Cuando Hicimos Historia. La Experiencia de La Unidad Popular - Pinto, Julio (Coord. y Ed.)

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  • Cuando hicimos historia : La experiencia de la Unidad

    Popular [texto impreso] / Julio Pinto Vallejos, Coordinador y

    Editor; Toms Moulian; Mario Garcs D.; Franck

    Gaudichaud; Mario Amors; Mara Anglica Illanes O.;

    Csar Albornoz; Vernica Valdivia Ortiz de Zrate. -- 1 ed.

    - Santiago: LOM Ediciones, 2005.

    210 p.: 16 x 21 cm.- (Coleccin Historia)

    ISBN: 956-282-726-7

    R.P.I.: 146.532

    1. Unidad Popular Chile 2. Chile Poltica y Gobierno

    1970 - 1973 I. Moulian, Toms II. Garcs, Mario

    III. Gaudichaud, Franck IV. Amors, Mario V. Illanes,

    Mara Anglica VI. Albornoz, Csar VII. Valdivia Ortiz de

    Zrate, Vernica VIII. Ttulo. IX. Serie.

    Dewey : 320.983 .-- cdd 21

    Cutter : C957

    Fuente: Agencia Catalogrfica Chilena

  • JULIO PINTO VALLEJOS(COORDINADOR-EDITOR)

    Cuando hicimos historiaLa experiencia de la Unidad Popular

    TOMS MOULIAN / MARIO GARCS D. / FRANCK GAUDICHAUDMARIO AMORS / MARA ANGLICA ILLANES O.

    CSAR ALBORNOZ / VERNICA VALDIVIA ORTIZ DE ZRATE

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    LOM P A L A B R A D E L A L E N G U A Y M A N A Q U E S I G N I F I C A SOL

    LOM Ediciones

    Primera edicin, 2005

    I.S.B.N: 956-282-726-7

    JULIO PINTO VALLEJOS

    TOMS MOULIAN / MARIO GARCS D. / FRANCK GAUDICHAUD / MARIO AMORS

    MARA ANGLICA ILLANES O. / CSAR ALBORNOZ / VERNICA VALDIVIA ORTIZ DE ZRATE

    Registro de Propiedad Intelectual N: 146.532

    Motivo de la cubierta: Afiche, Cobre Chileno, gentileza de sus autores,

    Luis Albornoz y Vicente Larrea.

    Diseo, Composicin y Diagramacin:

    Editorial LOM. Concha y Toro 23, Santiago

    Fono: (56-2) 688 52 73 Fax: (56-2) 696 63 88

    Impreso en los talleres de LOM

    Miguel de Atero 2888, Quinta Normal

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    Fono: 5411-43730980 Fax: 5411-43734210

    [email protected]

    Impreso en Santiago de Chile.

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    PRESENTACIN

    El gobierno de la Unidad Popular, dice Toms Moulin en un bello artculo publicado apoco de iniciarse nuestra prolongada transicin a la democracia, fue a la vez fiesta, dramay derrota. La mayora de quienes se han referido a esta experiencia, sin embargo, ya sea enclave analtica, historiogrfica o testimonial, han puesto el acento en el drama y la derrota,casi nunca en la fiesta. Considerando el desenlace que ella tuvo, y todo lo que vino despus,el nfasis ciertamente no resulta antojadizo: los errores deben ser reconocidos y los crme-nes posteriores denunciados. De tanto insistir en esa dimensin, sin embargo, hemos perdidode vista lo que la Unidad Popular tuvo de positividad histrica, de esfuerzo vivo y entu-siasta por construir una sociedad ms humana, ms justa y mejor. Hemos olvidado quequienes creyeron y se jugaron por ese proyecto lo hacan movidos por una aspiracin utpicay por la conviccin de que las personas de carne y hueso que habitan este pas, incluso oespecialmente los ms humildes y postergados, son sujetos plenamente habilitados parahacer historia. Fue esa sensacin de apertura y protagonismo, de que no haba estructurasdemasiado asentadas ni obstculos demasiado insalvables como para frenar la creatividadcolectiva, lo que imprimi a esos mil das su sello ms electrizante y ms entraable. Lafiesta a la que alude Moulin, y que muchos partidarios de esa experiencia evocan hoy conindisimulada aoranza, no es otra cosa que la conciencia de haber hecho historia. De que, almenos por un momento, la historia se convirti en proyecto a realizar, y no en el dominioeterno e inconmovible de poderes fcticos.

    Esta coleccin de estudios histricos se ha propuesto la tarea de rescatar, aunque solosea fragmentariamente, esa olvidada dimensin del proceso que dio forma al gobierno de laUnidad Popular. A partir del deseo colectivo de sus autoras y autores por marcar precisa-mente ese nfasis, todos nos internamos en alguna faceta especfica en que la positividadde esa experiencia se haya hecho manifiesta. Como historiadores que somos, nos propusi-mos tambin abordar nuestros respectivos campos temticos echando mano de informacionesy testimonios de primera fuente, generados por sus propios actores en el momento mismo enque los hechos estaban ocurriendo. Esta opcin hace que este libro sea ms historiogrficoque testimonial, por mucho que, habiendo sido varias personas del equipo tambin partci-pes del proceso estudiado, esta ltima dimensin no est del todo ausente. As se entiende

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    que el tono de los artculos oscile incesantemente entre lo ensaystico y lo propiamentemonogrfico. Pero al poner el acento en este segundo enfoque, hemos querido testimoniarnuestra conviccin de que, ms all de algunos indiscutibles aportes1 , nuestra disciplinaest en deuda con el perodo de la Unidad Popular. Es hora ya, aunque muchas de las pasio-nes que ella despert sigan tan vivas como entonces (y tal vez precisamente porque siguenvivas), que la historiografa se comience a ocupar con mayor fuerza de un perodo que tanprofundamente marc nuestra historia reciente y nuestra convivencia actual.

    El libro se abre con un artculo de Julio Pinto que explora y caracteriza la idea de revolu-cin que motiv a quienes vieron en la Unidad Popular una posibilidad de realizar cambiosprofundos en nuestra organizacin social. Mucho se ha hablado sobre las divergencias, eincluso contradicciones, que dividieron a quienes fueron parte de este proyecto, y el artculociertamente da cuenta de ellas. Pero tambin enfatiza, y ah radica tal vez su originalidad, launanimidad con que unos y otros se dieron a la tarea de hacer la revolucin en Chile. Sobreesa comunidad de propsitos fue que se fund todo lo que de 1970 en adelante hizo parte dela experiencia de la Unidad Popular.

    La antologa contina con un artculo de Toms Moulin, socilogo de demostrada sensi-bilidad historiogrfica, sobre la va chilena al socialismo, tal vez el ms audaz y singularaporte de la Unidad Popular en el plano de la construccin ideolgico-poltica. Si bien eldesenlace de ese experimento podra llevar a conclusiones pesimistas sobre la doctrina quelo sustent y eso tambin ha sido discutido ms de alguna vez nadie podra desconocer laoriginalidad de una propuesta que rompa, al menos a nivel de su ejecucin prctica, contodo lo que la ortodoxia socialista haba consagrado como estrategias para hacer la revolu-cin. Si de creatividad histrica se trata, y eso es lo que esta obra ha procurado resaltar,pocas realizaciones resultaran ms representativas de esa aspiracin que la va cuya factibi-lidad Allende dio su vida por demostrar.

    Los dos siguientes artculos abandonan el campo de la teora y de las propuestas paraconcentrarse en dos actores sociales que fueron verdaderos pilares del protagonismo que elgobierno allendista buscaba relevar. En el primero, Mario Garcs muestra cmo el movimientode pobladores, desde la mayor de las precariedades materiales, logr levantar un proyecto dehabitabilidad popular que a partir de 1970 cont con el apoyo del recin electo gobierno de laUnidad Popular. Potenciados desde abajo y desde arriba, desde sus propias tradiciones delucha y desde una autoridad poltica con un nuevo sentido de misin, pobladoras y pobladoresse sintieron capaces de tomar la vida y la historia en sus manos. Por su parte, el joven historia-dor francs Franck Gaudichaud se interna en el mundo del sindicalismo obrero, al que toda lateora socialista y revolucionaria identificaba como el eje de la aorada transformacin social.

    1 Es interesante que la mayora de stos provengan de historiadores extranjeros o de chilenos radicadosfuera del pas. Dentro de Chile, solo unos pocos historiadores, identificados en el cuerpo de este libro,han publicado estudios monogrficos sobre la Unidad Popular.

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    Haciendo pie en el novedoso fenmeno de los cordones industriales, fruto precisamente de lasiniciativas y combates librados por sectores obreros comprometidos con el ideal de la revolu-cin, Gaudichaud caracteriza esa forma muy particular de concebir el protagonismo socialque se denomin poder popular. Unos y otros, obreros y pobladores, constituyen testimoniosvivientes del tipo de creatividad histrica que da a esta coleccin de estudios su razn de ser.

    Lo propio hacen, desde un ngulo ms culturalista, las tres monografas que se desa-rrollan a continuacin. En la primera, el historiador y periodista espaol Mario Amors seocupa de uno de los componentes ms originales de la experiencia que culmin en el gobier-no de la Unidad Popular, como lo fue el Movimiento de Cristianos por el Socialismo. Tendiendoa travs de su propio quehacer un puente entre religin y socialismo, entre revolucin y fe,los portadores de esta propuesta ensancharon la convocatoria izquierdista ms all de lo quehaban sido sus fronteras tradicionales en nuestro pas. La vivencia de los cristianos por elsocialismo se constituye asimismo en el punto de partida del artculo de Mara AnglicaIllanes, en el que la corporalidad del sujeto popular se convierte en eje conductor de unareflexin, a la vez tica, poltica y existencial, sobre la ocupacin de territorio y la satisfac-cin de necesidades bsicas como materializacin del mpetu creativo que liber en lasociedad chilena, y sobre todo en sus clases populares, la llegada de Salvador Allende a lapresidencia. Ese mismo mpetu se despliega, esta vez en el campo de la creacin artstica ycultural, en el trabajo de Csar Albornoz. Haciendo pie en algunas de las expresiones msemblemticas de esos aos, como lo fueron la Nueva Cancin Chilena, la Editorial Quiman-t, y diversas iniciativas en el mbito de la plstica (entre ellas el muralismo), esta colaboracinprofundiza en uno de los legados ms entraables y recordados de ese perodo.

    La antologa se completa con una investigacin centrada en uno de los espacios msproblemticos, y tambin ms desconocidos, de la obra desplegada por el gobierno de laUnidad Popular: su vinculacin con el aparato y la poltica militar. La va chilena al socialis-mo se defina, precisamente, por su renuncia a alcanzar el poder por el camino armado oinsurreccional, lo que segn sus detractores constituy el principal motivo de su fracaso. Loque argumenta el artculo de Vernica Valdivia, sin embargo, es que esa renuncia no signifi-c una confianza ciega en la lealtad institucional de las fuerzas armadas, sino por el contrario,una opcin por ganarse el apoyo, a travs de propuestas de desarrollo econmico e integra-cin social, de a lo menos el sector ms progresista de la oficialidad y suboficialidad. Eltrgico desenlace del gobierno allendista y la conducta que a partir de entonces desplega-ron los institutos armados ciertamente que oscurece e interpela esta visin, y de segurodespertar ms de alguna reticencia entre el pblico lector. Pero lo que a la autora le intere-sa subrayar es que se no fue un resultado predestinado y fatal, sino que pudo haber, como lodemuestran los militares que tambin fueron vctimas de la represin pinochetista, alterna-tivas diferentes. Y de esa plasticidad intrnseca de la historia, de la existencia permanentede opciones a considerar, es precisamente de lo que esta coleccin se trata.

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    Es evidente que los ocho estudios que conforman esta obra no hacen justicia a la totali-dad de los actores y experiencias que dieron cuerpo a la historia de la Unidad Popular, niestn tampoco cerca de agotar todo lo que sobre ese perodo querramos saber. La seleccintemtica estuvo determinada por lo que sus autoras y autores ya haban investigado o esta-ban en proceso de investigar, lo que deriv en la omisin (esperamos que transitoria) deactores tan relevantes como los campesinos o los estudiantes, y de propuestas tan emblem-ticas como la Asamblea Popular o la Escuela Nacional Unificada. Estamos tambinconscientes de que las interpretaciones y los nfasis propuestos no sern necesariamentecompartidos en todos sus aspectos, ni recibidos con unnime aceptacin. Ms aun: entre lospropios integrantes del equipo, y como lo revelar con facilidad una lectura atenta, no existeuna visin o una lectura uniforme de los hechos que hemos querido historiar. Pero lo que nosinteresaba no era elaborar una historia oficial de la UP, ni encontrar una visin de con-senso que dejara a todos conformes. Ms bien al contrario: lo que quisimos fue llamar laatencin sobre lo mucho que todava queda por hacer en este campo, y abrir algunas sendaspara la discusin y la exploracin futuras. En esa lgica, toda discusin que nuestro librogenere, y toda complementacin que sus omisiones estimulen, ser una seal de que el es-fuerzo no ha sido en vano.

    Esta obra entra a la imprenta a pocos das del fallecimiento de la dirigenta comunistaGladys Marn, y del notable fenmeno de reconocimiento social y popular que este sucesodesat en un Chile que nos hemos acostumbrado a reconocer ms en su apata, su individualis-mo y su frenes consumista, que en los valores a los que ella consagr su vida. No es nuestrointers, por cierto, construir una hagiografa en torno a la figura de Gladys Marn, ni silenciarlas diferencias y desencuentros que ms de alguna vez la alejaron de otros exponentes y expre-siones de la izquierda nacional. Pero s queremos rescatar el simbolismo que su muerte adquiriy la atmsfera que se volvi a respirar durante los das en que su fretro sirvi de elementounificador. Para quienes estuvimos all, fue como si una vez ms, por un momento, se descorrie-ra el velo del pasado y nos retrotrajramos a las embriagadoras jornadas del 70 al 73. Fue comosi una vez ms, por un momento, volviramos a hacer y ser la historia.

    Julio Pinto Vallejos Coordinador Coleccin Historia

    LOM Ediciones

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    HACER LA REVOLUCIN EN CHILE

    Julio Pinto VallejosUniversidad de Santiago de Chile2

    1. La Revolucin: objetivo compartido

    El deber de todo revolucionario, proclam Fidel Castro en la Segunda Declaracin de LaHabana, es hacer la revolucin. La victoria de los guerrilleros cubanos en 1959, en efecto,pareci sacar a la revolucin social del mbito de los horizontes utpicos, instalndola como unapropuesta inmediata y viable para los pueblos de Amrica Latina. Qu ensea la RevolucinCubana?, se preguntaba el propio Castro en ese mismo documento. Y se responda: que larevolucin es posible, que los pueblos pueden hacerla, que en el mundo contemporneo no hayfuerzas capaces de impedir el movimiento de liberacin de los pueblos3 . No importa cul sea elresultado de las luchas de hoy, agregaba el otro dirigente emblemtico de ese proceso, ErnestoChe Guevara; no importa, para el resultado final, que uno u otro movimiento sea transitoriamen-te derrotado. Lo definitivo es la decisin de lucha que madura da a da; la conciencia de lanecesidad del cambio revolucionario, la certeza de su posibilidad4. Inspirados en esa necesidady esa supuesta certeza, y en las transformaciones prcticas que por aquellos aos se ejecutabanen la isla caribea, miles de revolucionarios latinoamericanos se lanzaron a las selvas o a las callesdel continente a reproducir la hazaa. Los acompaaban en tal esfuerzo, adems del ejemplocubano, los escritos y testimonios personales de Rgis Debray y el Che Guevara, principales teri-cos y defensores de la guerrilla revolucionaria5 . Los acompaaba tambin un clima psicolgico,no solo latinoamericano sino mundial, en que hasta los cambios ms ambiciosos y profundosparecan estar al alcance de la mano; en que los obstculos ms formidables parecan eclipsarse

    2 Este artculo forma parte del Proyecto Fondecyt N 1040003, dirigido por Vernica Valdivia Ortiz deZrate. Se agradece muy especialmente la colaboracin de Sebastin Leiva y Karen Donoso.

    3 Castro, Fidel. Segunda Declaracin de La Habana, 4 de febrero de 1962. Texto completo reproducidoen www.ciudadseva.com/textos.

    4 Citado en Punto Final N 44, diciembre de 1967.5 Para el ejemplo guevarista, ver Jorge Castaeda, La vida en rojo, Buenos Aires, Planeta, 1997; para sus

    escritos, Ernesto Che Guevara, Escritos y discursos, (9 vols.), La Habana, Ed. de Ciencias Sociales, 1977; eltexto ms influyente por aquellos aos de Rgis Debray fue Revolucin en la revolucin, Cuadernos de larevista Casa de las Amricas N 1, La Habana, 1967.

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    frente a la fuerza de un anlisis lcido y una voluntad decidida. Seamos realistas, escriban losjvenes parisinos en los muros de mayo del 68, pidamos lo imposible.

    Tambin en Chile, pas reconocido por su sobriedad poltica y su apego institucional,los aos sesenta pusieron en la agenda la inminencia de la revolucin. Es verdad que yadesde comienzos del siglo XX se vena hablando en nuestras tierras sobre la viabilidad, lanecesidad o el peligro de la revolucin, pero la discusin en general no haba sobrepasado elplano retrico o programtico. Por el contrario: desde los aos treinta, hasta los partidosque se definan a s mismos como intrnsecamente revolucionarios, el Comunista y el Socia-lista, se haban integrado pacficamente a un orden poltico caracterizado ms bien por laestabilidad y el respeto a las reglas del juego6 . Todo cambi, sin embargo, con el efectocombinado del triunfo de la Revolucin Cubana y el ascenso electoral de la izquierda, la queen 1958 estuvo a punto de llevar a Salvador Allende a la Presidencia de la Repblica. Comonunca antes, por uno u otro camino, surga en Chile la perspectiva concreta de hacer larevolucin. La revolucin socialista, afirmaba una editorial de la revista Punto Final, esuna tarea inesquivable de nuestra generacin7.

    La dcada de los sesenta, y con mayor razn los mil das de la Unidad Popular, estuvieronmarcados por esa expectativa. Los partidarios de la revolucin, ms all de adscripciones omatices, debatieron y pugnaron febrilmente por hacerla realidad, y por definir el carcterque ella tendra en nuestro suelo. Sus enemigos hicieron lo humanamente posible por impe-dirla, y luego, cuando pareci momentneamente triunfar, por derrotarla. Y quienes seubicaban a medio camino, como el Partido Radical o la Democracia Cristiana, terminaronfracturados precisamente en torno a esa opcin, dividindose entre partidarios y detractoresde la revolucin8. En el caso de esta ltima colectividad, que gobern el pas durante buenaparte de la dcada, la seduccin revolucionaria se desliz incluso al interior de sus propues-tas electorales: Eduardo Frei Montalva lleg en 1964 a la Presidencia de la Repblica sobrelas alas de una revolucin en libertad, cuyo incumplimiento le sera enrostrado ms deuna vez no solo por sus opositores de izquierda, sino por muchos de sus propios seguidores.Al llegar las presidenciales de 1970, ambos bloques polticos, la Democracia Cristiana y laUnidad Popular, rivalizaron ante el electorado con planteamientos que al menos en algunosaspectos podan ser calificados de revolucionarios. En el Chile de los sesenta, lo poltica-mente correcto era ser partidario de la revolucin.

    6 Para este tema ver, entre otros autores, Toms Moulian, La forja de ilusiones: el sistema de partidos, 1932-1973, Santiago, ARCIS-FLACSO, 1993; y Julio Fandez, Izquierdas y democracia en Chile, 1932-1973, Santia-go, Ediciones Bat, 1992.

    7 Punto Final N 57, junio de 1968.8 La Democracia Cristiana sufri en 1969 la escisin del MAPU, y en 1971 la de la Izquierda Cristiana,

    ambas por adherir al proyecto revolucionario. En el caso del Partido Radical, el apoyo de su directorio alprograma de la Unidad Popular provoc la ruptura de una fraccin de derecha, dirigida por Julio Durn,que pas a denominarse Democracia Radical.

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    Pero qu se entenda exactamente, al menos entre sus adherentes declarados, por revolu-cin? No es desconocido que entre las dos principales colectividades de la izquierda chilena dela poca, el Partido Comunista y el Partido Socialista, haba diferencias ms que superficialesen materia estratgica o programtica, las que se reproducan ms o menos simtricamente enlos partidos y agrupaciones ms pequeas que completaban ese campo ideolgico. En lo que sse concordaba, sin embargo, era en el deseo de hacerla, y en el significado ltimo de la palabra.El objetivo supremo del Partido Comunista, declaraba en 1969 el programa aprobado en elXIV Congreso de esa colectividad, es abrir paso a la revolucin chilena. Y precisaba: con-cebimos a la revolucin chilena como el movimiento de la clase obrera y del pueblo organizadoque, mediante la lucha de masas, desplaza del poder a las actuales clases gobernantes, eliminaal viejo aparato del Estado, las relaciones de produccin que frenan el desarrollo de las fuerzasproductivas e introduce transformaciones de fondo en la estructura econmica, social y polti-ca del pas, abriendo camino al socialismo9.

    Qu es la Revolucin, se preguntaba por su parte el abogado y futuro intendentesocialista Jaime Faivovich, sino el cambio total del sistema imperante?. Y se explayaba:lo que pretendemos es destruir hasta sus cimientos este rgimen econmico y social, enque no solo el poder econmico, sino que tambin el poder poltico est en manos de ungrupo minsculo privilegiado. Queremos colectivizar la tierra y entregarla a los campesinos,nacionalizar los bancos y socializar los medios de produccin, hacer a Chile dueo y usufruc-tuario de sus riquezas nacionales, eliminar los monopolios y conquistar el poder polticopara el pueblo10 . No muy diferente era lo que declaraba el naciente Movimiento de Izquier-da Revolucionaria (MIR), fruto l mismo del clima revolucionario imperante, en su Declaracinde Principios de agosto de 1965: La finalidad del MIR es el derrocamiento del sistemacapitalista y su reemplazo por un gobierno de obreros y campesinos, dirigidos por los rga-nos del poder proletario, cuya tarea ser construir el socialismo y extinguir gradualmente elEstado hasta llegar a la sociedad sin clases. La destruccin del capitalismo implica un en-frentamiento revolucionario de las clases antagnicas11 . Mucho se debati y se polemizdurante esos aos en Chile, a veces con bastante apasionamiento y violencia, sobre los alcan-ces, formas e implicancias del proyecto revolucionario. Pero por encima de todas lasdiferencias, afirmaba un lector ariqueo de Punto Final que se identificaba con el nombrede Caliche, nuestro fin es el mismo: la revolucin marxista. O como lo dijo la ComisinPoltica del PC en respuesta a un emplazamiento de su similar del PS: Nuestros dos parti-dos tienen como meta el socialismo, por lo tanto sus caminos no son divergentes12.

    9 El Siglo, 24 de agosto de 1969.10 Punto Final N 17, agosto de 1966, y N 19, enero de 1967.11 Reproducido en Pedro Naranjo y otros (eds.), Miguel Enrquez y el proyecto revolucionario en Chile. Discur-

    sos y documentos del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, Santiago, LOM, 2004, pp. 99-101.12 Punto Final N 73, enero de 1969; El Siglo, 10 de julio de 1966.

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    La revolucin, entonces, se conceba como una transformacin radical (estructural, sedeca entonces) del rgimen poltico, econmico y social vigente, que era, para los efectos chi-lenos, el capitalismo subdesarrollado o dependiente. Se la conceba tambin con un apellido yuna meta precisos: la revolucin chilena deba ser socialista, es decir, inspirada en un modelode organizacin social en que no hubieran explotadores ni explotados; en que la riqueza socialse apropiara y distribuyera colectivamente (por tanto, aboliendo la propiedad privada); y enque las personas se relacionaran de acuerdo a principios de solidaridad y justicia social, y node individualismo y competitividad como ocurra bajo el orden capitalista. El apoyo tericopara dicha propuesta, por ltimo, lo brindaba el pensamiento marxista-leninista, al cual, entrminos genricos, adheran prcticamente todos los partidarios chilenos de la revolucin13 .Otra cosa eran las lecturas e implicancias que de esa doctrina se derivaban, materia sobre lacual, como se sabe, haba profundas y profusas discrepancias.

    Se pensaba, por otra parte, que el socialismo era la nica frmula capaz de liberar apases como los nuestros de su ancestral dependencia colonial o neocolonial, o como se decapor aquel tiempo, del imperialismo. En Chile, deca el Comit Central del Partido Co-munista, est planteada la necesidad de la revolucin. Pas capitalista, dependiente delimperialismo norteamericano, sometido por ms de cuatro siglos a la explotacin del hom-bre por el hombre, ha desembocado en una situacin insostenible para la gran mayora. Laimposibilidad de solucionar los problemas del pueblo y de la nacin dentro del actual siste-ma impone la obligacin de terminar con el dominio del imperialismo y de los monopolios,eliminar el latifundio y abrir paso hacia el socialismo14 . Nuestro pas semi-colonial, con-cordaba el MIR en el otro extremo del espectro izquierdista, tanto por su estructuraeconmica como por su dependencia del mercado mundial, necesita enfrentar tareas bsi-cas: la liquidacin del imperialismo y la revolucin agraria. Tras estas medidas debemovilizarse a la mayora nacional compuesta por obreros, campesinos y sectores mediosempobrecidos. Estas dos tareas de carcter democrtico deben estar ligadas ntimamente yde manera ininterrumpida a los objetivos de carcter socialista15 . Para uno y para otro,entonces, la revolucin aportaba simultneamente una solucin para las injusticias internasy para la subordinacin externa; se ataviaba al mismo tiempo con ropaje nacionalista y so-cialista. En un contexto como el chileno o el latinoamericano, solo los revolucionarios podanlevantar bandera de autntico patriotismo.

    Pero no eran solo las estructuras las destinadas a refundarse gracias a la revolucin:sta tambin deba proyectarse sobre las complejidades de la subjetividad humana, inclui-das sus dimensiones tica y cultural. El hombre nuevo, el hombre del futuro, deca un

    13 Moulin, Toms. Evolucin histrica de la izquierda chilena: la influencia del marxismo, en el libro delmismo autor Democracia y socialismo en Chile, Santiago, 1983;

    14 El Siglo, 24 de agosto de 1969.15 Programa del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), septiembre de 1965, reproducido en

    Pedro Naranjo y otros (eds.), Miguel Enrquez y el proyecto revolucionario en Chile, op. cit., pp. 103-105.

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    redactor de Punto Final parafraseando al Che Guevara, es el objetivo ms eminente quepersiguen las revoluciones verdaderas. En ese sentido, continuaba, lo ms cautivante dela Revolucin Cubana quiz radique en las conquistas logradas en el campo del intelecto, dela educacin, de la verdadera moral16 . Para que se produzca la verdadera revolucin,agregaba un lector de la misma revista, antiguo seminarista desencantado del sacerdocio,debe haber un cambio revolucionario en la mente y en el corazn, en la actitud integral decada persona17. Estrategia, la revista terica del MIR, reproduca en su nmero 6 un escritodel Che Guevara titulado El socialismo y el hombre, donde se destacaba lo que a su juiciocaracterizaba al hombre nuevo que dara sustento a la sociedad socialista: Lo importantees que los hombres van adquiriendo cada da ms conciencia de la necesidad de su incorpo-racin a la sociedad y, al mismo tiempo, de su importancia como motores de la misma18. Elcambio estructural, en otras palabras, no era sino un soporte para el despliegue de la verda-dera humanizacin de la sociedad, impedida durante milenios por la explotacin de unossobre otros, y los consiguientes desgarros de la lucha de clases. Si algo nos ensea la Revo-lucin Cubana, opinaba al respecto el otro gran terico de la guerrilla de los sesenta, RgisDebray, es que en la formacin del hombre nuevo nadie est por encima de nadie. No haytarea ms humana, ms revolucionaria, remachaba, que la de edificar desde ahora unamoral y una vida cotidiana comunistas19.

    Haba, en suma, entre los partidarios chilenos de la revolucin, bastante concordanciarespecto a los fines ltimos que se perseguan, y al tipo de sociedad que se aspiraba a cons-truir. sta deba ser socialista, anti-imperialista (por tanto, genuinamente nacional),humanista e igualitaria. El capitalismo, como orden imperante, deba ser derrotado y des-truido, aboliendo as el individualismo, la explotacin y la propiedad privada20 . Tan ambiciosatarea, como es obvio, requera que las clases explotadas o simplemente desposedas se hicie-ran del poder, pues el principio de la lucha de clases, al cual todos igualmente adscriban,implicaba que las clases dirigentes (la burguesa u oligarqua nacional y el imperialismo) noiban a ceder gratuitamente sus prerrogativas. Para dar trmino a su inmenso drama, decael programa del Partido Comunista, al pueblo no le queda otra cosa que poner en movi-miento toda su fuerza organizada a fin de desplazar a las clases dominantes, que detentanen la actualidad el poder. Llega a la conclusin que debe alcanzar el gobierno por y paras mismo, a fin de dar solucin a los problemas de todo el pas. El poder para el puebloes su divisa y el nico camino21. El Partido Socialista, sealaba por su parte dicha

    16 Punto Final N 18, diciembre de 1966.17 Punto Final N 51, marzo de 1968.18 Estrategia N 6, Santiago, septiembre de 1966.19 Punto Final N 13, octubre de 1966.20 Sobre el impacto que esta materia tuvo en la resistencia a las propuestas revolucionarias, ver el excelen-

    te trabajo de Juan Carlos Gmez, La frontera de la democracia, Santiago, LOM, 2004.21 El Siglo, 24 de agosto de 1969.

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    colectividad entre las resoluciones de su XXII Congreso, como organizacin marxista-leni-nista, plantea la toma del poder como objetivo estratgico a cumplir por esta generacin,para instaurar un Estado Revolucionario que libere a Chile de la dependencia y el retrasoeconmico y cultural e inicie la construccin del socialismo22. Como revolucionarios,concordaba el Tercer Congreso General del MIR, realizado a fines de 1967, como militantesde un partido que es vanguardia de los oprimidos, establecemos como objetivo nico y prin-cipal la toma del poder poltico23. Respecto a cmo hacerlo, por cierto, el consenso, como sever ms adelante, dejaba rpidamente de ser tal24.

    Vistos estos importantes y, para lo que se suele pensar, relativamente numerosos puntosde convergencia, es interesante constatar que el debate y la teorizacin izquierdista de lapoca sola detenerse bastante poco en la caracterizacin especfica de la utopa que sepropona alcanzar25. As lo haca notar, sintomticamente, la opinin de la derecha, que enboca de quien devendra uno de sus idelogos ms influyentes, un todava joven Jaime Guz-mn, llamaba la atencin sobre la vaguedad con que la izquierda normalmente abordaba eltema de los fines. Reaccionando al primer mensaje presidencial de Salvador Allende, enmayo de 1971, Guzmn planteaba que en general, todas las discusiones entre marxistasgiran sobre las estrategias que conviene seguir. Es raro verlas centradas en torno a la meta,al modelo social por el cual combaten. As y todo, conclua, concordando con lo que aqu seseala, respecto de los perfiles de este ltimo, prevalece normalmente una adhesin irres-tricta, dogmtica y hasta reverente26. En verdad, la unidad en los fines result a la largamucho menos insistente y determinante que el desacuerdo en materias de orden estratgico,tctico y programtico, lo que terminara por configurar lo que Toms Moulian ha denomina-do acertadamente un empate catastrfico27. Enfrentados a la tarea de hacer la revolucin,los partidarios de la utopa socialista se fracturaron en visiones divergentes, a menudo abier-tamente antagnicas, sobre los medios, ritmos, marcos y actores que deban orientarla. A lapostre, esa fractura result ser un componente fundamental en la derrota de la mejor oca-sin histrica que ha habido en Chile, hasta la fecha, para hacer la revolucin: el gobiernode la Unidad Popular. No es la menor de las ironas de esa experiencia que las discrepanciasestratgicas hayan terminado pesando ms que la adhesin a una utopa comn.

    22 Citado en Luis Corvaln Marquz, Del anticapitalismo al neoliberalismo en Chile, Santiago, Sudamericana,2001, p. 54.

    23 La estrategia insurreccional del MIR (1967), documento N 039 del Centro de Estudios Miguel Enrquez(en adelante CEME), coordinado por Pedro Naranjo.

    24 Toms Moulin, en su obra Socialismo del siglo XXI. La quinta va, Santiago, LOM, 2000, hace referencia ala obsesin de la izquierda chilena y mundial con la conquista del poder.

    25 Ver el artculo de Toms Moulin, en este mismo libro.26 Revista PEC, N 403, 28 de mayo de 1971. Agradezco este dato a Vernica Valdivia.27 Este es un argumento recurrente de su libro Conversacin interrumpida con Allende, Santiago, LOM, 1998.

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    2. Cmo hacer la Revolucin?

    El debate de la izquierda, entonces, se caracteriz por hacer mucho ms hincapi en losmedios que en los fines, dando lugar a una serie de ejes polmicos que terminaron absor-biendo el grueso de sus energas y propuestas. Para simplificar, se organizar el anlisis deestos ejes polmicos en torno a lo que podran denominarse las dos posturas paradigmticasen torno a las que se polariz el pensamiento revolucionario chileno durante los aos sesen-ta y la administracin de la Unidad Popular: la gradualista y la rupturista28 . La primera erahegemonizada en trminos doctrinarios por el Partido Comunista, pero contaba tambin conel apoyo de un segmento del Partido Socialista, incluido, lo que obviamente no resulta me-nor, el propio Salvador Allende. Formaba asimismo parte de ella el sector del MAPU queeventualmente, tras el quiebre de ese partido a comienzos de 1973, pasara a llamarse MAPUObrero-Campesino, e igualmente lo haca el Partido Radical. El sector rupturista, por suparte, se conformaba a partir de la mayora del Partido Socialista, del MAPU que a la postrequed bajo la conduccin de scar Guillermo Garretn, de la Izquierda Cristiana, y del MIR,partido este ltimo que, sin ser parte de la Unidad Popular, s brind a ese gobierno el apoyoque a su juicio mereca como representante genuino del sentir popular, aunque ello no loeximiera de crticas que llegaron a ser bastante severas.

    Es interesante anotar, para los efectos de este artculo, que para la izquierda rupturistasolo ella constitua la opcin autnticamente revolucionaria, apelacin (izquierda revolu-cionaria) que siempre se dio a s misma para distinguirse de su contraparte gradualista.Estos ltimos, en cambio, eran motejados de reformistas, colaboracionistas u otros concep-tos aun menos halageos, pero que tenan en comn la nocin de que no haba en ellos uncompromiso real con hacer la revolucin. Este juicio, que por lo dems ignora lo que lospropios gradualistas manifestaban ser su objetivo ltimo y fundamental, no resulta fcil desustentar. De hecho, ms de alguna vez se ha argumentado, por los partidarios de esa co-rriente y tambin por analistas posteriores, que la visin ms plenamente revolucionariasera precisamente la gradualista, en tanto su modelo de construccin del socialismo no sehaba puesto nunca concretamente en prctica. Y esto no solo alude a propuestas estratgi-cas como la famosa va chilena al socialismo, sino tambin a aspectos ms sustantivoscomo el de compatibilizar el socialismo con la democracia en su acepcin ilustrada clsica29.En materia de credenciales, por tanto, no resulta fcil dirimir cul de las dos posturas

    28 Se ha tomado esta nomenclatura del texto de Luis Corvaln Marquz, Los partidos polticos y el golpe del 11de Septiembre, Santiago, CESOC, 2000.

    29 Este argumento ha sido desarrollado con gran profundidad por el historiador brasileo Alberto Aggio ensu libro Democracia e Socialismo. A experincia chilena, segunda edicin, Sao Paulo, Annablume, 2002. Escompartida tambin, siempre a nivel historiogrfico, por Luis Corvaln Marquz, op. cit., y por JuanCarlos Gmez, op. cit.

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    poda exhibir mayor legitimidad revolucionaria. Las polmicas que las dividan, como se ve,no hipotecaban la consagracin a una utopa comn.

    El primero, y sin duda el ms estudiado, de los ejes polmicos que separaron a gradualis-tas de rupturistas, y que hasta cierto punto da cuenta de esa misma denominacin, es el quetena que ver con las vas para llegar desde el capitalismo al socialismo. Al hablar de vas,la discusin haca tambin referencia al tema de los ritmos y los tiempos, ntimamente aso-ciado al anterior.

    Para la izquierda gradualista, las condiciones polticas y sociales que prevalecan enChile hacan muy improbable que la revolucin pudiese verificarse por la clsica ruta delasalto al Palacio de Invierno, o la toma violenta del poder. Haba en nuestro pas, soste-nan los partidarios de esta postura, toda una tradicin de respeto a la convivencia pacficay la legalidad vigente, que ya haba pasado a formar parte de una cultura poltica nacional,compartida y valorada por las clases populares. Los espacios y los logros que estas ltimashaban venido conquistando desde comienzos del siglo XX, por otra parte, demostraban lafactibilidad de utilizar el marco institucional para irse aproximando gradualmente (de ahel concepto de gradualismo) a la meta socialista, valindose para ello de medios cierta-mente menos traumticos que una insurreccin frontal. La va pacfica, como lleg allamarse (posteriormente se habl de va no armada, para dar cabida a acciones con ciertadosis de violencia social como las tomas de terrenos urbanos o rurales)30, haca justiciatambin a la caracterizacin que especialmente el PC haba venido elaborando sobre el esta-do evolutivo de la sociedad chilena, y que haca hincapi en sus evidentes niveles de atraso.Un pas que todava exhiba, a juicio de ese partido, marcados rasgos feudales, y cuya suje-cin al imperialismo lo mantena sumido en una condicin muy prxima al coloniaje,difcilmente poda llegar al socialismo en un plazo breve. Ms bien, lo que se requera eracompletar el trnsito al capitalismo, incluyendo tareas pendientes de la agenda democrti-co-burguesa como la reforma agraria, la industrializacin y la recuperacin de las riquezasbsicas a la sazn bajo control del capital imperialista. Solo desde all, se argumentaba,podra acometerse con mayores probabilidades de xito la construccin de la utopa socialis-ta. El camino, por lo tanto, constaba de diversas etapas (de donde eman el apelativo deetapismo, tambin aplicado a esta corriente), las que deban irse cubriendo sistemtica-mente si se quera sentar cimientos slidos para la sociedad futura31.

    30 Agradezco esta precisin a Rolando lvarez Vallejos.31 Esta caracterizacin corresponde fundamentalmente a los pronunciamientos estratgicos y programticos

    del Partido Comunista de Chile, elaborados entre 1958 y 1973. Aparte de los documentos propiamentepartidarios, reproducidos en el diario El Siglo, resulta til como referencia la obra de Luis Corvaln Lepe,Secretario General del partido durante el perodo considerado, Camino de victoria, Santiago, Horizonte,1971. En un plano ms analtico, puede consultarse el trabajo de Alonso Daire, La poltica del PartidoComunista desde la post-guerra a la Unidad Popular, en Augusto Varas (comp.), El Partido Comunista deChile , Santiago, FLACSO, 1988; Rolando lvarez, Desde las sombras. Una historia de la clandestinidad comu-nista (1973-1980), Santiago, LOM, 2003, captulo 2; Hernn Venegas, El Partido Comunista de Chile:

    (contina en pg. siguiente)

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    Esta lectura de la situacin histrica y poltica tena obvias implicancias en materia dealianzas y objetivos inmediatos, todas las cuales parecan avalar la tesis central de la va noarmada. La primera era que, en la tarea de conquistar el poder, la clase protagnica (quepara los gradualistas segua siendo, en la ms pura ortodoxia marxista-leninista, el proleta-riado industrial) poda asociarse no solo a otros sectores populares o explotados, como elcampesinado o los pobladores, sino incluso a importantes segmentos de las clases medias yla burguesa que el Partido Comunista defina como progresista. Aunque estas ltimasposiblemente no abrigaran demasiado entusiasmo por la construccin del socialismo, s de-ban hacerlo, al menos segn el anlisis gradualista, frente a las tareas democrticas ydesarrollistas que correspondan a la primera etapa del camino. Despus de todo, tanto elfeudalismo como el imperialismo que an imperaban en Chile tenan que resultar tanodiosos para esos sectores como para el pueblo explotado, lo que daba pie para pensar seria-mente en el establecimiento de una alianza en pro del cambio estructural. Fue en estaptica que el PC insisti durante estos aos en definir la revolucin chilena posible comofundamentalmente antiimperialista, antioligrquica, antimonopolista y agraria (o sea, an-tilatifundista), y con vistas al socialismo32 , para lo cual podan perfectamente cultivarsegrados de entendimiento con sectores progresistas de la Democracia Cristiana y el PartidoRadical. El socialismo, en esa lectura, quedaba definido como un objetivo no inmediato, yque, en rigor, no obligaba al conjunto de las fuerzas progresistas aliadas, las cuales en todocaso, tambin conviene aclararlo, quedaran subordinadas a la conduccin obrera. Porquecomo lo deca el programa de gobierno de la Unidad Popular, las transformaciones revolu-cionarias que el pas necesita solo podrn realizarse si el pueblo chileno toma en sus manosel poder y lo ejerce real y efectivamente.

    A cambio de aceptar esta postergacin en la realizacin del objetivo final, la tesis gra-dualista confiaba en aglutinar a su alrededor a una fuerza social inobjetablemente mayoritaria,la que hara posible valerse de la va electoral (y por tanto, obviamente, pacfica) para llegaral poder e implementar sus aspiraciones programticas. Con ello se zanjaba, a su juicio, elprincipal riesgo tctico implcito en cualquier frmula insurreccional, cual era el de la de-rrota fsica o militar. Pero a la vez, y en un plano mucho ms trascendente, se resolva eldilema de la legitimacin social de un cambio tan radical de las estructuras vigentes, yafuese que ste se efectuase a corto o mediano plazo. Ms de alguna vez se ha argumentadoque el peor error de la Unidad Popular fue el de proponerse una redefinicin drstica de losparamtros en torno a los que funcionaba la sociedad chilena con, en el mejor de los casos,un 43% de apoyo ciudadano33 . Fue justamente para prevenir esta objecin que el Partido

    antecedentes ideolgicos de su estrategia hacia la Unidad Popular (1961-1970), Revista de Historia Socialy de las Mentalidades, Ao VII, vol. 2, Universidad de Santiago de Chile, 2003.

    32 El Siglo, 24 de agosto de 1969.33 Este argumento ha sido expuesto, entre otros, por Toms Moulin, quien identifica la incapacidad de la

    Unidad Popular por ganarse efectivamente el apoyo de las capas medias como uno de los factores claves(contina en pg. siguiente)

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    Comunista y quienes compartan su diagnstico (entre ellos Salvador Allende) impulsaronuna poltica de alianzas que trascendiera los lmites de la convocatoria izquierdista tradicio-nal. Ello les permita, adems, reivindicar para s los principios y valores de la democraciapluralista en su versin ilustrada clsica, claramente uno de los aspectos ms problemticosde los regmenes socialistas histricamente existentes. Precisamente en esta conjuncinentre socialismo y democracia, que adems se alcanzara, supuestamente, sin derramamien-to de sangre, resida el principal atractivo y originalidad de la va no armada a la revolucin.

    Dicha originalidad, en todo caso, no era literalmente absoluta, al menos en trminosdoctrinarios. Ya desde el XX Congreso del Partido Comunista de la Unin Sovitica (1956),en el que se repudi gran parte del legado stalinista, haba quedado establecida la factibili-dad, aunque fuese solo terica, de una conquista pacfica del poder para llevar a cabo larevolucin. El nuevo escenario de la poltica mundial, con la consolidacin de un bloquesocialista dispuesto a coexistir pacficamente con las sociedades capitalistas, y con el signi-ficativo incremento electoral de la izquierda en algunas de stas, como Italia o Francia,estimul al liderazgo sovitico a validar discursivamente una va no violenta de construccinsocialista. Para un partido tan atento a mantener lazos armnicos con ese referente como loera el PC chileno, el gesto ciertamente no resultaba menor. Cuando menos, permita afian-zar la tesis de la va no armada sin hacer violencia manifiesta a los preceptos delmarxismo-leninismo, que seguan siendo el principal soporte conceptual de su identidadpoltica. Y cuando ms, permita hacer el intento, revolucionario por cierto, de hacer lo queen ninguna otra parte se haba hecho. Eso fue, a la postre, la gran aventura que se llamUnidad Popular.

    As, durante los mil das que dur esa indita experiencia, el Partido Comunista y SalvadorAllende se jugaron por demostrarle al mundo que el socialismo poda implementarse sin vio-lentar el estado de derecho, respetando estrictamente todas las libertades democrticas, y,por sobre todo, evitando los horrores de una guerra civil. La cautela con que estos actoresprocuraron aplicar el programa de transformaciones de la Unidad Popular, los repetidos gestosde reconocimiento a la institucionalidad vigente, y la obsesin (a la postre frustrada) por alcan-zar acuerdos con sectores de la oposicin como la Democracia Cristiana, son elocuente testimoniode la seriedad con que se acometi esta estrategia. La gran apuesta poltica del gradualismofue aprovechar la coyuntura favorable para realizar las modificaciones estructurales ms ur-gentes (profundizar la reforma agraria, nacionalizar las riquezas bsicas, estatizar las unidadesproductivas ms gravitantes), cultivando a la vez un apoyo social mayoritario que permitieraseguir ganando elecciones y as consolidar la agenda de construccin del socialismo. En ese

    en la inviabilidad de su proyecto; ver su Democracia y socialismo en Chile, Santiago, FLACSO, 1983, espe-cialmente pp. 43-65. Desde un ngulo distinto, tambin lo ha planteado el historiador Cristin Gazmuri,en el Manual de Historia de Chile elaborado por el Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Cat-lica de Chile, Santiago, Zig Zag, varias ediciones.

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    afn, la buena disposicin de las clases medias y los sectores no monoplicos de la burguesaresultaba un ingrediente irrenunciable34 .

    Para la izquierda rupturista, toda esta construccin ideolgica resultaba, en el mejor de loscasos, una ingenuidad, y en el peor, una traicin. De acuerdo a su diagnstico, concordante por lodems con gran parte de los pronunciamientos clsicos del marxismo-leninismo y con las expe-riencias revolucionarias concretas, una clase dominante jams renunciara a su condicin de talsin oponer resistencia. Ms aun: la legalidad burguesa, que era la que imperaba en Chile como entodos los pases capitalistas, se haba creado expresamente para consagrar esa situacin, y muydifcilmente poda prestarse para que los revolucionarios llevaran a cabo su necesaria obra des-tructora. Pero incluso suponiendo que ese improbable escenario llegara a materializarse, sera lapropia burguesa (reforzada, en el caso chileno, por el imperialismo) la primera en repudiar sumarco institucional con tal de defender lo esencial: la conservacin de la propiedad privada y lasrelaciones de explotacin. As haba ocurrido, sealaban una y otra vez las voces rupturistas, cadavez que en Amrica Latina algn gobierno reformista se haba aproximado demasiado a lo queJuan Carlos Gmez ha denominado la frontera de la democracia, como en Guatemala en 1954 oen Brasil diez aos despus. As lo haba declarado tambin expresamente el gobierno norteame-ricano, mediante la llamada Doctrina Johnson, al justificar el derrocamiento del presidentedominicano Juan Bosch en 1965: Estados Unidos no tolerara una segunda Revolucin Cubanadentro de su esfera de influencia o, menos eufemsticamente, su patio trasero35 . Para hacer larevolucin en Chile, por tanto, resultaba ineludible asumir la va de la insurreccin armada.

    As lo planteaba ya en una fecha tan temprana como marzo de 1962 el peridico El Rebelde, ala sazn rgano oficial de la Vanguardia Nacional Marxista, uno de los grupos que fundaran tresaos despus el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR): Nosotros los marxistas deja-mos a los trabajadores el que respondan a esta pregunta: en qu parte del mundo, los trabajadoreshan llegado al poder pacficamente? En cambio nosotros podemos afirmar rotundamente que

    34 Aparte de los discursos del propio Salvador Allende y los documentos y prensa del Partido Comunista, laestrategia gradualista encuentra su mejor exponente en el asesor poltico de ese gobernante, Joan Garcs.Ver al efecto sus obras El Estado y los problemas tcticos en el gobierno de Allende, Mxico, Siglo XXI, 1974;y sobre todo Allende y la experiencia chilena, Barcelona, Ariel, 1976. Para un anlisis del perodo en unavisin ms bien favorable a esta perspectiva, ver Alberto Aggio, Democracia e socialismo, op. cit.; LuisCorvaln Marquz, Los partidos polticos y el golpe del 11 de septiembre, op. cit.; Sergio Bitar, Transicin,socialismo y democracia. La experiencia chilena, Mxico, Siglo XXI, 1979. Ver tambin Toms Moulian,Conversacin interrumpida con Allende, op. cit.

    35 Recientemente han aparecido algunos estudios que, desde el medio acadmico estadounidense, analizanprolija y crticamente las relaciones entre ese pas y Amrica Latina, destacando por cierto el candenteperodo posterior a la Revolucin Cubana, en cuyo contexto se formul la mencionada Doctrina Johnson.Esta literatura complementa y actualiza la voluminosa produccin latinoamericana de la poca, encabe-zada por los sectores de izquierda y los tericos de la dependencia. Ver, a modo de ejemplo, Peter Smith,Talons of the Eagle. Dynamics of U.S.-Latin American Relations, Oxford University Press, 1996; y Lars Schoultz,Beneath the United States. A History of U.S. Policy toward Latin America, Harvard University Press, 1988.Agradezco ambas referencias a Brian Loveman.

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    solo en forma revolucionaria han surgido Estados Socialistas como la Unin Sovitica, ChinaPopular y Cuba36 . Ya constituido el MIR como partido con identidad propia, su Declaracinde Principios, de agosto de 1965, afirmaba que el Movimiento de Izquierda Revolucionariarechaza la teora de la va pacfica porque desarma polticamente al proletariado y por resul-tar inaplicable, ya que la propia burguesa es la que resistir, incluso con la dictadura totalitariay la guerra civil, antes de entregar pacficamente el poder. Reafirmamos el principio marxista-leninista de que el nico camino para derrocar el rgimen capitalista es la insurreccin populararmada. La violencia revolucionaria, concordaba el Partido Socialista en su famoso congre-so de Chilln de 1967, es inevitable y legtima. Resulta necesariamente del carcter represivoy armado del Estado de clase. Constituye la nica va que conduce a la toma del poder polticoy econmico y a su ulterior defensa y fortalecimiento. Por ese mismo tiempo, la revista PuntoFinal, comnmente catalogada como portavoz transversal de la corriente rupturista, argu-mentaba rotundamente lo siguiente: Cada vez se afianza ms en la Izquierda la conviccin deque la conquista del poder para hacer la revolucin y no para instaurar un rgimen reformista,no se conseguir por la va electoral. Aunque haya discrepancias en cuanto a la oportunidad ylos mtodos o la tctica, la accin armada es inevitable, en cierta etapa. Entonces, las combina-ciones poltico-electorales carecen de importancia. No resolvern nada37 . La RevolucinCubana, referente obligado de todas estas instancias, as como los golpes de Estado con apoyoestadounidense que por entonces proliferaban por todo el continente, no permitan hacerseninguna ilusin al respecto.

    Tan taxativo diagnstico se apoyaba fundamentalmente sobre una lectura estricta de lasteoras marxistas del imperialismo y la lucha de clases. En relacin a la segunda, deca laDeclaracin de Principios del MIR, el hecho histrico de la lucha de clases implicaba quela destruccin del capitalismo solo poda lograrse mediante un enfrentamiento revolucio-nario de las clases antagnicas. En tal virtud, toda estrategia orientada a amortiguar esalucha deba rechazarse categricamente: Combatiremos toda concepcin que aliente ilu-siones en la burguesa progresista y practique la colaboracin de clases. Sostenemosenfticamente que la nica clase capaz de realizar las tareas democrticas combinadas conlas socialistas, es el proletariado a la cabeza de los campesinos y de la clase media empobre-cida. Caa as por la borda el razonamiento gradualista sobre la necesidad de procederprimero a una revolucin nacional-democrtica para solo despus plantearse la tarea deconstruir el socialismo: Rechazamos, por consiguiente, la teora de las etapas, que esta-blece equivocadamente que primero hay que esperar una etapa democrtico-burguesa,dirigida por la burguesa industrial, antes de que el proletariado tome el poder. En esalgica, las directivas burocrticas de los partidos tradicionales de la izquierda chilena de-fraudan las esperanzas de los trabajadores; en vez de luchar por el derrocamiento de la

    36 El Rebelde (Primera poca), 31 de marzo de 1962.37 Punto Final N 35, agosto de 1967.

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    burguesa se limitan a plantear reformas al rgimen capitalista, en el terreno de la colabora-cin de clases; engaan a los trabajadores con una danza electoral permanente, olvidando laaccin directa y la tradicin revolucionaria del proletariado chileno.

    Un razonamiento parecido, con evidentes resonancias de la entonces ascendente teora dela dependencia38 , se aplicaba a las frmulas para combatir al imperialismo, que como se recor-dar constitua una de las bases sobre las cuales la izquierda gradualista sustentaba su tesis delas etapas: primero derrotar al enemigo fundamental (el imperialismo), con la ayuda de lascapas medias y la burguesa nacional, y luego acometer la construccin socialista. Para laizquierda rupturista, en cambio, la dominacin imperialista haca impracticable cualquier ten-tativa de llegar pacficamente al poder poltico, e ilusoria toda delegacin de responsabilidadesen alguna burguesa nacional o progresista. Deca al respecto el joven dirigente socialistaRicardo Nez, en una entrevista publicada en Punto Final: Solo un slido frente de clase, sincompromiso con los sectores de la burguesa que han mantenido esta situacin de subdesarro-llo y de dependencia del imperialismo norteamericano en nuestro pas, lograr abrirposibilidades ciertas a la insurgencia armada de las masas, que encabezarn los partidos de laclase obrera. Por esto cualquier intento de conciliacin con las fuerzas defensoras del statuquo vigente e incapaces de desempear el rol que en otros contintentes jugaron, no hace sinopostergar a todos aquellos que ven en el socialismo la concrecin de sus aspiraciones39.

    Concordaba en esa apreciacin el Tercer Congreso General del MIR, de diciembre de 1967, alsealar que la va armada era consecuencia insoslayable de una dominacin imperialista bajocuya gida las clases dominantes nacionales solo cumplan un papel secundario: Analizando lasclases dominantes en Chile, hemos llegado a la conclusin de que no es puramente la burguesachilena, engendrada y desarrollada por el imperialismo, la que domina en nuestro pas. Evidente-mente si la responsabilidad principal de gobierno, y la dominacin principal la ejerce elimperialismo a travs de un gobierno lacayo [como calificaba el MIR al de Eduardo Frei Montal-va] y una burguesa ttere, de todo esto se desprende, que para calificar exactamente el tipo dedominacin que existe y para determinar correctamente quin lo ejerce, lo atribuiremos a lo quehemos denominado complejo social dominante. Estando este complejo social dominante con-trolado en ltima instancia por el imperialismo, cualquier proceso revolucionario, cualquierforma de amenaza al orden vigente engendra inmediatamente la contrarrevolucin armada conpresencia, desde ya (sic), del imperialismo. En consecuencia, el uso de la fuerza y la violenciarevolucionaria no se plantea ya como posibilidad sino como la solucin urgente de cada momen-to. Es decir que no solo tomaremos el poder usando la violencia en contra de los enemigosnacionales, sino que tambin y desde los comienzos contra los enemigos extranjeros40.

    38 Ver al respecto la serie de artculos de Andrs Pascal Allende titulada El MIR, 35 aos, publicada enPunto Final Nos. 477-482, agosto-octubre del 2000, especialmente el N 477, de agosto del 2000.

    39 Punto Final N 16, noviembre de 1966.40 La estrategia insurreccional del MIR, documento resumen de la Tesis Poltico-Militar aprobada en el

    Tercer Congreso General del MIR, diciembre de 1967; documento N 039 del Centro de Estudios Miguel Enrquez.

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    La lucha armada surga as, desde la ptica rupturista, como un componente insoslayable(e incluso conveniente, en tanto fogueaba los nimos populares) de la revolucin chilena. Estaopcin, sin embargo, al menos en la perspectiva del MIR, que fue la agrupacin que ms elabo-r polticamente la materializacin de la va armada, no deba confundirse con la opcinfoquista o guerrillera a la sazn en boga en Latinoamrica. Tampoco se la conceba como unareproduccin de la insurreccin generalizada que haba dado origen a la Revolucin Rusa de1917, y que supona un Estado burgus profundamente debilitado por una crisis endgena, yuna organizacin y combatividad inmensas de las masas populares. Por sus caractersticashistricas y estructurales, Chile solo poda asumir el camino revolucionario por la va de unaguerra prolongada e irregular, donde el componente propiamente militar quedara subordi-nado a la lucha poltica y social41 . Esto explica que, ms all de denuncias nunca fundamentadasde diversos rganos de expresin derechista, el MIR nunca se abocara durante estos aos a laformacin de grupos guerrilleros propiamente tales. Su accin armada concreta se restringi aalgunos asaltos a bancos y supermercados durante una breve etapa de clandestinidad entremediados de 1969 y comienzos de 1970, la que fue posteriormente suspendida como un gesto dereconocimiento a la dinmica que fue cobrando la candidatura de Salvador Allende. Los Gru-pos Poltico-Militares (GPM) creados durante esa misma etapa tuvieron de militar poco msque el nombre, pues su quehacer se concentr en la penetracin de diversos frentes de ma-sas, sobre todo poblacional y campesino, y la ejecucin de algunas acciones directas alestilo de las entonces emblemticas ocupaciones de terrenos42 .

    En cuanto al otro gran exponente de la va armada, el Partido Socialista, su accionar en eseplano se redujo a apoyar tangencialmente, a mediados de 1968, un conato de resistencia arma-da al desalojo de un predio agrcola en la Provincia de Aconcagua, ocupado a la sazn por unoscampesinos en huelga que fueron rpidamente reprimidos por la fuerza policial. El gobiernode la poca denunci el hecho como parte de un plan subversivo nacional, lo que dio lugara todo tipo de especulaciones sobre la incubacin de grupos guerrilleros con respaldo for-neo (incluyendo, supuestamente, al rgimen dictatorial argentino entonces en el poder...).Considerando que el armamento incautado a los ocupantes del fundo no pasaba de bombasmolotov y algunas armas de caza, la dimensin del foco guerrillero no parece haber sido

    41 Ibid.42 Este perodo de la historia del MIR ha sido tratado por Carlos Sandoval en sus dos libros: El MIR, una

    historia, Santiago, Sociedad Editorial Trabajadores, 1990; y Movimiento de Izquierda Revolucionaria 1970-1973, Concepcin, Escaparate, 2004; Pedro Naranjo, en su estudio preliminar al libro ya citado MiguelEnrquez y el proyecto revolucionario en Chile; Luis Vitale, Contribucin a la Historia del MIR, Santiago, Ed.Instituto de Investigaciones de Movimientos Sociales Pedro Vuskovic, 1999; y Francisco Garca Naran-jo, Historias derrotadas. Opcin y obstinacin de la guerrilla chilena. 1965-1988, Hidalgo: UniversidadMichoacana de San Nicols de Hidalgo, 1997. Hay un excelente resumen sobre la etapa fundacional delMIR y su bibliografa en la tesis indita de D.E.A. de Eugenia Palieraki, titulada Le Mouvement de laGauche Rvolutionnaire au Chili (1965-1973). Rflexions sur la culture politique chilienne dans lre desutopies rvolutionnaires latino-amricaines, Universidad Pars I Panthon-La Sorbonne, 2002.

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    muy sustantiva. Un redactor de Punto Final, a quien no podra suponerse renuente a destacar loque podra haberse visto como el primer germen de la lucha armada en Chile, conclua: Cual-quier intento de convertir la experiencia del fundo San Miguel en una tctica de lucha generalizadapara la izquierda revolucionaria, parece estar destinado al fracaso. Sin embargo, la actitud defranca rebelda de los campesinos contra la injusticia de su situacin, inyect una corriente deaccin que necesitaba la izquierda43. La corriente, sin embargo, no result contagiosa.

    De esa forma, la estrategia de la va armada qued reducida durante aquellos aos a pocoms que un gran despliegue retrico, lo que no impidi que todava en vsperas de la eleccinpresidencial de 1970 el MIR siguiera insistiendo en su escepticismo respecto de la va electo-ral: Sostenemos que las elecciones no son un camino para la conquista del poder. Desconfiamosque por esa va vayan a ser gobierno los obreros y campesinos, y se comience la construccindel socialismo. Estamos ciertos de que si ese difcil triunfo electoral se alcanza, las clasesdominantes no vacilarn en dar un golpe militar. Sostenemos que las enseanzas que las ma-sas han obtenido de su experiencia en las pasadas campaas presidenciales no han sido las quearman y preparan para la conquista del poder44 . Sin embargo, ante el hecho consumado deltriunfo y ratificacin del gobierno de la Unidad Popular, el MIR se vio en la necesidad dereconocer la legitimidad y el arraigo popular de la tan discutida propuesta45 .

    A partir de ese momento, y sin renunciar explcitamente a la estrategia de la luchaarmada, el accionar de ese partido se concentr en formas ms polticas de confrontacin(ocupaciones de terrenos y unidades productivas, fortalecimiento de sus frentes de masas,agitacin y movilizacin callejera), todo dentro de un marco de respaldo crtico al gobiernode Allende. Las referencias directas a la necesidad de armar al pueblo y prepararlo para laguerra cedieron lugar a un discurso centrado en la movilizacin de masas, las que median-te una accin autnoma y permanente, pero en que no se aluda explcitamente al componentemilitar, podran llegar a decidir la lucha de clases en su favor. En ese contexto, la crtica delMIR se concentr crecientemente en las vacilaciones del gobierno de la Unidad Popular encuanto a respaldar y dinamizar este fenmeno, dada su supuesta preferencia por buscaracuerdos imposibles con la Democracia Cristiana mediante el efecto tranquilizador queproducira la desmovilizacin de las masas46. Convencido de que una coyuntura pre-revolu-cionaria como la que a su juicio se viva deba redundar en un recrudecimiento de la luchade clases, el MIR no vacilaba en incluir a la Democracia Cristiana y los partidos de derecha(Partido Nacional, Democracia Radical, Patria y Libertad), as como a los gremios empresa-riales, en un solo gran bloque aglutinado en torno a la defensa del capitalismo y del derecho

    43 Punto Final N 61, agosto de 1968.44 El MIR y las elecciones presidenciales, Punto Final N 104, mayo de 1970.45 El MIR y el resultado electoral, documento pblico del Secretariado Nacional de ese partido publica-

    do en Punto Final N 115, octubre de 1970.46 Ver por ejemplo una entrevista a Miguel Enrquez publicada en El Rebelde del 2 de mayo de 1972 con el

    sugerente ttulo de Hay que resolver el problema del poder.

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    de propiedad, lo que converta en suicida cualquier intento de frenar el mpetu revolucionariode las masas. El paro patronal de octubre de 1972, que pareci confirmar ese diagnstico,consolid dicha visin estratgica, y a la vez redobl los esfuerzos del MIR por constituir unpolo revolucionario en compaa del Partido Socialista, la Izquierda Cristiana y el MAPU-Garretn. Aun entonces, sin embargo, la lucha sigui plantendose ms en trminos de seguiracumulando fuerza social por medio de la accin directa no militar (ocupacin permanente deespacios territoriales y unidades productivas), y a la vez ganarse el apoyo de la tropa y subofi-cialidad de las fuerzas armadas existentes. Ocurra as un desplazamiento no menor en lalocalizacin del brazo armado de la revolucin47. Llegado el 11 de septiembre de 1973, lospartidarios de la lnea rupturista haban logrado acumular una sustantiva base de apoyo social,pero no haban conformado un ejrcito del pueblo capaz de enfrentar al ejrcito profesional48.La va armada, en suma, nunca abandon el campo de la proyecciones futuras.

    Un segundo eje polmico entre gradualistas y rupturistas, por cierto bastante menoshistorizado que el anterior, tuvo que ver con el marco geogrfico en el que deba desenvol-verse la revolucin. Para los segundos, la discusin no mereca dudas: considerando el pesoque ejerca en la situacin poltica la presencia del podero imperialista, la lucha solo podadarse a escala continental, y su triunfo pasaba por un estallido generalizado a toda AmricaLatina. El precedente cubano, reiteradamente recordado y ensalzado por esta corriente,tena en este sentido un efecto claramente inspirador. Deca al respecto el Congreso Consti-tuyente del MIR: Las masas cubanas insurrectas, con su Gobierno revolucionario al frente,con sus Milicias obreras y populares y su Ejrcito Rebelde, demostraron que la defensa delderecho a la autodeterminacin y de la independencia nacional, as como la conquista de losderechos democrticos de los trabajadores y de su exigencia de organizar la vida social yeconmica de Cuba, forman parte de un PROCESO NICO, GLOBAL E ININTERRUMPIDO(sic), de carcter revolucionario, que culmina con la transformacin socialista del pas49 .Coincida en ello la revista Punto Final al conmemorar el dcimo aniversario de dicha Revo-lucin: El estmulo del ejemplo cubano, y la clarificacin que al calor de su presencia se haproducido, constituyen un aliciente del que hasta hace diez aos, cuando campeaban teorasreformistas, se careca en el continente50. Sin embargo, el endurecimiento de la poltica

    47 As lo plante Miguel Enrquez en su famoso discurso del Teatro Caupolicn el 14 de junio de 1973,reproducido en Pedro Naranjo y otros, op. cit.

    48 As lo hace notar con mucha nitidez Toms Moulin, al sealar que ni siquiera despus de iniciada laofensiva golpista el MIR centr su anlisis en la correlacin militar de fuerzas. En vez de eso, seala,centraron el problema en el desarrollo de un poder militar de masas, el cual paradojalmente nuncafue pensado bajo la la forma de un Ejrcito Popular. Parecan concebir la defensa del gobierno sobre labase de fuerzas propias, emanadas de la organizacin y concientizacin de las masas, Democracia ysocialismo en Chile, op. cit., pp. 58-59.

    49 El Rebelde (Primera poca), N 32, septiembre de 1965.50 Punto Final N 72, enero de 1969.

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    hemisfrica de los Estados Unidos tras la Crisis de los Misiles y la fracasada intentona contrarre-volucionaria en Playa Girn, formalizada en la denominada Doctrina Johnson, haca muy difcilque esta experiencia de construccin socialista pudiera repetirse en la misma forma. As lo reco-noca el Tercer Congreso General del MIR al sealar que la realidad de Amrica Latina en estosltimos aos, asimismo como la experiencia mundial de este perodo caracterizada principalmen-te por la guerra en Vietnam [otro referente emblemtico de la izquierda rupturista], plantea a lasclases revolucionarias de nuestro pas un nuevo enemigo (que no es tan nuevo), una nueva mqui-na militar que aplastar, un nuevo ejrcito represivo que destruir: el yanqui.

    As entonces, retomando una tesis internacionalista que se entroncaba con el marxismoms clsico, la izquierda que se autodenominaba revolucionaria asumi las banderas con-tinentalistas que encontraron su mxima expresin en la Organizacin Latinoamericana deSolidaridad (OLAS), cuya primera conferencia se inaugur en La Habana, el 28 de julio de1967, precisamente bajo el lema el deber de todo revolucionario es hacer la revolucin.Deca la convocatoria a este evento: Se lucha hoy en muy diversas partes de esta Amricanuestra, y de esas luchas surgen experiencias que es necesario intercambiar. Es nuestrodeber llevar adelante las resoluciones de la Conferencia Tricontinental, que proclam elderecho de los pueblos de oponer la violencia revolucionaria a la violencia del imperialismoy la reaccin. Es necesario unir, coordinar e impulsar la batalla de todos los pueblos explo-tados de Amrica Latina51 . Esta sensibilidad tambin se expres en un inters permanentepor los movimientos guerrilleros que a la sazn se desarrollaban a lo largo y ancho de Am-rica Latina, y a los que la izquierda rupturista constantemente apelaba como objeto deemulacin. La solidaridad con los guerrilleros de Amrica Latina, proclamaba en un mo-mento el columnista de Punto Final Jaime Faivovich, es un deber del movimiento popular.Pero tiene que traducirse en algo mucho ms concreto que el simple respaldo moral o verbal.Solo as ser un aporte real a la lucha antimperialista y tendr alguna repercusin en nues-tro pas52 . Era difcil, evocaba por su parte muchos aos despus Toms Moulin, en laatmsfera de esperanza que desataron Cuba y Vietnam, no dejarse arrastrar por la posibili-dad revolucionaria, negarse a ver en las guerrillas venezolanas, guatemaltecas, peruanas oen la experiencia de Guevara en Bolivia, un camino posible53.

    El ascenso de la Unidad Popular al gobierno, sin embargo, gener una situacin tan obvia-mente indita que la tesis latinoamericanista qued severamente interrogada, al menos comogua para la praxis cotidiana. No se renunci, por cierto, al internacionalismo doctrinario,como lo demostr la reaccin del MIR ante las vacilaciones que exhibi el gobierno de Allendeal aterrizar en Chile un avin secuestrado por un grupo de revolucionarios argentinos escapa-dos de la dictadura militar de Alejandro Agustn Lanusse. Con el surgimiento y desarrollo

    51 Reproducida textualmente en Punto Final N 24, marzo de 1967.52 Punto Final N 30, junio de 1967.53 Moulin, Toms. Conversacin interrumpida con Allende, op. cit., p. 43.

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    del imperialismo, editorializaba en esa ocasin El Rebelde, la lucha de clases asumi uncarcter cada vez ms internacional. El internacionalismo proletario es por esto un compo-nente imprescindible del programa revolucionario, de la estrategia revolucionaria, para laconquista y la consolidacin del poder. El internacionalismo proletario es la herramientaconcreta que los pueblos tienen para apoyarse los unos a los otros en su lucha comn contrael podero militar, poltico y econmico del imperialismo54.

    En trminos prcticos, sin embargo, las complejidades de la poltica interna ensimismaron ala izquierda rupturista en la decodificacin y proyeccin de la coyuntura inmediata, de cuyodesenlace dependa el futuro concreto, no solo retrico, de la revolucin chilena. Este desplaza-miento analtico se tradujo incluso en un relevamiento de la autonoma de la derecha y la burguesanacional, la que de haber sido catalogada como mero furgn de cola del imperialismo, pas aconvertirse en un adversario peligroso y astuto por sus propios mritos, capaz de combinar creati-vamente medidas aparentemente conciliatorias (generalmente por cuenta de la DC), con el ataqueimplacable y frontal orientado al derrocamiento del gobierno popular. Incluso los frentes demasas, espacio destacado y predilecto del polo revolucionario, comenzaron a ser disputadospor una derecha que, precisamente en virtud de esa estrategia de movilizacin callejera, pasrpidamente a ser tildada de fascista55. Sin nunca desconocer el impacto que segua teniendoel accionar imperialista, recordado vvidamente en incidentes como los intentos desestabilizado-res de la transnacional telefnica ITT o el embargo internacional provocado por las expropiadascompaas cuprferas estadounidenses, el transcurso de los mil das de la Unidad Popular forz ala izquierda rupturista a centrar cada vez ms su atencin en el mbito local. Posiblemente muya su pesar, las particularidades de la situacin chilena la forzaron a relegar a un segundo planosu perspectiva internacionalista y continental.

    Ese era, en cambio, el nfasis que desde un comienzo haba caracterizado a la vertiente quepromova la revolucin gradual. No se trata, por cierto, de que estos sectores hayan repudia-do doctrinaria o incluso prcticamente el internacionalismo proletario. Interpelada por elPartido Socialista en virtud de lo que ste perciba como una cierta tibieza en su apoyo a larevolucin latinoamericana, la Comisin Poltica del Partido Comunista responda con vehe-mencia que el XIII Congreso Nacional de nuestro Partido fue categrico en afirmar que latarea suprema de los revolucionarios, la tarea de las tareas, es la derrota de los planes agresivosdel imperialismo y la solidaridad consiguiente de los pueblos de Amrica Latina, en primerlugar con la gloriosa Revolucin Cubana56. Pero lo cierto era que la tesis de la revolucin

    54 El Rebelde, 22 de agosto de 1972. La fuga de los prisioneros polticos de la crcel militar de Rawson estdetallada y vvidamente tratada en el primer tomo de la triloga de Martn Caparrs y Eduardo AnguitaLa Voluntad, tres volmenes, Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 1998, donde se hace expresa referen-cia a las dificultades que su venida a Chile suscit a un gobierno allendista a la sazn empeado endemostrar su apego a la legalidad y en facilitar un dilogo con la Democracia Cristiana.

    55 Numerosas referencias explcitas al respecto en las ediciones de 1972 y 1973 de la prensa de la izquierdarupturista, como El Rebelde y Punto Final.

    56 El Siglo, 10 de julio de 1966.

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    socialista por la va no armada o electoral se cimentaba fuertemente en una lectura de lasituacin nacional que haca ms hincapi en sus particularidades que en los elementoscompartidos a nivel continental. Era, en su opinin, la historia especfica de Chile en el sigloXX la que haba demostrado la plasticidad de las instituciones existentes frente a la pene-tracin de ideas progresistas y revolucionarias, as como la posibilidad objetiva de concertaralianzas con sectores que no pertenecan directamente a las filas populares. Era ella tam-bin la que corroboraba la capacidad de las clases trabajadoras nacionales de conquistarposiciones y obtener mayores espacios de poder sin ir necesariamente a una accin guerri-llera o una guerra civil, de dudoso arraigo psicolgico e incierto desenlace militar. Por lodems, era la propia teora marxista, argumentaban los dirigentes del PC, la que enfatizabala necesidad de adecuar la poltica revolucionaria a las condiciones concretas de cada pas,pues la revolucin sigue cursos diferentes y se abre paso en cada latitud con las ms diver-sas formas de lucha57. En el caso concreto de Amrica Latina, decan, tenemos tambinmuy distintos niveles de desarrollo econmicos, polticos y sociales. Lo que llevaba al Se-cretario General de la colectividad, Luis Corvaln, a concluir que esto determina el carcterde las revoluciones del continente, la diversidad de las formas y la diferencia de tiempo en laliberacin de los pueblos latinoamericanos58.

    Para la crtica rupturista, esta sobrevaloracin de las especificidades nacionales no era sinoun pretexto para evadir las enseanzas que, segn su criterio, el ejemplo cubano y la reaccinestadounidense hacan inesquivables. Chile, editorializaba la revista Punto Final en octubrede 1968, no es una excepcin. Y elaboraba: la burguesa de este pas no entregar el poderimpresionada por desplantes oratorios en el Parlamento, ni por la exigencia de masas inermes.Sus aparatos represivos se perfeccionan y equipan con vistas a enfrentar cualquier disputa por elpoder. Por otra parte, las reiteradas notificaciones de Estados Unidos, en el sentido de que nopermitir ningn rgimen que desafe sus normas, han sido dictadas para Amrica Latina en suconjunto, incluido Chile. En consecuencia, el espejismo de una democracia burguesa, que halogrado engaar inclusive a fuerzas nacidas para destruirla, es quizs el obstculo mayor al libredesarrollo de la corriente revolucionaria en nuestro pas... Los que hablan vagamente de unarevolucin sin atreverse a decir, y con ello a preparar al pueblo, que ser inevitablemente violenta,estn mintiendo descaradamente59. Era por lo tanto una falacia plantear, como lo haca la co-rriente que se autodenominaba realista, que Chile como pas excepcional, tena que contarcon una estrategia y una tctica propia60. Ni las leyes objetivas de la lucha de clases, ni lamundializacin de ella en la era del imperialismo permitan hacerse ilusiones sobre una presuntaexcepcionalidad chilena, tesis que por lo dems era ms esperable de los sectores dominantes del

    57 El Siglo, 18 de abril de 1966.58 Citado en Hernn Venegas, op. cit., p. 57.59 Punto Final N 65, octubre de 1968.60 Punto Final N 45, enero de 1968.

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    pas, quienes ya desde el siglo XIX venan proclamando nuestras profundas diferencias con elresto de Latinoamrica, que de los partidarios de la revolucin.61

    Pero contra todos estos pronsticos, el triunfo electoral de septiembre de 1970, y sobretodo la toma de posesin del gobierno de la Unidad Popular en noviembre de ese mismo ao,pareci darles la razn a los excepcionalistas. Con mayor desplante aun que los tericosdel Partido Comunista, Salvador Allende y sus asesores ms inmediatos se atrevieron a par-tir de ese momento a hablar abiertamente de una va chilena al socialismo, una maneraalternativa de concebir tanto el acceso de las fuerzas revolucionarias al poder como el carc-ter de la sociedad que se iba a desarrollar. Al no existir experiencias anteriores que podamosusar como modelo, sealaba a este respecto Allende en su primer mensaje presidencialante el Congreso, tenemos que desarrollar la teora y la prctica de nuevas formas de orga-nizacin social, poltica y econmica62 . De hecho, los tres aos que alcanz a gobernar elconglomerado allendista pueden caracterizarse como una desesperada lucha por demostrarla justeza de esta pretensin de originalidad histrica, acorralado a uno y otro lado por lahostilidad derechista y la incredulidad de los sectores ms rupturistas, incluso de aquellosque formaban parte de la Unidad Popular. Para estos ltimos, la derrota de 1973 vino acorroborar que la va chilena no era ms que una expectativa ilusoria, condenada desdesiempre al fracaso. Para los partidarios de dicha va, en cambio, fue la intransigenciarupturista la que socav desde adentro las condiciones y equilibrios que ella requera paraprosperar. Quienquiera que haya tenido la razn, lo cierto es que a partir del 11 de septiem-bre de 1973 Chile claramente dej de ser una excepcin: como gran parte de las sociedadeslatinoamericanas que se enfrentaron por aquellos aos a la perspectiva de hacer la revolu-cin, su sino fue terminar bajo la tutela represiva de una dictadura militar. La democraciacolaps junto con el socialismo, y quedamos ms lejos que nunca de ser los ingleses (ni qudecir los cubanos) de Sudamrica.

    Los desacuerdos entre gradualistas y rupturistas encontraron un tercer mbito de expre-sin en la localizacin del principal eje conductor de los cambios revolucionarios. Laestrategia institucionalista de los primeros depositaba un fuerte nfasis en la penetra-cin del aparato estatal, tal cual ste exista en Chile, para hacer de l un instrumento detransformacin econmica y social. Alejndose de aquella ortodoxia leninista para la cualel Estado burgus, en tanto creatura de la clase explotadora, debe ser inevitablemente

    61 Sobre el mito de la excepcionalidad chilena, ver Alfredo Jocelyn-Holt, Un proyecto nacional exitoso?La supuesta excepcionalidad chilena, ponencia presentada en el seminario internacional La construc-cin de las identidades nacionales en el mundo hispnico. Ideas, lenguajes polticos e imaginarios cultu-rales, Valencia, marzo del 2003. Tambin la tesis indita de Licenciatura en Historia de EdwardBlumenthal, El mito de la excepcionalidad chilena: un proyecto de construccin identitaria, PontificiaUniversidad Catlica de Chile, 2004.

    62 Citado en Luis Corvaln M., Del anticapitalismo al neoliberalismo en Chile, op. cit., p.159.

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    destruido para poder dar paso a un gobierno genuinamente popular, el Partido Comunistay quienes compartan su diagnstico lo visualizaban, en la prctica, ms bien como un espa-cio a disputar. El arraigo en Chile de las instituciones democrticas, argumentaban, otorgabaal Estado la suficiente flexibilidad como para poder plantearse la ocupacin de algunas desus ramas en beneficio de los trabajadores, desplazando de ellas pacficamente a sus enemi-gos de clase. Una vez atrincherados all, y aprovechando que el Estado chileno, comoconsecuencia del modelo de desarrollo que se vena implementando desde los aos treinta,haba adquirido fuertes cuotas de ingerencia en los sectores productivos y en las redes deinteraccin social, pareca factible articular una intervencin ms enrgica en la organiza-cin bsica de la sociedad.

    Tal como se expres en el programa de la Unidad Popular, esta estrategia aspiraba a em-plear el aparato estatal, o al menos los segmentos bajo control izquierdista, para iniciar oprofundizar cambios estructurales tales como la reforma agraria, la nacionalizacin de las ri-quezas naturales y la estatizacin del crdito y las grandes empresas que monopolizaban lariqueza nacional, apuntando as a un reacomodo sustantivo del poder econmico y social. Conlas clases propietarias debilitadas en su base material, y con un gobierno socialista controlan-do los sectores estratgicos de la economa, el gradualismo confiaba en disponer de los elementosnecesarios para mejorar radicalmente el nivel de vida de las grandes mayoras desposedas,cultivando as la fuerza electoral que paulatinamente le permitira ir ganando los componen-tes estatales que an no estaban bajo su control (especialmente el Poder Legislativo), y de esaforma acometer etapas superiores en la construccin del socialismo.

    En esta visin ms bien estatista de la revolucin ciertamente no estaba ausente laparticipacin de lo que por aquel entonces se denominaban las masas (hoy en da se habla-ra tal vez de la sociedad civil), en cuyo inters deban inspirarse todos los cambios ymedidas impulsadas desde los centros de decisin gubernamental. El Partido Comunista,por ejemplo, proclamaba como el factor fundamental de su lnea poltica la accin de lasmasas, teniendo como centro y motor a la clase obrera. Solo con ella, aseguraba, podanalcanzarse los objetivos planteados en su programa, objetivos que por lo dems constituyenun anhelo sentido por la inmensa mayora de nuestro pueblo. La necesidad de cambios se hahecho carne en las masas, lo que se refleja en el creciente desarrollo de las luchas de losdiversos sectores de la poblacin. Hay cambios que ya estn totalmente maduros y cuyarealizacin es imposible detener63 . Avalaba estas declaraciones una antigua y sistemticalabor en la base social, especialmente en sindicatos, crculos juveniles y zonas de fuerte con-centracin popular, lo que a su vez daba cuenta del indiscutible arrastre que esta colectividadhaba ganado a travs de los aos en el mundo trabajador. Lejos estaba el Partido Comunistachileno de ser un ente meramente superestructural, obsesionado solo con las alturas del Esta-do. En su concepcin estratgica, sin embargo, era desde stas que se pondra en marcha el

    63 El Siglo, 16 de abril de 1966.

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    proceso revolucionario, ocupando las masas un papel ms bien de apoyo poltico y legiti-macin social.

    Para la izquierda rupturista, en cambio, el Estado burgus jams podra ser empleado enbeneficio de una revolucin popular. rgano intrnsecamente defensor de los intereses delas clases explotadoras, ese Estado estaba diseado para mantener a los explotados eterna-mente en dicha condicin, por las buenas en caso de ser posible, por las malas en caso denecesidad. No poda entonces traicionar su propia naturaleza para ponerse al servicio delenemigo de clase. Aparentemente desmentido por el triunfo electoral de Salvador Allende,el diagnstico fue ratificado en funcin de que solo la divisin de la burguesa entre doscandidaturas distintas haba hecho posible tan inesperado desenlace, y que aun as lo con-quistado era solo un fragmento del poder estatal, bsicamente su rama ejecutiva. Que laUnidad Popular asuma el gobierno, deca una declaracin del MIR apenas ocurridas laselecciones, no significa que inmediatamente se produzca la conquista del poder por lostrabajadores o el socialismo en Chile. Se ha obtenido una mayora electoral de izquierda,que expresa la aspiracin de las mayoras de ser gobierno. Se lucha para que la izquierda seagobierno, o sea que los cargos pblicos de Presidente, Ministros, etc., sean ocupados por laizquierda, pero hasta aqu desde el aparato represor del Estado capitalista hasta la explota-cin y la miseria en los campos y ciudades de Chile, permanecen intactos. La meta es laconquista del poder por los trabajadores, la que solo existe cuando las empresas extranjerasy los bancos son de todo el pueblo en los hechos, cuando las fbricas, las minas y los fundosson en realidad de los obreros y campesinos64 .

    Corriendo los meses del gobierno popular, y sin desconocer las ventajas tcticas que elcontrol del Poder Ejecutivo brindaba a sus aspiraciones, la izquierda rupturista agudiz sucrtica hacia quienes seguan confiando en la posibilidad de instrumentalizar al Estado bur-gus para fines revolucionarios: Mientras que la burguesa se ha embarcado en una ofensivasediciosa para recuperar la fraccin de poder perdido, en sectores del gobierno y de la Uni-dad Popular han primado tendencias que con ceguera e infantilismo han escogido el caminode llevar a cabo reformas y medidas populares a travs de canales burocrticos y administra-tivos, no comprendiendo que solo el apoyo en la movilizacin y participacin activa de lasmasas es lo que permite ganar fuerzas a un gobierno revolucionario. Estos sectores,acusaba el rupturismo, han enmarcado su hacer poltico en un cuidadoso respeto de lalegalidad burguesa, lo cual no solo limita gravemente las posibilidades de llevar a cabo lasreformas programadas, sino que adems fortalece y legitima las instituciones de poder de laburguesa. Estos sectores adems de no golpear ofensivamente el aparato estatal de la bur-guesa, han desperdiciado los recursos que ofrece el control del gobierno para hacer unaagitacin y propaganda que prepare a las clases trabajadoras para la conquista del poder:

    64 El MIR y el triunfo de Salvador Allende, Declaracin Pblica, septiembre de 1970; documento N 045del CEME.

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    por el contrario, su actitud defensiva ms bien ha contribuido a crear el mito y la confusinde que las masas trabajadoras estn hoy en el poder, cuando en realidad el poder sigue enmanos de la burguesa65 .

    Para proceder a una verdadera conquista del poder, sostena esta lnea de argumenta-cin, deba desplazarse el eje de la accin poltica desde los rganos de la institucionalidadburguesa hacia las masas mismas, ancladas en sus frentes naturales de trabajo y habitacin(fbricas, minas, fundos, poblaciones): La defensa de los trabajadores no puede situarseprincipalmente en el aparato institucional (legalidad, parlamento, gobierno), sino en lasmasas movilizadas directamente por sus intereses y por el socialismo66 . Capitalizando paratal efecto una cierta tradicin de movilizaciones de base que vena desplegndose desdefines de los aos cincuenta, la izquierda rupturista, incluida la que militaba en partidos queintegraban la Unidad Popular, canaliz prioritariamente su accionar hacia la base social,procurando hacer de ella el principal factor de impulso y conduccin de la lucha revolucio-naria. Frente a una revolucin gradualista digitada fundamentalmente desde arriba,propsito a su entender irremediablemente destinado al fracaso, la frmula favorecida poreste sector fue la revolucin desde abajo, alimentada y dirigida personalmente por lostrabajadores67 . Naca as el concepto de poder popular, que de acuerdo a una editorial delrgano oficial del MIR poda resumirse as: reemplazar el actual Estado burgus por unautntico Estado obrero y campesino, en el cual, a travs de la eleccin de representantesresponsables ante las bases y revocables por ellas, se ejerza LA DEMOCRACIA DIRECTADE MASAS (sic). Agrupados en las fbricas, en los fundos, en las poblaciones, los trabajado-res sern la base real del poder y sabrn ejercerlo contra quienes los explotan y les mienten68 .

    El poder popular, entonces, fue la consigna en torno a la cual la izquierda rupturista,eventualmente aglutinada en torno al llamado polo revolucionario, concentr sus energasdurante el ltimo ao y medio de la Unidad Popular69 . Partiendo de la premisa de que entreel aparato de Estado y el movimiento de masas exista una contradiccin insoluble (es el

    65 El Rebelde (Tercera poca), N 9, diciembre de 1971.66 El Rebelde, 14 de marzo de 1972.67 Un excelente estudio historiogrfico articulado en torno a este contraste entre revolucin desde arriba y

    desde abajo, centrado en la experiencia de los trabajadores