cultures El guiñol español · o John de Andrea y el australiano Ron Mueck, pasados por el filtro...

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68 cultures 69 mayo 2012 cultures ugenio Merino es un artista polémico que ha sabido aprovechar bien el escaparate que supone la feria internacional de arte contemporáneo de Madrid. Nacido el mismo año de la muerte de Franco, 1975, su visión posmoderna de la política le hace capaz de presen- tar a Fidel Castro como un zombi con chándal de la misma manera que muestra a Bush hijo nacido para matar y con un ojo a la funerala. No deja títere con cabeza. En la estela hipe- rrealista de artistas como los norteamericanos Duane Hanson o John de Andrea y el australiano Ron Mueck, pasados por el filtro más cruento y expresivo del español Enrique Marty, sus esculturas de silicona, resina y cabello humano no suelen pasar desapercibidas, hasta el punto de que la titulada Escalera al cielo (Stairway to heaven), presentada en Arco 2010 y consistente en tres figuras subidas una encima de otra, un clérigo musulmán, un sacerdote católico y a un rabino judío que intercambian sus libros sagrados, provocó un gran escán- dalo y la protesta mediante un comunicado de la Embajada de Israel en España. Lo curioso es que Eugenio Merino parece sorprenderse de estas reacciones y él mismo ha hecho mofa de los artistas más mediáticos, como el británico Damien Hirst, el de los animales troceados metidos en formol, estrella de los mercados internacionales, al que enseñaba en Arco 2009 ence- rrado en una de sus famosas vitrinas y pegándose un tiro en la sien, mostrando de esta manera el suicidio que supone dejarse arrastrar por la especulación manejada por los intereses corpo- rativos y financieros, nunca como antes encarnada tan clara- mente en un solo artista. En Always Franco, presentada como siempre en el stand en Arco de la galería ADN de Barcelona, se muestra un muñe- co del dictador criogenizado, a la manera de Walt Disney. En este caso, en una nevera de Coca-Cola, la compañía de bebi- das que hizo popular el eslogan. El propósito, claro, es reflejar que Franco sigue presente en la memoria de los españoles, tan fresco como en el momento de su muerte. La obra, vendida por 35.000 euros, no le hizo ninguna gracia a los responsables de velar por el legado del dictador gallego, tanto que Jaime Alonso, vicepresidente ejecutivo de la Fundación Francisco Franco, se desplazó en persona hasta el recinto ferial de Madrid en compañía de un notario para «levantar acta» de la exposi- ción de la escultura y tomar fotos de la pieza. El resultado, una demanda civil que acaba de presentar en el juzgado de prime- ra instancia número 26 de Madrid por un presunto atenta- do contra el honor, la intimidad y la propia imagen. Para la Fundación Francisco Franco, la obra de Eugenio Merino es una ofensa que no debe tolerarse, porque «no puede llamar- se arte» a algo que lo único que pretende es «denigrar» a una persona fallecida incapaz de defenderse y buscar notoriedad a su costa. Si se hubiera hecho con La Pasionaria, Santiago Carrillo o Largo Caballero, les hubiera parecido igual de mal. Porque, según dicen, la ofensa va más allá de la propia figu- ra de Franco y ataca sobre todo a unos ideales, a unos valo- res y a unos principios.¿A cuáles, en su caso? Pues se supo- ne que a los mismos que le han permitido al historiador Luis Suárez Fernández, miembro de la Fundación Francisco Franco, escribir en el Diccionario Biográfico Español editado por la Real Academia de la Historia que Franco no fue un dictador totali- tario sino simplemente «autoritario». Negro sobre blanco. Por fortuna, los herederos del franquismo no saben que Eugenio Merino también tiene una cabeza del viejo dictador hincada en un punching ball, como para desahogarse, similar a otras ante- riores que hizo del presidente francés Nicolas Sarkozy o del presidente norteamericano George Bush jr. Dopaje nacional Al mismo tiempo que este episodio grotesco sucedía, coin- cidiendo con el severo castigo que el Tribunal de Arbitraje Deportivo impuso al ciclista Alberto Contador, los guiñoles de Canal + Francia irrumpieron con una serie de vídeos en los que insinuaban que el deporte español casi al comple- to se dopa, lo que puso a la sociedad española en pie de guerra. En el primero, los muñecotes de silicona se metían con el tenista Rafael Nadal, ganador de seis Roland Garros, al que hacían beber una sustancia con la que hipercarburaba a su furgoneta. El sketch satírico que se cerraba con la frase «los deportistas españoles no ganan por casualidad». En el segundo, se presentaba la donación de sangre como la causa de las victorias en el Tour de Francia. En el tercero, la cade- na se metía, además de con Nadal, con el portero de fútbol Iker Casillas y el baloncestista Pau Gasol, a los que hacían firmar en apoyo a Contador con una jeringuilla en lugar de un bolígrafo. Todo con bastante gracia, respondido en el mismo tono por los twitteros españoles con el hashtag #pier- desmasqueunfrances, que llegó a ser lo que en la red social se conoce como trending topic. Más serio contestó Pau Gasol, y luego Rafa Nadal, y en general todos los deportistas espa- ñoles. También arremetieron contra la cadena de televisión gala los medios de comunicación, en especial los progra- mas deportivos. Poco a poco, las protestas fueron ganando en intensidad y hasta el mismo Gobierno tomó cartas en el asunto. El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, protestó ante la Embajada de Francia por lo que considera una «ofensa grave a la ética» y una campa- ña contra todo el deporte español. Incluso el rey Juan Carlos le comentó a Rafa Nadal que «estos de los guiño- les son tontos», según se recogía en una portada antológi- ca del diario Abc. Finalmente, la Real Federación Española de Tenis anunció una demanda contra Canal + Francia, se supone que por una nueva ofensa contra el honor y la propia imagen. Pero ni que decir tiene que estas demandas no prospera- rán, porque no puede haber juez en el mundo que comba- ta el sentido del humor. Por lo menos aquí no. Sería como admitir a trámite la denuncia contra las caricaturas de Mahoma o cualquier otra vaca sagrada, aunque es cierto que hace muy poco, en 2007, se montó una muy gorda con una portada de la revista El Jueves dedicada a los príncipes de Asturias que fue retirada de los quioscos por el juez de la Audiencia Nacional Juan del Olmo y condenada por su compañero José María Vázquez Honrubia a una multa de 3.000 euros por injurias. Pero no es posible que la figura de Francisco Franco suscite el mismo respeto, si bien el depor- te español, principal bastión del sentimiento patrio, sí que cuenta con mucho mayor e irracional respaldo, por supues- to también entre las más altas instancias del Estado. En cualquier caso, lo que pase con estas dos demandas será fiel reflejo de la situación de nuestro sistema de salud pública, en un país cada vez más crispado y menos capaz de reírse de sí mismo. La Fundación Francisco Franco demanda al artista Eugenio Merino por atentar contra el honor del dictador en una obra satírica presentada en la pasada edición de Arco, al mismo tiempo que el país entero se revuelve por el supuesto ultraje cometido por los guiñoles de Canal + Francia contra los deportistas españoles. Algo no funciona bien en nuestro sistema nacional de salud pública (y mental). El guiñol español ARTE, SÁTIRA Y SENTIDO DEL HUMOR e Luis Feás Costilla | Periodista y crítico de arte. Eugenio Merino ha sido demandado por su obra Always Franco, con la que quiere reflejar que el dictador sigue presente en la memoria de los españoles. Cortesía de la galería ADN de Barcelona.

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69mayo 2012

cultures

ugenio Merino es un artista polémico que ha sabido aprovechar bien el escaparate que supone la feria internacional de arte contemporáneo de

Madrid. Nacido el mismo año de la muerte de Franco, 1975, su visión posmoderna de la política le hace capaz de presen-tar a Fidel Castro como un zombi con chándal de la misma manera que muestra a Bush hijo nacido para matar y con un ojo a la funerala. No deja títere con cabeza. En la estela hipe-rrealista de artistas como los norteamericanos Duane Hanson o John de Andrea y el australiano Ron Mueck, pasados por el filtro más cruento y expresivo del español Enrique Marty, sus esculturas de silicona, resina y cabello humano no suelen pasar desapercibidas, hasta el punto de que la titulada Escalera al cielo (Stairway to heaven), presentada en Arco 2010 y consistente en tres figuras subidas una encima de otra, un clérigo musulmán, un sacerdote católico y a un rabino judío que intercambian sus libros sagrados, provocó un gran escán-

dalo y la protesta mediante un comunicado de la Embajada de Israel en España. Lo curioso es que Eugenio Merino parece sorprenderse de estas reacciones y él mismo ha hecho mofa de los artistas más mediáticos, como el británico Damien Hirst, el de los animales troceados metidos en formol, estrella de los mercados internacionales, al que enseñaba en Arco 2009 ence-rrado en una de sus famosas vitrinas y pegándose un tiro en la sien, mostrando de esta manera el suicidio que supone dejarse arrastrar por la especulación manejada por los intereses corpo-rativos y financieros, nunca como antes encarnada tan clara-mente en un solo artista.

En Always Franco, presentada como siempre en el stand en Arco de la galería ADN de Barcelona, se muestra un muñe-co del dictador criogenizado, a la manera de Walt Disney. En este caso, en una nevera de Coca-Cola, la compañía de bebi-das que hizo popular el eslogan. El propósito, claro, es reflejar que Franco sigue presente en la memoria de los españoles, tan fresco como en el momento de su muerte. La obra, vendida por 35.000 euros, no le hizo ninguna gracia a los responsables de velar por el legado del dictador gallego, tanto que Jaime Alonso, vicepresidente ejecutivo de la Fundación Francisco Franco, se desplazó en persona hasta el recinto ferial de Madrid en compañía de un notario para «levantar acta» de la exposi-ción de la escultura y tomar fotos de la pieza. El resultado, una demanda civil que acaba de presentar en el juzgado de prime-ra instancia número 26 de Madrid por un presunto atenta-do contra el honor, la intimidad y la propia imagen. Para la Fundación Francisco Franco, la obra de Eugenio Merino es una ofensa que no debe tolerarse, porque «no puede llamar-se arte» a algo que lo único que pretende es «denigrar» a una persona fallecida incapaz de defenderse y buscar notoriedad a su costa. Si se hubiera hecho con La Pasionaria, Santiago Carrillo o Largo Caballero, les hubiera parecido igual de mal. Porque, según dicen, la ofensa va más allá de la propia figu-ra de Franco y ataca sobre todo a unos ideales, a unos valo-res y a unos principios.¿A cuáles, en su caso? Pues se supo-ne que a los mismos que le han permitido al historiador Luis Suárez Fernández, miembro de la Fundación Francisco Franco, escribir en el Diccionario Biográfico Español editado por la Real Academia de la Historia que Franco no fue un dictador totali-tario sino simplemente «autoritario». Negro sobre blanco. Por fortuna, los herederos del franquismo no saben que Eugenio Merino también tiene una cabeza del viejo dictador hincada en un punching ball, como para desahogarse, similar a otras ante-riores que hizo del presidente francés Nicolas Sarkozy o del presidente norteamericano George Bush jr.

Dopaje nacionalAl mismo tiempo que este episodio grotesco sucedía, coin-cidiendo con el severo castigo que el Tribunal de Arbitraje Deportivo impuso al ciclista Alberto Contador, los guiñoles

de Canal + Francia irrumpieron con una serie de vídeos en los que insinuaban que el deporte español casi al comple-to se dopa, lo que puso a la sociedad española en pie de guerra. En el primero, los muñecotes de silicona se metían con el tenista Rafael Nadal, ganador de seis Roland Garros, al que hacían beber una sustancia con la que hipercarburaba a su furgoneta. El sketch satírico que se cerraba con la frase «los deportistas españoles no ganan por casualidad». En el segundo, se presentaba la donación de sangre como la causa de las victorias en el Tour de Francia. En el tercero, la cade-na se metía, además de con Nadal, con el portero de fútbol Iker Casillas y el baloncestista Pau Gasol, a los que hacían firmar en apoyo a Contador con una jeringuilla en lugar de un bolígrafo. Todo con bastante gracia, respondido en el mismo tono por los twitteros españoles con el hashtag #pier-desmasqueunfrances, que llegó a ser lo que en la red social se conoce como trending topic. Más serio contestó Pau Gasol, y luego Rafa Nadal, y en general todos los deportistas espa-ñoles. También arremetieron contra la cadena de televisión gala los medios de comunicación, en especial los progra-mas deportivos. Poco a poco, las protestas fueron ganando en intensidad y hasta el mismo Gobierno tomó cartas en el asunto. El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, protestó ante la Embajada de Francia por lo que considera una «ofensa grave a la ética» y una campa-ña contra todo el deporte español. Incluso el rey Juan Carlos le comentó a Rafa Nadal que «estos de los guiño-les son tontos», según se recogía en una portada antológi-ca del diario Abc. Finalmente, la Real Federación Española de Tenis anunció una demanda contra Canal + Francia, se supone que por una nueva ofensa contra el honor y la propia imagen.

Pero ni que decir tiene que estas demandas no prospera-rán, porque no puede haber juez en el mundo que comba-ta el sentido del humor. Por lo menos aquí no. Sería como admitir a trámite la denuncia contra las caricaturas de Mahoma o cualquier otra vaca sagrada, aunque es cierto que hace muy poco, en 2007, se montó una muy gorda con una portada de la revista El Jueves dedicada a los príncipes de Asturias que fue retirada de los quioscos por el juez de la Audiencia Nacional Juan del Olmo y condenada por su compañero José María Vázquez Honrubia a una multa de 3.000 euros por injurias. Pero no es posible que la figura de Francisco Franco suscite el mismo respeto, si bien el depor-te español, principal bastión del sentimiento patrio, sí que cuenta con mucho mayor e irracional respaldo, por supues-to también entre las más altas instancias del Estado. En cualquier caso, lo que pase con estas dos demandas será fiel reflejo de la situación de nuestro sistema de salud pública, en un país cada vez más crispado y menos capaz de reírse de sí mismo.

La Fundación Francisco Franco demanda al artista Eugenio Merino por atentar contra el honor del dictador en una obra satírica presentada en la pasada edición de Arco, al mismo tiempo que el país entero se revuelve por el supuesto ultraje cometido por los guiñoles de Canal + Francia contra los deportistas españoles. Algo no funciona bien en nuestro sistema nacional de salud pública (y mental).

El guiñol españolARTE, SÁTIRA Y SENTIDO DEL HUMOR

e Luis Feás Costilla | Periodista y crítico de arte.

Eugenio Merino ha sido

demandado por su obra

Always Franco, con

la que quiere reflejar que el dictador

sigue presente en la memoria

de los españoles.

Cortesía de la galería ADN

de Barcelona.