Cuentos Chorizos

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Cuentos Chorizos. Demonio Punga Pineiden.

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Tres cuentos chorizos:-Un poquito más al sur-La cola en la lengua-PaukarY se vienen más

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Cuentos Chorizos.

Demonio Punga Pineiden.

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Licencia de Derechos de Autor.

En esta ocasión veo que es necesario explicar en que consisten.

Legalmente, al hacer cualquier obra, esta queda legalmente protegida bajo derechos de autor copyrigth.

Que supuestamente permiten al autor obtener beneficios económicos de esta y restringida su

repoducción bajo petición expresa de este. Esta es una regulación bastante Draconiana, ya que impide

el desarrollo cultural de una sociedad, de partida limitando su reproducción y luego la reutilización de

este objeto cultural realizado.

Por suerte, existe la opción libre, que consiste en algo similar al copyrigth pero en el sentido inverso, ya

que además de proteger tu obra de los malos usos potencia los buenos usos, los usos justos. Es la

licencia de tipo copyleft, de entre las cuales destaca la licencia Creative Commons. Con esta se permite

y acepta la reproducción, la reutilización de la obra en otras y se pide el reconocimiento del autor

original. Con CC es posible construir una mejor sociedad, una sociedad colaborativa y fraterna. Por eso

esta obra se licencia con Creative Commons, con las siguientes características:

– Reconocer autor

– No se permite Utilización Comercial

– Se permite hacer obras derivadas

– Compartir con la misma Licencia.

El icono que permite reconocer tal licencia es el siguiente:

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Lista de CuentosIntroducción...............................................................................................................................................6Un poquito más al sur................................................................................................................................7Paukar.......................................................................................................................................................18La Cola en la Lengua...............................................................................................................................37

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Introducción.

Tengo el agrado de presentar tres cuentos a mi amigos, sobretodo a los que conozco y me

conocen pero también al lector que aún no me conoce pero terminará siendo mi amigo después de todo.

Los cuentos que vienen a continuación son, podríamos decir, completamente distintos uno del

otro, sin embargo siempre será posible encontrar similitudes. Mientras uno es dinámico, con una

historia de viajes y aventuras, el otro es más reflexivo. Sin embargo el contexto bajo el cual se

desarrollan lleva a las mismas tensiones sociales, ocurren a personajes de los barrios populares, en que

los juegos de lenguaje se enriquecen con las miradas personales de estos.

En esta revisión se incluye el cuento Paukar, que trata de representar por medio de lo que vive

un chico del altiplano, lo que sucedió en el norte en la época de la explotación del salitre.

Espero, por último, que además de mi agrado sea del agrado de ustedes leerlos y por supuesto

difundirlo entre sus propios amigos.

¡Gracias!

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Un poquito más al sur.

A estos dos los conocí en el templo de los borrachos, un viejo bar que heredé de mi padre y ya

no existe. En su lugar se levanta ahora otro templo, pero de esos que se llenan de gente bíblica. En fin,

sucedió que dejaron de aparecer por el susodicho bar. Luego de un borrascoso dieciocho que dejó con

unacaña espectacular que duró una semana.

Ya en diciembre, cerca de las fechas del año nuevo, si mal no recuerdo, apareció el Lucho, pero

sin su compadre. Era temprano, así que lo invité a almorzar una cazuela de vacuno, la que aceptó sin

más. La devoró en silencio, lo miré y su cara de hambre no se iba.

– ¿Otra cazuelita, compadre? – le dije.

– Otra compadre. Se lo agradecería un montón – replicó, mientras se comía un pedazo de

marraqueta con pebre.

– Y compadre, cuénteme ¿por dónde anduvo patiperriando todo este tiempo?

– Mire, compadre, es una larga historia y toda es por culpa de la parranda que me lleva de un

lugar a otro.

– Eso ni que decir, no me sorprendería.

Resulta que, para el 18 pasado, con compadre Pancho salimos a por unas fondas que nos contaron

estaban rebuenas, empanadas calduas, chicha dulce, minas buenas, buen baile. En fin, el paraíso, así

que esas emprendimos y nos acompaño el quiltro ese el cacho, el regalón del Pancho.

– Y yo, que pensaba que los chinos de al lado se lo habían fileteado.

– No po' compadre, el Pancho no habría dejado que esos chinos cochinos le tocasen un solo

pelo al Cacho.

– Siga contando no más.

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“El asunto fue que lo pasamos tan bien, pero tan bien, que nos hicimos amigos de unas minas de

Talca que andaban por acá en Santiago celebrando y ellas nos invitan a darle el bajón a un par de

corderos que tenían listos para comerlos allá en el sur. Andaban con la familia, así que partimos en tres

¡que tres! Cuatro camionetas llenas de gente. Y corría el vino, las empanadas, los sanguches de ave en

el viaje. Llegamos, y lo único que pudimos decir fue ¡Guau!¡Guaaau! La fiesta estaba increíble. Si las

fondas de Santiago estaban de lujo, esta estaba diez veces mejor.

Así que nos arrimamos con el Pancho a la mesa de la Juana y la Tencha para celebrar. Una

fiesta legendaria, compadre. Tanto, que no recuerdo mucho más de que terminamos bailando a la vez

que tomábamos el vino desde el mismo gollete de las chuicas, la bebida desde las mismas botellas

henchidas de alcohol.

Cuatro días así celebrando. Otros cuatro días más para reponerse de la caña. Quedamos gordos,

el cacho también, quedamos felices. Las dos minas nos ofrecieron quedarnos un tiempo. Parece que ya

nos habían echado el ojo ¡je,je! ¿Qué mejor podía ser?¿Eh? Así que aceptamos y nos quedamos.

Nos ofrecieron pega en el mercado de Talca, como peonetas. En eso estuvimos una semana

hasta que cambiamos de rubro. Como le pegamos al asunto de los computadores un día don Calo o sea,

el viejo de las chiquillas, nos pidió ayuda con su compu, se lo arreglammos en un ratito. Desde aquí fue

que no nos faltó la pega, de los vecinos, de los colegios, de donde sea.

Comenzamos a sacar algo más de plata, nos alcanzaba para sacar a las minas a pasear, al cine, a

comer a su restorante de vez en cuando, fuimos incluso a la playa un par de días en el auto del viejo.

En esas anduvimos casi los dos meses, entonces los papas de la Juana y la tencha invitaron a

toda la familia, vecinos y conocidos a celebrar su aniversario de matrimonio ¡Fíjese compadre! Había

de todo, que de comidas, que de copetes, que de juegos, que de minas. Se nos salieron los ojos de

contentos. ¡Oiga! En eso estábamos y conocimos a dos lolas bien guapetonas que terminamos

llevándolas para lo oscurito. No pasa el rato y ¡zas! Nos pillan la Juana y la Tencha literalmente con las

manos en la masa. Ni que decir el escándalo que armaron, que ellas no se lo merecían, que por lo bien

que nos habían recibido, que los buenos momentos, bla, bla, bla. Eso era innegable pero, la sangre tira,

y usted sabe compa, que ese es nuestro lema ¡Que le íbamos a hacer!

De pronto aparece don Calo eufórico, borracho, con su escopeta al hombro.... “no vuelvan

núnca más cabros culiaos, que los vea y los dejo como colaor, se me van de acá mierda! Y una serie de

epítetos más que no recuerdo. Nos cagamos de la risa pero de miedo también, si igual tenía algo de

seria la situación. Igual espirituados, escapamos con las pilchas que llevábamos puestas rumbo a la

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carretera.

Anduvimos corriendo como dos kilómetros sin parar. Descansamos en el paradero y tomamos

un sorbo de la última botella de vino que le sacamos a la familia Gonzalez Millas. Al rato apareció el

Cacho, nos había seguido el quiltro e' mierda.

– Y bueno ¿Qué hacemos ahora, Pancho?

– ¡Pues! Yo lo he pasado rebien acá en el sur.

– Ni que lo diga compa. Eso no se puede negar.

– Entonces, vamos más pa'l sur. Que vamos a pasarlo mejor.

No se nos había acabado la botella cuando nos recogió un camión que iba a Concepción. Así

que subimos; el chofer, que se llamaba Tito aunque le gustaba que le llamaran el “As de la Carretera”,

quedó feliz con la mitad de la botella de vino. Durante el viaje nos contó su vida, de sus rutas sureñas.

Nosotros le contamos la nuestra. Quedamos reamigos en llegando a Conce. Nos recomendó

donde quedar y donde buscar algo de pega.

Tres días en un sucucho en el cual gastamos las últimas chauchas que llevábamos en los

bolsillos. Recorrimos durante esos días toda, casi toda, la ciudad de Concepción ¡inmensa! ¡Hermosa!

Si llego a viejo me iría a vivir allí. Cruzamos el río Bío-Bio, conocimos Lota. Al otro día las

enfilamos a Talcahuano, de paso en el puertecito de San Vicente nos quedamos hablando con unos

pescadores que nos terminaron dando el contacto con el Car'e Laucha, que necesitaba manos para

trabajar en el 'Za-Sa'.

Hablamos con él y nos aceptó a modo de practicantes, que le dijéramos Patrón cuando hablemos

con él fue como lo único que nos pidió.

Terminamos siendo cinco los tripulantes, el Car'e Laucha, dos viejos lobos de mar y nosotros,

con el perro. Los viejos si que cachaban el tejemaneje, nos enseñaron un poco como andar por la

embarcación, los nombres de las herramientas y el resto se aprende por la vida. Pura risa los viejos esos

oiga, don Tila y el Nano.

El buquecito no medía más de veinte metros de eslora y otros ocho de manga. Una bodega de

frigorífico y otra con suministros y herramientas, un cuarto para dormir y la sala de mandos. No llevaba

muchos instrumentos sofisticados, pero habían logrado agenciarse de un radar que le permitía tener

buena pesca. Un viejo casco metálico que se confundía ente un blanco ya desteñido con una costra de

moluscos de varias pulgadas. Ese era uno de los motivos para ir a Puerto Montt, era por

mantención.

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Y bueno, partimos un caluroso día de fines de noviembre. Con el par de potentes motores

avanzamos a eso de cuatro nudos. Cruzamos la Isla Mocha y seguimos sin detenernos hasta la

desembocadura del Toltén, en Queule, algo sacamos de ahí, llenamos a la mitad el frigorífico y

continuamos el viaje. Ya casi al tercer día todo pintó a negro, una tormenta se avecinaba, así que

aprovechando que, pasando Putricahue, está la Bahía Mansa desembarcamos ahí por esa noche.

Como había internet en el pueblo no tuvimos problemas en nuestros planes, fuimos al ciber para

mandarles un mail a la Juana y a la Tencha. Pucha que las echábamos de menos. Ahí les contamos que

en cerca de unos cuatro días llegaríamos a Puerto Montt en el 'Za-Sa', que íbamos de marinos en ese

buquecito pesquero. Con suerte, nos perdonarían y nos iban a buscar.

En la hospedería nos esperaba una rica sopa de mariscos y un budín de congrio que devoramos

en un momento, lo regamos obviamente con un exquisito vino blanco. La dueña nos atendió bien a

todos. Estaba contenta con tanto pescado que le dejamos en parte de pago. Nos dijo que, para el otro

día nos haría unas ricas empanadas de marisco que estaría de rechupete. Y la hija pues, ¡que niña más

linda! ¡La princesa del Pacífico! Entonces se armó la fiesta, llamó a las amigas, a los vecinos, su

guitarra, los panderos y dale. Que cueca, que ranchera, que cumbia, se bailó de todo ahí. Pasó la lluvia,

pasó de todo y hasta que amaneció siguió la zandunga. Ese día como que no trabajamos mucho.

Continuamos finalmente hasta Chacao. No hay otras cosas que buenos recuerdos y alegrías de

ese viaje. Llegamos frente a Ancud y atravesamos el canal rumbo a Puerto Montt. La maniobra duró

todo un día ajetreado. La ciudad puerto nos recibió esplendorosa con todas sus luces. Dormimos de un

tirón en el Rancho, que es como se llama el hotel en que nos quedamos.

Ya al otro día se suponía que teníamos que buscar a las chicas por la ciudad, si es que nos

habían perdonado, si es que aún sentían algo por nosotros iban a llegar. Antes de siquiera llamarlas o

revisar la respuesta al correo las vimos tomando un helado en el muelle.

Partimos a saludarlas, a ellas, las flores que más queríamos con una rosa cada uno en la mano,

escondidas tras nuestras espaldas. No podían estar más felices ellas. Al final, recapacitaron y se dieron

cuenta que nos necesitaban y, por lo tanto, nos venían a buscar.”

– ¿Una cervezita compadre?- aproveché de interrumpirle, al verle gastar toda su saliva.

– Dele no más, para eso estamos.

“Pero dijimos que no, que aún no era el momento para volver con ellas, el mar nos llamaba, el

sur nos llamaba, ese aire cada vez más entremezclado de tierra y mar nos llamaba.

– Un poquito más al sur, huachas – les dije.

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– Y volvemos – acotó el Pancho.

– ¿Lo prometen? – con los ojos abiertos, ambas, como preguntando al universo.

– Palabra – prometimos con nuestras propias bocas, abríamos de hacerlos.

– ¡Guau! – ladró el Chato.

– Un poquito más al sur – terminé yo.

De ellas nos despedimos esa misma tarde, que ha sido una de las más memorables. Cogimos

caracoles en la playa, paseamos por la feria de artesanías, ellas nos regalaron unos gruesos chalecos de

lana a cada uno. Nosotros las invitamos a comer a Angelmó. En eso pasamos la tarde. Luego de

despedirnos, fuimos al hospedaje.

Ahí estaba el Car'e Laucha, don Tila y el Nano, sentados, meditabundos.

– Dos semanas y un cachito se van a demorar en la mantención ¿qué piensan hacer, cabros?

– Pues, pensamos seguir viajando para el sur, cruzar a la isla, conocer algo más.

– Entonces , les daré la paga por la semana, a pesar de ser tan pollos, se esforzaron, tomen

cabros y cuídense. Cuando vuelva la pega nos buscan si quieren.

Recibimos unas lucas que gastamos en una carpa, alimentos y pertrechos, nos quedamos

pernoctando en el liceo de Puerto Montt. Tenía los baños más rancios de la historia, el meado se había

acumulado para formar capas de grasa flotante, una sopa terrible. Encima van y nos penan toda la

noche. No pegamos un ojo hasta la hora de la salida. El perro fue el único que pudo dormir parece.

Desayunamos papas rellenas con juguito y partimos al canal, cruzaríamos para la isla. Hicimos

dedo y adivine ¿a quien pillamos?”

– A ver, no se me ocurre, ¿a quien?

“¡Al “As de la carretera” pues! Mientras viajábamos en el 'Za-Sa' a Puerto Montt ya se había

dado como tres vueltas entre este y Santiago. Ahora iba a Dalcahue a dejar su carga. Había tomado una

pasajera a la altura de Temuco. Llevaba un gran bolso entre los brazos y una tremenda chasca parda

llena de dreads, de oírla hablar daban ganas de reírse. Ella partió la conversación.

– ¡Hola chiquillos! ¿Qué tal?

– ¡Hola! Yo me llamo Pancho

– ¡Buenas, huacha! Yo soy el Lucho.

– A mi me dicen la flaca choriza y vengo de San Rosendo.

– ¡Buena po'h Carmela!

– Pero también dicen que me pitié a Gaete

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– ¿Qué no fueron los cuetes?

– ¡Con cuetes ando! Y esos me traen por acá. ¿Y ustedes, chiquillos?

– No, nosotros andamos conociendo el sur no más, a la aventura.

Nos contó además que iba a Castro por unos días y luego partía rumbo a Cucao a pasar el

verano. Todos los años llegaba en esa época con su producción anual de marihuana, unos cuantos kilos

conservados especialmente para aprovisionar a los mochileros volaos, viejos y principiantes. Con eso

se hacía la plata del año para estudiar. Nos dio a probar una aguja y pa' que decir que estaba de lujo.

– Eso sí, como está lleno de pollos la hago rendir con unos trucos locos que conozco.

En Dalcahue ayudamos a descargar y nos despedimos del Tito. Desde ahí caminamos por el

borde de la carretera. Pasamos por campos de trigo aún inmaduros, algunos tramos con aromos

floridos, otros con zarzas, en estas las moras estaban pintando de rojo recién, cruzamos arroyos de

manantial y reponíamos nuestras botellas y nuestros cuerpos con esas aguas.

Casi a mitad de camino a la flaca se le ocurrió subir el cerro por el cual pasabamos. Se nos fue

el resto de la tarde subiéndolo, lo que se veía desde ahí era sinceramente increíble. Tierra y mar,

montaña y mar, barcos por allá distinguidos al atardecer por sus luces titilantes, aves por acá

graznando, al sur comenzaba a hacerse notar Castro, también con sus luces. Nos sentíamos dueños de

todo lo que mirábamos, un insondable gesto de amplitud nos inundaba.

– Y aquí estamos pues, cabros. En la misterios Isla Grande de Chiloé, de la cual se cuentan

muchas historias.

– ¿Y cuales serán esas? ¿A ver?

Pues, en estas tierras húmedas, donde las mujeres y los hombres han aprendido a sembrar sus

papas, a cosechar os mariscos, a pescar bajo la lluvia, a construir sus hogares con la madera que crece

en estos árboles. También se desatan las fuerzas desconocidas al hombre común, pero también han

aprendido a a convivir con ellas.

La pincoya es una de las más conocidas, es la que favorece, según su capricho, la cosecha

marina de peces y mariscos, dependiendo hacia donde mire se decide la suerte de los pescadores, si

mira a tierra es buena y si mira al mar la pesca será mala.

El trauco, es el duende del bosque que regula la fertilidad de las niñas, las pilla caminando sola,

va y las atrapa para copular con ellas.

Así, hay bestias como el imbunche y otros seres mitológicos que rodean de una atmósfera

mágica estas tierras. Pero el más renombrado es el Caleuche, que es un buque fantasma comandado por

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brujos y brujas, tripulado por demonios, rescatan a los marinos náufragos para someterlos a las peores

torturas y capturan a los hombres que desde la tierra osan mirar a este barco fantasma. Se enteran de

todo lo que sucede en cien kilómetros a la redonda , los mensajeros son capaces de viajar por las ondas

electromagnéticas que atraviesan el aire y son invencibles.

Pero hay otras plagas, tal vez más reales, y son los hombres con terno y corbata que traen detrás

sus maquinarias inmensas para arrasar estos bosques, ensuciar las aguas marinas con los salmones y

explotar a los chilotes. En fin, este mundo se ha hecho complejo y bello.

– ¿Se les ofrece un pito, cabros?

– ¡No estaría mal!

El Chato, que había desaparecido antes de oscurecer, apareció relamiéndose los labios. Había

salido de caza, ya se estaba convirtiendo en salvaje con tanto aire puro.

La flaca siguió contándonos otras historias que conocía, del tesoro escondido en las playas de

Cucao, ahí decidimos acompañarla hasta ahí, de aventuras con otros compañeros en el norte, en

Bolivia, en Argentina, había viajado harto ella. Nos dijo que ella sería nuestra brújula, se durmió

profundamente.

La flaca tenía sus gracias, nos despertó al otro día con un rico desayuno para continuar luego el

camino. Bajamos acortándolo de manera a Castro cuando la sirena de los bomberos tocaba mediodía.

Pasamos por el rodoviario a consultar por los precios de los buses a Cucao. No era más de un

par de lucas, pero lucas que no teníamos. Fuimos al banco a ver si las chiquillas nos habían depositado

algo de plata. Eran treinta luquitas fresquitas y cariñosas, como decía el mail que nos mandaron y besos

con lengua, uno a cada uno. Regalones, pues, quedamos contentos, invitamos a la flaca a comer un

curanto con chapalele que estuvo de lujo, ella no comió curanto porque es de esos loquitas

vegetarianas. Bueno, comimos más de lo esperado y ella unas lechuguitas con tomates y papas.

Pasamos la tarde descansando en la plaza. Estaba repleta de mochileros hambrientos, de

visitantes de más del norte, gringos y japoneses con sus cámaras gigantes. Todos entraban a visitar la

catedral, hecha en madera hace muchos años, el dentror y el exterior. Se hizo hora de buscar donde

alojar, lo más barato, según los comentarios de los cabros de la plaza era en el plano del cerro que está

al lado del cementerio.

Cogimos ese rumbo y llegamos al cabo de un rato, armamos la carpa, fuimos con el pancho a

cargar las botellas, a buscar leña para una fogata y unas cajitas de vino. Al rato volvimos, la flaca, que

se había quedado cuidando aprovechó de hacer un espacio para el fuego. Al rato comenzaron a llegar

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más viajeros, cuatro más. Hicimos sopa, nos bebimos el vino y cantamos, reímos y contamos más

historias. Al final de la noche quedamos nosotros tres medios dormidos en torno a la fogata que se

apagaba.

El Chato comienza aladrar, sospecha algo, aparecen tres hombres así como de la nada, y se

acercan, los tres vestían ponchos y gorros de lana, saludaron moviendo la cabeza y habló el más

corpulento. El Chato no permite que se acerquen, le chiflo para que se calme.

– Afuerinos ¿no?

– Así es, tomen asiento – les dije, pero al momento me preocupé ya que vi que llevaban sendos

machetes amarrados los cinturones.

– ¿De Santiago? – prosiguió el mismo hombre.

– Pues de todas partes, de un poco más al norte, del norte de Santiago, de la costa. Vivimos un

poco en

cada lugar – la flaca se había espabilado.

– ¿Qué hacen aquí entonces? ¿No sabe uste que en este lugar no se debe acampar? Le pasan

cosas a la gente que pasa aquí la noche.

– Hasta ahora, nada ha pasado – les dije.

– ¡Pero más adelantito si, ya verá, ya verá!

Los hombres se paran, se despiden y se entremezclan con la oscuridad yendo quizás a que otro

lugar. Al momento, de cansados, de borrachos, de asustados, nos quedamos dormidos. Despertamos

cuando el sol picaba fuerte sobre la carpa y no se podía respirar, en unos minutos preparamos nuestros

equipos y partimos al rodoviario.

Demoramos un par de horas en el viaje hasta el pueblo de Cucao, sin embargo nuestro

campamento estaría a una distancia de cerca de diez kilómetros, por lo que teníamos que caminar algo

más de tiempo. Ahí era el lugar más central como centro de operaciones de la flaca y, el que sabía,

llegaba fácilmente. Sin embargo nosotros debíamos volver, nos impusimos la misión de desentrañar el

tesoro de Cucao y recolectar todos los datos posibles. Dejamos al Chato cuidando a la flaca. Volvimos

al pueblo se preparaba una fiesta costumbrista, fue inevitable.

En la botillería del pueblo, luego de esperar un rato para que nos atendieran, conocimos a un

viejito al que le convidamos unos sorbos de vino y conversamos con él.

– ¡Gracias muchachos! Muy amables.

– De nada pues, ¿sabe, caballero?

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– ¿Um?

Llegamos acá buscando algo, un tesoro que nos dijeron está enterrado en esta zona. Fue hace

siglos, cuando ocurría la decadencia del imperio Español y surgía el Británico. Los piratas pululaban

los nuevos mares, acechando las riquezas, el oro americano que se embarcaba con destino hacía la

península ibérica.

Algunos de estos aventureros se atrevían a incursionar cada vez más al sur. EL capitán y la

tripulación del Osiris llegaron al norte de Lima, a un pueblito en el que se embarcaban algunas cargas y

se depositaban los tesoros de esas tierras para embarcarlos. En esa ocasión tuvieron suerte, pudieron

saquear el pueblo, se llevaron lo más valioso y el resto lo incendiaron. Sin embargo, no contaban con la

fuerte flota española que les aguardaba a la salida del puerto de Lima.

Se inició la persecución, que duró poco más de tres semanas, gracias a la velocidad del Osiris y

al viento. Siempre la distancia entre los dos bandos fue poca, lo que no les permitió detenerse a

recuperar suministros. A la altura del canal de Chaco estaban ya todos extenuados, pero decidieron

continuar, era de mañana y ya el destino no favorecía al Osiris ni a su tripulación. La distancia era ya

de quinientos metros y esos hombres se aferraron a lo último de las energías que es quedaba, llegaría la

noche y desembarcarían para adentrarse en el bosque y esconder el tesoro. Huyeron todo el día,

logrando sacar algo más de ventaja. El capitán y cinco de sus hombres desembarcaron en estas playas,

según lo que dice el diario que nos mostró la flaca.

– ¿La Flaca Choriza? – Preguntó sorprendido el viejito – Veo que ya conocen a la María.

– Pues sí ¿Usted también la conoce? ¿Así se llama?

– ¡Claro! Si es mi hija y ese diario se lo llevó ella aquella vez que se separó de mí. Debe confiar

mucho en ustedes o querer algo de ustedes que hizo que les contase esta historia. Ese es el tesoro que

he buscado toda mi vida.

– Y usted, ¿Ya sabe donde está enterrado?

– Indicios tengo. Manejo algunos posibles lugares que según el mapa que logré elaborar,

algunos indicios son bajo las arenas de la playa, al norte de la laguna; entre las cuevas de estos cerros

en donde truenan los cantos espantosos de la pincoya o en algún claro dentro de los bosques rojos de

arrayanes, las malas lenguas dicen también que el tesoro se encuentra en un islote que aparece y

desaparece según la luna, el cual tiene una entrada a parajes subterráneos.

El capitán del Osiris no sólo fue pirata, era un hombre iniciado en los misterios de la naturaleza

y de las antiguas culturas del mundo, era un mago y sabía distinguir los lugares especiales, en donde el

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poder fluye con más nitidez. Este lugar es preciso, durante la persecución pudo encontrar entre el tesoro

saqueado una de las reliquias del mundo antiguo, eso fue lo que escondieron.

Cuando lograron esconder aquel tesoro, fueron sorprendidos por los españoles, se salvó sólo el

contramaestre y con él el diario del capitán que llegó hasta mis manos en estos días. El diario del

capitán y del contramaestre son la clave para encontrar el tesoro. Esos hombres murieron luchando,

todos; el Osiris desapareció, nadie supo de ese barco nunca más. Pero la cabeza del capitán fue llevada

a Lima, al virrey y este hizo escarmiento de ella, para que jamás volviera un pirata a acercarse a

territorio español bajo su tutela.

– ¡Vaya! Entonces es cosa de encontrar esos tesoros, que deben estar por aquí.

– ¡Exacto!¡Pero!¡pero! Esta noche debemos celebrar.

Y celebramos. Fuimos a hacerlo a la fiesta costumbrista chilota. Huarachas, rancheras,

reggueaton también. Mucho vino, muchas empanadas, choripanes, piscolas, cervezas, bailes con una,

do, tres chiquillas. Hacían las cuatro de la mañana y el Pancho, extrañamente, se mostraba sobrio, el

viejo si y yo también.

Mi compadre quería que llegase el otro día, quería encontrar pronto el tesoro. Nos fuimos

caminando por la playa, así como íbamos, nos demoraríamos más de una hora en llegar al campamento.

Estábamos con los pies cansados, cruzamos uno o dos puentes, nos acercamos al mar a mirarlo,

a tocarlo, a mojarnos. El viejo lloraba, quería ver a su hija. El Pancho en realidad si estaba borracho. El

único más sobrio era yo.

No amanecía cuando, ente la neblina matutina, sobre el mar una mancha oscura y tenebrosa

comienza a hacerse cada vez más y más grande. Era el barco fantasma que nos había contado la flaca,

el Caleuche, lo vimos abalanzarse sobre nosotros; se pasó el resto de la borrachera, corrí todo lo que

pude hasta esconderme, en cambio el viejito y mi compadre quedaron paralizados de espanto. De

pronto tres destellos salen desde el barco y aparecen tres hombre junto a mis amigos, los encadenan con

algo y desaparecen con ellos. En ese momento perdí la conciencia.

Era de día cuando me despiertan.

– ¡Lucho!¡Lucho! – escucho el grito de la flaca, de la María, también los ladridos del chato.

Apenas pude recuperarme, me levanté.

– Mi viejo ya sabía que vendría por acá – me dijo entre lágrimas luego de haberle contado lo

que nos había sucedido en la noche.

– ¡No debemos quedarnos de manos cruzadas! – fue lo que inmediatamente después dijo –

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¡Encontraremos ese puto tesoro!

Y así anduvimos unos cuantos días buscando. En la playa, no encontramos nada, solamente

arena. Hicimos el intento en el bosque rojo de arrayanes, encontramos cerca de veinte claros que

podrían ser pero terminaron no siendo, no se ajustaban a las descripciones. Nuestro tercer objetivo fue

el islote, conseguimos un bote bien rudimentario, pero nos sirvió para ir y volver si es que teníamos

suerte. Es un puro roquerío, sin embargo al llegar nos encontramos con el chaleco que le regaló la

Hortensia al Pancho y el bastón del papá de la flaca.

– Eso es lo que nos queda. ¿Qué más hacemos, flaca?

– Nada, volvemos. Llegará el momento de recuperarlos vivos.

– Entonces, me iré de aquí, no puedo soportar la angustia. Me vuelvo a Santiago.

Así que, aquí estoy, finalmente en Santiago, con un amigo menos. Y en eso anduve en estos tres

mese fuera de Santiago, compadre.

– Pero al menos sigue vivo, ¿No? ¿Y que pasó con la minita de Talca?

– ¡Ja, ja, ja! Eso, es harina de otro costal pues compadre. ¿Cuanto le debo?

– Pues nada, cortesía de la casa.

– Igual, pago una ronda de cerveza a todos los cabros. ¡Salud! – ya se habían arrimado como

diez parroquianos al Lucho, escuchando calladitos la historia, les toco cerveza para todos.

Ahora el Lucho está medio trastornado, toma poco y dice que se dedica a los estudios. No

cuenta mucho más, desde que le pasó aquello anda cada día más callado. Se casó también, por eso tal

vez sea que lo veo poco. Y el Pancho, aún desaparecido, no se si será tal como me lo haya contado el

Lucho, pero por Santiago ni la punta de la nariz. ¡Estos muchachos! ¡Siempre han sido buenos

muchachos!

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Paukar

I

El sol ya caía con fuerza sobre el árido salar y los treinta hombres que buscaban con su propia

fuerza el mineral, rasguñando la superficie, se detuvieron a descansar. El último tiro que hicieron

estallar sobre el desierto abrió un boquete del cual pudieron terminar de llenar las carretillas. Unos se

sentaron a tomar un sorbo del agua tibia que traía el aguatero, otros secaron su sudor con la manga a

sus camisas, algunos terminaron de moler los terrones grandes con sus barretas. Paukar retiró el gorro

de su cabeza y lo dejó sobre el montón de mineral recolectado, a un costado de donde se sentó. Sus

manos gruesas por los callos tomaron un terrón del suelo y lo desintegraron por completo.

– ¡Ni una sombra!

– ¿Y qué quiere pos compañero? Si esta cuestión es el desierto.

– ¡Ah! Es que echo de menos el sur, sus árboles, los ríos.

– Pero de allá se vino por algo, ¿no?

– Pues, porque no había trabajo para un hombre como yo, además alimentar mujer y niños no es

cosa fácil en estos días.

– Allá usted, hermanito. Por el norte, en Lima, tampoco es fácil vivir.

– ¡En ningún lado!

– ¿Y cómo quiere que sea fácil? Si está muy mal pelado el chancho. Trabajamos de sol a sol y

ni las chauchas pues.

– ¡Qué chauchas, ni que ocho cuartos! Acá andamos a puras fichas.

– Progreso le dicen los patrones.

– ¡Esclavitud, más sería!

– ¡Vos callate! No veís que siempre andan sapos entre nosotros, ¿cierto compadre Juancho, que

hay regalones del patrón?

– No sé nada yo, pero si se que es mejor seguir trabajando para que no nos pase nada malo.

– Seguro pos, usted que sabe tanto, el amigo que sabe juntar las letras.

– Acá se hacen los cuchos no más y andan puro sacando la vuelta.

– ¡Salga usted! Si usted también saca la vuelta pues – aunque no le gustaba hablar, saca el habla

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Paukar.

– ¡Usted, amigo Paukar! Es muy joven para andar opinando.

– Opino, ¿Y qué tanto? Si igual sé leer.

– Todo porque le enseño la señorita.

– ¡Feliz! De algo que valga la pena estar por estos lados sacándose la mugre.

No tenía más de diecisiete años el joven Paukar, era el menor del grupo pero no por eso el

menos fuerte. Levantó las cejas para pedir a su compañero la cantimplora que estaba a un par de metros

de él. Las diez carretillas estaban llenas de material, Alguien tendría que llevarlas a la correa

transportadora; en realidad diez de los treinta, dejando cinco carretillas en reserva mientras volvían de

la descarga. A los minutos se levantó y se refregó con el polvo las manos, tomó los mangos de la

carretilla sobre la cual dejó su gorro.

– Mejor me llevo una carretilla ahora, así no andan pelando después.

– ¡Adelante! Yo le sigo en un ratito.

– Los espero a la vuelta.

Se levanta el tercio que le correspondía mover la carga mientras se aleja Paukar por la senda

hacia el centro de acopio, amontonaron las herramientas al lado de una roca y sonreían por el último

chiste que salió de entre todos. No tenían la prisa juvenil, pero si más firmeza, la calma de una espera

casi eterna en la que no sucede nada. Hicieron lo mismo que Paukar, rompieron un terron para pasar el

polvo por sus manos y cogieron cada uno su carretilla. A paso lento, en una fila irregular de hombres

de distinto tamaño, avanzaron por el camino.

Mientras caminaba veía su gorro, a cada paso que daba podía observar cada detalle de los

colores perdidos ya hace tiempo, lo nuevo era el pardo terroso que lo recubría y los tonos que aún no

habían desaparecido. De los tonos pasó a recordar los colores originales, aquellos que llevaba cuando el

gorro aún no era suyo, sino de su padre; de su padre pasó a recordar el dolor de haberlo perdido y de

sentirse perdido en la pampa. Otro cielo, otra tierra, otro aire, otros sonidos, otras caras, y la pena de no

ser lo que podía haber sido con los suyos. La vida había sido perversa con Paukar, pero algo le movía a

mantenerse en pie.

Tomó al gorro, y lo olió, aún tenía ese algo de su padre y de su madre que lo llevaban a tiempos

más felices e inocentes. Ya eran muchos los años que había dejado a su madre y luego perdido a su

padre. No tenía idea porque su vida había sido así, pero lo único que quería era cambiar, ser libre,

volver a su antiguo hogar. Las barreras eran muchas, sin embargo, pensó en aprovechar la primera

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oportunidad que se le diera para cumplir tal objetivo. Su decisión era irrevocable, una nube de

esperanza comenzó a resurgir.

II

El sol casi se levantaba atravesando las montañas más altas de la cordillera, pero solo habían

retazos luminosos y muchas sombras mañaneras cubriendo todo el poniente. Paukar respiraba el aire

frío y húmedo mientras sus ojos se llenaban con el azul profundo del cielo limpio y los rojos terrosos

de la tierra que lo vio nacer. La montaña a un lado y a otro el altiplano, las champas de pasto que

mimetizaban las manadas de llamas y alpacas era todo lo que cabía en la imaginación infantil de un

niño que no superaba la decena.

Estaba agitado porque era primera vez que viajaría con su tayta y eso lo ponía feliz, no había

dormido en toda la noche de los nervios pero se sentía con mucha energía luego de masticar chuño a la

salida del caserío del ayllu, recostado junto al llamo que lo acompañaria durante el viaje. Debían bajar

atravesando todas las montañas, llegar al valle y recoger una carga de qulloa que les serviría para

mejorar las cosechas, traerían de vuelta además una carga de guano. Paukar conocería el mar, lo único

que sabía era el vértigo de mirar algo sin fin. Era su madre la que venía de allá y siempre le contaba las

historias de su pueblo, la pesca, el mar y su abismo refrescante.

El taita Chikan salió al rato con el resto de los animales amarrados entre sí con una cuerda. Era

el año que le tocaba hacer la ruta comercial de la comunidad hacia donde cae el sol. Recolectaría guano

y salitre, tendrían los mejores cultivos en mucho tiempo. La asamblea del ayllu lo había decidido, era

hora de aumentar la cosecha. Haría además intercambios de lana por charqui durante el viaje. Como

estaba el tiempo calculaba que, en veinte días podría cruzar con Paukar las montañas y llegar al valle.

De ahí otros quince días luego de encontrar el camino. Se sentía orgulloso de su fuerte hijo, le encargó

a su mujer que le tejiera un nuevo Ch'ullu colorido para cubrir su cabecita. Haría feliz a Paukar, su

primer hijo.

– Rimaykullayki, churi Paukar.

– Rimaykullayki, tayta Chikan, ¿ya nos vamos?

– Si, hijo, si. Vamos caminando por el sendero. Tu guiarás a los animales por un rato, ya

debieses saber. – Le pasa la mano por la cabeza, desordenándole el pelo. – Ve a tomar las provisiones y

cárgalas en el llamo.

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– Voy, tayta.

Se dirigió Paukar a su casa a buscar el saco con los alimentos para el viaje que realizaría con su

padre, el saco era grande por lo que no podía cargarlo solo, comenzó a arrastrarlo por el camino. Vio

salir a su mama, le hizo una seña para que lo ayudara.

– Rimaykullayki, churi Paukar.

– Rimaykullayki, mamak Achik– Paukar corre y la abraza, la huele y le da un beso en la cara. –

¿me ayuda a cargar el saco?

– Claro, siempre que pueda te ayudo mi niño, debes cuidar de tu viejo churi, a veces se le

olvidan algunas cosas, a veces se desabriga.

– No se preocupe mamak, yo soy hijo de los dos, los quiero tanto como inti a pacha.

– Mi niño grande, serás un gran hombre cuando crezcas – lo mira con un brillo en la mirada y

ríe.

– Y usted siempre una gran mamak, nunca la olvidaré.

Cargaron el saco en el llamo, las vejigas con agua a cada lado. Se abrazaron la madre y el hijo,

se despidieron y Achik se alejó. No quería verlos irse, entro a la casa a descansar. En tanto padre e hijo

se alejaban lentamente por la senda, el viejo apoyado en su bastón y el niño dando saltitos cortos entre

roca y roca. Todo el valle ya estaba iluminado y los pájaros comenzaban a moverse de un lado a otro

para conseguir el alimento del día.

Efectivamente el viaje fue de veinte días, bajando por las quebradas, siguiendo los cursos de

agua, no tuvieron muchos problemas durante el trayecto. Recogieron algunas hojas de coca al pasar por

la primera de las quebradas y se fueron masticándolas para engañar al estómago. Frío no pasaron nada,

ya que siempre que se hacía noche acomodaban la recua de animales en torno a ellos y hacían un

pequeño fuego. Lo único que tenían que cuidar era que no llegase el puma a atacarlos y llevarse algún

animal.

Y, como el miedo a algo es casi también como una invocación a ese algo. No pasaron muchos

días cuando, acurrucados típicamente en torno a las llamas del fuego y las llamas en torno a ellos, ¡Sas!

Y sienten el rugido del puma a unos cien metros, un estremecimiento atravesó por sus espaldas y los

animales se movieron agitados.

– Es un puma Paukar, quédate con los animales ¡que no les pase nada!

– Bueno, tayta, no se preocupe.

Desenvolvió del cinturón su honda, recogió unas cuantas piedras redondas del suelo y las fue

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preparando para lanzarlas. No pasaron más de cinco minutos cuando la bestia apareció con todas sus

fauces abiertas, saltando sobre uno de los animales de la recua. La asombrosa habilidad de Chikan

impidió que el puma hiriera a una de las llamas, cayó fulminado con la piedra que dio de lleno sobre la

cabeza.

Con el animal muerto, se calmaron los ánimos entre todos, como no se come la carne de puma

no la comieron, sin embargo lo despellejaron para obtener su piel. La venderían a algún peletero a

cambio de alimentos, que les serviría algo más que un pedazo de piel. Esta la cambiaron al llegar al

valle central a un comerciante en el tambo ubicado en la precordillera. Llegaron cerca del mediodía ya

cansados, los pies doloridos y el cuerpo descompuesto, necesitaban un descanso. En el tambo se

enterarían de las últimas noticias de la zona. Entraron y cuatro ojos se levantaron para mirarlos y ver

que tan amigos serían los últimos llegados. Sonrieron, el más viejo habló.

– Rimaykullayki, amigos.

– Rimaykullayki, me llamo Chikan y este es mi churi Paukar.

– Y, ¿de donde son? ¿Para donde van?

– Nosotros somos de allá el altiplano, donde sale el sol primero. Vamos a buscar algo de salitre

y guano para mejorar las plantaciones. La asamblea lo decidió y era mi turno. Aprovecho también de

traer al cabro chico para que aprenda, conozca tierras distintas. Que se haga grande.

– Bueno, – le dijo el viejo – no espere compadrito que más para la costa le vaya bien, se están

poniendo peligrosas las cosas. Se está llenando de estos chilenos violentos, no se aún para que, pero

mejor no acercarse mientras no pase esta tormenta.

– ¡Quizás para cuando compadrito! – dijo el otro, que terminó siendo el comerciante – ¿me deja

ver su piel de puma? Parece nueva.

– Claro pues, se la cambio si quiere, ¡Paukar, trae el puma que matamos! Yo creo que igual

vamos a ir por lo nuestro, no creo que nos pase nada malo, la mamapacha nos ha protegido todo el

viaje y lo hará en el resto.

– Tiene que puro cuidarse, son malos zorros estos chilenos.

– Tome amigo, se la cambio por las provisiones para llegar a la costa y volver para acá.

– Pues, buen precio le va a sacar, deme también su churi y le cambio además cinco llamas más.

– No, al churi no me lo toca, su mama me mata si no llego de vuelta con él.

– ¡Buen tayta ha de ser usted!

– El intento hago, nada más.

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Se quedaron descansando un día completo y una noche, como la misión encomendada por todo

el ayllu era recoger el material para mejorar las cosechas, la decisión era terminantemente formal y

estricta. Continuar pese a los posibles peligros que se avecinaban. Paukar no se había enterado de la

conversación, pero veía el nerviosismo de su padre, la cara cambiada por la preocupación, algo malo

sentía en el aire.

El plan era llegar a la costa, recoger el guano que es más liviano y cortar hasta el salar más

próximo a la cordillera para ahorrarse el viaje, debían hacer un desvío al sur de unos cincuenta

kilómetros. Tenían que llegar a Caleta Chica, donde seguramente se encontrarían con familiares de

Achik, comerían pescado y otros animales marinos, cargarían el guano y descansarían unos días antes

de volverse. A la vuelta pasaría por el salar Surire cuyo camino era directo pero más peligroso del que

habían hecho. Se cargaron de provisiones y dieron pie a la segunda etapa del viaje.

III

Si en la anterior etapa lo que tenían que hacer es intentar pasar el frío cordillerano, soportar la

presión en altitud. En el valle, pleno desierto, debían soportar el calor, la sequedad y un paisaje árido.

Un paisaje que, al pasar de los días, puede transformarse en un tormento que siempre es mejor olvidar.

Siguiendo siempre la quebrada del río Camarones, no debían perderse ni demorarse mucho.

Desafortunadamente ese año fue muy seco, por lo que de haber agua, nada. Soportaron estoicamente

los cerca de quince días que demoraron en cruzar el valle, se adentraron en la cordillera costera durante

seis días más. Apareció el mar.

Un viento fresco azotó los rostros morenos del Paukar y su padre, agitó los filamentos de todo el

cuerpo de cada llama y con solo un respiro limpiaron los pulmones resecos por el viaje. Ambos se

volvieron a revisar los animales, los contaron y vieron que todo estaba bien. Hasta el momento, la

Mamapacha los había protegido, lo sabían pero no lo decían para no romper la magia de haberlo

logrado. Fue un largo silencio que dedicaron para contemplar el vasto espejo marino y agradecer al

tayta Inti por guiar con su luz el camino.

– Es el mar, churi Paukar.

– Es grande, como el desierto, pero más grande.

– Dicen que no tiene fin.

– ¿Quién?

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– Las historias que los viejos dicen.

– Entonces, ¿de donde vienen los otros hombres? ¿los de Chile, del Perú, que son tan distintos a

nosotros?

– De más allá, nadie sabe muy bien, pero llegaron con un hambre voraz. Llegan y se lo llevan

todo, llegan y lo ocupan todo.

– De hambre sé, tengo hambre, usted me dijo que del mar podemos sacar unos mariscos y

pescar algo ¿no?

– Así fue como te dije Paukar, vas a recordar este momento, el sabor de los animales que nos da

el mar es lo mejor.

– ¿Por eso es qué hay tantos pájaros?

– Por eso, esas son gaviotas, esos con el pico grande pelícanos, esos chicos y rechonchos

pingüinos.

– Me gustan.

– Esos no se comen.

– Me gusta verlos, tayta pues.

– ¡Ah! A mí también. Si encontramos a la familia de tu mama se pondrán felices de vernos. Los

buscaremos después de almorzar. ¡Vamos a Challwa jap'iy!

Desempaquetaron los enseres que llevaban en el saco, sacaron la red que Achik les había

preparado, recordando los viejos tiempos con su familia. Era una mujer de mar, así que conocía todas

las técnicas para obtener el alimento de él y las había enseñado a su marido cuando se conocieron. El

pequeño Paukar miraba la red y el resto de los instrumentos asombrado, no sabía como usarlos pero

intuía que servirían para atrapar el alimento del día. Caminaron por toda la costa hasta la punta,

atravesando algunos charcos de mar y llegando al islote más extremo. En el islote se encontraron con

unos lobos de mas, así que tuvieron que ahuyentarlos para poder pescar tranquilos. No esperaron

mucho cuando sintieron un tirón en la red, la levantaron y contenía tres merluzas de tamaño mediano.

– Estos que son los challwa más ricos según tu mamak.

– ¿Cómo se cocinan?

– Al fuego, con un poco de sal y listo.

Recogieron la pesca y volvieron al campamento. Ahí hicieron el primer fuego del día y

prepararon los peces, sacándoles las escamas y limpiándoles las entrañas. No podían estar más

contentos, luego de semanas sin alimentos frescos, el sabor y la textura blanda de la carne les despertó

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el apetito, que tenían en conserva todo ese tiempo. Comieron todo, lo acompañaron además con un

poco del chuño que les quedaba y tomaron los últimos restos del mate que ocuparon durante el viaje.

– Me cuenta de nuevo como conoció a la mamak.

– Fue en este mismo viaje, con mi tayta, tu abuelo. Tenía cerca de veinte años y ya me tenía que

casar. Conocimos a un grupo de Camanchacas e intercambiamos presentes, acampamos cerca de ellos

por unos días. Achik era la más linda de todas y más encima dejaba que le conversara, al principio no

nos entendíamos mucho, así que con señas me explicó todo como funcionaban en su ayllu.

– ¿Y que pasó después?

– Ya era tiempo de volver a casa, ella no quería separarse de mí yo tampoco de ella. Así que

celebramos la ceremonia y les dejamos algunos animales que traíamos de reserva. De ese entonces que

ella es de nuestro pueblo y se hizo tu madre.

– Linda ella. La hecho de menos.

– Ella también te debe echar de menos, pero está orgullosa de ti. Tiene un gran hijo.

– Quiero conocer a la familia de mi mamak, tayta.

– Si tenemos suerte los encontramos, ellos siempre viajan, para el sur, para el norte. ¡Quién

sabe!

– Me gusta el mar. Me hace sentir grande, tayta. Me dan ganas de conocerlo completo.

– Mi churi, debe ser porque llevas el espíritu de los Camanchacas también, pero ellos son

sufridos. Más que nosotros. Además nos pondríamos muy tristes si nos dejas solos en el ayllu por allá

adentro.

– Solo hablo, tayta. Solo hablo.

Se durmieron profundamente recostados en un par de animales. No despertaron hasta que el sol

se escondía atrás en el mar. Decidieron quedarse ahí acampando y partir un poco más al sur al día

siguiente. Como no podían dormir más, Paukar y su padre conversaron acerca de todo lo ocurrido

durante el viaje. Lo que les había parecido más divertido, lo más terrorífico, lo más cansador, los

recuerdos de los colores y la inmensa vastedad del altiplano, desierto y mar. Al final, todo tendía a ser

lo mismo para los distintos seres que habitaban el mismo mundo. Al final, todos venían del mismo

lugar para ir al mismo lugar.

Bajo la luz de la luna, que apareció pasado la medianoche se quedaron nuevamente dormidos y

al cobijo de las llamas, que tan útiles les fueron en el viaje. El ruido del mar chocando con la playa les

parecía tremendo, pero como un ronroneo que, después de todo, resultaba placentero y relajante.

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Despertaron con el griterío de las aves marinas, con todas las energías de un nuevo días. Decidieron

pescar algo más y partir. Comerían el pescado cocinado en el cacharro portátil, en donde podían dejar

carbón para mantener los alimentos en cocción. Esta vez tuvieron más suerte y se triplicó la cantidad de

merluzas tomadas de la red. Devolvieron cinco ya que no sabían como llevarlas sin que les pasara nada.

De esa forma emprendieron el camino sinuoso de la costa, a veces arenoso, a veces rocoso. Siempre

con chispas de agua salada humedeciendo la ropa y los rostros de estos dos seres que guiaban a los

animales con los cuales llevarían un preciado cargamento a su pueblo.

– ¡Llegamos!

– Yo lo veo igual a lo de antes

– No, churi, acá está el tesoro que dejan los pájaros. Acá se juntan por miles cada año y nacen

más pájaros, acá todo lo que sacan ellos del mar lo depositan como sus desechos en el suelo. Con los

años se acumula, se seca y ya se puede recolectar. Las aves nos dan su regalo para lo que no volamos y

nos alimentamos de la tierra. Trae las palas.

– Bueno, tayta.

No pudieron encontrar a los camanchacas familiares de Achik. Los días que estuvieron llenando

de guano los sacos se encontraron con otra banda, que les dieron indicaciones de donde estaban ellos.

Habían partido más al sur y no volverían en un año más. No tenía sentido seguir buscándolos. Sin

embargo, lograron cambiar algunos tejidos por charqui de pescado, les serviría para el viaje de retorno

y algo les quedaría como presente para los del ayllu. Llenaron todos los sacos que traían, venderían

antes de llegar al salar la mitad. De esta manera les quedarían más reservas. Chikan sabía como

negociar en esas tierras. Descansaron una semana, debían volver antes que comenzara el mayor calor

del año, antes de que se desatara el invierno boliviano.

IV

Con los animales cargados, el viaje se hizo más lento, pero como ya era conocido el camino,

hicieron el viaje sin problemas hasta la entrada del valle central. Nuevamente era el desierto y cada vez

más caluroso. Decidieron cambiar los horarios de viaje, lo harían durante la noche y la mañana, en las

horas de calor descansarían. Lo importante era seguir la cuenca.

Pasaron por un tambo a reposar y lograron cambiar el guano con un par de comerciantes, se lo

llevaron casi de inmediato. Algo urgente les llevaba en su viaje, sin embargo no hablaron más que lo

sugifiente.

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– Allá veremos los pájaros más grandes de la tierra los suri y los que se paran en una pata, las

parinas. Te van a gustar, Paukar.

– ¿Y de ahí sacamos el salitre?

– El caliche, luego hay que separar con calor lo bueno de lo malo. Como el cielo está separado

de la tierra. Lo que prende es el salitre, lo que apaga el fuego no es.

A lo lejos, cada cierto tiempo, veían pasar caravanas repletas de hombres. Era algo inesperado,

pero no se preocuparon ya que la distancia les hacía ganar confianza. De todos modos apresuraron el

paso, avanzaron más deprisa demoraron casi un mes en llegar a ver el salar. Nuevamente, a la vista, era

otro mas, más calmo, más blanco, manchado de lagunas aquí y allá, con vegetación rastrera por los

bordes e infinidad de pájaros. Los suris a un lado, bandadas de parinas por otro. Llamas y alpacas

silvestres pastando. Una fauna exhuberante. Un osasis dentro de tanto desierto. Nuevamente, Paukar

quedó pasmado por la belleza insospechada del lugar.

– ¡Corren como nubes!

– Y las parinas vuelan como ellas solas

– El salitre, tayta, ¿de donde lo sacamos?

– Donde esté blanco, ahí hay que picar. Es duro, nos demoraremos más que con el guano. Por

otro lado estate atento, los zorros pueden atacar las provisiones, nos dejarían sin nada.

Descargaron las herramientas, un par de picas y un par de palas, fueron desenvolviendo los

sacos para ir llenándolos. El olor a guano apestaba aún en los sacos vacíos, con un poco de aire que los

ventilase se aliviaría la pestilencia. Durante los días que trabajaron, por la mañana llenaban un par de

sacos de caliche y por la tarde lo procesaban artesanalmente. Lograban obtener la mitad del material en

salitre. El trabajo se hacía tedioso y cansador. Las manos de Paukar se ampollaron por completo y ya

no miraba con los mismos ojos el lugar. Eso si que era un trabajo duro.

A lo lejos, una sombra a caballo observa las labores de ambos. Azuza a la bestia para que se

acerque a los dos indios desgraciados que le estas escarbando su propiedad. Lo impediría, terminaría

de inmediato con tal falta de respeto. Así se trata a la gente del norte, van bajo tierra o van bajo el látigo

del trabajo.

– Y ustedes, ¿quienes son, que están en mis tierras indios de porquería?

Se levanta el viejo Chikan a responder, la voz iracunda lo atemoriza, pero no demuestra miedo.

Esta vez es distinto al puma, este animal si ataca mata, debe de tener cuidado.

– Yoooo, patroncito, me llamo Chikan y este es mi churi Paukar.

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– Ya, ¿Y que andan haciendo por aquí?

– Nosotros, andamos sacando algo de salitre para llevar el pueblo.

– ¿Y quien te dio permiso para sacar el salitre de aquí? ¡Desgraciado!

– Pues, en mi ayllu tenemos la autorización desde mis abuelos para extraer el caliche de aquí.

Aquí esta el documento.

– ¡A ver! – lo examina detenidamente – ¡Esto ya no vale! Ahora es territorio chileno y, como

tal, los papeles deben ser chilenos. Este salar es mio, tengo el documento, y comienzo a explotarlo este

año. Así que te vas a tener que ir no más.

– Muy bien, muy bien, patroncito, como quiera. – con la voz llena de ira contenida– Paukar,

guarda todo que partimos a casa.

Paukar lo guardo todo rápidamente, a la mirada del hombre oscuro todo lo hacía con temblores

espasmódicos. El tono de voz de este lo aterrorizó por completo. Sintió la tensión entre ambos

hombres. Una tensión histórica, que venía de ya más de trescientos años cuando llegaron los hombres

blancos y toda su prepotencia. Cuando estuvo listo, el hombre se retiró y Chikan comenzó a guiar a sus

bestias a casa.

Se habían alejado bastante, apurados y asustados lo mejor era no quedarse mucho más tiempo

en el lugar. Atardecía cuando nuevamente sienten sonido de caballos al trote. Son cinco hombres los

que se acercan. Suena un disparo, Chikan cae fulminado. Los hombres se detienen.

– Está muerto – Uno de ellos le toca el cuello para medir las pulsaciones.

– El patrón dijo que quiere al cabro chico. Que le llevamos los animales y el salitre que se

llevan estos indios se acumule en la bodega.

Amarraron al niño y lo subieron a una silla del caballo del que daba las órdenes. Paukar se

quedó completamente pasmado por el shock recién recibido. No respondió hasta tres horas después

cuando llegaban al campamento que recién se estaba formando. Los animales, la mitad de ellos, fueron

faenados para alimentar a los hombres, el resto quedó en reserva. El guano fué desechado, repartido los

víveres que llevaban. El viaje completo de un padre y un hijo, que poco querían de violencia, fue

saqueado completamente.

Durante dos años el niño fue tratado como un esclavo, a punta de huascas aprendió a limpiar las

habitaciones, botar los desechos de los hombres, cocinar el rancho. Con diez años tuvo que aprender a

ser un hombre maduro.

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V

La salitrera se había transformado en un lugar próspero. Al poco tiempo de fundar el

campamento, don Ignacio Cañas, dueño del salar, pudo hacer jugosos negocios con el mineral extraído.

Pudo hacer brotar todo un pueblo, la casa del patrón, la casa del capataz, la iglesia que se vio

presionado a construir por los curas misioneros. Se hacía prospera la industria, sin embargo,

aparecieron obviamente las consecuencias. Los agitadores, una y otra vez se levantaban, pidiendo

mejores sueldos, mejores tratos, en fin, nada de lo que podía darles. De otra manera no sería negocio,

¿cierto?

Es así como, un caso entre tantos, permitió forjar una de las primeras riquezas del Chile

independiente, triunfante y conquistador. Pasando a llevar todo lo que convenía ignorar, saqueando las

riquezas naturales que abundan en todo el territorio de la angosta faja de tierra. Así es como fue que un

niño indio, que desconocía toda esta crueldad, se vio enfrentado a esta realidad. Los dos años que

pasaron, lo hicieron crecer tal como al pueblo. Llego un prestamista, una cantina, una chingana. Lo

necesario para una vida de pueblo. Estaban por construir un teatro, pero eso debía de estar a cargo de

una visita muy importante, experta en tales construcciones. Era la hija del patrón, la señorita Cecilia,

por lo que decían artista y arquitecta reconocida en Paris.

Un día cualquiera llegó una carta avisando que la fueran a buscar al puerto de Iquique. Muy

ocupado don Ignacio, ordenó con urgencia una comitiva que la fuera a recibir. Entregó el dinero para

veinte caballos de tiro y diez bueyes al Caregato, hombre de confianza del patrón. Envió a Paukar

como paje, era el único niño que había en el campamento, así que no le quedó otra pese a que

desconfiaba completamente de los indios. A otro par de hombres como compañía de seguridad. Así fue

como, en cerca de un mes los recibió el puerto, con todos sus aromas, bienes y males. El buque de la

señorita Cecilia aún no llegaba, así que tuvieron que esperar una par de semanas más, se había

retrasado en Lima debido a complicaciones políticas, a este nivel de las relaciones todo era muy

complicado.

En tanto, aprovecharon de hacer todas las adquisiciones, se alojaban en la casa de un buen

amigo de don Ignacio, don Carlos Montes. Recorrieron las calles y disfrutaron de sus pequeños

placeres. El cebiche fresco, algunas sopaipillas y otros alimentos callejeros. Los días que no salieron

con Paukar, los aprovecharon en cosas para mayores. Hasta que apareció el gran buque inglés que

supuestamente traería a la señorita.

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Apareció despampanante. Vestida de blanco y con un quitasol, seguida por un séquito de

jóvenes y muchachas, todos con la apariencia de ser mucho más que personas normales, eran los

artistas que vendrían a pasar una temporada en la salitrera. Con seguridad la paga sería bueno, los

parisienses no se mueven de esa ciudad a no ser que la bolsa de monedas pese mucho. El niño Paukar

salió a recibirla.

– ¿Usted es la señorita Cecilia, hija de don Ignacio?

– Así es, mi pequeño amigo, ¿cuál es tu nombre?

– Paukar y tengo que ser su acompañante durante el viaje.

El puerto hervía de sonidos, olores y personas que se dirigían a uno y otro lado, embarcaban y

desembarcaban, cargaban y descargaban los buques mercantes. Hacia el mar, el horizonte estaba

cubierto de embarcaciones que esperaban su turno para entrar a puerto, algunos llevaban un par de días

y deberían esperar hasta un día más. Era una ciudad bullente de personas, un indicio claro de la riqueza

que estaba generando la producción y exportación de salitre. Había una sección especial de bodegas en

donde se acumulaba el material para la construcción del ferrocarril a Arica-La Paz, demorarían unos

cinco años más en terminarlo, al menos eso decían los informes de los periódicos aparte de poner en

relieve la alta tecnología con que estaban confeccionados los modernos trenes de esta via.

– Señorita Cecila, ¿Cómo está?¿No la ha molestado el cabro chico? – pregunta el Caregato.

– Muy bien, gracias. No, Humberto, ha sido muy amable. ¿Cómo esta mi padre?

– Pues bien, sacándose la mugre para levantar la calichera. Dijo que usted se encargará de

construir un teatro, ¿no? Estaría bien bueno.

– Así es, querido. Precisamente te esperaba para que que te preocupes de bajar todas las piezas

y con mucho cuidado las ajustas en las carretas. Son piezas muy delicadas, si se rompe alguna será

imposible construirlo.

– No se preocupe. Acá con el Huarén vamos a hacer todo lo necesario para que ande todo bien.

– Bueno, entonces ahora me retiro al hotel. – Volviéndose a la comitiva – Hoy descansaremos

en el hotel , partimos mañana a la calichera. Mi padre estará feliz de recibirlos. ¡Paukar! ¿Puedes llevar

esta maleta?

– Si.

– Pues, entonces vamos. Tengo algunas cosas que preguntarte en el hotel.

Rápidamente se encaminaron al hotel, pidieron una pieza el el muchacho que atendía la

recepción le entregó a Cecilia el tercer cuarto del segundo piso. Tenía vista al mar, pero eso no era lo

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que le importaba. Se veía agitada y no era porque hicieron el camino desde el embarcadero muy rápido,

sino porque hasta el momento todo había salido bien.

– Alberto, este niño es Paukar, me acompañara durante toda mi estadia en Chile. No será

problemático para lo que tenemos que hacer.

– Tendremos que repartir una considerable cantidad de textos, ¿el niño podrá ayudar?

– No lo creo, no se si sabe leer. Si no, no podrá. – Se voltea hacia Paukar – Niño, ¿Sabes leer?

– No señorita, a los pobres no nos dejan leer.

– Pues, por eso estamos aquí. No es el teatro fastuoso que se construirá en la salitrera, es para

traer algo de esperanza a este pueblo chileno. Entonces, ¡Tendré que enseñarte!

– Si el patrón se entera, capacito que me mate.

– Es mi padre y si te envió a ti, yo me haré cargo de tu educación y no debiera meterse más-

– Entonces, Beto querido. Debes repartir los cinco paquetes con el manifiesto, un paquete por

hombre. Tu te quedaras con el resto de la carga y esperar aquí, recibiendo toda la información. Yo iré a

la salitrera de mi padre, guiaré la construcción del teatro y cuando termine vuelvo. Si todo funciona

bien, en ese momento el norte, este norte se moverá.

– ¡Haremos lo imposible! Hasta entonces, compañera.

Luego de haber descansado del viaje un par de días y preparar a todos los bueyes con la carga

en material para la construcción del teatro, partió la caravana interminable hacia la salitrera. El viaje

sería de por lo menos un mes, con descansos durante el día cuando las llamas solares lamen cada

centrímetro de superficie y de noche cuando el frio cuela hasta los huesos. Por suerte las habilidades de

la comitiva de artístas era variada, los músicos y humoristas, los actores se divertían haciendo

morisquetas y canciones molestas para el Ceragato y el Huarén que, en presencia de la señorita, no

harían nada. Paukar aprovechó esas ocasiones para reírse de ellos como núnca lo había hecho, en tanto

las lecciones de lectura y matemáticas avanzaban sin mayores problemas.

Pero el desierto agota a cualquiera, ya los últimos días casi nadie se soportaba ni entre sí ni a sí

mismos, el peso del silencio natural de ese ambiente provocaba sinnúmero de meditaciones,

pensamientos y nuevas ideas. Muchos silencios, pocos ruidos. Lo único que incitaba un ansia de

avanzar eran los pocos pastos que aparecián a lo lejos, indicando un altiplano aún lejano pero que

pulsaba por aparecer. No pasó mucho tiempo para que, en una de las mañanas apareció un fulgor del

sol a nivel de la tierra, eran las calaminas que conformaban esa construcción indefinida bajo el cual se

cobiajan los trabajadores del salitre y se reflejaban, indicando el camino. Se alivió el corazón de todos,

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vendría el refresco y un buen descanso, pronto tocaría la construcción del teatro que recrearía la vida de

la oficina.

VI

La pulpería rebosaba de clientes, el alcohol preparado con alambiques en el patio trasero ya casi

se había acabado, algunos borrachos jugaban a las cartas a la salida. La ocasión era especial, todos

esperaban por entrar a su turno para ver la obra de teatro. La primera en la oficina y, por lo que

comentaban los que algo sabían, de lo que habían visto u oido de los ensayos, sería el espectáculo del

año.

En tanto las cosas se volvían cada día más agitadas. Poco a poco en las oficinas se estaban

formando organizaciones de obreros llamadas mancomunales, era la única forma en que podían exigir

mejores condiciones pero los reclamos e intenciones de mejorar quedaban en nada, los patrones hacían

oidos sordos y se encargaban rápidamente de reemplazar a los más revoltosos. Los mensajeros que

llegaban a la salitrera para informar de los avances de las tareas encomendadas por la organización

fueron poniéndose cada vez más cautelosos, pasara lo que pasara debía existir la coordinación entre

todas las oficinas en las que había una operación del partido y Cecilia.

Cecilia fue preparando a Paukar para actuar en la última presentación, logró hacerlo leer con

fluidez y juntar los números. En el teatro se programó la primera función para el dueño y funcionarios

de la oficina con sus familias, luego vendrían los funcionarios de menor rango y, por último dos

funciones para los obreros.

La escena mostraba el mismo desierto que los atormentaba a todos por igual, con su calor

ardiente, pero desierto de civilización. Narraba la historia de los colonizadores cuando se embarcarón

en la fabulosa empresa de atravesar esa angosta faja de tierra que ahora sería Chile, eran don Diego de

Almagro con sus quinientos hombres atravesándolo. Buscaban lugares donde abrevar sus animales,

hasta ese momento el número del grupo había mermado, importantes prisioneros incas, un importante

sumo sacerdote llamado Huillac Huma y su hija Ñusta con sus seguidores, habían escaparon hace

algunas noches.

Los hombres pasan, pero los ex-prisioneros reaparecen reestablecidos en un oasis de la pampa

del tamarugal y secuenta su dominio de sangre. Cada vez que aparece en el horizonte algún explorador

extranjero o indio cristianizado, logrando capturarlo y posteriormente lo sacrifican. Así fue como logró

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dominio de la zona, de su libertad también, a sangre y a fuego . La princesa emblemática comenzó a ser

llamada la Tirana del Tamarugal, su nula piedad la hizo famosa.

Cuando ya convertida en leyenda viviente sucedió que un español, don Vasco de Almeida,

buscando alguna veta de mineral precioso para explotar para hacerse rico y volver a la Madre Patria

como un gran señor. El buscavidas y la matavidas terminaron por encontrarse, jamás el desierto ha sido

tan grande como para que se eviten estos encuentros fortuitos. Algo sucedió en la princesa tirana que

no solo no lo mató sino que se enamoró y se convirtió al cristianismo. Fue lo que desató la tragedia.

El resto de los supervivientes, su padre y seguidores, no tuvieron otra solución que el sacrificio

de ambos. Fueron descubiertos juntos rezando frente a una cruz de tamarugales. No dudaron un

instante y cientos de flechas los atravezaron de lado a lado. Ambos murieron en instantes, dejando su

sangre correr y regar al desierto. A los días nacio un ramillete de flores del desierto donde murieron.

Era un milagro para todos, lo divino en la tierra. Entonces de a poco fue corriendo la voz de la tragedia,

del milagro. Al tiempo contruyeron una capilla en su memoria y el lugar se convirtió en lugar de

pergrinación.

Todo termina con una tremenda representación de los bailes, hombres vestidos de diablos, con

vestimentas coloridas, música que llama a danzar y saltos de a uno y otro lado se levanta el ceremonial

de adoración de la virgen del pueblo nortino. Entonces, en la última función se levanta Paukar,

declamando las palabras para el cierre de la obra.

Con la barreta molemos

el espanto del sol que machaca

carne de hombre y bebemos

el sudor de todas nuestras partes

No prende el caliche a los huesos

no escucha la virgen de la pampa

porque el dolor no despierta

hasta que se levanten los puños

y digamos fuera al patrón

fin a la explotación.

El público asistente se agita, quizás conmovidos por las palabras y la música que cerraban la

historia trágica de la Virgen de la Tirana, o el mismo alcohol que se les subió a todos a la cabeza.

Todos agitados salieron, algunos comenzaron a cantar canciones de protesta, otros incitaron a los

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asistentes a marchar a la casa del patrón para exigir justicia. Se fue sumando casi todo el pueblo al

movimiento, algunos se quedaban mirando, otros simplemente se limitaron a cerrar las puertas y

ventanas, atemorizados por la multitud enardecida.

A cien metros de distancia de las oficina y la casa del patrón aparecieron veinte hombres a

caballo, armados y apuntando. No permitirían que nadie sobrepasase la línea. Las cosas se estaban

desbordando, las noticias que llegaban de otras oficinas mostraban que algo se podía ganar con eso, los

hombres avanzaban paso a paso, lentamente. Se detuvo el grupo a unos seis pasos del portón, los

hombre fieles a don Ignacio prepararon armas. El ambiente tenso, en veinte segundos Cecilia

reaccionó, no era el momento aún de llegar a los extremos, eso sería después, pasaban esas ideas unas

tras otras en su mente.

– ¡Detenganse, todos! ¡Ya basta! No debe morir ningún hombre, sangre inútil sería para el

futuro.

Los hombres con los cuales había planificado la situación que se había salido de control

comenzaron a calmar los ánimos. Los hombres a caballo bajaron las armas. Desde la casa salió don

Ignacio, había sido despertado por la turba y estaba furioso.

– ¿Qué sucede aquí?¡Carajo!

– ¡Son estos revoltosos, patrón! A la salida del teatro los trajeron a todos acá.

– Atrápenlos, no quiero estos rotos en mi oficina. Me desmotivan a los los hombres, sacamos

menos caliche y yo me enojo – rojo de ira, vio como su misma hija protegía al resto de los hombres con

su cuerpo – ¡Y tú! Cecilia, te vas a Santiago. Te dije que no te metieras en estos asuntos. ¡Vaya mierda

que trajiste!

A las dos semanas no quedaba nada de la revuelta, no se hablaba y si se hacía era con sumo

cuidado. Todos los que pudieron reconocerse en la protesta fueron enviados a la explotación más

alejada de la calichera. Que sufrieran por su rebeldía, era el acuerdo de los jefes. Entre estos iba Paukar,

el que había aprendido a leer y el que ayudo a Cecilia con la revuelta del teatro. Con sólo catorce años

fue destinado a pasar las peores penurias que un hombre viviría en el desierto, pero el niño era fuerte,

había aprendido a soportarlo todo, había aprendido a ser libre por un tiempo, por eso dudaría en

abandonar la vida.

VII

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Apoyó las ásperas manos sobre su rostro, los años habían tejido como roble de piel aquellas

zonas en donde el trabajo lo exigía. Los músculos crecieron, Paukar ya era tan fuerte como el más

experto de los barreteros, pero el polvo y el sol lo tenían agotado. Daría lo que fuera por volver atrás a

los días en que podía tocar la hierba del altiplano con sus manos aún blandas. El cura le hablaba del

destino, que era lo que era y había que aceptarlo, pero el cura era también el que almorzaba todos los

domingos con el patrón, no podía confiar en él. Sin embargo, podría ayudarlo en conseguir algo mejor,

sabía leer y escribir, eso le ayudaría en algunas de las labores administrativas. Decidió ir de inmediato

a hablar con el padre José, se levantó y caminó los tres kilómetros que lo separaban de la oficina.

Serían algo menos de sueldo pero el riesgo lo valía.

Encontró al padre Carlos rezando en la capilla, dudó unos segundos antes de interrumpirlo,

atravesó lentamente la nave por el pasillo central, veía distintas figuras religiosas, desde vírgenes y

algunas situaciones como la Anunciación o la Visita de los Pastores al Niño Jesús. Tocó con suavidad

el hombro del hombre que rondaba los cincuenta años.

– Padrecito, necesito hablar con usted.

Se dio vuelta lentamente y se irguió, le tendió la mano a Paukar con suavidad y la apretó

levemente.

– ¡Dios te bendiga, hijo mio!

– A usted también, padrecito

– ¿Para qué me necesita?

– Pues vine para pedirle un favor – dejó escapar unos segundos de silencio.

– ¡Adelante!

– Necesito que me apoye en conseguir un puesto en el la Oficina de Telégrafos, se leer y puedo

aprender a enviar mensajes con la máquina.

– Y, ¿cúal es la causa del cambio que deseas?

– He pensado que ayudaría más ahí que en la pampa, rascándole la piel al desierto.

– Puede ser, Arturo ha tenido que viajar de vuelta a Santiago, su madre se muere. Lo hablaré

con Ignacio, sólo el puede dar una respuesta positiva. ¡Que Dios te apoye hijo mio!

– ¡Gracias!

Con esto, Paukar quedó contento por los días que faltaban para el día domingo. En la misa de la

mañana el cura Carlos le diría como le fue con el nuevo trabajo. Trabajó con más ganas que nunca,

dormía poco por los nervios y hasta retomó las lecturas que su maestra le había dejado. Por suerte,

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nadie se enteró que las tenía, escondidos los libros entre unos retazos de lanas, se habían conservado

salvo las hojas resecas en los bordes. El día domingo se lavó y vistió su mejor tenida, quería recibir la

noticia de la mejor forma.

Esa mañana la iglesia estaba llena, se acercaba la cuaresma y todos querían saber como se

organizaría. Tuvo que esperar a que terminará todo, que se alejaran los feligreses para poder llegar a

hablar con el padre Carlos.

– ¡Padrecito!

– Paukar, ¡hijo mío! ¿Cómo estas?

– ¡Bien, estuvo muy linda la misa hoy!

– Solo hago el intento, los halagos aunque bienvenidos son el fruto de la tentación.

– Digo no más, padrecito. ¿Cómo le fue con el favor que le pedí?

– Hablé con tu patrón y me pidió antecedentes. Le dije que eras el niño que encontraron perdido

cuando recién se estaban instalando.

Paukar se perturbó al recordar la historia, el dolor podría reflotar en cualquier momento de su

garganta. La verdad estaba oculta por lo que se decía desde la casa del patrón. A él no lo encontraron,

lo capturaron pero nadie le creería después de tanto tiempo.

– Y, ¿entonces?

– Se acordó de tí, recordó que eras muy callado hasta la llegada de la niña Cecilia. Se acordó de

tu colorido gorro, se rió y dijo que si servías para algo que la oficina necesitase entonces, adelante.

Saltó Paukar de la emoción, sus deseos se habían cumplido en parte y faltaba nada más que

seguir adelante. Abrazó agradecido al cura y se alejó corriendo.

– Debes aparecer mañana en la Oficina de Telégrafos, ¡Temprano!

–¡No se preocupe! Es lo primero que haré en la semana.

Paukar se afanó en su nuevo trabajo, aprendió rápidamente el código morse y a manejar la

maquina pulsadora. La cantidad de mensajes que llegaban y traducirlos era como coser y cantar según

el mismo le decía a sus amigos. Todos ellos parecían contentos de verlo feliz. En tanto, Paukar iba

preparando el plan final, el que le devolvería lo que se le quitó. En medida que recibía más confianza

del jefe directo, podía intervenir más los mensajes. Poco a poco fue distorsionando la información,

comunicando reportes incompletos y mentirosos, generando pequeños conflictos con los encargados de

los suministros y el transporte, pretendía hacer llevar a la oficina a su auge decadencia.

Durante dos año fue soltando los engranajes. Los jefes desesperaban, el patrón veía que se le iba

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la riqueza que con tanta rapidez le llegó, había logrado debilitar en forma considerable la estructura de

la organización. Su trabajo de hormiga había hecho casi caer al árbol.

Aquel día se encargó de hacer el último informe del mes y llevárselo a don Ignacio, le explicaría

todo lo que había recibido en datos de cargas, ganancias y pérdidas. Ahora tenía el acceso completo a

sus superiores. Ellos hasta llegaban a confiar en el muchacho indio que les llevaba las notas.

Era tarde de viernes y don Ignacio había aprovechado de abrir un par de botellas de whiskey

inglés. Las había disfrutado primero con sus amigos más fieles y luego los despachó para recibir a

Paukar.

– ¡Ehh! Chico, ¿Cómo te va?

– Bien patrón. Le traigo el informe de la calichera.

– A ver, paśame ese papel.

Paukar se acerca con el papel, el patrón le indica el vaso para que se lo llene. Le explica cómo

van ordenados los datos y le llena cada poco tiempo nuevamente el vaso, a las horas don Ignacio estaba

completamente borracho y dormido.

Se desabrocha un poco la chaqueta que llevaba puesta para tomar una cuchilla que llevaba

oculta en la espalda. No era hora de dudar, todo su plan de ser libre dependía de ese momento. Sudaba

perlas de agua fría, temía que lo descubrieran antes de haber muerto al odioso viejo. La levanta y con

rapidez la clava desde la espalda, atravesando sus órganos, una y otra vez por veintitrés veces, hasta

dejarlo desangrado, sin movimiento, asegurado que dejó de vivir.

Se levanta y deja el pedazo de metal sobre la mesa, la casa está completamente a oscuras pero

siente pegajosas sus manos y húmeda su ropa. Escapar es el siguiente paso, la montaña el paso, el

altiplano su destino. Años de pesadilla bajo el sol no habían calmado su niñez perdida, solo quería

gritar pero correr era lo primero.

Se escabulló por las sombras hasta el establo, todos los hombres estaban bebiendo, otros

jugando y otros con mujeres. Esa hora no era para preocupaciones, ensilló la yegua que ocupaban para

pasear a los niños de los funcionarios y la montó. Salió al galope al desierto a buscar al mundo que

había perdido, el gorro que su madre la había prometido.

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La Cola en la Lengua

Los parques son eternos, uno nunca termina de conocer cada rincón escondido en todos ellos.

Al menos eso pensaba yo, Marco, aquel día mientras estaba dispuesto a dormir una poco decorosa

siesta bajo el periódico vespertino repleto de noticias aburridas y redundantes. La tarde parecía casi

tarde de otoño, por lo silenciosa, pero la evidencia de las flores en los ciruelos y el frescor del viento

denotaban el término del invierno con una muy próxima primavera.

Los parques fueron eternos. Claro, antes uno buscaba un lugar acogedor donde reposar un rato o

bien, un poco de césped donde instalarse con los amigos a hacer picnic, se miraba con atención y todo

parecía inamovible; como si por eones nada hubiera pasado. Las montañas coronadas con su blancura,

la pequeña laguna con sus peces rojos, las aves que, con su gorjeo, entonan sinfonías inalcanzables

hasta para los maestros de maestros. Todo se disfrutaba como si fuera eterno, nadie pensaba que alguna

inevitable lengua del progreso se impusiera con su peso y dividiera en dos el infinito del parque.

Los parques no son eternos. También caen en manos destructoras, al menos eso creía cuando

me sumí en un estado de melancolía inquebrantable. Parece que me quedé dormido.

Los parques no son infinitos. Pero uno puede intentar hacerlos, recorriéndolos paso a paso;

observando cada pequeña piedrecilla que rueda por acción del viento, las hojas que en primavera son

verde claro, en verano ya oscuras, en otoño concentran el dorado del sol y en invierno por el suelo,

arrullándose, escondiéndose y cantándole viejas canciones a los árboles ya hechos esqueletos, para que

las recuerden en los próximos nuevos resplandores del hemisferio. Hacerlos infinitos no es tarea fácil,

pues siempre el frescor del parque nos deja perplejos, en algún momento pasa revoloteando una

pequeña avecilla y seguimos con la mirada la evolución de su vuelo, para las rapaces un vuelo estable y

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silencioso, el gracioso de las alondras, el rápido y nervioso aleteo del picaflor en busca de alguna flor

que succionar, también el pesado fulgor de las lechuzas que se posan en las altas sombras a la espera de

algún incauto roedor.

Los parques los hacemos eternos. Son nuestros recuerdos, nuestros ánimos, que los hacen

eternos. El recolectar datos, fijarse en motivos pequeños es tarea del historiador, yo soy un historiador

de los parques, os puedo referir la historia de cada uno de ellos si lo solicitáis; soy porque creo que la

importancia de los parques radica en la paradoja. Por eso no podemos erigir un monumento de roca o

bronce como es acostumbrado hacia nuestros héroes y grandes personajes, para recordar al parque solo

es posible recordarlo en sí mismo, dentro de él.

Así como infinitos, o eternos, todo parque tiene su respectivo centro. Y el centro es el borde que

los rodea, los senderos que lo atraviesan, los pulmones y corazones que aparecen por doquier. Es un

fluir constante de vida en el que encuentro arraigo. Por eso la historia del parque es también mi historia,

la hago mía porque yo soy la unión irreductible de él. Recojo ramilletes de manzanilla, me atrapa el

olor de la salvia, el azafrán y el tenue y dulzón aroma del jazmín. Cojo de las ramas del espino sus

casquetes rellenos con semillas negras, recojo las coleópteras semillas del arce, las hago volar una y

otra vez, y las bayas de los encinos las ocupo para hacer figuritas de hombres, mujeres y niños por el

parque. Las nueces de los nogales son delicias, aunque a veces salen negras por dentro y es porque se

las ha comido un gusano que ya es mariposa. En el centro del parque hay una laguna, en ella peces

rojos y al centro una pequeña isla, ahí crece el único almendro del parque, dicen que aquella persona

que come de ellas nunca olvida la laguna y su parque. Llamo a este almendro , junto con mis amigos,

el corazón del parque, nada más secreto, nada mas grandioso, nada más simple que un almendro al

centro de una laguna que esta rodeada por un camino en que, por sus orillas, florecen los magnolios y

un banco en cada extremo de la laguna. A pesar de que nunca he comido su fruto por respeto, creo que

nunca olvidaré este parque, tal vez yo sea su segundo corazón.

La gente pasea por los parques. Por este también, y mucha, pero esta tarde solo deambulo yo y

mi sombra, llegué a soñar incluso que dormía en el banco de un parque y que contemplaba pensativo

un almendro, lo que siempre hago. Por eso dicen que no soy de este mundo y yo digo que solo soy de

este parque. Pero llegaste tú, Juan, con tu organillo que despide esas melódicas notas ya desvencijadas

por la edad, separándome de mis agrestes sueños.

– Lo siento mucho pues, don Marquito. Es la ruta que hago todos los santos días.

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–¡Okey! Juanito, de todas maneras tenía ganas de conversar con gente amiga, estar aquí me

hace pensar, y el pensar me hace hablar y si no tengo con quien hablar, hablo con el aire, que es el peor

caso, no malo pero el peor.

– Como usted diga no más. Yo siempre estoy dispuesto a escucharlo a su mercé.

– ¡Pero Juan!me río sinceramente-.Esa forma de hablar me hace gracia, es como si fueras del

siglo pasado y estuviéramos en el campo, primero llámame Marco no más, si somos amigos pues,

segundo: sientate aquí en el banco.

– Bueno, si usted lo dice, que le vamos a hacerle pues Marquito.

– Oye, y ese perro que andas trayendo, ¿Es tuyo, cómo se llama?

– Parece, pero el perro no es na perro, es hembrita y se llama Piruja; bueno, así le llamo yo, y

me sigue y le doy comida, pero no es na' mía, es de la calle igual que yo y que usted.

– Bueno, si, todos nosotros somos de la calle, está bonita esta Piruja ¡Mira como me lenguetea

las manos! Parece que es reinteligente.

– ¡Mírele! Si yo también andaba diciendo lo mismo la otra vez, cuando conversaba con el

Lucho, el de los diarios, también me decía “la perra vivaracha que le salió compare”. Si hasta aprendió

a sacar los papelitos de la suerte, y como no tengo mono ni pajarraco me vino de perillas su ayuda. Por

eso le doy su hueso loco y un poco de comida todos los santos días.

– Cierto, es como si pensara la muy vivaracha. Pero la norma social dice que el único que

piensa es el hombre. Yo ni creo eso, piensa el que quiere pensar, no todos lo hacen claro. Por eso nos

vemos con mucha gente que se dedica a la guerra o competir por tonterías. Estos animales bípedos

tal vez ya no seres humanos- deben de pensar menos que la Piruja. Por eso fue que aburrido del�

mundo lleno de locos, lo dejé todo, y estoy aquí pues Juanucho.

– ¿Y cómo fué que se vino? Cuente más pues.

– Era joven, estudiaba una carrera en la universidad, además comencé a coleccionar hojas,

ramitas secas, semillas y las ponía en mi pieza como adornos. En clases, llegó un día en que el profesor

de física dibujó en la pizarra esto que ahora estoy dibujando en la arena del suelo:

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Y dijo con su voz

gangosa “Así se mueve el

mundo señoreees”. Yo no me lo podía creer, fue mucho para mí, así que decidí en ese momento

hacerme lo primero que me trajera un recuerdo grato. Llegué enfurecido a mi pieza y veo la selva que

ya tenía recolectada de todos los lugares por donde pasaba, pensé en el parque. Así que finalmente

decidí hacerme parte del parque y dejar correr la vida.

– ¿Y esa custión como se llama?

– Es la ecuación de Schordinguer. O algo así, ni me acuerdo como se llama, pero a partir de eso

decidí que la ciencia era todo un fiasco. Nunca me creí tal bestialidad.

– ¡Ah! Es cierto, harto bestia que son esos profes locos que enseñan cuestiones raras.

– Sí, más raras que gato con 5 patas o más raras que gallo poniendo huevos.

– Más rara que culebra con patas.

– ¿Culebra con patas?

– Si, ¿por…?

– No conocía esa, ¿De donde la sacaste?

– Cuando era cabro chico, el curita de mi pueblo contaba las historias de la Biblia, esa cuestión

del pecado original y el leseo de cuando la doña Eva se fue solita p'al árbol prohibido y se encontró con

la culebra. Y contaba como Diosito dijo que la culebra nunca más iba a andar erguida, o sea nos decía,

que se cae de cajón que antes las culebras tenían patas. Pero eso fue, ¿o no?

– Si la tomamos así, si. Pero yo tengo otra teoría nunca tan loca como la del curita de tu pueblo,

pero no tiene que ver con culebras, sino con el asunto este del pecado original. Que no fue nada pecado,

y de original tenía poco.

– A ver… Cuente pueh.

– La Biblia cuenta que Dios creó al hombre a imagen y semejanza ¿no?

– Sí.

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– Luego, Dios descansa, con el tiempo encuentra muy solitario al hombre y toma de él una

costilla y hace la mujer ¿cierto?

– Así fue.

– Luego les dijo a ambos que no tomaran del árbol del conocimiento. Y habían dos árboles

importantes en el Paraíso, el árbol del conocimiento y el de la Vida.

– Así lo contaba el curita, pero no me acuerdo mucho de eso.

– Pero la serpie tentó a Eva y le hizo comer el fruto del árbol del conocimiento. Después Eva le

dio a Adán del mismo fruto y ambos pecaron. Por eso Dios los castigó y los sacó del paraíso, sin poder

comer del árbol de la vida, condenándolos a morir.

– Algo así, pero me acuerdo menos de esa parte… Había un ángel con espadas de fuego, creo.

– Sea, luego condena a la serpiente a andar arrastrándose por la vida y a ser enemiga acérrima

de la mujer ¿No?

– Bueno, así pasó no más.

– Ahora viene mi teoría, así que esperate un ratito, así calladito y te cuento todo de un tirón.

– Dele no mas, que tiempo hay.

– Bueno, si vemos la diferencia entre la Piruja que, entre paréntesis, ya se va de paseo, y

nosotros los humanos, es el alcance de nuestras acciones. Mientras que ella puede ser perra no más,

algunos de nosotros podemos ser hormigas, elefantes , tigres, mostramos a veces la esencia de algunos

de estos u otros animales, nos caracterizamos por la plasticidad de nuestras acciones. En concreto,

podemos llegar a ser desde el más terrible asesino, al más santo de los hombres, sin alcanzar a dejar de

reconocernos como hombres. Esta posibilidad nace entonces de una condición que podríamos decir

superior del hombre, pero a la vez nos compromete desde el momento que nacemos hasta el que

morimos con el desarrollo, o mejor dicho: devenir, del mundo.

Lo que simbólicamente se llamó pecado original, fue este ascenso que sucedió en el principio

de la historia de la especie humana. De la condición animal propia pasamos a conocer nuestra

desnudez, fuimos conscientes en forma progresiva de nuestras sensaciones y nos vimos introducidos en

una nueva etapa de la vida que es el poder de decidir de nuestras acciones,. Por eso, en la historia, tal

vez no sea mas que alegoría, Dios hecha a Adán y Eva del paraíso y les impide comer del árbol de la

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Vida, ya que significaría la posibilidad del poder eterno, y como ya vemos que el poder atrae al poder,

la esclavitud sería peor, el sufrimiento aún peor, y la crueldad de los que conducen las acciones de los

subordinados insuperablemente peor.

Pero vamos más atrás, conocemos ya el despertar del ser humano, pero la historia fue

enturbiada por este mismo despertar. Primero veamos el caso de la serpiente y la mujer, la serpiente

sabe despertar el deseo de obtener algo, sin saber aún en que consiste, la mujer cogió primero este

objeto, luego su amor al macho le hizo compartirlo. Así la mujer escondió la esencia del objeto en su

fertilidad, en su vientre lleva el secreto. Por eso, la versión que el hombre crea de la historia muestra el

profundo rencor oculto del hombre a la mujer, la culpa de este despertar llamándole “pecado” y más

encima “original”, la domina haciéndola un personaje secundario en la formación de la humanidad, ya

que además agrega que sale de una costilla, y por eso, subordinada.

De aquí que se establezca en occidente el dominio patriarcal, que aunque pretenda una fortaleza

física siempre se ha caracterizado por ser débil de espíritu, por eso los astutos que han sabido captar la

sabiduría femenina han sido capaz de imponerse y llegar a mover enormes masa en pos de objetivos

intangibles e inalcanzables. Así hemos sido los hombres, y las mujeres los dejan ser, como unos niños.

Tal vez sean las mismas mujeres que en su inconsciente mantienen estas estructuras de poder por

medio de la religión, hay muchas devotas religiosas, y son las más reacias a cambios, son las que

manejan los hilos del teatro de la vida.

– ¡Ah, madre! ¡Que sabe cuestiones raras usted! Igual de repente puede ser cierto, ¡putas que

son jodías las mujeres!

– Esto continúa pues Juan. Aprovechándose de esto ellas, hacían sentir inspiraciones divinas a

los que escribieron la Biblia, les hicieron inventar un Dios que mejor les conviniera, les hicieron creer

que el hombre mandaba, les hicieron creer que el hombre habría de dominar la Tierra. Pero ellas

trabajaban en forma oculta, sin que nadie se diera cuenta cumplían su labor, que es el compromiso

tomado por llegar a este estado de la humanidad. El compromiso no era dominar, sino proteger; no era

destruir, sino construir; no era odiar, sino amar.

– ¿Amar que?

– Todo, la tierra en la que se nace, el sol, el agua, el aire, a la humanidad. Hasta que llegó un

hombre muy famoso hace un tiempo y reveló parte del secreto, pero lo mataron, porque era muy fuerte

para ser recibido en ese entonces.

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– ¡Ahhh…! que bonito, ¿no será don Jecho?, Pero de repente puedo no ser todo eso que dice, ¿o

no?

– Capaz que no fue así tan así, pero me gusta creer que fue algo parecido, me hace mejor

persona, es lo que pienso. Y el secreto ese de la mujeres, que es lo que llamamos amor, al que solo le

podemos vislumbrar las sutiles conexiones que lo componen. Mira a esa pareja que se besa con ardor

bajo el ciruelo, son momentos como ese en que se ama, no se sabe , no se puede decir por palabras,

pero ahí está. El amor es el pilar que sostiene nuestro mundo, sin él ya no existiríamos.

– Yo pues, amo pocas cosas, a algunas personas mas que a otras. Mi madre, mis hermanitos, a

mi difunto padre, a mi mujer. Siento algo así como que lo que usted dice me gusta. Parece poeta usted.

– ¡Ja, ja ja! Algo tengo. Si no, estaría en un banco ganando plata. Pero ya me tengo que ir, a

visitar uno que otro barcillo.

– Bueno, ¡chao! Iría con usted, pero me queda trabajo. Nos vemos compadrito.

– ¡Ah, mira! Una almendra en la orilla de la laguna. Me la comeré, ¡una delicia! ¡Adiós, mi

amigo!

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