Cuentos para un lector sin nombre

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Editorial Círculo Literario Cuentos para un lector sin nombre Antología: Guillermo Tavares Franco Vera Miguel Rojas Karen Rivera Héctor Jara Joselyn Luján Ilustraciones de Sarah Rivasplata y Miguel Miranda

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Periodismo escrito 7mo B

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Editorial Círculo Literario

Cuentos para un lector sin nombre

Antología:Guillermo TavaresFranco VeraMiguel RojasKaren RiveraHéctor JaraJoselyn Luján

Ilustraciones de Sarah Rivasplata y Miguel Miranda

Diseño original:Guillermo Tavares

Primera edición.Editorial Círculo Literario

Prólogo 2011: Guillermo Tavares

Derechos exclusivos de ediciónen castellano reservados paraAmérica Latina:2011: Editorial Círculo Literario, S.A.Av. Costanera 1280, dpto 105. San Miguel

ISBN: 84-322-1190-2011Depósito legal: M. 23.779 -2011Impreso en Lima.

Ninguna parte de esta publicación, incluidoel diseño de cubierta, puede serreproducida, almacenada o trasmitida enmanera alguna ni por ningún medio, ya seaeléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permisoprevio del editor.

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Cuentos para un lector sin nombre

Escritores:Franco VeraHéctor Jara

Miguel RojasJoselyn LujánKaren Rivera

Guillermo Tavares

Ilustraciones:Sarah Rivasplata

Miguel Miranda

Editorial Círculo Literario

Cuentos para un lector sin nombre

PrólogoApenas unas historias

Por Guillermo Tavares.

La antología “Cuentos para un lector sin nombre” no solo es un intento fallido de provocación comercial, que lamentablemente las casas editoriales desde hace ya unas décadas utilizan siempre como táctica para ven-der, sino, también, un intento a través de su narrativa de desmitificar la idea del poeta o escritor que nunca escribe para alguien, que se encierra hérmeticamente lejos del mundo, y su obra le pertenece solo a él mismo y a su mundo, haciendo alusión a una necesidad exis-tencial de poner la pluma en una hoja para no morir. También, agregaríamos, que esta antología de cuentos, busca ser una ruleta rusa que empieza a girar como un libro que entra en circulación: no sabemos a qué manos o a qué ojos irán a reposar nuestros escritos.

En esta antología encontramos amores contrariados, ilusiones que se desvanecen en el tiempo, exageracio-nes características de toda ficción que intenta abrir un mundo distinto al de la realidad, desasosiego, lonta-nanza, esperanza, ridiculez: todo lo necesario para que un lector o varios lectores sin nombres utilizen el libro como trozos de ficciones y éste se multiplique en infini-tas historias de una misma ficción y así perpetuamente.

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La palabra bohemia en el círcu-lo periodístico es de tan impor-tancia como la verificación de

una fuente, o la exclusividad de una noticia. Por esa razón este libro está dedicado a los vier-nes bausatinos, o a aquellas noches donde fuimos felices

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La casa abandonada

Héctor Jara.

EL VIENTO SOPLABA Y, aquel niño que recorría todo el campo verde sostenien-do una caja llena de manzanos, hacía un gran esfuerzo para llegar a un refugio hasta que el viento disminuya la intensidad o se detuviera y así poder continuar su camino.

–Este viento es muy fuerte creo que en aquella casa estaré tranquilo. Se ve que nadie la habita – Pensó Ro-berto.

El infante llego a la casa, que estaba en muy mal es-tado, las paredes estaban despintadas y habían partes que estaban destrozándose por la humedad, la puerta y el techo tenían pequeños agujeros, que con facilidad habían sido creados por roedores o animales que se refugiaban en las noches.

El viento hacía ruidos extraños, se escuchaban susu-

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rros que eran causados por las ventanas que rechinaban al abrirse y cerrarse una y otra vez. El niño se sentó en el suelo y comenzó a observar hasta el último detalle de la casa en la que se refugiaba momentáneamente, hasta que vio que alguien se asomaba y abría la puerta diciendo…

–¿Quién eres tú? ¿Qué haces en mi casa?

–Yo soy Roberto, he estado caminando por 20 minutos con este canasto lleno de manzanos y me refugié aquí por el viento.

–¿Viento? – Expresó aquel misterioso señor riendo a viva voz.

Éste, parecía de una muy buena posición y continuaba riendo sin parar; Roberto no podía entender el motivo de las carcajadas que el señor daba.

El muchacho se levantó, agarró su canasto y marchó hacia la puerta para retirarse de esa casa, ya que le in-comodaba la risa macabra del señor y sentía vergüenza de quedarse en un lugar donde habitaba otra persona.

–Disculpe por meterme a su casa, me voy.

–No te vayas, por si no te has dado cuento el viento que tú dices es una fuerte tormenta, yo también llegue aquí, a mi casa para refugiarme.

El señor le explicó a Roberto que su casa había sido hipotecada hace años cuando él era un niño, pero des-pués de años la recuperó y desde entonces la visita una vez por semana y trata de arreglarla pero cada vez que

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llega encuentra desperfecciones que son causadas por animales y por fenómenos naturales.

El pequeño se quedó conversando con el señor hasta que pasó la tormenta y se despidieron, prometiendo el niño, en ir a colaborar con la reconstrucción de su casa para que pueda vivir ahí.

Cuando Roberto llegó al pueblo le contó todo lo que había sucedido a su madre, sin pensar en lo que ésta le respondería.

–Mamá conocí a un señor muy amable en las afue-ras del pueblo, estaba recogiendo frutos que estaban regados en el campo, cuando comenzó una tormenta y tuve que refugiarme en una casa, que pensé que es-

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taba deshabitada, pero para sorpresa mía, un señor ya la habitaba.

–¿Qué? Esa casa está deshabitada desde hace 20 años, ahí vivía una familia hace mucho, mucho tiem-po, pero fueron asesinados por no pagar una hipoteca a unos mafiosos.

Roberto no aceptaba lo que su mamá le había dicho y al día siguiente partió hacia la casa donde él se había refugiado para así encontrarse con el señor con el que converso el día anterior y habían acordado ayudarlo a reparar su precaria vivienda.

Al llegar a la casa se dio con la sorpresa que el señor no había llegado y husmeando en los alrededores encontró algunas fotografías donde pudo reconocer, en una de ellas, al señor con quien había conversado. Estaba en un cuadro, muy antiguo, la fotografía estaba despintada, un color sepia bordeaba las puntas de la foto.

Roberto se sorprendió al ver que el señor traía la misma ropa con que lo veía en el cuadro, con lo que entendió, que lo que vio, fue fruto de su imaginación y que gracias a esa alucinación él se había salvado de la tormenta.

Desde ese entonces el niño fue todos los días a esa casa para terminar lo que había prometido y así, paulatina-mente, culminó con las reparaciones de aquella casa, que sirvió de refugio aquel día tormentoso en el que co-noció a aquel señor, que solo existió en su imaginación.

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DesbordeExagerado

Franco Vera.

LA SEÑORA CAMILA RAMÍREZ, era una señora de avanzada edad, que acostumbraba realizar sus compras en la tienda de abarrotes del señor Aureliano Reyes, una persona bonachona y agradable que recibía siempre a la señora Camila con amabilidad y mucho gusto.

Por ser un pueblo relativamente pequeño, la tienda del señor Aureliano era visitada frecuentemente por los lu-gareños y gozaba este, pues, de una excelente clientela que siempre era tratada con mucho afecto y atención, y este le era retribuido también.

Como todos los días, la señora Camila se dirigía a la tienda, a realizar sus compras diarias, se aproximaba a la tienda y como era usual, el señor Aureliano lo recibía con un:

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–¿Cómo está hoy?- y a continuación se disponía a atenderla con sus mandados, pero esa vez fue todo totalmente distinto, ya que la respuesta de la señora Camila, no fue como las de siempre, sino que en el tono de su voz y en la apariencia de su rostro se reflejaban una especie de preocupación, que desconcertó al señor Aureliano, por lo que este se apresuro a preguntarle:

–¿Qué le sucede señora Camila?, ¿Está usted bien?- , a lo que la señora Camila se apresuro a responderle con un: “He tenido un sueño un poco desconcertante”, el señor Aureliano entonces, pregunto muy intrigado:

–¿De qué se trataba ese sueño, que tan preocupada la tenia?- A lo que la señora Camila resumió muy bre-vemente, de que en su sueño, veía como los lugareños corrían despavoridos, en un pánico colectivo inusual, porque la rivera del río, que bordeaba el contorno de su hermoso pueblo, se desbordaba, sin remordimientos ni compasión, inundando todo a su paso, sembrando dolor y sufrimiento en los pueblerinos.

La señora Camila, termino abruptamente el relato de su particular e inusual sueño, inmediatamente se retiro de la tienda, sin haber hecho pedido alguno y sin me-diar palabra alguna con el señor Aureliano, que quedo relativamente pasmado por la situación que acababa de observar.

Inmensamente sorprendido y a la vez, un poco alar-mado, de que en un futuro no muy lejano llegara a suceder lo que la señora Camila contó, el señor Aurelia-no continuo con sus faenas diarias de atención cordial en su tienda, aunque el sueño que describió la señora Camila, le venía dando vueltas la cabeza, cuando de

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pronto ingreso una muchacha de apariencia muy vivaz, gozaba de vitalidad e inocencia y una fama muy parti-cular en ese pueblo, su nombre era Hermelinda, pero el señor Aureliano le decía señorita Hermelinda.

Tenía una reputación de ser una persona que, exage-raba exorbitantemente las cosas y tergiversaba todo lo que oía. Esta fama se la tenía bien ganada, ya que era una, llames mole “cualidad” en ella.

En fin, Hermelinda se disponía como siempre a hacerle su pedido al sr. Aureliano, cuando de pronto, se fijó en el aspecto tan extraño y poco común de su rostro, al que abordó inmediatamente:

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-¿Qué le sucede señor Aureliano?- A lo que el sr. Aurelia-no respondió cándidamente a la pregunta de la señorita Hermelinda, que se estaba imaginando algo catastrófi-co, que le sucedería al pueblo, pero que era, solo eso, imaginación.

Pero Hermelinda, que era una muchacha muy capaz en sus habilidades, y más aun, en este de tratar de sacarle más información al señor Aureliano, y más aun, todavía, que había escuchado y asociado las palabras: “catastró-ficos” y “pueblo” y se imaginaba algo peor de lo que el señor Aureliano le había comentado, sin esta saber, el verdadero meollo del asunto.

Hermelinda trató por todos los medios posibles y cono-cidos por ella, de que el señor Aureliano describiera con lujo de detalles, porque era que se estaba imaginando, esto de que el pueblo caería en una desgracia, que sería catastrófica para todos los lugareños, a lo que el señor Aureliano atino simplemente a decirle, que eras cosas sin sentido “de un viejo roble que ya se estaba apolillan-do” refiriéndose a sí mismo. Hermelinda, quien ya esta-ba bastante intrigada con lo que había escuchado hasta el momento, no quedo satisfecha con la respuesta del señor Aureliano, por lo que procedió a salir raudamen-te de la tienda del señor Aureliano, sin realizar compra alguna (como la señora Camila) solo que por diferentes razones.

A lo largo de su espontáneo trayecto, Hermelinda iba maquinando, cada vez más, el por qué de la negativa del señor Aureliano de contarle detalles de la supuesta tragedia, que se estaba imaginando, y entonces, supu-so de manera errónea, que el señor Aureliano, estaba ocultando algo, que no quería que las demás personas

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del pueblo supieran y especialmente ella, por lo que pre-surosa corrió hacia la plazoleta central del pueblo, un plazoleta discreta, sencilla pero siempre llena de activi-dad, ya que constantemente era transitada por todos los lugareños.

Se postro en la parte más alta de la plazoleta, ante el asombro de los lugareños, ya que era algo inusual ver a esta muchacha de dudosa reputación creíble, verla en-clavada, literalmente, en la parte más pronunciada de dicha plazoleta. Hermelinda se dispuso entonces a lan-zar una serie de frases que iban dirigidas a los lugare-ños:

–Se de buenas fuentes que algo malo le va a suceder a nuestro pueblo, algo realmente muy grande y desastro-so para nuestro pueblo - repetía incansablemente, hasta que de pronto el murmullo y la interrogante se poso en las personas que estaban presentes en la plazoleta:

–¿Será cierto lo que dice? - ¿Cómo se ha enterado? - etc. de preguntas que le daban vuelta a las personas y que no encontraban respuesta alguna, todos se fiaban de lo verídica que podía ser la afirmación de Hermelin-da, con respecto a que algo malo le pasaría al pueblo, aun, conociendo la fama que le precedía como carta de presentación a Hermelinda, ya que todos los presentes en esa plazoleta, se dejaron llevar por el histrionismo de Hermelinda, para exagerar, y llevar las situaciones, a ni-veles insospechados y creó en los lugareños, una suerte de pavor general, de no tener respuestas, y no saber si era cierto lo que decía o si era verdad, por lo que todos los lugareños empezaron, de manera muy caótica e in-verosímil, a dispersarse, cada quien por su lado, pero todos despavoridos, buscando a sus familiares, amigos,

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conocidos, etc. para poder huir lo antes posible, de aquel pueblo, que según Hermelinda estaba a punto de sufrir una gran catástrofe, de proporciones inimaginables.

Y es que la señora Camila, nunca supo, que el comentar-le al señor Aureliano sobre aquella pesadilla que causó en ella estupor y preocupación, llegaría a oídos de aque-lla muchacha de imaginación sin igual.

Así pues, los lugareños, a larga abandonaron por com-pleto el pueblo, que por tantas generaciones habían ha-bitado, abandonaron aquella tierra que era rodeada de un hermoso río, que nunca se llego a desbordar, un río que solamente, estuvo en un comienzo en la imagina-ción de algunos, pero que a la postre, caló hondo en la imaginación de todos, gracias a la desgracia de haber llegado a oídos de las señorita Hermelinda (como le de-cía el señor Aureliano) que como era costumbre, tergi-verso todo de nuevo.

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El último respiro

Joselyn Luján.

LA VILLA PLAGADA DE NIÑOS, mostraba un aire de serenidad. Aunque ella recorda-ba sus noventa años de vida proyectada en una leve sonrisa. Domitila era una anciana de tez blanca, ojos marrones, cabello cano y mirada cansada. Había tenido diez hijos y su esposo falleció tras haber recibido un puñal por parte de facinerosos que desconocían que aquél hombre era el sustento de una familia numerosa.

El mayor de los hijos se llamaba Joaquin, y con tan solo quince años tuvo que protagonizar el papel de padre para sus hermanos. Domitila no volvió a enamorarse, pero la compañía de sus hijos la tuvo hasta el último de sus días que fue donde comenzó esta historia.

Recordar como se había enamorado, su boda, el naci-miento de sus diez hijos; eran cosas que recordó hasta el último instante en que perdió la memoria y ya no reconocía a Joaquin, con el que compartió los peores

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momentos y el único que no llego a su despedida. Dicen que la vejez es la etapa donde volvemos hacer niños, pero son pocos los seres queridos que entienden ese momento de la vida.

Al parecer los hijos de la anciana no recordaron ello, la hija menor Antonella fue la que se quedo junto a su madre, pese a que ello le costó la separación con su esposo y pelear la custodia de sus dos menores hijos, pero le debía mucho a su madre, la pérdida de memoria que ella padecía tenía una causa es que las constantes preocupaciones y trabajos forzados que realizaba des-encadeno el fatal desenlace.

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La anciana por otra parte, recordaba cada momento fe-liz que regresaba a su memoria. Los doctores estaban sorprendidos de su estado y no era para menos a sus noventa años, caminaba y comía por su cuenta, lo malo era la memoria que fallaba a veces sin motivo aparen-te. Para sus nietos ella era una viejita a la que podían gastarles bromas que sus padres luego, claro está, re-quintaban junto a una reverenda tanda.

Una noche la hija de Antonella, que se llamaba Oriana entro a hurtadillas al cuarto de su abuela y la encon-tró charlando en la cama con alguien a quien la niña no veía, a lo lejos escuchó que nombraba a su abuelo, aunque ella sabía que él había fallecido, cuando Oria-na creció entendió que el amor que se profesaron sus abuelos era tan grande que podía tras pasar el tiempo, aun así la realidad, porque aunque no lo conocía supo desde que vio ese momento que tuvo que ser un bueno hombre para que su abuela lo siguiera amando como la primera vez.

Ya eran las seis de la tarde y los niños estaban a pun-to de entrar a la casa, al momento de despertar a su abuela, ella parecía dormida solo que esta vez el sueño fue eterno. Los niños avisaron a su madre que deses-perada llamo a sus nueve hermanos a notificarles la triste noticia.

Solo asistieron seis de los diez hermanos, que solo asistieron para el funeral. Antonella fue la única que se quedo con la cenizas de su madre, pero por cosas del destino al limpiar su hojas las cenizas se cayeron y se incendio su casa y murió junto a su mascota que era la adoración de su madre.

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Lo que rodea a mi corazón

Karen Rivera

TODO EMPEZÓ EN UNA NOCHE DE JULIO. Nos presentó un tio, que en ese entonces, era el supre-mo Dios de mi corazón. Yo te agregué al messenger. Al principio éramos muy tímidos el uno con el otro. Todo era muy esquemático.Planeado, común. Luego, con el paso de los días, empezamos a coger más confianza el uno con el otro, ¿verdad? Sabías hacerme reír como nadie, y aún lo sigues haciendo. Eres esa persona que sólo se conoce una en la vida. Y me alegro de que seas tú esa persona que ha entrado en mi vida. Eres tan es-pecial… No tengo palabras para definirte interiormente.

Desde que te comencé a conocer mejor, vi que… Em-pezabas a hacerte dueño de mi corazón, y que aquel chico anterior, le habías desterrado de su trono… Fue-ron pasando las horas, los días, las semanas, todo era lo mejor si tú tenías algo que ver. Cuando por primera vez, te apareciste por sospresa en mis sueños, me di cuenta en ese mismo instante, que me había…Enamo-rado De Ti.

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Cuando pienso que eres la única razón de mi existir, lo único por lo que estoy bien…Todo se destruye cuando recuerdo lo lejos que estás de mi…Físicamente. Tú no sabes bien, las infinitas ganas de las miles de ocasiones en el día que me encantaría poder abrazarte y poder-te sentir por fin, cerca de mí. Pero tengo que seguir a adelante, ya que esos kilómetros que nos separan, no desaparecerán así porque si. Me queda pensar, qué día tras día, te tengo conmigo en el ordenador, a través de toques por el móvil, en fin. Y lo más importante, cerca de mi corazón. Ya que estás impregnado en él.

Se suele decir que la distancia, hace el olvido, pero yo me enamoré de ti a distancia, sigo enamorada a pesar de ello y te juro que seguiré estándolo causa de esa cosa que nos impide poder vernos frente a frente. Pero tam-bién dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Y yo espero por siempre que eso que dices se que vendrás un día a Madrid, se haga realidad. Nunca dejaré la es-peranza de que ocurra a un lado. Eso tenlo por seguro.

¿Sabes? Siempre soñé con encontrar a un chico al que amar, uno ya amé, pero tú eres, totalmente diferente, tú eres lo que llena completamente mi corazón y mi mente, y te amo, te quiero, lo eres todo, te necesito en cada momento del día.

Es que eres como esa luz que me guía y que me enseña y que no quiero que deje de brillar jamás. Porque si no, ¿Qué sería de mi? Yo, sí quieres puedo contestar a esa cuestión anteriormente planteada. Sí tú dejases de bri-llar para mí, yo sería simplemente un alma que vagaría sin dirección a ningún sitio en concreto. El infierno sería un buen lugar para deambular en soledad. Y para cum-

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plir mí castigo si algún día te dejo escapar.

Quien lea esto quizás piense que soy…¡No sé! Un bicho raro, una chica que se aburre demasiado (cierto tam-bién). Pero yo les diré lo que soy. Soy una chica de ca-torce años, enamorada hasta lo más profundo de mi pe-queño o grande corazón de un chico que quizás no sea correspondido.

Varias personas me dicen: Amor imposible. Yo les digo: Gracias por ser tan sinceros y tan poco optimistas“.

El resto de la gente me dice: No se sabrá si te corres-ponde, puede que si; no seas negativa y sigue adelante. Y yo muy agradecida: Gracias por apoyarme, gracias por todo. Esas personas son las que realmente ponen

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algo de su parte por comprenderme y además, porqué saben lo que es estar enamorada/o.

Sinceramente, ¿Es bueno enamorarse? No sabría que contestar. Es bueno y malo a la vez, ¿No crees? Bueno porque: te sientes diferente, lo haces todo con mejor ánimo, tienes la mente ocupada, etc. Malo: simplemen-te puedes llevarte un desamor, una desilusión simple-mente porque sabes o piensas que no sois correspon-didos.

Pero una cosa tengo claro, cuando se está enamorada, realmente, cada día, notas como si le quisieras más. Y cuando te habla, esa sensación en el estómago… Cuan-do se despide de ti, y aunque le cueste te dice: Te quie-ro, duerme bien, descansa, la sonrisa que se te hace ¿Qué? Y todas esas noches que te duermes pensando en él y cuando te consigues quedar dormida…Ese sueño tan perfecto, qué piensas que, sólo falta él y de repen-te, ¡APARECE! ->Sueño Cumplido<-

¿No son todos esos bastantes motivos de alegría y de peso para enamorarse? No pienses que soy demasiado positiva, también me sé los aspectos que hacen daño, pero esto no va a ser una historieta angustiosa y que les quite a las personas las ganas de enamorarse ¡NO! Todo lo contrario. Asique si lo que quieres es no querer enamorarte… te aconsejo que dejes de leer esto.

Dejaré de irme por las ramas y seguiré con el escrito. A esta persona que indirectamente le estoy escribiendo esto, le tengo que dar las gracias por miles de cosas. Pero la más importante es por ser como es, por tratar-me de esa manera que me trata y por tener ese corazón que tiene. Aunque muchas veces me saque de quicio,

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qué por una parte me gusta, todo hay que decirlo, le tengo que dar las gracias por conocerme tanto, de saber todos esos puntos con los que me hace de rabiar. Por las cosas y valores de la vida que me enseña. Por estar siempre ahí.Por tener siempre la palabra adecuada para alegrarme o hacer de reir… Directamente, por todo.

Una vez como soñé me gustaría que se cumpliese eso de: Yo seré Zeus y tú cualquier Diosa parecida a Venus. (Nota sin importancia, echo bonito que recalcar) Es que no sé que mas decir… Por que si, sí me pongo a decir todo lo que te quiero, te adoro, te necesito y te deseo, no habría suficientes folios para decírtelo con exactitud.

Cada minuto que pasa sin saber de ti, es un peque-ño infierno de inseguridad, qué sumado con más…se va haciendo más grande hasta ser una pequeña lagunita propiciada por mis lágrimas. Ya no sé que más poner en esta historieta… Es que es pensar en ti y sólo desear tenerte a mi vera y poder mirarte a los ojos y poder de-cirte que eres de lo mejor que rodea mi corazón.

Quiero que sepas que cuando oí tu voz por primera vez, fue algo, qué me hizo tener más vida en mi interior. Fue como un impulso hacia la vida…

Ahora hablemos un poco de uno de mis miedos más aterradores, que es pensar en que algún día… pueda perderte. Tengo mucho miedo, enserio. Es una de las cosas que más temo en la vida. El saber que puede que llegue un día en que no me contestes los toques, o los mensajes o llegue al Messenger y no poder hablar con-tigo ni poder volver a escuchar esa voz que me enseña esas cosas que jamás pensé poder aprender o que me

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acompaña en esas noches tan largas. No te alejes nun-ca de mí.

Yo sólo digo que uno de mis sueños más ansiados es tenerte. Y uno de mis sueños más aterradores es per-derte. Con uno sería la persona más feliz del mundo y con lo otro la más desdichada. Como puede cambiar el estado de ánimo de una persona con solo una decisión o con unos sucesos ¿Eh?

Todo es muy confuso. ¿Y si un día dijeras que una nueva ilusión de amor está empezando a crecer en tu corazón y que todas esas reacciones son…por mi? ¿Qué crees que pasaría? Que mi corazón llegaría a explotar, porqué un sueño suyo, ha muerto, ya que ¡Se ha cumplido!Quiero que también te quede claro que, nunca enterra-

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ré una ilusión, por muy larga que pueda ser la espera. Porque no doy por perdida la batalla, creó en mi. Y por mucho daño que pueda hacerme, las heridas curarán.

Yo sé que me toca ser feliz, porqué contigo, puedo lle-gar a volar. Contigo a mi lado, no existe ningún tipo de dolor. Y si lo existe, juntos lo combatiremos. ¿Me acom-pañas en esta batalla? Yo dejaré entrar en mi corazón ese susurro que es tu voz, que hará que mis dudas y mis temores se vayan al mismo inframundo.Que la risa, ganará a la pena. Porque nosotros, dare-mos nuestro apoyo. Hoy nuestras ilusiones y nuestras historias son estrellas en el cielo.Que los sueños que nos quedan por cumplir se aliarán para formar un camino hacia ese lugar tan magnífico que nos guiará hasta nuestras ilusiones cumplidas. Ese lugar es donde habita toda la realidad. ¿Quieres venir a explorarlo conmigo?

Hoy sentiremos que podemos volar, que nuestro cuerpo es el viento, nuestro pensamiento será la brisa del mar, nuestros corazones serán nuestras sonrisas y nosotros seremos dos pájaros que vuelan juntos hacia la tierra soñada. Porque hoy, nos toca SER FELICES. Porque hoy, vamos a SONREIR. Porque hoy, vamos a dejar a nues-tras penas POR LOS SUELOS. Y a nuestros mismísimos sueños, POR LAS NUBES.

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Los seis meses de Julio

Miguel Rojas

JULIO NO ERA UN NIÑO NORMAL, no porque el hecho que tenga una virtud o un defecto que lo diferencie del resto. Sino que a sus cortos doce años conocía muchísima gente que cualquiera se pueda imaginar, lo único raro era que con todos ellos no había pasado ni medio año. Resulta que su papá, Alonso Pé-rez, era policía y siempre estaba dispuesto a cambiar de ciudad cuando se lo requerían, por el norte del Perú había pasado por San José, Talara, Puerto Eten y Nuevo Chimbote. Mientras que en el sur del territorio nacional hizo lo mismo por Camaná, Wari, Abancay y Moquegua.

Por esa razón, Julito estaba acostumbrado a cambiar de colegio y hacer nuevas amistades, aunque eso re-sulte extraño para un niño de su edad. Además de ser fanático del fútbol, Julito era un buen jugador de Play Station, siempre organizaba unos convivios en la sala de su casa de turno para disputar una especie de tor-neos para mostrar sus habilidades en el videojuego. De

pronto, cuando vivía con su familia en la calurosa Ta-lara, una tarde su padre llegó de trabajar y tenía entre sus brazos un perrito de raza Colie, Julito era amante de los animales pero nunca había tenido una. Enton-ces, encantado por la acción de su papá, le puso nom-bre a su primera mascota “Pelizzoli”, como se llamaba su superhéroe favorito. Desde ese momento, la vida de Julio dio un giro de trescientos sesenta grados, dejó de ser el niño relajado que solo pensaba en jugar para convertirse en cuidadoso y responsable, tendiendo a consciencia que un animalito dependía de él.

Al día siguiente, en el colegio “Santa Teresa de los Ángeles”, Julito comentó a todos sus compañeros de aventuras con el mando de Play Station 2 y de recreo interminables que siempre quedaban cortos, que tenía una mascota e invitó a su batallón a conocerla, nin-guno se resistió a tan buena ofertas, es mas, mucho también quisieron llevar a sus mascotas para que estas se socialicen. La cita fue a las cinco de la tarde, para que puedan almorzar tranquilos y hacer sus tareas sin apuro. Llegó la hora, la sensación del momento esta-ba en Pelizzoli, todos acariciaron, jugaron, saludaron y conocieron al cachorro de mes y medio que Julito tenía como mascota hacía un día.

A la semana siguiente, Pelizzoli fue llevado a la veteri-naria para sus respectivas vacunas, fue ahí donde Juli-to se enteró de una concurso para perros cachorros en la categoría “El mejor vestido”, el amo no dudó ningún segundo en participar en el torneo que se desarrollaría dentro de tres semanas en la Plaza de Armas de Tala-ra, por lo que más rápido que el apurado fue al Palacio Municipal para inscribir a su mascota. Lo hizo. Pero dejó escapar un detalle por el momento de emoción:

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Olvidó que tenías más cinco meses en esa ciudad y su papá siempre está propenso a ser cambiado de loca-lidad. Luego de obviar ese pequeño detalle, fue con muchas ganas de se le contó a su mamá, Nicole, que dentro de poco menos de un mes, Pelizzoli participaría en un concurso de mascotas organizado por el muni-cipio de Talara. “Chico, la próxima semana saldremos de viaje, nos mudado a Caraz. Tú papá ya arregló tu situación en el colegio”, le dijo Nicole a Julio, que lo único que hizo es irse a su cuarto a llorar desconsola-damente mientras abrazaba a su perro.

Sin querer pasó una semana, Julio no tuvo ni el tiem-po necesario para despedirse de sus compañeros y ya hora del largo viaje desde Talara hasta Caraz, en An-cash, con su mascota en brazos y la ficha de inscrip-ción para el concurso que nunca participó. El viaje se hizo largo por no decir aburrido, en aquella época aún

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se permitía viajar con mascotas. Julito ignoraba que Caraz era parte de la sierra de nuestro país y pasaría del calor sofocante de Talara al frío intenso de la ciu-dad ancashina, por lo que estaba obligado a cambiar de hábitos. Al llegar, fue todo nuevo para él, era la primera vez que llegó a la sierra peruana y se mostró raro, triste y desganado.

Al día siguiente, tenía que ir al colegio, pero acusando y justificado por el cansancio que le produjo el viaje tuvo el día libre, para salir a pasear con su perro por la nueva ciudad, y por la Plaza de Armas que esta-ba ubicada a dos cuadras del departamento donde se alojó junto con su familia, empezó a usar ropa es-pecífica para las bajas temperaturas nocturnas de la sierra, con su perro salió al parque un momento y no le pareció que hayan muchos niños de su edad a esa hora de la noche pero aunque no le gustaba el clima, deseó quedarse mucho tiempo ahí. Al amanecer tenía que ir, otra vez, a un nuevo colegio por eso volvió rá-pido a su casa para alistar sus cosas. Llegó a la escue-la recibido por la lluvia y con el reloj que marcaba las 7.30 am, fue el primero en llegar a su salón, porque él pensaba que así todos lo mirarían y el podía hacerlo a la vez con sus nuevos compañeros, caso contrario cuando lo presentan y hay tantos a quien mirar que se pierde la vista. Fue así que empezaron a llegar uno a uno sus nuevos compañeros de aula que sumaron treinta en total, no hubo nada extraño e incluso su nueva maestra invitó a Julito a pararse frente al sa-lón y presentarse. “Me llamo Julio Pérez, tengo doce años y una mascota. Viajo mucho y eso no me gus-ta”, comentó mientras se presentaba. La miss Leonor consultó si alguien tenía una consulta con Julito, en-tonces se paró Paul, el mayor de la clase porque por

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culpa de una enfermedad tuvo que dejar el colegio un año, para preguntar de dónde venía y si le gustaba la ciudad. Por lo que el “nuevo de la case” respondió que llegaba de Talara hace un día y no pudo pasear por Caraz, por eso no pudo dar su punto de vista. Esto provocó la curiosidad de los alumnos, puesto que ninguno conocía Talara, la clase se volvió casi un slam parlante en el cual Julito fue el personaje principal y el que llenó todos los números.

Esa fue la rutina de la primera clase en el nuevo co-legio, incluso en el recreo había jugado un partido de fulbito y en el que anotó tres goles, le caía bien a todo el mundo, ya tenía la amistad hecha para lo que restaba del año. Almorzó contento en casa y feliz, contándole a su madre el primer día de clase a mitad de año, además aseguró que la pasó mejor que en cualquier otra escuela de todas las que había estado y que después de hacer la tare pasearía a Pelizzoli por el parque, porque sus nuevos amigos no salen hasta muy tarde. Salió a la Plaza y se encontró con Paula, Paul, Rodolfo, Nicolás y Estrella, para pasear y conocer un poco la tranquila ciudad. Se conoció un poco más a sus nuevos amigos y los invitó a cenar a su casa, por lo que a todos les encantó la idea y acep-taron sin problema alguno. Lo primero que buscaron cuando entraron al departamento fue a Pelizzoli y en-cantó a todos.

Así terminó el año, conociendo a sus nuevos amigos y lo curioso fue que Julito preguntó en familia. “¿Vamos a viajar este año?”, sus padres se sorprendieron por-que nunca antes lo había hecho. Entonces, su papá decidió darle la noticia que Julito aceptaría sin pensar-lo dos veces. “Hijo, me han propuesto quedarme aquí

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dos años más y después de conversar con tu mamá decidí aceptar”, eso provocó la felicidad de Julito, que ya cambiaba de voz y experimentaba los cambios físi-cos de un púber de su edad. Así llegó al último día de clase, conociendo a casi todo el salón y con la tranqui-lidad que los vería en el mismo lugar el próximo año, en una etapa de su vida que se le haría costumbre salir a fiestas sin la compañía de sus padres. De esa manera se acabó el año y pasaron las fiestas, empezó el supuesto verano pero con las lluvias torrenciales

hizo vivir un invierno que Julio jamás había vivido. Cambió los helado por las tazas de mate de coca, los polos manga cero por las chompas con cuello “Jorge

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Chávez”, para afrontar y esquivar el ciudad.

Se aproximaba la primera fiesta del año, la de Paula, cumpliría 13 años y Julio ya mostraba un interés por una prima que la cumpleañero, que se llamaba Rosa y conoció cuando fue a la casa de su compañera de clase para hacer un trabajo grupal. Entonces la noche llegó y Julio asistió a la fiesta, se encontró con Paul, el mayor de la clases, para que le dé unos detalles y pautas de cómo acercarse a la chica, si bien Julio había viajado mucho no conocía una método efectivo para controlar su nerviosismo y entablar un conversa-ción interesante con la chica que le gustaba.

Ambos llegaron a la casa de Paula, saludaron a sus amigos de colegio y otros que estaban por ahí para ganar un poco de confianza. Además, bien conocía a Rosa nunca había conversado con ella directamente por ese temor a ser rechazado, por esa razón los ner-vios que se apoderaban de su ser, entonces decidió esperar un momento para que la fiesta transcurra y que le ayude a llenarse de fuerzas. Había un tiempo límite para él, tan sólo tenía permiso hasta las 2.00 am para festejar dicho cumpleaños.

En un instante, Rosa se acercó al grupo donde esta-ba Julio, guiada por Paula, esto causó la sorpresa de todos porque en todo el tiempo que conocían a Rosa, ella nunca había trabado ninguno del salón, aparte era de arequipeña y solo visitaba Caraz una vez al año. Eso hizo un amor imposible, casi platónico de Ju-lio hacia ella, pero el joven viajero recordó que podría llegar en alguno momento a la Ciudad Blanca por el trabajo de su padre.

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La fiesta transcurría con normalidad, cuando de pron-to Julio sorprendió a los asistentes al invitar a bailar a Rosa, lo raro fue que ella aceptara sin tantos trámites, aunque el hecho de integrar el grupo de los amigos de su prima ya era demasiado. Bailaron esa salsa de Pa-quito Guzmán, “25 rosas”. Se conocieron un poquito más de lo poco hasta el momento, por lo menos les sirvió para congeniar “alguito”.

Bailaron tanto y conversaron de muchas cosas que se le acabó el tiempo a Julio para permanecer en la reunión, miró su reloj y... ¡Vaya, es hora de partir!, exclamó.

Entonces fue el momento indicado para despedirse de sus amigos, también de Paula y Rosa, aunque con esta última fue más larga la despedida, porque Julio creyó que seguía frente a ella mientras estaba camino a su casa, pero hasta el momento tenía algo que sólo él había logrado: Bailar con Rosa y tener su núme-ro, o sea podía llamarla para conversar mientras ella estaba en su natal Arequipa y él en su momentánea cuidad.

Así pasó Julio los seis primeros en Caraz, una ciudad que no le encontró el gusto al principio pero después estuvo maravillado con la idea de quedarse a vivir por siempre en aquel lugar.

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El hombre que conversabacon los aviones

Guillermo Tavares

LA PARED NO ERA UNIFORME, el tiempo había terminado por vencerla. El calado de sus piezas, desde el suelo hasta el techo de eternís, iba una sobre otra como si se formaran a través de su continui-dad escaleras en formas de círculos. Alrededor de sus líneas, las hormigas formaban un pelotón imperturbable que seguía y seguía hasta cuando todo se llenó de perió-dicos viejos y sus siluetas se confundieron con fotogra-fías de la época. En principio, el hombre que vivió entre ellas, ya no es el mismo ahora, o no sé si aún existirá. Sin embargo, lo que esconden esas paredes es lo único que ha legado el hombre para la posteridad: una pared llena de moho y miles de textos y periódicos que rebalsa la puerta como una afronta.

De aquello, diez años.

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Esa madrugada, cuando miró y volvió la mirada hacia la esquina de la pared, no imaginó que otra vez le es-taría sucediendo lo mismo. El cabello cenizo, la barba roja y los pómulos rojizos estaban empapados de go-tas de grasa amarilla, como cuando aún le asustaba el sonido de los tambores en las madrugadas en la selva. Se sentó, tanteó con sus manos la oscuridad y rebuscó algunas revistas y papeles desordenados, avanzando con sus dedos, como si fueran sus ojos quienes les or-denaran detenerse en algún momento. Algunas hojas vola-ron. Él leía, a través de sus manos, a la vez en que sostenía el sillón de tres patas que le había servido de escritorio durante tantos años. Todas las imágenes volvían, retrospectivamente, como un espejo. Fecha, enero de 1995. Militares de las fuerzas armadas irían por un decreto de urgencia a la selva de nuestro país para defender su patria. Siguió moviendo las manos lle-nas de angustia, hasta encontrar lo que tanto buscaba. Aviones Antonov An-26 y An-32 llegan al Perú. Miró la imagen, descansadamente. Luego de varios minutos, fatigado por la oscuridad que no le permitía descifrar la imagen, la dobló en su bolsillo como una carta, era la enésima carta de la enésima vez que hacía lo mismo, y tantas veces había doblado los diarios y luego los había desechado en el suelo de su habitación que luego de unos años perdió totalmente el orden de sus papeles. Era extraño, al borde del absurdo desde la perspecti-va de él, que se levantara todas las noches, agarrara cualquier papel o diario extraviado entre el desorden, ideara que era lo que tanto estaba buscando, lo dobla-ra, con una rigurosidad postal, lo metiera en su bolsillo, se aburriera de él, para luego descartarlo: se encontra-ría haciendo lo mismo perpetuamente. Sin embargo, la idea de recoger, leer, esconder lo mismo –si es que

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sería la misma noticia– no lo aturdía, lo hacía dormir, al contrario, en paz, como cuando su abuelo lo esperaba en casa para decirle buenas noches cantándole.

–Así que ustedes son los limeñitos que han llegado de refuerzo –dijo el comandante. –Jorge Quiñones, suboficial de primera. Moisés San-tisteban, suboficial de segunda –dijeron ambos, levan-tando las manos a la altura de la sien. – ¡Carajo!, se ve que en Lima todavía tienen tiempo para cojudeces. Olvídese de los saludos, suboficiales. Aquí en Talara solo tendrán tiempo para levantar la mano cuando se limpien el culo –dijo el Comandante riéndose–. Aquí el cabo les indicará dónde podrán de-jar sus cosas. Hasta más tarde señores.

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–Por aquí –dijo el cabo–. Para cualquier consulta que tengan, dónde comprar tragos, cigarrillos, o don-de irse a meterse un buen polvo, me vienen a buscar nomás. Mi nombre es Julio. Jorge sacó de sus bolsillos una cajetilla de cigarrillos Inka. Prendió uno y empezó a fumar. Dónde había ido a parar, Ale-xandra. Aquí en Piura todo era distin-to. Hace pocas horas había bajado del avión pero ya empezaba a extrañarlo todo: Las risas y miradas de Zoe, los sonidos ahogados de Osito tratando de cuidar la casa, mamá, Magdalena, si tan solo pudieras estar aquí. –Mi suboficial, deje de divagar –dijo el cabo–. Ya llegamos. – ¡Carajo!, llevo un par de horas aquí y ya me quie-ro ir –dijo Jorge, mirando a Moisés–. Fue una cojudez aceptar este viaje. –Si hacemos las cosas bien, hasta nos podríamos ir a Rusia, Jorge –dijo Moisés–. No seas mariquita, hombre. Alexandra no te va a engañar. –No, si no es por eso. Alexandra sería incapaz de hacerme algo así. El problema soy yo, que desde bajé del avión no pienso otra cosa que tirarme a una piura-na. Ese di que usan para todo es demasiado sugeren-te. La tengo dura todo el tiempo. –Yo conozco unas amigas que podrían solucionar su pro-blema, suboficial –dijo el cabo–. Son re cariñosas, les basta con un par de moneditas. –Gracias, cabo, ya puede retirarse –dijo Moisés, tratando de no sonar despectivo–. Cualquier favor, lo mandamos a buscar. –Sí, mi suboficial –dijo el cabo. Los miró fijamen-te; como si tuviera el presagio de ser el victimario de lo que le sucedería a esos dos hombres en un par de horas. Sin embargo, como no encontró respuesta

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en sus rostros, se dirigió de nuevo a ellos: Una última petición, mi suboficial, mañana no se olvidé de comen-tarme cómo estuvo la bienvenida. Hasta mañana.

Lo primero que hizo su abuelo, cuando él regresó de su examen en la escuela, no fue preguntarle cuánto había sacado en su prueba, o si había ingresado, o qué pro-fesión había elegido. No. El abuelo no sabía nada por esos años, había perdido la visión, carraspeaba todo el día, vivía desconectado del tiempo, en dos ideas: su vida era una oscuridad eterna de la misma mane-ra que su mente vivía en un páramo lejano. Apenas lograba divagar algunas frases inconexas cuando le molestaba algo. Luego, toda la tarde, recostado en su sillón aterciopelado, escuchando a Gardel, se quedaba dormido, para despertarse y volver a dormirse en su cama, como una rutina constante. Era una extrañeza para Jorge, cuando lo vio y se percató que él sabía quién había entrado a la casa en el momento cuan-do él cruzaba la sala. Además, si todos hablaban que Jorge iba a ingresar a la FAP, el abuelo era la persona menos indicada para darle la bienvenida. Sin embargo, los ojos de escleróticas totales, lo miraron como si en realidad supiera dónde se encontraba en ese momen-to, lo señaló, y le dijo:

–Mercedes, tráeme el pisco, esto hay que celebrarlo. Mi nieto es el único que entiende a su abuelo. Si así hu-bieran sido mis hijos, las fuerzas armadas serían otra cosa, ¡carajo!

A los años, el abuelo murió. Sin embargo, Jorge intentó por todas las singularidades del destino, cumplir con lo que su abuelo quería: que su nieto se convirtiera

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en aviador. Los primeros años fueron difíciles, llenos de pobreza, de soledad, de figuritas pegadas en las paredes, de pollos robados tirados en la basura a la hora del almuerzo, de viajes por Piura, Tacna, Iquitos, Ayacucho, Junín, Ilo, Trujillo, San Martín, de cadenas y documentos que no cargaba con él cuando Sendero detenía los buses, de atentados, de balas que traspa-saban los brazos cuando limpiaban los fusiles en los camerinos, de meses internado con la compañía de sus manos, de la muerte de papá, del terremoto de Yungay, de las barriadas tristes donde caminaba para conocer a Alexandra. La muerte de Zoe. Los alaridos. ¿En qué pensaba César Moro cuando decía Lima la horrible?

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Cuentos para un lector sin nombre

Editorial Círculo Literario

Antología de cuentos

La antología “Cuentos para un lector sin nombre” no solo es un intento fallido de provocación comercial, que lamentablemente las casas editoriales desde hace ya unas décadas utilizan siempre como táctica para ven-der, sino, también, un intento a través de su narrativa de desmitificar la idea del poeta o escritor que nunca escribe para alguien, que se encierra hérmeticamente lejos del mundo, y su obra le pertenece solo a él mismo y a su mundo, haciendo alusión a una necesidad exis-tencial de poner la pluma en una hoja para no morir.

–No, si no es por eso. Alexandra sería incapaz de hacerme algo así. El problema soy yo, que desde bajé del avión no pienso otra cosa que tirarme a una piurana. Ese di que usan para todo es demasiado su-gerente. La tengo dura todo el tiempo.

El hombre que conversaba con los aviones

Inmensamente sorprendido y a la vez, un poco alar-mado, de que en un futuro no muy lejano llegara a suceder lo que la señora Camila contó, el señor Au-reliano continuo con sus faenas diarias de atención cordial en su tienda, aunque el sueño que describió la señora Camila, le venía dando vueltas la cabeza...

Deborde exagerado