De Bet Corner

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Me gustaba sentarme al borde de la cama, todo estaba oscuro. El ejercicio era ver en la oscuridad; las sombras de los objetos, escuchar; la madera crujir, los carros; pasar, el movimiento de la noche. Encontraba en palitos doblarse las maravillas de hacer parte de la noche, de camuflarme entre el silencio y el sigilo. Nada puede sorprender lo que no puede ser visto. Nada atenta contra el medio que lo contiene. Como si los villanos como artificio usaran un voto de silencio contra sus enemigos o que no usaran ni el lenguaje, ni la razón, ni el tiempo, para odiarlos, los odia porque se diferencian dentro del mismo medio. En esta esquina me sentía como en un acantilado, un desfiladero para las pulgas saltan al vació -la falda unos zapatos- y que si tienen suerte, la ropa del día amortiguaría las osadas caídas. Pensaba en los fantasmas de los ciegos, ¿serán presencias que sienten?, qué les atemoriza en la oscuridad y el silencio, ¿será que el silencio absoluto precederá la llegada de los ángeles para un ciego?. A tientas buscaba las almohadas y el dobles de las cobijas, me escurrí hasta que me encontraba en posición, hasta la mañana que me reveló mi complacencia por el sueño, sino la incertidumbre de qué habrá pasado durante la noche, contra qué habré arremetido y con qué desfachatez me habré acomodado en diferentes posturas. Los ancestros decían que si la mitad de mi vida dormitaba, sería como si la otra mitad donde vigilo, es para garantizar de manera unívoca que en las noches cuando los muertos bailan y el ladrón trabaja, reposaré en la pasividad y en la imaginación, sueños, deseos, descansos y atrevimientos; yazca sobre el lecho mi existencia, y por ocasiones la razón de mi existir atada en un escudo que por las noches se forja, en esta misma esquina.

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Carlos Álvarez Ortega

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Me gustaba sentarme al borde de la cama, todo estaba oscuro. El ejercicio era ver en la oscuridad; las sombras de los objetos, escuchar; la madera crujir, los carros; pasar, el movimiento de la noche. Encontraba en palitos doblarse las maravillas de hacer parte de la noche, de camuflarme entre el silencio y el sigilo. Nada puede sorprender lo que no puede ser visto. Nada atenta contra el medio que lo contiene. Como si los villanos como artificio usaran un voto de silencio contra sus enemigos o que no usaran ni el lenguaje, ni la razn, ni el tiempo, para odiarlos, los odia porque se diferencian dentro del mismo medio.En esta esquina me senta como en un acantilado, un desfiladero para las pulgas saltan al vaci -la falda unos zapatos- y que si tienen suerte, la ropa del da amortiguara las osadas cadas. Pensaba en los fantasmas de los ciegos, sern presencias que sienten?, qu les atemoriza en la oscuridad y el silencio, ser que el silencio absoluto preceder la llegada de los ngeles para un ciego?. A tientas buscaba las almohadas y el dobles de las cobijas, me escurr hasta que me encontraba en posicin, hasta la maana que me revel mi complacencia por el sueo, sino la incertidumbre de qu habr pasado durante la noche, contra qu habr arremetido y con qu desfachatez me habr acomodado en diferentes posturas. Los ancestros decan que si la mitad de mi vida dormitaba, sera como si la otra mitad donde vigilo, es para garantizar de manera unvoca que en las noches cuando los muertos bailan y el ladrn trabaja, reposar en la pasividad y en la imaginacin, sueos, deseos, descansos y atrevimientos; yazca sobre el lecho mi existencia, y por ocasiones la razn de mi existir atada en un escudo que por las noches se forja, en esta misma esquina.