Cuentos Para Ccoros - Abancay Apurimac

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CUENTOS PARA CCOROS 1 CUENTOS PARA CCOROS CIRO V. PALOMINO DONGO [email protected]

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CUENTOS PARA CCOROS

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CUENTOS PARA CCOROS

CIRO V. PALOMINO [email protected]

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CIRO V. PALOMINO DONGO

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PRESENTACIONNancy compañera, déjame que te cuente un cuento, tal comome lo contaron, para que tú, se los cuentes a otros.

Estos son los cuentos que se cuentan en esta parte de los andes, que vengorecopilando en mis viajes por el territorio apurimeño. En realidad estos que les ofrezco,no son todos los que he podido rescatar, sino que son los que más se cuentan por todoslos sitios por donde suplicaba me contasen un cuento, y por eso están aquí.

Hace más de veinticinco años hice con ellos una pequeña publicación artesanal,dedicada a mis niños, para hacerles conocer la mágica fantasía que se encuentra en lasmentes de la gente del lugar donde estaban creciendo, para que su imaginación tuvierauna alternativa a esos mundos de reyes, reinas, príncipes y princesas encantadas, siervos,magos, fieros ogros, brujas, sombríos castillos y bosques hechizados que venidos deEuropa pueblan nuestras librerías, pero que son ajenas al mágico universo andino, y asíofrecerles estos “cuentos telúricos” que nos muestran el poder que en estas lindes tienela naturaleza y la vida, así como el gran talento de nuestros pueblos originarios pararescatar el prodigioso universo de las épocas precolombinas, que pese haber sidomaterialmente destruida desde la invasión española, persiste aun en el inconscientecolectivo de las gentes de estas altas serranías.

Entonces pues, va para ustedes y para vuestros hijos este puñado de “Cuentos paraCcoros1”. Espero lo disfruten.

Abancay, diciembre del 2012.

LA LETRA CHIQUITA.- Para ilustrar este trabajo me he prestado algunas fotos de internet, razón por la cual pido disculpas y agradezco a sus autores.

1 Niños.

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LANGOSTAS

Cuentan que cuando recién caminabael siglo pasado por sobre estas tierras,llegó un inmensa nube de langostasque devoraron todos los verdes delcampo y hasta masticaron como sinada, las fuertes cabuyas2.

Con la salida del sol todas laspiedras tomaban el color dorado desus alas, luego de desayunarse todo loque encontraban a su paso. Despuesdel mediodía a la hora que soplaba elcortante viento de las quebradas,

alzaban su rumoroso vuelo cubriendo el sol hasta el ocaso y solo cuando en elfirmamento se adivinaban las estrellas, se podía saber que aquella oscuridad era lanoche. La tierra hervía de sus pariciones, más abundante que las arenas del río. A susazón se multiplicaron las ratas y los ratones y una miríada de rapaces voladoresasistieron a ese hervidero salvaje.

El miedo hizo sus desbordes en el alma de las gentes de los lugares donde atacó laplaga. Así doña Alejandrina dejo comer todas sus sementeras a cuanta langosta visitó suchacra: “Hay que dejar que estas criaturas de Dios cumplan con su bíblico deber deanunciar el juicio final”. Los comuneros de Ccocha desesperaron grandemente, cuandoluego de haber dado de comer y beber a trece langostas en una representación de laultima cena, le suplicaron para que se mudaran a otros lugares, estas se limitaron aresponder que ellas se iban muy agradecidas, pero no se hacían responsables de lavoracidad de sus incontables compañeras que no había sido invitadas a ese banquete.

“Los males de esta laya, comovienen pueden irse”, dijo a la temerosaasamblea don Eulogio, el viejoconocedor de la fuerza de los Apus3. Alas cinco de la mañana del día siguienteordenó tomar solo cinco langostas deaquel colosal enjambre. Las elegidasfueron conducidas en adoración hasta lacumbre del Apu Yanaorcco. En eselugar luego que la comunidad hizo undespliegue de banderas, quemó los más

2 plantas suculentas pertenecientes a una extensa familia botánica del mismo nombre: Agavaceae, conocidas con variosnombres comunes: agave, pita, maguey, cabuya, fique, mezcal.3 Deidad andina que habita los cerros.

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perfumados inciensos y echó a los cuatro vientos la más solemne música acompañadade los antiguos cánticos de suplica a las montañas, fueron despedidas las elegidas enceremonia de “cacharpari”4. Cuando las langostas veneradas alzaron el vuelo, tras ellasse fue toda la plaga por el lugar donde nace el sol para estas tierras, en una partida queduró cinco días. A lo lejos se veía su vuelo como una inmensa alfombra doradanavegando por el cielo azul de aquel estío, que se perdió lentamente tras la sierranevada.

Cuando la asombrada asamblea suplicó una explicación de este prodigio, el viejochamán les respondió a modo de enseñanza: “Nosotros los runas5, recién hemosaprendido a caminar por estas tierras; estas almitas han nacido con los dioses, hanconocido desde las primeras luces a nuestro guardián y señor el Apu Yanaorcco; ellos seconocen y son amigos desde muy lejos, desde muy antes, desde el comienzo”.

Castigo fue el hambre que sobrevino a la visita de aquel voraz desastre, puescomo la plaga destruyó las sementeras, los frutales y las despensas, para no morir dehambre, la gente tuvo que comerse las ratas y ratones que engordaron las langostas, perocastigo mayor será su pronto retorno, ahora que codiciosos mineros, venidos desde todaspartes del mundo como otra maldita plaga, están despedazando con dinamita, máquinasinfernales, sudor y sangre el corazón de oro del más leal de los dioses: el ApuYanaorcco.

4Ceremonia de despedida.5 Hombres, humanos.

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EL UCUMARI

En los profundos abismos que desde elcomienzo del movimiento de sus aguas hatallado el río Apurímac, viven los ucumaris,que son los legendarios y poderosos osos deeste gran cañón.

Cuenta la memoria de los viejos, que enuna de las estribaciones de la gran montaña quecae desde las altas nieves hasta el poderoso río,vivía una hermosa pastora que dañaba elcorazón de sus pretendientes con heridas quejamás lograban sanar. Su fama de mujer bella yfría sonó en todas las quenas y se entonó en lasmás desesperadas canciones de amor. Cuantomás tristes eran los sufrimientos, suspiros,lágrimas y lamentos que por su amor lanzabanal aire los mozos de su aldea, más inútiles se

hacían las súplicas de otros, más ardientes enamorados, venidos de lejanos lugares.

Cuentan que el día de la fiesta de los carnavales, la esquiva muchacha se quedósola en su casa, porque prefería huir del acoso de los atrevidos por su amor. Ese mismodía llegó a esa morada el ucumari, quien sin hacer preguntas, ni mucho menos confesiónde ardiente enamorado, se la llevó en vilo a una cueva lejana, que desde tiemposinmemoriales había perforado el río Apurímac en una roca gigantesca e inaccesible, quese encuentra en la otra orilla del caudaloso torrente. Dentro de ella, el ucumari, la hizosu mujer y dos hijos también; con cabeza y forma de los hombres hasta la cintura y conlas señas de un oso desde la cintura hasta los pies; pero ambos con evidente corpulenciaosuna.

Para asegurar la permanencia de la mujer, el ucumari la mantenía cautiva enaquella profunda gruta, sellada con una enorme piedra plana parecida a un gran batáncircular, que solo podía ser movida por el propio carcelero. Si bien podía acusársele decruel centinela, no podría decirse lo mismo de su generosidad, pues jamás les hizo faltarcomida, ricos vestidos, y hasta autenticas joyas de los tiempos de los incas llegaron a eseencierro. Esta prisión no afectaba a los humanos oseznos pues estos salían con su padrea cazar, pescar, comer los dulces frutos silvestres y jugar con los demás ucumaris deaquella ceja de selva, aprendiendo en esos paseos las cosas de los osos, pero cuandoestaban encerrados en la cueva, aprendían de su madre, las cosas que andan metidas enla mente de los hombres.

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Con el paso deltiempo los niños delucumari se fueron haciendofuertes como su padre, peroademás podían hablar ellenguaje de su madre yconocer de oídas lascostumbres de las gentesque vivían en las partesaltas de las montañas y esolos mantenía muy ansiosospor reunirse con los otrosniños de la aldea materna yconocer a sus abuelos, tíosy primos, y donde según leshabía asegurado su madre,

tendrían la libertad y todas las fantásticas cosas del mundo de los humanos.Aprovechando esos ávidos deseos, un día que andaba lejos el ucumarí, por indicación desu madre, los oseznos movieron la gran losa que sellaba la cueva y cruzando juntos elcaudaloso río, tomaron el sinuoso camino que llega hasta el pueblo.

Al atardecer del día siguiente llegó el ucumari hasta el hogar de la fugitiva, tanpreocupado como enfadado. La mujer lo calmó asegurándole que había retornado tansolamente para llevarse algunas cosas que pudieran servirle a los muchachos quedespués de todo, además de su fuerza y generosidad, también tenían el entendimiento delos hombres. En seguida, con mucho comedimiento, le hizo tomar asiento sobre unponcho tendido que tapaba un gran perol de agua hirviendo, donde cayó el ucumari, paraquedar sancochado junto a su bestial ingenuidad.

Los niños del ucumari quedaron muy desconsolados después de haber conocido laastucia y crueldad del mundo de los hombres, y por muchos días lloraron como lo hacenlos osos, frente al pelado pellejo de su padre, que para escarmiento de otros audacesucumaris, fue clavado en la pared de la iglesia del pueblo.

Llegado el tiempo del consuelo y la resignación, con su fuerza e inteligenciahicieron muchas cosas para su madre y la gente de la aldea. Ellos construyeron elpuente, los caminos anchos y seguros y las altas terrazas de la comunidad, donde podíasembrarse hasta doscientos topos de maíz. Cumplida estas tareas, un día partieron allejano lugar de la floresta paterna, por culpa del frío amor de una pastora que abríasangrantes heridas en el corazón de sus anhelantes enamorados.

Llegados a las altas selvas preguntaron por sus parientes y les contaron que unarma asesina había partido el corazón de su tío y mientras corría con su agonía a cuestas,otro vómito de fuego le atravesó la cabeza, y que con tan solo su pellejo se alejó el

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asesino. Preguntaron por su tía, y le dijeron que esta desapareció para siempre cuandosalió desesperada tras los hombres que habían robado a sus primos, y cuando estaba apunto de alcanzar a los ladrones estos hicieron caer sobre ella un montón de grandespiedras que la arrastraron hasta un profundo barranco sin salida donde murió de hambrey pena. Cuando preguntaron por el hermano menor, por el tío juguetón, les contaron quepor goloso y retozón se fue tras unos viajeros, que lo vendieron a un circo, y que ahorapor un poco de comida, tiene que trabajar primero.

Les aconsejaron que si no querían morir, sefueran con ellos a la profundidad de la selva porquemuy pronto los cazadores vendrían por los pocosucumaris que aun quedaban en aquel bosque y quizátambién por ellos; pero al enterarse de las pocasposibilidades que tenían como osos humanos parasobrevivir en ese infierno verde; apelando a los usosaprendidos de la gente de la aldea de su madre,decidieron hacer los graves daños que hacen elengaño y la doblez de los hombres, y para esto loshermanos cubrieron con pantalones y botas de hulesus partes de oso.

Avisando ser colonos de las altas selvas llegaban a los pueblos, y alardeando deser los más grandes conocedores de aquellas montañas y sobre todo de la vida y lascostumbres de los ucumaris, acompañaban a los codiciosos cazadores a lasprofundidades del gran cañón, para arrojarlos por los barrancos por donde suelenmerodear los pumas, para que aprendieran a tomarle gusto a la carne humana, y así mástarde estos felinos pudieran acecharlos y cazarlos por su cuenta y para su provecho,hasta acabar con ellos.

Cuentan algunos que estos terribles ucu-humanos mantienen encerrados a otras desus víctimas en aquella profunda cueva que se encuentra en la otra orilla del ríoApurímac, y que desde allí piden a gritos un desesperado auxilio que el viento se lolleva.

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SIRENA“ ─ Señor, durante la época de los carnavales, del fondo delrío Apurímac, sale una hermosa mujer vestida de blanco,tocando una tinya, una quena y cantando bellas cancionesde amor que jamás deberás escuchar─ me advertía”.

Fue una noche antes, o lanoche del día siguiente: no lo sé.Tampoco tiene importancia si fue uninstante, muchas semanas, meses oaños. Lo cierto es que yo conocí lasmaravillosas profundidades del ríoApurímac.

Se puede decir que un milagrome salvó, porque así desesperadocomo estaba cuando sentía que eraarrastrado a la deriva por las salvajesaguas de ese enloquecido torrente,que cae a plomada desde las alturas

nevadas, solo tenía derecho a desear que mi cadáver fuera hallado y sepultado en elcamposanto donde descansan mis ancestros, porque ya sentía el vértigo del remolino deCunyac, que atrapa y muele todo aquello que viaja sobre la superficie, para arrojarlo enmil pedazos, diez kilómetros más allá, sobre las arenas de las playas de Cconoc.

Recuerdo que caí en una catarata que girando vertiginosamente, no acababanunca, hasta que aquel tumulto de espumosos rugidos mezclados a los quejidos de lasangustias de mi agonía, fueron súbitamente aplacados por una hermosa melodía quehabitaba todo aquel húmedo ambiente y absorbía mansamente ese perverso torrente,hasta que solo quedó en todos los espacios de aquel mágico lugar sin nombre, laomnipresencia de una canción jamás escuchada por mortal alguno en el cauce de ningúnrío del mundo, convenciéndome definitivamente, que me hallaba más allá de la muerte,incluso más allá de todas mis existencias.

Tras esa líquida y luminosa canción se apareció ¡Ella!, para conducirme a laslindes sin lugar de su mundo. Allí vivimos como peces ociosos, gozando de todas lastransparencias, consumiendo y siendo consumidos por un amor que vivió mucho antesdel comienzo de los infinitos y que traspasaba nuestros cuerpos con la luz de millones deestrellas que me revelaban su bondadosa eternidad.

Las cosas me mostraban los signos de sus secretos; los animales y las plantas, labondad de sus existencias en la interminable cadena de la vida. El tiempo sin apelar arecuerdos ni afanar futuras ilusiones, me decía que todo lo que es ahora, estaba así desdeantes y para siempre; de modo que ese fantástico mundo, sin tiempo y sin espacio, era el

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lugar donde mi alma podía disipar sus fatigas y desesperanzas. Un espacio más buenoque los benditos frutos de la pachamama, y más bello aun, que todo el amor queconocemos los humanos.

Ahora recuerdo que en esos instantes eternos gasté todo lo que quedaba de mipobre vida, pero solo así comprendo el sentido de todo aquello porque me muero.

►☼◄

Este espejo que me muestran mis amigos, solo me revela el desesperado rostro deun agónico alucinado. Yo no sé qué decirles, ni tampoco puedo darles noticia de algúnhombre que con mi apariencia, recuerdos y sentidos, se haya salvado milagrosamente delas bravas aguas del río Apurímac, y que luego de ese milagro se haya puesto ha trajinarcomo un loco sin rumbo por los cerros, los barrancos y las quebradas que flanquean esasalvaje corriente, implorando a viva voz con un solo y trastornado estribillo, a unfantasma que escucharle no puede, por no haber existido jamás sobre sus orillas:

“!Sirena, de arena,llévame pues,

si eres buena¡”

¿Quién podría llegar a semejante desvarío? Eso solo puede sucederle a quiencomo yo conoce las alucinantes profundidades del río Apurímac.

¡Ójala! se fueran todos estos infelices que me miran llorando con sus sombríosrostros de inoportuna congoja, para decirle al señor cura que está aquí a mi derecha, queme dejen dormir en paz, y que me cierre los ojos, por si estos, aun deslumbradoshubieran quedado abiertos.

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EL CONDENADO

La lluvia del 30 de agosto ha sido prometedora.Otros signos más han revelado que habrá una buenatemporada de lluvias, pues han llegado las dossemanas de cielos cubierto de nubes entre la lunanueva y el cuarto creciente de la ultima quincena deseptiembre. Más tarde, ya en octubre, arderá a fuegoun corto veranillo, para abrir la sedienta tierra, y paraafines de ese mes deberán caer algunos ventososchaparrones con todo el deslumbrante y atronadorfogonazo de relámpagos, rayos y truenos que haránresucitar dentro de aquellas almas esos atávicosmiedos venidos desde la profundidad de los tiempos.De allí para adelante podrá sembrarse sin temor lassemillas del bendito maíz, la kiwicha, la quinua, eltrigo, las yucas, la papa y las otras raíces venidasdesde los tiempos de los incas. Solo el esfuerzo de loshombres, las mujeres y la milenaria ayuda

comunitaria, asegurará una buena cosecha y con ella volverá la alegría de la vida y deexistir junto a ella.

Sin embargo a estas alturas de fines de noviembre, luego que Atanasio Cumba, elmás terrible nakac6 y abigeo de estos territorios, fuera muerto por disparo con destino afugitivo; un viento raro, como los de agosto, ha barrido las nubes del cielo y el sol estáquemando sin piedad las tiernas sementeras.

Por las lomas de Sahuinto que linda con las tierras altas de Matará, se haescuchado en las últimas noches, el grito de un condenado que viaja por entre las ramasde los patis7, llevando el nombre de la Anselma hasta las altas moradas de los pastoressolitarios, donde mesclado con al ronco ulular de un viento arisco, está espantando alganado hasta obligarlo a desbarrancarse.

Como el primer domingo de diciembre ha azotado un viento fiero y persistenteque arrancó los techos de las casas, tumbando los más altos eucaliptos y pisonaes8,seguido de una abundante y pesada granizada que ha rematado la sedienta agonía de lospequeños maizales, han llamado a la Anselma para que ante la asamblea del pueblo décuenta sobre el fantasmal grito que la reclama por todas partes. Con el rostrodesencajado y bañada en lágrimas llenas de dolor y vergüenza, la niña ha confesadohaber sido víctima del pecado mortal de los ccarccachas9.

6 Asesino sanguinario.7 (Eriotheca ruizii)8 Erythrina edulis9 Incestuosos.

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Para el domingo siguiente la asamblea acordó confrontar y atrapar al condenado,que seguramente anda metido en el cuerpo de algún chancho, un perro, un chivo o unallama.

─ Ya en las lomas cuando termine elrodeo, descubriremos por su cerda, pelo olana erizada y su desordenado andar, quéanimal anda poseído por el alma torcidadel maldito─ dijo don Amancio Rojas,viejo conocedor de los asuntos de aquí ydel más allá.

Al borde de las cinco de la tarde, secapturó una llama, que sin dejar de sercastigada llegó hasta la plaza del caserío,donde las mujeres han preparado una gran hoguera para quemar vivo al condenado.Cuando de la candela comenzó a salir un olor a lana y carne chamuscada; como si fueracosa del demonio, el atormentado animal comenzó a lanzar esta amenaza:

─ !Yo soy el viento, soy el granizo, yo soy la helada. Si perdonan a la Anselma, que fuela hija más querida de mi padre, me iré a soportar mi merecido castigo en otros pueblosy parajes, pero si le causan algún daño, yo me quedaré en las puertas de sus casas paradevorarme a sus hijos y seguir dañando sus vidas!

Después de este terrible ultimátum, se levantó del fogón un serpentín de chispasque se llevó el viento, y recién el pueblo pudo oír el quejido de muerte del inocenteanimal poseído. Después de apagar apresuradamente la fogata, lo degollaron para acabarsu sufrimiento y tomando el corazón de la víctima, con los ojos llorosos y coreando unantiguo canto sagrado, se fueron todos en procesión a enterrar aquel órgano vital en lamás cercana apacheta, donde cada comunero con mucha devoción agregó una piedramás aquel altar andino como muestra de sincero arrepentimiento y súplica de perdón.

Esa misma noche, Anselma, la dulce y alegre muchacha de la aldea, tuvo que salirde su casa, porque el maldito que la había violado, le sembró una desgracia en el vientre,y además porque no era bueno que en la comunidad naciera un niñito con cachitos y conrabo.

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LOS GENTILES

Los gentiles son los cuerpos de los hombresandinos muertos y enterrados antes del tiempo en que losespañoles llegaran a estas cordilleras con una cruz acuestas. Son los que se han despedido de este mundo en lafe de sus antepasados. Las gentes de estos pueblos, que nolos olvidan porque son sangre de su sangre, lesproporcionan extrañas vidas de ultratumba.

Cuentan que cuando llega la luna llena, esosabuelos se aparecen mudados en la forma de un paisano,para andar delante o tras tuyo por los caminos. La únicadiferencia es que el gentil tiene una pálida piel desde lacabeza a los pies y anda con la cerviz doblegada. Las másde las veces toman el aspecto del marido viajero quevuelve a casa y se acuesta con su mujer trasmitiéndoleuna enfermedad que se muestra en grandes tumores quesecretan huesecillos, provocando con el paso del tiempola muerte de la infestada.

Los gentiles tienen el extraño poder de secar los manantiales y la manía deesconder las piedras negras que sirven para afilar los cuchillos, los machetes y lashachas, Cuentan también que durante las noches de sus apariciones, en su afán poralimentarse rompen los trastos en las cocinas de las casas que visitan. Estos gentilestienen el poder de seguir moviéndose porque nunca terminaron de morirse y podrirse deuna vez por todas, solamente se secaron igualitos nomás, como se habían despedido dela vida.

En los lugares altosde las apachetas, dondesoplan los fríos vientosque bajan de los glaciares,descansan envueltos enfinas mantas, esperandocon paciencia el retorno delos hijos del sol desde elApumayo10.

En esos altos altares existeun aire metálico quehincha las muelas y llena

10 Vía láctea.

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el cuerpo de los hombres con horribles y dolorosas llagas por donde supuran pequeñoshuesecillos, como castigo al sacrílego atrevimiento de subir a esas alturas para saquearlas prendas de sus entierros.

Cuando llegaron los españoles murieron millonesde los que habían nacido y vivido bajo el imperio de losincas, pero para calmar a sus descendientes inventarontodo ese cuento de los gentiles y de su endemoniadoproceder y que por eso los espanta el fuego por lasnoches y la luz del sol, si es de día, y no contentos coneso, por medio de sus curas, les hicieron saber que losgentiles no pueden ser recibidos, ni en el cielo, ni elpurgatorio por no haber conocido el cristiano bautismo,pero tampoco pueden ser condenados al fuego delinfierno, porque no han sido pecadores de la ley delDios que en las lejanas tierras de una ciudad sagradaque se llama Jerusalén, se entregó a la muerte parasalvar a los hombres de su raza y que por eso estáncondenados a penar por las noches de este mundo portoda la eternidad.

Por eso es que andan por aquí y por allá, y por todos los sitios de esta parte de lacordillera, ensayando una forma de regresar a la vida, ya sea tomando el vientre de lasmujeres o metiéndose en los cuerpos de los sacrílegos profanadores, pero solamentelogran reproducir esos pequeños huecesillos, sin poder formar, hace casi cinco siglos, uncuerpo completo con todo y su corazón, porque las almas de los hombres donde quierenrecuperarse, tienen dueño.

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LA CABEZA VOLADORA

Aun se cuenta en los remotos puebloscordilleranos, la historia de una pareja deesposos que vivían muy holgadamentegracias al tenaz trabajo del marido, que erauno de esos rudos hombres que en otrostiempos transportaban mercancías sobre loslomos de fuertes mulas, pasando sus díascaminando durante largas jornadas, metidoen medio de las bestias. Era un arriero y poreso casi siempre andaba fuera de su casa.

La fama del blanco y bello rostroadornado con una larga, negra y sedosa

cabellera de su esposa era conocida a muchas leguas del pueblo donde vivían. Como lasausencias del dueño de casa eran prolongadas, la mujer que a pesar de ser muy buenaadministradora de las ganancias del marido, tenía el aborrecible defecto de aprovecharsu alejamiento para organizar secretas francachelas con los otros arrieros que pasabanpor el lugar. Ese execrable vicio mantenía muy crispados al cura y a los vecinos de aquelcaserío, sobre todo por el amor y la ciega confianza que el sacrificado arriero tenía en sumujer.

Cuando el marido pasaba una corta temporada en el pueblo, los vecinos lecontaban, sin mayores detalles, el desvergonzado comportamiento de su mujer durantesus ausencias, pero nunca pudieron probar nada de lo que decían, porque esos extrañosvisitantes a los que su mujer convidaba, solo eran viajeros sin más señas que laapariencia que tienen todos los que vienen por aquí y salen por allá; solo sabían quedejaban alguna que otra mercadería en la enorme tienda que administraba la señora, peronunca pudieron averiguar sus nombres, su procedencia, ni mucho menos los detalles delos supuestos íntimos encuentros que ofrecía la mujer.

Para el esforzado viajero, este asunto no pasaba de ser un chisme insano que entodas partes inventan los envidiosos contra los que tienen la alegría y gracia de unamujer hermosa junto a una apreciable fortuna, que para mayor envidia de los chismososaumentaba con su esforzado pero lucrativo trabajo, sumándose a ella las generosascosechas de sus muchas chacras, el incesante incremento de su ganado y los ventajososnegocios que su señora hacía con las mercaderías que él y otros viajeros traían a sutienda, de tal suerte que no había motivo para que las malas lenguas espantaran lafelicidad que se había instalado en su hogar.

Una noche mientras cenaba en una de esas fondas de mala muerte que suelentener los caminos, escuchó a unos pícaros hablar de sus andanzas de arrieros y como erasu costumbre, sin mencionar, pueblo, casa o persona, hablaron de una remota aldea y de

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una casi inexistente mujer de largos cabellos que ofrecía generosamente los frutos de sucasa y los placeres de su cuerpo a los hombres que sabían llenarle la cabeza con esascosas, que como una llave maestra abren el corazón de las mujeres. El parloteo lepareció muy interesante por la cantidad de detalles que dizque sucedían en aquellasfiestas. Para terminar los bellacos concluyeron que esa sería una historia digna de seguircontándose en poemas y hasta en canciones, pero lo que convenía era solo noticiarseentre ellos y en secreto, porque se trataba de la mujer de un arriero como ellos. Eso lespartía su chusca alma.

“¡La mujer de un arriero, han dicho estas bestias!”murmuró para sus adentros, al tiempo que le invadía unatristeza mesclada a una rabia que le obligaba a retornarinmediatamente a su casa y descubrir el engaño de suinfame mujer. Pero luego se consolaba pensando, otra vezpara sus muy adentros: “Acaso soy yo el único arrierocasado. Además los que hablan en estas sucias fondas sonunos mostrencos ignorantes y pobretones, como los envidiosos vecinos del pueblo dondeprospero gracias al esfuerzo de mi mujer”. Pero luego, con renovado brío le asaltaban lasdudas y otra vez se consolaba y otra vez las dudas y una vez más los inútiles consuelos yasí…… como si miles de gusanos se lo comieran por dentro. Pero algo se calmó alenterarse que a cuatro jornadas de ese lugar quedaba el pueblo donde vivían los másfamosos chamanes andinos. A ellos les confiaría la fiereza de las angustias y la furia quele carcomían el alma, para saber qué le aconsejaban.

Entregando la mercancía que traía de las sierras y acabando de comprar los vinos,medicinas y herramientas que debía llevar de regreso, como si se tratara de una simplecuriosidad, le preguntó al administrador de aquel almacén.

─ Señor, será cierto que en este pueblo existen unospoderosos adivinos y brujos que saben toda clase dehechizos y que hasta sanan enfermedades incurables para laciencia, o son simples charlatanes que se aprovechan de lahumilde gente que llega a este pueblo, por ser un puertopara otros de la costa, la sierra y no pocos de la selva.

─ Mire señor, le voy a decir que la mentira dicha solo paraengañar, no dura. Este pueblo no es de ahorita, está lleno deantiguas ruinas y entierros que son testigos que todo esteinmenso valle ha sido habitado por miles de años, es poreso que los españoles al ver que era una antigua encrucijadadel Ccapacñan,11 fundaron a su usanza este pueblo desde

donde emprendieron muchas de las feroces hazañas de su invasión. Aquí, créalo o no,aun se conserva la poderosa sabiduría de nuestros ancestros y sus custodios no son11 El gran camino inca.

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ningunos adivinos o brujos, sino venerables amautas, que ahora los sociólogos yantropólogos, por no saber los misterios de su destruida ciencia, los han rebajado hastael nivel de chamanes.

─ Y quién es el más sabio de todos estos amautas. El maestro de todos, ¿porque susabiduría debe ser una ciencia que se enseña? ─ preguntó con inquietud.

─ Ese es don Julián. Cuando ves los ojos de ese hombre no ves una mirada, sino unavisión que viaja por la profundidad de los tiempos.

─ Muchas gracias por la ilustración caballero, disculpe mi ignorancia. ─ Dijo a modo dedisculpa y agradecimiento el arriero.

Luego tomó el rumbo de la másfamosa chichería del lugar para indagarpor la morada de don Julián, a quiendebía encontrar y consultar antes que esamaldita duda termine por enloquecerlo.La gorda y alegre mujer que atendía esenegocio, le dijo que allí mismo estaba elfamoso chamán. Con mucho respeto elarriero se acercó al hombre indicadosaludando y suplicando una consulta consu persona. Cuando el anciano lo miró enseguida supo que la atención de aquel

ruego era muy urgente, pues tenía ante sus ojos un hombre con el alma visiblementetorturada. Con las indicaciones del caso, lo citó a su casa a las diez de la noche.

Las horas no pasaban para el arriero, y no pasaban porque ya hace casi tres seencontraba en la puerta de la modesta vivienda del chamán, y cuando ya se encontraba alborde del delirio, por fin dieron las diez, y a su llamado se abrió la puerta. Antes quepueda expresar siquiera su saludo, el anciano le dijo.

─ No puedes preocuparte tanto por las cosas que no dependen de ti. Cuando alguna deellas no están en nuestro dominio no debemos meterlas dentro de nosotros como unpuñal, sino salir a buscar aquello que desde fuera nos está perturbando, que la más de lasveces son simples tonteras y aun cuando son graves asuntos, con el tiempo acabansiendo lo mismo. ¡Cálmate! Llegado el momento de la verdad siempre se sabe quéhacer, mientras tanto está demás preocuparse. Para todo hay solución en esta vida,menos para la muerte. Si lo vemos bien, todo el breve tiempo que dura nuestraexistencia en este mundo se nos pasa en la búsqueda de soluciones para que nuestrapasajera vida no se acabe sin ton ni son. ¿Ahora cuéntame que es lo que realmente temortifica tan malamente?

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─ Gracias maestro. Discúlpeme estoy muy confundido. ─ Y pasó a contarle los chismesdel pueblo y los detalles de aquel malcriado parloteo que escuchó a otros ambulantescomo él en esa pobre fonda caminera. Finalmente un poco más calmado por el afablerostro y la amigable sonrisa del viejo, le dijo que para la paz de su alma y la felicidad desu hogar, debía resolver de todos modos la incertidumbre que tanto lo atormentaba.

─ Las personas o la mujer que amamos no siempre nos pueden o deben amar. El amorno es algo que por derecho nos corresponda, sino es un regalo que Dios ha puesto ennuestros corazones para compartirlo con los hombres, y no todos los que amamos estánobligados a correspondernos. Infortunadamente no estamos en el mundo interior de losotros para saber cómo y cuánto nos aman o tan solamente son nada más que amables connosotros. Pero como los españoles nos han malacostumbrado a dar para recibir, siempreestamos esperando algo a cambio del amor que damos, como si este noble sentimientofuera una mercancía que deba pagarse.

─ Tiene usted mucha razón maestro, pero ahora qué hago con esta mi vida. ─ preguntócomo esperando una respuesta definitiva o una mágica receta.

─ La duda que tienes debes resolverla tu mismo,pues nadie puede vivir y hacer las cosas que soloconciernen a tu alma. Vuelve a tu casa sin avisoalguno y llega de noche. Con mucho sigilo entraen tu alcoba; si ves que tu mujer está dormida enla cama sin la cabeza en su lugar, ve a la cocina,coge un puñado de ceniza de la cconccha,12

espárcela en su cuello y espera escondido en algúnlugar a que retorne la testa a su sitio. Pero si tu

esposa se encuentra completa, despiértala amorosamente, llénala de besos y caricias,pídele perdón por tu desconfianza y renuévale tu juramento de amor eterno.

─ ¡Gracias, muchas gracias maestro, eso sin duda. ¿Cuánto le debo? ─ preguntó un tantomás calmado el atribulado arriero.

─ Compra cuatro docenas de chancacas, y en el triste pueblo que tiene punas sin límites,regálacelo a los niños que viven en él. La alegría de esos críos será mi pago.

Cuentan que a eso de las doce de la noche, sin hacer el menor ruido, el arrieroentró a su casa y aposento, y al encontrar a su mujer completamente desnuda pero sin lacabeza en su lugar, se espantó grandemente, pero al recordar la mirada sin tiempo y lasuave voz de don Julián, tomó coraje y comenzó a ver cómo dentro de aquel decapitadocuerpo aun latía un corazón y cómo por un tubo que debía ser la tráquea, entraba y salíaun vientecillo igual al que hacen los pequeños fuelles que usan los sastres de los pueblos

12 Fogón.

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para avivar el fuego de sus planchas a carbón. Por pudor cubrió aquel cuerpo con unasábana, pero este se alborotó hasta tirarla por los suelos.

Ya más calmado bajo a la cocina y tomó un buen puñado de cenizas y procedió afrotar el airado cuello con estos residuos. Como quería saber en qué acabaría todo estoque le estaba pasando, se escondió en un rincón del aposento, precisamente en el vacíoque dejaban la cómoda y el gran ropero. Allí sentado en el piso, cubierto con un ponchoesperó a que la cabeza volviera después de vagar volando por el mundo comiendo cacacomo castigo por sus pecados.

A eso de las cuatro de la mañana, cuando sintió que la pacapaca13 que habíaululado toda la noche se espantó por el comienzo del alba, por la ventana que estabaabierta entró volando la cabeza de su mujer con los cabellos revueltos, los ojos brillantescomo los de un gato y con la boca llena de caca; luego empezó a tratar de pegarse a esecuerpo desnudo, pero no pudo lograrlo por más que lo hacía de muchos modos, porquela ceniza había quemado todas las nervaduras del cuello. Cuando la cabeza se percatóque había sido separada definitivamente, entró en una agitación de rabia y pánico,mirando desesperadamente para todos lados buscando al culpable de lo que le estabasucediendo, por fin dió con el marido oculto y siempre volando se acercó para pedirleque le diera un beso en aquella sucia boca de un rostro que empezaba a parecerse al delos demonios. Presa de espanto y medio loco el arriero salió despavorido a la calle.

Más tarde los vecinos encontraron la cabeza voladora enredada por sus largoscabellos en las ciracas14 que rodean el cementerio. El arriero pagó al sepulturero por elentierro del cuerpo desnudo y de aquella apestosa cabeza, porque ni el cura ni losvecinos quisieron asistir a ningún funeral de los restos de la pecadora. Más adelante eljuez del pueblo se encargó de la venta de la casa, las chacras y el ganado del infortunadomatrimonio, y más tarde el arriero siguiendo la huella de los caminos, se fue perdiendo,allá lejos, por el lugar en donde este planeta busca al sol para despertar los días.

13 Lechuza.14 Zarzamoras.

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EL DERRUMBE

De un tiempo a esta parte el Juancha, se levantaba muytemprano y con mucho entusiasmo salía a pastar las ovejas,regresando muy entrada la tarde con el rebaño completo. Estaprematura madurez enorgulleció a sus padres y estaban felicespor la súbita responsabilidad que impulsaba al muchacho, perosobre todo por la gran alegría que derrochaba en su nuevoaliento.

Una noche mientras dormían unos pasos diminutos sehicieron sentir alrededor de la choza, poniendo en alerta aHuayki, el perro guardián, que ladró furiosamente hasta obligar aque el dueño de la casa, encendiendo el mechero saliera a

inspeccionar el entorno, pero como no había más novedad que el atolondrado miedo delanimal y un raro y pestilente olor, regresó a terminar su interrumpido sueño, no sin antescubrir al niño que dormía algo desarropado. En ese instante notó que el ccoro habíahecho caer entre los pliegues de las frazadas una bolita dorada, que seguramente tenía enuno de sus puños antes de quedarse dormido. El padre muy confundido tomó aquelextraño y pesado juguete con el propósito de averiguar su procedencia.

Al día siguiente no bien despertó, el Juancha comenzó a buscar con desesperaciónsu bolita dorada; cuando su ansiedad por encontrar su preciosa pertenencia llegó hastalas lágrimas, su padre le dijo: “¿Acaso buscas esto, quién te la dio?”. El niño respondióque hacía un buen tiempo había hecho amistad con un enanito que vestía un ponchorojo, chullo blanco y ojotas doradas. Él le había prestado aquella esfera para que jugaranmientras las ovejas pastaban. Ante esa inocente revelación el padre palideció y ordenóque de inmediato le mostrara el lugar de sus andanzas con aquel menudo amigo. Sinhablar, recorrieron las faldas del cerro tutelar de aquella comarca, llegando hasta unagran terraza. El niño señaló a esa explanada como el lugar de sus juegos con el enanito;enseguida el padre indagó por el sitio por donde llegaba y se despedía su pequeñocamarada, el indicó el enorme roquedal que subía hasta la cima de la montaña.

Después de un atento paseo al pie del peñascal, tropezaron con una gran rocadonde estaban dibujadas en rojo ocre varias llamas y una gran serpiente devorándose aun enorme sapo. Debajo de ese rupestre mural encontraron un pequeño pero profundoagujero por donde salía un olor insoportable. A los costados de ese orificio advirtierondos profundas grietas. Una iba ascendiendo hacia la cumbre y la otra bordeando laherida montaña iba a perderse en los matorrales de su zócalo.

Con desesperada prisa volvieron a la casa. El padre ordenó se cargue en loscaballos los trastos, las herramientas, los tejidos, las semillas, las aves, los cuyes y losgatos, y alguna otra prenda que pudiera servirles mejor. Arreando todo el ganado sefueron por el camino que baja al río y sube por las faldas de la montaña del frente.

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Después de cruzar el puente de cabuyas que desde el tiempo de los incas se levanta yrenueva sobre el profundo río, ascendieron infatigables hasta la casa del compadreLeoncio, a quien narraron las secretas andanzas del Juancha. El padrino del niño losacogió de muy buena gana y recomendó ofrecer una samincha15 como remedio paracalmar la agonía del apu que habitaba aquel cerro.

Cuando la noche congeló el aire y la luz del plenilunio plateó aquellas vastastierras, se oyó por toda la inmensidad un largo y gigantesco estruendo que subía desde elvalle, levantando el vuelo de las aves, encendiendo el pavoroso grito de la fauna de esosaltiplanos, provocando el atolondrado ladrido de todos los perros de la comarca yalzando desde lo profundo de la piel y los corazones, los atávicos temores sin respuestade los hombres de estas partes del mundo.

Solo tres días después que el polvo de aquel derrumbese hubo disipado, pudieron ver que la rocosa montaña habíacaído sobre el río como un Dios vencido; luego vieron cómoel torrente, frenando su caudal, era mansamente contenidopor aquel fortuito dique que los escombros habían formado.Al cuarto día los compadres bajaron al valle para conocer ladimensión del Apu caído, pudiendo ver asombrados sus másde mil metros de ancho y hasta 60 de altura. Pasada la mediatarde, aparecieron cargados de grandes peces que habíanmansamente atrapado en los pequeños pozos en que el ríoquedó convertido aguas abajo de la colosal charca que se ibacolmando.

Cuando los pueblos de la parte baja de sus riberas vieron al río sin sus aguas,hicieron rápida mudanza hacia lugares más altos y seguros, porque conocían desde lostiempos en que estas cordilleras cobijaron a los hombres, que podría venirse una mortalavalancha, si es que llegara a reventarse aquel inmenso estanque donde el Apu decidiósepultarse.

Quince meses después, un inmenso espejo de agua de casi una legua de largoterminó de llenarse. Tres años más tarde, vieron que alegre el río se escapaba de aquelinmenso estanque cayendo por unas altas y hermosas cascadas. Cuando dejó de sentirseel pestilente olor de los codiciosos enanos mineros, la familia decidió construir su hogaral borde de la nueva laguna, que más tarde los lugareños bautizaron como Apuccocha.

Al momento de inaugurar la casa nueva, el padre del Juancha, tiróla bolita de oro al centro de la laguna, para que sus dueños que eranunos enanos apestosos, porque no les gustaba el agua, jamás volvieran aencontrarla.

15 Ofrenda andina a las montañas.

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MARIA MARIMACHA─ ¡Si vas a irte a bañar al río, chitandote16 de la escuela,vas a acabar sancochado! ─ Era la más crueladvertencia que podían hacerle al placer de remojarte enlas cristalinas aguas del río Mariño durante los calurososdías que preceden a las lluvias, en los que el sol quemahasta ponerte negro el pellejo del cogote.

Al calor del fogón y a la luz de una luna quetímidamente se asomaba por un costado de laventana de la cocina, una noche de agosto laabuela, con voz de espanto y de vieja que sabía loque decía, nos contó esta historia.

─ Un día doña Felicia Rodríguez, que vivía frenteal horno de la calle que va al río, en su necesidad decontar con la ayuda de una doméstica, pegó unaviso en la puerta de su casa, escrito en un pedazo

de cartulina blanca con las letras rojas de un lápiz gordo que decía: “SE NECESITAMUCHACHA CON CAMA ADENTRO”. Eso quería decir que le urgía unatrabajadora para que atendiera la cocina, la lavandería y el aseo de su hogar, con lacondición de vivir en casa.

─ ¡Yyyyyyyyy! ─ Con este angustioso grito forzábamos a la abuela para que avanzaraen su historia.

─ Al cuarto día se apareció una muchacha con un rostroque no tenían, ni por asomo, las mujeres del pueblo. Eramuy seria y callada, pero bastante aseada. Decía habertrabajado en el Cusco, Puno, Arequipa y Ayacucho y queestaría un tiempo por estas tierras porque su padre habíasido contratado como maestro de obra, para construir lafachada de una rica iglesia que por esos tiempos selevantaba en la provincia de Grau, y que en seis u ochomeses, cuando acabara el trabajo, se irían otra vez a vivira Arequipa donde su familia era conocida como grandesmaestros del tallado en piedra sillar. La dueña de la casapensó para sus adentros: “No hay duda que eres hija de

picapedreros, porque tienes la cara y la mirada de pura piedra”.

─ ¡Yyyyyyyyy! ─ Volvimos a gritar.

16 Hacerse “la vaca”. Faltar deliberadamente a la escuela.

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─ La contrató, y al cabo de dos semanas doña Felicia vio que la muchacha era muydiligente en todo lo que hacía, pero sobretodo sabía cocinar con mucho conocimiento deingredientes y condimentos potajes muy sabrosos, sin dejar de lavar impecablementetoda la ropa sucia y limpiar con mucho esmero toda la casa. Gracias a esta gran ayuda laseñora pudo por fin dedicarse casi exclusivamente a atender el bazar que tenía en la calleprincipal del pueblo.

─ ¡Yyyyyyyyy abuelita!

─ Después de un tiempo sus patrones le confiaron los gastos del mercado, de lapanadería, las compras del forraje para los cuyes y de todos aquellos víveres que depuerta en puerta venden las campesinas en estos pueblos; dando cuenta a satisfacción detodos los gastos que hacía.

─ Abuelita y cuántos vivían en aquella casa ─ preguntó la curiosa Ana. A lo que laanciana respondió con otra pregunta. ─¿Cuántos vivimos en esta casa?

─ Tú abuelita, el abuelito, mi mamá, mi papá, yo y mis siete hermanos, pero tambiénvienen a comer todos los días la señora costurera y la chica que ayuda en el bazar, y devez en cuando el peón que cuida la chacra con su esposa y sus hijitos ─ respondió laniña.

─ También ellos eran muchas personas y por eso los gastos de la comida eran muy altos,pero a pesar de la apretada cantidad que le asignaban para las compras del mercado, lasabrosa comida que preparaba María, era abundante, sobre todo en carne y menudencias,lo que confirmaba la poca honestidad de las anteriores empleadas.

─ ¡Yyyyyyyyy abuelita!

─ De repente, como de la noche a lamañana, comenzaron a sentirse extrañosruidos dentro de la casa y alguno de losniños creyeron ver sombras y pequeñosbultos que trajinaban por los pasillos,especialmente en el patio donde estaba elcuarto de la empleada. Más adelantecomenzaron a caerse por sí solos y con granruido los floreros, las azucareras, las ollas ylos cuadros de las paredes. Todos creyeron

que era por culpa de las almitas de los niños que se escapaban de la escuela para irse abañar al río, y no se sabía por qué comenzaron a ahogarse sin que sus cuerpecitos jamássean hallados. Los ancianos del pueblo solían decir con el desdén de los que muchoconocen: “El río casi nunca devuelve a los muertos, solo el mar es el que los bota”

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─¡Yyyyyyyyy abuelita!

─ Pasado un tiempo por las noches comenzaron a oírse algunos extraños ruidos como elmurmullo de un doloroso coro infantil, que hacía soltar a los gatos un pavoroso maullidode espanto, y si los gatos que no le tienen miedo a nada, se espantaban, entonces la cosaera bastante extraña como para ser el pequeño penar de unos niños que murieronahogados y que solo estaban recogiendo sus pequeños pasos por los lugares de las casasque conocieron como visitas o amistades de los hijos de sus dueños. Incluso hasta elperro ya no quería dormir en la casa.

─¡Yyyyyyyyy abuelita!

─ El 02 de noviembre, como casi todo elpueblo, la familia se fue al cementerio paraasear la tumba de sus parientes yofrecerles algunas flores y oraciones porser Día de los Muertos. Luego queterminaron de almorzar en la kermese quese monta en las afueras del camposanto,enviaron a los chicos a la casa porque losadultos deseaban brindar algunos licorescon los otros vecinos y deudos. Sería a eso

de las nueve de la noche cuando los mayores volviendo del cementerio se encontraroncon la sorpresa de ver a sus hijos, regados por la calle y medio muertos de miedo.

─¡Yyyyyyyyy abuelita!

─ ¿Qué pasa. ¡Qué está pasando!─ preguntó el padre. ─¡Papá! ─explicó la hermanamayor. ─ Cuando llegamos del cementerio, todo estaba en orden, pero apenas se puso elsol y comenzó la noche, todos los perros de la calle aullaron sin cesar y los gatos desdelos tejados maullaron imitando el llanto que se hace en los velorios, hasta que vimospasar por el patio hacia el cuarto de la empleada un grupo de hombrecitos sin rostro quegolpeando con fuerza la puerta le pedían con gritos lastimeros: ¡¡MaríaMarimaaaaacha, devuélveme mis carneciiiiitas!!! ¡¡María Marimaaaaacha,devuélveme mis tripiiiiitas!!! ¡¡María Marimaaaaacha, devuélveme micorazonciiiiito!!! ¡¡María Marimaaaaacha, devuélveme mis huesiiiiitos!!! Hasta quela María salió despavorida de la habitación como alma que se lleva el diablo, y nosotrostras de ella, pero ella siguió corriendo con dirección al río, mientras que nosotrosdecidimos esperarles a ustedes en la puerta.

─¡Yyyyyyyyy abuelita!

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─ Al día siguiente sobre la piedra grande que usan los niños para lanzarse a la poza queconstruyeron en el río encontraron la ropa, las calaveras y los huesos sin carne de hastaocho chitones,17 que recogió la policía, mientras el cura echaba agua bendita por todoslos rincones de la casa y especialmente en el cuarto de la empleada para aplacar lasalmas de aquellas desesperadas criaturas.

─¿Y la María abuelita?

─ Nunca más se supo de ella. Desapareció como había aparecido: de la nada. La GuardiaCivil averiguó que no existía un templo que con fachada de sillar se construía en laprovincia de Grau. Ya durante la misa que se hizo para sepultar los restos de loschitones, el señor cura explicó a la feligresía, que el Juicio Final existe y precisamentepor ello, estos habían vuelto del más allá a reclamarle a la María que les devuelva laspartes de sus cuerpos que ella había cortado después de matarlos, aprovechando queestaban solos y sin ningún amparo en la poza de aquel río, porque como bautizados en lasanta iglesia católica, estos debían estar completos para presentarse ante la presencia delsupremo juzgador, ya sea para volar al cielo o caerse para siempre en el infierno.

─¿Y la María abuelita? ─Volvimos a preguntar.

─ Como desapareció sin dejar ningún rastro, muchos sospechan que es un demonio quecon otro rostro y otro nombre anda metido en alguna otra casa, esperando en algún otrorío a los chitones que faltando a la escuela se van a nadar y divertir, para hacer con suscarnes y menudencias las ricas comidas que ella sabe cocinar.

17 “Vaqueros”. Estudiantes que abandonan la escuela para ir a divertirse.

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CAPITAN RUMI

Desde que llegaron los hijos del sol a estos andes, con el conocimiento de disolverlas piedras y hacer lo que su voluntad quisiera con ellas. La gran sabiduría de los incasno tuvo parangón, ni límites.

Ese conocimiento fue transmitiéndose de generación en generación y con el correrde los tiempos, los hijos de sus hijos, le dieron perfecta forma a las colosales piedras desus templos, palacios y fortalezas. Ante sus prodigiosas manos la piedra se comportabacomo la arcilla, y no solo eso, sino que al conjuro de sus dioses, incluso podían darlevida para que se movieran sin la intervención de los hombres o las bestias.

Bajo los dictados de este arte, lograron fabricar gigantescos colosos con la formay el movimiento de los hombres. Estos pétreos mecanismos fueron los que colocaronuna encima de otra las gigantescas piedras de la fortaleza de Saccsayhuamán y otrasextraordinarias hechuras de aquellos grandiosos tiempos.

En el cerro San Cristóbal,que es la cresta de una cuchillaque hace miles de años se afiló alabrirse el gran cañón que labró elrío Apurímac, los incasdecidieron construir ungigantesco puente que debíasuperar todas las artes y losdesafíos de la prodigiosaingeniería de esta raza. Para esaempresa, recurriendo a su cienciay arte milenario, levantaron unavez más, un autómata de piedra,que debía erguirse y subir hasta el

cerro “San Cristóbal” para arrojar por sobre el río Apurímac, hasta la otra montaña lagran soga que con duras enredaderas de la selva, juncos, fibras y miles de tiras de cuerode llama y alpaca habían torcido los pueblos del Collao, hasta convertirla en unamaroma de hasta tres kilómetros de largo y del grosor de tres hombres robustos, parapoder lanzar el portentoso puente.

Una mañana plena de sol y de júbilo, ante la atónita expectación de miles deincrédulos súbditos, el autómata que hoy se conoce como Capitanrumi, comenzó a subiraquel cerro. Cuando el coloso ya había alcanzado la pequeña terraza de la cima deaquella cresta, rodó hecho pedazos por los suelos, haciendo el telúrico estruendo queproduce el derrumbe de las montañas, quedando desperdigadas sus piernas y cadera enla cuesta de aquel cerro, y el torso, la cabeza y los brazos acabaron cayendo por elprecipicio que termina en el fondo del profundo cañón, donde como una mítica culebra

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se mueven las caudalosas aguas del río Apurímac. De toda esa monumental estructurasolo quedo como señal para los tiempos venideros, la mano izquierda de aquel pétreogigante, mostrando su palma a los cielos.

Refieren las lenguas que inmortalizan esta historia que aquella caída se produjoporque en ese mismo instante se derramó sobre la tierra sagrada de Andamarca, ─lapacarina18 de los rucanas─ la primera gota de sangre de la muerte fratricida de Huáscar,el príncipe heredero, el escogido de los dioses, cuyo cuerpo lacerado fue impíamentearrojado a las oscuras aguas del río Yanamayo. En ese instante también se acabó para loshombres de estos andes el poder que tenían los incas sobre las piedras, y con ellos elmundo sin mentira, sin robo y sin ocio que gobernaba estas inmensidades.

A partir de esa maldita hora, cualquier cosa podría sucederle a los runas19 de estastierras, porque sus dioses retornaron al Apumayo, pues no soportaron ver destruida lavida que alzaron desde el fondo del gran lago sagrado, para que la estirpe de sus hijosgobierne este mundo que se yergue desde la profundidad de los océanos hasta los bordesdel infinito. A partir de ese momento solo quedaba para el futuro de esa raza lastenebrosas noches de un largo “wañuc”20 lleno de hambre, de mentira y sufrimiento.

18 Los antiguos peruanos creían que los primeros habitantes de los ayllus, pueblos o reinos andinos surgieron de laspacarinas (cuevas, lagos, lagunas o manantiales) por orden de los dioses, especialmente Wiracocha. Antes de ser humanoshabían sido piedras o rocas del Ukupacha (mundo subterráneo), y a través de las pacarinas salieron a poblar el Kaypacha(superficie terrestre).19 Hombres andinos.20 Eclipse de luna. En los andes son presagios de malos tiempos.

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EL APUSUYOC

Para bien o para mal, para todo lo que convengase consulta al convocador de los ángeles.

Después de la larga sequía, llegaronalgunas tímidas lluvias que fomentaron elentusiasmo por las siembras, pero más tardecayó el maldito granizo sobre las tiernassementeras, y todo quedó peor que antes, porquelo poco que guardaban las despensas se confió ala pachamama.21 El cielo se durmió

profundamente, cubierto con su manto azul, acunado en amanecidas que duraban casitoda una jornada y en atardeceres que eternizaban los dorados y sangrientos crepúsculos.

Cuando no obtuvo ninguna respuesta el temeroso llanto de los niños suplicando alas alturas por un poco de agua celestial; cuando ni siquiera fue tomada en cuenta lasolemne misa que hizo el cura contratado en la ciudad; cuando no sirvió para nada elpúblico arrepentimiento de los pecadores en las solemnes procesiones que pasearon porlas calles y los caminos a todos los santos de la iglesia, fue convocado el vecindario a laasamblea que debía decidir la suerte de la aldea ante aquella insufrible realidad. Al serconsultada la voz popular, esta tuvo muchas palabras, pero ninguna solución.

Unos dijeron que se debía acudir a lasautoridades de la provincia, pero otros replicaronque estas solamente lamentarían la triste situacióny se limitarían a explicar que no eran los únicosque pasaban por esta desgracia, y que con un pocode ayuno y mucha paciencia, el lejano señor queellos habían hecho gobierno en la capital de larepública, quizá debía estar pensando en lo quemejor convenía; pero desde hace siglos sabían queterminarían diciéndole que el señor Presidente delPerú era ajeno a los designios del cielo.

Algunos dijeron que mejor sería echarse a andar por aquellas profundas quebradasa ese lejano lugar en donde comienza el día, hasta llegar al borde de las selvas, pescar enel río grande y cazar los animales, cultivar y cosechar los frutos de aquellas tierras; perootros replicaron que aquel lugar ardía con la furia de más de cien sequías hastaconvertirse en mortales fiebres que fácilmente acaban con los hombres y animalesextraños a esas lindes.

21 Madre tierra.

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Los viejos dijeron que esas eran las sonseras que inventan los que quieren escaparde su tierra, pero como tienen miedo de hacerlo solos, imaginan un mejor porvenir paratodo el pueblo en otros lugares. “Estos malos tiempos han existido siempre y no por esolos padres de nuestros padres y de ellos sus abuelos, han decidido abandonar estabendita tierra, ni han dejado en la orfandad a los abuelos que reposan en nuestrosentierros, ni se han alejado de aquel sagrado lugar que levantaron nuestros ancestros enlas alturas, desde donde sin dormir los hijos de los incas nos protegen de todo mal andar.¡Hay que resistir!”, instó lleno de furia el anciano más respetado de la comunidad.

Más de nueve horas discutieron sin acuerdo alguno, las bondades, la seriedad yhasta las locuras de algunas propuestas; finalmente se decidió consultar al Apusúyoc, elinvocador de los ángeles.

La noche del último viernes de aquel mes, en el oscuro aposento del hechicero seofreció a esos seres alados una mezcla de incienso, grasa de llama, tabaco, coca,pimienta contenido en una panca de maíz, luego de empaparlo en aguardiente de caña,entre los rezos ininteligibles de la fervorosa audiencia se procedió a quemarlo. Cuandoel recinto se pobló de sus mágicos olores, a través del techo de paja se oyó el rumor delvuelo de un gran cóndor. No bien se calmó el alocado aleteo, se escuchó la furiosapregunta de una voz de estruendo: “¡Qué quieren los que me llaman!”; el jefe de lacomunidad expresó los apuros del común, con estas palabras: “Mucho estamos sufriendoen estas tierras poderoso ángel, ¿Debemos trasladarnos o quedarnos?” Al final de unprofundo silencio los devotos creyentes escucharon nuevamente el vigoroso aleteo quese fue perdiendo por donde empezó y cuando volvió la calma y el silencio, se oyó unavoz muy suave y afeminada que cortésmente invitaba: “Vayan hasta el lugar donde sedespide a los cóndores, allí les daré mi señal”.

La comitiva salió presurosa allugar indicado y mientrasmascullaban sus ruegos ancestrales,cruzó el cielo una estrella fugaz haciael poniente. Al día siguiente sepreparó el éxodo. Caminaron día ynoche durante casi un mes hasta llegaral borde de la ansiada gran ciudad,que por la caridad de un mísero pan,acabó devorándose su lenguaje, susvestidos, sus labores, sus comidas, suscantos, sus alegrías y sus hijos; atrás

quedaron sus creencias, los santos de su devoción y los ancestros esperándolos en lamontaña.

Así son los Apusúyoc, dan respuestas fáciles a las más desesperadas consultas,pero nunca se sabe, si para bien o para mal.

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EL HUANCAR CUICHI

Un viejo rasguño en la montaña te señalará elcamino, pero solamente lo verás cuando el sol hayaquemado los últimos pastos; antes no verás más que lagigantesca caída, que ni los cóndores amos de estosespacios, pueden medir. Al cabo de esa funambulescajornada llegarás a un enorme bosque de piedrasencantadas. ¡No, no temas!, ve siempre adelante, elcamino es para avanzar. Gritarás “¡Huáncar!” y esegrito se convertirá en las miles de voces en que sequiebran los gritos en esa ruda peñolería, pero soloestarás atento al lugar donde oirás el último sonido deaquella multitud, hacia allí deberás conducir tus pasos,Si luego tropiezas con un precipicio o una rocainsalvable, volverás a gritar: “!Huáncar¡” y allí pordonde se asome el último sonido de aquel dilatado ecodeberá caminar tu voluntad, sino te quedarás

eternamente metido en aquella pétrea maraña. Recuerda, no hagas caso a las voces queparecen que responden a tu voz, esos son los desgarradores auxilios de los muchos queandan perdidos en ese laberinto y que pueden perderte a ti también. Nunca olvides deescuchar y seguir solo el sonido de tu voz.

Cuando por fin hayas logrado salirde aquella maraña peñascal, llegarás a laorilla de una diáfana laguna que temostrará en su lecho las casas, calles,iglesias y plazas de una ciudad que hacemucho tiempo fue el orgullo de aquellacomarca. En la plaza principal de aquelpueblo sumergido, verás un enorme torode oro y miles de joyas más, que se teofrecerán casi al alcance de la mano.¡No!, no trates de apoderarte de eseespejismo, pues las malas gentes que allímoran querrán compartir contigo el castigo recibido por su orgullo y ambición.

Veas lo que veas y escuches lo que escuches, camina adelante, sin apartarte jamásdel sendero que recorre el borde del fantasmagórico estanque. Aun cuando todo eseandar sea penoso, no olvides que aun más peligroso es internarse en el negro bosque quesube por las colinas hasta perderse en la espesa bruma que todo lo cubre, y desde dondemuchas fieras, víboras y demonios querrán atacarte para destrozarte y devorarte; sinembargo no les hagas caso, porque esos solo son los miedos que se ocultan en nuestras

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mentes para acecharnos en los momentos más desesperados. Recuerda, solo tú conocesel fondo de tu corazón y solo desde ahí, eres valiente e invencible.

Te parecerá increíble, peroal final de esa sombría floresta,llegarás a una puna inmensamentellana, que para tratar de medir suslejanías tendrás que pegar unaoreja al suelo, cerrar el ojoopuesto, y solo así alcanzarás aver el lugar por donde alumbra ellucero de la mañana. Dirígetehacia esa celestial luminosidad

caminando esa distancia sin límites, respirando fuerte y pisando firme, la noche senegará a llegar esperando de ti un descanso, un pequeño alto en esa vastedad, paraconvertirte en la sombra de un hombre que camina. Cuando el brillo solar hayaterminado su recorrido, camina siempre hacia tu destino, allí encontrarás la noche, laverdadera noche y podrás por fin dormir. Duerme profundamente, duerme cuantopuedas….duerme….duerme.

La mañana se levantará con unos copos de floja nieve. Pisando esas níveashumedades llegará rodeado de su aureola de siete colores el Huáncar cuichi, ese gatogigante de cuyos bigotes nace el arco iris. Este tratará de saltar sobre ti y atraparte en sucírculo mortal. Tómale distancia cubriéndote bajo la copa de los cceuñales, corre entresus ramas y al seguirte el Huáncar perderá su colorido cinturón y solo a un gato enormetendrás que enfrentar.

Tu cuerpo ha vencido los precipicios, tus oídos te han sacado de aquel trastornadoroquedal, tus ojos han ahogado las imágenes encantadas de la charca, el valor de tucorazón te ha sacado de aquel bosque encantado, tus nervios han caminado por elsendero de la diosa celestial, tu fuerza ha encontrado la noche; entonces estás preparadopara acabar con el maldito Huancar cuichi, que en los puquiales de los pueblos espera alas mujeres en la forma del arco iris, para tomarles el vientre y hacerlas vomitar agua desiete colores hasta matarlas, y no contento con eso, en los lugares de sus tumbas hacebrotar bofedales que devoran a los hombres y sus animales.

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EL TAPADO

Los mortales del Tawantinsuyo se entregabana la madre tierra con los tesoros que la constancia desu trabajo o la osadía de sus aventuras les habíanobsequiado. Solo se heredaban los linajes y losfrutos de la tierra. Los muertos viajaban cargados desus cosas a los lejanos destinos de Wiracocha, elDios universal, que todo lo tiene, que todo lo da.

A esas lindes había que partir con las mejoressemillas, los más finos tejidos y las más deslumbrantes galas y joyas. Esos ricosentierros tenían como destino el mundo de los muertos, y aunque por este sitio losdesvelos de la codicia hurgan esas fortunas, lo que partía con ellos era asunto de losdioses. Nadie debe trazar su destino en el valor terrenal de esos tesoros, a menos quequisiera caminar entre los difuntos.

Después llegaron de España los que vivían de las guerras, del sufrimiento de losvivos y de la fortuna de los fallecidos. No contentos con saquear los sagrados tesoros delos templos incaicos, despojaron a los que habían partido de este mundo de sus galas ylas joyas de sus entierros y sin ninguna misericordia por la madre tierra, penetraron hastael corazón de las montañas, tras el áureo metal y la palidez celestial de la plata.

El tiempo caminó veinticinco formas de nuevoshombres sobre los andes, pero la paz de los muertos todavíano regresa. Dionisio, Casimiro y Bernardo, pertenecían aesa laya de taimados campesinos que habían aprendido lasmañas del malvivir de las ciudades. Una noche de planesarriesgados y de sueños dorados que acabó en jolgorio yborrachera, juraron solemnemente por la cruz de susantepasados, compartir la desgracia o la fortuna que ocultanla tumba de los gentiles.

La noche del primer viernes de la luna llena, hicieron la larga jornada hacia elsacrílego quehacer. Pasada la medianoche ofrecieron ante el lugar que mostraba toda latraza de una antigua tumba, el pago por aquel pecado, que es una mezcla de las cosasque agradan al cielo, la tierra y al infierno. Dentro de una caracola gigantesca, deaquellas que salieron del mar junto con las montañas, mezclaron incienso, canelamolida, grasa de llama, pimienta, tabaco, coca y aguardiente de caña que fuequemándose lentamente dentro de la cueva y encima de la tumba que iban a destapar.Mientras ardía la ofrenda, Bernardo rezaba en quecha y castellano una oración que soloél conocía o que ahí mismo se la inventaba, en tanto los otros fumaban cigarrillos detabaco negro y escupían finos chorros de aguardiente de caña hacia los cuatro costadosde la gruta, rogando al cielo fortuna para su empresa y reiterando su voluntad de

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repartirse con exacta justicia lo que guardaba el dueño del “tapado”. Terminado el ritorociaron con orines podridos todo el área que iban a cavar, finalmente colocaron gruesosramos de ruda en los cuatro costados de la zanja.

Mientras los otros cavaban, Bernardo con unpoderoso látigo daba fuertes azotes al aire con elpropósito de espantar a los celosos espíritus guardianesde la momia y sus tesoros; estos se le aparecían enforma de alucinantes pumas sedientos de sangre, perrosasesinos o cóndores hambrientos. Cuanto más eraacosado por estos horribles espantos, Bernardo seentregaba con más y más ardor al etéreo combate,mostrando todos los gestos de la furia, sudando

copiosamente por el esfuerzo que representa la bravura de cortar el aire con un fierolátigo y con un pesado machete más; porque a medida que sus socios se acercaban altesoro, los celosos guardianes del muerto atacaban con más y más rabia, hasta que porfin tropezaron con los toscos maderos de una hermosa cripta que contenía al gentil consus secas carnes por donde se escapaban sus amarillentos huesos, envuelto en ricostejidos, adornado de hermosas joyas, rodeado de finos trastos y de toda la parafernalia desus creencias.

Antes de tocar alguna pieza, vertieron kerosene y aguardiente para espantar el gasmortal que acumulan estos entierros, luego se pusieron a musitar por su cuenta algunasoraciones y finalmente haciendo la cruz de los cristianos, bautizaron a la momia conagua bendita para quitarle la maldad de los que no conocieron al Dios que vino desdeEuropa.

Aun poseído por el fragor de la imaginaria batalla, Bernardo reclamó para sí, lamáscara de oro de aquel difunto, los otros respondieron en que no se haría ningúnreparto en ese lugar, sino que se reuniría con calma todo lo valioso posible y ya con laluz del día, se haría el reparto conforme a la tradición de los sacrílegos. Bernardo asintiósu acuerdo, pero volvió a reclamar para sí, la rica máscara funeraria. Los otros selimitaron a vaciar lo que les interesaba de la tumba sobre un gran poncho de algodón.

A medida que iban saliendo las joyas de aquel mancillado príncipe andino, fueapoderándose de Bernardo, la ansiedad de la codicia, basada en un sin fin de sinrazones,como que ese tapado estaba en su propiedad; que antes que nadie solo él era el únicoconocedor de sus secretos; que los otros solo eran sus invitados, ni siquiera eso, eran suspeones; y que si se logró algún tesoro fue gracias a su fiero y victorioso combate con losguardianes de la momia. ¿Por qué tendría que compartir las riquezas de su tesoro conesos miserables? Un terrible menosprecio por sus socios iba creciendo dentro de sualma, cada vez más y más, a la par que crecía el valor de aquel entierro y a medida queiba aumentando el aguardiente de sus brindis jubilosos.

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Casi al final de la noche y de los afanes, Bernardo tomó el machete y de varioscerteros tajos, espantó las almas del Dionisio y Casimiro, en una locura de sangre quehizo encender el brillo de los metales en los arcos orbitarios de la desenterrada calavera.

Luego de sepultarlos en la misma tumba del gentil junto con el tesoro acumulado,con las luces del día, salió de la cueva rumbo a su casa con las manos vacías. Allíesperaría algún tiempo, hasta que los vecinos del pueblo repararan en la ausencia delDionisio y Casimiro, los extrañen y los olviden por ingratos, por haberse marchado sindespedirse.

Cuando todo el pueblo convino que los asesinados habrían salido del pueblo porlas mismas razones que obligan a mudarse a los demás, Bernardo declaró propicio eltiempo para volver a la cueva y hacerse con el tesoro. “¡Mío, solo mío! Dios sabe queesa cueva y sus gentiles están en mi propiedad y todo lo que está en ella me pertenece.Dios sabe que en su nombre he vencido a los guardianes del tapado. ¡Gracias diosito!¡Gracias papacito lindo!”. Pensó esto tan profundamente y eso fue su Deo gratias.

Al día siguiente de sus intensiones, cayó súbitamente enfermo. Su piel se tiñó deuna palidez cadavérica y sus huesos de tanto dolerle no respondían a las órdenes de suvoluntad; a los tres días comenzó a hincharse por los cuatro costados, al quinto día de lasfiebres tuvieron que cambiarle el colchón porque el anterior estaba completamentemojado por los apestosos sudores que brotaban sin cesar de todas sus verdes carnes; alsétimo día comenzó a enfriarse hasta morir con un brillo de metal en sus ojos abiertos.

Un viejo conocedor de lo bueno y lo malo, comentó durante su pobre velorio, queel Bernardo tenía toda la traza de haberse muerto por la voluntad de los muertos.

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EL RESCATE

En un lugar de los andes vivíauna familia de pastores. El padre y lamadre eran hijos de la raza de los quedominaron la piedra y construyeronsobre la cumbre de las montañas, unlugar para vivir cerca del sol y elvuelo de los cóndores.

Damián era el hijo mayor yPlácida se llamaba la pequeña. A susdoce años Damián había aprendido asembrar los alimentos y cocer el barrocon la forma de los animales, las

gentes y los frutos. Plácida de diez años sabía hilar, tejer y cocinar. Todos sabían pastarlas llamas y las alpacas de la familia.

Allá por Machaypucro estaban los más largos y sabrosos pastos del lugar; perosolo el jefe de la casa llevaba el ganado hasta a ese peligroso paraje, rodeado depequeños, húmedos y frondosos bosques, pero al filo de profundos barrancos, yconstantemente acechado por pumas y zorros hambrientos. Aquel lugar debía su nombreporque a un costado de su más amplia terraza existía una caverna que se abría como elbostezo de un gigante en el centro de una gran roca. Los abuelos contaban que aquelforado era la puerta de entrada al reino de los demonios, por eso nadie se atrevía siquieraa acercarse a ese siniestro lugar. En su entrada habían crecido algunos arbustos y todavíamostraba el antiguo muro de piedras que lo tapiaba a medias, para que el ganado noentrara a perderse en sus profundidades.

Un día, a la hora que el sol anunciaba su zambullida en la noche, empezó una fieratormenta de zigzagueantes rayos, deslumbrantes relámpagos y ensordecedores truenosque espantaron todo los rebaños y las alimañas de la comarca; después de aquelpavoroso espectáculo, la noche se vistió con su poncho más negro para cubrirse de lascataratas de agua que cayeron del cielo para hacer crecer los ríos, caer los huaicos ylevantar los pastos y las cosechas.

En su casa Damián y su madre hicieron fuego toda la noche esperando con muchapreocupación la vuelta del pastor. No bien el día hizo señas de su regreso, salieronrumbo a Machaypucro llevando ropas secas y comida caliente. Todo estaba en su lugarcomo en un día cualquiera, las llamas y las alpacas felizmente completas, solo faltabapapá. Buscaron y gritaron su nombre por aquí, por allá, arriba, abajo, más allá y solo elsilbido del viento respondía. Había desaparecido por completo, como si la tierra se lohubiera tragado. “¿Cómo si la tierra se lo hubiera tragado?”, pensó Damián; en esemismo instante reparó en echar un vistazo a la cueva.

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Grande fue su tristeza y afliccióncuando en la puerta de la gruta vieron elponcho, el sombrero y las ojotas de su padre.Gritaron hacia el fondo del socavón y solo eleco de sus propias voces y los chillidos delos murciélagos respondieron. Gritaron hastaque sus gargantas y el día se apagaron. Yabien entrada la noche, con los ojos llorosos yuna grande pena en el alma, salieron deaquel paraje arreando el rebaño. A pesar deno haber dormido bien, Damián se hizopastor de la noche a la mañana, y a pesar de la prohibición de su madre, llevaba muytemprano el ganado a Machaypucro con la esperanza de tener noticias de su padre.

Un buen día, antes de que el sol se asome por la más alta montaña, se le aparecióun hombre alto con ojos que brillaban como la candela. Mirando siempre al cielo comosi temiese que la luz del sol pudiera aparecerse de pronto y hacerle daño, le preguntó siquería ver a su padre, el contestó lleno de alegría que sí, “¡Claro que sí!”, a esa clara yalegre respuesta el extraño respondió: “Si quieres ver de nuevo a tu padre, debespagarme su rescate con un fino poncho de vicuña, la piel de la más venenosa serpiente yun regio pañuelo de seda”, cuando terminó su propuesta corrió hacia la cueva ydesapareció en sus profundidades en el preciso momento en que el brillo del día llegabaa la planicie.

Damián contó a su madre la grave oferta del maligno.Ella se puso más triste aun, porque aquellas prendas eranimposibles de conseguir por esos lugares. Habría que andarpor las más altas y lejanas punas para conseguir la lana de lasvicuñas; llegar a la profunda selva para suplicar a loschunchos por la piel de una culebra, y remontar la cordillerapara arribar hasta el mar y la gran ciudad, donde vendían losmás finos pañuelos de seda. Lo único que les quedada erallorar y maldecir aquel cruel destino. Damián dijo que no, yse hizo hombre aquel mismo día.

Una semana después, con la bendición de su madre salió a buscar las prendas delrescate. Caminó hasta el altiplano y trabajó como pastor de alpacas durante muchosmeses, en medio de las nieves y las soledades de aquellas inhóspitas alturas para ganarcada una de las madejas de lana de las vicuñas capturadas durante el chaco del solsticiode invierno, porque estas ya no eran tantas como en otros tiempos, por culpa de laambición de criminales cazadores que las habían matado hasta hacerlas muy escasas, aligual que las huallatas, las tarucas y las vizcachas; pero si podía salvar a su padre con

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aquellos pequeños ovillos, valía la pena cualquier sacrificio, porque la vida es másvaliosa que cualquier cosa de este mundo.

Cuando la destreza de las manos de sumadre terminó un bellísimo y suntuoso poncho,partió a la selva. Al cabo de dos meses derecorrer por los fangosos caminos que caen aesa verde inmensidad, por fin llegó a la jungla.Después de cocer más de 100 ollas grandes debarro y otros cientos de trastos más, losagradecidos chunchos le regalaron la piel de lavíbora más letal, y lo felicitaron por llegar atiempo, pues muy pronto iría a terminar aquelfrágil paraíso, ante el estruendo de unasmáquinas grandes que arrancan los árboles contodo y sus raíces, perforan la tierra hasta sacarleun sudor negro, y también por la llegada demuchos hombres enloquecidos, que convertían la hoja sagrada de la coca en un malsanopolvo blanco por el que mataban esas malas gentes, y por el que ellos mismos tambiénmorían.

Cumplida esa misión partió a la costa,hacia las playas dolientes de un océano torturado.Caminando por seis semanas sin apenas descansohacia el norte de aquellas regiones tropezó con lagran ciudad envejecida hasta el cansancio; allí seenteró que un pañuelo de seda y hasta dos leregalarían si juraba no entrar jamás a aquelrelleno humano, porque habían llegado tantoscomo él, que no había espacio para uno más, pero

si quería quedarse tendría que luchar como una fiera para tomar el lugar y la vida dealgunos de los muchos que ahí sobraban. El respondió que salvar una vida era su misióny tomó aquel hermoso pañuelo. Con agradecido y alegre andar, volvió a su hogar allendelos andes, desde donde viene la luz y bajan las aguas paraestos desolados desiertos.

Dos años han pasado desde que recibió aquella crueloferta y un año más desde que dejó el pago del rescate enla boca del forado de Machaypucro, hasta que un buen día,cuando toda esperanza ya se había perdido, apareció supadre, feliz de estar entre los suyos, contando que habíasalido de aquel encierro por la boca de otra cueva de unlejano lugar. Damián le narró todo lo que había hecho yaprendido en sus viajes.

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Por su parte el rescatado, les contóque el maligno de Machaypucro tienedentro de la montaña una gran casa dondelos cautivos fabrican por la fuerza delhambre, miles y miles de pequeñas piezasde metal, que nadie sabe para qué sirven,aunque algunos aseguran que son partescon que se arman unos aparatos másgrandes, que luego de ser montados enotros aun más grandes, se convierten enpoderosas máquinas que sirven para matar

gente en las guerras que se libran en otras partes del mundo; otras para destruir losárboles de las selvas y muchas para sacar los metales de las entrañas de los apus.También les contó que además de ese perverso, existían otros mucho más cruelessecuestradores que en sus mundos cavernosos y malvados fabrican también, el dolor, lamuerte y la destrucción de la pachamama, para que sus amos puedan vivir muycómodos en su infierno de cemento, fierro y asfalto, donde engordan hasta matar susalmas y donde los mejores son los más temerosos acumuladores de enormes fortunasque jamás podrán gastar. Para terminar les reveló que a esos demonios no les gusta quelos hombres sean lo que son, sino que toditos sean iguales, casi parecidos a los hatos deanimales, sin sombreros, sin ponchos, ni calzados que pudieran distinguirlos, para quetodos se quejen de la misma suerte, caminen por el mismo destino y terminenmuriéndose de la misma muerte que esos malvados les asignan.

Cuando acabó su infeliz historia, abrazó a su familia y llorando de alegría secompadeció del maligno, que podía vivir comiendo y bebiendo de lo mejor, pero jamásvolver a ser inocente, joven y valiente como su Damián; ni ser amado, ni rescatadocomo él por un niño que solo conoce el amor y la alegría de la vida.

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SEQUIA

Ya era el cuarto año en que lapachamama sufría en su vientre generoso, laardiente jornada de un sol que quería brillarhasta quemar la copa de los árboles.

Los campos y los cerros iban tomandoel color amarillento de los muertos por culpade esta sedienta maldición, mientras los ríosabandonaban su alegre cantar, para deslizarsecomo recatadas lagrimas en sus cauces másprofundos y ocultos.

La gente de aquellos pueblos llevó a pastar su ganado hasta los prohibidos lugaresdonde están enterrados los gentiles. La seca muerte de un caballo o de una vaca losapenaba grandemente, pero llegaron a temer dolorosamente la muerte de las ovejas, yaun más de los cabritos, porque estaban seguros, que a esas pérdidas les seguirían losperros; tras los perros comenzarían a caer los niños, primero las wawitas y los ancianosdespués. Solo quedaría un grupo de hombres sin sombras, con las caras chupadas, lafrente grande y los ojos hundidos, moviéndose sobre unos huesos forrados con una ajaday reseca piel.

Lanzaron a los cuatro vientos todas sus milenarias plegarias, y a pesar de habersufrido todas las penitencias encontraron totalmente sordos a los dioses de sus ancestrosy a los traídos al altar de sus iglesias, y sin embargo el azul del inconmensurable cielo seabría más y más todavía, dejando ver sus estrellas en plena luz del día, para dejarlas caeren miles de aerolitos durante las largas noches heladas.

Poco a poquito, todo se hacía máspequeño, débil e inútil, pero no aquellaremota laguna desde donde llegaba elagua para todos esos pueblos. Tan soloaquel líquido espejo que reflejaba todoslos verdes de la floresta y los azules delabierto cielo, no había resumido,escanciado, ni elevado una sola gota desus frías aguas. Estaba gorda y completa,sin duda por encontrarse poseída por elAmaru, el poderoso amo de esasvastedades. Las gentes de las cabañasmás próximas, contaban que esa charca no tenía aguas vivas y sanas, sino poderososvenenos estancados, y por eso la maldecían arrojándole cenizas.

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Cuando se consultó al que mira los signos de las estrellas, sobre el principio y finde aquella desgracia; este respondió que su origen estaba metido en la poca voluntad quehabían mostrado los hombres de aquella comarca para hacer, según su generación, loque correspondía a fin de evitar que el Amaru de aquella laguna engorde con la fuerzaque perdieron sus almas a lo largo de todos esos años de buenas cosechas y despilfarrossin fin. Si hubieran tomado el agua de todas las lagunas construyendo canales de riego,grandes estanques, bellos andenes, como lo habían hecho sus antepasados los incas,entonces su suerte sería distinta; pero como habían inclinado sus pobres almas hacia elabuso de la abundante comida, la falsa alegría del alcohol y los venenos de la codicia, laenvidia y la vanidad, debían sufrir hasta morirse como magueyes secos y vacíos; amenos que entre ellos haya unos mozos valientes y decididos a enfrentar a la sierpe de lalaguna, para arrebatarle el agua de los campos que avariciosamente acumulaba.

Se consultó a las Asambleas de los pueblos secos, pero todos amaron sus tristesvidas y peores agonías. Se ofreció grandes recompensas a los voluntarios que desearanprovocar la huida del Amaru, pero tampoco apareció alguno, a pesar de existir muchostaimados que apostaban sus vidas a los cuernos de los toros en las salvajes corridas delas fiestas principales; a sufrir el más fiero latigazo de los carnavales; pasarse un alambreentre los labios; sentarse sobre agudas espinas y comer el vidrio de las botellas ante laatónita mirada de los incrédulos y el feliz aplauso de los temerosos.

Solo un niño que amaba la verdad que regala vida a las plantas y multiplica losanimales, y que además extrañaba aquella feliz existencia que hace reír a los niños,sudar a los hombres y acunar la paz del sueño de los ancianos, preguntó por los secretosy peligros de aquella confrontación. Se le respondió brindándole públicamente losdetalles, solo con el propósito de que alguno más capaz, tomando la alternativa, sedecida y …….nada.

Alberto, el indagador de losmisterios de la laguna envenenada, selevantó muy temprano por la mañana,tomó un viejo porongo de la cocina y sefue al seco lecho del río y cavóprofundamente en sus arenas hasta llegara la poquísima agua viva que aun corríaen sus entrañas; llenó el tiesto ytomándolo por las asas con una soga,caminó hacia la puna donde se estancabala rechoncha laguna. Al final de la tardellegó a hasta sus orillas, y le hablo así:

─ ¡No te sientas muy tranquila! No vayas a creer porque tienes delante de ti a un ccoro,solo su miedo habrás de sentir. He llegado hasta aquí para obligarte a devolver el aguaque robaste a la pachamama con el propósito de matar a mi pueblo. ¡Conozco el precio!

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Dichas estas palabras, sobre todo con laresolución y valentía con que se dijeron, la lagunacomenzó a sacudir sus aguas formando grandes olasque como largos brazos querían atrapar al niño paraahogarlo, mientras este lograba esquivar todos losintentos de aquel líquido furioso. Después de azotarlecon la soga y arrojarle piedras desde sus máselevados costados, derramó sobre el vientre de lacharca pestilente el agua viva que contenía elporongo. Al instante se calmaron las inquietas aguasy después de un silencio capaz de eternizar losinstantes, comenzó a elevarse una negra nube sobre elponzoñoso espejo de aquel maligno estanque queluego se convirtió en el lastimero rumor del vientoque antecede a las tempestades. De pronto en lo altode aquel oscuro nubarrón se apareció el Amaru, laenorme sierpe andina con cabeza de llama, echandomortales rayos por la boca y las narices. Una de aquellas descargas tomó el cuerpo deAlberto, abriendo en el lugar de su muerte una zanja ancha y profunda por donde sevació la crecida laguna, junto con la rabia y el poder de la legendaria serpiente.

Al día siguiente de aquella hazaña, desde aquellas punas bajó un hermoso rio quecon sus cristalinas y alegres aguas entonaba canciones de júbilo, que unos mesesdespués repetían en coro los maizales de aquellos campos:

“Yo nací para la vida;me muero por vivir,

otra cosa no se sentir.”

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EL CCORISONCCO

En las altas punas, cerca de unainmensa laguna alimentada por laslímpidas aguas de un majestuosonevado, que orgulloso se reflejaba ensu cristalino espejo, se levantaba unaabrigada cabaña donde vivían una niñasolo con su padre, porque su madremurió al nacer aquella criatura, quepor su hermosura la llamabanSumactika. En aquellas alturas sededicaban a pastar un considerablehato de llamas y alpacas, junto a“Chaski” y “Ollanta”, sus fieles perros.

Por el tiempo en que los fuertes vientos anuncian la llegada de las lluvias y elretorno de la vida a esas montañas, el padre le dijo a la niña:

- Voy a bajar a las chacras que tenemos en el valle, para sembrar el maíz, las calabazas,los ajíes y todos esos otros frutos que tanta falta nos hacen a lo largo de todo el año. Noquiero hacerlo, pero esta vez vas a tener que quedarte sola al cuidado de los animales,porque tus primos que por estos tiempo nos ayudaban, han crecido y cada quien tiene supropia familia.

La niña sin temor ni pena alguna, aceptó la responsabilidad de atender el rebañodurante las tres semanas que duraría la anunciada ausencia.

─ Ya sabes que debes pastar elganado solo por los lugares desdedonde puedas ver la cabaña y loscorrales. También sabes quemientras estés sola no puedesacercarte a la orilla de la laguna,para evitar que su encantamiento teobligue, aunque no quieras, alanzarte y ahogarte en sus fríasaguas─ Le advertía esto, por temora los traicioneros pumas y zorrosque merodeaban aquellos parajes

pero sobretodo para que la niña aprendiera a respetar y temer los tabús de aquellasalturas.

La despedida no fue triste, pero si muy preocupante para el padre por la soledaden que se quedaba la niña, pero de todos modos hizo el viaje, pues ya tenía hecho los

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aperos y las llamas ya estaban cargadas con el fino charqui22 que había tasajeado en losfríos meses de junio y julio para trocarlos en los pueblos del valle. Para Sumactika, losdías de aquella ausencia, eran especialmente felices porque tenía a su disposición la ricaulpada con cancha y el mote con charqui que ella quisiera, a la hora que le diera la gana.

Al quinto día de aquelladespedida, a la hora en que el sol sepierde en el horizonte y los vientosbajan desde el nevado para enfriar esasvastedades; de pronto y como de ningúnlugar se apareció en toda aquella punauna gran nube negra, trayendo laoscuridad y los antiguos miedos queavivan los rayos, truenos y relámpagos,que terminaron su luminoso y atronadorespectáculo con una tormenta degrandes granizos y profusas gotasgordas que acabaron espantando alganado y haciendo correr a la niña al seguro refugio que ofrecía la cabaña. Desde elfondo de sus miedos saco las fuerzas para hacer el fuego que alumbrara la estancia, secarsus ropas y mudar la palidez de su rostro.

Al cabo de unos minutos, como si nada hubiera pasado, volvió la paz a esoscampos, que encendió en la niña la resolución de salir para juntar el ganado y guardarloen sus corrales, así como de levantarse temprano para buscar el resto del hato queseguramente andaba escondido en las cuevas que bordeaban la laguna. Cuando acabó decomer decidió a salir a realizar esa penosa tarea.

Ya afuera, vio que a lo lejos bajaban enuna larga fila de peregrinación, las llamas pordelante seguidas de las alpacas y al final losperros meneando alegremente sus colas, todosprecedidos por una altiva y hermosa llama quetenía en los ojos el fulgor de las estrellas. Lamaravillosa comitiva se fue acercando a lacabaña y en su momento como si respondierana una mágica orden, cada rebaño fue tomandosu lugar en los corrales, y solo en medio de todoy delante de la niña quedo el soberbio animal,que antes de tomar su camino, le dijo concariñosa voz: “Mañana ven a la laguna, por ellado donde se encuentran las flores raras ybonitas que tanto te gustan”. La niña apenas

22 Cecina. Carne deshidratada, la que se cubre con sal y se expone al sol.

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pudo dormir por causa de aquel asombroso prodigio y la singular invitación.Al día siguiente, cuando Sumactika terminó de desayunar y soltar el ganado, con

un temor que la curiosidad se atrevía a dominar, acompañada de sus perros se acercó a lalaguna por el lugar que indico la aparición. Cuando estaba viendo la imagen de su rostroen sus límpidas aguas, de pronto se rompió ese espejo por la repentina aparición delmítico animal, que muy amablemente la calmó diciendo: “No temas, toma el vellón demi cola, cierra los ojos y sigue mi andar”. La niña, deseando más que a su propia vida laaventura que aquella insólita propuesta le ofrecía en medio de aquel mundo tanmonótono y solitario, hizo lo que la aparición le propuso y se hundió con ella en lalaguna.

Cuando abrió los ojos no estaba tomada de lacola de ningún animal, ni siquiera mojada sino asidade la mano de un dulce anciano que la llevaba por unsendero que no estaba en el fondo de ninguna laguna,sino en medio de hermosas huertas y grandes chacrasque se perdían en lontananza. El anciano tomó deunos árboles extraños un fruto que le ofreció a la niñadiciendo: “Prueba”: Entonces ella, por primera vez ensu vida, conoció el sabor de la fruta más dulce ycarnosa que jamás imaginó, ni siquiera en sus sueños,

pues su paladar solo estaba acostumbrado al atenuado dulzor de las tunas y los sankisque nacieron con estos andes. Luego le enseñó el sabor y la textura de otra, y otra y otrasmás, hasta que se quedó pasmada de asombro y felicidad.

─Si quieres venir a este lugar, puedes hacerlocuando quieras.─ Le invitó el ancianohaciéndole en seguida esta advertencia. ─Peronunca traigas a nadie, pues las puertas de estelugar se han abierto tan solo para ti.

Cuando el anciano la despidió con unatierna caricia y un pesado atado de frutas, laniña salió de aquel fantástico mundo por laorilla de aquel jardín de flores primorosas,que precisamente era el sitio que más temíasu padre, pues la bella rareza de su entorno le sugerían que ese podría ser un lugarencantado y por eso peligroso.

Está demás decir que la visita de Sumactika se repitió a diario. Después de atenderla seguridad del ganado, volvía llena de alegría aquel vergel sumergido a disfrutar delsabor de otros muchos frutos más, hasta que un día de esos en que ya ni siquiera seacordaba de su padre, éste se apareció en la cabaña, mostrándose sorprendido de ladiligencia con que la niña había cuidado de la casa y el ganado. A la hora de la comida

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le contó muy satisfecho que las siembras en el valle fueron puntualmente cumplidas,porque habían acudido al ayni todos los familiares y amigos, y él como siempre, leshabía invitado los más sabrosos potajes hechos con la carne seca de sus animales, luegoel padre le obsequió la ropa nueva, los dulces, las umitas y la muñeca que habíacomprado para ella en el pueblo, y como todo estaba en orden se dispusieron a dormir.

La tarde del día siguiente, el padre un tanto alterado por lo novedoso del hallazgo,le preguntó a la niña de dónde habían salido todas aquellas extrañas semillas y cascarasque andaban desperdigadas por los caminos y los campos de pastoreo. La niña le narrócon detalle toda aquella maravilla que le había sucedido en su ausencia, a lo que el padrerespondió con la voz temblorosa del que recita una piadosa oración ante un milagro,afirmando que aquel prodigio se había producido porque esa laguna estaba habitada porun “Ccorisoncco”23, una deidad, que desde el tiempo de los incas, tiene la tarea decuidar los huertos y jardines que el padre sol había hecho crecer en las entrañas deescogidas lagunas al comienzo de los tiempos, para que sus frutos sean entregados a loshijos de los hijos de los primeros padres que salieron del fondo del gran lago, parafundar una gran nación sobre estas cordilleras.

Entre los dos reunieron devotamente todas las semillas que ingenuamente la niñahabía esparcido en su frugal andar. Al año siguiente, el padre de la Sumactika sembrócon mucho amor aquellas pepitas a la orilla de sus chacras del valle y con el tiempomultiplicados los hermosos árboles nos obsequiaron los pacaes, chirimoyas, lúcumas,aguaymantos, guayabas, tumbos, sachatomates y capulíes que ahora disfrutamos graciasa la valentía de una niña y al generoso amor de Ccorisoncco, el hortelano de los diosesandinos.

23 Corazón de oro. Alma bondadosa.

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CUENTOS PARA CCOROS

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EL APUMAYO

─ Niños, voy a contarles una historia que me narraba miabuelo cuando yo era un ccoro─ dijo mi abuelo.

─ El nos contaba que en el plenilunio del solsticio deinvierno, los niños de la comunidad se sentaban en tornoa la hoguera encendida en esa ocasión para escuchar lashistorias que aun se conservaban en la memoria de donAurelio, el guardián de la milenaria sabiduría de lasgentes de estos andes. Recuerdo que esas narraciones

volaban como vívidas imágenes a través del hilo conductor de sus palabras hasta unlugar asombrado de nuestras mentes.

─ ¡Yyyyyy! ─ gritamos todos, suplicando continúe la historia del viejo amauta de supueblo.

─ Mi abuelo recordaba que aquel anciano contaba quelos hombres que hace miles de años llegaron a estosandes, vivieron en la oscuridad de las cuevas ydeambularon por toda la cordillera cazando, pescando yrecogiendo los frutos de las estaciones y dejandopintados sus signos y sus manos en las piedras de esascavernas. Hasta que por orden de los dioses, salieron delgran lago Titicaca la estirpe de los Mancos, los padresespirituales de estos andes que les enseñaron a cultivarlas semillas y a domesticar los animales para su sustento;a dominar y levantar las grandes piedras de sus templosy fortalezas; a construir una gigantesca red de caminospara unir a todos sus hijos; a encontrar el oro sagrado desus templos en las rocas y las arenas; a descubrir el agua de los desiertos y hacerloscorrer por bellos campos florecidos y a conocer los poderes alimenticios y curativos delas plantas. Ellos fueron los que nos enseñaron a instalar la bondad y la compasión ennuestros corazones a través del ayni24 y la minka25. Todo eso era bueno y limpio hastaque llegaron los malvados españoles para aniquilar a más de diez millones de nuestrosantepasados, y a borrar de nuestras mentes las verdades de los hombres que hace milesde años poblaron estos andes.

─ ¡Yyyyyy! ─ volvimos a gritar.

24 El ayni es un sistema de trabajo de reciprocidad familiar entre los miembros del ayllu, destinado a trabajos agrícolas y alas construcciones de casas.25 Tradición de trabajo comunitario o colectivo con fines de utilidad social voluntario.

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CIRO V. PALOMINO DONGO

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─ Cuando junto a nosotros, reinaba en estas tierras elbondadoso Wiracocha26, el formador de la perfecta danzacelestial de las estrellas y de todo lo que existe y está porexistir para los mortales, con una majestad y amor tan grandeque no necesitaba ser creído, loado y venerado para existir,porque habitaba en nuestros corazones para decirnos que sóloseremos buenos si todos somos felices. El nos obsequió elbendito vientre de la pachamama27, la fuente de la vida, lapreñada de hombres, animales, bosques y cosechas. Ella, la

fecundada por las lluvias que los ríos, lagos y mares hacen levantar hasta el Inti sol, elpadre del planeta, el compañero de la mamaquilla28, la del rostro de fría plata, que en sunocturno caminar nos señala los tiempos propicios para el cultivo de las plantas y laparida de los animales que nos alimentan y abrigan. Todas estas divinidades queconviven con nosotros desde el comienzo de nuestro entendimiento nos enseñaron lafelicidad de dar solo por dar y de recibir sin pedir, para que el hambre, el frió y eldesamparo no acabe matándonos a todos.

─ Abuelito y qué eran los apus29─ preguntó el primo Amadeo.

─ Son los espíritus que viven en las grandes y blancas montañas, que ruegan pornosotros ante el Dios Universal, para que nunca se detengan los días ni las noches; paraque la pachamama con su inmensa bondad siga manteniendo la pureza en nuestroscorazones; para que continúe la multiplicación de los frutos y los animales y para queaumente por siempre las huellas de los hombres sobre estas montañas, los áridosdesiertos y las profundas selvas.

─ Abuelito y qué pasa cuando los hombres mueren ─ preguntó el curioso Alberto.

─ Los hombres no mueren, solo bajan a las entrañas de la tierra. Luego de un tiempo, dela semilla de su corazón, brota su espíritu que sube a la cima de las montañas, lejos delas cabezas voladoras de los codiciosos y lujuriosos que andan por el mundo comiendocaca, más allá de los huesecillos tumefactos que infestan a las mujeres, y muy distantede los perversos y crueles enanos mineros que juegan con las vidas de los hombresenviándoles huaycos, derrumbes, sequías, plagas de langostas y toda clase de maldades.

─ ¡Yyyyyyyy!!!!

─ Después de velar por las lluvias, los sembríos, las cosechas y la salud de los animalesque nos sirven y acompañan, esas almas al fin puras por el servicio a la vida que semueve sobre la tierra, se van al mundo de los venerables, desde donde nos protegendándonos salud y paz espiritual con el fin de lograr que los hombres sigamos siendo

26 Antiguas deidades panandina.27 Madre tierra.28 Madre luna.29 Deidades que habitan las cumbres de las montañas nevadas.

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CUENTOS PARA CCOROS

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unidos y felices; respetar y bendecir a la madre tierra, solo porque somos lo que somos,sin pretender ser mejor o diferente a nuestros semejantes. Hasta que un día cuando llegasu reemplazo, les toca viajar al apumayo30, que es un mundo millones de millones deveces más grande, más hermoso y más perfecto que este pequeño planeta donde hemossufrido nuestra existencia de nacidos. Solo allí se acaba para siempre la pesadilla de lavida para la muerte.

─ Abuelito y porque no hemos nacido en el apumayo ─ preguntó con tristeza uninquieto oyente.

─ En el apumayo no se nace, al apumayo se llega. Este mundo en tiempos de nuestrospadres los incas también era parte del apumayo, pero lo hemos contaminado con elegoísmo y la envidia y con todos los adefesios que hacemos para no ser nosotrosmismos, para no ser el uno y el todo con la conciencia universal del gran Wiracocha, yporque nos hemos vuelto tan malvados como los españoles, hasta el extremo deatrevernos a destruir a la pachamama, sus animales y sus plantas, y no solo eso, sino quehemos aprendido el bajo instinto de someter a nuestros hermanos para apropiarnos delfruto de su trabajo y por esta perversidad creer que somos mejores, cuando en realidadnos estamos muriendo para siempre, porque en los retorcidos corazones de los que solohan vivido para acumular dinero y riquezas con el sufrimiento de sus semejantes, nonace la semilla de donde ha de brotar el espíritu que debe llegar hasta el apumayo.

Después de aquella charla, nos fuimos pensando que la tierra, las plantas, losanimales, las estrellas, las almas y nosotros mismos, somos el todo de un todo y no partede algo o de la nada. Mientras la fogata del abuelo se apagaba, se encendieron nuestrasalmas, porque en esa larga y fría noche contemplando el brillo celestial del apumayo,cada uno de nosotros habíamos llegado a ese asombrado lugar que desde siempre existeen nuestras mentes.

30 Vía láctea. El río divino para el mundo andino.