CUENTOS PARA COEDUCAR - Coeducación | Coeducacion

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La finalidad de este libro es aportar recursos a las familias para trabajar la coeducación con niñas y niños de 6 a 12 años. A través de la lectura compartida de los cuentos con hijas e hijos está publicación proporciona una excelente excusa para fomentar el diálogo sobre la coeducación en casa. Con estos cuentos pretendemos aportar diversas miradas sobre situaciones cotidianas de niñas y niños que les abran hacia la posibilidad de ser de mil maneras diferentes, permitiéndoles crear, ima- ginar y jugar de la forma en que deseen y no solo condicionados por los estereotipos de género. CUENTOS PARA COEDUCAR CUENTOS PARA COEDUCAR

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La finalidad de este libro es aportar recursos a lasfamilias para trabajar la coeducación con niñasy niños de 6 a 12 años.

A través de la lectura compartida de los cuentoscon hijas e hijos está publicación proporcionauna excelente excusa para fomentar el diálogosobre la coeducación en casa.

Con estos cuentos pretendemos aportar diversasmiradas sobre situaciones cotidianas de niñas yniños que les abran hacia la posibilidad de ser demil maneras diferentes, permitiéndoles crear, ima-ginar y jugar de la forma en que deseen y no solocondicionados por los estereotipos de género.

CUENTOS PARA COEDUCAR

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CUENTOS PARA COEDUCAR DIRIGIDOS A NIÑAS Y NIÑOS DE ENTRE 6 Y 12 AÑOS

RAQUEL MÍGUEZCLARA REDONDO

ESPERANZA FABREGATMARÍA REYES GUIJARRO

LUPE GARCÍA RODRÍGUEZMª JESÚS CERVIÑO

Confederación Española de Asociacionesde Padres y Madres de Alumnos

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Autoras:

Raquel Míguez de Alicia y el vientoClara Redondo de Una sabana en el 5ºCEsperanza Fabregat de Agua y arenaLupe García Rodríguez (asesora en coeducación)Mª Jesús Cerviño (asesora en coeducación)Ilustradora:

Mª Reyes Guijarro RuizCoordinan:

Jesús Mª SánchezNuria BuscatóPablo Gortázar Isabel BellverEdita:CEAPAPuerta del Sol, 4 6º A28013 MadridPrimera edición:

Diciembre 2011Depósito legal:

M-4864-2011Maquetación:

Diseño ChacónImprime:

Producciones Grafimatic S.L.JUNTA DIRECTIVA DE CEAPAJesús María Sánchez Herrero, Virgilio Gantes Gómez, José Pascual Molinero Casinos,José Antonio Puerta Fernández, Nuria Buscató Cancho, Jesús Salido Navarro, José Luis Lupiáñez Salanova, Petra Ángeles Palacios Cuesta, José Luis Pazos Jiménez, Juan Antonio Vilches Vázquez, Andrés Pascual Garrido Alfonso, Eusebio Dorta González,Juan Manuel Jiménez Lacalle, José Luis Sánchez Durán, Carmen Aguado Cabellos, Tatiana Privolskaya Álvarez, Virginia Pelluz Huertas, Elvira Lombao Vila, Ana Aragoneses Fernández, Mª Dolores Tirado Acemel y Silvia Caravaca Mesalles.

CEAPA ha sido declarada entidad de Utilidad Pública el 25 de Julio de 1995

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ÍNDICEIntroducción..................................................................................................................................................................5

Agua y arena..........................................................................................................................................................11Guía Agua y arena ......................................................................................................................................25

Alicia y el viento ................................................................................................................................................31Guía Alicia y el viento .............................................................................................................................47

Una sabana en el 5ºc ..............................................................................................................................53Guía Una sabana en el 5ºc ...........................................................................................................68

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INTRODUCCIÓNCoeducar es educar teniendo en cuenta las apor-taciones que han hecho mujeres y hombres en elmundo. No es obligar a niñas y niños a hacer las mis-mas cosas, sino que por el contrario, es dar oportuni-dades para que unas y otros experimenten todo tipode juegos y puedan elegir lo que deseen, permitién-doles desplegar su singularidad y ayudando a respe-tar y valorar las infinitas maneras de ser niña o de serniño que pueden existir.

Para coeducar no necesitamos instrumentos espe-ciales; pero si necesitamos una actitud que sea sen-sible a lo que hacen mujeres y hombres que sirvepara que la vida y la convivencia sigan presentes eneste mundo. Esto que parece tan simple, a veces esmuy complicado porque no todo el mundo es capazde valorar las aportaciones de las chicas (madres,maestras, niñas, abuelas, amigas, vecinas, compañe-ras, etc.) y porque muchas veces seguimos contandolo que pasa obviando lo que hacen las mujeres,¡cómo si ellas no hicieran nada!. Por eso vienen bienalgunos recursos, como los cuentos, que ayuden a vi-sibilizar un poco más que las mujeres también son pro-tagonistas desde su propio quehacer (sin tener queimitar el mundo masculino), que tienen deseos, aspi-raciones muy diversas y se mueven en este mundocon libertad para intentar ser felices.

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Los cuentos que contamos sirven para divertir, entre-tener, animar... y también para enseñar... A través deun cuento, los niños y niñas aprenden la importanciade la amistad, las habilidades que se necesitan paraafrontar situaciones complicadas, a no fiarse de lasapariencias, etc. Los cuentos suelen tener personajescuyo comportamiento y manera de afrontar las difi-cultades se convierten en modelos para quienes losescuchan. A veces encontramos personajes cuyo rolen los cuentos es siempre igual o al menos muy pa-recido. Cuando aparece ese personaje, quien escu-cha ya espera un comportamiento determinado y laconexión a unos valores concretos: así, tradicional-mente, nos hemos acostumbrado a ver príncipes va-lientes, brujas malas y perversas o princesas bellísimasque esperan la llegada del príncipe...

Sin embargo, últimamente podemos encontrar nue-vos cuentos con algunos cambios en los roles de lospersonajes tradicionales y, así, con mayor frecuenciavemos princesas rebeldes o brujas de gran sabiduríaque con sus pócimas ayudan a otras personas a ven-cer sus problemas o príncipes que no quieren resca-tar princesas ni les interesan reinos heredados;también cada vez vemos más cuentos donde las ylos protagonistas son niñas y niños que se enfrentana asuntos cotidianos más o menos imaginarios yechan mano de múltiples recursos para poder solu-cionarlos.

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En definitiva los cuentos van cambiando y actual-mente la variedad es tan amplia que permite elegirentre una gran variedad de personajes y situaciones.

Desde el punto de vista coeducativo, al contar uncuento interesa:

• Fijarse en los papeles que juegan los persona-jes masculinos y femeninos de manera que através de ellos podamos ofrecer a niñas y niñosmodelos diversos de ser hombre o ser mujer eneste mundo; la coeducación requiere historiasen las que niñas y niños disfruten aprendiendode hombres y mujeres que se preguntan porsus deseos, que los descubren y trabajan paraque además se cumplan, que aprenden aafrontar y salvar conflictos, que viven en can-tidad de escenarios diferentes y utilizan pala-bras y objetos mágicos de lo más variopintospara salvar sus dificultades. Se trata de abrir unabanico imaginativo que lejos de encasillar aniñas y niños en papeles siempre iguales, lesayude a descubrir personajes muy diversos deuno y otro sexo, que presentan recursos singu-lares (a veces sorprendentes e ingeniosos) queles ayudan a protagonizar su propio destino.

• Que las acciones que llevan a cabo las y losprotagonistas para solucionar sus conflictos,para superarse o para perseguir sus deseos,deriven hacia un marco de paz y convivencia

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entre los sexos, donde uno no es más que otro.A veces los cuentos coeducativos parten desituaciones muy complicadas en las que, porejemplo, alguna forma de poder aplasta auna persona o colectivo; u otras en las que elconflicto aparece porque no se tiene encuenta las necesidades de mujeres y hombres;ante ellas, las y los protagonistas muestrantener papeles activos en el afrontamiento delos problemas, planeando y realizando accio-nes eficaces y alternativas a la violencia. En loscuentos coeducativos el gran reto es, precisa-mente, vencer esas situaciones tan complica-das sin producir más violencia.

• Tener muy presente el objetivo final de la na-rración; si en los llamados “cuentos de hadas”el fin último es el poder (a través de la recupe-ración de un reino perdido) y el “amor román-tico” (consiguiendo el amor eterno entrepríncipes y princesas), o en los cuentos deaventuras el fin último es “conseguir lo quenadie antes consiguió” venciendo dificultadesinsospechadas, quizá en los cuentos coedu-cativos el fin último es, casi siempre, “atre-verse” a disfrutar con lo que es diferente, avalorar la convivencia cotidiana o a descubriraspectos de (sí) que antes no se conocían.Esto, casi siempre, les proporciona unaenorme felicidad y ese es el verdadero “pre-mio” que consiguen las y los protagonistas y

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aquello por lo que trabajan durante toda suandadura. Para ello, durante el desarrollo dela narración tienen que vencer sus miedos, su-perar estereotipos, dar valor al cuidado, atre-verse a hacer cosas que aparentemente no“pueden” o no “deben” hacer por su condi-ción sexual, considerar la sabiduría de mujeresy hombres que les apoyan...

• Por último es importante resaltar que contarun cuento es algo más que narrar una historiao leer un texto. Es una situación que requieretiempo, espacio y confianza para intuir cómose sienten los niños y las niñas que los escu-chan; para conocer qué conflictos, proble-mas, preguntas o deseos inundan en esemomento su cabeza y su corazón. Y desdeahí, partiendo de su realidad, ofrecerles histo-rias que desde otros tiempos y lugares realeso imaginarios, reflejen sus propias situacionesy tengan capacidad para transformarlas ofre-ciendo otros caminos posibles.

Con los cuentos que leerás a continuación preten-demos aportar diversas miradas sobre situacionescotidianas de niñas y niños que les abran hacia laposibilidad de ser de mil maneras diferentes, permi-tiéndoles crear, imaginar y jugar de la forma en quedeseen y no solo condicionados por los estereotiposde género.

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AGUA Y ARENA

Un rayo atravesó el valle y el clan entero se quedóquieto, esperando el trueno que vendría después.Bosia sonrió y echó la cabeza hacia atrás, con losojos bien abiertos para ver caer las primeras gotasde lluvia. Graco repitió el movimiento, pero concara de preocupación. La vida en el valle separalizaba cuando aparecían las primeras lluvias y,por un momento, se olvidaban de cocinar, sembraro cultivar y hasta de la escuela. Para las niñas erael momento de empezar a crear esculturas deagua, pero para los niños, artistas de la arena,comenzaban las preocupaciones.

Desde muy pequeñas, las niñas del valle aprendíana modelar con agua. Las madres enseñaban a sushijas, les ayudaban a dar la forma exacta a cadafigura y practicaban con ellas hasta queconseguían crear entre las manos las esculturasque luego adornaban las casas de toda la zona.

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Esperanza Fabregat

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Los niños hacían lo mismo con la arena. Cada unotenía prohibido jugar o trabajar con el material delos otros porque siempre había sido así y nadie sehabía planteado que pudiera hacerse de otramanera. Estaba en su naturaleza hasta tal punto,que ni siquiera tenían que recoger o almacenararena y agua. Solo con imaginar qué queríanconstruir, con empezar a crear la imagen en sumente, las manos se les humedecían o se lesllenaban de arena, según fuera un chico o unachica. Ningún otro clan del valle podía hacerlo, loque los convertía en gente muy especial. Perotambién eso significaba trabajar muchísimo porquecuando llovía, todas las figuras de arena se

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desmoronaban y desaparecían y después, cuandovolvía el calor, el agua empezaba a evaporarse ylas chicas veían cómo sus esculturas se ibanhaciendo pequeñas hasta convertirse en uncharquito y después en nada. Se habíanacostumbrado a crearlo todo de nuevo con cadacambio de estación.

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Bosia y Graco eran muy buenos amigos. Cuandono estaban ayudando en las tareas de casa,cociendo el pan, o sembrando las semillas en loshuertos del valle, jugaban juntos y se divertíancompitiendo para ver quién de los dos hacía elcaballo de juguete más bonito o conseguía la torremás alta de piezas cuadradas. Pero cuandollegaba la estación de lluvias, Graco se volvía máscallado y no quería competir con su amiga porquetodas sus figuras se desmoronaban antes de quepudiera terminarlas. Bosia lo consolaba y hacíaestrellas de colores para él, pelotas transparentescon las que poder jugar y flores de agua diminutasque el chico guardaba en una caja durante todala estación. Así pasaban el tiempo hasta que el solvolvía a calentar y entonces era Graco quien teníaque consolar a su amiga, fabricarle muñecas dearena, monstruos simpáticos y flores cuajadas depétalos que ella guardaba en una caja idéntica ala que él tenía.

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Pero ese año Graco estaba más preocupado queotras veces porque llevaba varias semanastrabajando en un regalo especial, una flor nueva,más bonita que cualquiera que le hubieraregalado antes. Si conseguía terminarla antes deque empezasen las lluvias y el ambiente se volviesehúmedo, tal vez ella pudiera colocarla cerca de lachimenea y así mantenerla seca porque él lo quede verdad quería era que esa flor no se deshiciesey desapareciera, quería que la conservase siemprey que cada noche, cuando se fuese a dormir, lacolocara cerca de su almohada. Por eso corrió aesconderse cuando le cayó la primera gota en lafrente y se encerró en su cuarto para intentarproteger su regalo.

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Bosia buscó a su amigo entre los niños del valle,pero no lo encontró. Quería enseñarle una estrellanueva de seis puntas, la primera de la temporada, yregalársela, pero Graco no aparecía por ningúnsitio. Corrió hasta su casa y lo encontró sentado enel suelo, encogido, como un animalillo que sehubiese separado de su manada. Le preguntó quéle pasaba, le mostró su estrella y formó una pelota,un pájaro, una bailarina que, con las prisas, solotenía una pierna… Pero el chico no sonreía y Bosiase sentó a su lado sin saber qué hacer paraanimarlo. Estuvieron así un buen rato, sentados unojunto al otro y sin decir nada, hasta que Gracoabrió la mano y le mostró una flor deforme dearena.

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—Se ha mojado —dijo entre sollozos—. Iba a ser laflor más bonita del valle y ahora no vale nada.

Bosia intentó cogerla, pero sus manos estabanhúmedas y, al tocarla, la deformó aún más, hastacasi hacerle perder su forma.

—No pasa nada. Ya vendrá el sol, ya me harás másflores, ramos enteros.

Y Graco movía la cabeza, incapaz de decir nadaporque las lágrimas no le dejaban hablar.

—Podemos ponerla en la caja y esperar hasta quese seque.

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Y él negaba con la cabeza.

—¿Y si soplamos fuerte?

Y él negaba con la cabeza.

—¡Haré una para ti, con pétalos grandes ypequeños, y podrás regalármela!

Y él negaba con la cabeza.

Bosia salió de la casa muy triste. No le importaba laflor, no necesitaba que Graco le regalase nada,pero se moría de pena de verlo así. Ella también seencerró en su habitación y se sentó en el suelo,encogida, como un animal asustado que sehubiera separado de la manada.

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Cuando amaneció, la niña realizó a toda prisa sustareas y, mientras esperaba a que terminase decocerse el pan en el horno, decidió que no queríaque el enfado de su amigo durase más. Dejó elpan enfriándose en la ventana y corrió hacia casade Graco para levantarlo del suelo y sacarlo de allí,para gritarle que se dejase de tonterías, que unaflor, por muy bonita que fuese, no merecíasemejante disgusto. Pero no lo encontró triste, sinosilbando una canción y enfrascado en su mesa detrabajo. Se acercó por la espalda y miró porencima de su hombro.

Graco había vuelto a formar la flor con arenarojiza, de la que se extendía por la falda sur de lamontaña y le estaba añadiendo los detalles:pequeños estambres que asomaban en el centro ygranitos de arena blanca, de la que brillaba en elfondo del río, que semejaban las gotas del rocío dela mañana.

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—¡Qué bonita!

—¡No mires, tramposa! —Graco intentó, entre risas,apartarla de la mesa.

—Déjamela. Anda, déjame cogerla.

Y antes de que el chico pudiera impedirlo, Bosiaalargó la mano y cogió la flor. Le gustaba tanto,que la encerró entre los dedos y se prometió nodejar que se mojara, ni que el viento del invierno ladeformase. Empezó a pensar dónde guardarla, quécaja nueva crear. Pero sus manos, sin que ella lonotase, empezaron a atraer agua para cumplir susdeseos, para poder formar esa caja que ellaestaba imaginando y cuando se dio cuenta la flor

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era una masa pastosa de arena rojiza. No seatrevió a mirar al chico a la cara, no sabía quédecir y todas las disculpas que se le ocurrían leparecían tan tontas… Salió de la casa con el puñoapretado guardando ese amasijo de arenamojada y volvió a su cuarto pensando que Gracojamás iba a perdonarla. Se sentó en su cama yabrió la mano.

Nunca lo había intentado, no estaba en sunaturaleza ni sabía cómo hacerlo, pero tal vez siconseguía volver a darle forma a aquella arenarojiza y después la colocaba sobre la chimenea,Graco la perdonase.

Trabajó durante toda la mañana. Con sus deditosiba modelando la arena que a medida que semojaba más se iba convirtiendo en una masablanda, como la que usaba su madre para hacerel pan.

Cuando Bosia terminó y la dejó sobre un platitopara que no se estropeara, le pareció que era laflor más bonita del mundo. Y pensó que, tal vez,como el pan, pudiera meterla al horno para que sesecara. Así lo hizo y fue corriendo a buscar aGraco. Lo encontró al borde del río, caminandocon las manos en los bolsillos y la mirada perdidaen el fondo del agua. Ni siquiera se paró a darleexplicaciones: lo agarró por el brazo y tiró de él,que la siguió sin hacer preguntas.

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Entraron de nuevo en la casa de Bosia y la niñacorrió a abrir el horno. Sacó con cuidado el platoen el que se había cocido la flor de barro y se loofreció a Graco. Él la cogió con cuidado, pero alsopesarla en la palma de la mano le pareció queera dura, más dura que ninguna de las formas quehabía hecho en su vida. Le pasó el dedosuavemente. Y después con más fuerza, tratandode aplastar ligeramente un pétalo o doblar unestambre. Bosia lo miraba asustada. No entendíapor qué él estaba intentando estropearlo. Pero lomiró a la cara y vio que sonreía. Estiró la mano yesperó a que él posara aquella preciosidad en supalma. La encontró suave, más suave que la arena.Se la acercó a los labios y le pareció más cálidaque las figuras de agua. Cerró el puño con cuidadoy volvió a abrirlo, volvió a cerrarlo más fuerte y alabrir la flor seguía intacta. Abrió y cerró, cada vezmás fuerte, hasta clavarse en los dedos alguno delos estambres. Pero no se había deformado. Bosia yGraco sonreían y no decían nada, porque noencontraban qué decir. Al cabo de un rato, Gracola cogió de la mano.

—Vamos —le dijo.

Y al salir de la cabaña notaron cómo la lluvia lesmojaba la cara, pero mantuvieron la sonrisa.

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PREGUNTAS

• Bosia y Graco eran especiales, y seguro quetú también lo eres. ¿Por qué eres tú tanespecial?

• ¿Qué es lo que impulsa a Bosia a trabajar conla arena?

• ¿Piensas que después de la experiencia deBosia otras niñas querrán hacer lo mismo?

• ¿Y crees que algún niño se animará a hacerfiguras de agua? ¿Por qué?

• ¿Cuáles son tus juegos preferidos? ¿Quépasaría si sólo te dejaran jugar a uno?

• ¿Te ha ocurrido alguna vez que no te handejado jugar a lo que más te gusta? ¿Cómote has sentido?

• ¿Hay algún juego al que nunca quieres jugar?¿Por qué?

• Dibuja tu silueta y piensa qué puedes hacercon cada parte de tu cuerpo.

• Piensa cómo te gustaría ser de mayor, quéactividades te gustaría realizar, con quién tegustaría llevarlas a cabo.

• Bosia descubrió una manera de endurecer laarena. ¿Conoces a alguna mujerdescubridora? ¿Y a algún hombredescubridor? (Si no te acuerdas de nadie,puedes buscar en un libro o preguntar).

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COMENTARIO

Se pertenece a uno u otro sexo; es decir, se esniña o se es niño, lo que implica cuerposdiferentes en muchos de sus rasgos ycaracterísticas, pero no por ello desiguales, nopor ello uno más importante o mejor que otro.Este cuento nos habla de niñas y niños quehacen diferentes actividades a las que se da unvalor similar: tan importante resulta para el clanhacer figuras de agua como hacer figuras dearena. Esta equidad en el valor de lo que hacecada sexo es sin duda muy importante, pero noes suficiente para vivir en libertad, porque en elclan de Bosia y Graco las tareas que realizacada uno de los sexos están tan encasilladas ypredeterminadas que no parece haberposibilidad de elegir lo que cada cual quiere odesea hacer y esta rutina es tan fuerte que yanadie se pregunta por sus auténticos deseos onecesidades. Bosia rompe esta tendencia y seatreve a hacer algo que “no le corresponde”,sin por ello renunciar a sus saberes. Es decir,prueba a trabajar con la arena, sin que ellosuponga renunciar al agua... Y lo consigue. Laactitud de Bosia, resulta un hechorevolucionario ya que le lleva a conocer doscuestiones que serán transcendentales: laprimera es que Bosia se descubre a sí mismacomo poseedora de una habilidad que le

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estaba vetada y con ello un mundo nuevo deposibilidades se abre ante sus ojos; la segundase refiere a un descubrimiento técnico: elhallazgo de que al calor del fuego, las figurasde arena se endurecen y permanecen a lolargo del tiempo.

Si quisiéramos prolongar el cuento (hazlo si teapetece), es casi seguro que el descubrimientode Bosia cambiará definitivamente la vida delclan, los trabajos que unas y otros realizarán enel futuro y las relaciones entre los sexos. Quizáotras mujeres del clan querrán imitarla, “probar”y caer en la cuenta de que ellas tambiénpueden realizar actividades que antes nisiquiera se les habían ocurrido; al igual quepuede llevar a otros hombres a imaginarseaprendiendo a modelar el agua y buscandocon sus compañeras alguna forma para que susfiguras permanezcan en el tiempo.

El cuento nos enseña que ambos sexos cuentancon múltiples capacidades y posibilidades deaprendizaje. Cuando estas posibilidades seanulan o se vetan por cuestiones culturales(estereotipos de género) se está encorsetandola experiencia de niñas y niños y restándoleslibertad para probar y descubrir el mundo. Asíocurre cuando por ser niño o niña se obliga o sepresiona para jugar, sentir o hacer de una

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determinada manera. Ante ello, la propuestade Bosia y Graco es experimentar otras formasde ser, de jugar, de disfrutar, atendiendo a lospropios deseos y necesidades.

Además de esto, Agua y Arena es unainvitación para hablar con niñas y niños acercade como en la Historia verdadera, en diversasocasiones los “atrevimientos” de las mujeresfueron el inicio de cambios sociales importantes,porque sirvieron para abrir camino a otrasmuchas mujeres que pudieron imaginarse a símismas de maneras diferentes a las marcadaspor los cánones sociales de sus épocas o países.Así pasó cuando a una mujer se le ocurrió porprimera vez ir a la universidad, o cuando otraspensaron que ellas también podían votar enunas elecciones, llevar pantalones o participaren unos juegos olímpicos. Todos estos ejemplos ymuchísimos más nos hablan de mujeres queaunque en esos momentos fueron consideradas“locas”, resultó que con su actitud, suoriginalidad y su atrevimiento, consiguieroncambios fundamentales para el resto de lasmujeres del mundo. También esto ha ocurridoen algunas ocasiones con los chicos; porejemplo con aquellos que decidieron no ir a lasguerras ni aprender a luchar, o los que pensaronque podrían trabajar en sus casas cuidando delhogar y de la familia o los que vieron que

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necesitaban llorar y no por ser hombres dejaronde hacerlo... De todos ellos se pensó en unprincipio que como poco eran “raros”, pero sinembargo con su actitud abrieron caminoshacia nuevas formas de ser hombre.

El cuento también ofrece un marco para hablarcon niñas y niños de las mujeres comodescubridoras y transmisoras de conocimientosque permiten el desarrollo de los pueblos demanera que conozcan y aprecien lasaportaciones de ambos sexos; es importantepara las niñas, a quienes estamos contandoque ellas también contribuyen al progreso y sonmucho más que meras espectadoras; esimportante para los niños, a quienes a través decuentos como éste, decimos que suscompañeras también son protagonistas y lesayudamos a reconocer y valorar susaportaciones.

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ALICIA Y EL VIENTO

La abuela Alicia vive en la ventana de mi cuarto,en una preciosa jaula de bambú. Desde allí tienevistas a los tejados de la ciudad, al campanario dela iglesia, al balcón de la vecina y al mar.

Antes de mudarse a mi ventana, la abuela vivía atres calles de la nuestra. Por la mañana aparecíaen la cocina de casa con cuatro bollitos de panrecién hecho, mermelada de piel de naranja y susadvertencias sobre el viento:

—Atención todo el mundo: se está nublando ysopla Poniente...

Entonces corríamos a ponernos el chubasquero,porque cuando el viento de Poniente sopla connubes es señal de que va a llover a mares.

Poniente es el viento preferido de la abuela,porque limpia el aire y lo deja todo como reciénpintado.

«Y cuando sopla sin lluvia —dice—, calienta elcorazón y perfuma la ropa del tendal mejor que elsuavizante que venden en el supermercado».

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Raquel Míguez

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—El viento del Norte tampoco está nada mal,Juana —me explicaba de su segundo vientofavorito—. Cuando sopla de noche se duermemejor y se amanece con la risa floja. Tu abuelo seme declaró después de una madrugada devendaval del Norte: «Alicia, me dijo, si te gustatanto mi bigote como a mí tu risa, ¿por qué nonos casamos?». Y yo le dije: «¿Por qué no?».Porque el bigote de tu abuelo me gustaba tantocomo las cerezas, vaya si me gustaba…

Pero en casa siempre había otros asuntos de losque hablar y noticias más importantes queescuchar que las que nos contaba la abuela. Asíque ella cada vez hablaba menos y cada vez lecostaba más hacerse oír porque, de no usarla,cada vez tenía la voz más fina.

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Un día, en la mesa, me di cuenta de que se habíahecho más pequeña. Las púas del tenedorparecían grandes, comparadas con sus dedos y lasilla donde se sentaba demasiado alta,comparada con sus piernas, que colgaban unpalmo por encima del suelo. Me fijé en que lechancleteaban sus bailarinas del lacito marrón y enque la falda de flores que antes le llegaba hasta larodilla, ahora le tapaba los tobillos…

Como si el viento la fuese desgastando a poquitos,la abuela Alicia menguaba día a día.

Cuando ya abultaba poco más que unagolondrina, se subía a la palma de mi mano, medecía al oído la dirección del viento y yo se larepetía a papá y a mamá:

—Dice que mañana será un día apropiado paratomar decisiones, porque esta noche soplaráviento del Norte.

Y aunque ya no desayunábamos bollos de panrecién hecho sino tostadas de pan de molde, encasa todo siguió como si nada hubiera cambiado.

Hasta que una mañana, la abuela me dijo al oído:

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—Desde que no alcanzo la ventana, ya no puedocontar barcos, ni sentir el aire en la cara, ni ver laspuestas de sol... Y tampoco me atrevo a salir decasa, por si me aplastan como a un grillo. Los díasse me hacen eternos, Juana… Pero se me ha atra-vesado una idea entre ceja y ceja, como un siroco.

Y entonces me dijo que quería vivir en una jaula.

—¡No! —protesté.

Se me puso la sonrisa boca abajo. Me la imaginéentre barrotes, como una prisionera. Con unrecipiente para el agua y otro para el alpiste.Condenada a vivir como un pájaro enjaulado… yme eché a llorar.

—¿Y por qué no, si ya soy poco más que ungorrión? No llores, tonta, y búscame una jaula debambú. Una jaula bonita, bien grande, con uncolumpio y un par de jardineras para plantar mistomates cherrie.

Así que ella decidió romper el cerdito con susahorros y yo busqué la mejor jaula de bambú delmundo y la coloqué en el alféizar de la ventana demi habitación, de cara al mar.

Lo primero que hizo la abuela al entrar en su nuevacasa fue llenar las jardineras con sus plantas detomatitos.

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—Ni se te ocurra llorar, Juanita. Siempre quise tenerun columpio —me aseguró, sentada en su tablitade madera que mecía la brisa arriba y abajo—. Yuna casa soleada para mis tomates. Ahora, solome falta salir a la calle de vez en cuando. Sipudiera pasear, sería feliz como una perdiz.

A partir de ese día, me llevaba a la abuela a todaspartes, escondida en un bolsillo.

Nos acostumbramos a pasear juntas por el barrio; atomarnos un helado en el quiosco del parque; a iral cine y a que viera las películas sentada en micabeza. Pero lo que más le gustaba a la abuelaera ir al colegio. Sobre todo si había examen.

—Primera pregunta —dictaba la profesora—:¿Dónde está Tegucigalpa?

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—En Honduras —contestaba la abuelainmediatamente, escondida bajo el cuello de micamisa.

—¿De qué color es la bandera de Alemania?

—Amarillo, rojo y negro... No, no, al revés: negro,rojo y amarillo —murmuraba, como si estuvieraparticipando en uno de esos concursos de la teleque le gustan.

—¿Cuántas patas tiene una araña?

—Ocho.

—¿Cómo es la lengua de las serpientes?

—Bífida.

—¿Y la de las mariposas?

—Como una espiral.

Y mientras la abuela y yo nos divertíamos de lo lindoy compartíamos cada vez más secretos, papá ymamá empezaron a echarla de menos.

—¿Dónde está la abuela? —preguntaban—.Últimamente no se le ve el pelo.

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Pero cuando yo intentaba explicarles lo quepasaba, empezaban las noticias. O sonaba elteléfono. O tenían una reunión importante. Y así,una y otra vez.

—Ha dicho la abuela que salta Levante. Va a lloverbarro y van a volar las sillas de plástico de lasterrazas de los bares —les advertí un lunes.

Levante es el peor de todos los vientos. Vuelve mástarumbas a los locos, hace que los perros parezcanlobos, que los pájaros equivoquen su rumbo y quela ropa del tendal huela a mondas. La abuela letiene manía a Levante.

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—No te preocupes —me interrumpieron papá ymamá aquel lunes de viento malo—, ha dicho elhombre del tiempo que no empezará a soplarhasta esta noche.

Me encogí de hombros: si se fiaban más delhombre de la tele que de la abuela, no eraproblema mío.

Media hora después de salir de casa, papá volvió aentrar, con los pelos de punta y los bolsillos de lospantalones cargados de barro:

—¡El viento me ha arrancado el sombrero! ¡Se lo hallevado, calle abajo!

Un momento después, entró mamá hecha unafuente: le chorreaba agua por todas partes y,además, su camisa blanca de las reuniones, reciénlavada y recién planchada, se había llenado dechorretones color café:

—¡Me he tenido que escapar de un remolino desillas voladoras!

Yo levanté la nariz y crucé los brazos:

—La abuela os avisó de que os sujetaseis elsombrero y os protegieseis de las sillas de plásticode los bares.

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A los pies de mamá se había formado un charco.

—¿Pero se puede saber dónde se ha metido laabuela? —me preguntó.

—Eso digo yo, ¿dónde está tu abuela, Juana?

—Está en mi habitación.

Mamá y papá se miraron.

—¿Y qué hace la abuela en tu habitación?

Les llevé hasta la puerta, señalé la jaula y cerré.

—Pero… pero… ¿pero qué le ha pasado? —tartamudeó papá.

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Mamá abrió la puerta otra vez, se frotó los ojos yvolvió a mirar hacia la jaula, donde la abuelaobservaba la calle desde su columpio.

—La abuela se ha vuelto insignificante como unagolondrina. Ya no podéis oírla. Os lo he dicho unmontón de veces, pero no os enteráis.

Se desplomaron en el sillón de la sala como un parde deshuesados.

—No os preocupéis, está contenta. Siempre haquerido tener un columpio y unas jardineras parasus tomates enanos.

—Estará enfadada —se quejó papá, como si nome hubiese oído.

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—Sí. Estará tan furiosa que es posible que no se lepase nunca —suspiró mamá.

Y la verdad es que la abuela estaba enfadada, yhasta un poco furiosa. Me lo dijo por la noche,sentada en mi almohada.

—Pues claro. La culpa de lo que ha pasado essuya, pero mira, si les da igual de qué lado lessopla el viento, allá ellos.

—Pero abuela, lo han hecho sin querer. Y además,tú me has dicho que te gusta ser pequeña, quesiempre quisiste un columpio…

—Sí, eso sí. Y me gusta que me lleves en el bolsillo,cerca del corazón... Me gustan mi casa debambú, mi columpio, mis tomates cherrie. Peroeso no quita, Juana: ¡Estoy enfadada! Y tendráque soplar Norte en un vendaval para que barrala porquería, se lleve el enfado y me aclare lasideas.

No sé si esa noche sopló un huracán o si no semovió ni la brisa: dormí como una marmota. Solo séque al día siguiente, cuando papá y mamá seacercaron a la casita de bambú y pegaron la orejaa los barrotes, la abuela les avisó, mientras regabasus tomatitos:

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—Norte ha virado a Poniente y el cielo estádespejado. No hará falta manga larga y la genteestará de mejor humor que ayer.

Cada mañana, a partir de entonces, mis padrespegaban la oreja a los barrotes de bambú yescuchaban las predicciones de la abuela. Asípasó un tiempo de días iguales.

Hasta anteayer, en que todo empezó a cambiar.

Teníamos examen de matemáticas. Cálculomental.

—Juana —dijo la profesora—, ¿siete más cinco?

—Doce —contestó la abuela al instante.

—Doce —repetí yo.

—¿Menos cinco?

—Siete —dijimos al mismo tiempo.

La profesora miró hacia el fondo de la clase.

—Silencio, por favor… ¿Por cinco?

—Treinta y cinco —contestamos.

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La voz de la abuela sonó un poco más fuerte y másronca de lo normal y la profesora miró hacia lospupitres por encima de las gafas.

—¿Quién ha respondido, además de Juana?

Yo metí la mano en el bolsillo, por donde la abuelase acababa de escabullir, e intenté esconderla,encerrándola dentro de mi puño, pero no pudeporque abultaba más que a primera hora de lamañana. Nos salvó el timbre que puso fin a la clase,salimos y de camino a casa, se me olvidó que laabuela ya no me cabía en la mano.

Ayer fue sábado. Papá y mamá trabajan lossábados por la mañana. Dejé a la abuela Aliciameciéndose en su columpio, con un trocito demiga en una mano y un tapón de leche en la otra,y entré en la cocina a desayunar.

Estaba untando mi segunda tostada de pan demolde, rebañando la última porción de mermeladade piel de naranja del fondo del frasco, cuando laabuela gritó:

—¡Juana! —Me dio un susto de muerte, porquevolvía tener su voz ronca de antes, de la que casime había olvidado.

Corrí a mi cuarto y miré a la abuela desde lapuerta.

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Había alcanzado el tamaño de una paloma. Elvestido se le había quedado raquítico, las mangasse habían descosido desde el puño hasta elhombro y los zapatos de mi muñeca ya no lecabían.

Rompí tres o cuatro barrotes de bambú y la ayudéa salir.

—Me estiro por momentos, Juanita, como un chicle.Me parece que ya no quepo en un bolsillo.

Anoche durmió en la litera de abajo y hoy se hadespertado con su tamaño de antes de encoger.Se ha puesto su falda de florecitas y sus bailarinasdel lacito marrón, antes de entrar en la cocina.

—¡Atención todo el mundo: el cielo está despejadoy sopla Poniente! —anunció— ¿Alguien quierechocolate con churros? Yo invito.

Mamá y papá dejaron las tostadas de pan demolde sobre el plato y salimos los cuatro a la calle,para celebrar el domingo.

Tengo la corazonada de que mañana por lamañana, a primera hora, volveremos a desayunarcuatro bollitos de pan recién hecho, conmermelada de piel de naranja de la despensa dela abuela Alicia.

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PREGUNTAS

• ¿Qué es lo que más te gusta de la abuelaAlicia?

• ¿Por qué la madre y el padre de Juana dejande escuchar a la abuela Alicia?

• ¿Qué hace Juana para que vuelvan aescuchar a la abuela?

• ¿Qué hace que la madre y el padre deJuana vuelvan a escuchar a la abuela?

• ¿A ti quién te cuida?, ¿qué cosas hacen por tio para ti?

• ¿Qué pasaría si esas personas no estuvieran? • Y ¿a quién cuidas tú?, ¿qué cosas haces para

que esas personas se sientan cuidadas?• ¿Qué sabes de tu abuela? (Si no sabes nada,

o sabes poco, puedes preguntar).• ¿Y de tu abuelo? (Si no sabes nada o sabes

poco, puedes preguntar).

COMENTARIOS

El cuidado es fundamental para la vida;habitualmente cuidado y amor van de lamano, como nos indican una buena cantidadde detalles cotidianos. Así de la combinaciónde amor y cuidado surgen situaciones comobrindarse a compartir la tristeza que alguien

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siente, mitigar el cansancio de quien trabajóduro durante el día, participar en las tareascaseras, compartir la alegría de los buenosmomentos, etc.Pero a veces ocurre que, por diversas razones,se deja de cuidar y prestar atención a personasque se quiere y con quienes además, seconvive. Estas personas se vuelven entoncespequeñas, silenciosas y casi invisibles. Así leocurre a la abuela Alicia, cuando su familiadeja de tener en cuenta su sabiduría y suscuidados, cuando la falta de tiempo les impidedisfrutar de un buen desayuno, de la presenciade gente querida o de los sabios consejos queaporta la experiencia. Tan sólo Juana, la nieta,es capaz de seguir valorando a Alicia, de darsecuenta de su soledad y de las nuevasnecesidades que van surgiendo. El cuento invita a pensar que las condicionesvitales cambian con el tiempo y lascircunstancias. Resulta conmovedor observarcomo Juana ayuda a su abuela respetandosus deseos y necesidades reales: que se vahaciendo más pequeña y necesita nuevasropas, que ya no puede vivir en su casa y pideun lugar junto a su nieta que le garantice el sol yla compañía, que necesita que la lleven depaseo... Y ante todo ese nuevo panoramaJuana actúa por si misma, generándose unarelación magnífica y llena de complicidad

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entre abuela y nieta, donde el amor y elcuidado se dan de forma recíproca: la nietaaporta su juventud, su sensibilidad y su dominiode los espacios cotidianos; la abuela aporta susabiduría, su experiencia y el amorincondicional por su familia. Partiendo de estasituación, el cuento facilita una conversacióncon niñas y niños que ahonde sobre lo quecada cual aporta para que las relacionesvayan bien en casa, enfatizando que elcuidado resulta imprescindible para que se déla convivencia y que ese cuidado está ensituaciones muy cotidianas que van desdeencontrar un sitio limpio y agradable dondedescansar, hasta las muestras de afecto quesuelen darse entre personas que se quieren.Alicia y el viento es una historia que tambiéninvita a comentar con niñas y niños sobre el artede cuidar y el papel que las mujeres han tenidoen ello. A lo largo de generaciones que sepierden en el tiempo, ellas han sido grandesmaestras en este arte y así lo han idotransmitiendo como un legado que sabenimprescindible para la vida. Sin embargo, nopor ello han dejado de interesarse y formarseen los temas más variopintos, como la Alicia deeste cuento que resulta ser una gran experta en“el viento de cada día”. Animar a niñas y niñosa charlar y compartir algo de su tiempo conabuelas, abuelos y personas mayores que

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tienen a su alrededor les permitirá descubrir amuchas abuelas que dedicaron su vida enteraal cuidado de su familia, otras que sin dejar decuidar se fueron formando en aquello que másles gustaba, y otras que incluso llegaron a ir a launiversidad. También podrán descubrir abuelosque se contagiaron de esta forma de hacerque facilita la vida y la llena de alegría,asumiendo muchos de ellos la importancia delcuidado del espacio que habitan y de laspersonas que en él conviven.En el cuento también tiene una granimportancia el ejercicio de mediación quehace Juana para que su madre y su padre seden cuenta que algo pasa. Para ello Juana seconvierte en la transmisora de los saberes de laabuela. Así, cuando Alicia ya casi no puedehablar y prácticamente ha desaparecido de laescena cotidiana, la nieta se convierte en suportavoz, en la heredera de sus conocimientos.Es entonces cuando el padre y la madrepueden apreciar su propia laguna y su falta deatención hacia un saber que tienen al alcancede la mano, pero que han despreciado ominusvalorado. Pero sobre todo puedenpercibir su falta de atención y cuidado haciaalguien que quieren y aprecian. En este puntoel cuento se vuelve hacia madres y padresproponiendo una reflexión sobre un estilo devida que a veces, por diversas razones, tiene

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muy poco en cuenta a las mujeres mayores, altrabajo que realizan incluso en su ancianidad ya los saberes que aportan, en su mayor partenacidos de años de experiencia de cuidados yde la observación minuciosa de lo que ocurrealrededor.

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UNA SABANA EN EL 5O C

Mi vecino se llama León. Y no solo se llama Leónsino que es un león. En un barrio de personas,encontrarse a un niño león por la calle no es de lomás normal. Más bien es un poco raro, ¿no osparece?

Cuando nació León, el vecindario no seacostumbraba a sus entrecortados rugidos cuandoel hambre le apretaba la barriga ni a oír por elpatio unos llantitos que no se parecían en nada aun gorgoteo infantil. León era diferente. Pero yasabemos que a los bebés, que son «una monada» ytan pequeñines, se les perdona todo, aunque no tedejen dormir por las noches y sus eructitos sean demuy mala educación. Así que mientras fue unbebé, la cosa no iba del todo mal. Era un animalitoal que la gente solía acariciar y «qué ojillos máschisposos tiene», le decían. Pero mi vecino no tuvomás remedio que seguir creciendo. Cumplió unaño, y luego dos. Al tercer cumpleaños se le ocurrióla feliz idea de escaparse del 5º C, su casa,escaleras abajo y él solo, sin la compañía de sufamilia, que hasta entonces no le dejaban ni a solni a sombra. Cuando un leoncito cumple los tres

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Clara Redondo

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años, deja de parecerse a un bebé y —¡sálvesequien pueda!— pasa a tener el aspecto de unseñor león, con sus melenas y su cola leonina. Asíque imaginaos la cara de la gente cuando lovieron bajar las escaleras arrastrando su elegantecola. El primero que lo vio fue don Elías, el abuelocascarrabias del tercero A, que siempre nos regañaporque armamos jaleo o ensuciamos de barro elportal. En mi pandilla decimos que es un enviadode las fuerzas del mal, por eso nos mantenemoslejos de él. En el portal somos tres chicos (los mellizosy yo) y tres chicas (las gemelas y mi hermana Ada)que formamos una piña. Tenemos la misma edad,todos menos mi hermana, que tiene nueve, unomenos, pero la hemos admitido también en lapandilla.

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Aquel día, don Elías hizo saltar la alarma: no sepodía permitir que un león se anduviera paseandopor allí como si nada, con esas garras temibles yesos dientes afilados que seguramente sezamparían de dos bocados a quien se atreviera apasar a su lado. A León nunca le habíamos vistohacer esas cosas terribles que don Elías anunciaba,sino todo lo contrario. Daba los buenos días a quiense le cruzaba, bajaba y subía despacio lasescaleras moviendo su elegante cola, y hasta unavez montó a su lomo a un vecino abuelillo quevenía cargado con la compra y le subió lasescaleras. ¡Qué risa nos dio verle agarrado a sumelena y con cara de velocidad!

El rumor de don Elías se fue extendiendo como losmalos olores: se colaba por debajo de las puertasde las casas y dentro de los buzones. Y nos metió elmiedo en el cuerpo. A mí y y a la pandilla en pleno.En pocos días fue diciendo por ahí varias cosas:

* Que León había estado a punto de darle unzarpazo a doña Pili cuando iba a abrir la puertadel portal.

* Que estaba seguro de que con su larga colahabía roto la lámpara estropeada del cuarto piso.

* Que por las noches escuchaba un rugidoamenazador que le tenía en vela toda la noche.

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* León era el culpable de que el suelo estuviera másembarrado que de costumbre.

* Y también era el culpable de que él mismo tuvieramiedo de salir a la calle.

Don Elías estaba seguro de todo esto… don Elíasestaba muy asustado. O eso parecía, al menos.

¿Y Ada? Ella no quería saber nada; los rumores leentraban por una oreja y le salían por la otra. Notenía miedo de León. Mientras el resto de lapandilla intentábamos no cruzarnos con él en elportal (por si nos comía o nos arañaba o nos rugía alo bestia), ella buscaba cualquier excusa parajuntarse con él. A escondidas, claro. Pero esto sololo sabía yo. Ada a veces se movía sigilosa ydesaparecía sin que nadie se diera cuenta. Es unaculebrilla, según mi madre.

¿Y León? Él tenía muchas ganas de entrar en lapandilla, pero en su casa le decían que, hasta queno cumpliera los tres años, no era mayor para salirsolo de casa, así que esperó con paciencia

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exactamente hasta el día de su tercercumpleaños. Esto me lo contó él después de quepasara todo lo que ocurrió. El resto, ya lo sabéis.Salió de casa solo, se encontró con don Elías, que silas zarpas, los colmillos, que si la melena, la cola… yahí todo empezó a ir de mal en peor. ¿Cómo fueposible que don Elías nos metiera aquellas tonteríasen la cabeza? Durante esos días, León salía a lacalle y se nos acercaba, pero cuando lo veíamosvenir nos entraba el miedo y nos escurríamosdisimulando hacia otro sitio.

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Pero todo empezó a cambiar el día cinco deenero, mundialmente conocido como el día de losreyes magos. Aquella mañana, todos estábamos…nerviosos no, lo siguiente: los mellizos se habíanpedido varios juegos para la wii, las gemelas sehabían pedido lo mismo que los mellizos, y yo, lomismo que las gemelas y que los mellizos. Total, quefuimos muy originales. Ada sin embargo quiso unospatines en línea (de los que te caes fijo cuando tesubes a ellos) y una cámara de fotos. Estaba muyempeñada en esto último, y más tarde sabríamos loimportante que fue aquel regalo.

Sentados en un banco de la plaza del barrio, vimosque llegaba León. Se hizo el silencio. Venía hacianosotros. Imponía su figura, grande, peluda, la colalarga y nerviosa, y esos ojos que cuando te mirande lejos parece que apuntan directamente a lapresa. «Viene a por mí, viene a por mí». Nos habíandado la instrucción de que no nos podíamosacercar a él, era peligroso, y nos miramos para vera quién se le ocurría una idea brillante que nossacara de esta. Teníamos miedo de quecasualmente tuviera hambre y nos fuera a devorar.Estaba claro que éramos sus presas, ¿para quévenía si no?

—Viene a por nosotros —dijo uno de los mellizos.

—Yo tengo un palo preparado, no temáis —dijouna de las gemelas.

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—Si nos ataca, mi hermano y yo lo rodeamos, y tú ytu hermana le azuzáis con el palo, para que veaque no le tenemos miedo —dijo el otro mellizo.

—Entendido —dijo la gemela con la vozentrecortada y haciéndose la valiente.

Nos pusimos todos en guardia, todos menos Ada,que no dijo ni mu y sin dar explicaciones se levantóy fue a su encuentro.

—¿Estás loca? ¡Ven inmediatamente! —le dije yo,que no tuve más remedio que actuar comohermano mayor, aunque Ada ya estaba lejos.Quise salir corriendo para detenerla, pero metemblaban las piernas y me quedé parado comoun mueble.

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Cuando Ada estaba ya casi a su lado, él soltó unrugido —ay, dios, qué miedo— que cortó el aire. Yahí sí, salimos corriendo en tromba hacia dondeestaban los dos: se iba a comer a Ada y no podíapermitirlo. Mi hermana me incordia mucho, no parade incordiarme, pero al fin y al cabo es mihermana. Y cuál fue nuestra sorpresa, que el rugidoresultó algo así como un «¡qué pasa, tron, cómoestás, me alegro mazo de verte, tenemos muchascosas que contarnos!». O algo así, vamos, porqueella se enganchó a su cuello-melena y él le dio unligerísimo empujón con la zarpa al que Adarespondió con una gran carcajada.

Nos paramos en seco y nos miramos: ¿qué era eso?No entendíamos nada. Esto que estaba pasandono era una escena de caza precisamente, nohabía zarpazos, ni violencia ni sangre ni nadiezampándose a nadie. ¿De qué nos había estadohablando don Elías? ¿Por qué nos había metido elmiedo en el cuerpo?

Una de las gemelas rompió el hielo. Menos mal.

—Vamos a jugar a un rescate. ¿Te vienes, León?

Como por arte de magia, nos olvidamos denuestros temores y del rumor maloliente que habíacirculado por todas las esquinas, y León puso carade «sí, yo también juego y os vais a enterar decómo corre un león». Fue chulo el reencuentro con

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León, y aquella mañana no paramos deperseguirnos.

Sin embargo, lo peor estaba por venir. El enviadode las fuerzas del mal (o sea, don Elías) pasó por allíy nos vio jugando en comandilla. Eso le debió deenfadar mucho, porque cuando entramos alportal, vimos un papel pegado en la pared en elque convocaba al vecindario a una reunión parael lunes. Tema de la reunión: «No se admiten leonesen el barrio. Y os demostraré por qué». Quépesado, él erre que erre. Pero eso quedaba muylejos: era sábado, y todavía tenían que venir losreyes magos, así que me olvidé del cascarrabiasdel tercero A.

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El domingo llegaron puntuales los reyes: un juegode la wii y una cámara de fotos, esos fueron losregalos. Pijama para mi madre y cascos de músicapara mi padre. Lo típico. No es que sean muyoriginales los reyes con la gente mayor… Lacuestión es que Ada, con la excusa de que queríaestrenar su cámara y hacer fotos del barrio,desapareció y no volvió hasta la hora de lacomida. Venía con coloretes y parecía contenta.

—¿A ver? ¿Me enseñas tus fotos?

—Sí, sí, ya te las enseñaré. Mañana las verás todas—me dijo con un movimiento de la ceja izquierdaque me dejó intrigado.

Después de comer, dijo que se volvía a marchar,para seguir probando su maravillosa cámara.

—La ahora de la siesta es vital para misaveriguaciones —dijo Ada.

—¿Averiguaciones? —preguntó mi madre.

—Sí, bueno, ya sabes, mamá, una cámara tienemuchos botones y quiero probarlos todos.

Mi madre puso cara de «qué inteligente es mi niña»y la dejó marchar. Ada se pasó toda la tarde fuerade casa, solo vino para merendar y por la nochepara la cena.

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A la mañana siguiente, cuando nos íbamos para elcolegio, vimos que seguía allí el cartel que habíacolgado el cascarrabias: por la tarde habríareunión vecinal.

Aunque la pandilla no estábamos invitados a esareunión, nos escondimos en el primer piso (incluidoLeón, claro, que se puso en primera fila) paraescuchar lo que tenían que decir de nuestroamigo. De pie, un montón de vecinos y vecinasrodeaban al mensajero del mal (don Elías), que fuedirecto al grano:

—Ya he dicho que no quiero que ande suelto unsalvaje en nuestro portal. Nos hace daño y nosasusta. Este es un barrio decente en el que solocaben las personas. Tengo pruebas de que es unvándalo animal que destroza todo lo que pilla.¡Fíjense, fíjense!

Nos asomamos (León incluido) por la escalera paraver qué era eso tan malo que había hecho León. Yvimos que don Elías sacaba unas fotos en las queaparecía:

* En el primer piso, una bombilla rota y todos loscristales tirados por ahí.

* En el segundo piso, una boñiga en el sueloesparcida como si alguien la hubiera pisado.

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* En el tercero, la cara de susto de él mismo que sehabía fotografiado, decía, después de haberseencontrado con el león en el pasillo.

¿Había algo más? Pues no, no había más pruebas,pero volvió a decir que «ese animal» había estadoa punto de morder a doña Pili (y dale con doñaPili), y que por las noches salía a cazar yescandalizaba al vecindario con sus rugidos(¿alguien lo escuchó? Yo no).

Se armó entonces un gran barullo: que sí, que éltenía razón, que era un peligro para la sociedad,que si pitos y que si flautas. Y en ese momento, mihermana Ada de un salto se metió en medio de lareunión: «¡Silencio todo el mundo!». (Qué pulmonestiene mi hermana). Se hizo el silencio y ella empezóa hablar.

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—¿En el primer piso hay una bombilla rota? ¿Creéisque ha sido León? Pues mirad.

Y sacó una foto en la que se veía a don Elías subidoa un taburete. Con un martillo entre los dedos ycon cara de malo, estaba destrozando la bombilla.¡Había sido él!

—¿En el segundo había una boñiga de León? —continuó mi hermana.

Y sacó otra foto en la que se veía a don Elíasesparciendo por el suelo una gran caca (que seríade perro, digo yo).

—¿Queréis que os enseñe más fotos?

No hizo falta nada más, porque la imagen de laboñiga había provocado la carcajada general delvecindario, que se contagiaron y parecían un coroal que les iba a dar un ataque de risa. «¿Pero cómohemos podido…?». «¿Pero es que estábamosciegos?». «¿Cómo nos ha podido engañarvilmente…?». No paraban de reír y eso erasospechoso. ¿No sería que sentían mucha vergüenzapor lo que habían estado a punto de hacer?

Mi hermana, en el centro, levantaba la cámara enseñal de victoria, y el resto de la pandilla bajamostambién a apuntarnos a esa especie de fiesta. ¿Ydon Elías? El cascarrabias del tercero A no resistió

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aquella escena y escapó escaleras arriba. Tardóvarios días en atreverse a salir la calle. No pormiedo, sino por vergüenza. Mientras tanto, León,vecino del 5º C y protagonista de todo aquel lío, sehabía retirado a una esquina. No parecía tancontento como los demás. Cuando doña Pili lo vio,pidió silencio y dijo:

—Te debemos una disculpa, León. Yo la primera,que no he sido capaz de desmentir todo eso delo que te acusaba don Elías. Siempre me hastratado bien, eres educado, un chico normal.Bueno, normal no, pero ¿hay alguien aquí quesea normal?

Nadie levantó la mano, y sus caras estaban muyserias. Fue León quien rompió el silencio:

—Que sepan que las boñigas de león no separecen en nada a las de perro…

Nueva carcajada general, ambiente relajado, Adainmortalizando con una foto ese momento y Leónde nuevo en su lugar, donde había estado siempre,del que se tuvo que ir durante un rato, pero al quevolvió más fuerte todavía.

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PREGUNTAS

• ¿Por qué Ada defiende a León? • ¿Ada discute o se pelea con alguien para

defender a León? ¿cómo lo hace?• ¿Alguna vez has hecho algo parecido a lo

que hace Ada? ¿Y conoces a alguien que lohaya hecho? ¿Quién era, qué pasó?

• ¿Qué cosas haces tú habitualmente para queen tu grupo de amigas y amigos las cosasvayan bien?

• ¿Por qué el vecino del 3ºA actúa comoactúa?

• Ada no se ha vengado de D. Elías,simplemente ha descubierto sus mentiras ycon eso ha conseguido solucionar elproblema, ¿qué crees que hubiera pasado siAda hubiese tramado una venganza? ¿sehubieran arreglado las cosas igual?

• La actuación de Ada “se contagia” y ayudaa otras personas a relacionarse con León ¿aquiénes? También ayuda a otras a sincerarsecon León y a pedirle perdón ¿a quiénes?

• ¿Piensas que el vecindario tiene algo queagradecerle a Ada? Imagina que formasparte de ese vecindario, ¿cómo expresarías tuagradecimiento?

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COMENTARIOS

El cuento nos presenta una situación deviolencia que se da con cierta frecuencia en lavida cotidiana: la exclusión de quien esdiferente. Lo novedoso es la manera deresolverlo: una niña que no tiene miedo a ladiversidad, que no quiere perder a su amigo ypara ello echa mano de recursos de mediacióncreativos y originales.

Durante siglos y siglos, las mujeres han sido ysiguen siendo las principales protagonistas de lamediación cotidiana, de conseguir que la pazsea real en los contextos donde vivimos, inclusoen situaciones de extrema violencia. No quieredecir esto que “todas” las mujeres sean así;tampoco quiere decir que los hombres nopuedan ser mediadores de paz. Pero sí significaque una gran parte de las mujeres de todo elmundo optan por realizar acciones demediación en los ambientes en los que viven yse desenvuelven y eligen un compromiso libre,generoso y voluntario a favor de la convivencia.Ellas van dejando una herencia de pequeños ograndes actos que no suelen señalarse, peroque sin ellos sería imposible la civilización. Elcuento ofrece la oportunidad de charlar conniñas y niños sobre todas aquellas acciones que

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realizan las mujeres de forma cotidiana parafomentar la convivencia, ya que esto esprecisamente lo que hace Ada al utilizar suimaginación, su creatividad y su valentía paramediar en una situación de conflicto; tambiénpermite que reflexionen sobre sus propiasexperiencias ayudándoles a descubrir y avalorar las acciones que ellos y ellas mismasrealizan para generar bienestar (desde ayudarespontáneamente, hasta compartir sus juegos,pasando por saber expresar lo que les producemalestar).

Por otra parte, ¿qué lleva a Ada a tener estaactitud? ¿por qué es ella la única que, en unprincipio, defiende a León? Podría no haberlohecho, como el resto de la pandilla. Sinembargo, Ada toma la decisión de ayudar yprecisamente es esta decisión lo que interesadestacar porque detrás de ella, sustentándola,está el gusto por la convivencia, el deseo de larelación por la relación, desde el disfrute y elenriquecimiento que ello supone. Ada, con suactuación, no busca el protagonismo delantede su vecindario, tampoco busca vengarse deD. Elias, ni el liderazgo de su pandilla, ni siquierala justicia... Lo que la mueve a planificar suestrategia, es su deseo real y auténtico deseguir estando cerca de su amigo,compartiendo con él risas y juegos .

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Es interesante que niñas y niños reflexionen sobreeste hecho y aprendan a valorar y mantenervivo el deseo de relación, ya que es esto lo queles ayudará a diferenciar situaciones en las queaparece la venganza, incluso la justicia, deaquellas otras en las que lo primordial es laconvivencia.

El cuento también nos muestra que tanto la pazcomo la violencia “se contagian”. Es cierto quelos “malvados” argumentos de D. Elías en contrade León se extienden como los malos olores.Pero también la amable actitud de Ada seexpande como el olor a pan: se contagiaprimero a una de las mellizas, después al restode la pandilla, más tarde a Doña Pili y por últimoal resto del vecindario. Por eso es tan importanterescatar y dar importancia a las acciones depaz que vemos en los cuentos, en las noticias,en la vida cotidiana, porque cuando lasponemos encima de la mesa, cuando lashacemos importantes y les damosreconocimiento, más posibilidades hay “decontagio” y de que las niñas y niños del entornolas copien, las imiten o quieran ser como las o losprotagonistas que las llevan a cabo.

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