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CUERPO Y MODERNIDAD Por Analía Negishi La lección de anatomía, de Rembrant, el testimonio de un creciente interés por el cuerpo en la modernidad. En la forma como una cultura construye su noción de cuerpo, se cifra una forma simbólica esencial de entender la realidad. En la modernidad, el cuerpo es construido desde diversos niveles. En la Edad Media y el Renacimiento, lo corporal se relaciona

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CUERPO Y MODERNIDAD

Por Analía Negishi 

La lección de anatomía, de Rembrant, el testimonio de un creciente interés por el cuerpo en la modernidad.

 

    En la forma como una cultura construye su noción de cuerpo, se cifra una

forma simbólica esencial de entender la realidad. En la modernidad, el cuerpo

es construido desde diversos niveles. En la Edad Media y el Renacimiento, lo

corporal se relaciona fuertemente con las festividades populares, y las culturas

rurales, y una noción de un cuerpo que se identifica con la naturaleza. Pero

luego, surge otra forma de la corporalidad relacionada con su reducción a

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objeto de investigación (Vesalio), a un opuesto de la mente (Descartes), o un

instancia construida y controlada por fuerzas panópticas (Foucault). En el

texto que sigue a continuación, realizado por Analía Negishi  como parte de

sus estudios en la Universidad de Buenos Aires, el cuerpo es explorado desde

estas significaciones esenciales. Un análisis que estimula la reflexión sobre

parte de los complejos sentidos del cuerpo en la historia moderna. 

 E.I

 

CUERPO Y MODERNIDAD

Por Analía Negishi 

Introducción

· "Cuerpo supernumerario al que el hombre le debe la precariedad y al que

quiere volver impermeable a la vejez o a la muerte, al sufrimiento o a la

enfermedad" (David Le Breton)

   Con el transcurrir de los siglos, las representaciones simbólicas que el

hombre se hace de sí mismo, de los demás y del universo que lo rodea, han

ido cambiando con el acontecer de diversos sucesos sociales, económicos y

políticos. Diferentes personajes, diferentes concepciones en distintos

momentos de la Historia han alimentado una gruesa reserva de teorías,

corrientes y escuelas que nos permiten diferenciar aquéllas y (tratar de)

entender nuestro presente. 

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Y como para aprehender el momento presente uno debe necesariamente

remontarse al pasado, este trabajo tiene la intención de recorrer la etapa que

algunos pensadores de Europa Occidental titularon "Modernidad", pero

haciendo hincapié en una faceta del simbolismo, aquella inquietud que se

plantea: ¿Cómo ve el hombre al hombre? ¿Qué es lo que influye en su

percepción de sí mismo? ¿Cómo construye él las representaciones de él

mismo? O, en pocas palabras, ¿Cómo se pensó el cuerpo en la Modernidad? 

Para llevar a cabo esta tarea, pretendo realizar una sucesión de las ideas

imperantes en dos momentos diferentes de la Historia, tratando de no caer en

una cronología lineal y monótona: La Edad Media y la Modernidad. Frente a

la extensión que ocuparía analizar estas épocas en los distintos puntos del

planeta, y a riesgo de acotar demasiado el trabajo presente, sólo tomaré en

cuenta a Europa Occidental, como eje y epicentro de las ideas y corrientes

aquí tratadas.

La Edad Media y el Renacimiento

Se conoce como Edad Media a la etapa de la historia europea comprendida,

aproximadamente, entre la caída del Imperio Romano de occidente y el

advenimiento de la edad moderna, con el desarrollo del capitalismo, el

florecimiento de la cultura renacentista y los descubrimientos geográficos. La

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civilización medieval fue, principalmente, la síntesis de tres elementos: La

herencia de la antigüedad grecolatina, la aportación de los pueblos germánicos

y la religión cristiana

En el 476 DC, con la caída del Imperio Romano, el Cristianismo se convierte

en la religión oficial de los diferentes reinos (bárbaros, godos, francos, etc.)

Los Hunos, quienes adquirían cada vez más poder a medida que avanzaban

sobre el Imperio, fueron frenados por un Godo, cuyo destino fatal fue signado

por el recelo del Emperador. Las chances de que Atila se retirara mermaban,

cuando la última carta fue jugada: enviar a un sacerdote cristiano con el fin de

intimidar a los Hunos. La diferencias entre las religiones de unos y otros,

como la invisibilidad del Dios cristiano, generaba temor, así como el lenguaje

y la capacidad de leer, escribir y realizar actividades burocráticas de los

sacerdotes. 

Poco a poco todos los pueblos se fueron convirtiendo al Cristianismo, por lo

que la cultura medieval de occidente está signada por el teocentrismo. La

verdad procede, entonces, de Dios, siendo la Iglesia católica la mediadora

entre el Reino de los Cielos y el Reino de la Tierra, lo que determina la

manera en que el sujeto se autoconoce. 

La iglesia fue la depositaria en occidente de la supremacía universal cuando

desapareció el poder del imperio; el papa fue reconocido como la autoridad

máxima a la que debían someterse los poderes temporales. De este modo, la

jerarquía eclesiástica de Roma se constituyó en el factor aglutinante de las

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monarquías occidentales. 

La cultura, el arte, la ciencia y las letras fueron patrimonio eclesiástico. En los

monasterios, los monjes realizaron un esforzado trabajo de recopilación de los

textos clásicos y de los escritos teológicos de los padres de la iglesia. 

Es San Agustín quien diferencia al hombre anterior a la caída y el hombre

medieval. Aurelio Agustín nace en Tagaste, Numindia en el año 345, estudió

muy joven en Yagaste, en Madavo y luego en Cartago, a los 17 años. Más

tarde en Cartago enseña retórica y elocuencia, se dedica a la astrología y a la

filosofía. Luego marcha a Roma, y de aquí a Milán donde encuentra al gran

obispo San Ambrosio, a quien escucha asiduamente y que contribuyó tanto a

su conversión en el año 386.

La diferencia crucial entre el hombre anterior a la caída y el hombre medieval

es que el hombre anterior a la caída es una criatura "concupiscente y mortal",

pero a la que Dios ha hecho don de la gracia, que es un "don sobreañadido"

(donum superadditum). Este don no forma parte de la naturaleza humana en

tanto que tal, y depende del acto mismo del Creador. Le permitiría escapar del

pecado y de la muerte. El pecado de Adán le retiró ese don de la gracia, y se

convirtió en lo que era por naturaleza, es decir, en "concupiscente y mortal".

Más aún, la culpabilidad se extendería a toda su descendencia, y todos

compartirían su falta, ya que habrían pecado en él. El hombre habría pues

cometido un pecado original alzándose contra el orden establecido por Dios,

un acto, una falta: "peccatum actuale". Este pecado se habría hecho hereditario

y se convertiría en un estado: "peccatum habituale", el de la esclavitud del

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hombre con respecto a la concupiscencia y la muerte. Se pasa de la eternidad

al tiempo. El hombre está destinado a la muerte, porque el hombre ya no es el

verdadero hombre (el anterior a la caída). Entonces, para que el hombre

medieval tenga salvación necesita de la Gracia, necesita de la Divinidad. Esa

relación vital entre el hombre y la Divinidad no cambia sino hasta el

Renacimiento. 

El Renacimiento significó un movimiento cultural de los siglos XV y XVI,

iniciado en Italia y propagado por Europa, que terminó dando nombre a un

período de la civilización occidental caracterizado por la vuelta a la

antigüedad clásica como reacción contra la mentalidad teológica medieval. 

En cuanto a las características generales de dicho período podemos citar la

desvinculación del arte del monopolio cultura de la iglesia. También en este

período el arte se inspira en el legado artístico grecorromano de "renacer" y

las obras toman como referencia al ser humano. El canon de belleza se ajusta

a la belleza humana.

· "En el pasado (…) estaba mezclado a un gran río, nunca estaba separado,

con una vida propia; pero me miré a un espejo y decidí ser libre. La única

ventaja de esta libertad fue descubrir que tenía un cuerpo y que, durante

determinada cantidad de años, debía alimentar y vestir ese cuerpo. Y luego,

todo habrá acabado." 

(V. S. Naipul)

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Las representaciones del cuerpo y los saberes acerca del mismo no pueden

desligarse de un contexto, de un estado social determinado, de una visión del

mundo y, dentro de ésta última, de una definición de la persona. El cuerpo,

sostiene David Le Breton, "es una construcción simbólica, no una realidad en

sí misma" En Occidente la concepción del cuerpo está ligada a la posesión, no

a la identidad, al ser. "Mi cuerpo", que nació de la emergencia y el desarrollo

del individualismo en las sociedades occidentales en el Renacimiento,

convierte al cuerpo en el envase del sujeto, el lugar de sus límites y de su

libertad. 

Le Breton realiza una comparación para poder diferenciar otro tipo de

concepción del cuerpo, para lo cual debemos, al menos momentáneamente,

librarnos de la concepción moderna y occidental que nos acorrala. Para los

conacos el cuerpo participa por completo de una naturaleza que, al mismo

tiempo, lo asimila y lo cubre. El vínculo que existe entre el cuerpo y lo natural

no es metafórico, sino una "identidad de sustancia" , ese vínculo es solidario.

Cada sujeto existe solamente por su relación con los demás, el hombre es sólo

un reflejo, obtiene se existencia a partir de su relación con los demás. La

noción individual occidental de persona como unidad, no existe entre los

conacos. Por lo tanto, el cuerpo, como nosotros lo entendemos, tampoco

existe. El cuerpo no es una frontera, no limita la libertad, sino que es un

elemento imposible de separar de un conjunto simbólico. 

· "El cuerpo grotesco no tiene una demarcación respecto del mundo, no está

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encerrado, terminado, ni listo, sino que se excede a sí mismo, atraviesa sus

propios límites. El acento está puesto en las partes del cuerpo en que éste está,

o bien abierto al mundo exterior, o bien en el mundo, es decir, en los orificios,

en las protuberancias, en todas las ramificaciones y excrecencias: bocas

abiertas, órganos genitales, senos, falos, vientres, narices." (Mijail Bajtín) 

Volviendo a la Edad Media, podemos tomar como punto de partida para

nuestro análisis, aunque no lo sea en la historia universal, el Siglo XV y la

fiesta popular medieval. En el Carnaval, en el fervor de la calle y de la plaza

pública es imposible apartarse, cada hombre participa de la efusión colectiva,

de la barahúnda confusa que se burla de los usos y de las cosas de la religión.

El Carnaval como un Intervallum mundi, una apertura de un tiempo diferente

en el tiempo de los hombres y de las sociedades en las que se vive. Los

principios más sagrados no se toman enserio, las risas y las parodias estallan

por todos los lugares, la burla es constante. El Carnaval tiene como regla la

trasgresión, lleva a los hombres a una liberación de las pulsiones

habitualmente reprimidas. 

Por el contrario, las fiestas oficiales instituidas por las capas sociales altas

están basadas en la separación, jerarquizan a los sujetos, consagran los valores

religiosos y sociales y, de este modo, afirman el germen de la

individualización de los hombres. La retirada progresiva de la risa y de las

tradiciones en la plaza pública marca la llegada del cuerpo moderno como

instancia separada, como marca de distinción entre un hombre y otro. El

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carnaval absuelve y confunde; la fiesta oficial fija y distingue. El cuerpo

medieval no se distingue del hombre, como sucederá con el cuerpo en la

modernidad, entendido como factor de individuación. 

Estas fiestas de las altas capas de la sociedad o la Iglesia, no alteraban el orden

existente, la fiesta oficial mira hacia atrás, hacia el pasado; tendían a consagrar

la estabilidad, la inmutabilidad y la perennidad de las reglas que regían el

mundo: jerarquías, valores, normas y tabúes religiosos, políticos y morales

corrientes. El carnaval, en cambio, creaba una "segunda vida" era el triunfo de

una especie de liberación transitoria, más allá de la órbita de la concepción

dominante, la abolición provisional de las relaciones jerárquicas, privilegios,

reglas y tabúes. Se oponía a toda perpetuación, a todo perfeccionamiento y

reglamentación, apuntaba a un porvenir aún incompleto.

"El cuerpo humano es, en las tradiciones populares, el vector de una inclusión,

no el motivo de una exclusión (en el sentido en que el cuerpo va a definir al

individuo y separarlo de los otros, pero también del mundo); es el que vincula

al hombre con todas las energías visibles e invisibles que recorren el mundo." 

· "Oh, tu, que te libras a especulaciones sobre esta máquina nuestra, no te

entristezcas porque la conoces a causa de la muerte de otra persona; alégrate,

en cambio, de que nuestro creador le haya proporcionado al intelecto tan

excelente instrumento." (Leonardo da Vinci)

El origen de la aparición del individuo en una escala social significativa puede

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encontrarse en el mosaico italiano del Trecento o del Quattrocento en el que el

comercio y los bancos comienzan a jugar un papel económico y social muy

importante. El comerciante es el prototipo del individuo moderno: el hombre

cuyas ambiciones superan los marcos establecidos, el hombre cosmopolita por

excelencia, que convierte al interés personal en el móvil de las acciones, aún

en detrimento del "bien general". Este hombre nuevo ya no está regido por la

preocupación por la comunidad y por el respeto por las tradiciones. Esta

nueva visión de sí mismo y del mundo, que le proporciona al hombre un

margen de acción casi ilimitado, sólo alcanza, por su puesto, a una fracción de

la colectividad. Esencialmente, a los hombres de la ciudad, a los comerciantes

y a los banqueros. 

Esta individualización que opera en el Renacimiento es todavía más clara en

el arte, en el artista. El sentimiento de pertenecer al mundo y no sólo a la

comunidad de origen se intensifica por la situación de exilio en la que se

encuentran miles de hombres a causa de los vaivenes políticos o económicos

de los diferentes Estados. Pero lejos de abandonarse a la tristeza, estos

hombres alejados de las ciudades natales, de sus familias, desarrollan un

nuevo sentimiento de pertenencia a un mundo cada vez más grande. La única

frontera admitida por estos hombres del Renacimiento es la del mundo. 

En la Alta Edad Media sólo los altos eclesiásticos de la Iglesia o personajes

importantes del Reino dejaban retratos de sus personas, aunque siempre

protegidos de los maleficios por la aprobación religiosa de las escenas en que

figuraban rodeados por personajes celestiales. 

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Ya en el Siglo XV, el retrato individual sin ninguna referencia religiosa se

afianzaba en la pintura, tanto en Florencia como en Venecia, en Flandes o en

Alemania. Se vuelve un cuadro en sí mismo, soporte de una memoria, de una

celebración personal sin ninguna otra justificación. La preocupación por el

retrato y, por lo tanto, esencialmente, por el rostro, tendrá cada vez más

importancia con el correr de los siglos. El retrato individual se convierte en

una de las primeras fuentes de inspiración de la pintura, cambiando en algunos

decenios aquella tendencia establecida de no representar la persona humana,

salvo en una representación religiosa. Por lo tanto, ya no se necesita de la

religión para poder pintar un retrato. 

Otro rasgo revelador es la aparición de la firma en las obras de los pintores.

Los creadores de la Edad Media permanecían en el anonimato, justamente

porque eran parte de la comunidad de los hombres, como sucedió, por ejemplo

con los constructores de las grandes catedrales. Los artistas del Renacimiento,

por el contrario, le imprimen su sello personal a las obras. El artista deja de

ser la ola de superficie llevada por la espiritualidad de las masas, el artesano

anónimo de los grandes objetivos colectivos, para convertirse en un creador

autónomo. La noción de artista está cargada de un valor social que la distingue

del resto de las personas. 

Ese individualismo hace que el sujeto deje de ser el miembro de la comunidad

para volverse un cuerpo para él solo. Y todo esto es lo que lleva al desarrollo

de un arte centrado directamente en la persona y provoca un refinamiento en

la representación de los rasgos, una preocupación por la singularidad del

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sujeto, ignorada socialmente en los siglos anteriores. 

· "(Los anatomistas) abren quizás, el camino para otros descubrimientos, al

fisurar, junto a las fronteras del cuerpo, las del mundo terrestre y las del

macrocosmos" (Marie-Christine Pouchelle)

Con el nuevo sentimiento de ser un individuo, de ser él mismo, antes de ser

miembro de una comunidad, el cuerpo se convierte en la frontera precisa que

marca la diferencia entre un hombre y otro. La estructuración individualista

progresa lentamente en el universo de las prácticas y de las mentalidades del

Renacimiento. Limitado en primer término a ciertas capas de sociedad

privilegiadas, a ciertas zonas, a ciudades sobre zonas rurales, el individuo se

diferencia de sus semejantes. 

Al mismo tiempo, el retroceso y abandono de la visión teológica que antes

mencionamos, conduce al hombre a considerar al mundo que lo rodea como

una forma pura, indiferente, una forma vacía que sólo la mano del hombre, a

partir de este momento, puede moldear. 

Junto con esta nueva visión del cuerpo humano surge el saber anatómico en la

Italia del Quattrocento, principalmente en las Universidades de Papua,

Florencia y Venecia. A partir de las primeras disecciones oficiales, a

comienzos del siglo XV y, luego, con trivialización de la práctica en los siglos

XVI y XVII, se produce uno de los momentos claves del individualismo

occidental: antes el cuerpo no era la singularización del sujeto al que le

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prestaba rostro. El hombre, inseparable del cuerpo, no estaba sometido a la

singular paradoja de poseer un cuerpo. La incisión de un utensilio en el cuerpo

humano en la Edad Media se consideraba una violación al ser humano. Ahora,

con los anatomistas nace una diferenciación implícita dentro de la episteme

occidental entre el hombre y su cuerpo. Allí se encuentra el origen del

dualismo contemporáneo que comprende al cuerpo aisladamente, en una

especie de indiferencia respecto del hombre al que le presta rostro. El cuerpo,

al contrario de la Edad Media, se asocia al poseer y no al ser. 

Las primeras disecciones practicadas por los anatomistas con el fin de obtener

información y conocimiento muestran un campo importante en la historia de

las mentalidades occidentales. El cuerpo adquiere peso; disociado del hombre,

se convierte en un objeto de estudio como realidad autónoma. Estas primeras

disecciones oficiales se produjeron en las universidades, como dijimos, de

Italia. Ya en el siglo XIV comienzan a producirse bajo el control de la Iglesia,

que cuida las autorizaciones que otorga. Por eso la solemnidad de estas

primeras disecciones: lentas ceremonias que abarcan días, realizadas con fines

pedagógicos para un público reducido a pocas profesiones. 

Pero los caminos de la anatomía moderna fueron abiertos por dos hombres:

Leonardo da Vinci (1452-1519) y Vesalio (1514-1564). Leonardo realiza una

treintena de disecciones, dejando notas y fichas sobre la anatomía humana.

Pero los manuscritos de Leonardo sólo tienen una pequeña influencia en su

época y luego permanecen prácticamente en secreto por mucho tiempo. 

Vesalio nación en Bruselas en 1514. La casa de sus padres no estaba lejos de

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los lugares en los que se producían las ejecuciones capitales. Las primeras

observaciones de Vesalio sobre la anatomía humana se originan en esa mirada

alejada que olvida, metodológicamente, al hombre, para considerar tan sólo su

cuerpo. 

El hombre de Vesalio, diferente a Leonardo, anuncia el nacimiento de un

concepto moderno. El del cuerpo, aunque, en ciertos aspectos, sigue

dependiendo de la concepción anterior de hombre como microcosmos. Al

cortar la carne, al aislar el cuerpo, al diferenciarlo del hombre, se distancia

también de la tradición de otra época. Pero se mantiene, aún, en los límites del

individualismo y en un universo precopernicano.

En 1953 aparece en De humani corporis fabrica de Vesalio, tratado de 700

páginas. A manera de corte con aquél pasado religioso, la portada muestra a

Vesalio que procede a la intervención de un cadáver. Sostiene, en otro

grabado, el brazo de una figura desollada y al costado tiene una pluma y un

papel para anotar el detalle de su observación. La aparición de este tratado es

explícita sobre los obstáculos mentales que hay que superar todavía para que

el cuerpo sea visto como definitivamente distinto del hombre. 

El cuerpo no es, para Vesalio, más que el cuerpo. Vesalio abre el camino pero

se queda en el umbral. Ilustra la práctica y la representación anatómica en un

período en el que quien osaba a realizar una disección no estaba totalmente

liberado de sus antiguas representaciones, arraigadas no sólo en la conciencia

sino, sobre todo, en el inconsciente cultural del investigador, donde mantienen

durante mucho tiempo su influencia. 

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Entre los siglos XVI y XVIII nace el hombre de la modernidad: un hombre

separado de sí mismo (en este caso bajo los auspicios de la división ontológica

entre el cuerpo y el hombre), de los otros y del cosmos. Es en esos siglos,

principalmente a partir del emprendimiento de los anatomistas, que el saber

del cuerpo se convierte en el patrimonio más o menos oficial de un grupo de

especialistas protegido por las condiciones de racionalidad de su discurso. La

cultura erudita que se desarrolla en el siglo XVII sólo alcanza a una minoría

de la población europea, pero es una cultura que provoca acciones.

Transforma, poco a poco, los marcos sociales y culturales. 

Modernidad

A grandes rasgos, el período que conocemos con el nombre de Modernidad se

hace conciente en las cabezas de los pensadores europeos entre los siglos

XVII y XVIII, por lo tanto entendemos a la Modernidad como una particular

condición de la historia, donde se dividirá al mundo entre "lo antiguo" y "lo

moderno". La Modernidad tiene como elemento esencial un proceso de nueva

comprensión de lo real, del sujeto y las cosas, del yo y la naturaleza, de las

formas de conocer la naturaleza. 

"Lo que produce básicamente esta modernización cultural acelerada de la

historia es la caída, el quiebre del una vieja representación del mundo regida

básicamente por lo religioso". Por eso, la Modernidad va cambiando todas las

ideas que se formaron en torno a lo teológico, por, básicamente, la razón.

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Estamos ante una desacralización del mundo, lo sagrado ya no basta para

representarnos el mundo y a nosotros mismos, ni lo mítico; en cambio, vamos

hacia una representación racionalizadota, en base a una razón científico-

técnica. 

Es el siglo XVIII, el llamado Siglo de las Luces el que concluye de

sistematizar el principal pensamiento que hace a los grandes paradigmas

modernos, los cuales, hoy en día, están absolutamente naturalizados en

nosotros mismos. El proyecto se lleva adelante por hombres que se nutren de

la lectura de este pensamiento moderno, que tienen un fuerte carácter de

universalidad. El objetivo es que todo lo que ellos elaboran, valga para todo el

mundo y para todos los tiempos. 

"Para Habermas (…) la Modernidad es ese proceso de racionalización

histórica que se da en Occidente, que conjuga y consuma el desencantamiento

del mundo instituido por las imágenes religiosas, míticas y sagradas" Por lo

tanto, estos saberes que guían a estos hombres ilustrados ya no tienen que ver

con el dogma, la religión o superstición, sino pura y exclusivamente con la

razón científica. Es en esa razón científica, según algunos autores, que se

encuentra la verdad. 

· "Seguimos teniendo (…) las mismas viejas dificultades que tuvieron

nuestros ancestros para reprimir, silenciar y sublimar la 'naturaleza en

nosotros' (…) Una de las promesas más destacadas de esta larga lista (de la

Modernidad), promesa que nunca se ha cumplido, es la liberación del

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Cuerpo." (Agnes Heller)

El cuerpo de la modernidad deja de privilegiar la boca, órgano de la avidez,

del contacto con los otros por medio del habla, del grito o del canto. Los ojos,

en cambio, son los órganos que se benefician con la influencia creciente de la

"cultura erudita". La mirada adquiere cada vez más importancia, como sentido

de la distancia, se convirtió entonces, en el sentido clave de la modernidad. 

Como vemos, la geografía del rostro se transforma. Hay que tener en cuenta

que el rostro es la parte del cuerpo más individualizada, más singular. El

rostro es la marca de una persona, de ahí su uso social en una sociedad en la

que el individuo comienza a afirmarse cada vez más.

En el siglo XVII, con el advenimiento de la filosofía mecanicista, como

vimos, Europa occidental pierde su fundamento religioso. La reflexión sobre

la naturaleza que realizan los filósofos o los sabios se libera de la autoridad de

la Iglesia para situarse a la altura del hombre. 

La astronomía y la física de Galileo se escriben con fórmulas matemáticas;

son abstractas, refutan los datos provenientes de los sentidos. Son, también,

absolutamente extrañas a las convicciones religiosas, ya que reducen el

espacio de la Revelación, relativizan el lugar del Dios creador. 

La importancia ahora es convertirse en dueños y poseedores de la naturaleza.

La continuidad entre el hombre y la naturaleza, la comunidad entre ambos son

denunciados, pero siempre en el sentido de la subordinación de la segunda al

primero. Con la llegada del pensamiento mecanicista desaparecen los himnos

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sobre la naturaleza, que aparecían en la mayoría de los pensadores de las

épocas anteriores. La consagración del modelo matemático para la

comprensión de los datos de la naturaleza malogra durante mucho tiempo el

sentimiento poético vinculado con ésta. En nombre del dominio se rompe la

alianza. El mundo deja de ser un universo de valores, para convertirse en un

universo de hechos. No hay misterios que la razón no pueda descifrar. 

Sin embargo, hay que aclarar que la inmensa mayoría de los hombres siguen

utilizando, en este momento, el mismo marco de pensamiento precopernicano,

aunque en sus existencias comiencen a repercutir los efectos de este nuevo

pensamiento racionalista. 

· "No creo de ningún modo (…) que uno deba abstenerse de tener pasiones,

basta con que se sujeten a la razón (René Descartes)."

La axiología cartesiana eleva al pensamiento, al mismo tiempo que denigra el

cuerpo. En ese sentido, esa filosofía es un eco del acto anatómico, distingue en

el hombre entre alma y cuerpo y le otorga a la primera el único privilegio del

valor. La afirmación del cogito como toma de conciencia del individuo está

basada en la depreciación del cuerpo y denota la creciente autonomía de los

sujetos pertenecientes a ciertos grupos sociales respecto de los valores

tradicionales que los vinculaban solidariamente con el universo y con los otros

hombres. Así, Descartes se plantea como un individuo, un individuo que

prima sobre el grupo. Y al cuerpo como el límite entre todos los hombres. El

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mejor ejemplo de podemos argüir de lo anterior es su duda metódica

(Discurso del método). 

Pero además de todo esto, Descartes es un hombre errante por Europa, que

elige permanentemente el exilio o al menos el exilio interno, por medio de la

disciplina de la duda metódica y al que el propio cuerpo no puede no

aparecérsele como una realidad ambigua. Es propio de él buscar y pronunciar

las fórmulas que distinguen al cuerpo del hombre, dándole al primero la

categoría de accesorio. 

La dimensión corporal del hombre recoge toda la carga de decepción y

desvalorización; por el contrario, como si fuese necesario que el hombre

mantenga una parte divina, a pesar del desencantamiento del mundo, el alma

permanece bajo la tutela de Dios. El cuerpo molesta al hombre; el cuerpo tiene

una desventaja, ya que lo racional no es una categoría del cuerpo, sino del

alma. Por lo tanto, al no ser instrumento de la razón, el cuerpo está condenado

a la insignificancia. Para Descartes el pensamiento es totalmente

independiente del cuerpo y está basado en Dios. "Nunca podrá hacer (el Genio

Maligno) que yo no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo. De

manera que, tras pensarlo bien y examinarlo todo cuidadosamente, resulta que

es preciso concluir y dar como cosa cierta que esta proposición: yo soy, yo

existo, es necesariamente verdadera, cuantas veces la pronuncio o la concibo

en mi espíritu." 

El dualismo cartesiano prolonga el dualismo de Vesalio. Tanto en uno como

en el otro, se manifiesta una preocupación del cuerpo descentrado del sujeto al

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que se presta su consistencia y rostro. 

Dice Descartes en su Sexta Meditación: "Y aunque posiblemente (o, más bien,

ciertamente…) tenga un cuerpo al que estoy estrechamente unido, sin

embargo, como por un lado tengo una idea clara y distinta de mí mismo, en

tanto sólo soy una cosa que piensa y no extensa, y por otro, tengo una

identidad distinta del cuerpo, en tanto es sólo una cosa extensa y que no

piensa, es cierto que soy, es decir mi alma, por la que soy lo que soy, es entera

y verdaderamente distinta de mi cuerpo y puede ser o existir sin él." 

Para afirmar todavía más su posición, Descartes desarrolla la idea de que si

tomamos un miembro del cuerpo, como por ejemplo una mano, ésta es una

sustancia incompleta sólo si se la vincula con el cuerpo, pero en sí misma es

considerada como una sustancia completa. Por eso "el alma y el cuerpo son

sustancias incompletas cuando se las relacionan con el hombre que componen,

pero, separadamente, son sustancias completas." 

Lugar del gozo o del desprecio, el cuerpo es, en esta visión del mundo,

percibido como algo distinto del hombre. El dualismo contemporáneo

distingue al hombre de su cuerpo.

Conclusiones

En el presente trabajo intenté hacer un fugaz recorrido por dos períodos

importantes de la historia del pensamiento Occidental y su visión del cuerpo

humano, ya sea como factor de integración a una comunidad (Edad Media), ya

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sea como un límite, como un "factor de individualización" (Durkheim) que

envuelve a toda la Modernidad. 

En un primer momento, el cuerpo no pertenece al sujeto, a su singularidad,

sino que está inserto dentro de una comunidad. Y es por eso que el cuerpo no

puede verse como una unidad, como separado del resto de los individuos. El

cuerpo no ocupa un lugar específico ni en el mundo, ni en la cabeza de los

hombres. El ser y el cuerpo son una misma cosa. Dimos como principal

ejemplo de este momento el Carnaval Medieval, donde los cuerpos,

ilustrativamente, se rozan, se tocan, formando una totalidad que representa la

idea del cuerpo como integración y no como separación. 

Se podría decir que el momento de transición entre ambos momentos es el

Renacimiento y su concepción individualista. Poco a poco las ideas religiosas

dogmáticas van nublándose en la razón del hombre que se hace cada vez más

visible. Es en el Renacimiento que los artistas, como más acabado ejemplo de

lo que venimos diciendo, comienzan a firmar sus obras, ya como autores

individuales. Más tarde, con el anatomismo, con fines puramente educativos,

la razón científica sigue amenazando con el fin de las creencias que hasta hace

poco tiempo imperaba en la sociedad. 

Finalmente con la Modernidad ya instalada en todos los campos, y teniendo a

Descartes como principal representante de dicha época, el cuerpo aparece

siendo la parte menos importante de la dualidad cuerpo-alma. Es el alma, para

Descartes, en donde se encuentra el pensamiento, y por lo tanto, es el cuerpo

el que no es absolutamente necesario para la existencia humana. "Pienso,

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luego existo".

Es interesante, entonces, y a partir de todo lo leído, tratar re-pensar al cuerpo

hoy. La intimidad se vuelve un valor clave en la Modernidad, incluye la

búsqueda de sensaciones nuevas, del bienestar corporal y la explotación de

uno mismo; exige el contacto con los otros, pero con mesura y de manera

controlada. 

Podemos pensar que aquélla dualidad planteada por Descartes se invierte hoy

en día; en lugar de ser el signo de la caída, se convierte en una tabla de

salvación. Se trata de un dualismo propio del individualismo occidental. La

sensibilidad mas narcisista del individualismo contemporáneo modificó los

términos de la relación dualista del cuerpo y el alma. La cantidad de

tratamientos de belleza, prevención de la caída del cabello, los innumerables

métodos para mejorar el físico y miles de ejemplos más muestran que el

hombre contemporáneo invirtió al 100% la dualidad cartesiana: es el físico lo

que impera hoy sobre el pensamiento. (*)

(*) Fuente: Analía Negishi, "Cuerpo y modernidad", trabajo realizado en el

contexto de la materia Principales corrientes del pensamiento contemporáneo

de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos

Aires, en 2005.

Bibliografía: 

Page 23: CUERPO Y MODERNIDAD.doc

· Casullo, Nicolás; Forster, Ricardo; Kaufman, Alejandro, Itinerarios de la

Modernidad, Buenos Aires, Eudeba, 1999

· Foucault, Michel, La Hermeneútica del Sujeto, México, Fondo de Cultura

Económica, 2002.

· Haberlas, Jurgen, Modernidad: un proyecto incompleto en El debate

modernidad-posmodernidad, Puntosur Editores. 

· Descartes, René, Meditaciones Metafísicas en Antología de textos de

Historia de la Filosofía II Universidad Iberoamericana, 1993.

· Le Breton, David, Antropología del cuerpo y Modernidad, Buenos Aires,

Nueva Visión, 2002