Cuentos día discapacidad

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3 DE DICIEMBRE (DÍA DE LA DISCAPACIDAD) CUENTOS: DERECHO A LA INTEGRACIÓN PILAR JIMÉNEZ HORNERO: COORDINADORA PROYECTO ESCUELA: ESPACIO DE PAZ (CEIP DOCTOR CARAVACA) Me llamo Yashira Abbas Zebari, tengo siete años y una hermana gemela que se llama Yadiya. La gente dice que somos como dos gotas de agua pero no es verdad, porque a ella lo que más le gusta es jugar en el ordenador de la escuela y a mí me gusta jugar al fútbol en la calle. Además, Yadiya canta como los pájaros y yo corro como una gacela. Como ves, somos muy diferentes. En lo que sí somos iguales, es en que tenemos los mismos derechos y en eso somos iguales también a cualquier niño o niña del mundo. Las dos vamos a la escuela, tenemos un hogar y nuestra madre y nuestro padre nos cuidan. Realmente me siento muy afortunada porque mis derechos y los de Yadiya se respetan, como nosotras respetamos los derechos de un niño nuevo de la escuela que se llama Hoshiar Bapir Hashim. Hoshiar es un niño muy distinto a Yadiya y a mí. Tiene el pelo más amarillo que el sol y rubias hasta las pestañas porque es albino. Sus ojos son muy delicados y necesita gafas para protegerlos. Su familia no podía comprárselas por eso se las dio el gobierno. Y es que Hoshiar tiene derecho a que se cuiden sus ojos, a que su vida sea sana, igual que tenemos derecho tú y yo. Desde que usa gafas, Hoshiar está aprendiendo a leer muy deprisa. Yadiya y yo le estamos ayudando. El otro día leímos en un libro que los murciélagos no son pájaros como parecen sino mamíferos como los seres humanos. Los tres pensamos lo mismo, que curioso ser iguales a esos bichos y a la vez ser tan...Tan diferentes.

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Cuentos para leer en clase y elaborar cómics con nuestro alumnado.

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3 DE DICIEMBRE (DÍA DE LA DISCAPACIDAD) CUENTOS: DERECHO A LA INTEGRACIÓN

PILAR JIMÉNEZ HORNERO: COORDINADORA PROYECTO ESCUELA: ESPACIO DE PAZ (CEIP DOCTOR CARAVACA)

Me llamo Yashira Abbas Zebari, tengo siete años y una hermana gemela que se llama Yadiya. La gente dice que somos como dos gotas de agua pero no es verdad, porque a ella lo que más le gusta es jugar en el ordenador de la escuela y a mí me gusta jugar al fútbol en la calle. Además, Yadiya canta como los pájaros y yo corro como una gacela. Como ves, somos muy diferentes.

En lo que sí somos iguales, es en que tenemos los mismos derechos y en eso somos iguales también a cualquier niño o niña del mundo. Las dos vamos a la escuela, tenemos un hogar y nuestra madre y nuestro padre nos cuidan. Realmente me siento muy afortunada porque mis derechos y los de Yadiya se respetan, como nosotras respetamos los derechos de un niño nuevo de la escuela que se llama Hoshiar Bapir Hashim.

Hoshiar es un niño muy distinto a Yadiya y a mí. Tiene el pelo más amarillo que el sol y rubias hasta las pestañas porque es albino. Sus ojos son muy delicados y necesita gafas para protegerlos. Su familia no podía comprárselas por eso se las dio el gobierno. Y es que Hoshiar tiene derecho a que se cuiden sus ojos, a que su vida sea sana, igual que tenemos derecho tú y yo.

Desde que usa gafas, Hoshiar está aprendiendo a leer muy deprisa. Yadiya y yo le estamos ayudando. El otro día leímos en un libro que los murciélagos no son pájaros como parecen sino mamíferos como los seres humanos. Los tres pensamos lo mismo, que curioso ser iguales a esos bichos y a la vez ser tan...Tan diferentes.

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LA NIÑA SIN NOMBRE

Había una vez una niña muy pequeña que viajaba por el mar en un témpano de hielo muy grande. La niña estaba sola. Se había perdido. Después de algunos días en el témpano de hielo era ya más pequeño: se estaba fundiendo. La niña tenía hambre, tenía frío y estaba muy cansada.

Cuando el témpano de hielo se había deshecho casi del todo, unos pescadores recogieron a la niña en sus redes. El capitán del barco le preguntó que cómo se llamaba. Pero la niña no entendía el idioma del capitán. Por eso la llevaron al jefe de policía. Nadie fue capaz de averiguar de qué país era la niña; no entendía nada y, además, no tenía pasaporte. El jefe de policía llevó a la niña ante el rey de aquel país y le explicó que no sabían de donde era ni cómo se llamaba.

El rey estuvo pensando un rato y luego dijo: "Puesto que es una niña, que la traten como a todas las niñas..." Pero era difícil tratarla como a todas las niñas, porque en aquel país todos los niños tenían nombre menos ella......y todos sabían cuál era su nacionalidad menos ella. Era distinta de los otros niños y no le gustaban las mismas cosas que a ellos. Y, aunque todos la querían mucho y eran muy buenos con ella, nadie consiguió que la niña dejara de ser distinta de los otros niños...

A los pocos días, el hijo del rey se puso muy enfermo. Los médicos dijeron que había que encontrar a alguien que tuviera una clase de sangre igual a la suya y hacerle una transfusión. Analizaron la sangre de toda la gente del país......pero ninguna era igual que la del príncipe Luis Alberto. Y el rey estaba tristísimo porque su hijo se ponía cada vez peor.

A la niña sin nombre nadie la llamó, pero, como era muy lista, comprendió en seguida lo que pasaba. Estaba agradecida por lo bien que la habían tratado en aquel país, así es que ella misma se presentó para ofrecer su sangre por si servía... Y resultó que la sangre de la niña sin nombre era la única que servía para curar al príncipe. El rey se puso tan contento que le dijo a la niña: " Te daremos un pasaporte de este país, te casarás con mi hijo y desde ahora ya tendrás nombre: te llamarás Luisa Alberta..."

Pero la niña no entendía lo que decía el rey. Y el rey, de pronto, cayó en la cuenta de que ella no necesitaba ser de aquel país ni llamarse Luisa Alberta... Lo que necesitaba era volver a su propio país, ser llamada por su propio nombre, hablar su propio lenguaje y, sobre todo, vivir entre su propia gente. Había que intentar ayudarla, si era posible.

Así es que el rey envió mensajeros para que buscasen por todo el mundo... y no parasen hasta encontrar el país y la gente de la niña sin nombre.

Al cabo de bastante tiempo, el mensajero que había ido al Polo volvió con la familia de la niña sin nombre. Y por fin, la niña pudo reunirse con sus padres y sus hermanos, que estaban muy tristes desde que ella se había perdido.

Todos supieron entonces que se llamaba Monoukaki y que era una princesa polar. Lo que todavía no podía saberse es si se casaría o no con el príncipe Luis Alberto porque, al fin y al cabo, los dos eran demasiado jóvenes para casarse...

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EL NIÑO QUE TENÍA DOS OJOS

Entre anoche y esta mañana, existió un planeta que era muy parecido a la Tierra. Sus habitantes solo se diferenciaban de los terrestres en que tenían solamente un ojo. Claro que era un ojo maravilloso con el que se podía ver en la oscuridad, y a muchísimos kilómetros de distancia, y a través de las paredes...

Con aquel ojo se podían ver los astros como a través de un telescopio y a los microbios como a través de un microscopio...

Sin embargo, en aquel planeta las Mamás tenían los niños igual que las Mamás de la Tierra tienen los suyos.

Un día nació un niño con un defecto físico muy extraño: tenía dos ojos. Sus padres se pusieron muy tristes. No tardaron mucho en consolarse; al fin y al cabo era un niño muy alegre... y, además, les parecía guapo... Estaban cada día más contentos con él. Le cuidaban muchísimo.

Le llevaron a muchos médicos... pero su caso era incurable. Los médicos no sabían que hacer.

El niño fue creciendo y sus problemas eran cada día mayores: necesitaba luz por las noches para no tropezar en la oscuridad.

Poco a poco el niño que tenía dos ojos se iba retrasando en sus estudios; sus profesores le dedicaban una atención cada vez más especial... Necesitaba ayuda constantemente.

Aquel niño pensaba ya que no iba a servir para nada cuando fuera mayor...

Hasta que un día descubrió que él veía algo que los demás no podían ver... En seguida fue a contarles a sus padres cómo veía él las cosas... Sus padres se quedaron maravillados... En la escuela sus historias encantaban a sus compañeros. Todos querían oír lo que decía sobre los colores de las cosas. Era emocionante escuchar al chico de los dos ojos. Y al cabo del tiempo era ya tan famoso que a nadie le importaba su defecto físico. Incluso llegó a no importarle a él mismo. Porque, aunque había muchas cosas que no podía hacer, no era, ni mucho menos, una persona inútil.

Llegó a ser uno de los habitantes más admirados de todo su planeta. Y cuando nació su primer hijo, todo el mundo reconoció que era muy guapo. Además, era como los demás niños: tenía un solo ojo.

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EL NIÑO GIGANTE

Un día llegó a un pueblo que le pareció un poco especial... toda la gente era muy pequeña.

El niño tenía mucha hambre y le dieron de comer. Como el niño no encontró a sus padres en aquel pueblo, dio las gracias por la comida y ya se iba a marchar para seguir buscando, cuando le dijeron que lo que había comido costaba mucho dinero y que tendría que pagar por ello. Pero el dinero que tenía el niño no valía para pagar en aquel pueblo.

Le dijeron que tendría que trabajar para pagarles su comida. El niño contestó que él no sabía trabajar porque era un niño. Le contestaron que era demasiado grande para ser niño y que podía trabajar mejor que nadie porque era un gigante.

Así que el niño que era muy obediente, se puso a trabajar. Como trabajó mucho le entró mucha hambre y tuvo que comer otra vez. Y como estaba muy cansado tuvo que quedarse allí a dormir. Y al día siguiente tuvo que trabajar otra vez para poder pagar la comida y el alojamiento.

Cada día trabajaba más, cada día tenía más hambre y cada día tenía que pagar más por la comida y la cama. Y cada día estaba más cansado porque era un niño.

La gente del pueblo estaba encantada. Como aquel gigante hacía todo el trabajo, ellos cada día tenían menos que hacer. En cambio, los niños estaban muy preocupados: el gigante estaba cada día más delgado y más triste. Todos le llevaban sus meriendas y las sobras de comida de sus casas; pero aún así el gigante seguía pasando hambre. Y aunque le contaron historias maravillosas no se le pasaba la tristeza.

Así es que decidieron que, para que su amigo pudiera descansar, ellos harían el trabajo. Pero como eran niños, aquel trabajo tan duro les agotaba y además, como estaban siempre trabajando no podían jugar, ni ir al cine, ni estudiar. Los padres veían que sus hijos estaban cansados y débiles.

Un día los padres descubrieron lo que ocurría y decidieron que había que castigar al gigante por dejar que los niños hicieran el trabajo pero cuando vieron llegar a los padres del niño gigante, que recorrían el mundo en busca de su hijo, comprendieron que estaban equivocados. El gigante ¡era de verdad un niño!

Aquel niño se fue con sus padres y los mayores de aquel pueblo tuvieron que volver a sus tareas como antes. Ya nunca obligarían a trabajar a un niño, aunque fuera un niño gigante.

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EL ÚLTIMO CACHORRO

El dueño de una tienda estaba colocando un anuncio en la puerta: "Cachorritos en venta".

Esa clase de anuncios siempre atraen a los niños, y pronto un pequeño apareció en la tienda preguntando: "¿Cuál es el precio de los perritos?". El dueño contestó: "Entre 40 y 50 euros". El niño metió la mano en su bolsillo y saco unas monedas: "Solo tengo 5 euros... ¿puedo verlos?"

El hombre sonrió y silbó. De la trastienda salió su perra, seguida por cinco perritos. El último de los perritos estaba quedándose considerablemente atrás. El niño inmediatamente señaló al perrito rezagado que cojeaba. "¿Qué le pasa a ese perrito?", preguntó.

El hombre le explicó que cuando el perrito nació, el veterinario le dijo que tenía una cadera defectuosa y que cojearía por el resto de su vida. El niño se emocionó mucho y exclamó: "¡Ese es el perrito que yo quiero comprar!".

El dueño le replicó: "No, tú no vas a comprar ese cachorro; si tú realmente lo quieres, yo te lo regalo".

Entonces el niño se disgusto, y mirando directo a los ojos del hombre le dijo: "No, yo no quiero que usted me lo regale. Él vale tanto como los otros perritos y yo le pagaré el precio completo. De hecho, le voy a dar mis 5 euros ahora y 5 cada mes hasta que lo haya pagado completo".

El hombre contestó: "Tú en verdad no querrás comprar ese perrito, hijo. Él nunca será capaz de correr, saltar y jugar como los otros perritos".

El niño se agachó y se levantó la tela de su pantalón para mostrar su pierna izquierda, cruelmente retorcida e inutilizada, soportada por un gran aparato de metal.

Miró de nuevo al hombre y le dijo: "Bueno, yo no puedo correr muy bien tampoco, y el perrito necesita a alguien que lo entienda".

El hombre reflexionó y sonrió al niño, diciéndole: "Hijo, solo espero que cada uno de estos cachorritos tenga un dueño como tú".

En la vida no importa como eres, lo importante es que alguien te aprecie por ser quien eres; te acepte y te ame incondicionalmente.

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RANITA, LA RANA

Ranita era una rana como todas las demás. Tenía la piel llena de circulitos muy parecidos a los cráteres de la luna, pero mucho más chiquitos y de un color verde-marrón, ojos saltones, y una larga lengua que estiraba para capturar insectos y alimentarse de ellos. Vivía muy feliz en una laguna en las afueras de la ciudad.

Cierto día, una familia que por allí paseaba, la vio y le pareció tan simpática que decidió llevarla al jardín de su casa. Ranita, de repente, se encontró en una latita con un poco de agua, sin tener la menor idea de cuál sería su destino. Cuando la familia llegó a su casa, la dejó en el jardín, que a partir de ese momento se convertiría en su hogar. Sus ojos saltones miraron ese nuevo lugar: no era feo: todo lo contrario. Estaba lleno de plantas, flores, algunos bancos de madera, una hamaca y una pileta que Ranita confundió con una laguna que le pareció un poco extraña.

Ranita no era la única habitante de ese jardín. Había caracoles, bichos bolita, gusanos, lombrices, un conejo y dos perritos. También estaban los pajaritos que hacían nidos en los árboles, y mariposas curiosas que iban de aquí para allá. Los ojos de Ranita parecían aún más saltones que de costumbre, todo la maravillaba, todo le parecía lindo, a pesar de ser desconocido para ella. Comenzó a saltar contenta, dispuesta a recorrer cada rincón del jardín y hacerse nuevos amigos.

Lo que la pobre Ranita no sabía era que no sería bienvenida por sus compañeros del lugar. Ninguno de los animalitos que allí vivían había visto en su vida una rana, por lo tanto no sabían bien de qué tipo de animal se trataba y aún menos cómo era Ranita por dentro más allá de su aspecto físico. Todos y cada uno tenían algo que decir acerca de nuestra amiguita.

- Está llena de verrugas ¡Qué asco! - Dijo el caracol, a quien le costaba mucho terminar una frase.

- Me quiere imitar todo el tiempo saltando y saltando, pero no va a lograr saltar tanto como yo ¿Vieron sus patitas? Parecen palitos de helado al lado de las mías, comentó el conejo.

- ¿Y el color de su piel? Digo yo, ¿No estará medio podrida? Preguntó una mariposa que volaba por allí.

No sólo ningún animalito del jardín le dio la bienvenida, sino que en vez de preocuparse por conocer a Ranita y ver así si podían ser amigos, se ocuparon de criticar no sólo su apariencia, sino todo lo que hacía.

- ¡Es una burlona! Se quejaba un gusanito ¿No se dieron cuenta cómo nos saca la lengua? - ¡Tienes razón! Nos hace burlas a todos, no hace más que sacar esa lengua larga y finita que

tiene ¿qué se cree? Agregó el conejo. - ¿Y los ojos? ¡Parecen dos pelotitas de golf! Para mí que los tiene tan afuera para poder

mirarnos bien y burlarse mejor. Comentó un bicho. - Pues si ella nos burla, haremos de cuenta que no existe. Dijo una mariposa.

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Lo cierto es que Ranita sacaba su lengua a cada rato para alimentarse de insectos, como hacen todas las ranas hechas y derechas y no para burlarse de nadie. Tampoco tenía los ojos saltones para mirar a los demás, sino porque todas las ranas y sapos los tienen así. Lo que ocurre, es que nadie se tomó el trabajo de preguntarle, de conocerla bien y así poder saber cómo era la ranita realmente. Pasado un tiempo, Ranita empezó a sentirse muy solita. Intentaba hablar con sus vecinos, pero ninguno le hacía caso. La ranita quería volver a su laguna, pero por más que saltara, sabía que no podría llegar hasta allí. Dándose cuenta que no era bienvenida, Ranita se metió dentro de un agujero que había en el pasto y trató de salir de allí lo menos posible para no molestar a nadie.

Llegó el verano y con él una invasión de mosquitos nunca antes vista en el jardín de la casa. Todos los animalitos se rascaban sin parar, trataban de esconderse bajo una piedra (los que entraban), los perritos en sus casas, el conejo en una cajita donde dormía, pero aún así los mosquitos avanzaban sin parar.

- ¡Esto nos va a matar! Decía el caracol dentro de su caparazón. - ¡Ni saltando los puedo esquivar! Se quejaba el conejo. - Menos mal que yo puedo esconderme debajo de las piedras - comentó aliviado el gusanito -

pero algún día tendré que salir a buscar comida. Todos en el jardín estaban muy nerviosos y molestos. La única que estaba feliz era Ranita, nunca había tenido cerca tanta comida y además, estaba muerta de hambre por todo el tiempo que había estado dentro del agujero. Dispuesta a comer, la ranita saltó al jardín y empezó a recorrerlo persiguiendo cuanto mosquito se cruzaba en su camino. Con su larga lengua, que tantos problemas le había traído, agarraba todos y cada uno de los insectos que habían invadido el jardín. Al cabo de un tiempo, los demás animales empezaron a ver el resultado de la gran comilona de Ranita, no sólo porque la ranita ya tenía una panza que parecía un globo, sino porque ya casi no quedaban mosquitos dando vueltas.

- ¡Nos salvó! - decía el caracol. - No entiendo, decía el gusanito- primero nos burla y luego nos saca de encima a los insectos

molestos ¿quién la entiende? - ¿Yo qué quieren que les diga? ¡Salto de alegría, por fin nos libramos de esos bichos! - agregó

el conejo. En eso intervino Koko, uno de los perritos de la casa, quien hasta ese momento, no se había metido demasiado en el asunto.

- Yo diría que hay que ir a agradecerle ¿no les parece amigos? - ¿A la gorda llena de verrugas, con color medio podrido y que encima se burlaba de nosotros

todos el tiempo? ¡Ni loco que estuviera! - Gritó el gusanito. - Es lo que corresponde después de lo que ha hecho por nosotros/as y es lo que debemos hacer

- dijo Coco, que estaba enojado por la actitud de sus amigos. Y allí fueron todos, en una larga fila, a agradecerle a Ranita lo que había hecho por ellos. En realidad iba a empezar a hablar el caracol, pero tardó tanto que el conejo tomó la palabra.

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- Mire doña, la verdad es que queremos agradecerle lo que ha hecho.

Ranita no entendía por qué le agradecían, pero de sólo ver que sus todos sus vecinos se habían acercado a hablarle, le sacaba una sonrisa más grande que su boca misma.

- Perdón, no entiendo. Dijo Ranita humildemente. Agradecerme a mí, ¿Por qué? - Usted nos quitó esos molestos insectos. Lo que no entendemos es por qué desde que llegó no

hizo más que burlarse de nosotros y luego nos ayuda con los mosquitos. - ¿Burlarme yo? ¿De quién? ¿Por qué lo habría hecho? - Ranita entendía menos aún que sus

vecinos. La verdad es que en ese jardín todo era un malentendido. Eso pasa cuando las personas no se comunican y entonces no se conocen.

- Vamos confiese, de sacar esa lengua, todo el día sacándonos la lengua ¿se cree que no la veíamos? No sólo que nos sacó la lengua todo el tiempo, sino que para poder burlarse mejor, sacaba esos ojos que tiene bien para afuera.

- Lamento desilusionarlos vecinos, pero yo no me burlé de nadie. Me llamo Ranita, mis ojos son así saltones de nacimiento y la lengua la saco para cazar insectos. Si alguno de vosotros se hubiese acercado a hablarme o me hubiera dejado a mí acercarme, nos hubiéramos conocido y hubieran sabido bien cómo es una rana.

- ¿Una qué? - Preguntó el caracol que ya empezaba a sentirse avergonzado. - Una rana caballeros, soy una rana con ojos saltones como todas las de mi especie y con una

lengua larga que uso sólo para alimentarme y no para burlarme de nadie.

Muy dolida, Ranita se fue a su agujerito, aunque ahora le costaba más entrar porque estaba mucho más gorda por todos los mosquitos que se había comido. Todos los animalitos quedaron en silencio. Sabían que habían actuado mal. También sabían que si se hubiesen presentado ante Ranita el día que ella llegó, jamás hubieran pensado que se burlaba de nadie. Ahora, ante el dolor de Ranita, se daban cuenta del daño que habían hecho. Sin necesidad de decir una palabra, uno por uno, otra vez en filita se acercaron al agujerito de la rana. No hizo falta ponerse de acuerdo, pues todos querían hacer lo mismo.

- Doña Ranita se nos olvidó algo - Dijo el conejo con voz un poco temblorosa - Pedirle perdón - Agregó el caracol. Con esta última palabra, Ranita salió de su agujerito dispuesta a darles a sus vecinos una nueva oportunidad. Al cabo de un tiempo, los dueños de casa trajeron una lagartija. Los animalitos del jardín nuevamente veían un espécimen que no conocían. Sólo que esta vez actuaron diferente. Y una vez más, todos en filita, Ranita incluida, se acercaron al nuevo habitante, pero en esta ocasión para presentarse y darle la bienvenida.

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EL CARACOL LENTOSO

Un día Caracol Lentoso se puso muy triste, al darse cuenta de que estaba solo y no tenía amigos. Y si bien conocía a muchas simpáticas abejas y mariposas, no le había interesado su amistad por el simple hecho de que volaban por los aires y él se arrastraba por el suelo.

Conocía a muchos sapos y ranas agradables pero como saltaban y croaban tampoco se interesó en hacerlos sus amigos. Todos los habitantes del estanque buscaban su amistad. Insectos, reptiles y coleópteros se esforzaban por acercarse, y le tocaban el caparazón para invitarlo a jugar o a dar un paseo. Pero eran muy grandes o muy pequeños, tenían patas o no tenían antenas, eran rojos o azules pero no verdes como él.

El hecho es que Caracol Lentoso quería a alguien que fuera igual que él. Hasta que una tarde calurosa, bajo una hoja grande y verde se encontró con un molusco idéntico a él, se acercó emocionado y se puso a conversar con su casi gemelo. Eran como dos gotas iguales... pero una de agua y otra de aceite, porque su gemelo resultó ser un auténtico cascarrabias. En pocos minutos se dió cuenta de que sus semejanzas se limitaban al aspecto físico, dado que en gustos y formas de ser, eran totalmente opuestos.

Caracol Lentoso se dio cuenta de lo tonto que había sido y desde ese día tuvo más amigos que lunares en su caparazón, ya que aprendió a ser tolerante y comprendió que los que nos rodean no tienen que ser iguales a nosotros para ser buenos amigos y todos tienen derecho a contar con su amistad.