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MiGUEL DONOSO RODRÍGUEZ (ED.)

MUjER y LitERatURa fEMENiNa EN La aMéRica viRREiNaL

INSTITUTO DE ESTUDIOS AURISECULARES (IDEA)COLECCIÓN «BATIHOJA»

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New York, IDEA/IGAS, 2015

LA HAGIOGRAFÍA, LA AUTOBIOGRAFÍA Y LA BIOGRAFÍA EN TIEMPOS DEL VIRREINATO

Silvia Guadalupe Alarcón Sánchez Universidad Autónoma de Guerrero

Hubo obras en la América virreinal que influyeron en la manera de escribir, fue un tipo de literatura llamada didáctica que estuvo dirigida a las mujeres con el fin de que aprendieran la religión cristiana y formas de comportamiento moral. Son ejemplos las de Santa Teresa de Jesús, la Vida de María Vela y Cueto, textos de fray Luis de León, la Imitación de Cristo de Thomas van Kempis, entre otras. Existen datos de textos místi-cos escritos por mujeres que dejaron huella, aunque los nombres de sus autoras no se dieron a conocer, pues se pensaba que no eran importan-tes, por pertenecer al género femenino; utilizaron la escritura para ganar la santidad, las consideraron fuera de la regla y diferentes en su compor-tamiento hacia los demás. Solo las que tenían fama de santidad escribían sus Vidas. La representación de lo ejemplar se manifestó a través de un discurso tautológico, redundante. «La hagiografía barroca no es solo una biografía de santos, es un instrumento beligerante y propagandístico que se vale del santo que la encabeza para conseguir sus fines»1. Entre estos fines estaba el garantizar la inserción de la escritora en la historia de la comunidad de manera ejemplar. Esta literatura apelaba a una serie de es-tatutos culturales (de visión del mundo) que ya eran operantes, pero que pretendieron reforzarse mediante mecanismos textuales. Tuvo entre sus

1 Torres, 1991, p. 113.

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características hablar sobre aquel que era distinto, del poderoso encima de los demás; en el caso de la muerte de un ser privilegiado atribuía la culpa al pueblo por sus pecados y presentaba a la monarquía (europea) como parte del orden divino, logrando con esto que los individuos aceptasen la jerarquía que el orden celestial había predispuesto. Las ha-giografías, así como el sermón, géneros literarios muy utilizados en la época virreinal, compartieron en sus páginas la escritura y la oralidad; en ellos se mezclaba lo culto con referencias de la Biblia, transmitiéndose al pueblo. La estructura del sermón guarda características similares con las hagiografías:

Una advertencia y varios permisos de impresión constituyen la obra ne-gra. La advertencia es un curarse en salud del predicador, una piedra de toque, garantiza la solidez del futuro edificio asentado en un precepto que refuerza el discurso oficial de la Iglesia y el reiterado voto de obediencia al papa […] Siguen dos páginas narrativas, los títulos del sermón, una exhibe el retrato de la monja cuya vida edificante ha disparado el discurso y la otra pormenoriza entre florituras los méritos del predicador y las cualidades de la muerta; especifica los nombres y títulos de los mecenas que patrocinaron la impresión y dedica el texto a la comunidad de religiosas […] al tiempo que avisa a los lectores que se tienen ya las licencias pertinentes para im-primirlo. Siguen luego y, por fin, esos permisos, los del Santo Oficio, los del clero secular, los de superior gobierno, es decir la licencia del virrey…2

Las autobiografías de mujeres excepcionales frecuentemente se con-vertían en hagiografías. La hagiografía fue una escritura edificante que narraba la vida de los santos, o de quienes pretendieron serlo aun sin haber llegado a la canonización. La biografía hagiográfica, como la llama Kathleen Myers, junto con otros relatos, perteneció a la narrativa barro-ca popular, este tipo de historias fue muy solicitado. Esto podría deberse a que la hagiografía conjugaba elementos literarios con los históricos, lo cual pudo haber sido un antecedente de lo que actualmente se conoce como novela, según sugiere la misma autora3.

Las obras escritas por religiosas no estuvieron pensadas para su pu-blicación ni para que otros las leyeran; aunque tal vez hubo excepciones, algunas se quejaron del trabajo escritural, otras lo aceptaron y escribie-ron una gran cantidad de páginas dedicadas a la comunidad a la que

2 Glantz, 1995, p. 196.3 Myers, 1995, pp. 343 y ss.

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pertenecían. Varias religiosas que contaron sus prácticas en la religión o sus percepciones de la vida que llevaban, narraron sin colocar su autoría, pues en realidad lo que comunicaban e importaba era la experiencia, la cual podría servir a otras religiosas; de ahí que la vida mística y la diaria se hermanaron. Las prácticas narradas fueron diversas de acuerdo con los antecedentes vividos en el siglo, y así nos encontramos con algunas que dieron más valor a las peripecias de sus fundaciones y otras que exhibieron sus experiencias sobrenaturales. La impresión de libros era difícil si el autor no tenía las relaciones y los medios económicos para subvencionarla, por lo que muchos de los escritos se conservaron en lo que se llama «cuadernos de mano». Las mujeres que ejercían la escritu-ra tuvieron como actividad complementaria el hacerlo aparte de otros quehaceres como coser, bordar, cocinar o rezar. Muy pocas hicieron comentarios de su entorno: los problemas sociales, los acontecimientos históricos, quedaron rezagados; solo se dedicaron a narrar aspectos de su vida que para ellas fueron sobresalientes sin poner reflexiones persona-les, ya que en la vida de una mujer hay acontecimientos, padecimientos o aspectos que no debían ser revelados puesto que pertenecen a la inti-midad y así fue visto por sus confesores o directores espirituales; solo en algunos casos se advierten críticas a la sociedad aunque en forma velada, como cuando se censuraba a las personas que eran aficionadas al juego o a la prostitución.

Aunque se sabe que tuvieron cargos importantes en el convento, al referirse al mandatario lo hacen con humildad, lo cual fue parte de las estrategias que les ayudaron en su vida diaria. Entre las acciones que las distinguían estaban los continuos tormentos que se infligieron y los constantes ayunos; la mayoría de ellas narraron sus experiencias sobrena-turales teniendo en su centro las fuerzas del bien contra las del mal. Los personajes se distribuían en forma maniqueísta: buenos y malos, Dios y el diablo representaban estas fuerzas opositoras; en este sentido la antíte-sis sirvió para manifestar la lucha entre lo que era propio del espíritu y la carne, y lo concerniente a los vicios y las virtudes. Existió una relación que en forma de tríada se llevó a cabo entre Dios/confesores/monjas: Dios se presentaba como el autor divino de las obras, que dictaba a las religiosas lo que tenían que escribir y colocaba a los padres espirituales para que fueran mediadores e intercesores en la tierra encargados de guiar y publicar aquello sobre lo que aconsejaban. El confesor no solo

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otorgó a la mujer el poder de la voz sino también la paz interior; la es-critura fue y ha sido una catarsis, una confesión.

Algunas escribieron no solo por obedecer el mandato del confesor, sino también lo hicieron porque les agradaba, incluso defendieron el acto de escribir como un derecho a expresarse y dejarse oír. Otras reli-giosas ampliaron los temas que comúnmente trataban, los detallaron y descubrieron que podían tener posesión de una voz poderosa, capaz de imponerse; tal vez ellas no tuvieron conciencia de la gran contribución que lograron. Una manera de describir a las escritoras era dibujándolas diferentes a las demás; quienes así las presentaban les otorgaban carac-teres masculinos haciendo notar su superioridad. El hecho de que los confesores recogieran los manuscritos para después ser publicados, da cuenta de una colaboración escritural y de la existencia de varias voces. Las mujeres escritoras fueron representativas de un tipo de santidad que privilegió lo sobrenatural pero que en su momento no fue considerado así; era parte de lo cotidiano y además se convirtieron en importantes bastiones de las órdenes religiosas que pugnaban por una santa, refor-zaron las élites sociales y la jerarquía de la Iglesia. Su escritura se vio envuelta entre lo ideal y lo real, fortaleció la lucha entre lo cotidiano y lo espiritual como parte fundamental de la vida religiosa.

El cuerpo se convirtió en instrumento para llegar a la santificación y en un aliado contra la opresión masculina. El misticismo no pregonaba la unión con Dios a través de los sentidos sino a través de la contem-plación, pero en el caso de varias biografiadas se hizo por medio del cuerpo. Se trataba de «una religiosidad alimentada por la espiritualidad de San Ignacio, que recomendaba ejercicios de ‘visualización’ que con-sistían en imaginar visiones, audiciones y olores del infierno y del cielo […] Una religiosidad necesitada de visiones y hechos prodigiosos, de reliquias y de imágenes»4. En esa época existía una aversión por el cuer-po, por los sentidos y por las consecuencias que acarreaba el dejarlos libres, por lo que se argumentaba que el cuerpo pertenecía a la tierra y quien lo aborreciera se iría al cielo. Los éxtasis y las auto-torturas se sostuvieron en este razonamiento.

En la Edad Media uno de los géneros principales derivados de la retórica clásica fueron los sermones. A través de historias edificantes como los exempla se logró despertar el temor al infierno a su vez que penetraron las estructuras mentales colectivas. Existía la idea de que los

4 Rubial, 1997, pp. 57-58.

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cuerpos no sólo reflejaban la gloria que sus almas recibían en presencia de Dios, sino que también era el lugar donde las personas serían recom-pensadas o castigadas y esto se reflejó en las hagiografías virreinales en donde se veía la incorruptibilidad y los signos milagrosos. El sermón, al igual que la hagiografía, fue un medio eficaz para hacer llegar la palabra de autoridad; estuvo construido sobre la base de imágenes, comparacio-nes, antítesis, enumeraciones, hipérboles, paralelismos, entre otras figuras retóricas. Se trataba de textos que cultivaron profusamente los varones y que algunas veces se constituyeron en elogios fúnebres laudatorios que venían a completar alguna Vida femenina; compartieron en sus páginas la escritura y la oralidad. En la retórica cristiana se juntaban lo honesto, lo útil y lo deleitable que se utilizó en el sermón y en las hagiografías tratando de enseñar, deleitar y mover, aludiendo a la razón y al cora-zón; entre sus funciones estuvo convencer y persuadir. La autobiografía virreinal tuvo carácter documental cuando pretendía mostrar hechos con carácter didáctico tomados de la realidad, legitimando así su parte histórica; en este sentido la narración de una historia personal estaba justificada en cuanto a su utilidad y valor didáctico.

En sus páginas dieron cabida a personajes humanos y sobrenaturales. «El héroe hagiográfico es un personaje que se debe plegar a las acciones que lo significan»5; entre ellas estaban: protagonismo del héroe, virtudes tales como humildad, pobreza, castidad, pureza; descripción de su vida en forma cronológica; ejemplaridad a través de las virtudes; pruebas y tentaciones de Dios y el demonio; la vida en el convento transcurría fuera del tiempo mundano; debían magnificarse las virtudes más que los individuos; el estilo de la obra contenía formas de narración oral; descripción de penitencias y éxtasis contadas con un ritmo lento; las mortificaciones eran narradas con lujo de detalles; señalaban modestia de recursos; alejamiento del mundo; asunción de una función religiosa; cumplimiento de milagros pre y post mortem; muerte en santidad; un lenguaje característico del Barroco; referencias a la Biblia; invención de estratagemas cuyo objetivo fue salvaguardar la vida; uso de figuras que movieron al auditorio como hipérboles, apóstrofes, interrogaciones, ex-clamaciones; recursos como los tropos, mediante los cuales una palabra recibía un significado que no era precisamente el correspondiente, y utilización de un lenguaje asequible para el vulgo sin ocupar palabras rebuscadas. Como parte de la retórica de la época está la utilización de

5 Bravo, 1997, p. 116.

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un lenguaje con carácter repetitivo, una doble discursivización que era de la autora y del confesor6; se trataba de un discurso manipulado por los varones y manipulador pues debía seguir las consignas oficiales; ora-lidad en el modelo comunicativo; en algunos casos, la revelación de una conciencia de poder en el uso del lenguaje; la concesión de autoridad que en varias ocasiones recayó en Dios, tratando de evitar algún castigo inquisitorial; aparece la inserción de relatos de la biografiada contados por otras monjas que complementan lo narrado por la posible santa, lo cual da idea de una autoría colectiva. Uno de los argumentos de la buena acogida del público era que no solo moralizaron sino también entretuvieron contando hechos sorprendentes, y es probable que esos acontecimientos hayan interesado más que lo ejemplar.

Debido a que se resaltaba lo que era ejemplar más que lo que había pasado, se dice que estaba alejado del objetivo de la historia y se acercaba más a lo literario, pues existe una reestructuración de la realidad; en este sentido cumplían con la función que ahora tienen las novelas haciendo su lectura interesante. Autores como Antonio Rubial indican que por la manera de presentar a los personajes como arquetipos, el género está más cerca de la novela que de la historia, aunque existe la pretensión de que esos textos expresan hechos reales. Por parte de la novela la hagio-grafía tomó los

cambios marcados por los tonos de fortuna y las vicisitudes, lo que le da a la narración suspenso y un tono de aventura […] en el caso de la novela de caballería […] la exageración y licencia para romper los planos entre la realidad y la ficción con la narración de hechos prodigiosos. […]. También la retórica contribuyó normando la manera de escribir y el Barroco agregó el rebuscamiento del idioma, las digresiones. El sermón y el teatro, otros géneros que tuvieron gran difusión, proporcionaron «su forma grandilo-cuente y rebuscada»7.

En el caso de la novela tienen en común que cuentan la vida de un personaje aunque uno es novelesco y otro autobiográfico. Las hagiogra-fías pueden considerarse novelas biográficas, en ellas se presentan ele-mentos tales como el nacimiento, la infancia, el matrimonio espiritual, milagros y la muerte; la imaginación se conjuga con la memoria. Las características que poseían las hagiografías en cuanto a su composición

6 Quispe, 1997, p. 162.7 Rubial, 1999, pp. 31 y 41.

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eran «una de orden literario, relacionada con lo narrativo, el discurso y el entretenimiento; la otra, asociada con lo moralizante, lo didáctico, lo ejemplar, lo edificante»8.

La mayoría de las obras tuvieron consigo tres componentes: el bio-gráfico, el histórico y el literario. El biográfico debía dar cuenta de la vida de las religiosas; el histórico tocó aspectos propios de la condición de santidad de la religiosa: su vida en el convento, la convivencia entre varias clases sociales, las instituciones, los poderes que se entrecruzaron; dentro de lo literario convergieron lo biográfico, lo histórico, la retórica religiosa y el acervo popular. Utilizó un lenguaje que expresaba los sen-timientos, estuvo dentro de los géneros intimistas junto a la confesión y al diario personal. Una buena parte de las hagiografías fueron sobre mujeres y las escribieron varones ya que ellas no tomaban la palabra pú-blicamente; la narración mostraba una situación paradójica, pues a pesar de que la pretendida santa era el personaje principal, la supresión de su nombre y la velación de la voz autoral fue parte de la poética.

Las diferencias entre las biografías femenina y masculina son varias; entre ellas están: la predestinación de las mujeres, ellas tenían una re-lación más directa con Dios, es decir eran objeto por parte de Él para favorecerlas; su objetivo no era el aprendizaje, cosa distinta que con los hombres, quienes sí lo tenían como prioridad. El fervor religioso contaba más y en este sentido están los autocastigos, que en ellas fue-ron más característicos y que constantemente van a seguir; padecieron sufrimientos del demonio y de las personas que las rodeaban; fueron moldeadas por sus normas de vida:

el niño tiene una personalidad más rica y armoniosa en la medida en que está llamado a participar en actividades del mundo; en cambio, la niña debe desarrollar cualidades que la hagan apta para una relación pasiva y sufrida con la divinidad, alejándola del mundo y encerrándola en un universo más sensitivo y menos intelectual9.

Otra diferencia fue que la devoción religiosa estuvo ligada a lo so-brenatural. Las religiosas no podían escribir lo que quisieran, ya que eran controladas, escribían de acuerdo con lo que se esperaba de ellas y existía una supervisión cuidadosa ya que podían acusarlas de herejía.

8 Rubial, 1995, p. 89.9 Ruiz, 1995, pp. 58-61.

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Este tipo de literatura fue el que más se aproximó a los modelos esta-blecidos y mantuvo sujeta a la mujer. La escritura de las mujeres —en comparación con la de los varones— estuvo desapartada de las normas gramaticales, se basó en «el uso de un lenguaje coloquial, las repeticiones y contradicciones en la narración y la carencia de un orden cronológico estricto»10. Las hagiografías masculinas fueron más abundantes que las femeninas, aun cuando la santidad femenina fue más admirable y heroi-ca por ser «contranatura». Las autobiografías de las religiosas no cuentan totalmente la verdad (aunque cabe preguntarse cuál sí): se trata de una historia fabricada con hechos reales pero también con la imaginación que les daba la fe, las vidas de las mujeres autobiografiadas fueron vis-tas como de seres extraordinarios. La cita que ofrece Albert Camus en «L’énigme» publicada en L’Eté es sugerente: «Las obras de un hombre retratan con frecuencia la historia de sus nostalgias o de sus tentaciones y casi nunca su propia historia, sobre todo aquellas que se pretenden autobiográficas. Ningún hombre osó jamás pintarse tal como es»11.

La autobiografía que elaboraron las religiosas intenta recuperar dia-crónicamente la existencia pasada; es monofónica, lineal, tiene un ritmo continuo y progresivo; existe un narrador omnisciente que penetra en los hechos, en las intimidades. Dentro de la retórica utilizan la autode-gradación como un leitmotiv presente en las Vidas. Las biografías y auto-biografías no se sujetaron a la realidad sino que la recrearon dándole un nuevo sentido, pues se leen (en la actualidad) como textos que cuentan una historia de vida impregnados de elementos sobrenaturales; este sería uno de los puntos donde se sostiene el argumento de que los textos hagiográficos también son creación literaria.

En su inicio, las autobiógrafas indicaban cuáles eran los motivos por los que habían decidido tomar la pluma, que se debía en la mayoría de los casos a mandatos de su confesor. La autobiógrafa escogía los mo-mentos de su vida que iba a contar, eliminando aquellos que no le iban a servir; debían cuidarse de aquellos que le podían conducir a herejías o a problemas con la Inquisición. El uso de diarios o apuntes fija en el recuerdo lo olvidado pero también obliga a tomar en cuenta aquello sobre lo que no se pretendía escribir, lo cual hacía perder la esponta-neidad del recuerdo; solo pervive en la memoria aquello que importó. El olvido fue un elemento que determinó la biografía, hubo recuerdos

10 Ruiz, 1995, p. 20.11 Citado en Prado, 1994, p. 218.

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en la mente que quedaron fijos y otros que fueron evadidos por razo-nes estéticas. Generalmente las autoras escribían en su madurez y eran reconocidas por su virtuosidad; si en un principio eran conocidas en su medio religioso, al publicarse su obra pasaban al ámbito público.

La autobiografía guarda similitudes y diferencias con otros géneros. Georges May en La autobiografía señala diferencias con el diario; la auto-biografía se escribe ya que ha pasado una gran parte de nuestra vida, y el diario lleva el recuento cotidiano; lo que es común entre ambos es la reflexión sobre el pasado. En una autobiografía se presenta al individuo como objeto del discurso, al igual que en el diario íntimo los recuerdos y las vivencias se centran en el autor. Una ventaja en el diario es la pre-cisión y la exactitud, mientras que en la autobiografía hay un retroceso cuya validez se centra en la memoria.

En la autobiografía se contaba la historia de la vida ejemplar y en la biografía hagiográfica se describían sus virtudes; en esta se demostraba que la memoria de una persona se perpetuaría más allá de la muerte, por lo que era digna de contarse. Si en un principio las hagiografías fueron utilizadas para describir vidas de santos, después se narrarán en ellas las vidas de hipotéticas santas que estuvieron más cerca de lo popular. Si la autobiografía hablaba de recuerdos propios, de subjetividades, la biogra-fía tendía a distanciar los acontecimientos del biógrafo, de ahí su preten-dida objetividad; no obstante, se debe tomar en cuenta que en el caso de las biografías las religiosas escribían primero sus Vidas para después pasárselas a los biógrafos, por lo que la verdad se encontraba mediatizada por la subjetividad de ellas.

Un esquema elaborado por Margarita Peña reúne características propias de las biografiadas que se repiten parcial o totalmente en las obras y son las siguientes:

a) genealogía de la monja:b) eventuales vicisitudes ocurridas a su madre durante el embarazo;c) nacimiento e infancia;d) vocación temprana e ingreso en el convento;e) profesión religiosa;f) vida cotidiana, oficios desempeñados y rutinas diversas;g) penitencias, disciplinas, ayunos, oración;h) visiones, apariciones, tentaciones, alucinaciones;i) relaciones de carácter variado con otras monjas, preladas, confesores;j) enfermedades diversas padecidas a lo largo de la vida;

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k) muerte;l) prodigios y milagros12.

La escritura de las biografías permitió a los directores espirituales reconquistar e informar al pueblo cristiano ya que las acciones de estas mujeres llamaron a conciencia a los lectores. En un principio, se puede apreciar en el biógrafo una moral individualista que al llegar a los lec-tores se convirtió en social, pues el contenido del texto y su propósito afectaba la vida de la comunidad, incluso las monjas llegaron a ser re-presentantes del lugar donde tuvieran su convento; su importancia no solo se circunscribió al Nuevo Mundo, fue representación de la Iglesia Católica Romana.

Se tiene conocimiento de que las biografías convertidas en hagio-grafías tuvieron buena acogida por parte del público lector y no sola-mente en el siglo xvii, sino posteriormente; un ejemplo lo constituye la vida de Mariana de Jesús, originaria de Ecuador, de quien hizo la biografía Aurelio Espinosa Pólit titulada Santa Mariana de Jesús. Vida y novena indulgenciada. En la primera edición en 1950 se tiraron 5.800 ejemplares; en una segunda edición en ese mismo año 20.000 y en 1951, 40.000 ejemplares13.

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