Cuentos Buen Aniversario 2013

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Cuentos

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  • BUEN ANIVERSARIORecuento de diez aos

    Seleccin, presentacin y notas Elkin Obregn S.

  • 2Primera edicin 5.000 ejemplares Medelln, noviembre de 2013

    Edita: Fundacin CONFIAR Calle 52 N. 49-40 Tel: 448 7500 Ext. 4201. Medelln [email protected] www.confiar.coop

    ISBN volumen: 978-958-57673-4-8 ISBN obra completa: 958-4702-7

    Diseo e Impresin: Pregn S.A.S.

    Este libro no tiene valor comercial y es de distribucin gratuita

  • Presentacin ........................................7

    El trabajo .............................................9

    La lavandera.................................................11 Isaac Bashevis Singer

    Que pase el aserrador ..................................23 Jess del Corral

    Cuentos del dinero, la riqueza y el poder ...........................39

    La guaca .......................................................41 Hctor Abad Faciolince

    El mayordomo .............................................63 Roald Dahl

    El mensaje ....................................................73 Luis Fernando Verssimo

    Contenido

  • 4Cuentos solidarios ..............................81

    Tierra en los zapatos ...................................83 Esther Fleisacher

    Seguir de pobres ..........................................89 Ignacio Aldecoa

    La nia muerta ............................................107 Gabrielle Roy

    Variaciones sobre el ocio ....................121

    Cuento de escuela .......................................123 Joaquim Maria Machado de Assis

    Bote de motor ..............................................141 Dezs Kosztolnyi

    Tres sillones de colores ...............................157 Miguel Gila

    Cuentos policiales y de misterio .......................................163

    El club de los martes ...................................165 Agatha Christie

    Un negocio con diamantes .........................189 R. L. Stevens

    Erotismo de saln ...............................201

    Del arco de la vieja ......................................203 Fernando Sabino

    El magnficat ................................................211 Matteo Bandello

  • El gallo .........................................................219 Efe Gmez

    Alice .............................................................223 Rubem Fonseca

    El catalejo ....................................................233 David Snchez Juliao

    Nuevos cuentos colombianos ........................................237

    Esa seora tan buena ..................................239 Luca Donado Copello

    Navidad en Eisleben ....................................249 Libaniel Marulanda

    Antgona ......................................................261 scar Daro Ruiz

    Gajes del oficio ............................................267 Javier Gil Gallego

    Deporte y letras ..................................275

    Viejo con rbol ............................................277 Roberto Fontanarrosa

    El Esperanza Ftbol Club ...........................287 Orgenes Lessa

    Hombre en el mar .......................................301 Rubem Braga

    Balada para Pel ...........................................307 Horacio Ferrer

  • 6Literatura fantstica............................313

    Sola y su alma .............................................315 Thomas Bailey Aldrich

    El gesto de la muerte ...................................319 Jean Cocteau

    Los ganadores de maana ...........................323 Holloway Horn

    Ante la ley....................................................333 Franz Kafka

    Historia de los dos que soaron .................339 Gustavo Weil

    Palabras musicales ..............................345

    Cantiga de Esponsales ................................347 J. M. Machado de Assis

    La Odisea (fragmento) ................................357 Homero

    Balada de los bhos estticos .....................363 Len de Greiff

    Dos poemas de Aurelio Arturo ...................369 Cantaba Cancin del Valle

    Nocturno I ...................................................375 Jos Asuncin Silva

  • 7Presentacin

    Diez tomos sucesivos, uno por ao, complet en el 2012 la coleccin de libros CONFIAR en la Cultura. Pequeos volmenes, de generoso tiraje y distribucin gratuita. Todo un ejemplo de trabajo cultural en el mbito de la lectura. Para conmemorar esos diez libros se publica ste, una especie de antologa, o de seleccin, de lo que hasta aqu se ha incluido. Todo, por supuesto, a juicio del compilador quien, con pena lo confiesa, ha debido dejar por fuera muchos temas que ama. Pero, en fin. Quede este libro conmemorativo como un pequeo resumen de diez aos de labor que a todos (editores y lectores), nos han sido sin duda muy gratos.

    E.O.S.

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  • El trabajo

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  • La lavanderaIsaac Bashevis Singer

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    ISAAC BASHEVIS SINGER (1904-1991). Escritor polaco, hijo de un rabino, escribi buena parte de su obra en yidish. Emigr a Estados Unidos en 1935. Ctense algunas de sus novelas, por lo dems numerossimas: El mago de Lubln, La familia Moskat, Los herederos, Sombras sobre el Hudson. Es autor adems de dos libros de memorias: En la corte de mi padre y Amor y exilio. Recibi en 1978 el premio Nobel de literatura. Varias de sus obras han sido llevadas al cine.

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    Nuestra familia tena poco contacto con gentiles. El nico gentil del edificio era el portero, que sola venir los viernes por su propina: La plata del viernes. Se quedaba parado junto a la puerta, se quitaba el sombrero y mi madre le entregaba seis centavos.

    Adems del portero, gentiles eran tambin las lavanderas, que venan a casa por la ropa sucia. Mi historia se refiere a una de ellas.

    Era una anciana, pequea y arrugada, que cuando comenz a lavarnos la ropa contaba ya ms de setenta aos. La mayora de las mujeres judas de esa edad eran enfermizas, dbiles, y de mal estado fsico; las mujeres de nuestra calle tenan las espaldas encorvadas y usaban bastones para caminar, mas esta lavandera, pequea y delgada como era, posea

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    una fuerza proveniente de generaciones de antepasados campesinos. Mam sola sacar del saco la ropa que se haba acumulado durante varias semanas y contarla delante de ella, que entonces alzaba el pesado bulto, lo acomodaba en sus hombros angostos y emprenda el largo camino a casa. Tambin ella viva en la calle Krochmalna, pero al otro extremo, cerca de Wola, lo cual quera decir que deba caminar hora y media.

    Ms o menos dos semanas despus traa la ropa. Mi madre estaba ms contenta con ella que con ninguna otra antes porque dejaba cada pieza de ropa blanca reluciente como la plata brillada, y no cobraba ms. Haba sido un verdadero hallazgo. Mi madre siempre le tena listo el dinero para que no tuviese que venir una segunda vez desde tan lejos.

    Lavar la ropa no era trabajo fcil en aquellos das. La anciana no tena grifo en el lugar donde viva y deba traer el agua desde una bomba. Para que la ropa blanca quedara tan limpia era preciso estregarla bien en una tina, echarle soda, dejarla en remojo, hervirla en una olla enorme, almidonarla y plancharla. Cada pieza era manipulada diez o ms veces. Y el secado! No poda hacerse al aire libre porque los ladrones se la robaban, y una vez escurrida, deba llevarse al desvn

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    para colgarla en alambres. En el invierno se pona tan quebradiza como el vidrio y casi se parta al tocarla. Adems, siempre se formaban zafarranchos con las otras amas de casa y lavanderas que queran el desvn para ellas. Slo Dios saba cunto deba soportar cada vez que lavaba!

    La anciana podra haber pedido limosna a la entrada de una iglesia o ingresar a un asilo para ancianos indigentes, pero tena un cierto orgullo y aquel amor al trabajo con el que los gentiles han sido bendecidos. No deseaba convertirse en carga para nadie y por eso llevaba su carga sola.

    Como mi madre hablaba algo de polaco, la vieja conversaba con ella sobre muchas cosas. A m me quera de manera especial. Sola decir que me pareca a Jess, cosa que repeta cada vez que vena y ante la cual mi madre sola fruncir el ceo y murmurar para s, moviendo los labios en forma casi imperceptible: Que el viento se lleve sus palabras.

    La mujer tena un hijo rico ya no recuerdo en qu negociaba, que se avergonzaba de su madre, la lavandera; nunca vena a verla ni le daba un centavo. La anciana contaba todo esto sin rencor. Un da su hijo se cas, parece que con un buen

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    partido. La boda se celebr en una iglesia; aunque el hijo no haba invitado a su anciana madre, ella se fue a esperar en las escalinatas para verlo llevar a la joven dama al altar. No quiero parecer chovinista, mas no creo que un hijo judo hubiese actuado de este modo. Pero si lo hiciera, no dudo que la madre juda armara un escndalo y se lamentara y hasta enviara por el bedel para llamarlo al orden. En sntesis, los judos son judos y los gentiles, gentiles.

    La historia del hijo ingrato dej una profunda impresin en mi madre, que por das y das habl del asunto, pues lo consideraba no slo una afrenta a la anciana sino a toda la institucin de la maternidad. Mi madre alegaba:

    Nu, paga acaso sacrificarse por los hijos? La madre consume hasta su ltimo aliento y el hombre ni siquiera conoce el significado de la palabra lealtad.

    Y empezaba a echar sombras indirectas, insinuando que no estaba segura de sus propios hijos:

    Quin sabe qu sern capaces de hacer algn da?

    No obstante, esto no le impeda dedicarse de cuerpo y alma a nosotros. Si en casa haba alguna golosina, la guardaba para los nios; se

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    inventaba toda suerte de disculpas y razones para explicar por qu no quera probarla ella misma; conoca encantamientos que databan de tiempos antiguos y usaba expresiones heredadas de generaciones de madres y abuelas devotas; si uno de sus hijos se quejaba de algn dolor, ella dira: Permita Dios que yo sea tu rescate y sobrevivas a mis huesos, o Que sirva yo de expiacin hasta para tu dedo meique. Cuando comamos deca: Salud y tutanos en los huesos. La vspera de luna nueva nos daba un pedazo de dulce especial dicindonos que era para prevenir las lombrices. Si a alguno de nosotros le entraba una mugre en un ojo, se la quitaba con la lengua; nos daba tambin confites contra la tos, y de tiempo en tiempo nos llevaba a que nos bendijeran contra el mal de ojo. No obstante, lea tambin obras filosficas serias, como Los deberes del corazn, El libro de la alianza y otras.

    Pero regresemos a la lavandera. Aquel haba sido un invierno crudo y en las calles haca un fro atenazador. Por ms caliente que estuviese nuestra estufa las ventanas se llenaban de dibujos de escarcha y se adornaban de carmbanos; los peridicos informaban que la gente se mora de fro y el carbn comenz a escasear; el invierno lleg a ponerse tan duro que los padres dejaron de

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    enviar a sus hijos al jder, y hasta las escuelas polacas fueron cerradas.

    En un da como estos, la lavandera, ahora de casi ochenta aos, lleg a nuestra casa. En las ltimas semanas se haba acumulado gran cantidad de ropa para lavar. Mi madre le sirvi una taza de t para que se calentara, y una hogaza de pan. La anciana se sent en el asiento de la cocina, tiritando, y se calentaba las manos contra la tetera. Tena los dedos torcidos a causa del trabajo, y quizs tambin de la artritis, y las uas de un extrao color blanco: eran manos que hablaban de la tozudez humana, de la voluntad de trabajar no slo hasta donde la fuerza lo permite sino aun ms all de sus lmites. Mam cont la ropa y elabor la lista: camisillas de hombre, vestidos de mujer, pantaloncillos largos, bombachos, enaguas, camisas, fundas para los edredones de plumas, fundas de almohadas, sbanas, y los chales con flecos de los hombres. S, la mujer gentil tambin lavaba estas indumentarias sagradas.

    El bulto era grande, ms de lo normal. Cuando la mujer se lo puso sobre los hombros, la tap por completo. Al principio se tambale, como si fuera a caerse bajo el peso de la carga, pero una obstinacin interior pareca gritarle: No, no te puedes

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    caer. Un burro puede permitirse el lujo de doblegarse bajo el peso de su carga, mas no el ser humano, rey de la creacin.

    Fue terrible observar a la vieja salir bambolendose bajo su enorme bulto a enfrentar una nieve seca como la sal y un aire lleno de remolinos blancos de nieve en polvo, como duendes que danzan en el fro. Lograra la anciana llegar a Wola? La buena mujer desapareci y mi madre suspir y se puso a orar por ella.

    Normalmente la mujer regresaba con la ropa en dos semanas, o mximo tres; pero en esta ocasin pasaron tres, luego cuatro y cinco, y nada se saba de la anciana. Nos quedamos sin ropa de cama; el fro se haca cada vez ms intenso, los alambres de los telfonos se volvieron tan gruesos como cables, las ramas de los rboles parecan de vidrio; haba cado tanta nieve que las calles se haban desnivelado, y en muchas era posible deslizarse en trineos como si fuesen laderas de una colina. La gente de buen corazn haca fogatas en la calle para que los vagabundos se calentaran y asaran papas, en caso de tenerlas.

    Para nosotros, la ausencia de la vieja fue una catstrofe. Necesitbamos la ropa, pero no sabamos su direccin. Todo pareca

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    indicar que haba sufrido un colapso, y haba muerto. Mi madre declar que ella haba tenido la premonicin, cuando la vieja sali de la casa la ltima vez, de que no volvera a ver nuestras cosas nunca ms. Encontr unas camisas viejas y rotas, las lav y las remend. Lamentbamos no slo nuestra ropa sino a la anciana mujer, agobiada de trabajo, que se haba hecho cercana a nosotros durante tantos aos de servicio fiel.

    Ms de dos meses transcurrieron; aquella helada haba cedido y una nueva lleg; otra ola de fro. Una noche, mientras mam remendaba una camisa, sentada al pie de la lmpara de kerosene, la puerta se abri para dar paso a una pequea bocanada de vapor, seguida de un bulto gigante. Bajo el bulto se tambaleaba la anciana, su semblante blanco como una sbana de lino. Unas pocas mechas de pelo gris se asomaban en desorden por su chal. Mam sofoc un grito; era como si un cadver hubiese entrado al cuarto; yo corr hacia ella y le ayud a bajar el bulto. Se vea ms delgada an, ms gacha, con el rostro ms enjuto. Mova la cabeza de un lado a otro, como diciendo no. Era incapaz de emitir una sola palabra clara; slo murmuraba algo indefinido con su boca hundida y sus plidos labios.

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    Tras recuperar el aliento, nos cont que haba estado muy, muy enferma, no recuerdo de qu; slo s que se haba visto tan mal que alguien haba llamado a un mdico y ste haba mandado por un sacerdote. Le informaron esto al hijo y contribuy con dinero para el atad y el funeral. Mas el Todopoderoso no quera llevarse an a esta alma adolorida. Comenz entonces a sentirse mejor, se restableci, y apenas fue capaz de sostenerse en sus dos pies reanud su trabajo, y lav no slo nuestra ropa sino asimismo la de varias otras familias.

    No poda descansar con tranquilidad en mi cama con tanta ropa para lavar explic la anciana. La ropa no me dej morir.

    Con la ayuda de Dios, vas a vivir hasta los ciento veinte aos dijo mi madre bendicindola.

    Que Dios no lo quiera! Para qu tener una vida tan larga? El trabajo est cada vez ms duro, las fuerzas me abandonan, no deseo ser carga para nadie!

    La anciana murmur algo, se santigu, y levant los ojos al cielo. Por fortuna haba algo de dinero en casa y mam cont lo que le deba. Tuve un extrao sentimiento: las monedas, en aquellas manos viejas y gastadas

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    de tanto lavar, tambin parecan cansadas, limpias y piadosas, como su duea. Las sopl, las amarr en un pauelo y se march, no sin antes prometer que regresara en unas semanas por una nueva carga de ropa sucia.

    Pero no regres ms. El bulto devuelto poco antes haba sido su ltimo esfuerzo en este mundo. La haba animado la indomable voluntad de regresar la propiedad a sus legtimos dueos, de cumplir a cabalidad con la tarea emprendida.

    Y ahora s, su cuerpo, que desde tiempo atrs era slo un tiesto viejo sostenido por la fuerza de la honestidad y del deber, se haba derrumbado. Su alma pas a aquellas esferas donde todas las almas se encuentran, sin importar los credos, las lenguas y los papeles desempeados en este mundo. No puedo concebir el Edn sin esta lavandera, y no puedo siquiera imaginar un mundo donde no exista recompensa para un esfuerzo semejante.

    De En la corte de mi padre Traduccin de Eva Zimmerman

  • Que pase el aserradorJess del Corral

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    JESS DEL CORRAL (1871-1931). Cuentista y periodista antioqueo, autor de crnicas llenas de gracia y de entraable conocimiento de las gentes de su tierra. Lo mejor de sus escritos fue recopilado en un volumen pstumo (Bogot, 1944), bajo el ttulo de Cuentos y crnicas. El relato que aqu se reproduce es, sin duda, su obra maestra.

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    Entre Antioquia y Sopetrn, en las orillas del ro Cauca estaba yo fundando una hacienda. Me acompaaba en calidad de mayordomo Simn Prez, que era todo un hombre, pues ya tena treinta aos, y veinte de ellos los haba pasado en lucha tenaz y brava con la naturaleza, sin sufrir jams grave derrota. Ni siquiera el paludismo haba logrado hincarle el diente, a pesar de que Simn siempre anduvo entre zancudos y dems bichos agresivos.

    Para l no haba dificultad, y cuando se le propona que hiciera algo difcil que l no haba hecho nunca, siempre contestaba con esta frase alegre y alentadora: Vamos a ver; ms arriesga la pava que el que le tira, y el mico come chumbimba en tiempo de necesidad.

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    Un sbado en la noche, despus del pago de peones, nos quedamos Simn y yo conversando en el corredor de la casa y haciendo planes para las faenas de la semana entrante, y como yo le manifestara que necesitbamos veinte tablas para construir unas canales en las acequias, y que no haba aserradores en el contorno, me dijo:

    sas se las asierro yo en estos das.Cmo? le pregunt Sabe usted

    aserrar?Divinamente; soy aserrador graduado,

    y tal vez el que ha ganado ms alto jornal en ese oficio. Que dnde aprend? Voy a contarle esa historia que es divertida.

    Y me refiri esto que es verdaderamente original:

    En la guerra del 85 me reclutaron y me llevaban para la Costa por los Llanos de Ayapel, cuando resolv desertar, en compaa de un indio boyacense. Una noche que estbamos ambos de centinelas, las emplumamos por una caada, sin dejarle saludes al general Mateus. Al da siguiente ya estbamos a diez leguas de nuestro ilustre jefe, en medio de una montaa donde cantaban los gurres y maromeaban los micos. Cuatro das anduvimos entre bosques, sin comer, y con los pies heridos por las espinas de las

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    chontas, pues bamos rompiendo rastrojo con el cuerpo, como vacas ladronas.

    Lo que es el miedo al cepo de campaa con que acariciaban a los desertores, y a los quinientos palos con que los maduran antes de tiempo!

    Yo haba odo hablar de una empresa minera que estaba fundando el conde de Nadal en el ro Nus, y resolv orientarme hacia all, as al tanteo, y siguiendo por la orilla de una quebrada que, segn me haban dicho, desembocaba en aquel ro. Efectivamente, al sptimo da, por la maana, salimos el indio y yo a la desembocadura, y no lejos de all vimos, entre unas peas, un hombre que estaba sentado en la orilla opuesta a la que llevbamos nosotros. Fue grande nuestra alegra al verlo, pues bamos casi muertos de hambre y era seguro que l nos dara de comer.

    Compadre le grit cmo se llama esto aqu? La mina de Nus est muy lejos?

    Aqu es; yo soy el encargado de la tarabita para el paso pero tengo orden de no pasar a nadie, porque no se necesitan peones. Lo nico que hace falta son aserradores.

    No vacil un momento en replicar:Ya lo saba y por eso he venido, yo soy

    aserrador; eche la oroya para este lado.

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    Y el otro? pregunt sealando a mi compaero.

    El grandsimo majadero tampoco vacil en contestar rpidamente:

    Yo no s de eso, apenas soy pen.No me dio tiempo de aleccionarlo; de

    decirle que nos importaba comer a todo trance, aunque al da siguiente nos despacharan como a perros vagos; de mostrarle los peligros de muerte si continuaba vagando a la aventura porque estaban lejos los caseros, o el peligro de la diana de palos si lograba salir a algn pueblo antes de un mes. Nada; no me dio tiempo ni para guiarle el ojo, pues repiti su afirmacin sin que le volvieran a hacer la pregunta.

    No hubo remedio, y el encargado de manejar la tarabita ech el cajn para este lado del ro, despus de gritar: Que pase el aserrador!

    Me desped del pobre indio y pas.Diez minutos despus estaba yo en

    presencia del conde, con el cual tuve este dilogo:

    Cunto gana usted?A cmo pagan aqu?Yo tena dos magnficos aserradores,

    pero hace quince das muri uno de ellos; les pagaba a ocho reales.

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    Pues, seor conde, yo no trabajo a menos de doce reales; a eso me han pagado en todas las empresas en donde he estado y, adems, este clima es muy malo; aqu le da fiebre hasta a la quinina y a la sarpoleta.

    Bueno, maestro; el mono come chumbimba en tiempo de necesidad; qudese y le pagaremos los doce reales. Vyase a los cuarteles de peones a que le den de comer y el lunes empieza trabajos.

    Bendito sea Dios! Me iban a dar de comer; era sbado, al da siguiente me daran tambin de comer de balde. Y yo que para poder hablar tena que recostarme a la pared, pues me iba de espaldas por la debilidad en que estaba.

    Entr a la cocina y me com hasta la cscara de los pltanos. Me tragaba las yucas con pabilo y todo. Se me escaparon las ollas untadas de manteca porque eran de fierro. El perro de la cocina me vea con extraeza, como pensando: Caramba con el maestro; si se queda ocho das aqu, nos vamos a morir de hambre el gato y yo!

    A las siete de la noche me fui para la casa del conde, el cual viva con su mujer y dos hijos pequeos que tena.

    Un pen me dio tabaco y me prest un tiple. Llegu echando humo y cantando

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    la guabina. La pobre seora, que viva ms aburrida que un mico recin cogido, se alegr con mi canto y me suplic que me sentara en el corredor para que la entretuviera a ella y a sus nios, esa noche.

    Aqu es el tiro, Simn, dije para mis adentros; vamos a ganarnos esta gente, por si no resulta el aserro.

    Y les cant todas las trovas que saba. Porque eso s, yo no conoca serruchos, tableros y troceros, pero en cantos bravos s era veterano.

    Total, que la seora qued encantada y me dijo que fuera al da siguiente por la maana para que le divirtiera los muchachos, pues no saba qu hacer con ellos los domingos. Y me dio jamn, galletas y jalea de guayaba!

    Al otro da estaba este ilustre aserrador con los muchachos del seor conde, bandose en el ro, comiendo ciruelas pasas y, bendito sea Dios y el que exprimi las uvas, bebiendo vino tinto de las mejores marcas europeas!

    Lleg el lunes, y los muchachos no quisieron que el aserrador fuera a trabajar porque les haba prometido llevarlos a un guayabal a coger toches en trampa. Y el conde, rindose, convino en que el maestro se ganara sus doce reales de manera tan divertida.

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    Por fin el martes, di principio a mis labores. Me presentaron al otro aserrador para que me pusiera de acuerdo con l, y resolv pisarlo desde la entrada.

    Maestro le dije de modo que me oyera el conde, que estaba por all cerca, a m me gustan las cosas en orden. Primeramente sepamos qu es lo que se necesita con ms urgencia: tablas, tablones o cercos?

    Pues necesitamos cinco mil tablas de comino para las canales de la acequia, tres mil tablones para los edificios y unos diez mil cercos. Todo de comino, pero debemos comenzar por las tablas.

    Por poco me desmayo, trabajo para dos aos y a doce reales al da, bien cuidado y sin riesgo de que castigaran al desertor, porque estaba en propiedad extranjera.

    Entonces, vamos con mtodo. Lo primero que debemos hacer es dedicarnos a sealar rboles de comino, en el monte, que estn bien rectos y bien gruesos para que den bastantes tablas y no perdamos el tiempo. Despus los tumbamos, y, por ltimo, montamos el aserro. Todo con orden, s seor, porque si no, no resulta la cosa.

    As me gusta, maestro dijo el con-de, se ve que usted es hombre prctico. Disponga los trabajos como lo crea conveniente.

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    Qued, pues, dueo del campo. El otro maestro, un pobre majadero, comprendi que tena que agachar la cabeza ante este famoso aserrador improvisado. Y a poco salimos a la montaa a sealar rboles de comino. Cuando nos bamos a internar, le dije a mi compaero:

    No perdamos el tiempo andando juntos. Vyase usted por el alto, y yo me voy por la caada. Esta tarde nos encontramos aqu; fjese bien para que no seale rboles torcidos.

    Y sal caada abajo, buscando el ro. Y en la orilla de ste me pas el da, fumando tabaco y lavando la ropita que traje del cuartel del general Mateus.

    Por la tarde, en el punto citado, encontr al maestro y le pregunt:

    Vamos a ver, cuntos rboles seal?Doscientos veinte no ms, pero muy

    buenos.Pues perdi el da, yo seal trescientos

    cincuenta de primera clase.Haba que pisarlo en firme, y yo he sido

    gallo para eso.Por la noche me hizo llamar la seora

    del conde, y que llevara el tiple porque tena cena preparada; que los muchachos

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    estaban deseossimos de orme el cuento de Sebastin de las Gracias, que les haba yo prometido. Ah, y el del To Conejo y el compadre Armadillo, y ese otro de Juan sin Miedo, tan emocionante. Se cumpli el programa al pie de la letra. Cuentos y cantos divertidsimos; chistes de ocasin; cena con salmn, porque estbamos de vigilia; cigarros de anillito dorado; traguito de brandy para el aserrador, pues como haba trabajado tanto ese da, necesitaba el pobre que le sostuvieran las fuerzas. Ah, guiadas de ojos a una sirvienta buena moza que le trajo el chocolate al maestro y que al fin qued de las cuatro patitas cuando oy la cancin aquella de

    Cmo amarte torcaz quejumbrosa que en el monte se escucha gemir.

    Qu aserro mont esa noche! Le saqu tablas del espinazo al mismo seor conde. Y todo iba mezclado por si se daaba lo del aserro. Le cont al patrn que haba notado yo ciertos despilfarros en la cocina de peones y no pocas irregularidades en el servicio de la despensa; le habl de un remedio famoso para curar la renguera (inventado por m, por supuesto) y le promet conseguirle un bejuco en la montaa, admirable para todas las enfermedades de la digestin. (Todava me

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    acuerdo del nombrecito con que lo bautic: levantamuertos!)

    Encantados el hombre y su familia con el maestro Simn. Ocho das pas en la montaa, sealando rboles con mi compaero, o mejor dicho separados, porque yo siempre lo echaba por otro lado distinto al que yo escoga! Pero sabr usted que como yo no conoca el comino, tuve que ir primero a mirar los rboles que haba sealado el verdadero aserrador!

    Cuando ya tenamos marcados unos mil empezamos a echarlos al suelo ayudados por cinco peones. En esa tarea en la cual desempeaba yo el oficio del director, empleamos ms de quince das.

    Y todas las noches iba yo a la casa del conde y cenaba divinamente. Y los domingos almorzaba y coma all, porque era preciso distraer a los muchachos y a la sirvienta tambin.

    Yo era el sanalotodo en la mina. Mi consejo era decisivo, y no se haca nada sin mi opinin. Tal vez la clebre cortada del ro Nus fracas ms tarde por alguna bestialidad que yo indiqu!

    Todo iba a pedir de boca, cuando un da lleg la hora terrible de montar el aserro de madera. Ya estaba hecho el andamio, y

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    por cierto que cuando lo fabricamos hubo algunas complicaciones, porque el maestro me pregunt:

    Qu alto le ponemos?Cul acostumbran ustedes por aqu?Tres metros.Pngale tres con veinte, que es lo

    mandado entre buenos aserradores. (Si sirve con tres metros, por qu no ha de servir con veinte centmetros ms?)

    Ya estaba todo listo: la troza sobre el andamio, y los trazos hechos en ella (por mi compaero, porque yo me limitaba a dar rdenes). La lmpara encendida y el velo en el altar, como dice la cancin.

    Lleg el momento solemne, y una maana salimos, camino del aserradero, con los grandes serruchos al hombro. Primera vez que yo vea un comemadera de esos!

    Ya al pie del andamio, me pregunt el maestro:

    Es usted de abajo o de arriba?Para resolver tan grave asunto fing que

    me rascaba una pierna, y rpidamente pens: si me hago arriba, tal vez me tumba ste con el serrucho. De manera que al enderezarme contest:

    Yo me quedo abajo; encarmese usted.

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    Trep por los andamios, coloc el serrucho en la lnea empezamos a aserrar madera.

    Pero, seor, cmo fue aquello! El chorro de aserrn se vino sobre m y yo corcoveaba a lado y lado, sin saber cmo defenderme. Se me entraba por las narices, por las orejas, por los ojos, por el cuello de la camisa Virgen santa! Y yo que crea que eso de tirar de un serrucho era cosa fcil!

    Maestro me grit mi compaero, se est torciendo el corte.

    Pero hombre, con todos los diablos! Para eso est usted arriba, fjese y a plomo como Dios manda

    El pobre hombre no poda remediar la torcedura. Qu la iba a remediar si yo chapaleaba como pescado colgado del anzuelo.

    Viendo que me ahogaba entre las nubes de aserrn, le grit a mi compaero:

    Bjese, que yo subir a dirigir el corte.Cambiamos de puesto; y yo me coloqu

    en el borde del andamio, cog el serrucho y exclam:

    Arriba, pues, una dosTir el hombre y cuando yo iba a

    decir tres, me fui de cabeza y ca sobre mi

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    compaero. Patas arriba quedamos ambos, l con las narices reventadas y yo con dos dientes menos y un ojo que pareca una berenjena.

    La sorpresa del aserrador fue mayor que el golpe que le di. No pareca sino que le hubiera cado al pie un aerolito.

    Pero, maestro! exclam. Pero maestro!

    Qu maestro ni qu demonios! Sabe lo que hay? Que es la primera vez que yo le cojo los cachos a un serrucho de stos. Y usted que tir con tanta fuerza! Vea cmo me puso! (y le mostr el ojo daado).

    Y vea cmo me dej usted (y me ense las narices). Vinieron las explicaciones indispensables, para las cuales result un Vctor Hugo. Le cont mi historia, y casi lo hago llorar cuando le pint los trabajos que pas en la montaa en calidad de desertor. Luego remat con este discurso ms bien atornillado que un trapiche ingls:

    No diga usted una palabra de lo que ha pasado porque lo hago sacar de la mina. Yo les cort el ombligo al conde y a la seora, y a los muchachos los tengo de barba y cacho. Conque trguese la lengua y enseme a aserrar. En pago de eso le prometo darle todos los das durante tres meses dos reales

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    de los doce que yo gano. Fmese, pues, este tabaquito (y le ofrec uno), y explqueme cmo se maneja este mastodonte de serrucho.

    Como le habl en plata, y l ya conoca mis influencias en casa de los patrones, acept mi propuesta y empez la clase de aserro. Que el cuerpo se pona as, cuando uno estaba arriba, y de esta manera, cuando estaba abajo; que para evitar las molestias del aserrn se tapaban las narices con un pauelo cuatro pamplinadas que yo aprend en media hora.

    Y dur dos aos trabajando como aserrador principal con doce reales diarios, cuando los peones apenas ganaban cuatro. Y la casa que tengo en Sopetrn la compr con plata que traje de all. Y los quince bueyes que tengo aqu marcados con un serrucho, del aserro salieron Y el hijo mo, que ya me ayuda mucho en la arriera, es tambin hijo de la sirvienta del conde y ahijado de la condesa

    Cuando termin Simn su relato solt una bocanada de humo, clav en el techo la mirada y aadi despus:

    Y aquel pobre indio de Boyac se muri de hambre sin llegar a ser aserrador.

    De Cuentos y crnicas

  • Cuentos del dinero, la riqueza y el poder

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  • La guacaHctor Abad Faciolince

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    HCTOR ABAD FACIOLINCE (1958). Estudi Periodismo en la Universidad de Antioquia, y Lengua y Literaturas Modernas en la Universidad de Turn. Es uno de los ms destacados escritores colombianos de su generacin. Cuentista, cronista y novelista, ha escrito tambin un libro de viajes, y otro, Tratado de culinaria para mujeres tristes, de gnero inclasificable. Su novela Angosta (2003) ha sido considerada por ms de un crtico la ms importante publicada en Colombia durante la ltima dcada.

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    Cuando mi esposa volvi a enamorarse de su viejo amor, el fotgrafo, y se fue a vivir con l por El Retiro, yo me tuve que quedar solo con los nios. Ella no llamaba ni vena casi nunca, y pasaban meses enteros sin que supiramos de ella. Los nios lloraban mucho al principio, sobre todo Mara Isabel, la menor, pero a Juan Esteban, el mayor, le fue entrando una rabia parecida a la ma, que lo llevaba a levantar los hombros cada vez que le mencionaban a la mam. Ella se fue alejando, tanto de la ciudad como de nuestros pechos, hasta que todos en la casa terminamos refirindonos a ella, no con su nombre, que olvidamos, sino con un apelativo ms lejano y ms justo: la difunta. Yo a ella, a la difunta, no la culpaba del todo por su decisin; ella

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    haba querido al fotgrafo desde antes de casarse conmigo, y desde la adolescencia haban planeado que algn da se iran a vivir al campo. Ahora haban realizado su sueo de vida agreste y vivan en esa finca sin telfono en las afueras de El Retiro, al lado de una quebrada, con caballos y vacas y conejos. Pescaban truchas, paseaban los perros, y se bastaban tanto el uno al otro que casi nunca bajaban a Medelln.

    Despus del primer estupor del abandono, que me dej medio loco por semanas, aunque ms herido en el orgullo que en el amor, yo me fui acomodando, y a los meses me senta muy contento de vivir solo con los nios. Contento, pero tambin preocupado, porque con los horarios del peridico la vida diaria se me volvi imposible. Por un lado, todos los das tena que despertarlos a las seis para que tuvieran tiempo de baarse antes de que pasara el bus del colegio, y yo casi nunca poda acostarme antes de la una porque en un da bueno cerrbamos la edicin a medianoche, y en los das difciles el turno se prolongaba hasta ms tarde, a veces hasta las dos o las tres de la madrugada. Haba noches en que dorma menos de tres horas y despus, en el peridico, no era capaz de hacer nada bien y a veces me quedaba dormido encima del

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    escritorio. Yo no tena que llegar temprano al peridico, poda llegar a las diez o a las once de la maana, pero me angustiaba tambin que los nios llegaran solos por la tarde, al salir del colegio, aunque tres veces a la semana vena una empleada, y los otros das vena mi mam. Lo que pasa es que el peridico es una esclavitud, con turnos de ocho das sin fines de semana, con horarios de doce o trece horas, sin tiempo para estar con los hijos ni revisarles las tareas ni verlos crecer, sin siquiera un minuto para cortarles las uas.

    Las casas, adems, se van cayendo cuando no hay una mujer que las gobierne, y de mes en mes mi casa estaba ms sucia, ms triste, ms desordenada. La comida era psima, haba goteras, el timbre no sonaba, la cocina ola a grasa, las matas se secaron, un desastre. Por todo esto, y porque ya era seguro que la difunta no iba a resucitar, yo le propuse a mi mam que viviramos juntos, que comprramos un apartamento grande entre los dos y as ella poda ayudarme ms tiempo con los nios, y podamos dividir todos los gastos, y hasta pagar una muchacha fija que ayudara en los oficios. Mi madre es una seora viuda, jubilada, de ms de setenta aos, pero fuerte y activa todava. La idea de

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    vivir otra vez con el hijo, y sobre todo la idea de pasar toda la semana con los nietos, la llen de un entusiasmo juvenil entre edpico y maternal.

    Lo primero que hicimos fue poner en venta la casa donde yo viva con los nios, por el Estadio, y tuvimos mucha suerte porque un constructor haba comprado la casa de al lado y quera tambin la nuestra para poder levantar un edificio. La vend bien y puse el dinero en el banco mientras mi mam venda tambin su apartamento y juntbamos el capital para comprar algo ms grande y mejor entre los dos. Mientras ella venda, nos acomodamos todos all, en el apartamentico de ella, por la Floresta, pero como tena apenas un cuarto, los nios y yo tuvimos que apeuscarnos en la sala, entre muebles, colchones, cajas de ropa, juguetes y tiles del colegio. Fuera de eso yo haba cometido el error, para atenuarles la falta de mi esposa, de comprarles un perro, y entonces ramos cuatro los que tenamos que dormir en el mismo espacio, a veces entre olores que se me hace innecesario describir. Vivamos muy estrechos, pero menos infelices que antes y con la esperanza de una nueva casa en la que cada uno tendra su cuarto, y en la que todos esquivaramos la soledad.

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    Yo mismo vi el aviso en el peridico. Me llam la atencin porque el anuncio era ms grande de lo habitual, y hablaba de una urgencia por motivo de viaje al exterior. Adems reciban alguna propiedad de menor valor como parte de pago. Ofrecan un apartamento enorme, casi de trescientos metros, en una loma alta por El Poblado arriba, y por una cifra que pareca como del Estadio, el barrio ms modesto donde nosotros habamos vivido siempre. Llam a la inmobiliaria, les inform lo que poda darles de contado, el apartamento que tenamos para entregar como parte de pago, y por telfono la cosa les son. Esa misma tarde fui a ver la propiedad, una Unidad Cerrada con uno de esos nombres absurdos hispano-colombianos que ponen por aqu: Guaduales del Guadalquivir. El apartamento era demasiado para nosotros, en todos los sentidos: demasiado grande, demasiado lujoso, de una ostentacin excesiva. Yo tena un mazdita verde lora, que a m me pareca una finura, pero ni me imaginaba los carrazos que haba all parqueados, puras burbujas blindadas y jeeps metalizados. La Unidad tena piscina, adems, y zona de juegos, parque, sauna, jacuzzi, pista para trotar, todo eso. Lo increble es que el precio era tan

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    bueno que yo no tena que encimar mucho; bastaba que hiciera una hipoteca pequea, de menos de veinte millones, y la compra se poda hacer. Al otro da, un sbado, fuimos a verlo con mi mam y con los nios, y todos estbamos felices porque jams habamos ni soado con poder vivir en un sitio tan amplio y tan lujoso. No es que el apartamento fuera de buen gusto: los pisos eran todos de mrmol, de pared a pared, un mrmol verde oscuro, fro y brillante como la lpida de una tumba. En los techos haba molduras de yeso con adornos barrocos pintados en un dorado de gusto peor que regular; los grifos de los baos eran cisnes inmensos baados en oro, y los sanitarios, ms que tazas, parecan tronos. El cielo raso del cuarto principal era un mosaico cursi-ertico de espejos que yo ya no tendra con quin usar, y en el vestier, al lado, haba tambin una gran caja fuerte empotrada, que se poda camuflar detrs de los vestidos y donde nosotros no tenamos nada que guardar, ni joyas heredadas ni ahorros ni cubiertos de plata ni acciones de Coltejer.

    El lunes llamamos para decir que estbamos interesados y nos dieron una opcin mientras yo me pona a hacer vueltas en el banco para que me prestaran, sobre

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    una hipoteca, los dieciocho millones que nos quedaban faltando. Todo sali muy rpido y lleg el da en que tenamos que ir a firmar la promesa de compraventa. Esa vez nos recibi el gerente de la inmobiliaria, nos hizo pasar a su despacho, nos ofreci caf y gaseosa, hasta me pregunt si no querra un whisky, y luego empez a hablar. Que l quera ser muy franco con nosotros, nos dijo. Que todo era legal, que no haba ningn inconveniente, pero que el apartamento tena un problemita, un problema menor, en realidad, pero que l no quera que una seora mayor (y aqu miraba a mi mam) fuera a comprar las cosas sin saberlo todo.

    Ustedes recordarn que entre el 92 y el 93, despus de que Pablo Escobar se escap de su propia crcel, La Catedral, se desat en Medelln una guerra a muerte entre la gente del Cartel, la de Escobar, y un grupo clandestino que se llamaba los Pepes (perseguidos por Pablo Escobar), que eran una especie de confusa mezcolanza entre servicios de seguridad del Estado, la CIA, la DEA, el FBI, los paramilitares, algunos informantes del Cartel de Cali, o mejor dicho hasta el Putas, como se dice aqu. En esos aos, uno tras otro, haban ido cayendo todos los cuadros de la organizacin de Escobar,

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    desde sus abogados hasta los especialistas en comunicaciones, desde los choferes y los mayordomos, hasta los jefes de seguridad y los sicarios a su servicio. Pues bueno, nos inform el seor de la inmobiliaria, el apartamento que ustedes van a comprar, era propiedad del mayor de los hermanos Foronda, Carlos Mario Foronda Zuluaga, mejor conocido en el ambiente mafioso como Pistoloco. l, reconoci el gerente, haba sido el jefe de sicarios de Escobar, y pocos meses despus de que Pablo se escapara de la Catedral, en el 92, haba sido asesinado por los Pepes ah mismo, en Guaduales del Guadalquivir, en el apartamento que nosotros queramos comprar. La viuda de Foronda, Katia Moreno, era una ex modelo que en el pnico de las semanas sucesivas se haba tenido que ir a vivir a Buenos Aires, a las carreras, y ahora estaba vendiendo, a precio de huevo, todo lo que le haba correspondido de herencia por su marido muerto: fincas de recreo, haciendas, casas, apartamentos, carros, caballos, cuadros del maestro Ramn Vsquez, de Manzur y de Guayasamn

    Mi mam y yo nos asustamos un poco con la noticia, pedimos otro da para pensarlo mejor y consultar. Mientras ella consultaba

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    con un abogado de confianza, y averiguaba con l detalles sobre la ley de extincin del dominio, la que expropia propiedades de narcotraficantes, que quizs nos podra afectar, yo iba a estudiar el caso de Pistoloco en los archivos del peridico. Por el lado de mi mam, result que era muy improbable lo de la expropiacin. Segn el abogado el riesgo era mnimo, y comprarle a la modelo no era siquiera una falta moral. Eso nos dijo. Yo por mi parte encontr, en distintos peridicos de enero del 93, alguna informacin. Lo del asesinato de Foronda haba sido en realidad una masacre, y bastante macabra. Aprovechando que estaban en fiestas de fin de ao, el mismo 31 de diciembre del 92, poco antes de las doce de la noche, llegaron al condominio Guaduales del Guadalquivir, tres automviles blindados seguidos por tres motos. Despus de inmovilizar al portero de la Unidad, unos quince hombres bajaron de los carros y de las motos, subieron hasta el piso trece del edificio, tumbaron de un almadanazo la puerta del penthouse de Pistoloco, inmovilizaron a las catorce personas que all se hallaban reunidas (en plena rumba de fin de ao y en honda borrachera del tipo sentimental), las hicieron tender boca abajo, les amarraron

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    las manos con alambres y procedieron a ultimarlas una por una con un tiro en la nuca y otro en la cintura. Entre los muertos, adems de Pistoloco, haba cinco modelos de una reconocida casa de desfiles de Medelln, todas menores de veinte aos, tres msicos integrantes del tro Los nicos de Envigado, cuatro amigos o guardaespaldas del mismo Pistoloco, ninguno de los cuales alcanz a reaccionar, y un nio de once aos, identificado como Wlmar Foronda Moreno, al parecer hijo de un matrimonio prematuro de Pistoloco con una mujer que no se hallaba presente en la fiesta de ao nuevo. La madre de este nio se llamaba, segn el peridico, Katia Moreno, ex modelo, y era la misma que ahora tena a su nombre la escritura del apartamento. Lo nico que el gerente no nos haba dicho era el nmero de muertos que haba habido en el apartamento. Nada se saba sobre la identidad de los asesinos, salvo que eran los Pepes, y lo nico que el portero declar es que dos de ellos, al salir, estaban discutiendo sobre la muerte del menor. Por qu mataste al nio, gevn? deca uno. Y, segn el portero, el otro Pepe le contest: No se pueden dejar vivos a los hijos, porque esos, cuando crecen, son los que lo matan a uno despus.

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    Claro que a m no me gust lo que haba sucedido en ese apartamento, pero ya haba pasado mucho tiempo, casi dos aos, y a la gente las cosas se les van olvidando. Yo no soy de los que cree en sitios salados, y menos en fantasmas. Un apartamento como ese vala ms de doscientos millones y a nosotros nos lo estaban dejando por ciento cuarenta. La gente tiene ageros y cuando uno quiere vender algo as, sobre todo si tiene afn, toca bajar el precio. Ustedes qu habran hecho? Eso lo discutimos mi mam y yo toda la noche, qu hacer, aceptar o no aceptar, comprar o no comprar. El cambio era muy bueno, de la Floresta a El Poblado. En la madrugada resolvimos que s, que lo comprbamos de todas maneras, sin contarles, claro, nada a los nios de lo que haba pasado all. Por el dinero que tenamos no podamos conseguir nada mejor, difcilmente podramos tener algo tan cmodo; ese apartamento era hasta ms de lo que necesitbamos para vivir, y si algn da, aos despus, lo quisiramos vender, quin se iba a acordar siquiera de que alguna vez haba existido un tipo al que le decan Pistoloco. Cerramos los ojos y nos metimos en la compra. Lo nico que quedaba de los catorce muertos era, sobre el mrmol verde de la sala, algunos bordes despicados en el piso, y un montn de pequeos orificios

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    mal remendados con masilla. Encima de todo eso pusimos un tapete de flores, y no lo pensamos ms.

    Cuando nos pasamos, los primeros meses, la vida prctica se nos hizo mucho ms fcil, mis hijos se adaptaron de inmediato al lugar, no haba tarde que no bajaran a la piscina, prendan el sauna aunque no aguantaran ni un minuto adentro, y cuando se aburran montaban en ascensor. Los fines de semana que yo no iba al peridico pasbamos horas jugando con raquetas en el jardn. La difunta llamaba como mucho cada mes. Un matrimonio con la propia madre tiene sus ventajas. Hay menos celos y mayor libertad; el amor y la conveniencia no son contradictorios, en este caso; es saludable para la psicologa de los nios y para la salud mental de la persona mayor. Nos adaptamos muy bien a la Unidad, donde lo nico que desentonaba era mi carrito verde lora, que por el momento y con el sueldo del peridico no lo poda ni pensar en cambiar. De hecho todo march sin contratiempos durante ms de seis meses, hasta que sucedi el episodio por el que ahora somos otros, no s si mejores o peores, pero otros.

    Todo empez un domingo por la maana, despus de la circunstancia ms

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    banal. Mi hija, al llegar de baarse en la piscina, se iba a lavar el pelo y quera usar el secador en mi bao, el de la alcoba principal. Al conectar el secador al enchufe (que nunca habamos usado hasta ese da), ste no funcion. Yo, que tengo espritu de todero y cuando se tapan los lavamanos sirvo de plomero, y cuando hay un corto circuito me improviso electricista, empec a desmontar el enchufe para revisar la instalacin. La sorpresa inicial fue ms bien una pequea curiosidad, una sensacin de extraeza que se volvi asombro. Detrs de la tapa del enchufe, en lugar de los alambres consabidos, haba un doble fondo. Debajo del enchufe se desprenda una tablita de madera, pintada igual que la pared. Al quitar la tabla, al fondo, se vea la cerradura de una caja fuerte, con llave. Era rarsimo. Cuando nos haban hecho entrega del apartamento, adems de las llaves de todas las puertas y del ascensor, nos haban entregado tambin la clave de la caja fuerte, que abrimos y estaba vaca, por supuesto, pues la ex modelo se haba llevado todas sus pertenencias a Argentina. Habamos vuelto a cerrar esa caja, vaca, que a gente como nosotros no nos serva para nada. Nadie nos haba hablado de otra caja fuerte secreta. Prob la misma clave de la caja fuerte externa,

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    y funcion, era igual, pero por el pequeo orificio que dejaba la abertura detrs del enchufe, solamente se poda meter el brazo. Met la mano hasta el fondo y lo primero que saqu fue un papel. Pareca un naipe con la foto de un seor. Yo al mirarlo cre que era Drcula y me imaginaba que haba algn secreto ah, implementos para algn rito satnico o cosas as. Mir por detrs del naipe y vi que tena la oracin del Padre Marianito, beato reciente de la Santa Madre Iglesia. Volv a meter la mano y lo que sali fue un escapulario y otra estampita, esta vez del Seor Cado de Girardota. Insist, moviendo la mano en la oscuridad. Al tacto se distinguan varios paquetes pequeos, forrados en plstico. Saqu uno. Yo no saba bien qu era eso, nunca haba visto nada as, era como una pequea tableta de chocolate, pero pesaba mucho, era dorada. Me quit los anteojos y le las letras diminutas. En un troquelado minsculo deca 24K, deca 101,3 gr. Mi corazn se aceler. Met la mano otra vez. Haba varias montaitas bien apiladas de estos pequeos lingotes de oro, todos de distinto peso, aunque todos entre 98 y 103 gramos. Saqu algunos; eran muy parecidos, pero no los cont. Yo estaba solo en el bao, en cualquier momento entrara Mara Isabel a preguntarme si ya

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    haba arreglado el enchufe. Tir adentro los lingotes que haba sacado, las estampas del padre Marianito y del Seor Cado, cerr la caja fuerte, acomod lo mejor que pude la tabla de trplex (ahora no era perfecta, se vean los bordes) y puse otra vez el enchufe apretando los dos tornillos con el destornillador. Las manos me estaban temblando y mi respiracin pareca la de uno que acaba de llegar de trotar. No quera que los nios se enteraran de nada. Mara Isabel se sec y alis el pelo en el cuarto de ella y cuando los nios, al fin, salieron al jardn, llam a mi mam y le cont el hallazgo. Volv a quitar el enchufe, la tablita, abr la caja fuerte con la clave que me saba de memoria, met la mano y ya no saqu las estampas; le mostr las pastillas solamente.

    La reaccin de los dos era, al mismo tiempo, de miedo y entusiasmo, de jbilo y pecado. Era una sensacin a medias entre el robo y el golpe de suerte. Era como ganarse la lotera. A los dos se nos salan gritos de alegra y de incredulidad. Volv a meter la mano, ms hacia el fondo, con el brazo hasta el hombro. Haba paquetes de consistencia muy distinta. Saqu uno. Era un fajo de dlares, cien billetes de cien dlares, bien empacados con una banda de papel en la mitad. Yo no lo poda ni creer. Hacamos cuentas mentales,

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    cien por cien, es un cien ms dos ceros, o sea diez mil, y diez mil dlares, en esos das, eran como quince millones de pesos. Met la mano y empec a sacar fajos y ms fajos, entre los que a veces sala enredado algn lingote. Las sumas y las cifras crecan en la cabeza, enloquecidas, como fuegos artificiales. Yo sent un vrtigo, como lo que se siente desde la parte ms alta de la rueda de Chicago. Sacaba y sacaba montones de fajos, pero al tacto se perciba que haba an muchos ms. En ese momento son el timbre y los volvimos a meter precipitadamente en el mismo sitio. Yo nunca haba tenido miedo de que me robaran nada (qu me iban a robar?), pero antes de abrir la puerta mir bien por el ojo mgico para estar seguro de que fueran mis hijos, que volvan con la muchacha, y no algn ladrn. Cuando entraron, por primera vez desde que estbamos ah, le di vuelta a la llave y puse la cerradura de arriba, la de seguridad.

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    Nunca nadie entendi, en el peridico, qu haba pasado con Carlos Mario Yepes, el editor de Nacin, a quien un da de abril de 1995 se lo trag la tierra. Despus de un perodo muy duro, cuando lo dej su mujer, haba vuelto a ser feliz. Haba comprado

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    con doa Ana, su madre, un apartamentazo por El Poblado arriba, y all viva feliz, como un rico, con ella y con los nios, hasta que un da, como por arte de magia, desapareci, se lo trag la tierra. A mediados de abril, unos seis o siete meses despus de haberse mudado de casa, no volvi al peridico, y toda la familia desapareci. Ni sus compaeros de trabajo ni sus mejores amigos saban nada. La polica inspeccion el apartamento, pero no encontr ninguna cosa que llamara la atencin, ningn indicio, ni el ms mnimo rastro que explicara su partida. Nunca volvi a saberse nada de ellos en todo Medelln: ni en Guaduales del Guadalquivir, ni en el colegio de los nios, ni en la parroquia donde oa misa la mam, ni en el peridico, ni en ningn pueblo o ciudad del pas. Tanto en el peridico, como en Medelln, se insinu que la desaparicin del periodista, de sus hijos, y de su seora madre, poda tener alguna relacin con el asesinato de Pistoloco. Ese apartamento tena algo, deba estar salado, y ah seguira para siempre como un sepulcro vaco, con las puertas cerradas. Se pens, se dijo y se public que tal vez su desconcertante final tendra alguna relacin con los sucesos sanguinarios del famoso penthouse. Slo ahora, algunos aos despus, se puede

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    revelar el paradero de sus cuentas, de sus cuerpos e incluso de sus almas.

    La casa tiene tres plantas y se levanta en las armoniosas colinas que se asoman al Lago de Ginebra. La ciudad se llama Montreux y es clebre, entre otras cosas, porque all se realiza uno de los ms prestigiosos festivales de jazz del mundo, y porque aqu vivi la ltima parte de su vida el gran escritor ruso Vladimir Nabokov. La colina, en esta parte del lago, mira al costado meridional, lo que hace que la casa sea menos fra en invierno, y llena de una luz paradisaca en los meses ms clidos del ao. Cerca de all hay viedos, queseras, castillos, museos, teatros. Una mansin as, en ese sitio, con esa situacin, no te la muestran por menos de un milln y medio de dlares.

    Segn documentos autnticos, los ocupantes de la casa, y legtimos dueos, se llaman Carlo Tomasinelli, un seor cincuentn, y Anna Olivieri, una ancianita de casi ochenta aos, aunque vivaz todava. Con ellos viven dos adolescentes, hijos de l, nietos de ella, en edad escolar, que asisten a los ltimos aos del colegio pblico de Montreux. El padre y la abuela, a pesar de sus nombres, no hablan ni una palabra de italiano. Tampoco saben alemn, y su

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    francs es torpe y elemental. Unos cuantos monoslabos y algunos sustantivos de la vida prctica. Los muchachos, en cambio, dominan el francs, el alemn, y se burlan en toda ocasin de los mayores, que en la vida familiar conversan siempre en antioqueo. Son dos nios alegres, Isabella y Stephan, aunque quiz un poquito ms morenos que la mayora de sus compaeros, exceptuando hindes y africanos.

    Don Carlo y doa Anna estn acodados a la amplia terraza que mira al apacible lago de Ginebra. Qu es lo que ms te gusta de Suiza? le pregunta el hijo a la madre, y ella contesta: La limpieza. Y lo que menos? Lo mismo, la limpieza. Suspiran. Se quedan callados. Del interior de la casa sale una msica extica para estas tierras: vallenatos.

    Peridico El Colombiano, Medelln, 6 de febrero del 2002.

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  • El mayordomoRoald Dahl

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    ROALD DAHL (1916-1990). De origen noruego, naci en Llandaff (Gales). Fue piloto de guerra, miembro del servicio de inteligencia britnico, agregado adjunto areo de la embajada britnica en Washington. Escribi con igual acierto e ingenio para nios y para adultos. En este ltimo campo, sus relatos suelen ser un soberbio ejercicio de irona y del ms fino humor negro. Algunas de sus historias infantiles han sido llevadas al cine.

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    En cuanto George Cleaver gan el primer milln, l y la seora Cleaver se trasladaron de su pequea casa de las afueras a una elegante mansin de Londres. Contrataron a un cocinero francs que se llamaba monsieur Estragn y a un mayordomo ingls de nombre Tibbs. Ambos cobraban unos sueldos exorbitantes. Con la ayuda de estos dos expertos, los Cleaver se lanzaron a ascender en la escala social y empezaron a ofrecer cenas varias veces a la semana sin reparar en gastos.

    Pero estas cenas nunca acababan de salir bien. No haba animacin, ni chispa que diera vida a las conversaciones, ni gracia. Sin embargo, la comida era excelente y el servicio inmejorable.

    Qu demonios les pasa a nuestras fiestas, Tibbs? le pregunt el seor Cleaver

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    al mayordomo Por qu nadie se siente cmodo?

    Tibbs lade la cabeza y mir al techo.Espero que no se ofenda si le sugiero

    una cosa, seor.Diga, diga.Es el vino, seor.Qu le pasa al vino?Pues ver, seor, monsieur Estragn sirve

    una comida excelente. Una comida excelente debe ir acompaada de un vino igualmente excelente, pero ustedes ofrecen un tinto espaol barato y bastante asqueroso.

    Y por qu no me lo ha dicho antes, hombre de Dios? exclam el seor Cleaver. El dinero no me falta. Les dar el mejor vino del mundo, si eso es lo que quieren! Cul es el mejor vino del mundo?

    El clarete, seor contest el mayordomo, de los grandes chteaux de Burdeos: Lafite, Latour, Haut-Brion, Margaux, Mouton-Rothschild y Chevel Blanc. Y solamente de las grandes cosechas, que en mi opinin son las de mil novecientos seis, mil novecientos catorce, mil novecientos veintinueve y mil novecientos cuarenta y cinco. Chevel Blanc tambin tuvo unos aos magnficos

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    en mil ochocientos noventa y cinco y mil novecientos veintiuno, y Haut-Brion en mil novecientos seis.

    Cmprelos todos! dijo el seor Cleaver. Llene la bodega de arriba abajo!

    Puedo intentarlo, seor dijo el mayordomo, pero esa clase de vinos son difciles de encontrar y cuestan una fortuna.

    Me importa tres pitos el precio! exclam el seor Cleaver. Cmprelos!

    Era ms fcil decirlo que hacerlo. Tibbs no encontr vino de 1895, 1906, 1914 ni 1921 ni en Inglaterra ni en Francia. Pero se hizo con unas botellas del 29 y del 45. Las facturas fueron astronmicas. Eran tan grandes que hasta el seor Cleaver empez a reflexionar sobre el tema. Y este inters se transform en verdadero entusiasmo cuando el mayordomo le sugiri que tener ciertos conocimientos de vino era un valor social muy estimable. El seor Cleaver compr libros sobre vinos y los ley de cabo a rabo. Tambin aprendi mucho de Tibbs, que le ense, entre otras cosas, a catar el vino.

    En primer lugar, seor, tiene que olerlo durante un buen rato, con la nariz sobre la copa, as. Despus bebe un sorbo, abre los labios un poquito y toma aire, dejando que

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    pase por el vino. Observe cmo lo hago yo. A continuacin se enjuaga la boca con fuerza y, por ltimo, se lo traga.

    Con el paso del tiempo, el seor Cleaver lleg a considerarse un experto en vinos e, inevitablemente, se convirti en un pelmazo tremendo.

    Damas y caballeros anunciaba a la hora de la cena, alzando la copa, ste es un Margaux del veintinueve. El mejor ao del siglo! Un bouquet fantstico! Huele a primavera! Y observen ese sabor que queda despus, y el gusto a tanino que le da ese toque astringente tan agradable! Maravilloso, eh?

    Los invitados asentan, tomaban un sorbo y murmuraban alabanzas, pero nada ms.

    Qu les pasa a esos idiotas? le pregunt el seor Cleaver a Tibbs, despus de que esta situacin se repitiera varias veces. Es que nadie sabe apreciar un buen vino?

    El mayordomo torci la cabeza a un lado y dirigi los ojos hacia arriba.

    Creo que lo apreciaran si pudieran catarlo, seor dijo. Pero no pueden.

    Qu diablos quiere decir? Cmo que no pueden catarlo?

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    Tengo entendido que usted ha ordenado a monsieur Estragn que alie generosamente las ensaladas con vinagre, seor.

    Y qu? Me gusta el vinagre.El vinagre dijo el mayordomo es

    enemigo del vino. Destruye el paladar. El alio debe hacerse con aceite puro de oliva y un poco de zumo de limn. Nada ms.

    Qu estupidez! exclam el seor Cleaver.

    Lo que usted diga, seor.Se lo voy a repetir, Tibbs. Eso son

    estupideces. El vinagre no me estropea para nada el paladar.

    Tiene usted mucha suerte, seor murmur el mayordomo, al tiempo que abandonaba la habitacin.

    Aquella noche, durante la cena, el anfitrin se burl del mayordomo delante de los invitados.

    El seor Tibbs dijo ha intentado convencerme de que no puedo apreciar el vino si el alio de la ensalada lleva mucho vinagre. No es as, Tibbs?

    S, seor replic Tibbs gravemente.Y yo le respond que no dijera

    estupideces. No es as, Tibbs?

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    S, seor.Este vino continu el seor Cleaver,

    alzando la copa a m me sabe exactamente a Chteau Lafite del cuarenta y cinco; an ms, es un Chteau Lafite del cuarenta y cinco.

    Tibbs, el mayordomo, estaba inmvil y erguido junto al aparador, la cara muy plida.

    Disculpe, seor dijo, pero no es un Lafite del cuarenta y cinco.

    El seor Cleaver gir en su silla y se qued mirando al mayordomo.

    Qu diablos quiere decir? pre-gunt. Ah estn las botellas vacas para demostrarlo!

    Tibbs siempre cambiaba de recipiente aquellos excelentes claretes antes de la cena, pues eran viejos y tenan muchos posos. Los serva en jarras de cristal tallado y, siguiendo la costumbre, dejaba las botellas vacas en el aparador. En ese momento haba dos vacas de Lafite del cuarenta y cinco a la vista de todos.

    Resulta que el vino que ustedes estn bebiendo dijo tranquilamente el mayordomo es ese tinto espaol barato y bastante asqueroso, seor.

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    El seor Cleaver mir el vino de su copa, y despus clav los ojos en el mayordomo. La sangre empez a subrsele a la cara, y la piel se le ti de rojo.

    Eso es mentira, Tibbs! grit.No, seor, no estoy mintiendo

    replic el mayordomo. De hecho nunca les he servido otro vino que tinto espaol. Pareca gustarles.

    No le crean! grit el seor Cleaver a sus invitados. Se ha vuelto loco.

    Hay que tratar con respeto los grandes vinos dijo el mayordomo. Ya es bastante con destrozar el paladar con tres o cuatro copas antes de la cena, como hacen ustedes, pero si encima riegan la comida con vinagre, lo mismo da que beban agua de fregar.

    Diez rostros furibundos estaban clavados en el mayordomo. Los haba cogido desprevenidos. Se haban quedado sin habla.

    sta continu el mayordomo, extendiendo el brazo y tocando con cario una de las botellas vacas, sta es la ltima botella de la cosecha del cuarenta y cinco. Las del veintinueve ya se han acabado. Pero eran unos vinos excelentes. El seor Estragn y yo hemos disfrutado enormemente con ellos.

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    El mayordomo hizo una reverencia y sali lentamente de la habitacin. Atraves el vestbulo, traspas la puerta de la casa y sali a la calle, donde le esperaba el seor Estragn cargando el equipaje en el maletero del cochecito que compartan.

    De La venganza es ma, S. A. Editorial Debate, 1990

    Traduccin de Flora Casas.

  • El mensajeLuis Fernando Verssimo

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    LUIS FERNANDO VERSSIMO (1936). Brasilero del Sur, hijo del gran novelista Erico Verssimo. Sus crnicas, llenas de gracia y humor crtico, que casi siempre asumen la forma de relatos breves, se publican en varios peridicos y revistas de su pas. Ha creado personajes tan vivos y bizarros como el analista de Bag o el detective Ed Mort, entre otros. Verssimo es tambin caricaturista y guionista de cine y televisin.

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    Fue meses despus de la muerte del marido cuando la viuda lo record: l tena dlares escondidos en la biblioteca. Muchos dlares.

    Dnde mam? Haz memoria se impacient Gutemberg, el hijo ms atrevido.

    En un libro. No s cul.Un libro? O varios? pregunt

    Flaubert, el hijo ms prudente.No. Uno. l me dijo uno.Pero cul? se impacient Guto.No lo s!Calma pidi Flaubert.La biblioteca era enorme. Cuatro paredes

    altas forradas de libros encuadernados. Millares de libros encuadernados.

    Vamos a revisarlos todos! dijo Guto, el ms joven e impulsivo.

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    Espera dijo Flaubert. Nos llevara demasiado tiempo. Vamos a pensar. Coloqumonos en el lugar del viejo. Sabemos cmo era. No colocara los dlares en cualquier libro

    Para empezar, si eran muchos dlares, no cabran en un libro delgado. Tuvo que haber colocado los billetes entre las pginas. Por lo tanto, muchas pginas.

    Exacto concedi Flaubert.No estaba pensando en lo obvio, como

    Gutemberg, sino en el fino espritu del padre. Disfrutando con antelacin el sutil acertijo que, sin proponrselo, les haba dejado.

    Eso slo nos deja los libros gruesos.Gutemberg mir a su alrededor. No

    amaba los libros, como Flaubert. En una biblioteca se senta como en un cementerio. Un lugar lgubre, lleno de entes queridos por los dems.

    Las mil y una noches sugiri. Fue el primer volumen grueso con el que se top.

    Flaubert pens un poco, finalmente decret: No. Era una edicin ilustrada de Las mil y una noches. Un libro atractivo. Mucha gente lo hojeara. El libro escogido por su padre deba ser uno que pocos se animaran a tomar del estante y hojearlo.

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    Gutemberg escogi otro ttulo.Guerra y paz.Hmmm, pens Flaubert. Tolstoi. El

    viejo aristcrata ruso, con sus ideas sobre las virtudes pastoriles. De algn modo, no haca juego con los dlares.

    No.N-i-e comenz a deletrear Guto.Nietzche? Tal vez, pens Flaubert.

    Un espritu superior no necesita justificar ni siquiera para s mismo sus impulsos menores, como el de comprar dlares en el mercado negro. Ms all del bien y del mal. Pero todava no combinaba con su padre.

    Tampoco dijo Flaubert.La decadencia de OccidenteQuin sabe? Nadie lee a Oswald

    Sprengler hoy en da. Pero no. El viejo no escondera all a la moneda ms fuerte de Occidente. Ulises? No. Cun verde era mi valle? Demasiado obvio.

    ste. Es grueso. Doktor Faustus, Thomas Mann seal Gutemberg.

    Tal vez, pens Flaubert. El alma a cambio de dlares? Pero no. La irona del viejo no llegara a ese extremo de autocrtica. Quin sabe, uno de los tomos de Tesoros de la juventud que su padre haba guardado con

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    tanto cario. No. Los dlares haban sido ahorrados durante la vejez. Un tesoro del tiempo y de la necesidad. Y el viejo tampoco era cnico.

    La riqueza de las naciones, Adam Smith. Estamos llegando cerca. Pero todava no es se

    Y entonces los dos hermanos se detuvie-ron frente a dos volmenes que descansaban, uno junto a otro, sobre el mismo estante.

    Qu te parece? pregunt Gutemberg.

    Ambos libros tenan ms o menos el mismo grosor. Muchos dlares cabran en sus pginas. Uno era una Biblia. El otro era Das Kapital.

    Es uno de stos dijo Flaubert. Estaba seguro.

    Cul de los dos? Cul sera la irona, al final? El capital bien protegido entre las pginas de su decreto de muerte o cayendo a los pies de quien hojease el libro sagrado en busca de consuelo espiritual? Cul la leccin? Cul el mensaje? Cul de los dos libros su padre estuvo seguro de que jams sera abierto por alguien de la familia?

    T busca en uno mientras yo busco en el otro dijo Gutemberg, ms joven y ms prctico.

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    Los dlares no estuvieron en ninguno de los libros, y tampoco fueron tantos como la viuda haba pensado. Lo nico que restaba era un billete de cien, en medio de Lo que el viento se llev Y hasta ahora no lo han encontrado.

    De Falssima antologa de Verssimo. Caracas, Ediciones Angria, 1992.

    Traduccin de Sergio Jablon.

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  • Cuentos solidarios

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  • Tierra en los zapatosEsther Fleisacher

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    ESTHER FLEISACHER (1959). Colombiana, nacida en Palmira, reside en Medelln desde 1965. Psicoanalista y editora. Ha publicado cuentos y poemas en diferentes medios. Las tres pasas, es su primer libro de cuentos (1999). El libro de poemas Cable a tierra (indito) cont con el apoyo de los Fondos Mixtos para el Arte y la Cultura en Antioquia (2000).

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    Clemente se sobaba la hermosa chivera blanca con un gesto de tristeza que rompa el alma. La muerte de Adolfo, el ms joven de los hermanos, haba sido un revs inesperado.

    Adems de la tristeza, a Clemente lo embargaba algo as como una desazn. Por qu Dios haba querido empezar al revs? l era el mayor, haba casado a su nica hija y hasta era viudo, su Perla se haba ido haca ya varios aos. Nunca se haba opuesto a los designios divinos, siempre los encontraba sabios, pero esta vez no entenda nada. Su hermano era una buena persona, siempre haba cumplido con el deber y an le quedaban cosas por hacer, la hija menor estaba soltera.

    Cuando muri Perla, Clemente supo que era mejor as, no tena sentido prolongar una existencia tan dolorosa. Aunque no

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    se acostumbraba a su ausencia, haban compartido toda una vida y llevaba su mirada azul tallada en su mirada miel. La presencia de Chela, la muchacha del servicio domstico, permiti que no se desmoronara. Haba trabajado con ellos los ltimos aos y fue una bendicin. Era suficiente con extraar a Perla, hubiera sido insoportable extraar tambin el lugar de la toalla en el bao, la mermelada de naranja al desayuno o el cojn en el silln de lectura.

    Ya haban enterrado a Adolfo. Como era la costumbre, la shiv o duelo de los siete das se llevaba a cabo en la casa del difunto. Era una familia especialmente unida, estaban presentes los hermanos, las esposas, los hijos, los sobrinos, las nueras y los yernos. Para Clemente, como para cada uno de los miembros de la familia, no caba duda de que la shiv era necesaria, tanto para despedir al que se iba como para aceptar la partida. Adems, era un precepto religioso.

    Tambin es el momento en que los amigos y conocidos de la familia visitan a los dolientes. La casa estaba a reventar de gente y los comentarios siempre pasaban por el asombro que esta muerte les causaba. Adolfo estaba lleno de vida, de proyectos y su familia lo necesitaba.

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    Clemente se encontraba embebido en una discusin con el seor Kurtzel, acerca de la sabidura de Dios. Su amigo lo desconoca, a l, que siempre haba sido un modelo en el cumplimiento de la Ley. Le estaba pidiendo que fuera cauto con sus pensamientos, no fuera a provocar sobre s la ira divina. l saba que no tena derecho a dudar, con el tiempo entendera los designios sagrados. En ese momento los interrumpieron, haba una llamada telefnica para Clemente.

    Era Chela, a recordarle que era su hora de salida. A Clemente se le haba olvidado el mundo, desde el momento en que lo llamaron a darle la noticia y sali de la casa creyendo que se trataba de una equivocacin.

    Saba que Chela por nada del mundo se quedara a pasar la noche en su casa, ni aun en los das ms graves de la enfermedad de Perla haba aceptado. La madre, una anciana ciega, la esperaba impacientemente todas las noches.

    Su deber era permanecer en la casa del hermano, pero los nios no podan quedarse solos. Los nietos estaban a su cuidado, ya que su hija y el esposo se encontraban de viaje. Llevarlos a la casa del duelo era insensato, los menores no deban participar de tales situaciones. Cmo abandonar la shiv y no

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    cumplir la Ley? Dios lo tomara como un acto de rebelda? Y Adolfo lo entendera? Le atemorizaba pensar en sus reproches cuando se encontraran en la morada celeste. Clemente, en un gesto descuidado, se jalaba con una mano las temblorosas arrugas de la otra mano, mientras una ocurrencia cruzaba por su mente.

    Sali al jardn de la casa de su hermano, pacientemente puso una capa de tierra dentro de sus zapatos, asegurndose de que toda la superficie quedara cubierta, se los puso y sali para su casa silenciosamente, sin despedirse de nadie.

    A la maana siguiente, durante el rezo, adelantndose a la interpelacin del seor Kurtzel, le hizo saber que ni por un momento haba dejado de pisar la casa del hermano muerto. Haba dormido sentado, con los zapatos puestos.

    De Las tres pasas. Coleccin Celeste, Editorial Universidad de Antioquia, 1999.

  • Seguir de pobresIgnacio Aldecoa

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    IGNACIO ALDECOA (1925-1969). Novelista y cuentista espaol. Muerto tempranamente, dej sin embargo una obra que lo sita entre los grandes narradores espaoles contemporneos. Sus historias, atentas a reflejar un perodo especialmente duro de la historia de su pas, revelan siempre una visin fraterna y a la vez sobria, ajena a discursos, expresada en un idioma de contenida elocuencia. Algunos de sus ttulos: Gran sol, Espera de tercera clase, Caballo de pica, Santa Olaja de Acero.

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    Las ciudades de provincias se llenan en la primavera de carteles. Carteles en los que un segador sonriente, fuerte, bien nutrido, abraza un haz de espigas solares; a su vera, un nio de amuecada cara nos mira con ojos serenos; a sus pies, una hucha de barro recibe por la recta abertura del ahorro boca sin dientes, como la vieja, como de batracio una espuerta de monedas doradas. Son los anuncios de las Cajas de Ahorros. Son anuncios para los labradores que tienen parejas de bueyes, vacas, maquinaria agrcola y un hijo estudiando en la Universidad o en el Seminario. Estos carteles tan alegres, tan de primavera, tan de felicidad conquistada, nada dicen a las cuadrillas de segadores que, como una tormenta de melancola, cruzan las ciudades buscando el pan del trabajo por los caminos del pas.

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    A principios de mayo el grillo sierra en lo verde el tallo de las maanas; la lombriz enloquece buscando sus penltimos agujeros de las noches; la cigea pasea los mediodas por las orillas fangosas del ro haciendo melindres como una seorita. En los chopos altos se enredan vellones de nubes, y en el chaparral del monte bajo el agua estancada se encoge miedosa cuando las urracas van a beberla. La vida vuelve.

    La cuadrilla de la siega pasa las puertas a hora temprana, anda por la carretera de los grandes camiones y los automviles de lujo en fila, en silencio, en oracin terrible oracin de esperanza. Al llegar al puente del ro la abandonan por el camino de los pueblos del campo lontano. Se agrupan. Alguien canta. Alguien pasa la bota al compaero. Alguien reniega de una alpargata o de cualquier cosa pequea e importante.

    En la cuadrilla van hombres solos. Cinco hombres solos. Dos del Noroeste, donde un celemn de trigo es un tesoro. Otros dos de la parte hmeda de las Castillas. El quinto, de donde los hombres se muerden los dedos, lloran y es intil.

    Con pan y vino se anda camino cuando se est hecho a andarlo. Con pan, vino y un cinturn ancho de cueras de becerra ahogada

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    o una faja de estambre viejo, bien apretados, no hay hambre que rasque el estmago. Con mala manta hay buen cobijo, hasta que la coz de un aire, entre medias clido, tuerce el cuello y balda los riones. Cuando a un segador le da el aire pardo que mata al cereal y quema la hierba aire que viene de lejos, lento y a rastras, meftico como el de las alcantarillas, el segador se embadurna de miel donde le golpe. Pero es pobre el remedio. Ha de estar tumbado en el pajar viendo a las araas recorrer sus telas. Telas que de puro sutiles son impactos sobre el cristal de la nada.

    Cinco hombres solos. Cinco que forman un puo de trabajo. Dos del Noroeste: Zito Moraa y Amadeo, el buen Amadeo, al que le salen barbas en el dorso de las manos, que se afeita con una hoz. Dos de la Castilla verde: San Juan y Conejo. El quinto, sin pueblo, del estaribel de Murcia, por algo de cuando la guerra. El quinto, callado; cuando ms, s y no. El quinto, al que llaman desde que se les uni, sencillamente, El Quinto, por un buen sentido denominador.

    El Quinto les dijo en la caminata de la estacin, donde se lo tropezaron:

    Si van para el campo y no molesto, voy con ustedes.

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    Zito Moraa le contest:Pues venga.El Quinto movi la cabeza, clav los

    ojos en Moraa, pas la vista sobre Amadeo, que se rascaba las manos, consult con la mirada a San Juan, que liaba un cigarrillo parsimonioso sin que le cayera una brizna de tabaco, y por fin mir a Conejo, que algo se buscaba en los bolsillos.

    Acabo de salir de la crcel. Qu dicen?Y usted? respondi Zito.La guerra, y luego, mala conducta.Mala?De hombre, digo yo.Pues est dicho.El Quinto pidi un cuartillo de vino

    tinto. La cita fue para las cinco y media de la maana en el depuertas de la carretera. Se separaron.

    Ahora los cinco van agrupados por el camino largo de los segadores. Zito conoce el terreno. Todos los aos deja su tierra para segar a jornal.

    Amadeo, de la revuelta sa nos sali el pasado una liebre como un burro.

    S, hombre; pero no el pasado, sino otro ao atrs.

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    Fue lstimaY Zito y Amadeo hablan del antao

    perdindose en detalles, mientras San Juan se suena una y otra vez la nariz distradamente, mientras Conejo se queja en un murmullo de su alpargata rota, mientras El Quinto va mirando los bordes del camino buscando no sabe qu.

    Al medioda les para un sombrajo. De la bota del pobre se bebe poco y con mucha precaucin. Al pan del pobre no se le dan mordiscos; hay que partirlo en trozos con la navaja. El queso del pobre no se descorteza, se raspa.

    En el sombrajo descansan y fuman los cigarrillos de las mil muertes del fuego, de sus mil nacimientos en el encendedor tosco y seguro. Han dejado de hablar de las cosas de siempre, esas cosas que acaban como empiezan:

    La mujer habr terminado de trabajar en el pauelo de tierra que hemos arrendado tras de la casa. Los chavales estarn dndole vueltas al pucherillo.

    Una larga pausa y la vuelta.Los chavales le estarn sacando brillo

    al puchero. La mujer saldr a trabajar el pauelo de tierra que hemos arrendado tras de la casa.

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    Dicen la mujer, los chavales, el que se fue de las calenturas, el que vino por San Juan de har tres aos. No poseen con la brutal terquedad de los afortunados y hasta parece que han olvidado en los rincones de la memoria los posesivos dbiles de la vida. Estn libres.

    Callan hasta que otro repita la historia con escasas variantes. Callan hasta que se dan cuenta de que hay un ser de silencio y de sombras con ellos, uno que ha dicho s y no y poca cosa ms. Aqu est Zito Moraa para preguntar, porque a un compaero hay que darle ocasin, sin molestarle, de un suspiro, de una lgrima, de una risa. Un compaero puede estar necesitado de descanso y es necesario saber, cuando cuente, el momento en que hay que balancear la cabeza o agacharla hacia el suelo o levantarla hacia el sol.

    Usted qu har cuando acabe esto?El Quinto encoge una pierna y duda.Yo?Nosotros volveremos para la tierra.Ya ver.Y entre ellos, entre los cuatro y El

    Quinto, el corazn de la comunidad naufraga. Zito tiene su orden. Se pone en pie,

  • 97

    consulta su sombra, levanta su hato y se lo carga a la espalda.

    Bueno, andando. Para las cinco podemos estar en la hocina. Para las seis, en el teso del pueblo.

    Por la ladera, hacia el ro, vuela el ave que huele mal. Conejo, de los bolsillos, saca una madera que talla con la navaja.

    Qu haces? le pregunta San Juan.La torre de los condes, para que juegue

    el chico a la vuelta. La hago con silbo de pjaro.

    Zito y Amadeo recuerdan el antao. Y El Quinto mira el camino.

    A las seis platea el ro por medio del llano. En el pueblo, entre casa y casa, crece la tiniebla. Por los ltimos alcores del cielo est morado. Los perros ladran al paso lento de los de la siega. Zito conoce a los que se asoman a las puertas a verlos llegar.

    Seor Ricardo, se cur de los clicos?El campesino responde, cachazudo:Parece, parece.La cuadrilla sigue adelante.Seora Rosario, volvile el santo a

    Patricio?Por ah anda.

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    Zito hace un aparte a San Juan.Es que tiene un hijo que dio en manas

    el ao pasado, de una soleada en las fincas.Hacen un alto en la plaza. El cuadrado

    de la plaza est quebrado por la irregularidad de las construcciones. En la mitad est el piln; en l juegan los nios. Al verlos a los cinco parados ensimismados, los nios se les acercan a una distancia de respeto y prudencia. Los segadores, como los gitanos, pueden robar criaturitas para venderlas en otros pueblos.

    Zito vocea a un campesino sentado en el umbral de su casa:

    Qu, Martn, hay pajar para cinco hombres?

    Hay, pero no paja.Da igual. A cuntos nos necesita

    usted?Con dos de vosotros me arreglo, porque

    tengo otros que llegaron ayer. Maana temprano, a darle. El jornal, el de siempre.

    Ya aumentar usted una pesetilla.Estn los tiempos malos, pero se ha de ver.Precisamente estn los tiempos malos.

    No se marcha la gente de su tierra porque estn buenos, ni porque la vida sea una delicia, ni porque los hijos tengan todo el

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    pan que quieran. Zito arruga la frente y medita.

    T, San Juan, y t, Conejo, podis quedaros con l. Maana arreglaremos nosotros.

    Dando la vuelta a la iglesia, a la que est pegada la casa, se abre un amplio portegado. El portegado est entre una era y un estercolero, que en las madrugadas tiene flotando un vaho de pantano y que est en perpetuo otoo de colores. Del portegado se sube al pajar. Las maderas brillan pulimentadas. Slo hay un poco de paja en un rincn. Los trillos, apoyados sobre la pared, con los pedernales amenazantes, parecen fauces de perros guardianes.

    Dejad ah los hatos. Vamos a ver si nos dan algo en la cocina.

    En la cocina les dan un trozo de tocino a cada uno, pan y vino. La mujer de Martn les contempla desde una silla.

    T, Zito, alegra el nimo con la comida. Canta algo, hombre, de por tu tierra.

    No estoy de buen ao, seora.Canta, Zito dice Martn, que est

    apoyado en la puerta.Tengo la garganta con nudos.Cuanto ms viejo ms tuno, Zito.

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    Pues cantar, pero no de la tierra, y a ver si les va gustando.

    T canta, canta.Zito, con el porrn apoyado sobre una

    pierna, entona una copla. Sus compaeros bajan la cabeza.

    Al marchar a la siega

    entran rencores,

    trabajar para ricos,

    seguir de pobres.

    Sobre los campos salta la noche. Un

    ratn corre por el pajar. Los segadores estn tumbados.

    Oye, San Juan, son unos veinte das aqu. A doce pesetas, cunto viene a ser?

    Cuarenta y ocho duros.No est mal.Abajo, en la cocina, habla Martn en

    trminos comerciales y escogidos con un amigo.

    Me han ofrecido material humano a siete pesetas para hacer toda la campaa, pero son andaluces

    Gente floja.Floja.

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    Martn hace con los labios un gesto de menosprecio.

    Trabajaban San Juan y Conejo con Mar-

    tn. Zito Moraa, Amadeo y El Quinto, con otros segadores que llegaron un da despus, segaban en las fincas del alcalde. No se vean los dos grupos ms que cuando marchaban al trabajo o volvan de l por los caminos. Zito, Amadeo y El Quinto dorman en el pajar del alcalde, sobre paja medio pulverizada. Se pasaban el da en el campo.

    A la cuarta jornada apret el calor. En el fondo del llano una boca invisible alentaba un aire en llamas. Pareca que l iba a traer las nubes negras de la tormenta que cubriran el cielo, y sin embargo el azul se haca ms profundo, ms pesado, ms metlico. Los segadores sudaban. Buscaban las culebras la humedad debajo de las piedras. Los hombres se refrescaban la garganta con vinagre y agua. En el saucal, la dama del sapo, que tiene ojos de vbora y boca de pez, lo miraba todo maldiciendo. Los segadores, al dejar el trabajo un momento, tiraban, por costumbre, una piedra a bajo pierna en los arbustos para espantarla. Poda llegar la desgracia. El viento pardo vino por el camino levantando una polvareda.

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    Su primer golpe fue tremendo. Todos lo recibieron de perfil para que no les daase, excepto El Quinto, que lo soport de espaldas, lejano en la finca, con la camisa empapada en sudor, segando. Le gritaron y fue intil. No se apercibi. Cuando levant la cabeza era ya tarde.

    El Quinto lleg al pajar tiritando. Y no quiso cenar. Le dieron miel en las espaldas. El alcalde llam al mdico. El mdico lo mand lavar porque opin que aquello eran tonteras. Y dictamin:

    No es nada, tal vez haya bebido agua demasiado fra.

    Zito le explic:Mire, doctor, fue el viento pardoEl mdico se enfad.Cuanto ms ignorantes, ms queris

    saber. Qu me vas a decir t?Mire, doctor, fue el viento que mata

    el cereal y quema la yerba. Hay que darle de miel. Las mantecas de los riones las tiene blandas.

    Bah, bah, el viento pardo coment.Los compaeros volvieron a darle miel en

    las espaldas en cuanto se march el mdico, y Zito le ech su manta.

    Y t, Zito? dijo El Quinto.

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    Yo, a medias con Amadeo.El Quinto temblaba; le castaeaban los

    dientes. El viento pardo, en el saucal, haca un murmullo de risas.

    All estaba El Quinto, entretenido

    con las araas. Las iba conociendo. Cont a Zito y a Amadeo cmo haba visto pelear a una de ellas, la de la gran tela, de la viga del rincn, con una avispa que atrap. Lo contaba infantilmente. Zito callaba. De vez en vez le interrumpa doblndole la manta.

    Qu tal ahora?Bien, no te preocupes.No me he de preocupar? Has venido

    con nosotros y no te vas a poder marchar. Nosotros dentro de cuatro das tiramos para el Norte. Esto est ya dando las boqueadas.

    Bueno, qu ms da. No me echarn a la calle de repente.

    No, no, desde luego dudaba Zito.Y, si me echan, pues me voy.Y adnde?Para la ciudad, al hospital, hasta que sane.Hum

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    Aqu tienes lo tuyo, Zito. Os doy doce perras ms por cada da a cada uno.

    Gracias.Pues hasta el ao que viene. Que haya

    suerte. Y dile al Quinto que para l, aunque no ha trabajado ms que tres das y le he estado dando de comer todo este tiempo, hay diez duros. No se quejar.

    No, claro.Pues dselo, y tambin que levante con

    vosotros.Pero si es imposible, si est tronzado.Y yo, qu quieres que le haga.

    Llegaron al puente. El Quinto andaba

    apoyado en un palo medio a rastras. Zito Moraa y Amadeo le ayudaban por turno.

    Qu tal? Ahora coges la carretera y te presentas en seguida en la ciudad.

    Si llego.No has de llegar! Mira, los compaeros

    y yo hemos hecho un ahorro. Es poco, pero no te vendr mal. Tmalo.

    Le dio un fajito de billetes pequeos.Os lo acepto porque Yo no s

    Muchas gracias. Muchas gracias, Zito y todos.

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    El Quinto estaba a punto de llorar, pero no saba o lo haba olvidado.

    No digas nada, hombre.Les dio la mano largamente a cada uno.Adis, Zito; adis, Amadeo; adis, San

    Juan; adis, Conejo.Adis Pablo, adis.Haca quince das que haban aprendido

    el nombre del Quinto.Por la orillita de la carretera caminaba,

    vacilante, Pablo. Los segadores volvieron las espaldas y echaron a andar. Se alejaron del puente. Zito, para distraer a los compaeros, se puso a cantar a media voz algo de su tierra.

    De La tierra de nadie y otros relatos, Biblioteca Bsica Salvat, 1970.

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  • La nia muertaGabrielle Roy

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    GABRIELLE ROY (1909-1983). Naci en la provincia canadiense de Manitoba, regin que es escenario de muchos de sus relatos. En su juventud fue maestra rural, y actriz de teatro en grupos aficionados. Una estada en Francia decidi su destino de escritora. Su primera novela, Felicidad de ocasin (1945), obtuvo un inmenso xito entre la crtica y los lectores, refrendado luego por todas sus obras posteriores. Aparte de novelas, cuentos y crnicas, escribi una autobiografa, Encantamiento y pena, publicada pstumamente.

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    Por qu el recuerdo de la nia muerta ha vuelto a llegarme de repente, en medio de este verano que canta?

    Sin que nada en m hasta ahora me hubiera dejado presentir la tristeza, a travs de la deslumbrante revelacin de las cosas a lo largo de esta estacin?

    Acababa de llegar a un pequeo poblado de Manitoba para terminar el ao escolar en remplazo de la maestra, que se haba enfermado, o desanimado, qu s yo.

    El director de la Escuela Normal donde termin mi ao de estudios me haba llamado a su despacho: Escuche, dijo, esa escuela est libre durante el mes de junio. Es poco, pero es una oportunidad. Cuando ms adelante solicite usted una plaza, podr decir que posee experiencia. Crame, eso ayuda.

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    Fue as como me encontr a comienzos de junio en aquel poblado, tan pobre, con cabaas construidas en la arena y circundado apenas por raquticos arbustos de espino. Un solo mes me dije bastar para acercarme a los chicos, y para que ellos se habiten a m? Un mes; valdr la pena el esfuerzo?.

    Quizs el mismo clculo habitaba el espritu de los alumnos que se presentaron ese primer da de junio en la escuela: Esta maestra se quedar el tiempo suficiente para que valga la pena?, pues yo no haba visto jams ca