Darwinismo Social I

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D AVID B RADING D ARWINISMO SOCIAL E IDEALISMO ROMÁNTICO Primera parte ANDRÉS MOLINA ENRíQUEZ Y JOSÉ VASCONCELOS EN LA REVOLUCION MEXICANA Traducción de Guadalupe Pacheco Méndez Aun cuando generalmente suele aceptarse que un estallido de nacionalismo acompañó, si no es que aceleró la Revolución Mexicana, se ha prestado relativamente poca atención a la naturaleza precisa de esta ideología. Ciertamente, populistas norteamericanos tales como Frank Tannenbaum estimaron que la Revolución fue un movimiento desprovisto de ideas y prefirieron definirla como un movimiento campesino animado por una simple y casi instintiva búsqueda de la tierra.’ Igualmente, la élite cultural mexicana representada por el Ateneo de la Juventud tendió a descartar a la Revolución, vio en ella un descenso a la barbarie, un incoherente conflicto civil con el poder. La tierra sólo aparecía como el premio a los caudillos victoriosos que forjaron el nuevo Estado. Para hom- bres como Alfonso Reyes o Antonio Caso lo verdade- ramente importante era la revolución concomitante en las ideas, el desbancar al positivismo en favor de un idealismo sin cortapisas y ecléctico.* Recientemente, algu- nos estudios han empezado a subrayar la existencia de una cultura política vigorosa, populista y patriótica en México que, con profundas raíces en la movilización de masas efectuada durante las guerras de Reforma y la Intervención Francesa, se conservó íntegra, aunque apaciguada, a lo largo de los años del Porfiriato.3 En la esfera de la ideología, la Revolución operó un salto dialéctico dentro de la tradición central del Liberalismo Mexicano, al reafirmar y simultá- neamente repudiar a la Reforma. Contrariamente a las opiniones prevalecientes, México experimentó además un considerable proceso de fermenta- ción intelectual tanto antes de la Revolución como durante ella. El resurgimiento de la Iglesia, inspirado en parte por el catolicismo social de Alemania, rápidamente se vio alcanza- do por un recrudecimiento del jacobinismo que, cuando fue reprimido, se transformó en un franco anarquismo bajo el liderazgo de los hermanos Flores Magón. Igual importancia tuvo el que Justo Sierra y Francisco Bulnes, precisamente los hombres más asociados con el régimen porfirista, escribie- ran una serie de libros después de 1900 que prepararon al público para los acontecimientos que estaban por venir. En tanto que Bulnes insistía en la astuta realpolitik de Juárez para explicar sus éxitos, Sierra, por su parte, revivió el fervor radical de su juventud y retrató a Juárez como un gran héroe liberal, interpretación que seguramente influyó en las expectativas públicas cuando se vieron confrontadas con la campaña de Francisco Madero en favor del restablecimien- to de la democracia representativa. Si bien durante los años de turbulencia la Revolución estuvo dominada y asesorada por generales y abogados de mediana edad, fue también un periodo en el que los hom- bres jóvenes soñaron con el futuro y escribieron libros. Las publicaciones de un solo año, el de 1916, muestran por sí mismas una gama notablemente entreverada de esfuerzos políticos y filosóficos, los cuales dan testimonio del fermen- to intelectual del país. Los títulos abarcan desde La existen- cia como economia y como caridad, de Antonio Caso, Pitá- goras, una teoria del ritmo, de José Vasconcelos, hasta La higiene en México, de Pani, Forjando patria, de Manuel Gamio, la conferencia de Luis Cabrera, México y los mexica- nos, y el primer libro de poesía de Ramón López Velarde, La sangre devota, donde pinta una Guadalajara dividida entre los “Católicos de Pedro el Ermitaño y jacobinos de época terciaria y se odian los unos a los otros con buena fe”. 4 Nuestro objetivo aquí, sin embargo, no es el de examinar todo el espectro ideológico entonces presente en México, ejemplificado en buena medida por estos títulos, sino más bien concentrarnos en la obra de Andrés Molina Enríquez y José Vasconcelos, dos hombres representativos, aunque su- mamente idiosincráticos, de dos generaciones distintas de intelectuales que trataron de influir en la dirección y la política de la Revolución. El interés de la comparación reside en el común impulso nacionalista que animó su atrevida empresa, una identidad en las motivaciones que resultó altamente sorprendente cuando las filosofías en que se basaron para crear su teoría de la nacionalidad mostraron divergencias. El que tanto el darwinismo social como el idealismo romántico pudiesen canalizarse en favor del nacionalismo sirve para indicar la fuerza del móvil común. 20 Vuelta 109 / Diciembre de 1985

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DAVID BRADING

DARWINISMO SOCIAL E IDEALISMOROMÁNTICO

Primera parte

ANDRÉS MOLINA ENRíQUEZ Y JOSÉ VASCONCELOSEN LA REVOLUCION MEXICANA

Traducción de Guadalupe Pacheco Méndez

Aun cuando generalmente suele aceptarse queun estallido de nacionalismo acompañó, si no es que aceleró la Revolución Mexicana, se haprestado relativamente poca atención a la naturaleza precisa de esta ideología. Ciertamente,populistas norteamericanos tales como Frank Tannenbaum estimaron que la Revolución fueun movimiento desprovisto de ideas y prefirieron definirla como un movimiento campesinoanimado por una simple y casi instintiva búsqueda de la tierra.’ Igualmente, la élite culturalmexicana representada por el Ateneo de la Juventud tendió a descartar a la Revolución, vio enella un descenso a la barbarie, un incoherente conflicto civil con el poder.

La tierra sólo aparecía como el premio a los caudillosvictor iosos que for jaron el nuevo Estado. Para hom-bres como Alfonso Reyes o Antonio Caso lo verdade-ramente importante era la revolución concomitanteen las ideas, el desbancar al positivismo en favor de unidealismo sin cortapisas y ecléctico.* Recientemente, algu-nos estudios han empezado a subrayar la existencia de unacultura política vigorosa, populista y patriótica en Méxicoque, con profundas raíces en la movilización de masasefectuada durante las guerras de Reforma y la IntervenciónFrancesa, se conservó íntegra, aunque apaciguada, a lo largode los años del Porfiriato.3 En la esfera de la ideología, laRevolución operó un salto dialéctico dentro de la tradicióncentral del Liberalismo Mexicano, al reafirmar y simultá-neamente repudiar a la Reforma.

Contrariamente a las opiniones prevalecientes, Méxicoexperimentó además un considerable proceso de fermenta-ción intelectual tanto antes de la Revolución como duranteella. El resurgimiento de la Iglesia, inspirado en parte por elcatolicismo social de Alemania, rápidamente se vio alcanza-do por un recrudecimiento del jacobinismo que, cuando fuereprimido, se transformó en un franco anarquismo bajo elliderazgo de los hermanos Flores Magón. Igual importanciatuvo el que Justo Sierra y Francisco Bulnes, precisamente loshombres más asociados con el régimen porfirista, escribie-ran una serie de libros después de 1900 que prepararon alpúblico para los acontecimientos que estaban por venir. Entanto que Bulnes insistía en la astuta realpolitik de Juárezpara explicar sus éxitos, Sierra, por su parte, revivió elfervor radical de su juventud y retrató a Juárez como un granhéroe liberal, interpretación que seguramente influyó en lasexpectativas públicas cuando se vieron confrontadas con lacampaña de Francisco Madero en favor del restablecimien-

to de la democracia representativa.Si bien durante los años de turbulencia la Revolución

estuvo dominada y asesorada por generales y abogados demediana edad, fue también un periodo en el que los hom-bres jóvenes soñaron con el futuro y escribieron libros. Laspublicaciones de un solo año, el de 1916, muestran por símismas una gama notablemente entreverada de esfuerzospolíticos y filosóficos, los cuales dan testimonio del fermen-to intelectual del país. Los títulos abarcan desde La existen-cia como economia y como caridad, de Antonio Caso, Pitá-goras, una teoria del ritmo, de José Vasconcelos, hasta Lahigiene en México, de Pani, Forjando patria, de ManuelGamio, la conferencia de Luis Cabrera, México y los mexica-nos, y el primer libro de poesía de Ramón López Velarde, Lasangre devota, donde pinta una Guadalajara dividida entrelos “Católicos de Pedro el Ermitaño y jacobinos de épocaterciaria y se odian los unos a los otros con buena fe”. 4

Nuestro objetivo aquí, sin embargo, no es el de examinartodo el espectro ideológico entonces presente en México,ejemplificado en buena medida por estos títulos, sino másbien concentrarnos en la obra de Andrés Molina Enríquez yJosé Vasconcelos, dos hombres representativos, aunque su-mamente idiosincráticos, de dos generaciones distintas deintelectuales que trataron de influir en la dirección y lapolítica de la Revolución. El interés de la comparaciónreside en el común impulso nacionalista que animó suatrevida empresa, una identidad en las motivaciones queresultó altamente sorprendente cuando las filosofías en quese basaron para crear su teoría de la nacionalidad mostrarondivergencias. El que tanto el darwinismo social como elidealismo romántico pudiesen canalizarse en favor delnacionalismo sirve para indicar la fuerza del móvilcomún.

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El texto por el que Molina Enríquez es aún recordado, L o sgrandes problemas nacionales, publicado en 1909, fue ulte-riormente reivindicado por Luis Cabrera, en un discursoante la Cámara de Diputados, como la mejor guía disponiblede los problemas agrarios de México. Desde entonces, ellibro encontró una audiencia selecta en los Estados Unidos,influyó a estudiosos tales como G. M. McBride y FrankTannenbaum y su influencia sobrevive incluso hasta nues-tros días en los trabajos de Eric Wolf, Francois Chevalier yEnrique Florescano. fue gracias a la amistad con Luis Ca-brera, un periodista radical que primero fue líder de losdiputados del bloque Renovador, durante el gobierno deMadero, y que luego prestó sus servicios como Secretario deHacienda de Venustiano Carranza, que Molina Enríquezpudo encontrar audiencia para sus propuestas en la vidapolítica de aquellos años. Fue Cabrera quien aseguró sunombramiento como asesor legal del Congreso Constitu-yente de Querétaro, en donde preparó el primer proyectodel artículo 27 de la Constitución de 1917, la ley fundamen-tal que gobernaría el futuro curso de la reforma agraria.’

En su libro, Molina Enríquez tributa reconocimiento a lainvestigación pionera de Luis Wistano Orozco, quien en1895 publicó una crítica vehemente del latifundio mexica-no; definía a estos estamentos como instituciones feudalesenraizadas en la violenta expropiación de las tierras indíge-nas que siguió a la conquista, como un cáncer social quehundía a la fuerza de trabajo agrícola en la servidumbre,principal obstáculo para la emergencia de una democraciasocial basada en pequeños propietarios rancheros. Orozcofue también el primero en condenar la Ley Lerdo de 1856,por haber despojado a los pueblos indígenas de la seguridadque les daba la tenencia comunal de la tierra y por promoveruna distribución forzada de títulos individuales de propie-dad, sistema que pronto condujo auna pérdida generalizadade la tierra.* Molina Enríquez participó activamenteen estacrítica a la Reforma y al gobierno de Porfirio Díaz, que fue elque aplicó la ley, sacando partido de la experiencia queadquirió como notario de provincia y juez rural. Condenó laignorancia de los liberales del siglo XIX sobre la realidadmexicana así como su sustento doctrinario basado en losteoremas europeos de la sociedad. En contrapartida elogió aEspaña y a las autoridades coloniales por su sabiduría alreconocer que los indios y los españoles, en razón de sudiferente estadio en la evolución social, requerían de dife-rentes formas de tenencia de la tierra.

Donde Molina Enríquez se anotó un éxito fue en suanálisis económico de la hacienda, a la cual definió como unpatrimonio feudal controlado, a menudo durante generacio-nes enteras, por la misma familia, que producía bajos rédi-tos al capital invertido, que sólo sobrevivía gracias a losbajos salarios pagados a sus peones y al régimen de autosufi-ciencia existente dentro de la propiedad para cubrir l o scostos básicos de producción. Comparó los vastos y a menu-do baldíos terrenos de los latifundios con las parcelas inten-sivamente cultivadas por los rancheros y los pueblos indí-genas, alegando que, puesto que muchas haciendas restrin-gían el crecimiento del cultivo del trigo y del maíz a áreasdelimitadas de tierra bajo irrigación, eran los pequeñospropietarios y los comuneros quiénes abastecían los merca-

dos urbanos la mayor parte del tiempo. En síntesis, dentrode la zona cerealera del centro de México, la hacienda erauna institución artificial y no económica que impedía queuna clase emprendedora de rancheros, dedicada al cultivo delas serranías circundantes, explotara racionalmente el sue-lo. Concluía: “‘La hacienda’ no es negocio... entre nosotros elhacendado, como buen criollo, no es agricultor, sino, poruna parte, señor feudal, y por otra, rentista; el verdaderoagricultor entre nosotros es el ranchero”.”

Al poner el énfasis en el papel del ranchero, del pequeñopropietario agrícola, Molina Enríquez reiteraba un acentotradicional del liberalismo mexicano, que ya había sidodestacado por José María Luis Mora, Mariano Otero y, desdeluego, Orozco. Con el advenimiento de la Revolución, sinembargo, Molina Enríquez rompió con esta tradición, quebuscaba promover la reforma por medio del libre juego delmercado al exigir públicamente la expropiación inmediatade la haciendas y su reparto en ranchos de no más de 500hectáreas. O Es significativo que, a pesar de haber elogiadocon anterioridad el sistema de tenencia comunal para lospueblos indígenas, no fue sino hasta que los zapatistaspublicaron su Plan de Ayala que abrazó activamente la causade la reconstitución de los ejidos, avance significativo enpolítica agraria que contó con el apoyo público de LuisCabrera en el Congreso. Claro que el artículo 27 de la nuevaConstitución ponía fuera de la ley a los latifundios, cuyastierras deberían distribuirse para dotar a todos los asenta-mientos rurales sin perjudicar los derechos inviolables de lapequeña propiedad. II De igual relevancia fue la introduc-ción del principio de la tenencia comunal bajo el nombre deejido. De esta manera, la obra de la Reforma quedó reverti-da y México se transformó en una versión moderna delsistema colonial, con dos tipos distintos de tenencia de latierra, la pequeña propiedad y los ejidos de los pueblos. Entanto que liberal posesivo, Molina Enríquez abogó en favorde la más amplia dotación posible de tierra entre la pobla-ción, argumentando que el alcanzar la igualdad social nodependía, como muchos liberales argumentaban, de impar-tir educación, sino más bien de la distribución de la propiedad.

Detrás de este interés agrario existía toda una teoría de lanacionalidad y la historia mexicanas. En este punto convie-ne traer a colación que Molina Enríquez nació en la pequeñaciudad de Jilotepec en 1866, que fue un mestizo de abuelaotomí y que se educó en el famoso y radical Instituto Cientí-fico y Literario de Toluca. Siendo ya un liberal declarado,cuyo primer libro había sido una biografía de Juárez,‘* fueleído con profundidad dentro de esa tradición mexicana delanálisis social y del comentario histórico que se inició conManuel Abad y Queipo, continuó con Mora y Otero yalcanzó su apogeo en los trabajos de Justo Sierra, FranciscoBulnes y Vicente Riva Palacio. Al mismo tiempo, aunque seeducó dentro de los postulados del positivismo comtiano,como la mayor parte de los hombres de su época, estuvofuertemente influenciado por sus lecturas de Spencer, Dar-win y Ernst Haeckel. A pesar de que en años tan tardíoscomo los treinta aún elogiaba el “genio sublime” de Comte yse describía a sí mismo como “un positivista de absolutaconvicción”, también fue un darwinista social, persuadidode que “entre las naciones como entre los individuos, laprogresiva desaparición de los débiles es una condición delprogreso, que obedece como dijo Spencer, a la acción de una

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providencia inmensa y bienhechora”. Los conceptos deuna lucha por la existencia, la supervivencia de los másaptos, la evolución social a través de la selección naturalBasada en una adaptación al medio ambiente, todos ellosarmaron su mente con amplios elementos paraedificar unateoría de la nacionalidad. El darwinismo social era suscepti-ble de ser utilizado tanto por los nacionalistas como por losimperialistas. En su habilidad para reintegrar las determi-raciones del medio ambiente y de la raza con el liberalismomedio Molina Enríquez trae reminiscencias de su contem-poráneo norteamericano Frederick Jackson Turner, cuyolibro The Frontier in American History invoca el mismoespectro de conceptos. Una demostración de su indepen-dencia de pensamiento puede encontrarse en su teoría de laevolución social, pues en lugar de reproducir el sistemausual de etapas progresivas preferido por Spencer y Comte,insistió en una antítesis sincrónica entre aquellas sociedadesbasadas en una división interna del trabajo, la jerarquíasocia1 y la guerra entre los estados y las sociedades caracteri-zadas por la competencia individual dentro del grupo, latenencia común de la tierra, las formas patriarcales deautoridad y una ausencia de guerra organizada. En lo esen-cial, se trataba de una antítesis entre Europa y Asia, entresociedades donde por razones de cohesión social el indivi-duo alcanzaba un desarrollo superior de sus facultades yotras sociedades donde la competencia interna y la adapta-ción superior al medio ambiente hacían más apto al indivi-duo para la sobrevivencia. En un conflicto cualquiera entreestos dos tipos, la victoria inmediata muy bien podría favo-recer a Europa, pero en el largo plazo las fuerzas quetrabajaban por la supervivencia favorecerían a Asia.

Aplicando esta teoría general a México, Molina Enríquezse centró en el mestizo como base de la nacionalidad. Claro

que esta selección no era de ninguna manera original, ya quetanto Riva Palacio como Justo Sierra habían definido almestizo como el elemento dinámico dentro de la poblaciónmexicana, como un estrato medio que se había abiertocamino hasta la supremacía política durante la Reforma yque en la persona de Porfirio Díaz aún dirigía los destinosdel país. l6 Pero a pesar de ser Molina Enríquez un spence-riano tan convencido, seguían aún en pie las aplastantespalabras de su maestro negándole cualquier posibilidad deestabilidad a la media-casta: “Es una unidad cuya naturalezano ha sido moldeada por ningún tipo social, y por ende nopuede, con otros de su misma naturaleza, evolucionar enningún tipo social. El México moderno y las repúblicassudamericanas, con sus revoluciones perpetuas, nos mues-tran el resultado... las sociedades híbridas son imperfecta-mente organizables...” l7 La respuesta de Molina Enríquez aeste dictum fue la de argumentar que el ascenso de losmestizos en México, desde una condición de parias sociales,de desheredados, hasta el dominio político se debía a sunotable adaptación al medio ambiente local y que asimismodemostraban provenir de una evolución sostenida a travésde la selección natural. Su tipo social era tan asiático comoeuropeo, puesto que no se distinguían, argumentaba, “nipor su hermosura, ni por su cultura, ni en general por losrefinamientos de las razas de muy adelantada evolución,sino por las condiciones de su incomparable adaptación almedio, por las cualidades de su portentosa fuerza animal”.‘8

Además, se pertrechó en el inesperado arsenal de ideas deErnst Haeckel, el biólogo alemán que posteriormente seríatan elogiado por los nazis, quien había mezclado de Darwiny Lamarck sobre la selección natural con un vitalismo orgá-nico tradicional, preservando así la teoría de que cada espe-cie posee su propio “tipo original”, su “fuerza constructiva

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interna”. Incluso admitió que el “hibridismo es una fuenteen el origen de nuevas especies”.19 En suma, lejos de ser unmero híbrido condenado a una incoherencia permanente enel tipo, el mestizo mexicano generaba una nueva raza dehombres, con su tipo propio, su fuerza interna propia, quegracias a su adaptación al medio ambiente americano estabadestinada a crecer vigorosamente y a multiplicarse. Dehecho, era tal la fuerza biológica de esta raza, que en unabatalla a largo plazo por la supervivencia contra sociedadesmás evolucionadas, es decir, los Estados Unidos, estabadestinada a emerger como la fuerza victoriosa.20

Para Molina Enríquez sólo los mestizos eran verdaderosmexicanos y en esto difería de Sierra. Así, de un solo gesto,desnaturalizó a todos los criollos e indios. La cuestión erasencilla. Los criollos, debido a su ascendencia europea, se-guían siendo una flor exótica injertada al tronco central dela raza mexicana. Vinculados a sus ancestros de ultramarpor el sentimiento, la cultura y las costumbres, siemprevolteaban hacia el extranjero en busca de la salvación políti-ca. Lo que es peor, actuaban como una quinta columnainterna, dando siempre la bienvenida a más extranjerospara que se instalaran en México, procurando matrimoniosy alianzas con estos inmigrantes para despreciar al resto dela población. Por lo que se refiere a los indios, MolinaEnríquez simplemente hizo eco a los tradicionales temoresliberales; pensaba que los indios permanecerían vinculadosexclusivamente a sus pueblos, sin la menor lealtad a lanación o a su estado, debido a la multiplicidad de lenguas ygrupos sociales. La verdadera patria del indio era su pueblo.21

Estas aseveraciones muy bien pudieron haberse quedadocomo una mera curiosidad de ese periodo, de no haber sidoporque Molina Enríquez procedió a correlacionar las tresgrandes secciones étnicas de la población con las clasessociales y las ocupaciones, para luego definir su papel en lahistoria y la política recientes. El cuadro que compiló esextremadamente idiosincrático, pero particularmente ins-tructivo.** Para empezar, definió a la clase alta o privilegia-da como una categoría amplia, que incluía a todos los extran-jeros y criollos, muchos mestizos y unos pocos indios. Por suocupación, los criollos se dividían en terratenientes, altoclero y liberales moderados, éstos últimos eran hijos deempresarios recientemente inmigrados y se subdividían enpolíticos y criollos nuevos. En tanto que los criollos y losextranjeros dominaban la vid3 económica, los mestizos dela clase privilegiad3 incluían a los directores políticos, buró-cratas, profesionistas, oficiales de ejército y la clase trabaja-dora alta. Los únicos indios en esta categoría eran los delbajo clero. Sólo un elemento de la sociedad fue tomado encuenta como constitutivo de una clase media, los rancherosmestizos, es decir, los pequeños propietarios agrícolas. Fi-nalmente, definió a la clase baja como enteramente indíge-na y la subdividió en soldados, comuneros, la clase trabajadoraurbana baja y los jornaleros eventuales o peones.

La interpretación de este cuadro es de suma importanciapara la comprensión de Molina Enríquez. De ninguna ma-nera puede aceptarse que su afirmación sobre lacorrelaciónentre etnia y clase en México fuese exacta. De hecho, elmismo Molina Enríquez citaba un censo reciente que clasifi-caba acerca de la mitad de la población como mestiza, 15%como criolla y 35% como india.23 No obstante en su cuadrode ocupaciones clasificó a la amplia mayoría de la población

dentro de la clase baja, a la cual definió como enteramenteindígena. En contraste, los tres principales grupos descrito:como mestizos -el estrato profesional y burocrático, laclase trabajador3 alta y los rancheros- probablementesumaban menos de un quinto de la población. En poca:palabras, Molina Enríquez utilizó las adscripciones étnica:como definiciones de un status social más que genético. Unamanera fácil de resolver el problema es aceptar la sugestiónde Luis Chávez Orozco y tomar al mestizo como un sinóni-mo de la clase media.** Pero esta identificación simplemen-te transfiere la carga ideológica a un sistema diferente, puesMolina Enríquez ordenó sus grupos sociales también entanto que actores políticos de la historia mexicana reciente

Molina Enríquez: clase, raza y ocupación

Fuente: Andrés Molina Enríquez, Los grandes problema.nacionales, México, 1978, pp. 303-305

CLASE

ClasesAltas oPrivile-giadas

ClaseMedia

ClaseBaja

CASTA

Extranjeros

Criollos

Mestizos

Indígenas

Mestizos

Indígenas

OCUPACIÓN

SeñoresAlto cleroLiberales moderadosNuevos

-Directores políticos

ProfesionistasBurócratasOficiales del ejército

-Artesanos, trabajadorescalificados

Bajo clero

Pequeños propietariosRancheros

SoldadosTrabajadores no calificadosComunerosJornaleros

Así, la división de los criollos entre Liberales y Conservado-res, y la de estos últimos entre terratenientes y clérigos, fueel elemento que permitió a los mestizos, a quienes definiócomo radicales, tomar el poder durante la Reforma e instau-rar un3 nueva política agraria que benefició en primer3instancia a los rancheros mestizos. Los indios permanecie-ron apáticos o, si se movilizaban, participaban con el bandoconservador como sacerdotes y soldados. Ante el enemigocriollo y la apatía del indio, los radicales tuvieron quealiarse, par3 poder conquistar el poder político, con losliberales moderados, todos ellos criollos, pero esta alianzales impidió destruir ese bastión de la influencia criolla que

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era la hacienda. Así, aunque en lo inmediato los mestizostuvieron éxito en consolidar, primero con Juárez y luegobajo Díaz, su control sobre el Estado, más tarde se vieronconfrontados a un resurgimiento criollo provocado en granmedida por la inversión extranjera y la inmigración, quevinieron a reforzar a las clases propietarias a través denuevas industrias, bancos, minas y agricultura de exporta-ción. Por otra parte, la emergencia de una clase trabajadoraalta más numerosa reforzó la base popular de los mestizos.

La conclusión que se desprende de este breve esbozo essorprendente y profética. Si se acepta el argumento deMolina Enríquez en el sentido de que fue la Reforma, másque la Independencia, la que marcó el verdadero inicio de lahistoria nacional, se concluye entonces que el nacimiento dela nación mexicana, en lo esencial, consistió en la creaciónde un estado por parte de un grupo relativamente pequeñode mestizos radicales.25 Demasiado débiles para destruir elpoder económico de las clases propietarias, los rancheros yla clase trabajadora urbana no pudieron proteger a susprincipalesaliados. Ahora bien, si hacemos una pausa paraconsiderar que los elementos sociales que lograron forjar unnuevo Estado después de la Revolución provenían precisa-mente de esos mismos estratos -la clase media profesio-nal, los rancheros y los trabajadores urbanos-, la calidadperceptiva de la visión de Molina Enríquez resulta por endeinnegable.

Fue esta misma confianza en criterios étnicos lo quepermitió a Molina Enríquez defender la necesidad de ungobierno autoritario en México sin caer en una situaciónincómoda. Aceptó el dictum de Spencer de que la inestabili-dad esencial de las sociedades híbridas requería de unacooperación compulsiva, para luego argumentar que la cohe-sión social tenía que depender de un gobierno fuerte para sumantenimiento debido a que los vínculos locales de losindios y las tendencias jacobinas del mestizo la ponían enpeligro. De cualquier manera, “para los mestizos y losindios la forma espontánea y material de gobierno era ladictatorial”. Incluso en años tan tardíos como los treinta,Molina Enríquez aún defendía los logros de Porfirio Díaz,sosteniendo que su régimen “había encontrado en su estruc-tura y su estabilidad propia la forma definitiva de los Gobier-nos Nacionales”. Así, no resulta sorprendente que él hayadespreciado el intento de Madero por restaurar la democra-cia y preferido al general Bernardo Reyes como sucesor deDíaz. 26

Es obvio que un Estado fuerte resultase absolutamenteindispensable debido a la amenaza creciente de una inter-vención norteamericana. Durante el porfiriato México sehabía convertido en una dependencia económica de losEstados Unidos, con inversiones extranjeras que domina-ban líneas de producción enteras. Pero lo que más alarmabaa Molina Enríquez era la alianza de estos intereses con loscriollos y su entrada al gobierno a través de la camarilla delos Científicos, más aún si se toma en cuenta que amenazabacon hacer de los mexicanos, es decir de los mestizos, extran-jeros en su propio país, sometidos al desprecio racista de loscriollos y de los extranjeros. Con amargura escribió: “Elhecho es que la opinión plenamente admitida en nuestropropio país acerca de este punto es la de que somos unpueblo de unidades sociales que saben menos, pueden menosy que merecen menos que las unidades de los demás pueblos

de la tierra”. Esa misma pasión atizó su odio contra losterratenientes y condenó la criminal dominación que ejer-cían tan a menudo los hacendados: “El propietario ejerce ladominación absoluta de un señor feudal. Manda, grita, pega,castiga, encarcela, viola mujeres y hasta mata”.*’

Molina Enríquez fue un nacionalista mexicano, un positi-vista radical y un darwinista social. Dejando de lado loselementos ideológicos habitualmente calificados de conser-vadores, construyó una maquinaria para la reforma que nopusiese en peligro sus objetivos liberales. Defendió el artí-culo 27 contra las acusaciones de favorecer un “francocomunismo”, con el argumento de que la declaración inicial,al reconocer a la nación como propietaria primordial detodas las tierras dentro del territorio de la república, simple-mente restituía a la nación y al Estado los derechos realesque una vez había gozado la corona española. Desde unpunto de vista filosófico, dicha declaración iba un poco másallá del principio comtiano según el cual los derechos de lasociedad precedían y eran superiores a los derechos delindividuo.18 En forma similar, al definir como feudales alashaciendas y etiquetar a todos los criollos como hacendados,pudo justificar la destrucción inmediata de lo que constituíael sustrato del antiguo régimen en México, sin poner deninguna manera en peligro los inviolables derechos depropiedad de la clase media. Su defensa en favor de latenencia comunal para los pueblos indígenas se fundó enuna mezcla de precedente colonial y de necesidad étnica. Atodas luces, Molina Enríquez prefirió así apelar a los argu-mentos enmarcados en términos de historia y de raza, queevitaban cualquier acusación de anarquismo o de comu-nismo. En el contexto del liberalismo mexicano fue unrevisionista radical que si bien elogió los logros políticos deJuárez y de Díaz, también atacó fuertemente tanto la legisla.ción agraria de la Reforma como las políticas económicasdel porfiriato. Sin embargo, al insistir en la necesidad de unEstado dictatorial, intervencionista, dotado de poderes paraactuar como patrón de obreros y campesinos, cuyos dirigen.tes provenían fundamentalmente de la clase media, y dis-puesto a actuar en alianza con los pequeños propietariospor encima de esos sectores, Molina Enríquez demostró serel profeta de la Revolución y del partido que aún gobierna aMéxico en la actualidad, el PRI. l

Notas

1 Frank Tannenbaum, Peace by revolution after 1910 (2a. ed., New York1968), pp. 115, 118-119

2 Alfonso Reyes, “Pasado inmediato”, en Juan Hernández Luna (ed.)Conferencies del Ateneo de la Juventud (México, 1962) pp. 187-214

3 Héctor Aguilar Camín, Le frontera nómada: Sonora y la revoluciónmexicana (México, 1977); Arnaldo Córdova, La ideología de la Revoluciónmexicana (México, 1973); Alan Knight, “lntellectuals in the Mexican_____ -_.Revolution”, VI Conference of Mexican and United States Historians,Chicago, 1981

4 Ramón López Velarde, Poesías completes y El minutero (México, 1957),p. 62

5 Andrés Molina Enríquez, Los grandes problemas nacionales (1909) yotros textos, 191l-1919 (prólogo de Arnaldo Córdova, Ediciones Era_ -_-Mexico, 1978). Todas las citas subsecuentes se refieren a esta edición. Parala recomendación, ver Luis Cabrera, Obrar completas (4 vo1s.. México1972-1975) 1, pp. 141

b Podemos seguir la pista de esta influencia a través de las notas de pie depagina en George M. McBride, The land systems of México (New York1973) and Frank Tannenbaum, The Mexican Agrarian Revohtion (Washington 1929); véase también Eric R. Wolf y Signey Mintz, “Haciendas y

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plantaciones en la América Media y las Antillas”, Social and EconomicStudies VI, 3 (1957) pp. 380-412; y Enrique Florescano, EstructurasAgrarias de Mexico 1500-1821 (Mexico, 1971), pp. 125-148

7 Pastor Rouaix. Génesis de LOS artículos 27y 123 de la constitución política

de 1917 (México, 1959) pp. 152-1638 Wistano Luis Orozco, Legislación y jurisprudencia sobre terrenos baldios

(2 vo1s.. México, 1895) 1, pp. 442-443. 658-659; II, pp. 937-967,1084,10979 Molina Enríquez, Los grandes problemas pp. 157-16510 Véase “Las derrotas de Degollado”, reimpreso en Losgmnder proble-

mas, anexos, pp. 453-46311 Andrés Molina Enríqueza, La revolución agraria en México (2da. edición,

México, 1976) pp. 449-450. Nótese que la primera edición se intitulabaEsbozo de la historia de los primeros diez años de la revolución agraria deMéxico de 1910 a 1920) (5 vols., México, 1934-1936)l2 El mejor recuento de la vida de Molina Enríquez es el de Arnaldo

Córdova en su prólogo a Los grandes problemas; véase también LuisCabrera. Obras, IV, pp. 405-40913 Para esta apreciación de Comte y el Positivismo véase Andrés Molina

Enríquez, Clarificación de las ciencias fundamentales (2da. ed., Mexico,1935). pp. 3-4, 17; la nota sobre la competencia proviene de Los grandesproblemas, p. 439 y explícitamente se refiere a Spencer.14 Véase Richard Hofstadter, Social Darwinis in American Thought

1860-1915 (Philadelphia, 1945). pp. 91-97. De igual manera, los socialistasadoptaron el Darwinismo. También, G.F. Turner, The Frontier in Ameri-can History (New York, 1920). p. 206, dice: “La historia de nuestrasinstituciones políticas... es la historia de la evolución y adaptación de losórganos en respuesta a cambios en el medio ambiente una historia delrigen de nuevas especies políticas.”15 Véase la “nota científica” en Los grandes problemas, pp. 346-34816 Justo Sierra, “México social y político” en Obras Completar (12 vols.,

México, 1948) IX, p. 131, “la familia mestiza... ha constituido el factordinámico en nuestra historia”; Vicente Riva Palacio, México a través delossiglos (5 vo1s.. México, 188-189) 1, pp. 912-915

17 Hetbert Spencer, The principles of Sociology (3 vols., London, 1876-1896) 1, pp. 592, 594

18 Los grandes problemas, p. 34919 Pata la cita de Haeckel véase Los Grandes Problemas, pp. 34,272-274;

véase también Ernst Haeckel, The Histoty of Creation, (4a. ed., 2 vols.,London, 1982), 1, pp. 92-93, 306, 309; una discusión sobre el vitalismoorgánico en Goethe se encuentra en Erich Heller, The disinherited mind(Penguin Books, London, 1961) pp. 3-32

2o Los Grandes Problemas, p. 356, donde Molina Enríquez habla de“nuestro destino manifiesto” y predice tanto la inmigración masiva hacialos Estados Unidos como la población mexicana de 50 millones dentro de50 años.

21 Los Grandes Problemas, pp. 378-42422 El cuadro está impreso en las pp. 303-305 de Los Grrrndes Prob1emas23 Los Grandes Problemas, p. 27924 Véase la introducción de Luis Chávez Orozco a Andrés Molina

Enríquez, “Los grandes problemas nacionales” en Problemas Agricolas eIndustriales, suplemento al vol. V (México, 1953)

25 Véase Andrés Molina Enríquez, La Reforma y Juárez (México, 1906)P. 2

26 Molina Enríquez, La revolución agraria, pp. 324, 348-398. Fue Reyesquien financió la publicación de Los grandes problemas nacionales.

27 Los grandes problemas, pp. 157, 315; pata el ataque contra losCientíficos como agentes de penetración, véase Luis Cabrera, Obras, III,pp. 54-57, 94, 150-157

28 Véase Molina Enríquez, “El artículo 27 de la Constitución” reimpresoen los anexos de Los Grandes Problemas, pp. 465-478

La vida (a)leve

Arriba

Ahí estaba yo, en el columpio y de prontoalguien salía del público con la intención -según yo- de hacer algunas piruetas en micompañía “Haga unas maromas para mí”, de-cían. ¿YO qué podía hacer? Las hacía. Me dejabacaer en el columpio con cierto descuido, dabaunas vueltas en el aire y volvía cómodamente ala barra. Mi espectador aplaudía hasta rabiar.Para complacerlo, ensayaba unos cuantos saltosmás y, terminada la rutina, me deslizaba por lacuerda hacia las butacas. Luego, con los ojosentrecerrados, me veía a mí mismo allá arriba,ligero y de columpio en columpio, meciéndomesobre la barra y dejándome caer como una plu-ma para recobrar en el último momento lacuerda que pasaba zumbando por encima de micabeza.

Adolfo Castañón

I

Vuelta 109 / Diciembre de 1985 25