo el sistema neuro-cognitivo selecciona entre dos estímulos incompatibles y responde inhibiendo una respuesta voluntaria? Una de las formas en las cuales se ha intentado dar respuesta a esta pregunta es a través del paradigma Go-NoGo trabajando con la técnica de Potenciales Evocados (Lavric, Pizzagalli y Forstmeier, 2004).

La técnica de potenciales evocados se ha utilizado con el paradigma Go-NoGo y arroja resultados así: (a) un cambio de onda negativo con una ubicación central anterior relacionado con el componente N2 y (b) una onda positiva en tareas NoGo 300-500 ms (P300). Esta distribución ha sido asumida tradicio-nalmente con el reflejo inhibitorio de la respuesta predominante en los ensayos NoGo (Lavric, Piz-zagalli y Forstmeier, 2004).

De hecho, ciertos estudios al comparar las con-diciones de una tarea Go y NoGo por frecuencia de estímulos y cantidad de conflicto generado, conser-vando al mismo tiempo la respuesta prepotente han demostrado que los efectos de N2 reflejan procesos inhibitorios en la corteza ventral prefrontal y en la corteza dorso lateral prefrontal (Lavric, Pizzagalli, y Forstmeier, 2004).

El presente estudio tiene como objetivo identificar las diferencias en las respuestas emitidas por los participantes: número de errores y tiempo de reac-ción ante la señal de Stop (SSRT) entre estímulos congruentes e incongruentes en un Paradigma Stop modificado.

Método

Participantes

Los Participantes fueron 30 estudiantes de Psi-cología entre los 18 y los 26 años, que reportan no tener problemas de tipo visual, auditivo, psiquiátrico o neurológico que puedan afectar el desempeño de la prueba. Los criterios de inclusión fueron: a) ser estudiante de Psicología y b) tener entre 18 y 26 años.

Los criterios de exclusión fueron: a) tener problemas de visión, b) padecer enfermedades psiquiátricas o neurológicas que afecten el desempeño y c) haber participado en la prueba piloto o ensayos previos.

Instrumentos

Se utilizó un computador con un procesador Pen-tium IV, el cual contenía el programa NetBeans. En éste se diseñó la tarea stop, junto con el Algoritmo Staircase, para poder tener control de que los sujetos acertaran en inhibir el 50% de las veces que ejecu-taran la tarea. La tarea se realizó con el Programa JAVA, en el cual se programó tanto la tarea Stop con estímulos incongruentes, como el Algoritmo Stair Tracking. Este programa permitió exportar a una base de datos en Excel la información correspondiente al número de ensayos, las respuestas dadas por los sujetos, los errores o aciertos, así como el SSRT.

Procedimiento

Se citó a los participantes en el laboratorio de Psicología Experimental de la facultad de Psicología de la Universidad El Bosque. El participante llevó a cabo la tarea en una silla cómoda, en frente tenía un monitor situado a 60 cm de distancia y se procedió a dar las instrucciones correspondientes a la tarea.

“Bienvenido, a continuación se presentarán una serie de estímulos a los que Ud. debe prestar atención para dar o no respuesta según se lo soli-cite el programa. Coloque sus dedos índices sobre las teclas “Z” y “M”. Si aparece una flecha verde con dirección hacia la izquierda, usted deberá presionar la tecla “Z” con su índice izquierdo, si aparece una flecha verde con dirección hacia la derecha usted deberá presionar la tecla “M” con su índice derecho. Ocasionalmente seguida de la flecha verde aparecerá una flecha roja y observará en la pantalla una flecha roja y verde juntas. Esto le indicará que usted NO debe presionar ninguna tecla. Es importante que usted NO ESPERE la aparición o llegada de la flecha roja para dar o

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EFECTOS DE SEñALES INCONGRUENTES EN EL PARADIGMA STOP

no respuestas. Recuerde que debe responder en el menor tiempo posible. Si todo está claro, presione cualquiera de las teclas de respuesta para continuar. De lo contrario, pregunte al examinador.”

Para que las instrucciones sean las mismas para todos los participantes, los examinadores leyeron la instrucción en voz alta y se verificó la comprensión de la misma con varios ensayos.

En primera instancia, aparecerá una cruz en el centro de la pantalla, a manera de marca de fija-ción; a continuación, aparecerán los estímulos del ensayo. Siempre, en primer lugar, aparecerá una flecha verde que indica al sujeto que debe emitir la respuesta motora con el dedo índice derecho o izquierdo, de acuerdo a la orientación de la flecha. A continuación, puede aparecer una señal stop a manera de flecha roja, indicando que es necesario inhibir la respuesta previamente preparada; esta flecha roja puede o no estar orientada, igual que la flecha verde. En caso de que no sea congruente con la señal Go, será una señal incongruente. Frente a estas señales, es necesario que no se emita ninguna respuesta, sin importar la orientación de las flechas.

Figura 2.Tipos de señales utilizadas en la inves-tigación

Como se puede observar en la figura 2, las condiciones de los ensayos por los que todos los participantes pasaron fueron: señales Go (debieron emitir la respuesta manual), señales stop congruentes y señales stop incongruentes (donde era necesario que el participante inhibiera su respuesta motora).

Las flechas se presentan con una duración de 500 ms. cada una con orientación derecha o izquierda, con un intervalo inter-estímulo de 2 segundos. El intervalo de tiempo de 300 ms. entre la señal Go y el inicio de la señal STOP cambiaba de acuerdo con la ejecución del sujeto. En la condición STOP y la respuesta que se denomina STOP se utilizó un intervalo entre 160-300 ms. se utilizó el algoritmo “stair-tracking” en la tarea STOP, que ajustaba el intervalo entre la señal Go y la señal STOP, en la medida en que el participante respondía, depen-diendo de los resultados del ensayo previo. Si en éste el participante dio una respuesta incorrecta, el intervalo de tiempo entre la señal Go y la señal STOP, y desde la señal STOP hasta que responde, se hacía más corta en el siguiente ensayo.

La tarea completa tuvo 280 ensayos, 80% son estímulos GO y 20% estímulos STOP. Los estímulos totales Go derecha y estímulos a la izquierda fueron 98. Los estímulos de STOP a la derecha y STOP a la izquierda fueron 42.

Se realizó el análisis estadístico con el programa SPSS para Windows, en versión 18. Se llevó a cabo un análisis con la prueba t de Student de medidas repetidas, con el propósito de observar la signifi-cancia de los componentes entre las condiciones de estímulos incongruentes y las de estímulos congruentes.

Resultados

En la tabla 1 se observa un análisis descriptivo de la cantidad de errores y el tiempo de respuesta de la señal de parada (SSRT).

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Tabla1Análisis descriptivo de los errores y SSRT para estímulos congruentes e incongruentes

Variable Modo de Presentación del Estímulo Media Desviación

Estándar

ErroresCongruente 11,3 ms 4,427

Incongruente 11,97 ms 5,629

SSRTCongruente 1.169 ms 322,541

Incongruente 1.163,3 ms 314,971

Haciendo un análisis descriptivo del efecto de las variables independientes, que son los estímulos presentados, se puede observar que hay un promedio de 11,3 milisegundos en los errores para los estímulos congruentes con una desviación de ± 4,427 errores, mientras que, para los estímulos incongruentes, los participantes presentaron una media de 11,97 ms en los errores, con una desviación estándar de ± 5,629 errores. Esto significa que la cantidad de equivocaciones que presentan los sujetos es muy similar, tanto para estímulos incongruentes como para estímulos congruentes. De hecho, en la tabla 2 se observa que no existe diferencia significativa en los errores de acuerdo a la prueba t de Student. Con respecto al tiempo de reacción para la señal de parada (SSRT), se encontró un tiempo promedio de 1.169 milisegundos, con una desviación estándar de ± 322,54 milisegundos para estímulos congruentes y una media de 1.163,3 milisegundos, con una desviación estándar de 314,971 milisegundos para los estímulos incongruentes. Se observó que no se encuentran diferencias significativas en el SSRT de los estímulos congruentes y el SSRT de los estímulos incongruentes.

En la tabla 2 se presentan los resultados de una comparación de medias para muestras relacionadas a través de una prueba t de Student, en donde se contrastaron estadísticamente la cantidad de errores y el SSRT de los estímulos congruentes versus los estímulos incongruentes.

Tabla 2Comparación de medias de los errores y el SSRT para estímulos congruentes e incongruentes

Variables T Gl P

Errores -0,798 29 0,431

SSRT 0,347 29 0,731

Nota: p ≥0,005

En la tabla 2, con respecto a los errores se ob-serva que como 0,431 es mayor que 0,005 no se rechaza la hipótesis; es decir, probablemente no existen diferencias entre los errores emitidos, tanto para los estímulos congruentes como para los es-tímulos incongruentes. Con respecto al SSRT, se encuentra que como 0,731 es mayor que 0,005, no se rechaza la hipótesis de nulidad, lo que significa que no existen diferencias entre el SSRT de las presentaciones de los estímulos congruentes y los estímulos incongruentes.

Probablemente, esta diferencia no es significa-tiva porque, a nivel conductual, no se evidencia el resultado de cada uno de los procesos cerebrales que se ven involucrados para realizar una adecuada inhibición. Es posible que mediante técnicas de potenciales evocados se encuentren diferencias significativas entre los procesos cerebrales dados para los estímulos congruentes y los incongruentes, ya que esta técnica permite aislar los procesos de manera específica.

Discusión

El objetivo de esta investigación fue determinar si existía una diferencia significativa en el proceso de inhibición cuando al sujeto se le presentan es-tímulos congruentes e incongruentes mediante el análisis de los tiempos de reacción y el número de errores. Se realizó un análisis estadístico mediante la prueba t de Student para muestras relacionadas.

Según Eagle et al. (2008), el proceso inhibitorio está medidado por diferentes estructuras individuales

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EFECTOS DE SEñALES INCONGRUENTES EN EL PARADIGMA STOP

como la corteza prefrontal y el núcleo subtalámico. Específicamente, éstas muestran tiempos lentos cuando se estudian lesiones en el área orbitofrontal y la corteza infralímbica. De esta manera, podemos afirmar que hay estructuras específicas en el cerebro encargadas de este tipo de procesamiento de infor-mación. El presente trabajo evalúa unicamente los resultados obtenidos en la totalidad del proceso, en donde no se presentaron diferencias significa-tivas. En la figura 3, se puede observar el circuito completo del proceso de emisión o inhibición de la respuesta de acuerdo a las estructuras involucradas. Al adicionar un conflicto en el proceso, el tiempo debe ser mayor debido a la necesidad de aumentar el número de estructuras, añadiendo la corteza cingulada anterior como encargada de solucionar este conflicto antes de emitir o no la respuesta. Esto, al final del proceso, debería respresentar una diferencia en milisegundos frente a los ensayos con señales congruentes.

Figura 3. Proceso de inhibición o emisión de res-puestas motoras en el cerebro

Teniendo en cuenta este proceso subyacente a la respuesta motora, el presente trabajo se centró en los resultados finales del proceso inhibitorio; es decir, al tener en cuenta únicamente los tiempos

de respuesta ante la señal “stop” y el número de errores, se puede observar que no hay diferencias significativas si se presentan estímulos congruen-tes o incongruentes en la señal Stop. Un metodo comportamental determina la conducta que puede observarse directamente, de allí que la psicología cognitiva se enfoque en mediciones de exactitud como el porcentaje de acierto y error y el tiempo de respuesta. A pesar de las ventajas que dichas tecnicas ofrecieron en su momento, con los avances en el estudio electrofisiológico cerebral se han iden-tificado ciertas desventajas como la posibilidad de medir procesos cerebrales en ventanas temporales específicas en milisegundos (Smith y Kosslyn, 2008).

Los datos procedentes de la exactitud con la que un sujeto realiza una tarea son de suma importancia, en especial cuando se analizan datos de respuestas que requieren una discriminación, ya sea basándose en la memoria o en la percepción. En este punto de la investigacion se pueden presentar dos riesgos que se definen como efecto techo y efecto suelo (Smith y Kosslyn, 2008).

Efecto techo

Cuando la tarea es demasiado fácil, se suele ver que los participantes de la investigación obtienen puntajes altos y; por lo general, iguales. Es decir, el individuo no genera una discriminacion adecuada teniendo en cuenta todos los aspectos de la tarea, sino que se enfoca en sólo uno de ellos (Smith y Kosslyn, 2008).

Lo anterior permite suponer que no existen dife-rencias en los porcentajes de acierto o error, cuando en realidad es todo lo contrario; pero la respuesta conductual no permite analizar en detalle dichas diferencias como ya se mencionó.

Efecto suelo

Cuando la tarea es demasiado dificil, se suele ver que los sujetos no presentan diferencias signi-

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ficativas en sus contestaciones. En este caso, esto se debe a que están respondiendo mal en todas las ejecuciones de la tarea (Smith y Kosslyn, 2008).

Como se puede observar, los métodos compor-tamentales son incompletos ya que no tienen la capacidad de proporcionar un cuadro completo de los procesos subyacentes (Smith y Kosslyn, 2008).

En las últimas decadas, la Psicologia cognoscitiva ha empezado a apoyarse en sus investigaciones en las técnicas de potenciales evocados con el fin de identificar el tiempo específico en cada proceso cognoscitivo y, a su vez, obtener resultados más pre-cisos a nivel de procesamiento temporal de algunos procesos cognoscitivos (Smith y Kosslyn, 2008).

Este sistema de control ha sido ampliamente estudiado en la actualidad mediante técnicas de neuroimagen; se han encontrado diferentes hallazgos en cuanto a estructuras cerebrales involucradas en el proceso inhibitorio, como lo son el area derecha de la corteza prefrontal inferior. Se ha encontrado que ésta presenta mayor activacion durante el pro-ceso de inhibicion de respuesta (Aaron y Poldrack, 2006; Eagle, Baunez, Hutcheson, Lehmann, Shah, y Robbins, 2008; Verbruggen y Logan, 2008).

Otro proceso importante dentro de la inhibicion es la detección de error al dar o no respuesta, la cual a nivel cerebral se encuentra regulada por la corteza del cingulo anterior (Rubia, Smith, Bram-mer, y Taylor, 2003).

Es importante señalar las áreas motoras implicadas en la inhibición de la respuesta y el funcionamiento de cada una de estas áreas en el proceso de deten-ción del movimiento o inhibición de la respuesta. En el presente trabajo, este aspecto no fue claro, debido a que los tiempos son medidos en la tota-lidad del proceso; por ende, los resultados no son muy precisos. Sin embargo, se puede concluir que si hay respuestas lentas, no son significativamente diferentes frente a estímulos diferentes, teniendo en cuenta que utilizar tiempos de reacción y errores no serían los mecanismos más adecuados para estudiar procesos complejos subyacentes a la conducta.

En trabajos específicos con técnica de poten-ciales evocados, se identifican diferentes medidas específicas para la inhibición y detección en la tarea stop. Un claro ejemplo es la medida obtenida por Ramautar, Kok, y Ridderinkhof (2006), donde se afirma que la modalidad de tarea stop permite aislar el momento preciso de la inhibición, dejando en claro que el componente N2 fue más pronunciado en las respuestas incorrectas frente a las correctas. Esto indica que N2 es el componente encargado del proceso inhibitorio incial, mientras que el compo-nente P3 es indicador de la inhibición exitosa en el área fronto central y es más pronunciado en el área parietal posterior en los intentos de inhibición errados. Esta información nos permite aislar áreas específicas de acuerdo al error o acierto en el proceso inhibitorio. De esta forma, se pueden realizar en un futuro estudios mucho más exactos que permitan estudiar el proceso de la inhibición de respuesta de manera eficaz y con resultados que permitan analizar dicho proceso de manera más específica.

Dentro de la psicología, es de gran importancia observar cuál es el proceso que lleva a cabo el cerebro para poder realizar el proceso de inhibición. Como lo han establecido estudios anteriores, el cerebro tiene alta plasticidad y capacidad de aprendizaje, lo que permite detectar alguna dificultad en la inhibición de procesos o en alguna de las vias directas para lograr estos procesos. Entonces, el psicólogo puede enseñarle al individuo a crear nuevas alternativas para lograr esta actividad y; por lo tanto, el cerebro puede volver a realizar la función perdida.

Se propone realizar estudios mediante técnicas de potenciales evocados que permitan estudiar el complejo N2-P3 con respecto a estímulos con-gruentes o incongruentes. De esta forma, se pueden aislar los procesos específicos de error, conflicto e inhibición. Además, se puede observar si hay diferencias significativas en cuanto a la detección de la señal de stop que retrase o dificulte el proceso como tal, debido a que en el presente trabajo no se encontraron diferencias significativas en la sumatoria

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EFECTOS DE SEñALES INCONGRUENTES EN EL PARADIGMA STOP

de tiempos y errores frente a las dos modalidades de estímulos.

Referencias

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PRESENTACIÓN DE LA MISIÓN

La revista Cuadernos Hispanoamericanos de Psicología es una publicación seriada cuyo primer número apareció en el año 2000; es editada por la Facultad de Psicología de la Universidad El Bosque, con sede en la ciudad de Bogotá, Colombia.

La revista tiene como gran marco referencial la perspectiva multidimensional bio-psico-social-cultural y axio-ética en términos del denominado, justamente de una manera más abreviada, modelo bio-psico-social. Es decir, que su fundamentación, coherencia y significación está contextualizada dentro del marco de la teoría de la co-evolución biológica, socio-cultural y deóntica de nuestra especie como homo sapiens sapiens. En consonancia con este marco epistemológico general se pretende mostrar el estado actual de la Psicología desde la siguiente perspectiva: a) como un campo interdisciplinario más allá de las “escuelas tradicionales” y de los “ismos” reduccionistas ideologizados; b) dar cuenta de una manera crítica sobre los avances del conocimiento basado en la investigación, a lo largo de sus diversas modalidades y procesos; c) en cooperación interdisciplinaria con redes de investigadores, docentes y practicantes no solo de Hispanoamérica sino de otros países.

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Se aceptarán trabajos de los siguientes prototipos seleccionables por su calidad y su utilidad educativa y su relevancia social; epistemológicos, históricos, tecno-científicos, metodológicos y de desarrollo instrumental; informes sobre investigaciones fácticas bajo diferentes metodo-logías; estudios de caso único; estudios de meta-análisis.

Desde nuestras páginas y conforme a las referentes que acabamos de señalar, está abierto este espacio para recibir, en gran aprecio, las colaboraciones de los psicólogos iberoamericanos y de otras partes del mundo.

Gracias anticipadas por su acogida.El Editor

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