De dónde vengo
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LA LECCIÓN
DEL PLEBEYO
Tomado del Libro:
EL BAUL DE SOFÍA
Wilman González G.
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Había una vez… un rey que estaba aburrido y cansado de sus bufones y consejeros, de modo que comenzó a buscar la ansiada alegría en las afueras del palacio. Se vistió con ropas comunes y salió a recorrer las calles. Muy observador, el rey trataba de captar todo lo que ocurría a su alrededor. Es así que se interna en callejuelas, tabernas y conversa con la plebe. Ya casi desilusionado encuentra a una persona harapienta con un vaso de agua y un pedazo de pan como único sustento. Comienzan a conversar y encuentra en este plebeyo sabiduría por doquier.
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El Rey, una vez que se da a conocer como tal, lo lleva al palacio dándole el rango de asesor. El monarca fascinado por sus modales y su forma de expresarse, muy rápidamente le asigna ropa, un cuarto confortable y un papel preponderante en sus decisiones. Los bufones y demás consejeros al verse desplazados comienzan a urdir intrigas para poder expulsar a este <<intruso>>. Pero todas las artimañas son desbaratadas por la ejemplar actitud del asesor.
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Es así que buscan por todos los medios para encontrarle un punto débil. Hasta que un día notaron que este plebeyo, a las 5 de la tarde, se recluía todos los días en un cuarto apartado del palacio. Los consejeros le hacen notar esto al rey diciéndole:
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- Hay una conjura. Este plebeyo y otras personas reunidas en secreto lo quieren derrocar.
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El Rey, que tenía un excelente concepto de él, decide no hacerles caso.
Pasan unos días y ante la asistencia, decide en persona ir hasta el otro lado del palacio. Se aproxima a la puerta y trata de escuchar las voces de los integrantes de la conjura, pero al notar que no se escucha nada decide abrir de improviso la puerta. Grande fue su sorpresa cuando lo ve vestido de nuevo con ropas harapientas, tomando su habitual merienda con su vaso de agua y el pan, en un cuarto desprovisto de muebles.
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PARA NO OLVIDARME NUNCA DE DONDE VENGO
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eyoEl Rey, sorprendido, le pregunta por qué hace
esto si no le falta nada; ni lujosas ropas, ni manjares, ni suntuoso mobiliario. A lo que el plebeyo le responde:
Reconocer nuestras raíces, aceptar nuestro origen, recordarlo y respetarlo, es una gran virtud que deberíamos tener todas las personas. Los orígenes de cada uno de nosotros tienen una fuente relación con nuestra identidad; aunque no lo queramos, permanecemos ligados a ellos de por vida.Cuando avanzamos en la vida y progresamos, ya sea económica o intelectualmente, no debemos despreciar o menospreciar los estamentos de los cuales provenimos, porque en ellos hay parte importante de nuestra historia. La gente que nos vio crecer se puede sentir orgullosa de nuestros logros y casi sentirlos como propios siempre y cuando mantengamos el respeto por esas raíces.
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Pero nos apartarán y nos despreciarán si repudiamos esas mismas raíces o nos mostramos superiores, altaneros y soberbios.
Sería bueno, entonces caminar siempre por la vida con los tesoros de nuestros orígenes guardados en un cofre situado en lo más profundo de nuestro corazón; para tenerlo siempre a mano cuando la vorágine de este acelerado presente pretenda hacérnoslo olvidar.