Cumbia de los milagros en Bogotá, América Economía Chile junio 2013

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Cumbia de los milagros E stá nublado en Bogotá y las caras mestizas y los colores sobrios me recuerdan a Santiago de Chile. De hecho, no me siento un extranjero entre la mezcla de ladrillo, vegetación y lluvia. Una imagen más cercana a las ciudades australes de América Latina que a la selva tropical. Camino con mi amiga Adriana, una profesora de filosofía de una universi- dad en Bogotá. Estamos en La Soledad, el barrio de su infancia. Como en gran parte de la ciudad, los altos árboles circundan las veredas irregulares y cada fachada de ladrillo es distinta a la siguiente, reclamando su particularidad. En Bogotá los nombres de las calles son números. En la avenida 29 con calle 39 vemos puestos de comida en la calle, choclos gigantes y vendedores de figuritas de santos. Y mucha gente en las veredas. “Me acordé que hoy es jueves, y el barrio se reúne a celebrar al Señor de los Milagros”, me dice Adriana. “Los demás días las calles están vacías”. Estamos en la cuadra de la parroquia San Alfonso María de Ligorio, también conocida como la parroquia del Señor de los Milagros. Esto por una imagen de Cristo color oscuro que consagra el lugar. Como ando en plan antropología- turístico, decidimos entrar. Son las 7 de la tarde. En la entrada me pasan un folle- to con el programa de la misa. En la primera página tiene cánticos. En la última dice: “La parroquia no contrata a nadie para cuidar carros”. Como a gran parte de los chilenos, mi único acercamiento al catolicismo fue mi bautizo al nacer, pero conozco las so- brias misas que se dan en Chile. Por eso sigo con mi juego de encontrar similitudes entre Bogotá y Santiago. Cuando empieza la misa, de pronto se escuchan bases bailables grabadas y la gente, alegre, canta con estos ritmos. Junto al cura, que anuncia las canciones y canta, un “animador” llama a “batir las palmas” y “elevar las manos”, como en un show de música tropical. Al parecer es el monaguillo. La canción dice “por la tierra, el aire y el sol, a ti, el Señor de los Milagros, gracias te doy”, con una música rápida, rítmica, energética. Como cualquier templo evangélico-protestante del continente. Hace algunas horas me enteré del nuevo Papa argentino, del cual sólo sé que se llamará Francisco. Entonces, me imagino cómo sería que a través de este pontífice se latinoamericanizara el ca- tolicismo. Como en Bogotá, con ritmos de nuestro continente, con iglesias italianas diciendo misa con cumbia, con mate en vez de vino, con el sincre- tismo afro-indígena que veo en las estampitas del tem- plo San Alfonso brillando en el Vaticano. Pero como me pasa a menudo, estoy soñando despierto. Adriana me comenta que en Bogotá el catolicismo se adapta ante al auge de las iglesias protestantes, con reuniones alegres y ritmos más bailables y engancha- dores. Que es un fenómeno que empezó a darse hace 25 años, más o menos, y cada vez va cobrando ma- yor fuerza. A los pocos minutos, nos alejamos de la parroquia y cruzamos la calle para comprar chocolates en Ar- lequín, un local que existe hace más de seis décadas. Los mismos que Adriana compraba en su niñez. Oscurece en el barrio La Soledad, a esa hora justamente de calles solitarias. Porque, como sabemos, la gente está en la parroquia, siguiendo el ritmo de los milagros. n David Cornejo, desde Bogotá 90 AMÉRICAECONOMÍA /JUNIO, 2013 LÍNEA DIRECTA Un Cristo oscuro da la bienvenida.

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Cumbia de los milagros

Está nublado en Bogotá y las caras mestizas y los colores sobrios me recuerdan a Santiago de Chile.

De hecho, no me siento un extranjero entre la mezcla de ladrillo, vegetación y lluvia. Una imagen más cercana a las ciudades australes de América Latina que a la selva tropical.

Camino con mi amiga Adriana, una profesora de filosofía de una universi-dad en Bogotá. Estamos en La Soledad, el barrio de su infancia. Como en gran parte de la ciudad, los altos árboles circundan las veredas irregulares y cada fachada de ladrillo es distinta a la siguiente, reclamando su particularidad.

En Bogotá los nombres de las calles son números. En la avenida 29 con calle 39 vemos puestos de comida en la calle, choclos gigantes y vendedores de figuritas de santos. Y mucha gente en las veredas.

“Me acordé que hoy es jueves, y el barrio se reúne a celebrar al Señor de los Milagros”, me dice Adriana. “Los demás días las calles están vacías”.

Estamos en la cuadra de la parroquia San Alfonso María de Ligorio, también conocida como la parroquia del Señor de los Milagros. Esto por una imagen de Cristo color oscuro que consagra el lugar. Como ando en plan antropología-turístico, decidimos entrar. Son las 7 de la tarde.

En la entrada me pasan un folle-to con el programa de la misa. En la

primera página tiene cánticos. En la última dice: “La parroquia no contrata a nadie para cuidar carros”. Como a gran parte de los chilenos, mi único acercamiento al catolicismo fue mi bautizo al nacer, pero conozco las so-brias misas que se dan en Chile. Por eso sigo con mi juego de encontrar

similitudes entre Bogotá y Santiago. Cuando empieza la misa, de pronto

se escuchan bases bailables grabadas y la gente, alegre, canta con estos ritmos. Junto al cura, que anuncia las canciones y canta, un “animador” llama a “batir las palmas” y “elevar las manos”, como en un show de música tropical. Al parecer

es el monaguillo. La canción dice “por la tierra, el aire y el sol, a ti, el Señor de los Milagros, gracias te doy”, con una música rápida, rítmica, energética. Como cualquier templo evangélico-protestante del continente.

Hace algunas horas me enteré del nuevo Papa argentino, del cual sólo sé que se llamará Francisco. Entonces, me imagino cómo sería que a través de este pontífice se latinoamericanizara el ca-tolicismo. Como en Bogotá, con ritmos

de nuestro continente, con iglesias italianas diciendo misa con cumbia, con mate en vez de vino, con el sincre-tismo afro-indígena que veo en las estampitas del tem-plo San Alfonso brillando en el Vaticano. Pero como me pasa a menudo, estoy soñando despierto.

Adriana me comenta que en Bogotá el catolicismo se adapta ante al auge de las iglesias protestantes, con reuniones alegres y ritmos más bailables y engancha-dores. Que es un fenómeno que empezó a darse hace 25 años, más o menos, y cada vez va cobrando ma-yor fuerza.

A los pocos minutos, nos alejamos de la parroquia y cruzamos la calle para comprar chocolates en Ar-lequín, un local que existe hace más de seis décadas. Los mismos que Adriana compraba en su niñez.

Oscurece en el barrio La Soledad, a esa hora justamente de calles solitarias. Porque, como sabemos, la gente está en la parroquia, siguiendo el ritmo de los milagros. n

David Cornejo,desde Bogotá

90 AMÉRICAECONOMÍA /JUNIO, 2013

líNea dIrecta

Un Cristo oscuro da la bienvenida.