Cuadernos Metodológicos Observación...

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Cuadernos Metodológicos 20 Observación participante Óscar Gisascti GIS Centro de Investigaciones Sociológicas

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Cuadernos Metodológicos

20 Observaciónparticipante

Óscar Gisascti

G ISCentro de Investigaciones Sociológicas

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COLECCIÓN «CUADERNOS METODOLÓGICOS», NÚM. 20

Prim era edición, enero de 1997 Segunda edición, noviem bre de 2002

© CENTRO DE INVESTIGACIONES SOCIOLÓGICAS M ontalbán, 8. 28014 M adrid

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Parque In dustria l «Las M onjas».Torrejón de Ardoz. 28850 - M adrid

Para Ángel Galván, y José Eduardo Fernández Calella

Indice

Prefacio ....................................................................................................................... 7

1. DEL ARTE DE OBSERVAR .......................................................... 9

2. LA DISTANCIA SOCIAL............................................................................. 15

3. EN LA PRÁCTICA........................................................................ 35

4. CINCO EJEM PLO S...................................................................................... 47

PRIM ER E JE M P L O ........................................................................................................................ 4 9SEGUNDO EJEMPLO.................................................................................................................... 5 9TERCER E JE M PLO .................................................................. 71CUARTO E JE M PLO .............................................................................................. 79QUINTO EJEMPLO........................................................................................................................ 8 9

Bibliografía com entada............................................................................................. 97

Prefacio

Ya nadie lee a los clásicos. Son citados, pero no leídos. Tam poco se entien­den. La innovación perm anente, como condición posm oderna, term ina por ignorar el pasado. A veces incluso lo niega y lo desprecia. Nos hem os vuelto ciegos a fuerza de ignorar a quienes nos han precedido. Quizás po r eso pen­sam os haber descubierto un literato donde jam ás hubo u n etnógrafo: donde siem pre hubo un artista. El escritor estaba allí, solo que fuim os incapaces de verlo. Gracias a los clásicos vuelvo a ser u n poeta, porque ahora sé que sólo siendo poetas entenderem os el m undo. D urante m ucho tiem po me hicieron creer que «traducir las sensaciones en verbo es [...] m ás propio de poetas que de científicos sociales» (GUASCH 1991a: 17). Ya no pienso igual: sólo siendo poetas entenderem os el m undo, aunque quizás no podam os explicarlo. El sentim iento es universal. La razón y el positivism o que genera, son tan sólo productos sociales específicos de un m om ento histórico concreto. La reali­dad es como u n a escultura que puede ser m irada desde distintos ángulos. Lo que revela el escorzo no lo m uestran otras perspectivas. Tan legítim o es sen­tir la realidad como pretender explicarla. Sin em bargo, el to talitarism o posi­tivista nos im pide sentir: dar vueltas en tom o a la escultura.

De todos los sistemas de investigación social, la observación partic ipante es quizás el m ás subjetivo. Por eso la observación partic ipante es u n in stru ­m ento idóneo para recuperar el sentim iento en las ciencias sociales. Si los estereotipos de género fueran ciertos, re su lta ría que la observación p a rti­cipante es femenina: es flexible, dúctil, intuitiva, sutil, no racional. La obser­vación partic ipan te opone al rígido positiv ism o m asculino u n a to lerancia epistem ológica que prefiere pactar la realidad antes que im ponerla. En la ciencia, como en tantas otras cosas, se prohíbe al género hegem ónico lo que

se prescribe al subalterno: el sentim iento. Por eso la ciencia se pretende ob­jetiva, porque es producto del género hegemónico. En ese sentido el presente libro es femenino, subjetivo y emocional. Es un libro que se presenta como ensayo porque sólo en los ám bitos próxim os al arte (que tam bién es un modo de conocer lo real) se perm ite al varón el sentimiento.

Este trabajo revisa algunas cuestiones relevantes para la teoría y la p rác­tica de la observación participante. Muchas de las ideas que en él aparecen han sido discutidas (y a veces aportadas) con Josep M. Comelles, así como con los m iem bros del Grup de Recerca Sociológica de la Universidad de Bar­celona que dirige Jesús M. de Miguel. Además Joan Prat, Oriol R om aní y Ángel Martine?, me hicieron im portantes sugerencias. Diego Torrente, Juan M. García Jorba y otros sociológos y antropólogos tuvieron la am abilidad de cederm e fragm entos de sus diarios de campo para esta publicación. A todos ellos les agradezco m uchísim o su colaboración intelectual. Gracias tam bién a Jaum e Canela y a Andreu Segura del Institut Caíala de Salut Pública. Gra­cias a José Peixoto de la Universidade Nova de Lisboa. Mención aparte m ere­cen Raúl de Álvaro, y Antonio Ladrón de Guevara de la Universität Pompeu Fabra. Sin el calor de personas amigas es imposible escribir. A dos de ellas queda dedicado este libro: por el futuro.

ÓSCAR GUASCH Tarragona, verano de 1996

Ver, m irar, observar, contem plar, son acciones asociadas al sentido de la vista. Sin ese sentido no existen im ágenes y los m atices de la realidad se construyen de otro modo. Casi todos los ojos miran, pero son pocos los que observan, y menos aún los que ven. La m irada es un acto sensitivo, incons­ciente e intuitivo que perm ite a las personas circular po r lo cotidiano. Un acto sensitivo que cuando aparece asociado al arte, a la religión, o a las esfe­ras más sensibles del ser hum ano se convierte en contem plación.

Si la m irada es un acto usual que selecciona im ágenes de m anera incons­ciente y que no presta atención al entorno m ás que p ara sortearlo, la con­tem plación es un acto consciente en el que la m irada se concentra en un punto y elim ina todos los demás. Contem plar la realidad significa dejarse pe­n e tra r por la imagen. Contem plar es poner al servicio de la imagen todos los sentidos hasta el punto de ser uno con aquello que se m ira. Contem plar su­pone ir más allá de la imagen, im plica superar los sentidos y dar paso al sen­tim iento. Es así como puede m irarse u n paisaje, un cuadro, una escultura; así es como los místicos de la m eseta pretendían fundirse con Dios

Tam bién hay m iradas que buscan y concentran la atención visual de m a­n era que nada pasa inadvertido al ojo que m ira. Pero no se tra ta ya de fun­dirse con la im agen o con aquello que evoca. Hay m iradas que controlan, buscan, espían. Son los ojos del poder: la m irada del dios que está en todas partes y para la cual Jerem ías BENTHAM (1979) term ina por diseñar una a ta­laya. Las m iradas pueden ser poliform as y diversas. Pero el objetivo de todas es ver. Un objetivo que no siem pre es conseguido. La m irada inconsciente y cotidiana que perm ite transitar la realidad social, la m irada que hace posible la relación con los demás, suele ser una m irada parcialm ente ciega. Es una m irada que ignora y que desecha todo lo que no está en el itinerario social habitual: la pobreza, injusticia, desigualdad. Es la situación social del porta­

1 Sin em bargo, existen form as de m irada m ás com plejas y sofisticadas que la m irada m ística o artística. Hay m iradas conscientes d irigidas y enfocadas que, com o la m irada m ística preten­den tam b ién suprim ir el entorno, seleccionando u n pun to y fijándose en él de m anera exclusiva. Así ob ra la m irada m édica actual. Pero no se tra ta ya de ap rehender subjetiva y em ocionalm en­te lo m irado, sino de dividir, clasificar y etiquetar lo que se ve.

dor de la m irada lo que condiciona la selección de las imágenes. Algunas de ellas nunca son vistas y perm anecen en zonas oscuras, en ángulos m uertos. Los revolucionarios, m ilitantes, políticos a veces, pretenden ilum inar esos, espacios sociales para hacerlos visibles. No es ésta la tarea de las ciencias so­ciales aunque sus trabajos contribuyen a ese objetivo. La ciencia social ob­serva, tiene en cuenta el entorno, y a veces se introduce en él para entenderlo mejor. Así es la m irada sociológica, la m irada de la disciplina social.

Observar es tam bién una clase de m irada. Es un acto de voluntad cons­ciente que selecciona una zona de la realidad para ver algo. Pero la m irada que observa no es vigía, centinela o carcelero. El ojo que observa busca en el entorno pero no prescinde de él. Así m iran las ciencias sociales:, teniendo en cuenta el contexto, sin com partim entalizar ni dividir lo real. Allí' donde la m irada clínica y el ojo policial detectan solam ente un pun to o un trazo, las ciencias sociales tom an perspectiva para ver tam bién el cuadro en su con­junto. Solo así com prenden las razones de la huella del pincel. Sin em bargo, como el resto de las m iradas, la m irada de las ciencias sociales suele em plear una atalaya: un punto elevado desde el cual observar. La distancia es el ins­trum ento usual al que recurren las ciencias sociales para m irar lo real. En Sociología, a m enudo se tra ta de una distancia construida a través de la en­cuesta y la estadística lo que perm ite a quien m ira escribir invocando lo ob­jetivo. Pese a que la m irada nunca es objetiva, la Sociología pretende supri­m ir con dem asiada frecuencia los m atices subjetivos presentes en los ojos que m iran.

La observación partic ipante es heredera intelectual de la corriente na tu ­ralista que, sobre todo en el siglo XIX, busca describir los com portam ientos de los seres vivos en su m edio natural. Biólogos, zoólogos y botánicos: los cientíñcos se trasladan al m edio natu ral de las especies para observar y des­cribir sus conductas. Lo m ism o sucede en ciencia social. Los científicos se trasladan al m edio natu ral en el que acontecen las conductas hum anas. Sólo que, en este caso, el m edio am biente de la especie hum ana es un m edio am ­biente social.

La observación es siem pre subjetiva. Tam bién es subjetiva la observación de los naturalistas que term inan po r m ilitar en favor de la protección de las especies. Sin em bargo, parece que los etnógrafos no pueden m ilitar en favor de los grupos sociales. Se prescribe y se prem ia al naturalista lo que se pro­híbe al científico so c ia l2. Desde finales del siglo XIX en adelante, las ciencias sociales em plean la distancia com o un m odo de evitar la subjetividad y el compromiso. En Sociología y en Salud Pública, la distancia se construye m e­diante el cuestionario. La distinción entre encuestador y analista perm ite al

2 A m enudo los na tu ra lis tas no se lim itan a describ ir los seres vivos en su m ed io /sin o que se com prom eten en su defensa. Sin em bargo, se tra ta de u n a subjetividad que se acepta, y a la que se le da, adem ás, incidencia m ediática. Los casos de Cousteau y de R odríguez de LA F uente son buenos ejem plos al respecto.

investigador obviar la dureza de ciertas realidades sociales. El cuestionario sirve para constru ir una distancia que bloquea la im plicación personal y po­lítica del investigador con la realidad estudiada. E n la m edida en que la rea­lidad puede ser revolucionaria, la realidad se pasa por el filtro positivista de la encuesta. En Antropología el proceso es algo distinto, pero los resultados son los mismos.

Los antropólogos hubieran podido quedarse en casa y hacer etnografía. Pero la praxis etnográfica dom éstica tam b ién p o d ía p la n te a r un posible com prom iso porque, después de Malinowski, la ortodoxia antropológica su ­prim e la distinción entre observador y analista. E n Antropología, la distancia se construye en térm inos de espacio. Los antropólogos viajan lejos de casa y protegen sus ojos m ediante el relativism o cultural. En la m edida en que la Antropología afirm a que cada cultura debe juzgarse en función de su propio contexto, el infanticidio femenino, la extirpación del clítoris, las to rtú rase la m arginación social de la m ujer o la esclavitud infantil, no son denunciadas. Puesto que tales prácticas form an parte de la cu ltu ra estudiada, el relativis­m o antropológico no las problem atiza. Si la distinción entre encuestador. y analista sirve a la Sociología para evitar el com prom iso social, el relativism o cultural perm ite al antropólogo no im plicarse en la realidad.

El intento de negación de la subjetividad en ciencias sociales pasa p o r constru ir una distancia respecto a la realidad social estudiada. Sin em bargo, la subjetividad es inevitable; incluso necesaria. Si com o propone W eber la acción hum ana es radicalm ente subjetiva, su com prensión sólo puede conse­guirse subjetivamente. El problem a básico de la m irada sociológica es que la situación social del observador condiciona aquello que m ira y aquello que ve. Sin em bargo, en la m edida en que el observador reconoce y hace explíci­ta cuál es su posición social, la subjetividad queda, si no controlada, sí al m enos m atizada. Es una cuestión de honestidad profesional. Por o tro lado, contra quienes defienden que el científico social nunca debe hacer observa­ción participante de un grupo social en el que esté d irectam ente im plicado, aquí se defiende lo contrario. Un em igrante, u n a quem ada, un policía, un médico, o un evuzok, puede producir etnografía excelente sobre su propio grupo social. La distancia, en estos casos, puede constru irse de m anera críti­ca. El pertenecer a un grupo social evita los problem as de traducción cu ltu ­ral. Ya no es necesario que quien investiga pase p o r un proceso de resociali­zación en un grupo social que desconoce. Q uien investiga conoce los códigos vigentes en su propio grupo y puede hacerlos explícitos.

Analizar la observación participante im plica, pues, analizar lo subjetivo; supone revisar la distancia social y cultural respecto a aquello que se m ira. Pero escribir sobre observación partic ipante es tam bién, aunque en m enor m edida, escribir sobre la participación. La partic ipación es un problem a teó­rico m enor. La participación es, sobre todo, u n a cuestión técnica y de senti­do com ún. La presencia social de una persona en un grupo social que le es ajeno, sólo puede solventarse en térm inos del grupo que lo acoge. El grupo

al que se incorpora el investigador siempre posee algún tipo de nicho cultu­ral al que el extraño puede acogerse. Este nicho cultural puede ser el de per­sona adoptada, el de huésped o incluso el de enemigo. Pero siem pre existe algún modo de in terac tuar con los otros. Así pues, desde un punto de vista teórico: el rol que desem peña el investigador en un grupo social ajeno al suyo, debe estar previsto culturalm ente por la sociedad receptora. La b ús­queda de un rol de participación para el investigador es básica porque condi­ciona la observación.

Las técnicas que aseguran una buena participación, tienen que ver con el sentido com ún: se tra ta de ser sutil para no ser engañado, de conocer las norm as que regulan la interacción social en el grupo social de acogida, de respetar la ley de la hospitalidad. El problem a de la participación se resuelve adecuándose a la realidad social del grupo estudiado. Sin embargo, y pese a tom ar en cuenta el m odo y los estilos de participación, u n a reflexión crítica sobre la observación partic ipante debe articularse sobre todo en tom o a las cuestiones de la distancia y de la subjetividad.

La etnografía no es la observación participante, sino su resultado. Pero en la m edida en que observación participante y etnografía no pueden enten­derse la una sin la otra, la reflexión crítica que propongo sobre la p rim era incluye tam bién una reflexión sobre la segunda. En ese sentido, hay que se­ñalar que la observación participante y su resultado (la etnografía) son an te­riores a las ciencias sociales. La reflexión sobre la realidad social y sus pro­blemas no es ni ha sido patrim onio exclusivo de las disciplinas sociales. La medicina ha observado, descrito y propuesto soluciones para el m undo so­cial. Unas propuestas que, m ucho antes de que exista la estadística, se reali­zan m ediante la etnografía: desde la observación y la descripción. Antes de que D URKHEIM contribuyera de form a decisiva a fundar la Sociología acadé­mica, y con ocasión de la epidem ia de tifus que asóla la Alta Silesia en 1848, VlRCHOW define la m edicina com o una ciencia social. Los inform es que ela­bora sobre la epidem ia son etnográficos: describe prim ero y asocia después, las condiciones de vida de la clase trabajadora alemana a la difusión de la epidem ia. Pero la m irada de V lRC H O W no es objetiva, ni pretende serlo tam ­poco. Al contrario, su m irada es tan subjetiva que se com prom ete con las personas observadas hasta el punto de term inar com batiendo en las barrica­das del Berlín de 18483.

La etnografía fue u n a técnica com ún a m uchas disciplinas. En el caso concreto de la Europa del XIX, practican etnografía la medicina, las ciencias sociales, y los folcloristas (C O M ELLES 1996h). Pero finalmente la Antropolo­

1 Sin em bargo, la subjetiv idad del observador m édico puede ir en sentido con trario . Tal es el caso de las descripciones y prop u estas que efectúan Morel y MAGNAN en la segunda m itad del siglo xtx. Ambos, tras d escrib ir las penosas condiciones de vida del cam pesinado y de la clase obrera de Francia, op tan p o r un com prom iso subjetivo que implica d ifundir los valores burgue­ses com o buenos: se rá la higiene la que ha de conseguir cam biar esos estilos de vida, y m edian te la m oralización que la higiene conlleva a lcanzar el o rden social.

gía se apropia de la práctica etnográfica en condiciones muy especiales y es­paciales de uso. Hay que enm arcar el abandono de la observación partici- pante~por parte de la m ayoría de las disciplinas, y su apropiación por parte de la Antropología, en el contexto de la crisis de los m étodos cualitativos y holísticos de análisis sobre la realidad social. Es una crisis que tiene que ver con el carác ter político, e incluso revolucionario, de unas etnografías que describían con crudeza las vidas de los barrios obreros o del campesinado. Las ciencias sociales sustituyen esta cercanía personal al objeto de estudio por instrum entos neutros y asépticos (como la estadística) que sirven para deshistorizar la realidad y fraccionarla. E n el rechazo a la etnografía está presente, po r un lado, el rechazo a la subjetividad y, por otro, su capacidad para describir con viveza la realidad social. Una realidad social con la cual el observador podía sentirse iden tificado4. El problem a de la práctica etnográ­fica en la Europa del siglo XIX es que, m ás que u n discurso sobre la diferen­cia, genera un discurso sobre la desigualdad (COM ELLES 1996b). Las estra­tegias que a rb itran las d is tin tas d iscip linas p a ra ev itar ese d iscurso son diversas: la Sociología abandona la práctica etnográfica; la Antropología via­ja a ultram ar; los folcloristas destacan el carác ter nacional y típico (y por ello aceptable) de aquello que ohservan.

Hay m odos diversos de hacer etnografía y hay m uchos etnógrafos. Pero la práctica etnográfica se generaliza en el siglo XIX de la m ano de comerciantes, viajeros, soldados y m isioneros. Es a estos etnógrafos aficionados a quienes critica M a l i n o w s k i en Los argonautas del Pacífico Occidental. Una crítica que sirve para definir los lím ites de una profesión: la de antropólogo. Después de M a l i n o w s k i , la observación participante y el trabajo de cam po se convierten en m ecanism o de cierre profesional. Las antropologías de los países hegemó- nicos en la producción del conocim iento antropológico (la francesa y las an­glosajonas) deciden, tom ando a M ALINOW SKI por bandera, la ortodoxia de la disciplina: el m odo correcto de producir etnografía. Después de M a l i n o w s k i , la observación participante se convierte en u n rito de paso profesional que deviene el único m odo legítimo de producir etnografía. Un rito de paso que incluye hacer m uchos kilóm etros, estar sucio, com er cosas rarísim as, no ha­b lar con los m isioneros, e in ten tar que los nativos te hagan caso. E n términos antropológicos: la observación participante es una ordalía, y por ello incluye sufrim iento. Sólo que esta prueba da el visto bueno para publicar, para ser profesor, para ser científico, p ara ser un profesional de la disciplina. La defi­nición que. hace MALINOW SKI de la observación participante sirve para deci­dir qué es etnografía y qué no lo es, y sirve tam bién para definir quiénes son los antropólogos. Como señala Susan SONTAG (1983) el antropólogo se con­vierte en un héroe cultural: en un ser especial capaz de penetrar y aprehender

4 Un ejem plo evidente del com prom iso al que pod ía llevar la p ráctica etnográfica en la E uro­pa del xix lo ofrece E ngels (1968) con su descripción de las condiciones de vida de la clase ob rera de Inglaterra.

las culturas ajenas. Sin embargo, diversos factores han puesto en cuestión la versión de observación participante definida por MALINOWSKI.

La aparición en 1967 de los diarios privados del autor de. Los argonautas. destruye el m ito del antropólogo relativista que valora y aprecia a los nati­vos. L a publicación de los diarios de M a l in o w s k i tan sólo es una anécdota. Lo que realm ente cam bia la práctica antropológica de los países centrales en la producción del conocim iento antropológico son los procesos de descoloni­zación. La descolonización pone de relieve los procesos de subaltem idad ins­critos en las relaciones centro-periferia y muestra también las relaciones de poder presentes en la práctica etnográfica. Los procesos de descolonización primero, y la aldea global después, provocan una crisis en la práctica an tro­pológica de los países centrales. Ya no es posible ir allí, porque todos esta-, ritos aquí.

El conjunto de las reflexiones de la Antropología de los países centrales en la producción del conocimiento antropológico sobre su práctica etnográ­fica, sedim entan en tom o a cuatro cuestiones fundamentales: primero, el p ro­blema de la: Antropología como traducción cultural; segundo; la cuestión de la cultura como interpretación; tercero, el problema del.pacto de realidad; y cuarto, la constatación de la similitud entre etnografía y literatura, y la posi­bilidad de analizar las monografías como textos. Estas reflexiones de la Antro­pología sobre su propia práctica, son también recogidas por las antropologías de los países periféricos, pero en menor medida porque tales antropologías des­de siempre investigaron estando aquí. Desarrollar la práctica etnográfica en el propio medio cultural perm ite minimizar (aunque no obviar) los proble­mas de interpretación y de traducción cultural.

La distancia social

La historia de la observación participante es tam bién la h isto ria de las cien­cias sociales. En especial es la historia del lugar que ha ocupado el m étodo cualitativo. La historia de la observación partic ipan te debe escribirse tom an­do en cuenta el desarrollo del trabajo de cam po y el de la etnografía. Es im ­posible com prender la observación participante sin tener en cuenta los con­textos sociales e intelectuales en que nace y es usada. Pero antes de detallar tales contextos, resulta im prescindible ac la ra r tres conceptos sem ejantes pero no idénticos que a m enudo se confunden: etnografía, trabajo de campo y observación participante.

Trabajo de campo suele incluir dos acepciones básicas. La prim era m antie­ne un referente geográfico que indica que el objetó de estudio no se encuentra en el espacio de la cotidianidad del investigador. La segunda, m ás académ ica, señala el conjunto de técnicas necesarias p ara ob tener la inform ación em píri­ca deseada, de entre las que destaca «la m ítica y pocas veces precisada obser­vación participante» (KROTZ 1991: 50). La etnografía, po r su parte, es la des­cripción de los grupos hum anos. Una descripción que se consigue tras una determ inada estancia (o trabajo) de campo entre el grupo en cuestión, en la que m ediante la observación participante y el em pleo de inform antes, se ob­tienen los datos que se analizan: «Idealmente esta descripción, una etnogra­fía, requiere un largo período de estudio íntim o y de residencia en u n a com u­n idad pequeña bien determ inada, el conocim iento de la lengua hablada y la utilización de u n amplio abanico de técnicas de observación, incluyendo lar­gos contactos cara a cara con los m iem bros del grupo local, participación en algunas de las actividades de este grupo, y un m ayor énfasis en el trabajo in ­tensivo con los informadores que en la utilización de datos docum entales o de encuesta» (CONKLIN 1975: 153). Desde ese pun to de vista, la observación participante es sólo una de las múltiples técnicas que pueden em plearse para describir (es decir, para etnografiar) grupos hum anos.

S in em bargo, el em pleo de la observación p a rtic ip a n te en tre pueblos ágrafos (generalizado desde principios del siglo XX) identifica parcialm ente esta técnica con una de las ciencias sociales: la Antropología Social. Las ra ­zones de tal identificación tienen que ver con la h isto ria y el desarrollo de la

Antropología, y especialm ente con el intento de construir su identidad en el m arco general de las ciencias sociales m ediante dos características diferen­ciales: prim ero, m ediante la aproxim ación personalizada al problem a inves­tigado y la consecuente no distinción entre quien obtiene los datos y quien los analiza; y segundo, a través del desarrollo de investigaciones sobre suje­tos que constituyen otros culturales (¡VlENÉNDEZ 1991: 22) La prim era de las dos características que se em plean para definir práctica, pero no epis­tem ológicam ente, la iden tidad de la Antropología, presupone la presencia directa del investigador en la realidad estudiada. Para dar form a a esa p re­sencia se arb itran un conjunto de estrategias que reciben el nom bre de ob­servación participante. De la prim era característica se deriva la segunda: ne­gar la distinción entre encuestador y analista, obliga a buscar la distancia de otro m odo (desarrollando investigaciones sobre otros culturales), y plantea a la Antropología Social uno de los problem as epistemológicos fundam entales de la práctica etnográfica: la frontera entre la descripción y la interpretación. La historia práctica y teórica de la observación participante está casi exclu­sivamente asociada a la Antropología S ocia l2, y por ello a la etnografía y al trabajo de cam po. En ese sentido, una revisión teórica e histórica de la ob­servación participante debe realizarse fundam entalm ente desde la Antropo­logía Social; y para hacerlo resulta útil establecer un antes y un después de M a lin o w sk j, aunque tam bién un durante, que corresponde al periodo clásico en ciencias sociales.

El interés po r los otros es una constante en la llam ada cultura occidental1. Un interés que desde H e r o d o t o hasta M a l i n o w s k i sedim enta en docum en­tos escritos por com erciantes, soldados, viajeros y etnógrafos. Observar la cotid ianidad de los pueblos exóticos para describirlos después no es algo nuevo. Lo im portante es revisar el crédito que la audiencia otorga en cada m om ento histórico concreto a las distintas descripciones que sobre lo exóti­co se elaboran. Un crédito que tiene que ver con el tipo de relaciones que los países europeos establecen con los otros. La expansión de Europa, que desde el siglo XV en adelante conquista y explora continentes, precisa de inform es que aporten la m áxim a certeza para organizar el buen gobierno de las regio­nes recién colonizadas: una certeza y fiabilidad cuyo soporte es el docum en­

1 La Sociología puede defin irse (tam bién práctica, pero no epistem ológicam ente) negando lo anterior: encuestador y analis ta son d istin tos, se aborda principalm ente la p ropia sociedad, y existe un abordaje im personal de la realidad estudiada.

1 La aplicación de la observación p artic ipan te a los estudios urbanos que desarro lla la socio­logía em pírica de la Escuela de Chicago en los años veinte y treinta, responde a un m odelo de p ráctica definido previam ente p o r R adcliffe-Brown y Malinow ski, y que este últim o exporta y explica en E stados U nidos gracias a su p resenc ia en la Universidad de Chicago financiada p o r la Fundación Rockefeller.

J Jesús M . de M iguel a firm a que occidente es un térm ino etnocéntrico que adem ás no indica nada. Aquí se usa para eng lobar las cu ltu ras herederas del judeo-cristianism o y de las revolucio­nes francesa e industria l.

to e sc rito 4. Del interés m ás o menos anecdótico por lo exótico que atraviesa los Viajes de Marco Polo, se pasa al interés claram ente político tras la coloni­zación de América. Sólo conociendo la naturaleza de los habitantes de ultra­m ar podía definirse su relación con la Corona. Para conocer su naturaleza re­su lta im prescindible observarlos, describirlos. La colonización del Nuevo M undo es el punto sobre el que pivota el tránsito señalado. Los informes y des­cripciones mexicanos elaborados por SAHAGÚN en la Historia General de las Cosas de la Nueva España, las observaciones de PlGAFETTA sobre Cebú (inclui­das en su crónica sobre el viaje de MAGALLANES), son ejemplos importantes.

De la anécdota a la construcción del Estado, y de la política a la ciencia. En el siglo xix, en el período evolucionista5, las ciencias sociales pasan a in­teresarse plenam ente por los otros, recogiendo parte del discurso de la Ilus­tración que pretendía encontrar en el salvaje aquella hum anidad primigenia sobre la que tanto teorizó. Es en este m om ento cuando a los escritos de via­jeros y exploradores se sum an los inform es de funcionarios, y los de los reco­lectores de los museos. Se em piezan a publicar guías para la recolección de los datos, y las sociedades antropológicas y folcloristas intercam bian infor­mes con aficionados o personas en el terreno, de m anera ya sistem ática y form alizada6. Sin embargo, los antropólogos están en casa, en el gabinete, en el salón. Con la excepción de M o r g a n y sus estancias periódicas para estu­d iar la cultura seneca, la presencia del científico social jun to a la realidad es­tud iada era del todo impensable: en el terreno estaban los aficionados, los recolectores de datos, pero no quienes d isponían del instrum ental teórico para organizarlos y analizarlos7. La distinción entre encuestador y analista es una característica fundam ental de la Antropología Social del período evo­

4 Es éste el m om ento en que sed im entan los p rim eros E stados organizados en torno a una b u rocracia cen tralista que, adem ás, asum e de m anera progresiva el papel de m em oria histórica hasta el m om ento desem peñado por la Iglesia Católica.

5 El período evolucionista en Ciencia Social se desarro lla a lo largo del siglo xix pero tiene su fundam ento en la idea de progreso derivada de la Ilustración . En el período evolucionista la preocupación hegem ónica de las ciencias sociales es conocer hacia dónde se dirige la sociedad. M arx, S pen c er , M organ , Com te , proponen estadios lineales y sucesivos del desarrollo social. La m ayoría de los teóricos del período señalan una sociedad de destino para ese progreso en el que tan to creían: sociedad sin clases para M arx, sociedad en o rden y progreso para Com te, o socie­dad industria l europea para antropólogos com o M organ y T ylor.

6 «Cuando los funcionarios de la m etrópoli querían inform ación sobre algún punto en espe­cial, adoptaron la costum bre de enviar, cuestionarios a los que vivían entre las poblaciones p r i­mitivas. El p rim ero de la serie fue confeccionado por M organ [...] Más tarde S ir Jam es Frazer form uló o tra lista [...] que envió p o r todo el m undo, y con la que obtuvo inform ación para los volúm enes de The Colden Boagh. El m ás com pleto de estos cuestionarios fue Notes and Qtieries in A nthropology, p u b licad o o rig in a lm en te p o r el Royal Anthropological In stitu te en 1874» (E vans-P ritchard 1967: 87).

7 E ran frecuentes tam bién las recom endaciones efectuadas a los viajeros sobre la m ejor m a­nera de observar y describ ir a los salvajes. Al respecto son un ejem plo ilustrativo las indicacio­nes efectuadas p o r G erando (1978) al cap itán Baudin (corresponsal de una sociedad antropoló­gica), que p a rtía hacia un viaje exótico.

lucionista, hasta el pun to de que uno de sus m áxim os representantes (Jam es F r a z e r ) al ser preguntado sobre si hab ía conocido a alguno de aquellos sal­vajes sobre los que escribía, responde: «¡Dios me libre!».

En cualquier caso, hacia finales del siglo XIX y principios del XX, pese a los trabajos de M ORGAN sobre la cultura seneca o los inform es de R IV E R S so­bre los toda, la investigación etnográfica «estaba dom inada por in tereses centrados, en los objetos, un form ato de m odelo tópico p ara la observación y recolección, y p a ra la utilización intensiva de intérpretes« ( C o n k l i n 1975:. 155). Una situación que llega a su fin como consecuencia de, po r un lado, la irrupción teórica del particularism o boasiano que pone en crisis el modelo evolucionista en Antropología Social; y p o r otro, como consecuencia de la definición técnica y teórica que de la observación participante realiza M A LI­NOWSKI. Con BOA S y M ALINOW SKI se inicia el período clásico en Antropología Social. Un período caracterizado por la contribución de la disciplina al colo­nialismo, por la defensa teórica de la existencia del orden social, y por el re ­chazo radical del evolucionismo (com ún en todo el período) pero protagoni­zado principalm ente p o r el particularism o histórico. B o a s afirm a que «una seria objeción al razonam iento de los que tra tan de establecer líneas de evo­lución de culturas, reside en la frecuente falta de com parabilidad de los da­tos» (BOAS 1964: 191). Su crítica se dirige al m étodo com parativo en su con­ju n to y no al m al uso que de él h ic ie ro n los evolucionistas. Al hacerlo , cuestiona la posibilidad de' establecer leyes generales. En cualquier caso, tras B o a s «el inventario y la descripción [...] se convertirá en la tarea prioritaria de los investigadores; la m onografía antropológica será el molde que adoptará la elaboración y presentación de los datos empíricos» (FR IG O LÉ et al. 1983: 9 )8. B o a s y sus discípulos definen la m onografía antropológica, el texto par exce­llence de la Antropología, y sobre la que tanto se ha escrito desde los años se­ten ta para señalar su carác ter básicam ente literario . M a l i n o w s k i , p o r su parte, define la observación participante: la m ejor m anera de conseguir los datos con los que escribir la m onografía antropológica.

Una de las características básicas del período clásico en ciencias sociales es la defensa de la im itación del método de las ciencias naturales (en Antropo­logía la postura de RADCLIFFE-BROW N es un claro ejemplo de ello). Si a eso se le añade una nueva generación de antropólogos que procedían m ayoritaria- mente del cam po de las ciencias naturales (BOAS es físico y geógrafo; H ad- NON, un estudioso de la fauna m arina; Elliot SM ITH , anatom ista; M A LINOW S­KI, es físico), se obtiene el cuadro que hace desaparecer la distinción entre trabajo teórico y em pírico. El laboratorio de la Antropología es el m undo

‘ B oas afirm a la especificidad de todas y cada u n a de las realidades culturales, y realiza una llam ada al m étodo inductivo en A ntropología. C onsidera que la ta rea de la A ntropología es estu ­diar culturas particulares, y que tras la pacien te acum ulación de datos, la gran teoría llegaría por si sola. En la m edida en que, según B o as, las costum bres deben estud iarse con detalle y como parte del total cu ltural, la p resencia y la p artic ipación del investigador en el m edio se hace imprescindible.

primitivo, y para investigar es preciso sum ergirse en él. La m anera exacta en que esto debe hacerse es planteada, por prim era vez de m anera sistem ática, por Bronislaw MALINOWSKI en Los Argonautas del Pacífico Occidental (origi­nalm ente publicada en 1922).

A lo largo del modelo antropológico clásico se gesta la im agen social de la Antropología y del antropólogo tal y como hoy es percibida. MALINOWSKI de­fine la observación participante, de la cual se va a hacer no sólo un rito de paso profesional, sino prácticam ente un estilo de vida hasta m ucho tiem po después de la publicación de Los Argonautas: «hay profesiones cuyas condi­ciones de vida han sido hechas para dar testim onio [...] Claude Levi-Strauss ha inventado la profesión de antropólogo com o ocupación total, una profe­sión que im plica un com prom iso espiritual, sim ilar al del artista creador, el aventurero o el psicoanalista» (SONTAG 1983: 86)9. O tra característica del pe­ríodo clásico es el consenso respecto al objeto de estudio de la Antropología: el m undo prim itivo (si bien al objeto tradicional se añade de m anera progre­siva el análisis de las realidades folk; de los grupos étnicos y del cam pesina­do). Los trabajos de Robert REDFIELD sobre las sociedades folk «a las que de- fíne esencialm ente por su oposición a las culturas urbanas» (MERCIER 1963: 520), m arcan el inicio de un proceso de redefinición del objeto de estudio de la Antropología todavía inconcluso. Tam bién en este período se inicia el es­tudio antropológico de las sociedades complejas: «los trabajos de los Lynd, W arner, los Gardner, Klukhohn, el grupo británico de Observación de Masas, Redfíeld, constituyen la avanzada de un proceso caracterizado po r su dis­continuidad, pero que se constituyó en este lapso» (MENÉNDEZ 1991: 25). Pese a que ya en este período la Antropología desarrolla un program a inves­tigador am plio en las sociedades complejas, el rep lan team iento del objeto de estudio de la disciplina no alcanza su plena in tensidad hasta el proceso de descolonización.

La etnografía del período clásico se caracteriza, por ser aplicada casi ex­clusivam ente por profesionales de la Antropología a realidades sociales de pequeña escala (como pueblos primitivos y com unidades rurales), a las que se define como universos relativam ente aislados y en los que se tiene poco en cuenta el cambio socia l10, como consecuencia del predom inio de la teoría es- tructural-funcionalista en esa etapa. Es u n a e tapa en la que el trabajo de

9 La com paración de la experiencia de cam po con el psicoanálisis es frecuente en A ntropolo­gía Social. Se supone que sólo el contacto directo perm ite p e n e tra r la rea lidad social estudiada; algo sem ejante a la relación m édico-paciente en el caso del psicoanálisis: «si no se acep tan todas las condiciones de esta experiencia, cuya o rig inalidad es ta n g rande com o la relación psicoana- litica que vincula al m édico con su paciente, nos a rriesgam os a ver aparecer, en lugar de una au tén tica ciencia etnológica, un gabinete de curiosidades de la especié hum ana» (P anoff y PÁ. NOFF 1975: 80).

10 Lo cual, com o p lantea C ardIn (1990), es una p arad o ja porque la llegada del antropólogo suele p roducirse bastan te m ás tarde que la llegada del co m ercian te y del m isionero , quienes ine­vitablem ente y de m anera au tom ática ponen en m arch a p rocesos de cam bio social ráp ido y de aculturación .

cam po y la observación partic ipan te se entienden como los instrum entos m ás legítimos para la recolección de los datos.

Es Bronislaw M a l i n o w s k i (alum no de H o b h o u s e , W e s t e r m a r c k y S e - LIGMAN) quien diseña la observación participante. Para él, si se quiere lograr una buena etnografía «lo fundam ental es apartarse de la com pañía de los otros blancos y perm anecer con los indígenas en un contacto tan estrecho como se pueda» (M ALINO W SKI 1975«: 24). La inm ersión com pleta en un m e­dio cultura] ajeno es lo que perm ite al antropólogo profesional (a diferencia de lo que sucede con los amateurs) ", obtener datos sobre lo que M ALINOW S­KI llama los imponderables de la vida real: la rutina del trabajo, los detalles del cuidado corporal, la form a de preparar y com er los alimentos, la existen­cia de am istades y enem istades, etc. En otras palabras: la participación com ­pleta en la vida cotidiana de la com unidad, perm ite observar la realidad so­cial en su conjunto , desde u n a perspectiva holística. Es u n a sistem ática científica que en el futuro restringe el campo de análisis de la Antropología a los pueblos prim itivos y a las realidades sociales de pequeña escala, habida cuenta de las dificultades técnicas y metodológicas que supone su aplicación a sociedades m ás complejas.

Boas y Malinowski in au g u ran el proceso de profesionalización de la Antropología. BOAS funda el p rim er departam ento universitario de A ntro­pología en Estados Unidos, m ientras que MALINOWSKI define los rasgos que deben caracterizar al antropólogo profesional frente al amateur. En un con­texto en el que la Antropología como ciencia positiva debía contribu ir como propone Radcliffe-Brown (1975) al gobierno y control de los pueblos na ti­vos, los inform es no podían dejarse en m anos de aficionados. La profesiona­lización y la sedim entación definitiva de la disciplina antropológica en el m undo académ ico, conform an las condiciones necesarias para que el E sta­do acepte consejas y encom iendas por parte de la Antropología. Es por eso por lo que cosas tan aparen tem ente simples como el trabajo de cam po y la observación participante, se convierten, por un lado, en m ecanism os de cie­rre profesional; y por otro, en un sistem a para definir la ortodoxia científica. Una ortodoxia que EVANS-PRITCHARD plantea claramente, tanto para el caso de la form ación profesional del investigador '2, como para la aplicación espe­

11 M alinowski es u n o ele los p r im e ro s a n tro p ó lo g o s en re c o n o ce r que la e tn o g ra fía p ro fe s io ­nal su e le s e r a b u rr id a , e n e sp e c ia l f ren te a «c ie rto s trab a jo s de a m a teu rs [...] que s u p e ra n en p la s tic id a d y v iveza a m u c h o s de los in fo rm es p u ra m e n te c ien tíficos» (M alinowski 1975a : 35).

12 «Para que resulte m ás claro qué significa realizar un trabajo de cam po intensivo, indicaré a con tinuación lo que debe hacer ac tualm en te un individuo para convertirse en an tropólogo profesional [...] En un p rim er estud io de cam po de una sociedad prim itiva invierte p o r lo m enos dos años. Este período com prende dos expediciones, con una interrupción entre am bas p a ra co­tejar el m aterial recolectado en la p rim era . La experiencia ha dem ostrado que para que una in­vestigación de este tipo sea eficaz es esencial una in terrupción de algunos m eses, si es posible, pasados en un d epartam en to de u n a universidad. Antes de que pueda publicar los resultados de su estudio, y para que éste se encu en tre a la altura-de los trabajos m odernos, deberán transcu ­r r ir por lo m enos otros cinco años; y m uchos m ás si se tienen o tras ocupaciones. Es decir, el es-

cífica de la observación partic ipante . Respecto a esta ú ltim a E v a n s-PRIT- CHARD con tinúa y especifica las enseñanzas de su m aestro MALINOWSKI: «Para efectuar una buena investigación, el antropólogo debe [...] desde el principio hasta el ñn, estar en contacto estrecho con la población que está analizando, debe com unicarse con ella solam ente en el idiom a nativo, y debe ocuparse de su vida social y cultural total [...], y por lo tanto observar sus ac­tividades diarias desde dentro y no desde fuera de su vida com unal [...] tra ­tando de desem peñarse como parte física y m oral de la colectividad» (EVANS- Pritchard 1967: 94-95). Desde M alinow ski en adelante, el trabajo de campo y la observación participante pasan a ser elem entos que definen y lim itan la profesión de antropólogo.• Incluso en épocas tan tardías como 1968, Michel y Françoise PANOFF in­

sisten en la necesidad de salir al campo, no com o rito de paso profesional, sino como una m anera de conseguir la. experiencia que perm ita organizar la ciencia etnológica. Frente a la inm ediata desaparición del m undo primitivo y su reconversión en Tercer M undo y frente a quienes defienden dejar en m anos de especialistas la recolección de los datos N, Michel y Françoise PA­NOFF señalan que «el etnólogo descubre con sorpresa [...] que todavía es po­sible llevar a cabo investigaciones etnográficas tan fructíferas como en el tiem po de Malinowski» (PANOFF y P anoff 1975: 82). La ortodoxia académica y profesional definida por BOAS y MALINOWSKI se extiende desde principios de siglo hasta finales de los años sesenta l5.

La validez y el crédito otorgado al inform e etnográfico se justifica y se apoya en la profesionalidad del antropólogo. El problem a, tal y como lo

tu d io in ten s iv o de u n a so la so c ie d a d p rim itiv a y la p u b lic a c ió n de los re su lta d o s o b ten id o s , lleva u n o s d iez años» (E vans-Pritchard 1967: 93).

11 K ap lan y M a n e rs (1975) plan tean las diversas opciones que se p resen tan a la disciplina an te la desaparic ión del que había sido su tradicional labo ra to rio de análisis: el m undo prim iti­vo. Ante esta reorientac ión de la discip lina — aún no resuelta— caben varias opciones: prim ero, seguir estudiando los pocos prim itivos que quedan: segundo, analizar unidades de pequeña es­cala en el m arco de las sociedades com plejas: guetos, barrios, aldeas, hospitales; tercero, crear nuevas teorías, o com o L e v i-S tra u s s investigar acerca de la es tructu ra de la m ente hum ana; y cuarto , analizar los procesos de transform ación de las sociedades m enos com plejas en Tercer M undo. La p rim era opción, seguir estud iando los pocos prim itivos existentes, no p lantea p ro ­blem a alguno, salvo el de la desaparic ión a corto plazo de la disciplina jun to a su objeto de estu­dio. É sta fue la opción de buena p a rte de la A ntropología desarro llada en los países centrales en la p roducción del conocim iento antropológico (en especial Estados Unidos, F rancia y Gran Bre­taña).

14 Tal es el caso de F r ie d r ic h s y L ü d tk e (1975) cuando p roponen que sean técnicos específi­cam ente form ados para ello quienes reco jan los datos en el cam po, m ientras que el antropólogo perm anece analizándolos en su despacho. La p ropuesta im plica regresar a la m anera en que los datos llegaban a los gabinetes de los com parativistas, pero esta vez quienes los rem iten no serian aficionados sino personal b ien entrenado.

15 La ortodoxia científica en A ntropología Social es definida por los países hegem ónicos en la producción del conocim iento antropológico (Estados Unidos, Francia, G ran Bretaña), Pero puesto que la A ntropología es plural, la ortodoxia hegem ónica no es siem pre seguida, en espe­cial p o r parte de antropologías periféricas (com o la española, la italiana o la m exicana).

plantea C a rd Í N , es que «tanto la tradición observacional inaugurada por los discípulos de Boas, como la fundada por Malinowski para el ám bito británi­co, sustituyen el testimonio casual y no cualificado de los observadores que surtían a los com paratistas, por un testim onio especializado del etnógrafo, que resulta tan absolutista e inverificable como aquel» ( C a r d ín 1990: 18). Un problema que la antropología in te rp re ta tiva16 va a explotar hasta el punto de llegar a definir la Antropología como un género literario l7. E n palabras de Clifford GEERTZ: «tal vez, de llegar a com prender m ejor el carácter literario de la antropología, determ inados m itos profesionales sobre el m odo en que se consigue llegar a la persuasión, serían imposibles de m antener. En con­creto, sería difícil poder defender la idea de que los textos etnográficos con­siguen convencer, en la m edida en que convencen por el puro poder de su sustantividad factual» (G EE R T Z 1989: 13). En la m edida en que los hechos descritos por el etnógrafo son construidos, la credibilidad que se les otorga tiene que ver más con el poder de persuasión retórica que aparece en el texto (en el relato), que con la veracidad m ism a de unos hechos a los que resulta imposible aplicar «la prim era regla y la m ás fundam ental: considerar los he­chos sociales como cosas» (Ü U RK H EIM 1983: 33). La m onografía, com o la pornografía y la cinematografía, más que verdadera debe ser creíble.

En cualquier caso, y antes del vendaval p o sm o d e m o con tem p orán eo l8, el problem a de la veracidad de la etn ografía se aborda en la etnografía m ás c lá ­sica, y m ás adelante en el m arco de la p o lém ica que el m ateria lism o cultural y la etnociencia , estab lecen en torno a la d istin c ió n ernic/etic. E n el prim er caso, E v a n s -P r itc h a r d aporta a lgu n as re flex io n es sob re la p o sib ilid a d de captar una cultura ajena m ed ia n te la ob servación participante, e in trod u ce el debate en to m o a los efectos del sesgo p erson a l en el terreno: «es ló g ico in te ­rrogarse si, en el caso de que dos investigad ores d istin tos rea lizaran la m is­m a experiencia, lo s resu ltados serían an á logos [...] creo que tra tán d ose s im ­

16 «Este m ovim iento que hoy se llam a A ntropología In te rp re ta tiv a o p osm odern ism o , es hijo de un conjunto.de ideas en torno a la trad ición cultural, crítica literaria y sim bolism o de los setenta» (Cátedra 1992: 13). La A ntropología in terpretativa desarro lla una revisión epistem oló­gica sobre el m odo en que se produce el conocim iento etnográfico, y pretende su s titu ir el m onó­logo clásico del etnógrafo p o r un texto en el que aparezcan de m anera m ucho m ás clara las vo­ces múltiples sobre las que se construye la etnografía: las voces de la o tra cu ltu ra personificada en los inform antes.

17 La Antropología in terpretativa (o posm odem a) se ocupa de las convenciones textuales de (o que se denom ina realismo etnográfico: «se evita la p rim era persona p ara sugerir la objetividad de lo que se escribe y la neutralidad del investigador [...] al m ism o tiem po, y p a ra g a ran tiza r la verosim ilitud de lo expuesto, se acum ulan detalles y detalles de la vida diaria , y se insinúa la autoridad experiencíal del antropólogo, con m apas, fotos y croquis del lugar estudiado» (G arcía Cancuni 1991: 59).

18 El nacim iento de la A ntropología in terp re ta tiva en E stados U nidos responde tan to a la pérdida de prestigio social de la A ntropología (G reenw ood 1992: 6), y al recorte de fondos p ara la investigación de la era R eagan (G arma 1991: 132), com o a la necesidad de generar diferencias en un m ercado antropológico altam ente sa tu rad o de profesionales, y en el que es im presc ind i­ble construir ciertas especificidades (G arcía Ca n c u n i 1991: 62).

plemente de los hechos registrados, éstos serían prácticamente los mism os [...] aunque los libros que escribirían serían muy distintos [...] la personali­dad de un antropólogo no puede, pues, eliminarse de su trabajo, como tam­poco es posible hacerlo en el caso del historiador» (EVANS-PRITCHARD 1967: 100). El autor de Los Nuer afirma que la Antropología debe considerarse más un arte que una ciencia natural y admite el sesgo personal en el terreno, pero finalmente, como buen etnógrafo clásico, insiste en afirmar que «de ha­ber estado nosotros allí, hubiéramos visto lo que ellos vieron, sentido lo que ellos sintieron, concluido lo que ellos concluyeron» (GEERTZ 1989: 26). La et­nografía del período clásico plantea pero no resuelve el problema en tom o a la veracidad de los datos etnográficos. Construida com o está en torno al po­sitivismo (matizado, pero positivismo al fin), deja que sea el posterior debate en tom o a lo emic y lo etic, quien revise, de una manera mucho más crítica, la cuestión de la fiabilidad de la monografía etnográfica.

Lo que M arvin Harris (1987) llam a la nueva etnografía, aparece a m edia­dos del siglo XX como consecuencia de la progresiva influencia que la lin­güística y la teoría fenomenológica ejercen en A ntropología Social. La etno- ciencia defiende la prioridad descriptiva de los pro tagon istas de la acción social (perspectiva emic), frente al punto de vista del profesional que la ob­serva (perspectiva etic). En ese sentido, «los significados creados de las des­cripciones etic no dependen de los sentidos n i de las intenciones subjetivas de los actores. En cambio, las distinciones emic, exigen que se entre en el m u n ­do de los propósitos, los sentidos y las actitudes» (Harris 1987: 493). Este

. debate plantea el problem a irresuelto de la posibilidad del análisis transcul- tu ral y, en consecuencia, la viabilidad m ism a de la Antropología com o cien­cia. Sin em bargo, la aportación de la etnociencia no es tan to u n a novedad cuanto la sistem atización y el abordaje de un problem a que ya los clásicos hab ían form ulado de algún m o d o 19.

El período plural, es la tercera fase del desarrollo de las ciencias sociales. Tiene su inicio en la crisis política y social que en los años sesenta afecta a los países centrales en la producción del conocim iento sociológico. Se carac­teriza por la recuperación teórica del m arxism o y de la noción de proceso, y p o r la no existencia de escuelas hegem ónicas en teoría social. La p luralidad de enfoques y la hegem onía parcial de los teóricos del conflicto es su carac­terística principal. En ese período desaparecen las diferencias entre Sociolo­gía y Antropología como consecuencia de la aldea global, al tiem po que se defiende de un modo m ucho más claro la libertad de acción del individuo: la idea central del período es que la persona es un proceso y no una estructura.

19 M a u n o w s k i s eñ a la que la m e ta final de l e tn ó g ra fo es c a p tu r a r el p u n to de v is ta de los n a ­tivos y d e s c u b r ir c u á l es s u v is ión de su m u n d o . B o as , p o r s u p a r te , a f irm a q u e p a ra l le g a r a c o m p re n d e r los p e n sa m ie n to s de u n p u eb lo , to d o s los a n á l is is d e b e n e s ta r b a sa d o s e n su s c o n ­c ep to s y no e n los n u e stro s ; lleg an d o a re c o m e n d a r la t ra n s c r ip c ió n lite ra l de los tex to s p ro p o r ­c io n a d o s p o r los na tivos, p a ra p re s e rv a r la e x p re s ió n n a tiv a d e la in fo rm a c ió n y su p u n to de v ista .

La n o c ió n de p ro ceso se recup era tan to en re lación a lo s gru p os so c ia les com o respecto a la iden tidad socia l de las personas que los conform an . Es tam bién un m om en to en el que la h erencia de la Sociología comprensiva d e­finida por Weber , deja de ocupar una p osic ión subalterna en la teoría social.

Si bajo el modelo clásico Sociología y Antropología se definen y oponen a partir de los objetos de estudio, en el modelo plural se produce u n proceso de acercam iento de am bas. Por un lado, la desaparición del m undo prim iti­vo impulsa a la disciplina antropológica a ocuparse de las sociedades más complejas. Por otro, en Sociología se produce una creciente preocupación por com prender los procesos sociales desde el punto de vista del actor. La recu­peración del interaccionism o simbólico y su desarrollo en térm inos de inte- raccionismo estratégico que efectúa GOFFMAN, son ejemplo de ello. El peso de las investigaciones teóricas y empíricas del interaccionismo de GOFFMAN y de la etnom etodología de GARFINKEL, convierten la etnografía en sociología de la vida cotidiana, y hacen de la observación participante instrum ento fun­dam ental con el que abordar la realidad microsocial tam bién en las socieda­des más complejas (W O L F 1989).

Antropología y Sociología proceden de mundos distintos. Inicialm ente la Sociología es heredera de la filosofía de la historia, del pensam iento político y de la descripción de los hechos sociales. La Antropología tiene una filia­ción directa con la antropología física y la biología. Estas herencias distintas se diluyen en torno al evolucionismo. Luego, ambas disciplinas se separan como consecuencia de distintos objetos de estudio, si bien en el modelo clá­sico propuestas teóricas sim ilares son hegemónicas en una y otra disciplina. En el modelo plural las ciencias sociales se acercan nuevamente como con­secuencia de com partir el m ism o objeto de estudio: la sociedad, que en este caso está m ediatizado por el fenóm eno de la aldea global. En el período plu­ral, la historia de la observación participante debe considerarse ya desde la perspectiva global de la historia de la ciencia social.

En el período plural tanto la Sociología como la Antropología van a abor­dar la realidad en sociedades complejas, algo en lo que la Antropología ten­dría poca o nula experiencia. Si bien la Antropología del período clásico ya había am pliado su objeto de estudio desde que REDFIELD señalara las socie­dades folie como legítima área de investigación, el m undo prim itivo siguió siendo su ám bito de análisis principal. En el modelo plural, la Antropología, tras asum ir la propuesta de L e e d s (1975) de que la sociedad u rbana engloba a la rural, plantea una Antropología a la que Ulf HANNERZ (1986) califica de urbana para resaltar la interdependencia, la interconexión y com plejidad del nuevo ám bito de investigación: las sociedades más complejas. Es desde esta revisión de las relaciones interdisciplinares desde donde se puede re-escribir la historia de la observación participante para hacer más visibles las diversas conexiones, que, respecto a su empleo como instrum ento de investigación social, existen entre Sociología y Antropología.

Si las investigaciones de la Escuela de Chicago de los años veinte y trein­

ta no se etiquetan de "antropológicas", es po r cuestiones de orden adm inis­trativo y no por diferencias significativas respecto al m étodo y la teoría an­tropológica. La obra fundacional de la Escuela de Chicago es The Polish Pea- sant in Eitrope and America ( T h o m a s y Z n a n i e c k i 1958) en la que se adopta un enfoque m icro y se em plean fuentes decididam ente antropológicas como cartas fam iliares, m ateriales autobiográficos, fotografías, etc. El fundador de la ecología urbana, Robert E. P a r k , insiste en «la im portancia de los proble­m as hum anos y en la necesidad de salir al exterior a recoger datos m ediante la observación personal» (Ritzer 1993: 54). Algo sem ejante sucede en rela­ción a los trabajos de E lton M a y o y su escuela de relaciones hum anas en la em presa, quienes tam bién p lan tean u n enfoque antropológico.

Las investigaciones sociológicas contemporáneas del modelo antropológi­co clásico reproducen, para los habitantes urbanos o para los trabajadores industriales, el modelo empático y (sobre todo) paternalista con que la An­tropología del período aborda el estudio del mundo primitivo. Las tradicio­nes inauguradas por la Escuela de Chicago y por Mayo constituyen referen­cia obligada para dos importantes líneas de investigación en torno a las que se estructura parte de la Antropología del período plural: por un lado, el aná­lisis de los procesos de urbanización y sus consecuencias; y por otro, la etno­grafía de las instituciones y de los grupos sociales urbanos. En el primer caso hay que destacar los estudios sobre los procesos de urbanización en África, iniciados cuando se constata que «esta moderna transformación de África [...] es un proceso análogo a los cambios que acaecieron durante el de­sarrollo urbano de la Europa del siglo XIX» (LlTTLE 1970: 14). El estudio de los procesos de urbanización va a organizarse sobre todo en tom o a los pro­cesos migratorios, los de proletarización del campesinado y en relación a la transformación de lo primitivo en Tercer Mundo, todo ello desde una pers­pectiva crítica (desarrollada especialmente por la antropología económica de orientación marxista) que tiene en cuenta las relaciones centro-periferia. En el segundo caso (la etnografía de instituciones y grupos sociales urbanos) hay que destacar especialmente los trabajos pioneros de los esposos LYND (1937) que, procediendo del área-de la Sociología, «recurrieron con profu­sión a los métodos de la etnografía tradicional: residencia prolongada en la comunidad estudiada, observación participante, junto con técnicas de entre­vista intensiva» ( C o n t r e r a s 1983: 128). También son importantes los estu­dios de Oscar LEWIS (1983) sobre la pobreza, los de MONOD (1971) sobre las bandas juveniles de París y los de WHITE (1971) sobre un gran barrio de Cor- nerville. Por su parte, la etnografía de las instituciones urbanas se desarrolla inicialmente analizando hospitales psiquiátricos a los que se define como una "comunidad" pequeña y a los que se aplica el enfoque holístico proce­dente del mundo primitivo. Los trabajos de C aU D ILL (1966) y de GOFFMAN (1981a) son buenos ejemplos de ello.

Pese a los problemas teóricos que afronta la llamada antropología urbana (fruto sobre todo de la extrapolación acrítica del concepto de comunidad a

las sociedades complejas), los estudios desarrollados en contextos urbanos constituyen üno de los ámbitos mas evidentes de la histórica conexión-entre Sociología y Antropología respecto al uso de la observación participante. En cualquier caso, y aunque abra el proceso, lo que pone en cuestión la etnogra­fía clásica, no es la discusión emic/etic, ni tampoco el abordaje antropológi­co de las sociedades más complejas. Lo que pone en cuestión la etnografía clásica es un contexto nuevo (social, político e intelectual) que pasa a revisar las relaciones entre observador y observados, tanto.en ciencias sociales como en ciencias naturales (SOUSA Santos 1988).

Desde los años setenta, parte de la disciplina antropológica se fija como m eta «cam biar radicalm ente nuestro punto de vista, nuestra interpretación de los fenóm enos sociales [...], y sobre todo el com prom iso de privilegiar la voz de los que son estudiados po r encim a de la voz del au to r que escribe el estudio» (Kaprow 1994: 83). Al monólogo del etnógrafo en el cam po le susti­tuye un diálogo, una pluralidad de voces, en donde la del observador no es, necesariam ente, la m ás creíble. La tom a en consideración de la subjetividad del etnógrafo en el terreno perm ite afirm ar «el carácter básicam ente in ter­pretativo del propio nivel de observación» (CARDlN 1990: 19). Algo que, por otra parte, ya había planteado (aunque no resuelto) la etnografía del período clásico, al señalar que el buen etnógrafo debe poseer «la penetración im agi­nativa del artista, que hace falta para in terp re tar lo observado, y la habilidad literaria, necesaria para traducir una cu ltura extranjera al lenguaje de la pro­pia cultura» (Evans-PrITCHARD 1.967: 100). Las condiciones subjetivas de in­terpretación y la re tórica textual de la etnografía constituyen el centro de interés de la Antropología interpretativa. Un m ovim iento que, m ás que pro­ducir nuevos textos etnográficos, revisa y. critica las m onografías existentes (en especial las de los clásicos), para cuestionar la posibilidad de acced erá la verdad del otro desde la propia subjetividad.

Los problem as de la etnografía son, en su sentido más amplio, los de la tra­ducción. En últim o térm ino, todas las observaciones deben ser traducidas al código descriptivo del etnógrafo; por esa razón, la revisión que.desarrolla la An­tropología interpretativa de las m onografías etnográficas, tiene en cuenta la teoría lingüística y en particular la teoría de la traducción. La Antropología posm odem a revela la crisis del positivismo y m uestra el triunfo parcial de las posiciones fenomenológicas cuando afirm a que «los hechos se hacen (la pala­bra deriva del latín factum ) y los hechos que nosotros interpretam os están he­chos y rehechos. Por lo tanto no pueden recogerse como si de rocas se tratase, poniéndolos en cartones y enviándolos a nuestro país de origen para analizar­los en el laboratorio» (RABINOW 1989: 141). P ara la Antropología interpretativa la etnografía es interpretación. Es una interpretación que surge del intento de captar la realidad desde el punto de vista de otras personas, y para lo que hay que in terpretar el punto de vista de esas personas. Sin embargo, la etnografía clásica m antiene «una ficción según la cual todas las representaciones sinteti­zadas en sus interpretaciones son descripciones genuinas y verdaderas am a­

blemente proporcionadas por los informantes» (SP E R B E R 1982: 120); cuando, en realidad, las representaciones intuitivas de los etnógrafos (articuladas en tom o a la apariencia y la actitud de los actores, y en tom o al contexto en que se desarrolla la actuación), juegan un papel fundam ental.

El trabajo de campo versa sobre el sentido y el valor de lo que es la reali­dad para los grupos sociales sobre los que investiga, y tiene por ello un ca­rácter básicam ente hermenéutico. En ese sentido, el diseño teórico que p ro ­pone la Antropología interpretativa ni es predictivo n i busca form ular leyes generales. Recogiendo la herencia del particu larism o boasiano , se lim ita a exponer lo específico de cada cultura, y confirm a o desestim a el conocim ien­to producido en la posibilidad de conversar con el otro. La A ntropología in ­terpretativa tra ta la cultura como un texto. Pero al hacerlo, puede olvidar que «la cultura no está constituida únicam ente p o r sím bolos sociales, sino que tam bién es u n instrum ento de intervención sobre el m undo y un disposi­tivo de poder» (NIVÓ N y ROSAS 1991: 48). La Antropología in terpretativa reci­be las m ism as críticas que se vierten sobre la m ayoría de las perspectivas de orientación fenomenológica: obvian las estructu ras de poder. Al separar el. texto (la cultura) del contexto (la estructura social), puede averiguarse e in­terpretarse el pun to de vista de los actores, pero no las relaciones de poder y dom inación que los engloban.

La e tnografía clásica busca d istanciarse de su objeto de estud io p a ra aprehenderlo mejor, y encuentra en los prim itivos los m ateriales idóneos con que constru ir esa distancia. Sin em bargo, y en la m edida en que la An­tropología es u n a disciplina plural, cabe pregun tarse si el m odelo etnográfi­co clásico es aplicado por igual en todas partes. La respuesta es negativa. Es preciso distinguir entre antropologías hegem ónicas (la francesa, la británica, la de Estados Unidos) y periféricas (por ejemplo: la de los países de Europa del Sur o la de Latinoam érica). Pese a que existe u n a A ntropología universal que puede definirse por su objeto, su m étodo o su particu la r m odo de abor­dar la realidad, lo cierto es que tal Antropología universal está tan m ediatiza­da por la Antropología hegemónica, que una y o tra llegan a con fund irse20. De este m odo la Antropología que se desarrolla en países no centrales en la producción del saber antropológico está influida p o r los hegem ónicos, m ien­tras que a la inversa la influencia es m en o r21.

10 Las an tropologías de los países citados son cen tros de d ifusión de un determ inado tipo de sab er antropológico (estructurado en torno al modelo etnográfico clásico), al que acuden p ro fe­sionales de otros países en busca de una form ación inex isten te o incom pleta en sus zonas de procedencia (para el ám bito español son ejem plos al respec to los casos de Claudio E steva F a- bregat , de Carm elo L isón y de Lluis M allart) que p u ed en reg re sa r m ás adelan te con ideas, perspectivas y p roblem áticas m ás acordes con los países en que se fo rm aro n que válidos respec­to a dónde van a desarro llar su quehacer profesional.

!l Es en parte consecuencia del desconocim iento: en ausencia de traducciones al inglés, b u e­na parte de la producción de las llam adas antropo log ías periféricas es desconocida p o r la trad i­ción hegem ónica.

H asta finales de la década de los setenta el modelo etnográfico clásico (definido como la form a ortodoxa de hacer trabajo de campo por parte de la Antropología hegem ónica) es com únm ente aceptado por el conjunto de la disciplina, sin que se tuvieran en cuenta las aportaciones que las antropolo­gías periféricas y la Sociología venían haciendo desde tiem po atrás, sobre todo negando (más práctica que teóricam ente) la obligatoriedad de la d istan­cia cultural. Es una situación que cam bia con la constatación teórica y em pí­rica de que el planeta se configura como una aldea globaln . Desde ese m o­m ento , el m odelo e tnog ráfico clásico en tra en crisis y se d e tec ta en la Antropología una m ulticentralidad intelectual. Las antropologías periféricas alcanzan su m ayoría de edad y enfrentan problem as y se afrontan soluciones no necesariam ente acordes con los modelos hegemónicos previos.

La crisis del m odelo etnográfico clásico que revisa la Antropología pos- m oderna debe circunscribirse sobre todo al ám bito de las antropologías he- gemónicas, las cuales inician un proceso de reciclaje complejo cam biando el objeto de estudio de los otros, po r un nosotros que aún es abordado con cier­to tem or. Algo que no sucede en antropologías periféricas (como la española, la italiana o la mexicana), en las que bien la ausencia de fondos para la in­vestigación exterior (el caso español), bien la influencia de tradiciones teóri­cas m arxistas (el caso italiano ) 2i, o la presencia de enormes m asas indígenas (el caso de M éxico)J4, inducen a los profesionales de la Antropología a estu­diar su propia sociedad desde tiem po a trá s2S, y a tom ar en consideración las aportaciones de la Sociología (en especial, las de la Escuela de Chicago).

N egar la distancia cultural respecto al objeto de estudio (tal y como suce­

n La aldea global supone u n a m ulticen tra lidad tanto económ ica com o política. La A ntropo­logía va a constitu irse de un m odo parecido, hasta el punto de que algunos antropólogos p lan ­tean reconstru ir la h istoria de la disc ip lina en función de las tradiciones nacionales: «afirm ar que las d iferentes h istorias nacionales han dado lugar a diferentes antropologías no constituye obje­to de controversia. Con excepción de algunos obstinados, las pretensiones de hacer una A ntro­pología cultu ral universal a im itación del m odelo de la ciencia natural h an quedado obsoletas para la m ayoría» (G reenw ood 1992: 5). Pese a que es erróneo negar la existencia de una d isc i­plina an tropológica universal, esa reconstrucción sí debe hacerse, pero tom ando m uy en cuen ta la tensión existente en tre an tropo log ías hegem ónicas y periféricas, y la consecuente identifica­ción de aquéllas con la A ntropología entera.

!1 P an e del desarro llo de la A ntropología ita liana puede seguirse en Comas (1978) donde se revisa la p roducción an tropo lóg ica ita liana efectuada por el Institu to Italiano de Antropología, desde su fundación en 1893 has ta finales de los años sesenta. En cuanto al papel del m arxism o (vía D e M artino) en la A ntropología ita liana véase Clem ente y otros (1985).

11 Sobre el desarro llo de la A ntropología en México puede verse GarcIa M ora et al. (1987).!i T om ando en cuen ta estas consideraciones H onorio M. Velasco distingue entre an tropo lo­

gías excéntricas y concén tricas (V elasco 1992). Las antropologías excéntricas (que se d an tantoen los países cen trales en la p roducción del saber antropológico, como en los periféricos), soncaracterizadas por Velasco del siguiente modo: están ligadas a los im perios coloniales, m an tie­nen la d istancia cu ltu ral en tre investigador y g rupo estudiado, y son om nicom prensivas. A] con­trario , las antropologías concén tricas (que se dan principal, pero no solam ente, en los países pe­riféricos en la producción del sa b er antropológico), se p reocupan de la "cu ltura popular", estánligadas al nacionalism o, y tienen intereses m ás focalizados (Velasco 1992: 120-123).

de en las antropologías periféricas que no m im etizan los modelos hegemóni- cos) im plica diversos problem as, pero tam bién perm ite obviar otros. Negar la distancia cultural pone en cuestión el rito de paso profesional, y difumina las fronteras interdisciplinares y profesionales, en particu la r respecto a la Sociología y los sociólogos. En segundo lugar, la ausencia de distancia, viene a negar el yo testifical construido en torno al síndrome de haber estado a llíu . La autoridad del etnógrafo queda cuestionada porque la investigación sobre el propio contexto social y cultural puede realizarla cualquiera: incluso el llam ado periodism o de investigación27. Resulta evidente que la necesidad de la distancia respecto al objeto de estudio que tanto defiende el modelo etno­gráfico clásico, tiene que ver más con la profesionalización y la academiza- ción de la Antropología que con cuestiones epistemológicas relevantes. Sin em bargo, son m uchos los problem as que pueden obviarse estando aquí; en especial que no existen problem as de traducción cultural. Inform ante, inves­tigador y lector com parten un m ínim o de intersubjetividad que hace innece­saria la tarea de traducción cultural. Estando aquí, la interpretación de la rea­lidad social que surge de la observación partic ipan te se construye a partir de ciertos códigos com partidos, aun cuando los sesgos personales persistan en quien inform a, en quien investiga y quien lee. Con todo, incluso estando aquí (y como consecuencia de la aerifica transposición del modelo etnográfi­co clásico a las sociedades complejas), se in tenta constru ir la distancia de m anera artificial: prim itivizando las com unidades rurales o buscando gru­pos m arginales en nuestra sociedad (GARCÍA MUÑOZ 1990: 1). La aldea global im pide incluso esta construcción artificial de la distancia. Es casi imposible estar allí. A finales del siglo XX la realidad em pírica de la aldea global obliga a hablar de culturas locales, entendiendo po r tales el resultado de la interac­ción de las culturas autóctonas con la cu ltura m undial. En la aldea global ya sólo existe una cultura (en trance de ser hegem ónica) que interactuando con configuraciones culturales geográficam ente delim itadas, genera intersubjeti- vidades con características específicas. Los rasgos que definen esta cultura m undial se articulan a partir de los valores derivados de la Revolución fran­cesa y del capitalism o, y se tra ta de una cultura casi hegem ónica porque con­sigue legitimarse más y m ejor que el resto de las intersubjetividades locales 28.

26 El síndrom e de haber estado allí im p lica no só lo el in te n to re tó r ic o p o r p a rte del a u to r de la m o n o g ra fía de d e m o s tra r que lo q u e d ice es c ie r to s ino , s o b re todo , el in te n to de p ro b a r su c a ­p a c id a d p a ra a p re h e n d e r o tra s c u ltu ra s (C a rd ín 1990: 27).

27 R esulta ilustrativo que los esfuerzos de Jo an P r a t (1991) po r hacer no ta r las diferencias que existen entre la Antropología y el Periodism o de investigación respecto a las sectas, se cons­truyan no en to m o a un m étodo (el cualitativo) y a unas técnicas (biografías, observación parti­c ipante, análisis docum ental) que com parten , sino sobre el notorio am arillism o de m uchos de los periodistas que publican sobre sectas en E spaña.

2a El proceso de racionalización, según W e b e r , es el m o to r de la historia. Este proceso cues­tiona la sacra lidad y el ritua l com o in strum entos legitim adores del sistem a social. La legitimi­dad carism àtica o tradicional acaba siendo sustitu ida p o r la legitim idad racional y legal. Este proceso triunfa en la E uropa del siglo xix donde «la legitim ación del sistem a no podía venir de

Las presiones aislacionistas en Estados Unidos, el integrism o árabe, los n a ­cionalism os (en especial el japonés y el ruso) o las discusiones en to rno a la universalidad de los derechos hum anos, son respuestas de las culturas autóctonas frente a esa cultura global: son intentos de defender y constru ir su propia legitimidad. Cualquier consideración teórica en tom o a la práctica de la observación participante como instrum ento para describir a los grupos hum anos debe partir de la prem isa de que la distancia ya no existe: todos in­vestigamos aqu í19.

A lo largo del período clásico en ciencias sociales, la teoría y la práctica de la observación participante debe revisarse sobre todo desde la etnografía y el trabajo de campo desarrollados po r la Antropología Social. Pese a que en ese período la Sociología realiza aportaciones im portantes respecto a la teoría y la práctica de la observación participante, esas teorizaciones y esos trabajos empíricos son etiquetados como menores po r la teoría hegem ónica del período: el estructural funcionalism o parsoniano en Sociología, y el es­tructural funcionalismo definido por R a d c l i f f e - B r o v v n en Antropología So­cial. Sin em bargo, resu lta im prescindible revisar las aportaciones que la Sociología del período clásico (la encargada de investigar estando aquí) reali­za respecto a la observación participante; unas aportaciones que sedim entan en el interaccionism o estratégico de GOFFM AN: la m ejor m anera en que la Sociología aplica la observación participante a las sociedades complejas.

Para hacer etnografía hay que tener en cuenta el carácter básicam ente in ­terpretativo de la observación; por eso resulta pertinente analizar la m anera en que tal interpretación se produce. La interpretación es un acto com unica­tivo. Por eso, a la.hora de plantear el modo en que se produce el conocimiento etnográfico, conviene rev isarlo s m odelos teóricos que se ocupan de la teoría de la comunicación: en especial, el interaccionism o simbólico y el estratégi­co. Por la m ism a razón, en la m edida en que «tanto el antropólogo como sus inform antes viven en un m undo culturalm ente mediado, atrapados en una red de significados que ellos m ism os h an tejido» (R a BINOW 1989: 142) es preciso revisar los teóricos que más se preocupan po r analizar la relación en­tre interacción social y creación de símbolos y significados:, de nuevo el in te­raccionism o simbólico y estratégico30.

un d iscurso religioso, sino de una tekné política basada en el discurso de las ciencias y el de re ­cho positivo» (Comell.es y P r a t 1992: 36), y tiene consecuencias a nivel m undial. Si la cu ltu ra euro-occidental está en trance de se r hegem ónica, es porque las bases de su leg itim idad se ad e­cúan m ás y m ejor al proceso de racionalización de la sociedad.

25 Sin em bargo, investigar aqu í no im plica negar la real p luralidad de códigos cu lturales y de estilos de vida que existen en n u es tra p rop ia sociedad.

30 H ablar de interaccionism o sim bólico (a veces tam bién llam ado interaccionismo estratégico) es sobre todo hab lar de la libertad del individuo, de la capacidad que tienen las personas p a ra in terp re tar y negociar, y sobre todo de la capacidad para optar. Ciertas teorías sociales (com o cultura y personalidad o com o el estructural-funcionalism o) consideran que la persona es un sujeto hipersocializado con pocos m árgenes de opción. La cu ltu ra sería un cam ino que ind ica c laram ente el curso de la actuación de las personas. La teoría interaccionista, al con trario , de­

El interaccionism o es una teoría cuya trad ición en ciencias sociales se re ­m onta a la Escuela de Chicago y a la obra de Georges H ebert M e a d , pero que tam bién está influenciada por los trabajos de George S im m e l . El prim e­ro en em plear el térm ino interaccionismo sim bólico fue H erbert BLUMER (1982) en 1937, para resum ir las intenciones teóricas de MEAD. El in teraccio­nism o simbólico culm ina su desarrollo con la ob ra de Erving GOFFMAN en los años sesenta. Son relevantes, para la teoría de la observación partic ipan­te, las aportaciones precursoras de SlMMEL, el interaccionism o sim bólico de M ea d , y la perspectiva metodológica de B l u m e r . Pero sobre todo son im por­tantes las aportaciones teóricas del interaccionism o estratégico de GOFFMAN, las de los teóricos de la comunicación, y la llam ada Escuela de Palo Alto, en California.

Según GOFFMAN, en las estrategias para la in teracción con los otros, exis­te siem pre un objetivo idéntico: hay una lucha p o r la inform ación en la que los seres hum anos pretenden averiguar todo lo posible de los dem ás, p rocu­rando que los otros sepan sólo aquello que se les quiere contar. E ste duelo po r la inform ación se organiza de m anera consciente e im plica estrategias com unicativas tanto verbales como no verbales. El interés p o r las estrategias de com unicación asocia a GOFFMAN a lo que se ha venido en llam ar el invisi­ble college. Incluye antropólogos com o BATESON, M argare t MEAD, o Ray BlRDWHlSTEL31, que desarrollan una nueva teoría de la com unicación32.

El invisible college no es una universidad. Se tra ta m ás bien de u n conjun­to de científicos de diversas disciplinas que com parten el m ism o interés por la com unicación. Son un colectivo crítico con el m odelo de com unicación procedente de la ingeniería (el m odelo telegráfico: em isor/canal/receptor), que defienden la existencia de un modelo propio de com unicación p ara las Ciencias Sociales. El modelo alternativo se organiza en tom o a la m etáfora de la orquesta: la com unicación es posible porque todos lo m iem bros de la sociedad conocen y saben in terpretar una m ism a p a rtitu ra m usical. Cuando hay interacción entre personas de distintas culturas la com unicación es difí­cil porque suenan dos partituras y se producen disonancias. Es en ese con­texto donde surgen los problem as de in terpretación que tan acertadam ente describe la Antropología posm odem a: al no com partir la m ism a partitu ra , la m elodía (o el diálogo, si se prefiere) es disonante con frecuencia.

GOFFMAN desarrolla una etnografía de la vida cotidiana. Hace algo pare­cido a lo p ropuesto por MALINOWSKI respecto a los pueblos prim itivos: la

fiende la capacidad del individuo para escoger, o al m enos, p a ra in ten tarlo . E n la teoría in terac- c ion ista el concepto de gestión es clave. La persona gestiona su vida.

31 Los m anuales de Antropología pocas veces citan a G offman com o antropólogo. Pese a que se form ó con Lloyd W arner (quien le influenció con su teo ría de las m áscaras), G offm an suele se r adscrito a la Sociología. Sin em bargo, la prác tica de G offm an es p lenam ente an tropológica ya que p lan tea un enfoque m icro, coinciden en él el analis ta y el encuestador, y em plea la obser­vación p artic ipan te en sus análisis.

32 Al respecto véase W inkin (1982) y R em esar et al. (1982).

etnografía de los imponderables de la vida social. El enfoque interaccionista de COFFMAN es un enfoque teatral: en sus trabajos aparecen continuam ente expresiones com o escenario, actores, bastidores, público, etc. Dentro de esa perspectiva teatral GOFFM AN afirm a que las personas siem pre están actuan­do, que las personas son actores, y que las relaciones sociales están p repara­das: la improvisación es posible, pero no es lo u su a l33. Según GOFFM AN todas las personas planifican sus actuaciones en la vida social, diseñan y ejecutan una estrategia para la interacción con los otros.

Probablem ente la obra de GOFFM AN que ejemplifica m ejor esta perspec­tiva teatral, es la Presentación de la persona en la vida cotidiana 34. En ella, GOFFMAN se preocupa po r las expresiones no verbales (intencionales o no) a las que se otorga m ás credibilidad que a las palabras para com probar la autenticidad del com portam iento verbal. En las relaciones cara a cara se co­teja siem pre la com unicación verbal con la no verbal, para com probar la ve­racidad de lo que se dice oralm ente. Según GOFFMAN, en las relaciones cara a cara, cada persona tra ta de ob tener inform ación de los demás, y pretende controlar la que ofrece a los otros.

El enfoque de GOFFM AN es dram atúrgico, o teatral, porque presupone que los participantes en las relaciones sociales, están siempre actuando: es decir, m idiendo el sentido de lo que dicen y hacen, para proyectar la im agen social de sí m ismos que creen m ás adecuada para ese m om ento social concreto. Dentro de esa perspectiva teatral, G o ffm a n cree que en toda situación social existen elementos diversos. Existe frente (aquello que se quiere com unicar, a lo que nos atenem os explícitam ente); hay un marco o estructura de las repre­sentaciones; hay una escena donde el equipo (de actores) colabora en una ru ­tina; y hay una trastienda donde los actores se quitan la m áscara. Tam bién hay un auditorio, p ara quien se efectúa la representación3S.

El esquem a teatral puede aplicarse a todas las relaciones sociales y, espe­cialmente, a la relación social que usualm ente se denom ina observación p a r­ticipante: a la relación que establecen observador y observados. La teoría de

31 Es im portan te ten er en cu en ta que al interaccionism o de G offman se le denom ina estraté­gico. Estratégico es un térm ino que tiene connotaciones m ilitares y es un concepto poste rio r­m ente desarro llado en la teoría de juegos. Pero lo im portan te es que el té rm ino estrategia o es­tratégico im plica que existe un m argen de m aniobra y que existe una p lanificación consciente de la acción social.

33 O tras obras de G offman relevantes para la teoría de la observación p artic ipan te son Inter­nados (1981«), Estigm a (1970), y Relaciones en público (1979).

3> Por ejem plo, en un re s tau ran te , el "marco" es el conjunto del local: la cocina, la barra , los servicios, el com edor, etc. El "frente" es el cam arero vestido de blanco y lim pio, los vasos bien brillantes, los m anteles im polutos, es decir: todo aquello que sirve para ind icar que se tra ta deun restauran te lim pio y cu idadoso. La "escena" es todo aquello que el «auditorio» (es decir, los clientes para los que se o rgan iza la "representación") puede ver y oír. M ientras que la "trastien­da" es la cocina, el lugar dónde los acto res se p reparan p ara la representación y donde pueden sacarse la m áscara: el m ism o cam arero que sirve el pan con unas pinzas, en la cocina lo coge con la m ano. En la trastienda , las n o rm as de in teracción que rigen en el escenario q u edan en suspenso y se cum plen o tro tipo de reglas.

FIACCO • Svolse?

G o ffm a n se aplica al análisis de la interacción social en las sociedades más complejas, donde diversos sistem as norm ativos im pulsan a los actores socia­les a com portarse de m anera correcta atendiendo a una pluralidad de reglas de aptitud, adecuación, decencia y decoro. N ada hace suponer que en las so­ciedades m ás simples (donde existen m enos reglas al haber m enos tipos de relaciones sociales que regular), las cosas sean distintas. El com portam iento con los parientes en las sociedades m ás simples es estructuralm ente sim ilar (en el sentido de representación) al com portam iento que un obrero puede te­ner con sus com pañeros de trabajo y con sus jefes. En ese sentido, y sea cual sea el contexto social (simple o complejo) en que acontece la observación participante, es necesario considerar que los actores sociales se com portan siem pre de cara a un auditorio. Éste puede estar com puesto tanto por el ob­servador como por el resto de los personajes sociales presentes en la interac­ción. Pero aplicar las prem isas goffm anianas a la interpretación de lo obser­vado no im plica suponer que en todas partes se miente. Significa tan sólo acep tar que, en cualquier contexto, los actores sociales tra tan siem pre de com portarse adecuadam ente en función de la actuación social que están re­presentando.

H asta aquí algunos de los supuestos teóricos planteados por GOFFMAN. Lo m ás destacable es que en las relaciones cara a cara existe una lucha por la inform ación, en donde las personas in terp retan y actúan en relación al contexto, la apariencia y la actitud. El contexto es el ám bito espacial y tem po­ral en que acontece la interacción; la apariencia es tanto la imagen de sí m is­m as que las personas pretenden ofrecer, como la im agen que los demás per­ciben de esas personas (que no son necesariam ente idénticas); finalmente, la actitud es el conjunto de conductas asociadas a ciertos contextos y a ciertas apariencias. El éxito de la investigación depende de la habilidad del observa­dor para correlacionar bien estos tres factores a través de la observación p ar­ticipante.

El interaccionism o, y en especial GOFFMAN, m uestra que el investigador nunca debe creer lo que se le cuenta. Cuando se observa la realidad social, cuando se hace observación participante, es preciso cotejar lo que las perso­nas dicen, con lo que hacen, con lo que aparentan ser, y con lo que quieren aparen tar ser. El investigador que observa tam bién sostiene un duelo por la inform ación con el grupo observado. Un grupo que se presenta de un modo ideal. Es tarea del observador ser capaz de distinguir entre la superficie y el fondo de la representación, y p ara ello resu lta im prescindible (además de una presencia continua en el patio de butacas) poder acceder a la trastienda. El m odo en que am bas cosas pueden conseguirse se plantea en el próximo capítulo.

En la práctica

La observación participante es la técnica m ás em pleada para analizar la vida social de los grupos humanos. La perspectiva holística con que la Antropología Social aborda el estudio de las sociedades m ás simples m arca de tal m odo la técnica que, la etnografía, el trabajo de campo y la observación participante lle­gan a confundirse. Desde un punto de vista teórico la observación participante es un instrum ento útil para obtener datos sobre cualquier realidad social; si bien en la práctica la observación participante se em plea para obtener datos sobre realidades a las que resulta difícil aplicar otro tipo de técnicas. Eso ocu­rre, sobre todo, en los pueblos ágrafos y en situaciones sociales relacionadas con algún tipo de desviación en las sociedades m ás complejas. Tam bién es fre­cuente su uso cuando, para entender la realidad social, se quiere prim ar el p u n ­to de vista de los actores en ella implicados. Así resulta que la observación p ar­ticipante, además de entre los pueblos primitivos, se usa para estudiar desde dentro minorías, grupos étnicos, organizaciones, subculturas y profesiones.

La observación participante es uno de los m odos de investigación que perm ite p restar mayor atención al punto de vista de los actores. Tal y como pretenden los clásicos, se tra ta de que el investigador se convierta él m ism o en un nativo a través de la inm ersión en la realidad social que analiza. De este m odo el investigador pretende aprehender y vivir una vida cotidiana que le resulta ajena. Para ello se ocupa de observar, acom pañar, com partir (y en m enor m edida participar) con los actores las ru tinas típicas y diarias que conform an la experiencia hum ana. La vida co tid iana se convierte en el m e­dio natu ral en que se realiza la investigación. Es u n a investigación que se pretende lo m enos intrusiva posible, y para la que resu lta im prescindible de­lim itar el tipo de participación que el investigador desarrolla en el cam po y en los distintos escenarios. Es preciso establecer u n a distinción conceptual entre campo y escenario: se tra ta de una d istinción sim ilar a la que existe en­tre unidad de observación y unidad de análisis '. E l campo es la realidad so­

1 La "unidad de observación" es la sum a de todos lo s ám bitos sociales de donde se ob tienen los datos que son analizados. La "unidad de análisis" es el segm ento de la realidad social al que se extrapolan los resultados del análisis realizado m ed ian te los da tos ob ten idos en la u n id ad de observación.

cial que pretende analizarse a través de la presencia del investigador en los distintos contextos (o escenarios) en los que esa realidad social se m anifies­ta. El cam po tiene siempre diversos escenarios, aunque la relevancia de los distintos escenarios para la comprensión del fenómeno social, no siem pre es la m ism a2.

Quien investiga, pese a que puede tener ideas previas respecto a lo que va a estudiar, depende de la información recogida en el campo para definir el problema social que es analizado. Inicialmente el interés por la realidad so­cial que es investigada puede tener un origen personal o teórico, aunque es frecuente que sean las instancias del control social quienes al definir una si­tuación como problemática motivan el interés de los científicos sociales. Con frecuencia es el Estado quien, al precisar un conocimiento más profundo de ciertos ám bitos de la vida social de difícil acceso, diseña las condiciones po­líticas que impulsan el interés posterior del investigador por la realidad so­cial en cuestión. Sea cual sea el origen del interés prim ario po r el problem a o situación social a analizar, durante las primeras estancias de campo es po­sible que la investigación se convierta en algo distinto al diseño original. En la medida en que la observación participante contribuye a prim ar el punto de vista de los actores sociales por encima de la perspectiva del observador, esta últim a puede sufrir transformaciones importantes tras las prim eras es­tancias de campo.

Uno de los objetivos centrales de la investigación que aplica la observa­ción participante es definir conceptos clave desde el punto de vista de los ac­tores implicados en la realidad social que se estudia. La perspectiva de las personas ajenas suele estar categorizada social y culturalm ente por lo que, en general, es relevante comprender el modo en que los miembros se ven a sí m ism os3. Con frecuencia sucede que las personas ajenas definen la realidad social de m anera simple y cartesiana y que los miembros de esa m ism a reali­dad elaboran definiciones más complejas y matizadas. Los conceptos rele­vantes que se obtienen del empleo de la observación participante, tienen que ver con el sentido con que los miembros los emplean en la vida cotidiana. Se trata, en sum a, de conceptos definidos de forma etnometodológica4.

2 Por ejem plo, en un estudio donde el "campo" es el m undo de las altas finanzas, es im por­tante averiguar dónde es más importante asistir: si a consejos de adm inistración y a ju n ta s de accionistas, o a otros contextos donde ese campo también se m anifiesta, aunque de un m odo más inform al: situaciones de ocio como fiestas, o práctica de deportes com o la hípica, el polo o el golf.

1 E n castellano no existen equivalentes directos a insider y outsider. El térm ino m iem bro se usa aquí para indicar que una persona forma parte de una organización, una subcultura, o de una situación social que conoce bien, en la que se siente cómodo, y en la que sabe desenvolverse porque conoce los códigos de conducta vigentes en ese contexto social. Al contrario, el térm ino ajeno, im plica que la persona no forma parte de la realidad social en cuestión.

J En la investigación que realizó S pradley (1970) sobre la subcultura de los nóm adas u rb a ­nos, quedan claras estas distinciones entre el punto de vista de los m iem bros y de los ajenos. Para la policía pueden ser delincuentes y alcohólicos, pero transeúntes para los trabajadores so­

La realidad es como una escultura: puede observarse desde ángulos dis­tintos. Lo m ism o sucede con los fenóm enos sociales: hay distintas perspec­tivas teóricas con las que contem plar la sociedad. En el caso de la observa­ción participante, es relevante la situación social del investigador respecto al objeto de estudio. El fin últim o de la observación participante es anular, dis­m inuir o (al menos) controlar m ediante la inm ersión en un contexto social ajeno la distancia social que existe entre el observador y los observados, p re­cisam ente para cap tar su punto de vista. Pero en función de esa distancia inicial, la posibilidad de conseguir penetrar la realidad estudiada es mayor o m enor. Ser estadounidense negro, ser asiático, o ser gay, puede ser impor­tante si quien investiga va a observar blancos, europeos o heterosexuales res­pectivam ente. Las características de la situación social del investigador m e­diatizan la perspectiva de observación.

Existen prevenciones por parte de científicos sociales respecto de la falta de distancia en el cam po. La etnografía clásica definida po r las antropolo­gías hegem ónicas se construye precisam ente en torno al m ito de la distan­cia. T am bién la sociología defiende «que los investigadores se abstengan de estu d ia r escenarios en los cuales tengan una d irecta partic ipación per­sonal o profesional» (Taylor y B ogdan 1992: 36), con el argum ento de que la proxim idad dificulta la perspectiva crítica. En el presente m anual se defiende lo contrario. Es la proxim idad al fenóm eno investigado lo que fa­c ilita el acceso al cam po y a los escenarios. No tiene dem asiado sentido em pecinarse en convertir lo fácil en difícil. En el fondo, el discurso sobre la distancia es un in ten to de m an tener la neu tra lidad política, no tanto en las re lac iones sociales que m an tiene qu ien observa con los observados, como en las relaciones que los observados m antienen con la sociedad. Con­vertirse en un m iem bro, o ser un m iem bro, se entiende como algo peligro­so: «cuando eso sucede el investigador puede perderse p ara la com unidad científica p ara siem pre; puede contam inarse por la subjetividad y por sen­tim ientos personales; y su iden tidad científica puede ser expoliada» (JOR- GENSEN 1989: 62). Ante el uso frecuente de la observación participante para abo rdar situaciones sociales de colonización o de desviación social, la bús­queda de la distancia pretende, en realidad, neutralizar la implicación polí­tica del investigador en el sentido de tom ar partido po r los observados. Se adm ite la em patia, pero se niega la posible denuncia pública y política de situaciones sociales subalternas.

La distancia,- social, espacial o cultural, no garantiza que quien investiga sea hábil y sutil' en la observación. E n cualquier caso, y en la m edida en qué pese a ser recom endable es infrecuente que el investigador analice realida-

ciales. S in em bargo, los vagabundos elaboran definiciones de su propio universo llenas de m ati­ces. D istinciones elaboradas tanto sobre el carác ter de los vagabundos, com o sobre el tipo de ac­tividad que realizan. T am bién resulta ilustrativa la com plejidad de categorías con que los colec­tivos gays definen a sus m iem bros, fren te a la visión m ás reduccion ista de las personas no gays (G u asch 1991b).

co general7. Un escenario tam bién puede ser abierto o cenádo si se considera el grado de accesibilidad para quienes no suelen ac tuar en el m ism o. La visi­bilidad de las conductas hum anas, colectivas e individuales, depende del lu­gar donde quien investiga se encuentra ubicado, y tam bién del conocim iento y de la experiencia previa respecto a tales conductas. Los escenarios visibles, como, por ejemplo, la m ayoría de las organizaciones, no son necesariam ente más accesibles (o abiertos) que escenarios presuntam ente invisibles (como, por ejemplo, ciertas subculturas desviadas)8. Pero en general, para definir un escenario com o abierto o cerrado, puede considerarse el grado de negocia­ción previa requerido para acceder al m ism o.

Cuando los escenarios son públicos, el investigador puede com portarse como una persona m ás de las diversas im plicadas en la interacción; pero cuando los escenarios com portan un cierto grado de opacidad (espacial, cul­tural o legal), es preciso a rb itra r algún tipo de estrategias para conseguir el acceso al escenario. Se denom inan estrategias abiertas a aquellas en las que el investigador negocia y pacta su presencia en el escenario. Sin embargo, sucede a veces que las estrategias abiertas im piden pene tra r la trastienda de la actuación, en parte porque los observados pueden tener interés en ocultar alguna parte de la representación. Pese a que las estrategias abiertas son las que plantean m enos problem as éticos, en el sentido de que no se vulnera el derecho a la privacidad de los grupos húm anos, las estrategias abiertas no siempre son las m ás idóneas. Lo usual es negociar con algún sujeto social con au toridad en el escenario, el tipo de rol que adop ta qu ien investiga. Con todo, hay que tener en cuenta que la au toridad no necesariam ente ha de ser formal. El jefe de una banda de jóvenes tiene la m ism a autoridad p a ra p er­m itir el acceso a un escenario que el d irector de un hospital, con la salvedad de que en el segundo caso (y en todos en los que la autoridad se estructura en tom o a un cargo burocrático) se hace im prescindible definir claram ente y por escrito (m ediante un proyecto), los límites, el m étodo y los objetivos de la investigación. Por supuesto, cabe la posibilidad de m entir, pero si en el transcurso de la investigación se pretende variar el rol pactado porque con él

7 A lgunas activ idades soc ia les se d esarro llan en púb lico , de m an era que qu ien investiga puede convertirse fácilm ente en espectador. Pero incluso las conductas que se d esarro llan en espacios públicos pueden p asa r desapercib idas a los espectadores si éstos no han sido en tren a­dos o si no conocen los códigos que les perm itan detec tar las conductas (es el caso del ligue gay, de cierta p rostitución , de la delincuencia, ó de la com pra-venta dé drogas). La visibilidad de la represen tación no sólo depende del escenario sino tam bién, y sobre todo, del ojo del ob­servador.

6 Acceder a una o rganización puede se r relativam ente sencillo. Se puede acceder a un h o s­p ital com o pacien te , a u n a o rgan ización sin án im o de lucro com o vo lun tario , o a u n a secta com o neófito. Pero toda o rgan ización dispone de m ecanism os que garan tizan que a cada uno se le trate com o lo que es. S er neófito, vo luntario o paciente es u n m odo sencillo de acceder a los escenarios. Pero la inform ación que se obtiene corresponde a lo que la e s tru c tu ra organ iza­tiva prevé para esos roles. La d ificu ltad estriba en conseguir franquear esas b arre ras organ iza­tivas.

no se consiguen los datos buscados, la au to ridad burocrá tica probablem ente sea reticente a renegociar el rol del investigador en el escenario9.

El otro m odo de acceder a u n escenario es hacerlo de m anera encubierta. Es una estrategia especialmente recom endada cuando la realidad social que se estudia se oculta a los ojos del público general de form a deliberada. En es­tos casos quien investiga asum e su rol sin in fo rm ar a los observados del p ro ­ceso de investigación, y es una práctica que p lan tea serios problem as éticos a algunos científicos sociales 10, aunque otros argum entan que al in form ar a los observados, muchos aspectos de la conducta hum ana quedan oscureci­dos como consecuencia de la gestión de la inform ación que realizan las per­sonas.

E n una investigación abierta quien investiga debe gestionar la tensión que su presencia produce ante los observados. En una investigación encu­b ierta quien investiga gestiona la inform ación que transm ite para conseguir que su identidad social perm anezca oculta. La etnografía clásica pretende que los observados term inen po r obviar la p resencia del observador y se com porten como si éste no estuv ie ra11. Es algo poco creíble desde el punto de vista de la interacción social porque la presencia de u n personaje ajeno al escenario (aunque haya sido aceptado) condiciona siem pre el desarrollo de la actuación. Los actores no pueden ignorar la p resencia en el escenario de un personaje que continuam ente (en ese m om ento, o m ás adelante) está p i­diendo explicaciones respecto al sentido de la representación.

La gestión de la tensión en la investigación ab ierta depende del tipo de realidad social que se aborda. No es lo m ism o estud iar de m anera abierta una subcultura desviada que estudiar una profesión. Pero en los dos casos las personas observadas in ten tan ofrecer u n a im agen adecuada de sí m is­mos. Los profesionales pretenden m ostrar que su práctica se adecúa a las ex­pectativas sociales (honestidad, rigurosidad, capacidad); m ien tras que las personas desviadas se suelen esforzar por h acer visibles a quien investiga com portam ientos y conductas que demuestren cuán equivocada está la socie­dad respecto a ellos. Es probable que la colaboración de los observados ter­m íne allí donde acaba la posibilidad de co rrelacionar de m anera coherente lo que se dice con lo que se hace. La mala práctica profesional, así com o los aspectos m ás sórdidos del grupo desviado, se in ten tan ocultar a los ojos de

’ W hyte (1971) lo g ra el a cceso a l g ru p o e s tu d ia d o m e d ia n te in fo r m a n te s c lave c o n c ie r ta a u to r id a d e n el m ed io . Goffman (1981a) in fo rm a de s u s a c tiv id ad e s a la d ire c c ió n de l h o sp ita l. C a u d i l l (1966) se c o m p o rta c o m o p a c ie n te e n su p r im e r e s tu d io , y c o m o in v e s tig a d o r e n e l se ­g u n d o .

10 B u lm e r (1982) co n s id e ra e s ta e s tra teg ia c o m o in a c e p ta b le d e sd e u n p u n to d e v is ta é tico , s e a n c u a les se a n la s c irc u n s tan c ia s q u e en vuelven la re a lid a d o b se rv ad a .

11 «Debe tenerse en cuen ta que los indígenas, al verm e constan tem en te todos los días, de ja­ro n de interesarse, alarm arse, o autocontro larse p o r m i p resencia , a la vez que yo dejé de se r un elem ento d istu rb ad o r de la vida tribal que me p ropon ía estud ia r, la cual se había a lterado con m i p rim era aproxim ación» (Malinowski 1975a: 25)

quien observa. Es en estos m om entos cuando se hace necesaria una buena gestión de la tensión que origina la disrupción flagrante de la interacción so­cial esperada. En esos casos es recomendable m inim izar ante los observados la im portancia de lo sucedido, y dejar para conversaciones posteriores con los informantes el análisis de la disrupción.

Todos estos problem as no se plantean en las investigaciones encubiertas. Pero aparecen otros de igual envergadura. Es en las investigaciones encu­biertas cuando quien investiga debe tener un buen conocim iento previo de las reglas sociales básicas que rigen el universo analizado. Al principio de una investigación abierta los observados pueden obviar o m inim izar com ­portam ientos inadecuados p o r parte del investigador: se supone que éste desconoce las reglas de interacción. Pero en una investigación encubierta el investigador debe conocer las norm as m ínim as para gestionar adecuada­mente la inform ación que de sí mismo ofrece a los demás. Un conocim iento que le permite definir un rol en el escenario de acuerdo con alguno de los múltiples papeles posibles en el campo: «el problem a a resolver consiste en lograr ocupar una posición en la com unidad dentro del haz de posibilidades culturales de la com unidad y compatible con su estructura social y su expe­riencia histórica» (M A ESTR E 1976: 60). El rol que desempeña el observador debe adecuarse, pues, a lo socialmente previsto según las norm as de interac­ción vigentes en el escenario.

El conocimiento previo del campo que permite definir un rol en la inves­tigación encubierta puede conseguirse mediante la revisión bibliográfica o a través de contactos con expertos. Pero se logra sobre todo a lo largo de las primeras estancias de cam po en escenarios de fácil accesibilidad. En cual­quier caso, la d istinción entre investigación abierta y encubierta suele ser más ideal que práctica. Lo usual es que en toda investigación en la que se emplea observación participante sea abierta para unos pocos (los porteros y los informantes) y cerrada para otros (la mayoría de los observados).

La técnica de observación participante requiere que quien observa acom ­pañe a los actores en su vida diaria. Y esa com pañía puede realizarse de m a­nera abierta (con el conocim iento, aunque no necesariam ente con el bene­plácito de los actores) o de form a encubierta. Pero sea cual sea el m odo de participación en el escenario, éste siempre viene condicionado po r las carac­terísticas del grupo observado. Como señala E v a n s - P r i t c h a r d l2, es el colec­tivo estudiado quien define el tipo de relaciones que se establecen con quien observa.

Moverse en un contexto social ajeno suele generar tensión y ansiedad. Ambos factores pueden distorsionar la capacidad de observación y el modo

12 «Los azande no me perm itieron vivir com o uno de ellos; los nuer no m e p erm itieron vivir sino a la m anera de ellos. E n tre los azande fui forzado a vivir fuera de la com unidad; en tre los nuer me vi obligado a ser m iem bro de ella. Los azande me trataron com o a persona superior; los nuer como a un igual» (E vans-P ritchard 1967: 45).

4' i r, r í r\r u A • Dion?(e>.

de participación, y en consecuencia d istorsionar la investigación misma. Por ello es necesario que quien investiga desarrolle relaciones de confianza y co­operación con los actores presentes en los escenarios de campo. La calidad v la cantidad de la inform ación recibida será óptim a si quienes la ofrecen lo hacen desde una relación social buena respecto a quien investiga. Conocer b ien a los (y a las) inform antes es sólo posible tras haber construido algún tipo de vínculo social con ellos. Sin ese conocim iento previo resulta difícil evaluar la fiabilidad de los datos que aportan. A la hora de in terpretar las ac­tuaciones de los observados (es decir, aquellos actores presentes en los esce­narios con los que no existe ningún vínculo) se aplican las m ism as normas de sentido com ún que rigen usualm ente en la vida cotidiana. Si no existe una relación social previa con ellos «los observadores pueden recoger indi­cios de su conducta y aspecto que les perm iten aplicar su experiencia previa con individuos aproxim adam ente similares» (G o ffm a n 1 9 8 1£>: 13). Pero en esos casos quien observa debe ser prudente para que la aplicación del estereo­tipo no le lleve a in terpretar de forma errónea el sentido de la actuación de los actores.

Son los (y las) inform antes quienes aportan las claves que perm iten en­tender el sentido de la actuación de los observados. Es con los inform antes con quienes hay que desarrollar lazos de confianza y cooperación. Los infor­m antes (o m ejor: los in terlocu to res) ac tú an com o guías que perm iten a quien investiga moverse en un ám bito social desconocido. Para que quien explora la realidad social llegue al destino deseado, es preciso que la relación con los guías se base en la colaboración, la confianza y el respeto m utuo. Algo que si ya es com plicado conseguir en la vida cotidiana, más difícil re­sulta de lograr en una investigación.

El interés po r las actividades del inform ante y la frecuente em patia con que el investigador las contem pla, suelen acarrear el respeto hacia el obser­vador. Pero la colaboración y la confianza son cuestiones de grado que de­penden del escenario concreto. Para conseguir que en escenarios cargados de tensión se m antenga el m ayor grado posible de confianza y colaboración, quien investiga debe realizar una inversión previa de reciprocidad e in ter­cambio con los inform antes. Hay diversas estrategias para conseguirlo. Pero en general éstas se parecen a las que acontecen usualm ente en la vida coti­diana. Se tra ta de m ostrar interés por la o tra persona y ocuparse de ella (ha­cerle favores) cuando ello sea preciso. E n cuanto a las relaciones que se m antienen con los observados, aunque es innecesario caer bien o ser plena­m ente aceptado, sí es necesario que la presencia de quien investiga sea tole­rada al m enos por el resto de las personas presentes. Ello es necesario sobre todo en las investigaciones encubiertas, en las que la elección de u n rol que no se corresponda adecuadam ente al escenario, puede im pedir el objetivo de socializarse para participar en el mismo.

Si en las investigaciones encub iertas se gestiona inform ación , en las abiertas se gestiona tensión. Por ello es im portante aclarar a los actores el

sentido de la presencia de quien investiga en el escenario. Pese a que no es imprescindible señalar todas las razones que motivan la estancia, sí resulta útil contestar siempre las preguntas de los actores. Deben ser respuestas co­herentes y preferentemente las mismas para todos ellos. Si se pretende que una persona colabore en la investigación abierta (además de dejarle claro que su colaboración es voluntaria y que la inform ación es anónim a y confi­dencial), debe constatar en todo momento la sinceridad de quien investiga.

La situación social de quien observa (edad, género, clase, etnicidad) m e­diatiza tanto la observación como la interpretación posterior de los datos, y condiciona también las relaciones de campo. Existen realidades a las que re­sulta imposible acceder desde ciertas situaciones sociales, porque la posición social de quien observa impide establecer relaciones de campo satisfacto­rias l3. En la observación participante es preciso buscar puntos de contacto con los informantes que permitan definir una relación de confianza m utua. De entrada, y aunque no es necesario fingir estar de acuerdo con la defini­ción social que los actores realizan de las situaciones observadas, sí re su lta ' conveniente mostrar una cierta flexibilidad y tolerancia hacia ellas 14.

Otro modo de construir las relaciones de campo consiste en buscar sim i­litudes biográficas entre observador y observado. El conocimiento previo del campo que se analiza suele ofrecer pistas sobre qué clase de aspectos de la propia biografía conviene destacar15. Pero suele ser la intuición y a veces la suerte lo que revela aspectos biográficos comunes sobre los que solidificar la relación de campo, Son aspectos que pueden tener poco que ver con la inves­tigación, pero que contribuyen a crear la sensación en el inform ante de que el ajeno, en el fondo, no es tan distinto como parece. En cualquier caso, es conveniente tener imaginación y saber adaptar (o simplemente inventar) las experiencias propias de modo que puedan intercam biarse con los inform an­tes. Revelar a los informantes aspectos de la propia personalidad que se en­tienden como importantes, suele ser una buena m anera de ganar su confian­za. La existencia de experiencias comunes previas facilita las relaciones de

u Realmente hubiera sido difícil que un blanco pudiera hacer observación partic ipan te en el movimiento negro radical de los años sesenta, o que un negro haga lo propio en una ban d a ra ­cista europea de los noventa.

1,1 Por ejemplo, si a la hora de defender la com isión de un robo, un inform ante de un grupo radical de izquierdas insiste en que «si np hubiese privilegios no habría delitos», resulta im pro­cedente contestar con un discurso sobre la necesidad de respetar la ley y la propiedad privada. Parece más coherente realizar una reflexión, desde las propias convicciones políticas, sobre la desigualdad social y sobre sus consecuencias. La p rim era opción d inam ita la relación de cam ­po. La segunda la hace posible.

15 En un estudio sobre militares vale la pena sacar a relucir las experiencias del observador en el servicio militar; o en uno sobre sida resulta útil explicar al inform ante las técnicas que se emplean para realizar sexo más seguro. Pese a que es im portan te ser siem pre uno m ism o y no intentar adaptaciones falsas al contexto, es aconsejable d isponer de una batería personal de cuestiones que puedan interesar al inform ante. Con eso se logra sedim entar las relaciones de campo y se consigue discutir y com entar tem as relativos a la investigación.

campo, pero no las garantiza. Obviamente el m ejor m odo de crear y desarro­llar relaciones de campo surge de com partir experiencias a lo largo de la ob­servación participante.

Las relaciones de campo se construyen día a día, y en ellas existen proble­m as sim ilares a los de la vida diaria: rechazos, celos, enfados y m alos en ten­didos. Es posible que quien investiga se encuentre con personajes sociales que rechazan la relación de campo e incluso la presencia de quien investiga en el escenario. Ello es más frecuente en las investigaciones abiertas, donde la m ayoría de los actores disponen de algún tipo de inform ación (a m enudo distorsionada) sobre la actividad del observador l6. En estos casos es im p o n tan te facilitar inform ación a las personas sobre el sentido de la presencia del investigador en el escenario, pero tam bién es im portan te in teresarse (y co­m en tar si es posible) las razones del rechazo o de la hostilidad 17. Cabe la po­sibilidad de que, tras aclarar las posiciones respectivas, el rechazó inicial se transform e en afán colaborador.

Otro factor que dificulta las relaciones de cam po es involucrarse en dis­putas de carácter político entre grupos y facciones enfrentadas. En estos ca­sos, aunque sea difícil, es preciso constru ir u n a cierta n e u tra lid a d 18. La difi­cultad p ara conseguirlo radica en que el observador puede no ser consciente de que se im plica en las actividades de una determ inada facción. El hecho m ism o de acceder a un escenario, puede en fren tar a grupos políticos que de­fiendan o rechacen la presencia del observador. Conseguir desm arcarse del grupo que perm ite el acceso para acercarse al que lo rechaza puede signifi­car perder la confianza del prim ero, y tener que renegociar el rol del investi­gador en el escenario. Estos y otros episodios de las relaciones de cam po, pueden convertir la observación participante en una actividad frustran te y a veces traum ática.

La persona que investiga en el cam po pasa p o r u n a am plia gam a de sen ti­m ientos que van desde la euforia a la depresión. La ansiedad, la desilusión, y la creencia de que la investigación no p o d rá llevarse a buen térm ino son tam bién sentim ientos frecuentes 19. E n el caso de las investigaciones abier­

16 Aunque posible, el rechazo a la presencia del o bservador en el escenario es m enor en el caso de la investigación encubierta; partiendo del supuesto , c laro esta, de que el rol de cam po seleccionado sea el adecuado.

17 C iertos colectivos desviados acaban p o r su frir lo que p u ede llam arse fatiga investigadora. A nte la p ro fusión de noticias en los m edios de com un icación (que en tien d en com o falsas, o com o m ín im o distorsionadas) y ante el interés que la sociedad m u es tra p o r su conducta, te rm i­nan p o r se r reticentes ante cualquier investigación p o rque tem en que, finalm ente , todo lo que d igan o hagan se rá utilizado en su c o n tra ..

18 C uando quien investiga se ve im plicado en d ispu tas po líticas in te rn as en el seno del g rupo que investiga, la neutralidad es com plicada. La an tropó loga O lga VISUALES com en ta que en es­tos casos suele ser útil «ser uno mismo», y en el caso de que sea inevitable to m a r partido , hacer­lo a p a r tir de las prop ias convicciones personales.

19 Nigel B arlEY (1989) en clave de hum or, y M alinow ski (1989) de un m odo m ás agrio, es­c riben sobre estos sentim ientos de frustrac ión y desánim o. Un buen ejem plo al respecto lo b rin ­

tas, pese a todas las estrategias empleadas, puede resultar difícil conseguir inform antes y buenas relaciones de campo. Tam bién cabe la posibilidad de que los actores releguen a quien investiga a una posición tan m arginal en el escenario, que éste se sienta incapaz de desarrollar la investigación y frustra­do por no poder hacerlo, hasta el punto de odiar a los actores y de plantearse abandonar la investigación. Tam poco las investigaciones encubiertas son fá­ciles de ejecutar. La necesidad de elaborar una imagen de sí m ism a no acor­de con la usual, pese al entrenam iento, es una actividad com plicada y cansa­da para la persona que investiga20. El diario de campo y la discusión de los problem as con otros colegas, son las mejores opciones para controlar y dis­m inuir la ansiedad y sus consecuencias.

Como se p lan tea en la introducción, la participación es un problem a teó­rico menor; pero es un problem a práctico de envergadura. El m ayor incon­veniente de la participación es que siempre es inespecífica. No hay recetas al respecto. Sólo se sabe cóm o participar a lo largo de un proceso que implica la progresiva definición del rol social del investigador en el contexto analiza­do. A m enudo sucede que, cuando el investigador ha asum ido un rol partici- pativo idóneo, ya dispone de datos suficientes para escribir su trabajo. El problem a de la participación es en cierto modo parecido al de la experiencia: cuando hace falta no se tiene, y cuando se tiene ya no hace falta.

da M iriam L. K aprow : «El origen de m is ansiedades radicaba en la convicción de que nunca lle­garía a obtener el doctorado, y p o r lo tanto, nunca sería una antropóloga. E staba segura de que iba a fallar porque, en co n tra de los m odelos fam osos de la etnografía, no podía localizar un au téntico grupo entre los g itanos [...] ¿Qué dirán los dem ás antropólogos —me p reguntaba a n ­gustiada— cuando aparezca en N ueva York sin datos; sin evidencia de una cultura total con sus sistem as internos coherentes de religión y símbolos?» (Kaprow 1994: 88-89).

20 La persona que hace observación partic ipante encubierta es, en térm inos de Goffm an , una estigmatizada desacreditable: es po rtad o ra de un estigm a p o r se r una investigadora y p o r presen­tarse en el contexto de o tro m odo. La gestión de un estigm a (G offman 1970) supone dosis eleva­das de concentración, capacidad de invención y m ucho esfuerzo. Para la persona que investiga de m anera encubierta suele se r estresan te aparen ta r ser lo que no se es.

El diario de cam po suele ser el más subjetivo de los textos que escribe el et­nógrafo. En el diario aparecen frustraciones, m iedos, ansias y placeres. Los diarios son personales, a veces dem asiado personales como para ser publica­dos. Por eso debo agradecer especialm ente la colaboración de los investiga­dores que han aportado los ejemplos para este libro. En el presente capítulo se presentan cinco fragm entos de diarios de campo que corresponden a in­vestigaciones en las que la técnica principal es la observación participante en su sentido m ás amplio.

En el p rim er caso se narra toda una jom ada nocturna de actividad poli­cial en una gran ciudad del área m etropolitana de Barcelona, en la que el in­vestigador com parte cafés, aburrim iento y sueño con los guardianes de la ley. Es un ejemplo de diario de cam po clásico: el relato sirve luego para es­cribir la m onografía. El segundo ejemplo detalla la relación m édico-paciente en una consulta hospitalaria, y m uestra las form as diversas en que las perso­nas seropositivas o afectadas de sida afron tan la enferm edad. Más que un diario en sentido estricto, se tra ta de un conjunto de notas de cam po ordena­das en fichas especialm ente diseñadas para recoger la inform ación que se produce en el contexto de la consulta. El tercer texto recoge fragm entos de un libro de viajes y ejem plifica las contradicciones que la distancia social produce en quien observa. El cuarto ejemplo corresponde a u n diario socio­lógico en el que lo biográfico se cruza con lo colectivo. El au to r describe en clave personal el contexto de su propia vida, pero el objetivo del docum ento tiene que ver tanto con el testim onio y el recuerdo individual como con el análisis social. El últim o ejemplo plantea algunos de los problem as éticos y personales que enfrenta el investigador en el campo, cuando se ve obligado a definirse ante sus interlocutores.

Primer ejemplo

Diego TORRENTE es pro fesor del D epartam en to de Sociología de la U ni­versidad de Barcelona. Para realizar su tesis de doctorado (calificada con "cum laude") realizó observación p artic ipan te en la Policía Local de u n a gran ciudad del área m etropolitana de B arcelona. El período de observa­ción se prolonga entre enero de 1991 y la p rim avera de 1992, con el o b ­jeto de conocer el m odo en que esa Policía concibe y realiza su trabajo l. El fragm ento que se presenta form a parte de u n diario de cam po clásico: describe los acontecim ientos para usarlos luego com o m ateria l de an á li­sis. La descripción está cronológicam ente ordenada. El fragm ento del d ia­rio que se incluye corresponde a una jo rn a d a co m p le ta de observación participante, en este caso en el "tum o de noche” (de las 10 de la noche a las 6 de la m adrugada).

Se tra ta de una investigación ab ierta en la que la negociación del ac ­ceso a la organización se realiza a través del Jefe de la Policía. El investiga­do r reconoce que «a causa de la ignorancia de la cu ltu ra policial com etí algunos erro res, y quebré reglas y co stu m b res en a lg u n a ocasión» (TO­RRENTE 1994: 520). Señala que «a veces, con algún/a guardia, represen té el papel de ingenuo in teresado pero, en general, fui lo m ás sincero posi­ble» (TORRENTE 1994: 521). En cuanto a su p o stu ra personal ante ciertos acontecim ientos, el au tor com enta que «cuando no com partía sus opinio­nes o veía situaciones injustas [...] guardaba m is opiniones si con ello evi­taba que se b loqueara la com unicación» (TORRENTE 1994: 522). Respecto a las consecuencias que im plica la presentación personal del investigador, Diego T orrente indica que «la confianza nunca fue total porque m i carac­terización era extraña: iba de paisano, me m ovía p o r varios niveles de la organización, estaba en la Universidad, h ab ía pasado tiem po en el D epar­tam ento de Form ación, y preguntaba siem pre» (T o r r e n t e 1994: 523). La redacc ión del diario del cual se ha ex traído el frag m en to p resen tad o es u n a versión correg ida p o r Diego T o r r e n t e ú n icam en te en su estilo . El au to r suprim e los nom bres verdaderos y e lim ina las referencias que pue­dan identificar a cualquier persona.

1 Sobre la policía en E spaña veáse adem ás M artín (1990 y 1994).

25 octubre. Hoy ha sido mi primer patrullaje de noche. He salido con el agente Re- casens y con el cabo Eusebio. La jornada ha sido agradable y ellos han estado amables y sinceros. Hemos tomado el servicio en Victor-0 y nos hemos dirigido a Alpha-30 para coger un coche sin mampara. Ya en el coche hemos iniciado la ruta. Por la noche hay cinco patrullas para toda la ciudad, y los dos cabos se reparten las zonas en norte y sur, aunque en la práctica ambos la recorren por entero. Al princi­pio estaban preocupados de que «no saliera nada» pues creían que yo estaba de­seoso de actividad policial, e intentaban darme explicaciones: «Es que ya es final de mes y la gente no tiene dinero. No es normal que pase esto un viernes a la no­che. Quizás haya algo en Barcelona-, Mientras repostábamos combustible el cabo comentó en un tono grave y firme: «Mucha gente daría dinero por subir a un coche patrulla-. Le dije que se veían muchas películas policiacas en televisión y que se te­nía una imagen heroica y aventurera. Convinimos que esta imagen era falsa.

Los dos llevan muchos años en el cuerpo, y han conocido la época de la dicta­dura. El cabo entró porque le gustaba el oficio, o mejor dicho, porque le volvían loco las motos; el agente por tener un hermano guardia. Ambos comenzaron como motoristas, y lo fueron durante 17 y 18 años respectivamente. Ahora reconocen que son viejos para serlo: «Antes, cuando te caías de la moto, te levantabas y seguías. Ahora, en cambio, si te caes, estás todo el año con dolores y achaques. Las motos son para los jóvenes». Entonces empezaron a recordar aquellos tiempos gloriosos — poco después de instaurarse la democracia— en los que habían llegado a ser la mejor Guardia Urbana de España. Todos los veteranos recuerdan aquellos años con nostalgia. «Luego —dijeron— fuimos la peor». Explicaron que habían mejorado y que actualmente controlaban muy bien la ciudad, a pesar de que «ahora hay mu­cha gente quemada por recibir muchas broncas y pocas felicitaciones. Puedes es­tar 20 años haciendo las cosas bien, pero si un día tienes un desliz o si abollas el coche te hunden esos 20 años sin pensárselo. Equivocarte en este trabajo es algo a lo que .con frecuencia estás expuesto. A los jóvenes les es difícil esta situación y por eso se queman en un par de años».

Ambos vivieron la transición: «Fue una época dura. Los grapos estaban por aquí y habían matado a varios compañeros. A la mínima nos quitaban el arma. ¡íba­mos acojonados! Recuerdo haber salido incluso de casa con la pistola en la mano. No sabías muy bien a qué atenerte, pues no sabías lo que iba a suceder. Me acuerdo que Oriol — el alcalde— entraba en el ayuntamiento acojonado, cuando pasaba por nuestro lado. ¡Debía de pensar que íbamos a machacarlo! Con el tiem­po los políticos se tranquilizaron y se dieron cuenta de que la Guardia Urbana no hacía otra cosa que acatar sus órdenes. Y las manifestaciones..., ¡aquello sí que eran manifestaciones!; en especial las de antes de la democracia, cuando estaba et Viejo». Sostuvieron que parecido a esta etapa de transición fue el 23-F, un día entero, difícil y desconcertarte. Entonces el cabo contó que él había entrado el últi­mo Uno de Mayo que fue ilegal, en tiempos de Franco. Fue su primer día y su servi­cio consistió en reprimir a un grupo. Sin la más mínima instrucción o formación le dieron dos porras, una eléctrica y otra de defensa, y lo enviaron al ajo. Recordaba que hubo tiros.

Dijeron que en el turno de noche la gente era muy solidaria: «En la noche no puedes prescindir de los compañeros. Basta que pase algo para que todos se ofrezcan a ir. Nadie aquí se escaquea». Demostraron tener un gran conocimiento

de sus compañeros. Analizaron el temperamento de cada uno y sus respuestas en caso de tensión: «Al sargento Bermúdez hay. que sujetarlo, pues enseguida se en­ciende y exclama que va a joder a esos cabrones. Llega a las manos con facilidad, ¡y eso que es católico convencido! No lleva arma, pero en menos que canta un ga­llo se le tiraría al cuello. Cuando patrullo con él voy acojonado. El de la caseta tiene mucho aguante, y soporta que le tomen el pelo los chorizos. Es un cínico, y se atre­ve a bromear con ellos. En una ocasión al verlo así, uno intentó ponerle la mano en­cima y no quieras saber cómo se puso. Estaba tan encendido que parecía real­mente una fiera. No se controlaba en absoluto. Fulano tiene mucha cabeza y hace unas intervenciones con mucha vista. Mengano está loco». Y así sucesivamente fueron describiendo las características personales de cada uno de sus compa­ñeros.

Mientras, se fue haciendo tarde y las calles se fueron volviendo más transitadas. En los locales se empezaba a ver gente. Las primeras horas de nuestro patrullaje las destinamos a hacer la ruta de bares. Con el coche los recorrimos todos, varias decenas. De cada uno de ellos sabían quién era el dueño, «si era buena persona o cabroncete», cómo había llegado a montarlo, si hacía negocio, y si era buena la clientela. Contaron que algunos propietarios habían sido puteados por sus vecinos. Alguno incluso lo habían llegado a cerrar. «Los vecinos se quejaban de que hacían ruido. Fuimos allí para medirlo. Tenían una cadena de música que daba risa; no te­nía más de 20W de potencia. En realidad lo que pasaba era que no había caído bien al vecindario y acabaron cerrándolo. Con todo, hay que admitir que tener de­bajo de casa un bar es como para volverse loco. Apenas han de dejarte dormir». Señalaron que un caso aparte era el bar de la señora Paquita. Decían que era tal la simpatía que tenían por ella el vecindario, sus clientes y hasta la policía, que así nunca se le podría hundir el negocio. Al parecer la señora Paquita es toda una ins­titución en la ciudad: «Es una viuda de unos 46 años, pero simpática como nadie. Es cariñosa y tiene un don de gentes extraordinario. Su marido se le mató en Gali­cia al caerle encima un tractor. Ella lleva el bar sola. Ha tenido follones de todo tipo, pero siempre ha salido bien».

Los dos estaban de acuerdo en que un bar lo hace el dueño, y no sólo se refe­rían a lo económico sino también a lo social, a las relaciones con el vecindario, y con la policía por el tema del horario de cierre. Pocos bares respetan los horarios; los guardias levantan actas pero no encuentran la respuesta esperada por parte del ayuntamiento. «Unos, los menos, acatan las ordenanzas y cierran, pero otros, la mayoría, le echan cara y no les pasa nada». También dijeron que la mayor parte de los bares que actualmente tienen éxito los llevan púas, gente que ha tenido que ver con la Policía. El cabo afirmaba que un bar bien montado y que lleve trabajando entre 5 o 10 años da muchos millones. Más tarde revelaría que él, como muchos agentes, había tenido negocio; dos charcuterías que le habían funcionado muy bien, y una tercera que montó con su cuñado y que cerró por ciertas desavenen­cias con él. Fruto de aquellos negocios eran dos parking que tiene alquilados, una torre y una casa en L'Hospitalet. Ahora gana 40.000 pesetas extras por ser cabo y trabajar de noche. Aseguró que hoy ya no le interesan los negocios.

Estaban contentos y celebraban que se hubiese conseguido cerrar durante la noche un pequeño comercio del tipo Drugstore que abría las 24 horas del día. Al parecer les ocasionaba innumerables problemas: «Siempre había follones; no ha­bía noche que no hubiese peleas, pintas raras y robos». Otro motivo de alegría

para el cabo fue el comprobar que el bar, con cuyo dueño había discutido ayer, es­taba hoy cerrado. Ai pasar por delante de un puto saludaron a un ¡oven. que.estaba de vigilante en la puerta: «¿Qué, cómo está todo?, ¿tranquilo? Acabamos de ver a unos skins cerca, ¡ándate con vista!-. Mientras proseguíamos nuestra ruta comen­taron: «El otro día la Policía Nacional detuvo a todos los skins que veían. Aquí detu­vieron a más de 40, pero luego los soltaron, ¡todo es pura política! Con todo, se ha de ir conlcuidado con ellos. No me gustaría que le ocasionasen problemas al cha­val. Es bueno y siempre colabora con nosotros. No quiere follones, por eso aquí a según quien no dejan entrar. No ocurre lo mismo en el Básico, donde entra todo el mundo que tiene dinero para pagarse la entrada-. Las detenciones se debían a los enfrentamientos de skins contra transeúntes el pasado 12 de octubre en Barcelona. Pensé cómo los símbolos de identidad de.estas tribus urbanas facilitan a la Policía su reconocimiento. También hablaron de los punkies.

Al pasar frente a la discoteca Básico el agente advirtió que en la gasolinera ha­bía un coche medio escondido; al acercarnos exclamó: «¡Anda, si se les ve a la le­gua!-. Eran inspectores de Policía y esperaban, de paisano, que surgiera algo. Di­jeron que los inspectores frecuentaban las discotecas. Aseguraban saberlos distinguir aunque no los conocieran. Durante la noche no dejó de sorprenderme con qué maniqueísmo trataban a los personajes de los bares.

En un momento de la noche el sargento nos localizó y se reunió con nosotros. Llegó en su Citroen AX. Nos comentó que había habido un error en relación a los horarios de cierre de bares. Al parecer, el Delegado del Área de Seguridad Ciuda­dana había firmado un documento en el que se establecía como horario de cierre las 11 de la noche. Esta norma afectaba a todos los días de la semana, y modifica­ba el actual horario. Uno de ellos dijo: «Si aquí en lugar de cerrar a las 2:30 los días laborables y a las 3:00 los sábados y vísperas de festivo se cerrara a las 23:00, se formaría una buena gorda; mucho peor de lo sucedido en Cáceres. En Cáceres los bares cierran ahora a las 3:00 y eso ha disparado las quejas de la juventud-. Mien­tras hablábamos se nos acercó una sudaca con una pinta peculiar. Nos preguntó por algún restaurante para comer. Al irse, los agentes bromearon. La comparaban con una de las protagonistas de la telenovela Cristal...

Al poco se fue el sargento; y nosotros nos encaminamos a la caseta, que así lla­man a una roulotte ambulante muy bien acondicionada en la que recogen durante las 24 horas dei día todo tipo de denuncias. Los guardias la consideran útil, y la uti­lizan en las fiestas locales para hacerse buena publicidad. Todos los vecinos han acogido bien, la idea. Allí encontramos a un guardia que decía que «la cazeta es un lugar ideal para hacer una cabezadita- y que necesitaba hacerla. Tenía dos cita­ciones para los próximos días. Contó varios casos en los que se había absuelto al acusado por la incomparecencia del guardia. En uno de los casos el guardia re­querido. por el juez lamentaba: «Creo que es la primera vez que veo que un juicio empieza a su hora. Llegué sólo unos -minutos tarde por culpa del tráfico...; y ya lo habían absuelto». En otro, el agente se explicaba así: «Plegué de aquí a las 6:00.y me fui a casa.. Cuando llegué me senté en el sofá para esperar que se hiciera la hora. Es incomprensible, pero me quedé frito. Me desperté a las 12:00 del medio­día. El juicio ya había pasado».. Dijeron que un 80% de las comparecencias en jui­cios las hacen los guardias del turno de noche. Es curioso.

Quizás fue la noche, o el frío de la calle y el calor de la roulotte lo que nos hizo hablar de la familia. Aseguraban que el trabajar de noche les apartaba un poco de

sus familias. Bromeaban con lo poco que jodían con sus mujeres: «Cuando llego a las seis ella no,está para historias; luego se levanta y yo me quedo dormido. Si ella tiene ganas yo no estoy, o quiero dormir. ¡Total, que no nos avenimos y jodo poco!». La falta de contacto con los hijos también les causa problemas. No obstan­te, parece que las satisfacciones laborales son mayores que sus problemas familia­res, pues el mismo guardia añadió: «A pesar de esto y si mi mujer no se pone bor­de creo que me jubilaré en mi. turno de noche». Entonces recordó su primera intervención: había tenido que acompañar a su casa a .un taxista "que había denun­ciado a su mujer por adúltera (entonces se consideraba delito el adulterio). Al pare­cer el taxista tenía razón, pues al llegar encontraron a un maromo acostado no sólo con la mujer sino también con la hija; Hubo insultos por parte de la mujer, y lamen­tos del taxista que insistía en que trabajaba 20 horas para tener un piso bonito y vi­vir bien «¡y ahora mira que encuentro!», exclamaba. Los guardias bromearon con que sus mujeres les debían poner cuernos: «¡Tantas noches fuera de casal». Nos despedimos y salimos nuevamente de ruta.

«De noche todos los gatos son pardos», exclamó el cabo. Refirió este viejo re­frán para expresar la desconfianza y la falta' de apoyo entre ciudadanos, actitudes éstas que favorecen y benefician a un guardia que se siente con más poder. Para clarificarme la ¡dea añadió: «De noche, cuando un guardia para a un ciudadano sabe que éste se le va a enfrentar en solitario. Pues si por la noche tú ves a un guardia con una persona, te aseguro que todo lo más te los mirarás pero rápido pasarás de largo, puesto que en esos momentos lo que menos quieres es follones. De noche la gente se siente desprotegida y desconfía». Según el cabo, estas acti­tudes son radicalmente distintas a las que se adoptan durante el día, en el que los ciudadanos se apoyan entre sí y se sienten seguros. Recordé entonces que al ini­cio de la jornada me habían dicho cuán solidarios eran los guardias en este turno. Así pensé que los guardias durante la noche se sienten doblemente fuertes, por un lado porque tienen el apoyo de sus compañeros y por otro porque los ciudadanos no se apoyan entre sí. El otro guardia aún comentó que en ciertos momentos del día un uniforme era una provocación, y en especial ante grandes aglomeraciones. Dijo que esto mismo era impensable en la noche.

Al entrar en una calle vimos una moto grande que iba circulando muy despacio. Al cabo le sorprendió que una moto de esa cilindrada llevase esa velocidad; por eso le ordenó,al agente: «¡Para; aquí hay algo raro! Esa moto va demasiado despa­cio». El cabo hizo parar al motorista y le pidió la documentación. El joven le explicó que venía de hacer deporte con sus amigos — los señaló, pues estaban cerca— y que éstos le hablan tenido que ayudar a arrancar la moto; y que ésa era la causa de que fuese tan despacio. Al mirar hacia el grupo, que estaba en la acera, vimos que en el suelo tenían sus bolsas de deporte. Le devolvió la documentación y se­guimos. Entonces el cabo comentó: «Ésta es una de esas veces en que ves que algo no encaja. Algo es anormal: una moto grande circulando con una velocidad insólita. Es como cuando ves que ponen los brazos'para indicar los giros a dere­cha o izquierda, o como cuando se comportan demasiado bien». Dijo que es preci­samente ese comportamiento anormal lo que dispara las sospechas en el guardia y le hace actuar. Le pregunté si los chorizos y lós quinquis consiguen controlar su comportamiento para evitar sospechas, y él contestó: «No, ni siquiera lo consiguen los más experimentados. Cuando alguien tiéne algo que esconder se mueve con nerviosismo o de un modo extraño. Su propio comportamiento te dice que algo no

anda bien». Por eso una de las técnicas policiales básicas es conversar con el sos­pechoso de cualquier tema.

Acudimos a un parking a requerimiento del vigilante. Uno de sus perros había detectado a un individuo. Cuando llegamos acababa de llegar otra patrulla. No obstante, bajamos con las luces del puente encendidas. El individuo estaba senta­do en el coche — uno de ésos adornados con alerones y llantas anchas— , y a su lado tenía una navaja. El cabo se acercó y le preguntó si tenía algún problema y si se había dado un pico. Contestó que lo que se inyectaba era insulina, aunque no supo precisar para qué la necesitaba. Tal vez el nerviosismo le hizo hablar. Dijo que era un pescatero, que ni causaba problemas ni los quería, y que estaba allí porque aquella noche tras discutir con su mujer había decidido coger el coche y ti­rarse a la calle. La lluvia le había hecho bajar al parking y permanecer allí. Enton­ces le pidió el cabo para qué tenía la navaja. Él le contestó que era un recuerdo de familia y que la llevaba siempre encima por si tenía que cortar alguna cosa. Convi­nieron en hacer un acta de aprehensión alegando no estar en condiciones de llevar un arma y le quitaron la navaja. Le comunicaron que si quería podía pasar a reco­gerla por Comisaría al día siguiente. El cabo pensó que en ese estado podía dañar a cualquiera, a su mujer o a él mismo. La cosa acabó así: le tomaron los datos y punto. «No se podía hacer nada más-, dijo el cabo. Se le veía algo colgado. El guardia nos confirmó que se trataba de un yonki de su barrio. Además, aseguraba el agente que su tez blanca y su aspecto escuálido lo delataban, «lo único es que éste tiene dinerillo y está algo más cuidado. Se lo puede pagar».

Mientras estábamos en el parking oímos la voz sofocada de un compañero que decía que iba tras un tío que estaba abriendo coches. Los dos agentes se pusieron en guardia; y el cabo ordenó al agente: “ Llama a Central a ver que sabe; algo pasa...». El otro pidió información a Central con la excusa de que no habían podido oír bien por la emisora puesto que continuaban en el parking. Este tipo de excusas suelen ser frecuentes; quizás lo sean para no transmitir la sensación de alarma a los compañeros que están en ese momento de servicio. Salimos del parking y el jo­ven siguió allí con la misma actitud de ensimismamiento. A los pocos segundos vol­vimos a oír por la emisora -Ja el tinc». El cabo le pidió entonces su posición y fui­mos con las luces puestas hacia el sur de la ciudad. Cuando llegamos él agente le había hecho vaciar sus bolsillos, y dejar todos sus objetos sobre el capó del coche: una jeringa sin usar, unas llaves de un Ford Fiesta y un destornillador. Uno de los guardias sugirió romperle la jeringa, pero el cabo lo impidió: «¿Para qué se la vas a romper, si luego se va a comprar otra?». A los tres les parecía extraño no haberle encontrado droga, aunque comentaron que muy probablemente ya se había chuta­do. Le preguntaron para qué llevaba un destornillador. En su delirio decía que era su arma, que »antes de que un cabrón me mate le mato yo a él». Desvariaba en su conversación con los agentes. Hubo un momento en que golpeó el coche patrulla y el cabo le reprendió. Al poco de estar allí oí que el guardia que lo había apresado le decía al cabo: «Le he dicho que lo retenemos por participar en una pelea». El cabo asintió enseguida. Poco después me explicaron que, cuando retienen a una persona, lo hacen bajo un falso pretexto. Dicen que así evitan que se pongan ner­viosos puesto que piensan que la policía es tonta, que ha habido un error y que por ello en pocos minutos los dejarán de nuevo en libertad. -De este modo están tran­quilos y nosotros podemos trabajar con más rapidez y sin problemas». Estuvieron mirando con las linternas los coches que había por allí. Encontraron un Ford Fiesta

reventado. No obstante, el cabo tomó la decisión de dejarlo: «Tomadle los datos y dárselos a Central. Lo vamos a soltar«. Aseguró que con eso no iban a sacar nada, que esas pruebas eran difíciles de sostener como cuerpo del delito ante un tri­bunal.

El cabo dijo que reconocía con facilidad cuándo un individuo estaba borracho o drogado: «Un borracho no tiene esos ojos — se refería a los del joven del parking—, ése no podía levantar los párpados... un borracho, en cambio, sí». Explicó también cómo se podia distinguir a un sidoso de un yonki. Aseguraba que ambos tenían el mismo aspecto, «son delgados, hechos polvo y con una cara demacrada y blan­ca», pero que se distinguían en que «al sidoso apenas le queda fuerza, no camina bien y está en general mucho peor que un drogata». Me sorprendieron sus comen­tarios respecto al sida. No creía que pudiera transmitirse sólo por un pinchazo, y afirmaba que sabía de médicos que después de varios años de experiencia profe­sional con sidosos sólo habían encontrado a una o dos personas que se hubiéran contagiado por una jeringa. Insistía en que únicamente hay peligro cuando la san­gre está fresca, puesto que, cuando se seca, el virus muere. Contó que ahora los drogatas y otros individuos que delinquen utilizan el miedo al sida para “xirlar" —atra­car— , y que tal es el miedo de los ciudadanos que muchas veces ni siquiera han de mostrar la jeringa. Dijo que su hijo le había explicado que algunos de sus com­pañeros de colegio se habían visto forzados por inciertas amenazas a entregarles todo lo que tenían. Esta situación le indignaba en extremo, hasta tal punto que ex­clamó: «Si a mí me amenazan con una jeringa, te aseguro que el tío se la come. ¡No me van a asustar con eso!». El agente parecía asentir.

Todavía estábamos allí cuando nos llamaron porque un guarda jurado había vis­to a un hombre tumbado en la calle. Acudimos rápido, aunque ya imaginaban que debía estar trompa. Era sábado de madrugada, y la gente ya llevaba el suficiente tiempo de marcha como para estar borracha. El cabo y el agente decían que hacía rato que esperaban actuaciones de este tipo. Les extrañaba también que no se les hubiera comunicado ya alguna nata (colisión de un vehículo contra otro o contra una cosa que no está en movimiento). La lluvia arreciaba. Llegamos y vimos atrave­sado en la acera a un hombre de unos 46 años. Primero creyeron que tal vez se había hecho daño en la cabeza, luego dijeron que no. Intentaron ponerlo en pie, pero el hombre estaba tan borracho que ni siquiera podía mantenerse en pie. A su lado tenía a un testigo de su estado, sus papas (vómito). Le preguntaron si vivía por allí cerca, y se brindaron a llevarle a casa; pero él se negó en redondo, prefería y estaba mejor al fresco. Lo levantaron y él se apoyó en un coche. Así lo dejamos. El cabo no insistió en acompañarlo; pensé que quizás temía por la tapicería del co­che, pues no era uno de esos coches con mampara y asiento de plástico. Por la emisora comunicó a Central que el señor se iba a casa por su propio pie, que vivía cerca. Al cabo de unas horas recibimos un nuevo aviso por radio. Otra patrulla lo había vuelto a encontrar tirado en el mismo sitio. El borracho decía alguna cosa acerca del cabo. El cabo les dijo a sus compañeros «vosotros mismos..., haced lo que queráis»; y dirigiéndose a nosotros comentó: «Los borrachos no están nunca tan borrachos como para no controlar nada. A veces se han quedado incluso con el número del agente».

Otra intervención consistió en una alcoholemia. Detuvimos al conductor de una furgoneta. Tenía aproximadamente unos 46 años y llevaba una larga coleta. Le acompañaban su mujer, sus dos hijas y un amigo íntimo de la familia. Regresaban

de una reunión que habían tenido con unos amigos. Habían bebido mucho. El con­ductor dio ios 2,2 gramos de alcohol por litro. La mujer tomó la voz cantante y expli­có con gran modestia y cierta humillación que ellos eran "gente de bien", que no se metían nunca en líos y que sus circunstancias económicas les impedían salir a me­nudo. Afirmaba que ese día había sido realmente una excepción, que los habían in­vitado y que habían decidido acceder. Mientras hablaba, ia mujer y las niñas llora­ban puesto que debían intuir que les venían problemas. La situación fue un tanto patética. Al cabo se le veía afectado cuando me dijo: «Ésta es una de esas situa­ciones en que te sientes un cabrón, pero ¿qué ie voy a hacer si he escogido este oficio?». El otro agente no lo estaba menos. Tal y como se habían desarrollado los hechos no podían hacer otra cosa que proseguir. El hombre llevaba a toda su fami­lia, y estuvieron a punto de darse contra un camión aparcado. La situación era complicada: no llevaba ni la documentación del vehículo, ni su permiso de condu­cir; encima no había pasado la Inspección Técnica de Vehículos (ITV). La mujer su­plicaba que no les inmovilizaran la furgoneta y exclamaba «¡Piensen que es el pan de mis hijos!». Solucionaron el problema enviando al amigo a por la documenta­ción. Vino al cabo de una hora y como entonces el grado de alcohol le había baja­do nos fuimos todos. Decían que la intervención les había dejado un mal sabor de boca: «¡Ojalá se hubieran encabronado, ojalá nos hubieran llamado cerdos, ... o que tal vez no les hubiéramos parado!», decía el cabo dando a entender que cuan­do una situación se define de esa otra manera la carga de conciencia es menor.

Les pregunté sí el parecido de sus coches con los zetas de la Policía Nacional les suponía alguna ventaja. El agente contestó que no; que lo único que creaba era confusión, y que ésta era mucho mayor desde que todos van de uniforme azul. Al parecer había sucedido algo en este sentido, aunque no lo explicó. Les pregunté entonces si no infundían más respeto. Dijeron que no, y que no creyera que se res­peta tanto a los nacionales. Insistieron entonces en que el respeto era una cosa in­dividual, que se consigue por la actitud de cada uno. Aseguraba que en el turno de mañana hay guardias que ni siquiera se atreven a poner una multa. Según ellos a los agentes del turno de noche se les respeta más, porque se saben imponer. «En definitiva todo es porque la noche curte», añadió.

Más avanzada la noche, radiaron el incendio de unos contenedores. No era el primer día que sucedía; eso les había obligado a abrir una investigación, aunque rutinaria porque según decía el agente «los contenedores son propiedad de una compañía privada y no del ayuntamiento, además están cubiertos por un seguro». Sospechaban de un trabajador recientemente despedido. La citada compañía les daba trabajo: por la noche y en según que.calles los camiones de la basura no gi­ran a causa de los coches mal estacionados.

Mientras patrullábamos, recordaban con orgullo algunos servicios, al tiempo que lamentaban la poca difusión y valor social que se da a su trabajo. Comentaron que habían leído hoy en la prensa la noticia de que los Mossos habían cerrado un local en el que se jugaba ilegalmente; y se quejaron de que no se dijese nada de su intervención en el asunto. Hacía ya tiempo que el cabo se había percatado de que junto a la persiana bajada de un local aparcaban Mercedes y BMW. Pudo comprobar cómo la gente bajaba de ellos, daba los tres golpécitos en la puerta que autorizaban su entrada, y pasaba dentro. Todo esto les llevó a abrir una inves­tigación y estuvieron un tiempo controlando e identificando a los clientes por los números de matrícula de sus vehículos. Cuando tuvieron pruebas suficientes pasa­

ron el aviso a los Mossos. De todo este largo trabajo, pues, no se mencionó nada. Les resultaba indignante.

El cabo recordó otro servicio que creía brillante. Al parecer unos señores de­nunciaron que en un cajero automático la salida de los billetes estaba bloqueada con silicona endurecida. Habían hecho ya la operación y no habían conseguido los billetes. La Guardia Urbana Jes aconsejó que reclamaran al banco. No obstante, el cabo estuvo esa noche escondido esperando averiguar algo. Entraron varios clien­tes. Metieron su tarjeta, teclearon su número y a la hora de recoger los billetes no sallan. Después de haber operado tres o cuatro personas, vio a dos jóvenes. Uno entró y el otro se quedó fuera vigilando. Rápidamente el de dentro sacó una sierra y rompió la silicona. Entonces hizo una pequeña operación que empujó los billetes retenidos. Los cogieron e hicieron diligencias.

Les pregunté cómo era posible que no consiguieran detener a los famosos gita­nos Morte y Echepares. Me contestaron que habían sido detenidos cientos de ve­ces y que cientos de veces hablan sido puestos en libertad. Al parecer el problema era que había sido siempre imposible demostrar su implicación en delitos graves.

A lo largo de la noche hablamos también de los Deltas. Los agentes considera­ban que en materia de droga era uná unidad Inadecuada. La veían, en cambio, apropiada para escoltas y para infiltrarse en maslficaciones de gente. Decían que en cuestiones organizativas estaba todo probado en la Guardia Urbana y que no había nada que inventar; por el contrario, aseguraban que había mucho que hacer en relación al material y los medios. Contaron que unos siete años atrás la Guardia Urbana estaba descentralizada por distritos, y que cada uno disponía de una total autonomía, a la vez que su ámbito de actuación era mayor puesto que se tramitaba todo. No descartaban la posibilidad de volver a aquello, puesto que esa situación la consideraban útil al ciudadano. No entendían porqué había cambiado.

El cabo me mostró su nómina: 190.000 pesetas. Dijo que su misión era la de dar apoyo a sus guardias y no la de intervenir: «Sé que tengo fama de duro y exigente, porque quiero saber en todo momento dónde están mis guardias. No lo hago sólo para controlarlos, sino porque me siento responsable de ellos».

La jornada me pareció agradable. Hoy regreso de nuevo. De hecho ya mismo, pues son ya las 21:28 horas.

Segundo ejemplo

U n m ism o cam p o p u ed e m an ifestarse en escen ario s d istin tos. E l texto que sig u e correspond e a u n d iario m ás am p lio , que trata el cam p o del sida. Los fragm en tos del diario de cam p o han sid o se lecc io n a d o s p or su a u t o r y d es­criben la re lac ión m éd ico -p ac ien te en torn o al s id a en el escen ario concreto de u na con su lta m éd ica . E l tex to está transcrito tal y com o su autor lo entre­gó 2. E stas n otas de cam p o son prod u cto de u na in vestigac ión realizada en el S ervicio de M ed icin a Interna de u n h osp ita l catalán , d onde se trata a perso­n as en ferm as de sida. Los fragm en tos del d iario que aquí se in clu yen corres­p on d en a la con su lta de m ed ic in a interna.

El au tor o sc ila entre la jerga m éd ica y la cotid iana: hab la de analgésicos (en v ez de ca lm an tes), pero u tiliza el g iro «le ha m an dad o m ed icam en tos» , en lugar d e la exp resión (m ás m éd ica) «le ha prescrito» . Por otro lado, m u ­chas de las p o sic io n es teóricas de las c ien c ia s so c ia les resp ecto a la relación m éd ico -p ac ien te , son detectad as p or q u ien ob serva sin que se describan con detalle qué con d u ctas observadas le llevan a tal co n clu sió n . C uando el autor h ab la de actitud su m isa por parte del p a c ie n te 3, no exp lica detalladam ente qué com p ortam ien tos caracterizan exactam en te la actitu d de su m isión . En a lgu n os párrafos la v is ión que tien e el in form an te (un varón m éd ico) de los p a c ien tes co n d ic io n a la p erspectiva de q u ien observa. Las n otas de cam po corresp on d en a uno de los m ú ltip les escen ario s en los que el investigador ob ­serva la realidad socia l que investiga . Para ello estab lece dos referentes: acti­tud del m éd ico y actitud del p acien te , aunqu e lu ego m ezc la las cosas, inter-^ preta e in c lu so teoriza en la s n o tas de cam po. Las n otas de cam p o son de días d istin to s y n o se p resen tan p or orden cron o lóg ico . La in terp retación y la teorización , son inevitables en la observación y en su posterior transcripción. E l texto s igu ien te en u n b u en ejem p lo de to d o ello.

1 El au to r de los textos es M áster en A ntropología de la M edicina p o r la Universität Rovira i Virgili de T arragona. En el m om ento de escrib ir este libro está redactando su tesis de doctorado sobre el sida.

! Las notas de cam po suelen se r escritas de m anera ráp ida y atropellada: con pasión, con m iedo a que se olvide algo im portan te . Las escasas m odificaciones realizadas posteriorm ente sirven p a ra solventar los problem as (gram aticales y de sentido) que ocasiona esa p rem ura al es­cribir.

1 E m plea el té rm ino "actitud sum isa" p a ra ca rac terizar una relación asim étrica respecto al conocim iento en to m o al sida.

p a c ie n te a. Vía de contagio: homosexual. Sexo y edad: varón 34 años. Estado de la enfermedad: CDA muy bajos, sarcoma de Kaposi, muy mal estado. Condición: me­dia-baja.

Actitud del médico: Este paciente acude a la consulta en condiciones preca­rias a causa de un sarcoma de Kaposi localizado en los dedos gordos de am­bos pies (uno bastante desarrollado,-el otro en inicio). El médico ío recibe con cierta preocupación ante los gestos de dolor y el sufrimiento que refleja el ros­tro del enfermo. El paciente afirma llevar unos días con fuertes dolores y.hormi­gueos en manos y las articulaciones. La reacción del médico es la de intentar encontrar inmediatamente la causa del dolor. En un momento de la consulta el paciente ha hablado del Hivid y en ese instante el médico ha saltado de la si­lla, ya que le había retirado expresamente el Hivid, y era eso lo que le estaba provocando los dolores y la neuropatía. «¿Pero cómo estás tomando el Hivid si, te dije que lo dejases rápidamente? No lo entiendo: te lo apunté y todo ¿Es que no lo has leído? Sí, te lo apunté, estoy convencido. Pues has de dejarlo in­mediatamente porque si no te continuarán los dolores e.incluso te aumentarán y eso no podemos permitirlo. No me lo puedo creer que hayas, estado sufriendo todo este tiempo inútilmente». Tras esta afirmación el médico mira las fichas y comprueba en una nota que se le había retirado el Hivid. El médico insiste en que «no se te ocurra volver a tomarlo».

A partir de este momento la preocupación del médico ha aumentado y ha pres­tado un interés inusitado en el caso. Durante la consulta del paciente anterior, cuando yo he llegado, el médico estaba hablando por teléfono con otro hospital para plantear la cuestión de la radioterapia local para este enfermo, ya que tiene las defensas muy bajas, y la quimioterapia generalizada o un tratamiento similar puede ocasionarle reacciones adversas, e incluso la muerte. El médico mira los de­dos y observa que el sarcoma esta bastante extendido (sobre todo en el pie iz- - quierdo). La madre del paciente comenta que tiene el pie derecho muy frío y que en ocasiones parece un témpano de hielo. El médico lo comprueba y explica que al tener muchos ganglios en la ingle, esto puede cortar las vías sanguíneas al pie.

El médico plantea la cuestión de la radioterapia para tratar el dolor ¡ocalmente y la respuesta del paciente es positiva (al igual que la de la familia). La preocupación del médico es evidente ante este caso y yo creo que influye decididamente la cuestión del dolor y del sufrimiento del paciente. El reconocimiento es completo y exhaustivo, y el médico escucha con atención las explicaciones del paciente y de la familia. Las indicaciones son claras y el médico insiste varias veces en que deje el Hivid. ■

En un momento de la consulta el médico comenta al paciente que esta preocu-, pado por su caso e insiste en que no puede permitir que el dolor continúe. En este contexto le dice: «No sabes bien el trabajo que me estás dando». La reacción del paciente es de extrañeza ante tal afirmación. El médico, al darse cuenta.de que lo dicho no es lo apropiado, rectifica diciendo: «Hombre no es eso; este es mi trabajo- y tengo que procurar curarte puesto que esa es mi obligación, lo que sucede es que tu caso es de los más complicados que tengo y me tengo que calentar mucho la cabeza contigo».

Seguidamente le manda un sinfín de medicamentos y algunas pruebas específi­cas para ver por qué se le bloquea la circulación en los pies. Insiste en que las

pruebas son necesarias y que lamenta tener que hacerle venir en su estado pero que es inevitable. Le manda unos analgésicos más fuertes para el dolor y vuelve a insistir por enésima vez que no se le ocurra seguir tomando el Hivid. El planteamien­to del médico es dejar bien claro que el problema no ha sido culpa suya sino una negligencia del paciente y de la familia, como buena fórmula para curarse en salud.

Actitud del paciente: El paciente acude a la consulta acompañado por sus pa-‘ dres y una hermana, que se queja nada rriás entrar de los fuertes dolores que su hermano padece estos últimos días en las articulaciones y en la zona afectada por el sarcoma (los dedos gordos de los pies). El rostro del paciente es de dolor y sufri­miento continuo. Los.familiares muestran gestos de gran preocupación. El paciente apenas puede andar y entra en silla de ruedas. Según los familiares existe una gran dificultad para hacerle todas las "tareas" propias de una persona. El paciente muestra su sorpresa cuando el médico le dice que el dolor es consecuencia de un medicamento que continua tomando y que el propio médico le había retirado hace ya más de un mes. Dice que no se ha dado cuenta. La familia es la que lleva el peso de la consulta, fundamentalmente la madre y la hermana, siendo éstas las que contestan a la mayor parte de las preguntas del médico. La madre dice que es difícil cambiarlo y hacerle determinadas cosas y pretender, al mismo tiempo, evitar­le el dolor.

Mientras la madre y la hermana lo desvisten para la revisión del médico, el padre me dice que su hijo está fatal, que los dolores son continuos, y me plan­tea la cuestión de sí no es mejor verlo morir y que descanse en paz. El padre afirma que todo es doloroso: para él y para la fam ilia, que hay que hacerle todo y que es incapaz de valerse por sí mismo para cualquier tontería. Es la madre quien alerta al médico sobre la defectuosa circulación de la sangre en los pies, y le dice que a menudo los tiene helados. El paciente interviene poco y ja verdad es que la atención del médico está más dirigida a las palabras de los familiares que a las del paciente (algo frecuente cuando los enfermos están en una fase avanzada de la enfermedad). La hermana es quien asume el rol de portavoz de la familia en la relación con el médico: cuando se plantea la cues­tión del error en la administración del medicamento, ella alega que eso es por­que ella no pudo venir ese día, que de haber ido no habría habido ningún pro­blema en ese sentido.

La familia plantea las dificultades que implica la ayuda al enfermo, ya que tanto la madre como la hija trabajan, y ambas tienen turno de tarde (con el fin de poder acudir con el enfermo a las consultas y a la realización de las analíticas). El padre, que está jubilado, afirma que la enfermedad ha llegado a una situación en la que una persona sola no puede hacerse cargo del enfermo. Respecto a la cuestión de la radioterapia, no ponen ninguna pega, pero se hace evidente la preocupación por iniciar sesiones que tienen una asociación clara con algo muy nocivo. Cuando el médico lo plantea, los rostros de los familiares (más que el del propio paciente) cambian radicalmente y la preocupación es obvia. El paciente .tampoco pone in­conveniente alguno. Al parecer su único objetivo en este momento es el de calmar los dolores de la forma que sea.

La realidad del dolor planea durante todo el tiempo que dura la consulta. Más que una mejoría (difícil por otra parte) lo que aquí se está poniendo sobre la mesa por parte del médico, de la familia, y del paciente: es evitar el dolor, los dolores, de la forma que fuera posible.

p a c ie n te B. Vía de contagio: homosexual. Sexo y edad: varón de 35 años. Estado de la enfermedad: buen estado aparente, CD4 90.. Condición: media-alta.

Actitud del médico: El paciente acude a la consulta aquejado de sarcoma de Kaposi generalizado por el rostro, hasta ahora tratado con hidrógeno líquido en la consulta de dermatología del hospital. El paciente acude a la consulta el día de hoy procedente de dermatología, y relata al médico lo que allí ha sucedido. La doctora le espera para darle una sesión de hidrógeno en la cara, y el paciente se niega ale­gando que tiene que acudir a la consulta de medicina interna y quiere antes hablar con el médico que le trata la enfermedad. La actitud del médico es complaciente en este sentido ya que supone una respuesta positiva y una confianza depositada en su persona. El médico plantea que es muy conveniente lo que ha hecho, puesto que la extensión del sarcoma va en progresión y ya no parece conveniente conti­nuar tratando el sarcoma a nivel local, puesto que «lo que va a suceder es que con lo extendido que lo tienes te habría de quemar toda la cara». El médico se muestra partidario de seguir un tratamiento general que le permita abordar el problema en conjunto, a pesar de lo cual señala la conveniencia de hablar con la dermatóloga y discutir esta cuestión de forma conjunta. Para ello dirige un informe con su opinión a la doctora donde expresa la conveniencia de iniciar el tratamiento generalizado lo más rápidamente posible. En este sentido le plantea al paciente las consecuencias inmediatas de un tratamiento de este tipo ya que lleva implícitos una serie de efec­tos secundarios de carácter local.

El médico aborda la consulta en un contexto de superioridad respecto al saber, ya que el paciente parece bien informado sobre algunas de las cuestiones que se tratan en la consulta. Esto hace que el médico corte bruscamente la conversación o que limite la acción verbal del paciente desoyendo sus comentarios y hablando de cuestiones muy dispares. Es un proceso de superioridad técnica que implica una tendencia unidireccional en la propia consulta. Por lo demás, el contacto es normal en una línea de actuación propia de las consultas donde no se introducen elementos destacables.

Actitud del paciente: el paciente acude a la consulta procedente de la consulta de dermatología donde le tratan un sarcoma de Kaposi aplicando hidrógeno líquido. La ' extensión del sarcoma motiva que en la sesión del día de hoy el paciente proponga a la doctora dejar de aplicar el hidrógeno líquido hasta comentar con su médico de consultas externas las posibles consecuencias de tratar localmente el sarcoma. El paciente parece bien informado sobre su enfermedad, y su actitud (al margen de ser muy correcto en cuanto al trato con el médico) está caracterizada por lo que vengo considerando sumisión en la consulta: un encuentro sumiso en el que el paciente no pone impedimentos a las consignas del médico respecto del tratamiento indicado. El paciente va a la entrevista dispuesto a oír todo aquello que el médico le plantea: tanto respecto a los efectos secundarios del tratamiento generalizado, como en relación a las nuevas indicaciones que el médico considera oportunas.

El paciente señala que el sarcoma se le extiende más, pese a que las lesiones pierden algo de "virulencia" respecto a la anterior visita. Por lo demás no hay nin­gún aspecto relevante a considerar de manera especial.

p a c ie n te c. Vía de contagio: homosexual ex-ADVP. Sexo y edad: varón de 31 años. Estado de la enfermedad: buena apariencia, CD4 400. Condición: media.

Actitud del médico: Esta situación es poco usual en las consultas de este servicio. La condición de homosexual del paciente está caracterizada por su amaneramiento extremo. Para el médico: «Este es el maricón que todos nos imaginamos cuando ha­blamos de ellos». La actitud del médico presenta algunos matices respecto al trata­miento con otros homosexuales. Las diferencias en el trato no son claramente per­ceptibles, pero existen y pueden observarse en la conducta del médico a lo largo de la consulta e incluso una vez terminada. El paciente, desde la primera visita, se niega al tratamiento (en realidad es la segunda visita al hospital) y aún continúa haciéndolo. El médico señala la conveniencia de iniciar el tratamiento en la actualidad, ya que su estado y el nivel de CD4 así lo aconsejan; pero el paciente continúa en sus "trece". El médico es claro y no insiste demasiado al comprobar la negativa del paciente. Res­ponde al paciente en estos términos: «Te aseguro que tu vida no se va a alargar por el hecho de tomar el medicamento, pero lo que sí pretendemos al dar los medica­mentos es que el paciente obtenga una mejor calidad de vida. ¿A qué me refiero cuando hablo de calidad de vida? Simplemente a que tu estado vaya a ser mejor du­rante el período de supervivencia: vas a tener menor cantidad de infecciones oportu­nistas y por tanto menos ingresos en el hospital. Pero yo no quiero influir en tus deci­siones ni mucho menos forzarte a nada que tú no quieras, simplemente como médico te lo aconsejo y si yo estuviera en tu situación lo h'aria así».

Ante la negativa del paciente, el médico le dice, que puede incluirlo en un estu­dio que están llevando a cabo y que aunque no quiera tomar ningún tipo de medi­cación, al estar en la investigación, pueden llevarle un seguimiento continuado. La respuesta del paciente es positiva y el médico le dice que hay que extraerle sangre para hacerle análisis e incluirlo en el estudio.

El paciente, con titubeos, pregunta al médico sobre sus relaciones sexuales: quiere saber si pasa algo si le cae semen de otro varón en alguna herida ó poro “abierto" del cuerpo. La respuesta del médico es tópica, puesto que se refiere a la necesidad de tomar medidas normales teniendo en cuenta su seropositividad y con el objetivo de prevenir una posible infección a un compañero sexual.

De todas formas el médico le dice que no hay nada seguro al respecto, que exis­ten muchos trabajos, pero que ninguno puede asegurar a ciencia cierta si el semen sobre el cuerpo implica mayor riesgo de contagio. Lo cierto es que estas respuestas son estereotipadas ante (probablemente) el desconocimiento del médico al respec­to. Como principal medida preventiva el médico recomienda al paciente que extre­me las medidas y que intente evitar el contacto con semen de un compañero conta­minado. El- paciente pregunta al médico en torno a la posibilidad de encontrar alguna vacuna definitiva para, la enfermedad, a lo que el médico responde que no hay todavía nada eficaz: que hay una serie de medicamentos experimentales proba­dos con pacientes voluntarios, pero no hay nada aún con resultados positivos.

A raíz de la conversación sobre los fármacos experimentales, surge de nuevo la cuestión de la negativa del paciente a tomar medicación. El médico señala: «Fíjate, tú no quieres tomar ningún tipo de medicación y en cambio existe gente que está apun­tada, incluso en listas de espera, para poder entrar en tratamientos experimentales. Solo hay tres medicamentos autorizados en la actualidad para tratar el virus, pero existen una serie de medicamentos que están en experimentación y que se denomi­

nan de tratamiento compasivo, para experimentar en seres humanos/que es la única manera fiable de conocer la efectividad de estos medicamentos en laboratorio” . Por lo demás la consulta presenta las características más usuales de los encuentros en el. hospital. Cuando sale el paciente, el médico me comenta que: «Menudo elemento; como si hiciera falta que me diga que es homosexual y que mantiene relaciones con otros hombres; vamos y no se le nota a leguas que es un mariconazo».

Hay otro elemento significativo relacionado con una petición del paciente de un certificado de los CD4, puesto que la próxima semana tiene un juicio por agredir a un policía y esto puede (según él) ser un atenuante para no ingresar en la cárcel. El módico le indica que con el nivel de CD4 que tiene, no le va a servir de mucho el certificado, pero que él no tenía ningún Inconveniente en hacerlo.

Al salir el paciente, el médico me indica qué no puede imaginar a este individuo pegándole de tortas a un policía y que seguro que recibió el doble de las que dio. Yo le comento que algunos homosexuales son por norma bastante agresivos y él me contesta: «¿Seguro que este también?” , en clara alusión a su amaneramiento.

Actitud del paciente: La actitud del paciente viene marcada por su forma de comportarse y de expresar su enfermedad. Hablo con el paciente antes de que venga el médico, y me comenta que cuando se enteró de que era seropositivo lo pasó realmente mal. Me dice que él se niega a recibir tratamiento porque no hay. resultados que confirmen que realmente son efectivos, y que sólo por las contrain­dicaciones ya es suficiente para decir que no: «Sólo leyendo las indicaciones de los medicamentos uno sabe que no son buenos y además con lo que se oye en la tele menos todavía. A lo mejor son historias que yo me monto con la influencia de la televisión y lo que en ella oyes, pero es muy fuerte y yo particularmente no estoy dispuesto-. La verdad es que parece una persona muy delicada, y afronta algunos momentos de la consulta con cierta desesperación. El último índice de CD4 de la entrevista anterior es de 420 y en esta es de 400; en realidad la diferencia a efectos del desarrollo de la enfermedad no es significativa, pero él lo ha tomado muy mal echándose las manos a la cabeza y con las lágrimas en los ojos mostrando un cier­to gesto de desesperación. A pesar de todo sigue seguro en su decisión de no to­mar tratamiento. Con todo, ha existido un instante de duda cuando el médico ha di­cho por teléfono a otro paciente que debía ingresar rápidamente.

Esto ha pasado justo cuando el médico comenta que el tratamiento proporciona una,mejor calidad de vida, y que eso se traduée en menos internamientos en el hospital. Esto le ha hecho dudar un instante, pero ha sido sólo un “asomo'' de duda. Cuando el médico le dice que él no quiere influir en sus decisiones, el pa­ciente ha saltado rápidamente diciendo que en sus decisiones no influye nadie, y que tiene muy clara su opinión al respecto. El momento de mayor preocupación por parte del paciente aparece cuando el médico indica que el índice de CD4 ha disminuido en 20.

Es curioso, pero el médico plantea constantemente que los CD4 no.son el indi­cativo más significativo para evaluar el estado de la infección o enfermedad, pero en cambio suele comentar este índice a los pacientes como una constante, dándo­le una importancia que, tal vez en encuentros posteriores y ante la bajada de dicho índice, intenta restar.

Por lo demás el paciente está de acuerdo, en participar en el estudio que lleva a cabo el médico y accede a extraerse sangre alli mismo para empezar la inclusión inmediata en dicho estudio. La extracción por parte de la enfermera es todo un es­

pectáculo: con gestos y gritos de dolor bastante “amanerados'', y con expresiones propias de una mujer. Todo ello ha motivado en el médico (¿y por qué no decirlo?: también en mí) varias carcajadas aprovechando que el paciente estaba de espal­das a nosotros.

p a c ie n te D. Sexo y edad: varón de 22 años. Via de contagio: trasfusión. Estado de la enfermedad: Muy mal (varias complicaciones serias) CD4 0. Condición: media.

Actitud del médico', este es el primer paciente hemofílico que acude a la consul­ta desde que estoy en el hospital de día. Es un chico de 22 años que viene con sus padres en unas condiciones malas. Para el médico es un caso complicado, y man­tiene (clarísimamente) una actitud distinta respecto a otros pacientes. Parece ser que el nivel de exigencias que plantea el paciente y su familia responden a un sen­timiento de derecho hacia el médico y hacia la medicina. El médico me dice que al principio su actitud era violenta: al enterarse de que había sido contagiado por una trasfusión. Al principio de las visitas las relaciones fueron muy difíciles. «Ahora pa­recen haberlo asumido, sobre todo desde que les dieron la indemnización que en­tregan a todos los pacientes hemofílicos que es de 10 millones de pesetas, y algo más que habrán sacado: ya que la asociación de hemofílicos se encarga de que reciban más dinero del Estado. Es un caso complejo y al principio tenías que ver cómo llegaban al hospital, en algunas ocasiones era muy difícil tratarle o simple­mente pasarle consulta. Ahora con esto del dinero se han tranquilizado, además han tenido que asumir la enfermedad».

Todos estos elementos influyen de forma determinante en la actitud del médico: mucho más abierta que con otros pacientes y con una atención especial hacia el enfermo y su familia. Por otro lado, se da la circunstancia de que al ser hemofílico, el paciente es muy conocido en el hospital y mantiene relaciones con otros médi­cos (entre los que se encuentra Vando que lo sigue juntamente con Itamar). Esta especial atención pone de manifiesto que existe un criterio de culpabilidad en el contagio de la enfermedad.

Por otra parte, el paciente está siendo tratado en Barcelona por el Dr. Silquin, toda una eminencia en la cuestión del sida que trabaja también en el ámbito priva­do. Ello condiciona la actitud del médico, ya que la perspectiva compartida en el tratamiento y los diagnósticos impone un ritmo y unas condiciones específicas. En este sentido, como ejemplo, el paciente se ha presentado (dos días después de la última visita) alegando problemas con el tratamiento. El médico de Barcelona le ha mandado medicamentos para la profilaxis y algún antiretroviral suave. Este trata­miento fue aumentado por el médico del hospital que, además, le añadió AZT. El caso es que el paciente plantea la necesidad de reducir este tratamiento ya que le parecen muchas pastillas. Pero además hay un condicionante añadido, y es que al leer el prospecto del Retrovir, el paciente se sorprende por los efectos secunda­rios, y llega incluso a plantearse la posibilidad de padecer un cáncer al leer que el tratamiento de AZT esta recomendado para el cáncer de mama.

La cuestión de los efectos secundarios del AZT es planteada con frecuencia por los pacientes, que al leer el prospecto se asustan. El discurso del médico al res­pecto se resume en las explicaciones que hace a este paciente: «Mira, cuando uno tiene una enfermedad de éstas la única forma de tratarla es mediante medicamen­tos fuertes y agresivos que tengan efectividad ante el virus. Si tu tienes un resfriado

o un dolor de cabeza te tomas algo que vaya bien para eso, y yo no te mando A2T; pero en cambio, para tratar a un virus agresivo la única forma de hacerlo es me­diante un medicamento agresivo. Si tu me dices que has leído que produce anemia y otros efectos secundarios, pues para eso están los controles periódicos a través de analíticas, para ver si esos efectos secundarios han aparecido en algún momen­to o para suprimir el tratamiento si vemos que no hay tolerancia. Además si usted (refiriéndose a la madre) tiene un fuerte dolor de cabeza, ¿qué hace?, va coge una aspirina y se la toma, entonces no tiene en cuenta los efectos secundarios que tie­ne la misma aspirina: que le puede producir úlcera de estómago y un sinfín de co­sas que usted olvida, por que lo que desea es que se le quite ese maldito dolor de cabeza. Con esto pasa igual, existe una necesidad de curar un virus, que no se ol­vide que es mortal, y no hay que hacer tanto caso a los prospectos porque para eso estamos nosotros aquí».

El paciente quiere reducir el tratamiento, y el médico está dispuesto a ello, pero ha de evaluar el estado del paciente, y sobre todo el tratamiento impuesto por el otro médico. La solución es enviar una carta por medio del paciente al tal Dr.Sil- quin, en la que expone su opinión y las demandas del paciente con la finalidad de que el otro médico exprese también su parecer e intentar llegar a un acuerdo entre ambos. Este tipo de inconvenientes no suelen presentarse ya que es el propio mé­dico el que toma absolutamente todas las iniciativas en cuanto al tratamiento, de­jando para los médicos de cabecera de los pacientes asuntos de carácter menor.

Existen también una serie de aspectos de carácter legal y jurídico que acompa­ñan el tratamiento de estos pacientes que el médico no puede obviar y también existen unas disposiciones de carácter moral y ético que introducen en el contexto del paciente hemofílico variantes en el tratamiento. A los ojos de la gente (y del pro­pio médico) no es lo mismo tratar a un paciente infectado por su adicción a las dro­gas o por medio de contactos homosexuales que tratar a un paciente hemofílico infectado por un accidente médico. Es interesante, en este sentido, evaluar las dis­posiciones de carácter político y jurídico al respecto, e incluso el convencimiento del paciente a manejar una serie de derechos frente al médico.

Los síntomas físicos que ha de tratar el médico son numerosos y requieren un esfuerzo adicional con respecto a lo señalado más atrás. El sida le fue declarado en 1993 a raíz de una neumocistis carinii, aunque es portador desde 1988; ade­más, en los últimos meses ha estado ingresado en el servicio de medicina interna, con un proceso hepático grave. En la actualidad presenta candidiasis oral y esofá­gica, y el virus le afecta ya el sistema nervioso central, y le provoca lo que presenta síntomas de demencia: pérdida de memoria y dificultad para hablar. Es por ello, por lo que el médico se resiste a retirar el AZT, único medicamento conocido (se­gún él) para actuar contra el virus en el sistema nervioso central. Otro hecho adicio­nal se refiere a los graves problemas psico-anímicos por los que atraviesa el pa­ciente y a los que su madre (e incluso él mismo) piden respuesta al médico. Creo apreciar una cierta incomodidad del médico ante este paciente. El caso es que apenas se ha abordado esta vertiente psicológica y la actitud del médico se ha li­mitado a un simple: «bueno, hay que animarse y salir algo a que te dé el fresco». Por lo demás, el encuentro ha sido rutinario (exploración, preguntas sobre su esta­do, síntomas nuevos).

Actitud del paciente: aquí también hay que tener en cuenta una serie de consi­deraciones que no pueden pasar desapercibidas en el análisis y que tienen una

gran importancia. Por un iado, la mayor parte de los datos respecto al paciente se especifican en el apartado anterior, pero quedan una serie de puntos a destacar. El chico está atravesando un momento especialmente duro en cuanto a su estado anímico y respecto a su enfermedad. Está próximo a la depresión, y permanece en casa sin salir, a no ser que sus padres le obliguen. La aparición de nuevos efectos derivados de la medicación y de su propio estado (caída del cabello, perdida de apetito y de peso, cándidas orales y esofágicas que le molestan constantemente) ha aumentado su desazón.

El paciente muestra buena disposición al tratamiento, pero pide que se le retire algún medicamento: se refiere al AZT, ya que al leer el prospecto ha quedado im­presionado por las contraindicaciones y los efectos secundarios. Todo ello se plan­tea con un cierto nivel de exigencia difícilmente observable en otros pacientes, y que además aumenta por la presión y por la presencia de los padres.

La madre intenta razonar algunas de las causas que motivan a estas peticiones: «Es que, doctor, antes cuando no tomaba eso pesaba cincuenta kilos, y desde que lo está tomando ha perdido otra vez peso; además al pobre se le cae el pelo que es una barbaridad, y cuando se ducha y lo ve se pone para que le de algo«.

El virus ha creado resistencia a la profilaxis para evitar cándidas por lo que se le ha suministrado un nuevo medicamento que ha caído como una bomba. Alegan que el médico privado que los trata en Barcelona únicamente les manda cuatro medicamentos y que aquí se los han incrementado (la enfermedad también se ha complicado).

La actitud ante el médico es de una cierta exigencia respecto al tratamiento adecuado; como queriendo decir: «Yo no tengo la culpa de estar con esta enfer­medad». Además hay latente una cierta actitud de desesperación por parte de to­dos los miembros de la familia. Creo que en cierta forma existe una presión eviden­te hacia ei médico, no en términos conscientes si no más bien en el nivel de la inconsciencia; presión que parece reforzarse con otra actitud de obligación por parte del médico que no existe de forma tan evidente respecto a otros pacientes. El paciente se maneja bien por todo el hospital y conoce a muchas personas, lo que incrementa esta presión sobre el médico, ya que el paciente sabe que hay mucha gente que lo apoya y que se preocupa de él.

Están afiliados a una asociación de hemofílicos que les proporciona cobertura legal y asesoramiento en determinados aspectos médicos; esto contribuye a ejer­cer un derecho del que carecen otros pacientes y que les da una cierta ventaja.

p a c ie n te E. Sexo y edad: varón de 29 años. Vía de contagio: Ex-ADVP. Estado de la enfermedad.: buen estado aparente, CD4 360.Condición: media.

Actitud del médico: Es un varón que acude a la consulta con su padre. El médi­co me advierte previamente de que el paciente se niega a tomar AZT o cualquier otro tipo de fármaco retroviral. Para el médico se trata de esa clase de gente que cuesta mucho trabajo hacer entrar en razón, pero por los que tampoco merece lá pena tomarse mucho interés, ya que van a actuar a su manera de todas formas. Al empezar la consulta el paciente pregunta por su índice de C04 (ya que considera que es un indicador preciso para evaluar su enfermedad). El médico comenta los resultados y pregunta si sigue contrario a tomar AZT, ya que éste es en un momen­to idóneo para empezar y regular así el nivel de CD4. El médico señala que los

CD4 no son el indicador mas fiable (si bien él lo maneja constantemente y le da una importancia primordial para evaluar los casos). El médico señala que hay otros indicadores como las transaminasas y el nivel de glóbulos en. la sangre, que tam­bién ayudan en el diagnóstico..

El paciente afirma que no quiere tomar AZT porque sólo de leed el prospecto ya le da pánico, pues es un medicamento fuerte que no quiere consumir, y añade que desea tan sólo profilaxis. Cuando el médico escucha que el medicamento es una salvajada, que es muy fuerte, y con muchos efectos secundarios, salta de la silla y se comporta de una forma infrecuente en él: «Ten en cuenta que estamos delante de un virus que mata, tú tienes un virus que te va a matar. No se trata de un simple catarro que lo tratas con cualquier medicamento suave y ya está. Esto es algo más serio, una enfermedad de las más agresivas y que por lo tanto requiere un trata­miento agresivo. Pero lo que más me molesta es que os dejáis influir por la gente y cuando os dice que si el AZT esto y que si el AZT lo otro ya os quedáis cpn eso y no miráis más allá. La gente no tiene ni idea, el que sabe soy yo: no tú ni la gente con la que hablas; te fías de lo que te dice alguien que no tiene ni idea. El médico soy yo y se más que tú y que todos ¡untos. Yo he estudiado, yo leo artículos y co­nozco este virus a la perfección, así que no me vengas con rollos de sí efectos se­cundarios porque te puedo asegurar que lo único efectivo para controlar el nivel de contaminación de la sangre es esto». . .

La consulta transcurre en este tono, incluso cuando el paciente intenta explicar que lo que dice del AZT no se lo ha dicho nadie, sino que él lo ha leído.

Se habla del hermano del paciente (fallecido de sida hace poco y que sí toma­ba AZT). El médico dice que la muerte del hermano tiene que ver con el grado de la enfermedad cuándo llegó al hospital: «Tu hermano estaba hecho polvo cuando vino aquí y por mucho AZT o cualquier otro tratamiento que le diéramos él no iba a mejorar por que estaba fatal». Pese a la negativa del paciente, y ya algo más rela­jado, el médico insiste en que es muy conveniente tomar algún medicamento pues­to que se encuentra en el momento ideal para iniciar un tratamiento de estas carac­terísticas.

El médico ha visto que, poco a poco, la opinión del paciente y su negativa se. flexibilizan, por eso repite varias veces la cuestión de la conveniencia de tomar el medicamento. La actitud del médico es reforzada por la complicidad del padre del paciente (presente en la .consulta) que le dice a su hijo: «El doctor quiere tu bien y no matarte, por que si no ¿para qué iba a estar aquí? Hazle caso que yo creo que es lo mejor: por probar no va a suceder nada, y si ves que el medicamento no te hace bien lo dejas y ya está». El médico deja de insistir pero le plantea que lo pien­se detenidamente y que se lo confirme en la próxima visita.

El paciente pierde algo de confianza en lo que piensa y su actitud cambia (so­bre todo al ver cómo se ha puesto el médico cuando le ha dicho lo del AZT). Al margen de tos comentarios sobre el saber y sobre quién está capacitado para ha­blar sobre el tema (que son para echarle de comer aparte), la consulta ha termina­do con un gesto de cierta complacencia por parte del médico al ver que ha creado una cierta duda en el paciente; logro que a buen seguro se verá confirmado en la próxima vista.

Actitud del paciente: hay que señalar que el paciente ha mantenido una actitud una tanto ambigua; es decir: por un lado espera el diagnóstico del médico, mues­tra un gran interés por conocer sus CD4, y escucha atentamente las indicaciones

del médico hasta que se plantea la cuestión del tratamiento; entonces su actitud varía y se niega a tomar medicamentos retrovirales. Especifica que ése es su punto de vista y no e l de otros (como pretende el médico). Su negativa es firme y pone el ejemplo de su hermano fallecido de sida y que tomaba AZT. Alega que no está de­mostrado que el tratamiento sea efectivo. Sin embargo, basta un poco de insisten­cia por parte del médico y un mediano susto, para cambiar relativamente su acti­tud. Tras ver cómo se ha puesto el médico con él y escuchar sus razonamientos, acepta pensarlo otra vez: algo que ni el propio médico se podía imaginar. Creo que la presión del padre no es decisiva en el cambio de actitud del paciente, y que el comentario del padre más bien ha satisfecho el ego del médico al ver cómo el hombre le daba toda la razón. En este momento el paciente pregunta de qué forma­se administra el medicamento y qué cantidad de pastillas hay que tomar; pregunta que puede Interpretarse como un cambio de opinión. Lo cierto es que el médico le ha sembrado dudas y parece que va a ceder.

p a c ie n te f y G. Sexo y edad: varón de .33 años y mujer de 36 años. Via de contagio: pareja, ADVP activos ambos. Estado de la enfermedad: él CD4 259, ella CD4 250; ambos presentan complicaciones psiquiátricas. Condición: él alta, ella media-baja

Actitud del médico: este caso es de lo más representativo visto por ahora. El médico me dice que: «Estos que vienen ahora son de lo más curioso, ya lo verás. Son una pareja que recibe tratamiento psiquiátrico y ambos son muy peculiares. Ella es un auténtico desastre, en cambio él parece muy buen chico: aunque lo veas como un zombi y con la mirada perdida es bastante correcto y además viene de una buena familia. Ella, por el contrario, es lo más desastre que me ha pasado por la consulta: no se acuerda de las cosas, me pierde los papeles que le doy y siem­pre viene igual. No se qué hacen juntos porque él es bastante correcto y ella todo lo contrario; él habla con una lucidez que contrasta, ya verás, con la imagen que tiene; es bastante culto y se expresa bien a pesar de parecer estar siempre colga­do. Ella dice que son novios, que él es su novio, pero la verdad es que es una rela­ción de lo más rara. Están tratándose aquí en el hospital con el psiquiatra, y son de lo más curioso, ya lo verás».

Lo cierto es que con estos antecedentes no se qué esperar, ni se cómo valorar las palabras del médico respecto, a ella: hay una clara predisposición contraria. Cuando entran, puedo apreciar algunos de los elementos señalados por él médico. Ella tiene tres años más que él, aunque parece bastante mayor a primera vista: tie­ne todas las características de una ADVP por su forma de mirar, de comportarse y de actuar en general.

Él parece perdido, como en otro lugar, y sigue las palabras dél médico con la mirada en otra parte. El médico inicia el procedimiento habitual con las preguntas de rigor que es ella quien responde. La actitud del doctor cambia a. medida que ella habla, porque sus palabras adquieren un cierto tono de estupidez conforme las pronuncia. La cara del médico cambia y finalmente se dirige al chico. A ella le lla­ma a la atención un par de veces para decirle que es un desastre y que no puede confiar en ella. Pese a que el médico se dirige al varón, la mujer interrumpe cons­tantemente con comentarios fuera de lugar.

El médico le dice a la mujer: «No puedes seguir así, tienes que poner un poco de atención en lo que te digo por que eres un desastre y no me puedo fiar de ti.

Creo que él es mucho mas responsable que tú, y le voy a dar los papeles a él por­que seguro que si te los entrego a ti los pierdes o te los dejas en cualquier lugar. Tenéis que venir siempre y si lo hacéis, yo creo que es por que él te hace venir y estar puntual en la consulta». Una de las formas que usa el medico para capear el temporal es seguir en alguna ocasión el juego, y hacer bromas con lo que la chica dice, porque si no lo hace así yo creo que le salta al cuello. En cambio, respecto al varón, la actitud del médico es más serena, y el tono de su voz (e incluso los co­mentarios) son distintos respecto a ella. Esto es interesante por que se puede ver en una misma visita, dos actitudes distintas hacia los pacientes. Ambas actitudes están mediatizadas por una serle de elementos.como la seriedad, la condición so­cial e incluso el nivel cultural. No creo que exista un intento de adaptación a cir­cunstancias como éstas por parte del médico. Pienso que ante gente con proble­mas o deficiencias culturales, la actitud del médico es más impersonal y distante.

El médico me avisa también de que los pacientes se niegan a tomar AZT y que esto puede ser culpa de ella: un claro ejemplo de cómo se atribuyen hechos con­cretos a las personas a partir del empleo de estereotipos. Esto último es algo fre­cuente (casi constante) y cuadra bien con mi ¡dea de que la relación médico-pa­ciente esta condicionada tanto por la actividad técnica desarrollada, como por elementos culturales y sociales que el propio médico ha interiorizado.

Actitud del paciente: las actitudes de los dos pacientes ya se ha visto en el apartado anterior. Ella muestra una actitud activa y participa en el diálogo con el médico; lo que sucede es que sus intervenciones no ayudan a mantener una rela­ción regular. Interviene constantemente haciendo gala y potenciando los elementos negativos que el propio médico le recrimina, pero lo hace en un tono de gracia que no tiene en cuenta que lo que provoca es una alteración en el médico. Ella insiste en sus gracias y apenas deja contestar al varón interrumpiendo constantemente sus comentarios (ya de por sí bastante escasos). La mujer parece no presentar muestras de preocupación respecto' a la enfermedad: a veces todo lo contrario. Ella asegura que se preocupa del tratamiento por los dos. El médico se niega a creerla, pero ella insiste y se atribuye un papel de »madre y esposa» respecto a su compañero.

El varón parece perdido: como ido de este mundo y de cualquier otro. Aparenta estar bajo los efectos de algún sedante o de algún medicamento de carácter psi­quiátrico. Apenas interviene y se limita a seguir la'conversación sonriendo en algu­na ocasión: únicamente responde a las preguntas directas del médico y, si alguna vez intenta hacerlo de otra forma, es interrumpido por ella. El varón dice ser res­ponsable y sentirse ahora bastante mejor (a partir de iniciar tratamiento psiquiátrico en el hospital). Ambos son asintomáticos y no refieren ningún tipo de molestias. Pa­recen bastante compenetrados pero no es fácil hacer un juicio al respecto ya que su estado mental impide una valoración que pueda ajustarse a la realidad.

Tercer ejemplo

El texto que sigu e fue escrito en 1985 (a in stan c ia s del an trop ó logo Josep M. COMELLES) p or un estu d ian te de ú ltim o cu rso de A ntrop olog ía S ocia l de la U n iversid ad de B arce lon a . E l o r ig in a l está en ca ta lá n , y se ha p rocurado m a n ten er el sen tid o y el ton o de lo- escrito . N o es u n texto íntegro: el autor del d iario ha se lecc io n a d o los fragm en tos que ha creído op ortu n os y los ha ord en ad o cro n o ló g ic a m e n te 1. P ese al orden cron o lóg ico , es v is ib le u n a cierta d eso r ien ta c ió n tem p oral por parte del etn ógrafo . L os acon tec im ien to s que narra, au n q u e n o lo esp ecifica , su ced en -el v iernes, sáb ad o y d om in go previos al Lunes de Pentecostés (in clu sive). La exp licac ión de la d esorien tación tem ­poral está en la fiesta m ism a: beber, com er, dorm ir a veces, v isitar a la V ir­gen con frecuencia .

La estructura del tex to es la de u n d iario de viajes, pero tam b ién puede leerse en clave de rito in ic iá tico (la m ayoría de lo s viajes lo son ). P ese a que se le encarga viajar com o etnógrafo , el estu d ian te ca ta lán que llega al R ocío lo hace co m o turista , pero acaba in tegrad o en la fiesta co m o d evoto de la V irgen del R ocío . El autor, hoy en d ía p ro fesor de A ntropolog ía S ocia l, con ti­nua a sistien d o (cuando puede) al R ocío , y afirm a haber escrito el texto m ien ­tras se desarrollaban lo s a con tec im ien tos: en un tren y cuan d o reposab a de la fiesta rociera en u na tien d a de cam p añ a . E n el p ro ceso de observación participan te hay a lgu nos an trop ó logos que actúan de in form an tes exp lican ­do el sen tid o de los ritos y acon sejan d o los com p ortam ien tos soc ia les ade­cu ad os para cada ocasión . B u en a parte de la lectura que el observador hace de los a co n tec im ien to s está co n d ic io n a d a p or esa in flu en c ia previa.

Hace ya más de dos semanas que está todo preparado: nos vamos al Rocío. Este es mi primer Rocío y espero que no sea el último. SI tal y como dicen mis amigos el Rocío engancha, y oyendo lo bien que ellos dicen pasarlo allá abajo, pues espero repetir. Hemos tomado un tren por la noche. Es un tren lleno de militares y emigran­tes andaluces que van de visita al pueblo. Los soldados borrachos, claro. Y fuman-

1 El diario de cam po corresponde a la Romería clet Rocío. E s la m ás concurrida de las fiestas religiosas andaluzas, hasta el pun to que ser rodero se está convirtiendo en un m odo de ser anda­luz. Sobre la Romería del Rocío puede verse C om elles (1991) y B u rg o s (1972).

do porros. Me pregunto por qué yo no fumaba porros el año pasado cuando esta­ba sirviendo a la patria. Quizá es cuestión de alergia: la última vez que pegué un par de caladas me mareé muchísimo.. Hay bastantes personas con medallas de la Virgen del Rocío. Parece ser que

todos los rocierps las llevan: es una forma de reconocerse entre sí. En el tren can­tan sevillanas hasta bien entrada la madrugada. Por lo visto son unas sevillanas es­pecíficas llamadas "nocieras". Pero claro, he olvidado las pilas y no puedo grabar. Jamás seré un buen antropólogo. Lo de las sevillanas ha tenido su gracia al princi­pio. Pero luego ha sido un puro coñazo. Claro que si supiera palmear hubiera esta­do más rato en el compartimento "rodero" en vez intentar dormir un poco. .Pero en fin, quiero estar fresco para mañana. Los días siguientes van a ser de camping, y supongo que dormiré más bien poco. Me da vergüenza no saber dar palmas. Claro que, los que vienen conmigo, tampoco tienen ni idea: si se han quedado tanto rato con los soldados y con la gente rodera, más bien ha sido porque se quieren tirar a alguien. En fin: mañana les pregunto qué tal el sexo nocturno.

Estamos llegando a Sevilla. Mi primera vez. Tanto la Parisa como los demás amigos han repetido hasta la saciedad que «cuidado con las maletas»! Lo cierto es que con tanta paranoia no he disfrutado nada de la llegada. ¡Qué asco!

Por el modo en.que Jordi se ha despedido de varias personas, intuyo que la no­che ha sido gloriosa sexualmente hablando. O al menos seguro que eso cuenta Jordi después: es exagerado como un andaluz. Muy propia la frase, sí.

Tras bajar del tren vamos a buscar el coche que hemos alquilado. Es un Opel Corsa matrícula de Madrid. Y.parece bastante nuevo. Somos cinco personas y va­mos algo apretados. Nada de visitar Sevilla. Rocío, Rocío y Rocío: «Queremos ver a la Virgen», dicen. Yo comento que quiero ver la ciudad, que Sevilla debe ser pre­ciosa, que tenemos mucho tiempo. Pero nada: al Rocío. Primero Almonte, luego la aldea de la Virgen. En Almonte hacemos parada para comprar comida: pan, que­so, vino, cerveza y algo de embutido. No hace mucho calor. Pero lo de las cerve­zas me parece estúpido: las beberemos calientes.

Tras las compras visitamos Almonte. Vemos la Plaza del Ayuntamiento. La deco­ración es preciosa: filigranas de papel y cartón por todas partes. Hay arcos vegeta­les vestidos de flores por los. que ha pasado la Virgen durante el Rocío Chico. No tengo ni ¡dea de qué es eso, pero la Parisa me cuenta que en el Rocío Chico los al- monteños bajan la Virgen al pueblo convertida ert pastora. Por lo visto le cam bian. de traje. Hay que reconocer que esta Virgen es mucho más funcional que nuestra Moreneta: es Blanca Paloma, es Pastora, e incluso tiene residencia de verano.

Dos de los cuatro que me acompañan son antropólogos rocieros expertos. Los otros dos han bajado ya varias veces al Rocío. Ninguno de ellos ha hecho nunca el camino2, pero conocen gente en el Rocío con la que se ven cada año, y en Almon­te tienen amistad con una familia. Por eso intentamos visitar a la familia en cuestión (que no está). La casa almonteña está cerca del ayuntamiento y la Parisa y Jordi se acercan. Pero no hay nadie. Bien. ¡Al Rocío! Finalmente al Rocío. ¡Qué ganas tengo

2 H acer el cam ino im plica desplazarse (a caballo , en trac to r o carreta) desde el lugar de resi­dencia hab itua l hac ia el Rocío. El trayecto incluye se nderos po lvorien tos donde se articu lan procesos de so lid arid ad y rec ip roc idad , en especial cuando hay que a trav esa r la "raya": una franja de terreno arenoso en la que es frecuen te que se a tasquen tracto res y carretas. E n el R o­cío suele decirse que el verdadero rociero es el que hace el cam ino: lo dem ás son sucedáneos o im itadores.

de llegar! Me han hablado tanto del Rocío que quizá espero demasiado de él. Al llegar debemos encontrar gente que nos aguarda en «el mismo sitio y a la misma hora» para montar la tienda de campaña.

La carretera al Rocío está bordeada por caminos de arena salpicados con pi­nos. Desde el coche veo carretas tiradas por bueyes y por tractores que siguen los caminos secundarios. También hay alguna estampa de lo más español: jinete, ca­ballo y mujer vestida de faralaes a la grupa. Nos acercamamos cada vez más, y el tráfico es tan intenso que hay embotellamientos. La Parisa y el Jordi me dicen que en esto de los trajes de volantes la moda cambia cada año: que un año los volan­tes arriba, al siguiente abajo, y al otro enmedlo. También en los tocados que llevan las mujeres hay moda: a veces peineta, a veces ramilletes de yerba en el pelo.

Ya estamos llegando. Mis acompañantes están como histéricos y no paran de gritar: «Viva la Virgen del Rocío». Entonces responden: «¡Viva!». Y siguen: «¡Viva la Blanca Paloma!». Los vítores aumentan a medida que nos acercamos.

Definitivamente soy catalán y no entiendo las raíces del sur. Tampoco entiendo cómo a mis acompañantes puede gustarles esto: el Rocío es un coñazo. Polvo, mierda de caballo y gente que huele fatal. No me extraña: esto es una especie de desierto árido (quizás aquí ha habido eucaliptos) y de marisma nada de nada. ¿Dónde estará la marisma? ¿No es la marisma una zona húmeda? ¿Y Doñana, dón­de está Doñana? Lo cierto es que me he puesto un poco borde. Tantos vivas a la Virgen deben de haberme trastocado. La verdad: esperaba otra cosa. Al ver la pa­sión de mis amigos imaginaba no se qué. Pero desde luego no esperaba un de­sierto lleno de caca de caballo.

Hemos discutido, porque he dicho lo que pensaba sobre el Rocío. Jordi me ha dicho que: «O sientes o no sientes. Olvídate de todo, participa de la fiesta y déjate llevar. Ya no eres un antropólogo. Y si quieres serlo no entenderás nada. Solo en­tenderás lo que ves si lo sientes, si te emocionas, si lloras». Las palabras de Jordi calman mi espíritu mientras, cargado con la mochila y parte de la tienda, intento que el pan no caiga encima de una boñiga de caballo.

La Parisa ha propuesto ir a ver a la Virgen, pero finalmente han decidido (conmi­go no han contado para nada) ir a montar las tiendas. «En el mismo sitio y a la mis­ma hora» están la Veneno, la Rana, el Sanito, Paco, y otras «locas» que me presen­tan. Les doy la mano a todas (nada de besos) y dicen no se qué de «si éste es hombre o no». Las presentaciones son rápidas: «iros, ¡ros que la Virgen espera sus catalanas». Tras montar la tienda, por fin a ver a la Virgen. El trayecto entre las tien­das y el santuario es de unos ochocientos metros en línea recta. Pero aquí hay que sortear tractores, caballos, vendedores de alfombras y charcos. Es un caos. Veo tiendas de campaña, pero son pocas. La gente marca sus espacios (con cartones, plástico y madera) alrededor de tractores, carretas y todo terreno. Todo está sucio y lleno de polvo. Sin embargo, los jinetes llevan camisas blancas planchadas, y las mujeres lucen trajes cuidados.

Llegamos donde habita la Blanca Paloma: el santuario es pequeño y blanco. Es una ermita grande con casas adosadas situada justo donde empieza la zona hú­meda y la marisma. El interior es sobrio en imágenes y en decoración, y más que una ermita puede decirse que es una iglesia pequeña. En el interior hay personas que rezan, y dos mujeres andan-de rodillas desde la puerta principal hacia el altar plagado de flores. Por fin he visto a la Virgen. Es bonita. Y tiene poder. Por lo visto un sinpecado ha atropellado a un niño y lo ha matado. Los miembros de la herman­

dad cantan salves a la Virgen por el niño muerto. He entrado con los demás, pero me he ido apartando. Tenía los pelos de punta. Y lágrimas en los ojos. Espero que la Virgen me ayude en lo que pueda y hago mi promesa. En la sala de las velas co­loco una tea para ayudar a que se cumpla. La transformación, por obra de la Vir­gen, se ha completado.

Regresamos a la tienda casi de noche. Hay ahora gente nueva. Junto a las "lo­cas", como cada año, hay un matrimonio con sus hijos y una abuela. Todo el mun­do come queso, jamón y chorizo acompañado por un vino de muerte. Espero no pi­llar la trompa de rigor. En la reunión hay un claro predominio femenino. Mientras como, me siento en la puerta de la tienda para observar. El mariconeo es constan­te. Con la excepción del marido que viene con su esposa, sus hijos y una abuela: no hay varones. Las "locas" van y vienen repartiendo vino y queso en torno a la ho­guera: «Maricón, no tires hierba al fuego que hace humo», -Cállate loba, y trae más vino». -Mira la tía puta, dice que esta cansada: claro, toda la noche cortando flores en la Marisma y ahora no puede ni con su alma».

Jordi me cuenta que -cortar flores en la Marisma» significa hacer la carrera. Por la noche, las "locas" se envuelven en una manta y transitan la zona húmeda. Por lo visto hay jinetes que las invitan a dar un paseo con “polvo" incluido. Tengo que contarle todo esto a César. O mejor: convencerle para que baje el próximo año. Aquí la homosexualidad se vive de un modo distinto. Incluso hay un refrán que dice algo asi como: -si no te has tirado una mariquita, no eres rodero». La verdad es que no me extraña: las mujeres están todo el tiempo haciendo de criadas para los tíos: lavan donde pueden, cocinan como pueden, sirven la comida. Imagino que por la noche las pobres no tienen el horno para bollos ni el microondas para mag­dalenas.

Ya es de día. La cabeza me duele, y encima los tambores y las cañas no paran de sonar. No tengo hambre. La tienda apesta y hace un calor horrible. Los demás se han vestido hace rato. Cuando salgo, recuerdo que la velada fue larga y que me acosté mareado y borracho. Si no fuera por la Virgen no valdría la pena venir. Por la Virgen y por el “cardo". La Veneno se apiada de mi y me ofrece un brebaje extraño, pero efectivo. Es un caldo. Me cuenta la receta: es como una sopa normal a la que añaden hierbabuena y menta. Otro milagro de la Virgen: cinco minutos y curado. Desayuno queso con café.

A ver a la Virgen. Vamos ocho: nosotros cinco,-el Sanito, la Rana y la Veneno. Al llegar, saludamos a la'V irgen y ellos tres se dirigen de visita a una herm andad3. Nosotrbs permanecemos en el santuario. Nos situamos detrás de las varas de la puerta para ver cómo las hermandades saludan a la Virgen. Es todo un ritual. Los almonteños visten traje campero, las almonteñas de volantes. Llevan varas en las manos (algunas metálicas, otras de madera) y están situados en la puerta principal del santuario (dando la espalda a la Virgen). Frente a la puerta desfilan las herman­dades. Delante de cada hermandad va el sinpecado tirado por bueyes. El sinpeca- do de cada hermandad arremete contra la barrera de almonteños intentando pene­trar en el santuario. La gente de Almonte intenta que no rompan la barrera y frenan el empuje de los bueyes. Con cada hermandad es lo mismo: los visitantes azuzan a

1 Una h erm andad es una ag rupación form al de rocieros que acude cada año al Rocío y que hace el cam ino en grupo. Posee una carre ta tirada por bueyes llam ada "sinpecado", que tran s­porta u n estandarte con la im agen de la Virgen.

los bueyes para que penetren en el santuario, mientras los almonteños tratan (y consiguen siempre) Impedirlo.

Se trata de un juego de poder. La Virgen es de Almonte. Los demás pueden ver a la Virgen. Pueden saludarla. Pero la Virgen es de Almonte. Ningún slnpecado rompe la barrera. Pero lo Intenta. Después del largo camino, después de la Raya con su polvo: deben Intentarlo, ritualizar el Intento. Comentamos el sentido erótico de todo ello: el slnpecado tirado por bueyes representa el pene agresor, mientras que los almonteños, en la puerta del santuario, Impiden que la violación simbólica se consume.

Tras el Intento, los bueyes se arrodillan y saludan a la Virgen. Hay también jine­tes que se quitan el sombrero y hacen saludar a los caballos. Algunas mujeres, de rodillas, le cantan a la Virgen. A menudo lloran. Todas las hermandades repiten los mismos gritos: «¡Viva la Virgen del Rocío!», «¡Viva»!, «Viva la Blanca Paloma!», «¡Viva!», «¡Y bonita!» (hasta cuatro veces), «¡Y guapa!» (hasta cuatro veces). En­tonces, los miembros de la hermandad visitante aplauden, se abrazan con los al­monteños de la puerta, y se alejan para dejar paso a otra hermandad. El desfile dé hermandades puede durar hasta el anochecer. Al llegar, cansada y sucia, la gente de las hermandades se asea y se prepara para ver a la Virgen. Es la culminación de todo un año de espera. Y a la Virgen no se la puede visitar de cualquier manera.

La Hermandad de Triana es la última en desfilar, y la gente de Almonte ha esta­do a punto de cruzarle los varales; es como decirles: «la Virgen no os recibe». Por lo visto la cosa viene ya del año pasado, cuando la Virgen (al devolver la visita a la hermandad) pasó de espaldas o deprisa por Triana. Este año, los de Triana han empujado demasiado en la puerta y casi rompen la barrera. Por lo visto el enfado entre la Hermandad Matriz (la de Almonte) y la de Triana (la más numerosa y en la que van las folclóricas y los pijos) es de cada año, y en parte parece ser lo que da cierta salsa al Rocío.

El amigo de un amigo del amigo del Sanito nos Invita a su casa. La gente paga cifras astronómicas por una casa en el Rocío. Pero la casa es más bien una chabo­la. Algo de cal por fuera, dentro: “a obra vista". No sé muy bien quién nos ha Invita­do. Pero si sé por qué. En el Rocío nadie está solo ni pasa hambre. No es que haya "leyes de la hospitalidad", sino que el Rocío “es" la hospitalidad. Sentados en el porche de la casa bebemos, comemos y yo (otro milagro), aprendo a cortar con las palmas. Mi baja tolerancia al alcohol me lleva de nuevo a la tienda. Es ya algo tarde y mejor descanso para explorar la noche rodera.

He dormido toda la noche. Me despierta Jordl diciendo que hoy toca visitar las marismas y el coto de Doñana. Todo muy Rodríguez de la Fuente: toros, caballos y otros bichos. Nos vamos a Palacio para ver la capilla. Un cartel avisa que está ce­rrada por no se qué razón. Comemos jamón sin pa amb tomaquet con cerveza ca­llente y fruta. Después vamos a Vlllamanrlque y regresamos al Rocío.

El domingo por la mañana vemos la Misa Rodera. Jordi dice que la misa es un Intento de la Iglesia por controlar mínimamente algo que se le escapa de las ma­nos. Algo que es de la gente. Lo cierto es que el Rocío es una orgía de vida: co­mer, beber, bailar, reír, charlar y lo que se pueda. La Rocío, la Virgen, es heredera de las antiguas diosas de la tierra, de la fertilidad, de la vida. Poco pueden hacer contra eso un obispo disfrazado y cuatro curas cantando.

Hay que ver el clímax del Rocío: la sacada. Pero antes cenamos con las "locas". En las tiendas hay una escena curiosa. Cuando llegamos, encontramos en torno de

la hoguera a la Rana y a las demás con gente desconocida. Hay un niño bailando sevillanas. Es el sobrino del matrimonio que acampa con nosotros. El niño baila bien. Tendrá unos diez años. De repente, la Veneno comenta a una señora mayor: «el niño ha salido rodero». La señora parece rebotarse un poco y le contesta «cuando tú vas, yo ya vengo: Dios lo ha mandado así y ya está», «La verdad es que me da mucha pena, pero él es como ustedes». No entiendo muy bien qué su­cede con el sexo en el Rocío. La Parisa (la única mujer que viaja con nosotros) tie­ne problemas de espalda. Ha hecho natación y lleva el pelo corto. Por lo visto el esposo del matrimonio que acampa con nosotros le ha preguntado: «Pero enton­ces, ¿tú eres mujer?». Es el mismo comentario que no entendí muy bien en Sanito. Cuando me los presentaron yo les di la mano a todos y al parecer eso era de «ser hombre». Decididamente, César lo pasaría muy bien.

De vuelta al Santuario para ver la sacada. Llevamos cerca de una' hora dentro del Santuario. Me cuesta respirar. Me han dicho que ponga los antebrazos sobré los pulmones, y que me deje llevar por la marea humana. Tengo que circular hacia donde vaya la masa. En caso contrario lo pasaré fatal. Estoy asustado. Integrarse y participar, vale. Pero esto parece peligroso. Demasiada gente, poco aire y mucha excitación. En el altar, la Virgen permanece tras unas vallas metálicas de unos dos metros. El altar está rodeado de almonteños vestidos con camisa militar y pantalón vaquero. La gente no para de gritar lo de siempre: «¡Viva la Virgen del Rocío!», «¡Viva la Blanca Paloma!», «¡Y bonita, bonita, bonita, bonita!», «¡Y guapa, guapa, guapa y guapa!».

Los almonteños parecen cada vez más nerviosos. Algunos intentan saltar la va-, lía metálica, pero son detenidos por otros. A cada intento de asalto la gente clama vivas a la Virgen. Todo el mundo está excitado. Finalmente los almonteños saltan la valla. Un sacerdote retira apresuradamente la decoración del altar. La valla sé abre. La Virgen sale en volandas. Parece que va a caer. La gente me arrastra. Pero la Virgen pasa cerca de mí. Me han dado un codazo. Por lo visto algún almonteño debía pensar que quería ponerme debajo de la Virgen. Y a la Virgen sólo la llevan los almonteños.

He perdido la noción del tiempo y no sé cuanto rato ha estado la Virgen en el santuario. Iba hacia la puerta, venia, regresaba. Y con ella se mueve la masa de gente. Todo el mundo grita y aplaude. Una mujer pasa por encima de mi cabeza desmayada. La sacan fuera sin.problema. La gente' que está aquí dentro sabe qué hacer. Esto es un éxtasis: finalmente la Virgen sale por la puerta. Otro milagro: la Virgen desprende vapor con el cambio de temperatura. El efecto óptico es aluci­nante: a contraluz las luces de las bengalas exteriores tiñen el vapor de rojo. La Vir­gen ya está en el Real, y yo salgo con la multitud. Estoy solo. No tengo ni idea de donde están los demás, supongo que podré llegar a la tienda.

Encuentro al Sanito justo al lado de la sala de las velas. Cuando la Virgen se aleja, la marea humana se diluye y es posible andar entre lá multitud. Encontramos también a la Rana, que pretende Ir al callejón. El callejón es una zona oscura, llena de carretas y tractores aparcados junto a una pared. Es una zona de encuentros sexuales entre varones. Sin embargo, la Rana no puede ir. Justo tras decirnos que. va al callejón, la marea humana nos atrapa:- es la Virgen que se acerca. Deben ser las cuatro de la madrugada. Por dos veces más la Rana dice que se va. Y por dos veces más la multitud se lo Impide. Sanito comenta a la Rana: «¡Pero, no ves que la Virgen no quiere que vayas al callejón!». Un nuevo milagro rodero: la Rana está

con nosotros hasta las seis. Poco después intento dormir en la tienda mientras sue­nan tambores y canas.

Son las doce de la mañana y necesito un "cardo". Los demás han llegado tarde y duermen todavía. Me apetece ir a ver a la Virgen y despierto a los demás. Vamos a ver cómo la Virgen devuelve las visitas que le han hecho las hermandades. De nuevo la multitud. La Virgen, rodeada de gente, va y viene en un caos aparente. Pero no hay caos. La Virgen pasa por delante de cada hermandad, donde la reci­ben con vivas y canciones, tocando campanas. A veces, la Virgen se inclina a modo de saludo y el fervor estalla: es un honor. La gente de cada hermandad em­puja para que la Virgen no se vaya: para que esté un poco más. Hay criaturas que pasan, mano a mano, volando por encima de la multitud. Es para que toquen el vestido de la Virgen. No hay caos: todo está organizado. Todo el mundo sabe qué hacer. En medio del gentío, de nuevo volando, las criaturas vuelven siempre a los brazos de sus padres.

Terminadas las visitas, la Virgen regresa al santuario. Entra de espaldas al altar. La ermita está llena porque, según Julián, «la gente, más que otros años, se queda ahora a ver la entrada». Aplausos: la Virgen ya está en el altar. De nuevo los víto­res, de nuevo los vivas a la Virgen. Los almonteños abandonan la ermita cansados, abrazados y llorando. Necesito abrazar a alguien y mé pongo a llorar. Hasta el año que viene, en'el mismo sitio y a la misma hora.

Cuarto ejemplo

U nas m em orias no son un d iario de c a m p o M i e n t r a s que el segund o sirve de sop orte para la m on ografía posterior, en las prim eras lo s recuerdos con ­form an la escritura. S in em bargo, en lo s dos ca so s ex iste u n d istanciam iento esp acia l o tem p oral respecto de lo s acon tec im ien to s que se narran. E steban PlN ILLA DE LAS H e r a s rea liza u n ejercicio de m em o ria h istór ica en la que d escrib e m o m en to s de la v ida co tid ian a de la B arcelon a del m om en to que fu eron com p artid os por u n am p lio co lec tivo de p erson as. Los cód igos m ora­le s , lo s lib ros le íd o s , la s p e lícu la s p royectad as , lo s n o m b res de las calles, m u estran un pasad o co m ú n pero d istan te. E l d iario de cam p o y la posterior m on ogra fía so n el resu ltad o d e una exp erienc ia b iográ fica p erson a l en un con tex to determ in ad o . E n ese sen tid o , el d iario de PlN ILLA DE LAS H ERAS es estru ctu ra lm en te s im ila r al d iario de ca m p o an trop o lóg ico : reconstruye y evalúa acon tec im ien to s b iográ ficos y co lec tivos d esd e u n a óp tica personal. Cada u n o de los textos que se p resen tan c o m o ejem p los en este libro tienen valor en sí m ism os. E l fragm ento que sigu e tien e , ad em ás, el valor añadido de ser u n d ocu m en to etn ográfico útil para en ten d er lo s d ifíc iles añ os de la E sp añ a franquista.

Mi descubrimiento real, auténtico, de la ciudad, es un proceso que data de los me­ses siguientes a julio de 1936. De hecho fue una aventura cuyo horizonte se am­pliaba semana a semana, trayendo a los ojos, a los oídos, y casi físicamente a las manos,objetos nuevos. El curso de bachillerato se reabrió muy tarde, y aunque mi padre me buscó una academia que estaba en Muntaner esquina Gran Vía, dirigida por dos chilenas (una de ellas casada con un profesor francés) puede decirse que las horas de escolaridad en aquel año, e incluso en parte del año 1937, fueron tan pocas, que el tiempo se abrió de pronto como un bien casi ¡limitado: tiempo, espa­cio y libertad. Los adultos se ocupaban ya de conseguir comida, ir a las colas o a los mercados, tratar de localizar a conocidos que habían desaparecido, o conse-

1 P ara este ejem plo se ha u tilizado el m anuscrito orig inal del libro de E steban P iniiaa de las H eras , La m em oria inquieta. H ay sólo ligeras d iferenc ias con el texto finalm ente publicado com o La m em oria inquieta: Autobiografía sociológica de los años difíciles 1935-1959 (Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas, Colección A cadem ia 1996), 328 pp., edición a cargo de Jesús M. de Miguel y X avier M artín Palom as.

guir algún favor urgente y pragmático solicitándolo a gente políticamente tratable y que poseía alguna clase de poder en los Intersticios que permitían los anarquistas, todopoderosos y omnipresentes. No pocas personas de clase media se afiliaron a la UGT y al PSUC, organizaciones que sentíamos que debían ser apoyadas y forta­lecidas (con deber-no solamente político sino también moral) frente a los Incontrola­dos rojinegros y frente a los pistoleros de las "Patrullas de control". ■

Mi descubrimiento de la ciudad empieza por la libertad de Ir al cine con algún chico o una chica. Ir al cine sin la vigilancia de ún adulto había estado rigurosa­mente prohibido entre las familias de clase media como la nuestra. Nuestro cine era el Volga, muy próximo a casa. Era.uria sala que tenía únicamente platea, una enorme platea, y estaba en la Gran Vía entre Viladomat y Borrell, en la acera del chalet de la casa Golferichs. En la planta inmediatamente superior (y única) apare­ció hacia finales de 1936 una oficina de distrito de Estat Catalá. La sesión era conti­nua, desde las tres o tres y media de la tarde hasta medianoche: proyectaban tres películas largas, dibujos de Walt Disney y el noticiario Fox Movietone. Todo ello du­plicado a lo largo de la. tarde y la noche. Después de la Guerra obligaron a este cine a cambiar de nombre (por lo visto Volga sonaba a ruso) y le pusieron Gloria. Hoy hay allí un gran edificio de apartamentos y tiendas.

Tanto mi padre como la gobernanta eran personas de un puritanismo riguroso.. No he podido olvidar que un día mi padre consideró absolutamente intolerable una escena de una película americana (que debía ser de 1932 o 1933, antes de la ins­tauración de la censura en Estados Uñidos), se levantó de la butaca y nos hizo marchar a todos a casa. Recuerdo la película: era una comedia de la Metro- Goldwyn-Mayer, con Joan Crawford, Clark Gable y Otto Kruger como protagonis­tas. Su título era algo así como Encadenada o Encadenadas. La mayor parte de la acción transcurría en un transatlántico de lujo entre Nueva York y Buenos Aires. Clark Gable. era una especie de estafador o de gigoló en trance de cazar a una mi­llonada casada con un hombre de negocios mayor que ella. Mi padre estaba en­cantado con las escenas de Buenos Aires (que entonces empezaba a tratar de Imi­tar a Manhattan, con algunos rascacielos en el Bajo). De pronto resultó que en unos trigales en una hacienda en La Pampa, había una escena de un realismo eró­tico verdaderamente inhabitual, con Joan Crawford tendida en tierra y Clark Gable encima, mientras el viento hacía ondear los trigales. Esta película la. recuperé me­ses más tardé, con cierto alivio, como quien consigue la reparación de una Injusti­cia. Después descubrí que había, en las clases medias barcelonesas, chicos y chi­cas que estaban peor que yo: no se les habíá llevado nunca al cine, ni se les había permitido ir solos. Esto era algo de una gran trascendencia: porque en aquella épo­ca el cine era el gran portador del cosmopolitismo.

Había en Barcelona una cantidad enorme de cines, desde el Paralelo hasta el Paseo de Bonavona, y desde la calle Cruz Cubierta hasta más allá de la plaza de la Sagrada Familia. La inmensa mayoría eran de sesión continua, lo. que exigía la con­tratación de películas á gogo, americanas, francesas, alemanas, inglesas e incluso rusas. Sólo una parte estaban dobladas al español; el resto eran en versión original con subtítulos. Lo cual significaba que una generación de gente joven (o más de una generación) inmersa en la vida de urbe, sabía muchas cosas sobre América, sobre los países europeos y sobre Alemania (gracias a los filmes de la Ufa); y sabía de memoria docenas de nombres de artistas y de directores y fechas de las pelícu­las importantes. Había películas que eran como documentales políticos o sociales.

Nunca faltaba el Noticiarlo de la Fox o de la Paramount (el noticiario de la Ufa desa­pareció entre 1937 y 1939). En aquellas generaciones se construía una especie de stock de conocimientos históricos, cada adolescente identificando una cantidad de personajes y de hechos de la Europa de los que eran dos decenios últimos. Ahora bien, este fenómeno social era propio de una parte de las clases medias, las que estaban plenamente secularizadas y habían escapado al control ideológico y cultu­ral de la Iglesia. Era sobre todo visible en la clase obrera urbana.. En estos colecti­vos creo que puede afirmarse, sin demasiado error, que era débil la probabilidad de que alguien dudase sobre las fechas de la Gran Guerra, sobre quiénes habían sido los aliados y quiénes los imperios centrales, sobre la sucesión de las revolu­ciones en Rusia, sobre la guerra de Marruecos, o el nombre del monarca que había ido al exilio en abril de 1931 (añadiendo en este caso alguna palabra insultante). Creo que era poco probable un fenómeno como el que acontece hoy, cuando uno encuentra entre alumnos de universidad quienes ignoran (y además no les importa) sí la última guerra civil española ocurrió antes, simultáneamente, o después de la segunda guerra mundial.

Había en las clases medias urbanas y en la clase obrera una auténtica fiebre de aprender. Las bibliotecas públicas estaban siempre llenas, hasta el caer de la no­che. Saber era antesala, o sinónimo, de poder. La pasión y la reverencia por la luci­dez intelectual, por la razón racional y laica, y por el conocimiento científico, no era algo súbito ni algo exclusivo de Barcelona. Estas cosas no se improvisan ni nacen por generación espontánea. La dictadura de Primo de Rivera ya había iniciado una ampliación del gasto público en educación, tendencia que fue desarrollada duran­te la República. Los municipios se pusieron a construir grupos escolares o ampliar los existentes. En Cataluña la obra en materia de educación pública, durante el pe­ríodo republicano, fue no sólo impactante por su magnitud, sino también por la mo­dernidad pedagógica, y un ejemplo modélico para el resto de España. El esfuerzo en materia de educación (o "instrucción pública” como se decía entonces) fue uno de los agentes creadores de legitimidad republicana, un elemento que explica que hubiese tanta gente que sintiera que la República era algo que debía ser defendi­do. Al mismo tiempo, sin subvenciones públicas, una cantidad de editoriales priva­das en Barcelona, Madrid, Valencia, etc., lanzaban continuamente al mercado títu­los y títulos en ediciones relativamente baratas. Otra cosa es qué asimilaban los lectores de no pocas de aquellas obras, la mayoría traducciones de todo el abani­co intelectual europeo desde el siglo xix. Ya Unamuno, en una carta a Maragall, ha­bía dicho, poco después de doblarse el siglo, que la lectura de Nietzsche por los señoritos madrileños llevaba a éstos a afiliarse al partido de don Antonio Maura (bastante poco nietzscheano, ni como persona ni como político). Sin duda había proporciones tragicómicas de papanatismo por todo cuanto viniese del otro lado de los Pirineos. Periféricos y provincianos, los neófitos intelectuales españoles to­maban por buen metal lo que era chatarra.

En el caso de la burguesía barcelonesa emergen claramente las dos vertientes de todo el proceso. Por una parte, la construcción de una cultura clásica sólida e indispensable, propia para las élites políticas y culturales mejor formadas: era el caso de la biblioteca Bernat Metge de clásicos griegos y latinos con ediciones bi­lingües. Viendo aquellos volúmenes se palpaba la trascendencia del clásico para la formación del espíritu dirigente, de igual manera que a los hijos de las familias in­glesas se les metía desde pequeños, con una disciplina durísima, el conocimiento

del griego o el latín. Por otra parte, era evidente la subyugación ante manipulado­res de otras fracciones de las élites, los autores o conferenciantes de moda. Era el caso del conde Hermann von Keyserling. Este personaje fascinó en los años veinte y principios de los años treinta a un repertorio de público en Barcelona, Palma de Mallorca, Madrid y Buenos Aires. Cuando se supo su muerte a principios de 1946, la revista cultural barcelonesa, Leonardo: Las Ideas y las Formas, le dedicó 23 pá­ginas, la parte central de un número 132 con el inevitable, casi fraternal, artículo de Joan Estelrich, amigo del Conde y de su familia. Aunque en los tratados de Historia de la filosofía apenas se cita a Keyserling y se le considera un epígono de Spengler (véase el desprecio con que le trata Lukács en El asalto a la razón) en Barcelona la élite de la Lliga lo estimaba un verdadero filósofo, su foto salía en La Vanguardia y en las revistas culturales, y había quien le seguía hasta Palma o Madrid para conti­nuar escuchando su inteligente, brillante, discurso testimonial de la buena Europa decadente, pronunciado en francés. Parece que Keyserling salvó la vida en la Ale­mania hitleriana porque estaba casado con una condesa Bismárck-Schoenhausen.

En 1947, el editor José Janés publicó en Barcelona la Autobiografía del escritor mallorquín Miguel Villalonga, y en ese librito extraordinario y patético hay toda una pintura de la sociedad cosmopolita de la preguerra en Palma, en unos años en que Palma era, en la materia, la capital, y Barcelona la sucursal. Y allí Miguel Villalonga dedicó unos párrafos a Keyserling:

■•La dirección del primer hotel de la isla invitaba al conde de Keyserling a dirigir una Semana de Filosofía. Los huéspedes tendrían derecho a dirigir preguntas al conde filósofo, y el filósofo (los tiempos devenían duros) tendría obligación de con­testarlas. Era Keyserling un gigante del Báltico, desbordante de vitalidad [...] Su in­teligencia era fuerte como sus músculos, jocunda como sus carcajadas. Sabíamos que en Darrnstadt dirigía una Escuela de Sabiduría. Sin negar el valor de algunas de sus obras, como Análisis espectral de un continente, siempre me pareció cosa de circo la famosa vitalidad de Keyserling. El caballo o el atleta circense poco sig­nifican fuera de la pista: En la pista llenan su cometido y son dignos de aplauso. A Keyserling no le faltaban por entonces pistas excelentes. Era la hora del ensayismo y hasta las damas de sociedad jugaban a ser cultas [...] Un año o dos más tarde, Keyserling volvió acompañado de otro filósofo, el conde von Kessler, y los diálogos socráticos se ennoblecieron. Von Kessler, con menos escenografía que Keyserling, poseíañun verdadero talento dialéctico y una cultura de solidez y profundidad ger­mánicas.' ¡Qué lejana se nos aparece ya aquella Europa! Nadie se preocupaba, an­tes de esa guerra [...], del precio de las patatas o del azúcar. Todos disponíamos de actividades sobrantes: todos éramos, por consiguiente, ricos. Azonn había visto en Pans chóferes de taxi que leían a Bergson. De tal manera se ha empobrecido el continente en pocos años, que las personas muy jóvenes no podrán ya entender­me y tomarán a jactancia el que les diga que de la civilización europea [...] no han conocido sino los desperdicios.»3

Si de las palabras de Miguel Villalonga pudiera inferirse que el cosmopolitismo era por entonces asunto solamente de unos snobs y de unas élites,intelectuales en las clases altas, esta inferencia sería históricamente errónea. El cosmopolitismo pe-

! Año II, vol. 13, 1946.1 V i i . l a l o n g a , Autobiografía, B arcelona, J. Janés, p p . 1 9 2 - 1 9 9 .

netraba como la embriaguez de un buen licor en una parte de las clases medias y en la propia clase obrera. Claro es: los autores no eran los mismos. Unos leían a Keyserling, a Emil Ludwig, a Paul IVIorand, a Stefan Zweig, y otros leían a Barbusse, a Kropotkin o a Trotskl. Y ciertamente, había fracciones de clase media que se mantenían alejadas del océano cosmopolita y cinematográfico: los chicos y las chi­cas no habían ¡do al cine, y los adultos les permitían leer obritas de Folch i Torres, traducidas. «Las niñas del tercero no tocan el piano (no quieren que las oiga el ve­cino de enfrente, no vaya a figurarse...). Hablan en castellano, su padre fue inten­dente»4.

Fue la educación cosmopolita la que, aplicada en el descubrimiento de Barcelo­na, usando y abusando del tiempo, el espacio y la libertad, me permitió ver que ésta era apenas una ciudad: era, o bien urbe, o bien un agregado de barrios. Di­cho en otros términos: un conglomerado de los barrios forma una urbe, sin que los barrios se fusionen en ciudad. Digo que fue la educación cosmopolita la que me permitió ver este aspecto, porque en los primeros años de la República la enseñan­za del francés era algo obligatorio, un componente indispensable entre los bienes intelectuales de adolescentes y adultos. Yo había tenido ya en Soria (y esto en una aldea de apenas 500 habitantes, en la escuela pública) un maestro que conocía re­lativamente bien el francés. Al venir a Barcelona, el profesor de Lengua francesa en el Balmes, M. Mendés (un hombre alto, delgado, con bigote grande y blanco, con una figura que parecía salida de una ilustración del siglo xix), me dio mi único so­bresaliente. En francés está clara la diferenciación conceptual entre cité, ville y phéñoméne urbain. Barcelona era más bien las dos últimas cosas, y mucho menos la primera, cité.

La conciencia cívica ciudadana era minoritaria y clasista, así como la percep­ción de la ciudad como una unidad política, un espacio de convivencia familiar y de ejerdcio de una virtud cívica, la ciudadanía. Esta imagen y esta valoración las habían poseído las familias que construyeron el moderno centro burgués, se habí­an casado entre ellas, vivían en grandes apartamentos de alquiler pero con una re­lación personal e individualizada entre propietario e inquilino, de modo que éste podía ser más rico y millonario que su propietario, pero hallaba un placer estético en vivir precisamente en aquella casa del Ensanche y en ser inquilino de determi­nada familia. Eran las gentes que te hablaban, con estudiada y estratégica reveren­cia, de una serie de grandes alcaldes, el último de los cuales había sido el barón de Viver. Tenían como recurso divertido en medio de una conversación aburrida decir pestes de los alcaldes republicanos, particularmente de Pich i Pon, quien era paradigma del saqueo de las arcas municipales y del que se decía que cobraba comisiones hasta por los lápices que se suministraban a las escuelas.

Era la educación cosmopolita la que te permitía, además, cierto distanciamien- to. Considerabas al público de cada barrio con una curiosidad casi etnológica. Esto era singularmente así en los intermedios de un cuarto de hora a veinte minutos en los cines, cuando salías al vestíbulo (te daban un cartulina para poder volver a entrar) a comprar cacahuetes, palomitas o algún chocolate, si la chica que nos acompañaba a los muchachos era simpática y lo merecía.

Cada barrio parecía tener su subcultura. Había alguno, como el de Gracia, que era casi exclusivamente catalanoparlante. Esto era más bien contradictorio con la

4 Ibid., p. 62.

programación de la larga serie de cinés que poblaban la calle Mayor de Gracia,en­tonces llamada calle Salmerón (hombre que conservó todavía dos o tres meses du­rante el Régimen del general Franco, hasta que alguien estimó que el nombre del presidente de la efímera I República, debía figurar en la lista de los definitivamente proscritos por la nueva Historia). En primer lugar, los cines de la calle Salmerón lle­vaban, en su mayoría, nombres Ingleses como Select Cinema, Smart-Cine, etc.; y en segundo lugar, sus programas incluían una cantidad de películas abominables de folclore andaluz, de Imperio Argentina, Miguel Ligero, etc. El problema era cuando querías ver alguna de las grandes comedias de la Metro, y esa película ve­nía la última de la sesión continua. Al terminar la película, tenías que salir corriendo para encaramarte a la imperial de un tranvía y bajar lo más rápidamente posible a la Gran Vía, ya de noche.

Era otro de los efectos del cosmopolitismo en la educación. Habría que definirlo como europeísmo fanático. Mi padre no solamente no había ido.jamás a una corri­da de toros, sino que juzgaba la fiesta como un espectáculo bárbaro, propio de un pueblo primitivo. Había leído, cuando vivía en Madrid (en la época en que el viz­conde de. Eza era alcalde de la capital) cosas de Eugenio Noel contra las corridas de toros, y desde luego aprobaba visceralmente que el gran diario educador de las clases medias y de los públicos ilustrados.(Le. El Sol) se negase por principio a pu­blicar una línea sobre toros y toreros. Como muy bien habían dicho Costa, Ortega, Marañón y algunos entre los intelectuales, al servicio de la República, los problemas de España no tenían otra solución que Europa.

Debo añadir qué desde muy pequeño yo viví en Soria este ambiente. En Soria capital no había guarnición ni obispado, se votaba a diputados republicanos cen­tristas, y allí habían vivido algunos insignes intelectuales perseguidos por la dicta­dura de Primo de Rivera. El principal periódico de Soria, propiedad .de una rama de la familia de mi madre, llevaba el dieciochesco título de El Avisador. Numantino, era de orientación republicana centrista, no tenía nada de numantino, y murió con el al­zamiento militar. La ¡dea de pertenencia a Europa era, entre la gente educada, algo tan natural en aquella pequeña ciudad como en el centro burgués de Barcelona. Las corridas de toros por las fiestas de San Juan eran desaprobadas por una bue­na fracción dé la clase media urbana, tardía heredera de valores laicos, y cosmopo­litas de la Ilustración francesa. Y además la dureza del clima, con nueve meses de invierno, obligaba a leer y a comentar lo leído. Consecuentemente, existía en esa fracción de las clases medias un cierto desprecio por la superficialidad, el estetismo vacío, el desplante espontaneísta presentado como prueba de hombría, el igualita­rismo populista, rebelde a la ilustración y al perfeccionamiento del carácter de cadá ser humano. Incluso el clero era más tolerante e ilustrado que el de las ciu­dades levíticas de Castilla la Vieja (hablo de antes de la Guerra Civil, cosa que es preciso recordar). Por la radio se oía más «EAJ 1, Radio Barcelona-, que«EAJ 7, Madrid», entre otras cosas porque Radio Barcelona tenía una pequeña orquesta propia que no pocas veces incluía música de cámara. Un escritor, barcelonés de cuentos y relatos cortos, Vicente Diez de Tejada, fascinaba a los adolescentes y a las mujeres ingenuas con su cuento dicho ante el micrófono, por el propio autor, en un castellano perfecto, bien escrito, y muy digno de los valores tradicionales de lo que la clase media aspiraba a representar en lá sociedad, como clase culturalmen­te hegemónica. De aquí que tanta gente de Sorla-ciudad tuviese una admiración implícita por una cantidad de rasgos de las clases medias catalanas, urbanas, el

espíritu de trabajo y de ahorro, el europeísmo, el rechazo del folclorismo andaluz, etcétera.

«Del Tajo para abajo, Todos al. carajo» era un dictum popular que yo recuerdo desde mis primeros registros mnemotécnicos. De lo que en Soria-cludad no se te­nía ni idea era de la creatividad cultural autóctona, proceso que es posible en una gran ciudad como Barcelona y que no era posible en una pequeña capital provin­ciana que apenas llegaba, entonces, a diez mil. habitantes. De aquí el mimetismo de la cultura francesa de un modo provinciano, asistemático, desordenado y aerifi­co, la aprobación beata de párrafos de Ortega, o de El Sol, cuando esta gente se ponían europeizantes, lo que implicaba la actitud históricamente.fatal para un país, el “ ¡Que inventen ellos!» del iberista Unamuno. Por supuesto,en Barcelona también había provincianos de ese tipo, jóvenes que se creían rebeldes porque nunca ha­bían puesto los pies en Roma ni en Madrid, y que necesitaban vitalmente ir cada año por lo menos un par de veces a París. Pero al mismo tiempo había en Barcelo­na críticos de un nivel más acusado, capaces de cierto distanciamlento.

Volvamos a la Barcelona de la segunda mitad de 1936 y principios de 1937. La parvedad y la endeblez de la conciencia cívica, y de su acción colectiva o ciuda­danía, se demuestran en la indiferencia y en la Inhibición con que todas las clases sociales asistieron a la pavorosa degradación de la ciudad en los meses que si­guieron a julio de 1936. Las relaciones sociales se envilecieron con una rapidez de vértigo, exceptuando dos ámbitos que merecen ser citados; el primero, el de la so­lidaridad que de pronto descubrieron las clases altas entre ellas. Claro es que, hu­yendo de la muerte, era para sus miembros una cuestión vital el esconderse unos a otros, o buscar un modo de embarcar en algún navio alemán, Italiano o británico, anclado en el puerto, o conseguir amigos y cómplices para llegar a la frontera fran­cesa e ir, bien a Italia bien a otro país, en espera de la ampliación del territorio bajo control del Ejército sublevado. La solidaridad no había sido precisamente una de las virtudes cívicas que distinguiesen los comportamientos de las clases altas; fue­ron necesarias circunstancias trágicas y adversas para que ésta se despertase o se practicara.

El otro ámbito de relaciones sociales que merece ser mencionado era un pro­ducto de la fragmentación de la urbe en barrios con subculturas propias,.y de la marcha de la Guerra Civil, desfavorable para, las fuerzas antifascistas. En los ba­rrios propiamente obreros, una vez que los anarquistas y trotskistas fueron .barri­dos por la Guardia de. Asalto republicana enviada desde Valencia en mayo de 1937, se desarrolló una conciencia obrera positiva cuyo principio de unidad era la resistencia contra el fáscismo. Lo que estoy diciendo es muy Importante: desapa­reció la quimera del comunismo libertario y primitivo. Se acabaron ios tranvías pin­tados de rojo y negro custodiados por un auto con milicianos con fusiles: ellos ha­cían "su" revolución en vez de ir al Frente de Aragón o de Andalucía. Se terminaron las emisiones de papel moneda por cada comité local, de cada pue­blo, de la CNJ-FAI, papel que.no servía en el pueblo vecino ni en los otros, pues es cosa sabida, desde siglos, que para un español el enemigo empieza al otro lado del término municipal. Se acabaron las requisiciones de pisos del Ensanche, con expulsión o asesinato de sus habitantes, saqueo de los bienes y, si podían, de las cuentas bancarias. Quienes habían estado en hipócrita silencio frente al terror plebeyo (uso una expresión del .Marx joven, aplicable al caso, si bien Marx la es­cribió respecto a determinada fase de la Revolución francesa), encontraron de

pronto que habían recuperado la lengua. Por fin Iba a establecerse una disciplina de guerra. En los barrios obreros emergió un orgullo de clase porque la clase obrera española era ya en aquel momento el solitario héroe internacional decidido a sacrificarse en la lucha contra unos fascismos triunfantes a escala europea (y asiática). Esta nueva conciencia obrera era algo materialmente palpable, casi físi­camente perceptible, en cuanto sallas de la cuadricula del Ensanche y tenías que desplazarte a un barrio obrero (entre otras cosas, a buscar comida suplementaria de la que podía comprarse con los cupones de racionamiento). Pero ya entrado el año 1938, en cuanto el ejército de la República perdió la batalla de Teruel, prácti­camente todo el mundo se percató de que la unidad antifascista llegaba demasia­do tarde. En la Sociedad de Naciones las democracias occidentales le habían re­gateado de tal modo los apoyos al gobierno republicano, que de hecho le estaban prestando cada día servicios (por la vía privada) al gobierno del general Franco, Solamente la Unión Soviética siguió ayudando con aviación de caza, armas y ca­miones, hasta que Stalin decidió también retirarse ante el riesgo de un ataque ale­mán contra las propias fronteras rusas (algo previsible desde que las democracias occidentales accedieron a la desmembración de Checoslovaquia en septiembre de 1938). En aquellos últimos meses de la Guerra Civil, la conciencia obrera se volvió antieuropea y xenófoba. El resto del mundo era nuestro enemigo, con la ex­cepción de aquellos infelices ex-combatientes de las Brigadas Internacionales que un día habíamos visto desfilar, en penoso adiós, bajo las palmeras de la Diagonal. Por doquier se producía la coalición de capitalismo, fascismo e Iglesia, contra la clase obrera española.

Así era como se percibían las cosas. Cuando uno, ya sea burgués o sea proletario, se siente acosado por todas partes, es verdaderamente difícil pensar, sentir y actuar, como ciudadano. La defensa cotidiana del espacio vital Indivi­dual, con uñas, dientes y coces, se transformó en el pan de cada día y de cada noche. La ciudad dejó de ser un escenario hecho con amor y con arte, un espacio de libertad y de tolerancia. El propio contexto material fue arruina­do, a veces por obra de la naturaleza (como la plaga de orugas pardas y san­gre verde que por miles devastaron los árboles de la Gran Vía en el otoño de 1936), otras veces por obra del vandalismo de los marginales sociales. En el paseo central de la Exposición (antes, o ahora, llamado Paseo de la Reina Ma­ría Cristina) quedaron arrasadas las dos filas de obeliscos luminosos que iban desde las torres de acceso en la Plaza de España hasta la altura del restauran­te La Pérgola. Los cristales blancos y amarillos fueron apedreados, y la gente se llevó las bombillas por docenas. Las estatuas del parque fueron mutiladas o se les añadieron pinturas fálicas. Los combates de mayo de 1937 contra los anarquistas dejaron su testimonio, en forma de rosarios de agujeros de bala de ametralladora, en las paredes de ladrillo rojo de los edificios de la Plaza de Es­paña que deberían haber albergado, en julio de 1936, la Olimpiada popular an­tifascista. Cuando llegaron los cortes de energía eléctrica y los bombardeos de la aviación prestada al general Franco por el gobierno de Mussolini, la gente dejó de llénar los cines y se refugió en sus casas.

Así se produjeron también cosas portentosas y sorprendentes: y es que volvi­mos a los libros. Casi toda la Biblioteca Freya —de la editorial Apolo— la leí enton­ces: varios tomos de Stefan Zweig, novelas de Paul Heyse y de Robert Louís Ste- venson, textos clásicos hindúes. Hay un acontecimiento intelectual que merece

citarse, porque es la prueba inequívoca de la stimmung que Iban asumiendo las clases medias barcelonesas. El ensayo del ex marxista ruso Nikolai A. Berdiaev ti­tulado Una nueva Edad Media, alcanzó su octava edición en noviembre de 19385. Este librito debió ser (desde luego, lo fue) Instrumento de confortación moral, espi­ritual e ideológica, para una Infinidad de adultos de clase media barcelonesa que, aunque habían sido republicanos, no habían transigido con los incendios de igle­sias y los asesinatos de religiosos. Las sucesivas ediciones durante la Guerra muestran que la obra de Berdiaev les aportaba ideas que ellos estimaban positi­vas, seguridades tanto o más necesarias que la escucha clandestina, al caer la no­che, de Radio Sevilla o Radio Salamanca. Allí Berdiaev decía a sus lectores que es­taba terminándose la época de la ilusión general en el progreso ilimitado, que volverían las religiones a Informar las culturas, que el proletariado podía tomar el poder pero nunca podría mantenerse en el poder porque el poder no es un dere­cho, y porque el poder jamás ha pertenecido ni pertenecerá al mayor número: ello se contradice con la naturaleza del poder.

Así, mientras una minoría de la población de la urbe trabajaba en el esfuerzo de guerra, descargando barcos con alimentos o armas, en las fábricas de municiones y enviando a sus hijos al Frente, otra minoría de la población agotaba una edición tras otra del texto de Berdiaev, escondía a sus hijos, o. los filtraba hasta la frontera para que pasasen a "la otra Zona", o conseguía emboscarlos en empleos burocrá­ticos en la retaguardia. Esta minoría terminó por ser la dominante. Al lado de am­bas minorías, estaba la gran mayoría, la cual adoptó durante aquellos años infaus­tos para la República, el comportamiento que luego adoptaría bajo los años negros del franquismo: la frivolidad. Se han escrito ahora tantos mitos sobre la heroica re­sistencia y sobre las maravillas revolucionarias, que conviene establecer la verdad de las cosas. El corresponsal de la Pravda de Moscú, Mijail Koltsov, en su Diario de la guerra de España6 describe el ambiente en Barcelona hacia el final del verano de 1937 y principios del otoño. Emplea palabras duras sobre los ociosos, la multi­tud que puebla los cafés, la falta de esfuerzo en las fábricas, la indiferencia sobre la marcha de la guerra, el bajo nivel de la producción, las ausencias en el trabajo. Compara to que contempla con la actividad de tas industrias catalanas durante la Gran Guerra para abastecer al ejército francés. Critica el ultraizquierdismo Igualita­rio que hace que un peón cobre un jornal de 18 pesetas, y el ingeniero jefe, 19. Y al mismo tiempo habla ya del hambre en la ciudad (una maldición que en 1937 sólo asomaba su zarpa, comparada con la que sería la situación en 1938, que Kotsov no vivió). Otro corresponsal de guerra, el suizo-alemán Antón Sieberer, en su Spa- nien gegen Spanien, Ideológicamente con pocos rasgos comunes con el periodista ruso, dice hacia el final de su libro más o menos las mismas cosas. En los cafés los hombres discuten de política y hacen de estratega amateur, mientras que grandes masas de combatientes potenciales permanecen inactivos. Todo esto solía venir después de un capítulo de clamorosos elogios a Barcelona como matriz de civiliza­ción, «el París del Sur», y varias páginas dedicadas a Prat de la Riba. Lo que Sie­berer no anota es lo que está implícito en su cuadro: se quería ignorar la guerra porque se vivía en la nostalgia.

s N. Berdiaev, Una nueva Edad Media, B arcelona, Apolo, 8a edición, 1938.6 T raducción del ruso , París, Ruedo Ibérico, 1963.

Quinto ejemplo

E l títu lo que el autor da a su texto es el d e das b o o t S e trata del ejem p lo m ás reflexivo de todos lo s presen tados. M ás qu e u n a d escr ip c ió n c lá s ica de las activ idades que realiza el grupo so c ia l ob servad o , e l a u to r 2 deta lla y an a ­liza las re lac ion es que estab lece co n sus in ter lo cu to res . E levar a lo s in fo r ­m an tes a la categoría de in terlocu tores es u n in ten to d e d ism in u ir la s re la ­c io n es de poder presentes en el trabajo de cam p o . Q u ien in vestiga p reten d e u n a relac ión so c ia l lo m ás h orizon ta l p osib le co n lo s ob servad os. T od o e so se refleja en u n texto que es, sobre tod o , u na reflex ió n é tica q u e an a liza la rela­c ió n entre los fines y los m ed ios para con clu ir que n o tod o vale. E l au tor m a n ­tien e u n a suerte de d iálogo con sigo m ism o , en el qu e p erso n a e in vestigad or con fron tan p u n tos de v ista d istin tos resp ecto a lo q u e ob servan . S e trata de u n a in v estig a c ió n abierta en la que s i se p erm ite la p resen c ia de q u ien in ­vestiga , es en fu n ción de los objetivos de lo s ob servad os: lo s in ter locu tores b u sca n m ostrar la Verdad al observador. E n el tex to aparecen a lgu n os de lo s e lem en to s que m ás con d ic ion an u na in v estig a c ió n y que rara v ez so n n o m ­brados: las con trad iccion es p erson a les, la a n g u stia y el car iñ o que p rod u cen lo s otros, las presion es profesion a les en ca m a d a s e n e l Almirante.

A veces tengo la sensación de que ya estoy viejo para estos ajetreos. Recuerdo cuando era un jovencito adolescente y me sonrojaba ante la presencia rotunda de alguna belleza simpar (o así me lo parecía entonces). Algunas musas de antaño han perdido todo su atractivo en la actualidad, o tal vez es que ahora no soy capaz de reconocer unas virtudes que en aquellos tiempos se me antojaban evidentes. Hoy he tenido momentos en los que creí volver a la adolescencia, lo cual es mucho

1 El títu lo hace referencia a la película del d irecto r a lem án W olfgang P e tersen (1981), basa­da en la novela hom ónim a de Lothar-G ünter B ucheim (an tigüo m iem bro de la tripu lac ión de un U-Boat du ran te la Segunda G uerra M undial. El títu lo del texto, p ropuesto p o r el a u to r destila iro n ía puesto que la h istoria que le insp ira concluye con el h und im ien to del subm arim o, ju sto en el m om ento en que alcanza su objetivo.

2 Ju a n M. G arcía J orba ha sido becario e investigador del D epartam en to de A ntropología Social de la Universität Rovira i Virgili de T arragona. E n estos m om entos está redactando su te­sis de doctorado sobre grupos religiosos m inoritarios. D eseo agradecerle la apuesta in telectual que hace al hacer públicas estas reflexiones de m anera prev ia a la p resen tac ión de su tesis.

menos reconfortante de lo que se suele afirmar cuando alguien presume de edad. Y ante una mujer, como entonces, mayor que yo. Mucho mayor. Eso sí, nada que ver con devaneos románticos. Más bien con la impresión de ser pillado en falso, con la irritante sensación de ser un niño encaramado a una escalera al que la abuelita descubre con las manitas dentro del tarro de caramelos. La única diferen­cia es que, en la actualidad, quedarme sin postre equivalía a perder credibilidad y opciones de colaboración con mis informantes. Sí, ya sé que la denominación de informantes es falsamente distante, pero cuando se trata de una relación compro­metida y ambigua es un recurso que alivia la consciencia. Además, soy alérgico a lo políticamente correcto. Sospecho que el énfasis en la dulcificación formal puede esconder los más horribles monstruos en el contenido.

A ver. ¿Cómo podría explicar de forma coherente el impacto de una anécdota? Si se mira de lejos, no deja de ser eso, una anécdota... pero, para mí ha sido parti­cularmente significativa. He sentido miedo. Pánico. En especial al observar cómo, en determinados momentos, la capacidad de reacción se va de paseo y te deja ex­puesto a la desesperación, al horror del yo desarmado. Sin embargo, la cosa no ha pasado de ser un puntito, un matiz, en una relación que, en principio, no es sino profesional. Miento. Es algo más que profesional. Siento un verdadero afecto por ellos. De la misma forma que algunos de ellos sienten afecto por mí. Supongo que es el roce el que hace el cariño. Pero también es el roce el que te pone en eviden­cia, si no te andas con cuidado. Los excesos de confianza son peligrosos.

Es lo de siempre. Es ese compañero latente, que comparte nombre conmigo, y que se empecina en ver las cosas desde una perspectiva diferente a la que consi­dero oficial. ¿Esquizofrenia antropológica? Menos lobos, Caperucita. Invoco a Szasz y me siento confortado3. El trabajo de campo desgasta. Desgasta porque te implica. Intelectual y emocionalmente. No sólo hoy. En muchas ocasiones me veo sometido a la necesidad de transformar, de traducir sentimientos, sensaciones, a análisis de rol, de estatus, a la interacción social. Son dos vertientes, ambas verosí­miles. ¿Por qué la insistencia de ciertos pensadores en considerar esa distanciada aproximación como manipulación? Nada hay más manipulable que la experiencia directa, sin mediación, sin racionalización. Tanto da que dicho arte lo ejercite.uno mismo, o los demás. El distanciamiento ayuda, tanto en lo estrictamente académico como en lo personal. Ahora es cuando empiezo a interiorizar el empathetic detach- ment del que hablaba W ilson4. La observación participante. Lástima que durante la carrera no le adviertan a uno de los riesgos del mareo que producen ciertas indefi­niciones en la identidad del investigador, fruto de su trabajo en el campo.

Hay veces en que opto por refugiarme en els meus amics de paper, como dice la abuelita. El contacto con los miembros del Templo de Jeremías acaba consu­miéndome. ¿Por qué? Porque no tengo la menor intención de convertirme, sino de estudiar la conversión entre ellos. Y eso no es fácil. Primero, debes conocer cómo funciona la comunidad, cuáles son las normas, las pautas de conducta, las creen­cias, en definitiva, la geografía del punto de destino hacia el que, tiempo atrás, esti-

3 Thom as S z a s z , psiqu ia tra e h isto riado r de la M edicina en la Universidad de Syracuse (N ue­va York), p lantea un d iscurso crítico respecto de la dim ensión política p resente en los procesos de m edicalización y construcción social de la enferm edad mental.

4 B ryan R. WlLSON, Fellow en el Alt Souls College de la Universidad de Oxford, es p un to de re ­ferencia obligado en la Sociología de la Religión británica. D estaca p o r su estudio del sec taris­mo y por su con tribución a la teoría de la secularización.

marón conveniente encaminar sus vidas. Perfecto. Pero cuando eso ya está logra­do, dibujado, con todas las imprecisiones que se quiera, falta el acceso a la interio­ridad de las personas, a la percepción de su particular historia. Falta el acceso si­nuoso a la identificación de rasgos significativos en el interior de discursos íntimos. Y eso presenta problemas. Muchas veces me he preguntado por el derecho moral que pueda tener a la hora de inmiscuirme en las intimidades de las personas que me brindan su confianza, sea de manera desinteresada o, por el contrario, suma­mente interesada. No puedo evitarlo. Hacer determinadas preguntas, abordar cier­tos temas, genera en mí una cierta Incomodidad. Supongo que debe ser un efecto singular de la empatia: me pongo en el lugar del otro y me pregunto si aceptaría compartir con mi alter ego cuanto ellos me ofrecen.

¿Ofrecer? No seamos hipócritas, por favor. No ofrecen. Intentas obtener deter­minada información... y hay quien accede. Pero no es fácil dar con ese tipo de ¡n: formación, y aún menos en la hermandad circunspecta. Devoras horas y horas en el Sillal Regio. Horas y más horas de información doctrinal. Y antes, y después, mendigas atención. Ahora con unos, ahora con otros... y cuando crees que es con­veniente y adecuado, formulas la posibilidad de reunirte a solas, de charlar Infor­malmente acerca de su experiencia en la Verdad. Charlas que tienen lugar sema­nas, meses después de haber sido pactadas. Lo que para mí es importante, para ellos no lo es. Ellos no son importantes, lo es Dios. Descubrir la presencia y volun­tad divinas, he ahí donde reside lo verdaderamente importante. Yo intento imponer mi discurso sin imponerlo, seducir. Ellos no tienen el menor empaque en imponer. Soy yo quien les necesita, no ellos a mí. Ellos tienen a Dios. Yo, al Almirante5. Parti­mos de puertos diferentes, con destinos distintos. Lograr la puntual convergencia de intereses no es asunto fácil. Por eso constituye un placer para mí conversar si­lenciosamente con Wilson, Beckford, Dobbelaere, Rambo (no el guerrillero, claro), Balnbridge, Richardson, Shupe... els meus amics de paper, siempre accesibles, abiertos, dialogantes.

Lo de hoy no se entiende si no es en relación a los inicios, ya lejanos (demasia­do lejanos en opinión de algunos) cuando la tesis se gestaba. O, más bien, cuan­do se gestaba el trabajo de campo. En aquel entonces, sólo tenía dos cosas cla­ras (visto desde el presente me parecen muchas). Por un lado, tenia miedo a tratar con sectarios. Me imaginaba víctima directa de cuanto afirma el imaginario popular (¡popularizado! No hay que ser ingenuos). Sería objeto de eficientes técni­cas de control mental. Mi cerebro adquiriría consistencia gelatinosa, mientras mis pensamientos sustituirían fluidez por monolitismo. Me convertiría en receptáculo de fanatismo, y lo ejercería por doquier. ¡Adiós, viejas amistades! Ya podía verlo. Agazapado en los rincones de cualquier departamento, asaltando a titulares y ca­tedráticos con la finalidad de hacerles conocer la Verdad. Posiblemente huirían, pero les perseguiría con tenacidad. Y sí pretendía dejar al grupo, sería objeto de palizas, de tortura psicológica, de chantajes, de llamadas telefónicas a horas in­tempestivas profiriendo las peores amenazas que, con seguridad, acabarían con­cretándose. Claro- que teóricamente rechazaba estas posibilidades. Pero cuando se trata de contrastar la certeza teórica hipotética con la experiencia propia; cuan­

s Juan M. G arcía J orba se refiere de esta form a a su d irec to r de tesis: el catedrático Joan P rat del D epartam ento de A ntropología Social y F ilosofía de la Universität Rovira i Virgili de T a­rragona.

do uno puede experimentar, concretamente, las consecuencias de su error abs­tracto, las cosas se ven de forma diferente.. Aún recuerdo aquel viaje en tren y las palabras del Almirante: -A/o Uncirás problemes. I si en tens...et fas fotre!»

La segunda cosa que tenia clara era mi preocupación por la ética. No conside­raba adecuado jugar con la confianza de las personas. Ahora bien... ¿cómo afron­tar, entonces, el trabajo de campo con grupos cerrados, exclusivistas, ostentado­res de la Verdad? Sabía cómo no debía, entrar, y me tranquilizaba la confluencia entre la ética y la estrategia. Como le dije al Almirante, «no considero que siguí mo- raiment acceptable, ni tampoc gens operatiu, optar per l'estratégia del submarí». Al margen de esa alteración de las reglas del juego, de esa desigualdad en la interre- lación, conocía casos en que las fragatas sectarias habían detectado naves antro­pológicas sumergidas en sus aguas6. Y en ese caso, ya se podía dar la investiga­ción por tocada y hundida. Si hasta me lo decían los jesuítas: no se puede llevar para siempre una doble vida. Pues eso.

En aquellos momentos era inimaginable suponer que en el proceso de negocia­ción con los informantes, inherente a todo trabajo de campo, acabaría viéndome forzado a operar, de forma alternativa, desde la superficie y desde las profundida­des. Fui muy consecuente al principio, al estilo de «¡Hola, soy yo, el antropólogo novel, y vengo dispuesto a estudiaros porque sóis estupendos, los mejores, y es necesario que se os conozca!« Sonrío cuando lo recuerdo. A los seguidores del Templo de Jeremías les daba lo mismo que fuera antropólogo, carnicero o inspec­tor de Hacienda (respecto a esto último no estoy demasiado seguro; aún así, me consta que afirman el escrupuloso cumplimiento de sus deberes fiscales). Lo que les importaba era que yo abrazara la Verdad. Cuando empezaron a ver que mi inte­rés era fundamentalmente académico, que no tenía la más mínima intención de en­grosar la lista de salvados, su actitud cambió. ¿Para qué esforzarse en darle a co­nocer lo más precioso que tenemos? ¡Si no lo va a aprovechar!

Al detectar el problema, tuve que pensar rápidamente en una solución. La solu­ción que, hoy, por poco me complica la vida. Ahí nacimos — explícitamente— los dos: el antropólogo y la persona. Una persona sin demasiada fe, pero que agrade­cería tenerla. De esta forma, la dinámica entre ellos y yo (¿nosotros?) ganó en flui­dez. No hay trampa. La relación que tengo con ellos combina el interés con el afec­to (en ocasiones, con el hartazgo). Escindí y personifiqué las dos dimensiones del antropólogo, o del sociólogo, la personal y la profesional, y no porque yo lo necesi­tara, sino porque tranquilizaba a los ¡eremitas y a mí me iba muy bien. Por un lado, los fieles sabían que existía un interés cálido, cercano, próximo, por ellos. Un inte­rés conocido, puesto que muchos, en algún momento, también estuvieron fuera y se acercaron con reticencias. El antropólogo era el profesional, pero la relación que podía existir no era estrictamente interesada: existía un punto de contacto, existía el vínculo entre personas. Por otro lado, yo me beneficiaba de la explicitación y reco­nocimiento de algo cierto, que confirmaba cuanto suponía al principio: la confianza es la mejor fuente de información. Ese desdoblamiento ha tenido consecuencias. La ambigüedad la primera. Tiendo a fundir los personajes, a recuperar mi identi­dad, pero no me dejan. Muchas veces se manifiestan desconcertados. Exigen sa­ber quién les habla, el antropólogo o la persona. Yo alterno las respuestas mientras

6 El au to r prosigue aquí su personal m etáfo ra m arina. Con el nom bre de fragata se designa al navio de guerra especializado en la detección y destrucción de subm arinos.

mantengo la mismá línea de operación. ¡Inmersión! ¡Emersión! ¿Barco o submari­no? Dejémoslo en sumergible. Muy eficaz, pero esa ambigüedad de roles ha sido la que me ha llevado hoy a una situación molesta.

Hace semanas que no escribía más que breves notas, extraídas sobre todo de elementos doctrinales que me parecen interesantes para ver la diferencia entre su cultura oficial y su procedimiento real, o empíricamente constatable si se prefiere. Ni una entrevista. Es desesperante. Eso sí, he ido ganando soltura en el control del discurso ¡eremita, de su lenguaje. Hablo casi como ellos. Hasta identifico los giros residuales específicos en quiénes dicen pestes' de ellos en diversos programas te­levisivos. "Merecedores", "Inicuos", “ Esto aplica a "7, y similares:

Ese control de su lenguaje y de su discurso me ha permitido realizar interven­ciones felices, cada vez más acertadas. Algunos miembros han venido a decirme lo mucho que les gustan mis comentarios, que prosiga así, que voy por buen cami­no. Sin embargo, Eulália, mi ascendente, quien vela por la evolución espiritual de mi persona y facilita el trabajo, cuando le place, a mi antropólogo, no ha mostrado el mismo entusiasmo ni interés en tales actuaciones. « Tú, lo que pasa es que eres listo, captas con la cabeza, pero también hay que saber captar con el corazón«, me decía ya al principio.

Hoy he estado particularmente fino. He expuesto la necesidad de seguir los consejos amorosos de los más avanzados en la Verdad porque no sólo se desve­lan por nuestro bien, sino porque nos recuerdan la voluntad divina y la mejor forma de llevarla a cabo en los aspectos más cotidianos de nuestra existencia. En otro momento, se ha abordado una cuestión de castigo divino, particularmente brutal, que he justificado en relación a la voluntad celestial. Dios es sabio y amoroso, ypretende nuestra salvación. En consecuencia, el castigo hacia quienes hacen mofade sus representantes no debe verse en relación a la figura del humano burlado, sino a la encarnación del mensaje divino, de esencial importancia y portador de salvación. Una actuación tan contundente es comprensible porque incrementa el respeto hacia los portadores de la Verdad y posibilita que la gente atienda a sus palabras y, así, consiga los preciados bienes que la amorosa divinidad otorgará.

He visto algunos gestos de aprobación entre los asistentes. El conductor de la reunión asiente sonriente a mis palabras. En aquellos momentos me siento seguro, confiado... He demostrado que puedo generar discurso ajeno sin crujimientos. Jus­to cuando paladeaba con fruicción mi pequeño éxito, Eulália, a mi izquierda, gira discretamente su afilado rostro y me espeta en voz baja:

—¿Realmente te crees todo lo que estás diciendo?

Era, exactamente, lo que menos podía esperar en aquellos momentos; y lo que menos deseaba. La pregunta era particularmente incómoda. Hubiera preferido una acusación, del tipo «Tú no eres lo que estás diciendo«. Pero Eulália no afirmaba. Era menos agresiva... formalmente. Al formular la pregunta, me implicaba a mí... ¿Quién tenía que responder? ¿Y cómo?

Mientras tanto, el tiempo pasaba.-Estaba sentado a su lado y no se me ocurría nada que decir. Mentir descaradamente era impensable. No cuela, como se dice

7 M uchos de los textos del colectivo religioso en el que investiga el au to r, son traducidos por puerto rriqueños. P or ejemplo: “esto aplica a", es u n a tradu cc ió n litera l del apply to inglés.

coloquialmente. Destacar que era absolutamente incapaz de creer en cuanto había dicho me hubiera llevado a adoptar una posición que no quería, la de ser visto ex­clusivamente como un extraño (más o menos cordial, pero carente de f¿ y de inte­rés en desarrollarla) que busca información. Era imprescindible mantener los ras­gos de ese Dorian Gray social, esconder el retrato lejos de miradas ajenas en algún desván oscuro. ¿Acaso soy un extraño para ellos? No. Pero sí soy un extraño para su Verdad, y si ese aspecto se evidenciaba con absoluta claridad, se amplifi­caría hacia mi yo social. ¡No podía decirle que mis intervenciones buscaban tanto la ambigüedad como el control de su discurso!

Mente-vacía. La miré de reojo. No parecía estar pendiente de mi silencio. Seme­jaba una estatua, atenta a la evolución de cuanto iban diciendo los asistentes. De pequeño, había oído aquello de "come y calla". Eulália ingería alimento espiritual de forma consciente, reflexiva, sin el menor atisbo de glotonería. ¡Come y calla! ¡No había sido una nena obediente! En cambio, yo era incapaz de articular palabra. Había oído entrar el torpedo en el agua, y el sonar detectaba su veloz aproxima­ción hacia mi casco. ¡Debía reaccionar!

Minuto y medio. Una eternidad. Eso fue cuanto tardé en responder. Discreta­mente, incliné mi cabeza hacía la izquierda y susurré.

—Me gustaría...Creí advertir una sonrisa disimulada en su perfil de mármol. No dijo nada. Ni en­

tonces ni después de la reunión.

El ap én d ice que s ig u e fue redactado cuatro d ías d espués de que la pre­gunta fuera form ulada. E l an trop ó logo Juan M anuel G a r c í a JORBA optó por in clu irlo en su d iario de ca m p o en la fecha en que se produjo, por razones de con tin u id ad lóg ica , que aq u í tam b ién se han respetado.

Hay historias que no acaban donde parece. Continúan, y accedemos a co­nocer su segunda parte cuando ello es posible. A veces, nunca. Eso es lo que ha ocurrido con la incómoda (¿malintencionada?) pregunta de Eulália. Esta ma­ñana ha estado en casa. En esta ocasión iba acompañada por Jacinta, la en­trañable abuelita canosa de gran sonrisa y manos esculpidas a base de punzar y ligar cáñamo. Llovía, y les he ofrecido un desayuno reparador: croissants re­llenos de chocolate fundido y café con leche hirviendo, exactamente tal y como yo lo detesto.

Hemos hablado dé lo mal que la gente las trata, «pero es igual, al final te haces una corteza. Son ellos los que se lo pierden». No sé hasta qué punto pueda ser re­sistente esa corteza. Cuando no las insultan :<• ¡Incultas, asesinas de niños!, nos di­cen», las rehuyen :«se cambian de acera, como si les fuéramos a atracar, como si fuéramos delincuentes...». Y hemos conversado, también, de los que están flojos en la fe. Demasiadas tentaciones, demasiados engaños bajo apariencias seducto­ras, ■<especialmente para los jóvenes... Claro, todo está permitido, todo es bueno, no pasa nada, hay que disfrutar, y luego, pues vienen los problemas, los llantos, los ¡ay si no hubiera hecho lo que hice! Pero entonces ya lo han hecho». No es fácil te­ner fe hoy en día. O, cuando menos, no es fácil sostener cierto tipo de fe, observar las exigencias de coherencia que marcan determinadas formas de creer y vivir la

creencia. El mundo tienta y el humano sucumbe. La vieja historia. Ya lo dijo Oscar Wilde, yo lo soporto todo, menos las tentaciones.

Cuando finalizábamos la reunión, Eulália hace referencia a aquel día. Y lo hizo al despedirse, de pie, sonriente, sin que por mi parte hubiera habido referencia al­guna.

— El otro día te afectó lo que te dije, la pregunta, ¿eh? Se lo comenté el miérco­les a Martina. Le dije lo que pasó, y le dije, Martina, creo que esta vez le he dado. Lo he tocado, seguro. Se quedó callado. Esta vez le he dado de pleno«.

Sonríe con una satisfacción que no pude imaginar antes. Se había divertido, ha­bía disfrutado, y en estos momentos, libre de formalidades rituales, estaba gozan­do de nuevo aquel éxito.

— Ya ves, no hay muchos estudios, pero tonta no soy. Tú tienes ahí algo dentro. Lo que, pasa es si lo dejarás crecer.

Definitivamente, la pregunta había sido malintencionada. Y mi tardanza en res­ponder, advertida. Sin embargo, la lectura que se hizo del suceso contribuyó a re­forzar la existencia de esos dos muchachos que comparten nombre y cuerpo. El torpedo había alcanzado de pleno a la persona atravesando el casco del antropó­logo. Nunca dejará de sorprenderme la facilidad con que ciertas personas hacen converger los indicios con sus expectativas.

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FRIGOLÉ, Joan et al. (1983) Antropología hoy. Barcelona: Teide. Es uno de los prime­ros manuales de Antropología Social publicado en España por antropólogos espa­ñoles. Plantea una historia temática de la disciplina y repasa el desarrollo de la misma en las sociedades complejas, destacando las conexiones con la Sociología. Es un manual típico de una Antropología periférica que, al no contar con grandes tradiciones teóricas nativas, resulta innovador y crítico.

FROTA, María T. (1992) Metodologías qualitativas na Sociología. Petrópolis: Vozes. Presenta una introducción general a los presupuestos teóricos del método cualita­tivo, y revisa algunas de las principales técnicas a él asociadas.

• G a B a r r ó N , Luis R. y Libertad H e r n á n d e z (1994) Investigación participativa. Madrid: CIS. Ejemplo de cómo las metodologías pedagógicas alternativas de Pablo Freire han calado en las ciencias sociales de Iberoamérica. La obra plantea los distintos procesos mediante los cuales es posible analizar la realidad social al mismo tiem­po que se la transforma.

G a r c í a C a n c l i n i , Néstor (1991) «¿Construcción o simulacro del objeto de estudio? Trabajo de campo y retórica textual» Alîeridades 1: 58-64.

G a r c í a F e r r a n d o , Manuel et al. (1986) El análisis de la realidad social. Métodos y téc­nicas de investigación. Madrid: Alianza Universidad. El libro se divide en tres par­tes. La primera plantea el diseño de la investigación social y la tercera revisa dis­tintas posibilidades para el análisis de los datos. La segunda parte incluye Un apartado sobre observación participante y se dedica a la manera en qüe se obtie­nen los datos.

G a r c í a M o r a , C. et al. (1987) La Antropología en México, panorama histórico (1880- 1986). Córdoba: Instituto Nacional de Antropología e Historia.

G a r c í a M uñoz/A . (1990) «La antropología en casa: las difuminadas lindes entre lo próximo y lo distante» Comunicación presentada al IV Congreso de Antropología, Granada. Mimeografiado.

G a r f i n k e l , Harold (1967) Stndies in Ethnomethodology Englevvoods: Prentice Hall.GaRMA, C. (1991) «Interpretando la antropología interpretativa» Alteridades, 1 (1): .

130-132.G e e r t z , Clifford (1989) El antropólogo como autor. Barcelona: Paidós. Analiza las

distintas técnicas retóricas con que diversos antropólogos escriben sus monogra­fías. Tras afirmar el carácter básicamente literario y persuasivo de la escritura et­nográfica, revisa los estilos etnográficos de Malinowski, Evans-Pritchard, Bene- dict, y Levi-Strauss.

G e r a n d o , Joseph M . ( 1 9 7 8 ) «Considérations sur les diverses méthodes a suivre dans l’observation des peuples sauvages» en Jean Copans, Aux origines de lAnthropolo- gie Française Paris: Le Sycomore.

G o f f m a n , Erving (1970) Estigma. Buenos Aires: Amonrortu. Etnografía sobre la ges­tion que las personas realizan de sus estigmas. Describe y analiza las clases de re­lación que establecen estigmatizados y normales.

G o f f m a n , Erving (1979) Relaciones en público. Madrid: Alianza Universidad.G o f f m a n , Erving ( 198la) Internados. Buenos Aires: Amorrortu. Investigación realiza­

da con observación participante en un manicomio de Estados Unidos. En el libro se definen teóricamente las instituciones totales, y se revisan y caracterizan las re­laciones que existen entre el mundo del personal y el mundo de los internos.

G o f f m a n , Erving ( 1981¿>) La presentación de la persona en la vida cotidiana. Buenos Aires: Amorrortu. Etnografía de la vida cotidiana que define la vida social como un conjunto de escenas teatrales en la que los actores prevén el sentido de su ac­tuación.

G r e e n w o o d , Davydd J . ( 1 9 9 2 ) «Las antropologías de España: Una propuesta de cola­boración» Antropología, 3: 5-33.

G u a s c h , Óscar (1 9 9 1 a ) La sociedad rosa. Barcelona: Anagrama. Originalmente publi­cado en 1987 es la Tesis de Licenciatura del autor. Plantea una etnografía de la subcultura gay española realizada mediante la observación participante.

G u a s c h , Óscar (19916) El entendido: Condiciones de aparición, desarrollo y disolución de la subcultura homosexual en España. Tesis de Doctorado Tarragona: Universi­dad de Barcelona. Trabajo inédito que plantea un análisis histórico y social en torno a la subcultura gay española.

H a n n e r z , U lf (1 9 8 6 ) Exploración de la ciudad. México: Fondo de Cultura Económica.H a r r i s , Marvin (1987) El desarrollo de la teoría antropológica: Una historia de las teo­

rías de la cultura. Madrid: Siglo XXI.

H u n t , J. C. (1989) Psychoanalytic Aspects o f Fieldwork. Newbury Park (California) Sage Publications.

JORGENSEN, Danny L. (1989) Participara Observation. A Methodology for Human Stu- dies. Londres: Sage. Manual que introduce los principios básicos de la observa­ción participante: desde los métodos de observación a las condiciones de las rela­ciones de campo, pasando por las formas de anotar las observaciones.

K a p l a n , David y Robert, A. M a n n e r s (1 9 7 5 ) «Antropología en crisis: Viejos temas y nuevas orientaciones», pp: 5 5 -7 6 , en José R. Llobera (comp) La Antropología como ciencia. Barcelona: Anagrama. Revisa las distintas adaptaciones que realiza la An­tropología ante la inminente desaparición de su objeto de estudio (el mundo pri­mitivo).

K a p r o w , Miriam L. (1 9 9 4 ) «La exaltación de lo transitorio: Gitanos en Zaragoza» en Antropología 8: 8 3 -1 0 6 . Explica algunos de los problemas que se plantean a una antropóloga que observa a la gente gitana com o un grupo que desarrolla (presun­tamente) una interacción estructurada y repetitiva durante algún tiempo. Termi­na por descubrir que sus nativos hacen cualquier cosa excepto ser constantes.

K r o t z , E s t e b a n (1 9 9 1 ) « V ia je , t r a b a jo d e c a m p o y c o n o c i m i e n t o a n t r o p o ló g ic o » Alte- ridades 1: 5 0 -5 7 .

Lee, R. B. (1987) «Eating Christmas in the Kalahari» en James P. Spradley y David W. MacCurdy (eds.) Conformity and Conflict: Readings in Cultural Anthropology. Boston: Little, Brown, pp: 26-34. Artículo que los antropólogos postmodernos rei­vindican a la hora de construir su propia historia. Escrito en los años sesenta, plantea los problemas de Lee entre los kung, al no comprender por qué los nati­vos despreciaban el regalo (una vaca gorda y sana) que él había hecho en térmi­nos de reciprocidad. Los kung le responden que así se evita la soberbia de los do­nantes. Es gracias a estos y otros errores com o Lee comprende los elementos más cruciales de la cultura que pretende estudiar.

L e e d s , Anthony (1975) «La sociedad urbana engloba a la rural» en Hardoy y Shaedel (eds.) Las ciudades de América Latina y sus áreas de influencia a través de la Histo­ria. Lima: SIAP.

L e v i - S t r a u s s , Claude ( 1 9 7 0 ) Tristes trópicos. B uenos Aires: Eudeba. Estructurado como un libro de viajes, plantea el desplazamiento físico del autor al trópico, y también su tránsito intelectual al relativismo.

L e w is , Oscar ( 1 9 8 3 ) Antropología de la pobreza. México: FCE. Estudio de lo que el autor denomina cultura de la pobreza. Originalmente publicado en 1 9 5 9 .

L e w is , Oscar (1975) «Controles y experimentos en el trabajo de campo», pp: 97-127, en José R. Llobera (comp) La Antropología como ciencia. Barcelona: Anagrama. Presenta estrategias diversas para contener la subjetividad del investigador, y en consecuencia aumentarla fiabilidad de los datos. Entre otros: los reestudios, y las investigaciones en equipo o multidisciplinares.

LlTTLE, Kenneth (1970) La migración urbana en África occidental. Barcelona: Labor.Lynd, R. S. y M. H. L y n d (1929) Middletown: <4 Study.of Contemporary American Cul­

ture. Nueva York: Harcourt. Estudio sobre una ciudad estadounidense en el que los esposos Lynd aplican métodos etnográficos: residencia prolongada, observa­ción participante, consideración de la cultura com o un todo global. Identifican la estructura formal e informal de la sociedad y los diversos papeles sociales y eco­nómicos que en ella pueden observarse. Es un clásico de la llamada antropología urbana.

L y n d , R. S. y M. H. L y n d (1937) Midclletown in Transition: A Study in Cultural Con­fitéis. Nueva York: Harcourt. Es un ejemplo de reestudio. Los investigadores re­gresan al campo para comprobar las transformaciones acontecidas y para verifi­car la validez de los datos previos.

M a e s t r e , Juan (1976) La investigación en Antropología Social: Ejemplos y técnicas operativas. Madrid: Akal. Existe una reedición en Ariel en 1990. El libro se divide en tres partes. La primera revisa el estatus epistemológico de la investigación cua­litativa; la segunda se centra en la observación participante más clásica, y la terce­ra en las monografías. ..

MALINOWSKI, Bronislaw (1975n) Los Argonautas del Pacífico Occidental. Barcelona: Península.

M a l i n o w s k i , Bronislaw (1975fa) «Confesiones de ignorancia y fracaso», pp: 129-139, en José R. Llobera (comp.) La Antropología como ciencia. Barcelona: Anagrama. Breve reflexión del sistematizador de la observación participante, donde defiende la necesaria honestidad del investigador a la hora de plantear sus problemas a lo largo de la investigación.

M a l i n o w s k i , Bronislaw (1989) Diario de campo en Melanesia. Madrid: Júcar. Publica­do en 1967, el diario viene a desmitificar la imagen heroica del antropólogo y a sustituirla por un personaje neurótico y obsesivo que encuentra desagradables a los primitivos. La subjetividad y el sesgo del antropólogo cuestionan la observa­ción participante tal y com o la definió su sistematizador.

M a l l a r t , Lluis (1992) Soc fill deis Evuzok: La vida d'itn antropoleg al Camerún. Barce­lona: La Campana. Etnografía biográfica de la práctica profesional de un antropó­logo, en la línea de los trabajos de Nigel Barley. Describe los procesos del trabajo de campo y las consecuencias que el contacto cultural con lo exótico provoca en las convicciones del investigador.

M a r t í n , Manel (1990) La profesión de policía. Madrid: CISM a r t í n , Manel (1994) Mujeres policía. Madrid: Centro de Investigaciones Sociológi­

cas.M a u s s , Marcel ( 1 9 6 7 ) Manuel d'Ethnographie. París: Payot. Revisa algunos de los pro­

blemas que plantea la encuesta intensiva sobre el terreno (como la superficialidad y la insuficiencia de las descripciones), y señala los recursos a emplear para sol­ventar tales problemas: utilización de fotografías; del diario de campo, de la gra­badora.

M a y o , Elton (1933) The Humans Problems of a Industrial Civilization. Nueva York: Macmillan. Estudio pionero de etnografía de las instituciones contemporáneas. Es el estudio de una planta industrial estadounidense en el que se emplean profu­samente técnicas de investigación antropológicas.

M c C a l l G e o r g e , J . y J . L. SlM M ONS (comps.) (1 9 6 9 ) Issues in participation Observa- tion. A Text and Reader. Nueva York: Free Press. Analiza diversos problemas m e­todológicos de la observación participante prestando especial atención a las rela­ciones de campo. Incluye artículos de Howard Becker, Paul Lazarsfeld y Gilbert Shapiro.

M e a d , Margaret ( 1 9 8 3 ) Cartas de una antropólogo. Barcelona: Bruguera. Recopilación de las cartas que la antropóloga envía a parientes y amigos desde los diversos lu­gares donde investigó. En las cartas, a la manera de diario, aparecen cuestiones obviadas en sus monografías: los temores, iras, e incluso la impaciencia y la ter­nura.

MENÉNDEZ, Eduardo L. (1991) «Definiciones, indefiniciones y pequeños saberes» Al- teridades, 1 (1): 21-32.

MERCIER, Paul (1963) «Compenetración de métodos etnológicos y sociológicos» en Georges Gurvitch, Tratado de Sociología. Buenos Aires: Kapeluzs.

M ig u e l , Jesús M . de (199ón) Auto/biografías Madrid: CIS. Desarolla las posibilidades del método biográfico, prestando especial atención al modo en que se produce la articulación micro-macro en las vidas cotidianas de las personas. Incluye cinco ejemplos de material biográfico.

M IGUEL DE, Jesús M . (1 9 9 6 6 ) Prólogo, p p : vil-XVH, en Pinilla de las Pleras, Esteban ( 1 9 9 6 ) La memoria inquieta. Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas.

M o l s t a d , C. (1986) «Choosing a n d Coping tvith Boring Work» Urban Life 15, 2: 215- 236.

M o n o d , J. (1971) Los barjots: Ensayo de etnología de las bandas de jóvenes. Barcelona: Seix Barrai. Estudio sobre las bandas de jóvenes de París, en el que el autor anali­za la lógica interna de las bandas revisando el punto de vista de sus miembros,

M u c c h ie l l i , A. (1991) Les méthodes qualitatives. París: Masson. Manual introductorio a las técnicas cualitativas. Plantea su desarrollo histórico en el marco general de la ciencia y presta especial atención a las técnicas cualitativas de recogida de datos.

N a r o l l , R. y R. C o h é n (1973) (comps.) A Handbook o f Method in Cultural Anthropo- logy. Nueva York: Columbia University Press.

N iv ó n , Eduardo y Ana M. R o s a s (1991) «Para interpretar a Clifford Geertz. Símbolos y metáforas en el análisis de la cultura» Alteridades 1: 40-49.

P a n o f f , Michel y Françoise P a n o f f (1975) «¿Para qué sirve la etnografía?», pp: 79-83, en José R. Llobera (comp.) La Antropología como ciencia. Barcelona: Anagrama. Defienden la importancia del trabajo de campo frente a quienes pretenden dejar la recolección de los datos en manos de los más jóvenes. Ejemplifica la perspec­tiva antropológica que entiende el trabajo de campo como un rito de paso profe­sional.

P i n i l l a d e l a s H e r a s , Esteban (1996) La memoria inquieta. Madrid: CIS. Analiza en clave personal y biográfica los procesos sociales que acontecen en la España de la dictadura franquista (entre 1935 y 1959). Presta especial atención a los procesos de estratificación y de desigualdad social.

Prat, Joan (1991) «Una bibliografía sobre sectas: Lecturas y contralecturas» Arxiit d ’Etnografia de Catalunya 8: 140-192.

R a b in o W, Paul (1989) Reflexiones sobre un trabajo de campo en Marruecos. Madrid: Júcar. Presenta una autocrítica respecto ál lugar del antropólogo en el trabajo de campo y respecto a sus informantes. Las distorsiones que sufre la información y la desmitificación de diversos estereotipos sobre el antropólogo (incluyendo el del antropólogo como héroe), constituyen el centro de la obra. En vez de negarlos, el autor asume el etnocentrismo y la subjetividad, como un camino de objetividad.

R a d c l i f f e - B r o w n , Arthur R. (1975) El método de la Antropología Social. Barcelona: Anagrama. Recopilación de textos que incluye una breve historia de la Antropolo­gía Social, y un artículo que defiende la contribución de la disciplina al conoci­miento y control de los pueblos primitivos.

R a m e o , C. A. (1987) Tums-Ons For Money. Tampa: University of South Florida, De­partment of Sociology. Estudio sobre la vida cotidiana de las bailarinas de alqui­ler, realizado por una investigadora que, previamente, había trabajado como tal.

La finura y sutilidad de las descripciones viene a probar que la distancia puede construirse críticamente.

R e m e s a r , Antoni et al. (1982) Tres ensayos sobre comunicación: De la naturaleza a la cultura. Barcelona: Mascarón. Repaso de los teóricos de la com unicación desde Mead hasta Scheflen, pasando por Hall y Birdwhistell. Presta especial atención a la comunicación no verbal.

REYNOSO, Carlos (comp.) ( 1 9 9 2 ) El surgimiento de la antropología posmodema. Barce­lona: Gedisa. Incisivo repaso histórico sobre las condiciones de nacimiento y de­sarrollo teórico de la Antropología posmoderna. Incluye una selección de textos de autores posm odem os.

R i t z e r , George (1993) Teoría sociológica clásica. Madrid: McGraw-Hill.RUIZ OLABUÉNAGA, José I. (1996) Metodología de la investigación cualitativa. Manual

de introducción a las técnicas de investigación cualitativa. Recoge las influencias de la antropología posmoderna en cuanto a los problemas de la observación y res­pecto a la interpretación del texto por el lector. Bilbao: Universidad de Deusto.

RUIZ OLABUÉNAGA, José I. y María A. Isp iz u a (1989) La descodificación de la vida coti­diana. Métodos de investigación cualitativa. Bilbao: Universidad de Deusto. Plan­tea un análisis histórico y epistemológico sobre el método cualitativo, y presenta algunas de sus principales técnicas.

SANJEK, Roger (1990) (comp.) Fieldnotes: The Makings of Anthropology. Ithaca: Cor- nell University Press.

S o n ta g , Susan (1983) «El antropólogo como héroe» en Contra la interpretación. Bar­celona: Seix Barral.

S o u s a S a n to s , Buenaventura (1988) Um discurso sobre as ciéncias. Porto: Afronta- mento. Crítica y análisis de la crisis del paradigma científico dominante. Afirma que todo el conocim iento científico es conocim iento social, y plantea la próxima aparición de un nuevo paradigma dominante en el que el modelo de conocim ien­to será el de la ciencia social.

SPERBER, Dan (1982) Le savoir des anthropologues. París: Hermann. Analiza la cons­trucción de las monografías antropológicas a partir de lo que denomina el estilo indirecto libre. S e trata de una estrategia mediante la cual sedimentan un conjunto de impresiones difusas de las que no se especifica su origen. Para evitar estos pro­cesos plantea acompañar las síntesis interpretativas de comentarios descriptivos.

S p ra d le y , J. (1970) You Owe Yourself a Drunk. Boston: Little Brown.S to c k in g , George W. (1983) Observers Observed: Essays On Ethnographic Fieldwork.

Madison, Wisconsin: The University of W isconsin Press.S to c k in g , George W. (1992) The Ethnographer's Magic and Other Essays in the His-

tory of Anthropology. Madison, Wisconsin: The University of W isconsin Press.TAYLOR, Steve J . y Robert B o g d a n ( 1 9 9 2 ) Introducción a los métodos cualitativos de

investigación. Barcelona: Paidós. Manual de técnicas cualitativas. Incluye varios ejemplos de aplicación de técnicas cualitativas al análisis de una unidad neonatal y de la escuela.

T h o m a s , W. I. y F. Z n a n ie c k i (1958) The Polish Peasant in Europe and America. Nueva York: Dover.

T o r r e n t e , Diego (1994) El poder azul. Tesis de Doctorado. Barcelona: Universidad de Barcelona. Etnografía de la guardia urbana de una ciudad catalana realizada con observación participante y otras técnicas cualitativas.

V a n M a a n e n , John (1988) Tales of the Field. On Writing Ethnography. Chicago: The University of Chicago Press.

VELASCO, Honorio M. (1992) «La antropología española como problema» Antropolo­gía, 3: 120-124.

V e s p e r i , M. D. (1985) City o f Green Benches. Ithaca: Cornell University Press. Investi-. gación sobre población anciana dependiente de los servicios sociales de la ciudad

de San Petersburg, en Florida: una ciudad con una elevada proporción de pobla­ción anciana. La investigadora concentra su observación participante en residen­cias para la tercera edad y en espacios públicos de interacción anciana: la calle y los bancos de los parques.

W e n g l e , John L. (1988) Ethnographers in the Field: The Psychology o f Research Tusca- losa: The University of Alabama Press.

WHYTE, William F. (1971) La sociedad de las esquinas. México: Diana. Investigación clásica sobre el barrio de una gran ciudad (Comerville), efectuada a partir de la observación participante. El autor se interesa por la estructura de la vida diaria al entender que detrás del caos urbano aparente se encuentra un sistem a social or­ganizado que puede ser visible a los ojos del quien investiga.

W h y t e , William F . (1 9 8 9 ) Learning From the Field: A Guide From Experience. New­bury Park (California): Sage Publications.

W in k in , Yves (comp.) (1 9 8 2 ) La nueva comunicación. Barcelona: Kairós. Recopila­ción comentada de textos de teóricos de la nueva comunicación. Incluye entrevis­tas con Bateson, Hall, y Birdwishistell.

W o l f , Mauro (1989) Sociologías de la vida cotidiana. Madrid: Cátedra. Presenta las bases sobre las que se asienta la microsociología o sociología de la vida cotidiana. Revisa a Goffman y la etnometodología de Garfinkel, y analiza también el estudio de las conversaciones y del discurso.