CUENTOS DE LA LINDA CIUDAD DE CERRO DE PASCO
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CUENTOS DE LA LINDA CIUDAD DE CERRO DE
PASCO
alumno : Jhonatan Capcha baldeon
profesor : Wilber Giron
EL HUERFANO DEL TAMBO COLORADO
Tres jóvenes mineros que se habían
unido para explotar una mina de plata
a extramuros de la vieja ciudad
cerreña, vieron premiados sus
esfuerzos y privaciones, en muy corto
tiempo. Habían descubierto un filón
admirablemente fabuloso que al
explotarlo debidamente, les dio
ingentes cantidades que en las Cajas
Reales las trocaron en modales, en un
pequeño cofre de madera revestida en
cuero repujado, tuvieron mucho
cuidado de encargarle muy autoritaria,
pacienzuda y constantemente que, el
cofre, solamente se lo daría a los tres
juntos. Nunca a uno solo.
EL PACTO CON EL MUQUI
Este era un viejo minero que no obstante sus cuarenta años de trabajo en las
oquedades, no había podido reunir los fondos necesarios para sobrellevar una vejez
exenta de privaciones. No tenía casa propia ni había podido ampliar su chacrita como
lo habían hecho sus compañeros que siempre le estaban recordando: “La juventud
no es eterna”. Eso lo intranquilizaba terriblemente. Tenía que encontrar una manera
de mejorar su situación.
Como si todo fuera poco, a su cadena de frustraciones se le unía una serie de
acontecimientos misteriosos e inquietantes. A su agudo dolor reumático que
agarrotaba sus manos, cada día más agobiante, a la dureza acerada de las galerias.
EL CURA SIN CABEZA
Hace muchísimos años, en los linderos de Chaupimarca y Yanacancha –camino a Pucayacu- por
donde transitaban los viajeros que iban a Huánuco, había aparecido un espectro terrible que
tenía atemorizado a los caminantes. Era un cura sin cabeza que deambulaba por la zona
desplazándose por los aires a considerable velocidad. Todo era que descubriera a un
transeúnte o un grupo de ellos cuando inmediatamente se aparejaba y deslizándose por los
aires –como si volara- los acompañaba un buen trecho que al verlo se inmovilizaban de terror.
Cuando estos quedaban atónitos, el cura cuya negra sotana ya estaba raída y desprendiéndose
en flecos -no sabemos cómo- la emprendía a grandes puñadas, a manera de zarpazos
desordenados y fieros, destrozando la cara y cuerpo de sus víctimas; cuando éstas,
salvajemente desjarretadas yacían muertas, se alejaba emitiendo lúgubres ronquidos
guturales.
gracias por su atencion