Dahl, Roald - El Soldado

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    EL SOLDADO

    Era una de esas noches que le hacan pensar que saba lo que era ser ciego: sus ojos nopodan distinguir ni la sombra de una imagen, ni siquiera la silueta de los rboles recortadacontra el cielo.

    En la oscuridad empez a or leves crujidos en el seto, la respiracin de un caballo en elprado, a cierta distancia, el ruido apagado de un casco al mover las patas, y en un momentodado oy el precipitado vuelo de un pjaro que pasaba cerca de su cabeza.

    Se dio la vuelta y empez a subir el sendero empinado. El perro tiraba de l para

    indicarle el camino en la oscuridad.Debe ser casi medianoche, pens. Eso significaba que pronto sera maana. Maana erapeor que hoy, el peor da de todos, porque iba a convertirse en hoy, y el hoy era ahora.

    El da de hoy no haba sido muy agradable, sobre todo por lo de la dichosa astilla. Bastaya, se dijo. No tiene sentido pensar en eso. No sirve de nada pensar en cosas as. Piensa enalgo distinto, para variar. Se puede desechar una idea peligrosa sustituyndola por otra.Retrocede en el tiempo lo ms posible. Recuerda cosas de los das felices. Las vacaciones deverano en la playa, la arena mojada, los cubos rojos, las redes para pescar camarones, lasrocas resbaladizas por las algas, las pequeas charcas transparentes, las anmonas de mar, los

    bgaros, los mejillones y de cuando en cuando una quisquilla gris y transparente flotando enlas profundidades de las hermosas aguas verdes.

    Pero, cmo demonios pudo haberse clavado aquella astilla en la planta del pie sin darsecuenta?No tiene importancia. Recuerda los caures que buscabas por la orilla, tan deliciosos y

    perfectos que los llevabas cuidadosamente en la mano hasta llegar a casa, como si fueranjoyas; y las pequeas veneras anaranjadas, las nacaradas conchas de las ostras, los diminutostrocitos de cristal como esmeraldas, un cangrejo ermitao vivo, un berberecho, la raspa de unaraya, y una vez, una sola vez, la mandbula blanqueada por el mar de un ser humano, condientes, reluciente y fantstica entre las conchas y los guijarros. Mam, mira lo que heencontrado! Mira, mam, mira!

    Pero volvamos a lo de la astilla. La verdad es que ella se lo haba tomado bastante mal.Cmo que no lo notaste?, pregunt despectiva.

    Pues que sencillamente no lo not.Y si te clavo un alfiler en el pie, tambin dirs que no lo sientes, verdad?Yo no he dicho eso.De repente le clav en el tobillo el alfiler que haba usado para sacarle la astilla y como

    l no se haba fijado, no lo not hasta que la oy gritar horrorizada. Al mirar hacia abajo vioque el alfiler estaba clavado en la carne casi hasta la mitad, detrs del hueso del tobillo.

    Scalo, dijo. Con eso se puede uno envenenar.Pero, es que no lo notas?Quieres sacarlo, por favor?No te duele?Es un dolor espantoso. Scamelo.Qu diablos te pasa?Ya te he dicho que me duele muchsimo. Es que no me has odo?

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    Por qu le hacan esas cosas?Cuando estaba en la playa me daban una pala de madera para que cavase en la arena.

    Los hoyos estaban completamente vacos, y cada vez que suba la marea se llenaban hasta queno caba ms agua.

    Hace un ao el mdico le dijo: Cierre los ojos. Ahora dgame si le tiro del dedo del pie

    hacia arriba o hacia abajo.Hacia arriba, contest.Y ahora?Hacia abajo. No, hacia arriba. Creo que es hacia arriba. Qu curioso que un cirujano

    se empeara en jugar con sus dedos de los pies.He acertado, doctor?Se ha portado usted muy bien.Pero de aquello haca un ao. Entonces se encontraba muy bien. Antes no le pasaban las

    cosas que le pasaban ahora. Por poner un ejemplo, lo del grifo del cuarto de bao.Por qu una maana el grifo del agua caliente del cuarto de bao apareci en otro lado?

    Eso para empezar.

    Como comprendern, no tiene la menor importancia, pero sera interesante saber porqu.

    Ser posible que ella lo haya cambiado, que haya cogido una llave inglesa y lo hayacambiado por la noche, a escondidas?

    Creen que es posible? Pues, si quieren saber mi opinin, la verdad es que s. A juzgarpor su comportamiento de la ltima temporada, es muy capaz de haberlo hecho.

    Una mujer rara y difcil, eso es lo que era. Hay que reconocer que antes no era as, perono cabe duda de que ltimamente estaba de lo ms rara y difcil, sobre todo por la noche.

    S, por la noche. se era el peor momento: la noche.Por qu cuando sacaba la mano derecha de la cama sus dedos no sentan lo que

    tocaban? Cuando tir la lmpara ella se despert y se levant bruscamente, mientras lbuscaba por el suelo a tientas, en la oscuridad.

    Qu haces?Se me ha cado la lmpara. Lo siento.Dios mo!, exclam. Ayer fue un vaso de agua. Pero qu te pasa?Una vez, el mdico le pas una pluma por el dorso de la mano y tampoco sinti nada,

    pero cuando le ara con un alfiler s que lo not.Cierre los ojos. No, no mire. Cirrelos con fuerza y dgame si esto es caliente o fro.Caliente.Y esto?Fro.

    Y esto otro?Fro. No; quiero decir caliente. S, est caliente, no?Muy bien, dijo el mdico, se ha portado usted muy bien.Pero de aquello haca un ao.Por qu, cuando buscaba a tientas en la oscuridad los interruptores de la luz,

    ltimamente los encontraba a unos cuantos centmetros del sitio que l recordabaperfectamente?

    No pienses en eso, se dijo. Lo nico que se puede hacer es no pensarlo.Y siguiendo con el tema, por qu las paredes del saln tenan un tono ligeramente

    distinto cada da?Verde, azul verdoso y azul; y a veces..., a veces se entrecruzaban lentamente, como los

    colores que se ven a travs de la neblina que despide el calor de un brasero.

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    Estos pequeos interrogantes se deslizaban uno a uno, como fichas que van saliendo deuna mquina.

    De quin era la cara que apareca en la ventana a la hora de cenar, slo un segundo?De quin eran aquellos ojos?

    Qu miras?

    Nada, contest, pero podamos correr las cortinas, no te parece?Robert, qu estabas mirando?Nada.Entonces, por qu tenias los ojos clavados en la ventana?Podamos correr las cortinas, no?, repiti.En ese momento pasaba junto al lugar en que haba odo al caballo del prado y volvi a

    orlo: la respiracin, el golpe sordo de los cascos y el crujido que haca al pacer, parecido alruido que se hace al masticar apio.

    Hola, caballitodijo en voz alta, en la oscuridad. Hola, t, caballito.De pronto oy los pasos detrs de l, unos pasos lentos y largos que sonaban muy cerca,

    a sus espaldas, y se par. Los pasos tambin se pararon. Se dio la vuelta, escrutando la

    oscuridad.Buenas noches dijo.. Usted por aqu otra vez?En el silencio oy el viento que agitaba las hojas del seto.Va usted en la misma direccin que yo? pregunt.Dio media vuelta y sigui andando. El perro segua tirando de l. Los pasos se

    reanudaron, aunque en esta ocasin se oan ms apagados, como si quien fuera anduviese depuntillas.

    Se detuvo y se dio la vuelta una vez mas.No le veodijoporque est muy oscuro. Nos conocemos de algo?De nuevo el silencio, y la fresca brisa de verano en sus mejillas, y el perro que tiraba de

    la correa, deseoso de llegar a casa.

    Muy bien grit. No me conteste si no quiere, pero acurdese de que s que estusted ah.

    Alguien que quera hacerse el gracioso.All lejos en las alturas, al oeste, oy el dbil zumbido de un avin. Se detuvo y levant

    la cabeza, atento.Est lejsimos. No se acercar por aqu -dijo.Pero por qu cuando pasaba un avin por encima de la casa todo pareca parrsele

    dentro, su conversacin y todo lo que estuviera haciendo, y se quedaba como paralizado, yaestuviera sentado o de pie, esperando el agudo silbido de la bomba?

    Por qu te encoges as?, pregunt ella.

    Quin? Yo?Por qu te has encogido? Para qu?Quin? Yo?, repiti. No s a qu te refieres.Seguro que no, replic ella, lanzndole una mirada con aquellos ojos suyos tan duros,

    de un azul casi blanco, los prpados ligeramente cados, como siempre que estaban cargadosde desprecio. A l la cada de sus prpados le pareca una cosa muy bonita, los ojosentrecerrados y aquel modo de entornar los prpados y los ojos velados cuando su desprecioera infinito.

    Ayer, tumbado en la cama al amanecer, cuando acababa de empezar el estrpito de laartillera all abajo, en el valle, extendi la mano izquierda y toc el cuerpo de la mujer paratranquilizarse.

    Qu diablos haces?Nada, cario.

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    Me has despertado.Lo siento.Sentira alivio slo con que al amanecer, cuando empezaba a or el ruido de los disparos,

    ella le dejara acercarse un poco.Pronto llegara a casa. Al doblar la ltima curva del camino vio un resplandor rosa por

    las cortinas de la ventana del saln; se dirigi a la verja con rapidez, la atraves y recorri elsendero que llevaba a la puerta. El perro segua tirando de l.Se detuvo en el porche y busc a tientas el picaporte.Cuando sali estaba a la derecha. Se acordaba perfectamente de que, haca media hora,

    cuando cerr la puerta, el picaporte estaba a la derecha.No poda haber cambiado aquello tambin! Para qu? Para confundirlo? Sera

    posible que hubiera cogido la caja de las herramientas y lo hubiera colocado al otro ladomientras l estaba fuera paseando al perro?

    Movi la mano hacia la izquierda, y en el preciso instante en que sus dedos tocaron elpicaporte, en su cabeza se desencaden una explosin pequea pero violenta, que le provocuna oleada de ira, de indignacin y de miedo. Abri la puerta, la cerr rpidamente y grit:

    Edna! Ests ah?Como no contest nadie, volvi a gritar, y ella le oy.Qu quieres? Me has despertado.Baja un momento, haz el favor. Quiero hablar contigo.Dios del cielo! exclam ella. Vamos, cllate y sube!Ven aqu!grit l. Ven aqu inmediatamente!Ests t listo! Sube t.El hombre se detuvo, con la cabeza echada hacia atrs, y mir a lo alto de la escalera,

    intentando penetrar en la oscuridad del segundo piso. La barandilla se curvaba hacia laizquierda y segua hacia arriba hasta perderse de vista en la oscuridad del rellano, y al cruzarste se llegaba al dormitorio, que tambin estara a oscuras.

    Edna!grit. Edna!Vete al infierno!Empez a subir lentamente la escalera. Caminaba en silencio, apoyndose en la

    barandilla para guiarse hasta torcer a la izquierda e internarse en las tinieblas del pisosuperior. Al llegar al final dio un paso en falso al subir un escaln inexistente, pero ya estaba

    preparado y no hizo ruido. Se par un momento a escuchar; no estaba seguro, pero le parecior de nuevo el ruido de la artillera, a lo lejos, en el valle. Era sobre todo material pesado,setenta y cincos, y al fondo, quizs un par de morteros.

    Le quedaba por atravesar el rellano y traspasar la puerta, que estaba abierta era fcilhacerlo a oscuras, porque lo conoca muy bienpara llegar a la alfombra del dormitorio, que

    era gruesa y mullida, de color gris plido, aunque ni la senta ni la vea.Esper en el centro de la habitacin, pendiente de los ruidos. Ella se haba vuelto adormir. Respiraba ruidosamente, y el aire expulsado produca un ligersimo silbido al pasarentre los dientes. La cortina se agitaba suavemente en la ventana abierta y se oa el tic-tac deldespertador al lado de la cama.

    Ahora que sus ojos se iban acostumbrando a la oscuridad poda distinguir el borde lacama, la manta blanca remetida bajo el colchn, el bulto de sus pies bajo las sbanas. Como sinotara la presencia del hombre en la habitacin, la mujer se movi. La oy darse una vuelta yluego otra. El ruido de su respiracin ces. Hubo una sucesin de movimientos y ruiditos yuna vez crujieron los muelles del somier, que en la oscuridad sonaron como un grito.

    Eres t, Robert?

    El hombre no hizo ningn movimiento, ningn ruido.Robert, ests ah?

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    La voz le result extraa y bastante desagradable.Robert!se haba despertado por completo. Dnde ests?Dnde haba odo aquella voz? Tena un tono estridente, discordante, como al tocar dos

    notas agudas y disonantes. Adems, pronunciaba mal la R de Robert. Quin lo llamabasiempre Wobert?

    Wobertrepiti la voz, qu haces?Era aquella enfermera del hospital, la alta del pelo rubio? No, era mucho antes. Tenaque acordarse de una voz tan espantosa como aqulla. Recordara el nombre en poco tiempo.

    En ese momento oy el chasquido del interruptor de la lamparita de la mesilla de nochey el haz de luz le permiti ver a la mujer, que estaba medio incorporada en la cama, con unespecie de camisn rosa. En su rostro y en sus ojos, muy abiertos, haba una expresin desorpresa. Tena las mejillas y la barbilla grasientas de crema.

    Ser mejor que sueltes eso deca, no vaya a ser que te cortes.Dnde est Edna?La miraba con dureza.La mujer, casi sentada, le observaba atentamente. l segua a los pies de la cama. Era un

    hombre fuerte, enorme; estaba inmvil y erguido, con los talones juntos, casi en posicin defirmes, embutido en su grueso traje de lana marrn oscuro.

    Venga, deja sole orden.Dnde est Edna?Qu te pasa, Wobert?No me pasa nada. Lo nico que quiero saber es dnde est mi esposa.La mujer se incorpor poco a poco en la cama hasta sentarse y desliz las piernas hacia

    el borde de la cama.Pues para que te enteres respondi al cabo de un rato, con una voz distinta y una

    expresin furtiva y astuta en sus ojos duros, de un azul casi blanco, Edna se ha marchado.Acaba de salir ahora mismo, mientras t estabas fuera.

    Adnde ha ido?No me lo ha dicho.Y usted quin es?Una amiga suya.No tiene que gritarmedijo-. A qu viene tanta excitacin?Slo quiero que te enteres de que no soy Edna. El hombre reflexion unos momentos

    y dijo:Cmo sabe usted mi nombre?Me lo ha dicho Edna.El hombre se call y la examin detenidamente, an sorprendido, pero mucho ms

    tranquilo. Sus ojos tambin estaban tranquilos y miraban a la mujer con un aire ligeramentedivertido.Creo que prefiero a Edna.Los dos se quedaron inmviles, en silencio. La mujer estaba en tensin, erguida, con los

    brazos rgidos pegados al cuerpo, ligeramente doblados por los codos, y las manos con laspalmas apretadas contra el colchn.

    Es que yo quiero a Edna. No se lo ha contado? La mujer no respondi.Pienso que es una zorra, pero lo ms gracioso es que la quiero a pesar de todo.La mujer no le miraba a la cara; tena los ojos clavados en la mano derecha de Robert.Edna es una zorra, mala y cruel.Pienso que es una zorra, mala y cruel. Volvi a hacerse el silencio. El hombre segua

    inmvil, y la mujer, sentada en la cama, igualmente inmvil. El silencio era tan profundo quepor la ventana abierta oyeron caer agua del molino a la presa en una lejana granja del valle.

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    El hombre volvi a hablar tranquila y lentamente, en un tono impersonal:En realidad, creo que ya ni siquiera le gusto. La mujer se acerc ms al borde de la

    cama.Deja ese chuchillodijo-, no vaya a ser que te cortes.Por favor, no grite. No puede hablar ms bajo? De repente se inclin hacia adelante

    y se puso a observar con atencin el rostro de la mujer. Alz las cejas.Es extraodijo. Muy extrao. Dio un paso y toc la cama con las rodillas.Se parece usted un poco a Edna.Le he dicho que Edna se ha ido.Continu observndola y la mujer sigui inmvil, apretando el colchn con las palmas

    de las manos.Sdijo l. Es curioso.Ya le he dicho que Edna ha salido. Yo soy una amiga suya. Me llamo Mary.Mi mujer aadi el hombre tiene un lunarcito marrn detrs de la oreja

    izquierda. No lo tendr usted tambin, verdad?Claro que no.

    Vuelva la cabeza y djeme verlo.Le he dicho que no tengo un lunar.Pero yo quiero comprobarlo.El hombre rode lentamente la cama.Qudese ahdijo. No se mueva, por favor.Se acerc a ella despacio, sin dejar de mirarla, esbozando una ligera sonrisa.La mujer esper hasta tenerlo a su alcance; le golpe con todas sus fuerzas en plena cara

    con la mano derecha, con tal rapidez que no le dio tiempo a verla. Cuando el hombre se senten la cama y se puso a llorar, ella le quit el cuchillo, sali apresuradamente de la habitacin y

    baj la escalera hasta el vestbulo, donde estaba el telfono.