Daniel Wallace El Gran Pez

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UN PEZ GORDO

PAGE 1Daniel Wallace- Un pez gordo

UN PEZ GORDO

Una novela de dimensiones mticas

De Daniel Wallace

Dedicatoria del autor:

Para mi madre

A la memoria de mi padre

.......................................................................................................................................Durante una de nuestras ltimas excursiones en coche, hacia el final de la vida de mi padre como hombre, nos detuvimos junto a un ro y dimos un paseo hasta sus orillas, sentndonos all a la sombra de un viejo roble.

Al cabo de un par de minutos mi padre se quit los zapatos y los calcetines, meti los pies en el caudal de aguas claras y se qued mirndoselos. Luego cerr los ojos y sonri. Llevaba algn tiempo sin verle sonrer as.

De repente, respr hondo y dijo:

-Esto me recuerda.

Y se detuvo a pensar un rato ms. En aquel entonces las ideas se le ocurran despacio, si es que llegaban a ocurrrsele, y supuse que estara tratando de recordar algn chiste que quera contarme, porque siempre tena algn chiste que contar. O tal vez me contara una historia que celebrase su vida aventurera y heroica. Y me pregunt: Qu le recuerda esto? Le recuerda el pato que se meti en la ferretera? El caballo del bar? El nio que le llegaba a la altura de la rodilla a un saltamontes? Le recuerda el huevo de dinosaurio que encontr cierto da y despus perdi, o el pas que en su poca gobernaba durante casi toda la semana?

-Esto me recuerda dijo- cuando era nio.

Mir a aquel anciano, aquel anciano con los viejos pies sumergidos en la corriente de aguas claras, en esos momentos que se contaban entre los ltimos de su vida, y de pronto lo vi, sencillamente, como si fuera un muchacho, un nio, un joven, con toda la vida por delante, tal como la tena yo. Nunca lo haba visto as. Y todas esas imgenes... el hoy y el ayer de mi padre... convergieron, y en ese instante se convirti en una criatura extraa, fantstica, joven y vieja a la vez, moribunda y recin nacida.

Mi padre se convirti en un mito.

I

El da que naci

Naci durante el ms seco de los veranos en cuarenta aos. El sol apelmazaba la fina arcilla colorada de Alabama hasta convertirla en terrones y no haba agua en muchos kilmetros a la redonda. La comida tambin escaseaba. Ni el maz, ni los tomates, ni siquiera las calabazas se dieron aquel verano, agostados bajo el brumoso cielo blanquecino. Daba la impresin de que todo mora: las gallinas primero y despus los gatos, a continuacin los cerdos y luego los perros. Iban a parar a la cazuela, eso s, del primero al ltimo, includos los huesos.

Un hombre se volvi loco, comi piedras y muri. Fueron necesarios diez hombres para llevarlo a la tumba, tanto pesaba, y otros diez para excavarla, tal era la sequedad.

Mirando al este la gente deca: Os acordis de aquel ro caudaloso?Mirando al oeste: Os acordis del estanque de Talbert?

El da en que naci amaneci como cualquier otro da. El sol sali, asomando sobre la casita de madera donde una mujer, con el vientre grande como una montaa, bata para el desayuno de su marido el ltimo huevo que les quedaba. El marido estaba ya en los campos, removiendo la tierra con el arado alrededor de las retorcidas races negras de una misteriosa hortaliza. Relumbraba el sol, radiante, cegador. Al entrar a tomar el huevo, el marido se enjug la frente con un deshilachado pauelo azul. Luego escurri el sudor sobre un viejo tazn de hojalata. Para tener algo que beber ms tarde.

El da en que naci, el corazn de la mujer se detuvo, brevemente, y ella muri. Luego volvi a la vida. Se haba visto a s misma suspendida sobre s misma. Vio tambin a su hijo... y deca que estaba incandescente. Cuando su ser volvi a ser uno, sinti calor donde l estaba.

-Queda poco dijo-, ya no tardar.

Tena razn.

El da en que naci, alguien avist una nube por all a lo lejos, una nube un tanto oscura. La gente se congreg a mirarla. Una, dos, y dos ms, y de pronto se haban juntado cincuenta personas, por lo menos, todas con la vista alzada hacia el cielo, hacia aquella nubecita que se acercaba a su tierra seca y cuarteada. Tambin el marido sali a mirar. Y ah estaba, la nube. La primera nube de verdad en muchas semanas.

La nica persona del pueblo que no miraba la nube era la mujer. Se haba desplomado en el suelo, con la respiracin entrecortada por el dolor. Tan entrecortada que no poda gritar. Crey gritar, tena la boca abierta en un alarido, pero de ella no sala nada. De la boca. Por otras zonas de su cuerpo s haba movimiento. Era l quien se mova. Estaba llegando. Dnde se habra metido su marido?

Haba salido, a mirar la nube.

No era una nube cualquiera, no. Pequea no era, desde luego, una nube respetable, cernindose grande y gris sobre todas aquellas hectreas resecas. El marido se descubri la cabeza, entorn los prpados y descendi del porche para tener mejor vista.

La nube traa consigo una leve brisa, adems. Daba gusto. La leve brisa acaricindoles suavemente la cara daba gusto. Y entonces el marido oy un trueno, Bum!, o eso le pareci. Pero lo que haba odo eran las patadas que su mujer estaba pegando a una mesa. Aunque haba sonado como un trueno. S seor, as haba sonado.

Se adentr un paso ms en los campos.

-Marido! grit la mujer a pleno pulmn.

Pero era demasiado tarde. El marido se haba alejado demasiado y no la oa. No oa nada.

El da en que naci, todos los vecinos del pueblo se reunieron en los campos, junto a su casa, para contemplar la nube. Pequea al principio, luego meramente respetable, la nube no tard en hacerse enorme, tan grande por lo menos como una ballena; blancos rayos de luz se revolvan en su interior, hasta que estall de pronto, chamuscando las copas de los pinos e inquietando a algunos de los hombres ms altos que por all haba; sin dejar de mirar, se agacharon, a la espera.

El da en que naci las cosas cambiaron.

El Marido se convirti en Padre, la Mujer se convirti en Madre.

El da en que naci Edward Bloom, llovi.

En el que habla con los animales

A mi padre se le daban muy bien los animales, eso decan todos. Cuando era pequeo, los mapaches coman de su mano. Los pjaros se le posaban en el hombro mientras ayudaba a su padre en las faenas del campo. Una noche, un oso se ech a dormir al pie de su ventana, y por qu? Mi padre hablaba el idioma de los animales. Tena ese don.

Tambin se encaprichaban con l vacas y caballos. Lo seguan por todas partes etctera. Frotaban sus grandes morros castaos contra su hombro y resoplaban, como si quisieran decirle algo a l y slo a l.

Cierta vez, una gallina se encaram al regazo de mi padre y puso all un huevo... pequeito y marrn. No se haba visto nunca nada igual, no seor.

El ao que nev en Alabama

En Alabama no nevaba nunca y, sin embargo, el invierno en que mi padre tena nueve aos nev. Caa la nieve en sucesivas capas blancas, endurecindose tan pronto como tocaba el suelo, y acab por cubrir el paisaje de puro hielo, donde no haba forma de abrir brecha. Sorprendido bajo la tempestad de nieve estabas perdido; sobre ella, al menos te daba tiempo a reflexionar sobre tu inminente perdicin.

Edward era un muchacho fuerte y silencioso con ideas propias, pero no se le ocurra rechistarle a su padre si haba que echar una mano con cualquier tarea, reparar una cerca, atraerse a casa a un nov9illo descarriado. Cuando la noche de aquel sbado comenz a nevar, y continu nevando a lo largo de toda la maana siguiente, Edward y su padre hicieron un mueco de nieve, ciudades de nieve y otras construcciones, y slo ms tarde se dieron cuenta de la inmensidad y el peligro de la nevada que no cesaba. Pero se dice que el mueco de nieve de mi padre meda dos metros de algo, ni un centmetro menos. Para llegar tan arriba, mi padre dise un artefacto a base de ramas de pino y poleas, gracias al cual suba y bajaba a su antojo. Los ojos del mueco eran viejas ruedas de carro, desechadas aos atrs; su nariz, el remate de un silo; y su boca, curvada en una media sonrisa, como si le rondara por la cabeza una idea grata y divertida, estaba hecha de la corteza arrancada del costado de un roble.

Su madre estaba en casa, cocinando. Desde la chimenea se elevaba el humo en regueros de blanco y gris, que caracoleaban hacia el cielo. Oa la madre un distante picar y escarbar, al otro lado de la puerta, pero tan ajetreada andaba que apenas si le prest atencin. Ni siquiera levant la vista cuando, media hora ms tarde, entraron su marido y su hijo, sudorosos a pesar del fro.

-Nos hemos metido en un buen lo dijo el marido.

-A ver dijo ella-, cuntame qu ha pasado.

Entretanto la nieve continuaba cayendo y la entrada volva a estar casi bloqueada a pesar de que acababan de despejarla. Su padre empu la pala y abri un pasadizo de nuevo.

Edward se qued mirndolo: padre dando paletadas, la nieve cayendo, padre dando paletadas, la nieve cayendo, hasta que el mismsimo tejado de la cabaa empez a crujir. Su madre descubri un alud de nieve en el dormitorio. Decidieron que haba llegado el momento de irse de casa.

Pero a dnde? Todo el mundo viviente se haba transformado en hielo, duro y de un blanco deslumbrante. Su madre empaquet la comida que haba preparado y recogi unas cuantas mantas.

Pasaron la noche en los rboles.

A la maana siguiente era lunes. Dej de nevar, sali el sol. La temperatura cay por debajo de los cero grados.

-Ya es hora de que vayas a la escuela no te parece, Edward? dijo su madre.

-Supongo que s respondi Edward, sin preguntar nada. Y es que l era as.

Despus del desayuno, baj del rbol y camin diez kilmetros hasta el pequeo edificio de la escuela. Por el camino vio a un hombre convertido en un bloque de hielo.

Tambin l estuvo a punto de congelarse, pero no se congel. Consigui llegar. Un par de minutos antes de la hora de clase, de hecho.

Y ah estaba el maestro, sentado sobre un montn de lea, leyendo. De la escuela slo se vea la veleta, el resto estaba sepultado bajo la nevada del fin de semana.

-Buenos das, Edward dijo el maestro.

-Buenos das dijo Edward.

Y entonces se acord: se le haban olvidado los deberes.

Volvi a casa a por ellos.

Es una historia verdica.

Una gran promesa

Dicen que nunca se le olvidaba tu cara, tu nombre, ni tu color preferido, y que, para cuando cumpli los doce, ya reconoca a todos los vecinos de su pueblo natal por el sonido que hacan sus zapatos cuando andaban.

Dicen que creci tanto y tan deprisa que durante una temporada, meses?, casi un ao?, hubo de guardar cama, porque la calcificacin de sus huesos no le segua el ritmo a las ambiciones de su estatura, y, cuando trataba de levantarse, se vena abajo como una parra, todo l un revoltijo de brazos y piernas.

Edward Bloom emple sabiamente aquel tiempo, leyendo. Ley casi todos los libros que haba en Ashland. Un millar de libros... diez mil a decir de algunos. Historia, Arte, Filosofa. Horacio Alger. Lo que cayera en sus manos. Los ley todos. Hasta la gua de telfonos.

Cuentan que lleg a saber ms que nadie, ms que el propio seor Pinkwater, el bibliotecario.

Ya entonces era un pez gordo.

La muerte de mi padre: Toma 1

Las cosas suceden as. El viejo doctor Bennett, nuestro mdico de cabecera, sale del cuarto de invitados arrastrando los pies y cierra suavemente la puerta tras de s. Viejo com l solo, todo l arrugas y flaccideces, el doctor Bennett ha sido nuestro mdico desde siempre. Estaba presente cuando yo nac, cortando el cordn umbilical, entregndole mi cuerpo rojizo y apergaminado a mi madre. El doctor Bennett nos ha curado de enfermedadees que se cuentan por docenas, y lo ha hecho con un encanto y unas atenciones tpicas de un mdico de pocas pretritas que, en efecto, es lo que es. Es este mismo hombre quien est acompaando a mi padre en sus ltimos pasos por el mundo y quien ahora sale de la habitacin de mi padre y, retirndose el estetoscopio de sus viejos odos, nos mira, a mi madre y a m, y menea la cabeza.

-No puedo hacer nada dice con su voz rasposa. Quiere levantar los brazos con exasperado ademn, pero no lo hace, tan viejo es que ya no puede moverse as-. Lo siento. Lo siento muchsimo. Si tenis que hacer las paces con Edward sobre algn asunto, o decirle cualquier cosa, os sugiero que se lo digis ahora.

Contbamos con que sucediera esto. Mi madre me aprieta la mano y fuerza una sonrisa amarga. Ni que decir tiene que no han sido tiempos fciles para ella. A lo largo de los ltimos meses ha menguado de tamao y de nimo, se ha distanciado de la vida aunque siga viva. Mira las cosas sin llegar a verlas. La observo ahora y la veo perdida, como si no supiera dnde est ni quin es. Nuestra vida no es la misma desde que padre vino a casa a morir. Su paulatina muerte tambin nos ha matado un poco a nosotros. Es como si, en lugar de salir a trabajar todos los das, hubiera tenido que excavar su tumba ah detrs, en el terreno que hay ms all de la piscina. Y no la ha excavado de golpe, sino centmetro a centmetro. Se dira que eso es lo que le ha dejado exhausto, el motivo de sus ojeras, y no, como madre se empea en llamarlo, el tratamiento de rayos X. Era como si, noche tras noche, cuando volva de excavar con las uas ribeteadas de tierra y se sentaba a leer el peridico, fuera a decirnos: La cosa marcha. Hoy he profundizado un centmetro ms. Y mi madre dijera: Has odo eso, William? Hoy tu padre ha profundizado un centmetro ms. Y yo terciara: Cunto me alegro, pap, cunto me alegro. Si te puedo ayudar en lo que sea, no dejes de decrmelo.-Mam digo.

-Entrar yo primero se precipita a decir-. Y, despus, si me da la impresin de que...

Si le da la impresin de que va a morirse, me har pasar a m. As es como hablamos. En la tierra de los moribundos, las frases se quedan a medias, ya se sabe cmo iban a terminar.

Y, con esto, mi madre se pone en pie y entra en la habitacin. El doctor Bennett menea la cabeza, se quita las gafas y las frota con la punta de su corbata a rayas rojas y azules. Me quedo pasmado mirndolo. Es tan viejo, tan terriblemente viejo: por qu va a morir mi padre antes que l?

-Edward Bloom dice sin dirigirse a nadie-. Quin lo habra pensado?

S, quin lo habra pensado? La muerte es lo peor que poda pasarle a mi padre. Ya s cmo suena esto; la muerte es lo peor que puede pasarnos a la mayora de nosotros, pero su caso ha sido particularmente doloroso, sobre todo durante estos ltimos aos preparatorios en que la enfermedad se ha ido agravando hasta convertirlo en un invlido en esta vida, por mucho que a la vez pareciera prepararlo para la otra.

An peor, la enfermedad le ha obligado a quedarse en casa. Y eso es algo que no soporta. No soporta despertarse todos los das en la misma habitacin, ver las mismas caras, hacer siempre las mismas cosas. Antes de todo esto, sola utilizar nuestra casa como una estacin de servicio donde repostar. Un padre itinerante, para quien el hogar era una parada en el camino, siempre afanndose en llegar a un objetivo impreciso. Qu lo impulsaba hacia delante? No era el dinero; lo tenamos. Tenamos una buena casa, unos cuantos coches y una piscina en el jardn trasero; se dira que nada quedaba absolutamente fuera de nuestro alcance. Tampoco era el deseo de ascender... diriga su propio negocio. Era algo distinto, pero no sabra decir qu. Pareca vivir en un estado de permanente aspiracin; llegar all, donde quiera que fuera, en realidad daba igual; lo importante era la batalla, y la que vendra a continuacin, y la guerra no terminaba nunca. As pues, trabajaba y trabajaba. Pasaba semanas enteras fuera de casa, en lugares como Nueva York, Europa o Japn, y regresaba a horas extraas, digamos a las nueve de la noche, se serva un trago y reclamaba su butaca y su puesto de cabeza de familia titular. Y siempre tena alguna historia fabulosa que contar.

-En Nagoya dijo una de esas noches, despus de su llegada, mi madre en su butaca, l en la suya, yo sentado a sus pies-, vi una mujer de dos cabezas. Os lo prometo. Una hermosa japonesa de dos cabezas oficiando la ceremonia del t con muchsima elegancia y belleza. No haba forma de decidir qu cabeza era la ms bonita.

-Las mujeres de dos cabezas no existen dije yo.

-En serio? pregunt, acorralndome con la mirada-. Habl el-seor-adolescente-para-quien-el-mundo-no-guarda-secretos, muchas gracias. Reconozco mi error.

-En serio? dije-. Dos cabezas?

-Y toda una seora aadi l-. Una geisha, de hecho. Ha pasado casi toda su vida recluida, aprendiendo las complejas tradiciones de la sociedad de las geishas, mostrndose rara vez en pblico... lo que explica tu escepticismo, es natural. Puedo considerarme afortunado por haber logrado el acceso al sanctasanctrum gracias a una serie de amistades del trabajo y contactos oficiales. Ni que decir tiene que hube de fingir que aquella mujer era lo ms normal del mundo; el mero hecho de alzar una ceja se habra considerado un insulto de proporciones histricas. Me limit a tomarme el t, como todos los dems, susurrando domo, que es como se dan las gracias en japons.

Nada de lo que haca mi padre tena parangn.

En casa, la magia de su ausencia dio paso a la normalidad de su presencia. Beba un poco. Aunque no llegaba a enfadarse, s estaba frustrado y perdido, como si se hubiera cado en un hoyo. Las primeras noches tena los ojos tan radiantes que se podra haber jurado que refulgan en la oscuridad; mas, al cabo de pocos das, los ojos se le apagaron. Empezaba a sentirse fuera de su elemento, y sufra por ello.

De manera que no era un buen candidaro a la muerte; lo que empeoraba an ms su estancia en casa. Al principio trat de consolarse llamando a larga distancia a personas repartidas por exticos lugares del mundo entero, pero pronto estuvo tan enfermo que ni esa expansin poda permitirse. Se convirti en un simple hombre, un hombre sin trabajo, sin historias que contar; un hombre, comprend, al que no conoca.

-Sabes lo que me apetecera ahora mismo? me dice hoy, con un aspecto relativamente bueno para ser un hombre a quier, segn el doctor Bennett, quiz no vuelva a ver nunca ms en vida-. Un vaso de agua. Te importara trarmelo?

-Eso est hecho le digo.

Le traigo el vaso y da un par de sorbitos mientras yo se lo sujeto por abajo para que no se derrame. Sonro a este hombre que no parece mi padre sino una versin suya, una versin ms dentro de una serie, similar pero diferente, e indiscutiblemente defectuosa en muchos aspectos. Antes me costaba no desviar la mirada al ver los muchos cambios que se haban operado en l, pero ya me he acostumbrado. A pesar de que se le haya cado todo el pelo y tenga la piel cubierta de manchas y escaras, estoy acostumbrado.

-No s si ya te lo habr contado dice, tomando aliento-. El caso es que haba un mendigo que me abordaba todas las maanas cuando sala de la cafetera de al lado de la oficina. Y todos los das le daba un cuarto de dlar. Da tras da. Se convirti en algo tan establecido que ya ni se molestaba en pedrmelo... Sencilamente, le deslizaba la moneda en la mano. Luego me puse enfermo y estuve un par de semanas de baja; y, cuando volv, sabes con qu me salt?

-Con qu, pap?

-Me debe tres dlares y cincuenta centavos, eso me dijo.

-Tiene gracia digo.

-No hay mejor medicina que la risa dice l, aunque ninguno de los dos estamos rindonos.

Ni siquiera sonremos. l me mira con creciente tristeza; son cosas que le ocurren a veces, este ir saltando de emocin en emocin como quien salta sobre las olas.

-Yo dira que es bastante apropiado dice-, que me haya instalado en el cuarto de invitados.

-Por qu? le pregunto, an conociendo la respuesta.

No es la primera vez que lo comenta, pese a que fue l quien decidi trasladarse desde el dormitorio que comparta con mi madre. No quiero que, cuando os haya dejado, mire hacia mi lado de la cama al acostarse noche tras noche y se estremezca, ya me entiendes. Para l, su reclusin en este cuarto es en cierto modo emblemtica.

-Apropiado en la medida en que soy una especie de invitado dice, echando una ojeada en torno a la habitacin inslitamente formal. Mi madre, convencida de que ste es el estilo que conviene a las visitas, decor la habitacin de manera que se pareciese lo ms posible a la de un hotel. Hay una pequea butaca, una mesilla de noche y, colgando sobre la cmoda, una inocua copia al leo de un Antiguo Maestro-. No he pasado mucho tiempo por aqu, la verdad. En casa. No tanto como nos hubiera gustado a todos. Fjate en cmo ests, hecho todo un hombre y yo... me lo he perdido traga saliva, lo que para l es un verdadero esfuerzo-. No has podido contar conmigo, verdad, hijo?

-No respondo, quiz con excesiva precipitacin, aunque con el mayor cario que puede encerrar esa palabra.

-Oye dice tras un breve acceso de tos-. No vayas a cohibirte slo porque est... ya sabes.

-No te preocupes.

-La verdad y nada ms que la verdad.

-Lo prometo.

-Pongo a Dios po testigo. A Fred. O a quien sea.

Da otro sorbo de agua. Ms que por sed, se dira que por el deseo que le inspira ese elemento, por sentirla en la lengua, en los labios: le encanta el agua. Hubo un tiempo en que nadaba.

-Pero mi padre tambin sola pasar fuera mucho tiempo, sabes? dice con una leve crepitacin en la voz-. Conozco la situacin por experiencia. Mi padre era granjero. Eso te lo he contado, verdad? Recuerdo que en cierta ocasin se march no s a dnde a buscar una semilla especial para plantar en los campos. Se subi en marcha a un tren de mercancas. Dijo que estara de vuelta por la noche. Las cosas se complicaron y no logr apearse del tren. Lo llev hasta California. Estuvo fuera casi toda la primavera. La poca de la siembra lleg y pas. Pero cuando regres, traa las semillas ms maravillosas del mundo.

-Djame que lo adivine intervengo-. Las plant y de ellas naci una parra enorme que creci hasta las nubes, y sobre las nubes haba un castillo donde viva un gigante.

-Cmo lo has sabido?

-Y, sin duda, una mujer de dos cabezas que le serva el t.

Al or esto, mi padre se retuerce las cejas y sonre, profundamente regocijado por un instante.

-Lo recuerdas dice.

-Claro.

-Recordar las historias de un hombre lo vuelve inmortal, lo sabas?

Hago un gesto negativo.

-Pues as es. Aunque sa nunca llegaste a crertela, me equivoco?

-No da igual?

Me mira.

-No dice. Y luego-: S. Qu s yo. Por lo menos, la recuerdas. Lo importante es, creo yo... que intent pasar ms tiempo en casa. Yo lo intent. Pero siempre pasaba algo. Catstrofes naturales. La tierra se abri en cierta ocasin, creo recordar, y el cielo se desplom varias veces. Ms de una vez, salv la vida por milagro.

Su vieja mano escamosa se arrastra hasta tocarme la rodilla. Tiene los dedos blancos, las uas quebradizas, sin brillo, como la plata vieja.

-Te dira que te he echado de menos le dijo-, si supiera qu era lo que echaba de menos.

-Te voy a explicar dnde radicaba el problema dice, levantando la mano de mi rodilla y hacindome una sea para que me acerque. Y me acerco. Quiero orle bien. Su prxima palabra puede ser la ltima.

-Quera ser un gran hombre susurra.

-En serio? pregunto, como si para m fuera una sorpresa.

-En serio ratifica. Las palabras le salen despacio, dbiles, pero vigorosas y seguras en ideas y sentimientos-. Te lo puedes creer? Pensaba que era mi destino. Un pez gordo en un gran estanque... eso es lo que quera ser. Lo que quise desde el primer da. Empec desde abajo. Durante mucho tiempo trabaj para otros. Luego mont mi propio negocio. Me hice con unos moldes y fabricaba velas en el stano. Ese negocio se fue al garete. Me puse a vender jacintos a las floristeras. Fracas. Pero, al final, me met en la importacin / exportacin y las cosas empezaron a salirme rodadas. Una vez hasta cen con un primer ministro, William. Un primer ministro! Imagnatelo, un chaval de Ashland cenando en la misma sala que un... No me queda por pisar ni un solo continente. Ni uno. Son siete, verdad? Estoy empezando a olvidarme de en cules he... qu ms da. Ahora todo eso parece irrelevante, sabes? Y es que ya ni s en qu consiste ser un gran hombre... cules son los... requisitos. Y t, William?

-Y yo, qu?

-Lo sabes? Sabes que qu consiste ser un gran hombre?

Reflexiono largo rato sobre su pregunta, con la secreta esperanza de que se olvide de que la ha formulado. La mente le suele divagar, pero algo en su mirada me dice que ahora no se est olvidando de nada, est aferrndose a esa idea, y espera mi respuesta. No s en qu consiste ser un gran hombre. Nunca me he parado a pensarlo. Pero en un momento as no se puede salir del paso con un simple no lo s. Un momento as exige ponerse a la altura de las circunstancias, de manera que me aligero cuanto puedo y aguardo a que la inspiracin me eleve.

-Creo digo al cabo, esperando que acudan a mi boca las palabras adecuadas-, que cuando se puede decir de un hombre que su hijo lo ama, entonces se le puede considerar un gran hombre.

Porque es el nico poder que poseo, investir a mi padre con un manto de grandeza, algo que l buscba en el ancho mundo, cuando, en realidad, por un giro imprevisto de los acontecimientos, ha resultado estar en casa desde el principio.

-Ah dice-, esos parmetros atascndose con la palabra,porque de pronto parece levemente mareado-. Nunca lo haba pensado precisamente en esos trminos. Pero ahora que estamos enfocndolo as, es decir, en este caso, en este caso especfico, el mo...

-S digo-. Yo te declaro a ti, mi padre, Edward Bloom, el mayo de los Grandes Hombres por siempre jams. Pongo a Fred por testigo.

Y a falta de una espada, le toco suavemente el hombro con la mano.

Al or estas palabras, parece quedarse en reposo. Cierra los ojos pesadamente y con una pavorosa determinacin en la que reconozco el inicio de la despedida definitiva. Cuando las cortinas de la ventana se abren como por s solas, creo por un instante que sta debe ser la seal del trnsito de su espritu de este mundo al que haya despus. Pero no es ms que el efecto del aire acondicionado.

-Con respecto a la mujer de dos cabezas dice con los ojos cerrados, en un susurro, como si estuviera durmindose.

-Lo de la mujer de dos cabezas ya me lo s digo, zarandendole suavemente por el hombro-. No quiero que me cuentes nada ms de ella, pap.

-No pensaba contarte nada ms de la mujer de dos cabezas, Seorito Sabelotodo dice.

-Ah, no?

-Te iba a hablar de su hermana.

-Tena una hermana?

-Claro dice, y ahora abre los ojos, recobrando su penltimo aliento-. Te iba yo a tomar el pelo sobre una cosa as?

La muchacha del ro

A orillas del ro Azul haba un roble junto al que mi padre sola detenerse a reposar. El frondoso ramaje del roble daba buena sombra y alrededor del tronco creca un musgo verde, fresco y mullido, donde mi padre reclinaba la cabeza, y a veces se quedaba dormido, arrullado por el plcido rumor de las aguas. Estaba all un da, sumindose en un sueo, cuando de pronto despert y vio a una hermosa joven que se baaba en el ro. Su largo cabello reluca como el mismo oro, cayndole en ondas hasta los hombros desnudos. Tena los senos menudos y redondos. Desde el cuenco de sus manos, el agua le corra por la cara, por el pecho y volva al ro.

Edward trat de conservar la calma. No te muevas, se adverta, en cuanto te muevas un centmetro te ver. No quera asustarla. Y, todo hay que decirlo, hasta entonces nunca haba visto a una mujer al natural y deseaba estudiarla con detenimiento antes de que se marchara.

Pero se fue el momento en que Edward avist la serpiente. Un mocasn, no poda ser otra cosa. Henda levemente las aguas deslizndose hacia la muchacha, cimbreando su pequea cabeza viperina en pos de la carne fresca. Resultaba difcil creer que una serpiente de ese tamao pudiera matarte y, sin embargo, poda. La serpiente que mat a Calvin Bryant no era mayor. Le mordi el tobillo y al cabo de unos segundos estaba muerto. Y Calvin Bryant doblaba en tamao a la muchacha.

As que, en realidad, no haba nada que decidir. Dejndose llevar por el instinto, mi padre se tir de cabeza al ro con los brazos estirados mientras el mocasn se aprestaba a clavar sus pequeos colmillos en la pequea cintura de la chica. Ella grit, desde luego. Cmo no vas a gritar si ves que un hombre se te acerca a nado. Y l mergi de las aguas con la serpiente retorcindose en sus manos, la boca buscando algo en que hacer presa, y ella volvi a gritar. Edward logr al fin envolver la serpiente con su camisa. No era partidario de matar, mi padre. Se la llevara a un amigo que coleccionaba serpientes.

Pero no nos olvidemos de la escena: un hombre joven y una mujer joven metidos en el ro Azul hasta la cintura, los torsos desnudos, mirndose. Resplandecientes rayos de sol se abran paso aqu y all, y reverberaban en las aguas. Pero a ellos les daba la sombra casi de pleno. Todo estaba en silencio salvo la naturaleza que los rodeaba. En una situacin as no es fcil hablar, porque qu se puede decir? Yo me llamo Edward, y t? No era cuestin de decir eso. Lo que s se poda decir fue lo que ella dijo en cuanto recobr el habla:

-Me has salvado la vida.

Nada ms cierto. Una serpiente venenosa estaba a punto de morderla y l la haba salvado. Arriesgando su propia vida, adems. Aunque ninguno de los dos aludi a eso. No haca falta. Ambos lo saban.

-Eres valiente dijo ella.

-No, seora respondi mi padre, aunque la chica deba de ser casi de su edad-. Sencillamente, la vi y vi esa serpiente y... me lanc.

-Cmo te llamas?

-Edward.

-Muy bien, Edward. De ahora en adelante, ste ser tu lugar. Lo llamaremos... la Arboleda de Edward. Este rbol, este recodo del ro, esta agua, todo esto. Y cuando quiera que no te encuentres bien o necesites que ocurra algo, vendrs aqu a descansar y a pensar sobre lo que te est preocupando.

-De acuerdo dijo l; claro que, en ese momento, habra estado de acuerdo casi con cualquier cosa. Su cabeza flotaba muy por encima de las aguas. Le daba la sensacin de haber dejado este mundo durante un instante. Y an no haba regresado.

La muchacha sonri.

-Ahora date la vuelta dijo-, voy a vestirme.

-De acuerdo.

Y Edward se dio la vuelta, arrebatado por un bienestar casi intolerable. Tan bien se senta que apenas si lo soportaba. Era como si lo hubieran creado de nuevo y ahora fuera distinto, mejor.

Como no saba cunto poda tardar en vestirse una mujer, le concedi cinco minutos largos. Y cuando se volvi, como caba esperar, ella ya no estaba all... se haba desvanecido. Sin que la oyera marcharse, se haba ido. Podra haberla llamado... mas no saba por qu nombre llamarla... Ojal se lo hubiera preguntado, antes de nada.

El viento soplaba entre las ramas del roble y el agua segua su curso. Y ella se haba ido. Y en su camisa Edward no encontr una serpiente, sino un simple palo. Un palito marrn.

Pero pareca una serpiente... vaya si lo pareca. Sobre todo cuando lo tir al ro y lo vio alejarse aguas abajo.

Su discreto encanto

Cuentan que tena un encanto especial, el don de la modestia, talento para los detalles inesperados. Era... tmido, mi padre. Y, sin embargo, el preferido de las mujeres. Llammoslo un discreto encanto. Adems era bastante guapo, aunque nunca permiti que eso se le subiera a la cabeza. Se mostraba amistoso con todos y todos eran amigos suyos.

Dicen que tena mucha gracia, ya entonces. Dicen que saba contar buenos chistes. No cuando estaba rodeado de gente, porque entonces se volva reservado, pero si lograbas estar a solas con l, algo que por lo visto intentaban muchas mujeres de Ashland!, te haca morirte de risa. Cuentan que se les oa rer por las noches, ami padre y a las dulces muchachitas; el eco de su risa resonaba por todo el pueblo de noche, desde el porche delantero de su casa, donde se columpiaban. La risa era el sonido de fondo con el que los ashlandeses preferan conciliar el sueo. As eran las cosas en aquellos tiempos.

De cmo amans al gigante

Muchas fueron las hazaas juveniles de mi padre y todava hoy se cuentan sobre l un sinfn de historias. Pero plantarle cara a Karl, el gigante, tal vez fuera la ms formidable de sus obras, porque en ella se jug la misma vida. Karl era tan alto como dos hombres, tan corpulento como tres y tena la fuerza de diez hombres juntos. Ostentaba en la cara y en los brazos las cicatrices de una vida salvaje, mas propia de una bestia que de un hombre. Y su proceder estaba en consonancia con su vida. Cuentan que, como todos los mortales, Karl naci de una mujer, pero enseguida se demostr que haba habido un error. Y es que tena un tamao desmesurado. La ropa que su madre le compraba por la maana ya tena las costuras reventadas por la tarde, tal era la velocidad a la que creca su cuerpo. Se acostaba de noche en una cama hecha a medida por un carpintero y amaneca con los pies colgnole por fuera. Y coma a todas horas! Por mucha comida que su madre comprara o recogiese en los campos, las alacenas siempr estaban vacas al anochecer, y Karl todava se quejaba de que tena el estmago vaco. Descargaba formidables puetazos sobre la mesa reclamando ms comida. Ahora!, chillaba. Ahora mismo, madre!. Catorce aos de tal vida agotaron la paciencia de la mujer y, un da, aprovechando que Karl tena la cara sepultada en un costillar de venado, hizo el equipaje y se march por la puerta trasera para no volver nunca ms; su ausencia pas desapercibida hasta que se acab la comida. Entonces Karl se sinti disgustado, ofendido y, sobre todo, hambriento.

Y se es el momento en que fue a Ashland. De noche, mientras los vecinos del pueblo dorman, Karl recorra sigiloso patios y jardines en busca de alimentos. Al principio se contentaba con los cultivos; al llegar la maana, los ashlandeses encontraban trigales enteros arrasados, sus manzanos desnudos y el depsito de agua seco. No saban que hacer. Como la casa se le haba quedado pequea, Karl se haba trasladado a los montes que circundaban el pueblo. Quin osara enfrentarse a l en ese terreno? Y qu podran haber hecho esas gentes ante el espentoso monstruo en que se haba convertido Karl?

El pillaje se prolong durante algn tiempo, hasta que un da desaparecieron media docena de perros. Ya era la propia vida del pueblo la que pareca peligrar. Haba que hacer algo... pero qu?

Mi padre concibi un plan. Era arriesgado, pero no haba otra solucin. Una resplandeciente maana de verano mi padre se puso en camino con la bendicin del pueblo. Se dirigi a las montaas, hacia el lugar donde haba una cueva. Supona que Karl vivira all.

La cueva estaba escondida tras un pequeo pinar y un promontorio rocoso; mi padre la conoca porque, aos atrs, haba rescatado de all a una chica extraviada en las profundidades del bosque. Se plant ante la cueva y lo llam a gritos:

-Karl!

Oyo su voz devuelta por el eco.

-Sal de ah! S que ests ah dentro. Vengo a traerte un mensaje de parte del pueblo.

Transucrri un largo rato en el silencio de la insondable espesura antes de que mi padre sintiese un crujido y un temblor que pareci sacudir la tierra misma. Y de la oscuridad de la cueva sali Karl. Era an mayor de lo que mi padre se haba atrevido a imaginar. Y qu rostro espeluznante, Dios mo! Cubierto de magulladuras y araazos a causa de su vida salfaje... y de que a veces pasaba tanta hambre que no esperaba a que su comida muriera, y en algunas ocasiones su comida se defenda. Llevaba el cabello largo y grasiento, la barba, espesa y enmaraada, llena de restos de comida y de blandos bichitos rastreros que se alimentaban de las migajas.

Al ver a mi padre, Karl se ech a rer.

-Qu quieres t, hombrecito? pregunt con pavorosa sonrisa.

-Tienes que dejar de venir a comer a Ashland repuso mi padre-. Los granjeros se estn quedando sin cosechas y los nios echan de menos a sus perros.

-Cmo? Y t pretendes impedrmelo? bram Karl, y su voz retumb por los valles, llegando a buen seguro hasta el mismsimo Ashland-. Pero si podra despachurrarte entre las manos como a una rama!

Y, para demostrarlo, arranc una rama de un pino cercano y la pulveriz entre los dedos.

-Pero si podra zamparte en un abrir y cerrar de ojos! Vaya si podra!

-Para eso he venido replic mi padre.

El semblante de karl se crisp, ya fuera por desconcierto, ya porque alguno de los bichitos de su barba le haba trepado por la mejilla.

-Qu quieres decir con que para eso has venido?

-Para que me comas dijo mi padre-. Soy el primer sacrificio.

-El primer... sacrificio?

-A ti, oh gran Karl! A tu poder nos sometemos. Somos conscientes de que hemos de sacrificar a unos cuantos para salvar a la mayora. As que yo ser... tu almuerzo?

Karl pareca aturdido por las palabras de mi padre. Sacudi la cabeza para despejrsela y una docena de bichitos rastreros salieron despedidos de su barba y cayeron al suelo. Su cuerpo comenz a temblar y, por un instante, dio la impresin de que iba a desplomarse; hubo de recostarse contra la falda de la montaa para recobrar el equilibrio.

Se dira que acababan de herirlo con un arma. Que acababa de recibir una herida en la batalla.

-Yo... dijo con suavidad, con tristeza casi-, yo no quiero comerte.

-No quieres? suspir mi padre con enorme alivio.

-No -dijo Karl-. No quiero comerme a nadie y una gigantesca lgrima rod por su abatido rostro-. Es que paso tanta hambre prosigui-. Mi madre sola prepararme platos deliciosos, y, cuando se march, me qued sin saber qu hacer. Los perros... siento lo de los perros. Todo, lo siento todo.

-Lo comprendo dijo mi padre.

-Y ahora no s qu hacer continu Karl-. Mira cmo soy... soy enorme! Necesito comer para vivir. Pero ahora estoy solo y no s...

-Cocinar. Cultivar la tierra. Criar animales concluy mi padre.

-Exacto corrobor Karl-. Creo que debera internarme hasta el fondo de la cueva y no volver a salir nunca ms. Ya os he causado bastantes problemas.

-Podramos ensearte.

A Karl le cost un momento comprender lo que haba dicho mi padre.

-Ensearme qu?

-A cocinar, a cultivar la tierra. Aqu hay muchas hectreas de tierra cultivable.

-Quieres decir que podra hacerme granjero?

-Eso mismo dijo mi padre-. Podras hacerte granjero.

Y fue precisamente eso lo que sucedi. Karl se convirti en el mayor granjero de Ashland, y la leyenda de mi padre se hizo an mayor. Se deca que con su sola presencia hechizaba a cualquiera. Se deca que estaba dotado de poderes especiales. Pero mi padre era humilde y lo negaba rotundamente. Simplemente, le caa bien la gente y l caa bien a los dems. As de sencillo, deca.

En el que sale de pesca

Entonces se produjo la inundacin, pero qu podra aadir a todo lo que ya se ha escrito? Lluvia, lluvia a raudales, incesante. Los arroyos se convirtieron en ros, los ros en lagos y todos los lagos, desbordndose de sus orillas, se hicieron uno. Quiso la suerte que Ashland se salvara en su mayor parte. Gracias a la afortunada disposicin de una cordillera, en opinin de algunos, porque dividi las aguas en torno a la poblacin. Lo cierto es que un rincn de Ashland, casas includas, sigue en el fondo de lo que hoy se llama, acertada aunque poco imaginativamente, el Gran Lago, y que, durante las noches de verano, todava se oye a los fantasmas de quienes murieron en la inundacin. Pero lo mas destacado del lago son sus barbos. Barbos del tamao de un hombre, segn dicen... y an mahores. Te arrancan las piernas si te sumerges a demasiada profundidad. Las piernas y puede que algo ms, si no te andas con cuidado.

Slo un loco o un hroe tratara de pescar un pez de esas dimensiones, y mi padre, en fin... supongo que tena un poco de ambas cosas.

Un da se dirigi all al amanecer, solo, y se adentr en barca hasta el centro del Gran Lago, su zona ms profunda. Qu llevaba de cebo? Un ratn hallado muerto en el granero. Ceb el anzuelo y lo lanz. Tard cinco minutos largos en tocar fondo, y entonces mi padre comenz a recoger el sedal lenamente. Enseguida not un tirn. Un tir que se llev el anzuelo, el ratn, todo. As que hizo un segundo intento. Esta vez con un anzuelo mayor, un sedal ms resistente, un ratn muerto de aspecto ms tentador, y volvi al anzar el anzuelo. Las aguas comenzaban a bullir a su alrededor, a bullir, borbollar y rizarse, como si estuviera levantndose el espritu del lago. Sin hacer caso, Edward continu pescando. Pero quiz aquello no fuera muy prudente, visto que las cosas estaban adquiriendo un cariz tan poco lacustre. Y alarmante. Puede que hubiera llegado el momento de rebobinar el carrete y volver a remo a casa. Adelante, entonces. Pero mientras Edward rebobina advierte que ms que el sedal es l quien se est moviendo. Hacia delante. Y cuanto ms deprisa recoge, ms deprisa se mueve. La solucin es sencilla, lo sabe: soltar la caa. Dejar que se pierda! Soltarla y despedirse de ella para siempre. Quin sabe qu puede haber al otro extremo del hilo, arrastrndolo? Pero no puede soltarla. Imposible. Siente que sus manos han pasado a formar parte de la caa. De manera que, recurriendo a una solucin de compromiso, deja de rebobinar el carrete, pero la solucin de compromiso tampoco funciona; sigue desplazndose hacia delante, Edward, y a buena velocidad, ms deprisa que antes. Entonces esto no puede ser un tronco. Es alguna criatura que lo lleva a rastras, un ser vivo... un barbo. Ahora lo ve, saltando como un delfn sobre las aguas, y un rayo de sol le da de lleno; es hermoso, monstruoso, amenazador... medir un metro ochenta de largo, dos metros?... y al sumergirse se lleva a Edward tras de s, arrancndolo de la barca y tirando de l hacia abajo, hacia las profundidades donde yace el acuoso cementerio del Gran Lago. Y all ve casas y granjas, campos y caminos, todo el rincn de Ashland que la inundacin cubri. Y ve a la gente tambin: all estn Homer Kittridge y su mujer, Marla. Y ms all Vern Talbot y Carol Smith. Homer lleva un cubo rebosante de pienso a sus caballos y Carol est charlando con Marla sobre la cosecha de maz. Vern ara los campos con su tractor. Bajo brazas y brazas de agua, se mueven a cmara lenta y cuando hablan les salen de la boca burbujitas que se elevan hacia la superficie. Edward pasa de largo a toda velocidad, a remolque del barbo, y Homer le sonre y empieza a esbozar un saludo, porque Edward y l son viejos conocidos, pero antes de que Homer haya terminado el gesto, ya han desaparecido pez y hombre; ascienden y emergen de las aguas repentinamente; y Edward embarranca, ya sin caa, en la orilla.

Nunca le habl de esto a nadie. No poda. Quin le habra credo? Cuando le interrogaban sobre la prdida de la caa y de la barca, Edward deca que se haba quedado soando dormido a orillas del Gran Lago y que... el agua se las haba llevado.

El da en que se march de Ashland

Y fue as, a grandes rasgos, como Edward Bloom se convirti en un hombre. Era un joven sano, fuerte y amado por sus padres. Y titulado en bachillerato, adems. Haca correras por los tiernos campos de Ashland con sus camaradas y coma y beba con fruicin. Su vida transcurra como en un sueo. Mas, al despertarse una maana, supo en su fuero interno que deba marcharse, y as se lo comunic a su madre y a su padre, que no trataron de disuadirle. Pero s intercambiaron una mirada cargada de negros presagios, porque saban que tan slo haba un camino para salir de Ashland, y que recorrerlo significaba atravesar el lugar sin nombre. Si estaba escrito en tu destino que habas de marcharte de Ashland, cruzabas ese lugar con impunidad, mas, en caso contrario, te quedabas all para siempre, incapaz de avanzar o retroceder. As pues, se despidieron de su hijo sabiendo que quiz no volveran a verlo, como tambin l lo saba.

El da de su partida amaneci radiante, pero, a medida que se aproximaba al lugar sin nombre, iba cayendo la oscuridad, los cielos se cerraban y una densa niebla lo envolva. No tard en llegar a un pueblo muy parecido a Ashland, aunque diferente en algunos aspectos cruciales. En la Calle mayor se alineaban un banco, la Farmacia de Cole, la Librera Cristiana, las Grandes Gangas de Talbot, el Rincn de Prickett, la Relojera y Joyera de Calidad, el Caf del Buen Yantar, un salon recreativo, un cine, un solar, una ferretera y tambin un colmado, con los estantes abastecidos de mercancas que databan de fechas anteriores al nacimiento de Edward. Algunos de esos comercios eran los mismos que los de la Calle Mayor de Ashland, pero aqu estaban vacos y en penumbra, con los escaparates resquebrajados, y sus dueos miraban desganadamente al frente desde los desiertos umbrales. Mas al ver a mi padre sonrieron. Sonrieron y le saludaron con la mano. Un cliente!, pensaron. Haba asimismo en la Calle Mayor, al fondo del todo, una casa de putas, pero no era una casa de putas como las de las grandes ciudades. Sencillamente, era una casa donde viva una puta.

Los vecinos corran a recibirlo al verlo andar por las calles y se quedaban contemplando sus bonitas manos.

-Se marcha? preguntaban-. Se marcha de Ashland?

Formaban una curiosa banda. Haba un hombre con un brazo contrahecho. La mano derecha le colgaba del codo y por encima tena el brazo mustio. Su mano asomaba por la manga como la cabeza de un gato asoma de un saco. Un verano, aos atrs, iba en coche sacando el brazo extendido por la ventanilla, para sentir el viento. Pero el coche rodaba demasiado cerca de la cuneta y, en lugar del viento, sinti un golpetazo contra un poste de telfonos. Se le rompi hasta el ltimo hueso del antebrazo. Y ahora la mano le colgaba inservible, encogindose ms y ms con el tiempo. Deio la bienvenida a mi padre con una sonrisa.

Luego haba una mujer de unos cincuenta y cinco aos que era absolutamente normal en casi todos los aspectos. Tal era la forma de ser de esa gente: normales en muchos aspecots, pero con algo raro, ese algo espantoso. Al volver cierto da del trabajo, aos atrs, aquella mujer haba encontrado a su marido ahorcado, colgando de una tubera del stano. Al verlo sufri un ataque apopltico que le dej paralizada para siempre la mitad izquierda de la cara: tena los labios torcidos en exagerado rictus y la piel penda flccida bajo el ojo. Como no poda mover en absoluto ese lado de la cara, slo la mitad de su boca se abra cuando hablaba y su voz sonaba como si estuviera atrapada en las profundidades de la garganta. Las palabras trepaban a duras penas por la garganta para escaparse. La mujer haba intentado marcharse de Ashland despus de que ocurriera todo eso, sin conseguir pasar de aquel lugar.

Y deespus haba otros que simplemente haban nacido tal como eran; para ellos, el nacimiento haba sido el primer y peor accidente. Haba un hidrocfalo llamado Bert; trabajaba de barrendero. All donde fuera, iba cargado con su escoba Era hijo de la prostituta y un problema para los hombres del lugar: casi todos haban estado con la prostituta y cualquiera de ellos poda ser el padre del chico. Desde el punto de vista de la madre, todos lo eran. Ella nunca haba querido dedicarse a la prostitucin. Como el pueblo necesitaba tener su furcia, la obligaron a desempear ese papel, que, con el paso de los aos, la haba ido amargando. Empez a odiar a sus clientes sobre todo a raz del nacimiento de su hijo. ste era una gran alegra, pero tambin una pesada carga. No se poda decir que tuviera memoria. Sola preguntarle con frecuencia a su madre: Dnde est mi papi?, y ella sealaba al azar al primer hombre que pasara por delante de la ventana. Ah tienes a tu padre, le deca. Entonces l se precipitaba a la calle y le echaba los brazos al cuello al hombre en cuestin. Pero al da siguiente ya no se acordaba de nada y volva a la carga: Dnde est mi papi?, con lo que ese da tena un padre distinto, y as sucesivamente.

Al final, mi padre se encontr con un hombre llamado Willie. Estaba sentado en un banco del que se levant al ver acercarse a Edward, como si hubiera estado esperndolo. Las comisuras de su boca estaban resecas, agrietadas. Tena el pelo gris y encrespado, y los ojos negros y pequeos. Le faltaban tres dedos (dos de una mano y el tercero de la otra) y era viejo. Viejo hasta el punto de que pareca que, habiendo avanzado en el tiempo tanto como le es dado a un ser humano, haba iniciado el viaje de regreso. Estaba menguando. Volvindose tan pequeo como un beb. Se mova despacio, como si caminara con el agua hasta las rodillas, y dirigi a mi padre una sonrisa ttrica.

-Bienvenido a nuestro pueblo le dijo, en tono amistoso a la vez que cansino-. Te gustara que te lo enseara?

-No puedo demorarme aqu repuso mi padre-. Estoy de paso.

-Eso dicen todos replic Willie mientras coga a mi padre del brazo y echaban a andar junto-. Adems prosigui-, a qu tantas prisas? Dale un vistazo, al menos, a lo que podemos ofrecerte. Aqu tenemos una tienda, una tiendecita estupenda, y ah... aqu mismo dijo-, un lugar donde podrs jugar al billar, si te apetece. Un saln recreativo, sabes? Aqu lo ibas a pasar bien.

-Gracias dijo Edward, no queriendo ofender a Willie ni a ninguno de quienes los observaban. Ya haban atrado a un peuqeo grupo de tres o cuatro personas que los seguan a lo largo de las calle por lo dems desiertas, manteniendo las distancias a la vez que los miraban de reojo hacindose los despistados-. Muchas gracias.

Willie redobl la fuerza con que lo asa al mostrarle la farmacia, la Librera Cristiana y, a continuacin, con un furtivo guio, la casa donde viva la puta.

-Es una mujer muy dulce dijo Wille. Y despus, como si a su pesar hubiera recordado algo, aadi-: A veces.

El cielo se haba oscurecido ms y comenz a caer una fina llovizna. Wille alz la vista y dej que el agua le baara los ojos. Mi padre se enjug la cara haciendo una mueca.

-Por estos pagos nunca nos falta lluvia coment Willie-, uno acaba por acostumbrarse.

-Todo tiene un aspecto un tanto... aguado dijo mi padre.

Willie lo perfor con la mirada.

-Se acostumbra uno dijo-. De eso es de lo que se trata, Edward. De acostumbrarse a las cosas.

-No es eso lo que yo pretendo dijo mi padre.

-Da igual. Tambin a eso se acostumbra uno.

Caminaron en silencio a travs de la niebla que se condensaba a sus pies, de la lluvia que les caa mansamente sobre la cabeza, de la crepuscular maana de aquella extraa poblacin. La gente se arracimaba en las esquinas para verlos pasar y algunos se sumaban al contingente que los segua. Edward capt la mirada penetrante de untipo demacrado que vesta un rado traje negro, y lo reconoci. Era Norther Winslow, el poeta. Se haba marchado de Ashland pocos aos atrs con destino a Pars, para dedicarse a escribir. Miraba a Edward fijamente y a punto estuvo de sonrer, pero entonces los ojos de Edward se posaron en su mano derecha, a la que faltaban dos dedos, y Norther empalideci, cerr el puo llevndoselo al pecho y desapareci doblando una esquina. Todos haban puesto grandes esperanzas en Norther.

-As es dijo Willie, que haba advertido lo que acababa de suceder-. Por aqu viene continuamente gente como t.

-A qu se refiere? pregunt mi padre.

-Gente normal y esas palabras parecieron dejarle un regusto amargo en la boca. Escupi-. Gente normal con sus proyectos. Esta lluvia, esta humedad... es una especie de residuo. El residuo de un sueo. De muchos sueos, para ser ms preciso. Los mos, los de l, los tuyos.

-Los mos no protest Edward.

-No dijo Willie-. Todava no.

Fue entonces cuando vieron al perro. Se mova a travs de la niebla como una vaporosa sombra negra y, al fin, su silueta se perfil ante ellos. Su pecho estaba moteado de blanco y sus patas de marrn, y, por lo dems, era negro. Tena el pelo corto y duro, y no pareca de ninguna raza determinada... un perro genrico, hecho de retazos de otros muchos perros. Se diriga hacia ellos, lenta pero directmente, sin tan siquiera detenerse a olfatear una boca de riego o una farola; no iba callejeando, avanzaba en lnea recta. Aquel perro saba a dnde iba. Aquel perro tena una meta: mi padre.

-Qu es esto? pregunt Edward.

Willie sonri.

-Un perro dijo-. Ms pronto o ms tarde, siempre se acerca a inspeccionar a todos, por lo general ms pronto que tarde. Es una especie de cancerbero, ya me entiendes.

-No replic mi padre-. No le entiendo.

-Ya me entenders dijo Willie-. Ya me entenders. Llmalo aadi.

-Qu lo llame? Por qu nombre?

-No tiene nombre. Como nunca ha tenido dueo, no se llama de ninguna manera. Llmalo Perro, sencillamente.

-Perro.

-Eso es: Perro.

Con esto, mi padre se arrodill, dio unas palmadas y se esforz en poner aire amistoso.

-Ven aqu, Perro! Vamos compaero! Aqu, muchacho. Ven!

Y Perro, que hasta entonces caminara en una larga lnea recta, se qued inmvil, observando a mi padre durante un buen rato... un buen rato para un perro, en todo caso. Medio minuto. El pelo del lomo se le eriz en crestas. Clav los ojos en los de m padre. Abri la boca y le ense los dientes y la rosada ferocidad de sus encas. Estaba a unos diez metros de distancia, gruendo frenticamente.

-Creo que hara bien en apartarme de su camino dijo mi padre-. Me parece que no le caigo muy bien.

-Alarga la mano le indic Willie.

-Cmo dice? pregunt mi padre.

Los gruidos del perro resonaron con ms fuerza.

-Alarga la mano para que te la huela.

-Willie, no creo que...

-Alarga la mano insisti el viejo.

Lentamente, mi padre alarg la mano. Perro se aproxim con su lento andar, sus gruidos apagados, las mandbulas prestas para pegar una dentellada. Pero al frotar la punta del morro contra los nudillos de mi padre, Perro gimote y le lami la mano a mi padre de arriba abajo. La cola de Perro se meneaba. El corazn de mi padre lata con fuerza.

Willie contemplaba la escena alicado, derrotado, como si hubiera sufrido una traicin.

-Significa esto que me puedo ir? pregutn mi padre, incorporndose, mientras el perro se restregaba contra sus piernas.

-Todava no dijo Willie, y volvi a agarrarlo del brazo, hundindole profundamente los dedos en los msculos-. Antes de irte tienes que tomarte un caf.

EL CAF DEL BUEN YANTAR era una sala grande con hileras de verdes asientos de vinilo y mesas de Formica moteadas de dorado. Sobre las mesas haba manteles individuales de papel y finos tenedores y cucharas de plata, encostrados de comida reseca. Reinaba una densa penumbra griscea, y, aunque la mayora de las mesas estaban ocupadas, no se perciba la menor animacin ni tampoco rastro alguno de esa expectacin ansiosa del hambre a punto de ser saciada. Pero cuando llegaron Willie y mi padre, los clientes levantaron la vista al unsono y sonrieron, como si acabase de llegar lo que haban pedido.

Willie y mi padre tomaron asiento a una mesa y, sin que mediara pregunta alguna, una camarera silenciosa les trajo dos tazas de caf. Negros pozos humeantes. Willie clav la vista en su taza y mene la cabeza.

-Crees que ya lo has conseguido, verdad, hijo? sonri llevndose el caf a los labios-. Te crees un verdadero pez gordo. Pero no eres el primero que vemos por aqu. Ah, en aquel rincn, tienes a Jimmy Edwards. Una gran estrella del ftbol. Buen estudiante. Quera dedicarse a los negocios en la gran ciudad, hacer fortuna, triunfar. No logr salir de aqu. Le faltaban agallas, sabes? se inclin sobre la mesa y musit-. El perro se le llev el dedo ndice.

Mi padre ech una ojeada y comprob que era cierto. Jimmy retir la mano de la mesa pausadamente, se la meti en el bolsillo y se volvi de espaldas. Mi padre mir a los dems clientes, que tenan la vista puesta en l, y vio que todos estaban en las mismas condiciones. Ninguno conservaba todos los dedos, y algunos slo podan ufanarse de unos cuantos. Mi padre mir a Willie para solicitar una explicacin. Ms Willie pareci leerle el pensamiento.

-El nmero de veces que han intentado marcharse dijo-. Ya fuera para proseguir su camino, ya para volver al sitio de donde haban venido. Ese perro prosigui, contemplndose la mano- no se anda con chiquitas.

Despus, lentamente, como atrados por un sonido slo para ellos audible, los clientes sentados a las mesas de alrededor se levantaron para dirigirse a la suya, donde se quedaron mirndolo y sonriendo. Recordaba los nombres de algunos de su infancia en Ashland. Cedirc Fowlkies, Sally Dumas, Ben Ligthfoot. Pero estaban cambiados. Vea a travs de ellos, esa era la sensacin que l daba, pero luego ocurra algo que le haca dejar de verlos as, como si no parasen de entrar y salir del campo de visin que tena enfocado.

Dirigi la vista hacia la puerta, donde estaba sentado Perro. Lo miraba fijamente, inmvil, y mi padre se frot las manos, preguntndose qu iba a sucederle, si habra perdido la oportunidad de pasar de largo junto a Perro y si la prxima vez ya no le acompaara la suerte.

Junto a su mesa se haba detenido una mujer llamada Rosemary Wilcox. Enamorada de un hombre de la ciudad, haba tratado de escaparse conl, pero slo logr llegar hasta all. Tena los ojos oscuros y hundidos en lo que en su da fue una cara bonita. Recordaba a mi padre de cuando era pequeo y ahora le deca que era una alegra volver a verlo, tan grande, tan alto, tan guapo.

La multitud arracimada en torno a la mesa se hizo mayor y se aproxim ms, con lo que mi padre no se poda mover. No quedaba espacio libre. Tena pegado a la espalda a un hombre an ms viejo que Willie. Pareca petrificado en vida. La piel se le haba secado, tensndose sobre los huesos, y sus venas eran azules y con un aspecto tan fro como un ro helado.

-Yo... no me fiara de ese perro dijo el viejo con parsimonia-. Yo que t, no me arriesgara, hijo. La otra vez no te ha mordido, pero nunca se sabe lo que puede pasar. Absolutamente imprevisible. Lo mejor es que te quedes aqu sentadito prosigui- y nos hables de ese mundo al que quieres ir, de las cosas que esperas encontrar en l.

Y el anciano cerr los ojos, y Willie lo imit, como los dems, pues todos estaban deseosos de or hablar del luminoso mundo que mi padre saba le aguardaba a la vuelta de la esquina, ms all de ese pueblo sombro. De manera que les habl de ese mundo y, cuando hubo concluido, le dieron las gracias y sonrieron.

Y el viejo dijo:

-Ha estado muy bien.

-Podemos repetirlo maana? pregunt alguien.

-Repitmoslo maana susurr otra voz.

-Es una bendicin tenerlo aqu con nosotros le dijo un hombre a mi padre-. Una verdadera bendicin.

-Conozco a una chica estupenda terci Rosemary-. Y guapa, adems. Se parece un poco a m. Me encantara presentaros para que estrechis lazos, ya me entiendes.

-Lo siento dijo mi padre, pasando la vista de uno a otro-. Ha habido un malentendido. No voy a quedarme aqu.

-Eso me est pareciendo, que ha habido un malentendido dijo Ben Lightfoot, lanzando a mi padre una mirada cargada de odio.

-Es que no podemos dejar que te vayas dijo Rosemary con voz dulce.

-Tengo que irme replic mi padre, tratando de ponerse en pie. No lo consigui, acorralado lo tenan.

-Al menos qudate una temporadita dijo Willie-. Unos cuantos das, por lo menos.

-Date tiempo para conocernos dijo Rosemary, apartndose el pelo de los ojos con su horrible mano-. Ya vers como te olvidas de todo lo dems.

De repente, se oy un crujido detrs del crculo de hombres y mujeres que lo rodeaba y, a continuacin, un aullido y un ladrido poco amistoso, y milagrosamente el crculo se abri. Era Perro. Emiti un feroz gruido y les ense los pavorosos dientes, con lo que todos retrocedieron para alejarse del babeante monstruo, mientras cerraban los puos y se los llevaban al pecho. Mi padre aprovech la oportunidad para salir corriendo entre ellos sin mirar atrs. Corri a travs de la oscuridad hasta que de nuevo brill la luz y el mundo se volvi verde y maravilloso. El asfalto dio paso a la grava, la grava a la tierra, y ya no pareca demasiado lejos la belleza de un mundo mgico. Hizo un alto all donde terminaba el camino, tom aliento y descubri que Perro vena pisndole los talones, con la lengua fuera; cuando lleg a su lado, restreg su cuerpo clido contra las piernas de mi padre. Ya no se oa otro sonido que el del viento entre los rboles y el de sus pasos por una senda apenas hollada. Luego se abri un repentino claro en el bosque y ante ellos apareci un lago, un enorme lago verde que se curvaba hacia la lejana, hasta donde alcanzaba la vista, y a orillas del lago haba un pequeo embarcadero de madera, mecido por las olas que levantaba el viento. Descendieron hasta l y, al llegar, Perro se desplom, como si le hubieran abandonado las fuerzas. Mi padre mir en derredor, bastante orgulloso, y contempl el crepsculo al otro lado del bosque; respir el aire puro, hundi los dedos en la piel flccida del caliente cogote de Perro y le masaje los msculos con concienzuda delicadeza, como si estuviera masajendose su propio corazn, y Perro profiri sonidos de perro feliz. Y el sol se puso y la luna se alz en el cielo, y las aguas del lago se rizaron levemente, y, entonces, a la blanca luz de la luna, vio a la muchacha; su cabeza rompa la superficie all a lo lejos, el agua le corra por el pelo y volva al lago, y ella sonrea. La muchacha sonrea y mi padre tambin. Luego le salud con la mano. Ella salud a mi padre y l le devolvi el saludo.

-Hola! dijo, agitando el brazo-. Adis!

La entrada en un nuevo mundo

La historia del primer da de mi padre en el mundo donde llegara a vivir la cuenta mejor que nadie, quiz, el hombre que trabajaba con l, Jasper Barron, o Buddy. Era vicepresidente de Bloom Inc. Y tom el timn cuando mi padre se jubil.

Buddy era un loco de la ropa. Vesta corbata amarillo brillante, traje de ejecutivo azul oscuro de rayitas, zapatos negros y unos de esos calcetines ceidos, finos, casi transparentes, que hacan juego con su traje de chaqueta y le trepaban hasta una altura indeterminada de las pantorrillas. Del falso bolsillo del lado del corazn le asomaba un pauelo de seda, como si fuera un ratincillo de compaa. Y era el primer y nico hombre de cuantos he conocido que tena la sien realmente plateada, tal como se lee en las novelas. El resto de su pelo era negro, espeso y saludable, y se lo peinaba con raya, una raya larga y recta de sonrosado cuero cabelludo, cual camino rural que le cruzara la cabeza.

Al relatar esta historia le gustaba recostarse en la silla y sonrer.

-Corra el ao mil novecientos y pico comenzaba-. Largo tiempo atrs, ms del que a ninguno nos interesa recordar. Edward acababa de marcharse de casa. Con diecisiete aitos. Se encontraba solo en el mundo por primera vez en la vida, pero estaba preocupado? No, cmo iba a estar preocupado: llevaba en el bolsillo unos cuantos dlares que le haba dado su madre; diez, o quiz doce... ms dinero, en todo caso, del que nunca hubiera tenido. Y tena sus sueos. Son los sueos los que impulsan a un hombre hacia delante, William, y tu padre ya estaba soando con un imperio. Pero si hubieras podido verlo el da que se fue del pueblo donde haba nacido, tan slo habras visto a un muchacho guapo sin ms equipaje que la ropa que llevaba puesta y los agujeros de sus zapatos. Quiz no habras llegado a distinguir los agujeros, pero estaban all, William; estaban all.

... El primer da recorri cincuenta kilmetros a pie. Esa noche durmi bajo las estrellas, en un lecho de agujas de pino. Y fue all, aquella primera noche, cuando la mano el destino le apret las clavijas a tu padre. Porque mientras dorma lo asaltaron dos bandidos del bosque que lo molieron a palos, lo dejaron medio muerto y se llevaron hasta el ltimo de sus dlares. Sobrevivi a duras penas y, sin embargo, cuando treinta aos despus me cont la historia por primera vez, y para m es una de las mejores historias de Edward Bloom, me dijo que si volviera a toparse con esos hombres, con los dos matones que lo haban apaleado hasta dejarlo medio muerto y se haban llevado hasta su ltimo dlar, les dara las gracias, s, las gracias, porque, de alguna manera, ellos marcaron el curso que haba de seguir el resto de su vida.

... En aquel momento, agonizando en las tinieblas de un bosque desconocido, distaba mucho de sentirse agradecido, desde luego. Pero cuando lleg la maana se encontraba descansado y, pese a que sangraba por diversas heridas, ech a andar, sin saber ya a dnde iba y sin que le importase lo ms mnimo, sencillamente andaba, hacia delante, avanzaba, dispuesto a aceptar lo que la Vida o el Destino quisieran depararle... y entonces avist un viejo colmado rural, y a un hombre mayor sentado a la puerta, balancendose en su mecedora, adelante y atrs, atrs y adelante, y en esto el hombre empez a mirar de hito en hito, alarmado, la ensangrentada figura que se aproximaba. Llam a su mujer, que llam a su hija, y en medio minuto tenan listos una palangana de agua caliente, una toallita y un manojo de vendas recin rasgadas de una sbana, y, as preparados, esperaban mientras Edward se diriga renqueante hacia ellos. Estaban preparados para salvarle la vida a ese desconocido. Ms que preparados, estaban decididos.

... Ni que decir tiene que l no se lo iba a permitir. No poda permitirles que le salvaran la vida. Ningn hombre de su integridad... que son muy pocos, William, excepciones preciadas que se cuentan con los dedos de una mano... aceptara un acto caritativo como ese, an cuando fuera cuestin de vida o muerte. Porque cmo iba a vivir a gusto consigo mismo, si es que no mora, claro est, sabiendo que su vida estaba tan inextricablemente ligada a otros, sabiendo que no haba salido adelante por sus propios medios?

... De manera que, todava sangrando y con una doble fractura en una pierna, Edward busc una escoba y barri el colmado de arriba abajo. Luego busc un trapo y un cubo, porque con las prisas de hacer bien las cosas se haba olvidado por completo de sus heridas abiertas, que sangraban profusamente, y hasta que termin de barrer no se dio cuenta de que haba ido dejando un reguero de sangre por toda la tienda. Entonces lo limpi. Restreg el suelo. Se puso de rodillas, trapo en mano, y frot y frot mientras el viejo, su mujer y su hija lo miraban. Lo miraban impresionados. Llenos de admiracin. Estaban viendo cmo un hombre trataba de limpiar las manchas que su propia sangre haba dejado en el suelo de tablas de pino. Era imposible, imposible... pero l lo intent. Eso es lo que cuenta, William; lo intent hasta que no pudo ms y cay de bruces, sin soltar el trapo... muerto.

... O eso creyeron. Creyeron que haba muerto. Corrieron hacia l: todava palpitaba de vida. Y entonces se produjo una escena que, tal como la describa tu padre, siempre me haca pensar en La Piedad de Miguel ngel: la madre, una muer robusta, lo levant y lo sujeto entre sus brazos, en su regazo, al joven moribundo, y rez para que no muriera. Pareca un caso desesperado. Pero mientras los dems se apiaban a su alrededor llenos de inquietud, l abri los ojos y pronunci las que podran haber sido sus ltimas palabras; Edward, que haba reparado de inmediato en la falta de clientes, le dijo al viejo dueo del colmado, le dijo con el que podra haber sido su ltimo aliento: Hgase publicidad.

Buddy dej que la frase resonara en la habitacin.

-Y el resto, como suele decirse, ya es historia. Tu padre se repuso. No tard en recobrar las fuerzas. Araba los campos, escardaba los jardines y echaba una mano en la tienda. Recorra los caminos pegando pequeos carteles para anunciar el Colmado Rural de Ben Jimson. Fue idea suya llamarlo colmado rural, por cierto. Pens que sonaba ms amigable, ms atractivo que simplemente colmado, y tena razn. Fue en esa poca cuando tu padre invent el eslogan: Compre uno y llvese dos. Cinco palabritas de nada, William, que convirtieron a Ben Jimson en un hombre rico.

... Se qued con los Jimson cerca de un ao, ganndose el primer modesto fruto de su trabajo. El mundo se abra ante l cual esplndida flor. Y ya ves deca entonces Buddy, abarcando con un gesto el esplendor de cuero y oropel de su despacho y sealndome con una leve inclinacin de cabeza, como si tampoco yo fuera nada ms que el producto de la legendaria laboriosidad de mi padre-, para ser un chaval de Ashland, Alabama, las cosas no le han ido nada mal.

II

La anciana y el ojo

Despus de irse de casa de los Jimson, mi padre se encamin al sur a campo traviesa, de pueblo en pueblo, corriendo muchas aventuras y conociendo por el camino a un puado de personas interesantes y fantsticas. Mas su vagabundeo tena, como todo lo que haca, un objetivo, un propsito. Haba aprendido mucho de la vida en el ltimo ao y confiaba en ampliar an ms sus conocimientos sobre el mundo asistiendo a la universidad. Haba odo hablar de una ciudad llamada Auburn que tena universidad. Y era all a donde se diriga.

Lleg a Auburn una noche, hambriento y agotado, y se aloj en casa de una anciana que alquilaba habitaciones. La mujer le dio de comer y una cama donde reposar. Mi padre durmi de un tirn tres das y tres noches, y, al despertar, se encontr fuerte de nuevo, despejado de mente y cuerpo. Entonces agradeci sus servicios a la anciana y, a cambio, le ofreic ayudarla en lo que pudiera necesitar.

Pues bien, casualmente la anciana tena un solo ojo. El otro, que era de cristal, se lo quitaba de noche y lo meta en una taza de agua colocada en la mesilla de noche.

Y, casualmente, unos das antes de la llegada de mi padre, unos chavales se haban colado en casa de la anciana y le haban robado el ojo; por eso la mujer le dijo a mi padre que le quedara muy agradecida si encontraba su ojo y se lo devolva. Sin pensrselo dos veces, mi padre le prometi que as lo hara, y esa misma maana sali de casa en busca del ojo.

Era un da fresco y luminoso y mi padre rebosaba de esperanza.

La ciudad de Auburn, que deba su nombre a un poema, era en aquellos tiempos un importante centro de estudios. Jvenes vidos de conocer los secretos del mundo se agolpaban en pequeas aulas, atentos a las palabras de profesores peripatticos. Era all donde Edward anhelaba estar.

Muchos iban a Auburn, por otra parte, sin ms idea que correrse buenas juergas, y organizaban grandes pandillas con ese slo propsito. Mi padre no tard mucho en enterarse de que haba sido una de esas pandillas la que se haba colado en casa de la anciana y le haba robado el ojo.

De hecho, el ojo haba alcanzado cierta fama, y se hablaba de l sin disimulo y con honda veneracin entre algunos individuos con los que Edward Bloom trab astutamente amistad.

Se deca que el ojo posea poderes mgicos.

Se deca que el ojo vea.

Se deca que traa mala suerte mirar al ojo directamente, porque la vieja te reconocera y te perseguira en la oscuridad de la noche hasta dar contigo, y entonces te infligira inenarrables castigos.

El ojo nunca se guardaba dos veces en la misma casa. Cada noche se entregaba a un muchacho diferente a modo de rito inicitico. El chaval quedaba a cargo de cuidar el ojo para que no le sucediera nada. Estaba obligado a pasar en vela la noche en que se le confiaba el ojo, vigilandolo contnuamente. El ojo estaba envuelto en un pao rojo aterciopelado, metido, a su vez, en una cajita de madera. Por la maana haba que devolvrselo al jefe de la pandilla, quien despeda al muchacho tras interrogarlo y examinar el ojo.

Edward no necesit mucho tiempo para averiguar todo esto.

Comprendi que, si quera devolver el ojo a la anciana, tenran que designarlo para ser su guardin durante una noche. Y esto fue lo que se propuso conseguir.

Expres a uno de sus nuevos amigos el deseo de que le confiaran el ojo y, transcurrido un plazo cautelar, le comunicaron que, esa misma noche, deba acudir solo a un granero situado a unos cuantos kilmetros de la ciudad, en pleno campo.

El granero estaba a oscuras y en ruinas, y la puerta emiti un chirrido fantasmal cuando la abri. La luz de las velas colgadas de negros soportes de hierro jugueteaba en las paredes y las sombras danzaban por los rincones.

Al fondo haba seis siluetas humanas sentadas en semicrculo, las cabezas cubiertas con capuchones marrn oscuro, que parecan hechos de arpillera.

Sobre la mesita que tenan delante reposaba el ojo de la anciana, colocado como una alhaja, sobre una roja almohadilla de seda.

Edward se acerc al grupo sin miedo.

-Bienvendio dijo el muchacho que estaba sentado en el centro-. Toma asiento, por favor.

-Pero, hagas lo que hagas dijo otro ominosamente-, no mires el ojo!

Mi padre se sent en el suelo y esper en silencio. Sin mirar el ojo.

Al cabo de un momento, el de en medio volvi a hablar.

-Por qu ests aqu? pregunt.

-Por el ojo repuso Edward-. He venido a por el ojo.

-El ojo te ha llamado para que vinieras, no es as? Acaso no has odo su voz llamndote?

-La he odo afirm Edward-. He odo al ojo llamndome.

-Entonces cgelo, gurdalo en la caja y consrvalo toda la noche; volvers aqu por la maana. Si le sucediera cualquier cosa...

El muchacho de en medio dej la frase inacabada y un murmullo lastimero se elev de sus compaeros.

-Si le sucediera cualquier cosa al ojo repiti-, si se perdiera, se rompiera...

Y llegado a ese punto enmudeci de nuevo, mirando fijamente a mi padre a travs de las ranuras de su capuchn.

-... nos resarciramos arrancndote a ti un ojo concluy.

Los seis encapuchados asintieron al unsono.

-Comprendo dijo mi padre, que hasta entonces desconoca aquella grave condicin.

-Hasta maana, entonces.

-S dijo mi padre-. Hasta maana.

CUANDO SALI DEL GRANERO y se adentr en la oscura noche campestre, Edward se encamin hacia las luces de Auburn, sumido en sus pensamientos. No saba qu hacer. Ira en serio la amenaza de arrancarle un ojo si no devolva el de cristal al da siguiente? Cosas ms extraas haban sucedido. Con la caja bien sujeta en la mano derecha, se palp los ojos con la otra mano, primero uno y luego el otro, y se pregunt qu sensacin se tendra sin un ojo y si estaba obligado a no faltar a la palabra dada a la anciana cuando corra un riesgo tan grande. Caba la posibilidad de que las figuras encapuchadas no tuvieran la intencin de quitarle un ojo, lo saba y, sin embargo, con que hubiera un diez por ciento de posibilidades de que eso sucediera, o incluso un uno por ciento, valdra la pena? Su ojo era de verdad, a fin de cuentas, y el de la anciana slo era de cristal...

Pas la noche en vela junto al ojo, contemplando su brillo azulado, vindose reflejado en l, hasta que el sol, al alzarse sobre el horizonte arbolado a la maana siguiente, le pareci el ojo refulgente de algn dios olvidado.

EL GRANERO TENA OTRO AIRE a la luz del da, no inspiraba tanto miedo. No era ms que un viejo granero con tablones cados, por cuyos agujeros asomaba el heno igual que el relleno de una almohada. Haba vacas rumiando y, en una corraliza cercana, un viejo caballo alazn con el morro henchido de aire. Al llegar a la puerta del granero, Edward tuvo un instante de vacilacin; luego la abri de golpe, y esta vez su chirrido no fue tan fantasmal.

-Llegas tarde dijo alguien.

Edward dirigi la vista hacia el fondo del granero, donde ya no haba figuras encapuchadas, sino tan slo seis estudiantes universitarios, aproximadamente de su edad y vestidos ms o menos como l... con mocasines, pantalones caqui, camisas de algodn abiertas de color azul claro.

-Llegas tarde repiti la misma voz, que Edward reconoci como la de la vspera. Era el que estaba en medio, el jefe. Edward se qued mirndolo largo rato.

-Lo siento dijo al fin-. He tenido que ir a ver a otra persona.

-Has trado el ojo? le pregunt.

-Si respondi Edward-. El ojo est aqu.

El joven seal la cajita que Edward llevaba en la mano.

-Dnosla entonces dijo.

Edward le entreg la caja y los dems se agolparon a su alrededor para verla bien; el jefe la abri.

La contemplaron de hito en hito durante largo rato y, al cabo, todos se volvieron hacia Edward.

-No est aqu dijo el jefe, casi en un susurro, la ira arrebolndole el rostro-. El ojo no est aqu! chill.

Todos a una se abalanzaron sobre l, pero Edward levant la mano y dijo:

-Os he dicho que el ojo estaba aqu. No he dicho que estuviera en la caja.

Los seis chicos se pararon en seco, temiendo que mi padre llevara el ojo encima y pudieran estropearlo si le propinaban una buena paliza.

-Dnoslo! Dijo el jefe-. No tienes derecho! El ojo nos pertenece.

-Cnque s, eh?

Fue entonces cuando la puerta emiti un leve chirrido al abrirse; todos se volvieron a mirar mientras la anciana, con el ojo recin recuperado, se diriga hacia ellos. Los seis la miraron fijamente, desconcertados.

-Cmo... dijo uno de ellos, volvindose hacia los dems-. Quin...

-Aqu tenis el ojo dijo mi padre-. Os dije que estaba aqu.

Y cuando la anciana se acerc ms comprobaron que as era en efecto; el ojo no estaba en la caja, pero s en el sitio que le corresponda en la cabeza de la anciana. Y aunque habran querido correr, no podan. Y aunque habran querido volverse de espaldas, no podan, y mientras ella los miraba uno a uno, todos observaban a su vez el ojo de la anciana, atentamente, y se dice que en el fondo del ojo cada uno de ellos vio su futuro. Uno peg un alarido al ver lo que all vio, otro se ech a llorar, pero otro simplemente lo escudri, atnito, y luego alz la vista hacia mi padre y lo mir de hito en hito, como si supiera de l algo que antes no saba.

Cuando la anciana al fin termin de mirarlos, todos los chicos se precipitaron fuera del granero hacia la luminosa maana.

As comenz la breve estancia de Edward en Auburn, donde rara vez se atrevieron a molestarlo, porque se le crea bajo la protecdcin de la anciana y de su ojo omnividente. Empez a asisitir a la universidad y se convirti en estudiante de matrcula. Tena buena memoria. Recordaba todo lo que lea, todo lo que vea. Y recordaba la cara del jefe de la pandilla con quien haba estado aquel da en el granero, tal como el jefe recordara la cara de Edward.

Era la cara del hombre con el que mi madre estuvo a punto de casarse.

La muerte de mi padre: Toma 2Las cosas suceden as. El viejo doctor Bennett, nuestro mdico de cabecera, sale del cuarto de invitados y cierra suavemente la puerta tras de s. Viejo como l solo, parece el corazn de una manzana reseco por el sol. Estaba presente cuando yo nac, y ya entonces era viejo. Mi madre y yo aguardamos su dictamen sentados en el cuarto de estar. Retirndose el estetoscopio de los odos, nos mira con impotencia.

-No puedo hacer nada dice-. Lo siento. Lo siento muchsimo. Si tenis que hacer las paces con Edward sobre algn asunto, o decirle cualquier cosa, quiz ahora sea... su voz se apaga convirtindose en un murmullo sordo.

Contbamos con esto, con esta observacin final. Mi madre y yo suspiramos. Hay tristeza y alivio en la manera en que nuestros cuerpos se descargan de tensin, y nos miramos el uno al otro, compartiendo una mirada de esas que son nicas en la vida. Estoy un tanto sorprendido de que por fin haya llegado el da, pues aunque el doctor Bennett le haba dado un ao de vida hace aproximadamente un ao, mi padre lleva tanto tiempo murindose que he llegado a creer que seguira murindose para siempre.

-Tal vez deba pasar yo primero dice mi madre. Se la ve deshecha, cansada de la lucha, con esa sonrisa mortecina y en cierto modo serena-. A menos que quieras pasar t.

-No respondo-. Entra t y luego...

-Si veo que...

-Eso es digo-. Ya me lo dirs.

Respira hondo, se pone en pie y entra en la habitacin como una sonmbula, dejando la puerta abierta. El doctor Bennett, levemente encorvado, como si de pura vejez se le hubieran reblandecido los huesos, monta guardia abstradamente en medio del cuarto de estar, sumido en tenebrosa estupefaccin ante las fuerzas de la vida y de la muerte. Pasados unos minutos, mi madre regresa, se enjuga una lgrima de la mejilla y le da un abrazo al doctor Bennett. Creo que l la conoce desde hace ms tiempo que yo. Mi madre tambin es mayor, pero, a su lado, parece eternamente joven. Parece una mujer joven a punto de quedarse viuda.

-William me dice.

De manera que ahora entro yo. La habitacin est en penumbra, envuelta en los tonos grisceos de la siesta, aunque a travs de las cortinas se vislumbra la luz pugnando por entrar. Es el cuarto de invitados. Aqu es donde se quedaban mis amigos cuando venan a dormir a casa en otros tiempos, antes de que terminramos el bachillerato, y ahora es la habitacin donde est murindose mi padre, ya al borde de la muerte. Sonre cuando entro. As, agonizante, tiene esa mirada que a veces se les ve en los ojos a los moribundos, feliz y triste, fatigada y colmada de paz espiritual, todo a la vez. La he visto en la televisin. Cuando el protagonista muere, est exultante hasta el final, prodigando consejos a sus seres queridos con voz cada vez ms dbil, se muestra falsamente optimista con respecto a su diagnstico irreversible y, por lo general, hacee llorar a los dems por tomrselo todo tan bien. Pero las cosas son diferentes en el caso de mi padre. No est en absoluto exultante ni falsamente esperanzado. De hecho, se ha aficionado a decir: Por qu estoy vivo todava? Me siento como si debiera haber muerto hace mucho.

Y es as como se le ve, adems. Su cuerpo, que apenas ha rebasado la madurez, tiene el aspecto de haber sido exhumado y resucitado para darle otra oportunidad, y pese a que nunca haya tenido mucho pelo y ya en su da fuera un viejo profesional del peinado rpido, el poco pelo que le quedaba ha desaparecido; y su piel ha adquirido un extrao tono blanqusimo; por eso, cuando lo miro, la palabra que me acude a la mente es cuajado.

Mi padre ha cuajado.

-Sabes una cosa? me dice ese da-. Sabes lo que me apetecera?

-Qu te apetecera, pap?

-Un vaso de agua responde-. En estos momentos un vaso de agua me sabra a gloria.

-Eso est hecho y le traigo un vaso de agua.

Se lo lleva a los labios con manos temblequeantes, derramndose unas gotas por la barbilla, mientras me mira con unos ojos con los que me est diciendo que podra haber vivido una vida larga, ms larga, en todo caso, de la que va a vivir, sin que yo tuviera que verlo chorreando agua por la barbilla.

-Lo siento dice.

-No te preocupes lo tranquilizo-. Slo se ha derramado un poquito.

-No lo deca por eso y me lanza una mirada compungida.

-Est bien, disculpa aceptada digo-. Pero tienes que saber que te has portado como un valiente todo este tiempo. Mam y yo estamos muy orgullosos de ti.

Ante esto, no me responde nada, porque aunque est murindose sigue siendo mi padre y no le gusta que le hable como a un colegial. Durante el ltimo ao hemos intercambiado los papeles; yo me he convertido en el padre y l en el hijo enfermizo, cuya conducta en estas condiciones extremas valoro.

-Caramba dice fatigadamente, como si hubiera recibido un golpe en la cabeza-. De qu estbamos hablando ahora mismo?

-Del agua respondo, y l asiente al recordarlo y toma otro sorbo.

Luego sonre.

-Qu tiene tanta gracia? pregunto.

-Estaba pensando dice-, que dejar libre el cuarto de invitados justo a tiempo para que lo ocupen otros invitados.

Suelta una risa, o lo que en estos tiempos pasa por risa, que no es ms que un resuello forzado. Fue l quien decidi mudarse a la habitacin de invitados hace algn tiempo. Aunque prefera morir en casa, con nosotros, no quiso que la muerte le llegara en el dormitorio que llevaba compartiendo con mam varias dcadas, ya que eso, pensaba, podra ponerle las cosas difciles a mi madre en el futuro. Morir y dejar libre el cuarto de invitados justo a tiempo para que lo ocupe algn pariente venido de fuera a asistir a su entierro es una agudeza que ha repetido docenas de veces en las ltimas semanas, siempre como si se le acabara de ocurrir. Y supongo que acaba de ocurrrsele. La cuenta con la misma frescura todas las veces y no puedo menos de sonrer ante ese esfuerzo.

Y henos aqu a los dos pasmados, con la sonrisa en la boca como un par de idiotas. Qu se dice en momentos as, qu paces se pueden hacer en los ltimos minutos de ese ltimo da que marcar un antes y un despus en tu vida, el da que cambiar todo para los dos, el que siga con vida y el que muera? Son las tres y diez de la tarde. Fuera es verano. Esta maana haba hecho planes para ir al cine por la noche con un amigo que est en la universidad y ha vuelto a casa de vacaciones. Mi madre est preparando un asado con berenjenas para la cena. Ya tiene dispuestos los ingredientes sobre el mostrador de la cocina. Antes de que el doctor Bennett nos diera la noticia, yo haba decidido salir a pegarme una zambullida en la piscina, que es donde prcticamente viva mi padre hasta hace muy poco, incapaz ya de cualquier ejercicio salvo la natacin. La piscina est justo al pie de la ventana del cuarto de invitados. Mi madre cree que a veces no dejo dormir a mi padre cuando nado, pero a l le gusta orme nadar. El chapoteo, dice, le hace sentirse un poco hmedo.

Relajamos poco a poco nuestras sonrisas de imbciles y nos miramos el uno al otro, con naturalidad.

-Oye dice mi padre-. Te echar de menos.

-Y yo a ti.

-En serio? pregunta.

-Claro que s, pap. Soy yo quien...

-Se quedar aqu completa la frase-. Echar de menos te tocar a ti, es lgico.

-Dime una cosa las palabras me salen como impulsadas por una fuerza interior-, crees en...?

Me detengo. En mi familia existe la regla tcita de que es mejor no hablar con mi padre de religin ni de poltica. Cuando el tema es la religin, no dice una palabra, y si es la poltica, no hay manera de que se calle. Lo cierto es que no resulta fcil hablar con l de casi nada. Quiero decir de la esencia de las cosas, de las cosas importantes, las cosas que cuentan. Se dira que le resulta demasiado difcil, y tal vez un tanto molesto, a este hombre de gran inteligencia que ha olvidado ms conocimientos de geografa, matemticas e historia de los que yo he llegado a aprender (saba los nombres de las capitales de los cincuenta estados y a dnde iras a parar volando hacia el este desde Nueva York). Por eso censuro mis ideas tanto como puedo. Pero de vez en cuando se me escapa alguna inconveniencia.

-Qu si creo en qu? me pregunta, clavndome los ojos, esos pequeos ojos azules, y me atrapa con ellos. No tengo ms remedio que decrselo.

-En el Cielo.

-Qu si creo en el Cielo?

-Y en Dios y todas esas cosas digo, porque no lo s.

No s si cree en Dios, o en la vida despus de la muerte, o en la posibilidad de que volvamos al mundo convertidos en otras personas o en otras cosas. Tampoco s si cree en el Infierno, o en los ngeles, o en los Campos Elseos, o en el Monstruo del Lago Ness. Cuando estaba sano nunca hablbamos de esas cosas, y desde que se ha puesto enfermo slo hablamos de medicamentos, de los equipos deportivos cuya actuacin ya no puede seguir porque se queda dormido en cuanto alguien enciende el televisor, y de los mtodos para soportar el dolor. Doy por hecho que ahora va a eludir el tema. Pero, repentinamente, abre mucho los ojos y la mirada se le despeja, como si estuviera sobrecogido por la perspectiva de lo que le espera despus de la muerte... aparte de un cuarto de invitados vaco. Como si fuera la primera vez que se lo planteara.

-Menuda pregunta dice, con la voz alzndose a plena potencia-. No estoy seguro de poder contestarla, en un sentido u otro. Pero eso me recuerda... interrmpeme si ya te lo he contado... el da en que Jesucristo sustituy a San Pedro para vigilar las puertas. Pues bien, Jesucristo estaba echndole una mano a San Pedro cierto da, cuando un hombre se acerca a las puertas del Cielo arrastrando los pies.

...Qu has hecho para merecer la entrada en el reino de Dios?, le pregunta Jess.

... Y el hombre dice: No he hecho gran cosa, a decir verdad. No soy ms que un pobre carpintero que ha llevado una vida apacible. Mi hijo ha sido lo nico sobresaliente de mi vida.

...Tu hijo?, le pregunta Jesucristo con inters.

...S, un hijo maravillosos, dice el hombre. Tuvo un nacimiento muy especial y despus sufri una gran transformacin. Adems alcanz fama en el mundo entero y, todava hoy, muchas personas lo aman.

... Cristo mira al hombre y lo estrecha entre sus brazos exclamando: Padre, padre!.

... Y el viejo le devuelve el abrazo y pregunta: Pinocho?.

Mi padre resuella y yo sonro, meneando la cabeza.

-Ya lo conoca digo.

-Te dije que me interrumpieras replica, claramente agotado por el esfuerzo-. Cuntas respiraciones me quedan? No querrs que las malgaste repitiendo viejos chistes sabidos, verdad?

-No creo que hayas aprendido muchos ltimamente le digo-. Y, adems, esto es una especie de lo mejor de. Una recopilacin. Los Chistes Completos de Edward Bloom. Tienen gracia, pap, no te preocupes. Pero no has respondido a mi pregunta.

-Qu pregunta?

No s si rer o llorar. Mi padre ha vivido toda la vida como una tortuga, acorazado dentro de un caparazn emocional sin fisuras, sin el mnimo resquicio por donde colarse. Tengo la esperanza de que en estos ltimos momentos me muestre la parte tierna y vulnerable de su ser, pero eso no est sucediendo, todava, y cometo una tontera al pensar que suceder. Siempre ha sido as desde el principio: cada vez que nos aproximamos a algo trascendente, serio o delicado, mi padre cuenta un chiste. Nunca se compromete al hablar sobre las cosas que, en mi opinin, definen el sentido de la vida.

-A qu lo a