Cuentos e Historias de Navidad 2011 by Mimi Massad and Pals

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Cuentos de Navidad

Ediciones Etilvainilla

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Como regalo para el último día de la Navidad, aquí están estos ‘Cuentos de Navidad’.

Como veréis, este año el libro de cuentos de navidad es más grande, y es una alegría que tantas amigas y tantos amigos hayáis querido participar para hacerlo: hay poemas, cuentos, dibujos, fotografías… y cada uno es especial.

¡Gracias por vuestro entusiasmo para participar y, sobretodo, por vuestro cariño!

¡¡QUE TENGAIS MUY FELICES DÍAS HASTA LA PRÓXIMA NAVIDAD!!

Martina

6 de enero de 2011

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ÍNDICE

.PAPÁ NOEL por Martina Massad

.CALENDARI D’ADVENT por Julia Lacasta

.NADAL por Nora Amama, Irene Queralt y Martina Massad

.TOTS ELS COLORS por Amàlia Prat

.NAVIDAD por Olivia Lacasta

.UN NADAL COM CAL por Maria Senabre Bonell

.CUENTITO DE NAVIDAD por Socorro Baires

. HISTORIA DE UNAS BOTAS por Minish Minorrish

.ALMERÍA TIENE NAVIDADES SIN NIEVE por José María Echarte

.LA BUHARDILLA DE LOS SUEÑOS ALADOS por Carmina de Luna

.EN NAVIDAD por Alicia Guerrero Yeste

.ESA LUZ por Javier Díaz-Guardiola

.LOS DINOSAURIOS DE NYLON TAMBIÉN CREEN EN LOS REYES MAGOS

por Fredy Massad

.UN CUENTO DE NAVIDAD por Josefinos Manolitohs

.PASIÓN POLAR por Jorge Raedó

.VIENEN LOS REYES MAGOS por Martina Massad

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NADAL Els pastorets pugen,

pugen cap al turó.

Van a adorar al pesebre

al formós infantó.

El caganer a una mata

prova de fer un cagarró

però li ronca la panxa

perquè ha vist un torró.

Un dinar nadalenc

a casa prepararem,

i amb la familia disfrutarem

i un tortell menjarem.

Nadales escoltarem,

l’arbre decorarem,

boles, cintes i campanes

a l’arbre hi posarem.

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L’any nou arribarà,

neu caurà,

pau per la nit desitjarem,

un estel veurem.

Per Nadal,

un dinar celebrarem

amb la familia

la nit passarem.

Els pastorets

són molt amics dels estelets.

Els núvols tots blancs

fan neu per poder jugar.

El Pare Noel amb el seu trineu,

fa feliç als núvols de neu,

quan passa pel cel amb el seu sac

ben carregat de regals.

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Amb la familia i amb simpatía

celebrarem l’any nou

amb molta alegría.

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Tots els colors del món El color groc és rialler com la mirada d’un infant que brinca i corre pel paller i berena plàtans i es fa gran. El blau del cel em fa somniar en mil galàxies siderals. Pedres de safir han pintat l’humil blauet del camí ral. Com m’enamora el color verd de pins i avets del Pirineu, jades, maragdes i colls verds i els ulls dels gats de tot arreu. La flor de malva del jardí tot d’ametista s’ha vestit i el lilàs de les flors d’abril desplega brancatge florit. Quin goig que em fa el color roig de la rosella al mig del prat com pedreries de robins cauen corol·les al segar el blat. El suc de taronja em treu la set de la calitja en mig d’estiu. Quan el sol crema de valent sota el boixac la cuca viu. Blanca és la neu que cau del cel com flor de flor de lliri destriat i la puresa de l’estel captiva el cor enamorat. La negra nit no em fa mai por si sóc a casa ben a recer i ni en la fosca habitació m’espanta el crit de l’esparver. Perquè la rosa que vindrà a escampar pètals es confon amb l’arc del cel en què demà VIURAN TOTS ELS COLORS DEL MÓN

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Con gotas de sudor rodando por su frente, el Señor Sol espiaba de reojo a la Señora Luna.

La Señora Luna, de piel reseca y quebradiza, yacía ofendida del otro lado del mundo.

En la Tierra mientras tanto, se encendían luces coloridas, se remolcaban árboles hasta las puertas de todas las casas y un aroma a chocolate y jengibre afloraba de toda la superficie terrestre hasta llegar al cielo.

Fue el agudo olfato del Señor Sol y de la Señora Luna quien les avisó que justo debajo de ellos, los humanos ya habían comenzado los preparativos necesarios para el festejo de la Navidad.

Y una vez más, como todos los años, la misma discusión:

- “Yo quiero ser la que vea a los niños abrir sus regalos! Me corresponde, soy una dama y todo caballero debería saber que las damas van primero!” le dijo la Luna al Sol.

- “Discúlpeme señora, pero cómo harán los niños para ver y disfrutar de sus regalos en la oscuridad de la noche? Mi presencia es indispensable!” replicó el Sol.

- “Pero Ud. derrite todos sus muñecos de nieve! No hay manera en que los niños lo prefieran”

- “Cómo que no? Ud. trae con las sombras, todas sus pesadillas!”

Y así estaban durante horas. Gritando de una punta a la otra de toda la galaxia, sin ponerse jamás de acuerdo.

Los días pasaban y continuaba sin decidirse cómo se definiría la historia.

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Fue del Polo Norte que un duende, fabricante de juguetes de caramelo, escuchó los alaridos de ambos cuerpos espaciales y fue a avisarle de este caos, directamente a su superior, el Señor Santa Claus.

- “Paz, armonía, amor, amistad, felicidad, paz, armonía, amor, amistad, felicidad… todo eso es la Navidad” balbuceaba preocupado Santa Claus, una y otra vez, de un lado a otro de su taller, buscando la solución para la terrible pelea entre el Señor Sol y la Señora Luna.

Luego de un par de idas y venidas, se le prendió la lamparita! Comprendió que en realidad no existía tal problema.

- “Si de un lado del mundo es de día y del otro lado es de noche… Pero claro! Cómo no lo había pensado antes? Sólo habrá que compartir!”

Y es por eso que, verano al sur e invierno al hemisferio norte, la mitad de los niños del mundo abren sus regalos a medianoche bajo los ojos brillantes de la Sra. Luna y la otra mitad los recibe desayunando junto al Señor Sol.

En el cielo reina la paz y cada 25 de diciembre la Señora Luna le canta al Señor Sol y éste le guiña un ojo en respuesta.

Armonía, amor, amistad, felicidad, paz sobre el planeta Tierra… después de todo, de eso se trata la Navidad.

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HISTORIA DE UNAS BOTAS / por MINISH MINORRISH Había una vez Martina. Esto es muy importante, no vayan a pensar que fue un sueño o la última vez que me tomé todas las xuxes lilas. Pero tanto o más importante es que hay Martina, no sólo que hubo o que habrá, cosa que el gato Perish Grullish sabe hasta doblarse de la risa. Eso está mejor. Me cuesta tocar las teclas cuando llevo puestos mis guantes finlandeses. Entonces va y viene la Navidad y los ojos se nos llenan de copos de nieve dulce. Hay un momento -además de Martina, o al lado de Martina- en que las horas se van acercando con ecos de copos, con ecos de dulces campanadas. Yo recuerdo, cuando era una gatixuela muy pequeñaja, que mis papitus andaban todo el día muy nerviosos y como escondiéndose. ¡Caracoles!, me decía, a qué tanto ir a la chimenea y al tejado y luego silbar y abanicarse como si hiciera un calor tremendo... Al ser yo muy curiosona, una noche seguí el rastro de mis papitus y me encontré a las puertas de una habitación, grande, muy grande. Yo juraría que la habitación no estaba antes. Pero, ¡por los pelos!, entré en ella con todo sigilo, poniéndole luces a mis ojos, oliendo los rastros, y... ¡ahí estaba! Supongo que querrán saber qué es lo que estaba ahí, en medio de la habitación, que estaba a oscuras, pero desprendiendo una luminosidad increíble, mientras una pandilla de libélulas daba vuelta y más vueltas y se reían y me llamaban batiendo las alas. ¿Lo suponen ya? ¿Ya saben lo que había allí? Bueno, me voy a echar una siestesita y después continúo. ¡Hola, otra vez!, si es que siguen ahí. Porque si se han dormido voy a gruñir como un moscardón obtuso y pesadito. Vale, así me gusta. Pues en medio de la habitación había unas botas. Sí, como suena: una botas. O sea, que había una vez Martina, que sigue estando, y había una vez unas botas, y luego me enteré que eso es la Navidad. Desde que mis papitus me regalaron por Navidad aquellas botas, hablo y leo libros, miro las nubes y escucho las gotas de lluvia cuando vienen a mi ventana. Qué cosas, ¿verdad? Con las botas puestas, soy capaz de subir a la Vía Láctea y deslizarme por su tobogán riendo como lo hacen las estrellas. Pues ése es mi recuerdo. Me llamo Minish Minorrish, y el recuerdo se hace realidad cuando mis papitus, haciéndose los despistados y payaseando, vuelven cada año a regalarme las botas que miran y hablan. Martina lleva también botas.

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A Martina, princesa alada. La buhardilla de los sueños alados Adelais sabía que era una niña diferente a las demás. Vivía en una buhardilla solitaria en la cima de una pequeña colina de una ciudad que se le antojaba inhóspita. Bautizó a su refugio con el nombre de "La buhardilla de los sueños alados". Allí, protegida de todo y de todos, creaba su propio universo lleno de dibujos, cuentos y canciones que inventaba. Los únicos seres con los que hablaba eran las aves que se posaban en su tejado. Aprendió a distinguir el canto de cada especie que anidaba en las diferentes estaciones. Una, entre todas, llamaba su atención: la Ninfa, que anunciaba el alba en el mes de diciembre. Solía cantar hacia las cinco de la madrugada y ella abría la ventana para escucharla. Tanto y tanto escuchó su canto que un día oyó que le decía: -Adelais, alguien te necesita... Otra niña se hubiera asustado o quizás hubiera llorado; pero ella desconocía el sabor de las lágrimas. Cerró la ventana intentando descifrar qué quería decir Ninfa con aquellas palabras, que consideró fruto de su desbordante imaginación. Esperó con impaciencia todo el día intentando distraerse, aunque fue tarea en vano, hasta que el alba, como cada mañana, anunció su llegada acompañada de Ninfa; Adelais, impaciente, antes de que el ave empezara a emitir ni un ligero sonido, le preguntó: -¿Quién me necesita...? Ninfa hizo un dibujo con su pico en los primeros copos de nieve que anunciaban la Navidad y salió volando hacia la azotea. Adelais se asomó a la ventana para mirar el dibujo que en apariencia eran sólo unas líneas sin sentido, pero que llamaron su atención. Nunca se había asomado tanto y al hacerlo vio un mundo desconocido hasta entonces: se habían formado estalactitas que brillaban con el reflejo de las primeras luces del sol... Así vio que la mágica realidad superaba a la imaginada en los libros de la biblioteca familiar. Sintió una imperiosa necesidad de seguir a Ninfa a la azotea. Sí, iba a hacerlo, aunque sus padres se lo hubieran prohibido, temerosos de que sus piernas no respondieran tras el accidente que había sufrido patinando cuando eran tan pequeña que no guardaba apenas recuerdo de él. Subió las escaleras apoyándose con fuerza en las barandillas, las piernas no le respondían, pero Adelais ni se acordaba de ellas. Por fin llegó a la azotea y vio a Ninfa, posada en una de las chimeneas, inmóvil, mirándola fijamente.

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-Adelais -le rogó-. ¡Acércate, por favor! Pero Ninfa siguió quieta sin ni siquiera aletear ligeramente. Entre ella y el ave, la nieve se desperezaba blanca, impoluta, virgen. Era tan acuciante la curiosidad que impelía a Adelais, que sin darse cuenta llegó hasta Ninfa y la requirió, repitiendo su pregunta: -Por favor, dime quién me necesita... ¿Qué significa ese dibujo que hiciste con el pico? -Es un árbol, Adelais, pero no está en tu ciudad -respondió Ninfa. Y emprendió de nuevo el vuelo. Cuando Adelais se giró, aún conmocionada por aquella revelación, vislumbró algo que nunca antes había visto: la nieve tenía unas marcas paralelas no muy profundas. Recordó, de inmediato, una fotografía de su padre, en la que destacaban unas marcas parecidas en la arena de una playa. -¡Pero es imposible!-pensó-. No son del ave Ninfa... ¿Serían las huellas del alba? Su abuela le había contado que el alba en Navidad dejaba sus pasos marcados para guiar a los niños en sus deseos hacia la luz. De repente, Ninfa regresó y se posó en las botitas de Adelais. Dicen que las aves no sonríen, pero Ninfa le mostró su alegría moviendo las alas en una especie de guiño. Y la niña, que hasta entonces no se había movido de su buhardilla, comprendió que "los sueños alados" se habían hecho realidad, más allá incluso de su horizonte. El alba en complicidad con Ninfa le habían regalado sus propias huellas.

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Donde el corazón aguarda Aquel amanecer del veinticuatro de diciembre la vida palpitaba generosa en la buhardilla. Emocionada, Adelais no logró conciliar el sueño en toda la noche. Había ejercitado, hasta el más feliz agotamiento, sus piernas para que no le fallarán el gran día de Nochebuena. Su familia, cuando comprobó que podía andar, aunque con mucha dificultad, no dio crédito a lo que veían sus ojos; los diagnósticos médicos habían sido inexorables: la niña no podría andar nunca. Faltaba poco para que viniera a buscarla su gran amiga Ninfa que la guiaría hacia el camino de ronda donde habitaba el árbol. Los padres de Adelais, llenos de felicidad por su recuperación, pero algo incrédulos de la historia que Adelais les había contado, le prometieron que como regalo de Navidad la llevarían donde quisiera. Así que todos estaban esperando que apareciera Ninfa..., Adelais, sin albergar ninguna duda, y sus padres, con cierto temor de que fuera uno de los muchos sueños en los que había vivido su hija; temían sobre todo que la niña sufriera una desilusión. Pero... más allá del horizonte divisaron la grácil silueta de Ninfa acompañando como cada día al alba con su bellísimo canto. Batiendo las alas en señal de saludo dio un giro que Adelais supo interpretar de inmediato como el anuncio de que debían iniciar su camino, y así lo hicieron. Ninfa se posó un momento en el techo y cuando los padres de Adelais salieron de su asombro emprendieron la ruta en coche. Ninfa les dirigía por la carretera del mar. Era una delicia ver la cara de los padres tan felices y sonrientes como su hija. Adelais casi no podía asumir tanta belleza... ¡El mar, que tantas veces había soñado y dibujado, amable y tranquilo le ofrecía amparo al sol devolviéndole mil destellos refulgentes ! Adelais pensaba que iba a estallar de alegría. ¡Era todo tan hermoso! Su mirada se llenó de mil imágenes, a cual más sugerente, durante el recorrido por la carretera antigua, esa que ya casi nadie recorría ni siquiera para soñar. De vez en cuando la niña cerraba los ojos para que quedaran impresas en su retina y en su corazón las emotivas sensaciones suscitadas por el estallido de colores y formas nuevos para ella. Sus padres comentaban sus recuerdos infantiles y Adelais disfrutaba así doblemente. Ninfa les conducía por un sendero iniciático para la niña y, a la vez, por el transcurso de los recuerdos más felices de la vida de los padres. Poco a poco Ninfa fue aminorando su vuelo: el paisaje era tan acogedor que supieron que era el destino. Una playa de aguas transparentes les dio la bienvenida. ¡Sí, por fin el esperado camino de ronda de S´Agaró! Cámara en mano iniciaron el camino a pie muy despacito para que Adelais no se cansara. Ella, excitada, saludaba a los árboles que iban encontrando a su paso: uno casi sentado para descansar de la Tramontana, otro apoyado en la vereda.... Pero Ninfa seguía en vuelo sin posarse en ninguno de ellos... El padre, impresionado por la fuerza casi carnal de unas raíces que se ofrecían como un regalo de la naturaleza, y guiado inconscientemente por la alada indicación de Ninfa, pronunció unas palabras que más tarde interpretó como una premonición de lo que sucedería: -Parece que quieren decirnos algo.

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Adelais seguía el vuelo de Ninfa hasta que ésta se posó en un pino. La niña se puso a acariciarlo y lo abrazó. ¡Sabía que ése sí era "su" árbol! El pino les preguntó: -¿Por qué me miráis así? Adelais le respondió: -¡Eres el más frondoso! Papá te hará una fotografía para que veas qué ramas tan bellas tienes. Su padre fotografió de la forma más delicada posible a Adelais, el árbol y a Ninfa. Cuando el árbol vio la fotografía se quedó callado. Adelais lo abrazó con más fuerza todavía y notó que su carita estaba mojada...¡Por vez primera conocía el sabor de las lágrimas! En un profundo y contenido silencio, los padres no sabían qué hacer ni qué decir para aliviar la dolorosa situación. -¡Soy un árbol cojo! -dijo con resignada tristeza el nuevo amigo de Adelais. Y Adelais le respondió: -Como yo, arbolito de mi corazón. ¡Somos hermanos! Ninfa se posó en aquellas hermosas raíces que había visto el padre. -Claro -dijo Adelais- ¡Ninfa, eres única! Ése era el regalo para su querido amigo: unas raíces. Adelais comprendió que la misión que el alba había encomendado a Ninfa era mostrarles que por bellos que sean los sueños, la vida despliega su más alto vuelo Donde el corazón aguarda. Avan Sjölander

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EN NAVIDAD

1.

Lejos, un poquito lejos,

las ventanas están muy empañadas porque afuera está muy gris

y hace mucho frío,

pero en casa las estufas están encendidas y se está calentito.

Lejos, lejos,

una noche los juguetes me los dieron los Reyes.

Son los Reyes de verdad: llevan un manto,

y saben los nombres de los niños, el mío,

y esa noche van hacia Belén. En el cielo está la Estrella.

Lejos, en un lugar donde mi recuerdo juega,

pero es pequeño y está solito,

en cajas de madera llegaba comida muy rica

traída del mercado.

Piña, un turrón de praliné, turrón blandito, muchas naranjas y mandarinas.

Lejos, lejos,

Papá Noel en la calle da caramelos.

Mi madre se le acerca porque quiere que yo le pida,

pero yo tengo mucha vergüenza y no hablo ni extiendo la mano.

Mi madre me regaña. Me regaña y no siente que yo me estoy dando cuenta

de que ese Papá Noel no tiene magia. Que es de mentira.

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2.

Lejos , en donde entristece no poder volver,

la Navidad era el mismo tiempo viejo en el que mis abuelas fueron niñas,

en pobreza,

y sus regalos eran la generosidad de la alegría y el recuerdo de la ilusión pura.

Lejos, un poquito lejos,

la niebla es el velo blanco, frío y perfectamente hermoso

que cubre este mediodía de Nochebuena,

en donde estoy reconociendo por primera vez al tiempo.

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Esa luz Por Javier Díaz-Guardiola

Mi padre solía ser una persona muy seria: un bigote que le ocupaba toda la cara, semblante recio, pocas palabras… Afortunadamente, con el paso de los años, su carácter se ha dulcificado mucho. Por aquel entonces, en Navidades, mientras mi madre trabajaba, mi hermana y yo teníamos siempre la sensación de que nos habían puesto un segurata en casa para aguarnos las fiestas. Y de que los dos nos convertíamos en una especie de bulto con el que él debía de cargar hasta que volviésemos al cole. Por eso, para mantenernos entretenidos (¡como si eso no supieran hacerlo solos una niña de seis años y un niño de diez! ¡Y en la época en la que no había ni facebooks, ni twitters, lo que tenía más mérito!), nos enfundaba en nuestros abrigos, nos colocaba la bufanda como si fuéramos un paquete que hay que embalar con cinta de carrocero para que nada se escape, y nos encalomaba en el coche, a meternos en algún atasco de Madrid (esto de los embotellamientos, he de admitir que ha cambiado poco, y más en estas fechas). Nuestro destino final, después de empujar a muchas señoras con bolsas llenas de regalos, o dios sabía qué, de apartar alguna que otra barrigota de señor fumando puros, solía ser la Plaza Mayor, donde aquí, para los que no lo sepáis, se monta el tradicional mercadillo de Navidad. Entonces, y esto no se me olvidará nunca, no eran esas pequeñas barracas llenas de adornos de espumillón y purpurina lo que más me llamaba la atención; tampoco las figuritas de belén, ni los acordes de zambombas y panderetas; ni siquiera las luces parpadeantes, ni los puestos de las bromas (años después terminaron prohibiéndolas, que ya me dirá usted que mal hacían los petardos para cigarrillos o los chicles que te pillaban el dedo al coger uno)… Lo que a mí me dejaba clavado en el suelo era la cara de mi padre. De repente, el semblante le cambiaba por completo y lo que comenzaba siendo una tímida sonrisilla, acababa estableciéndose como una carcajada dibujada bajo su nariz de oreja a oreja y adornada con el brillo de sus ojos y el de sus carrillos. Nunca he conocido a nadie que se entusiasme tanto con la Navidad. Y tal vez sea cierto (de hecho, cada vez estoy más convencido) de que estás fiestas le retrotraen a uno a su infancia y sacan lo mejor que tenemos dentro dormido el resto del año. También tengo que admitir que nosotros, mi hermana y yo, por entonces estábamos en esa época rebelde en la que todo lo que venga de tus padres hay que, cuanto menos, ponerlo en tela de juicio y sospechar de ello. Así que enfundados en nuestros abrigos, pasando un calor del quince y al borde del asfixio por culpa de las dichosas bufandas, aguantábamos el temporal estoicos por fuera, pero sintiendo un gran descanso en nuestro interior al descubrir que ese hombre que nos regañaba, que nos movía zalamero el bigote antes de anunciar nuestro castigo y que nos congelaba con sus silencios, también era humano. Eso sí: el juego estaba en que no se nos notara nada (¡malditos niños!). También soy consciente de que llegará un día, espero que sea dentro de muchos años, en el que mi padre no nos endulzará las navidades con sus villancicos y sus histrionismos con fecha de caducidad el seis de enero. Pero sí que permanecerá el mercadillo de la Plaza Mayor. Hay cosas con las que la globalización nunca podrá acabar. Entonces seré yo mismo el que me ponga mi abrigo, me envuelva en mi bufanda y tome un metro supersónico de esos que ya no irá por vías, sino que transitará por el aire. Y el que tire de un niño, ya no tan niño, catalán para más señas, que también deseo que me aguante muchos años. Y acabaré en ese rincón de Madrid que tan buenos recuerdos todavía en el presente me trae. Entonces seré yo el que vuelva a ser niño y el que se de cuenta de que mi sonrisa, que empezará

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tímida, recorrerá mi cara de oreja a oreja y se solapará con la de mi padre. Eso me demostrará, aunque sólo sea en Navidad, que no estamos solos.

Madrid, diciembre de 2010

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UN CUENTO DE NAVIDAD por MANOLITOHS y JOSEFINOS, para servir a todo y a un pino, y para MARTINA MASSAD -Josefinos... -Dime, pesado... -Que tenemos que escribir el cuento de Navidad. -Pues saca la máquina. -¿La máquina? No te acuerdas que la vendiste hace cuatro meses para irte a Benidorm? -Pues saca papel y lápiz, Manolitohs... (Veinte días después...) -¿Te parece? -A mí me encanta lo que escribes, Manolos, cuando lo escribes... -Pero es que no has mirado el último capítulo. -A ver, qué dice ahí, Y entonces por Navidad, Martina... Perfecto. Sigue así. -Bueno, supongo que querrás añadir algo. -Escribe que me encanta la Navidad y ser maquinista. -¿Maquinista? -¡Qué va ser si no...! -Vale, Josefinos, escribiré que te encanta la Navidad y ser maquinista. -Y pon también que me encanta Vilafranca cuando nieva. -Pondré que te encanta Vilafranca cuando nieva. -Y que me encanta Benidorm en verano. -Que le encanta Benidorm en verano... Pero, claro, eso no tiene mucho que ver con Martina y sus Navidades... -No seas fastidioso, Manolitohs. Si me encanta Benidorm.... Espera. ¿Yo he dicho que me encanta Benidorm? -Pues sí. -Lo que yo quiero es ser maquinista. -Claro, como Papa Noël. (Veinte días después) -¿Ya lo terminaste, Manolitohs? -Me falta hablar de los escaparates, y del vaho en las cristaleras y de las bufandas, y de la noche de Navidad... -Tú di que te encanta y ya está. -Bueno, pero hemos de poner sellos...

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-¡Ah, no, hermanito! ¡En mi vida he puesto un sueño! -¡Sellos, Josefinos, he dicho sellos! (Anteayer) -¿Pusiste los sellos, Manolos? -Sí, ya está todo dispuesto. -¿Y has escrito bien grande mi nombre? -Sí. Tan grande como el mío. La pobre Martina se va a asustar con esos nombres gigantescos. -Je, je. Eres grande, Manolitohs... -Pues voy a echar el cuento a Correos. -Despiértame cuando regreses.

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VIENEN LOS REYES MAGOS

Hoy es 5 de enero. ¡¡Vienen los Reyes Magos!! Ya he hecho mi carta y a las seis se la iré a dar a los reyes, durante el desfile de las carrozas.

¡¡Ah!! Se me olvidaba presentarme: me llamo Martina y tengo diez años.

Bueno, continuando por donde iba: les he pedido a los Reyes cosas muy chulas, como por ejemplo el juego de Mario, el Wii Party, la clínica de playmobil, unas botas, unas pantunflitas para ir por casa con los pies calentitos… ¡Ah! Y unos cordones para mis zapatillas, que los que tengo ahora van fatal y se desatan todo el rato.

Pero vayamos al grano: espero que este año, en el desfile, no pasemos frío (¡porque si no es un rollo!), como pasó en el de 2008, que las carrozas iban muuuuuuuy lentas, y Selma y yo para no tener frío, corríamos, pero nuestras madres, que estaban quietas, se congelaron. Lo bueno de ese año, fue que recogimos muchos caramelos.

Al desfile del 2010 fui con Marc y no tuvimos que esperar nada: llegamos, con el paraguas (¡porque llovía!) y enseguida aparecieron los Reyes en sus carrozas.

Otros años, en que era más chiquitita y me acuerdo menos, iba a dar la carta a los Reyes con Maria.

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Bueno, ahora tengo que dejaros porque me voy a casa de Marc. A ver si recogemos muchos caramelos (¡que el año pasado casi no cogimos ninguno!).

Esta noche hay que acostarse temprano. Dejaré leche y galletas, como siempre.

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Hoy es 6 de enero.

El desfile, bien, aunque hubo que esperar un buen rato, pero la colecta de caramelos…¡¡un desastre!! Sólo cogí uno. Es que los Reyes tiraban los caramelos muy lejos…sólo dos veces tiraron para que cayeran cerca…

Esta noche me he despertado y no he llamado a mi madre porque tenía miedo de que, si lo hacía, no vinieran los Reyes. Pero, al final, ha venido mi padre y se ha dado cuenta que estaba despierta, y hemos llamado a mi madre. A esas horas, (eran las 5) los Reyes aún no había venido, supongo que debían de estar a punto.

Cuando me he levantado por la mañana, he llamado a mi madre (como cada mañana) y le he preguntado si habían venido los Reyes y ella ha hecho con la cabeza que sí.

He ido pitando al árbol, donde habíamos dejado nuestros zapatos, y he encontrado mis regalos: un libro de iCarly, el juego de Mario 25 aniversario, ropita interior, un buff de Hello Kitty y ¡¡¡una cajita de madera donde había un vale para un Wii Party!!! Pone que es sólo válido para Martina =D

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Para mi padre, unas botellitas de cerveza de luxe y un Buda para que le traiga buena suerte y, para mi madre, un libro de cuentos y un perfume de rosas.

Después…muy contenta, me he vuelto otro ratito a dormir.

Cuando me he vuelto a levantar, he desayunado un trocito de roscón de Reyes que ayer preparó mi padre, junto con una leche muy calentita (¡jo, me he quemado!) con cacao.

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Estos ‘Cuentos de Navidad’ de Ediciones Etilvainilla

fueron publicados en Vilafranca del Penedès

en el día de Reyes del año 2011.