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Es propiedad. Queda hecho el depdsito CIPB marea la ley. Serán furtivos los ejempla- res aue no lleven el sello del autor. B. PEREZ GALDOS EPISODIOS NACIONALES CUARTA SERIE -- O'DONNELL 2.000 MADRID OBRAS DE PÉREZ GALD6S 1352. Hortalesa 1804

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Es propiedad. Queda hechoel depdsito CIPB marea la ley.Serán furtivos los ejempla-res aue no lleven el sello delautor.

B. PEREZ GALDOS

EPISODIOS NACIONALES

CUARTA SERIE- -

O'DONNELL2.000

M A D R I D

OBRAS DE PÉREZ GALD6S

1352. Hortalesa

1804

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EST. TlP. DE LA VIUDA E HIJOS DE TELLO

luPnl3SOn D E ChARA DE S. Iy.

C. de San Francisco, 4.

O'DONNELL

1

El nombre de O’Donnell al frente de estelibro significa el coto de tiempo que corres-ponde á los hechos y personas aquí repre-sentados. Solemos designar las cosas histó-ricas, 6 con el mote de su propia síntesispsicológica, ó con la divisa de su abolengo,esto es, el nombre de quien trajo el estadosocial y político que á tales personas y co-sas dió fisonomía y color. Fu6 O’Donnelluna época, como lo fueron antes y despuésEspartero y Prim, y como éstos, sus ideascrearon diversos hechos públicos, y sus ac-tos engendraron infinidad de manifes tacio-nes particulares, que amasadas y conglome-radas adquieren en la sucesión de los díascarácter de unidad histórica. O’Donnell esuno de éstos que acotan muchedumbres,poniendo su marca de hierro á grandes ma-nadas de hombres.. . y no entendáis por estolas masas populares, que rebaños hay degente de levita, con fabuloso número de ca-bezas, obedientes al rabadán que los condu-

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6 B. PltREZ GALD&

ce á los prados de abundante hierba. O’Don-nell es el rótulo de uno de los libros másextensos en que escribió sus apuntes delpasado siglo la esclarecida jamona doña Clíode Apolo, señora de circunstancias que sepasa la vida escudriñando las ajenas, parasacar de entre el montón de verdades queno pueden decirse, las poquitas que resis-ten el aire libre, y con ellas conjeturas ra-zonables y mentiras de adobado rostro. LlevaClío consigo, en un gran puchero, el colore-te de la verosimilitud, y con pincel ó brochava dando sus toques allí donde son necesa-rios.

Pues cuenta esta buena señora que el día23’ de Julio de aquel año (aún estamos enel 54) salía de la cerería de Paredes, callede Toledo, el enfático patricio don MarianoCenturión ostentando con ufanía el som-brero de copa que estrenaba: era una pren-da reluciente, de las dimensiones más atre-vidas en altura y extensión de alas que lamoda permitía, y en el pensamiento delbuen señor tomaba su persona, con tan airo-so chapitel, una dignidad extraordinaria yuna representación pública que atraía lasmiradas y el respeto de las gentes. A dos pa-sos de la cerería se tropezaron y reconocie-ron Centurión y un ciudadano importante,Telesforo del Portillo, que también estrena-ba sombrero, si bien aquel cilindro no eratan augusto como el otro, sino artículo deocasión adquirido en el Rastro y sometido áun planchado enérgico. Se saludaron,. y

O'DONNELL 7

Centurión entabló un vivo diálogo con suamigo conocido entre el vulgo por el apodode ,Se&. No ha transmitido la Historia lostérminos precisos de la conversación, limi-tándose á consignar que ambos patriciosse habían encontrado en lastimosa divergen-cia en aquellas revuelt,as, por figurar donMariano en la Junta de sulz.mción, arnm-menta y defensa que funcionó en la casa delseñor Sevillano, y Sebo, en la que se deno-min Junta del cucrrtel del Sur. La pnme-ra se componía de hombres templados y depeso; en la segunda entraron los jóvenes le-vantiscos y la turbamulta demagógica.

Según dijeron los dos respetables ciuda-danos, las trapisondas entre ambas asam-bleas dilataron más de lo preciso las anhe-ladas paces entre pueblo y tropa, y dierontiempo á que asomara su hocico espeluz-nante el monstru,o de Za anarqzt~a. Pero alfin la salud pziblicn se impuso, y las Jun-tad llegaron á una positiva concordla, gra-cias alpatriotismo del Trono, que se inclinódel lado de la Libertad llamando á Espar-tero. Sostuvo Centurión que ya teníamosGobierno liberal en principio, y que eracuestión de días el determinar qué hombreshabían de formarlo. Sebo los designó sinrecelo de equivocarse, nombrando las figu-ras más culminantes del eìemenio progre-sida. Espartero y O’Donnell entrarían en elnuevo Gobierno, y los hombres civlles se-rían los que más sufrieron en los once años,y probaron su entereza política con largos

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8 B . PfiREZ QALD6S

ayunos. Aseguró don Mariano que su colo-cación en Estado dependía de que ocupaseaquella poltrona el sefior-Luján, y que si ledaban á escoger, tomaría la plaza de jefe enla Sección de Obra piu de Jerusalén, que yadisfrutó por pocos días en otra época. Sebo sedaba por empleado en Penales, si ponían enGobernación á don hianolo Becerra ó á don -Angel de los Ríos. Esto era dudoso, segúnCenturión, porquesi bien ambosjóvenes des-collaban por sus talentos y acendrado pa-triotismo, no tenían el peso y madurez con-venientes para gobernar.

Sobre si eran aptos ó no los tales, discu-tían Portillo y don Mariano, cuando atrajosu atención un gran tumulto y escandalosoruido de gente que por la calle abajo venía.Ya estaba próxima la delantera de la que pa-recía procesión, y el centro de ella, algo quedescollaba sobre la multitud como figurasdel Santo Entierro conducidas en hombros,desembocaba por el arco de la Plaza Mayor.Antes de que los dos patricios se dierancuenta de lo que aquello era, rodearon á Se-bo unas hembras (no sé si tres ó cuatro) contoda la traza de mozas del partido, desga-rradotas, peinadas con extremado artificio,alguna de ellas reluciente de pintura en elmarchite rostro. “Véanle, .véanle-dijeron.-Desde la Plazuela de los Mostenses lotrain . . . El Chico es el que viene en andas,y el Cano á pie...den garrote.. ,

Que los afusilen, que lesque paguen las que han he-

cho.,, Y Centurión, con grave acento, arri- -

O’DONNELL 9mándase á la pared por no ser visto de lacanalla delantera, pronunció estas sesudaspalabras: “iJusticia del pueblo, mala jus-ticiar. . . . iY don Evaristo no se ha enteradode esta barbaridad?... Decid, grandes púas,jvosotras habéis venido con esta procesióninfernal? JPasásteis por Gobernación? ~NOestaba allí don Evaristo? iCómo hab6is re-

I

corrido medio Madrid, ó Madrid entero, sinque algunos patriotas honrados os cortaranel paso, ralea vil?

-Cállese la boca, don Marianote-dijo lamás bonita de ellas, la menos ajada,-quepueden oirle, y corre peligro de que le cha-fen el baúl nuevo.

-Rafaela Hermosilla -replicó Centuriónalardeando de en tereza,-un patrio ta honrado, un hombre de principios, no teme lascoces de la plebe indocta.. . Pero arrimdmo-nos á esta puerta para no dar lugar á cues-tiones, 6 metámonos en la cerería de Pare-des, que será lo más seguro.. . Sebo... idóndese ha ido Sebo?,,

Llamado por su amigo, se retiró tambiénal arrimo de las casas el ex-policía, seguidode otra de las pájaras. Lívido y tembloroso,no podía disimular el terror que la plebeyajusticia le causaba, y era en verdad espec-táculo que el más animoso no podía presen-ciar sin miedo v compasión grandes. Detrásde la caterva qÜe rompía m&cha gritando,iban dos hombres montados en jamelgos:vestían blusa de dril y cubrían su cabezacon chambergo ladeado sobre una oreja, es-

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10 B. PltRE!4 GALDÓS

grimiendo sendos chafarotes ó sables. Se=guíales un bigardón con un palo, del quependía un retrato al óleo, sin marco, acri-billado ya de los golpes que por el camino,en las paradas de la procesión, le daban consus sables los dos jinetes, en demostraciónde justicia popular. Al portador del retra-to seguía otro gandul con trazas de matari-fe, en mangas de camisa, ésta manchada desangre, llevando una pértiga de la cual pen-día muerto y sin plumas un gallo colga-do por el pescuezo. Tras éste iba un hombreá pie, empujado más que conducido por ungrupo de bárbaros, también con aspecto dematachines. Seguían las angarillas carga-das por cuatro, de lo más soez entre tan soezpatulea; las angarillas sosteníanun colchón,en el cual iba el infeliz Chico sentado, demedio cuerpo abajo cubierto con las propiassábanas de su cama, de medio cuerpo arri-ba con un camisón blanco, en la cabeza ungorro colorado puntiagudo, que le daba as-pecto de figura burlesca. Con un abanicose daba aire, pasándolo á menudo de unamano á otra, y miraba con rostro serenoá la multitud que le escarnecía, al gentíoque en balcones y puertas se asomaba curio-so y espantado. Arrimándose á las angari-llas todo lo que podía, iba la mujer deChico con una taza en la mano, revolviendocon un palo el contenido de ella, que segúndecían era chocolate. Parecía loca: su rostroechaba fuego; su cabeza recién peinada ycon alta peineta, conservaba la disposición

O’DONNELL l l

de’las matas de pelo armadas artísticamen-te. Digo que parecía loca, porque el me-near el palo dentro de la taza vacía eracomo un movimiento instintivo, incons-ciente, efecto de la máquina muscular dis-parada y sin gobierno. Enrojeciendo más ácada grito, decía: “ iNacionales, no le ma-téis! iNo le mateis, nacionales!,,

Pasó todo este bestial aparato de vengan-za y muerte, que observaron desde la cere-ría don Mariano y Telesforo, las dos mucha-chas de mal vivir y don Gabino Paredes consu hijo Ezequiel. Rafaela Hermosilla, quehabía visto el asalto de la casa de Chico, locontó de esta manera: “Lleguemos; íbamoscan idea de arrastrarle, que es la muerteque merece.. . El pillo del Calzo nos dijo:Atrás, populacho; y no había acabado dedecirlo, cuando Perico el lañador le echómano al pescuezo, y yo y .otras le arañamostoda la cara. Daba risa.. . Después le ama-rraron bien amarradico con cordeles queprestó un mozo de cuerda... y entremos; su-bimos dando patadas y gritos, y nos des-parramemos por las salas llenas de mueblesy cuadros. . . “A quemarlo todo.,, Esta fuéla voz. iQué risa! Pero Alonso Pintado soltócuatro tacos, gritando: Pena de muerte allndrón.. . Salió esa gran tarasca llorando,’acabadita de peinar, iqué risa! . . . iY cómochillaba la muy escandalosa! Que su maridoestaba enfermo en cama con la podagra, yque le había pedido el chocolate.. . “Señorasy caballeros-nos dijo Alonso Pintado su-

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12 B. PJhltZ clALDó0bido en una silla,-venimos á hacer justi-cia, no á faltar á nnide. Al ladrón busque-mos, no á las riquezas que robó.. . No toquéisá estos faralanes ~co~m~cop~o~~. . . Por el ti-rano de los pobres venimos. Justicia en élseñoras y caballeros; pero sin al boro tarque no digan. : . ,, para

Yo, me lo pueden cr’eer.. .no alboroté, nr cogí nada de lo que hay enaquellas cámaras tan lujosas, donde el ga-chó va metiendo lo que rapiña.. . Pues Alon-so Pintado, Matacandiles, Pucheta la Rosay la Pelos, don Jeremías, Chanfins ‘Meneosla Basbiana y otras y otros de que no rnéacuerdo, empujaron puertas, rompieron fe-chaduras y se colaron hasta la alcoba endonde estaba acostado el Chico Xole valióá su mujer decir que estaba irniosibilitadoy que le iba á llevar el chocolate. iQué riisa!... 6‘ Esperense; no le maten... me ha pedi-do el chocolate... está en ayunas.. . se mue-re... se morirá solo.. .cía la

Matarle no.,, Esto de-tía Panderetona, que no es mujer de

él por la Iglesia, sino arrimada como unapongo el caso, iqué risa!... Tital: que envrlo fe levantaron, con colchón y todo y deuna escalera hicieron las angarillas.. .‘PepeMwws trajo un gallo, le retorció el pescue-zo, y desplumándolo delante del Chico leechaba las plumas, diciéndole, dice: “Lo queC;;f;a;;n este gallo haremos contigo so la=

. ,, i Qué risa! Luego salió la procesiónque habéis visto. . . Pues venía con machismoorden, como se dice. . . Pucheta mandabaque es hombre que sabe del orden y tal., .:

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Oyendo estas referencias, Centurión teníaun nudo en su garganta, y no acertaba nlá protestar contra el salvajismo del pueblo.U i Ignominia, barbarie! - exclamaba dandopalmadas en el mostrador.-La Libertad noes eso, cojondrios, no es eso.,, Y Sebo, queen su consternación se había calado el som-brero nuevo hasta las orejas, habló así: “Di-me Rafa, Liba Pucheta en el entierro? Por-que yo no he podido distinguir caras, delgran susto y sobrecogimiento que me entróal ver lo que v1.’ Al tiempo que se me afloja-ba el vientre, se me nublaba la vista.

--Pues sí que iba-dijo Centurron.7Eljinete de la derecha, el que vimos por 1.aparte de acá, era Pucheta, con blusa de drily un plumacho en el sombrero. .iEn quémanos está la Libertad, cojondnos! Y. allado de Pucheta, á la parte de adentro, ibala Generosa Hermosilla, hermana de estabuena pieza.. .

- M i hermana- dijo Rafa-no se separade Pz.&eta: es la que le mete en la cabezael orden... íQ u6 risa con ella! A todas horasle canta la lección: “Pucheta, orden.. . An-date con orden, hijo.,, Mi hermana iba a! la-do de el terciado el manto, muy bien pema-dita con un pompón en la peineta...

<Tu hermana y tú-afirmó Centuriónfurioso,- sois unas solemnes cas tañas pllon-gas que despu& de llevar á los hombres alvicio les predicáis el orden. iVaya uo es-carn:ol Orden vosotras, que nunca.suplste!scon q& se come eso. iQu6 pnnclplos ten6ls

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14 B. PIhEZ GAILdS

ni qué dogmas profesáis para saber lo quees el orden? iIdos al infierno con cien mil pa-res de cojondrios! Tu hermana Jenara y tú,Rafa maldita, habéis escandalizado en todoMadrid, después de escandalizar en las ca-lles del Humilladero, Irlandeses y Medio-día Grande.. . A vuestro honrado padre, elbueno de Hermosilla, le pusísteis á puntode morir de vergüenza... No os quitareisnunca de encima el apodo de Zas Zorreras,que os aplicaron por ser hijas de un fabri-cante de zorros, que también hace plume-ros... Vete, vete; sigue los pasos de tu her-mana, al lado de Pucheta, de Uejleos, 6 deotro de esos matarifes que deshonran la Li-bertad.. . No te entretengas aquí, entre gen-tes honradas y hombres de principios.. . Co-rre, y verás cómo ahorcan ó fusilan ó despa-churran al desgraciado Chico. n

II

Echóse á reir la moza. con el airado dis-curso de Centurión, y Ilegándose al dueñode la cerería, don Gabino Paredes, que arro-bado la contemplaba, los codos en el mos-trador, el rostro en las palmas de las manosle dijo: “iverdad, Gabinico, que tti no miechas de tu casa?,, Y el cerero, revolviendoalgo en su boca, comple tamente desden t.adale contestó: “Ni yo ni el amigo Centurión te __

O'DONNELL 15arrojamos de esta humilde tienda. Ha sidoun decir, rica: no te enfades... Y para queveas que me acuerdo de tí, toma este cara-melito.. . ,, Cuando los sacaba del hondo bol-sillo de su chaqueta, alargó Centurión lamano diciendo: “Deme otro á mí, don Ga-bino, que del berrinche que he cogido conesta tragedia, se me ha secado la boca. ,, Hizoel cerero ronda de caramelos, dando la ma-yor parte á Rafa y á su compañera, que conSebo platicaba, y chuparon todos, refrescan-do sus secos paladares. La segunda pájara,de apodo Jzcmos, mujerona en el ocaso de lajuventud, con restos manidos de un gallardotipo de mqjeza, tomó la palabra en contradel señor de Centurión, desarrollando susargumentos con razones no mal concertadas:“Pues si el pueblo no hace la justiciada enese capataz de los guindillas, iqui6n la ha-rá?... icontra con Dios! dE1 Gobierno nuevoque venga le había de castigar? Y vostedeslos patriotas nuevos, equé serían más quelameplatos del Chico? Hala con él, y revi&-tenle para que no haga más maldades... EIcomía con el Gobierno, comía con el ladro-nicio... AQué robaban á rostedes el reloj? Puespara recobrarlo, no tenían más que abocarsecon don Francisco, que devolvía la prendapor un tanto más cuanto, según el por quéde la persona.. . Alhajas muchas pasaron desus dueños á los ladrones, y de los ladronesá sus dueños, lodo con su porsupuesto, me-nos cuando las alhajas le gustaban á Chico,qtie tan fresco se quedaba con ellas. De sus

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16 B. PldZ C+ÁLD&

ganancias prestaba dinero, á seis reales porduro al mes, mediando el portero Mendas yuno de la calle de la Palma, con trazas declkigo, que le llaman don Galo, y tambiénel Chato dePinto, por ser de Pinto misma-mente.. .

-Invenciones de la plebe-dijo Centu-rión menos fiero que antes;-maiquerenciade los que Chico perseguía por revoltosos.

-Algo habrá de eso-observó en tonos detemplanza el gran Sebo,-sin que deje deser verdad lo que cuenta esta Jumos. Testi-gos hay de que el pobre don Francisco nojugaba con limpieza.

-Jugaba con cartas señaladas - afirmóla mujerona,-y era el primer puerco delmundo. El Gobierno le pagaba para defen-der á cada hijo de vecino, y él iqué hacía?cobrar el barato al vecino y al Gobierno y alSulsucorda. A todos engañaba, y no era fielmás que con la Cristina y su marido, el deTarancón, porque Bstos, cuando los Ministrosestaban hartos de Chico y querían darle lapuntera, sacaban la cara por él.. . Como queChico era el hombre de confianza de los Mu-ñoces, y el que estaba al quite por si veníancornadas.. . que el pueblo hacía por ellos,jvaya!- Exageraciones, mujer - dijo Centu-

rión,-y desvaríos de la pasión popular...Algún día se hará la lui, y la Historia pon-dra= la verdad en su punto.

-Historias ya tenemos-prosiguió la Ju-w$os:-pídaselas á don José de Zaragoza y á

O’bOwELtr 1’1don Melchor Ordóñez, que por saber bien dehistoria han querido limpiarle el comederoa don Francisco Chico. Pero no podían, quela Cristina le echaba un capote, y Chicotan fresco, se reía, se reía, con aquella carade sayón... Pues el muy marrajo, para dargusto al Gobierno, se cebaba en los quecaían en su mano, por mor del conspirar yde la política. El que era masón y andabaen algún enredo para echar proclamas 6 es-cribir contra la Reina, ya podía encomen-darse á Dios. A nadie metía en la cárcel sindarle antes un pie de paliza para hacerleconfesar la verdad, ó mentiras á gusto de 61,con las que se abría camino para prender áotros, y abarrotar la cárcel... A un primomío, Simón Angosto, zapatero en un portalde la calle de la Lechuga, que los lunes so-lía ponerse á medios pelos y cantaba coplasen la calle, con música del ixno de Espar-tero y letra que él sacaba de su cabeza, lecogió una noche saliendo de la casa de Tepa,y tal le pusieron el cuerpo de cardenales,que gonzitó el alma á los dos días.

-No fu6 así, Pepa Jumos, no fu6 así-dijo Sebo gravemente, poniendo en su acen-to todo el respeto á la verdad histórica.-ASimón Angosto se le hicieron los cardena-les y se le aplicó de firme el vergajo, porqueanduvo en aquellas trapisondas... bien meacuerdo.. .le

cuando mataron á Fulgosio.. . Seencontró una carta con garabatos masóni-

cos y razones en cifra que parecían.. . así co-mo un conato de atentado contra Narváez., ,

2.

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18 B. PiRE ûALD68--Para conatos tú, reladronazo- replicó la

mala mujer, roja de ira.-iQu6 es conato?-Es intento de delito, delito frustrado...-Me fustro yo en tí, y en el conato d e

tu madre. Sales á la defensa de Chico, por-que tú eras de los del vergajo, que desloma-ban al infeliz que cogían. Tal eres tú comoel otro, que ahora paga sus conatas y fus-tratas.. . y con él te debíamos llevar.

-Yo no estoy con 61, ni estuve-dijo Te-lesforo palideciendo. -Pepa Jumos, mira loque hablas: ten en cuenta que yo, si cum-plí mi deber en la Segundad, luego me du5asco de aquel oficio, y me pase al partido delos señores generales de Vicálvaro, que noshan traído la Libertad, verbigracia, la Jus-ticia.

-Justicia contra tí, arrastra; -dijo Ra-faela Hermosilla, terciando en la conversa-ción .-Andate con tiento, Sebito, y no pin-tes el diablo en la pared, que como te huelael pueblo, hará contigo un conato.

-El amigo Telesforo-indicó Centuriónextendiendo una mano protectora sobre elrenegado de la Policía,-es hombre de prin-cipios, que jamás atropelló al pueblo sobe-rano. Si alguna vez impuso castigos, fuémirando por el Ornato Público, que llama.mos tambi6n Policía Urbana. ,,

Saltó al oir esto la Jumos con briosa pro-testa, diciendo: “iBuenas orhatas públicasnos dé Dios! Lo que hacía este tuno era bai-larle el agua á don Francisco Chico, y an-dar siempre agarrado á los faldones de su

O'DONNt8LL 19leuosa... Y esto no me lo ha contado nadie,sino que lo han visto estos ojos, porque yo,aunque no soy vieja, ni lo quiera Dios, hevisto mucho mundo, y pillería mucha; tanto,que de ver canalladas sin fin, cada lunes ycada martes, paréceme que soy vieja, lo cualque no lo soy, sino que lo viejo es el mun-do y las malas partidas que se ven en él.. .Pues el día aqu61, ya van para seis años, enque el pobre zapatero de la calle de Toledole tiró un ladrillo á don Francisco Chico,desde el primer piso bajando del cielo, yo es-taba en la acera de enfrente hablando conmi comadre lavenancia, que tenía cacharre-ría donde hoy están los talabarteros... Puescomo allí estaba una servidora, todo lo ví,y nadie me lo cuenta... Y digo que el la-drillo no fu6 ladrillo, sino un pedazo decascote, y que no le cay6 á don Francisco enla canoa, como dijeron y mintieron, sino quese espoívord en el aire, y ~610 unas motasfueron á dar en el hombro del Chico, y otrassalpicaron al que le acompañaba, que era elsefior de Sebo, aquí presente. Atrt?vase á de-cirme que esto no es verdad... Se calla yrezonga, como los perros.. . Un perro fueentonces. iQuién subió como un cohete ála casa de donde tiraron las mundicias?iQui6n bajó en seguida trayendo al zapate-rín cogido por el pescuezo? ¿QuiBn...?

-Cierto que fuí yo... no puedo negarlo-dijo Sebo con tr6mula voz.-Pero como hadeclarado el señor Centurión, lo hice porOrnato Público, 6 por PoZicga y Buen Go=

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20 8. P!&&Z UAL?.&

bierno, que era el Ramo en que yo serviaentonces. Y dice el bando de 1839, en suart. 5.‘: “Los que arrojen á la calle basu-ras, cascos de loza 6 ceniza de braseros, pa-garán cuarenta reales de multa, sin perjuimcio de las penas en que incurran en el ca-so de causar daño á los transeuntes.. . ,,

-iY por que bando fusilásteis al zapate-rito. ..?

-Eso no es cuenta mía, ni tuve nada quev er. AQue el hombre fuera masón, y guarda-ra papeles que le comprometian, y una es-tampa indecente de Fernando VII con orejasde burro.. . es acaso culpa mía?

-iY de que por eso le fusilaran-agregóCenturión, - es culpa de nadie... mas quedel sicario de Narváez?

-Sobre pintarle al Rey orejas que no eranzdzYas -dijo Sebo defendiendose con ti-

-el susodicho dibujó un letrero sa-liendo) de la boca de Narixotas, que á la le-tra decía: “Marchemos, y yo el primero, porla senda borrical de la reacción.,,

El cerero don Gabino Paredes cortó consu desentonada voz la disputa histórica,sosteniendo que ninguno de los señores pre-sentes tenía culpa de las barbaridades del48. Todo ello se hizo para guarecernos delas revoluciones y tempestades que veníande la Francia, de la Italia y de la Hungría,y cerrarle la puerta al maldito Socialismo.No se entendían bien las graves razones delbuen Paredes, porque, deshabitada absolu-tamente de huesos su boca, el aire conduc-

t

i

O’DONNELL 21tor de la voz hacía dentro de aquella ca-verna extraños pitidos, gorjeos y cambios detono, que quitaban á las palabras su ver-dadero sentido, ó las dejaban escapar con sil-bos desapacibles. Más claramente habló Cen-turión, despachando á las dos pajarracascon estas desahogadas expresiones: “Seguidvuestro camino, tú, Zorrera, y tú, Jzbmos,y no alternéis con hombres de principios,que os compadecen, pero no os escuchan.Id á ver cómo mata el pueblo á esos desgra-ciados, y si llegáis á tiempo, sed piadosas,ya que no podéis ser honradas, y decid alpueblo que no envilezca su patriotismo conel asesinato. Influye tú, Rafa, con tu herma-na la otra Zorrera, para que á su vez inter-ceda con ese Pucheta condenado, á ver si elhombre se ablanda, y evita ese crimen deleso Pueblo.. . Vosotras, zorreras, á quienesdebo llamar, para daros más categoría, plu-meros, que algo más vale el plumero que elzorro, y si lo dudáis preguntádselo á vues- Btro padre; vosotras, digo, y tu, Jumos, idhacia abajo en seguimiento de la chusma, yhaced una buena obra. Sois lo que sois; perono malas de mal corazón.. . creo que me en-tendéis... El diablo que llevais dentro vuél-vase compasivo, ó escóndase para que unángel se meta en vosotras por un ratito nomás. Salvad á esos infelices, y después se-guid escandalizando por el mundo; practi-cad la liviandad pública, hasta que os lle-gue la hora del arrepentimiento... Idos, de-jadnos en paz.,,

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Risas desvergonzadas provocó en ambascortesanas del pueblo el agrio sermoncillode Centurión, endulzado por cariños del ce-rero, que rasgando toda su boca hasta lasorejas, y ahuecándola y haciendo buches conlas palabras, decía: “Zorrerita, no te ven-das tan cara. Ven mañana y te daré almen-dras de Alcalá.,, Presente estaba EzequielParedes, arrimado á su padre, y el pobrechico miraba con encandilados ojos á lasdos culebronas, sin expresar horror del in-famante oficio de las tales. “Zequilete-dijola Pepa Jumos acariciando con sus dedosensortijados la barbilla del mancebo,-iquécallado estás!. . . Ven con nosotras, cara ecielo. ,, De estas confianzas protestó don Ga-bino cogiendo al chico por un brazo: “No,no; dejadle que es todavía una criatura. Noos entiende.. .

-Sois libros que el pobrecito no sabeleer- dijo Gen turión.

v - Deletrea-indicó Sebo jovial;-pero másvale que no pase del a b c. En fin, idos almatadero y no volváis por aquí.

-Lo que sentimos-declaró la Jumos-es no llevarte por delante, para que los fusi-les hagan boca con tu cabeza pindonguera.,,Y la otra: “Con Dios, abuelo y Zequieí...Don Mariano, conservarse.. . Sebo, no andehoy por esta calle, no sea que lo derritan.,,

Diciendo esto Za Zorrera, se oyeron t,iroslejanos. Don Gabifio se santiguó; Centuriónsbltó un terno; se echaron á la calle despavo-ridas las del partido, ansiosas de alcanzar

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.

algo de la función, y Sebo humilló su ca-beza y encogió su cuerpo como si quisiesemeterse debajo del mostrador. En esto pa-saba por la calle tropel de gente con aspectomedroso. Salió Ezequiel, á la puerta, y oy6decir: “En la Fuentecilla les han despacha-do. ,, Oyéndolo, redobló Centurión sus após-trofes declamatorios, y proclamó la supre-macía de los principios sobre las pasiones.Sebo callaba, y como su amigo le propusieraemprender la retirada hacia los barrios del

centro, se fué derecho á la trastienda mur-murando con ahilada voz: “También VOprincipios.. .de bien...

hombre de principios.. . hombreiPero cómo salgo á la calle?. . . i Me

ven,. se fijan en mí. ..! Amigo Paredes, es-cóndame en su casa hasta la noche.. .,, Est,odijo acariciando el sombrero, que en la ma-no llevaba, é internándose por el pasillo.Tras él, Centurión trataba de aliviarle elmiedo: “No hay cuidado, Telesforo.. . Yendoconmigo, podrá usted salir.. . Mi persona esla mejor fianza.. .

-iFíese usted de fianzas!. . . AFianzas con-tra el pueblo? iNi de la Virgen!.. . Aquí mequedo. ,, .Retiróse don Mariano, dejándole ai cuida-

do de Ezequiel y de Tomás, el èncargado dela cerkía, pues don Gabino, completamentechocho ya del agobio de sus años, no hacíamás que acopiar caramelos para obsequiode toda mujer que entraba en la tienda porcirios, agraciándola con su sonrisa lela, sindistinguir señoras de sirvientas, ni honra-

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das de públicas, que para él todo sér confaldas, salvo los curas, era lo mismo. Cuan-do á don Mariano en la puerta despedía, vie-ron pasar al General San Miguel, con su sé-quito de militares y patriotas, á trote largocalle abajo. “A buenas horas, mangas ver-des,,, dijo Centurión; y don Gabino dabatoda la cuerda de sonrisa á su boca sin dien-tes, persignándose como cuando habían oídolos tiros. Entraron luego dos señoras, hija ymadre, ambas muy guapas, á comprar ceri-llos y mariposas, y como venían asustadasdel tumulto de la calle, no se detuvieronmás que el tiempo preciso para su negocio,y tomar los caramelos con que las obsequióbaboso y risueño el bueno de don Gabino.Este las despidió enjuagándose la boca conpalabras que ellas no entendieron, hacien-do la señal de la cruz y besándose los dedos.“Angelote-dijo á Ezequiel apenas se que-daron solos,- jcuando aprenderás á no serhuraño con las señoras? A tu edad yo no lasdejaba salir de la tienda sin decirles algunapalabra fina y con aquél. . . Eres un ganso, yen cuanto ves á una mujer, se te alarga elhocico, te pones colorado y no sabes decirmás que mzc, mzL, como un buey que no hasalido de la dehesa... iY que no son pocolindas la madre y la hija! . . . No sabría unocon cuál quedarse si le dieran una de lasdos... La madre es hija de un seilor de Pezque tuvo la contrata de conducción de cau-dales. Cas6 con el coronel Villaescusa, queahora irá para General., , Conozco bien á et+

.

O’DONNELL 25ta familia.. . El coronel y su hermana Mer-cedes, casada con Leovigildo Rodríguez, son

‘primos carnales de nuestro amigo Centu-rión, que acaba de salir de aquí... Pues laniña es una flor.. . dno te parece que es unaflor?... Se llama Teresita. Ya viste con queojos tan tiernos me miraba, y que cuchufle-tas tan graciosas me decía, ji, ji, ji... Y tú,grandísimo pavo, te quedaste lelo’como unposte, cuando la madre te pasó los dedos porla cara y te dijo: “Zeqlciel, qué guapín eres. ,,

III

No vuelve á mentar Clío á nuestro buenCenturión hasta la página en que nos cuen-ta la entrada de Espartero en Madrid, por laPuerta de Alcalá, entre un gentío loco deentusiasmo, que le bendecía, le aclamaba yle llevaba medio en vilo con coche y todo.A pie iba Centurión junto á la rueda trase.ra, puesta la mano en la plegada capota,dando al viento, con toda la violencia de suvoz estentórea, los gloriosos nombres de Lu-chana, Peñacerrada y Guardamino, empren-diendola luego con la Libertad, la Soberaníadel Pueblo y otras invocaciones infaliblespara enardecer á las mu1 titudes. El caudillode los patriotas, cuando los vaivenes deloceano de personas detenían el coche enque navegaba, se ponía en pie, sacaba 9 es-

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grimía la espada vencedora, y soltando aque.lla voz tonante, sugestiva, de brutal elo-cuencia, con que tantas veces arrastró sol-dados y plebe, lanzaba conceptos de unaoquedad retumbante, como los ecos del true-no, con los cuales á la turbamulta enloque-cía y la llevaba hasta el delirio... Reapareceluego Centurión cuando Espartero y O’Don-nell se dieron el c6lebre abrazo en el balcónde la casa donde fué á vivir el primero, pla-zuela del Conde de Miranda. Detrás de losdos Generales invictos se veía, entre otrospaniaguados, la imagen escueta de Centu-rión, derramando de sus ojos !a ternura, desus labios una alegría filial, dando á enten-der que allí estaba él para defender á su ído-lo de cualquier asechanza. Cuenta la Musaque el buen señor se constituyó en mosca dedon Baldomero, acosándole sin piedad á to-das horas, hasta que su pegajosa insistencialogró del caudillo el anhelado nombramiento en la Obra Pía de Jerusalén.

Daba gusto ver la Gaceta de aquellos días,como risueña matrona, alta de pechos, exu-berante de sangre y de leche, repartiendomercedes, destinos, recompensas, que eranel pan, la honra y la \alegría para todos losespañoles, 6 para una parte de tan gran fa-milia. Capitanes generales, dos; Tenientesgenerales, siete, y por este estilo avances decarrera en todas las jerarquías militares, sinexceptuar á los soldados rasos, aliviados dedos años de servicio; iPues en lo civil no di-gamos! La Gaceta, con ser tan frescachona

O’DONNELL 27y de libras, no podía con el gran cuerno deAmaltea que llevaba en sus hombros, delcual iba sacando credenciales y arrojándolassobre innumerables pretendientes, que se al-zaban sobre las puntas de los pies y alarga-ban los brazos para alcanzar más pronto lafelicidad. La Gaceta reía, reía siempre, y átodos consolaba, orgullosa de su papel deProvidencia en aquella venturosa ocasión.Y no era menor su gozo cuando prometíabienaventuranzas sin fin para el país en ge-neral, anunciando proyectos, y enseñandolas longanizas con que debían ser atados losperros en los años futuros. La Gaceta teníarasgos de locura en su semblante ilumina-do por un gozo parecido á la embriaguez.Diríase que había bebido más de la cuentaen los festines revolucionarios, 6 que pade-cía el delirio de grandezas, dolencia muy ex-tendida en los pueblos dados al ensueño, yque fácilmente se transmite de las almas álas letras de molde.

Era de ver en aquella temporadita el sú-bito nacimiento de innumerables personas ála vida elegante 6 del bien vestir. Se diceque nacían, porque al mudar de la noche á .la mañana sus levitas astrosas y sus anti-cuados pantalones por prendas nuevecitas,creyérase que salían de la nada. La ropacambiaba los seres, y resultaba que erantan nuevos como las vestiduras los hombresvestidos. El cesante soltaba sus andrajos, ymientras hacían negocio los sastres y som-brereros, acopiaban los mercaderes del Ras-

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tro género viejo en mediano uso. Y á su vez,pasaban otros de empleados á cesantes porley de turno revolucionario, que no pacífico.Alguna vez había de tocar el ayuno á losorgullosos moderados, aunque fuera menes-ter arrancarles de las mesas con cuchillo,como á las lapas de la roca.

El observador indiferente á estas mudan-.zas entreteníase viendo pasar regocijadosseres desde la región obscura á la luminosa,entonando canciones anacreóntikas ó epita-lámicas, y sombras que iban silenciosasdesde la claridad á las tinieblas. Al granSebo le veíamos salir de su casa despues decomer, bien apañadito de ropa, llevandoentre dos dedos de la mano derecha un puroescogido de cuatro cuartos, que fumaba des-pacio, procurando que no se le cayera la ce-niza, y á su oficina de Gobernación se enca-minaba, saludando con benévola gravedadá los amigos que le salían al paso. Poco trechorecorría Centurión desde su casa de la callede los Autores hasta Palacio, bajando por laAlmudena y atravesando el arco de la Ar-mería, sin encontrar amigos 6 comilitonesque en tan desamparado lugar le saliesenal encuentro para pedirle noticias de la co-sa pública. Mejor era así, pues se había im-puesto absoluta discreción,.. Atento á la.dignidad más que á vanas pompas, limitóse,en la cuestión indumentaria, á lo preciso yestrictamente decoroso, y pensó en mejorarde vivienda, cambiando el mísero cuarto deIw Cava de San Miguel por una holgada ha-

OkMMEL,h 29bitacidn en la calle de los Autores, casa vie-ja, pero de anchura y espacio alegre, convista espléndida al Campo del Moro. Allí seinstaló por gusto suyo y principalmente porel de su mujer, que como andaluza hipabapor las casas grandes bañadas de aire y luz.El primer cuidado de la mudanza fue laconducción de tiestos. Los dos balcones de laCava de San hIigue1 remedaban los pensilesde Babilonia; diversidad de plantas en ma-cetas, cajones y pucheros, entretenían á do-ña Celia, que tal era el nombre de la seño-ra, ocupándole horas de la mañana y de latarde en diversas faenas de jardinería y hor-ticultura. Los cuatro balcones de la calle delos Autores, abiertos al Oeste, dieron ampli-tud y mayor campo á su dulce manía, y lan-zándose á la arboricultura, con el primer di-nero que le dió Centurión para estos espar-cimientos compró una higuera, un aromo yun manzano, que con la arbustería forma-ban, á las horas de calor, una deliciosa es-pesura de regalada sombra.

En su nueva casa, visitado de pocos ybuenos amigos, veía Centurión pasar la His-toria, no sin tropiezos y vaivenes en sumarcha, á veces precipitada, á veces lenta;vió la salida de la Reina Cristina, de tapu-jo, pues los demagogos querían, si no ma-tarla, darle una pita horrorosa, homenaje ásu impopularidad; vió cómo se establecíala Milicia Nacional, de lo que sacaron fabu-losas ganancias los fabricantes y almacenis-tas de paños por la enorme confección de

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uniformes; vió y ley6 el Manifiesto que hubode largar Cristina desde Portugal, queján-dose de que la Nación la había tratado comoá una mala suegra, y augurando calamida-des sin fin; vió entrar en España huésped

‘- tan molesto como el cólera morbo; asistió ála apertura de las nuevas Cortes, que eran,para no perder la costumbre, Constituyentesy todo; vi6 á Pacheco salir del Ministerio deEstado, sustituy6ndole don Claudio Antónde Luzuriaga, lo que no le supo mal, por seréste un buen amigo que le estimaba de ve-ras; y lamentó, en fin, los motines con queel loco año 54 se despedía, desórdenes pro-vocados en unos pueblos por la inquieta Mi-licia, en otros por ella reprimidos.

A medida que prosperaban los árbolesen los balcones de doña Celia, Centurión seiba sintiendo más inclinado al orden, y másdeseoso de la estabilidad política, tomandoen esto ejemplo del reino vegetal y de la Ma-dre Naturaleza, que con lenta obra arraigalas plantas, protege la savia y asegura floresy frutos. La moderación se posesionaba desu alma, y garantida por el empleo la vidafísica, se sentía lleno de la dulce y fákil pa-ciencia, que es la virtud de los hartos. Que-ría que todos los españoles fuesen lo mismo,y renegaba de los motines, no viendo enellos más que una insana comezón, conatosde nacional suicidio. iCuánto mejor y máspráctico que estuvikamos tranquilos los es-pañoles, disfrutando de las libertades con-quistadas, y esperando en calma la Consti-

O’DONNELL 31tuci6n nueva que iban á darnos los conspi-cuos!... Pensando en esto todo el día, por lasnoches solía tener el hombre pesadillas an-gustiosas; soñaba que Espartero y O’Don-nell se tiraban al fin los trastos á la cabeza,como decían los profetas callejeros, y veníael temido rompimiento. Con imaginario pesosobre el buche y tóra.x, don Mariano no podíarespirar. Era una barra de plomo, y la ba-rra de plomo era la espada de Lucena, ven-cedora de la de Luchana. 0’ Donnell triun-fante reía como un diablo de los infiernosirlandeses, con glacial cinismo, entreteni&-dose en limpiar los comederos de todos losesparteristas habidos y por haber. Desperta-ba el hombre sobresaltado, clamando: “iAy,que me ahogo! . . . iQuítate.. . O’Donnell!. . . ,,-- - .Y aun despierto persistía la sensación dehorrible pesadumbre sobre el pecho. A los

_ gritos del buen señor se despabilaba dofía ICelia, y sacudiendo á su esposo por el brazode Bste que tenía más próximo, le decía:

“Mariano, iqu6 es eso?. . . ¿El dolor en el va-tío.. . la opresión en el pecho?

--Sí, mujer... es este O’Donnell... Y-iQue O’Donnell?-La opresión, hija. La llamo así porque.. .

ya te lo expliquk la otra noche.. . Dame frie-gas.. . aquí.. . la opresión se me va pasando,pero el miedo no.. . Veo la gran calamidaddel Reino, el rifirrafe entre estos dos caba-lleros. El uno tira ara la Libertad, el otropara el Orden.. . A1i6s, revolución bendita;adiós, principios; adiós, España. . . Y todo

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92 ti. elhm cumbapara que vuelva el perro moderantismo.. . elatizador de estas discordias... por la cuentaque le tiene.. . Vaya, no friegues más. Duér-mete, pobrecilla.

-Cuando me despertaron tus ayes -dijodoña Celia requiriendo el rebozo, -soñabayo que uno de mis jacintos echaba un tallomuy largo, muy largo.. .-i hluy largo! -murmuró don Mariano

cerrando los ojos y arrugando su faz.-Eselargo es O’Donnell.

-iSueñas otra vez?-No sueño.. . pienso.-No pienses... Oye, Mariano: treinta y

dos capullos tiene mi rosal pitiminí... y yahan echado la primera flor los ranúnculosde Irlanda.

-i Irlanda.. . O’Donnell!-¿Qué tiene que ver?... Duerme.. . yo

también... Me levantar6 temprano para lim-piar los rosales, sembrar más extrañas, yrecortar el garzoto blanco.

-Blanco es O’Donnell... el hombre blan-co y frío... Duerme, Celia. Yo no puedodormir... Pronto amanece. Oigo cantar ga-110s.. . su grito dice: “iO’Donnell! ,,. . .

IV

Modesto y sencillo en sus costumbres,Centurión recibía en su casa, las más de lasnoches, á familias amigas, unidas algunas

O'DONNELL 83con lazos de parentesco á doña Celia 6 á donMariano. Eran personas de trato corriente,de posición holgada y obscura dentro de los ’escalafones burocráticos. Con gen te de .al toviso se trataban poco, no siendo en visitasde etiqueta, y aunque sus relaciones ha-bían llegado á ser extensas en el curso del;54 al 53, no cultivaban más que las de Cor.dial intimidad ó las de parentesco. Asiduoseran el comandante Nicasio Pulpis y su _mujer Rosita Palomo, sobrina de doña Ce-lia; Leovigildo Rodríguez, con su esposaMercedes, hermana del Coronel Villaescusa,primo de Centurión, y María Luisa Milagrode Cavallieri, hermana de la Marquesa deVillares. de Tajo (Eufrasia). También fre-cuentaban la tertulia el comandante donBaldomero Galán y su señora doña SaloméUlibarri (Saloma Za Nauawa); Paco Brin-gas, compañero de Centurión en la oficinade Obra Pía; don Segundo Cuadrado y donAniceto Navascués, empleados en Hacien-da. De personas con título, no iba más quela Marquesa de San Blas, camarista jubila-da, y de personas pudientes, las culminan-tes en aquella modesta sociedad eran donGregorio Fajardo y su esposa SegismundaRodríguez,.que del 48 al 54 habían engrosa-do fabulosamente su fortuna. La CoronelaVillaescusa y su linda hija Teresa, teníanrachas de puntualidad 6 abstención en latertulia. Durante un mes iban todas lasnoches, y luego estaban seis ó siete semanassin aportar por allí. Razón le sobraba á dolía

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Celia, que calificó de alocadas ó locas de re-mate á la madre y la hija.

Redichas y despabiladas eran María Luisadel Milagro, Rosita Palomo y la vetusta ymal retocada Marquesa de San Blas; esplen-dida y maciza hermosura bien conservadaen sus cuarenta años, tarda en el hablar ymuy limitada en sus ideas, era Salome Irli-barri de Galán; despuntaba Segismundapor su tiesura y por el tono que se daba, noperdiendo ocasión de aludir incidental y discretamente á sus improvisadas riquezas.Más de una noche, cuando traía la actuali-dad asunto político, digno de ser tratado portodos los españoles que entendían de estascosas, los caballeros, dejando á las señorasque á sus anchas picotearan sobre modas 6sobre lo caro que estaba todo en la plaza,se agrupaban en un rincón de la sala. Era6ste como abreviatura del Congreso, dondetodo problema se ventilaba, entendiendo porventilación que saliesen al aire opiniones po-co diversas en el fondo, y que aleteando es-tuviesen entre bocas y oídos, volviendo a!fin cada opinión á su palomar. Tratóse al11por todo lo alto y todo lo bajo el gravlsnnoasunto de la Desamortización Civil y Ecle-siástica, votada por las Cortes en Abril.iPor qué se obstinaba la Reina en no dar susanción á esta ley? Desdichado papel hacíanO’Donnell y Espartero cabalgando un día yotro en el tren de Aranjuez, con la Ley enla cartera, y volviéndose á htadrid cacarean-do y sin firma. Leovigildo Rodríguez y Ani-

O'DONNl8LL 35teto Navascués no se mordían la lengua pa-ra sacar á la vergüenza pública, con sátiracruel, las cosas de Palacio. A la colada sa-lieron el Nuncio, Sor Patrocinio, y clérigospalaciegos ó gentiles hombres aclerigados.

Por aquellos días, empeñado el Gobiernoen que bu I\lajestad sancionara la ley, y obs-tinada Isabel en negar su firma, vieron losespañoles una prodigiosa intervención delcielo en nuestra política. Fué que un vene-rado Cristo que recibía culto en una de lasmás importantes iglesias del Reino, se afli-gió grandemente de que los pícaros gober-nantes quisieran vender los bienes de ManoMuerta. Del gran sofoco y amargura que áNuestro Señor causaban aquellas impieda-des, rompió su divino cuerpo en sudor co-pioso de sangre. Aquí del asombro y pánicode toda la beatería de ambos sexos, que vi6en el milagro sudorífico una tremenda con-minación. ilucidos estaban Espartero yO’Donnell y los que á entrambos ayudaron!,Vaya, que traernos una Revolución, y pro-meter con ella mayor cultura, libertadesbienestar y progresos, para salir luego conque sudaban los Cristos! La vergüenza síque debió encender los rostros de O’Donnelly Espartero, hasta brotar la sangre por losporos. Por débiles y majagranzas que fuesennuestros caudillos políticos, incapaces deponer á un mismo kmple la voluntad y lasideas, la ignominia era en aquel caso tangrande, que hubieron de acordarse de sucondición de hombres y de la confianza que

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había puesto en ellos un país tratado casisiempre como manada de. carneros. El deLuchana y el de Lucena se apretaron un pocolos pantalones. Y la ReinaJirmó, y Sor Pa-trocinio y unos cuantos capellanes y pala-ciegos salieron desterrados, con viento fres-co; al buen Cristo se le curaron, por manode santo, la fuerte calentura y angustiosossudores que sufría, y no volvió-á padecertan molesto achaque.

Siempre que de éste y otros asuntos se-mejantes se trataba en la tertulia de Centu-rión, decía ésle que el mayor flaco de nues-tros caudillos era que no se atacaban bienlos pantalones, y solían andar por el Go-bierno y por las salas palatinas sin la nece-saria tirantez del cinturón que ciñe aquellaprenda de vestir. Hombres que en los cam-pos de batalla se cinchaban hasta reventar,y arrostraban impávidos los mayores peli-gros con los calzones bien puestos, en cuan-to se ponían á gobernar, atlojábanse de cm-tura y desmayaban de riñones sólo con veralguna compungida faz de persona religio-sa, llamárase Nuncio ó simple monjita se-ráfica. La vista de un cirio les turbaba, ycualquier exorcismo de varón ultramonta-no les hacía temblar. Pero en fin, aquellavez se habían portado bien y merecían ala-banzas de todo buen español. ConserváralesDios en tan buen temple de voluntad y conlos pantalones bien sujetos.

Cuando desmayaban los temas políticosde actualidad, pasaban el rato los amigos de

O'DONNELL 37‘Centurión entreteniditos con 10s burocráti-.cos temas: se trabajaba de firme en tal ofi-cina; el jefe de la otra era un vago que per-mitía hacer á cada cual 10 que le viniera engana. En Rentas Estancadas les había toca-do un Director que era una fiera; la Caja de

Depósilos disfruta cinco días de estero y des-estero, y el Director obsequiaba con dulcesá los empleados el día del santo de la seño-ra y de las niñas. . Luego invertían largotiempo en designar sueldos efectivos ó suel-dos probables, y la conversación era un te-jido de frases como estas: “El trabajo queme ha costado llegar á doce mil, sólo Dios 10sabe :. . ,, “Heme aquí estancado en los cator-ce mil, y ya tenemos á Mínguez, con susmanos lavadas, digo, sucias, encaramado enveinte mil.... ‘6 Vean ustedes á Pepito Iznar-di, con el cascarón pegado todavía en se-mejante parte, disfrutando ya sus diez mil,que yo no pude obtener hasta pasados lostreinta años. . . ,, “hiadoz me ha dado pala-bra solemne de que tendré pronto diez y ochomil...,, “Pues yo, si entra en Hacienda, comoparece, mi amigo don Juan Bruil, los vein-te mil no hay quien me los quite.,,

El ser empleado, aun con sueldos tanpara poco, creaba posición: los favorecidospor aquel Comunismo en forma burocrática,especie de imitación de la Providencia, eran,en su mayoría, personas bien educadas que,por espíritu de clase y por tradicional cos-tumbre, vestían bien, gozaban de generalestimación, y al terrdan con los ricos por su

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casa. Fácilmente podían procurarse una 6más novias los chicos que lograban pescarcredencial de ocho mil en sus floridos años,y se consideraba buen partido casar á la hiaja predilecta con un mozo de catorce mil,que gastaba guantes, y cubría su cabeza,bien peinada, con enorme canoa de fieltro.Llegaba á una ciudad de corto vecindarioun caballerete con destino de ocho mil enAdministración Subalterna, y sólo con pre-sentarse, volvía locas á todas las señoritasde la población. En tropel se asomaban álasventanas para verle pasar, y fácilmente in-troducido en las mejores casas, tomaba elpapel de Zio!~a irresistible, á poco desenfadoy cháchara que gastase. Vestía bien, usabaguantes, y un sombrero de copa que eclip-saba con su brillo á todos los del pueblo. Enéste, que era de los de pesca, se daba un tonoinaudito: de Madrid contaba maravillas yrarezas que embobaban á sus oyentes; en laCorte tenía innumerables relaciones; cono-cía marqnesas, camaristas, actores celebres,caballerizos y gen tiles hombres de Palacio...Era sobrino de un tío que cobraba cuarentamil. Todo esto y su agradable figurilla bas-taban para que se le estimase, y para que sualianza con cualquier familia de la localidadse considerara como una bendición.

Tales desproporciones entre la pobreza yel falso brillo de una posición burocrática,componían el tejido fundamental de aquellasociedad. ,J óvenes exis Lían que cautivabancon su fIno trato y el relumbrón de una su-

O'DONNELL 39perficfal cultura, y, no obstante, ganabanmenos dinero que un limpia-botas de la ca- .lle de Sevilla. Pelagatos mil existían? bienapañados de ropa y modales, que se allmen-taban tan mal como los aguadores; pero notenían ahorrillos que llevar á su tierra. Ver-dad que también había gran desproporciónentre la prestancia social de muchos y suvaler intelectual. Licenciados en Derecho,con ocho ó diez mil reales, que entendíanalgo de literatura corriente, y poseían la fá-cil ciencia política que está en boca de todoel mundo, ignoraban la situación del istmode Suez, y por qué caminos van las aguasdel Manzanares á Lisboa.. . De lo que sí es-taban bien enterados todos los españoles delevita, y muchos de chaqueta, era de la gue-rra de Oriente, ó de Sebastopol, como or-dinariamente se la nombraba. Los caballe-ros ilustrados, las señoras y señoritas, has-ta las chiquillas, hablaban de la torre deMalakoff con familiar llaneza. El Malakoffy los offes, los owskys y los zoitches de lasterminaciones rusas servían para dar ma-yor picante á los conceptos y giros burles-cos. Ejemplo: “iQué pasa, amigo Centu-rionozusk~, para que este usted tan triste?$e confirman los temores de que Leopoldo-witch le juegue la mala par tida al gran Ba&domeroff?,,

En el círculo de señoras, soba dar dona Ce.lia conferencias sobre el cultivo de plantasde balcón, en que era consumada profesora;y cuando no había en la tertulia solteras

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inocentes, ó que lo parecían, las casadasmachuchas y las viudas curtidas tiraban detijeras, y cortaban y rajaban de lo lindo enlas reputaciones de damas de alta clase,pasando revista á los líos y trapicheos quehabían venido á corromper la sociedad. lBo-nita moral teníamos, y cómo andaban la fa-milia y la religión! La sal de estos paliquesera el designar por sus nombres á tantas pe.cadoras aristocráticas, y hacer de sus debi-lidades una cruel estadística. Véase la mues-tra: “La Villaverdeja está con Pepe Arma-da; la Sonseca con el chico mayor de Grave-lina; á pares, 6 por docenas, tiene sus líos lade Campofresco; la Cardeña habla con Ma-nolo Montiel, y con Jacinto Pulgar la deTordesillas.. . ,, Poniendo su vasta erudiciónen esta crónica del escándalo la veteranaMarquesa de San Blas, el seco rostro se leiluminaba debajo de la pintura que lo cu-bría. Ella sabía más que sus oyentes; cono-cía todo el personal, y no había liviandad nicapricho que se le escapase... Muchas le re-velaban sus secretos, y los de otras, ella losdescubría con sólo husmear el ambiente.Oiganla: “Ya riñó la Navalcarazo con Jacin-to Uclés; ahora está con Pepe Armada: selo quitó á la Villaverdeja, que se ha venga-do contando las historias de la Navalcarazoy enseñando cartas de ella que se procuróno sabemos cómo. La Belvis de la Jara, quepresumía de virtud, anda en enredos con elmás joven de los coroneles, Mariano Casta-ñar, y la Monteorgaz se consuela de la muer-

O’DONNELL 41te del chico de Yebenes, entendiéndose conGuillermo Aransis. La aristocracia de nue-vo cuño no quiere quedarse atrás en estejuego, y ahí tienen ustedes á la Villares deTajo aproximándose á ese andaluz pompo-so, Alvarez Guisando.. .,, Y por aquí seguía.Las honradas señoras pobres, 6 poco menosque se cebaban con voraces picos en esta colmidilla, no maldecían la inmoralidad sinponer en su reprobación algo de indulgen-cia, atribuyendo al buen vivir tales desva-ríos. En la estrechez de su criterio, creíanque la mayor desgracia de las altas pecado-ras era el ser ricas. Doña Celia resumía di-ciendo: “Véase lo que trae tener tanto barroá mano, y criarse en la abundancia, madrede la ociosidad y abuela de los vicios

Por la mente de Centurión pasaban sinalterar la normalidad de su existencial lossucesos que habían de ser históricos. Casien los días en que el Cristo sudaba, murióen Trieste don Carlos María Isidro; mas conla muerte del santón del carlismo, no muriósu causa: en Cataluña y el Maestrazgo apa-recieron las tan acreditadas partidas, y casitanto como de rusos y turcos, se habló deTristany, Boquica y Comas... Sin que nin-gún Cristo sudara, se retiró el Nuncio, y lasrelaciones con el Vaticano quedaron rotas.El verano arrojó sus ardores sobre la políti-ca. IJna calurosa mañana de Julio, hallán-dose doña Celia en la dulce faena de regarsus tiestos y limpiar las plantas, entró donSegundo Cuadrado con la noticia de que ha-

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bían estallado escandalosos motines en Ca-taluña y Valladolid, y de que O’Donnell, alsaberlo, se tiró de los pelos y maldijo á laMilicia Nacional como raíz y fundamento dela brutal anarquía. Don hlariano, que enmangas de camisa se paseaba por la habita-ción, dijo pestes del irlandbs, y le acusó deestar confabulado con los eternos enemigosde la Libertad, para producir alborotos y des-acreditar la Revolución. “Maqu,iaveZismo,puro Maquiavelismo, querido Cuadrado.Ese hombre frío nos perderá. Acuérdese us-ted de lo que anuncio.. . ,, Se puso á temblar,y daba diente con diente, como si le atacarapulmonía fulminante. Trájole su mujer unchaquetón, que él endilgó presuroso, dicien-do: “En medio de un ambiente abrasador,yo tirito... iOh frío inmenso! Es O’Donnellque pasa. ,,

V

Linda era como un ángel Teresita Villa-escusa, como un ángel á quien Dios permi-tiese abandonar la solemne -seriedad delCielo, adoptando el reir humano. Porque,según los doctores en belleza, la de TeresitaVillaescusa no habría sido tan completa sinaquel soberano don de sonrisa y risa que leiluminaba el rostro y le descubría, el alma.A todos encantaba su gracia ingenua, y laamistad y el amor se le rendían. La tez de

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0’ DOmELL 43un blanco alabastrino, el cabello castafio,lOs ojos negros: iverdad que no pudo idearcombinación más bonita el Supremo Autorde toda hermosura? PUeS esperense un poco,y verán qu6 obra maestra. Hizo el cuerpo deproporciones discretas, ni largo ni corto; eltalle esbelto, los andares graciosos, el pecholozano. Y decían admiradores de Teresa quese había esmerado en la dentadura, hac%n-dola tan bella y nítida como la de los ánge-les, que ni ríen ni comen.‘La inocente niña,que en sociedad era el hechizo de. cuantos latrataban, en la intimidad doméstica se en-cerraba, según decía su riladre Manolita Pez,en una gravedad taciturna, con tendenciasá la melancolía. Educada en completa liber-tad de lecturas, Teresa devoraba cuantos li-bros caían en sus manos, novelas sentimen-tales ó de enredo, obras picarescas, y hastatratados ascéticos y místicos. A los diez yocho años gustaba menos del teatro que dela iglesia, y se dejaba llevar de sus tías, lasseñoras de Pez, á novenas y triduos. Dabacuenta de los ritos y solemnidades eclesiás-ticas á que asistía, bien compuesta y acica-lada con sencilla elegancia, pues el gusto dearreglarse bien era otro de los dones con quequiso agraciarla el Soberano Fabricante detoda belleza. Su apacible dulzura y su que-rencia de lo espiritual, 7 aun su pulcritudmodesta, daban motivo a que la madre di-jese: “Esta hija mía acabará por ser monja.,,Confirmábala en tal creencia el tesón conque Teresita, después de sonreir y reir con

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cuantos muchachos se le acercaban, no en-traba con ninguno. Admitía bromas galan-tes; pero en cuanto le hablaban de relacio-nes y de noviazgo, se metía en la concha desu seriedad, y desaparecían de la vista desus admiradores los maravillosos dientes.

El coronel don Andrés de Villaescusa, ex-celente militar, era hombre poco doméstico.Pesábale el techo de su casa; ardía el suelobajo sus pies: las altas horas de la noche leencontraban en tertulias de cafés ó casinos.Liberal en política, lo era más aún con sumujer, á quien dejaba en la plenitud de losderechos, sin ningún rigor en los deberes.Las pasiones que al coronel dominaban eranlos caballos, el juego y el continuo disputaren casinos, cafés y tertulias de hombres,llevando siempre la contraria, embistiendocon impetuosa dialéctica los problemas másdifíciles. Menos sus obligaciones militares,todo lo de.jaba por hablar, y discutir, y de-fender las opiniones más apartadas del sen-tir general: era la eterna oposición. En estosplaceres de la charla maniática, contrariá-bale un crónico padecimiento del estómago,que de tiempo en tiempo con violencia leacometía, haciéndole atrabiliario y por de-mas impertinente. Se dejaba cuidar por suesposa en la crudeza de los accesos; perocuando éstos pasaban, volvía estúpidamen-te al vivir desordenado,,toda la noche en fe-briles disputas, comiendo mal y á deshora,renegando del Verbo. De su matrimonio conManolita, Pez no tuvo mas sucesión que Te=

O’DO~~REL~I 45resa. De niña la mimaba. Viéndola mujerno pensó más que en librarse del cuidad;que exige la doncellez, casando pronto á lachica, que para eso nacen las hembras. “Noandemos con remilgos-decía.-Es locuraesperar á que le salgan marqueses, banque-ros 6 accionistas de minas. El primer te-niente que pase, 6 el primer oficinista condiez mil, se la lleva, y á vivir.,, A risa to-maba lo del monjío, y pensaba que las tris-tezas de su hija en casa no eran más queganas de novio, y cavilación en las dificul-tades para encontrarle bueno.

A fines del UU, en la tertulia de Centu-rión, le salió á Teresa un novio, que parecíadel agrado de ella. Era un teniente muysimpático, de la familia de Ruiz Ochoa. Perolos sangrientos desórdenes de Valladolid in-terrumpieron el tanteo de amor, porque eljoven oficial salió de la Corte con las tropasdestinadas á contener aquel movimiento.Teresa, con fría inconstancia, aceptó los ob-sequios de otro, Hafaelito Bueno de Guz-mán, de familia bien acomodada; pero á lostres meses de telégrafos en el balcón y dewtitas, fué despedido el jovenzuelo, y su-plantado por un estudiante de Caminos quesabía sin fin de matemáticas y hablaba elfrancés con perfección. Al matemático su-cedió un poeta; al poeta, un chico del comer-cio alto, ‘f’rujillo y Arnáiz; á éste, un médi-co novel, y un pintor, y un hijo del Marquésde Tellería,la Plaza de ir

un sobrino del contratista deoros, con poca bambolla y mu=

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chos cuartos, y un joven filósofo medio ce-gato, y otro, y otro, en cáfila interminableperegrinación de criaturas hacia el Limbo:

Rodaba el Tiempo, rodaba la Historia, sinque Teresita encontrase novio de que ahor-carse. Quería, sin duda, que el árbol fuesemuy alto, ó no había tejido aún cuerda bas-tante sólida para el caso. Radiante de belle-za, y dislocando á cuantos la veían y másaún á los que la trataban, entro la señori taen los veinte años. La Historia, en aquellosdías fecundos, traía hoy una novedad, ma-ñana otra, menudencias del vivir públicoque anunciaban sucesos grandes. Ausenteel coronel Villaescusa, que operaba en An-dalucía contra milicianos desmandados, ycontra otros que se apodaban Republicanos6 Socialistas; desentendida Mercedes de suhermano, Centurión y doña Celia eran losencargados de recordar á la niña la obliga-ción de decidirse pronto. Ya se iba haciendocélebre por la descarada seducción con queal paso de los novios los enganchaba, asícomo por la fría displicencia con que los des-pedía. Esta conducta de Teresa, que se in-terpretaba de muy distintos modos, era cau-sa de que se retrajeran muchos candidatosque venían con el mejor de los fines, y deque otros, desairados á las primeras de cam-bio, hablaran pestes de ella y de su madre yde toda la familia.

Manolita Pez, la verdad sea dicha no secuidaba de dar á su hija ejemplo de skiedadni de constancia, y en su frívola cabeza no

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dejaban las ligerezas propias espacio parafos sanos pensamientos que debra consagrara la guía y dirección de la desconcertada jo-ven. Doña Celia prestaba más atención ásus tiestos que al cultivo de su parentela,y don Xariano, sobresaltado noche y día porel mal sesgo que iba tomando la cosa públi-ca, no tenía tranquilidad. para poner manoen aquel negocio de famrha. “Déjalas, Celia-decía,-- que harto tengo yo que pensar enlas cosas del procomún, y en las desdichasque vienen sobre esta pobre patria nuestra.Si la madre es loca y la hl,Ja necia, y ningu-na de las dos sabe hacerse cargo de las rea-lidades de la vida, iqué adelantaremos conmeternos á consejeros y redentores? Arré-glense como quieran, y que se las lleven losdemonios. ,,

Tomaba las cosas el buen señor muy ápechos y era su impresionabilidad demasia-do viva. Lo que debía disgustarle, le causa-ba hondísima pena; lo que para otro seríamolestia ó desagrado, para él era una des-gracia, y su ánimo turbado convertía lasondulaciones del terreno en montes infran-queables. Detestaba el papel satírico llama-do EL Pudre Cobos, considerándolo como lamás fea manifestación de la desvergüenzapública. Se había impuesto la obligación deno leerlo nunca, y fielmente la cumplía.Pero no faltaba un amigo indiscreto y ma-leante que en la oficina 6 en el café le reci-tase alguna cruel indirectn del maligno frai-le, ó graciosas coplas y chistes sangrientos,

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todo ello sin otro fin que denigrar al venceador de Luchana y pisotear su figura presti-giosa. Ponía sus gritos en el cielo don Na-riano, y tomaba entre ojos para siempre alamigo que tales bromas se permitía. No erabuen español quien se recreaba con el ve-neno de aquel semanario y con la suciedadasquerosa de sus burlas. Leer públicamen-te El Padre CODOS era hacer chico alarde demoderantismo; llevarlo en el bolsillo, deocultis, para leerlo á solas, era hipocresía ytraición cobarde, indigfza de los hombres delProgreso.

Los desmanes de la plebe en ciudades deCastilla, sacaban á don Mariano de quicio.En todo ello veía la oculta mauo de la reac-ción moviendo los titeres demagógicos y co-munis tas. ¿Qué se quería ? Pues sencilla-mente desacreditar el régimen liberal, ypresentarnos á Espartero como incapaz degobernar pacíficamente á la Nación. Los re-trógrados de todos los matices, y los faccio-sos y clérigos, andaban en este fregado, ypara engañar al pueblo y arrastrarlo á losmotines, alzaban n2aqtkiaz.élicanlelate la ban-dera de La carestia del pan,.. iFarsantes,politicastros de tahona, y entendimientossin levadura! iQué tendrá que ver la hogazacon los principios!. . . “Pero, Señor-decía,-si tenemos Cortes legalmente convocadas,que sin levantar mano se ocupan en darnosuna Constitución nueva, pues las viejas yano sirven, ipor que no esperamos á que esanueva Constitución se remate, se sancione

O’DONNELL 49

y promulgue, para ver cuán lindamente nosasegura, Li cln~qo pasado, los principios deLibertad, resolviendo para siempre la cues-tión del pan y del queso, y de los garbanzosde Dios?,,

En el café de Platerías se reunían á me-dia tarde, después de la oficina, media do-cena de progresistones chapados y clave-teados, como las históricas arcas que en lospueblos guardan las viejas ejecutorias y losdesusados trajes. Alzaba el gallo en la re-unión el buen don Mariano, como el oradormas autorizado y sesudo. Había que oirle:“Hasta los ciegos ven ya las intenciones deO’Donnell. Con sus intrigas, ese irlandesmaldito nos pone al borde del abismo.. . ~Quécreerán que ha inventado el tío para dar altraste con el progreso? Pues esa gaita deljusto medio, y de que se vaya formando unnuevo partido con gente de la Libertad ygente de la Reacción.. . ó lo que es lo mis-mo, que seamos progresistas retrógrados, ódespóticos avanzados... iVaya un pisto, se-ñores! ,$3aben ustedes de algún cangrejoque ande hacia adelante, ó de lebreles quecorran hacia atrás.. .? LQuieren decirme quésignifica el habernos metido en el Ministe-rio á ese jovencito burgalés? El tal es unmodelo vivo de lo que: según O’Donnell,han de ser los hombres futuros: hombrescon un pie en el Retroceso y otro en el Ade-lanto. No le niego yo el talento á ese Alon-sito Martínez, ó Manolito Alonso, que á es-tas horas no sé bien su nombre.. . pero lo

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que digo: dtan escaso anda el Partido dehombres graves y experimentados, que seapreciso echar mano de criaturas recién sa-lidas de\ la Universidad para que nos go-biernen? ,,

Y otra tarde: “ iCómo se va realizandotodo lo que dije! Ya ven ustedes: el Olóza-ga nos va saliendo grilla, y aunque pareceque tira contra O’Donnell, tira contra. elDuque. Uno y otro estorban á su amblclonsin límites.. . ¿Y qué me dicen del Ríos Ro-sas, ese á quien ha dejado tan mal sabor deboca el deslucido papel que hizo en el Mi-rtisterio metrnlln? Cuidado que el hombretiene bilis y malas pulgas. Dicen que esmoral; pero yo sostengo que Moralidad yReacción rabian de verse *juntos. Ya sabe-mos cómo estos señores del escrúpulo aca-ban tragándose medio País. Kíos Rosas tirtacontra Espartero y la Libertad desde el cam-po cungrejil, y desde el campo del demo-cratismo tira Estanislao Figueras.. . otro quetal.. . Figueras, Fernando Garrido y Oren-se quieren llevarnos á la anarquía, con esamaldita república que no admite Trono...iComo si pudiera existir la Libertad sin Tro-no!... En fin, que al Duque le tienen abu-rrido. El no dice nada; pero bien se le co-noce que está más que harto de este paisana-je, y que el mejor día se nos atufa, lo echatodo á rodar, y adiós Libertad, adiós Trono,adiós Milicia. Despidámonos de los buenosprincipios, y de la Moralidad...,,

Y otras tardes, allá por Enero del 56 y

O'DONNELL 51meses sucesivos: “El nuevo Ministerio nome disgusta, porque sale de Fomento el jo-ven burga.lés, y entra en Gobernación Esco-sura. Observen ustedes que con Escosura,Santa Cruz y Luján tenemos tres progre-sistas en el Gabinete; pero no son de lospu-ros, pues estos se quedan, por lo visto, paravestir milicianos, digo, imágenes. Ya no esun secreto para nadie que el irlandés se en-tiende con Palacio para barrernos. En Pala-cio le dan la escoba.. . ACon que tenemos deCapitán General al generaí bonito? ?Y esemodo de señalar qué significa? Bobaliconesdel Progreso, jno habéis reparado que. todoslos mandos militares están en manos de ami-guitos y compinches de O’Donnell? Ros deOlano, Director de Artillería; Hoyos, de In-fan tería.. . iQué tal, Escosura? AQué dices?El Duque, como personificación de la leal t,ady de la consecuencia, desprecia las persona-lidades y se atiene á los principios.. . Espar-tero es Cristo; O’Donnell, Iscariote.. . ¿Y Pa-lacio?. . . Palacio es la Sinagoga.,,

Concuerdan todos los historiadores enque fué un día de Febrero del 56 cuandoTeresita Villaescusa despidió á su vigésimo-sexto novio, Alejandrito Sánchez Botín, jo-ven elegante, con buen empleo en Gracia y

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Justicia, y además medianamente rico porsu casa. Tan, bellas cnalidades no impidie-ron que Teresa le diese el canuto con la Iór-mula más despectiva. “Alejandrito, su figu-ra de usted me empalaga, y su elegancia seme sienta en la boca del estómago. Va us-ted por la calle mirándose en los vidrios delos escaparates para ver cómo le cae la ro-pa... y cuando no hace esto, hace otra cosapeor, que es mirarse los pies chiquitos quele ha dado Dios, y las botitas bien ajusta-das. Ea, ni pintado quiero ver á un hombreque gasta pies más chicos que los míos...AQue tiene usted una tía Marquesa, yen laHabana un tío que apalea las onzas?. . . Bue-no: pues deles usted memorias.. . y que es-criban.. . AQue su papá le ha prometido com-prarle un caballo, y que cuando lo tenga mepaseará la calle, y hará delante de este bal-cón piruetas muy bonitas? Andese con cui-dado, no se le espante el animal y se apeeusted por las orejas, como aquel otro queconmigo hablaba.. . No le valió ser de Caba-llería... Créame: no le conviene andar enesos trotes. Usted á pat,ita, pisando hormi-gas con ese calzado tan mono, ó en el cochede su tía la señá Marquesa.. . Y otra cosa,Alejandrito: ¿de donde ha sacado usted quees elegan te dejarse crecer una uña como esaqueusted lleva, larga de una pulgada, y em-plear en cuidarla y limpiarla tanto tiempoy tanta paciencia3 iBonito papel hace un ca-ballero mirándose en la uñacomo si fuera unespejo, y acompasando los movimientos de

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O’DONNELL 53kd;;;o para que no, se 1! rompa esa precio-

. . . .la limpie

esa porquena, digo yo, por más quecon potasa y la tenga como el mar-

fil.. . Por todas estas cosas, me es usted an-tipático, y si admití sus relaciones fue por-que mamá se empeñó en ello, y no me de-jaba vivir... Alejandrito por arriba, Alejan-drito por abajo, como si fuera Alejandrito laflor de la canela... En fin, diviertass, y cui-de bien la uña, que esas cosas tan miradas,y en las que se ponen los cinco sentidos, serompen cuando menos se piensa... Agur.. .y no se acuerde más de mí.. .,,

No constan las protestas que debió de ha-cer el galán de la uña despedido con modostan expeditos y desusados. Ello es que tomola puerta, y que Manolita Pez se li6 con suhija en furioso altercado por aquella brutalruptura, que en un instante destruía los ri-sueños cálculos económicos de la egoístamamá. Entró poco después de la disputaCenturión: iba no más que á preguntar porsu primo Villaescusa, que aquellos días ha-bía tenido un fuerte y alarmante acceso desu mal en provincia lejana. Manuela le tran-quilizó, mostrándole una carta de Andrésde.fecha reciente.. . Hablaron un poco de po-btica, que era el hablar más común en aquelrevuelto año, y Teresa, con jovial malicia,se entretuvo en mortificar á su tío con. lasbromas que más en lo vivo le lastimaban..Cogió de la mesa un número de El Padre Co:bos, como si cogiera unas disciplinas, y sinhacer caso del gesto horripilante de Centu.

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rión y de la airada voz que decia: “ jno quie-ro, no quiero saber!,,, leyó esta cruel sá-tira: “Se conoce á la hforalidad progresis-ta por el ruido de los cencerros... tapados.,,- iDéjame en paz, chiquilla!. . . Lee para

tí esas infamias.,,Se tapaba los oídos, retirábase al otro ex-

tremo de la sala; pero tras él iba Teresa conel papel enarbolado, y risueña, sin piedad,soltaba esta cuchufleta: “Adoquín y camue-so... son la sal y pimienta del Progreso. ,,

-Te digo que calles, ó me voy de tu ca-sa.. . Una señorita bien educada y de princi-pios no debe repetir tales indecencias. Ma-nuela, llama al orden á esta niña loca.,,

Pero la señora de Villaescusa encontrába-se aquel día en una situación de sobresaltoy ansiedad que la incapacitaba para el co-nocimiento de los hechos comunes que á sualrededor ocurrían. Distraída y con el pen-samiento lejos de su casa, no decía más que:“Niña, niña, juicio. ,, Pero Teresi ta no hacíacaso de su madre, y acosó á Centurión, quehuyendo de ella y del maldito fraile pro-caz, se había refugiado en el gabinete pró-ximo. La diabólica mozuela repetía, ponién-dole música, un dicharacho del periódico:‘*Muchacho, iqué gritan?-iViva la liber-tad! -Pues atranca la puerta. ,, Poco valíantales chistes, que como todos los del famosopapel, con menos sal que malicia, eran des-ahogo de sectarios, dispuestos á cometer endoble escala los pecados políticos que cen-suraban. Pero en los oídos de don Mariano

O’DONNELL 56sonaban á de profundiS, y anteS murieraque encontrar gracioso 10 que en su criterioinflexible era depravado y canallesco. Elhombre bufaba, y le faltó poco para ponersus dedos como garras en el blanco pescue- *za de la casquivana señorita. Esta volvió ála sala riendo á todo trapo. Su madre, súbi-tamente asaltada de una idea y propósitoque podían ser solución venturosa de la cri-sis que agobiaba su ánimo, cogió á Teresitapor un brazo, y adelgazando la voz todo loposible, le dijo: “Bribona, me estás poniendoá Mariano-en la peor disposición.. . Yo le ne-cesito cordero, y con tus tonterías está elhombre como los toros huídos.. . i A buenaparte voy!. . . En vez de preparármele y cua-drármele bien, 6 de entontecerle con finu-ras y zalamerías, me le has puesto furio-so. . . En fin, quita de aquí ese maldito pape-lucho; lárgate á tu cuarto, ó al comedor, yd6jame sola con tu tío. . . con la fiera... Nosé cómo embestirle.. . no sé cómo atacarle.. .

iInfeliz don Mariano! Aquel día se tuvopor el más. infortunado de los mortales, de-jado de la mano de Dios y maldito de loshombres, porque la nida, azotándole y escar-neciéndole con El Padre Cobos, y la lagar-tona de la madre levantando sobre su cabe-za el corvo sable de cortante filo, le corrom-pieron los humores y le ennegrecieron elalma. iVaya un día que entre las dos le da-ban! En vez de entrar en aquella casa demaldición, ipor que, Señor, por qué no sees-condió cien estados bajo tierra? No se cuen-

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tan, por ser ya cosa sabida, los circunlo-quios, epifonemas, quiebros de frase, remil-gos, pucheros y palmaditas con que Manue-la Pez formuló y adornó la penosísima pe-tición de dinero para urgentes, inaplazablesatenciones de la familia.. . A Centurión se leiba un color, y otro se le venía. Suspiraba 6daba resoplidos echando de su pecho unafragorosa tempestad.. . Sintiendo su cráneopartido en dos por el tajante filo, no sabíaqué determinar. Acceder era grave caso,porque tres meses antes le saqueó Manolitasin devolverle lo prestado. Negarse en re,dondo no le pareció bien, porque Andrés, alpartir, le había dicho: “Querido Mariano: teruego que, si fuese menester, atiendas, etcé-tera.. . que á mi regreso yo. . . etcétera . ..., Entan horrible trance, pensó que amarrado alpilar donde le azotaban, no padeció másnuestro Señor Jesucristo... Por fin, cayó elhombre con mortal espasmo en el consen-timiento, bañado el rostro en sudor frío deangustia.. . No era bastante firme de carác-ter para la negativa, ni bastante hipócritapara disimular su dolor inmenso ante lacatástrofe. Al retirarse diciendo con lúgubrevoz volveré co?& el dinero, parecía un ajus-ticiado á quien el verdugo manda por el ins-trumento de suplicio.. .

Hallábase doña Celia en el gratísimo pa-satiempo de arreglar sus verjeles, cuandovi6 entrar al buen don Mariano con cara deamargura y consternación. “¿Qué tienes,hijo? iOcurre alguna novedad?,, le dijo des-

O'DONNELL . 57tacándose del umbrío follaje para llegarse á61 y ponerle sus manos en los hombros. Por

. no afligir á su bendita esposa, Centurióncultivaba el disimulo y se tragaba sus pe-nas, 6 las convertía en contrariedades leves.Dejándose caer en el sofiî, y componiendo el

* rostro, tranquilizó á la señora con estas apa-cibles razones: “Nada, mujer: no me ocurrenada de particular.. . No es más sino que.. .ese maldito Padre Cobos.. . Un amigo de és-tos que no tienen sentido común, ni delica-deza, ni caballerosidad.. . me enseñó el últi-mo número. De nada me valió protestar.. .Yo bufaba, y 61 me leía un parrafillo as.queroso donde dicen que los del Progresosomos inmorales, que los del Progreso de-fraudamos y hacemos chanchullos.. . Yaves... iY esto se escribe, esto se propagapor los que . . .! XIe callo, sí, me callo; noquiero incomodarme. Es tontería quemesul-fure; tienes razón... Punto en boca; peroantes d6jame que repita lo que cien veces di-je: de estas burdas infamias tiene la culpaO’Donnell.. . El, él es el causante... Bajocuerda, nuestro maldito irlandk azuza, pe.Bizca el rabo á estos sinvergüenzas, todosellos moderados y realistas, para que hablenmal de nosotros y pongan al Duque en eldisparadero... Es mi tema. ¿Que nos insul-tan? La lengua de O’Donnell. iQue estallanmotines? La mano de O’Donnell. iQue nospiden dinero y tenemos que darlo? El sablede O’Donnell. ,,

En los días siguien tes, cuando arreciaban,

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según Centurión, los manejos del de Luce-na para deshacerse de Espartero, y cuandoEscosura lucía su galana elocuencia en lasCortes, la Coronela Villaescusa y su hijasubieron un grado en el escalafón social,concurriendo á las reuniones íntimas queValeria Socobio daba los lunes en su lindacasa, calle de las Torres. Halláronse Ma-nolita y Teresita en un ambiente de elegan-cia muy superior al de la humilde tertuliade Centurión; y si por virtud de lallaneza denuestras costumbres, algunas figuras concu-rrentes á la morada de la calle de los Autoresse dejaban ver en la de Valeria, como la Mar-quesa de San Blas, Gregorio Fajardo y sumujer Segismunda, también iban allí perso-nas de pelaje muy fino, como Guillermo deAransis, y otros que irán saliendo. Es lobueno que tenía y tiene nuestra sociedad:en ella las clases se dislocan, se compene-tran, y van prestándose unas a otras suselementos, y haciendo correr la savia socialpor las ramas de diferentes árboles que, in-b;;t~$os entre sí, llegan á constituir un ár-

Guapkimas eran Manuela y Teresita, ca-da una según su tipo y edad; la madre, unVerano espléndido derivando hacia los tonosnaranjados de Otoño; la hija, plena Prima-vera rosada y-luminosa. A la vera ‘de am-bas iban á buscar sombra y. frescura losamadores finos, ó los timadores y petardistasde amor. Coqueteaba la mamá con arte ex-quisito, colocándose al fin en un reducto de

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honradez hipócrita que no engañaba á todos,y Teresilla jugaba al noviazgo con risueña&seUvoltUKi, pasando los galanes de la ma-no de admitir á la mano de rechazar, comoen el juego de Sopla, que V~UO te 10 doy.

COn franca simpatía se unieron Valeria yTeresita. Comunes eran los secretos de unay otra, todavía de poca importancia y gra-vedad. Juntas paseaban los más de los días,y juntas iban al mayor recreo de Valeria,que era el recorrido de tiendas, comprando,revolviendo, examinando el género nuevoacabadito de sacar de las cajas llegadas deParís. El furor de novedades había produci-do dos efectos dis tintos: embellecer la casade Valeria hasta convertirla en un lindísi-mo muestrario de muebles y cortinas, yesquilmar el bolsillo de don Serafín delSocobio, hasta que el buen señor y doña En-carnación pronunciaron el terrible non pos-szmus. De aquí resultó que Valeria, porgradación ascendente de su fiebre suntua-ria, que atajar quería sin voluntad firme pa-ra ello, se fué llenando de deudas, cortas alprincipio, engrosadas luego, hasta que, cre-ciendo y multiplicándose, la tenían en cons-tante inquietud. Para colmo de desdicha,Rogelio Navascués, en vez de llevar dineroá casa, se gastaba en el Casino toda su paga,y era. además insaciable sanguijuela quedesangraba horriblemente el bolsillo .de laesposa, nutrido por la pensión que daban áBsta sus padres. Tales razones y el absolutoenfriamiento del amor que tuvo á su marido,

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labraron en el ánimo de Valeria la idea y elpropósito de desembarazarse de tan gran ca-lamidad. No había más que un medio: man-darle á Filipinas, con lo cual ella se veíalibre de el, y él cortaba por lo sano la insosetenible situación á que le habían llevado susestúpidos vicios.

Iniciado el proyecto por la esposa, el ma-rido lo encontró de perlas. Quería pasarsepor agua, y salir á un mundo nuevo dondeno le conocieran. Manos á la obra. Valeriatrabajó el asunto con febril actividad enFebrero y Marzo, tecleando las amistadesy relaciones de su familia con personajesdel Progreso. Moncasi, Sorní, Montesinos,Allende Salazar ofrecían; mas todo quedabaen agua de cerrajas. Dirigióse luego á losamigos de O’Donnell, áVega Armijo, Ulloa,Garbera, y ello fue mano de santo. No ha-bía, no, hombre como O’Donnell: su som-bra era benéfica, y en ella encontraban supaz las familias. A principios de Abrilrecibió Navascues el pase á Filipinas, conascenso, y no esperó muchos días para po-nerse en marcha, porque Valeria, modelode esposas precavidas, le tenía ya dispuestatoda la ropa que había de llevar: las camisasligeras como tela de araña, los chalecos depiqué, levitines de crudillo... .Todo lo ad-quirió la dama en las mejo es tiendas, y delgenero superior, por aque lo de al enemigofque huye, puente de plata. iQué descansadase quedó la pobre! No podía con su alma dela fatiga y ajetreo de .arreglarle en tan PO=

O'DONNELL 61cos días el copioso surtido de ropapara pui-ses tropicnìes.

Horas después de aquella en que la di-ligencia de Andalucía se llevó á Rogelio,Valeria dijo á SU cordial amiga Teresita:“iAy, qué descanso! . . . Si en España tuvie-ramos Divorcio, no necesitaríamos tener Fi-lipirias. ,,

Y la otra: “iFilipinas! Alargar la cadenamiles de leguasperla?,,

, ino es lo mismo que rom-.

.VIII

Consecuentes en su fraternal amistad,Valeria y Teresita pasaban juntas días en-teros, muy á gusto de ambas, y á gusto tam-bien de Manolita Pez, que podía campar sinninguna traba, y espaciar sus antojos porel libre golfo de la vida matritense, ponien-do á su niña bajo la custodia de una señoracasada de buena conducta, que era lo preve-nido por los cánones sociales. Cumplía Ma-nolita con la moral por lo tocante á su hija,y aliviada quedaba con esto su concienciapara poder cargar con los pecadillos propios.Muchos días almorzaba y comía Teresa consu amiga, y algunas noches también allídormía, por la inocente causa de volver muytarde del teatro, y no tener persona mayory de respeto que tan á deshora la llevase ácasa de su madre. Al poco tiempo de esta

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intimidad, observó la niña de Villaescu-sa que las atenciones con que Guillermo deAransis á la señora de Navascués distin-guía, iban perdiendo su colorido platónico.Era Teresita una de estas vírgenes que, porasistir demasiado cerca al batallar de las pa-siones, están privadas de toda inocencia: nobien ocurridos los hechos, los comprendía yapreciaba en toda su realgravedad, sin asus-tarse de cosa alguna, Viendo las visitas deGuillermo á horas desusadas, y las salidasextemporáneas de la dama, se hizo dueña dela verdad. Su confianza con Valeria la llevóá una sinceridad ingenua de enfant terrible,y como quien no hace nada, sin asomos deseveridad ni dejo malicioso, interrogó á suamiga sobre tan escabrosos particulares.En su acento vibraba un candor que ensu alma no existía. Respondióle Valeria concierto embarazo, empezando diferentes fra-ses que quedaron sin terminar, y concluyóasí: ‘6.&Para que quieres tú más explicacio-nes?... Estas cosas no las entienden las sol-teras.. . ,,

Saliendo aquel mismo día las amigas aljaleo de tiendas, vió Teresita con asombroque Valeria pagaba cuentas atrasadas, lan-zándose á nuevas compras de telas y fara-laes de vestir. Generosa y amable, la damaobsequió á su amiga con un corte de vestidopara verano, elegantísimo, de extremadanovedad y con el más puro sello parisiense,regalándole de añadidura, un canesú y unmiriñaque de pita de hilo, última novedad.

iYg O’DONNELL 63

Con sincera gratitud acogió Teresa estosobsequios, y los estimó máS porque su ma-dre Ia tenía bastante desairadita de ropa,con sólo dos trajes nuevos, y uno del añomil, transformado ya tres veces.

No estaba descontenta Teresa en aquellosdías, que ya eran de franco Verano, y el co-nocimiento del enredo de Valeria con Aran-sis despertaba en ella tanto interes comouna novela de las mejores que entonces seescribían. Novela era, viva, de estas que en-tretienen y no asustan. Personaje de novelale pareció Aransis, guapo, joven, condicio-nes precisas para la figuración poética, lacual era más grande y sutil por sus mane-ras exquisitas, y el derroche de dinero quesuponían sus trajee, coches y todo el trende su dorada existencia. Y no fue Guillermoel único personaje novelesco que por enton-ces mantenía el espíritu de Teresa en con-tinua soñación. Desde los comienzos de

,‘: Mayo se personaba en los Lzmes de Vale-ria un joven muy guapo, de belleza distin-ta de la de Aransis, pero no menos atrac-tiva. Era rubio, de azules y dulces ojos,con una barba ideal, de corte y finura se-mejantes á la de Nuestro Señor Jesucristo,tal como le representan Correggio y Van-Dyck. Dominaba en sus pensamientos lamelancolía, como en su voz los tonos apa-cibles. Era extremeño; se llamaba Sixto Cá-

mara. A Teresa cautivó desde el primerdía por su conversación fina, por el atrevi-

EL miento de sus ideas, y la noble lealtad quepL

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su trato, como toda su persona, revelaba.Gozosa le veía llegar á la reunión, y conmayor gozo veia la preferencia que por ellamostró desde la primera noche, entrando alpoco tiempo por la senda florida del galan-teo. Creyó Valeria que en aquel noviazgosería Teresa mas perseverante que en losanteriores, y de ello se alegraba: ManuelaPez, en cambio, no parecía gustosa de quesu hija se insinuase con el galán de la bar-ba bonita, y así se lo manifestó con razonesde peso, la noche de un lunes, al volver ácasa rendidas de tanto charlar y de un po-quito de bailoteo.

“hfira, Teresa-le dijo: -te he reñido portu ligereza en admitir y despachar novios,y ahora, que te veo más sentadita, tambiénte riño, porque das en ser consecuente conuno que no te conviene poco ni mucho. Yadebes decidirte, fijándote en aquellos quepuedan sacarte de pobre, y reservando tusdespachaderas para los barbilindos que notraen nada de substancia. Los tiempos estánmalos, vendrán otros peores, y como no tecases con un rico, no sé qué va á ser de ti.Despreciaste al que yo te propuse, Alejan-drito Sánchez Botín, y ahora te veo enton-tecida y acaramelada con el don Sixto,del cual me han dicho que con todo su sa-ber, y su hablar modoso, y su vestir ele-gante, y su barbita, no es más que un tris.te pelagatos, con lo comido por lo servido,y los pocos reales que saca de algún pe-riódico. ¿Te parece á ti que es buen porve-

O'DONNELL 65nir un papel publico y las rentas que puedadar?. . , Y hay otra cosa: del don Sixto mehan dicho que es demagOg0. $Sabes lo que esesto? Pues tener ideas disolventes, quererderribar el Trono, y puede que también elAltar, y traernos un Gobierno de anarquía,que es, como quien dice, la gentuza. No,hija mía: apártate de esto, y no te me hagasdemagoga, la peor cosa que se puede ser.Fig”_rate el porvenir de un hombre quejamas desempeñará un destino del Gobier-no, porque estos no se dan á tales tipos.. .No des á demagogos, y si me apuras, ni áprogresistas, el SI que te piden, pues ha-rías trato con el hambre y la desnudez.Ten juicio y.fíjate en alguno que sea resuel-tamente del partido de O’Donnell, el hom-bre que muy pronto ha de coger la sartenpor el mango... Con que, fuera el don Sixto,6 entretenle hasta que venga el bueno.. .que vendrá, yo te aseguro que vendrá.,

Oyó estas razones y sabios consejos Tere-sita, fingiendo admitirlos como palabra di-vina; mas en su interior se propuso hacerSU gusto, que en esto iba á parar siemprecon maestra de tan poca autoridad como SUmadre. Al día siguiente la llamó Valeria;fué, charlaron.. . Tratábase de organizar unatemporadita en la Granja, donde se diverti-rían mucho, si la Coronela daba permiso aTeresa para ir con su amiga. Examinaban lasdificultades que para esto podían surgir, yla resistencia que había de oponer hlanuelasi no la invitaban tambien á ser de la parti-

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’ da, cuando entró Aransis inquieto, y contóque en el Consejo con Su Majestad, aquellamañana, O’Donnell y Escosura habían rifadode una manera solemne y ruidosa. La Reinase decidía por O’Donnell, y Espartero, desai-rado en la persona del Min$tro que represen-taba su política, había dicho: vn’monos. Elvúmonos, 6 el yo tami%% me uoy del Duquede la Victoria, era una proclama revolucio-naria. Si Espartero, apoyado en las Cortesy al frente de la Milicia Nacional, daba 5don Leopoldo la batalla, ardería Madrid. Ha-bía que desistir del viaje á la Granja mien-tras no se aclarase el horizonte. No se asus-taron la sefiora y señorita tanto como Gui-llermo esperaba; antes bien, dijeron que lesgustaban las trifulcas, y que si había de ve-nir revolución gorda, viniera de una vezpara ver si se quedaban con España los Na-cionales, 6 se quedaba O’Donnell, con SLI

personal de caballeros elegantes, limpios yvestidos á la última moda. Esto era lo másprobable y lo más revolucionario, pues laramplonería y ordinariez debían ser deste-rradas para siempre de este hidalgo suelo.

Observó Teresa que Aransis no estabacontento, y que las anunciadas revueltas lecontrariaban. Sintiendo acaso preferenciaspor éstas 6 las otras ideas políticas, itemíaverlas derrotadas en la próxima lucha? Estono podía ser, pues harto sabían Valeria yTeresita que el ocioso galán, aunque in-clinado en su espíritu á las tendencias libe-rales, era en la práctica un gran escéptico,

ö7y no se dignaba empadronar su nombre ilus-tre en el censo progresista ni en el mode-rado. Las gloriosas espadas no le llevabantras sí, y con igual indiferencia veía los res-plandores de la de Luchana, de la de Lu-cena 6 de Torrejón. Sin duda, el endiabladohumor de Aransis provenía de algún con.tratiempo relacl.onado con la política por ex-traños, engranajes, pero que no era la polí-tica nnsma. ASI lo pensabaValeria; así tam.tambi6n Teresa, que aunque más talentu-da que su amiga, érale inferior en el cono-cimiento del mundo. Ninguna de las dospenetró el arcano. La Historia lo sabe, yfo revelará, pues no sería Historia si no fue.se indiscreta.

Guillermo de Aransis, Marqués de Loa-rre por sucesión directa, Conde de Sáma-nes y de Perpellá por su parte en la heren-cia de San Salomó, era un joven de exce-lentes prendas, corazón bueno, inteligenciaviva; prendas iay! que se hallaban en elahogadas 6 por lo menos comprimidas deba-jo del avasallador prurito de elegancia. Hes.plandor de la belleza es la elegancia, y comotal, no puede negársele la casta divina; pe-ro cuando al puro fin de elegancia se su_bordina toda la existencia, alma, cuerpovoluntad, pensamientos, sobreviene una delformación del sér, horrible y lastimosaaunque, en apariencia, no caiga dentro deiespacio de la fealdad. Dotado de atractivoshermosa figura, palabra fácil y seductora’no vivía más que para agregar á su personá

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todos los ornamentos y toda la exterioridaque había de darle brillo y supremací;evidentes entre los individuos de su claseExaltado su amor propio, no reparaba elmedios para obtener tal supremacía y hacer.la indiscutible; sus trajes habían de ser lo+más notorios por el sello de la personalidad.siguiendo la moda con el precepto sutil d,acatarla sin parecerse á los que ciegamentsla seguían. Había de ser lo suyo distinto dalo general, sin disonancia, ó con sólo un:disonancia que, por muy discreta, llevab:%en sí la deseada y siempre perseguida SII.perioridad. Se preciaba, ó de inventar algl?en el arte de vestir, ó de ser el primero queimportase de los talleres parisienses las for-mas nuevas, cuidando de presentarlas mo-dificadas por su gusto propio antes que eluso de los demás las generalizara. En todoesto, para que resultase verdadera elegancia, la naturalidad sin estudio alejaba todasombra de afectación.

A estos primores del vestir seguían los delandar en coche. Muy santo y muy bueno,legít.imo á todas luces, es que no salgan ápie los ricos, y que gasten coche para su co-modidad, decoro y recreo; pero que se pa-sen el día ostentando formas y estilos cm-vos de carruajes, guiándolos con más trabajo de cocheros que descanso de sefiores, PSun extremo de’vanidad rayano en la tonte-ría. El elegante toma con esto un caráctrlprofesional; siente sobre sí la mirada crí tic<:r.y exigente del público; ha de divertir antes

.

O’DONNELL 69q&e divertirse; los bonitos caballos de tiro yde silla pregonan su riqueza y buen gusto, yal fin se estima y alaba más la gallardía desus bestias que la suya propia.

Naturalmente, las vanidades del ordensuntuario iban á resumirse y coronarse enlavanidad amorosa. Aransis lleg6 á creer queuno de los principales fines de la Humani-dad era que se prendasen de él todas lasmujeres hermosas que en Madrid había. Loconsideraba en ellas como una obligación, yen si como un cumplimiento de las leyes desu destino. Con todas entraba, alcurniadasy plebeyas, más afortunado tal vez en laszonas altas que en las medias de la sokie-dad, por venir esta corrupción de arriba paraabajo, cosa en verdad que no es nueva en laHistoria de los pueblos. Imposible referir to-das las proezas de amor con que ilustró sujuventud el Marqués de Loarre, y sobre di-fícil, la estadística sería poco interesante, porcarecer estas aventuras, en el prosáico sigloxrs, de la poesía erótica y caballeresca queen edades de más duras costumbres tuvie-ron. La tolerancia de hecho encubierta conla gazmoñeríà pública, la flexibilidad moraly el culto frío y de pura fórmula que la vir-tud recibía, quitaban toda intensidad dra-mática á las transgresiones de la ley. Saliande los palacios estas historias, sin que al pa-sar de la realidad á las lenguas, movieranruidosamente la opinión, ni escandalizaranen grado más alto que el común de los su-cesos privados y públicos. Como los pronun.

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ciamientos y motines, como las revolucio-nes á tiros ó á discursos por ganar el po-der, estas inmoralidades del mundo heráldi-co iban tomando carácter crónico que apenas turbaba la paz de las conciencias amo-dorradas.

Si en los amoríos de garbosa vanidad, y enotros de pasional demencia, se iba .dejandoAransis vellones de su fortuna, el vellónmás grande lo perdió con la Marquesa deMonteorgaz, dama en extremo dispendiosa,con menguada riqueza por su casa. Era unzarzal con tantas púas, que el Marqués deLoarre perdió en él toda su lana. Los esta-dos de Sámanes y Perpellá quedaron comosi dijeramos desnudos, en fuerza de hipote’cas. No era en total la fortuna de Guillermode las más altas de la grandeza: podía conella vivir holgada y noblemente, sujetándo-se á un orden estrecho de administración.Pero con la vida que llevaba quedaría todoel caudal liquidado en media docena de anos.Tarde vió el Zion el abismo en que había decaer; pero ann podía salvar una parte delhaber patrimonial si se plantaba en firme yponía un freno á sus desórdenes. Sobre estole habló con cariñosa severidad un día suamigo Beramendi: tan instructivo fue elsermón, exegesis de aquella sociedad y deotras más próximas á la nuestra, que la His-toria se dignó traerlo acá y hacerlo suyo.

VIII

71

“Estás arruinado, Guillermo, y ~610 tra-zando una raya muy gorda en tu vida conpropósito de cambiar ésta radicalmente, po-drás salvar lo preciso para vivir con decen-cia, sin locuras. Dices que aún cuentas conla herencia de tu tío el Marqués de Benava-rre, y con ese monte de la sierra de Guara,que denunciado ya como terreno carbonife-ro, puede ser para tí un monte de oro. Note fíes, Guillermo: tu tío puede cambiar depropósito, si llega á enterarse de los humosque gastas, y en el monte no pongas tus es-peranzas: una vez entre mil dejan de salirfallidas las ilusiones de los mineros. Déjate,pues, de montes de oro y de tíos de plata, yhazte cargo de la realidad, y oye bien lo quevoy á decirte, que es duro, muy duro, perosaludable. Por algo soy el amigo que más tequiere.

La vida que vienes haciendo del 50 acáes enteramente estúpida; tu conducta es lade un idiota. Imbecilidad pura es tu vida, yasí la llamo pensando que todavía no la ca-lifico tan severamente como merece. Y voymás allá, Guillermo: sostengo que no hayderecho á vivir así. Se dice que cada cualhace de su dinero, de su tiempo y de su sa-lud lo que quiere; y yo afirmo que eso no

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puede ser. En el dinero, en el tiempo y enla salud de cada persona hay una parte quepertenece al conjunto, y al conjunto no po-demos escatimarla... Una parte de nosotrosno es nuestra, es de la totalidad, y á la totali-dad hay que darla. iQué? tte asombras? ~NOen tiendes lo que digo? Pues lo repito, y aña-do que están por hacer las leyes que deter-minen esa parte de nosotros mismos perte-neciente al acervo común, y que ordenenla forma y manera de que los demás, todos,le quiten á cada cual esa partija que indebi.damente retiene. Las leyes que faltan se ha-rán: ni tú ni yo lo veremos; pero cree quese harán.. . Y mientras las leyes vienen, de-bemos anticipar su cumplimiento con algoque se parezca á la ley nonnata. Tú, Gui-llermo, eres idiota y criminal, porque gastastodo tu dinero, todo tu tiempo y toda tu sa-lud en no hacer nada que conduzca al biengeneral. El que no hace nada, absolutamentenada, debe desaparecer, 6 merece que le ta-sen los bienes que derrocha sin ventaja suyani de los demás. Me dirás que yo soy lo mis-mo que tú, que vivo en grande sin trabajarni producir cosa alguna. Estás equivocado:yo hago algo, no todo lo que debo; pero conun poquito de acción útil cumplo la ley, yno soy como tú, materia inerte en la Huma-nidad. Yo gasto parte de las rentas de mimujer en vivir bien y decorosamente, sinescarnecer con un lujo desfachatado á estafamilia española compuesta de pobres en sugran mayoría. Yo no cultivo mis tierras, no

O’DONNELL 73ejerzo ninguna profesión ni oficio; pero nopuede decirse de mí que nada produzco. Yohe producido un hijo, y en criarle y educar-le para que sea ilustrado, saludable y hom-bre de bien, pongo todo mi espíritu y em-pleo casi todas las horas del día. iQué.. . teríes? LTe parece poco?

No me interrumpas... déjame seguir. Voy ácontar por los dedos.. . por los dedos no, puesson pocos para tan larga cuenta.. . Voy á re-cordarte los crímenes de imbecilidad que hascometido, para que te horrorices: Cubrir depiedras preciosas el seno hiperbólico de laNavalcarazo, que te lo agradeció diciendo,al mes de romper contigo, que eras un niñode In Doctrha Cristiana. Para pagarle áSamper toda aquella quincalla fina, tuvisteque hipotecar dos dehesas.. . á dehesa porpecho. Sigo: no fué menor imbecilidad re-galarle á Pepa la Sevillana una casa de trespisos en la calle de Belen. Habrías cumpli-do con una casa de muñecas. . . para jugarti los compromisitos.. . Imbecilidad de mar._.ca mayor, los convites de doscientas per-sonas que dabas en tu finca de Aranjuez,con tren especial,, comilonas servidas porLhardy, y champaña de la señora Viuda deClicquot á todo pasto... En tus chapuzonescon la de Cardeña no pudiste deslumbrará ésta con alardes de lujo insensato, porqueella es más rica que tú, como diez veces másrica. Pero de aquella fecha data tu furor decoches y caballos,_que luego llevaste al deli-rio en tiempo de la Villaverdeja, grande

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apasionada de las cosas hípicas y cocheri-les. El colmo del idiotismo veo en tu afánde pasear por Madrid trenes lujosos, y lamisma Villaverdeja 6 la Belvis de la Jara,no estoy bien seguro, te hizo justicia po-niéndote el apodo del Faetonto... Te han he-cho un daño inmenso tus viajes anuales áParís, y el flujo de imitar las opulencias quehas visto en aquellacapital. Bien podías ha-berte lucido discretamente en es te coronadovillorrio, sin importar las grandezas que allíson proporcionadas y aquí desmedidas. Aña.diendo á estas locuras el boato de tu casatus almuerzos y cenas, tu protección á inlnumerables vagos que, adulándote, te tras-tornan, y con.astutas socaliñas te saquean,tenemos, mi querido Guillermo, que el Bobode Coria es un sabio comparado contigo.

Pero el punto en donde llegas á la su-prema imbecilidad y al idiotismo más per-fecto, lo vemos en tu enredo con la Mon-teorgaz. Si en otros amoríos te arruinabasneciamente, al menos veías satisfecha tuvanidad. Los brillantes de la Navalcarazola casita de Pepa la Sevillana, los cochesde la Belvis de la Jara, y tus faetones, tuscaballos normandos 6 cordobeses ó del De-monio, te daban fama de esplendidez y eldiploma de hombre de buen gusto. LPeroque ibas ganando con la Monteorgaz, másgraciosa que bonita y más elegante que jo-ven, que tiene detrás de sí un familión fa-mélico, capaz de tragarse el dinero de mediaEspaña y de digerirlo sin que se le resienta

O’DOHNELú 75

el estómago? Carolina te hacía pagar suscuentas rezagadas de diez años, y las del;\farqu&, que debía sumas fabulosas á Utri-lla y á los dependientes del Casino. Seguíanlos hermanos de ella, los hermanos de él,todos unos perdidos, con hambre atrasada dedinero y de protección... Caían sobre tí co-mo nube de langosta, y tú, que no sabes ne-gar nada y eres un fenómeno morboso de ge-nerosidad; tú, Guillermo, que si hubieras si-do mujer, habrías entregado tu honor al pri-mer pedigüeño que se te pusiera delante;tu, Guillermo, á todos consolabas, creyendorodearte de agradecidos, y lo que hacías eraenseñar la ingratitud á los viciosos.. .

Sigo, y aguanta el nub_I?$. . . Dime, granmajadero: dqué satisfaceion del amor propiosentías viéndote de número veintitantos enel índice amoroso de Carolina Monteorgaz?&ué ilusión te fascinó, qué desvarío te dis-culpa? Si no puedes vivir sin hacer perpe-tuamente el don Juan; si tu fatuidad necesi-ta el rendimiento de mújeres, búscalas enes-fera más humilde: dedícate á las costureras,que las hay muy lindas, más hermosas quelas de arriba, y algunas más ilustradas, conmejor ortografía que la Belvis de la Jara, queescribe i~ con h (yo lo he visto); cultiva lasviudas de empleados ó viudas de cualquiera,en clase modesta; y entre éstas, tu persona-lidad de lien fashionable alcanzaría triun-fos facilísimos y de reducido coste. Imita alnoble Marqués de la Sagra, hermano de laVillaverdeja, que con mundana filosofía se

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ha dedicado á las cigarreras (entre las cua-les las hay muy monas), y gracias á lo eco-nomlco de sus vicios, ha podido fomentarsus propiedades de Griñón, Alameda y Vi-llamiel. . . Ahí tienes un modelo de próceresque sabe divertirse mirando por la prospe-ridad del país... Aprende, abre los ojos...

No tomes esto á broma; no arwmentesno te defiendas, que defensa no tiebne tu esto:lidez, y escucha un poco más. He señaladoel mal, mostrándolo en toda su magnitudfea para que te cause espanto, y ahora voyá proponerte, si no el remedio, que es difí-cil y ya vendría tarde, al menos el alivioOyeme, Guillermo: si yo te propusiera quecambiaras de improviso tu modo de vivirsujetándote al ñiodesto pasar de un emplea:do de catorce 6 de veinticuatro mil se-ría tan necio como tú. Nunca serías lapazde tanta abnegación, ni está tu alma tem-plada para sacrificios grandés del amor pro-pio:.. Lo que has de hacer, ante todo es ba-lance general de tu hacienda, y saberlo quedebes, las obligaciones hipotecarias que hascontraído, lo que aún posees libre etcétera.en fin, que pongas an te tus ojos la realidadescueta, descartando todo lo ilusorio. Paraesto necesitas valor, necesitas disciplinaNo perdones ningún dato verdad, no te engalBes á tí mismo... Luego que sepas lo quehas perdido y lo que te resta, trata de impe-dir que ese resto se te escurra también paralo cual has de hacer propósito firme deponer punto final en tus aventuras don-

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ju,aTlescas con señoras de copete.. . Inmedia-tamente de esto, antes hoy que mañana, pen-sarás en buscar novia con buen fin; una he.redera rica, riquísima. El santo matrimonio,de que tú has sido burlador, es lo únicoque puede salvarte. . . Por la cara que po-nes comprendo que esta idea no te parecemai. Como que no hay para tí otra salidadel atolladero en que estás.

Te veo meditabundo. Piensas, como yoque una heredera rica millonaria y de claseigual á la tuya, no es tan fácil de encontraren los tiempos que corren.. . Casi todas lasque había se han ido colocando. Las de ban-queros y capitalistas, que. fácilmente ad-quieren hoy título nobiliario, también, es-casean. Algunas conozcoque te convendnan;pero aún son muy niñas; tendrías que es;perar, y esperar es envejecer.. . A ver quete parece esta otra idea que ahora se me ocu-

Pon aténción, y no te enfades si parapT”;n;ear esta idea, precisado me veo á propo-nerte algo que seguramente no será de tugusto, algo que hiere tu dignidad.. . Lo di-go, aunque al oirme des un brinco en la SI-lla... Ya sabes que en España tenemos unmedio seguro de aliviar la desgracia de losque por su mala cabeza, por sus vicios ó porotra causa, pierden su hacienda. Se les man-da á la Isla de Cuba con un buen destino,y allá se arreglan para recobrar lo que aquíse les fu6 entre los dedos. España goza deesta ventaja sobre los demás países: poseeun heróico bálsamo ultramarino para los ma-

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les de la patria europea.. . No te sulfures tencalma, y óyeme hasta el fin .Ya sé que cksi-derarás denigrante el tomar un empleo enCuba; ya sé que tú, si lo tomaras no iríasallá con el fin bajo de ensuciarte 1;s manosen la Aduana, ó de especular con los desem-barcos fraudulentos de carne negra.. . Noya sé que no harás esto, y que si vas pobre’volverás puro con los ahorros de tu sueldo:y nada más.

Si te propongo este arbitrio.. . pasado poragua, es porque calculo que el casamiento re-dentor que aquí no encontraríamos fácilmen-te, allí te saìd&~ en cuanto llegaras, por lavirtud sola de tu esplendorosa persona portu elegancia y nobleza, y la fama que h& dellevar por delante. El género de ricas here-deras abunda en aquella venturosa Islacréelo; no tendrás más trabajo que Z’enzbarwas du choix. Véate yo, Guillermo, lleoaraquí corregido de tus ligerezas’y aumengdocon una guajirita muy mona, de hablar len-to, dengoso, que recrea y enamora. Será bo-nita, tierna, leal, amante, y con más inocen-cia y rectitud de principios que el género deacá, un tantico dañado por influjo del am-biente y de la proyección de las clases altassobre las medias. Pues en el aquél de la ins-trucción femenina, no se si te diga que irásganando. Allá se van éstas con aquellas ennociones científicas y de vario saber; pero síte aseguro, refiriéndome al arte inicial ósea la escritura, que las cubanitas gasianuna letra inglesa limpia y gallarda, y una

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ortografía que ya la quisieran nuestras ele-gantes para los días de fiesta. En fin, hijo,que no te me subas á la parra de la dlgnl-dad por esto de la cubamta. Mlra las cosaspor el lado práctico, que suele ser el lado

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más bonito; no desprecies los ingenios, lospotreros y cafetales que para tí rese;;a~ol~;-gen América; piensa en el genloconsidera los cientos de miles de cajas deazúcar que podrás verter en el Océano de tusamarguras para endulzarlo.. .

IX

Veo que si te subes á la parra de la dig-nidad-ProsiguioBeramendi, -no trepas tanalto como yo creía... Calma, y ojo á los he-chos reales. Ponte en el exacto punto de mi-ra, y aléjate del sentimentalismo, que te al-teraría’ las líneas y color de los objetos...Ahora, dando por hecho que trazas en tuexistencia la línea gorda de que antes te ha-ble, establezcamos el sano regimen económi-co en que de hoy en adelante has de vivir.Para librarte de la usura que en poco tiempote dejaría sin camisa, es forzoso que levantesun empréstito, en grande, no para salir deldía y del mes, sino para salvar definitiva-mente los restos de tu patrimonio. Entre túy yo tenemos que buscar un capitalista óbanquero que recoja todo el papel emltldo

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por tí en condiciones usurarias, y ademáste cancele en tiempo oportuno la escriturade retro que en mal hora hiciste L mi her-

’mano Gregorio. Deéste no esperes piedad niblanduras, pues aunque él quisiera ser finoy blando, por lo que queda de nativa indul-genciasen su corazón, Segismunda no se lopermttlría. Esta es implacable, feroz en susprocedimientos adquisitivos, como 10 es ensu ambwk. Si encontramos el capitalistaque quiera salvarte, pactarás con 61 lo si-gulente: tú le entregas todas las fincas delos estados de Loarre y San Salomó con fa-cultad de vender las que se determinen yde administrar las restantes. El, al otorgar-se la escritura, cancelará las cargas hipote-carias y los créditos pendientes. Tu propie-dad inmueble queda en poder suyo hasta laamortización de tu deuda, y en ese tiemporecibirás de él trimestralmente la cantidadque se estipule para que puedas vivir condecoro y modestia, ajustando estrictamentetus necesidades á esa rigurosa medida

Y ahora digo yo: ,@ que capi talis ta debemosacudir? Piensa tú, recorre tus conocimien-tos; yo pasare revista en los míos. iQue teparece don José Manuel Collado? De Rodrí-guez y Salcedo, ique me dices? ~NO eres túamigo del Duque de Sevillano? Yo lo soy dedon Antonio Guillermo Moreno.. . Cerrajeríay Pérez Hernández, me consta*que han he-cho negocios de esta índole... ¿Quieres queml suegro y. . yo hablemos á don Antoniollvaree y á don Antonio Gaviria, 6 crees

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t& qde p&ás entenderte fácilmente con Ca-sariego? AHas pensado en Udaeta, en SorianoPelayo? tf’odríamos contar con Zafra Bayov Compañía, si hablkamos á nuestro amlgoAdolfo Bayo?

Debo advertirte, para que no te adormez-cas en una confianza optimista, que nues -iros hombres de dinero no se aventuran enningún negocio que no vean claro y segurodesde el momento en que se les plantea. Porrutina y por comodidad, van tras las ganan-cias fáciles, con poco riesgo y sin quebrade-ros de cabeza. Han tomado el gusto á lasgangas que nos ha traído la transformaciónsocial; se han acostumbrado á comprar bie-nes nacionales por cuatro cuartos, encon-trándose en poco tiempo poseedores de cam- .

pos extensos, feraces, y no se avienen.! em-plear el dinero en operaclones aleatorws debeneficio lento y obscuro. No les censure-mos por esto: es condición humana.

Que nuestros ricos están á las maduras yno á las agrias, lo ves palpablemente en quepudieron agruparse y acometer con dineroespañol empresa tan nacional y út’il como elferrocarril de Madrid á Irún, y se han echa-do atrás, dejando esta especulación en ma-nos de extranjeros. No sienten estos serioresel negocio con espíritu amplio y visiún delporvenir: ven sólo lo inmediato, y se asus-tan de la menor sombra. Carecen de la vir-tud propiamente española, la paciencia. Ver-dad que esta virtud no la tenemos más queparael sufrimiento.. . 0 tra cosa. Es fácil que

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un solo capitalista no se atreva solo con tangrande operación, y que se reúnan dos ó tresen reata para tirar de tí, pobre carro atasca-

do en los peores baches de la existencia Enfin, sea lo que fuere, tú por tus relacionesyo por las mías, buscaremos un Creso en tr&los pocos Cresos españoles que tengan elsentido de la reconstrucción, en vez del sen-tido de la destrucción. Porque no lo dudes:un principio negativo les ha hecho ricosGrandes casas son, levantadas con materiaide ruínas. . . Han contratado el derribo de laEspaña vieja. ¿La nueva quién la cons-truir&?,,

Sensible al grande afecto que el sermónrevelaba, Guillermo manifestó su conformi-dad con los claros razonamientos de su ami-go! y !anzándose con ardor á las primerasinicratlvas, pasó revista fugaz á los próceresdel dinero. *‘iTe parece que desde luego ha-ble yo con Cerrajería?... Y entre tanto tútanteas á Collado, á Sevillano... Este ‘meparece el más capaz de comprender la opera-ción y sus ventajas. Sólo una vez he habladocon el. iSabes dónde? En el baile que di6 laNontijo para celebrar los días de su hijaPaca, á fines de Enero. Pues Miguel de losSan tos me presentó á Sevillano, que estuvoconmigo amabilísimo... Tengo idea de queme dijo algo del arrendamiento delos pastosde mis dehesas de Perpellá.. . Si no me equi-voco, sus ganados trashuman de la provin-cia de Guadalajara a la de Huesca. Luego lehe vista dos 6 tres veces en la calle; nos he-

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nlos saludado.. . Créelo: me resulta respeta-ble este hombre, que de la paja ha extraídoel oro. ,,

Quedaron, en fin, los dos amigos en tra-bajar el asunto cada uno por SU lado, y asíse hizo, siendo más activo Berame,ndi queel propio interesado, cuyo espíritu facllmen-te se escapaba de las cosas graves para vo-lar hacia las frívolas. La primera noticia deque su amigo gestionaba, la tuvo Aransisuna noche en la casa del Duque de Rwas, adonde concurría con preferencia por gustode la distinción, buen tono y amenidad queallí reinaban. Eran las salas del Duque te-rreno en que lo mejorcito delas Letras y laflor y nata de la Aristocracia se juntaban,sin que ninguna de las dos Majestades sesintiera humillada ante la otra. Arte y No-bleza hacían allí mejores migas que en nin-guna parte, bajo los auspicios del que eraGrande de la Poesía y Grande de España,dos grandezas que no suelen andar en unsolo cuerpo. La noche de referencia, Gui-llermo Aransis encontró á Martínez de laRosa charlando con Romea, y á Escosura conXocedal, el agua y el fuego. Aquél era, sinduda, el reino de la transacción y de la to-lerancia, porque la de Madrigal y la de Xon-velle, damas respetabilísimas, celebradaspor sus virtudes, alternaban con la Naval-carazo y la Villaverdeja, reputaciones de ca-lidad muy distinta. Molíns, Bretón de losHerreros, Alcalá Galiano y Federico Ma-drazo, llevaban la representación de las Le-

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tras y de la Pintura. Con otros próceresarruinados como él, 6 en camino de serloel de Loarre representaba la Grandeza holga:zana, distraída y sin ningún ideal serio dela vida, preparándose á un buen morir 6á un morir deshonroso... Le Han16 la Na-valcarazo, para decirle secreteando: “Gui-llermo, ya se que estás en powparlers conlos capitalistas para el arreglo de tu casaRIe lo ha dicho Collado... Yo ando detrás deFelipe (este Felipe era el Marqués de Na-valcarazo) para que haga una cosa semejan-te; pero nada consigo. Felipe es un hombreimposible.. . el eterno sonámbulo que dor-mido tira el dinero, y no despierta sinocuando se le acaba y viene á pedírmelo á

’findete con esos señores ‘Me ha dicho Co.

Aún estás á tiempo Guillermo En-

llado que har4 el negocio á medias conUdaeta...,, Así dijo la dama frescachona, ycuando salían, cogiéndole el brazo, añadióesto: “Vas por /buen camino, Guillermo.Luego buscas una heredera rica, aunque seadel ramo de Ultramarinos, y ya eres hom-bre salvado. ,,

Claramente vi6 Aransis que Beramenditrabajaba por 61. Fu6 á verle al siguientedía, y juntos visitaron á Collado, quien lesdijo que tenía el negocio en estudio y quepronto daría con tes lación. Pero la respues tase hizo esperar. Hablaron á Bayo y á Casa-riego, que de plano rechazaron la proposi-ción, y una noche, ya bien entrada la pri-mavera, hallándose Aransis en casa de

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Osma, tuvo inesperada noticia de su asuntopor otra dama de histona, muy corrida, yde extraordinario y sutil ingenio. Era laCampofresco, á quien la Marquesa de Tur-got,, Embajadora de Francra, llamaba &la-dame Diogène, expresando así muy bien elgracioso cinismo de aquella señora que, sintonel ni linterna, creaba con sus célebresdichos la filosofía mundana más adaptable ála sociedad de aquel tiempo. “Guillermito--le dijo, sentada junto á él á la mesa,-yole tenía á usted por un loquinario, y ahoraresulta que es uno de nuestros primeros ra-zonables. Bien, hijo, bien: así me gustan ámí los hombres. Lo he sabido por Sevillano,que es mi banquero, y hoy estuvo en casa yme preguntó si me parecía bien el negocio.Yo le contesté que sí.. . Dígame: iqutén leaconsej6 su salvación? De fijo no ha sldo laSavalcarazo, ni la Monteorgaz.. . Apuesto áque ha sido Pepa Ea Sevillana, que éstas decartilia son las que tienen más talento.. . ,,Reían.. . Madama Diógenes habló de otrascosas.

En efecto: Sevillano estudiaba el asunto,ven tales estudios pasó tiempo. largo, congrande impaciencia y desazón del Marquésde Loarre, que cada día se iba hundiendomás, y que, incapaz de parar en firme losestímulos de su vanidad donjuanesca, bus-có en Valeria Socobio un enredillo modesto,creyendo, sin duda, que pudría sostener suimperio sobre la mujer en condiciones pocodispendiosas. Cansado de esperar el fin de

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los prolijos cálculos que hacían los aristócra-tas del dinero, se lanzó á proponer su asuntoá otras casas. Habló con Weissweiller yBaüer, los cuales, por conducto del simpá-tico y bondadoso don Ignacio, le dijeron quela cantidad del empréstito no les asustaba;pero que en España no hacían ninguna ope-ración sobre foncière. Tratárase de fondomobiliario, y llegarían á entenderse. Yadesesperaba el aburrido galán de encontrarsu remedio, cuando Collado y Carriquiriunidos formularon unas bases que, si alte-raban algo el primitivo proyecto y fijabancondiciones un tan tico onerosas, resolvíanla cuestión con más ó menos ventajas y elcaballero no podía menos de conformarSe conellas. Eran su única esperanza, su salvn-ción infalible, si aseguraba los efectos de lamedicina con una perfecta higiene. Empe-zaron los preparativos, esamen de escritu.ras y ejecutorias, contratos, hipotecas, Pr&-tamos, y en ello estaban cuando sobrevinola ruptura entre Espartero y O’Donnell y elderrumbanlien to de la situación política. Enpuerta una nueva revolución, la Milicia Na-cional en armas, Bnlclomeroff rabioso Leo-poldowitch apoyado por Palacio, Palacio de-cidido á la resistencia, se obscurecían loshorizontes, y sobre la sociedad sobre elTrono mismo y su compañero el Altar ve-nían tempestades cuyo fragor en lontakan-za se percibía. Tal fué el motivo del repen-tino y doloroso desengaño de Aransis, cuan-do ya creía tener en la mano su regeneración,

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Collado, á quien vió aquel día en el Congre-so re dijo en tono plácido, que á GuillermoleSon á Dies ira: “Amigo mío, no podemoshacer nada por ahora. iQuién sabe lo que vaá venir aquí!. . . AEstallará el volcán?... Yome temo que estalle. . . Esperemos.,,

Ved aquí por qut! se presentó aquel díael Marqués de Loarre con tan mohíno ros-tro y decaimiento del ánimo en casa de Va-leria, y por qué relató los graves sucesospolíticos con acento de pesimismo fúnebre.Como se ha dicho, Valeria no penetraba lacausa de la sombría tristeza de su amigo;Teresita, menos conocedora del mundo queValeria, pero dotada de mayor perspicacia,no sabía, pero sospechaba; no veía el fondodel abismo, pero algo vislumbraba asomán-dose á los bordes.. . No era aquel día el máspropio para entretenerse en vanas pláticascon dos mujeres, que no daban pie con bolaen nada referente á la cosa pública: desfilóel galán volviéndose al Congreso; de allípasó á casa de Vega Armijo, ávido de noti-cias. Por desgracia, éstas eran malas, y entodas las bocas aparejadas iban con negrospresagios. Comió en casa de Beramendi, yfueron luego juntos al Prínci e, á ver ElTejado de JJidrio, linda come 1ia de Ayala.En el teatro no se hablaba más que de polí-tica, de esa política febril y ansiosa, naturalcomidilla de las gentes en los días que pre-ceden á las grandes agitaciones; fu6 despu&al Casino, hervidero de disputas, de informesfalsos y verdaderos, de ardientes comenta-

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rios, y al retirarse á su casa de la calle delTurco, cuando apuntaba la rosada claridadde la aurora, sintió el hombre lo que nuncahabía sentido: desden de sí propio y de supatria. Su pesimismo se concretaba en estafrase que dijo y repitió mil veces, hasta quesus ideas fueron anegadas por el sueño: “Niella ni yo tenemos compostura.,,

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Sorpresa y disgusto causó al Marqués deLoarre la primera noticia que al despertarel día 14, le llev6 á la cama su criado conel Extraordinarz’o de In Gaceta. Ley6 la lis-ta de los Ministros del flamante Gabinete deO’Donnell, y al ver Collado, fiomento conla dirección de Ultramar, la impresión fuépor demás penosa. Ya no debía contar conel millonario, que chapuzándose en la polí-tica y en los afanes de dos importantes ra-mos de Administración, pondría un parén-tesis en los negocios. No habría más remedioque proseguir arando la tierra en busca delescondrdo capital, que para la compostura desu hacienda necesitaba. Dinero había de so-bra; mas no quería venir á la reparación delas casas históricas, ocupado sin duda endemoler las que aún no se habían caído. Alsalir en busca de su amigo Beramendi parapedirle sosten moral y consejos, atormenta-

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do iba por esta endiablada conjetura: “i Aver si ahora se le ocurre á Pepe Fajardoaprovechar la entrada de Collado en la Di-rección de Ultramar para mandarme á Cu-ba!... i Qné humillación!. . . Mucho puedePepe Fajardo sobre mí; pero no hará de GUI-llermo de Aransis un vista de Aduanas...,,

Reunkkonse los dos amigos. Loarre pro-puso prescindir de Collado, y continuar lasdiligencias del empréstito en otras casas; lamisma idea expresó Beramendi, y nada dijodel extremo recurso de Ultramar. Al Con-greso fueron los dos, creyendo encontrarallí grande animación, concurrencia extra-ordinaria de diputados y charladores de po-lítica; mas no vieron sino contadas perso-nas, y en ellas, como en todo el ambiente dela casa, desaliento y tristeza, con olor á mie.do... Así lo dijo Fajardo, aproximándose ádos amigos suyos que platicaban con ciertomisterio arrimados á la pared del pasillo deentrada. “$e puede saber qué pasa 6 quépasará hoy?,, Los dos señores, desconocidospara Guillermo, respondieron á Fajardo quenada positivo sabían, y que lo mismo podíavenir en la tarde y noche próximas una des-comunal batalla entre el Progreso y la Reac-ción, que una ignominiosa tranquilidad,Todo dependía de que el Duque se pusieralas botas, obediente á las instancias de supartido y al estímulo de las ideas que repre-sentaba. Uno de los señores que Guillermodesconocía era de edad avanzada, largo deestatura y un si es no es agobiado de espal-

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das, de rostro áspero y displicente, la mira-da como de hombre á quien abruman lascontrariedades, sin hallar en su ánimo fuer-zas para resolverlas ó sortearlas. Soven erael otro, de mediana talla, con barba negra ycorta, la boca extremada en dimensiones ycomo hecha para rasgarse con tin uamen teen un sonreir franco tirando diabólico, elmirar vivo y ardiente, el pelo bien com-puesto, con raya lateral, y un mechón arre.molinado sobre la frente formando cresta degallo.

“iQuiénes son esos? -pregun tó Aransis ásu amigo, apartándose de aquel grupo parapegarse á otro.

-El alto y viejo es un fanático progresis-ta-replicó Fajardo , -de ios de acuñaciónantigua, y que ya van siendo raros, comolas monedas de veintiuno y cuartillo. Sellama Centurión, y no tiene más dios ni másprofeta que San Espartero. El otro es Sagas-!a, jno le conoces?; diputado creo que porLamora, hombre listo y simpático, que pe-rorando ahí dentro es la pura pólvora, y en-tre amigos una malva.,

Apenas llegaban los dos marqueses al pri-mer grupo que veían, e,ntrando en el Salónde Conferencias, llegó Escosura, que al pun-to fué asaltado de curiosos. Parecía enfermo;venía de mal temple. Aransis le oyó decir:“Se lo he pedido casi de rodillas, y nada. Noquiere ponerse al frente de la Revoluci6nEsto es entregar el País y la Libertad’áO’Donnell y á los del Contuóernio.,, Centu-

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rí6n di6 sobre esto, á Beramendi y á su ami-go, más claras explicaciones. El Duque, ven-cido por O’Donnell en la guerra de Intrigas,y desairado por la Reina, desmentía su fo-gosidad y bravura, encerrándose en unquietismo incomprensible. iQu6 significabaesta conducta? iPor qué procedía en formatan contraria á su historia el hombre quepersonificaba la Libertad, precisamente enla ocasión en que tenía más medios de de-fenderla? “AQué dirán, Señor, qué dirán losdiez y ocho mil milicianos que están armaal brazo, esperando oir la voz que ha de con-ducirles al barrido y escarmiento de toda es’ta pillería del justo medio?. . . Fíjese, Mar-qués, idiez y ocho mil hombres! decididos ámorir por la Libertad... Y el Duque, nues-tro Duque, se cruza de brazos, ve impasibleque la Revolución es pisoteada, que el nue-vo Código Político se queda en el claustromaterno, y noso_tros, los buenos, desampara-dos y á merced de O’Donnell, que no piensamás que en traernos ese ganado hambriento,ese pisto, Seiíor, de moderados y apóstatas,cuyo ideal no es más que comer, comer,comer...,

Escosura dijo á Sagasta: “Vayan usted yCalvo Asensio á ver si le convencen... yonada he podido. ,, Ya en este punto y hora,que era la de las tres, iban llegando más di-putados, y los divanes del Salón de Confe-rencias, que desde la inauguración del edifi-cio eran cómodo asiento de gobernadores ce-santes, de pretendientes crónicos 6 charlado-

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92 B. P&tFZ QALD60res por afición y costumbre, se poblaban devagos. Creyerase que los tales habían na-cido allí, ó que no tenían más oficio niotros fines de vida que petrificarse sobreaquellos blandos terciopelos. Cuando el nú-mero de diputados en la casa pasó de seisdocenas, dispuso abrir la sesión el Vicepre--sidente don Pascual Madoz. Desairada, ti-rando á ridícula, resultaba la reunión de losrepresentantes del Pueblo, y fúnebres losdiscursillos que allí se pronunciaron. LasCortes Constituyentes agonizaban. O”Don-nell ni aun quería hacerles el honor de di-solverlas manu militari. Se votó una propo-sición, en la que unos ochenta caballerosdeclaraban que el Gobierno de don Leopoldono les hacía maldita gracia, y los que fueronen comisión á Palacio para llevar el papeli-to volvieron con las orejas gachas, diciendoque O’Donnell, Ríos Rosas y los demás Mi-nistros nuevos les habían despedido con uncortés puntapié... Las Cortes se acababanmorían sin lucha y sin gloria, abandonada;del caudillo que tenía el deber de defender-las, y lloraban su desdichada suerte frenteá diez y ocho mil hijos ingratos, que no sa-bían disparar un tiro en defensa de su madre.

Los votantes de la proposición de censuraiban desfilando hacia la calle, con la idea deque más seguros estarían en su casa queallí, por si á O’Donnell le daba la ventolerade meter tropas en el estntdecimiento conobjeto de asegurar al moribundo. Unos trein-ta 6 cuarenta quedaban, firmes en los esca-

ObONNEtJ¿ ssfios, arrogantes ante su menguado numero,y votaron una proposición que en puridaddecía: “Hallándose amenazada la inmunidadde las Cortes. . . confiamos á don BaldomeroEspartero el mando de las fuerzas necesariasá su defensa, á cuyo fin se comunicará estedecreto á todos los Cuerpos del Ejército yMilicia Nacional, cceterccyue gentium.. . ,, Y álos pocos instantes de que fuera votado esteacuerdo, á estilo de Convención, se oy cla-ramente en todo el edificio ruido lejano detiros, con lo que algunos se alegraron vien-do justificada la actitud de los firmantes dela proposición, y celebraban la lucha, prólogoquizás de un airoso morir, mientras otros,revistiéndose de prudencia, se escabullíanhacia las puertas de Floridablanca y el Flo-rín, para ir á buscar el seguro de sus casas.

Entró Centurión en eL pasillo largo gri-tando: “Ya se armó. La Milicia se bate, se--ñores. . . iEn la Plaza de Santo Domingo, unfuego horroroso!. . . La Libertad puede morir;pero no deshonrarse en este trance supremo,metiéndose debajo de las camas.

--iEstá el Duque al frente de los milicia-nos? - le preguntó Eugenio García Ruiz,que era el más caliente de los diputados fie-les á la Representación Nacional; y Centu-rión dijo: “No lo sé; no puedo afirmarlo...lo presumo, sin más dato que el coraje conque han roto el fuego.. . Tenemos Duque. Siaún dudara, la bravura de nuestro puebloarmado le decidiría.,, A este optimismocasi pueril opuso Sagasta una de sus m&s

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94 s. PlwZ GfiLbbB

delicadas sonrisas, y rascándose la barba,dijo á García Ruiz: “No nos hagamos ilusio-nes; el Duque no se mueve más que para

irse á Logroño. Hemos estado á verle CalvoAsensio y yo, y nos ha dicho...

-iQue os ha dicho?... iE ctimplase desiempre? Es burlarse de nosotros; es arrojarla Libertad, atada de pies y manos, á lospies de los caballos de O’Donnell y Serrano.iC&mplase!... iY á cuándo espera?

-No se,-murmuró Sagasta acariciándo-se de nuevo la barba, cuyas hebras sonabanlevemente al rasgueo de sus uñas.

-iQué razón hay para esa calma increí-ble, para ese abandono de los principios?. . .iEl... Espartero! -preguntaba García Ruizlleno de confusiones. Y el gran Centurión,no tan confuso como indignado, reforzó lapregunta en la for;ma más colérica: “iQuérazón hay, cojondrios?

-Alguna razón hay-dijo Calvo Asen-sío ceñudo, frío.-No puede ponerse el Du-que en esa actitud sin alguna razón.. .zón de peso, Eugenio... Ya te la diré.,

y ra-

Aransis y Beramendi, oyendo el fragorlejano de tiros á cada instante más intenso,salieron á la puerta de Floridablanca y allídeliberaron qué camino tomarían para la re-tirada. Proponía Guillermo que fueran á sucasa, calle del Turco, de la cual muy pocodistaban. Pero como insistiera Fajardo en irá la suya, por no estar ausente de su fami-lia en días de trifulca, allá corrieron los dos,tomando la vuelta que creían menos peli-

O’DOrtti Etii 95grosa. En el Congreso quedó Centurión,que si no era diputado lo parecía, por el ar-diente celo que mostraba, mirando la digni-dad de la Representación Nacional,como lasuya propia, y desviviéndose porque fuesede todos honrada y enaltecida. En la mismaidea y tensión estaba García Ruiz, castella-no viejo con toda la seca testarudez de laraza, hombre de voluntad más que de fanta-sia, calificado entonces entre los sectariosfuribundos, y que no lo era realmente, puesen 61 lucía la claridad del buen sentido, yhabría dado cuerpo á las ideas dentro de losmoldes de la realidad, si se le presentaraocasión de hacerlo. Nicolás Rivero, otro delos.que allí permanecían, trataba de infun-dir con su presencia un aliento más de vidaá las Cortes moribundas. Poca fe tenía yaen que la Institución saliera bien de aquelsoponcio, y como á difunta la miraba. “Ze-ñores - decía, - iqué hacemos aquí? Velarel cadáver.,, Y Madoz, vehemente y prác-tico, como mestizo de catalán y aragonés,respondía: “Pues velaremos por si le da lagana de resucitar, y estaremos al cuidadode que no lo profanen.,, Fernando Garrido,revolucionario ardiente, partidario de los re-medios heróicos, salía y entraba con Centu-rión, trayendo noticias consoladoras: “Lacosa va de veras. Hemos visto á Manolo Be-cerra y á Sixto Cámara que van á ponerseal frente del 5.” de Ligeros... En la Plaza

‘de Santo Domingo se está levantando unabarricada formidable, que ha de dar algún.

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disgusto á los de Palacio., . Cuentan que ênPalacio el pánico es horroroso... Hay tropaen Chamberí, tropa detrás del Retiro; peromuy des@en tada.. .alentada...,,

nos dicen que muy des-El General Infante, Presiden-

te, ponía-en duda lo del desaliento, y cuan-do llegó la noche dormitaba en un sillón desu despacho. Seoane y Montemar volvieroná la persecución de Espartero, que abando-nando su casa se había trasladado á la deGurrea; y Sagasta y Calvo Asensio se mos-traban tristes y resignados, como hombresque, viendo con claridad las causas, espera-ban en calma los tristes efectos.

Así pasó la mayor parte de la noche,en expectación melancólica y amodorrante,pues no se oían tiros próximos ni lejanos, nillegaban al Congreso indicios de haberse tra-bado una formal batalla entre nacionales ytropa. Los diputados fieles, apegados porrespeto y amor á la casa paterna, con los afi-cionados políticos que les acompañaban enel duelo, velaban dispersos aquí y allí, engrupos que se juntaron locuaces y se dis-gregaban soñolientos. Las voces se extin-guían; el salón de Sesiones y el de Confe-rencias, alumbrados como para grandes es-cenas parlamentarias, ostentaban su esplén-dida soledad de capilla ardiente... Por fin,á las últimas horas de la noche, que en aque-lla estación era muy corta, empezó á mani-festarse en los grupos alguna animación,por aires que entraban de la calle, y perso-nas que acudían al recinto mortuorio... De

O’DONNELL 971 cuatro á cinco, el bullicio y animaci6n cre--. cieron hasta el punto de que pudo decir hla-

doz: “ i,Resucitaremos? iVaya que si resuci-táramos! . , . ,, A las seis, un intenso ruido,como el de las olas del mar, indicó que gran-des masas de gente ocupaban las calles pr6-ximas. Oyéronse los mugidos de vivas ymueras, que son la espuma que salta en elhinchado tumulto de las muchedumbres.Por las puertas de Floridablanca y del Flo-rín entraron hombres uniformados, con ar-mas, y otros que las llevaban sobre la ropaordinaria de paisano, como los cazadores quevan al monte. Eran milkianos y guerrille-ros de campo y calle, que venían á ofrecer-se á la Representación Nacional para su cus-todia y defensa. Se dijo que las tropas man-dadas por Serrano ocupaban Recoletos: se-puramente ocuparían el Prado. Venían -ádisolver, empresa sencillísima dos horas an-tes, pues las Cortes no tenían á su lado másque á los maceros; pero no muy fácil ya, contan ta gente decidida en su recinto, y algunamás que vendría pronto y tomaría posicio-nes. El interk del suceso histkico pasó delinterior á las inmediaciones del Congreso.Los milicianos, obedientes á jefes con uni-forme 6 sin 61, se dirigían en secciones á lascasas de Vistahermosa y Medinaceli, queocuparon, situándose en los aposentos deplanta baja y desvanes.. . Tomó el mando deellos el menos militar de los hombres, el demás pacífica y bonachona estampa: don Pas-cual Madoz.

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Ya el rubicundo Febo esparcía sus rayosportodo Madrid, cuando entre las multitu-des que invadían y cercaban el Palacio delas Cortes, apareció Espartero, no á caballo,con arreos y jactancia de caudillo que con-duce á sus prosélitos al combate, sino pe-destremente, en traje civil. Dentro y fuerade las Cortes echó breves peroratas conmenor ahuecación de voz que la comun-mente usada por él frente al pueblo, y ter-minaba con vivas á laLibertad y á la Inde-pendencia nacional. Todo era una vana fór-mula, dedada de miel para entretener el an.sia popular, 6 escape instintivo de los cari-ños de su alma, que no podía contener. . . Asus exclamaciones respondió la patrio teríacon otras, y luego dio media vuelta para to-mar la calle de Floridablanca, en compa-ñía de Montemar, Gurrea y Seoane. Iría talvez á ponerse las botas, á montar á caballo,á sacar de la funda la espada gloriosa,panacea infalible contra las enfermedades dela España Libre... Esto creyeron algunos.Los desconsolados ojos de los milicianos levieron partir, y él desde lejos espaciaba so-bre la multitud una mirada triste. Se des-pedía para Logroño.

A Centurión faltábale poco para llorar;García Ruiz maldecía su suerte. Calvo Asen-sio y Sagasta, melancólicos, arrojaban estasgotas de agua fría sobre el ardiente afán desus amigos: “No puede, no puede.. . Ya com-prendeis que valor no le falta.

-Y con ponerse á la cabeza. de la brava

O'DONNELL 99Milicia, y soltar cuatro tacos, lcojondrios!arrollaría fácilmente á nuestros enemigos, álos eternos enemigos de la Libertad.

--Sí, los arrollaría.. . Caerían hechos pol-vo; pero con ellos vendría también al sue-lo, rompiéndose en mil pedazos, el Trono,señores.. .

-iY que?...-iOh!... es pronto... es grave. . . Esparte-

ro no quiere tal responsabilidad.-i Desgraciado país!. . . ,,Diciendo esto el que lo dijo, los cañones

que Serrano había puesto en el Tívoli em-pezaron á vomitar metralla contra Medina-celi, y granadas contra las Cortes.

XI

Tenía Serrano, Capitán General de Ma-drid, lo que en Andalucía llaman ángel. Másque á su guapeza, por la que obtuvo de Realboca el apodo de General bonito, debía loséxitos á su afabilidad, ciertamente com-patible, en el caso suyo, con el valor mili-tar temerario, en ocasiones heróico. Fas-ciaaba á las tropas con alocuciones retum-bantes, como las de Espartero, y las llevabatras sí con el ejemplo de su propia bravura,dando el pecho al peligro. Era, pues, un-valiente, no inferior á ninguno de los de-más caudillos de nuestras luchas civiles,

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perfecto guerrillero más que general, y consu valor, su buena estampa, y la suerte, quesuele acompañar á .los atrevidos en épo-cas de revueltas y en países cuya legislacióny costumbres no están fundamentadas sobresólidas instituciones, llegó muy joven á lacumbre de la jerarquía militar.. . Entiénda-se que el valor de Serrano era exclusiva-mente del orden guerrero, pues fuera de losdominios de Marte, su voluntad desmayaba,haciéndose materia blanducha, fácilmenteadaptable á las formas sobre que caía. En élse marcaban con gran relieve los caracteresde la generación política y militar á que letocó pertenecer. Todos en aquella especie ófamilia zoológica eran lo mismo: los milita-res muy valientes, los paisanos muy retóri-cos; aquellos echando el corazón por delanteen los casos de guerra, éstos eqjaretandodiscursos con perífrasis galanas ó bravatas

ampulosas, y cuando era llegada la ocasiónde hacer algo de provecho, todos resultabanfallidos, y procedían como mujeres más ómenos p6blicas.

Ko había lucido hasta entonces en Serra-.no ninguna cualidad de hombre político.En este punto, nada tenía que envidiar áNarváez, que fuera de algunos rasgos deenergía, brotes repentinos de su tempera-mento, nada estable había producido; ni áEspartero, que inició alguna suerte lucida,puso en ella la mano, mas no supo 6 no pudorematarla; ni á O’Donnell. que hasta enton-ces no era más que un enigma. Quizás se

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aproximaba el día en que la esfinge de Vi -1 1 1 1.cãlvaro hablase, y ae sus palabras saliesealgo práctico que nos trajera permanentesbeneficios. Serrano debió creerlo así; fiabaen la eficacia de lo que llamaban Unz& Li-beral, la concentración de los hombres máslistos y presentables de los dos bandos his-tóricos, y ofrecía su concurso á esta obra fe-cunda. l3n su mano había puesto O’Donnelllas tropas que debían aniquilar á los diez yocho mil milicianos mal contados. jSantia-go y á elloO! Serrano, ayudado por Dulce,hombre de coraje también, no dudaba de lapronta dispersión de la chusma uniformada.Y al entrar en los jardines del Tívoli, pen-sando en la seguridad de su triunfo, el sim-pático General fue asaltado de escrúpulos ytemores que no carecían de lógico funda-mento. “iEstaría bueno - se decía--que des-pués de dar nosotros la cara para echar alDuque y de cargar con la impopularidad deldesarme del Pueblo, nos salga Palacio conalguna mala partida, y nos mande á paseo,y llame al chino Narwíez, para que nosponga á todos el h-i!,,

Conocía muy bien el salado General laveleidosa condición de la Reina, sus sar-casmos y disimulos, heredados de Fernan-do VII, y sus preferencias por la políticamoderada; conocía también, y mejor quenadie, la flaqueza del corazón de Isabel antelas taimadas sugestiones de una beata em-baucadora; sabía que fácilmente se ganabala Real voluntad, no siendo en aquel nebu-