De La Institución a La Constitución

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De la institución a la constitución. Elías Díaz

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De la Institucióna la Constitución

Política y cultura

en la España del siglo XX 

Elías Díaz

E D I T O R I A L T R O T T A

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E D I T O R I A L T R O T T A

De la Institución a la Constitución.Política y cultura en la España del siglo XX

Elías Díaz

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© Editorial Trotta, S.A., 2009, 2012Ferraz, 55. 28008 Madrid

Teléfono: 91 543 03 61Fax: 91 543 14 88

E-mail: [email protected]://www.trotta.es

© Elías Díaz, 2009

ISBN (edición digital pdf): 978-84-9879-293-5

COLECCIÓN ESTRUCTURAS Y PROCESOS

  Serie Derecho

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ÍNDICE GENERAL

 Prólogo ............................................................................................... 9

  I. LOS RESTOS DE LA DERROTA: ILUSTRACIÓN, KRAUSISMO E INS-TITUCIÓN  ..................................................................................  15

1. Recepción y difusión del krauso-institucionismo en España .... 152. Krausistas e institucionistas. Por un Giner no reducido ni re-

cluido ................................................................................... 253. Caracteres fundamentales de la filosofía krauso-institucio-nista .................................................................................... 31

  II. LA INSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZA EN LA ESPAÑA DEL NA-CIONAL-CATOLICISMO  ..............................................................  49

1. La destrucción de la razón en la España de la postguerra ........ 522. «Los sin patria y los sin dios» de la Libre Institución ............... 603. Fascismo católico contra libertad política e intelectual ............ 71

 III. JOAQUÍN RUIZ-GIMÉNEZ: UN CAMINO HACIA LA DEMOCRA-CIA ...........................................................................................  81

1. Cristianismo y iusnaturalismo ................................................. 822. De memorias personales y académicas .................................... 923. Filosofía jurídico-política: la evolución hacia Cuadernos para

el Diálogo ............................................................................... 994. Epílogo: cinco razones para no votar a Ruiz-Giménez ............ 109

  IV. ENRIQUE TIERNO GALVÁN: EL «VIEJO PROFESOR» (SOCIALISTA)CONTRA LA DICTADURA  ............................................................  113

1. Evolución intelectual: el descubrimiento de la complejidad..... 1142. Neotacitismo y funcionalismo: la crítica del dogmatismo ideo-

lógico y de la ideología tecnocrática ....................................... 122

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3. Anatomía de la conspiración y socialismo democrático ........... 1364. Humanismo y marxismo. Entre el fraccionamiento y la totali-

dad ......................................................................................... 150

  V. JOSÉ LUIS L. ARANGUREN: ÉTICA Y POLÍTICA, LA DEMOCRACIACOMO MORAL ............................................................................  165

1. Democracia utópica, democracia radical ................................. 1662. La función moral del Estado. Ética de la aliedad y Estado de

justicia .................................................................................... 1753. Tras la tentación ácrata. Instituciones jurídico-políticas y movi-

mientos sociales alternativos ................................................... 184

 VI. INTELECTUALES HOY: EL PODER POLÍTICO Y LOS OTROS PODE-RES  .............................................................................................  195

1. Ciencia, filosofía y praxis social: responsabilidad y mediacióndel intelectual ......................................................................... 196

2. Modelos descriptivos y prescriptivos de intelectual. ¿Inte-lectuales de derechas?.......................................................... 205

3. Civilización y barbarie. Razón de ser de la cultura ilustrada,laica y civil .............................................................................. 209

 VII. LA CONSTITUCIÓN DEMOCRÁTICA DE 1978: REALIDADES Y PO-SIBILIDADES  ...............................................................................  219

1. Luces y sombras de la realidad social y del sistema constitucio-nal .......................................................................................... 221

2. Aplicación de la Constitución y reformas socio-económicas .... 2273. Democracia constitucional, constitucionalismo democrático ... 2344. Fundamentalismo teo-tecnocrático versus ética democrática ...... 244

 Índice de nombres ............................................................................... 257

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PRÓLOGO

Un libro como éste, con título de tan amplio espectro temporal (laEspaña del siglo XX), aunque circunscrito el tema sólo a las manifes-taciones del pensamiento relacionadas con la política, exige —creo—desde el principio una explicación delimitadora de su contenido real:el cual, por lo demás, también está ya perfectamente explícito en suÍndice general. Como puede verse allí, no es éste un estudio que tratede manera sistemática, detallada y exhaustiva, acerca de todos y cadauno de los autores y de las líneas culturales y políticas de ese largo eintenso tiempo de la historia de nuestro país. Hay otras obras de ca-rácter más general que, de forma más o menos resumida, ya lo hacen(bien), y lo siguen haciendo con ese graduable propósito de mayoramplitud y plenitud temática. La mayor parte de ellas, que con fre-cuencia hablan también sobre gentes de las que yo no me he ocupado—o no publicado—, o lo he hecho sólo en una menor medida, han

sido siempre tenidas muy en cuenta en estas páginas mías1

. Yo mismo en libros anteriores he analizado e indagado sobre unosu otros sectores y tendencias de filósofos y científicos sociales que sonasimismo imprescindibles —pienso— para esa historia intelectual de

1. Sin ánimo de agotar la nómina —no querría ni podría hacerlo— resaltaré aquíalgunos de esos autores con obras que abordan más el conjunto (o partes más amplias)de esa interrelacionada historia política e intelectual. Son obras que, muchas, aparecerándespués en estas mismas páginas (o que lo hicieron ya en otros libros míos) de autores

como, entre otros, los siguientes: José Luis Abellán, José Álvarez Junco, Paul Aubert, José María Beneyto, Josep Maria Castellet, Pedro Cerezo, Antonio Elorza, Juan PabloFusi, Salvador Giner, Pedro González Cuevas, Jordi Gracia, Alain Guy, E. Inman Fox,Santos Juliá, Antonio López Pina, José Carlos Mainer, Juan Marichal, Thomas Mermall, Jorge Novella, Victor Ouimette, Paul Preston, Pedro Ribas, Manuel Tuñón de Lara, Javier Tusell, Javier Varela, José Luis Villacañas o José Luis Yuste.

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la España del siglo XX. Ahí estarían entre aquéllos, muy aducidos aquíen los próximos capítulos, Revisión de Unamuno. Análisis crítico de su

 pensamiento político (1968), La filosofía social del krausismo español (1973), Pensamiento español en la era de Franco, 1939-1975 (primeraedición en 1974, abarcando hasta 1973, completándose en las poste-riores y en la última de 1992) o Los viejos maestros. La reconstrucciónde la razón (1994) que incluye trabajos sobre Ortega y la InstituciónLibre de Enseñanza, el Unamuno de 1936, Julián Besteiro, ManuelTuñón de Lara y Felipe González Vicén, entre los españoles2. Todosjuntos, estos textos y los de otros diversos ensayos, compondrían encierto modo otra obra de conjunto (la mía), no completa tampoco,

sobre esa historia de política y cultura en la España del siglo XX. En lalarga estela de tales libros, pero referidos ahora a autores y temas notratados en ellos (o no, en cualquier caso, con la suficiente extensióno intensión), se inscriben y se han ido construyendo aquí estas nuevasaportaciones desde el constante criterio-guía cuyo símbolo es precisa-mente De la Institución a la Constitución3.

Esto es lo que el lector va a encontrar realmente en estas páginas:no, pues, diríamos, el modelo uno sobre la historia completa y totalde ese tiempo y tema; tampoco el modelo dos, formado a modo deresumen por el conjunto de mis mencionadas publicaciones sino másbien, derivado de ahí, un más programático modelo tres compuestode nuevas cuestiones y autores, donde se resalta de manera especialel hilo conductor, la idea-fuerza de todo ese tiempo para la construc-ción y reconstrucción de la vida intelectual y política democrática ennuestro país.

2. En ese compendio dedicado a Los viejos maestros no figuraban dos de los

más apreciados por mí (Joaquín Ruiz-Giménez y José Luis L. Aranguren) que ahora encambio —escritas sus semblanzas con posterioridad— ocupan aquí un destacado lugar.Tampoco se incluyó allí, junto a Besteiro, en este caso por demasiado amplio, el trabajosobre el también socialista Fernando de los Ríos (otro precedente para estas páginas):puede encontrarse en mi anterior recopilación Legalidad-legitimidad en el socialismodemocrático (1978). Siempre lamento no poder aducir, entre mis aportaciones y másallá de las numerosas referencias concretas, un escrito comparable sobre la filosofía deOrtega y Gasset, autor a quien —junto con Unamuno— leí casi exhaustivamente y muya fondo en los largos años de formación y hasta hoy.

3. Todos estos trabajos han sido ahora revisados y corregidos pero, por supues-to, sin incurrir a posteriori en ningún tipo de anacrónicos originalismos. En el arranque

de cada uno de los capítulos se indica, por lo demás, su concreta procedencia inicial.De ellos, sólo dos habían aparecido antes en otros ya viejos libros míos: el segundo enSocialismo en España, el partido y el Estado (1982) y el cuarto en Ética contra políti-ca. Los intelectuales y el poder  (1990). Señalo aquí estas detalladas indicaciones paramejor información de quienes hipotéticamente estuvieran interesados en la génesis,formación y desarrollo de mis propias posiciones intelectuales.

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P R Ó L O G O

Se trataría, en consecuencia, aquí de algunos decisivos hitos, mo-mentos, claves, fragmentos, si se quiere, de esa historia pero siempre

interpretados desde una perspectiva de totalidad y continuidad, no pa-siva ni unidimensional, tal y como se expresa ya en ese simbólico titu-lar. Así, krausistas plurales e institucionistas que, con sus organismos yacciones de cultura (Unamuno y Ortega como disímiles puentes), cu-bren ya el tiempo de la segunda República a través de las generacionesdel 14, más científica y política, y del 27, más literaria y artística. Luego,la guerra civil con la victoria militar y eclesial y, después, el largo tiem-po de silencio y de injuria pero también de la difícil resistencia (fuerzasdel trabajo y de la cultura) con amplios sectores, posteriormente, en

la oposición universitaria e intelectual frente a un régimen negadorde la razón y de la libertad. Dentro de ese difícil contexto, se reconocey resalta en estas páginas la plural y positiva influencia sobre la gentejoven de, entre otros, Joaquín Ruiz-Giménez, Enrique Tierno Galváno José Luis L. Aranguren. Cultura, pues, de lenta discrepancia o de de-cidida oposición a la dictadura en, como se vería, andando el tiempo,inescindible conexión con la cultura de la transición a la democraciaque habría de culminar en la Constitución de 1978. Todo ello vieneentendido aquí, para esa su comprensión de fondo, como recuperaciónprimero y fortalecimiento después —en sus plurales coherentes mani-festaciones contemporáneas— de la cultura crítica (y autocrítica) queprocedería, junto a otros más lejanos orígenes, de la mejor y renovadaherencia europea (no eurocentrista) de la Ilustración.

Desde hace ya mucho tiempo, y hasta ahora mismo, me he venidoyo sirviendo precisamente de este expresivo rótulo, De la Institución ala Constitución, para denotar un siglo de pensamiento (filosofía ética,política e, incluso, jurídica) en nuestro país o, como se resume aquí,

de política y cultura en la España del siglo XX. Así lo vine haciendo demanera explícita desde la segunda mitad de los años setenta en queconmemorábamos en los albores de la democracia el centenario de laInstitución Libre de Enseñanza (fundada por Francisco Giner de losRíos en 1876) y andábamos, a la vez, metidos ya en la preparación y,enseguida, redacción de la nueva Constitución, finalmente promulga-da el 29 de diciembre de aquel 1978. Uniendo a los hechos anterioresla rememoración en 1979 de otro centenario, el de la fundación delPartido Socialista Obrero Español, dicho rótulo aparecía ya con esos

mismos términos en la nota preliminar a mi mencionado libro Socia-lismo en España, el partido y el Estado, publicado en 1981. Despuésfigura también como enunciado de algunas conferencias o comenta-rios de libros y, de forma más sistemática, en el curso impartido enagosto de 1999 —a invitación del rector José Luis García Delgado—

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en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander; y asíhasta finalmente en mi último libro (2003) Un itinerario intelectual.

 De filosofía jurídica y política. Aquél ha sido, pues, un viejo lema mío, una idea directriz queha ido cobrando fuerza (y espero que también razón) con el paso deltiempo, de la experiencia personal y de los propios libros. Una ideaque recupero y retomo aquí y ahora tanto con sentido descriptivo,información factual sobre esa historia política e intelectual, como consentido prescriptivo, tal idea directriz en cuanto opción valorativa de (ydesde) aquellos hechos. Es decir, también como propuesta intelectual,política y moral de todo ese tiempo pasado y futuro de nuestro país

en aproximación a Europa: para esa cultura que, sanando patologíasy superando reduccionismos, puede, a mi juicio, identificarse en defi-nitiva con el mejor legado de la Ilustración. Sería, pues, un hecho esarecepción entre nosotros (aquí se hace una sucinta descripción de ella)pero desde mi perspectiva también debe serlo su necesaria propuestacomo prescripción, es decir, como idea regulativa de ética social, po-lítica y cultural. Ella es, creo, quien mejor articula y dota de sentido(de presente y de futuro) a todo ese complicado y difícil siglo XX denuestro país visto desde una perspectiva europea y universal.

Este libro que —así lo estoy subrayando— ha sido de larga re-flexiva formación y gestación material (el autor le atribuye por elloconsiderable relevancia dentro de su biografía y bibliografía) fue fi-nalmente preparado y redactado en este su formato actual durantelos meses de verano y otoño de 2008. Ha sido el tiempo —todos lotenemos presente— en que se ha producido la eclosión y explosión dela actual profunda crisis económica mundial con tantas negativas re-percusiones sobre millones y millones de personas: crisis coincidente

a su vez con el positivo cambio en las supremas instituciones políticasdel principal país causante de aquélla. En estas páginas mías no trato,por supuesto, de tan trascendentes cuestiones, pero de manera muyespecial en los últimos y más cercanos capítulos (como trasfondo estáen el conjunto de todos ellos) se argumentan y defienden posicionesteóricas y prácticas de carácter democrático muy críticas con lo que—a juicio de muchos— está detrás y en la raíz de dicha crisis.

 Así, la de grandes e «incontrolados» poderes sostenedores del de-nominado fundamentalismo económico neoconservador (ultralibe-

ral), que no poco ha tenido que ver con aquélla y sobre los que ha-brá que intervenir desde una pública regulación. A ello en diferenteámbito se une con frecuencia el otro fundamentalismo conservador,éste de carácter religioso con sus dogmas del creacionismo bíblico, laley natural y todo lo demás que tanto atañe a la sociedad. En la situa-

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P R Ó L O G O

ción política actual, dificultando las aludidas posibilidades reales decambio, sufrimos todavía, en medio de la crisis, la prepotencia de esa

gran coalición fundamentalista de «neocons» y «teocons» frente a losvalores morales y las propuestas políticas que deben implicarse hoytanto en la sociedad civil como en las instituciones jurídico-estatales.De lo que se trata, en definitiva, sobre la base de la autonomía moralindividual (personal), es de que la soberanía (oligárquica) del mercadono sustituya, subordine o anule a la soberanía (democrática) del Esta-do. Que aquélla o la eclesial no prevalezcan, como pretenden, sobreel Estado social y democrático de Derecho.

En la deriva interna de este prólogo, que es también consecuente

con la de todo el libro, se ha ido pasando —haría observar— desdeuna preeminente mayor atención a cuestiones referidas al contextohistórico español del siglo XX, aunque sin abandonar nunca éste, haciaproblemas de carácter más totalizador y universal (mejor que global).Desde una historia de nuestra pasada vida intelectual hacia problemasde presente y de futuro que son ya más propios de las ciencias socia-les y, para su valoración crítica, de la filosofía práctica, de la filosofíamoral, política y jurídica. Dimensión histórica y dimensión sistemáti-ca, por así diferenciarlas, que yo siempre he tratado como profunda-mente interrelacionadas y que corresponden, por lo demás, a mis dospreferentes áreas de investigación: la historia de las ideas sociales en laEspaña del siglo XX y la filosofía jurídico-política de carácter y temá-tica general, si bien dando primacía concreta a enfoques y contenidoscon un mayor interés para comprender y transformar aquélla4.

4. Ésa es justamente la perspectiva metodológica adoptada por los profeso-res Liborio Hierro, Francisco J. Laporta y Alfonso Ruiz Miguel en su «Introducción»

general como generosos directores de la obra colectiva preparada desde 2004 conmotivo de mi setenta cumpleaños, Revisión de Elías Díaz: sus libros y sus críticos (Cen-tro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2007). En dicha «Introducción»,Francisco J. Laporta se ocupa casi exhaustivamente de mis escritos sobre historia delpensamiento español contemporáneo, mientras Alfonso Ruiz Miguel y Liborio Hierrose distribuyen respectivamente y por separado los de filosofía política (centrados so-bre el Estado de Derecho, sus implicaciones y variaciones en mi obra) y los de filosofíajurídica (acotada ahí con un criterio ya más residual y restrictivo de ella). Son en to-tal casi sesenta colaboradores con escritos, de ayer y de hoy, a modo de comentariocrítico a uno u otro de mis libros. Me parece —por ello incluyo aquí esta referen-cia— que contribuyen de manera decisiva al mejor conocimiento de esas dos interre-

lacionadas dimensiones de mi trabajo intelectual pero también, en definitiva, a la detoda nuestra iusfilosófica y política generación. Ahí queda para uso de las posteriorescohortes. Asimismo recordaría aquí, con esa misma función individual y general, lastesis doctorales de Fernando Bañuls Soto y de Gilmer Alarcón Cabrera presentadasy publicadas la primera por la Universidad de Alicante, en 2004, y la segunda por laUniversidad Carlos III de Madrid (con Prólogo de Eusebio Fernández) en 2007.

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Señalaría para concluir y en consonancia con todo lo anterior, queel principal y más directo objetivo de este Prólogo era —ya se ve— el

de contribuir a ilustrar al siempre hipotético lector acerca de algunas delas posibles claves, obras y direcciones centrales de ese mi trabajo inte-lectual y, por lo tanto, también de este libro. Tarea, por lo demás, quetampoco tendría por qué resultar en exceso compleja o inefable. Espe-ro, para bien mío y del valeroso amigo editor, Alejandro Sierra, que susefectos (los de este Prólogo) no sean, al menos, disuasorios. Lo que encualquier caso sí puedo afirmar es que —a mi juicio, nada neutral— elcontenido del libro (échese una ojeada al Índice) es de mucho mayoratractivo e interés, tratándose de gentes y temas tan relevantes, del que

cabría derivar exclusivamente el de estas mis explicativas e introspecti-vas palabras preliminares.

Ovio de Llanes (Asturias) y Madrid,treinta años después, 6 de diciembre de 2008.

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LOS RESTOS DE LA DERROTA:ILUSTRACIÓN, KRAUSISMO E INSTITUCIÓN*

1. RECEPCIÓN Y DIFUSIÓN DEL KRAUSO-INSTITUCIONISMOEN ESPAÑA

En el exilio de la guerra civil, en su obra sobre el pensamiento españolcontemporáneo, Luis Araquistáin señalaba mirando hacia atrás que

«casi todo lo poco que florece y lo que más penetra en la vida social,política y cultural de España durante el primer tercio del siglo XX sonlas supervivencias y derivaciones del krausismo». Quizás exagerabaaquél en cuanto al común carácter de tales presencias y superviven-cias (la cosa es más plural) pero, a su vez, lo reducía indebidamenteen cuanto a su cualitativa extensión: todo eso no era «poco». Con-cuerdo, por lo tanto, mucho más con Juan Marichal quien —juntoa otros— ha hablado para esos años anteriores a 1936 de un nuevo«medio siglo de oro» de nuestra cultura; y con José Carlos Mainer que

utilizó y difundió el rótulo de «la edad de plata» en su bien conocidolibro sobre buena parte de esa época1.

* El contenido de este capítulo, con sus raíces últimas en mi libro de 1973 so-bre  La filosofía social del krausismo español, es resultado de un proceso de revisiónque ha ido teniendo diferentes salidas en publicaciones de varios países desde 1996 ahoy: la última, también revisada aquí, para el volumen III, tomo III, de la monumentalcolectiva Historia de los derechos fundamentales que dirigen los profesores GregorioPeces-Barba, Eusebio Fernández, Rafael de Asís y F. Javier Ansuátegui en el marco de

la Universidad Carlos III de Madrid.1. Luis Araquistáin, El pensamiento español contemporáneo, Prólogo de Luis

 Jiménez de Asúa, Losada, Buenos Aires, 1962; Juan Marichal, El nuevo pensamien-to político español, Finisterre, México, 1966; José Carlos Mainer, La edad de plata(1902-1931). Ensayo de interpretación de un proceso cultural, Los Libros de la Fronte-ra, Barcelona, 1975. También sobre este período, será siempre muy útil la consulta de

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D E L A I N S T I T U C I Ó N A L A C O N S T I T U C I Ó N

En cualquier caso resulta cierta y por casi todos admitida la consi-derable y muy positiva influencia entre nosotros de esa filosofía krau-

sista y con mayor fuerza aún —ya con más diversas y plurales deriva-ciones— la lograda posteriormente por su no mimética continuidad,más bien creadora reconstrucción en las gentes de la Institución Librede Enseñanza. Su genérico significado podría muy bien establecerse,a mi juicio, desde y a través en definitiva de la decisiva, no reducti-va, ecuación «Institución igual a Ilustración». En la huella krausista einstitucionista está así presente —como lo estuvo en nuestro país enotros anteriores momentos— buena parte de la (tardía) herencia deese complejo mundo de la Ilustración europea: ahora especialmente

de la filosofía racionalista e idealista alemana, pero también de lasexperiencias educativas y científicas del ámbito anglosajón. Todo ello—por supuesto— con las matizaciones y correcciones derivadas de lasituación histórica, cultural, política y social española de la época. Suinfluencia fue decisiva en todo ese tiempo en el que se trataba, una vezmás, de incorporar este país a la modernidad.

Establecer desde esa perspectiva el mapa de tales tendencias inte-lectuales y políticas precisaría comenzar remitiendo a la recepción de lafilosofía de K. Ch. F. Krause (1781-1832) en España, con presentaciónpública en 1857, resultado del famoso y bien orientado viaje de estu-dios que en 1843 realiza a Alemania Julián Sanz del Río (1814-1869).

 Y más aún después a su poderosa y no acrítica difusión entre nosotrospor Francisco Giner de los Ríos (1839-1915), fundador de la InstituciónLibre de Enseñanza en 1876, sin duda uno de los padres intelectuales(«espirituales», se ha dicho también) de la España contemporánea.

La inspiración de los krausistas e institucionistas hispanos en elracionalismo e idealismo alemán —influencia genérica que me parece

necesario tener siempre en cuenta— no ha impedido que, con res-pecto del mencionado viaje de estudios de Sanz del Río a Alemaniaen 1843, nos hayamos tenido que plantear en términos más con-cretos este interrogante crítico: ¿por qué Krause y no Hegel? En unviejo libro mío sobre el krausismo español, insistiendo a la vez en lasespecíficas exigencias y en las aportaciones propias de éste, intentédar algunas respuestas a aquella cuestión: hubo razones más subjeti-vas, de coherencia interna en Sanz del Río, y razones más objetivas,quiero decir sobre condiciones sociales e históricas, que explican y

hacen comprensibles, a mi parecer, esa preferencia de ellos por el

la gran obra en siete volúmenes de José Luis Abellán, Historia crítica del pensamientoespañol (Espasa-Calpe, Madrid, 1984-1989), especialmente los tres últimos sobre lacrisis contemporánea (1875-1936) y el tiempo que va de 1914 a 1939.

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social-liberal reformista Krause. Se podrá concordar en que hubierasido mejor Hegel, o Kant, más fructíferas sus influencias y presencias,

que también se produjeron. Respecto de Hegel, siendo como es máscompleja y problemática su filosofía, más difícil y controvertida suinterpretación, había por de pronto mayores riesgos de las solucionesestatalistas que nuestro filósofo quería sin duda evitar. No era esa laúnica razón —las había también religiosas y hasta científicas— peroaquéllas, las razones políticas en su sentido más amplio (que implica-ban también una diferente ética y otra pedagogía), fueron —creo— bas-tante decisivas para esa elección. Con todo, como digo, yo tenderíaa destacar más en todo este movimiento intelectual esos caracteres

comunes válidos para el conjunto de esta filosofía de la Ilustración quese expresa, de Kant a Hegel, en el racionalismo e idealismo alemán.Krause incluso preparaba y entrenaba bien para todo ello2.

Krausistas e institucionistas, vinculados pero diferenciados (a vecescasi fundidos pero no confundidos), constituyen uno de los más rele-vantes y fructíferos procesos (último tercio del XIX y primero del XX)en la larga historia de la siempre difícil recepción y relación con la fi-losofía europea de la Ilustración en nuestro país. Y en tal tarea, enesa labor de eficaz difusión de la razón y de la libertad llevada a cabopor aquéllos, fue —como digo— absolutamente decisiva la labor pe-dagógica y social, la palabra y la acción, ejercitadas para la reformay transformación de la España contemporánea por Francisco Ginerde los Ríos. Hay que insistir en que sin él y sin sus muchos y buenosseguidores de la Institución, este nuevo intento de modernizaciónde profundo carácter ético y humanista (iniciado por Sanz del Río,con Krause como «pretexto») no hubiera sobrepasado apenas la muylimitada presencia e influencia que tuvieron en esa vía ilustrada otros

momentos anteriores con la recepción de, por ejemplo, Bentham,Kant, Hegel o el mismo positivismo. A Giner le debemos —como después, con sus propios caracteres

y contradicciones, a la generación del 98, a Unamuno, y a la másinstitucionista generación del 14, Ortega, Azaña o Julián Besteiro yFernando de los Ríos, unos y otros en posiciones, por supuesto, con-cordantes y discrepantes (afirmación, negación, nueva afirmación, si

2. Para un tratamiento de conjunto y, a su vez, para su situación en el contextohistórico español de la época, remito —también por su mayor relación con estas pá-ginas— a ese mi viejo libro sobre La filosofía social del krausismo español, Cuadernospara el Diálogo, Madrid, 1973; última reimpresión en Debate, Madrid, 1989. Allípodrá localizarse muy amplia y detallada bibliografía sobre todo ello: tan sólo unapequeña, posterior y fundamental, parte vuelve a ser recordada aquí.

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se permite el símil dialéctico)— ese gran esfuerzo de europeizaciónde España, de ciencia y cultura, de educación en valores de libertad y

tolerancia: en términos políticos, en definitiva, de buena preparaciónpara la democracia que daría lugar en 1931 a la segunda Repúblicaque, en nada favorable contexto nacional e internacional, se frustra-ría, para cerca de cuarenta años, con el alzamiento militar de 1936.En nuestros días, asumiendo críticamente toda esa larga y conflictivahistoria, todo ese siglo entre 1876 y 1978, De la Institución a la Cons-titución es el rótulo, el puente, que yo he utilizado con frecuencia yque ahora quiero recuperar aquí como simbólica expresión de ese me-jor común nexo ilustrado, potencialmente democrático, que tendría

en Francisco Giner de los Ríos, de modo al menos incoativo, uno desus fundamentales y más serios orígenes3.De esa historia, de esa España contemporánea, es de la que se trata

aquí cuando evocamos en sus inicios esa filosofía krauso-institucionista como legado que se quiso anular con la derrota de la guerra civil.Es una historia —como ya he señalado— que en ese tiempo quiereentroncar en profundidad con la mejor Europa, con la Europa deri-vada de la Ilustración. La tesis o idea central de estas consideracionesradica así en que dicha filosofía y sus derivaciones —simbolizada enla fundamental creación de Francisco Giner de los Ríos, la InstituciónLibre de Enseñanza— constituyó una plataforma tardía pero básicadesde finales del siglo XIX (sin olvidar los meritorios intentos del XVIII)para la difusión y arraigo de las propuestas y conquistas científicas y

3. Recordemos que el régimen político dictatorial y el Estado totalitario fascista(con estos términos se autoreconocía aquél por entonces) impuesto como resultado dela guerra civil, había producido la más dura y terminante condena y exterminio de la

Institución Libre de Enseñanza y de los intelectuales a ella vinculados como causantesdirectos de todos los males habidos y por haber en la reciente historia de España, espe-cialmente en la segunda República. Dos libros representaron e impulsaron, de maneramuy concreta, dicha persecución personal e institucional: el de Enrique Suñer, Los inte-lectuales y la tragedia española, Biblioteca España Nueva, San Sebastián, 1937, 21938),y el colectivo, preparado por Fernando Martín Sánchez-Juliá, Una poderosa fuerza secreta: la Institución Libre de Enseñanza, Editorial Española, San Sebastián, 1940.De ello me ocupo después en el capítulo segundo de este libro. Es significativo y deso-lador que no pocas de esas sectarias injurias —junto con otras nuevas— se continúenhoy, con un tono aparentemente menos dramático, en libros como el de José MaríaMarco,  Francisco Giner de los Ríos. Pedagogía y poder  (Península, Barcelona, 2002)

obsesionado por negar y destruir toda valía personal e intelectual del creador de laInstitución Libre de Enseñanza. Algunos de esos ataques de Marco contra Giner ylos institucionistas por anticatólicos y antiespañoles, recuerdan también los lanzadospor Manuel Aznar contra Fernando de los Ríos o «el español sin España» —de eso leacusaba— poco después del fallecimiento de éste en el exilio en Nueva York, abyectoartículo publicado en La Gaceta del Norte, Bilbao, el 17 de julio de 1949.

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filosóficas de la Ilustración europea en nuestro país. En esa España«Institución» equivalía, en muy amplia medida, a «Ilustración». Algo

más, por lo tanto, que sólo krausismo.Es, en buena (mala) parte, verdad que algunas de las diferenciashistóricas españolas, en relación y en comparación con Europa, se hanexpresado negativamente por dos principales y muy significativas au-sencias (o con muy desvalidas presencias): la Reforma y la Ilustración.Hemos sido, se aduce desde ahí, gentes sin Reforma —con mayúsculay con minúscula ese término— y, sin embargo, con Contrarreforma:los herejes, los luteranos, los erasmistas, los heterodoxos de cualquiersigno, junto a judíos y musulmanes, fueron aquí duramente perse-

guidos, expulsados o condenados (también a muerte) por los poderespolíticos y religiosos oficiales. Y, además de gentes sin Reforma, ha-bríamos sido asimismo —se alega— gentes sin Ilustración (otra vez conmayúscula y con minúscula), si bien grupos muy minoritarios y algunasilustres personalidades en el siglo XVIII, o antes y después, intentaran ylograran en cierta medida evitarlo. Al igual que Voltaire y otros con-temporáneos, Kant —recordemos— a la pregunta ¿Qué es la Ilustra-ción? había respondido: «Atreverse a saber»; salir de la minoría deedad, individuos y pueblos. Es innegable que en nuestra historia se hatenido que luchar contra poderosas fuerzas, religiosas, políticas, eco-nómicas que dificultaban salir de esa minoría de edad, que impedíanser un país con Reforma y con Ilustración, para mayor coherencia denuestra historia con la de Europa. Pensar y decidir en/con libertad.Es verdad que en España todos los disidentes lo tuvieron mucho másdifícil que en Europa, donde se fueron conquistando, con grandesluchas, mayores cotas de tolerancia, de libertad, de igualdad y de de-mocracia, en definitiva, de derechos humanos.

 A pesar de todo, a pesar de esos obstáculos tradicionales, es biencierto que ha habido asimismo una historia de España incluyente y noexcluyente, una vía de cultura y de pensamiento de carácter reforma-dor, pluralista, crítico, ilustrado, liberal, humanista y democrático4.

4. Que ésa es también nuestra tradición (más auténtica que la integrista «tra-dicionalista») lo prueba el importante libro de Javier Herrero, Los orígenes del pen-

 samiento reaccionario español, Cuadernos para el Diálogo, Madrid, 1971; ahora en Alianza, Madrid, 1988. Para la Ilustración en España pueden verse, entre otras, las

obras de Ramón Soriano, La Ilustración y sus enemigos, Tecnos, Madrid, 1988; ReyesMate y Friedrich Niewöhner (coords.), La Ilustración en España y Alemania, Anthro-pos, Barcelona, 1989; Carlos Thiebaut (ed.), La herencia ética de la Ilustración, Críti-ca, Barcelona, 1991; Eduardo Bello, La aventura de la razón: el pensamiento ilustra-do, Akal, Madrid, 1997; Francisco Sánchez-Blanco, La mentalidad ilustrada, Taurus,Madrid, 1999. Imprescindible para el debate de fondo, Pedro Cerezo Galán,  El mal

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 Y en esa historia es precisamente en la que —a mi juicio— hay quever y situar, desde la segunda mitad del siglo XIX y gran parte del XX,

al iusfilósofo Francisco Giner de los Ríos, a sus maestros krausistas y asus seguidores institucionistas. En otros trabajos míos he señalado lasafinidades (y las diferencias) con otros sectores de la filosofía liberalespañola como es el caso eminente de las relaciones con Ortega yGasset y los discípulos propiamente orteguianos, en el exilio y en elinterior. Y de modo muy especial he resaltado asimismo la línea de progreso y continuidad que une a los institucionistas con intelectualessocialistas como, entre otros, Julián Besteiro o Fernando de los Ríos5.En todas esas relaciones está operando esa común cuestión de fondo

que estoy ahora destacando, y que es, como digo, la correlación pro-funda existente entre Institución e Ilustración. En definitiva, el krau-so-institucionismo es un importante (tardío pero logrado) intento derecepción de las propuestas científicas y filosóficas de la gran Ilustra-ción europea: también de la anglosajona, pero más directamente desu no indiferenciada conexión con la filosofía racionalista/idealistaalemana de Kant a Hegel, más Fichte y Schelling, y derivaciones pos-teriores, aunque fuese tomando a K. Ch. F. Krause, puede decirse,como principal pretexto y pertinente síntesis.

Resulta necesario puntualizar en este sentido —así se ha hechocon frecuencia— que la filosofía krausista española, inspiradora de laInstitución Libre de Enseñanza y de otros importantes centros cultu-rales, pedagógicos y de investigación, fue mucho más (o algo diferen-te) que una estricta doctrina académica o que un mero sistema teóricoy filosófico. Fue, se ha dicho, un «espíritu» —en Hegel, espíritu, Geist,es «autoconciencia»—, un modo de pensar y de actuar, basado en elprincipal valor del estudio, del trabajo y en la idea de la tolerancia,

una forma de vida caracterizada por su gran honestidad y austeri-dad y una ética y un derecho de raíz profundamente liberal. Siendocierto todo ello, no lo es menos que de manera más estricta aquéllaentronca también con una filosofía bastante coherente y un conjuntocorrelativo de conocimientos, ideas y problemas de los que aquel «es-

del siglo. El conflicto entre Ilustración y Romanticismo en la crisis finisecular del siglo XIX , Universidad de Granada-Biblioteca Nueva, Granada-Madrid, 2003. Últimamente,la amplia crítica de Jorge Novella Suárez, El pensamiento reaccionario español (1812-

1975). Tradición y contrarrevolución en España, Biblioteca Nueva, Madrid, 2007.5. Remito a mi ya citada obra La filosofía social del krausismo español (especial-

mente a los capítulos I y III; para otra bibliografía, cf. allí pp. 261-269) y también aSocialismo en España: el partido y el Estado (Mezquita, Madrid, 1982) donde ya tratéasimismo de esa relación ILE-PSOE; o a  Los viejos maestros: la reconstrucción de larazón, Alianza, Madrid, 1994.

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píritu» proviene y que sustenta, a su vez, dicha filosofía. En definitiva,como vengo remarcando aquí (ya que no siempre se ha señalado de

manera suficiente), era la traslación y recepción en España, con ca-racteres propios que se irán acentuando con el tiempo, de las ideasbásicas de la filosofía de la Ilustración, del idealismo y racionalismoalemán, de Kant a Krause, Hegel incluido6.

Sin pretenderse en estas páginas una definición exhaustiva de esafilosofía tal y como se recibe entre nosotros cabría, no obstante, sin-tetizarla en los siguientes elementos y rasgos fundamentales, sin dudacon influencia de Krause pero no sólo acríticamente de él: 1) pro-pósito de recuperación y potenciación de la razón y la experiencia

(filosofía y ciencia), así como trabazón interna de ambas y de la razónpráctica en un «racionalismo armónico», que es precisamente comose define —aunque también como «realismo racional»— la filosofíaestrictamente krausista; 2) religiosidad, pues, racional, tolerancia yplena libertad religiosa; cristianismo liberal frente a todo tipo de dog-máticos integrismos y monolitismos católico-tradicionales; 3) supe-ración tanto del individualismo como del absorbente colectivismo enun flexible, plural y hasta federal organicismo social; 4) liberalismoradical en defensa de los derechos humanos contra todo despotismoy absolutismo políticos, con coherente y profunda afirmación de losprincipios y postulados éticos humanistas y liberales; 5) activo y eficazreformismo social y económico, preferible siempre —como sistemade cambio— a cualquier revolución violenta; 6) transformación dela sociedad también a través del derecho (con exigencias de razón)pero asimismo —yendo más al fondo y en última instancia— a travésde la transformación ética del individuo, de la persona humana. Ésta,la ética, era la más decisiva y determinante fundamentación de una

verdadera pedagogía como la implantada por la Institución Libre deEnseñanza, pedagogía que sirvió de inspiración para sus discípulos yseguidores durante más de medio siglo y que sería después duramente

6. Sobre esa conexión, de inicial pero siempre creadora dependencia, véase laobra muy documentada de Enrique M. Ureña,  Krause, educador de la Humanidad.Una Biografía, Universidad Pontificia de Comillas-Unión Editorial, Madrid, 1991, asícomo otras publicaciones personales suyas o por él dirigidas con interpretaciones noexentas de debates y polémicas. Cf. asimismo la obra colectiva, coordinada por Teresa

Rodríguez de Lecea y Dieter Koniecki, Reivindicación de Krause, Fundación F. Ebert-Instituto Fe y Secularidad e Instituto Alemán de Cultura, Madrid, 1982; y de la mismaautora, Teresa Rodríguez de Lecea,  Antropología y filosofía de la historia en JuliánSanz del Río, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1991; también, el númeromonográfico sobre «Nuevas perspectivas del krausismo español» de la revista  Letras Peninsulares 4/1 (1991), que edita en Estados Unidos la Michigan State University.

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perseguida y oficialmente suprimida por la sublevación militar y elrégimen dictatorial así establecido.

Una historia de España de los siglos XIX y XX, anterior a esos añosde 1936-1939, historia de nuestra cultura y también de nuestra vidapolítica, no podría prescindir pues en modo alguno de esa profundahuella krausista e institucionista que en gran parte es la huella de Gi-ner. Así, entre los organismos colectivos inspirados en ella, hay querecordar, desde 1907 con la Junta para Ampliación de Estudios, laResidencia de Estudiantes, el Instituto-Escuela, la Escuela Superior deMagisterio, el Centro de Estudios Históricos, etc. No podría prescin-dir tampoco dicha historia, además de los nombres ya mencionados

de los fundadores, de —entre algunos de los más ilustres— NicolásSalmerón, Gumersindo de Azcárate, Manuel Sales y Ferré, Rafael Alta-mira, Leopoldo Alas, Manuel Bartolomé Cossío, Adolfo Posada, JoséCastillejo, Antonio Machado, Luis de Zulueta, Juan Ramón Jiménez,

 Américo Castro, Julián Besteiro, Fernando de los Ríos, Manuel Gar-cía Morente, Lorenzo Luzuriaga, Alberto Jiménez Fraud, etc.7. Desdeesa perspectiva habría que considerar, asimismo, sus influencias y re-laciones, concordantes y discrepantes —como ya he señalado— conhombres como Joaquín Costa, la generación del 98, o el grupo for-mado en torno a Ortega y Gasset ( Revista de Occidente), la genera-ción del 14 (más política) o la más literaria del 27, la revista  España y desde allí, la relación con los intelectuales de los años treinta, quedespués serán, en buena medida, los exiliados de la guerra civil8.

7. Para toda esa historia, además de las obras ya citadas en las notas anteriores,véanse los artículos de Teresa Rodríguez de Lecea, Francisco J. Laporta y Alfonso RuizMiguel (este último sobre la Junta para Ampliación de Estudios) en Historia 16 49

(1980). También de Francisco J. Laporta, entre otros trabajos suyos sobre estos temas,«Francisco Giner de los Ríos en la modernización de España»: Boletín de la Institución Libre de Enseñanza 18 (1993); o, con anterioridad, «Giner de los Ríos: invitación alestudio de sus ideas pedagógicas», Estudio preliminar a su  Antología pedagógica de Francisco Giner de los Ríos, Santillana, Madrid, 1977. Laporta prepara en la actualidadun libro que reasume esos y otros trabajos por él publicados sobre el mundo institucio-nista. De utilidad para consulta y documentación está la obra en cuatro volúmenes de Antonio Jiménez-Landi sobre La Institución Libre de Enseñanza y su ambiente, Com-plutense, Madrid, 1996; él mismo había dejado escrito, a modo de síntesis y divulga-ción, una Breve historia de la Institución Libre de Enseñanza que ha sido publicada porla Junta de Andalucía (1998) en edición preparada por su hija Teresa Jiménez-Landi

Usunariz.8. Pueden verse también en relación con estas perspectivas de nuestra cultura,

los libros, entre otros, de Juan López Morillas,  El krausismo español. Perfil de una aventura intelectual, CFE, México-Buenos Aires, 1956, 21980; José Luis Abellán, Fi-losofía española en América (1936-1966), Guadarrama, Madrid, 1966; Manuel Tuñónde Lara, Medio siglo de cultura española (1885-1936), Tecnos, Madrid, 1970; Fran-

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En tiempos en que todavía no tantos escribían aquí sobre es-tas cuestiones (luego ya se hizo más frecuente), recuerdo que bajo

el título precisamente de «La Institución y la edad de plata», PabloCorbalán trazaba por entonces una buena síntesis, ampliación de laanterior referencia, de las principales realizaciones de aquélla. Seña-laba así, resumiendo, el cuadro de los principales centros culturalesy pedagógicos institucionistas, mencionando al propio tiempo a susmás destacados colaboradores. (Unos y otros deben siempre, por símismos, recordarse; pero también creo que debemos hacerlo —conesa intención es con la que hablo aquí yo de «los restos de la derrota»,restos perdidos y luego recobrados— para poder mejor calibrar el

alcance y significado de la posterior obra de destrucción, produci-da directa o indirectamente por la guerra civil). «De la Institución—dice áquel— brotarían ramas más o menos autónomas y otras queterminaron por desgajarse de ella. Así, la Junta para Ampliación deEstudios e Investigaciones Científicas, cuya presidencia ocupó el his-tólogo Ramón y Cajal, junto a José Castillejo; el Centro de EstudiosHistóricos, dirigido por Menéndez Pidal, y en el que figuraron Amé-rico Castro, Navarro Tomás, Federico de Onís, Sánchez Albornoz,Gómez Moreno, Sánchez Cantón y Elías Tormo; la Residencia de Es-tudiantes (Jiménez Fraud, María de Maeztu), que albergó a Lorca,Luis Buñuel, Dalí, Emilio Prados, etc., y por cuyas tribunas desfila-ron Einstein, Valéry, Ravel, Russell y Freud, entre otros; el InstitutoEscuela; las Misiones Pedagógicas, idea de don Manuel B. Cossío, aquien se debieron también la Fundación del Museo Pedagógico y lascolonias escolares. Cossío fue, además, el impulsor del proyecto parala creación del Ministerio de Instrucción Pública. Y Azcárate fundó elInstituto de Reformas Sociales. Impronta institucionista tuvieron las

Universidades Populares, cuyo programa surgió del grupo asturianoformado por Álvarez Buylla, Aniceto Sela, Adolfo Posada y Leopoldo Alas; el Instituto Nacional de Física y Química y el Museo Antropo-lógico. En el Instituto Cajal trabajaron Achúcarro, Gonzalo Lafora,Madinaveitia, Sacristán, Cabrera, Catalán, Duperier, Torres Quevedoy Torroja. La proyección institucionista —sigue aquél— se vinculacon la regeneracionista (Joaquín Costa), alcanza a Pérez Galdós —queescribe una novela krausista con La familia de León Roch— e influyeen los noventaiochistas Azorín, Baroja, el primer Maeztu, el segundo

Valle-Inclán, Antonio y Manuel Machado y otras figuras como Juan

cisco Villacorta Baños, Burguesía y cultura. Los intelectuales españoles en la sociedadliberal, 1808-1931, Siglo XXI, Madrid, 1980, así como las obras de Juan Marichal yde José Carlos Mainer, ya citadas antes en la nota 1.

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Ramón Jiménez, Ortega y Gasset, Pérez de Ayala, Salvador de Mada-riaga, Manuel Azaña, Marañón, Pedro Salinas, Jorge Guillén y otros

muchos que es imposible citar. Todos ellos se integran en eso que seha llamado la Edad de Plata española»9. Estaba ahí, como se ve, todala España que se identificaba como punto de partida con la moderna yeuropea Ilustración: aquélla también que en la filosofía jurídico-políticay en la realidad social conducía, en desarrollos posteriores, al Estado(social y democrático) de Derecho y a la afirmación de los derechoshumanos como la razón de ser más profunda de tal modelo estatal10.

9. Pablo Corbalán, «La Institución y la Edad de Plata», en el diario de Madrid

 Informaciones. Suplemento de las artes y las letras del 13 de mayo de 1976, p. 2. En elmismo número conmemorativo están, entre otros, los artículos de José Luis Abellán, «LaInstitución Libre de Enseñanza, cien años después» (puntual resumen de las tres etapasinstitucionistas, 1876-1881, 1881-1907 y 1907-1936), y de Carlos París, «Giner delos Ríos: su visión crítica de la Universidad». Véase también la obra colectiva (edicióny presentación de Laura de los Ríos),  En el centenario de la Institución Libre de En-

 señanza, Tecnos, Madrid, 1977; asimismo, el extenso «Informe sobre la InstituciónLibre de Enseñanza», preparado por Teresa Rodríguez de Lecea, Francisco J. Laportay Alfonso Ruiz Miguel para la revista  Historia 16 49 (1980), pp. 67-93, ya aludidoantes; y el libro de Antonio Jiménez García,  El krausismo y la Institución Libre de Enseñanza, Prólogo de José Luis Abellán, Cincel, Madrid, 1985. Con trabajos, algunoscitados en estas notas, de los años cincuenta y sesenta puede decirse que se inicia en elexilio pero también después en el interior una coherente recuperación del pensamientokrauso-institucionista tras los tiempos de persecución y silencio por el régimen fran-quista: cf. así, en pluralidad de posiciones laicas, liberales, democráticas, socialistas, losescritos que van antes en las notas 5, 6, 7 y 8 u otras obras que se aducirán después:por ejemplo, las de López Morillas, Joaquín Xirau, Eloy Terrón, Ferrater Mora o Yvan Lissorgues. Sin olvidar que desde una concepción religiosa católica, luego enevolución aperturista pero vinculada entonces al Opus Dei, se publicó en 1962 la do-cumentada, pero bastante sesgada, obra de Vicente Cacho Viu, La Institución Libre de Enseñanza (Rialp, Madrid) con significativo Prólogo de Florentino Pérez-Embid, de-

fensor en aquel régimen de un ya oficial autodenominado «catolicismo universalista».Sobre esta obra y con fuertes discrepancias de fondo puede verse mi extensa crítica enel Boletín del Seminario de Derecho Político de la Universidad de Salamanca, dirigidopor Enrique Tierno Galván, n.º 32 (octubre de 1964), pp. 254-259. En los últimostiempos son ya numerosísimas las publicaciones (y exposiciones) sobre esos grandesnombres, entidades y creaciones institucionistas; recordaré, a modo de ejemplo, a Isa-bel Pérez-Villanueva Tovar, La Residencia de Estudiantes, Ministerio de Educación yCiencia, Madrid, 1990; o la tan significativa y emotiva (parte gráfica incluida) de laobra colectiva sobre  Las misiones pedagógicas (1931-1936), editada por la SociedadEstatal de Conmemoraciones Culturales durante la presidencia de José García-Velasco,Madrid, 2006.

10. En estas notas quiero conectar expresamente las obras de mis dos principalesáreas temáticas de investigación: la historia de las ideas políticas y sociales de la Españacontemporánea (krausismo, liberalismo, socialismo, democracia, remito a la anteriornota 5) con las más sistemáticas de filosofía política y jurídica, a partir de  Estado de Derecho y sociedad democrática (de 1966) hasta Un itinerario intelectual. De filosofía jurídica y política (de 2003).

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2. KRAUSISTAS E INSTITUCIONISTAS.POR UN GINER NO REDUCIDO NI RECLUIDO

Pero nada de esto que vengo resaltando habría podido, por supuesto,producirse en España —y no debiera nunca olvidarse— como algoderivado de una exclusiva mimética repetición de las ideas y de lossolos textos del filósofo alemán Karl Christian Friedrich Krause quefue quien, a través de las xenófobas acusaciones de los reaccionariosadversarios hispanos, acabó por suministrar nombre al movimiento.Recuérdese la afirmación, a su vez exagerada, de Azorín: «¡Qué im-porta el viaje de don Julián Sanz del Río a Alemania! La inspiraciónde Krause fue el excitante. El fondo, la sustancia primaria del movi-miento estaba en España»11. A pesar de ello y de otras muchas cosasya mil veces dichas y redichas desde entonces, junto a las críticas tra-dicionales de la derecha, desde Menéndez y Pelayo a Fernández de laMora, hay siempre que volver a insistir en la gran importancia delas aportaciones de los krausistas e institucionistas españoles: cien-tíficos (de la naturaleza y de la sociedad), historiadores, profesoresde diferentes materias, literatos, filósofos, juristas, incluso políticos... Algunos de sus nombres acaban de ser recordados en estas mismas

páginas. Fue todo un mundo el que, en España, se movió con ellos ydesde ellos.Existió, sin duda, una mayor, casi total, dependencia (positiva

en cualquier caso) respecto de Krause en los iniciadores del movi-miento, Sanz del Río y los propiamente denominados krausistas. Perofue ya mucho menor, es decir, con mayores plurales perspectivas yaportaciones, a partir precisamente de Francisco Giner de los Ríosy de todos sus, más directos e indirectos, discípulos hasta 1936. Ésees —creo— el diferente significado de esas tres fechas generacionales

de 1857, 1876 y 1907. Todos los cambios habrían de ir haciéndose sinromper con esas ideas básicas del racionalismo (armónico) y, en defi-nitiva, de la Ilustración con sus propuestas de modernidad (ciencia yfilosofía), europeísmo, cultura y potencial democracia. Pienso inclu-so que también, en buena medida, hasta hoy mismo, el estudio y laconsideración analítica y crítica de todo ese movimiento intelectual

11. Texto de Azorín citado por Pierre Jobit en Les éducateurs de l’Espagne con-

temporaine I. Les krausistes, De Boccard, Paris, 1936, p. 264. Pero Enrique M. Ureñaha recordado a su vez ( supra, nota 6) la dependencia de la filosofía de Sanz del Ríoinnovando poco en relación con Krause, incluso con simulaciones que, con tal vezexcesivas implicaciones, aquél califica de fraudulentas. En cualquier caso es verdadque, añadidas a esa «sustancia primaria», las innovaciones y cambios vendrán más biendespués con los institucionistas.

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podrá continuar suministrando buenas y sólidas bases éticas y cientí-ficas (ciencia y conciencia) para la acción personal y colectiva, para la

vida intelectual y política española, europea y universal (mejor quela sectorial globalidad) de nuestro tiempo.Hay un pasaje, ya clásico, en la obra de Pierre Jobit en que se

señalan algunas de tales diferencias, por considerar, entre esas dos men-cionadas y sucesivas fases krauso-institucionistas, encabezadas respec-tivamente por J. Sanz del Río y F. Giner de los Ríos: «En sus iniciosel krausismo español —dice— es un Sistema muy preciso, un cuerpodoctrinal que el maestro ha tomado de fuera y que pretende difun-dir en torno a sí como la verdad filosófica y religiosa por excelencia.

Después —añade— el Sistema sufre un eclipse; otras cosas le sucedeny vienen tras él, pero, sin embargo, es todavía krausismo lo que en-contramos ante nosotros». Y prosigue: «En su segunda fase, es precisoconfesarlo, el krausismo ya no se caracteriza por una estricta y unitariadoctrina [...]. En ese momento el krausismo va a caracterizarse no porlas líneas rígidas de un sistema, sino por una cierta manera común desentir y de pensar, ‘algo inexpresable, una especie de inquietud fecun-da’, se ha podido decir justamente (por Julián Besteiro). Pero entonces—pregunta Jobit— ¿qué entendemos con ello?». ¿En qué consistiráen definitiva esa manera común de sentir y de pensar? «Tres palabras—concluye aquél— bastan para definirlo: espíritu de armonía, culto ala ciencia, moralismo»12.

Me referiré enseguida a estos caracteres que Jobit considera comopresentes también en esa segunda etapa del krausismo español, aun-que situándolos dentro de un esquema más amplio e incluyente. Conello se pretende trazar, de manera flexible, es decir, no dogmáticani exhaustiva, el cuadro de elementos compartidos —ya adelantados

aquí en síntesis— que pueden considerarse como fundamentales y, asu vez, dotados de cierta permanencia y estabilidad orientadora a lo

12. Pierre Jobit, Les éducateurs de l’Espagne contemporaine I, cit., pp. 235-238.Para el sentido de esa relación entre los dos exponentes centrales del krausismo y del ins-titucionismo, recordemos el artículo «En el centenario de Sanz del Río» que, firmado «porun discípulo», publicó Francisco Giner de los Ríos en el  Boletín de la Institución Librede Enseñanza, n.º 653 (31 de agosto de 1914); reproducido dicho artículo en el libro dePablo de Azcárate, Sanz del Río, Tecnos, Madrid, 1969. Sobre Navarro Zamorano y su in-fluencia en Sanz del Río véanse los trabajos de Manuel Andrino en la Revista de Estudios

 Políticos 53 (1986) y en Sistema 79 (1987). Antonio Jiménez García, «Los orígenes delkrausismo en España: el ‘Curso de Derecho Natural’ de Ahrens»: Aporia 13-14 (1981).Otros trabajos que querría mencionar son los de Manuel Bartolomé Cossío, «Don Fran-cisco Giner. Datos biográficos»: Boletín de la Institución Libre de Enseñanza 39 (febrero-marzo de 1915), publicado sin firma de autor; también el número casi monográfico de larevista Ínsula, dedicado a la vida y obra de Giner, n.º 220 (1965).

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largo de las diferentes fases de la filosofía krausista e institucionistaespañola.

Evitando también la ruptura, o la excesiva separación entre esasdos etapas, escribía por su parte Eloy Terrón: «Aunque en el krausis-mo español se pueden diferenciar correctamente dos épocas biendefinidas: la época proselitista, apasionada, en la cual representaba elespíritu innovador, combativo —en la esfera de la ciencia, se entien-de—, etapa de unidad y de espíritu afirmador, y por lo tanto —diceTerrón— dogmático, hasta 1868; y la época en que casi se ha pasadoa las filas del orden, y en la que se ve obligado a combatir en dosfrentes, en la derecha, contra la filosofía tradicional, apoyada oficial-

mente, y en la izquierda, contra las filosofías surgidas después de losaños de perturbación (1868-1875), el positivismo, el neokantismo, elhegelianismo socializante a la manera de Proudhon, y pronto contrael socialismo marxista; a pesar de estas dos etapas —concluye EloyTerrón— una misma actitud de espíritu es la que la caracteriza con sucualidad fundamental»13.

Piensa Terrón que esa unitaria «actitud de espíritu» válida paracaracterizar a todo el krausismo —concuerdo en principio, pero nodel todo, respecto a esas implicaciones ideológicas e, incluso, cientí-ficas— es algo que puede encontrarse bien sintetizado en el siguientetexto de Adolfo Posada: «El krausismo —dice éste— fue, por fin, unmovimiento de renovación ética y de significación pedagógica, y quellegó a su hora, y por eso arraigó en el espíritu colectivo; un movi-miento más que de escuela, de tendencia, o bien de escuela, si ésta nose traduce en la elaboración de una dogmática construida, o de unoscánones, y se limita a ser una común orientación de pensamiento,y una manera de considerar los problemas del pensar y del vivir. El

krausismo, sobre todo en Giner, que formará su espíritu abriéndoloa los cuatro vientos —escribe Posada— era más que nada una acti-tud mental y ética: aquélla, la mental, de austeridad, de reserva y decalurosa simpatía hacia todo esfuerzo sincero en los campos de laciencia, y ésta, la ética, de austeridad también, de serena estimaciónde la vida, que debe ser en todo momento expresión práctica de unideal...»14.

13. Eloy Terrón, Sociedad e ideología en los orígenes de la España contemporá-

nea, Península, Barcelona, 1969, p. 240.14. Adolfo Posada, España en crisis, Caro Raggio, Madrid, 1923, pp. 173-174

(tomo este texto de la obra de Terrón citada en la nota anterior). De Adolfo Posadaes de gran interés su Breve historia del krausismo español (escrita entre 1925-1935),publicada, con Prólogo de Luis G. de Valdeavellano, por la Universidad de Oviedo,en 1981.

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Es significativa y, me parece, bastante acertada dentro de sus lí-mites, esta descripción y catalogación de algunos rasgos distintivos

del krausismo y del institucionismo hecha por Posada, descripción,adviértase, que coincide en lo fundamental con aquel espíritu o «ma-nera común de sentir y de pensar» que Jobit atribuía a la segundaetapa krausista y que venía por él resumida en las notas de «espíritude armonía, culto a la ciencia y moralismo». Según ello, el krausismoespañol más que como una filosofía estricta y puntual, en su evoluciónhabría de verse —ya se ha dicho— como un «espíritu», un modo deser ético e intelectual, una verdadera pedagogía, un sistema de vida,aunque también, señalaría yo, como un sistema —plural y abierto—

de pensamiento social y político. No se olvide, de todos modos, quealguna de esa filosofía idealista alemana era también una filosofía del«espíritu» (en Hegel del espíritu subjetivo, objetivo y absoluto).

Había escrito, en tal sentido, Giner de los Ríos: «Sanz del Río as-piraba a enseñar no ‘una filosofía’; no a propagar ‘una doctrina hechay conclusa, articulación cerrada, literal, primera condición de la lla-mada escuela filosófica’ —son sus palabras mismas—, sino a indagarlibremente la verdad». O como decía Manuel Bartolomé Cossío: «Elkrausismo más que enseñarnos una filosofía a lo que nos enseña es afilosofar»15. Ésta es también la idea que recoge López Morillas cuando,de acuerdo con una actitud prevalente —creo— entre los autores quese han ocupado del tema, indica: «Francamente confesamos que, másque el análisis de un sistema filosófico, nos atrae la caracterización deuna modalidad cultural. Lo que en el krausismo quiso ver cierto tipode español —añade, a su vez, aquél con diferenciación fundamen-tal— se nos antoja mucho más significativo que lo que Krause puso ensu doctrina o que lo que Sanz del Río se propuso al importarla»16.

Con ser perfectamente válido todo lo anterior —que constituyerealmente un básico componente diferenciador de la que podríamosdenominar como comunidad intelectual krausista en nuestro país—,pienso, sin embargo, entre los dos polos del péndulo, que ello paranada implica ni exige dejar de tener muy en cuenta las raíces y lasclaves de carácter más estrictamente filosófico: es verdad que éstassirven de necesaria referencia y que permanecen, aunque no sin va-riantes —comunidad y pluralidad—, a lo largo de las generacioneskrausistas e institucionistas influyendo en todas ellas. Allí hay mucho

de Krause pero también, cada vez más, de otros filósofos y científicos

15. Textos de Giner y de Cossío bien conocidos y que evoca asimismo Jobit, op.cit., p. 235, nota 1.

16. Juan López Morillas, El krausismo español, cit., p. 13.

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de la Ilustración y sus derivaciones. Y allí hay mucho de Europa perotambién, cada vez más, de la propia realidad española orientada en ese

mismo sentido. Evocación, otra vez, de esas fechas de 1857, 1876 y1907. Es verdad, por ejemplo, que los conceptos de sociedad, derecho,persona social, libertad, ciencia, etc. (por referirnos sólo a alguno delos temas centrales del krausismo) están presentes y se trasladan desdeesa tradición (Krause incluido) a Sanz del Río, y, de éste —pero ya concaracteres más propios—, a Giner, Azcárate o, después, Posada y otrosjuristas, sociólogos, pedagogos, de esa generación mucho más pluralque llega ya hasta 1936. Pero siempre y cada vez más confrontando talfilosofía con la realidad española, tan conflictiva en todos esos años.

Es, pues, cierto que aquella filosofía y aquel espíritu krausista,aquel  pathos de la Ilustración, aquellas claves y raíces, aquella éticay sentido humanista sobre todo, permanecerán también en hombresque, en mayor o menor grado, habrían de ir apartándose del estrictosistema académico de Krause y Sanz del Río, adoptando posicionesmás cercanas al positivismo, neokantismo, socialismo, etc. A ello esa lo que me refiero al hablar aquí de la plural vinculación en su con-junto con esa filosofía racionalista e ilustrada. Dirá, en este sentido,

 Joaquín Xirau: «el krausismo español no es un sistema filosófico,completo y acabado [...]. Es más bien una disciplina moral [...]. Entrelos krausistas —añade— es posible hallar hegelianos, kantianos, po-sitivistas... católicos y librepensadores [...]. Detesta tan sólo la opacay anquilosada osamenta de la escolástica decadente»; lo fundamentaldel krausismo —señala, así, con plena razón, Joaquín Xirau— será lalibertad de investigación, la afirmación de la libertad de conciencia17.

Ferrater Mora designa —como hago yo aquí, tras él— a esos doscírculos de influencia con estos rótulos diferenciadores de «krausismo»

e «institucionismo». En definitiva, entre los situados en el primero deellos habría una mayor conexión estrictamente filosófica (derivadade Krause), además de la básica comunidad de sentido ético-espirituala que aluden la mayor parte de los intérpretes: comunidad que abar-caría de manera fundamental a los que —en diferentes, aunque nocontradictorias, concepciones filosóficas— deben más bien situarse enla segunda zona de influencia, la «institucionista». Escribe, en funciónde ello, Ferrater Mora tras mezclar intencionadamente nombres deambos sectores, «nombres que —hace resaltar— indican, a todo cono-

cedor de la vida intelectual española moderna, que ‘institucionismo’ y‘krausismo’ no son estrictamente equivalentes; en efecto —diferencia-

17. Joaquín Xirau, «Julián Sanz del Río y el krausismo español»: Cuadernos Ame-ricanos XVI (1944), p. 62.

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rá—, varios de los ‘institucionalistas’ profesaron opiniones filosóficasno krausistas, como Dorado Montero, que fue más bien positivista;

Rivera Pastor, que se inclinó hacia el neokantismo; Fernando de losRíos y Julián Besteiro, que pueden ser considerados como ‘socialis-tas humanistas’, etc. Por tanto —concluye Ferrater—, el krausismoespañol, si bien es un ‘movimiento filosófico’, no puede reducirse auna escuela filosófica»18. Y esa diversidad, pluralidad, con caracteresfundamentales compartidos —frente al integrismo tradicional— tam-bién se daría en sus intervenciones en la política española de toda esaépoca, siempre en posiciones graduales que irían desde el liberalismoético y político, laico y radical (búsqueda de las raíces), hasta el mismo

socialismo democrático.Esta pluralidad filosófica, religiosa y política propia del pensa-miento institucionista —siempre en el marco coherente de ese genéri-co mundo de la Ilustración, la modernidad, la libre razón, filosofía enla que en última instancia se inscribe el krausismo— estaba ya por lodemás presente en el mismo texto fundacional de la Institución Librede Enseñanza. Establecía así, de modo descriptivo pero —como nor-ma regulativa— también con carácter prescriptivo, el artículo 15 desus Estatutos del 10 de marzo de 1876: «Esta Institución es comple-tamente ajena a todo espíritu o interés de comunión religiosa, escuela filosófica o partido político; proclamando tan sólo el principio de lalibertad e inviolabilidad de la ciencia y de consiguiente independenciaa su indagación y exposición respecto de cualquiera otra autoridadque la de la propia conciencia del profesor, único responsable de susdoctrinas». Las cursivas son, por supuesto, mías y dejan clara —quie-ro insistir en ello— esa no exclusiva ni excluyente adscripción a unacomunión, a una escuela o a un partido; es decir, libre afirmación del

pluralismo religioso, filosófico y político. Por lo tanto, en el punto enque ahora estábamos, no reducción del pensamiento institucionista auna sola escuela filosófica, ni siguiera a la de Krause y los krausistasespañoles. Institucionismo, pues, como algo independiente (o no sólodependiente) del krausismo. Ciencia y conciencia serían, en conse-cuencia, los más válidos, únicos principios rectores del pensamientoy de la acción propugnados por y desde la Institución. Pero es verdadque todo eso enlazaba, a su vez, con la mejor Ilustración (sin olvidar-nos de las patologías de ella) y también, dentro de ese mundo, con lo

18. José Ferrater Mora, Diccionario de filosofía II, Sudamericana, Buenos Aires,51965, p. 1067; cf. asimismo las voces «Krause» y «Krausismo» en la nueva ediciónactualizada por la Cátedra Ferrater Mora bajo la dirección de Josep-Maria Terricabras, Ariel, Barcelona, 1994, pp. 2031-2036.

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fundamental de la filosofía del lejano padre inspirador K. Ch. F. Krau-se, como por lo demás, pienso que asimismo del propio I. Kant.

Con aplicación al conjunto de la Institución Libre de Enseñan-za, aunque personalizándolo en la interpretación hoy de su funda-dor, vengo haciendo últimamente necesaria y consecuente campaña—éste es mi lema— «por un Giner no reducido ni recluido»: no re-ducido ni siquiera a la escuela filosófica del krausismo, no recluidoni siquiera —por adversarios externos que todo lo degradan o, muydiferentes, por algunas persistentes inercias internas— a los simplesusos domésticos del encierro en los venerables muros de la casa ma-dre del paseo del Obelisco, hoy (ironías crueles de la historia) calle

del general Martínez Campos. Querría, en definitiva, recuperar conello la perspectiva crítica de un Giner (una Institución) más germi-nal o seminal que sacral y terminal; más abierto y universal que enclausura con un círculo íntimo de los iniciados. Y resaltar, a la vez, queGiner no fue sólo (ni principalmente) el último krausista, sino sobretodo el comienzo (con la Institución) de un plural renacimiento inte-lectual de nuestro país19.

3. CARACTERES FUNDAMENTALESDE LA FILOSOFÍA KRAUSO-INSTITUCIONISTA

En estas condiciones y con estas advertencias sobre la diferenciación,que no escisión ni confusión, entre krausistas e institucionistas, tra-taré de sintetizar aquí, sin pretensiones exhaustivas, algunos de loscontenidos de tales caracteres o elementos fundamentales que puedenlocalizarse como más específicos de la filosofía krauso-institucionistaespañola. Haré referencia, por tanto, no sólo a ese «espíritu» ético-

humanista común con los hombres (y mujeres), en mayor o menorgrado, vinculados a la Institución, sino también —de manera másestricta pero unido con ello— a los elementos de carácter filosóficoderivados del sistema de Krause, tampoco aislado de sus ilustrados

19. Remito a la breve nota «Por un Giner no reducido ni recluido», resumen deuna anterior intervención mía en la Residencia de Estudiantes de Madrid, publicada enel Boletín de la Institución Libre de Enseñanza 58 (2005), pp. 11-19. Dicha interven-

ción tuvo lugar el 24 de febrero de 2005 en el marco de una mesa redonda con motivode la sesión conmemorativa en el 90.º aniversario del fallecimiento de Francisco Gi-ner de los Ríos y de la constitución de la Fundación que lleva su nombre. Participaronen aquella mesa Julián de Zulueta, José García-Velasco, Alicia Gómez Navarro, ElviraOntañón y Elías Díaz, leyéndose además una carta de Juan Marichal enviada desdeMéxico.

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contemporáneos. Sobre esa base operarán y se transformarán despuésotros postulados —con mayor o menor coherencia y pluralidad— como

serían los positivistas, neokantianos, socialistas, etc. Así, pues, in-fluencia alemana y de otras culturas (británica, por ejemplo) que su-madas a la propia aportación española —como muy bien resalta YvanLissorgues—, acaban mostrándose fructíferamente compatibles20.

El trasfondo sociológico y político de todo ello, su influjo y susdiscrepancias, cubrirían toda la historia política española desde la pri-mera a la segunda República, e incluso la guerra civil y —ya con otrasinfluencias propias y ajenas— buena parte de la oposición democrática,en el exilio y en el interior, frente al régimen franquista. Un camino,

pues, de la Institución (1876) a la Constitución (1978). Desde estaperspectiva de fondo, en relación con esas sus raíces ilustradas euro-peas, pero también en esas condiciones de la historia contemporáneade España, en esa doble conjunción es como, creo, deben entenderseestas notas sobre los rasgos fundamentales del pensamiento krauso-ins-titucionista hispánico.

3.1.  Racionalismo armónico y realismo racional. Humanismo e Ilustración

El sistema filosófico del alemán Karl Christian Friedrich Krause se au-todefine de modo coherente, pero también con datos para la polémi-ca, como «racionalismo armónico». Surgido y situado éste, ya se ha di-cho, dentro de los grandes esquemas del idealismo alemán y tributarioindudable de sus mejores construcciones (Kant, Fichte, Schelling y He-gel), sin embargo Krause —y con él Sanz del Río— preferirán no cali-ficar explícitamente su respectiva posición como idealista: así, Krause

también designa su propia filosofía como «realismo unitario superior»y Sanz del Río define casi siempre a la suya como «realismo racional».Esa confianza en la razón, y en sus posibilidades transformadoras,

es fundamental en el pensamiento krausista. La primacía de la razónsignificaba, por lo pronto, la posibilidad, la necesidad, de confrontar

20. Yvan Lissorgues, La pensée philosophique et religieuse de Leopoldo Alas (Cla-rín), 1875-1901, CNRS, Paris, 1983. Creo que en ese complejo contexto es en el quehabría que situar las interesantes investigaciones actuales sobre el juego de dependen-

cias-independencias del institucionismo español con respecto del krausismo alemán.Sobre éste y sobre la polémica personalidad y el activismo proselitista y masónico del«fundador», remito otra vez a la obra de Enrique M. Ureña, Krause, educador de la Hu-manidad , ya citada en la nota 6. Y también a su libro (con J. L. Fernández y J. Seidel), El «Ideal de la Humanidad» de Sanz del Río y su original alemán, Universidad Pontificiade Comillas, Madrid, 1992.

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críticamente a través suyo (cosa no frecuente en el contexto culturalespañol del pasado y tampoco de esa época) tanto argumentos de au-

toridad basados únicamente en el prestigio de determinados filósofoso teólogos como también doctrinas o dogmas de diverso tipo, peroespecialmente religiosas, impuestas tradicionalmente en esa sociedad.La filosofía krausista española dirigirá preferentemente su crítica con-tra las manidas fórmulas y las repeticiones acríticas de una escolás-tica decadente, uniforme, dogmática, que constituían un gran pesomuerto, frente a la razón y la libre investigación de la verdad, en granparte de nuestras instituciones académicas y culturales de esas y otrasépocas. Como ha dejado anotado Ferrater Mora, «el krausismo se

enfrentó de este modo por el campo filosófico, con el escolasticismo;por el campo político, social y educativo, con el tradicionalismo»21.Recordemos que sus posiciones filosófico-jurídicas (del iusfilósofo Gi-ner muy específicamente) se sitúan en la dirección evolucionada deliusnaturalismo racionalista: y que sus intervenciones políticas siemprese produjeron en defensa de la libertad, frente a todo tipo de absolu-tismos, totalitarismos y dictaduras.

Resume así sobre esa significación filosófica el propio Ferrater:«Importante en el pensamiento de Krause es la idea de la unidad delEspíritu y la Naturaleza en la Humanidad». No habría que olvidar—ya se ha repetido aquí— que en la filosofía del idealismo alemán, enHegel más en particular, «espíritu» (Geist) es término que implica «au-toconciencia». Con todo, es verdad, como sabemos, que no han dejadotampoco de señalarse, y de criticarse, las connotaciones «místicas» ylos recursos más bien emotivos existentes dentro de ese «racionalismoarmónico» krausista. A pesar de ello y de que, por otra parte, no siem-pre parecen quedar muy claras en él las relaciones y diferencias entre

razón científica y razón filosófica, en mi opinión, cabe, sin embargo,afirmar que esa primacía de la razón supone también en el krausismoespañol —junto a esa su significación filosófica— una importante sin-cera preocupación por la ciencia y una buena confianza en los resultadosy métodos de la investigación científica. Preocupación desde luego muysuperior a la existente —insisto en ello— en los organismos académi-cos oficiales y en la misma sociedad española de la época, donde lo quemuy a menudo imperaba era una verdadera desconfianza y un miedoreal hacia la ciencia y hacia los descubrimientos y avances de carác-

ter científico; «novedades» que se ven casi siempre como peligrosaspara la fe religiosa o para el buen orden de la sociedad, rechazables,

21. José Ferrater Mora, Diccionario de filosofía, Sudamericana, Buenos Aires, 41958,p. 774.

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por tanto, desde lo que se considera ortodoxia teológica, filosófica opolítica. No habría más que recordar toda la polémica y la condena

oficial sobre el darwinismo y el evolucionismo, el «miedo al mono» por decirlo con la muy gráfica expresión de Julio Caro Baroja.Eloy Terrón hace notar, en este sentido, en Sanz del Río, «su pa-

sión por la ciencia, por el rigor indagador y por la exactitud, precisión,casi exagerada, en la exposición de su pensamiento, por su esfuerzosistematizador y, sobre todo, por su insobornable confianza en la ra-zón, en la indagación individual y en la perseverancia en el trabajo delpensamiento»22. Pasión por la ciencia que no se reduce en modo algunoa positivismo ni, menos aún —es obvio—, a ningún posterior tecnocra-

tismo. Se trata de un racionalismo que intenta armonizar razón teóricay razón práctica y, asimismo, razón y experiencia. Escribe, así, Tuñónde Lara, resaltando el sentido histórico progresivo de esa actitud krau-sista ante la ciencia: «La pasión del saber, la fe en la razón y en la cien-cia, son esenciales en el pensamiento de Sanz del Río; es una actituddemoledora de los valores establecidos en una sociedad que reposabaaún en un rígido dogmatismo, que seguía intelectualmente encerradaen la escolástica, que ignoraba una ciencia que en nada podía servirle». Y añade: «El primado de la razón y la confianza absoluta en el saberhumano tomaban, pues, el contrapié de las ideas del viejo régimen. Yno, probablemente, porque Sanz del Río obrara así voluntariamente:él creía defender una actitud estrictamente intelectual, pero el primadode la razón, la libertad del conocimiento y de búsqueda de la verdaderan objetivamente revolucionarios en la España de O’Donnell y deNarváez»23. Todo ello —recordemos— va a ser impulsado de modocoherente y con fuerte influencia por Giner de los Ríos y sus discípulosdesde la Institución en la España posterior, la «Junta» desde 1907 y en

las generaciones de 1914 y, republicana, de 1931.3.2.   Libertad religiosa y cristianismo racional

 A ese primer y básico elemento fundamental del krausismo españoles al que Sanz del Río, entre los krausistas españoles, dedicó una más

22. Eloy Terrón, Estudio preliminar a la recopilación de los Textos escogidos deSanz del Río, cit., p. 79.

23. Manuel Tuñón de Lara, Medio siglo de cultura española (1885-1936), cit.,pp. 40-41. En relación con este problema, cf. la excelente antología sobre La polémi-ca de la ciencia española, Alianza, Madrid, 1970, introducción, selección y notas deErnesto y Enrique García Camarero: se inicia dicha antología con el padre Feijoo yel famoso artículo de Masson de Morvilliers y llega ya hasta la generación de Ortega,Marañón, Rey Pastor, etcétera.

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que preferente atención: es decir, a los temas de lo que, todavía hoy,suele denominarse «filosofía pura». Otras dimensiones del pensamien-

to krausista (religión, filosofía social, política, jurídica, etc., que sonlas que aquí nos interesan especialmente) iban a ser después desarro-lladas con mayor amplitud por los continuadores de Sanz del Río,entre ellos —de forma muy destacada— por Francisco Giner de losRíos o Gumersindo de Azcárate.

La filosofía krausista es explícitamente una filosofía no sólo abier-ta a la religión, sino también —digámoslo—, en cierto modo funda-mentada en ella. El Ser Absoluto o Dios constituía en este sistema elresultado necesario del procedimiento analítico-subjetivo del pensa-

miento y, a su vez, la base y punto de inflexión, por su parte, para elprocedimiento sintético-objetivo del mismo. Dios, dirá Sanz del Río,aparece así «como el fundamento de toda realidad y el principio y leyde toda verdad conocida por el hombre». Y concluye: «El racionalis-mo armónico profesa en religión y aspira a realizar la unión viva de laHumanidad y del hombre en ella con Dios como ser supremo».

Esta radicación en la religión, se hace observar, ofrecía en princi-pio posibilidades importantes de conexión con un pasado y un ciertofondo cultural español, el de tradición religiosa; quizás ello facilitaría—y también explicaría— su relativamente amplia difusión en nuestropaís. Pero dadas sus profundas discrepancias con respecto del oficialcatolicismo integrista (Syllabus, Vaticano I, etc.), y en especial conrespecto de las muy cerradas e intransigentes actitudes de la Iglesia es-pañola de esas y otras épocas, la reacción de tales poderes eclesialesfue de total y absoluta condena y persecución. No podía tolerarse porellos el puesto central atribuido en la filosofía krausista a la razón, a lalibertad crítica (antidogmática), a otra forma de religiosidad (hetero-

doxa) y a una cierta secularización general de importantes zonas delpensamiento y del obrar humanos (laicidad y laicismo). Se produjo asíque aquélla fuese enseguida calificada por los neos y ultramontanosde filosofía nefanda, absolutamente perniciosa y rechazable, a pesar desu carácter en el fondo sincera y abiertamente religioso.

Los krausistas y los institucionistas como, de manera eminente,Fernando de Castro o después Gumersindo de Azcárate en su Minu-ta de un testamento y en otras aportaciones suyas, insistieron en esareligiosidad racional (cristianismo racional) como fundamental rasgo

definitorio24. Azcárate dejará así bien en claro que dicha actitud reli-

24. Para este tema, que retorna hoy, resultará conveniente la lectura de la Minutade un testamento (por W.) de Gumersindo de Azcárate (1876). Esta obra volvió a publi-carse (Ediciones de Cultura Popular, Barcelona, 1967), con un estudio preliminar mío,

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giosa implica y exige, a todos los niveles, razón y libertad: religión ra-cional, por tanto, y libertad religiosa serán importantes consecuencias

de esa mentalidad. Pero también hubo agnósticos entre los discípuloskrausistas. Lo principal era para ellos —como después lo será paraUnamuno— la libertad de conciencia. «La religión —escribe Sanz delRío— como relación íntima, personal e históricamente manifestableentre el hombre y Dios radica principalmente en la conciencia, y pue-de y debe ser libre y perfectible como toda naturaleza del espíritu; noobligada, ni violentada, ni impuesta por estatutos históricos».

La religión es, en efecto, asunto decisivo para todos ellos, tantocon respecto de la persona individual como con respecto de la socie-

dad y de su posible transformación, punto de vista que aquí corres-ponde destacar. Pero, como vengo diciendo, se trata de una religio-sidad libremente asumida que, a su vez, no está en oposición con larazón humana creada por Dios: «La fe, como la religión —subrayaaquél—, descansa en principios y en razón, y a ésta debe conformar-se». Algo diferente en esto a la religiosidad unamuniana, más luterana,menos racional. No olvidemos, con todo, que en Krause y Sanz delRío tampoco las «leyes de la razón» se agotan en «nuestra razón in-dividual». Pero añadirá aquél: «La fe ciega, sin regla y sin motivos, esuna renegación del pensamiento y de la libertad; esto es, la degrada-ción del espíritu humano». Se trataba, pues, de una defensa individualy colectiva de la libertad de conciencia, de la libertad religiosa, de lalibertad de cultos, de la no confesionalidad del Estado, de la laicidaden la sociedad, también del libre debate con el agnosticismo y el ateís-mo. No sería, pues, en modo alguno, legítima la utilización hoy de esareligiosidad (libre y racional) krausista e institucionista en favor deningún fundamentalismo religioso ni tampoco de la posición actual

(conservadora ultraliberal) que se expresa en la mercantilización dela religión y la sacralización del mercado. Nada más opuesto, pues,al krauso-institucionismo que esa poderosa coalición fundamentalistaactual entre los denominados «teocons» y «neocons»25.

incorporando también el texto de la famosa conferencia de Azcárate en la sociedad«El Sitio» de Bilbao, en 1909, sobre «La religión y las religiones»: cf. aquí, entre otras,pp. 87 y 89. Nueva republicación de todo ello con el subtítulo de Ideario del krausismoliberal, Comares, Granada, 2004, en la colección «Crítica del Derecho», dirigida por el

profesor José Luis Monereo Pérez.25. De la tal coalición —cf. aquí, cap. 7— traté ya en mi discurso de investidura

como doctor honoris causa, editado por la Universidad de Granada, en mayo de 2007(con presentación del profesor Nicolás López Calera); después, abreviado, en Siste-ma 200 (2007), pp. 3-15, con el título de «‘Neocons’ y ‘teocons’: dos fundamentalismosen coalición»; también en el diario El País, Madrid, 31 de julio de 2007.

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3.3.  Liberalismo político. La crítica al abstencionismo y al estatalismo

Esta libertad que constituye, junto con la razón, el núcleo fundamen-tal definidor de los elementos componentes del espíritu humano, dela dignidad del hombre, se manifiesta de manera muy inmediata yradical como libertad de conciencia y libertad religiosa pero tambiénenseguida, inseparablemente, como libertad, o libertades, de carácterpolítico, intelectual, social, económico, etc. El pensamiento krausistaaparece de manera coherente en esta perspectiva como filosofía polí-tica de carácter profunda y eminentemente liberal. Se trata, dentro de

ese esquema, de un pensamiento liberal progresista, de un liberalismoradical que se diferencia con claridad, primero, del mínimo liberalis-mo de los llamados, hasta mediados del XIX, «moderados» y, después,con algún bienintencionado intento de colaboración, de los liberalesdoctrinarios de la Restauración. Fuera ya de ese contexto, dicha con-cepción liberal krausista e institucionista se enfrentará sobre todo conla doctrina política del tradicionalismo integrista, posición expresa yprofundamente antiliberal. También, claro está, contra todas las for-mas de absolutismo, despotismo y dictadura.

Pero este liberalismo político krausista, defensor también de la li-bertad económica y de comercio, no acepta, sin embargo, los rígidose interesados principios abstencionistas —muy parcial y sesgadamenteabstencionistas— que el individualismo económico predicaba (y quevuelve a predicar hoy el ultraliberalismo conservador) con respectodel Estado; no acepta, sobre todo, la no intervención de los grupossociales intermedios. Pero al propio tiempo ve con enorme recelo todolo que —en la otra dirección— signifique excesiva extensión cuantita-

tiva del dirigismo estatal, en detrimento, dice, de la función que pornaturaleza corresponde desarrollar a individuos y asociaciones comomiembros sustantivos de una colectividad. Es en este sentido en el queÉmile Bréhier dirá de Krause que «no es ni individualista como Fichteni estatalista como Hegel»26. Pero también se le ha calificado comofilósofo socialista y «como un precedente de Fourier y de Proudhon»27.

Se estima así desde esas posiciones que el Estado excede de susfines, de sus medios y de su misma naturaleza cuando no respeta sufi-

26. Émile Bréhier, Historia de la filosofía II, Sudamericana, Buenos Aires, 31948,p. 671.

27. Así, en la nota sobre «El racionalismo armónico» aparecida en el diario El País, Madrid, 10 de febrero de 1981, probablemente redactada por el filósofo CarlosGurméndez, buen y valioso amigo hace ya algún tiempo fallecido.

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cientemente la acción y el grado de autonomía propias del individuoy —lo cual es más problemático de especificar— de las sociedades

«intermedias», cuando centraliza y absolutiza totalmente funcionesy acciones. Pluralismo, pues, frente a centralismo (conexiones conel federalismo y asimismo con el actual Estado de las Autonomías),defensa del Estado social de Derecho, de los partidos políticos y delos derechos humanos: éstos serán objetivos prevalentes —la defensatambién del Estado más allá de un mero «principio de subsidiarie-dad»— en la filosofía política y en las políticas concretas inspiradasen el pensamiento de Giner, Azcárate y tantos otros krausistas e ins-titucionistas28.

La defensa del Estado social de Derecho es explícita y muy tem-prana en el pensamiento de Giner. Escribía así éste en 1908 hablandode «la vocación del Estado contemporáneo»: «Este bien puede serllamado el ‘Estado de Derecho’,  Rechtstaat, con tal que se quierareconocer que el Derecho (en cuanto a su contenido  social) es unsistema, no de límites negativos y exteriores para garantizar la im-penetrabilidad recíproca de las esferas individuales, sino de cambioséticos, de servicios entre los miembros de toda comunidad humanapara ayudarse en el desenvolvimiento de su vida (Krause)»29. Me pa-

28. Esta crítica al estatalismo —en esa época sinónimo todavía de «absolutismo»en cualquiera de sus formas— constituye, en efecto, una de las piezas centrales delsistema krausista y aparece, a su vez muy coherentemente, como una de las princi-pales motivaciones para la elección, hecha por Sanz del Río, en pro de esa filosofíafrente a las contemporáneas interpretaciones estatalistas de Hegel. Ha escrito en estesentido el profesor Aranguren: «Cuando Sanz del Río fue a Alemania, el krausismo seencontraba todavía —aunque por poco tiempo ya— en la ‘dirección de la historia’ deEuropa, como diría un marxista, porque se alzaba, continuando en el terreno metafí-

sico, contra la exaltación hegeliana del Estado. Durante estos años, por reacción filo-sófica contra Hegel, y en España, además, por reacción política frente al centralismomoderado, todo el mundo, y entre nosotros toda la izquierda (e incluso la extremaderecha tradicionalista), era antiestatista». La crítica integrista a Sanz del Río nuncatuvo en cuenta este hecho fundamental; en cualquier caso sus concepciones del Es-tado eran radicalmente divergentes. Corrige así Aranguren con toda razón el tópicotradicional(ista): «Menéndez Pelayo, que entendía poco de historia de la filosofía,cometió un grave error por pura ignorancia, error muchas veces repetido después:el de afirmar que Sanz del Río no supo lo que hacía cuando importó de su viaje a Alemania el krausismo, es decir, un sistema menor y epigonal». La tesis de Aranguren(coincidente en este punto con la mantenida en estas páginas) es más bien la contraria:

«Sí —dice—, Sanz del Río supo muy bien lo que hacía» (cf. José Luis L. Aranguren, Moral y sociedad. Introducción a la moral social española del siglo  XIX , Edicusa, Ma-drid, 1965, pp. 141-142). De todos modos también ahí estaba Kant.

29. Las dos cursivas de este texto ( Rechtstaat y social) son del propio Giner. Estetexto pertenece a su muy importante estudio «Acerca de la función de la ley», publica-do en francés en la Revue Internationale de Sociologie (números de agosto y septiembre

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rece que hasta se avanza aquí por Giner una crítica a la valoraciónexcesivamente positiva de la libertad negativa y a la excesivamente

negativa de la libertad positiva, por aproximarle a los términos enque yo suelo objetar a Isaiah Berlin.

3.4. Organicismo y pluralismo social. La persona humanacomo realidad sustancial. Derechos humanos

 y iusnaturalismo racionalista

Esa concepción del Estado y de la política aparece en indudable interre-lación con una subyacente concepción organicista de la sociedad que

sirve de base a aquélla y que pretende constituirse asimismo comosuperación tanto del individualismo como del colectivismo. Pero hayque resaltar enseguida el carácter más ético-espiritual que biológico-positivista que poseen siempre las concepciones organicistas de inspi-ración krausista (Giner y Azcárate). Y ello a pesar de los inevitablesparangones que, en ocasiones, se establecen, también por estos auto-res, entre el organismo social y el organismo biológico propio del serhumano. En tal concepción ético-orgánica (no mecánico-biológica)de la sociedad y también en su iusnaturalismo racionalista se alojan, esclaro, algunas de mis objeciones a las extralimitaciones interpretativasrespecto de la pretendida vinculación entre krausismo y positivismo.En filosofía jurídica es del todo evidente su concepción no positivistadel Derecho: desde ahí se aportan, pues, elementos básicos para unanecesaria revisión del denominado krausopositivismo.

La sociedad es así una «conjunción armónica» o «concertada re-lación» de asociaciones diversas y de individuos, señala —de acuerdocon Krause— Sanz del Río. Pero es necesario volver a advertir que

dentro de ese pluralismo de grupos, el Estado conserva, no obstante,una importante función de coordinación general. Escribe así aquél:«El Estado, como el órgano del derecho, o de la justicia, es la esferacentral que debe mantener la unidad y la armonía entre todos losórganos y direcciones de la actividad humana, sin intervención —ad-vierte— en su gobierno interior, impidiendo la invasión de los unosen los otros, dejando a cada uno la libertad de sus movimientos y pres-tando a todos, conforme a sus necesidades distintas y la particularidadde su fin, las condiciones necesarias para realizarlo».

de 1908). Fue reproducido mucho tiempo después en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza (1932) y finalmente —por donde se cita aquí— en el volumen recopilaciónde Ensayos y cartas de aquél, edición de homenaje en el cincuentenario de su muerte,FCE, México, 1965, p. 35.

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Esta concepción organicista-krausista de ningún modo tolera laabsorción y consecuente disolución del individuo en el todo social

o en las plurales asociaciones. Al contrario, constituye aquélla unaconcepción explícitamente humanista, de defensa de la persona in-dividual, de su dignidad y de sus derechos intangibles. Pero de nin-gún modo se autocalificaría, como es tan frecuente hoy, de indivi-dualista30. La realidad de los grupos intermedios no es de la mismaentidad, a pesar en Krause de algunos equívocos semánticos, que larealidad de la persona individual. Señala así Sanz del Río, poniendo asu vez de relieve el carácter afirmativo, liberador, de la convivencia yde los grupos sociales respecto de los seres humanos: «La sociedad no

debe pesar sobre el hombre, sino facilitar su cultura humana. Todohombre —subraya aquél— tiene derechos absolutos, imprescriptibles,que derivan de su propia naturaleza y no de la voluntad, el interés ola convención de sus semejantes: los derechos a vivir, a educarse, atrabajar, a la libertad, a la igualdad, a la propiedad, a la sociabilidad.La sociedad puede y debe organizar estos derechos en el interés detodos, en favor de su coexistencia y de su cumplimiento; puede y debecastigar su infracción o violación para restablecer el derecho y la leyy corregir la voluntad del culpable; pero —insiste— no puede privarde estos derechos a nadie. Deberán, pues, ser abolidas las penas irre-parables, y toda institución o estatuto contrario a la razón. La personahumana —concluye aquél— es sagrada y debe ser respetada comotal». Como vemos, se trata en Krause y en Sanz del Río de un iusnatu-ralismo social, personalista y humanista, muy diferente del individua-lismo inevitablemente asocial o antisocial de ayer y de hoy.

Desde esa misma perspectiva se construye toda la filosofía jurídicade Francisco Giner de los Ríos, catedrático de esta asignatura en la

Universidad de Madrid durante toda su vida académica: esa filosofíaera expresión, en su propio tiempo y circunstancia, de tal iusnatura-lismo racionalista y —con fuertes potencialidades— de la firme defen-sa de los derechos fundamentales, naturales, de la persona humana.La recepción del krausismo, en el marco de esa recepción (necesariaaunque tardía y con ello más abierta a la historia y a la sociedad) delracionalismo jurídico, lo era del iusnaturalismo racionalista protes-

30. Para ampliar sobre ese humanismo y, a la vez, organicismo social, remitosobre todo a las obras de Francisco Giner de los Ríos,  La persona social, 2 tomos,Victoriano Suárez, Madrid, 1899; y de Gumersindo de Azcárate, Estudios económicos y sociales, Victoriano Suárez, Madrid, 1876. Sobre la contraposición entre individua-lismo y krausismo insiste, desde su propia perspectiva, Juan José Gil Cremades,  Elreformismo español: krausismo, escuela histórica, neotomismo, Ariel, Barcelona, 1969.

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tante, muy diferente en su carácter liberal, tolerante, abierto, respectodel aquí durante tanto tiempo imperante iusnaturalismo teológico y

teocrático de procedencia católica.Recordemos que las primeras conexiones de Sanz del Río conel krausismo se habían mantenido precisamente en el ámbito de laFilosofía del Derecho y en torno, más en concreto, a la traducciónde la famosa obra de Heinrich Ahrens (1808-1874) Curso de Dere-cho Natural o de Filosofía del Derecho. Giner de los Ríos señala, apropósito de ello, cómo en el proyecto de creación de una cátedra deFilosofía del Derecho presentado por Sanz del Río en 1841 (previo asu mencionado viaje a Alemania), se manifiesta ya su «inclinación a la

doctrina de Krause que, a su entender, completa la de Kant». Esto esprueba de que en años anteriores Sanz del Río había trabado el primercontacto con esa filosofía, a través sin duda de la lectura de ese Cursode Derecho Natural de H. Ahrens (discípulo muy destacado de Krau-se) publicado en 1837. Dicho libro fue traducido al español en 1841por Ruperto Navarro Zamorano, uno de los amigos íntimos y condis-cípulo de Sanz del Río: «Esta traducción —pregunta Giner— ¿seríaacaso fruto de la iniciativa de Sanz del Río?». ¿O la influencia habríasido más bien de aquél sobre éste, como sugieren otros?

No era casual ni, en modo alguno, injustificada esa preocupaciónde Sanz del Río por la filosofía jurídica de Krause. En éste, en efecto,el Derecho ocupa un puesto central dentro del sistema, íntimamentevinculado (cuando no incluso confundido) con la ética. Lo define,en este sentido, como «la serie de condiciones temporales de la vidadependientes de la libertad», o «como el conjunto orgánico de lascondiciones libres (dependientes de la voluntad) para el cumplimien-to armónico del destino humano». Giner de los Ríos, en esa misma

línea tan incluyente, habla del Derecho como «el orden de la conductabuena, libre y necesaria para el cumplimiento de los fines de la vida»;como «el sistema de los actos o prestaciones con que ha de contribuircada ser racional, en cuanto que de él depende, a que su destino y eldestino de todos se efectúe en el mundo»; también como «el organis-mo de las condiciones que, dependiendo de la actividad libre de cadaser racional, son menester para el fin racional de todos». Se trataba,como digo, en esa filosofía de un proyecto de iusnaturalismo racionalque trata de acoger debidamente los elementos históricos y positivos

del Derecho y que, sobre todo, se orienta y cobra pleno sentido encuanto vía para la protección y realización de los derechos humanos.Una Filosofía del Derecho, pues, que debe contribuir a crear las con-diciones de todo tipo para la efectiva protección y realización de losderechos humanos: ésta es, en síntesis, la concepción de fondo que

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subyace en la filosofía jurídica del krauso-institucionismo español. Defilosofías de este carácter derivará el concepto de los derechos hu-

manos como exigencias éticas con pretensión de valer jurídicamente,fundadas en el valor de la libertad individual, en la autonomía moralde los seres humanos como seres de fines31.

En su importante obra sobre La filosofía del derecho de K. Ch. F. Krause, Francisco Querol ha recordado muy oportunamente acerca delos derechos humanos de aquél: «En su teoría jurídica los derechosfundamentales superan la interpretación contemporánea que, de ma-nera más o menos restrictiva, se hace de éstos como principios básicosde referencia, para reivindicar como fundamental todo aquello que

se muestre como necesario para una realización extensiva, armónicay completa de la condición humana. Este talante —añade— llevará aKrause a reivindicar para la esfera del derecho aspectos de lo huma-no que, olvidados por la mayoría de las filosofías del derecho de sutiempo, conservan hoy en día toda su actualidad, tales como —enu-mera— la libertad de expresión y prensa, el derecho a la objección deconciencia, el derecho a la igualdad de oportunidades, a la justicia yasistencia social; el derecho a la formación, a la educación y el trabajo,al asociacionismo, el derecho a la intimidad y el respeto por la digni-dad humana, el derecho a la protección de la salud pública, la segu-ridad ciudadana y vial entre otros». Junto a estos derechos (primeray segunda generación) no se olvidan en Krause los que marcan «laigualdad en la diferencia»; y así «consecuente con sus planteamientos,Krause sostendrá la necesidad de promulgar leyes específicas que pre-serven los derechos específicos —escribe Querol— de la mujer, del

31. Véanse de Francisco Giner de los Ríos sus  Principios de Derecho natural 

(1873) y, con diferenciaciones y sustanciales concordancias, el Resumen de Filosofía del Derecho (de 1898). Sobre esa filosofía jurídica, además de todo el capítulo II (pp. 63-141) de mi libro citado antes en la nota 2, tenemos entre otros los trabajos de Juan JoséGil Cremades,  El reformismo español: krausismo, escuela histórica, neotomismo, yacitada; el número monográfico (11 [1971]) de los Anales de la cátedra Francisco Suárez de la Universidad de Granada sobre El pensamiento jurídico español del siglo XIX  (coor-dinado por el profesor Nicolás M. López Calera); el artículo de José Manuel PérezPrendes, «Consideraciones sobre el influjo del krausismo en el pensamiento jurídico es-pañol», en la obra colectiva, editada por Enrique M. Ureña y Pedro Álvarez Lázaro, La actualidad del krausismo en su contexto europeo, Universidad Pontificia de Comillasy Parteluz, Madrid, 1999. Después Francisco Querol Fernández, y su muy documen-

tada obra sobre La filosofía del derecho de K. Ch. F. Krause, Prólogo de Enrique M.Ureña, Universidad Pontifica de Comillas, Madrid, 2003; la contribución de AntonioTruyol Serra, sobre «La filosofía del derecho y del Estado de Krause y su escuela», enel volumen tercero de su  Historia de la Filosofía del Derecho y del Estado, Alianza,Madrid, 2004; y el polémico artículo de José María Seco Martínez y Rafael Rodrí-guez Prieto «Krausismo español y Derecho. Una visión crítica»: Sistema 200 (2007).

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niño, que protejan a los ancianos, a los disminuidos y a los más des-favorecidos [...]». Y junto a ellos, los derechos de los animales, del me-

dio ambiente (precursor de la ecología), etc.; y, en otro ámbito concontenidos —adviértase— de posibles muy diferentes y hasta opues-tas implicaciones, «todos aquellos derechos que promueven, regulany fomentan las distintas formas en las que los individuos se asocian oagrupan en otros organismos intermedios»32.

Todo ello, y otras muchas cosas más, permiten, a mi juicio, situara la filosofía krausista y, en España, a sus desarrollos institucionistas y,muy en especial, socialistas (Besteiro, De los Ríos, Llopis, Asúa, etc.)en la que sería en nuestros días la construcción del Estado social y de-

mocrático de Derecho. Otra aproximación más —hago observar— deesa conexión de la Institución con la Constitución.

3.5.  Reformismo social: evolución versus revolución

Éstos son, cabe concluir, algunos de los fines y objetivos fundamenta-les propuestos a la acción humana —ética y política— por la filosofíakrausista. Y su instauración en la sociedad no se habrá de pretenderhacer de manera precipitada, violenta e instantánea, sino de formagradual, pacífica y evolutiva, único modo, dicen los krausistas, en quecabe reformar y, desde ahí, transformar —al menos sin daños irrepara-bles— los organismos humanos individuales y también los organismossociales. Así se procedió siempre por los políticos de tal orientaciónen las difíciles vicisitudes de la España contemporánea.

No entro aquí en un debate general sobre la independencia, re-lativa independencia, del procedimiento (evolución pacífica, no pa-siva, o revolución violenta) considerado más apto, justo y eficaz, para

el cambio y superación de un determinado orden social: en el caso delkrausismo —y de mí mismo— se considera tal el primero de dichosprocedimientos. Pero, por su parte, los fines y objetivos preconizadosen tal concepción pacifista institucionista se resumirían en los tres ele-mentos ya clásicos en el pensamiento político del liberalismo: libertad  

32. Francisco Querol, La filosofía del derecho de K. Ch. F. Krause, cit., pp. 299 ss.Refiriéndolo a Krause, pero perfectamente aplicable a los krausistas españoles, sobretodo a los de evolución socialista, Peter Landau destaca que «en general, los dere-

chos fundamentales del hombre, que en Krause surgen como consecuencia de sudefinición del derecho, no son concebidos —dice— como derechos de defensa frenteal Estado [...]. Antes bien —subraya— los derechos fundamentales en Krause sonsiempre derechos sociales fundamentales (por ejemplo, el derecho a la alimentacióny vivienda) [...]» o «el derecho a la educación [...]» o «los derechos de las mujeres»( Reivindicación de Krause, cit., pp. 77-79).

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—religiosa, política, económica, intelectual, etc.—, seguridad  —en-tendida preferentemente como igualdad ante la ley, como certeza de

garantías jurídicas frente a todo tipo de privilegios y arbitrariedadesde ese carácter— y propiedad  —privada, por supuesto, aunque conlímites y con una ineludible función social que cumplir—. Los textos,en efecto, de Sanz del Río (y también de Giner y Azcárate) permitenreconocer este contenido en el ideario político-social del krausismo es-pañol. Puede decirse en este sentido que la filosofía del krausismoespañol, ese liberalismo radical (después profundizado por buenos re-presentantes, como veíamos, del socialismo democrático en términosde libertad, igualdad y solidaridad) expresa con bastante coherencia

—aunque también con caracteres, en cierto modo, un tanto particu-lares— las aspiraciones y la mentalidad liberal de algunos no muyamplios sectores sociales pertenecientes a la, tan necesaria y escasa,burguesía progresista e ilustrada de la España del siglo XIX.

Se trata de una filosofía política que, desde el punto de vista eco-nómico-social, bien puede ser calificada fundamentalmente de «re-formista», también según los esquemas de pensamiento vigentes en lasegunda mitad del XIX y comienzos del XX. Con el trasfondo de una re-forma e ilustración cultural y educativa, lo que en aquélla se pretende(y no habría que minimizar su importancia) es una cierta reforma eco-nómica y social tendente a lograr en este terreno una más equitativadistribución de la riqueza. Se trataba, pues, de una «mejora del estadosocial» lograda, como sabemos, a través de una reforma ética del hom-bre y de un cambio fundamental en las instituciones políticas (cambiode inequívoco signo liberal que garantice de modo suficiente libertad yseguridad), pero asimismo con discretas reformas económicas, aunquesea —se subraya— sin alterar de manera sustancial las estructuras y

las relaciones capitalistas de producción de la sociedad española de laépoca, capitalismo débil e incipiente en cualquier caso33.Si califico este ideario de «reformista» no lo hago tanto a causa de

sus preferencias por un método de evolución pacífica de la sociedad(frente a los partidarios de una revolución más o menos violenta), sinoprincipalmente por el hecho de que su acción se encamina realmentea una cierta relativa reforma (repito que en modo alguno carente designificación e importancia) del orden social y económico basado so-

33. De gran interés para esta cuestión es la obra colectiva coordinada por Jor-ge Uría,  Institucionismo y reforma social en España. El Grupo de Oviedo, Talasa,Madrid, 2002. Véase también  El krausismo económico español, con textos de Gi-ner, Piernas Hurtado, Azcárate, Álvarez Buylla, L. Alas, Estudio preliminar de JoséLuis Malo Guillén, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Madrid, 2005.

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bre la propiedad privada y el predominio de la burguesía como clase,no considerándose, por lo general, la posibilidad ni la necesidad de

un cambio más sustancial en dicho orden y en dichas instituciones. Enese contexto habría que situar esas demandas en pro de los derechoshumanos, con sus zonas de coherencia pero también sus internas con-tradicciones. Y también, a pesar de todo, ahí se situarían también lasreticencias, coyunturales, de Giner (y otros) al sufragio universal en laEspaña de la época, punto al que más adelante volveré.

Ésa era, como resumen, la opinión y la actitud prevalente entrelos padres del krausismo español (Sanz del Río, Giner, Azcárate...): setrataba de un reformismo que transformaba a fondo no pocas cosas,

a diferencia de otros reformismos que sólo contribuyen a consolidarlo existente. Una actitud, pues, que a la larga —e independientemen-te de la subjetiva intencionalidad krausista— habría podido produciry de hecho, en parte, produjo consecuencias que podrían calificarse,como vengo diciendo, de alcance verdaderamente democrático y has-ta revolucionario (en el sentido de cambio radical y sustancial) lo-gradas de modo pacífico y ordenado como el krausismo quería. Y ahíse situarían sus relaciones y conexiones con el socialismo democráti-co de un Pablo Iglesias, Jaime Vera, Julián Besteiro, Fernando de losRíos, Rodolfo Llopis o posteriores, en el exilio y hasta hoy mismo enla España democrática34.

3.6.  Ética, educación y cultura para la reforma individual y social

Estos propósitos, sinceramente orientados a una profunda reforma dela sociedad española, sólo resultarán de verdad factibles y perdurablesa través, se piensa en el krauso-institucionismo, de una previa y/o si-

multánea transformación ética del hombre, objetivo primordial, portanto, de esa filosofía. Es verdad que en ella lo que más directamentese pretende es un cambio ético, cultural e, incluso, político de la so-ciedad y no tanto (o no tan directa y claramente) una transformaciónfundamental —aunque sí mejora— de sus presupuestos económicosy de su efectiva estructura de poder, radicado con fuerza ese podertambién en ciertos sectores liberales e ilustrados de la burguesía. Setrata, con todo, de dar mayor peso político a esa burguesía moderna,progresiva, tolerante, educada en tales principios. La transformación

34. Sobre estas relaciones remito muy especialmente a mi trabajo de 1979 sobre La Institución Libre de Enseñanza y el Partido Socialista Obrero Español, revisado eincorporado después como capítulo primero de mi ya citado libro de 1982 Socialismoen España. El partido y el Estado.

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ética y una política ética aparecen, pues, como base de todo cambiosocial, e incluso económico, constituyéndose la educación e instruc-

ción de los ciudadanos como eje y centro de todo este sistema de filo-sofía práctica que tanto habría de influir en la historia contemporáneade nuestro país35.

Considera así la filosofía krausista e institucionista que las correc-ciones a los posibles desajustes e injusticias sociales —provenientes és-tas, se piensa, de factores predominantemente morales, como serían elegoísmo humano, la codicia, la falta de amor al prójimo, etc.— debenconsecuentemente encomendarse de modo fundamental a instanciaséticas, es decir, al recto cumplimiento de los deberes que, hacia los de-

más, a cada uno corresponden. Sería, por lo tanto, en el fondo un pro-blema de educación moral del hombre y del ciudadano, en definitiva,de falta de sentido ético, la cuestión principal por abordar y resolver.Perfectamente lógico que en aquel tiempo no dejara de ponerse derelieve desde posiciones críticas que esa concepción eticista pudierade hecho conducir a la consolidación, y sin más a la aceptación, de unmodelo de sociedad que tendería a minimizar el conflicto real y, porlo tanto —se aducía desde sectores obreros y socialistas—, propensoa ocultar la existencia de la lucha de clases, sustituyéndolo por unmodelo basado en una concepción esencial y ficticiamente armónicade los diferentes grupos y fuerzas sociales. Estamos hablando de laEspaña de finales del XIX y, todo lo más, del primer tercio de nuestrosiglo XX. Lo que se presuponía y se criticaba en tal concepción era,pues, esa idea de una posible armonía sustancial pero que de modocoyuntural (o sea, históricamente) es rota por la maldad y el egoísmohumanos, capaz por lo mismo de ser siempre recompuesta, a pesar dela contraposición real de los intereses, desde la buena voluntad ética y

el sentido puro del deber comunitario.

35. Bastará volver a recordar a este respecto la labor llevada a cabo, entre otroscentros de cultura, por la Institución Libre de Enseñanza, el Instituto-Escuela, la Juntapara Ampliación de Estudios, etc.; o, antes, los trabajos de extensión universitariay de educación de la mujer, también de inspiración krausista, que contribuyeron aformar en ese espíritu a generaciones enteras de españoles y —aquí sí— de españo-las, especialmente generaciones de intelectuales y miembros de profesiones liberales,con repercusiones indudables sobre la historia social, política y también cultural de laEspaña contemporánea. A la vista de los resultados, no habría, pienso, que minimizar

para nada la importancia de ese método de transformación social intentada desde unaprevia transformación ética-individual, método propuesto más o menos explícita oimplícitamente por krausistas e institucionistas, para quienes la revolución violenta, apesar de las posibles apariencias, no es, en modo alguno, la vía más rápida y eficaz parael cambio profundo de una sociedad. En cualquier caso, esa era su propuesta (finalista)y su metodología (en cuanto a medios y procedimientos).

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 Junto a la ética, e indefectiblemente unido a ella, a veces casi iden-tificado con ella, estaría —como ya he dicho— el Derecho, con una

función creadora, positiva (no sólo restrictiva, negativa) que cumplir.Se trata de una concepción derivada —reitero— del iusnaturalismoracionalista, con presencia también de la historia y defensora de losderechos humanos. El Derecho en esa concepción se ve siempre comoun instrumento válido para cumplir los fines lícitos (¿justos?) de lasociedad: en este sentido su importancia es decisiva. Ahí se situaría—recordemos— la concepción de la justicia de Giner: «Cada unodebe exigir cuanto ha menester para su fin racional y debe prestar enla medida que posee». Conexión en otro lenguaje, se subraya, con la

dialéctica (incluso marxiana) entre posibilidades y necesidades. Peroante tales objetivos, piensa en definitiva el krausismo, la ética tieneno sólo un radio de acción más amplio que el estrictamente jurídico,sino, sobre todo, más profundo y radical.

 A pesar de estas y otras restricciones y probables insuficiencias—señalaría yo a modo de conclusión— quedará siempre en pie comouno de los hechos más importantes de nuestra historia contempo-ránea esa confianza krausista e institucionista en la educación, en lainstrucción intelectual y ética del hombre, en la acción social, políticay jurídica orientada desde esa moral austera y humana, en los valo-res de racionalidad, tolerancia, libertad, honestidad intelectual, sentidode responsabilidad, dignidad y valor sagrado de la persona humana.En tales tareas educativas y en esos valores humanistas destacaronpráctica y teóricamente todos los institucionistas. Y —recuérdese— elobjetivo de todo ello, como decía Giner en un texto clave fechadoen 1899, es el de formar a las personas para así lograr realmente unpueblo adulto: ésta es la base firme que la Institución Libre de Ense-

ñanza se impuso para la consecución y consolidación de una más justay posible democracia36.

36. A propósito de ello —y también como explícita respuesta a sus propias re-ticencias (circunstanciales) al sufragio universal— siempre habrá que recordar las si-guientes palabras de Giner en aquellos tiempos convulsos de finales del siglo XIX: «Enlos días críticos en que se acentúan el tedio, la vergüenza, el remordimiento de estavida actual de las ‘clases directoras’ —acusa aquél con espíritu de serenidad— es máscómodo para muchos pedir alborotados a gritos ‘una revolución’, ‘un gobierno’, ‘unhombre’, ‘cualquier cosa’, que dar en voz baja el alma entera para contribuir a crear

lo único que nos hace falta: un pueblo adulto» («Aspectos del anarquismo», trabajo de1899, incluido en Filosofía y Sociología, tomo XI de sus Obras completas, La Lectura,Madrid, 1925, pp. 275-276). A crear ese pueblo adulto, a intentar ayudarle a salirkantianamente de la minoría de edad a través de la educación dedicó Giner (y la Insti-tución) todos sus esfuerzos y trabajos, todas sus labores y esperanzas, a lo largo de sudilatada vida: y para nada puede decirse que infructuosamente.

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D E L A I N S T I T U C I Ó N A L A C O N S T I T U C I Ó N

También desde el exilio —como Araquistáin con quien iniciába-mos estas páginas— escribía Rodolfo Llopis, el histórico socialista y

pedagogo, a propósito de la actuación educativa proseguida en esaperspectiva por Francisco Giner de los Ríos: «Piensa [Giner] que lacausa de todos los males que padece España radica en la falta de unabuena educación. Ya pueden los espíritus generosos, aprovechando—alude aquél al pasado— los días gozosos en que la libertad brillaen España, llevar a la Gaceta las reformas más audaces. Esas reformasserán letra muerta en un país donde lo primero que hay que hacer esreformar el hombre. Y reformarlo interiormente. Ésa es —dice Llo-pis interpretando a Giner— la obra urgente, inaplazable, en España.

Obra lenta, es verdad; mas la única segura. El problema de España es,ante todo, un problema de educación. Y don Francisco se promete así mismo consagrar toda su vida a la reforma del hombre». Otra vez,como se ve, Reforma e Ilustración. El propio Llopis, hombre formadocon los institucionistas, apunta la línea en que esas posibles limitacio-nes krausistas habrían de ser salvadas y completadas, lográndose así—dice— «la madurez política y la conciencia cívica del pueblo espa-ñol» como «fruto —añade— de dos influencias, intelectual la una yobrera la otra. La primera, se debía directamente a don Francisco Gi-ner de los Ríos; la segunda, directamente a Pablo Iglesias. Aquél supodespertar, crear, un ideal para la vida; éste, además, supo despertar lanecesidad de ofrecer la vida en servicio del ideal», concluye Llopis37.

Son éstas algunas de las posiciones teóricas y prácticas —cienciay conciencia— que, derivadas del krausismo y de la Institución Librede Enseñanza (Francisco Giner de los Ríos siempre como impulsorprincipal) llegaron a adquirir muy fuerte presencia, muy positiva in-fluencia en la España contemporánea. Con ellas tuvieron que ver,

para su profundización y crítica transformación, los principales hom-bres y tendencias de pensamiento y de acción política que desdeentonces y hasta hoy mismo han constituido —a mi juicio— lo mejorde nuestra vida intelectual, política y social. Recuperar esos y otrosrestos de la derrota en la guerra civil era un imperativo moral, perso-nal y colectivo, para quienes, entre temores y confusiones, veníamosdespués.

37. Rodolfo Llopis, «Francisco Giner de los Ríos y la reforma del hombre»: Cua-

dernos del Congreso por la libertad de la cultura, París, 16 (1956), pp. 63 y 67. SobrePablo Iglesias, por referirme sólo a algunas de las últimas publicaciones, tenemos elvalioso Catálogo de la Exposición Pablo Iglesias (1850-1925), presentación de VirgilioZapatero, Madrid, 2000; y después la obra colectiva Construyendo la modernidad .Obra y pensamiento de Pablo Iglesias, Presentación de Alfonso Guerra, Editorial PabloIglesias, Madrid, 2002.

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LA INSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZAEN LA ESPAÑA DEL NACIONAL-CATOLICISMO*

Me he referido en el capítulo anterior, con nombres propios y los deimportantes organismos culturales y centros de investigación, a la pro-funda huella dejada por krausistas e institucionistas en la España ante-rior a 1936-1939. Todo eso, sin embargo, se corta drásticamente conla guerra civil y, de manera ya más terminante y determinante, con el

resultado final de aquélla. El exilio, cuando se ha sobrevivido y se hapodido escapar de la represión interior, espera y acoge —en tierrasamericanas y europeas— a esos intelectuales, la mayor parte de ellosvinculados con la Institución Libre de Enseñanza1.

La dictadura en la España secuestrada vierte contra ellos sus másimpotentes iras y sucias inmundicias. Para advertir mejor la brutali-dad, el despropósito y el sinsentido de los ataques a que se somete aestos hombres y mujeres (a ello me voy a referir aquí), me parece útilrecordar una vez más las listas, no completas, de esta enumeración de

nuestros exiliados de entonces, no pocos de ellos institucionistas ensentido estricto, otros becados por la «Junta», la mayor parte colabo-radores de esos centros culturales y científicos en su origen influidosde un modo u otro por aquel espíritu profundamente liberal.

* Este trabajo apareció por vez primera en la revista Historia internacional 16(1976), Madrid; casi enseguida en la obra colectiva En el centenario de la Institución Libre de enseñanza, con Presentación de Laura de los Ríos, Tecnos, Madrid, 1977.

Finalmente fue incorporado a mi libro Socialismo en España: el partido y el Estado,Mezquita, Madrid, 1982.

1. Léase, pues, en las notas de ese capítulo primero, la bibliografía relativa tan-to a esa recepción de la filosofía de la Ilustración personificada en K. Ch. F. Krause,como a su transformación y difusión en la Institución Libre de Enseñanza y en susposteriores derivaciones.

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D E L A I N S T I T U C I Ó N A L A C O N S T I T U C I Ó N

 Ahí estarían José Gaos, Joaquín Xirau, Eduardo Nicol, Juan DavidGarcía Bacca, José Ferrater Mora, Eugenio Imaz, María Zambrano,

etc., entre los que habían trabajado sobre temas filosóficos. Fernandode los Ríos, Luis Jiménez de Asúa, José Medina Echavarría, Luis Reca-sens Siches, Adolfo Sánchez Vázquez, entre otros, con mayor dedica-ción a las ciencias sociales. En el campo preferentemente de la críticade la literatura, y, desde ahí, en el de la historia de las ideas, JoaquínCasalduero, José F. Montesinos, Ángel del Río, Federico de Onís, En-rique Díez-Canedo, Francisco García Lorca, Guillermo de Torre, JuanLópez Morillas, etc. Los pedagogos de la Institución Libre de Ense-ñanza, como José Castillejo, Alberto Jiménez Fraud, Lorenzo Luzu-

rriaga, Luis de Zulueta, Antonio Jiménez-Landi. Historiadores, como Américo Castro, Claudio Sánchez Albornoz, Rafael Altamira, PedroBosch Gimpera, etc., y otros posteriores como Antonio Ramos Oli-veira o Manuel Tuñón de Lara. También, muy principalmente, poetas,como Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Rafael Al-berti, Luis Cernuda, León Felipe, Emilio Prados, etc. Novelistas, comoMax Aub, Arturo Barea, Ramón Sender, Manuel Andújar, Francisco

 Ayala (también con obras de ciencias sociales). Dramaturgos, como Alejandro Casona o Jacinto Grau. Ensayistas y escritores políticos (lamayor parte de ellos, a su vez, políticos activos), como Manuel Azaña,Indalecio Prieto, Luis Araquistáin, Rodolfo Llopis, Andrés Saborit,Pablo de Azcárate, Mariano Granados, Mariano Ruiz Funes, etc.; ha-bría asimismo que recordar a los investigadores en ciencias naturalesy medicina, como Arturo Duperier, Augusto Pi Sunyer, Juan Negrín,Severo Ochoa, Blas Cabrera, Julio Rey Pastor, Gustavo Pittaluga, JuanGallego Díaz, etcétera2.

Todas estas gentes de «ciencias y letras» con sus nombres propios

(así señalados por los acusadores, téngase esto muy en cuenta) y otrosde similar significación ideológica son los directamente aludidos enlos despiadados ataques que contra ellos como intelectuales se desen-cadenan en nuestro país después de la guerra. Es necesario que se lesrecuerde así, de modo explícito, uno por uno, individualmente, pues,así es como sufrieron la persecución, la represión y el exilio.

2. De ellos quedaba ya memoria en mi citado libro Notas para una historia del pensamiento español actual (1939-1973), Cuadernos para el Diálogo, Madrid, 1974,21978, que también puede valer como trasfondo de lo tratado en este capítulo. Juntoa otras publicaciones anteriores suyas, véase por todas la obra colectiva en seis volú-menes, dirigida por el propio José Luis Abellán,  El exilio español de 1939, Taurus,Madrid, 1976-1978. Para un sector tradicionalmente menos estudiado, tenemos yahoy la valiosa obra de José Manuel Sánchez Ron, Cincel, martillo y piedra. Historia dela ciencia en España (siglos XIX   y XX  ), Taurus, Madrid, 1999.

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L A I L E E N L A E S P A Ñ A D E L N A C I O N A L - C A T O L I C I S M O

En ese contexto, histórico y político, la Institución Libre de Ense-ñanza será enseguida considerada, y por ello duramente execrada y con-

denada, como el centro y la raíz de todos los males habidos y por haberdurante la República y la guerra. Los «intelectuales» (término en esosaños propalado con tradicional y hasta renovado odio y desprecio) sonacusados de todo lo ocurrido, incluso de lo no ocurrido o de lo que,ni por lo más remoto, podría conectarse con su pensamiento o con suforma de ser. Ellos —lo veremos en las páginas que siguen— apare-cerán como los principales culpables y, en consecuencia, los máximosresponsables no sólo de la guerra civil en sí misma, sino también detodos los desmanes, arbitrariedades, crímenes y atropellos que durante

ella, y a consecuencia de ella, pudieron producirse. Pero lo más grave,desde otro punto de vista, es que también se les acusa de pecados talescomo «liberalismo», «democratización de la cultura», «socialismo», «li-bre crítica», etc., acusaciones por las que se les pretende eliminar de lavida colectiva y que expresan mejor que nada la ideología inquisitorialde sus denunciantes y de sus juzgadores.

No se va a hablar aquí —claro está— de todas las amargas y te-rribles vicisitudes de aquellos años 1936-1939 y de los que vendríandespués (son ya numerosos los estudios y testimonios sobre ello), nisiquiera en lo que a sus exclusivas repercusiones sobre nuestra vidaintelectual se refiere. Mi propósito en estas páginas que están toman-do a la Institución como impulso germinal es mucho más modesto ylimitado. Voy solamente a referirme a la tan negativa imagen que deese inmediato pasado cultural intentó transmitirse a las gentes de estepaís y, por ejemplo, a los que, niños, iniciábamos por entonces nuestra«inocente» enseñanza primaria y más aún (por más conscientes) a losde grados medios y universitarios. Es verdad que el hecho más de-

terminante de todo este período fue el denso y pesado silencio caídosobre tantas y tantas cosas justas, dignas y elevadas, también sobre eseimportante pasado cultural español3. Pero no fue lo único el silencio:junto a él, detrás de él, estaban siempre las actitudes calumniosas y los

3. Francisco J. Laporta y Virgilio Zapatero han analizado en el número 16 de Historia internacional, cit., las disposiciones legislativas que en esos años se iban a im-poner en la enseñanza y en los planes de estudio de nuestro país en ese largo tiempo desilencio del cual, en 1976, sólo entonces estábamos empezando a recobrarnos. Hoy ya

disponemos de mucha más amplia bibliografía sobre aquella situación en la enseñanza.Un avance de su trabajo (complementario con este mío) apareció primeramente en lamisma revista Historia internacional 14 (1976), pp. 59-68, con el título «Muerte y re-surrección de la pedagogía krausista». Allí se habla de Giner, Cossío, Castillejo y demásinstitucionistas «cuya memoria fue relegada al más oscuro silencio» y se explican, y secritican, las razones (o, mejor dicho, las sinrazones) del mismo.

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D E L A I N S T I T U C I Ó N A L A C O N S T I T U C I Ó N

escritos de explícita repulsa y condenación, los cuales, por supuesto,no quedaban nunca en simples palabras, en infames inquisiciones y

condenas verbales, sino en persecuciones y represiones de consecuen-cias muy reales.

1. LA DESTRUCCIÓN DE LA RAZÓNEN LA ESPAÑA DE LA POSTGUERRA

Para situar y entender mejor y más objetivamente nuestro pasado,incluido ese más recio y desgraciado, para ayudarnos a recuperar

la memoria de todos, también de los entonces olvidados, y evitar así larepetición de tristes historias de fanatismo y guerra civil, están pornecesidad escritas estas páginas. En ellas voy a situar tal imagen conde-natoria de la Institución Libre de Enseñanza y de los intelectuales a ellaconectados, imagen que prefiguró nuestra primera «formación» y elsilencio consiguiente a que antes aludía, utilizando como símbolo doslibros que, con grandes pretensiones de seriedad y de conocimientodel tema, por entonces se publicaron en nuestro país.

El primero de esos libros es Los intelectuales y la tragedia española,

del doctor Enrique Suñer, presidente del Tribunal de Responsabilida-des Políticas, libro aparecido en 1937 y reeditado al año siguiente4. Elsegundo, muy relacionado con aquél, es el volumen colectivo tituladoUna poderosa fuerza secreta: la Institución Libre de Enseñanza (1940),libro que se inspira en el anteriormente citado, para la fase más in-mediata a la guerra civil, y en el de Menéndez y Pelayo sobre  Losheterodoxos españoles, para las críticas al krausismo en el siglo XIX5.

4. Enrique Suñer, Los intelectuales y la tragedia española, San Sebastián, Biblio-teca Nueva, 1937; 2.ª edición, por la que se cita aquí, Editorial Española, San Sebastián,1938. El doctor Suñer, que moriría pronto, fue catedrático de Pediatría, desde 1921,en la Facultad de Medicina de Madrid (San Carlos). Iniciada la guerra civil fue, en elGobierno de la «zona nacional», presidente de la Comisión de Instrucción Pública dela Junta Técnica del Estado y posteriormente, como he dicho, presidente del Tribunalde Responsabilidades Políticas. (En lo sucesivo este libro se citará aquí abreviadamentecomo Los intelectuales.)

5. Una poderosa fuerza secreta: la Institución Libre de Enseñanza, Editorial Es-pañola, San Sebastián, 1940, 280 pp. Se apoya bastante, como digo, en el volumen deEnrique Suñer citado en la nota anterior, que es siempre aducido como argumento

de autoridad y calificado (por Carlos Riba, p. 168) como «luminoso libro». Aunque enel Prólogo se afirma (p. 19) que «es el libro presente un plebiscito contra la Institución,pues cuantas plumas han colaborado para escribirlo firman sus votos y los razonan»,la verdad es que varios trabajos son anónimos o se dan con pseudónimos: así, «LaInstitución Libre y la prensa», firmado por «Uno que estuvo allí», «La Institución Li-bre y la política», por «Hernán de Castilla», y «La Institución Libre y la guerra», por

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L A I L E E N L A E S P A Ñ A D E L N A C I O N A L - C A T O L I C I S M O

En esa obra colectiva (en la que más voy a fijarme aquí), auspicia-da por la Confederación Católica Nacional de Padres de Familia, se

reúnen una serie de trabajos en parte inicialmente aparecidos en 1937en El Noticiero (periódico de Zaragoza), escritos —téngase esto muy encuenta— no por gentes de segunda fila, sino por conocidos persona-jes de la vida política de esos años, (algunos con gran poder durantetoda la «era franquista») y, la mayor parte, por influyentes profesoresuniversitarios de la época (catedráticos e incluso decanos) de filila-ción católico-integrista, como eran, unos y otros, Fernando Martín-Sánchez Juliá, Miguel Artigas, Antonio de Gregorio Rocasolano, Mi-guel Allué Salvador, Miguel Sancho Izquierdo, Benjamín Temprano,

Carlos Riba, Domingo Miral, José Talayero, Ángel González Palencia,Luis Bermejo, José Guallart y López de Goicoechea, Romualdo de To-ledo y el marqués de Lozoya6.

Insisto en que se trata, en ambos casos, de obras escritas con gran-des pretensiones no sólo científicas, sino incluso transcendentes (pa-trióticas y religiosas), como ya se puede intuir del renombre y cate-goría, social, política y profesional de sus autores. Si no fuese así, talvez no valdría ya la pena volver hoy sobre ellas; panfletos de caráctercondenatorio sin más los hubo a miles en aquellos años.

Pero leemos, por ejemplo, en el Prólogo del segundo de tales li-bros7: «Un joven catedrático de la Falange (J. López Ibor) escribióhace poco: ‘Hace falta una historia documentada y completa de laInstitución Libre de Enseñanza’. Pues creemos que ésta lo es, desdesus antecedentes más remotos hasta hechos distanciados pocos meses

XYZ. (En lo sucesivo se citará aquí esta obra como  La Institución.) Coetáneos conla preparación y publicación de mi primer comentario a estas dos fementidas obras,

estaría la crítica breve pero certera de José Luis Cano en su nota «La Institución Librede Enseñanza vista por sus enemigos», aparecida en la revista Ínsula, Madrid, 344-345(1975), p. 22; también, después, los artículos de F. Pérez Gutiérrez, «Apuntes para lahistoria de una infamia» (en el Suplemento del diario El País, Madrid, 30 de junio de1976, conmemorativo de los cien años de la Institución) y de Mariano Pérez Galán,«La Institución Libre de Enseñanza en los comienzos del franquismo»: Cuadernos de Pedagogía, Barcelona, 22 (1976).

6. El urdidor de la trama parece haber sido el perínclito Fernando Martín-Sán-chez Juliá; escribía éste el 24 de diciembre de 1938 («II Año Triunfal», reza el membre-te) a Enrique Sánchez Reyes, director de la Biblioteca Menéndez Pelayo, de Santander:«He recibido encargo de la Asociación Católica de Padres de Familia de Guipúzcoa, para

recopilar en un folleto los artículos contra la Institución Libre de Enseñanza, publica-dos hace un año en El Noticiero de Zaragoza, y añadir algunos capítulos que consideroimportantes. Uno de ellos, y de gran trascendencia, será el que se refiera a MenéndezPelayo y la Institución Libre de Enseñanza». Debo el conocimiento de esta interesantecarta a mi buen amigo el historiador Benito Madariaga.

7.  La Institución, cit., pp. 15 y 19.

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del día en que vivimos —contestan sin modestia los autores-prolo-guistas— [...]. La documentación —dicen— acompaña siempre a los

relatos; mucho de cuanto este libro contiene estaba no sólo inédito,sino que era desconocido [...]. La Institución —añaden— ha sido muypoco conocida. Pero ahora vas a conocerla, lector, pues creemos quesobre ella no se ha escrito libro más documentado y completo que ésteque tienes ante tus ojos». Y concluyen con gran pompa y solemnidad:«Lo publicamos pensando en nuestro Dios y nuestra España, a los queva ofrecido y dedicado para su mejor servicio y su mayor gloria».

Ésos son los móviles: no está, pues, en la intención de sus auto-res escribir una obra ligera o improvisada, una obra de importancia

menor, como muchas de la época, de pasajera propaganda política eideológica. Algo parecido, pero —si cabe— con aún mayor intención escato-

lógica, se da en el libro de Suñer, el cual, sin embargo, no se recata enescribir en el arranque mismo de su obra, haciendo con ello recordaralegatos que fueron frecuentes en las oposiciones para cátedras uni-versitarias en la época de la inmediata postguerra: «Destruida por losrojos la documentación personal que había acumulado sobre la materiade la cual escribo, he tenido que confiar a mi memoria la relación delos hechos fundamentales. Ello obliga a no seguir siempre una riguro-sa marcha cronológica. Mas esto, ¡qué importa! —exclama exultanteel catedrático de Pediatría— Lo esencial es que el alma española,vibrante de indignación y de coraje, sepa también recoger en la me-moria las figuras execrables de los agentes de nuestro daño para queno queden olvidadas a la hora —escribe amenazador— en que debatener lugar una justicia tan implacable como el perjuicio que nos hancausado»8.

Lo que no hay en estos libros, reconozcámoslo, es la menor ambi-güedad: ni en el de Suñer ni en el mencionado volumen colectivo. To-dos ellos hablan con absoluta claridad. El objetivo de sus escritos es,lisa y llanamente, delatar y denunciar a los intelectuales, que —comohemos dicho— son los principales culpables de todo lo ocurrido, para

8.  Los intelectuales, cit., p. 7. En el comienzo del capítulo I (p. 11) reconoceasimismo el doctor Suñer: «Los orígenes de la catástrofe que experimentamos son muyremotos y complejos. Nos perderíamos tal vez en varios siglos si buceáramos en las

causas lejanas a esta desdicha. No pretendo llegar a tanto; ni siquiera estoy preparadoen conocimientos históricos para deducir los viejos principios de este proceso». Peroni esta falta de preparación, ni la destrucción de la documentación por los rojos va ainhibirle lo más mínimo, como veremos, para pontificar y dogmatizar, por aquí y porallá, sobre las grandes líneas del desarrollo de la historia y de la civilización en España yen el mundo.

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así, condenados, erradicar definitivamente de nuestro país la obra ins-titucionista y sus derivaciones políticas liberales o socialistas.

«¿Quiénes son —se pregunta Suñer— los máximos responsablesde tantos dolores y de tantas desdichas? Para nosotros no cabe laduda: los principales responsables de esta inacabada serie de espe-luznantes dramas son los que, desde hace años, se llaman a sí mis-mos, pedantescamente, ‘intelectuales’. Éstos —continúa—, los inte-lectuales y pseudo intelectuales interiores y extranjeros, son los que,tenaz y contumazmente, año tras año, han preparado una campañade corrupción de los más puros valores éticos, para concluir en elapocalíptico desenlace a que asistimos, como negro epílogo de una

infernal labor antipatriótica que, por serlo, pretendía desarraigar delalma española la fe de Cristo y el amor a nuestras legítimas gloriasnacionales».

Para consumar esa delación y ese ejemplar castigo surgió precisa-mente dicho libro: «Deseo con estas páginas —escribe Suñer— descorreruna parte del velo encubridor de los autores trágicos que nos han lle-vado al caos en que vive una gran parte de España: busco el señalarloscon el dedo, delatando con todo valor, duramente, sin eufemismos niatenuaciones, sus turbias actividades y los planes de que se valieron.Mi calidad de profesor en convivencia con ellos en los centros de ense-ñanza —habla el catedrático de Pediatría— me ha permitido conocersu psicología y descubrir muchos nudos de la trama con que envolvie-ron a la sociedad española. Ojalá sirvan estas páginas de lección parael futuro —insiste—; que ellas permitan afirmar la absoluta necesidaden que estamos, si queremos vivir con honor, de eliminar de nuestrosuelo patrio a los culpables. No son, las del presente, horas de bene-volencia, sino de radicales y enérgicas medidas defensivas». Esto es lo

que concluía, nada tranquilizadoramente, en 1937-1938, quien luego—con la Victoria— sería presidente del Tribunal de Responsabilida-des Políticas9.

 Y finaliza su libro con la misma obsesiva preocupación y afán per-secutorio con que lo inicia: «Hace falta practicar una extirpación afondo de nuestros enemigos, de esos intelectuales, en primera línea,productores de la catástrofe. Por ser más inteligentes y más cultos, sonlos más responsables. También son los más peligrosos, porque ellosmantienen, y mantendrán probablemente hasta el fin de sus días, sus

concomitancias de las sectas, de las cuales no pueden desligarse por-

9.  Los intelectuales, cit., pp. 6-7. Tan excitado se muestra el catedrático de Pe-diatría que hablando de los «ríos de sangre» de la guerra, en algún momento calificavampirescamente a ésta como «el rojo licor» (p. 3).

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que en ello les va la vida. Procurarán hipócritamente fingir el arrepen-timiento; mas en esencia permanecerán dentro de sus antiguas posicio-

nes, porque el sistema judaico-marxista no suele soltar a los cerebrosadecuados para sus propósitos que apresó en sus redes»10.La conspiración internacional judeo-masónico-liberal-intelectual-

socialista-marxista, enemiga por envidia de la España eterna, de legen-daria tradición, hace ahí en esta obra su primera rotunda aparición.

Pero no se crea que ante esto van a quedarse cortos los autores, tancatólicos, de El Noticiero de 1937 (reagrupados y aumentados en eselibro en 1940), que encabeza el todopoderoso don Fernando Marín- Sánchez Juliá, presidente hasta su muerte de la Asociación Católica Na-

cional de Propagandistas («secretario de Dios», se le llamaba en sus úl-timos tiempos). La conclusión de éste es también definitiva y lapidaria:«Para que España vuelva a ser —dice—, es necesario que la InstituciónLibre de Enseñanza no sea».

En su extenso escrito sobre «Origen, ideas e historia de la Institu-ción Libre de Enseñanza», en el que sigue al pie de la letra a MenéndezPelayo, hay momentos en que su manía persecutoria e inquisitorialbordea el ridículo, aunque sea un triste y cruel ridículo. Hablando,por ejemplo, de las críticas que hasta Clarín, a pesar de ser de origenkrausista, dirige a éstos en el siglo pasado, de repente don Fernando«recapacita» y escribe: «Por cierto, que es extraño que en el Madridreconquistado por las tropas del Generalísimo haya todavía un gru-po escolar dedicado al negativo crítico Clarín». Realmente sí que eraextraño, teniendo en cuenta, sobre todo, que su hijo —rector dela Universidad de Oviedo—, del mismo nombre, había sido juzgadoy fusilado por los nacionales en aquella ciudad a los pocos meses deiniciada la guerra civil (exactamente, el 20 de febrero de 1937)11.

10.  Los intelectuales, cit., pp. 171-172. En otros pasajes —ahorro al lector nu-merosísimos y repetidos textos como los que aquí transcribo— estos intelectuales y lospolíticos de esas mismas ideas vienen calificados como «hombres horrendos, verdade-ramente demoníacos. Sádicos y vesánicos unidos a profesionales del hurto, de la estafa,del atraco a mano armada y del homicidio con alevosía [...]. Monstruos neronianos,directores de sectas y ejecutores de las mismas [...]. Detrás de ellos —concluye Suñer,frenético en el gran caos del totum revolutum— quedan los masones, los socialistas, loscomunistas, los azañistas, los anarquistas: todos los judíos dirigentes del negro marxis-mo que tiene por madre a Rusia y por lema la destrucción de la civilización europea»

(pp. 166-167).11.  La Institución, cit. (Fernando Martín-Sánchez Juliá), pp. 56 y 95. Resume aquí

el gran coordinador, para clamar finalmente por la operación-exterminio: «El siglo XIX 

fue el de la incubación, nacimiento y primeros triunfos de la Institución Libre; losllamaríamos tiempos preparatorios. El siglo XX es el de su crecimiento, madurez yvictoria total. Y Dios hará que sea también, por la sangre de nuestro mártires, el valor

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Pero, con todo, Martín-Sánchez Juliá es uno de los más moderadosen ese volumen colectivo, en el que, adviértase, ya colaboran juntos

católicos de la «Santa Casa» (Asociación Católica Nacional de Pro-pagandistas, ACN de P) y católicos del Opus Dei (entonces todavíacasi inéditos). Sin merma de su celo  adversus herejes, éstos son máspragmáticos y utilitarios: lo que les preocupa es evitar que los hete-rodoxos, simuladores, conversos, se infiltren en el escalafón universi-tario. Escribe así A. de Gregorio Rocasolano, el maestro de don JoséMaría Albareda (secretario general vitalicio del Consejo Superior deInvestigaciones Científicas y destacadísimo miembro de la Obra): «Ac-tualmente, la táctica de la Institución, peligrosa siempre para España,

consiste en facilitar que sus servidores, ya que no es posible a susdirectivos, se filtren a través de nuestras gloriosas milicias: algunos deellos ya ostentan con externa satisfacción la boina roja y las flechas y elyugo; demuestran con ellos extraordinarias aptitudes de adaptaciónal medio; pero no hay que olvidar que son los mismos que hace tresaños se ofendían [parece que Rocasolano no estaría en ese caso] sialguien les tachaba de tradicionalistas o fascistas».

Obsérvese que al denunciar tales infiltraciones, se avisa a la vez dela existencia, en el interior del sistema, de sectores más comprensivos,menos excluyentes —así después Dionisio Ridruejo—, dispuestos aacoger y a recuperar a los antiguos liberales. Refiriéndose a «tales per-sonajillos», que intentan adaptarse a la nueva situación, advierte sindescanso Rocasolano, previendo con temor posibles futuras compe-tencias: «Algunos de ellos, los más peligrosos, intentarán escalar altospuestos en el nuevo Estado; pero esto a toda costa debe evitarse parabien de España porque a través de sus servidores seguiría actuando laInstitución silenciosamente, según su táctica; pero eficazmente, según

los resultados que obtuvo [...]. Lo que importa —concluye— es quelas Logias masónicas no puedan actuar sobre el Ministerio de Instruc-ción Pública contra la paz y el progreso de España, desde la trincherade la Institución Libre de Enseñanza. Lo que importa es que los quellevamos en el corazón a España opongamos a la funesta táctica in-ternacionalista de la Institución una labor cultural de honda raíz es-pañola, alejada de toda política de partido, puesto nuestro ideal en elservicio de Dios y en la grandeza de la España inmortal»12.

de nuestros militares y la clarividencia del Caudillo Franco, el de su total erradicación dela tierra y las mentes de España».

12.  La Institución, cit. (Antonio de Gregorio Rocasolano), pp. 127-128 y 129-130. En este sentido, el catedrático de Literatura don Ángel González Palencia pro-ponía, en su escrito titulado precisamente «La herencia de la Institución Libre de En-

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De esa obsesión con/contra las logias y del furor por el reemplazofuncionarial derivó lo de «¿Quién es masón? Quien te precede en

el escalafón». En todos ellos se advierte el temor de que, a pesar de lagran represión, la heterodoxia no acabe de desaparecer. El marqués deLozoya —otro de los colaboradores en el mencionado volumen— se-ñala, por su parte, que «una de las más eficaces consecuencias del virillevantamiento del Ejército y de la juventud española ha sido desarrai-gar de la cultura española los innumerables y sutiles tentáculos de laInstitución Libre de Enseñanza», a la que, acto seguido, califica comoel «funesto engendro de Giner de los Ríos»13. Pero no basta con eltriunfo bélico: la persecución, hasta —otra vez— su total exterminio,

debe proseguir incansable en la postguerra. Este libro de 1940 puedeayudar a ello: «Ahora que se trata de combatir el enemigo que por tan-to tiempo fue dueño de la enseñanza en nuestra Patria —escribe otrode los autores14—, interesa conocer bien todas las trincheras desde[las] que se defendió».

 Alguien que paradójica y contradictoriamente se esconde en elanonimato de las siglas XYZ, no tiene, sin embargo, el menor in-conveniente en llevar adelante esa «investigación» hasta sus últimas,totales, consecuencias, exigiendo la directa e implacable delación ydenuncia de principalmente los masones e institucionistas que aúnpermanecen —dice— escondidos y ocultos. Acusa así a los españolesde: «un defecto —escribe— muy extendido en nuestra sociedad: la falta de valor cívico (subraya el anónimo XYZ), que induce a mu-chos de los que conocen y saben de intervenciones y labores peligro-sas a callárselas, por temor a que la delación les produzca enemigos yperjuicios personales de los cuales quieren huir. Esta cobardía, tan encontradicción con el valor heroico de nuestros hombres en la lucha

material frente a frente, como se ha demostrado en los diversos cam-

señanza», que tales organismos creados por los institucionistas «no deben desaparecer,sino transformarse y ponerse al servicio de la nación que los paga y no al servicio dela secta que los aprovecha» (p. 274). El destino material de tal herencia en los añossucesivos —verdadera sucesión forzosa e intestada, comentaba conmigo un agudo eirónico jurista— hace sin duda escribir a José Carlos Mainer lo siguiente, aludiendoa este mismo libro que aquí estamos repasando: «Una ojeada al sonrojante volumen.Una poderosa fuerza secreta: la Institución Libre de Enseñanza [...] testimonia, porun lado, el pliego de cargos acumulado contra ésta y, por otro, una nómina bastante

completa de los que fueron sus reemplazantes en el mismo espacio físico que aquéllosabandonaron: me refiero ahora —dice Mainer— a la conversión de la antigua Juntaen el actual Consejo Superior de Investigaciones Científicas» (J. C. Mainer, La edadde plata, cit., p. 102).

13.  La Institución, cit. (Juan de Contreras, marqués de Lozoya), p. 225.14.  Ibid. (Miguel Sancho Izquierdo), p. 146.

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pos de batalla en nuestra Península explica mucho de lo sucedido yademás es lamentable condición psicológica, de la cual tenemos que

curarnos, si es que amamos a nuestra Patria y deseamos sincera eintensamente su salvación».XYZ —mejor no saber su nombre— no perdona a nadie; ni a los

arrepentidos (a los que, con una absoluta falta de generosidad, acusade confesarse tales sólo «ante la realidad de su derrota») ni a los quealegan «haber salvado en la zona roja mayor o menor número de vidasde personas de derechas» (lo cual prueba, por tanto, que «tenían liga-zones, afectos, amistades, historia, en una palabra, de amigos o sim-patizantes, por lo menos, con la causa de la República bolchevique»).

¡No hay salvación posible!Refiriéndose expresamente a lo que ocurrió al final de nuestraEdad Media con los judíos (por supuesto, no habla para nada —en laEspaña de 1940— de la situación de «moros» y musulmanes), pensan-do quizás en una «solución final» a la española, prosigue XYZ: «Eneste inmenso montón de nuestros enemigos, dirigentes de una laborpérfida y secreta, hay que hacer una clasificación en estos dos gru-pos: ‘masones’ y ‘masonizantes’. Los primeros, como su nombre in-dica, son aquellos individuos que pertenecen a una logia o a la mismaInstitución Libre de Enseñanza (que debe ser considerada como unaobra de penetración en el mundo del espíritu español de la masoneríauniversal); los segundos, son aquellos sujetos adheridos íntimamente,como el alma al cuerpo, a los primeros. Son los tales a modo de ins-trumentos o apéndices de los masones».

Consciente XYZ de que ya no valía la pena arremeter contra losmasones strictu sensu (difícil encontrar uno solo en nuestro país enaquellos momentos), la emprende ahora contra los «masonizantes».

Ellos, dice, «ayudan la causa judaica, masónica y marxista, con unaeficacia tal, que no titubeamos en afirmar que estos individuos, a loscuales nos referimos, son probablemente el máximo peligro que Es-paña ha tenido y tiene en los momentos actuales»15. Lo que, en conse-cuencia, había que hacer era prolongar en la España de la postguerraesa lucha sin cuartel contra el converso y el infiel.

Nada tiene, por tanto, de extraño, que a la vista de todo lo an-terior, alguien (Ángel González Palencia, todo un catedrático deLiteratura de la entonces Universidad Central), en el último capítulo

del libro, proponga en serio la siguiente barbaridad como vía paraacabar definitivamente con «el tinglado institucionista»: «La casa ma-

15.  Ibid . (XYZ), pp. 260-267.

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triz, la escuela de niños que en la calle de Martínez Campos era elnúcleo fundamental de la secta, habrá de sufrir la suerte de los bie-

nes de todos aquellos que han servido al Frente Popular y a la Re-volución marxista. Como en los días gloriosos imperiales —leemosya sin asombro su propuesta final— podría arrasarse la edificación,sembrar de sal el solar y poner un cartel que recordase a las genera-ciones futuras la traición de los dueños de aquella casa para con laPatria inmortal»16.

2. «LOS SIN PATRIA Y LOS SIN DIOS»DE LA LIBRE INSTITUCIÓN

El «pliego de cargos» que contra la Institución y los intelectuales libe-rales se acumulan en estos libros, y en otras similares publicaciones,se resumen en cuatro principales líneas de acusación, clasificables endos diferentes niveles:

En un primer nivel más inmediato, práctico y operativo, las diatri-bas centrales contra la Institución son haber realizado grandes gastosen materia de educación y enseñanza, así como en investigación, cosa

que les parece muy mal a los profesores integristas, quienes constan-temente se escandalizan de los «enormes» presupuestos de los que dis-ponía17; se insistirá siempre, a su vez, en que ese dinero procedía dela nación, del Estado, y que sólo lo aprovechaba «la secta», acusaciónhecha sobre todo por los partidarios y beneficiarios de las subven-ciones estatales a los colegios religiosos18; y también se señala como

16.  Ibid.  (Ángel González Palencia), p. 273. En esta casa matriz de la Institu-

ción, en el número 14 de esa calle de Martínez Campos (no arrasada, ni sembrada desal, pero sí usurpada e incautada; sólo ya mucho después, con la democracia, feliz-mente recuperada) se inicia un sugerente recorrido sentimental de Luis Carandell porlos restos krausistas e institucionistas de Madrid («Institución Libre de Enseñanza:un recorrido sentimental»: Cuadernos para el Diálogo, 2.ª época, 153 [3-9 de abrilde 1976], pp. 38-42).

17.  La Institución, cit., pp. 156 y 174, entre otras. Como culminación de tal«dispendio» escribe Martín-Sánchez Juliá (p. 116): «Además se sembró España deInstitutos elementales e Institutos de Bachillerato completo». ¡Realmente intolerable!

18.  Ibid., por ejemplo, p. 173, donde Carlos Riba, en actitud en este tema algomás moderada que en otros momentos (cf. p. 177), escribe no obstante: «Institucio-

nes de educación pagadas con el dinero nacional. Hemos dado en el segundo puntode nuestro agravio. Agravio de españoles que no pueden pasar sin protesta el hecho deque toda esta labor de la Institución, pagada con el dinero del Estado, sirviera paradesnacionalizar la mente y el corazón de nuestra juventud escolar y para hundir aEspaña en el caos de los sin Dios y sin Patria, del que sólo hay otro ejemplo en elmundo: Rusia».

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conclusión, que para el dinero gastado los resultados científicos fue-ron pobres y escasos, cuando no nulos19. Remitimos para una y otra

cuestión a la bibliografía de «ciencias y letras» hoy disponible sobreeste período así como, incluso, a las meras listas de intelectuales citadosen las primeras páginas de estos dos capítulos —con ese objeto se in-cluían aquí— para una objetiva consideración de la importancia de suobra en los diferentes sectores de la filosofía, la historia, la literatura,las ciencia naturales y sociales, etc., pudiendo el lector juzgar sobreello y sacar sus propias conclusiones20.

Unido a ello, otra línea de acusación se dirige al enorme aumentode influencia social y universitaria que con el tiempo los institucionis-

tas fueron adquiriendo, controlando así el ingreso en los cuerpos do-centes de sus simpatizantes y seguidores, de ideología genéricamenteliberal y de tendencias políticas e intelectuales, por tanto, pluralistas.No voy a aducir como justificación (¡no lo sería!) lo que enseguida seentronizó en este terreno en la España de la postguerra y hasta muchodespués en nombre de una única ideología y de una única ortodoxiareligiosa y política21. Ni tampoco aduzco lo que antes tradicionalmen-te se venía haciendo: recordemos que Costa, por ejemplo, no logró

19. «La mayoría de los investigadores oficiales que movilizó la Institución Librehan hecho una labor pobre», sentencia sin el menor pudor el sabio Rocasolano ( La Institución, cit., p. 159), quien también pregunta: «¿Quiénes fueron los más culpables,los que alegremente disfrutaban del presupuesto de la Nación para servir al internacio-nalismo antiespañol, o los que confiadamente entregaron los medios más eficaces deproselitismo a unos hombres sin Dios y sin Patria, que con su silenciosa e intencionadalabor han «posibilitado» la tragedia que actualmente vive España?». ¿Sánchez Albor-noz, un hombre sin Dios y sin Patria, un antiespañol? ¿Severo Ochoa, un ignorante ytorpe científico? ¿Se gastó tan mal ese dinero, tan «alegremente» como el filo-opusdeísta 

Rocasolano afirma? ¿Fue tan pobre su labor? Ya está ahí la historia para desmentirtanto odio y furor.20. Para este tema fue decisivo el exhaustivo y pionero estudio llevado a cabo por

Francisco J. Laporta, Virgilio Zapatero, Alfonso Ruiz Miguel y Javier Solana, La Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, Fundación Juan March, Ma-drid, 1980, aparecido después en la revista  Arbor , Madrid, CXXVI-CXXVII (1987).En conmemoración del centenario de la «Junta», se ha publicado en este mismo 2007,en que reviso estas notas, la monumental, imprescindible, obra colectiva sobre las plu-rales actividades de aquella entre 1907 y 1939 bajo el rótulo El laboratorio de España,Ministerio de Educación y Ciencia, Ministerio de Cultura, Sociedad Estatal de Con-memoraciones Culturales y otras instituciones, con más de seiscientas páginas de textos

y material gráfico.21. Un avance de ello está ya, entre otras muchas de la época, en las siguientes

palabras de Miguel Allué Salvador ( La Institución, p. 135): «Si el nuevo Estado ha de sertotalitario, ha de cuidar preferentemente la enseñanza nacional, y el Cuerpo de los edu-cadores del Estado ha de ser el depositario y el sembrador en la juventud de los nuevosideales».

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ser nunca catedrático; que los krausistas fueron expulsados por dosveces de la Universidad; que la enseñanza media y primera estaba

fundamentalmente en manos de la Iglesia; y no olvidemos a los quede antemano tenían que renunciar a convertirse en docentes por lasrestricciones y obstáculos que desde siempre se han puesto en estepaís a las filosofías condenadas como heterodoxas, racionalistas, críti-cas o liberales. No creo —la verdad— que les interese a los integristasplantear la polémica en este terreno.

Por mi parte, tampoco puedo yo entrar aquí con mayor detalleen estas importantes y polémicas cuestiones; no es el lugar ni habríaespacio para ello. Solamente querría hacer notar la escasez absoluta

de hechos concretos y de datos fiables que, para probar la irregula-ridad o ilegalidad de esos nombramientos, se aducen en estos librosque estamos analizando (invito al lector a repasarlos). Quizá se encon-trasen tales datos y pruebas entre aquella «documentación personal»del profesor Suñer que fue «destruida por los rojos». De todos modos(por desgracia lo he sufrido durante bastante tiempo en mi propia ex-periencia universitaria), de irregularidades e ilegalidades de este tipo,sobre todo de las más graves y decisivas, no suele quedar constanciaescrita ni, por lo general, pruebas absolutamente claras y flagrantes.

El antiguo catedrático de Filosofía del Derecho de Zaragoza,Miguel Sancho Izquierdo, habla de «la labor, artera a veces, desca-rada otras, de la Institución Libre de Enseñanza en la provisión decátedras, principalmente de Universidades»22. Pero la verdad es quelos tres casos más señalados que se citan —todos tomando comobase el libro de Suñer— se limitan a denunciar, en dos de ellos, lapresión de las «huestes de la Residencia» y las «coacciones escolares»de la FUE a favor de algún determinado candidato: en una de esas

oposiciones —la de Patología general— se acusa «de la dirección delas huestes al boyante e inquieto doctor Marañón», y en la otra, lade Derecho mercantil, también de la Universidad de Madrid, los jó-venes institucionistas se pronunciaron —como se ve con fino olfatocientífico jurídico— a favor (aunque no se mencione allí su nombre)del candidato Joaquín Garrigues, a quien, por cierto, veo aludido,sin citarlo personalmente, en más de un pasaje de este libro. El tercercaso que se alega fue el traslado a Madrid de don Fernando de los

22.  La Institución, cit. (Miguel Sancho Izquierdo), p. 137; cf. también página139, calificando de «vergonzoso» el procedimiento de traslado de Fernando de losRíos a Madrid. No hubo tal «traslado» sino el correspondiente concurso-oposición queconcluyó con su nombramiento en noviembre de 1930 (Virgilio Zapatero, Fernandode los Ríos. Biografía intelectual, Pre-textos, Valencia, 1999, pp. 256-260).

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Ríos después de haberse creado, en el Doctorado en la Facultad deDerecho de dicha Universidad, una cátedra de «Estudios Superiores

de Ciencias Políticas»23

.Pero el segundo nivel de las diatribas de mayor fondo contra laInstitución Libre de Enseñanza no se sitúan, con todo, en ese espa-cio académico-universitario (esto es más bien la disculpa), sino, conmucha mayor gravedad y rotundidad, en el de carácter político e, in-separablemente unido a él, en el religioso (tercera y cuarta línea deacusación a que antes me refería).

Es importante señalar, en el plano político, que no se les tilda y re-crimina tanto, ni sólo, de liberales, socialistas o «rojos» (aunque todo

ello siempre aparezca), sino directamente y sin más de antiespañoles.Ellos constituyen, pues, la famosa anti-España, fórmula incansable-mente explotada en nuestro país durante todos esos años y despuéscomo símbolo absoluto del mal.

En el plano religioso, por su parte, tanto las posiciones críticasfrente al integrismo católico tradicional o la defensa de la libertad re-ligiosa (con un Estado y una enseñanza no confesionales) como, sobretodo, la discrepancia o la separación del catolicismo (no digamos lasactitudes de los sinceramente agnósticos) eran siempre indefectible-mente interpretadas y condenadas como odio a la Iglesia, odio a Dios,a la religión y a todo lo espiritual.

Se delimitaba así, como vemos, la consigna bélica, el principal ene-migo a abatir: los sin Patria y los sin Dios de la Libre Institución. Sonconstantes en estos y otros libros de la época tales expresiones defi-nitorias y condenatorias, expresión del dogmatismo y la violencia detodo tipo imperante en la guerra y, lo que es más imperdonable, en lalarga e inmediata postguerra24.

23. Cf. Los intelectuales, cit., p. 38, así como los capítulos VI y XII de su libro;también, La Institución, cit., pp. 97 (Fernando Martín-Sánchez Juliá) y 170. Dice aquíCarlos Riba que «la Residencia era el cuartel general de las milicias estudiantiles enve-nenadas por los sabios de la Institución»; refiriéndose a la FUE, señala (p. 171) que «laincubadora de esta organización escolar fue la Residencia de Estudiantes de Madrid».

24. Recordemos aquí, como muestra, entre textos ya citados, La Institución, Ro-casolano (p. 158) o Carlos Riba (p. 173): en ambos casos literalmente se habla de«hombres sin Dios y sin Patria»; Luis Bermejo se refiere (p. 197) a «los propagandistasde doctrinas subversivas, los inscritos en la lista de los sin Dios». También Suñer, Los

intelectuales, cit., pp. 12-13, etc. Hasta un Pedro Sainz Rodríguez, hombre culto, mi-nistro de Educación Nacional en los primeros meses del «Alzamiento», decía en juniode 1938: «La pedagogía revolucionaria ha consistido además en borrar la idea de Patriacomo entidad moral de la conciencia de los españoles. ¿No recordáis —añade— quecuando algunos pensadores de la Institución se veían en trance de hablar de su amora España nunca pudieron hacer más que elogiar a la sierra de Gredos o a los paisajes

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Leemos asimismo en el Prólogo del volumen colectivo que estamosanalizando: «Durante esos largos años de trágica tortura para España

la Institución Libre ha tenido desde verdugos a penitentes; pero porsus ideas, su obra incubada de tiempos viejos, la unánime actitud de susjefes y la de casi todos sus afiliados y afines, ella es la gran responsablede la revolución sin Dios y antiespañola que nos ha devastado». Y másadelante se expresan a modo de réplica los dogmas religioso-políticosdel nacional-catolicismo: «Las ideas de la Institución fueron laicas, an-ticatólicas en el orden religioso. En cuanto a la Patria, los institucionis-tas negaban la grandeza histórica de España [...]. Estas dos negaciones,religiosa y española, se resumen en una sola: la incultura y el atraso de

España provienen de su catolicidad: es preciso independizar —eso eslo que decía la Institución— la cultura de la religión (laicismo, sentidoantirreligioso) y europeizarnos (sentido apátrida, desdén por lo espa-ñol, derrotismo, exotismo)», califican también entre los paréntesis losmencionados prologuistas.

Tras señalar que la «Institución es temible por su morbosidad dul-zona, suave y correcta, sus secretos poderes25, su adaptabilidad rápiday multiforme», se pone total confianza en que la nueva situación es-pañola de 1939 será «el valladar impenetrable al espíritu irreligioso yapátrida de los institucionistas». Concluye apoteósico tal escrito preli-minar: «Se trata sólo de desintoxicar mentes extraviadas, de restauraren las inteligencias el numen de la España Grande, temporalmentearrojado de sus reinos por el institucionismo usurpador e intruso. Ylas ideas imperiales vuelven a la Patria como un emperador retorna asus dominios: entre armas presentadas, brillantes bayonetas bruñidas,himnos marciales de triunfo y aclamaciones multitudinarias del pue-blo»26. Evidentemente, el «Imperio hacia Dios» quería ser la tumba de

la «Libre Institución».

de Guadarrama o a las encinas del Pardo, porque cuando se asomaban a una creaciónespiritual se encontraban con el hecho indiscutible de que la civilización española estáligada, como la hiedra al tronco, al sentido católico de la cultura y de la historia?».Mal (¿buen?) ejemplo el de la hiedra. Ese «patriotismo geológico» —sigue aquél— loutilizaban, dice, para «disimular que no tenían patriotismo» (tomo este texto de SainzRodríguez, del trabajo de Mariano Pérez Galán ya citado aquí, supra, nota 5, dondepueden también encontrarse otros aún mucho peores de, por ejemplo, José Pemartínque fue director general de Enseñanza Media y Superior en aquellos años).

25. De ahí el título completo del libro (cf. nota 5) lleno de resonancias masónicas.Otras veces se habla en él de «la eterna táctica de la Institución Libre de Enseñanza:suave, callada, traicionera» (José Guallart), p. 203. Se advierte fácilmente, frente a lavulgaridad de un fascismo castizo de «rompe y rasga», una especie de fastidio resentidoante las buenas maneras y el tono correcto y educado de los hombres de la Institución.

26.  La Institución, cit. (Prólogo), pp. 12, 16 y 20-22.

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También Fernando Martín-Sánchez Juliá define a ésta por esas dosmencionadas y reiteradas connotaciones: antiespañola, una, y anti-

católica, otra, hasta el punto de señalar —con evidente simplismo einjusticia— que «estas dos grandes negaciones son lo único homogé-neo entre tantas heterogeneidades de aluvión como en el transcursode su historia han formado el cuerpo de la Institución Libre». Frentea ello, dice aquél: «Hoy, como ayer y para mañana, quedan procla-madas nuestras afirmaciones católicas y nacionales». Institucionismoversus nacional-catolicismo: así queda planteado el problema. Y elgran director de la ACN de P exclama, sintiéndose filósofo de la His-toria: «Ésta es la lucha eterna del bien y el mal, el combate entre las

dos Españas». Y finaliza tal epígrafe con su ya citada y definitiva con-signa: «Para que España vuelva a ser, es necesario que la Instituciónde Libre Enseñanza no sea»27.

Los motivos religiosos van siempre unidos en la España de la épo-ca a los motivos políticos. Exagerando las coherentes connotacionesde la Institución en este terreno —connotaciones más reformistas querevolucionarias, ésta es la verdad—, se intentará siempre conectar aaquélla —ilegítimamente— con las manifestaciones más extremas yviolentas de la vida política española en el decenio de los años treinta.Escribe así Enrique Suñer: «La Institución Libre de Enseñanza, en elcurso de una labor medio centenaria, ha ido creando una legión deadeptos, entre los cuales se encuentran los principales agentes revo-lucionarios»28.

27.  Ibid. (Fernando Martín-Sánchez Juliá), pp. 31, 92 y 95. El pregonado sec-tarismo irreligioso y anticatólico de la Institución —así se veía por aquél lo que era,aplicado a la religión, libertad de conciencia y criterio racional— no se aviene bien

con el hecho de que no pocos católicos colaboraran, incluso a nivel directivo, en losorganismos y proyectos creados por aquélla (signo indudable de su carácter liberal ypluralista). Pero no se arredran ante tal evidencia los autores del mencionado volumencolectivo: esa colaboración católico-institucionista (que por otros se habría visto comoabsolutamente normal) es siempre denunciada como una prueba más de la hipocresíade la Institución, queriendo fingir un modo de ser antisectario, amplio y comprensivo,con objeto de disimular y cubrirse las espaldas ante el Estado, etc. Cf., en este sentido, Los intelectuales, pp. 12, 22 y 23, y La Institución, pp. 127, 169 y 187; dice aquí JoséTalayero hablando de la Escuela Superior del Magisterio de fundación institucionista:«Faltaba infectar la masa [...]. Para que su perversa intención no se viera, tuvo siemprecuidado de que hubiese algún profesor católico y hasta hacía alguna concesión a sus

rectas aspiraciones. Admitía también entre los alumnos de ambos sexos a personasostensiblemente religiosas. Era el modo de cubrir su pestilente mercancía», concluye elcomprensivo y generoso maestro Talayero.

28.  Los intelectuales, cit., p. 11. En su libro de esos años, parecido a los que aquíestamos considerando ( Los Estados modernos y la nueva España, Montepío Diocesano,Vitoria, 1939), escribía Eloy Montero, refiriéndose a la situación española de 1930-1931:

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¿Qué dirían ante ello algunos izquierdistas que siempre quisieronver la Institución como más bien elitista y (liberal) conservadora? Pero

de manera obstinada y en aquel mismo sentido, hablando precisamen-te de la Institución Libre y la política, señala Hernán de Castilla: «Lahistoria detallada probará el triple sino abominable de la Instituciónen la política. Todo lo antirreligioso, lo revolucionario y lo secesio-nista tiene siempre algún hombre de la Institución en sus filas o alfrente. No hay intriga, ni concentración, ni divergencia anticatólica,revolucionaria o antipatriótica que no cuente con institucionistas yhasta esté organizada o presidida por uno de ellos»29.

Creo que es suficiente con lo dicho hasta aquí a propósito de

esta obra, para dar plena razón al juicio que sobre ella formula JoséLuis Cano: «[...] no sólo se denigra en el libro a las grandes figurasde la Institución —dice—, sino que se intenta en sus páginas hacertabla rasa de toda la enorme labor educativa y cultural de aquellaempresa, pidiendo con urgencia la anulación de todas sus grandesrealizaciones culturales, a lo que naturalmente —señala aquél— yase había adelantado el Régimen vencedor [...]. En suma —añade— ellibro es una muestra del odio que sentía la derecha española contrala Institución»30.

No hay exageración alguna en esas palabras de José Luis Cano.Veamos todavía (contando con la paciencia y la indulgencia del lector)unos cuantos ejemplos significativos, primero sobre personas y luegosobre esos centros educativos y culturales: de Manuel Bartolomé Cos-sío, director y alma (tras Giner) de la Institución, dice Romualdo deToledo que es «heredero de todas las taras intelectuales de Giner delos Ríos». De éste —muerto en 1915—, a quien quizá por ello, por

«La revolución roja, hábilmente dirigida por la Masonería, el socialismo y la InstituciónLibre de Enseñanza, había dado un paso de gigante» (p. 232). En esa línea se quiere, demanera absurda pero interesada, hacer creer que la labor de los hombres de la Instituciónestá dirigida y orientada al «servicio de la sovietización intelectual de España» ( La Insti-tución, cit., Carlos Riba, p. 172).

29.  La Institución, cit. (Hernán de Castilla), p. 244.30. José Luis Cano, «La Institución Libre de Enseñanza vista por sus enemigos»,

cit., p. 22. Como prueba de que, en efecto, a ello «ya se había adelantado el Régimenvencedor», cf. —además del trabajo de Laporta y Zapatero ya citado, en la nota 3— elartículo de Amando de Miguel «El origen de la bibliofobia»: Cuadernos para el Diá-

logo, 2.ª época, 162 (5-11 de junio de 1976), p. 65, en el que se transcriben largospárrafos de las Órdenes de la Junta de Defensa Nacional de 4 de septiembre de 1936y de 23 de diciembre de 1936, donde se toman serias medidas para la prohibición,incautación o destrucción de libros y demás publicaciones que contengan «ideas disol-ventes», «conceptos inmorales», «doctrinas marxistas» o las que puedan ser considera-das como «lecturas nocivas», «obras de matiz socialista o comunista», etcétera.

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más lejano, a veces se respeta algo más, va a permitirse, no obstante,escribir Fernando Martín-Sánchez Juliá en una grotesca e insolente

nota a pie de página: «El lector que quiera emplear el tiempo en labastante inútil curiosidad de estudiar la figura de Francisco Giner delos Ríos, puede leer su biografía —publicada a su muerte— por elBoletín de la ILE, Madrid, 1915». Y dos páginas después, denigran-do antipatrióticamente la mayor parte de la cultura española de lossiglos XIX y XIX, se refiere aquél a «la Memoria de Joaquín Costasobre el tema ‘Oligarquía y caciquismo’, a la que —¡parece mentirapor la vulgaridad del fondo de la cuestión! (comenta el sabiondí-simo Martín-Sánchez Juliá)— concurrieron todos los nombres que

pesaban algo en la España de hace cuarenta años»31.Entre estos juicios, el que sale quizá peor parado de todos los ins-

titucionistas es José Castillejo, el secretario general de la Junta para Ampliación de Estudios, «hombre que, según mi firme convicción—escribe Suñer—, ha sido uno de los más terriblemente funestos queha visto nacer España»32.

Por su parte, Fernando de los Ríos aparece una y otra vez como «elartero ministro de las persecuciones de 1931 y el proteico embajadorrojo de las compras de armas y la mendaz propaganda en los EstadosUnidos desde 1936 a 1939», como leemos, por ejemplo, en el Prólo-go al mencionado volumen colectivo33. Sobre Besteiro —«presidente

31.  La Institución, cit., pp. 66, 68 y 214. Sobre Cossío —para evitar tales simplis-tas interpretaciones— cf. el libro de Joaquín Xirau, Manuel B. Cossío y la educación en

 España, El Colegio de México, México, 1945; Ariel, Barcelona, 21969. Sobre Costa,sobre el 98 o, después, sobre Fernando de los Ríos, Julián Besteiro, etc., y en gene-ral sobre la cultura española de esos años, hay ya bibliografía suficiente (algunas obrasestán siendo recordadas aquí en diferentes momentos) como para hacer absolutamente

inocuos estos juicios integristas tan mal informados y tan absolutamente faltos de ob-jetividad.32.  Los intelectuales, cit., p. 14. Sobre éste escribe allí el mismo Suñer: «Así como

las doctrinas de Carlos Marx tuvieron necesidad de esperar muchos años para encon-trar en Lenin el hombre adecuado para ponerlas en práctica, del mismo modo losideales pedagógicos de Giner hallaron, aunque infinitamente más pronto —eran de ac-ción más limitada—, en Castillejo el agente que les diese realidad. ¡Y qué realidad másfunesta para nosotros!», concluye el catedrático de Pediatría y presidente del Tribunalde Responsabilidades Políticas. Por acusarle, le acusa (p. 15) hasta de saber idiomas,por «su poliglotismo impecable, implantado —dice— en un actor que sabía tomar eltipo representativo del alemán o del inglés; según tiempos y circunstancias...».

33.  La Institución, cit., p. 10. En esa misma tónica se continúa largos años; nofue sólo el furor bélico o de la muy inmediata postguerra; así, el diario falangista

 Arriba habla (el 12 de mayo de 1946) de «nuestro maleante universitario Fernandode los Ríos», y La Vanguardia Española (2 de mayo de 1946) la emprende contra esas«gentes que —dice— se llaman profesores y que no dan la talla de unos maleanteslugareños. El Chato de Cuqueta —sigue el diario barcelonés—, aquel criminal nato

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de las Cortes Constituyentes, en las que tantas blasfemias y herejíaspudieron decirse sin que la Presidencia interviniera»—, los piadosísi-

mos y catolicísimos prologuistas escriben en 1940 (condenado aquéla cadena perpetua, preso en la cárcel de Carmona, donde sin apenascuidados se le dejaría morir de manera «torpe y desconsiderada», hareconocido mucho después Ramón Serrano Suñer): «Para Besteiro,anciano y caído, sólo tenemos viril compasión cristiana y la esperanzade que en su vía dolorosa encuentre a Dios»34.

El historiador Américo Castro —seguimos con algunos de estosilustres nombres— es calificado por Domingo Miral como «hombrecerril, indiscreto, fanático y soberbio». Y de Jiménez Asúa se escribe:

«Incorrecto catedrático; revoltoso permanente; agitador de estudian-tes, de cuya adulación tanto gustaba; cacique de Derecho penal; fautorprincipalísimo de los sectarismos de la Constitución del 31; vicepre-sidente de las Cortes del Frente Popular; aprovechado y trashumanteembajador de la República roja». Don Salvador de Madariaga es, porsu parte, el «el masónico ministro» y el «aprovechado funcionario dela Sociedad de Naciones»; mientras que al doctor Juan Negrín se leniegan no ya la menor virtud humana o ética (no digamos política,comprensible en aquellos momentos), sino toda capacidad intelectualy valía como médico y como científico35.

No mejor librados que los hombres salen, como ya ha podidoverse en las páginas precedentes, instituciones y obras pedagógicas yculturales, como, entre otras, la Junta para Ampliación de Estudios,el Instituto Escuela, la Residencia de Estudiantes, la Escuela Supe-rior de Magisterio, el Centro de Estudios Históricos, el Museo deCiencias Naturales, las Misiones Pedagógicas, la Barraca, el Institu-to Rockefeller, la Escuela de Criminología, etc. La Institución Libre

que hace muchos años espantó a España con sus crímenes en un pueblo de Valencia,podría dar lección de finura intelectual a este amerengado y cursi Fernando de losRíos, uno de los tipos más grotescos que nos ofreció la República, tan fecunda ensemejantes esperpentos» (textos tomados de la revista Tiempo de Historia 18 [1976],pp. 108 y 110). ¿Quién sería (¡qué vergüenza!) el autor con nombres y apellidos desemejante basura?

34.  La Institución, cit., pp. 9 y 10. Remito aquí a las Cartas desde la prisión, de Julián Besteiro, con selección, introducción y notas de Carmen de Zulueta y epílogode Dolores Cebrián, Alianza, Madrid, 1988.

35.  La Institución, cit., pp. 8, 10, 184 y 214. Para una mucho más positiva apre-ciación del doctor Juan Negrín como médico, profesor e investigador, véase —publica-do en España— el trabajo del doctor J. Álvarez Sierra, en el librito Doctor Juan Negrín,Madrid, 1966, en el que José Gutiérrez Ravé se ocupa del Negrín político. Hoy losestudios sobre él son ya numerosos y de calidad: véase, por todos, el de Enrique Mo-radiellos, Negrín, Península, Barcelona, 2006.

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de Enseñanza es definida, como ya hemos visto, por el Marqués deLozoya —el más moderado, por lo demás, de los colaboradores del

mencionado volumen colectivo— como el «funesto engendro de Gi-ner de los Ríos». De la Junta para Ampliación de Estudios, el pediatraSuñer sólo ve los riesgos que suponía —dice— para la salud moralde los jóvenes estudiar en países extranjeros, y también el peligro decontagio político democrático: «Conforme aumentaba el volumende los becarios y de los pensionados, crecía el de los indiferentes enmateria religiosa y el de los perturbadores del orden y del Estado»,escribe aquél36.

Con similar óptica escribe Fernando Martín-Sánchez Juliá sobre

otra de las más significativas creaciones institucionistas: «Se lanzaronpor España las ‘Misiones pedagógicas’, verdadero apostolado del dia-blo, corruptor de pueblos, enardecedor de revolucionarios de surco yesteva. Repartiéndose ‘bibliotecas populares’, cuyos libros compradosen masa por secretarios antiespañoles del Ministerio de InstrucciónPública eran en gran parte manuales de anarquismo, obras neomal-tusianas o novelas revolucionarias, con la cuales se ‘ilustró’ a pobrescampesinos que sólo sabían leer o a jóvenes obreros con ambicionespolíticas... Para que nada faltase en esta gran labor corrosiva de los

36.  La Institución, cit. (Marqués de Lozoya), p. 225.  Los intelectuales, cit.pp. 24 ss. Los miedos del doctor Enrique Suñer ante los peligros que en la pecami-nosa y pervertida Europa acechaban a los jóvenes becarios e investigadores españolesalcanzan con frecuencia extremos verdaderamente ridículos: «La estancia de jóvenesen el extranjero —dice—, cuando no poseen en su anterior formación un arraigadosentimiento cristiano, una preparación cultural o social, costumbres no tartufescas,mas de sólida moralidad, indefectiblemente lleva, por la libertad de que se goza —¡notiene más remedio que reconocer!— y el incentivo de los placeres sensuales, a una

relajación de los hábitos familiares, a una disminución de la disciplina de la concien-cia, a un rebajamiento de la fe religiosa». Pero no nos engañemos, dirá Suñer: eso esprecisamente lo que buscaba, consciente o inconscientemente, la Institución: «¿Esque la vida alocada, propia de la juventud sin freno —se pregunta aquél—, favorecíael relajamiento de los vínculos religiosos y permitía, por causa misma del desordenmoral, la ‘conversión’ al revés hacia las doctrinas y las prácticas institucionistas? Siel pensamiento —contesta Suñer— nunca existió tan agudamente intencionado enla realidad, los resultados fueron como si el plan hubiese sido el que expongo». Elbueno de don Francisco Giner de los Ríos o cualquiera de los grandes institucionis-tas (Cossío, Castillejo, etc.) se hubiesen llevado las manos a la cabeza horrorizados:¡todo se lo habrían esperado menos eso!, ¡favorecer ellos el desenfreno sexual! Fren-

te a la corrupción, antiespañolismo y ateísmo de los becarios de la Junta institucio-nista, Suñer propone a este respecto como modelo «lo ya hecho por nuestro propiopaís, bajo la gloriosa bandera nacional y el santo patrocinio de la Religión católica, enel Colegio de San Clemente de Bolonia». Con estos amigos, verdaderamente que elColegio español de Bolonia (donde yo mismo fui becario en 1959 y 1960) no necesitapara nada de enemigos.

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humildes o de los adolescentes, todos intelectualmente débiles —ase-gura el director de la ACN de P—, incapaces de resistir y ni aun de

conocer este gran envenenamiento, ‘La Barraca’, teatro de FUE, fueampliamente subvencionado, recorrió villas y ciudades...». Este mis-mo juicio aparece en otro de los colaboradores del volumen (Romual-do de Toledo), criticando «el teatro ambulante —‘La Barraca’—, des-pensa de nutrición de la FUE y altavoz espléndidamente remuneradopara las herejías y extravagancias de García Lorca»37.

Nada se salva de la crítica inquisitorial: ni el Instituto de Filosofía«Sanz del Río» («este triste personaje»); ni la Universidad de Veranode la Magdalena en Santander, reprobada —¡lo que es la vida, y lo

que habría de verse allí durante el franquismo!— por ser «centrolujoso de veraneo de muchos profesores de la secta», acusa MartínSánchez Juliá; ni «el Centro de Estudios Históricos para Letras e His-toria o el Museo de Ciencias Naturales, vivero —sigue aquél— de‘transformistas’ materialistas, que han arrancado en libros y cátedrastantas creencias con fáciles declamaciones contra el Génesis, a basede atractivas novelas darwinistas en las que se palpa y casi se ve pasardel infusioro a la medusa y del reptil al pez o al ave, al mamífero y aeste hombre perfecto que somos hoy los vivientes», concluye contrael evolucionismo (otra de las obsesiones reaccionarias de toda época)Fernando Martín-Sánchez Juliá con un renovado «miedo al mono»,traído de los integristas católicos del siglo XIX.

 Asegura nuestro autor y no había razón para dudar de ello: «Muydistintos serán los tiempos venideros a los historiados en las páginaspasadas». Para ello solicita medios a fin de que «nuestros jóvenes cató-licos y españoles triunfen»: «Así serán éstos dignos de ofrecerse anteel altar de nuestro Dios y de adornar las aras de nuestra gran Espa-

ña». No faltaron, entre la penuria reinante, abundantes medios parael triunfo de esos «jóvenes católicos y españoles»: sólo que unos, enefecto, adornaron esas aras, y otros —con aras y altares— se pasaronsin más a la oposición y a la democracia38.

37.  La Institución, cit., pp. 117 y 215. Sobre  Las Misiones Pedagógicas (1931-1936), disponemos hoy de la obra colectiva, con abundante y significativo material

gráfico, editada por el Ministerio de Educación y Ciencia, Ministerio de Cultura, So-ciedad Estatal de Conmemoraciones Culturales y otras instituciones, Madrid, 2006.

38.  La Institución, cit., pp. 116, 119 y 122. Para un resumen sobre esos «tiemposvenideros» en el orden de la cultura, y también para las diversas orientaciones de esos«jóvenes católicos y españoles», remito a mi ya citado libro, Pensamiento español en laera de Franco (1939-1975), así como a la bibliografía allí mencionada.

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3. FASCISMO CATÓLICOCONTRA LIBERTAD POLÍTICA E INTELECTUAL

La verdad es que, por debajo de todas estas grandes palabras, latía eltemor y la intuición de que iba a ser difícil acabar por la fuerza con lasideas institucionistas, liberales, socialistas o de cualquier otra discre-pante orientación. Se sospecha —con fundamento, reconozcámoslo—,y se teme, que la «razón de la fuerza» (utilizada entonces sin el menorgénero de escrúpulos y cortapisas) no va a ser suficiente para cercenardel todo y para siempre la «fuerza de la razón». Por ello, se advierteobstinada y obsesivamente contra el peligro de renacimiento de esas

disolventes ideas simbolizadas en la Institución.«Para eso escribimos», dirá sin tapujos Martín-Sánchez Juliá, y se-ñala, a su vez, hablando del entonces invocado como único y granMaestro, don Marcelino Menéndez Pelayo, unilateralmente interpre-tado, por otra parte: «La Institución Libre pudo reducirle el númerode sus oyentes entre los contemporáneos, y con sus artes eficaces en-venenar de errores al pueblo español, desviarle de su ruta histórica yhasta despojarle de instituciones públicas multiseculares. Pero la Espa-ña renaciente, ansiosa de verdad e inquieta por sacudir la servidumbre

intelectual de la Institución Libre y sus afines, al mismo tiempo quevuelve su pensamiento al Maestro, con voluntad de estudiarle, quiereinquirir y tiene derecho a saber quién echó la semilla y cómo enraizóel árbol del institucionismo a fin de conocerlo bien y evitar que retoñesobre la tierra cruentamente redimida de España»39.

¡Estad vigilantes! ¡La «Institución» no ha muerto!, avisan una y otravez los celantes de la fe, política y religiosa, de los años cuarenta. Es-cribe así Carlos Riba, decano entonces de la Facultad de Filosofía y Le-tras de Zaragoza: «Juzgaría equivocadamente este capítulo y los demásque componen el presente libro quien viera en ellos feroces lanzadas alenemigo muerto o ingenuos desahogos de un simple valor retrospecti-vo; porque bien pudiera suceder que cuando las armas victoriosas denuestro Ejército y Milicias hayan devuelto a España su glorioso pasado,intentara este viejo y frondoso árbol de la Institución, que hoy pareceabatido por las circunstancias, retoñar de algún modo, con todas o conalgunas de sus ramas, al calor —dice, sic, Riba— de la España generosay olvidadiza que se adivina para los días alegres de la paz»40.

39.  La Institución, cit., p. 89.40.  Ibid., cit., p. 168. Anotación marginal ecológico-teológica: obsérvese que con

mucha frecuencia los integristas, en sus condenas de la Institución como algo nefandoy perjudicial que hay que cortar y arrancar evitando que rebrote, utilizan el símil deaquélla como árbol frondoso, símbolo —parece— del Mal. Cabría, por tanto, pregun-

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¡Ojalá hubiese muerto la «Institución» y no tuviésemos ya que per-seguirla!, exclaman apesadumbrados nuestros incansables y sufridos

inquisidores, siempre preocupados y sacrificándose por nuestra sal-vación, eterna y temporal. Pero desgraciadamente no es así y —re-cién acabada la guerra— hay que ponerse de nuevo en «camino» paraseguir combatiendo: «Nadie pensará que este libro —dicen los cita-dos prologuistas— es ‘gran lanzada a moro muerto’. Sería demasiadodesprevenido e ingenuo. ¡Ojalá —reconocen— nuestra lanzada fueraa un cadáver! Gustosos sacrificaríamos nuestra gallardía — sic— a latranquila seguridad de que el institucionismo había muerto y era irre-sucitable», suspiran, humildes y anhelantes de paz, nuestros benéficos

custodios. Pero ya sabemos que no es así, sino que, por el contrario—se aceleran enseguida aquéllos, con los ojos inyectados, susurrandosiniestramente en nuestros incautos e incrédulos oídos— «el morbo-so espíritu de la Institución Libre penetra por vías desconocidas y esinobservable e inaprensible, como un ultra-virus, que sólo se diagnos-tica cuando ya ha producido sus patológicos efectos»41.

Pobres de nosotros, no nos quedaba otra solución; había obligato-riamente que vacunarse contra tan peligroso y perverso ultra-virus. Alos que entonces (años cuarenta) éramos niños —a los mayores se lespurgaba— se nos vacunaría masivamente en las escuelas con píldoras,con pastillas, se decía entonces —las cuales resultaron ser intragables«ruedas de molino»— o, sin más, quisiéramos o no, pinchándonosconstantemente: a la postre, con más dolor, pero con igual falta deeficacia, al menos para una buena mayoría. La vacuna no daba real-mente para más42.

tar uniendo a ambos: ¿odio a la Institución (cultura) y odio al árbol (naturaleza)? En

ese mismo capítulo que trata sobre la Residencia de Estudiantes («cuartel general de lasmilicias estudiantiles envenenadas por los sabios de la Institución»), el decano de Za-ragoza dirá que «las múltiples actividades institucionistas nos han agraviado en nuestratriple condición de españoles, de católicos y de docentes». En relación con aquélla ycomo contrapunto de tal imagen, cf. la obra de Alberto Jiménez Fraud, La Residenciade Estudiantes (seguida de su trabajo «Visita a Maquiavelo»), con una extensa intro-ducción de Luis G. de Valdeavellano sobre «Un educador humanista: Alberto JiménezFraud y la Residencia de Estudiantes», Ariel, Barcelona, 1972.

41.  La Institución, cit., p. 21.42. Reconozcamos ahora, y agradezcamos, que una parte de los encargados en las

escuelas de aquella campaña general de vacunación ideológica debieron, no obstante,

de colaborar en ella o de mala gana o, al menos, con no excesivo entusiasmo: ¡quiénsabe si ellos mismos no estaban o habían estado también infectados por el ineliminablevirus! Hasta sospecho que algunos de nuestros maestros (los «proto-enanos infiltra-dos», serían) dieron incluso el cambiazo a la tal vacuna. Hablo, conviene aclararlo,de las escuelas estatales o particulares (Institutos y Academias) no dependientes deórdenes religiosas, pues son aquellas de las que yo tengo más directa experiencia. En

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Pero ¿qué contenía, en qué consistía realmente el antídoto al ve-neno liberal institucionista? A grandes rasgos, y con ligeras variantes

entre los creadores e intérpretes del «nuevo orden», puede decirse queaquél expresaba con bastante coherencia la ideología integrista y tota-litaria del nacional-catolicismo español de la época43. En los libros queaquí estamos comentando hay, en efecto, elementos suficientes, comollevamos viendo, para ilustrar y recomponer tal ideario político cerca-no al que cabría denominar como «fascismo católico», concepción deraíz profundamente reaccionaria. Pero junto a lo ya mencionado, seña-lemos todavía algunos otros rasgos más concretos y complementarios.Por ejemplo, las referencias constantes al antiliberalismo, al antipar-

lamentarismo y a la crítica negativa al sufragio universal. Exclama asíalborozado uno de los autores: «Ya no existen trabas parlamentarias aque la catástrofe del sufragio universal inorgánico nos llevaba dentrodel maldito régimen liberal».

Éste, si bien fuese a su vez por miedo al socialismo que de él podíalegítimamente salir, se convierte de hecho en el enemigo principal. Así,frente a «arrepentidos» de la España republicana que querrían salvarde la derrota a los liberales, la actitud es bien clara: el vencido es nosólo el marxismo, sino también el liberalismo. Arguye en esa actitud

mi libro Un itinerario intelectual. De filosofía jurídica y política (Biblioteca Nueva, Ma-drid, 2003) he incorporado esos y otros recuerdos también de mi biografía personaly familiar.

43. Léase, entre otros trabajos suyos sobre estos temas, el muy interesante artícu-lo de Enrique Miret Magdalena, «La educación nacional-católica en nuestra postgue-rra»: Tiempo de Historia 16 (1976), pp. 4-21, recogido en su libro Religión e irreligiónhispanas, Fernando Torres Editor, Valencia, 1976. Allí, analizando los numerosos cate-cismos que entonces se publicaban, y que «han servido —dice— para introducir en las

jóvenes cabezas de los educandos lo que nuestro clero hispanista pretendía insistente-mente introducir dentro de ellas», llega Miret a postulados de ese nacional-catolicismoprácticamente idénticos a los de aquí obtenidos estudiando a los críticos de la Institu-ción. Cf. por ejemplo (p. 11), lo que escribe a propósito del Catecismo Patriótico Es- pañol, del padre dominico, después obispo, Menéndez Reigada, «declarado texto paralas escuelas por Orden del Ministerio de Educación Nacional de 1 de marzo de 1939».También en ese catecismo se señalaba que los enemigos de España son, entre otros, «elliberalismo, la democracia, el judaísmo», y también allí se avisa —por el dominico yobispo, en lenguaje sumamente caritativo y científico— de que hay que estar vigilantesporque aquellos, «como sabandijas ponzoñosas, escóndense en mechinales inmundos,para seguir desde las sombras arrojando su baba y envenenando el ambiente». Subra-

ya Miret: «La dureza, la crueldad, la censura y el espionaje entre españoles son lasactitudes falsamente evangélicas que se desprenden de la enseñanza de este religiosoespañol». Hay igualmente en el mencionado Catecismo, señala aquél (pp. 14 y 15),una directa apología del «Estado totalitario cristiano», que «es —reconoce MenéndezReigada— el que tenemos en España». (El mencionado Catecismo Patriótico Español se publicó en Salamanca en el mismo 1939.)

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el anónimo colaborador que se firma XYZ: «Es decir que, para estearrepentido, en España no ha sido vencido ni había necesidad, por lo

visto, de vencer más que el marxismo puro; a todo lo demás, inclu-yendo entre esto último el liberalismo, con todas sus zarandajas, hijode la Revolución francesa y verdadero incubador del puro marxismo,que lo parta un rayo»44.

En relación con ello, una de las características centrales de tal ideo-logía será su afirmación y explícita defensa del Estado totalitario, ad-mitido entonces, en efecto, como definidor por la mayor parte de losautores45. Se trata —suele decirse— de un «fascismo a la española»,con fuertes ingredientes de integrismo católico tradicional, pero, en

definitiva, provisto de los rasgos fundamentales propios de toda ideo-logía fascista, en la que son constantes los ataques y las críticas mimé-ticas y en amalgama a masones, comunistas, liberales, judíos, marxistasy socialistas46.

Común a esa concepción del mundo (mezcla de totalitarismo mo-derno y de integrismo tradicional) será la afirmación de que en elterreno ideológico —como escribe expresamente Martín-Sánchez Ju-liá— «la intransigencia es una exigencia de la verdad»47. La pobrezay dogmatismo de la vida intelectual que de ahí deriva está presentea lo largo de casi todas las páginas del tal libro; e, inmovilista, se-ñala el presidente de la ACN de P, en ese mismo contexto, que enlas «disciplinas del espíritu la invención real apenas cabe». Con estospresupuestos, con la mera repetición acrítica de lo ya inventado (porejemplo, por Tomás de Aquino en el siglo XIII), con el miedo a la librecrítica y con el recelo —cuando no el desprecio— al auténtico trabajointelectual, se abrían realmente todas las posibilidades para la incul-

44.  La Institución, cit. (Romualdo de Toledo), p. 257 y (XYZ) p. 269: las cursivasdel puro marxismo en el convincente argumento final son del propio XYZ.

45. Cf. Miguel Allué Salvador, La Institución, cit., p. 135, texto ya citado en lanota 21. Véanse, entre otros libros de la época, los de Juan Beneyto,  El nuevo Estadoespañol, El Régimen Nacional-Sindicalista ante la tradición y los demás sistemas tota-litarios, Biblioteca Nueva, Madrid, 1939, o de Luis del Valle Pascual, El Estado nacio-nalista, totalitario, autoritario, Athenaeum, Zaragoza, 1940. Sobre la calificación delEstado franquista en su conjunto (hasta 1975) y en sus «diferentes» fases, dictatorial,totalitaria, autoritaria, remito a la bibliografía mencionada en mi libro Socialismo en España: el partido y el Estado, cit., p. 174.

46. Cf., como simple muestra, La Institución, cit., pp. 261 y 263; Los intelectua-les, cit., pp. 167 y 171-172.

47. «Y la verdad dentro de nosotros está», dirá, cuanto menos con frase ambigua,Martín-Sánchez Juliá ( La Institución, cit., pp. 86 y 94) hablando a propósito de que en es-tas cuestiones «el pensamiento nacional culminó las más altas cimas». Ese «nosotros» —enque está la verdad— parece identificarse, pues, con el llamado «pensamiento nacional».

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tura, la ignorancia y el confusionismo mental que de hecho nos hanamenazado y, en parte, dominado durante largos años en ese último

período de la historia de España48

.El irracionalismo, el anti-intelectualismo sin más, hacen acto depresencia, caracterizando a ese tradicionalismo y a ese fascismo espa-ñol. Hay en él un odio, apenas disimulado, a los intelectuales libres, aquienes —con unos u otros métodos y filosofías— pasan por el tamizde su razón y de su conciencia crítica todos los dogmas y principioséticos, religiosos o políticos que se pretenden absolutos. En las páginasprecedentes, hay, creo, abundantes muestras de tal actitud. Despuésde criticar, como ya vimos, a la Junta para Ampliación de Estudios,

a las Misiones pedagógicas, a «La Barraca» de García Lorca, añadeahora Romualdo de Toledo otra larga serie de instituciones conside-radas nefastas por inspirarse más en una concepción «racionalista» que«espiritualista» de la cultura. Escribe así: «Y el patrimonio del Museode Ciencias Naturales, coto cerrado de toda una dinastía de natura-listas; el del Museo del Prado; el del Museo de Arte Moderno; losrecientemente creados para las Escuelas Sociales de Trabajo e Institutode Reeducación de Inválidos, y, en fin —elogia sin querer don Romual-do—, tantos y tantos organismos, Juntas y Corporaciones, todos ellosregidos por idénticas personas, controlados por la misma organizacióne inspirados en la misma idea disolvente de disgregación nacionaly —añade aquél, en relación con este tema— de racionalización denuestra cultura fundamentalmente espiritual». ¡Todo a la hoguera!

«Cultura espiritual» es una expresión que —aun pudiendo tenerotros aceptables significados— entre nosotros se ha tomado con dema-

48. Véanse en ese libro colectivo algunas muestras de tal ignorancia y caos men-

tal; así, por ejemplo, cuando —hablando tópicamente del exotérico léxico filosóficokrausista— Guallart afirma con toda seriedad (p. 205) que «su lenguaje sibilino e inin-teligible fue el lenguaje de la triste generación del 98». ¿Cómo se puede afirmar queel lenguaje krausista (sin negar, por supuesto, las influencias) es el lenguaje del 98, y,sobre todo, cómo se puede afirmar que Azorín, Unamuno, Baroja, Machado, etcétera,usan un lenguaje sibilino e ininteligible? Sólo se puede afirmar tal cosa sin haber leí-do, claro está, ni a unos ni a otros, krausistas y noventayochistas. Tampoco está malel «razonamiento» en que se introduce (p. 187) José Talayero al tratar de la EscuelaSuperior del Magisterio. Señala que «el ambiente intelectual de la escuela era marca-damente kantiano y krausista. El espíritu pedagógico era —dice— el aleteo viviente deRousseau. La entraña de las ciencias experimentales, a pesar ( sic) de su objetividad, era

profundamente cartesiana». Pues bien, con tan prestigiosas y profundas presencias einfluencias —aludidas sólo, por lo que se ve, para facilitar el ataque ideológico— afir-ma a renglón seguido el maestro nacional Talayero que en tal Escuela Superior delMagisterio «serio no había nada»; la prueba concluyente es que «la hemos visitado—asegura— varias veces por el deseo de aprender algo práctico y objetivo sin lograrlonunca». ¡Si él lo dice!

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siada frecuencia como negación de la libertad crítica y como total sub-ordinación de la razón a concretas instancias teológicas y temporales

interpretaciones dogmático-religiosas e incluso dogmático-políticas.Se contrapone así el nunca exagerado, más bien armónico racionalis-mo de la Institución, «que es duda y vacilación, al resplandor —se nosdice— de la Verdad Eterna». En esta Verdad, tal y como es mística-mente intuida por el oráculo integrista, ya no hay duda ni vacilaciónalguna. En el racionalismo de la Institución (racionalismo armónico,realismo racional, como ya vimos) se inspira —leemos— «la seleccióndel profesorado universitario, donde apoyaba sus venenosos tentácu-los caciquiles y forjaba, a su capricho, una generación irredenta que

entregaba a la voracidad del materialismo moscovita». En cambio,«el resplandor de la Verdad Eterna», reinterpretada por el nacional-catolicismo, constituye «el foco de luz inextinguible para alumbrar elcamino que nos había de llevar al espléndido oasis de nuestra culturatradicional netamente española»49.

Ese mesianismo elitista se compagina perfectamente —éste es,aun con lenguaje a veces desgarrado y enmascarador, otro de loselementos típicos del fascismo y, por añadidura, del paternalismocatólico— con la más estéril y esterilizante demagogia social. Al pue-blo siempre se lo considera (por naturaleza primera o por naturale-za segunda) como incapaz, como un inferior al que se compadece:«masa mediocre de los mortales», dice Suñer, que no sabe lo quequiere y que, por tanto, es presa fácil para el veneno impartido porlos intelectuales sibilinos de la Institución. Éstos son los verdaderosculpables, repite Suñer una y otra vez, machaconamente; al pueblose le engaña, al pobre pueblo —eterno menor de edad— lo que hayque hacer es protegerlo, defenderlo en primer lugar de los engreí-

dos y malintencionados intelectuales, así como de la cultura y de lasideas que ellos producen. Nada de llevar a cabo una amplia difusióncultural, nada de libros baratos o regalados (libros para el pueblo escasi peor que armas para el pueblo), nada de excesiva extensión odemocratización de la enseñanza. Cuanto menos sepa, casi mejor.¡Y más feliz será! Al pueblo hay que protegerlo del error, educarloen la «sana doctrina» y obligarlo a que obedezca a sus superioresnaturales.

49.  La Institución, cit. (Romualdo de Toledo), pp. 216 y 217. Habla así el mis-mo autor (p. 254) de «la traición de una intelectualidad de la que tan sólo se salvan—dice— los discípulos de nuestro gran Balmes y los cultivadores de la doctrina conque nuestro Menéndez y Pelayo alumbró al mundo en la postrimerías de nuestro sigloanterior».

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 Algo —poco— para el pueblo, pero sin el pueblo, parece ser lanueva divisa basada en la caridad cristiana hacia los humildes. Escribe

así Suñer: «Llenos de caridad y de tolerancia para los de abajo, hacefalta rectificar nuestros trabajos y direcciones de los pasados años, dis-minuyendo el amor al propio interés y aumentando el que debe sentirsehacia los humildes. A los hijos de los obreros hay que darles enseñanzacristiana, habitación, alimentos, en los mismos colegios y en las mismasclases donde se educan los que se encuentran en mejor situación econó-mica: no separados, sino unidos a éstos es como deben vivir, aprendery alimentarse. Una nueva trascripción de la vieja doctrina de Jesús urgeponer en práctica, con extensión e intensidad adecuadas para remediar

las desdichas sociales. A esto será necesario añadir asistencia a las fa-milias menesterosas, encauzando dentro de una disciplina de hierro lavida del hogar, modesto, pero confortable; sencillo, pero higiénico. Sindestruir el capitalismo con sistemas anárquicos, será menester dirigir-lo, limitarlo en sus excesivas libertades y encauzarlo de la manera másconveniente. Éstas y otras muchas cosas más es menester que se realicenen la nueva España. Obra descomunal, sin duda, que sólo tendrá éxitoseguro con el hombre capaz de llevarla a cabo».

Después de exigir a tal hombre excepcional una «voluntad deacero inoxidable», concluye el pediatra Suñer: «Soy un firme con-vencido de que la regeneración de España sólo se logrará el día queuna selección de los mejores —que (advierte) no quiere decir los más‘intelectuales’— se cumpla de un modo decisivo. Un puñado de hom-bres bien elegidos y unidos sin reservas podrá hacer, sin duda, la felicidad del país»50.

En este simplismo de sus concepciones políticas —elección caris-mática, no democrática, de los mejores— lo único que a Suñer le pre-

ocupa es (contrariamente a Platón) que no sean los (esos) intelectualeslos dirigentes: «Para que este programa ideal pueda cumplirse —in-siste aquél— hace falta practicar una extirpación a fondo de nuestrosenemigos, de esos intelectuales, en primera línea, productores de lacatástrofe. Por ser más inteligentes y más cultos, son los más respon-sables».

Tal concepción política (fascista-paternalista) y el odio a los inte-lectuales liberales y socialistas aparece por lo demás en perfecta con-sonancia con su concepción de la Universidad y de los universitarios.

Hay una página de este inefable don Enrique Suñer que no quierodejar sin transcribir, aunque con ello recargue aún más este ya excesi-

50.  Los intelectuales, cit., pp. 33 y 169-170.

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vamente largo compendio-glosario de textos sobre las desventuras dekrausistas e institucionistas en la España del «Imperio hacia Dios». En

ella, el ilustre catedrático se nos muestra coherentemente partidariode una Universidad espécimen «Casa de la Troya», al propio tiempoque arremete, una vez más, contra la nueva Universidad influida porlas ideas institucionistas.

Dice así el doctor Suñer hablando del discurso que pronunció enel Teatro Alcázar, de Madrid, en 1930, a demanda de los estudiantescatólicos adversarios de la FUE: «Hice observar los derroteros lamen-tables por los que marchaba la vida académica. Aludí a la constante in-disciplina de los escolares y al carácter especialísimo de la misma. Las

huelgas de ahora —decía yo— en nada se parecen a las de los tiemposmozos. Entonces era el anticipo de vacaciones, un acontecimiento pú-blico solemne, el simple aburrimiento en la asistencia a la clase, loque motivaba algaradas sin matiz político ni trascendencia pública. Alestudiante le pedía el cuerpo ‘hacer novillos’, marcharse al Retiro oa la Moncloa, correr, saltar, tomar el sol, chicolear a las muchachas:nada entre dos platos, ¡pura alegría infantil!», añora el catedrático conimplicaciones de más hondo y negativo alcance tanto en las relacionesinterpersonales como en las de carácter político y social51.

«Mas ahora —se entristece, lúgubre, nuestro autor— las cosashan cambiado. Los movimientos turbulentos eran sombríos, tenaces,llenos de contumacia. Los propósitos tenían un alcance político y so-cial insospechado. Existían ‘agentes provocadores’, directivos ocul-

51.  Ibid., cit., pp. 135 ss. Ese concepto del estudiante universitario señorito yjuerguista («Casa de la Troya»), se corresponde en estos textos con una visión cohe-rentemente reaccionaria y degradatoria de la mujer universitaria española. Así, Carlos

Riba ( La Institución, cit., pp. 172-173) se lamenta de que la «Residencia de señoritas»de la calle Fortuny, que «parecía tener en su carácter femenino la mejor coraza paradefenderse contra intromisiones ajenas a sus propios fines [...], sufriera en el curso de1932 a 1933, en plena vorágine de gamberrismo social y político, la quiebra de tenerque abrir las puertas de la casa para que dieran conferencias ‘reservadas a las alumnasde la misma’ a Victoria Kent, Clara Campoamor, Américo Castro y otros propagan-distas de la España roja. La Institución actuaba también en la Residencia de señoritas—llora compungido el profesor y decano Carlos Riba— y hacía política sectaria enun centro que, por su doble carácter de cultural y femenino, ¡merecía las máximasdelicadezas y respetos!». Una mujer —Laura de los Ríos—, que vivió de cerca aquellosmomentos, nos ha transmitido una concepción completamente diferente, es decir, muy

positiva, de lo que para ellas (aunque no sólo para ellas) representó su formación hu-mana e intelectual con los institucionistas (véase Cuadernos para el Diálogo, 2.ª época,162 [5-11 de junio de 1976], p. 23). En esta misma genérica dirección, véase la obracolectiva, con Pilar Folguera como compiladora, El feminismo en España: dos siglos dehistoria, Editorial Pablo Iglesias, Madrid, 1988 (nueva edición, con alguna actualiza-ción de datos, en 2007).

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tos, cerebros escondidos, maduros y saturados de tenebrosos planes.En los rótulos de los tableros de anuncios, a la puerta de las Faculta-

des, aparecían palabras frecuentemente de hondo sentido subversivo.Los grupos ‘sin Dios’ anunciaban en caracteres impresos sus ateasinclinaciones. Parecía absolutamente evidente que un plan misteriosofraguaba una conmoción importante en la vida española. Hasta lle-gué a expresar mi convencimiento de que la técnica empleada recor-daba muy exactamente la seguida por los comunistas rusos. Traducíayo entonces los primeros vagidos de la criatura engendrada por micerebro, que sin duda se hallaba alojada en el seno más íntimo demi subconciencia. Con verdadero sentido profético —aquí creo que

exagera vanidosamente el doctor Suñer— lancé al exterior la génesisde una revolución judaicomarxista que, a la hora aquella en que ha-blábamos (1930), se hallaba incubando en España»52.

Pero el doctor Suñer, junto a esa «revolución judaicomarxista» porsu cerebro —dice— engendrada, arremete también en su libro contrala España liberal, contra los políticos liberales de la Restauración ymás aún de la República, así como contra todos los intelectuales de esesignificado, desde Sanz del Río para acá. En todos ellos echa en falta—dice, acabando por exhibir sus modelos, el presidente del Tribunalde Responsabilidades Políticas— una «labor profunda, austera, callada,aplicadísima, como la realizada por esos dos grandes hombres, geniosde hoy y de mañana, que se llaman Mussolini y Hitler»53. El discípuloespañol de ellos seguiría en efecto, y a su modo, esa labor y dominaríadictatorialmente este país hasta su muerte, aquella inolvidable madru-gada del 20 de noviembre de 1975.

52. Digo que exagera vanidosamente en su prioridad como profeta porque yaantes de 1930 (antes que él, por tanto) casi todos los fascistas —en el poder en Italiadesde 1922— y todos los nazis alemanes y asimilados hablan, en efecto, de esa conjurajudaico-marxista y también masónico-liberal. Pero —seamos objetivos— lo que sí po-día don Enrique Suñer reivindicar con pleno derecho era uno de los primeros puestosen el fascismo de nuestro país. Como señala Paul Preston, el boletín de la  Entente Internationale Anti-Comuniste, presidida por el suizo Théodore Aubert y editado enGinebra, influyó en ese sentido y antes de esa fecha en algunos otros importantes per-

sonajes de la extrema derecha española, por ejemplo, en el propio general Franco, quefue suscriptor de aquél durante muchísimos años.

53.  Los intelectuales, cit., p. 35. Por supuesto que se trata de modelos que el ca-tedrático de Pediatría considera, en todo caso, que hay que «españolizar» (p. 171); elobjetivo, una vez más, es —digamos— la búsqueda de ese particular, y castizo, fascismocatólico español, lo que aquí también denominamos como nacional-catolicismo.

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 JOAQUÍN RUIZ-GIMÉNEZ:UN CAMINO HACIA LA DEMOCRACIA*

Es posible que algún lector se muestre de entrada sorprendido o ex-trañado por la presencia de Joaquín Ruiz-Giménez —un católico pro-cedente, incluso dirigente algún tiempo, del régimen impuesto por losvencedores de la guerra civil— en este consecuente recorrido intelec-tual y político de carácter crítico, ilustrado y democrático que va aquí

de la Institución a la Constitución. Ante ello, lo que yo me adelantaríaa aducir como justificación fundamental, aunque no única, es el sig-nificado de su gran labor como eficaz aglutinante de las gentes e ideasque configuraron la revista y casa editora que fue de 1963 a 1976Cuadernos para el Diálogo. Como resaltaré en estas páginas, allí enesos trece años de puntual salida mensual y en los centenares de librosy folletos editados está buena parte de la cultura plural y del pensamien-to político que enlazaría con la preexistente oposición a la dictadura ysin la cual no se entiende del todo la cultura política de la transición,

ni la posterior construcción de la democracia en nuestro país. En laslistas de quienes colaboraron en/con Cuadernos para el Diálogo están

* Se fusionan en este capítulo —tras las iniciales palabras escritas ahora paraeste libro— tres anteriores trabajos míos sobre aquél: uno, que es aquí el primer epí-grafe, procede de mi contribución al volumen colectivo La fuerza del diálogo. Home-naje a Joaquín Ruiz-Giménez, Alianza, Madrid, 1997; otro, los epígrafes segundo ytercero, formaron parte de mi Laudatio en el acto de investidura de aquél como doctor

honoris causa por la Universidad Autónoma de Madrid el 6 de junio de 2000: este tex-to fue después publicado, con el mismo título que este capítulo, en la revista Sistema (158 [2000]) también como homenaje a quien fue el creador y primer presidente dela Fundación editora de ella desde sus inicios en enero de 1973; en el texto del cuartoepígrafe que va aquí como epílogo, se indica su propia procedencia de un artículopublicado en el diario El País el 27 de junio de 1982.

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no pocos de los que serían después futuros protagonistas de ella y dela elaboración de la propia Constitución.

Pero asimismo alegaría, en un ámbito académico y de manera másconcreta y específica, el apoyo personal e institucional que desde sucátedra proporcionaría Ruiz-Giménez para la renovación en pluralesperspectivas de la filosofía jurídico-política en la Universidad españolade aquellos años, como saben muy bien los hoy profesores y estudio-sos de aquella. Quienes entonces éramos sus jóvenes adjuntos pudi-mos así ocuparnos de indagar y publicar, por ejemplo, sobre un aquíinexistente Estado de Derecho (el autor de estas líneas, postulandoun Estado democrático de Derecho) o, con las mismas ausencias, so-

bre los derechos humanos, Gregorio Peces-Barba quien andando eltiempo sería, en representación del PSOE, uno de los «padres» de laConstitución. Junto a ello, en las series de libros editados por Cua-dernos para el Diálogo, se publicaron por entonces, entre otras obras,las muy valiosas tesis doctorales realizadas en el marco de su cátedrapor Francisco Laporta, Emilio Lamo de Espinosa, Virgilio Zapatero yManuel Núñez Encabo, sobre intelectuales de la Institución Libre deEnseñanza, algunos de ellos (Julián Besteiro y Fernando de los Ríos),a su vez, destacados exponentes socialistas1.

En ese contexto histórico y personal es en el que situaría yo aquíesta exposición, sujeta a críticas y debates, sobre las aportacionesde aquél —no entro en las de carácter más jurídico como profesio-nal de la abogacía ni en sus defensas de destacados procesados po-líticos y sindicalistas— durante todo este tiempo de la vida públicade nuestro país.

1. CRISTIANISMO Y IUSNATURALISMO

Conocí personalmente a Joaquín Ruiz-Giménez en la primavera de1956 cuando, escasas semanas después de ser destituido por Francocomo ministro de Educación, se reincorporó a sus tareas docentes enla Universidad de Salamanca todavía dentro de ese curso 1955-1956.

 Allí es donde, tras graduarme ese mismo año, comencé yo enseguida acolaborar con él, luego (en 1960) en la Universidad de Madrid, comoayudante en su cátedra de Filosofía del Derecho. Desde entonces

(¡hace ya más de cincuenta años!) le he tratado como maestro y ami-go con cierta cercana e intensa asiduidad, mucho más en unas épocasque en otras, a lo largo de todo este incitante y complicado tiempo

1. Remito para más datos a la nota 23.

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nuestro en el que, junto a otras cosas, se fueron acrecentando las víasde oposición para la transición de la dictadura a la democracia.

Cuando con tal perspectiva me pongo a escribir (y ahora revisar)estas breves páginas, evocando y asumiendo desde hoy esa dilatadaexperiencia, me complace poder comprobar y concluir con bastantecerteza que, en su trayectoria vital, en su circunstancia histórica, res-pecto de la conformación de su carácter y su criterio, en la conviccióny adaptabilidad de sus principios, Ruiz-Giménez es un hombre que haido siempre a más, que ha ido siempre a mejor, a mucho mejor. Hagoaquí esta «medición» cualitativa desde valores —algunos, los más per-sonales, presentes en él desde el principio— como los de solidari-

dad, dignidad humana, conciencia moral de la igualdad y la libertad,comprensión hacia los otros, movilización incansable y esperanzadaen favor de tales valores que, en su evolución posterior, darían comoresultado la consecución y el fortalecimiento de una sociedad y unasinstituciones realmente democráticas.

Esto, que considero objetivamente indudable, me parece que hasido también muy relevante como incentivo vital para llegar en sudimensión personal a una feliz, fructífera y abierta longevidad. Su cri-terio se ha construido en el diálogo, la generosidad y el profundorespeto a los demás. Hombre de profundas convicciones, incluso deutopías racionales, es por entero consecuente con sus principios éticospero, realista a la vez, sin olvidarse nunca ni despreciar para nada lasefectivas consecuencias que pudieran producirse sobre los hombres ymujeres individuales, sobre la circunstancia social en la que aquéllosoperan. Hablando de esa su evolución, resultaría erróneo considerarque tal progresión vital de signo positivo sea algo que tiene siemprelugar en la existencia humana, en todos los individuos y, en concreto,

respecto a su cualidad ética y/o intelectual, como un a modo de resul-tado natural de la mera madurez biológica, un atributo que se producesin más en todos los hombres y mujeres cuando avanzan en experienciay en edad. Por desgracia, no es ni mucho menos así: el estancamiento,el retroceso, el miedo, la renuncia, la abulia, la inhibición, puedensobrevenir en una u otra escala en cualquier momento. Pero, por for-tuna, tampoco es cierto que esos u otros similares males sean en modoalguno compañía ineludible de la ancianidad: además de en los me-jores clásicos, tenemos asimismo como buena prueba de ello un muy

relevante testimonio en el libro de Norberto Bobbio De senectute, otrogran maestro y amigo de muchos de nosotros. Junto a lo anterior, es ineludible comenzar señalando algo que

todos sabemos: la profunda y perseverante presencia de la religión,de la fe cristiana, en la biografía, en las actividades y en los escritos de

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 Joaquín Ruiz-Giménez, su muy sincera y arraigada religiosidad. Peroyo discreparía enseguida de ciertas reducciones casi fideístas que en

algún momento él haya podido propiciar sobre sí mismo. Así, cuandoen una relevante e interesante entrevista de finales de los años sesenta2 concedía aquél acerca de sus religiosas dependencias: «debo recono-cer que, efectivamente, de no ser por mi fe yo sería un burgués de ladolce vita, o de lo que fuere. Para mí [añade] sería mucho más cómo-do, e incluso me lo podría autojustificar —y entonces sí que sería unopio de mí mismo—, mantenerme alejado de todo compromiso y detoda lucha social y política». No me lo creo, ni creo (con perdón) queél se lo crea: con religión o sin ella (y sus variantes entre una y otra),

no veo de ningún modo a don Joaquín en esa supuesta vida disipaday frívola, mucho menos aún (porque en lo anterior me parece queexagera) desentendiéndose, displicente, ante las injusticias, las arbitra-riedades y los abusos de poder, de los poderes, desoyendo insensiblelas peticiones de ayuda, de solidaridad, que las gentes, sobre todo laspobres gentes, pudieran dirigirle. No creo, como dice, que él eso se lopudiera autojustificar.

Pero en esa misma indagadora entrevista se identifica mucho me-jor, poniéndolo en positivo y remitiendo además de modo explícitoa las dos dimensiones, religiosa y secular, que, sin plantearse posi-bles conflictos entre una y otra, le valen a él como fundamento desu sistema de valores. Decía allí Ruiz-Giménez: «Mi primer motores una exigencia de fidelidad a mi fe cristiana. Y mi fe cristiana meexige, por encima de todo, luchar contra la injusticia, la opresión yla alienación en que viven millones de hombres en el mundo. Ése esmi principal motor. En segundo lugar —señala enseguida el profesorde Filosofía del Derecho en esos años sesenta— mi enorme vocación

jurídica a través de mi ocupación universitaria. Yo tengo que enseñar,todos los días del año, la teoría de la justicia, la existencia de derechoshumanos, la idea de una comunidad de hombres libres y solidarios.¿Cómo podría enseñar todo eso, si no tratara, al mismo tiempo, devivirlo? Me sentiría terriblemente hipócrita frente a mis alumnos». «Yfrente a sí mismo», le aduce con razón el entrevistador: «Y frente a mímismo», confirma seguro Joaquín Ruiz-Giménez. La conciencia, queen él es a su vez conciencia cristiana, se erige así como criterio básico,sustancial, para la construcción de la ética.

Pasando desde esta perspectiva más subjetiva y personal, a otracon mayores exigencias de objetividad, incluso de universalidad, se

2. Salvador Paniker, Conversaciones en Madrid , Kairós, Barcelona, 1969, p. 344.

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constata con aún mayor claridad en la evolución intelectual, filosó-fica, de aquél esa misma superación del riesgo «fideísta» que estaría

siempre acechando en idearios donde la religión juega un papel tanprincipal. Veámoslo muy gráficamente: la primera edición, 1945, desu manual universitario, llevaba como título el de Introducción ele-mental a la filosofía jurídica cristiana; la segunda edición revisada,1960, se delimitaba ya únicamente, y de ello se daban buenas expli-caciones en sus páginas, como  Introducción a la filosofía jurídica.No es que de 1945 a 1960 Joaquín Ruiz-Giménez hubiera dejado deser cristiano; al contrario, quizás lo era ahora más auténticamente:y por ello, por no confundir ámbitos diferentes, prefería no hablar

de «filosofía jurídica cristiana»; como años después, y por similaresrazones, se resistirá a adoptar, en otro orden de cosas, el rótulo de «de-mocracia cristiana». Lo que hubo, no se olvide, es que en medio deaquellas dos fechas estuvieron las internas experiencias críticas de susaños italianos como embajador ante el Vaticano (1948-1951), comoministro de Educación (1951-1956) y como catedrático en Salamanca(1956-1960), etapas todas ellas —de la última, inicial mía, yo mismopuedo servir de modo directo y personal como testigo— sobre las queél siempre ha insistido fueron decisivas para las profundas transfor-maciones de su pensamiento y de sus actitudes.

Desde entonces, y hasta hoy, las categorías y dimensiones que vana ir paso a paso en él abriéndose camino y fortaleciéndose serán lasde su identificación con la conciencia y razón de la modernidad, latolerancia, el pluralismo, los derechos humanos, la filosofía políticaliberal y realmente democrática. En los inicios de los años sesenta, yaen la Universidad de Madrid (Gregorio Peces-Barba se incorporaríaenseguida como profesor ayudante), la prosecución y ahondamien-

to de todo ello va a conducirle de modo consecuente a un talantereligioso en plena identificación con el espíritu renovador del papa Juan XXIII y el Concilio Vaticano II. Y en una dimensión más ampliay secular, más allá de esos límites, a la preparación y, después, apa-rición en 1963 de Cuadernos para el Diálogo: obra colectiva, piezaclave, junto a otras y junto a otros diferentes colaboradores, paraesa movilización social y política, también religiosa y cultural, queimpregnó la sociedad española y fue, a mi juicio, decisiva para la de-mocracia en nuestro país.

Los escritos allí publicados por Joaquín Ruiz-Giménez entre 1963y 1976, fecha en que aquélla concluiría como revista mensual deestudio y reflexión crítica (como semanario apareció todavía entre1976 y 1978), están recogidos en los dos gruesos volúmenes editadosen 1985 por el Centro de Estudios Constitucionales bajo el rótulo

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de El camino hacia la democracia. Este proyecto se había puesto enmarcha por el autor de estas líneas en 1983, siendo entonces direc-

tor de dicho Centro, como homenaje a nuestro maestro y amigo enla fecha de su setenta cumpleaños y de su jubilación universitaria. Larealización efectiva de tal tarea, de reconocimiento y recopilación dedichos escritos, de ordenación de la cronología y situación explicativade los principales de ellos, amén de varios relevantes estudios y unaimportante entrevista sobre el pensamiento de aquél, fue llevada fe-lizmente a cabo por un valioso equipo del Instituto Fe y Secularidad—destacaría desde mi perspectiva las aportaciones de José AntonioGimbernat y Teresa Rodríguez de Lecea— y cuyo director académi-

co, José Gómez Caffarena, fue el autor de la Presentación generalde la obra.

Estos escritos de Ruiz-Giménez son fundamentales, como asimis-mo lo fueron los de otros numerosos y diferentes colaboradores deCuadernos para el Diálogo (y de otras publicaciones, por supuesto),en ese ámbito plural de formación y debate, para un justo entendi-miento de fondo del contexto social, político, jurídico, cultural, enque iría gestándose críticamente la que luego sería la transición a lademocracia en nuestro país. En este sentido he venido yo propug-nando desde hace tiempo la necesidad de volver con detenimientoy conocimiento sobre todos estos materiales y documentación deCuadernos para el Diálogo  y del propio Joaquín Ruiz-Giménez. Yello para, entre otras cosas, evitar ilegítimas y excluyentes apropia-ciones personalistas que, magnificando algunas forzadas y prudentesaportaciones de casi ultimísima hora (después me referiré a ello) es-tán hoy pretendiendo suplantar y distorsionar lo entonces realmenteacaecido, que fue mucho más colectivo, plural y de mayor coherente

legitimación y legitimidad. La excelente tesis doctoral de Javier Mu-ñoz Soro —primer estudio de fondo sobre la historia y los contenidosprincipales de dicha revista— ha venido por fortuna, es decir, porsu esfuerzo y capacidad, a introducir no poca luz sobre estas y otrasconexas cuestiones3.

3. Dicha tesis doctoral, revisada, «Cuadernos para el Diálogo». Una historia cul-tural del segundo franquismo, ha sido publicada (con un breve Prólogo mío) por laeditorial Marcial Pons-Historia, Madrid, 2006. En la vida interna y externa de aquélla,

suelo yo diferenciar dos grandes etapas: una primera, la más genuina y coherente,de 1963 a 1969 (estado de excepción) y una segunda (1969-1976) con más crisis ytensiones internas —como la derivada del golpe, en septiembre de 1973, contra elgobierno democrático de Salvador Allende en Chile— que reencontrarían la básica yfundamental concordia, tras la muerte de Franco, con el proyecto común y plural de latransición y la Constitución democrática.

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Desde otra dimensión, junto a la política, aunque complementariade ella y que yo también quiero destacar aquí, esos escritos de Joaquín

Ruiz-Giménez son asimismo importantes para la reconstrucción dela fragmentaria y aparentemente preterida filosofía jurídica del cate-drático de la Universidad de Madrid en esos decisivos años de 1963a 1976. En estos dos volúmenes a través de las críticas a unas u otrasmanifestaciones concretas de la legalidad del Estado franquista y, enla medida de lo materialmente posible, también a su (carencia de) le-gitimidad, hay a mi juicio formulaciones, argumentaciones y tomas deposición muy atendibles y valiosas sobre buena parte de los principalestemas que preocupan y deben preocupar a la Filosofía del Derecho

de nuestro tiempo. A diferencia de algún formal neutralismo iusfilo-sófico actual, hay allí mucha mayor proximidad con los problemasreales de la colectividad y con la praxis política y el compromiso éticopersonal e intelectual con aquélla. En su bibliografía y en su biografíaacadémica constituyen, pues, estos escritos una continuidad siempreen los fundamentos pero con muy profundos y decisivos cambios decontenido, de problemas y de respuestas concretas, respecto de aquelmencionado texto (manual) universitario de 1960.

No es este breve capítulo, claro está, ni el lugar ni el momentooportuno, en una obra de más amplio espectro y orientación comoésta, para extenderme en un análisis pormenorizado de su estric-ta filosofía jurídica, ni siquiera para una consideración resumida detodos sus puntos de vista en cada uno de los grandes temas de ella.Quede esto para otros más específicos trabajos e investigaciones pos-teriores, propias o ajenas, que auguro fructíferas, en las que se incluyanlas necesarias posiciones críticas que en todo caso serán ilustrativasde ese nuestro pasado. Aquí no haré sino destacar algunos puntos

esenciales, básicos, de esa su filosofía: tal es, por ejemplo, el que serefiere a su genérica conformidad con la concepción iusnaturalista,o con aspectos de una u otra de sus manifestaciones. Suelo sintetizarel sentido de la progresiva evolución de Ruiz-Giménez en este temacomo paso decisivo, no sin algún residuo, desde un iusnaturalismode carácter más teológico (escolástica medieval) con primacía en laidea de orden —de todos modos tal ideario nunca por él estrecha-mente entendido— hacia un iusnaturalismo de fundamento más ra-cional (Ilustración y modernidad) con primacía de los derechos hu-

manos que derivan de la igual dignidad humana, de la libertad de laconciencia y la solidaridad universal. Así, cuando se le ha preguntado «¿Sigue usted creyendo en el

Derecho natural?», recordemos cómo contestaba aquél en 1969 entérminos que siguen siendo muy significativos de su actitud más con-

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sistente4: «Creo que existen unos valores fundados en el sentido de ladignidad del hombre, en el sentido de la igualdad de todos los hom-

bres. Lo que no creo —añade— es que el Derecho natural sea unaespecie de código hecho de una vez para siempre. No fue ésta la visiónclásica —se ampara Ruiz-Giménez—, ni es hoy posible sostenerla.Pero hay unas exigencias éticas humanas que piden ser cumplidas porel Derecho: si a ese Derecho se le quiere seguir llamando natural,por mí —admite aquél— que se lo llame así. Lo que importa son esasexigencias humanas, ese orden objetivo de valores. Si no —pregun-ta—, ¿qué sentido tendrían las Declaraciones de los Derechos Huma-nos hoy vigentes?». Pero contesta bien el examinando-entrevistador

Paniker: «son libertades adquiridas» (más bien «conquistadas» preci-saría yo, insistiendo en cualquier caso en el alto, altísimo, coste de tal«adquisición»). Y concluye el profesor Ruiz-Giménez con algo que meparece de la mayor importancia, haciendo resaltar que esas libertadesadquiridas «responden no a un acto formal de un legislador, sino a unreflejo de un nivel de la conciencia colectiva de la humanidad . Yo creo—afirma— en una dinámica de la conciencia humana. Si usted mirala Declaración de los Derechos Humanos de 1948, ya le parecerámuy sobrepasada» (las cursivas, casi innecesarias, son mías para mejorreenlazar con lo que viene a continuación).

Proceso de afirmación, pues, del valor fundamental de la concien-cia individual, de la autonomía moral, como cualidad insuprimible eirrenunciable de la dignidad humana, de todos los seres humanos porigual, en libertad y solidaridad. Y a su vez, carácter dinámico, abiertoen el tiempo, de esa conciencia que, como conciencia colectiva de lahumanidad, su mejor y más auténtica expresión se hace a través de lasvías democráticas. Por tanto, que sin «entificación de lo colectivo»,

sin transpersonalismos comunitarios, avanza reivindicando en la his-toria las exigencias éticas que, muchas veces sólo con grandes esfuer-zos y luchas sociales, se van logrando reconocer e institucionalizarcomo derechos humanos, efectivamente protegidos y convertidos enrealidad. Ante la importancia y solidez de tales propuestas, asumiblesdesde diferentes, plurales, concepciones, decae —a mi juicio—, pasaa un muy segundo plano (no digo que desaparezca) la cuestión mástradicionalmente filosófica, cuestión ya cansada y tediosa que en oca-siones parece ser casi únicamente semántica, académica o gremial, de

saber si a todo eso, como hacen los iusnaturalistas, se lo puede o se lodebe llamar Derecho natural.

4. Salvador Paniker, Conversaciones en Madrid , cit., p. 345.

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Como hemos visto, Ruiz-Giménez no pondría excesivos reparosa ello. Pero es verdad que, con tal concesión, don Joaquín se aleja y

se separa de los suyos, que tampoco son, somos, reductivos iusposi-tivistas. Pensamos con Bobbio que el Derecho natural ni es Derecho(sino ética) ni es natural (sino histórico) pero —ya con menos ayudasde Bobbio— que los valores históricos algo más tienen que ver con larazón. En cualquier caso, aquél se nos hace así «amigo» de «enemigos»(en otros lugares he hablado y escrito, «en broma y en serio», acercade esa peculiar —nada schmittiana— dialéctica ruizgimeniana); queson iusnaturalistas y dogmáticos apologetas de un Derecho naturalrealmente contrario, o muy limitativo, de los derechos naturales (de-

rechos humanos o fundamentales), como asimismo de la democraciay de la libertad. Con ellos Ruiz-Giménez no tiene nada que ver. Nopuede negarse, de todos modos, que todo eso, esa utilización, tam-bién puede darse con otros rótulos, en otras teorías, en otras familiasincluso en las mejores, aunque me parece que con menor frecuencia ycontundencia. Desde luego, el positivismo es, y ha sido, casi siempre,más liberal; y aún más que liberal, incluso en el mejor sentido de éste,el de orientación socialdemocrática, como suelen ser las críticas y au-tocríticas (no iusnaturalistas) del mejor positivismo incluyente, no delque excluye toda racionalidad a los juicios de valor.

Por todo ello, por razones de coherencia, y a propósito de taltradicional denominación de la que yo disiento, no quiero perder laocasión (¡no hay muchas!) para criticar con cariño pero con severi-dad al «viejo maestro» por incurrir, como buen iusnaturalista, en elpecado que, con razón, se condena en la famosa falacia: el de llevar ala confusión, a la no suficiente diferenciación, entre el ser y el deberser, entre los hechos y los valores. Otra cosa, pero no entro aquí en

ello, es que algunos de los jueces de tal falacia, por evitar tal fusióny confusión, puedan a su vez ser criticados por producir y propug-nar, o simular, la total separación y escisión entre esos dos sectores—fáctico y valorativo— de la entera realidad. Pero es verdad que eliusfilósofo Ruiz-Giménez ha cometido tal pecado de iusnaturalismoincluso, contumaz, en la solemne ocasión de su jubilación cuando,rodeado de todos sus discípulos, nos dio —así la presentó él— su

 Primera y última lección5. No era su primera, ni tampoco su últimalección; había habido antes y ha habido después muchísimas más;

pero él quería así remarcar la radical relevancia de la cuestión allíplanteada una vez más.

5. Publicada en la Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad Complu-tense de Madrid  71 (1983).

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Relevancia, sin duda, emotiva y racional, en ese texto de su últi-ma clase universitaria oficial. Pero en ella está también esa mentada

falacia iusnaturalista de la que no hay más remedio que discrepar.Nos decía allí nuestro Ruiz-Giménez (las escasas pero significativascursivas son, por supuesto, mías): «En los últimos días de mis clasesordinarias, os recordaba, mis jóvenes alumnos y mis amigos, que elDerecho debe contribuir a encauzar los impulsos de agresividad quellevamos dentro, y a los que contribuyen, en gran medida, las cir-cunstancias objetivas o las estructuras en las que vivimos. El Derecho—seguía aquél y concuerdo plenamente con él— ha de abatir fron-teras, eliminar factores de discriminación o desigualdad. Sólo así el

Derecho será el auténtico ámbito de la libertad para todos los sereshumanos. Sin ese respeto a la libertad de las personas, a la capacidadde despliegue de la personalidad humana —concluye Ruiz-Giménez,metiéndose ya de lleno en las confusas redes del iusnaturalismo on-tológico— no hay propiamente Derecho en una Comunidad, sinomeras pautas mecánicas de existencia colectiva, fruto del Poder. ElDerecho, hemos repetido muchas veces, necesita —sigue aquél— delPoder. Un Derecho sin Poder es algo inerte, dolorosamente ineficazpara encauzar la vida colectiva; pero un Poder sin sujeción al Dere-cho —y vuelvo, felizmente, a estar en total acuerdo con él y los doscon el Estado de Derecho— es la gran tragedia para cualquier co-lectividad humana». Lo que ocurre, don Joaquín, es que el Derechoinjusto (Stalin, Hitler, Mussolini, Franco, Pinochet...) también es yha sido, por desgracia, Derecho: no Derecho nulo sino Derecho válido, tomado como tal por jueces, abogados, ciudadanos (súbditos) y has-ta los propios docentes universitarios.

Pero, más allá de estas no inocuas disidencias, a pesar del iusna-

turalismo, recuperemos para finalizar lo que es sin duda más decisi-vo y radical, lo que nos es más común, desde una u otra posición,desde una u otra conceptualización: la defensa y potenciación de laautonomía moral, de la conciencia crítica, del diálogo, de los valo-res de libertad, igualdad y solidaridad que dan sentido y fuerza a losderechos humanos, a la democracia, al Estado de Derecho. Por todoesto ha luchado y sigue luchando, en la teoría y en la práctica, sinperder nunca la esperanza, nuestro buen maestro y amigo. Pero con-cuerdo con Paco González Bueno (cercano colaborador suyo en los

años como Defensor del Pueblo y después en Unicef) en que, a pesarde todo, este país no ha aprovechado de manera suficiente y adecua-da, especialmente en estos últimos tiempos, a personas tan necesariasy relevantes como Joaquín Ruiz-Giménez. Aquél se refiere también, yde nuevo concuerdo, a Enrique Tierno Galván, otro de mis «viejos

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maestros» desde aquella misma Salamanca de los años cincuenta pordonde comenzaba yo ahora estas páginas6.

Muchos, al menos muchos de sus amigos, yo también, nos sen-timos un poco culpables ante él: le queremos, le admiramos, peroen 1977, en las primeras elecciones generales, cuando al fin llegó lademocracia por la que Ruiz-Giménez tanto había trabajado, no le vota-mos, no podíamos votar su lista electoral. Algunos de aquellos pasaronal centro democrático (UCD), pero la mayoría —creo— estábamosya, o desde tiempos atrás, en las opciones socialistas. Se produjo —asíse ha escrito— su «fracaso», su «naufragio» político. Pero nuestrohombre, que siempre va a mejor, también entonces respondió muy

bien: «No me ha venido mal el naufragio —sentenció—. Me ha per-mitido volver a actuar en algo que es para mí muy importante: la su-peración de las fronteras partidistas. Me parece interesante contribuira estimular lo que une, más que lo que separa. A mí —confiesa— mecuesta mucho eso de la disciplina de voto dentro de un partido. Nodepender de ningún partido es algo que me va más». Pero —anotoyo— el indisciplinado Ruiz-Giménez hubiera también podido contri-buir a romper alguna de esas injustificadas y dogmáticas disciplinas.Fuera de esa acción política de primera línea, parlamentaria, ejecu-tiva, partidaria, luego vinieron para él los tiempos de Defensor delPueblo (1982-1987), con el triste e injusto final de su no renovaciónen 1988, evento sobre el cual otros buenos conocedores quizás es-cribirán7. Y, enseguida, presidente en España de Unicef desde 1988,acerca de cuya labor eficaz sería necesario un mucho más amplio co-nocimiento y reconocimiento: siempre se dolió Ruiz-Giménez de queentre los poderosos del mundo (gobierno y sociedades) no hubieramayor entrega, dedicación e interés hacia la terrible situación de la

infancia en un mundo como el actual regido con mano férrea por ellibremercado y la competitividad.Concordaría así aquél en la necesidad imprescindible de trabajar

en y desde las instituciones, desde luego, pues es mucho lo que hayque hacer allí: recuperar y reconstruir las funciones fundamentalesdel Parlamento, luchar contra la corrupción, modernizar más la Ad-ministración, democratizar y abrir a los ciudadanos, y no sólo a los

6. Estos juicios de González Bueno están tomados de la obra de José Luis Gon-

zález-Balado que se citará más adelante.7. Ya lo ha hecho con sinceridad y generosidad Virgilio Zapatero quien, como

ministro para las Relaciones con las Cortes, fue —«amargo trance»— el encargado decomunicarle el relevo dándole razones que —reconoce— «carecían de fundamento».«Sin explicación convincente» se titulaba su artículo en la obra colectiva, ya citada, La fuerza del diálogo. Homenaje a Joaquín Ruiz-Giménez, pp. 259-262.

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militantes, la participación y la toma de decisiones en los partidos po-líticos, liberar de sí mismo al poder judicial, etc. Pero no es menor

y menos radical la tarea que, cada vez con mayor conciencia de sunecesidad y utilidad, se exige impulsar en y desde la propia sociedad:nuevos y menos nuevos movimientos sociales, organizaciones no gu-bernamentales, nacionales y transnacionales, acción del voluntariado,etc. Quizás más identificado finalmente con éstas, como es comúnen tantos otros hombres del mundo de la cultura y del pensamiento,

 Joaquín Ruiz-Giménez, estimulando más lo que une, ha seguido noobstante insistiendo a su vez en la ineludibilidad del trabajo políti-co, jurídico, institucional. Es difícil pero imprescindible superar las

crecientes incomunicaciones entre ambas, las mutuas impenetrabili-dades. Yo suelo hablar de homogeneidad crítica entre ambas. Todo espoco para avanzar en la transformación de fondo de las condicionesreales, sociales y personales, desde esos valores de libertad, igualdad,solidaridad, en definitiva, de verdadera dignidad para todos los sereshumanos. Pero ahí, estoy completamente seguro, es donde siempre hasido y es posible encontrar a nuestro querido maestro y amigo.

2. DE MEMORIAS PERSONALES Y ACADÉMICAS

Las anteriores críticas al iusnaturalismo perenne de Joaquín Ruiz-Giménez, incluso a las implicaciones políticas de sus primeras etapas(en 1956, fecha de su cese como ministro, él estaba en los cuarentay tres años de edad), venían asumidas en la laudatio doctoral mía aaquél, en 2000, en la Universidad Autónoma de Madrid. En tal situa-ción resultan ineludibles e imprescindibles los recuerdos personales y

sus contrastes, la memoria individual y colectiva, el testimonio de lovivido por cada cual y de lo que no siempre queda constancia escrita.Pero, junto a ello, lo es aún más, desde luego, la historia que exigeconstruirse sobre datos objetivos y del mayor rigor científico. Ambasdimensiones, memoria e historia, aspiran aquí a entenderse (en losdos sentidos de la palabra) y a coadyuvar a un mejor conocimiento dela realidad pasada y presente: en nuestro caso referida a la realidad(hechos y valores) de la política y la filosofía en la España contempo-ránea, ahora en concreto sobre pensamientos y actitudes de Joaquín

Ruiz-Giménez.Con ello, volviendo a hablar —como haré aquí brevemente— desus trabajos y de sus días, evocando su biografía, se contribuye —creo—también a un conocimiento histórico de algunos aspectos de esa segun-da mitad de nuestro siglo XX. Pero, sin ruptura forzosa con lo anterior,

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se fortalece asimismo la exigencia de una hoy, a mi juicio, muy necesa-ria recuperación de la mencionada memoria que se convierte entonces

en más verdadera memoria histórica, personal y colectiva. Y eso tam-bién en el caso de Joaquín Ruiz-Giménez que es, en líneas generales,un hombre que siempre mira mucho más hacia el futuro que hacia elpasado. «Estoy perdiendo la memoria», decimos y lamentamos conti-nuamente a título individual cuando, de modo quizás irremediable, yacasi ni nos acordamos de cuando nos acordábamos. Y, sin embargo,por desgracia no siempre advertimos ni deploramos (más bien todo locontrario) la correlativa pérdida de la memoria colectiva, es decir, laque hace referencia a la comunidad. Pero es un hecho que aquí y ahora

en democracia (tras la losa del silencio dictatorial) en este país llamadoEspaña se siguen produciendo y propiciando, más en unos momentosque en otros, condiciones objetivas y subjetivas que han dado lugara un poderoso, nefasto, temor ante las revelaciones de la que algu-nos no dudan en calificar de amnesia colectiva. Y casi peor que elolvido o la ignorancia es la distorsión, la manipulación, la prostituciónde la memoria. Yo no creo que la transición a la democracia se hicieradesde el irresponsable olvido, pero tampoco creo que la memoria yla historia hayan sido respetadas como debieran. Hay mil ejemplos,el más luctuoso e inadmisible la existencia todavía de numerosas yanónimas fosas comunes donde fueron sepultadas, arrojadas, miles depersonas asesinadas en aquellos tiempos de la desgraciada guerra inci-vil. Todo esto pertenece a la gran historia.

En nuestras pequeñas historias resituaría yo ahora, bajando total-mente el diapasón para nuestro «tema», que, junto a críticas serias yfundadas, algunas de las desmemorias o distorsiones de ese recientepasado han recaído injustamente también sobre la persona y la obra

de Joaquín Ruiz-Giménez8

. Vinculo a esto el testimonio de nuestro

8. Aduciré una muestra —a mi juicio— de ese olvido y desatención hacia la per-sona y la obra de Joaquín Ruiz-Giménez, así como de sus implicaciones en la culturay política de este país a partir sobre todo de los años sesenta, aunado sin más en estecaso a una cómoda y sumisa preferencia por lo foráneo. En 2003, coincidiendo preci-samente con sus noventa cumpleaños y los cuarenta de la aparición de Cuadernos parael Diálogo, inicié yo con decenas de amigos, colaboradores, discípulos y otros diversosprofesionales, la presentación de su candidatura para los premios Príncipe de Asturiasde Ciencias Sociales o, en su defecto, de Humanidades y Comunicación. El primero

le fue concedido a Jürgen Habermas (nada que objetar salvo que previsiblemente alfilósofo alemán le quedaría bastante más tiempo para legítimamente seguir optando aél) y el segundo a la escritora escocesa J. K. Rowling, creadora del famoso Harry Pot-ter: con todos mis respetos y la devoción —ya lo sé— de tantísimos jóvenes lectores,incluida la de mi propio nieto, fue —creo— una decisión que en tal circunstancia con-creta, aquí y ahora, veo muy difícil de justificar. He preferido no saber quiénes com-

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inolvidable amigo y compañero Francisco Tomás y Valiente. Preci-samente en la que resultaría ser víspera fatídica de su vil asesinato  

por ETA, en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma deMadrid, aparecía en el diario El País, el martes 13 de febrero de 1996—el crimen fue, recordemos, en la mañana del día 14—, un artículosuyo, redactado y enviado semanas antes, titulado así, precisamentey de modo escueto, «Don Joaquín». Estuve muy cerca de la gestacióne incitación de este escrito, en no pocas conversaciones y precisionescon él, pero ya no hubo después tiempo para volver sobre concor-dancias y discrepancias contextuales, que también las había: «tenemosque hablar» fueron de hecho las últimas, acuciantes, palabras que —al

teléfono en nuestros muy cercanos despachos— yo le escuché, queél pronunció, aquella mañana segundos antes de que sobreviniera latragedia. Hubiéramos hablado de lo que él decía allí pero también deotras cosas que en el fondo tenían no poco que ver con ello.

De todos modos, si evoco yo hoy aquí todo esto es también por-que en dicho artículo aquél instaba, casi exigía, y con toda razón,a Ruiz-Giménez para que escribiera sus Memorias. Me consta que,junto a insistentes peticiones anteriores y posteriores de otras gentes,entre las que me incluyo, aquella de Francisco Tomás y Valiente fuedeterminante para que aquél se pusiera decididamente a la delicadatarea de desempolvar y ordenar sus viejos y nuevos papeles. Estará ahísu complicada biografía: así, el más católico embajador ante el Vatica-no, el arrepentido colaborador y ex ministro de Franco (pero sin re-acciones de rencor ni resentimiento personal), el inventor, fundador,inspirador y sustentador de Cuadernos para el Diálogo, posteriormen-te el decisivo armonizador de la «Plata-Junta» lograda en la transiciónpor el conjunto de la oposición democrática, más tarde el Defensor

del Pueblo y, finalmente, el valedor institucional de la infancia y de losrefugiados políticos9.

ponían en tal ocasión la correspondiente Comisión de adjudicación: estoy seguro deque serían —como es habitual en dicha Fundación— personas competentes, buenasconocedoras de estos y aquellos tiempos y para nada enemigas de nuestro candidato.Pero eso fue justamente lo que entonces más me disgustó y lo que ahora, por él y porotros, me sigue en amplia medida preocupando.

9. Mientras tanto, mientras llegan sus Memorias, puede consultarse para esos y

otros datos biográficos, junto a otras obras ya citadas, el libro, útil e interesante peroalgo desigual, de José Luis González-Balado, Ruiz-Giménez, talante y figura. Trayec-toria de un hombre discutido (Paulinas, Madrid, 1989), donde se recoge también eltestimonio «no necesariamente elogioso, sino posiblemente crítico» de más de cuarenta«personajes públicos», dice el autor, entre amigos, colaboradores o que tuvieron algunarelación, incluso muy discrepante, con él.

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Sus recuerdos, sus experiencias, su reflexiones contribuirán, sinduda, muy eficazmente a superar esos olvidos e ignorancias pero tam-

bién, como digo, a evitar no pocas de esas deformaciones y distorsio-nes a las que estoy haciendo aquí genérica referencia. Una de ellas,realmente muy importante, que silenciaba y falseaba gran parte de lahistoria de la transición a la democracia en nuestro país (grave demanera muy especial por la extraordinaria e incomprensible difusiónconcedida por entonces en importantes medios de comunicación), ha-bía colmado la indignación que estaba en el aludido trasfondo de esteartículo de Tomás y Valiente y era, además, expresamente criticadapor él, historiador de profesión con absoluto fundamento y justifi-

cación. Tras evocar la trayectoria humana, política y profesional de Ruiz-Giménez hasta sus años como Defensor del Pueblo y en la pre-sidencia española de Unicef, don Joaquín —escribía aquél— «acude adonde le llaman para tareas semejantes, aporta su cordialidad, sufrecuando se le ataca o se le omite, presencia cómo algún director generalde Enseñanza Universitaria de los años cincuenta, que escaló despuésmás altas cimas, asume ahora protagonismos póstumos y transitoriosbajo apariencia de lejanas convicciones democráticas, y guarda, salvoen contadas ocasiones, un silencio discreto ante lo que ve y oye»10.

 Ante no pocas situaciones de ese o similar carácter, hay que se-guir peleando, aunque las condiciones no sean muy propicias, parano dejarnos caer de nuevo en otro, como aquel, «tiempo de silencio».Un silencio ahora diferente pero que en las actuales circunstanciasse impone de manera mucho más sibilina y sofisticada en medio delgran estruendo, del inmenso ruido de la aparente comunicación glo-bal (con riesgos también de manipulación total) ejercida a través delas nuevas tecnologías y los nuevos, y no tan nuevos, centros de poder

que con absoluta impunidad todo lo dominan, lo trituran y lo distor-

10. Las referencias críticas de Francisco Tomás y Valiente en este artículo —y ennuestras mencionadas conversaciones previas— lo eran, obviamente, al libro por en-tonces aparecido (y de modo incoherente profusamente difundido) de Pilar y AlfonsoFernández-Miranda, Lo que el Rey me ha pedido. Torcuato Fernández Miranda y lareforma política, Plaza y Janés, Barcelona, 1995: un ejemplo explícito de esta concretadistorsión, el resto es silencio, puede encontrarse en la página 339, nota 2 del capítuloIV de la obra. Tuve ocasión de comprobar, dentro de su habitual mesura y discre-ción, que a Ruiz-Giménez también le habrían disgustado seriamente tanto esos olvidos

«saduceos» como el increíble confusionismo mediático posterior. Como base de lapersonal posición que yo vengo manteniendo ante el trasfondo de estas cuestiones, mepermitiría remitir, entre otros, a mis libros La transición a la democracia. Claves ideo-lógicas, 1976-1986 (Eudema, Madrid, 1987, especialmente epígrafe 26) y Ética contra política. Los intelectuales y el poder , Centro de Estudios Constitucionales, Madrid,1990, especialmente cap. IV, 3, «Las ideologías de (sobre) la transición».

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sionan. Cada vez con más frecuencia le decía yo por entonces a Ruiz-Giménez, que, frente a tales poderes y sus apologetas, deberíamos

volver a lanzar los nuevos mensuales Cuadernos para el Diálogo delsiglo XXI. Ya sé que es imposible, pero por lo menos los alego yo aquíen su biografía, los publicados entre aquellos años de 1963 a 1976,cuando nadie o muy pocos, casi ni siquiera todavía Habermas, habla-ban de diálogo como argumentación racional, como razón y voluntadde comunicación en cuanto «situación ideal de diálogo».

 Aquellos Cuadernos fueron —a mi juicio— un hito importantí-simo, imprescindible, para la reciente historia política e intelectual(también universitaria) de este país. De Joaquín Ruiz-Giménez, en

Cuadernos para el Diálogo, puede decirse que sin él, sin ellos, todohabría sido mucho más difícil y mucho más pobre en todo este tiem-po nuestro que intentaba salir de la dictadura y construir en libertaduna sociedad más justa y un Estado democrático11. No se olvide, porlo demás, que la transición hubo de hacerse en nuestro país bajo elsigno transnacional del gran conservadurismo —teocons/neocons—protagonizado entonces por K. Wojtila (1978), M. Thatcher (1979)y R. Reagan (1980).

Era, pues, a su vez, de plena justicia —memoria histórica— quela Universidad, esta joven Universidad Autónoma de Madrid queprecisamente nacía en aquellos mismos difíciles años, recibiera con lamás alta cualificación de su claustro de doctores al profesor Ruiz-Gi-ménez: todos nos hacemos mejores con su magisterio, con el ejem-plo de su talante personal, de su compromiso cada vez más lúcidoy coherente con los valores éticos que dan sentido a la dignidadhumana. No importa, alegrémonos, que en este público y oficial re-conocimiento se nos haya adelantado —en 1997— otra aún más

joven Universidad, la Carlos III (con laudatio del profesor EusebioFernández), bajo el impulso del rector de ella, Gregorio Peces-Barba,discípulo iusfilósofo —como quien les habla— del profesor JoaquínRuiz-Giménez. Esto hermana, con autonomía crítica y quizás enparte más como  sollen que como  sein (pero en estos ámbitos casisiempre ocurre así) a nuestras respectivas áreas de Filosofía del De-recho, como también de otras universidades españolas que son y se

11. Una amplia y valiosa consideración de sus aportaciones en los diversos ciclos

y oficios de su biografía puede encontrarse en la obra colectiva de 1977, ya menciona-da aquí, La fuerza del diálogo. Homenaje a Joaquín Ruiz-Giménez, con la participaciónde más de sesenta colaboradores (una muy sucinta muestra de sus amigos y compañe-ros); allí figura también una entrevista biográfica con él, hecha por Teresa Rodríguezde Lecea, y una útil cronología que puede ayudar a situar mejor algunos de los datos(hechos y fechas) personales y generales a los que se alude en estas páginas mías.

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reconocen asimismo en esa común, plural y siempre abierta vía detrabajo y de pensamiento. Los más jóvenes no deberían desconocer

u olvidar que ésta fue forjada, con no pocos obstáculos y esfuerzos,cuando el dogmatismo, la intolerancia y la represión se imponíanen todos los ámbitos de la vida política española, también en la uni-versitaria y, dentro de ella, probablemente con especial virulencia einquisición, en nuestra nada neutra, ni apolítica, ni avalorativa Filo-sofía del Derecho.

El profesor Liborio Hierro en una, por él así titulada, «Nota de-masiado breve sobre lo que la Filosofía del Derecho española debeal profesor Ruiz-Giménez» —nota breve aunque muy enjundiosa,

añadiría yo— ha rememorado algunas de aquellas conflictivas yagresivas vicisitudes de nuestra «disciplina» durante el franquismo,con el férreo y neurótico caudillaje ejercido en ella por un despóti-co capo académico del tradicionalismo ultramontano (me refiero alcatedrático don Francisco Elías de Tejada y Spínola) acompañadosiempre de sus atemorizados y/o aprovechados colegas y acólitos.Como resistencia, casi como mera subsistencia, ante tal situación ibaa ir surgiendo en torno precisamente a Ruiz-Giménez la «escuela» o«movimiento» de disidencia intelectual y de reconstrucción iusfilo-sófica que se configura con la colaboración —recuerda aquél— desus dos adjuntos, Elías Díaz y Gregorio Peces-Barba, en años queacota, quizás un tanto estrictamente, entre 1963 y 197412. Tras losdos adjuntos y con buenas ayudas externas vendrían después, en esascomunes y plurales vías (cito sólo, y por órdenes temáticos docto-rales, a los ya casi séniores) Francisco Laporta, Virgilio Zapatero,Emilio Lamo de Espinosa (posteriormente reconvertido a la Socio-logía), Manuel Núñez Encabo, Eusebio Fernández, Manuel Atien-

za, Liborio Hierro, Alfonso Ruiz Miguel, Joaquín Almoguera, LuisPrieto, Juan Ramón de Páramo, Juan Ruiz Manero, Rafael de Asísy otros más jóvenes. Como se ve, mucho de lo mejor de la Filosofíadel Derecho española actual que sin el profesor Ruiz-Giménez enaquellos tiempos no hubiera podido empezar a respirar. Tampocohabría que olvidar aquí a gentes de mi generación que estuvieron per-

12. Nota del profesor Liborio Hierro publicada en la obra colectiva citada en lanota anterior. En esta misma obra puedan verse, sobre algunos de esos temas más rela-

cionados con sus tareas universitarias, mis propias anotaciones, «A pesar del iusnatura-lismo» (pp. 87-98) que van aquí como primer epígrafe, y, en un plano universitario decarácter más general, las de Gregorio Peces-Barba, «Joaquín Ruiz-Giménez, educadorde muchedumbres» (pp. 99-105), de Roberto Mesa, «La Universidad de don Joaquín ysus universitarios» (pp. 107-112) y de Javier Muguerza «El (in)cesante Ruiz-Giménez»(pp. 287-290).

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sonalmente cercanas como fue, de manera muy principal, Luis Gar-cía San Miguel.

Entre aquéllos se compartieron líneas de trabajo e investigación:así, la recuperación del pensamiento heterodoxo español, el esfuer-zo por la recepción de la más destacada filosofía jurídica contemporá-nea, europea y americana, la lucha —teórica y práctica— por el Estadode Derecho y los derechos humanos. Siempre don Joaquín favorecía yapoyaba esos y otros proyectos. Pero eso no quiere decir, por supues-to, que todos los antes citados sean o hayan sido «ruizgimenianos»;en modo alguno. Salvo en el afecto, y en el reconocimiento de otrasmuchas cualidades suyas personales, desde el punto de vista teórico es

claro que no lo somos ni siquiera Peces-Barba o yo mismo. No creo,por lo demás, que Ruiz-Giménez tenga o haya tenido el menor interésen rodearse de discípulos de esa igual condición. Ésta ha sido una «es-cuela» (admitamos el término) muy poco o nada escolástica, sin esco-liastas ni exégetas de una y única doctrina: más bien ha sido desde elprincipio germen de plurales direcciones y discrepantes orientaciones.Pero todos los citados y muchos más, eso sí, respetan, respetamos yqueremos, a don Joaquín —reitero— por sus altas cualidades huma-nas, de generosidad, cordialidad, autenticidad y mil cosas más, perotambién por su magisterio ético, político y jurídico, inspirado en losvalores de rectitud, seriedad, espíritu de diálogo, de comprensión, deentendimiento otra vez en los dos sentidos de la palabra.

 Y también le queremos y le reconocemos por —todo hay que de-cirlo— sus famosos (enternecedores) despistes. Le ocurría así al tras-tocar y mezclar con alguna frecuencia nombres y apellidos de gentescercanas a él, o preguntar a un ya consolidado profesor titular por elestado más o menos avanzado de su tesis doctoral (cosa que, por lo

demás, me dicen que también ya me va ocurriendo a mí). Pero qui-zás el más característico y recordado de esos sus despistes tuvo lugaren aquellos años de la ahora Complutense cuando, en un Seminariorestringido de Filosofía del Derecho, hizo sentar entre los asistentesal mismo, tomándole sin duda por alumno cualificado, a alguien des-conocido para nosotros que se acercó queriendo hablar con él pre-cisamente cuando íbamos a comenzar la sesión de trabajo. Hay quereconocer que dicha persona aguantó paciente, estoicamente, casi doshoras de matizadas disquisiciones y enconados debates sobre la kelse-

niana Grundnorm. De todos modos, recuerdo que fue prudente y queno llegó a intervenir ni a pronunciarse allí sobre tan arduas y com-plicadas cuestiones; y que fue sólo al final tímidamente, al requerirledon Joaquín su opinión, cuando nos expuso la verdadera razón de supresencia allí, que no era otra que la de ofrecernos e intentar vender-

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nos —era representante comercial— un entonces último modelo demáquina de escribir. Descubrimos con horror que en su carpeta no

llevaba notas sobre la Reine Rechtslehre, ni sobre el «centro de impu-tación», sino únicamente catálogos con sugerentes precios y buenascondiciones de venta de, me parece, la nueva Underwood : creo que lecompramos dos. De ahí —en bromas y en veras—, de aquellos tiem-pos de lecturas, discusiones y oposiciones, salió todo lo demás.

3. FILOSOFÍA JURÍDICO-POLÍTICA:LA EVOLUCIÓN HACIA CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO

El propio Liborio Hierro, en su ya mencionada «Nota», ha destaca-do asimismo, con total acierto, entre otras muy serias cualificacionesde Ruiz-Giménez, el carácter «‘radical’ de sus convicciones dentro dela paulatina pero fuerte evolución experimentada por aquél a partirde 1956-1960: moderado en las formas y moderado en los ‘medios’,pero ha sido —dice— ‘radical’ en las convicciones»; así como que ensu posterior tarea universitaria, docente e investigadora, «renunció a‘interpretar’ la Filosofía del Derecho y se dedicó a ‘transformarla’ o,

si se prefiere, a realizarla. El centro de esta actividad fue, por supues-to, Cuadernos para el Diálogo», concluye Liborio Hierro13.La filosofía jurídica del profesor Ruiz-Giménez (permítaseme que,

desde ahí y a propósito de ello, desarrolle yo un poco más estas re-flexiones) siempre se ha preocupado y muy en serio por la profundaindagación y la consecuente afirmación de los fundamentos: esto meparece evidente. Pero no lo es menos que la suya no es ni ha sido nun-ca —conviene advertirlo— una filosofía fundamentalista ni en su sen-tido tradicional, ni en el que hoy retorna con demasiada frecuencia.

 Y no lo es, a mi juicio, por un doble tipo de razones: una, porque desus fundamentos (tradición helénica y cristiana, Aristóteles, Tomásde Aquino y Escuela española del siglo XVI-XVII, muy básicamente) entodo momento ha intentado obtener coherentes consecuencias cam-biables y abiertas, nunca cerradas y dogmáticas, ante nuevas lecturasy reinterpretaciones: y eso incluso, en sus épocas menos procliveshacia la filosofía y la política de la Ilustración y de la modernidad;dos, porque nunca se ha quedado ni en la glosa escolástica ni en elinteriorismo de los fundamentos: al contrario, cada vez más y conmayor acierto se ha ocupado de los medios de diferente cariz (eco-

13. Páginas 113-122 del trabajo citado en la nota anterior; y en concreto para lostextos aquí aducidos, pp. 117 y 118.

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nómicos, políticos, jurídicos) que pueden hacer realidad esos funda-mentos, esos fines.

Ruiz-Giménez es ante todo un hombre de principios, de convic-ciones fuertes, un cristiano cada vez más kantiano, que respeta muy se-ria y sinceramente la conciencia: esto me parece fundamental; pero estambién un hombre realista, que siempre asume las responsabilidades ytiene muy en cuenta las repercusiones sociales, las consecuencias, inclu-so —digamos con Stuart Mill— las utilidades. Por su talante personal¿podría haber sido en otras circunstancias un neokantiano en la estela,también diversa, de Ortega o, más aún, de sus casi viejos maestros Ju-lián Besteiro y Fernando de los Ríos? Intelectual y político, ha dejado

bien probado que podría coincidir con Max Weber en su intento porcoordinar la Gesinnungsethik  y la Verantwortungsethik: cuando éste—tratando de la ciencia y la política como vocación— habla de quien«siente realmente y con toda su alma esta responsabilidad por las con-secuencias y actúa conforme a una ética de responsabilidad y que alllegar a un cierto momento dice: ‘no puedo hacer otra cosa, aquí medetengo’». (Ese «momento» —pienso yo— habría sido para Ruiz-Gimé-nez 1956-1963.) Esto —sigue el maestro alemán— «sí es algo autén-ticamente humano»; y añade: «la ética de la responsabilidad y la éticade la convicción no son términos absolutamente opuestos, sino ele-mentos complementarios que han de concurrir para formar al hombreauténtico, al hombre —concluye Weber— que puede tener vocaciónpolítica»14. No me parece nada desorbitado aplicar estas pautas y ten-siones normativas al hombre, profesor y político, que en la España deaquellos años se distanciaba de la dictadura (como aperturista todavíadubitativo) y comenzaba a orientarse hacia el mundo en que surgiríanlos libros y la revista Cuadernos para el Diálogo en el marco de la casa

editora por él fundada.Hablando, pues, de fundamentos y de fundamentalismos, a favorde los primeros y en contra de los segundos, y aquí en relación conRuiz-Giménez, yo subrayaría que la investigación y reflexión sobre losmedios, sobre los modos de acción —políticos, jurídicos, económicos,culturales—, no es, contrariamente a lo que muchos creen, de menorentidad científica y filosófica que la investigación y reflexión sobre losfines. Que éstos, separados y aislados de aquéllos, sobre todo cuandose trata de filosofía social, es decir, de filosofía con decisivas reper-

cusiones sociales, pueden llegar a convertirse en una metafísica que

14. Max Weber,  El político y el científico, 1.ª ed. alemana, 1919; se cita aquípor la traducción española de Francisco Rubio Llorente, con extensa Introducción deRaymond Aron, Alianza, Madrid, 1984, p. 176.

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no sabe absolutamente nada de física. La filosofía es fundamentaciónpero no al margen de la realización: no es el cielo de los conceptos

que nunca piensa en la realidad terrenal. Medios y fines siempre seinterrelacionan. El fin no justifica los medios; son, con frecuencia,los medios los que justifican el fin; y, desde luego, que medios y finestienen que justificarse juntos, más allá del eficientismo (empirismo)abstracto y del interiorismo (fundamentalismo) metafísico.

Todo esto viene aquí —creo— a cuento de que la Filosofía jurídico-política del profesor Ruiz-Giménez —ahí radica mi principal criteriointerpretativo— es, fue en su primera fase (desde 1944, en que obtienela cátedra y pública sus primeras obras, hasta 1956-1960, años en la

Universidad de Salamanca) una filosofía preocupada, sobre todo y muyintensamente, por la afirmación y la profundización de los fundamen-tos: podríamos decir que por la fundamentación de los fundamentos,la cual se hace radicar, según sus lecturas, en el mencionado eje Aris-tóteles, Tomás de Aquino, Doctrina pontificia. Y habría, sin rupturas,una segunda fase (desde esas fechas en adelante) en donde el interésde su trabajo —teórico y práctico— se va a orientar mucho más haciala realización de los fundamentos, es decir, hacia la investigación sobrelos medios, hacia las vías para hacer reales aquéllos: o sea, sin ningúnabandono en lo más esencial de los viejos fundamentos teológico-filo-sóficos, aunque sí con un mucho mayor espíritu de apertura hacia otrasdirecciones modernas del pensamiento y de flexibilidad en cuanto alas conclusiones concretas e históricas de los mismos. No hay, pues,una ruptura —creo— en el radical fundamento de ambas fases —Ruiz-Giménez no es un hombre de rupturas traumáticas ni de conversionessúbitas—, pero sí hay cambios muy importantes en cuanto a consecuen-cias e implicaciones prácticas y de realización, pero también teóricas y

de no poco fondo. Entre otras, la de una plena, coherente y decididaasunción de la filosofía política democrática, su evolución hacia unafilosofía jurídica construida con mucho mayor espacio para las liber-tades y los derechos humanos, un iusnaturalismo que invoca bastantemenos el Derecho natural y mucho más los derechos naturales (en estosería aquél mucho más cristiano que católico), así como una filosofíaética con más positiva base en la autonomía de la conciencia individualy del diálogo como vías para el conocimiento ético y la objetividad delos valores.

Sus obras del primer período La concepción institucional del De-recho (tesis doctoral) y, después, Derecho y vida humana (Algunas re- flexiones a la luz de Santo Tomás), ambas de 1944, así como la yamencionada  Introducción elemental a la Filosofía jurídica cristiana,de 1945, responden —junto a otros trabajos menores de la época— a

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esa que estoy llamando aquí filosofía, casi teología, de fundamentos,de fundamentación de los fundamentos15. Como señala el profesor

Eusebio Fernández, en su mencionada laudatio de 1997 en la Uni-versidad Carlos III, esas primeras obras «son, efectivamente, deudo-ras de unos planteamientos filosóficos muy tradicionales dentro de lamás ortodoxa observancia del tomismo» y «sin embargo —subrayaaquél— creo que se trata de libros rigurosos y bien trabajados y es-critos, importantes para quien desee conocer la cultura y la filosofíajurídica de la época...»16. Ruiz-Giménez tenía entonces, cuando pu-blica esas sus primeras obras, poco más de treinta años; en 1956,comienzo del final de esta etapa, cuando llega a Salamanca cesado por

aperturista como ministro de Educación —ya lo he recordado antes—,todavía no había llegado a los cuarenta y tres, aunque nosotros losestudiantes le veíamos, tan serio e importante, como un señor mayor:de todos modos, sin comparación posible en esto con Enrique Tier-no Galván que también estaba allí y que, cinco años más joven, eraya desde tiempos inmemoriales el V.P., el «viejo profesor»17. (JoaquínRuiz-Giménez nació en 1913 por lo que en este 2008, en que estoyyo revisando estas páginas sobre él, cumplirá —el 2 de agosto— losnoventa y cinco años acompañado como siempre por su esposa Mer-cedes Aguilar y por todos los suyos, hijos, nietos y biznietos.)

Pero lo que estaba yo diciendo, insinuando más bien, es que siaquellos escritos del 44 y del 45 se aliviaran de la presencia excesiva de

15. Las dos primeras de esas obras se publicaron por el Instituto de EstudiosPolíticos, de Madrid; la tercera en: Ediciones y Publicaciones Españolas (Epesa).

16. Eusebio Fernández, Laudatio del profesor Joaquín Ruiz-Giménez, leída en el Acto de investidura de éste como doctor honoris causa por la Universidad Carlos III,

de Madrid, el 30 de septiembre de 1997, publicada después en la obra colectiva ed. deVirgilio Zapatero, Horizontes de la Filosofía del Derecho. Homenaje a Luis García San Miguel, 2 vols., Universidad de Alcalá, 2002. Sobre tal época puede verse el libro deBenjamín Rivaya, Filosofía del Derecho y primer franquismo (1937-1945), Centro de Es-tudios Constitucionales, Madrid, 1998, con utilísima documentación y, en ocasiones,discutible orientación. Y precisamente para los tiempos posteriores, el bastante máscoherente de Ricardo García Manrique, La filosofía de los derechos humanos duranteel franquismo, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1996, epígrafes III, 3, 2y V, 4 sobre Ruiz-Giménez. Posteriormente, de esos dos mismos jóvenes autores, «Cro-nología comparada de la filosofía del derecho española durante el franquismo (1939-1975)»: Anuario de Filosofía del Derecho XV (1998), pp. 305-334.

17. Para las relaciones entre ambos en aquellos momentos pueden verse, en laobra colectiva citada La fuerza del diálogo, las figuraciones conspiratorias, medio enbroma medio en serio, de Raúl Morodo, tituladas «De memorias salmantinas: Ruiz-Giménez, Tierno y el ‘feroz espía’ Elías Díaz» (pp. 129-132); cf. después también otrosdiversos pasajes de la obra de Raúl Morodo Atando cabos. Memorias de un conspiradormoderado I, Taurus, Madrid, 2001.

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citas eclesiales y pontificias, y, sobre todo, si se suprimen los aleatorioso circunstanciales alegatos «joseantonianos» y del nuevo Estado, como

él mismo haría, sobre todo respecto a esto último, en su Introducción a la Filosofía jurídica, de 1960, veríamos mutatis mutandis, es decir,aquí dentro siempre del sistema aristotélico-tomista, que —como es-cribía el otro clásico sobre Hegel— «se descubre bajo la corteza místicala semilla racional»18. Nunca Ruiz-Giménez asume allí tal sistema demanera dogmática y cerrada, más bien al contrario, con potenciali-dades humanistas que se harían después realidad. El profesor Santos Juliá ha aprovechado precisamente esas breves «insinuaciones» míaspara, con estricto criterio cronológico, hacer una crítica a algunas de

las implicaciones de los hipotéticos alivios de citas «joseantonianas» ypontificias en aquel Ruiz-Giménez. Tal vez yo, a su vez, me excedí almeter ahí por medio el parangón Hegel-Marx. Pero tales insinuacionesno pretendían ser en modo alguno una, en sentido fuerte, «regla her-menéutica» sino sólo una forma leve de indicar que —a mi juicio— lobásico del talante de aquél desde siempre pero cada vez más a lo largode los años cincuenta iba en ese sentido. Con los integrados pero nocon los integristas, con los comprensivos nunca con los excluyentes,por decirlo —como ya señalé al inicio de este capítulo— en los térmi-nos de Dionisio Ridruejo. Eso y la evolución posterior, sobre tododespués de 1956 (que yo viví muy de cerca) y con claridad ya desde elinicio de los sesenta, es lo que más me interesaba resaltar a mí. Todoello con independencia —relativa— de los enfrentamientos («en el in-terior del bloque dominante») entre falangistas católicos o no, y pro-pagandistas de la «santa casa» versus tecnócratas del Opus Dei, todosellos con aliados en el núcleo duro del régimen19.

18. Karl Marx, a propósito de la filosofía de Hegel, en El Capital. Crítica de la Economía Política, postfacio a la segunda edición, 1873, pp. xxiii-xxiv, en la versión enespañol de Wenceslao Roces, por la que aquí se cita, FCE, México-Buenos Aires, 31964.

19. Este párrafo comentario sobre/con Santos Juliá es obviamente de nueva re-dacción para este libro de ahora. Mi  Laudatio a Ruiz-Giménez era de 2000 y la do-cumentada y polémica obra de Santos Juliá,  Historias de las dos Españas, de 2004(Taurus, Madrid): cf. aquí, en concreto, p. 530, nota 75, y todos los capítulos 7 a 10sobre ese período. Entre los numerosos artículos sobre dicha obra, destacaría yo elde Antonio García Santesmases, «¿Eran de barro nuestros maestros? Sobre las raícesmorales e intelectuales de la oposición política al franquismo», en la revista Isegoría 31

(2004). De necesaria lectura es la valiosa obra de Jordi Gracia, La resistencia silenciosa. Fascismo y cultura en España, Anagrama, Barcelona, 2004: cf. aquí, por ejemplo ycomo símbolo, pp. 260-261. Tengo escrito en otro lugar, por ello lo reproduzco aquí,que por talante o actitud de mayor comprensión y generosidad (ése es también unsignificado de «liberal»), así como de mayor compleja objetividad, me encuentro máscerca de Gracia que de Juliá. Con éste ha habido —dicho sea ya en pasado— algún que

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En cualquier caso, como digo, será ya después de 1956-1960 (esteaño gana por concurso-oposición la cátedra de la Universidad Com-

plutense de Madrid), una vez recibida y asumida con pleno entusias-mo por él la benéfica influencia del papa Juan XXIII y del concilioVaticano II, será ya claramente a partir de 1963, con la creación deCuadernos para el Diálogo, cuando se inicia el compromiso en que seexterioriza formalmente esa segunda fase de su pensamiento que estoyaquí denominando como de realización de los fundamentos. Realiza-ción, insisto en ello, también de carácter práctico-político (por todosreconocido) pero asimismo de alcance teórico-filosófico, indudable ami juicio pero que exigirá todavía ulteriores relecturas para mayores

precisiones y concreciones.El escrito en que, otra vez, se manifiestan ciertos atisbos inicialesde ese tránsito, y la explícita exigencia —dice— del «diálogo» con losjóvenes, aunque todavía haya allí un fuerte anclaje ideológico en loanterior, va a ser el texto base de su famosa conferencia de 1957 sobre

 La política, deber y derecho del hombre. Para el criterio de interpreta-ción aperturista que estoy resaltando aquí (otros prefieren optar porcriterios de implacable culpabilización) resulta enormemente signi-ficativo ver cómo abría Ruiz-Giménez su muy meditada y calculadaintervención. Decía así: «Innecesario parece advertir que no vamos arevisar ni a justificar aquí los supuestos antropológicos y metafísicos dela concepción del mundo —clásica y cristiana— sobre la que se apoyanuestra configuración ética y jurídica de la política, como deber y comoderecho del hombre. Arrancamos —señala— de esos fundamentos porconsiderarlos vivos y verdaderos, más lozanos cada día; y nos apoya-mos en ellos porque —advertía Ruiz-Giménez en el apenas elusivo crip-tolenguaje de la época— si hay actitud polémica en nuestras reflexiones

es precisamente contra los que intentan manejar arbitrariamente esasmismas premisas para imponer a los sencillos ciudadanos, a los hom-bres de la calle, unas conclusiones gravemente ilegítimas»20.

otro no buscado desencuentro: prefiero olvidar y pasar página (pero él lo dejó publica-do y por eso aquí mi referencia) sobre algunas apasionadas y apresuradas críticas suyascontra un texto supuestamente mío pero —resultado de una intervención oral— queyo no había escrito, ni siquiera leído, ni conocido: por eso las califico de apresuradasy hasta de imprudentes; están en la revista Historia del presente 5 (2005), pp. 33-35;

como en tantas otras ocasiones de la vida, si hubiésemos hablado previamente, estoyseguro de que se hubiera evitado el malentendido.

20. Joaquín Ruiz-Giménez , La política, deber y derecho del hombre, Epesa, Ma-drid, 1958, p. 22. Es, como allí se indica, el texto «con leves variantes de redacción»,y con unas nuevas «Palabras a modo de Prólogo» (pp. 7-19) de la conferencia pro-nunciada en solemne acto en el Colegio Mayor Santa María de la Universidad de

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 Aunque no pueda extenderme yo ahora en los vericuetos de la po-lítica española de la época, para los relativamente informados quedaba

claro —estuve presente en aquella memorable conferencia— a quiénesaludía persona tan mesurada como Ruiz-Giménez en ese fuerte alegato«contra los que intentan manejar arbitrariamente esas mismas premi-sas» y a qué «conclusiones gravemente ilegítimas» se refería. Lo eran—dice— a quienes querían «revestir las transitorias razones de Estadocon ropaje de permanentes razones de Dios. Las razones de Dios —in-sistía— son demasiado serias y grandes como para andar manipulán-dolas con ligereza y mezclándolas sin necesidad en las contiendas delos hombres». Lisa y llanamente esto significaba que, sin perder aquella

fundamentación última, la política, en constante proceso de secula-rización, pensaba ya el Ruiz-Giménez de 1957-1958, no es ni debeser Opus Dei, ni Ratio Dei, sino Opus Hominis, Ratio Hominis. Y,además, reivindicando con otros términos y con otras connotacionesque las actuales esa necesaria autonomía de la política, advertía a lostecnócratas que ya estaban entonces, y ahora, acaparándolo todo, «que—éstas son sus palabras— no es el experto o técnico en economía, enadministración, en logística, en arte bélico o en cualquiera de las otrasdisciplinas que contribuyen al bienestar colectivo, el que debe dirigirla vida de la comunidad».

 Y en aquel contexto político español, en que él mismo recelabatodavía de los partidos políticos, por su carácter fragmentador del«principio mínimo de unidad y de concordia» (¡cuántas discusionesmías con él acerca de estas y otras cuestiones!), avisa sin embargode que había, por otro lado, que «precaverse contra los sucedáneos delos partidos, no ya clandestinos, sino manifiestos; para ser más cla-ro —protestaba Ruiz-Giménez—, contra los grupos o camarillas que

traten de ejercer la misma acción política de los partidos, pero sin sugallardía y responsabilidad». Frente a todas esas políticas, Ruiz-Gimé-nez propugnaba repetidamente, aunque —como digo— no sin resi-duos de autentificación de la democracia orgánica, que «todo hombretiene derecho a participar directa y personalmente en la vida de lacomunidad política de que es miembro». Y establecía «entre las exi-gencias fundamentales de cualquier régimen político justo» que nadiepodía ser discriminado ni excluido de la comunidad política y que,por lo tanto —la referencia era explícita y casi explosiva en aquella

Madrid, el día 28 de mayo de 1957, reproducida en ese mismo año por la  Revistade Estudios Políticos, n.º 94. Tanto la conferencia como el posterior breve libro (porél se cita aquí) encontraron amplia difusión y discusión en los ambientes políticos yuniversitarios de aquellos días.

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España y hasta el final mismo del franquismo—, que tampoco podíanser excluidos ni discriminados quienes habían perdido la guerra civil.

Ruiz-Giménez recurre allí al amparo de la Carta VII  de Platón a susamigos de Siracusa aconsejándoles —dice textualmente— «grandezade alma y voluntad de integración de los vencidos como condición dela estabilidad futura del Estado»21.

El proceso, la evolución, se va a acelerar y acentuar —comosabemos— desde esos muy iniciales años sesenta y a lo largo de losposteriores tiempos. Ahí la presencia y afirmación —en breve elen-co— de las tan relevantes dimensiones de pluralismo, de racionalidad,de modernidad, de correlativa aceptación de la filosofía política de-

mocrática, de defensa de la legalidad y legitimidad constitucional,de un Estado no centralista sino capaz de coordinar la pluralidadnacional, de una crítica a la soberanía ilimitada de los Estados enpro de una Justicia penal internacional, de la extensión y protecciónefectiva de los derechos humanos (también los derechos sociales,económicos y culturales) en el marco de un auténtico Estado de De-recho. Ésas van a ser ahora y cada vez más las nuevas conclusiones—el cambio es decisivo— derivadas por él con fuerte impulso deaquellos grandes principios y fundamentos que con recta intenciónsiempre había defendido: la dignidad humana, el respeto a la con-

21. Para estos pasajes de la publicación citada en la nota anterior, cf. pp. 14-15,22, 50, 54, 69-72 entre otras. Las escasas cursivas o términos entrecomillados aquíconservados corresponden —quiero resaltarlo— al propio Ruiz-Giménez. Sobre lasdependencias todavía respecto del anterior régimen, cf. las pp. 14-15, 16, 18, 60 a62, entre otras. En la obra  La política en el régimen de Franco entre 1957 y 1969.

 Proyectos, conflictos y luchas por el poder   (Centro de Estudios Políticos y Consti-

tucionales, 2006, Madrid), su autor, Pablo Hispán Iglesias de Ussel me menciona apropósito de este comentario mío y, en concreto, en relación con esa última obser-vación, me ve (p. 45, nota 61) «haciendo —dice— una interpretación muy personal,ya que en ningún momento se refirió [Ruiz-Giménez], como cree recordar Díaz, alos vencidos en la guerra civil»: ahora estas cursivas son mías. Pero yo no decía allí(ahí está el texto) ni digo aquí, que Ruiz-Giménez dijera explícitamente «en la guerracivil» (supongo que «española», le aduciría yo a su vez a mi objetor). Hay, comovemos, sobreentendidos que no precisan, o no permiten, mayor explicación. Así loentendimos entonces todos los presentes, y no pocos de los ausentes que lo comen-taban y criticaban después. Pero, con la mayor sinceridad posible ¿a qué vencidoscree Pablo Hispán Iglesias de Ussel que —con Platón como pretexto— quería aludir

Ruiz-Giménez con ese énfasis y en tal solemne ocasión? ¿A los troyanos y troyanas(Eurípides) o a los vencidos de la guerra civil española, por lo demás también consu «quinta columna» dentro de Madrid, como el famoso caballo de Troya? De todosmodos, a lo largo de los años sesenta las cosas ya quedaron claras: seguidores tecnó-cratas del Opus Dei versus colaboradores demócratas de Cuadernos para el Diálogo. Y así hasta hoy mismo.

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ciencia personal, el Estado al servicio del hombre, la paz, la justicia,la solidaridad22.

De lo que se trataba en su proyecto en este tiempo nuevo era decontribuir a que todo eso se hiciese realidad, de introducirlo en las con-secuentes acciones prácticas y políticas. Pero también, para que talespropuestas alcanzaran suficiente respaldo, apoyo social, legitimación,era necesario a su vez, argumentar, dar razones, unamuniamente noya vencer, sino convencer, dialogar. Y todo eso requería entonces untrabajo de construcción teórica, científica (de ciencias sociales, jurí-dicas, políticas, económicas) y desde luego que también de cualifica-ción filosófica, de razón práctica y ética: otra vez, ciencia y concien-

cia. Me parece que esa doble tarea es la que estaba en la mente dequienes, promovidos y dirigidos por Joaquín Ruiz-Giménez, tuvimosla fortuna, y la virtud, de poder estar con él en la inolvidable puestaen marcha de Cuadernos para el Diálogo, ideada tiempo atrás y mate-rializada en aquel lejano otoño de 1963 (su primer número aparecióen el mes de octubre). Allí, en esos trece años de puntual presenciamensual hasta 1976 y en los centenares de libros y folletos editados(con Pedro Altares como ejecutor principal), está buena parte de lacultura plural en la oposición a la dictadura sin la cual no se entiendela cultura de la transición y, después, Constitución incluida, la cons-trucción de la democracia en nuestro país23.

22. Junto a otros trabajos que expresan su evolución en esos años, recordaría aquíel artículo «Derecho y diálogo»: Revista de Estudios Políticos, Madrid, 109 (1960);también, aún con el pie forzado de manual escolar, su obra sobre La propiedad. Sus

 problemas y su función social, 2 vols., Anaya, Madrid y Salamanca, 1961 y 1962: y,sobre todo, su edición de la encíclica Pacem in Terris, de Juan XXIII, de 11 de abrilde 1963, con Presentación y sinopsis y notas del profesor Joaquín Ruiz-Giménez,

Epesa, Madrid, 1963.23. José García-Velasco en su colaboración, «Cuadernos en la tradición universi-taria institucionista», al volumen colectivo citado aquí en la nota preliminar (p. 81),ha llamado certeramente la atención sobre las analogías, sin desconocer las diferen-cias, de la acción educadora, política y cultural llevada a cabo en el entorno plural deCuadernos para el Diálogo, con algunas de las repercusiones públicas y las empresasintelectuales derivadas, de un modo u otro, en el primer tercio de siglo, a partir de laInstitución Libre de Enseñanza. Escribe así (pp. 176-177): «Cuadernos era mucho másque una revista. Era, desde luego, una empresa intelectual, como lo habían sido antesde la guerra civil, las empresas periodísticas de Ortega, Azaña o Urgoiti:  España,  ElSol, Revista de Occidente. Pero también era un foco de irradiación intelectual que, en

muchos sentidos, sustituyó el papel que debía cumplir la Universidad de aquellos años,como entre 1910 y 1936 lo habían sido las instituciones de la Junta para Ampliaciónde Estudios, singularmente el Centro de Estudios Históricos, dirigido por Ramón Me-néndez Pidal y la Residencia de Estudiantes, por Jiménez Fraud». De hecho —volveríaa recordar yo— en la editorial de Cuadernos para el Diálogo se publicaron las primerastesis doctorales, que se habían llevado a cabo a sugerencia mía con plena aceptación

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D E L A I N S T I T U C I Ó N A L A C O N S T I T U C I Ó N

En el aspecto que aquí más nos incumbe, el relacionado con lapersona del profesor Joaquín Ruiz-Giménez en su faceta más univer-

sitaria e intelectual, tengo que señalar que los escritos por él allí pu-blicados —y que, como ya se indicó, se han recopilado en dos grue-sos volúmenes bajo el título de El camino hacia la democracia— sonprecisamente la expresión concreta de esa cultura, de esa ética y esapolítica en ese tiempo de España. Pero también son, a mi juicio, pie-zas muy valiosas para la reconstrucción de una Teoría del Derecho yuna Teoría de la Justicia de esa sólo aparentemente preterida Filoso-fía jurídica del, durante ese tiempo, catedrático de la asignatura en laUniversidad (Central, luego Complutense) de Madrid. A dicha obra

—trece años de trabajo, ciento sesenta y cinco escritos— hay, pues,que recurrir (y, tal vez, también a muchos de los editoriales que, siem-pre con su firma como presidente, han aparecido durante todos esosúltimos tiempos en las Noticias del Unicef  en España) para documen-tar, constatar y debatir con mayor detenimiento y amplitud sobre losfragmentos, pero siempre con conciencia de totalidad, de esa filosofíajurídica y política del profesor Ruiz-Giménez que aquí sólo en sus másamplios trazos yo he pretendido esbozar24.

y formal dirección de Ruiz-Giménez, sobre institucionistas, discípulos de FranciscoGiner de los Ríos, como Adolfo Posada (por Francisco Laporta) y los, además, socialis-tas como Julián Besteiro (por Emilio Lamo de Espinosa) o Fernando de los Ríos (porVirgilio Zapatero) y sobre el discípulo de Julián Sanz del Río e introductor de la So-ciología en España, Manuel Sales y Ferré (por Manuel Núñez Encabo), precedidas demi propio libro sobre La filosofía social del krausismo español, de 1973. Recuérdese,por lo demás, que a algunos de aquellos intelectuales, institucionistas u orteguianos,liberales o socialistas, los había tenido y apreciado el joven católico Ruiz-Giménez

como profesores en su época de estudiante en los cursos de la Facultad de Derecho y,después, de la Facultad de Filosofía en la Universidad de Madrid durante los años trein-ta, antes de la guerra civil: pienso que algo de aquéllos impregnó y permaneció en suposterior talante personal e intelectual.

24. Joaquín Ruiz-Giménez,  El camino hacia la democracia. Escritos en «Cua-dernos para el Diálogo» (1963-1976), 2 vols., Centro de Estudios Constitucionales,Madrid, 1985, edición y estudios del Instituto Fe y Secularidad, con Presentación desu director académico José Gómez Caffarena. La obra —a la que ya me he referidoen las páginas iniciales de este capítulo— incluye también interesantes estudios sobrelas diversas dimensiones de su pensamiento, así como una entrevista a aquél realizadapor José Antonio Gimbernat y una cronología esquemática preparada por Teresa Ro-

dríguez de Lecea. Pienso que la circunstancia, teórica y política, personal y general,a que se ha venido aludiendo aquí, puede también encontrar ilustración y comple-mento en dos libros de, precisamente, los dos antiguos adjuntos de Ruiz-Giménez:el mío, Los viejos maestros. La reconstrucción de la razón (Alianza, Madrid, 1994)y, sobre todo, el de Gregorio Peces-Barba, La democracia en España: Experiencias yreflexiones, Temas de Hoy, Madrid, 1996.

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4. EPÍLOGO: CINCO RAZONESPARA NO VOTAR A RUIZ-GIMÉNEZ

Como complemento de estas no muy sistemáticas notas incluyo aquí,a modo de epílogo, estas consideraciones que —pienso— puedencontribuir a pergeñar algo más ese talante personal y político que, ami juicio, caracteriza a Joaquín Ruiz-Giménez. Reproduce un artículomío, con el mismo título que el de este epílogo, aparecido con algunasreducciones en el diario El País el 27 de junio de 1982: trataba sobrela propuesta de aquél como Defensor del Pueblo formulada por elPSOE y otros grupos nacionalistas y de la izquierda constitucional con

objeto de poner ya en funcionamiento tan alta institución. A propó-sito de ello se analizaba críticamente y se intentaba dar contestacióna algunas de las presuntas «razones para no votar a Ruiz-Giménez»,esgrimidas frente a tal propuesta por la poderosa derecha mediáticay, en el propio Parlamento, por el mayoritario partido de GobiernoUnión de Centro Democrático (UCD) y otros grupos de pareja signi-ficación. En tal «crítica de la crítica» me ratifico todavía hoy. Huboallí desgarramientos y lamentaciones personales, expresión asimismode la definitiva crisis interna de dicho partido, pero a toda costa se

impidió por entonces el debatido nombramiento. Éste se produciríafinalmente meses después, tras el triunfo electoral socialista del 28 deoctubre de 1982, siendo así proclamado Joaquín Ruiz-Giménez comoel primer Defensor del Pueblo de la naciente democracia.

En síntesis éstas eran, puede decirse, las principales causas de repro-bación (al principio de cada punto se da aquí entrecomillado por mí elresumen de cada una de ellas). Léanse, por favor, como si estuviésemosen junio de 1982 —aunque creo que pueden tener sentido hoy— conLeopoldo Calvo Sotelo todavía en la jefatura del Gobierno español:

Primera: «Es el candidato oficial de la oposición, el candidato ofi-cial del Partido Socialista». Esto no es en modo alguno cierto así ex-presado —a pesar de algunas simplificaciones en tal sentido de lasagencias de prensa—, pero desde luego UCD ha hecho todo lo posiblepara que lo fuera o lo pareciera. Invocarlo ahora como argumento encontra me parece de lo más incoherente e irrelevante. También UCDestuvo, en su día, a tiempo..., y lo siguen estando todavía sus diputa-dos, que —liberándose de la abstención— contribuirían a mejorar, de

paso, la imagen de su propio partido. Desde el principio hubo socia-listas a favor, pero también los hubo mucho más reservones, suspica-ces y hasta contradictores. Y lo mismo ocurrió, creo, en otros partidosy también en UCD, aunque tal vez con proporción mayor aquí de losreticentes y negativos. Lo que pasa —¡con perdón!— es que una vez

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más el PSOE ha demostrado mayor sensibilidad y conocimiento dela opinión pública pues, sobre la base de sus claras y no neutralistas

opciones democráticas, la verdad es que Ruiz-Giménez «sonaba» biena nivel popular para tal puesto. Y esto también lo saben perfectamentedentro de UCD —y es un margen para la esperanza— los diputadosmás sensibles, demócratas y hasta yo diría que más inteligentes.

Segunda: «Suficientes problemas tenemos; no es conveniente aumen-tarlos con los que vendría a crear  el Defensor del Pueblo». Poca credibi-lidad democrática, poca fe en las instituciones y en la Constitución de-muestra quien así habla o quien, sin decirlo expresamente, así piensa yactúa. Me parece, por el contrario, que la puesta en funcionamiento de

este alto comisionado de las Cortes no creará más problemas de los queya están creados (aunque a veces ocultos) y que podrá, en cambio, ayu-dar a resolver muchos de ellos. Tal institución del artículo 54 del textoconstitucional supondrá, sin duda, un importante fortalecimiento denuestra joven democracia y un acercamiento de ella a la realidad diariay a los problemas concretos de los ciudadanos españoles, especialmentede los más humildes. Va ya para cuatro años que la Constitución fuepromulgada: tener miedo al Defensor del Pueblo, querer retrasar hastano se sabe cuándo su creación significa violar el mejor espíritu de aqué-lla, dando entrada a una actitud de prudencia involutiva que acobarda,desmoviliza y ningún bien hace a una democracia que de verdad estéapoyada por el pueblo, como cosa suya que, por tanto, tenga interés endefender, consolidar y profundizar.

Tercera: «Pero esperemos, al menos, hasta la ya próxima legislatura,hasta después de las elecciones». ¿Para qué? La alta cualificación ma-yoritaria que lógica y legalmente se exige para tal nombramiento hacecompletamente inútil tal dilación: al menos que lo único que se pre-

tenda sea evitar que se supervise ahora este final de la Administraciónucedea. Por otro lado tal demanda de aplazamiento parece indicar queUCD, con espíritu derrotista, está ya aceptando que a partir de otoño,tras las próximas elecciones, será otra la Administración (dirigida porsocialistas) a la que habrá que supervisar. Si UCD no pensase que habráun cambio, ¿por qué no dejar ya elegido ahora el Defensor del Pueblo?

 Y se conoce mal, muy mal a Ruiz-Giménez si se piensa que va a ser másblando y menos exigente con los a él cercanos y más duro y menoscomprensivo con los otros: la verdad es más bien la contraria, con sus

lados buenos y sus lados malos. Retrasar a través de la abstención elnombramiento es, pues, todo un síntoma de que UCD espera perderlas próximas elecciones, y, en efecto (recuérdese su famosa abstenciónen Andalucía), abstenerse ahora en este importante asunto puede, a suvez y por ello mismo, contribuir a hacérselas perder.

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Cuarta: «Sin rodeos, el problema central es que la persona pro-puesta tiene fama de autonomista, y más en concreto de proclividad

hacia vascos y catalanes, incluso parece que goza de cierta estima en-tre los  abertzales de izquierda». ¿Cómo puede alegarse tal cosa aquíy ahora como demérito? Ojalá sea cierto que Ruiz-Giménez es oídocon atención o tiene alguna consideración en tan conflictivos y difí-ciles medios: no hay muchos ombudsmanables que puedan alegar deverdad esa cualidad. Si así fuera en aquél, considero precisamente quesería una razón de más, y muy importante, tal vez decisiva, para forta-lecer a tan privilegiado interlocutor con el prestigio y el poder de esaalta institución estatal. Porque a estas alturas lo que está fuera de toda

duda, lo que nadie —perteneciente a la profesión, grupo o estamentoque sea— tiene derecho ni posibilidad alguna de alegar o de poner encuestión es el probado amor a España y la total honestidad personal de Joaquín Ruiz-Giménez. Y prefiero pensar que nadie se atreverá a pre-suponer en él lenidad de ningún tipo, por un lado, hacia el asesinato ola extorsión, ni que nadie, por otro, querrá permitir que se practiqueny silencien comportamientos, como torturas o malos tratos, que derealizarse, consentirse y ocultarse convierten al Estado por ello mismo(y no, como aduce cierta retórica «ácrata-gauchisma», por el mero he-cho de ejercer legalmente el poder, aunque sea democrático) en verda-dero Estado terrorista y a esas sus acciones, condenadas, por ejemplo,en el artículo 15 de nuestra Constitución, en verdadero terrorismo deEstado. Opino, de todos modos, que esta objeción a Ruiz-Giménez,formulada por lo general sotto voce y en círculos adecuados, está fun-damentalmente destinada al consumo intoxicador de los hispánicospoderes fácticos y al adormecimiento de la propia impotencia y malaconciencia.

Quinta: «Bajando el diapasón, pues tampoco el Defensor del Pue-blo va a tener tanto poder, el problema más real es que, según es esainstitución y según es Ruiz-Giménez, todo el mundo va a tener accesoa él y a ninguno va a negarse a escuchar: ¿cuáles serán los resulta-dos?». Lo más atendible de esta objeción u observación, que encierraun altísimo elogio, debiera conducir al compromiso parlamentariode dotar a tal institución de medios personales y materiales y de unaorganización tal que le permita funcionar con la más adecuada efica-cia. Pocas cosas serían más negativas en este campo que las exultantes

e injustificadas expectativas seguidas del habitual, fácil y frustrante«desencanto». Y no se olvide que, junto a las dificultades y proble-mas reales, los «desencantadores» de diferentes colores y pelajes —ano confundir con los verdaderos críticos— estarán continuamente alacecho. Entre otras muchas cosas hará falta seleccionar los asuntos,

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dando prioridad a los más relevantes, archivando al obseso paranoicoy al patológico y sempiterno querellante carente de razones, haciendo

las cosas, en definitiva, como deben hacerse. Junto a las propuestas deresolución de los casos justos y posibles y la corrección de las corrup-ciones y corruptelas de la Administración —funciones más propias delDefensor del Pueblo— pienso que la publicación anual de las reclama-ciones habidas constituirá, de todos modos, el mejor y más ilustrativoexponente sociológico de las necesidades reales y de las inventadas(que a veces también son reales), que acucian a los españoles todosde hoy25.

25. Para el final, no muy feliz, de esta historia, pero por respeto a la verdad y a larealidad, remito a lo señalado anteriormente en relación con la nota 7.

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ENRIQUE TIERNO GALVÁN:EL «VIEJO PROFESOR» (SOCIALISTA)

CONTRA LA DICTADURA*

Enrique Tierno fue desde muy joven el V.P., el «viejo profesor»: lo eraya tras su llegada a la Universidad de Salamanca en la primera mitadde los años cincuenta (allí es donde le conocí yo), cuando —nacidoen 1918— estaba en torno a los treinta y cinco de edad. Y murió en1986, a los sesenta y ocho años cuando en nuestro tiempo a nadie de

esa edad se le considera viejo. Agnóstico, siempre con un cierto halode misterio y simulación, oblicuo, conspirador con y sin escenario, deamplia cultura, a veces frío, jugando a perverso y distante. Pero tam-bién —así le recuerdo— con mirada (incluso sonrisa) amable, com-prensiva, inteligente y convincente, de conversación irónica, inclusofestiva, aunque sólo hasta el punto —decía él— de no dramatizar lotrivial pero tampoco de trivializar lo dramático.

En la lucha como intelectual y profesor contra la dictadura, en lailegal pero legítima oposición política a ella, también Tierno Galván

mantuvo siempre una actitud muy diferenciada y especial. En aquellalarga etapa del régimen que iría de 1939 a 1956, aquél se sitúa asímucho más allá de las discrepancias internas expresadas en el válidodualismo entre «comprensivos» y «excluyentes» que delimitaría porentonces, dentro del cuadro vencedor, Dionisio Ridruejo. Aún conamistades personales, no estaba entre ellos Tierno Galván: su crítica

* Estas páginas provienen originariamente de mi artículo «Tierno Galván: entre

el fraccionamiento y la totalidad», publicado en la revista Sistema 71-72 (1986), núme-ro monográfico publicado como recuerdo y homenaje a él tras su fallecimiento (acae-cido el 19 de enero de ese año), con colaboraciones de un buen número de discípulos,amigos y estudiosos de su obra. Deriva, asimismo, de la posterior versión revisada que,en un contexto más amplio, se incorporó después a mi libro Ética contra política. Losintelectuales y el poder , Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1990.

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y enfrentamiento al nacional-catolicismo se ejerció siempre con mu-cha mayor radicalidad y distanciamiento como agnóstico y vencido de

la guerra civil. En la otra larga etapa, de 1956 (o 1959), inicios deldesarrollismo económico, hasta ya el final del régimen en 1975, la for-talecida propuesta de la siempre ilegal oposición —democracia «formaly material» versus tecnocracia (opusteocrática) franquista— se concre-taría muy pronto en él y sus gentes en la afirmación de un ilustrado yconsecuente socialismo democrático, abierto a renovados planteamien-tos libertarios. Algo en cualquier caso muy lejano de tantos arbitrismosy radicalismos más o menos «estéticos» de la época («falsos radicalis-mos» los denominó aquél) y, por supuesto, que de las también entonces

frecuentes invocaciones a las soluciones taumatárgicas a través del usode la violencia.

1. EVOLUCIÓN INTELECTUAL:EL DESCUBRIMIENTO DE LA COMPLEJIDAD

Pero no resulta tarea fácil —lo reconozco aun con lo que acabo deescribir— la de desentrañar y organizar, de manera suficientemente

satisfactoria, los caracteres y rasgos específicos —con esas altas dosisde enigma y carisma— propios de la personalidad humana y el pen-samiento científico y político de Enrique Tierno Galván. Con ocasiónde su muerte lo recalcaba José Luis L. Aranguren, otro gran maestro,con aquél, de buena parte (en las que se incluye quien esto escribe)de esas generaciones españolas de los años cincuenta y sesenta: «niyo, ni quizá nadie, conoció suficientemente a una personalidad comola suya, tan compleja, irónica y, en su fondo, oculta». Pero el mismo

 Aranguren sugiere, sin embargo, una inicial calificación —que me pa-

rece acertada— como racionalidad agnóstica, escéptica o funcional:aunque haciendo observar, a la vez, que el último Tierno «añoró conpalabra precisa, es verdad, una vieja Europa de racionalidad humanis-ta y hasta metafísica y casi teológica, difícilmente conciliable —señala

 Aranguren— con la de aquella filosofía suya de la que hemos partidopara esta interpretación»1.

Hay, a propósito de ello, un artículo de Tierno publicado en 1966que yo tomaría aquí como punto de partida y que, en mi opinión, es

1. José Luis L. Aranguren, «La vida como conducta y como función», en El País, Madrid, 20 de enero de 1986: incluido ahora en su obra póstuma La izquierda, el poder y otros ensayos, edición y presentación de Antonio García Santesmases, Trotta, Madrid,2005, pp. 80-82.

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E N R I Q U E T I E R N O G A L V Á N : E L « V I E J O P R O F E S O R » C O N T R A L A D I C T A D U R A

clave adecuada para empezar a penetrar en el trasfondo de su psico-logía y de su pensamiento: se titula «El descubrimiento de la comple-

jidad». Ésta, la complejidad, el distanciamiento, la excepcionalidadque son, en efecto, categorías muy significativamente «tiernistas», vana ser directamente aplicadas por él para la comprensión crítica de larealidad social y política española de su tiempo. Los planteamientosrotundos y dualistas de las dictaduras —dice allí aquél— son siempresimplistas, tanto si se trata de las dictaduras políticas como de las dic-taduras morales; la democracia, la libertad, la libre decisión, la auto-nomía de la voluntad, implican, en cambio, complejidad. La simplifi-cación, que «equivale muchas veces a simpleza», además de esquema

típico del régimen franquista, ha sido —decía Tierno— «una viejamanía entre los españoles, como corresponde a un país que ha pasa-do por continuos e inexorables rencores religiosos y políticos, y queha tenido muy tarde su despegue industrial». Y en la España de 1966,constataba aquél, «afortunadamente me parece que se comienza adescubrir la complejidad, y descubrir lo complejo equivale a descu-brir lo real, sobre todo en política». Exigencia ineludible, implicaciónprofunda más bien, de la complejidad es la oposición y la democracia:«Una vez que haya oposición —concluía y pronosticaba— habremoscomenzado a salir de la simplificación y a vivir la democracia o com-plejidad».

Pero no era éste un artículo de alcance sólo político. Decía asídesde esa perspectiva el propio Tierno: «las consecuencias de estatendencia a simplificarlo todo, no son únicamente de orden políti-co; atañen también de modo directo a la moral». Y añadía: «Tantoda que se simplifique en nombre de una idea o de otra; el resultadocasi siempre es el mismo. Nada hay más simple, ni que simplifique

más las cosas, que un verdugo». Por el contrario, «nada humano loes plenamente si no se admite que la convivencia en cualquier nivel—en hechos o en ideas— significa complejidad». Ello identifica alintelectual contra la dictadura, tanto frente a la concreta dictadurafranquista como frente a cualquier otra, ya lo sea de carácter políti-co o moral. Y de forma expresa señalaba él como elementos necesa-rios de la complejidad —personal y política— la contradicción y lanegación: «Es necesario educarse en la idea de que la contradicciónes buena cuando permite entender la complejidad de los hechos».

E igualmente la negación, que es quien legitima el consentimiento:«Ha llegado el momento —demandaba Tierno muy oportunamenteen aquel año plebiscitario de 1966— de dar estructura política a lanegación. Es senilidad u obcecación creer en un sí universal. Ningu-na decisión es legítima en política si no existe el consentimiento de

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la comunidad, y no se puede llegar a tal consentimiento si no existeoposición»2.

Me parece que, al hilo de esa específica referencia temporal, estánaquí contenidos algunos de los elementos —consentimiento, contra-dicción, negación, oposición— que pueden considerarse como másválidos para un mejor entendimiento de la personalidad humana,intelectual y política de Enrique Tierno Galván. Pero hablando deesto advertiré enseguida, como «teoría general», que la complejidad, laverdadera complejidad, no es ni debe ser, en modo alguno, interpre-tada como sinónimo de inútil e inevitable oscuridad o, menos aún, depura confusión mental. La complejidad no tiene nada, en absoluto,

que ver con la arbitrariedad o con el simple embrollo real o intelec-tual, ni con el mero afán de complicar por complicar o, peor aún, decomplicar para ocultar y enmascarar. La legítima complejidad real eintelectual no está reñida, al contrario, con la claridad y el rigor, tantoen la investigación como en la descripción.

Resalto esto que quizás no sea obvio. Que Tierno, que era com-plejo, muy complejo, era —a mi juicio— a la vez profundamente claroy preciso: en su lenguaje y en sus ideas, incluso en su criptolenguaje yen sus ambigüedades. Era claro por lo menos, y no es poco, en susconcepciones teóricas y en sus actitudes prácticas más fundamenta-les. Por ejemplo, lo tuvo siempre muy claro (cuando otros, muchomenos complejos, dudaban y se callaban) con respecto a la dictadu-ra, con respecto a la libertad o a las exigencias del trabajo intelectualy universitario, con respecto a la ética y a la democracia. Y tambiénfue así en otras muchas cosas «menores»: por ejemplo, vio claro ypronto desde la izquierda que la democracia podría llegar más fácil-mente a este país a través de la «salida» (¿y «solución»?) monárquica.

¿Que se equivocó en otras cosas?, ¡por supuesto!, y yo, modesta-mente, también lo he señalado por escrito algunas veces. Estas pági-nas mías no son, ni para nada quieren ser, una idílica hagiografía deaquél. Y que, junto a esa claridad, hay contradicciones no «buenas»y oscuridades o imprecisiones en su obra, también es evidente. Perolo que, a su vez, con él siempre aparecía evidente era la complejidad

2. Este artículo —no se olvide que en diciembre de 1966 tendría lugar, sin liber-

tad alguna, el «referéndum» sobre la Ley Orgánica del Estado franquista— apareció,por supuesto, fuera de España: en Ibérica, la revista que editaba Victoria Kent en Nueva York, y concretamente en su número 11 del volumen (o año) 14, correspondiente al 15de noviembre de 1966, pp. 3-5. Después fue recogido en la recopilación de escritos deTierno Galván titulada España y el socialismo, con presentación de Francisco J. Bobillode la Peña, Tucar, Madrid, 1976, pp. 19-25.

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y el intento lúcido para analizarla y hacerla clara, comprensible yoperativa3.

Estoy seguro de que en el próximo futuro estudios llevados a cabocon sus obras completas ya disponibles desvelarán fuentes, perspectivas,ángulos y partes diferentes y diferenciables en esa compleja personali-dad y en esa obra científica y filosófica que ha producido el desdesiempre «viejo profesor», Enrique Tierno Galván. Estas notas míasde ahora, de las que me responsabilizo, no son, sin embargo, sinouna recopilación urgente del pasado, es decir, de las viejas lecturas,de los recuerdos y los papeles de antaño; y, en cuanto tal —aunquehe tenido en cuenta cosas nuevas—, no pretenden ser sino una mera,

en todo caso revisable y fragmentaria, aproximación a aquél. Desdeluego que ya se autojustificarían y se darían por conformes las talesnotas si pudieran ser útiles para esas futuras necesariamente, más con-cretas, más detalladas y monográficas indagaciones sobre su persona ysu obra intelectual y política4.

 Aunque Tierno mostró siempre rasgos de fuerte e indudable ori-ginalidad y fue en no pocos aspectos rara avis en el panorama culturalde la España de los años cincuenta (no digamos en el de la mesetariaSalamanca, ciudad entonces, aunque universitaria, muy rural, tradi-cionalmente ganadera y clerical), sin embargo su pensamiento debeser al propio tiempo situado y entendido no aislado sino dentro deese contexto general político, social e intelectual de la época. Y másen concreto —sus primeras fases— en relación con el clima de relativa

3. Hablando en otros trabajos míos acerca de Norberto Bobbio, otro gran refe-rente contemporáneo y, por cierto, buen amigo también de Tierno Galván, resumí ytitulé de modo similar como «Claridad en la complejidad» un artículo mío sobre aquél,

publicado en El País el 23 de diciembre de 1984: pero, diferenciaría ahora, la claridadde Bobbio es más clásica y analítica; la de Tierno, más dialéctica y barroca; y, por otrolado, a la claridad, evidente, de Bobbio lo que a veces, ilegítimamente, se le niega es lacomplejidad; mientras que a la complejidad, evidente, de Tierno lo que a veces, ilegí-timamente, se le niega es la claridad.

4. Ya en estos últimos tiempos se han publicado, con origen en tesis doctorales,los libros de Alfredo Rodríguez, Tierno Galván: la actualidad de su pensamiento,Prólogo de Raúl Morodo (Clave, Málaga, 1994) y, el más analítico, de Mario RuizSanz, Enrique Tierno Galván: aproximación a su vida, obra y pensamiento, Prólogo de Javier de Lucas (Dykinson, Madrid, 1997). Como culminación de esas tesis doctorales,merece muy especial atención y valoración la larga y detenida investigación que supo-

ne la obra de Jorge Novella Suárez, El proyecto ilustrado de Enrique Tierno Galván,Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2001: se trata de una excelenteguía de lectura e interpretación de su pensamiento; sobre la base de una muy completabibliografía actualizada de y sobre aquél, aporta asimismo otras informaciones y crí-ticas de contenido sobre escritos (también de detractores como César Alonso de losRíos) que por razones varias no han sido aquí considerados.

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apertura y liberalización que en la Universidad y aledaños, entre 1951y 1956, se intenta asimismo establecer desde instancias oficiales por

el ministerio Ruiz-Giménez. Ciertas cosas, en efecto, empezaban amoverse en la España de esos años: primeras huelgas y movilizacionesobreras contra la dictadura, desde 1948 y sobre todo a partir de 1951,o el surgimiento del movimiento estudiantil universitario que culmi-nará por ese tiempo en la crisis de 1956. En el estricto ámbito intelec-tual, además de Tierno y a diferencia de éste en una perspectiva entrecatólica y orteguiana, también Marías, Aranguren, Ridruejo, Laín, To-var y pocos más, todos ellos —excepto el primero— con procedenciay adhesión a la «España nacional», comenzarán por entonces a si-

tuarse, con alguna diversidad, en posiciones personales, más adelantetambién políticas, moderadamente críticas y genéricamente liberales.En cuanto a la importante labor que enseguida lleva a cabo aquél parala recepción y difusión de la metodología de la ciencia y la filosofíaanalítica y neopositivista en España no sería tampoco justo olvidar ala revista Theoria, fundada por Carlos París y Miguel Sánchez Ma-zas y que se publicó entre 1952 y 1956, o algo después a ManuelSacristán. Y también en Cataluña, el historiador Jaime Vicens Vivespostulaba ya por entonces, como Tierno, una metodología de carácterrigurosamente científico y hasta cuantitativista, válida frente a las ge-neralidades retóricas y las intoxicaciones ideológicas absolutistas tanfrecuentes, a modo de ilegítimo ingrediente sustitutorio de la historiay la realidad, en la España de Franco5.

En este contexto, y sin olvidar nada de ello (y menos aún, desdeluego, el trabajo de tantos y tantos en la clandestinidad), fue con todoTierno Galván —me parece justo resaltarlo— el primero que en elmundo intelectual español de esos años expresa con mayor claridad

y profundidad una actitud crítica de despegue y oposición hacia la si-tuación establecida y sus presupuestos de fondo, ideológicos, políticosy hasta religiosos. Subraya así Raúl Morodo que Tierno, «por encimade todo, ha representado el gran intelectual que actuó de revulsivo

5. Estoy aludiendo, como se ve, a algunos de los intelectuales —Tierno, Aran-guren, Vicens Vives— que expresamente Juan Marichal trataría algo después en su inci-tante libro El nuevo pensamiento político español, Finisterre, México, 1966; tambiénse ocupaba allí Marichal de aquel hombre justo y con tanta humanidad encima, que

fue don Manuel Giménez Fernández, así como del estudio de los primeros escritos yactividades de Ignacio Fernández de Castro, uno de los fundadores del «Felipe» quees —recuérdese— como en el argot político de aquellos años, se aludía al izquierdistaFrente de Liberación Popular (FLP). Sobre éste puede verse, entre otros, el libro de Julio Antonio García Alcalá,  Historia del Felipe (FLP, FOC y ESBA), Prólogo de JoséRamón Recalde, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2001.

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Desde esas bases de partida van ya quedando —creo— relativa-mente en claro los diferentes períodos de la biografía personal, intelec-

tual y política de Enrique Tierno Galván. Tras la síntesis hecha en sulibro por Morodo y con mis propias antiguas y nuevas anotaciones, yome inclinaría por la siguiente, siempre revisable y flexible, estructura-ción: 1) Años de formación, preguerra y guerra civil (1918-1939): losCabos sueltos y otras no muy prodigadas confidencias de Tierno sobreestos y los primeros tiempos de la postguerra son, por el momento, lasprincipales fuentes disponibles7. 2) Años de supervivencia en la «cul-tura de hibernación», años de estudio del Barroco y de su utilizacióncrítica y críptica contra el régimen totalitario del «Imperio hacia Dios»:

irían desde 1939, pasando por 1942 en que presenta su tesis doctoral,que será más adelante su primer libro, sobre  La influencia de Tácitoen los escritores políticos españoles del Siglo de Oro, o 1948 en queobtiene por oposición la cátedra de Derecho Político de la Universidadde Murcia, hasta 1953, fecha de su traslado a la Universidad de Sala-manca: es la etapa que Juan Marichal ha calificado de «neotacitista».3) Años (en Salamanca) «de despegue, neopositivismo, funcionalismoy Europa», señala Morodo, etapa que yo acotaría entre 1953 y 1962 yque éste lleva hasta 1965, fecha de su expulsión de la Universidad: enella se cifra por él el inicio del largo período de los «años de madurez»ya hasta su muerte pero con inflexiones importantes a lo largo de todoese tiempo y —advierte— una «autorreducción en los finales seis años»,todo lo cual exige —creo— una más explícita y plural diferenciaciónde varias ulteriores fases entre 1962 y 1986; en cualquier caso, estatercera etapa se caracteriza, en efecto, por la recepción y utilización—una de las primeras veces entre nosotros— de la filosofía neoposi-tivista y, en general, del pensamiento analítico anglosajón; es ésta la

etapa denominada «funcionalista», en la que ya empezaba a hablarseallí —en los años cincuenta— de socialismo, y más en concreto de so-

Raúl Morodo, Tierno Galván y otros precursores políticos, Ediciones El País, Madrid,1987, entre otras aquí, pp. 160, 170, 174, 183 y 267: esta obra, como veremos, seráaquí con frecuencia aludida y aducida.

7. También hay algunas cosas más —otras se refieren a su filosofía posterior— ensu conferencia Reflexiones sobre el proceso de mi evolución intelectual, publicada en Sis-tema 3 (1973), pp. 5-14; al final de ella, advertía allí Tierno, dirigiéndose a sus oyentes

y lectores, «de que tanto yo como otros muchos intelectuales de mis años hemos parti-do prácticamente desde cero. La guerra civil y sus resultados nos obligó a hacerlo casitodo por nosotros mismos. Los tiempos no han cambiado mucho —hacía observar aquélen 1973—, pero sí lo suficiente para que puedan comprender, sin mayor dificultad, lasmuchas cosas negativas que hubo que vencer para no quedarse por completo aislado dela cultura europea y pensar» (p. 14; es él mismo quien subraya esta última palabra).

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cialismo funcionalista, de socialismo técnico8. 4) Años (1962-1968) enlos que se consolida y se profundiza ese paso intelectual y político al

socialismo y también de manera flexible y crítica a la filosofía marxista;es la etapa, tal vez, más importante de Tierno desde el punto de vistacientífico y filosófico, que se prolonga con obras de ese mismo carácteren los primeros setenta, y en mi opinión —teniendo en cuenta las difí-ciles condiciones— también la más fructífera y de repercusiones de másfondo desde el punto de vista político, pues sirvió para abrir brecha ensectores sociales hasta entonces inasequibles así como para establecercontactos, a veces conflictivos, con las otras fuerzas de oposición a ladictadura. 5) Años de mayor y más directa absorción por el activismo

político y hasta partidista, con una cierta radicalización (de inspira-ción anarquista, insistirá Morodo), desde 1968 con la fundación delPartido Socialista en el Interior (PSI) o, sobre todo, desde 1974 con ladel Partido Socialista Popular (PSP), hasta 1978 en que se produce lafusión de éste con el PSOE; son momentos, es lógico, de menor dedi-cación intelectual (sobre todo en su segunda parte) y, a su vez, los quemás en cuanto a actividad pública, nacional e internacional, en tiemposcomo esos marcados por el final del franquismo y por los inicios dela transición a la democracia. 6) Años, finalmente, de la denominada(por Morodo) «autorreducción», es decir, de trabajo en el interior delPSOE (1978-1986), y como alcalde de Madrid, desde 1979, reelegidoen 1983, con una gestión eficaz y popular, con también sus famosos

 Bandos, en los que se quiere ver una vuelta de aquél, pero ahora lúdicay escéptica, al Barroco de los primeros tiempos9.

8. La tesis doctoral de uno de sus frecuentes discípulos americanos, Rafael Gar-zaro (después profesor de la Universidad de Río Piedras, en Puerto Rico), dirigida por

Tierno Galván en aquellos años, simbolizaba bien esa actitud político-intelectual deentonces, no exenta tampoco de inevitables referencias crípticas; un avance de ella,«Sobre la reducción del socialismo a técnica», apareció en el  Boletín Informativo delSeminario de Derecho Político de la Universidad de Salamanca 20-23 (1958), pp. 263-281. Dicha tesis (publicada bastante tiempo después por Tecnos) llevaba como títulobien expresivo Del socialismo ideológico al socialismo técnico.

9. En la organización formal de este esquema yo diferiría de Morodo, entre otrascosas, en adelantar algo la fecha (1962 y no 1965) que serviría como símbolo delpaso político e intelectual de Tierno desde un antifranquismo preferente liberal pro-gresista, funcionalista y europeísta (etapa 1953-1962), hacia un socialismo en buenamedida inspirado por una flexible y personal interpretación del marxismo: con ello,

establezco una etapa más (1962-1968) que él absorbe —con implicaciones de fondo,claro está— en la más dilatada que llegaría ya hasta 1978. Para adelantar, destacar ydiferenciar tal fecha y etapa me valdría ahora de su petición de ingreso en el PSOEen diciembre de 1962 (dato que tomo de Abdón Mateos), así como de la publicaciónal año siguiente, en 1963, de su importante trabajo Humanismo y sociedad  en el cual,en mi opinión, hay ya claramente una actitud socialista y, con las debidas matiza-

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Señalo que, a pesar de las anteriores minuciosas precisiones sobreetapas y fechas de las mismas, en modo alguno he pretendido hacer

en estas páginas un estudio completo, detallado y puntual de todas ycada una de estas fases de la evolución intelectual y política de Enri-que Tierno Galván. Mi propósito, mucho más modesto, es resaltar sólo—dentro de ellas— ciertos aspectos o elementos de, preferentemente,su otra teórica, filosófica y científica, a través del análisis de algunas,no todas, de sus principales publicaciones a lo largo de todos estosaños. Uniendo teoría y praxis, como él mismo auspiciaba, no dejará sinembargo de hacerse también referencia a unos u otros momentos másdestacados de su actividad política. Aunque no se haya establecido en

la organización de este capítulo una rígida división temporal, de hechoen cada uno de los tres epígrafes siguientes vienen a agruparse sucesiva-mente las seis etapas que se acaban de diferenciar, si bien en ocasionestal marco se deje claramente desbordar buscando siempre una mayorcomunicación entre ellas.

2. NEOTACITISMO Y FUNCIONALISMO:LA CRÍTICA DEL DOGMATISMO IDEOLÓGICO

 Y DE LA IDEOLOGÍA TECNOCRÁTICA

 Neotacitismo

No voy a tratar aquí de los primeros años de juventud de Tierno, desu período inicial de formación con la guerra civil por medio. Ademásde sus propios escritos, ya citados, serán los libros de Raúl Morodo y

 Jorge Novella los que aporten los testimonios más documentados y fia-bles. En lo que atañe ya más propiamente a su producción intelectual

habría que comenzar por recordar, junto a la mencionada tesis doctoralsobre la influencia de Tácito aparecida como libro en 1949, su estudiode 1951, relativo a Los supuestos escotistas en la teoría política de Jean

 Bodin10. El punto de cierre de esta segunda etapa estaría, pienso, en lapreparación de sus Notas sobre el Barroco, publicadas ya algo después,en 1954; al año siguiente aparecería su Sociología y situación (1955),

ciones, también tendencialmente marxista. Con más detalles concretos sobre la pe-riodificación y sobre algunas implicaciones políticas de todo ello, mi escrito «Tierno

Galván, libertario y socialista», amplio comentario crítico al mencionado libro de RaúlMorodo, comentario publicado en la revista Saber/Leer , Madrid, 19 (1988), pp. 6-7.

10. Estas dos obras de la primera época de Tierno —segunda, en rigor, incluyen-do la de niñez y juventud— no eran durante mucho tiempo nada fáciles de encontrar;junto con otros trabajos suyos posteriores, fueron después reeditadas en el volumentitulado Escritos (1950-1960), aparecido en Tecnos, Madrid, en 1971.

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libro ya claramente «funcionalista». En los estudios de fondo que vanincrementándose me parece que va a resultar de muy especial interés y

complejidad el debate y el proceso de dilucidación acerca, precisamen-te, de las relaciones de Tierno con el Barroco español, así como el de lajustificación histórica del mencionado «neotacitismo» de aquél, etapaobligada para todo el desarrollo posterior de su pensamiento.

«Recordemos —escribía Juan Marichal explicando el sentido delrótulo por él utilizado para designar esa fase del pensamiento de Tier-no— que en la historia europea de los siglos XVI y XVII el llamado ‘ta-citismo’ es a la vez una utilización y una atenuación de los principiospolíticos maquiavelistas en los países católicos». Principios políticos

maquiavelistas —adviértase— y no tanto «maquiavélicos» en el sentidoético-político más complejo (¿cinismo inmoral, denuncia encubierta?)que encierra esta expresión. Como es bien sabido, lo que con aqué-llos, los primeros, se quiere expresar es, sobre todo, una prevalenciade los elementos empírico-descriptivos sobre los prescriptivo-normati-vos. Creo que precisamente esa prevalencia, utilizada con sentido críti-co, va a ser siempre regla metodológica o incluso rasgo principal en lapersonalidad y en la obra de Tierno Galván: podría decirse que frentea la negación de la prescripción prefiere y practica la descripción dela negación. Escribe éste sobre ello aludiendo al fondo histórico de lacuestión: «los escritores occidentales, incluyendo a Maquiavelo, noaceptaron el maquiavelismo como concepción del mundo [...]. Es cu-rioso —añade Tierno— que de toda la obra de Maquiavelo sólo unlibro claramente irónico, El príncipe, sea maquiavélico [...]. El maquia-velismo —señala— es esencialmente revolucionario. El antimaquiave-lismo, antirrevolucionario [...]. El Barroco y —añade aquél— la Ilus-tración parten del supuesto de la inmovilidad fundada en el ‘derecho

divino de los reyes’, en tanto que la doctrina de Maquiavelo parte delsupuesto de la lucha por el poder y el éxito del más fuerte o del máshábil». Maquiavelo en  El príncipe  sostiene, con terrible ironía, quehay que hacer lo que en realidad ya se hacía: utilizar el terror, el mie-do, la corrupción, la fuerza. Sólo se iban a sorprender y escandalizarlos que no conocían la realidad o quienes querían ocultársela a losdemás. Los consejos del florentino se parecían demasiado a la realidad.En esta perspectiva, además de posibilitar el surgimiento de una cien-cia política realista, científica, empírico-descriptiva, los propósitos de

Maquiavelo cobran, de hecho, un indudable carácter crítico y mora-lizante, señala Tierno11.

11.  Acotaciones a la historia de la cultura occidental en la Edad Moderna, Tecnos,Madrid, 1964; concretamente aquí, para estos textos, pp. 66-67. Resultaría intere-

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 Juan Marichal, tratando este punto, insiste de modo muy especialen el estilo aforístico que caracteriza a la literatura tacitista. Dirá así:

«Los tacitistas publicaron colecciones de aforismos: frente al dogma-tismo y a la inflexibilidad de la ‘suma’ oponían el aforismo, productoinductivo de la experiencia histórica e instrumento favorecedor de lamaleabilidad y de la movilidad. Diríase —continúa aquél— que lostacitistas españoles —y según un notorio antitacitista de la época, elpadre Rapin, ‘español’ y ‘tacitista’ eran casi sinónimos en la Europatranspirenaica— aspiraban a aligerar la vulnerable y rígida armazónde la monarquía filipina. Eran los tacitistas, en gran medida, españo-les ‘modernizantes’ que temían (con no poco de razón) que España

sería derrotada por la flexibilidad empirista de sus enemigos». En co-rrelación actual con el pasado histórico, observa Marichal cómo «enTierno Galván es patente el cultivo del neoaforismo»: ante la realidadespañola de esos años y a falta de otras mejores posibilidades, frente alas grandes «sumas» dogmáticas (teológicas y políticas) del momento,había que actuar, dice «aforísticamente» y «tacitistamente». Concluyeen este sentido: «Tierno Galván, como Vicens Vives y Giménez Fer-nández, había hecho su ‘vela de armas’ refugiándose en el pasado: suestudio del tacitismo muestra cómo, en gran medida, Tierno Galvánencontró dentro del Barroco el instrumento táctico que le permitióiniciar su acción política»12.

Téngase, pues, muy en cuenta, totalmente de acuerdo en esto conMarichal, que —contrariamente a lo que otros intérpretes pudieranpensar— ese «refugiarse en el pasado» no era en modo alguno unacómoda y simplista evasión de la entonces presente realidad española.

 Al contrario, era un buen pretexto para la crítica más o menos disi-mulada y solapada a dicha actualidad. Raúl Morodo, recién publicado

el libro de Marichal, explicaba y justificaba en ese mismo 1966 aqueltacitismo «críptico» de Tierno Galván, y de otros autores, en función

sante cotejar hoy estos juicios con, entre la bibliografía española, la obra de Rafaeldel Águila y Sandra Chaparro,  La República de Maquiavelo, Tecnos, Madrid, 2006.En definitiva, Tierno en esta obra (en el conjunto de sus obras) lo que se proponía erahacer de transmisor eficaz y de recreador revisionista de la cultura racional y laica pro-cedente de la mejor Ilustración. Véanse con todo los artículos que componen su libro El miedo a la Razón (Tecnos, Madrid, 1986): en el que le da título hay —creo— unano muy convincente contraposición, que no mera diferenciación, entre «inteligencia y

Razón» (pp. 108 y 109); valdría si se trataba de avisar sobre algunos de «los sueños dela Razón»; un poco más adelante volveremos sobre esta obra.

12. Juan Marichal, El nuevo pensamiento político español, cit., pp. 35-37. TambiénThomas Mermall resalta en Tierno la función del aforismo, conectándole con FrancisBacon, como «instrumento de epistemología» ( La retórica del humanismo. La culturaespañola después de Ortega, Taurus, Madrid, 1978, p. 118).

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precisamente de las circunstancias de la época en que se estaba dehecho teniendo que utilizar. Escribía así: «Durante muchos años, en

nuestro país, como ocurre en todos los países asentados sobre unaideología no liberal, la realidad política era enfocada ‘crípticamente’.Sobre todo, el escritor político buscaba la evasión histórica o subterfu-gios y fórmulas barrocas, con un ‘lenguaje de iniciados’, para criticarlo existente. Había una cultura —dice aquél— que se ha llamado,acertadamente, ‘cultura de hibernación’. La mentalidad barroca esta-ba generalizada, porque el barroquismo, por su ambigüedad compro-metía menos que una claridad imposible de expresar. Toda ambigüe-dad encierra, en el fondo, una actitud defensiva ante el poder y ante

los órganos que defienden el poder». Y seguía Morodo: «Juan Mari-chal, al estudiar el pensamiento político español actual, y en concretoel pensamiento político de Tierno Galván, ha señalado, con agudeza, elcarácter ‘neotacitista’ del ex catedrático de Salamanca. En efecto, paraentender el pensamiento político democrático de estos años en queTierno Galván es, sin duda, uno de los exponentes máximos, hay queacudir a la actitud de los intelectuales y políticos ‘secuestrados’ del Ba-rroco del siglo XVII. Un pensamiento político democrático en nuestraépoca —concluye Morodo— tenía que ser también un pensamientopolítico ‘secuestrado’, y la expresión literaria del secuestro tenía queser, forzosamente, el cripticismo y el barroquismo»13.

Pero aceptado lo anterior, el fiel discípulo de Tierno Galván cri-ticará tiempo después algunas de las implicaciones de esa calificacióndel maestro: «Esta elaboración e interpretación críptica de Tierno so-bre el tacitismo permitió —dice— encasillarlo como neotacitista. Estoes —sigue Morodo— lo que, agudamente, hizo Juan Marichal, y que,por cierto, tal encasillamiento no gustó a Tierno». Y ello sobre todo

—y en esto tendría plena razón— porque, dice, «Marichal generaliza la denominación, es decir, cubre tanto la etapa estrictamente barrocade los cuarenta como la etapa positivista (funcionalista), basándose enel contenido aforismático que Tierno adoptara en algún caso ( XII tesis

 sobre funcionalismo)»14. Como se ve, la polémica envuelve problemas

13. Raúl Morodo, «La politización de la opinión pública. El fin de la criptopolí-tica en España y la polémica sobre la monarquía y la república»: Ibérica, Nueva York,15 de octubre de 1966, p. 3.

14. Raúl Morodo, Tierno Galván y otros precursores políticos, cit., pp. 183 ss.para su interesante estudio sobre los años del barroco y del neotacitismo; y más enconcreto, p. 189 («lo mismo que Tácito fue un pretexto para los tacitistas, los tacitistas—dice— serán un pretexto para Tierno») y p. 190, para los textos aquí citados. Conalgunas precisiones y aclarando malentendidos, cf. en este punto mi comentario críticoya mencionado aquí en la nota novena de este capítulo.

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de fondo y de muy diversa interpretación tanto de la historia de Espa-ña, en general, como de esta historia tiernista en particular.

Lo que, en mi opinión, está en todo caso perfectamente claroes que, primero, Tierno no fue entonces, ni será nunca después ensu biografía, un «reformista desde dentro» (del sistema franquista) ysegundo, que, a pesar de posibles relaciones y de continuidad en eltiempo, en modo alguno el «neotacitismo» podrá ser rótulo a aplicartodavía, o ya, a la posterior etapa funcionalista de aquél. De todosmodos, tal vez para evitar futuros equívocos, el profesor —marcan-do distancias— se despachó con un artículo titulado precisamente«El aforismo», donde entre otras cosas se puede leer: «La vacuidad

de conciencia histórica del Barroco italiano y español se recoge en lapermanencia de aforismos o máximas. Son —dice de ellas— afirma-ciones extratemporales»; y también: «La didáctica del aforismo es unadidáctica clásica que se afirma en el hecho de poseer una educaciónsuperior. Cualquier período aforismático es un período histórico devencedores y vencidos». Concluirá así aquél: «De este modo, el aforis-mo, igual que el refrán, significa la voluntad de permanecer inmóvil.Por consiguiente, donde quiera que hay una mentalidad inmovilistaaparece el aforismo»15.

Simulando distanciamiento y no directa implicación crítica deaquella situación, incluso —como vimos— adelantando avisos sobrelas «patologías de la Ilustración», puede muy bien decirse que Tierno,con sus solas armas de la descripción irónica y la disección racional,fue ya por entonces el gran debelador de la España mítica e irracionaly, por ende también, de la dictadura católica e imperial.

 Funcionalismo

Tras esa fase de su pensamiento que, con las matizaciones y adverten-cias anteriores, puede seguir denominándose «neotacitista» —definidapor la utilización crítica y críptica del Barroco «como pretexto»—, en

15. Este artículo sobre el aforismo (sobre el otro lado del aforismo) forma partedel ya mencionado libro de Enrique Tierno Galván,  El miedo a la Razón, prepara-do por Vicente Cervera Tomás, autor también del Prólogo en la edición de Tecnos,Madrid, 1986, pp. 36 y 37 para los textos ahora citados aquí. Componen dicha obra

veinticuatro artículos que fueron concebidos —leemos ahí— como continuación delas «Acotaciones a la Historia de la cultura occidental en la Edad Moderna», pero Vi-cente Cervera, amigo, discípulo y gran conocedor de Tierno, no dice nada más sobrefechas concretas de redacción, o en su caso de publicación, de cada uno de ellos; serían,supuesta esa continuación, posteriores, pues, a 1964 y desde luego en ellos hay refe-rencias a los hechos de 1968 y más en general a «los años 60-70».

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los años de Salamanca desde 1953 se inicia la que se conoce comoetapa «funcionalista» (1953-1962), caracterizada por un mayor pre-

dominio de los esquemas mentales neopositivistas y de los modos yusos de la filosofía analítica. Al año siguiente, 1954, comienza a publi-carse allí el Boletín Informativo del Seminario de Derecho Político dela Universidad de Salamanca, dirigido por él y que duraría toda unaintermitente década, hasta 1964. Era ya posible hablar algo más cla-ro, aunque convenía siempre asegurarse: de la crítica críptica se va apasar, pues, a la crítica hecha desde y a través de la ciencia, a la socio-logía como crítica. Situándolo en esa línea general, Tierno Galván ibaa publicar algo después, en 1957, su traducción castellana del Trac-

tatus Logico-Philosophicus, de Wittgenstein, y escribe en ese mismoaño su propio Tractatus en versión positivista-funcionalista titulado La realidad como resultado, donde la influencia formal de aquél esmanifiesta16.

Mucho se ha discutido, es cierto, sobre las repercusiones e impli-caciones de la filosofía analítica y neopositivista en el campo de las va-loraciones o de las supuestas avaloraciones, es decir, de las ideologíaspolíticas y sociales explícitas o implícitas en aquélla, a veces simplifi-cando en exceso y generalizando ahistóricamente diferentes situacio-nes y momentos. Por lo que a la España de esos años se refiere, puede—creo— decirse que la aplicación, como hizo Tierno entre nosotros,de los esquemas neopositivistas al campo de la filosofía política iba aproducir, por de pronto, una fuerte crítica al ideologismo desbordan-te y delirante, el ideologismo de pretensión absolutista, introduciendoun necesario e importante correctivo al carácter acientífico de tantas

16. Esta fase y la posterior —más socialista y marxiana— que cabe diferenciar en

la evolución de Tierno Galván son las que han dejado, claro está, mayor huella en elmencionado Boletín de Salamanca, el cual apareció, en efecto, en 1954, habiéndosepublicado, con alguna explicable irregularidad, hasta 1964 (el último aparecido es sunúmero 32); los números 26 y 27 (marzo y agosto, respectivamente, de 1962) se publi-caron en Princeton (USA), coincidiendo con la estancia del profesor Tierno Galván enaquella universidad americana. En estos diez años de vida (y en correspondencia conesas etapas «funcionalista» y «socialista») la filosofía analítica y neopositivista, comolínea quizá predominante, y la filosofía marxista —a través sobre todo de traduccionesde algunos interesantes trabajos— han estado por vez primera presentes en el panora-ma intelectual español posterior a 1939. Durante todo ese tiempo, el director e inspi-rador del Boletín fue el profesor Enrique Tierno Galván, siendo subdirector del mismo

el que era entonces el profesor adjunto, Pablo Lucas Verdú, y secretario de redacción,Raúl Morodo; entre los más cercanos colaboradores y animadores, habría ademásque mencionar en los primeros momentos a Fernando Morán, José Luis Fernández deCastillejo y Vicente Cervera, así como en sus posteriores etapas a Jorge Enjuto, FermínSolana, Emilio Cassinello, Manuel Medina, Pedro de Vega, Ángel de Juan, Manuel Andrino, Carlos de Cabo o el propio autor de estas líneas.

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y tantas especulaciones irracionales sobre la política y también sobreotras zonas de los comportamientos humanos. Esto es indudable y

del todo estimable; otra cosa es que después, como ocurría ya en lassociedades más desarrolladas, ese cientificismo fuese ilegítimamenteutilizado para la defensa incondicional del sistema político tecnocrá-tico y del orden económico neocapitalista, intento que realmente selleva a cabo (todavía sin gran aceptación, por lo demás) a lo largo,principalmente, de los años sesenta. Tras el «control» de las propues-tas libertarias del «nuevo paradigma» —símbolo, Mayo del 68— seráya un decenio después cuando con carácter transnacional venga dehecho a imponerse con fuerza casi única ese modelo cultural y econó-

mico neoconservador y cientificista tecnocrático.En la circunstancia española anterior, en el decenio de los cin-cuenta, la crítica al ideologismo absolutista del franquismo va a estarpresente de manera fundamental dentro de ese contexto neopositi-vista en las  XII tesis sobre funcionalismo europeo publicadas por elprofesor Tierno Galván en 1955. En ellas se manifestaba, como ya seha dicho, el paso a esta segunda etapa —analítica, funcionalista— quecabe diferenciar en la evolución general de su pensamiento. En lacuarta de tales tesis, frente a la «intoxicación por ideales absolutos,particularmente por el absolutismo nacionalista» (tradúzcase aquí porfascismo-falangismo y nacional-catolicismo), Tierno propone explíci-tamente la adopción de «un modo de organización económica y socialque dé —señalaba aquél— la neutralidad técnica necesaria para la in-tegración en estructuras superiores más eficaces que los viejos idealesobstaculizadores»17.

Había así, efectivamente, en dichas tesis funcionalistas una críticapor de pronto a las actitudes, sistemas y países «intoxicados por idea-

les absolutos», una crítica a la obsesión de la absoluta ideologización yuna defensa de la técnica, de la ciencia y de la eficacia. Este intento desuperar los planteamientos exclusivamente ideológicos, fue, como sa-bemos, un elemento bastante frecuente en la cultura y el pensamientode esos años (elemento que también aparece, ya lo hemos visto, en elconcepto más riguroso de la historia que mantiene Vicens Vives). Enestas posiciones, y en la España de ese tiempo, el significado de tales

17. En el Boletín de Salamanca (noviembre-diciembre de 1955), donde aquéllas

aparecieron, llevaban la siguiente apostilla, a pie de página: «Publicamos, con motivode la reciente constitución en Salamanca de la Asociación por la Unidad Funcional de Europa, las siguientes tesis redactadas por el presidente de dicha Asociación y directorde este Boletín». La Asociación editó también una publicación periódica titulada Euro- pa a la vista, a la cual fue retirada la necesaria autorización cuando, creo recordar, sólohabían aparecido los dos primeros números.

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tesis era, sin embargo, muy diferente (a pesar de ciertas connotacionescomunes que, incluso por discípulos cercanos, han querido señalarse)

del que ese pretendido rechazo de las ideologías adquiere en algunasposteriores y más extremas doctrinas tecnocráticas de la desideologi-zación. Es preciso insistir en este punto para poder recordar que, enefecto, no toda necesaria y útil defensa y afirmación de la ciencia yde la técnica equivale ya, de por sí, a tecnocracia y desideologización.El sentido histórico y sociológico de una y otra defensa de la cienciay de la técnica, de una y otra crítica a la ideologización puede teneralcance y connotaciones muy diversas en función de los otros elemen-tos y variables que, con aquél, integran el sistema. Incluso también de

presentar como científico lo que no lo es18.No creo alterar para nada los hechos si digo, por tanto, que lacrítica de Tierno Galván al «absolutismo ideológico» se oponía, asu vez, con toda claridad a la simplificación ideológica del «fin delas ideologías» que enseguida llegaría. A mi modo de ver, su críticaa lo que en realidad llevaba era a una afirmación indudable del plu-ralismo ideológico. No se oponía, en verdad, a las ideologías (y asu función en un determinado contexto social), sino a la absolutiza-ción de una concreta ideología. La ciencia cumplía allí una funcióncrítica de depuración de los elementos distorsionantes del conoci-miento alojados en una u otra ideología; y, por lo tanto, una funciónasimismo de confrontación, dentro de ese pluralismo, de las diferen-tes ideologías para establecer sus respectivos niveles de validez. Latecnocracia, por su parte, siempre desconfiará más de las ideologías:tanto del pluralismo ideológico (considerando, cuando menos, in-fructuoso y estéril el diálogo a ese nivel) como de la absolutizaciónincondicionada de una de ellas por irracional y disfuncional que sea

(contribuyendo así a limitar moderadamente los excesos de la llama-da superideologización): aunque, por supuesto, no falten técnicos yexpertos al servicio de cualquier tipo de ideologías absolutistas. Lamás tolerada por la tecnocracia es, sin duda alguna, la absolutizaciónde la «ideología del fin de las ideologías»19.

18. Recuérdese, en ese planteamiento más general, que el tan difundido libro deDaniel Bell, The End of the Ideology (1960) habría de ser traducido pronto al caste-llano por el profesor Alberto Saoner ( El fin de las ideologías) y publicado por Tecnos,

Madrid, 1964; fue una obra que, en diferentes lecturas, contribuyó grandemente aldebate en esos momentos y después.

19. En la España de esos años, la obra de Gonzalo Fernández de la Mora, El cre- púsculo de las ideologías (Rialp, Madrid, 1965), aportó y, a su vez, condensó las prin-cipales bases ideológicas para la política tecnocrática que, colaborando con Franco,llevaron a cabo destacados hombres del Opus Dei. Cf., aquí, Morodo, Tierno Galván

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 Juan Marichal, a su vez, no había dejado de observar a propósitode este tema: «Podría, por supuesto, mantenerse que Tierno Galván

estaba aplicando simplemente una conocida interpretación sociológi-ca norteamericana de nuestro tiempo como la época final de las ideo-logías»20. Pero frente a esas interpretaciones y cotejando, entre otras,las tesis novena y duodécima de Tierno, aparte del sentido generalde sus escritos de aquellos años (y, por supuesto, antes y después), severá que, proponiendo que la democracia es más científica, lo que enellas se afirma es, en efecto, el pluralismo ideológico (no la desideolo-gización), y que lo que en ellas se niega es el totalitarismo (ideológicosobre todo, pero también funcional-tecnocrático)21.

 y otros precursores políticos, cit., pp. 203-204, donde, en mi opinión, al no consideraro al dejar en segundo plano otros fundamentales elementos u objetivos diferenciadores(democráticos en Tierno Galván, autoritarios en Fernández de la Mora), suaviza yrelativiza en exceso la relación entre el «funcionalismo» de ambos; escribe así aquél:«Pero, sin duda, en los años sesenta, un sector intelectual del franquismo (G. Fernándezde la Mora, el más brillante y destacado) utilizará el funcionalismo como soporte de suteoría del ‘Estado de obras’, tecnocrático, conservador y pragmático. Paradójicamente,Tierno (con otros objetivos) anticipa: lo que en los años cincuenta era contestatario(secularización, antidogmatismo ideológico) se convertirá en los sesenta en una apo-yatura intelectual al desarrollismo conservador tecnocrático. Tierno, en este sentido, anticipa, y también, como veremos, evoluciona. Si no hubiese evolucionado sería unneotacitista (ésta es —concluye Morodo— mi cordial puntualización a Juan Marichal:los neotacitistas estarán siempre cerca del poder, y lo legitimarán)».

20. Además de Marichal, y sin confusión posible con otros intérpretes de orienta-ción ideológica muy diferente, también Vicente Girbau («España 1950-1962»: Cuader-nos Americanos CXXXII [1964], p. 101) señalaba por entonces, de manera equívoca,que en esos años Tierno «proclamaba —dice— la muerte de las ideologías». En miopinión no era realmente así, si bien haya en esa época textos y argumentos que per-miten tal vez hacer esa ambigua constatación; en cualquier caso, su crítica funcionalista

nunca se confunde con la versión conservadora y tecnocrática del fin de las ideologíasy, desde luego, nada tiene que ver con la perfectamente complaciente con el autorita-rismo franquista, la cual —simple esquizofrenia o interesada doblez— quería por suparte sustentarse, a su vez, en muy inconmovibles, trascendentes y antidemocráticasideologías de carácter religioso (católico) iusnaturalista.

21.  XII tesis sobre funcionalismo europeo, ya citadas. Se dice en la «Novena te-sis»: «Todo miembro colectivo de una comunidad superior, y tal es el caso de Europa,que pretenda llegar a una integración estable, ha de tener plena conciencia de tres de-rechos fundamentales, a los que se corresponden tres deberes fundamentales, a travésde cuyos derechos y deberes la integración europea será posible. Los derechos son: elderecho a discrepar, el derecho a decidir y el derecho a participar. Los correspondien-

tes deberes son: el deber de obedecer, el de colaborar y el deber de tolerar». «Duo-décima tesis»: «El carácter preferentemente técnico del funcionalismo no excluye delas situaciones concretas el hecho incontrovertible de que la espiritualidad occidentalestá cimentada —señala astutamente Tierno, pasando a los tecnócratas espiritualistasla carga de la prueba— en la herencia cristiana. Por esta razón rechaza cualquier tota-litarismo en cuanto excluyente de la libertad y dignidad humanas, como ingredientes

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Esta oposición al absolutismo ideológico es la que especialmen-te resaltaba Marichal al contraponer los «aforismos empiristas» a las

«sumas dogmatizantes», intentando conectar de este modo muy pers-picazmente esas dos fases de entre las iniciales del pensamiento deaquél, la fase neotacitista y la fase funcionalista: «En suma —escribeMarichal—, la oposición que Tierno Galván establecía en 1955 entreel ‘funcionalismo’ y el ‘absolutismo’ ideológico (y dentro de éste, porsupuesto, la ‘retórica’ y el ‘esteticismo’) no estaba muy lejos, salvadaslas enormes distancias cronológicas e históricas, de la pareja de con-trarios quevedesca, ‘aforismos’ y ‘sumas’: el ‘funcionalismo’ venía aser, así, la culminación de la fase ‘neotacitista’ del pensamiento políti-

co de Enrique Tierno Galván», señala aquél22.La conexión entre esas dos etapas que, diferenciadas, yo mismoreúno aquí en este epígrafe, estaría también presente, a mi modo dever, en la prevalente utilización del método «descriptivista crítico»antes mencionado. Sin embargo, nada de ello autorizaría la confusióndel neotacitismo barroco de la fase anterior con la etapa funcionalistay positivista posterior. Aunque haya elementos comunes —en el «es-tilo» sobre todo de sus ensayos—, tal conexión no puede ser nuncareduccionista identificación. El «talante» de una y otra, la actitud in-telectual, es —con continuidad antiabsolutista— bastante diferente y,expresada la última con mayor rigor y claridad, especialmente en sustrabajos más científicos y de utilización en la Universidad. El estilode las «tesis», más propio de ese período funcionalista que el de los«aforismos» barrocos, no es por lo demás tan contrario al de las «su-mas», entendidas como concepciones más totalizadoras del mundo: elpropio Tierno, ya lo veíamos, las relacionaba con el marxismo.

básicos en cualquier complejo situacional dado». Hago observar al amigo Raúl Moro-do, pidiéndole excusas por ser aquí más «tiernista» que él, y en relación con lo dichoen la nota anterior, que en esta actitud de Tierno —años cincuenta— hay mucho másque mera anticipación de lo que luego —años sesenta— diría Fernández de la Mora.Como muy bien apunta Thomas Mermall (ob. cit., p. 116), «el positivismo (razónmecánica) tiene una función dialéctica en el pensamiento de Tierno». No olvidemostampoco la conexión explícita que (años más tarde, en Cabos sueltos, 1981, p. 204)Tierno establecía entre su propuesta de «tesis» y el propio marxismo; escribe así aquél:«Me parece que aún no estaba divulgado por España el criterio de las tesis comoestructura de un programa. Las tesis eran una referencia clara a los usos decimonóni-

cos y, sobre todo, a los criterios literarios del marxismo y de sus seguidores, pero yoconfiaba que no se percataran, y en efecto casi nadie se percató del alcance que teníala expresión ‘tesis’». Tan sólo lo harían los ya habituados por entonces (en parte porculpa suya) a las XI Tesis sobre Feuerbach; las tesis de Tierno eran doce, pero tambiénquerían transformar algo las cosas, la realidad.

22. Juan Marichal, El nuevo pensamiento político español, cit., pp. 40-41.

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y autonomía, de una sociología entendida como auténtica ciencia, ex-tendiendo su radio de acción al terreno de la ciencia política, jurídica,

económica, etc. Con ello empezaban a quedar definitivamente atráslas grandes «retóricas» inmovilistas, políticas y teológicas, anticientífi-cas pero a la vez también enemigas y «refutadoras» de la mayor partede la filosofía moderna y contemporánea.

 A propósito todavía de esta tercera etapa del pensamiento deTierno Galván, en los últimos tiempos Raúl Morodo ha propues-to una problemática pero atendible relectura del «funcionalismo» deaquél en términos, dice, de un «regeneracionismo modernizante».Escribe así: «La etapa fugaz, por llamarla de algún modo, funciona-

lista, no fue otra cosa, a mi juicio, que un regeneracionismo tardío,con similitudes con el Luis Araquistáin pre-marxista o incluso conel primer Ramiro de Maeztu, semiácrata». Y concluye Morodo: «Elfuncionalismo sería, así, la objetivización solapada de un regenera-cionismo positivista y tecnocrático»24. Difícil interpretación y pro-blemática denominación en la medida en que —recuérdese— era enesos mismos años cuando Tierno hablaba (aunque discrepo, no entroahora a discutir si con más o menos razón) del «Costa prefascista»,y algo similar decía por entonces sobre los demás estrictos «regene-racionistas». Tal vez, lo que, en el fondo, mueve más a Morodo espreparar el acercamiento de su maestro a la línea utópico-libertariadel socialismo: y ello tanto respecto al último Tierno, lo cual es per-fectamente plausible, como incluso al Tierno funcionalista, más pre-matura y desenfocada —creo— tal formulación; pero para aquello nonecesitaba esa extrapolación del regeneracionismo. De todos modos,la respectiva evolución madura y postrera de los modelos que aquélpropone (Araquistáin y Maeztu) tampoco tiene mucho que ver con

ese último Tierno, al que, con más fundamento, Morodo atribuye un«talante libertario» e «imaginativamente radicalizado». Dirá así éste,mezclando en exceso todas esas perspectivas, que «Tierno, en estosaños, será la versión anarquista del neorregeneracionismo tardío» yque, por entonces, «comienza a preocuparse por el regeneracionismocontemporáneo, desde posiciones semimarxistas»25.

24. Raúl Morodo, «La evolución intelectual y política de Tierno Galván», en El País, 20 de enero de 1986. Tomo esa referencia de este concreto artículo, pero también

se encuentra en su posterior libro repetidamente citado aquí (por ejemplo, en la mismanota que sigue a ésta).

25. Morodo, Tierno Galván y otros precursores políticos, cit. entre otras, pp. 182y 200. A propósito de este tema concreto, creo que puede y debe criticarse, en relacióncon lo ya dicho, la excesiva utilización que en su libro se hace del término «regenera-cionismo» —que fue, por un lado, algo cronológicamente más reducido y, por otro,

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No habría, con todo, que olvidar que, junto a ese anarquismooriginario y siempre en él latente, Tierno se declaró marxista hasta

el final y que como tal se reafirmó durante todo ese período —des-de los años sesenta— posterior al de su funcionalismo. La versiónliberal progresista de esa actitud analítica y neopositivista me pareceasí más lógica y coherente, que cualquier ambiguo regeneracionismo,con ese posterior y personal socialismo marxiano abierto siempre alas posiciones libertarias. Considero en todo caso un pleno aciertoque Morodo hable de un Tierno que, especialmente en esos últimostiempos y con una confluencia intelectual y política, tendría su mejoridentificación en una propuesta informal y en constante revisión, para

—dice— una «utopización libertaria del marxismo».Volviendo todavía a esos años cincuenta-sesenta, habría asimismoque remarcar cómo (con las peculiaridades propias de la muy espe-cial situación que atraviesa entonces nuestro país) la filosofía analíticay neopositivista iba, en efecto, a suscitar y posibilitar relativamentepronto entre nosotros la polémica y el diálogo con la filosofía delmaterialismo histórico y dialéctico. Ambas, a pesar de las diferencias,

de significación demasiado amplia— para situar y entender prácticamente desde éltoda la historia del pensamiento español en el siglo XX. De manera explícita habla asíMorodo (p. 170) de un caso Tierno parangonándolo así con el caso Costa, pero yo creoque son difícilmente parangonables (Tierno, aunque complejo y siempre debatible, esmucho menos equívoco, o nada equívoco) y desde esa perspectiva y entre esos dospolos estructura aquél toda esa nuestra reciente historia intelectual y política. Remitoen relación con ello a los otros capítulos hispánicos de su obra y, en especial, pp. 35 ss., al titulado precisamente «Revisionistas, regeneracionistas y neorregeneracionistas»:desde ahí Ortega expresaría el regeneracionismo liberal, Azaña el regeneracionismodemocrático, Araquistáin el regeneracionismo socialista, no sé si R. Ledesma Ramos

y J. A. Primo de Rivera el regeneracionismo fascista y Tierno —en fin— el regene-racionismo libertario. Aceptando cosas de ese esquema, yo objetaría, otra vez, queme parece excesiva, y excesivamente indiscriminada, esa omnipresencia del «regene-racionismo» (¿lejana influencia de nuestro común amigo Alfonso Ortí?), como a vecestambién lo es la del mismo anarquismo o libertarismo de aquél. Por otro lado, paraentender mejor toda esa historia faltaría —creo— allí una más detenida consideraciónde otros de nuestros intelectuales-políticos: entre ellos, los coetáneos de Joaquín Costa(1841-1911) como, por ejemplo, Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcára-te, Jaime Vera o los mejores del 98 como Unamuno y, posteriormente, Fernando de losRíos, Julián Besteiro y varios más, no reducibles en modo alguno —como tampoco loscitados por Morodo— a dicho estricto mecanismo de selección. Y por lo que se refiere

a Tierno, pienso que la fuerte crítica —premarxista, o tal vez, marxista— que le hace aCosta como prefascista (aquí hoy mis debates con Julián Sauquillo) dificultaría ya porsí misma ese entendimiento de aquél como «regeneracionista»: concretamente, comoacabamos de ver, Raúl Morodo define a su maestro en esos «anticostistas» momentos,juntando precisamente esas dos categorías aquí objetadas por excesivas, como «la ver-sión anarquista del neorregeneracionismo tardío».

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estuvieron siempre unidas frente a la dictadura y sus doctrinas mís-ticas, mistificadoras, «tradicionales» e irracionales. Por otro lado, la

polémica entre ellas era en algunos aspectos traslación de la que, sincorrespondencias unilaterales, tenía lugar en aquellos años entre lasdiferentes posibilidades políticas (autoritarias-totalitarias y liberales-democráticas), tanto del neocapitalismo como del socialismo: aquí,tanto analíticos como dialécticos estuvieron siempre claramente enfavor de la democracia. No olvidemos —para acabar de situar esostiempos— que por entonces a partir de 1956, sobre todo con el XXCongreso del PCUS en ese año y con el informe Kruschev (muertoStalin en 1953), iba lentamente a entrarse en la fase de la posterior

coexistencia internacional, la salida de la «guerra fría», y el comienzo—pronto frenado (1956 Budapest, 1961 el muro de Berlín, 1968 Pra-ga)— de una cierta posibilidad de autocrítica y de una relativa flexibi-lización en los sistemas políticos comunistas que sólo con la caída deéstos, a partir del otoño de 1989, parecen poder encontrar al fin lasvías de una definitiva y difícil transformación democrática.

En consonancia más o menos directa o indirecta con todos estoshechos —tras los tiempos de la recepción del neopositivismo en nues-tro país y en frecuente relación, nunca confusión, con éste— comienzanaquí a manifestarse las primeras influencias del pensamiento de Marx alo largo fundamentalmente de los últimos años de la década de los cin-cuenta: ¿capitalismo científico y socialismo científico con el respectivopeor riesgo de ambos? La presencia de la filosofía marxiana y marxistaestará así también presente de manera flexible —y bajo la inspiraciónde Tierno Galván— en el citado Boletín de Salamanca casi desde losmismos momentos de su aparición en 1954. En él, en este Boletín, pri-mer intento serio de despegue político-cultural de orientación gené-

ricamente socialista hecho desde el interior, fue frecuente la utilizaciónde una metodología derivada de aquellas influencias. Junto a ello, y además de algunos estudios sobre la crisis del concepto de propiedadprivada o sobre el sentido de la dictadura del proletariado, aparecieron,en efecto, en aquél el Discurso  preliminar de la filosofía del derecho, deHegel, en cuidada y rigurosa traducción del profesor Antonio TruyolSerra; fragmentos de Historia y conciencia de clase, de G. Lukács, asícomo un extenso trabajo de H. Joachim y P. Lunz sobre  Estado actualde la investigación marxista (ambos traducidos por Ángel de Juan). En

uno de sus últimos números figura también el célebre e importanteescrito de Bertolt Brecht,  Las cinco dificultades para decir la verdad.Los trabajos que Tierno publica después de 1960 —más clara-

mente, después de 1962— son asimismo expresión de esa doble in-fluencia que caracteriza la cuarta etapa (1962-1968) que puede dife-

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renciarse en la evolución general de su pensamiento. En este sentido,los ensayos recogidos en el volumen titulado Desde el espectáculo a la

trivialización (1961), escritos fechados entre 1950 ( Ensayo acerca delvalor social de las cosas) y 1958 ( Erotismo y trivialización) apuntantodavía, por un lado, a la fase de la crítica neotacitista a la cultura delBarroco (segunda etapa) y, por otro, a la fase de la crítica funcionalistaal dramatismo absolutista del subdesarrollo ideológico y económicoespañol (tercera etapa). En cambio, sus trabajos históricos sobre Costa

 y el regeneracionismo (1961) y Tradición y modernismo (1962) cons-tituyen aportaciones críticas hechas, puede decirse, combinando yauna metodología analítica (quizás prevalente en el segundo de ellos)

con una incipiente perspectiva dialéctica (predominante en su inter-pretación de Costa y el costismo). La consolidación de esa evolucióngeneral es, por lo demás, evidente en su importante trabajo de 1963«Humanismo y sociedad» que dará título a la recopilación de variosensayos aparecida al año siguiente (1964). Fue una obra, así como lainiciación de aquélla en su Anatomía de la conspiración, de 1962, deamplia difusión e influencia en aquellos momentos, al menos en loscírculos universitarios de la oposición26.

3. ANATOMÍA DE LA CONSPIRACIÓN Y SOCIALISMO DEMOCRÁTICO

 A partir de esos primeros años de la década de los sesenta la actitudpersonal e intelectual de Tierno se hace —como estamos viendo— másdirectamente política y más claramente socialista y de flexible influen-cia marxiana: «el funcionalismo se transforma en socialismo», escribeMorodo. Es el tiempo en que —desde ese mismo 1962— intentará el

ingreso, luego frustrado, en el PSOE y, casi a la vez, la organización deinformales grupos socialistas en el interior. Sus requisitorias se hacenya mucho más explícitas, publicadas además aquí, en el interior, y nofuera de España, en demanda siempre de una abierta y legal oposicióndemocrática. Son ésos los años de Tierno que Raúl Morodo considera—y concuerdo plenamente con él— como «los más fecundos intelec-

26. Para más detalles sobre algunas de estas obras en esos momentos de evolución,

remitiría también aquí a escritos míos relacionados con ellas: así, el Prólogo a la últimaedición (Tecnos, Madrid, 1987) de Desde el espectáculo a la trivialización, pp. vii-xii,o la crítica aparecida, en su día, en  Revista de Occidente 11 (1964), pp. 247-254, aTradición y modernismo: en ésta —recuérdese— Tierno propugnaba la sociedad y elEstado del bienestar y la definitiva superación de «la mentalidad mágica en política yen las interpretaciones de la tradición».

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tual y políticamente [...]. Su evolución intelectual —añade éste— sedeslizará desde su peculiar humanismo libertario a su no menos atí-

pico humanismo marxista». Es decir —identifica aquél—, hacia la«construcción posterior de un humanismo marxista» en cuanto utopi-zación libertaria de su neomarxismo27. Como veremos, la cuestión delhumanismo será, en efecto, tema central en todo este período.

No me voy a referir aquí en detalle a la actividad política de En-rique Tierno Galván en esos años en el ámbito plural del socialismoespañol28. Lo que ahora con mayor énfasis yo quería resaltar en estaspáginas es que la mayor parte de esos grupos socialistas de los añoscincuenta, segunda mitad, y en concreto la actitud política e intelec-

tual de Tierno Galván representaban ya puntos de vista en perfectahomologación en lo fundamental (y teniendo en cuenta que vivíamosbajo una dictadura) con el socialismo democrático de esa época en laEuropa occidental. Este moderado socialismo democrático, europeo,pluralista, liberal en el sentido profundo, ético, de la palabra, moles-taba sobremanera al régimen franquista, el cual, con un oportunismopolítico totalmente falaz y una irresponsabilidad histórica imperdona-ble, se empeñaba a toda costa en condenarlo, mezclando mal cosas delpasado y del presente, como un socialismo primitivo y violento, porcompleto incompatible con el socialismo y el laborismo europeos29.

27. Morodo, «La evolución intelectual y política de Tierno Galván» en TiernoGalván y otros precursores políticos, cits., pp. 206 y 209.

28. Lo he hecho en otros escritos míos: así, en el correspondiente capítulo de Éti-ca contra política, ya citado, pp. 163-172 o 182-184 preferentemente. También en miextenso artículo, «Pensamiento socialista durante el franquismo», en la obra colectiva,coordinada por Santos Juliá, El socialismo en España, Editorial Pablo Iglesias, Madrid,1986. Uno de los mejores libros sobre ello es, a mi juicio, el de Antonio García Santes-

mases, Repensar la izquierda. Evolución ideológica del socialismo en la España actual (Anthropos, Barcelona, 1993) con un estudio también sobre Enrique Tierno Galván(pp. 348-368). Para otras dimensiones del movimiento genéricamente socialista pue-den verse, entre otros, los libros de Nicolás Sartorius, El resurgir del movimiento obre-ro, Prólogo de Simón Sánchez Montero, Laia, Barcelona, 1975, y de Gregorio Morán, Miseria y grandeza del Partido Comunista de España, 1939-1985, Planeta, Barcelona,1986.

29. Refiriéndose expresa y nominalmente con esa calificación (descalificación) a,entre otros, Miguel Sánchez Mazas, Luis Martín Santos, Vicente Girbau y Joan Reven-tós, véase el libelo oficial del Gobierno (editado casi anónimamente por una tal «Ce-desa» de Madrid, en 1959) ¿Qué pasa en España? El problema del socialismo español 

(127 pp.), intentando infructuosamente parar las protestas internacionales suscitadas acausa de la detención por entonces de esos y otros socialistas españoles; que yo sepa,hubo también edición en inglés (dispongo de un ejemplar de What is happening inSpain? The problem of Spanish Socialism) y no sé si también en otros idiomas. Recuér-dese que Tierno, Morodo y algunos más de esa misma filiación socialista habían sidotambién detenidos por entonces, en 1957, con retirada de pasaportes y todo lo demás.

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política (ausentes éstas en el franquismo), que nos acercase definitiva-mente a los países más evolucionados y progresivos del ámbito euro-

peo y occidental. Los artículos que por entonces escribe el socialistaMiguel Sánchez Mazas en los Cuadernos del Congreso por la Libertadde la Cultura (editados en París) pueden servir como ejemplo de loque era opinión general en los muy importantes sectores representa-dos en tales posiciones democráticas: así, en 1957, el titulado «La ac-tual crisis española y las nuevas generaciones», y en 1958 «Las fuerzasde la libertad», donde lo que se afirmaba era «la decisión de las nuevasgeneraciones de superar la guerra civil, restablecer la verdad de lasfunciones sociales, hacer participar a todas las clases sociales en la

gestión del país, sacar del pueblo una nueva clase dirigente, convertira España —insistía Sánchez Mazas— en una democracia industrial,integrar a nuestro país en la Europa...». Y acoger —añadía tambiénaquél— «las crecientes exigencias populares de libertad, de garantíasciudadanas, de transición inmediata a un Estado de derecho, asentadoen la voluntad popular y apto, por ello, para la gran transformacióneconómica, social, jurídica y moral que el país necesita». Éstos eran,pues, los muy decisivos y diferenciadores objetivos30.

El otro, segundo, gran puntal que hoy, sin excesivo pudor, tambiénpretenden monopolizar los tecnócratas franquistas —la solución mo-nárquica— asimismo había sido contemplada por el PSOE en los añoscuarenta y por Tierno Galván en los cincuenta. En diciembre de 1957se había constituido, en efecto, «Unión Española» monárquica, euro-peísta y liberal, dirigida por Joaquín Satrústegui. En enero de 1959Tierno participa en la famosa cena colectiva en el Hotel Menfis deMadrid organizada por dicho grupo político y en su discurso señalajusto lo que «olvidaban» los tecnócratas franquistas: que la institu-

ción coronada tenía la legitimidad histórica y la «adhesión irracional»,pero que necesitaba ahora la «legitimidad racional» democrática31.

30. Hago observar, marginalmente, lo sintomático de una paralela evolución ha-cia el socialismo con el Tierno Galván «funcionalista» y neopositivista, que MiguelSánchez Mazas, junto con Carlos París, fundasen en 1952 (como ya se ha recordadoaquí) la revista Theoria, que se publicaría precisamente hasta 1956, dedicada muy es-pecíficamente a los temas de lógica, epistemología y teoría de la ciencia. La evoluciónhacia el socialismo no era sólo una cuestión de ética y política, sino también de cienciay conocimiento.

31. Cf. Sergio Vilar, Historia del antifranquismo (1939-1975), Plaza-Janés, Bar-celona, 1984, pp. 292-293. Sobre ello ha escrito Tierno Galván (Cabos sueltos, cit.,pp. 119 ss.): «La primera manifestación de la oposición burguesa organizada, al régi-men franquista, fue el banquete del Menfis, el 29 de enero de 1959». Y refiriéndosea su intervención allí: «En aquel breve discurso [...] expliqué que yo era republicano,pero estaba convencido de que la monarquía podía dar una salida al problema nacio-

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Por su importancia objetiva en relación críptica con esos compli-cados momentos de la vida política de nuestro país y como expresión

de su especial capacidad y agudeza de análisis —yo particularmentelo considero uno de los trabajos de Tierno con mayor atractivo e in-terés— esbozaré aquí un breve resumen de su contenido. Se articuladiferenciando allí, con clara intención alusiva, entre los conceptos de«conjura» (caracterizada por el secreto, el misterio, el contexto mágico)y de «conspiración» (en la cual lo importante es la clandestinidad, laacción, la eficacia), para constatar el progreso histórico, con significa-ción aquí también más cercana, que implica el paso desde ahí a unau otra forma de oposición. Escribe así: «En los tiempos modernos,

desde la Baja Edad Media para acá, primero ha habido conjuras ydespués conspiraciones. Salir de la conjura para entrar en la clandesti-nidad —señala aquél— ha sido el camino que ha recorrido en tiemposmodernos la conspiración».

Conjura, conjuración y conjurarse —puntualiza Tierno— aludensobre todo a un compromiso psicológico que supone la complicidadpersonal antes que ninguna otra cosa. En la conjura tiene un matiz se-cundario lo que se va a hacer; la importancia mayor recae en el com-promiso, en la complicidad. Conjurar significa aplicar un conjuro, esdecir, emplear medios mágicos para evitar un mal que no es propia-mente un mal físico. Lo decisivo en la conjura es el secreto: la conjurase rompe en cuanto se quebranta el secreto. La conjura acentúa elmisterio y los problemas psicológicos personales, eludiendo inclusola propaganda y la captación de adeptos. A un conjurado se le exigeantes de nada secreto y lealtad. Uno de los elementos esenciales de laconjura es la intolerancia moral, y Tierno piensa en concretos «conju-rados» españoles de la época. Quien se ha conjurado necesita una jus-

tificación moral inconmovible: debe estar convencido de que tiene nosólo razón, sino de que tiene «la razón». Otra condición inexcusableen el conjurado es el valor: el riesgo es permanente; le hace falta valormoral mezclado con valor físico: sabe que si fracasa ambos se pondránduramente a prueba. La conjura tiene un alto sentido dramático y losliteratos descubrieron enseguida las posibilidades estéticas de la con-jura, siendo, en efecto, frecuente la conjura como tema literario.

La conspiración —dirá Tierno en este 1962— es otra cosa: es pala-bra que se refiere a la acción y al fin de la acción; en ella los elementos

mágicos están postergados. La conspiración significa actividad contraun poder político constituido, esquemas intelectuales para regir la ac-ción e intención política de sustituir al Gobierno derrocado: en resu-men, objetividad, organización política. Lo característico de la conspi-ración no es el secreto, como en la conjura, sino la clandestinidad: la

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conspiración es acción clandestina justificada por la defensa del bienpúblico. Se trata, pues, de sustituir secreto por clandestinidad: más

que un propósito escondido, la clandestinidad es una organizaciónoculta y un fin conocido; la cuestión radica precisamente en el he-cho —se resalta ahora— de que sea clandestino lo que por principiodebe ser público. La mentalidad de organización hace que, salvadaslas distancias, la conspiración moderna —anota aquél— tenga unaestructura semejante a la de una empresa industrial. Por otra parte,puede afirmarse que no hay conspiración en sentido auténtico si losque conspiran no se atribuyen un programa de reformas sociales: laconspiración es esencialmente un fenómeno político moderno y res-

ponde a las exigencias de la lucha de clases, señalaba Tierno Galván.Los conspiradores —continúa éste— son ya hombres modernosque trabajan en un Estado moderno. Los conjurados, hombres an-tiguos, recluidos en el mundo sobresaltado del melodrama. Pero laanatomía de la conspiración descubre que no se puede separar porcompleto la conjura de la conspiración. Es más, una conspiración tie-ne algo de imperfecta si no es también, al mismo tiempo, una conjura.Pero, cuando conviven y actúan juntos, los conflictos son constantesentre conjurados y conspiradores. Estableciendo una jerarquía lógica,puede decirse que la conjura es un momento previo a la conspiración.Se puede transportar la diferenciación al plano histórico y admitir—ya se ha recordado aquí— que en los tiempos modernos, primeroha habido conjuras y después conspiraciones. La salida de la conju-ra para entrar en la clandestinidad ha sido el necesario camino queha recorrido en tiempos modernos la conspiración, concluía el «viejoprofesor».

Pero tras el paso, lógico e histórico, de la conjura a la conspiración

se produce otro de gran interés en el cual la propia clandestinidad yla conspiración van perdiendo sentido: esto ocurre a escala generalcon el liberalismo y el desarrollo económico. Así, en Inglaterra —diceTierno— las últimas conspiraciones tienen lugar en el siglo XVIII;después no ha habido necesidad de conspirar. El sistema parlamenta-rio es quien precisamente ha hecho innecesaria la conspiración. Estehecho supone la canalización de la protesta y el cambio a través de ins-tituciones. Puede decirse en este sentido que la libertad para conspiraracaba con la conspiración. En las sociedades modernas desarrolladas

el objeto será justamente acabar con la conspiración por obra de lasinstituciones. Cabe así afirmar que en una sociedad económicamentedesarrollada no hay propiamente conspiraciones. En un Estado mo-derno en el que la política revierte en administración, la conspiraciónpierde sentido y se transforma en protesta y acción política institucio-

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nalizada. Parece, pues, que se va a una desaparición de la conspiraciónen el ámbito de la política en los países desarrollados: tal es el futuro

de la conspiración, su falta de futuro, constata y subraya Tierno. Ahora bien —arguye, pasando a referirse ahora a condiciones geo-gráfica y políticamente más cercanas—, en las sociedades sub y se-midesarrolladas, donde no hay instituciones adecuadas para la libreacción política, la conspiración es inevitable y necesaria. Es, incluso,terapéutica. En estas sociedades en retraso es donde la conspiracióncobra todavía hoy pleno sentido: conspiración como conjura con unfondo ideológico de reforma social que pretende apoyarse en la opi-nión pública y responde a proyectos de organización del poder. Nues-

tra situación de entonces —semidesarrollo— tenía no poco que vercon esta necesidad de la conspiración.Especial importancia revestía la alusión (ésta ya criptosimbólica

en la España de 1962) a un particular tipo de conspiración, la conspi-ración convencional, trivializada o ingrávida que produce un tipo demucho interés psicológico y social: el conspirador tolerado. Es éstauna situación política especial que suele darse —aduce Tierno— cuan-do están acabando las dictaduras personales. Son situaciones irreme-diables que exigen por sí mismas una solución y que se sostienen,fundamentalmente, por su peculiar carácter de irremediabilidad. Na-die puede evitar que las cosas cambien, la propia estructura de la si-tuación lo exige. ¿Qué sentido tiene, pues, conspirar? La mayor partede los súbditos de un Estado semejante son y no son conspiradores.Prevén el cambio próximo e irremediable. Incluso lo desean, perosaberlo irremediable y próximo quita ánimos; la gente piensa másen lo que sucederá que en lo que sucede. En esta situación —señalaTierno— la conspiración tiende a ser un quehacer literario popular en

el que se ejercita la imaginación. Si no se conspira se dice que se cons-pira y prácticamente es igual. Inasequibles los oficialistas medios decomunicación, se trabaja con el imperio del bulo y del rumor. Hastaquienes gobiernan tienen conciencia de la esperanza general de estecambio irremediable y no ignoran que, en el fondo, cada ciudadanoes un conspirador. Pero también saben que son conspiradores del por-venir irremediable, poco peligrosos en el instante actual.

 Así pues, si existen estas tres condiciones, falta de ideales, segu-ridad respecto de un cambio futuro y un aparato de coacción polí-

tica y social eficaz, el conspirador se trivializa. Mejor que conspira-dor tolerado habría que llamarle en esta situación conspirador sinescenario, sin gravedad, conspirador ingrávido: nadie, ni él mismo,toma en serio lo que hace. Son éstas unas situaciones peculiares en lasque —observa Tierno— no hay propiamente conspiración ni conju-

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aunque con gran respeto para el exilio, «que la dirección política tieneque residir forzosamente en el interior». Esto no le impide enseguida

reconocer que «sólo la unidad, la ayuda mutua y la colaboración efi-caz interior-exterior permitirán, en su día, establecer las bases para unsistema democrático en España». Porque —señalaba Morodo— «losdemócratas del exterior y los demócratas del interior coinciden enun punto capital: terminar con la situación de dictadura y estable-cer, en nuestro país, un gobierno democrático. El problema es, pues—concluye aquél—, arbitrar un procedimiento conjunto que permitarealizar este fin»35.

Ese «procedimiento conjunto» no funcionó en el caso de la rela-

ción entre el PSOE y el «grupo Tierno» en los años sesenta: algún díase publicará la historia completa y documentada de esas relacionesfrustradas. Factores objetivos, a los que me estoy refiriendo más aquí,pero otros tal vez más personalistas (por los dos bandos) lo impidie-ron. La desconfianza ofensiva —en los dos sentidos del término— dealgunos dirigentes del partido en el exterior hacia los socialistas noincardinados en él que actuaban en el interior, por un lado, y un plau-sible pero precipitado error de cálculo en el principal líder de éstossobre las posibilidades futuras de recuperación del PSOE, por otro,fueron también —a mi parecer— causas determinantes para ese la-mentable no entendimiento entre socialistas en la España de aquellosdecisivos años36.

Sin olvidar ese carácter dictatorial de fondo (así se califica siempreal franquismo en los textos antes citados), escribía Morodo sobre lasdiferentes condiciones de la época: «Es un hecho, para cualquier per-sona imparcial que viaje por España, que el fascismo español de 1964no es el fascismo de 1939. No se quiere decir, de una forma absoluta,

que los hombres que estén hoy en el poder no sean o no hayan sidofascistas: la mayoría lo han sido, los que han tenido edad para serloy, en el fondo, lo siguen ocultamente siendo. Ahora bien, a pesar dela ‘ideología de los hombres del 36’, el sistema político ha cambiado.

35. Raúl Morodo, «Interior-Exterior: un examen crítico y una polémica»: Ibé-rica, Nueva York, (1964 y 1965); después en su libro  Por una sociedad democrática

 y progresista, Turner, Madrid, 1982, pp. 98 ss. Puede verse mi nota sobre esta muyrelevante obra con el título «Socialistas bajo el franquismo», en Sistema 52 (1983),

pp. 119-127, también para otros hechos y debates de esos años y de la transicióndemocrática.

36. Pero tenemos ya la muy valiosa obra de Abdón Mateos  El PSOE contra Franco. Continuidad y renovación del socialismo español, 1953-1974 (Editorial PabloIglesias, Madrid, 1993), donde en el capítulo 3, V y VI, se trata sobre «Las difícilesrelaciones con Tierno Galván» y «La fundación del Partido Socialista en el interior».

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Un sistema político —advierte Morodo— lo forman unos hombrespolíticos, pero, también, otros datos: económicos, sociales, psicoló-

gicos, de política internacional, etc. La estructura político-económicaautárquica y nacionalista, vigente hasta 1956, ha sido superada porunas directrices neocapitalistas muy conservadoras y, en el plano polí-tico, por cierta ‘flexibilización’. Flexibilización que hay que entenderen niveles relativos, pero flexibilización. No hay que olvidar que elfascismo europeo fue vencido en 1945. El fascismo inicial, que durahasta la victoria aliada, evoluciona hacia un sistema político paterna-lista autoritario y, a partir de 1957, hacia un neofranquismo: paterna-lismo + neoliberalismo económico + tecnocratismo», concluía Raúl

Morodo en ese que fue tan debatido artículo.Estos cambios importantes en la sociedad española y, muchomenores (democráticamente nulos), en los aparatos políticos exigen—insiste éste hablando también en nombre del propio Tierno Gal-ván— un cambio de estrategia en la oposición: «descartada una so-lución de fuerza o de invasión, que pudo ocurrir en el 45, la funciónesencial del exilio consiste en ayudar, por todos los medios, a losgrupos democráticos del interior y no obstaculizar su acción política.Psicológicamente, eliminar la idea de que todo el que vive en el régi-men franquista es franquista». El exilio, sigue Morodo, debe «tenerconciencia de que la táctica de los grupos democráticos del interiortiene que ser distinta a la táctica del exilio histórico. La oposición, enel interior, es todavía clandestina: la discrepancia es castigada penal-mente o por asfixia económica. El exilio vive en países libres, en don-de puede normalmente organizarse, hacer declaraciones y discutirlibremente. La oposición democrática del interior vive en un sistemadictatorial. Es fácil acusar desde el exterior cuando el interior no tie-

ne posibilidades de réplica clara», se lamenta con total fundamentoRaúl Morodo en ese artículo de 1964.El hecho decisivo venía a concretarse en la exigencia de que el

exilio conociera y reconociera algo que resultaba obvio para los espa-ñoles del interior: que —más allá y al lado de los partidos tradicionalesque operaban también dentro— la dinámica social de la España de esosaños había generado una oposición en parte diferente y mucho másdesenvuelta y difundida de la que entonces comprendían (en los dossentidos de la palabra) esos partidos, al menos cierta cúpula del PSOE

en el exilio37. Insistía, pues, por entonces y con plena razón Raúl Mo-

37. Sin embargo, frente a quienes desde esas cúpulas reclamaban todo el poderpara el exilio, Morodo recuerda (pp. 111 y 115) cómo otros históricos dirigentes socia-listas habían llegado, con mucho mayor realismo, a consecuencias bastante más favora-

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posterior tiernista y algo caótico PSP (Partido Socialista Popular) enel renovado PSOE se produjo finalmente —recuérdese— en mayo de

1978, tras la muerte del dictador (20 de noviembre de 1975) y des-pués también de las primeras elecciones democráticas de la transición(15 de junio de 1977), en los momentos mismos en que precisamentese forjaba ya la nueva Constitución.

Reasumiendo todo ello, y otras muchas cosas más, cabe —creo—concluir que esa amplia oposición democrática del interior en plurali-dad de tendencias y también socialista (no sólo «psoeista» ni «tiernis-ta») fue decisiva para la preparación y efectiva realización de la rupturapactada —si se prefiere de la reforma para la ruptura democrática—

que hizo posible la transición pacífica, que no pasiva, desde el régimenfranquista a la democracia actual. Esa oposición en el interior fue, a suvez, factor decisivo tanto en la revitalización de algunos de los viejospartidos del exilio (por ejemplo, PSOE o PNV), como en la articulaciónde los sectores más progresivos y dinámicos de la sociedad civil sur-gida en aquellos años al margen y contra las anquilosadas institucionesjurídico-políticas de la dictadura. Y en la base de ello, en vinculaciónprevalente con el Partido Comunista, también las fuerzas del trabajoy de la cultura, las luchas obreras y sindicales o los movimientos deprotesta estudiantiles y de artistas, intelectuales y otros profesionales.En el ámbito —política y cultura— que aquí nos incumbe, revistasy publicaciones de esos años contribuyeron también muy poderosa-mente a impregnar de sentido democrático a esa sociedad civil. Comosubstrato de fondo tuvieron sin duda mucho que ver —así se vie-ne subrayando aquí— las conexiones entre la cultura en la oposición ala dictadura y la cultura en la transición a la democracia41.

oposición: el Partido Socialista Popular , Prólogo y estudio introductorio de Pablo LucasVerdú, Comares, Granada, 1996. En relación con las elecciones de 1977, está el libritode Federico Isart, Enrique Tierno Galván, Cambio 16, Madrid, 1977.

41. Junto a las publicaciones sobre la oposición política a la dictadura ya men-cionadas en estas páginas, limitándome ahora a su vertiente intelectual, remito a lasque aparecen en mis obras  Pensamiento español en la era de Franco (1975, últimasreediciones en 1983 y 1992) y, la de 1990, Ética contra política. Los intelectuales yel poder  (cap. IV, pp. 189-237). Entre otras plurales publicaciones, anotaré, siendo yosu director y secretario José Félix Tezanos, que la revista Sistema (puente entre esos

plurales grupos, movimientos y partidos de carácter socialista) comenzó a gestarse afinales de los años sesenta, apareciendo su primer número en enero de 1973: parala historia de ella y del contexto intelectual y político español de esos años, puedeconsultarse su número 100 monográfico (enero de 1991) con trabajos de numerosos yrelevantes colaboradores. De las más recientes obras sobre estas cuestiones destacaréaquí, con amplia y seleccionada bibliografía, la de Juan Pecourt,  Los intelectuales y la

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4. HUMANISMO Y MARXISMO.ENTRE EL FRACCIONAMIENTO Y LA TOTALIDAD

Enrique Tierno Galván, su influencia política e intelectual, ocupa —ami juicio— un lugar muy preferente en la larga preparación de esetiempo situado entre la, en él, constante oposición a la dictadura yla consiguiente transición a la democracia. Y también —ahí están suslibros— en los debates sobre el pensamiento socialista en nuestro paísy sobre sus fundamentos de filosofía ética y política. Neopositivismo,analítica, marxismo constituyen con todos sus problemas algunas delas más determinantes coordenadas.

 Y en ese contexto, como ya se ha dejado dicho aquí, la cuestióndel humanismo va a ser, en efecto, central en su obra en todo esteperíodo tan decisivo que se sitúa a lo largo de los años sesenta y co-mienzos de los setenta. Pero Tierno, aun en problemas y análisis deeste tipo que serían propicios a ello, no solía aducir de manera directay explícita razones morales: casi nunca lo hacía. Leído apresurada ysuperficialmente, sin la necesaria atención, parece incluso no haberlugar en él para una filosofía ética. Pero ésta es, como ya se indicóantes, una de las principales características de su «metodología» ge-

neral y no sé si incluso de su personal talante psicológico: practica—en un país y en una época de grandes retóricas moralistas y «espi-ritualistas»— una gran austeridad ética, no sólo en los hechos, en suvida práctica (profesor, nunca con boyante economía), sino tambiénen las palabras y en las argumentaciones, en su vida teórica. Lo quele interesa es que la ética, su ética libertaria y democrática, no seauna simple prédica o cosa exclusiva de la voluntad, sino algo que—bajo apariencia descriptiva— encuentre realmente base y apoyoen los hechos mismos, incluso en las leyes de la historia, si bien seapara su transformación. Como muy bien ha hecho observar Fernan-do Morán, Tierno siempre iba más allá de lo que expresamente decíao escribía.

Me parece que es ésa, en efecto, la metodología que está no talvez presente, porque no es explícita, pero sí siempre latente detrás detodos sus análisis y prospecciones en la obra de Tierno. Hay —vin-culados a lo anterior— otros dos ensayos de estos años sobre los quequerría detenerme aquí, viéndolos también desde esa perspectiva:

uno, de 1962, es el titulado «Los sustitutivos del entusiasmo»; el otro,ya mencionado antes con planteamientos más directamente marxia-

transición política. Un estudio de campo de las revistas políticas en España, Centro deInvestigaciones Sociológicas, Madrid, 2008.

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nos, «Humanismo y sociedad», de 1963, trabajo decisivo que da pasodespués a su libro, de 1969, Razón mecánica y razón dialéctica.

Nuestro tiempo —señala Tierno en el primero de aquellos escri-tos42— se caracteriza por haber tomado conciencia de que la tragediano tiene sentido. El responsable último de los acontecimientos trági-cos va siendo el experto y donde el experto tiene una función eficaz ydefinida, dice Tierno, tragedia es el nombre retórico de la imprevisióno del error. La pérdida del sentido de lo trágico equivale a la «experti-zación» del destino; el destino será así asunto de expertos. Esto signifi-ca en definitiva que «no hay destino, sino expertos». Tales son algunasde las tesis centrales de este «descriptivo» y desdramatizador ensayo:

y por de pronto, la de sustituir o rebajar la intensidad de lo trágicodando más y más fuerte entrada a la razón (instrumental y también«final», aunque esto último sólo se vea medio oculto detrás).

 Ante ello —se interroga Tierno— ¿puede haber entusiasmo sin des-tino? Habría, señala aquél, que distinguir: frente al destino objetivoy cósmico no hay entusiasmo posible. Sólo hay entusiasmo profundocuando existe destino personal. De aquí —y esto es importante—, que«el reino del entusiasmo coincida con el reino de la libertad». «Nadievive con entusiasmo si no cree que protagoniza algún destino. Peroen un mundo de expertos esto no es posible, porque el experto hablasiempre en términos de control y controlable», concluye. Entonces,en un mundo de expertos, es decir, en el mundo hacia el que parececasi fatalmente que caminamos —señalaba Tierno en 1962—, no haypuesto ni para el destino ni para el entusiasmo. Consiguientementela libertad no se vive «sino como conformidad a las decisiones de losexpertos». Pero el problema está en que, como apunta aquél, «hoypor hoy, quizás durante bastante tiempo, el humanismo occidental no

está en condiciones de prescindir del entusiasmo y del destino comola fuente del entusiasmo» (destino en sentido no cósmico y objetivo,sino personal, vinculado a la libertad y al entusiasmo). La humanidadnecesita el entusiasmo para que el bienestar sea completo. El hombrequiere bienestar y entusiasmo: ¿qué hacer, pues, ante ello? Tiernoresponderá: «Es necesario buscar sustitutivos del entusiasmo, pseudo-tragedias, hasta que el acoplamiento al bienestar sea perfecto». Ese«acoplamiento» —¿la felicidad?— ya no precisará, parece, del entu-siasmo actual.

42. «Los sustitutivos del entusiasmo»: Boletín Informativo del Seminario de De-recho Político de la Universidad de Salamanca 26 (1962), pp. 23-35, número —ya seindicó— editado en Princeton (USA). Este ensayo se incluyó después en el ya citadovolumen Humanismo y sociedad , Seix-Barral, Barcelona, 1964.

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incipiente capitalismo de hasta la segunda mitad del siglo XIX: «Losintereses dentro del sistema del capitalismo necesitan de un orden

construido sobre la compatibilidad». Es todavía la época —cabe ano-tar— en que el capitalismo finge o necesita una moral, aparentementeuniversal, además. Después vendrían los tiempos en que, cada vezmás, la eficacia, cualquier favorable eficacia, permitiría prescindir deaquélla, de la moral, por su incómoda inutilidad funcional: la razóninstrumental de los medios sustituyendo a la razón ética de los fines.Hoy creo que la muy dañada economía de mercado está a la búsqueda¿desesperada? de una, otra, autodenominada ética de los negocios.

 Aquel tradicional humanismo de la compatibilidad, dirá Tierno

Galván, se apoya en las siguientes problemáticas convicciones: a) In-teligencia (entendida como superación de lo concreto, como expli-cación metafísica del sentido del mundo) significa algo superior a ca-pacidad (referida a saberes concretos): en este sentido, tal especie defilósofo (o intelectual) se separa así del experto y del científico y vieneconsiderado como superior a éstos. b) La inteligencia es incondicio-nada; puede estar condicionada pero constitutivamente no lo es; estaposibilidad permite al intelectual poner la existencia entre paréntesisy considerar fuera de la praxis realidades inmutables; esa idea de abs-tracción y de inmutabilidad es, así, una idea típica y tradicionalmentehumanística. c) La inteligencia se asocia con la sensibilidad para elentendimiento estético del mundo: se trata, pues, de una experienciaque es propia o exclusiva de una minoría, es decir, un verdadero aris-tocraticismo estético. d ) En íntima conexión con ello, Tierno constata, pues, en dichas posiciones la presencia e imposición de un indudablearistocraticismo intelectual. e) Subjetivismo intimista: la multitud olo multitudinario repugnan al subjetivismo humanista en cuanto dis-

minuyen o privan de las posibilidades de intimidad. f ) El humanismotradicional se expresa como teoría de la continuidad, o de la herenciautilizable; desde ahí precisamente se quiere comprender el sentido to-tal del mundo: «el rico —escribe Tierno— necesita inexcusablementeque el intelectual le rehaga el mundo por la riqueza deshecho». g ) Lacultura engendra entusiasmo; el entusiasmo es un impulso inagotabley creador que confirma y da sentido totalizador a la existencia: «lasclases menesterosas —señala, conectando este tema con el anterior—no necesitaban del entusiasmo, porque no necesitaban confirmar la

existencia»; en cambio, los humanistas y los ricos sí necesitaban deese entusiasmo para dar unidad aparente a un mundo realmente des-hecho por la riqueza y la desigualdad.

Cabe afirmar, señala Tierno, que estas convicciones en que se apo-ya el humanismo de la compatibilidad estuvieron plenamente vigentes

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hasta la segunda mitad del siglo XIX. De entonces acá el proceso se haorientado, en cambio, en el sentido de una profunda acentuación de la

crisis de este tipo de humanismo, que —apunta Tierno— en nuestrosdías resulta ya totalmente insostenible. Y ello debido a que tal humanis-mo de la compatibilidad expresaba de modo exclusivo el humanismode los ricos, de los poderosos y de sus humanistas. Subraya así Tier-no Galván: «Si consideramos las convicciones que hemos atribuido alhumanismo y las admitimos como las más caracterizadas, parece quecoinciden con los rasgos que mejor diferencian la mentalidad de losricos en relación con la mentalidad de los pobres». La compatibili-dad, pues, como idea esencial de este humanismo. «De aquí —reitera,

en efecto, aquél— la nota más clara del humanismo, la más clara encuanto es la que mejor expone su intrínseca condición de servidum-bre, la compatibilidad moral entre ricos y pobres».

De la quiebra del humanismo de la compatibilidad —sigue Tier-no— se origina como necesario sustitutivo el «humanismo de la in-compatibilidad», o mejor, la «cultura del fraccionamiento». Escribeasí: «Pero, y ésta es la tesis del presente ensayo, estamos llegando aun nivel en el cual, y casi en dimensiones planetarias, la moral de lacompatibilidad no se acepta. Los pobres tienen su moral y los ricosla suya, y para que sea la misma es necesario que la diferencia entrepobres y ricos se destruya». Ésta, la cultura del fraccionamiento, estema central en la mayor parte de los escritos de esos años: tambiénen las ya citadas Acotaciones de 1964. En unos hay mayor presenciade la descripción, en otros —como en «Humanismo y sociedad»— seinsinúan ya las vías para el no conformismo con el bienestar de lacultura del fraccionamiento pero tampoco con aquel abstracto uni-versalismo44.

Se necesita, pues, un nuevo humanismo —concluye Tierno— quedestruya esa diferencia entre ricos y pobres: «el nuevo humanismo—señala aquél— tiene que pensar como el pobre». Se ve, no obstan-te, este nuevo humanismo, al igual que ocurría con los sustitutivosdel entusiasmo, como algo todavía lejano en el tiempo. Lo que por el

44. Entre los primeros, las ya citadas Acotaciones a la historia de la cultura occi-dental en la edad moderna, de 1964, son una muy documentada descripción y evolución—para nada indiscutible— de esa cultura del fraccionamiento; pero no deja Tierno de

constatar también allí —con intencionalidad socialista y marxista— que la función quecumple la filosofía burguesa es, precisamente, la reconstrucción ficticia de un mundofraccionado por la mercancía: «mientras unos dominan el mundo —escribe aquél—otros lo explican, a bajo precio de mercado, en las Universidades y a través de libros».Puede verse un amplio resumen y comentario mío a esta obra de Tierno Galván en Cua-dernos para el Diálogo 12 (1964); y el de Luis Jiménez Moreno en Aporía I/3 (1965).

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momento en el mundo actual sustituye al humanismo de la compa-tibilidad es, así, el humanismo o la cultura del fraccionamiento, de

la incompatibilidad: «La moral de la compatibilidad es insostenible.Los administradores del ocio, los humanistas, no pueden continuardiciendo, salvo que hablen para sí mismos, que el pobre tiene los mis-mos derechos que el rico y que, en el orden del espíritu, son iguales;llegará un momento —dice Tierno, no sin alguna polémica ambigüe-dad en relación con el modelo de ‘bienestar’— en que sólo exista unamoral rigurosa, la que imponga la administración de acuerdo con elbienestar general, pero hasta tanto que esto ocurra es necesario de-fender la moral de la incompatibilidad». Ésta afirma, en efecto, que «la

moral del pobre es incompatible con la moral del rico». El humanismode la incompatibilidad se configura como cultura del fraccionamientoen cuanto que no pretende encontrar sentidos totalizadores (metafí-sicos) al Universo. Advirtamos, con todo, que dicha cultura del frac-cionamiento es algo que sigue produciéndose en el contexto mismodel mundo capitalista, si bien supone ya un capitalismo más evolucio-nado, diferente del que servía de base a la idea de la compatibilidad.Pero el «bienestar general» de que habla Tierno, como «fase final», noes, desde luego, el bienestar producido por el capital. Su lógica no esla lógica del capital, ni tampoco la de una administración controladapor él, incapaces ambos de evitar tal clasista dualización.

La cultura del fraccionamiento sucede, pues, en el tiempo al hu-manismo totalizador de la compatibilidad. Pero, señala Tierno Galvánalgo que es decisivo y que aclara bastante más el sentido de su ante-rior afirmación, y es que el futuro superará también aquella cultura:«Cuando el ser humano logre el control pleno o semipleno de la na-turaleza —el último estadio previsto por Marx—, fraccionamiento

y totalidad no serán categorías opuestas». No toda totalidad habráde ser, así, moral clasista de la compatibilidad: para salir de éstahay, pues, que acelerar la desaparición de la distancia entre ricos ypobres: «Los hombres sólo serán iguales cuando logren el controlcientífico de la naturaleza». Únicamente así nos acercaremos a lalibertad real. «No obstante, el logro de este ideal está muy lejos»,augura aquél, y concluye: «Del humanismo de la fracción dentro delmarco de la sociedad capitalista saldrá la nueva unidad del mundono capitalista, que, repito, será la nueva unidad entre el espíritu y las

cosas». Éste es —creo— su punto de llegada.Me parece que quedan ahí muy explícitas algunas de las últimascosas, no tanto por su cronología como por su radicalidad, que dejócomo propuesta afirmativa el profesor Tierno Galván. Se trataría endefinitiva de un nuevo humanismo, un humanismo socialista, como

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subraya Thomas Mermall al escribir que «la observación de Tierno deque el mundo no es la morada del hombre es la acusación más fuer-

te que pueda concebirse del humanismo conservador». Después, hoy,cuando ya ha muerto el «viejo profesor», en estos tiempos de interesadao simulada «debilidad» intelectual queda ahí lejana pero real e impres-cindible esa esperanza —¿certeza utópica?— de una nueva no capitalis-ta unidad, de un verdadero humanismo real más allá del transitorio yprovisional humanismo de la incompatibilidad, de una científica y éticareunificación de las categorías de fraccionamiento y totalidad.

Los planteamientos de carácter marxiano y marxista que se hanseñalado en la evolución del pensamiento de Tierno están ya, como

vemos, perfectamente explícitos en este trabajo de 1963 sobre huma-nismo y sociedad. Desde ahí, y reenlazando con sus viejas y perma-nentes preocupaciones de, por ejemplo, «La realidad como resulta-do», aborda Tierno a lo largo de ese fructífero decenio de los sesentaalgunos de los problemas de fondo que diferencian pero tambiénconectan las categorías que suelen denominarse y adscribirse —a ve-ces de manera en exceso reduccionista y simplificatoria, que habríaque evitar— como dialéctica y analítica. Me parece que estos térmi-nos, frente a los irracionalismos de la dictadura, estaban entoncesmás y mejor avenidos de lo que —radicalizados ambos— estaríandespués y hoy mismo. A pesar de todas las limitaciones y veladuras,ésta era asimismo —puede decirse— cuestión ampliamente deba-tida en el seno de la izquierda intelectual y política española de laépoca, en el exilio y en el interior, también como vía de fundamenta-ción de una adecuada praxis social y política de ese carácter: José LuisL. Aranguren, Manuel Sacristán, Gustavo Bueno, Javier Muguerza,

 Adolfo Sánchez Vázquez, Juan David García Bacca, Francisco Fer-

nández Santos, Manuel Ballestero, Ignacio Sotelo, Salvador Giner,etc., son, entre otros y desde diferentes perspectivas, algunos de losque por esos mismos años —unos más jóvenes, otros de su mismapromoción— trabajaban en zonas temáticas genéricamente parango-nables a éstas de Tierno Galván45.

45. Precisamente en el año límite, según mi cronología, de esta cuarta etapa deconsolidación socialista y marxista en el pensamiento de Tierno, publiqué yo un artículo,a modo de resumen y de lanzamiento de esa ya notable presencia, sobre «La filosofía

marxista en el pensamiento español actual»: Cuadernos para el Diálogo 63 (1968): esosy otros nombres eran los que como más destacados aparecían allí, luego ampliados en milibro, aquí ya tantas veces mencionado, Pensamiento español en la era de Franco (1974).La publicación de dicho artículo, junto con algunas otras cosas más operativas, fueronlas alegadas para que, al mes siguiente (bajo el «estado de excepción» declarado enenero de 1969) se produjera mi detención y confinamiento: también la de otros profe-

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tema, obra que tratará precisamente «el proceso teórico de lo quellamo —dice— elemento fijo y su relación con la dialéctica»47.

Pero en lugar de esa segunda obra teórica sobre el marxismo, enlugar de esa reflexión sosegada sobre estas tan decisivas cuestiones—ciencia, ética y política—, lo que ya sin respiro desde el final de losaños sesenta y comienzo de los setenta se produce es una muy fuer-te aceleración, en régimen casi de dedicación exclusiva, de la praxispolítica. Y ello, tanto en general en el país, cercano ya —hasta porbiología— el final del franquismo, como en el propio Tierno Galvánque, recordemos en confrontación con el PSOE, funda así en 1968 elPSI (Partido Socialista en el Interior) y después, en 1974, el PSP (Par-

tido Socialista Popular). Esta actividad política, y finalmente —comoél decía— administrativa desde 1979 en que es elegido alcalde deMadrid, recuperada ya la unidad socialista (con el PSOE) desde 1978,le lleva a posponer de modo definitivo la prosecución de aquel trabajode carácter y alcance más teórico, dando paso preferente a objetivosy proyectos más inmediatos y urgentes (y, desde luego, no menos im-portantes) como por lo demás también ocurrió, en mayor o menormedida, con otros intelectuales, profesores o escritores, más absortosdesde entonces por la tarea política48.

Éstos serían ya en las últimas etapas, quinta y sexta en este es-quema, de la vida y la obra de Tierno —la vuelta del filósofo a la «ca-verna» política, como subrayaba platónicamente Gustavo Bueno—,sus tiempos de mayor actividad directa e institucionalmente pública:aunque bien podría decirse que él nunca había abandonado del todo,menos aún desde el inicio de los años cincuenta, la tal «caverna» polí-tica. En cualquier caso, después de 1974-1975, lo que Tierno publicason poco más de un par de breves y densos estudios ¿Qué es ser ag-

nóstico? (1975) y ¿Qué son las izquierdas? (1976), así como recopila-ciones de sus trabajos (como los Estudios de pensamiento político, con

47. Pueden verse sobre esta importante obra de Tierno Galván los estudios, entreotros, de José Luis Abellán, «El profesor Tierno y la razón dialéctica», en el diario Ma-drid , 14 de enero de 1970, p. 19, y de Pedro de Vega, «Dialéctica y política»: Boletín Informativo de Ciencia Política 3 (1970), pp. 101-107.

48. Con todo, y desde 1978 en que —después de trece años de ausencia a raíz desu expulsión en 1965— es repuesto en la cátedra, continuó dando sus cursos de Teoríadel Estado, ahora en la Universidad Autónoma de Madrid; incluso editó allí, en 1984

y 1985, un par de muy breves números de un rememorador  Boletín Informativo delSeminario de Teoría del Estado, con Antoni Rovira como secretario del mismo, el cuales autor también de un opúsculo titulado Enrique Tierno Galván, 1918-1986 (EditorialPablo Iglesias, Madrid, 1987) y ahora esforzado director de la edición de las Obrascompletas de aquél, ya aparecidos los dos primeros volúmenes, bajo los auspicios del Ayuntamiento de Madrid y de dicha Universidad Autónoma.

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Raúl Morodo, en 1976) o de artículos, declaraciones y entrevistaspolíticas (como España y el socialismo, asimismo en 1976 en edición

preparada y presentada por Francisco J. Bobillo de la Peña). Después,en 1981, las muy interesantes e inconstantes memorias que son esossus Cabos sueltos, que quedaron, ya para siempre, sin atar49. Y, cómono, regresando de algún modo al ayer, sus famosísimos y quevedianos

 Bandos como alcalde de la villa y corte de Madrid50.Hubo también en este último Tierno —hace observar Raúl Moro-

do— una cierta vuelta al libertarismo y al Barroco originarios, un re-torno, tal vez, a los primeros y antiguos tiempos. Sin exagerar tampo-co el anarquismo de aquél, que procedería casi del joven de la guerra

civil, yo estaría en muy buena medida de acuerdo con Morodo51. Pero

49. Sin pretender corregir a su maestro y mentor, tampoco para completarlo (confrecuencia va más allá), «un discípulo no debe ser un simple epígono o un escoliastamonacal» —Raúl Morodo reconociendo, no obstante, la «referencia tiernista», ha pu-blicado sus imprescindibles Atando cabos. Memorias de un conspirador moderado (I) (Taurus, Madrid, 2001), con informaciones de primera mano y juicios bien fundados(polémicos, a veces) sobre gentes y hechos de todos estos tiempos.

50. Tendrá que escribirse con buena documentación y objetividad también sobreesos sus años de alcalde de Madrid. No pocos podrían, y deberían, hacerlo ya: VicenteCervera, Manuel Ortuño, Enrique Moral... De este último, en su época de concejal, te-nemos —con observaciones y datos de interés— sus palabras en el Homenaje a EnriqueTierno Galván, celebrado en la sede de la Asociación de Escritores y Artistas Españolesel día 7 de marzo de 1986, con intervenciones, además, de José Gerardo Manrique deLara, Araceli Pereda Alonso y Pedro Laín Entralgo: publicado por dicha Asociación,Madrid, 1986. Laín, como en otro homenaje (en Soria) hace Francisco Umbral, vuel-ven a evocar al Tierno señorial, entre abacial y profesoral, con su «uniforme civil», sutraje cruzado de siempre, gris oscuro con chaleco, en invierno y en verano, siempre elmismo, «el eterno terno de Tierno»...

51. A ello me he referido ya en mi comentario crítico (cit., supra, notas 6 y 9)

al tan valioso y aquí tan utilizado libro de Raúl Morodo sobre nuestro común y res-petado maestro, donde él ha creído apreciar una no suficiente atención, en escritosmíos anteriores, hacia el anarquismo de aquél. Por objetividad —y para evitar todaposible confusión con el hoy tan profuso «ácrata de salón»—, quizás no sea del todoinútil volver a reproducir aquí mi conclusión: «Y queda —decía yo allí— la cuestióndel anarquismo de Tierno que, al parecer, yo infravaloraría. No lo creo así, la verdad:siempre he reconocido esa profunda aunque intermitente veta libertaria suya, peroestaría dispuesto a poner más énfasis en ello (porque me parece justo) si es que mehubiese quedado corto: lo compenso con el título mismo de ese comentario (‘TiernoGalván, libertario y socialista’). Lo que ocurre, y ello puede que haya influido en mimayor mesura o austeridad, es que estamos hoy, me parece —hacía observar yo allí—,

en un cierto abusivo riesgo de indefinición del término ‘anarquismo’ o del calificativo‘libertario’. Todo el mundo, cualquier liberal incluso los más conservadores —tambiénpor la mala traducción anglosajona—, se atreven en nuestros días a autoproclamarsecon toda tranquilidad libertarios, ácratas o anarquistas: hay que diferenciar a Tiernode todo eso. Pero, aparte de tal preocupación, también sería verdad por otro lado que,en mi opinión, Raúl Morodo sobrevalora a su vez o, por decirlo mejor (con mayor

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señalando, a su vez, al menos por lo que al Barroco se refiere, que setrata de una vuelta no tanto, como antaño, con propósitos principal-

mente críticos, y menos aún crípticos, sino más bien de un retornofestivo para el goce irónico y creador, para la sabia delectación esté-tica; aunque quizás también (como el libertalismo) para la salvaciónindividual y no sé si desde ahí, a la vez, popular: en ningún caso, pues,para el conformismo pasivo o la servidumbre ante el poder. No seolvide en cualquier caso —alego en estas páginas— que entre el ori-ginal tratamiento del Barroco como pretexto críptico y el terminaldel Barroco como estética lúdica habría en medio un muy largo ca-minar: habría el Tierno analítico y neopositivista, después marxiano y

socialista, en todo momento —también se dirá— matizado por esa suprofunda veta libertaria y hasta populista52.

 Y ya en el final-final (en 1985) estaría «su último ensayo Carta auna profesora italiana sobre don Diego Hurtado de Mendoza: la escri-bió el licenciado don Enrique Tierno Galván, con que —resalta RaúlMorodo53— se despide del mundo, de sus amigos y enemigos, en susúltimas Navidades; es en realidad —sugiere Morodo— su confesión

precisión), hace excesivamente omnipresente tal calificación al combinarla un tantoindiscriminadamente, es decir, sin matizar adecuadamente las diferencias con todas lasactitudes teóricas y políticas adoptadas por Tierno a lo largo de su biografía, en esosseis períodos antes sintetizados. Tendríamos así una primera serie de amalgamas, a mijuicio excesivas, de carácter barroco-anarquista, regeneracionista-anarquista, tecnócra-ta-anarquista o, incluso, funcionalista-anarquista. Concuerdo en cambio, y me parecelo más válido de la crítica de Morodo, cuando insiste (en una segunda serie) en el muyimportante intento de síntesis entre socialismo y anarquismo o también en ese Tiernomás moderno (¿posmoderno?) y definitorio simbolizado por la utopización libertariadel marxismo». Me quedo con esto último.

52. «Anarquismo, marxismo, humanismo... De la conjunción de estas tres corrien-

tes de pensamiento podrá resultar algo tan excepcional que sólo se me ocurre calificar-lo como ‘tiernismo’»: así escribía, inmediatamente después de su muerte, el novelista Antonio Gómez Rufo en su extensa y «emotiva» (pero también «racional» y bien do-cumentada) Carta a un amigo sobre don Enrique Tierno Galván (Ediciones AntonioMachado, Madrid, 1986, 141 pp.; las citas son de las pp. 21 y 134). Pero, junto a esacalificación política y/o intelectual con la que en muy amplia medida concuerdo, nome resisto a transcribir yo aquí —para un más profundo conocimiento personal— loocurrido con Tierno «una mañana de 1976 por una anécdota trivial que —dice GómezRufo— me reveló mucho de cómo era el profesor: yo acostumbraba a llevarle en miSeat 600 desde Marqués de Cubas hasta Marqués de Urquijo cuando en ambos sitiostenía despacho que atender. Y un día, lluvioso y gris, le llevé hasta la esquina de Ferraz,

en donde solía dejarle. Me dio las gracias como de costumbre, abrió la portezuela y,mirando hacia el suelo, permaneció inmóvil. Yo no entendía por qué no se bajaba hastaque giró su cabeza, me miró y me dijo con su natural cadencia de voz: ‘Se le ve tantranquilo y sosegado, ahí en el suelo, que me da no sé qué pisarlo. Si pudiera adelantarun poco el coche...’. Había un charco».

53. Raúl Morodo, Tierno Galván y otros precursores políticos, cit., pp. 168-169.

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y autorretrato encubierto, su adiós a la utopía frustrada, pero asumi-da con absoluto entusiasmo escéptico: « Don Diego —explica Moro-

do— será él mismo; la Carta, su testamento, y la profesora italiana, lautopía». Éstas serían sus postreras palabras, la despedida definitiva enesa su carta final: «He intentado cumplir un encargo. Sé que no lo hehecho bien, pero la buena intención y el esfuerzo no han faltado. Besasu mano su humilde servidor y amigo, Enrique Tierno Galván».

Su muerte, en verdad absolutamente prematura, sin llegar a cum-plir aún los sesenta y ocho años de edad, nos ha privado, además delbuen alcalde por algunos años más, del viejo amigo y maestro que,mucho más adelante, todavía hubiera podido y merecido tener tiem-

po y humor suficiente para una nueva, sosegada, definitiva e impor-tantísima reconsideración teórica y práctica de su entera obra políticae intelectual. Aunque no sé, también pienso que no era el «viejo pro-fesor» hombre en exceso proclive a las sumas abstractas y totalizantesy que tal vez hubiera preferido dejarlo todo así como ha quedado,abierto, sin terminar, sin reconducir nada a ninguna forzada uniformi-dad. Es decir, al modo de aquella cultura misma del fraccionamientode la que hablaba, pretextando provisionalidad, como propia de untransitorio humanismo de la incompatibilidad. Pero es verdad que,como utopía, él también auguraba y propiciaba —recordemos— unanueva no capitalista unidad, un nuevo humanismo, un mundo dondefraccionamiento y totalidad no fueran ya categorías irremediablemen-te opuestas, sino expresión misma —decía— de «la unidad entre elespíritu y las cosas».

Le vi por última vez en su despacho del ayuntamiento con unpequeño grupo de amigos convocados creo que por Vicente Cervera,en el final del otoño de 1985, muy pocas semanas antes de morir. Ha-

blamos un buen rato con él: estaba tranquilo y sereno, como siempre,pero todos sentíamos que era el final, que ya nada se podía hacer; aldespedirme con un apretón de manos —no olvidaré su mirada— sa-bía que no le volvería a ver. Yo le había tratado mucho menos en suépoca de alcalde, cuando era popular y ya todos le conocían y ensal-zaban, y hasta le mitificaban. Prefiero recordarle aquí con el poderevocador de la distancia, casi solitario, como en los viejos tiempos,en las sesiones de los seminarios de la Universidad de Salamanca, enaquellas noches frías de invierno de los años cincuenta, iniciándonos

en libros y misterios, o después, en las reuniones más o menos cons-piradoras del despacho de la calle del Marqués de Cubas, en Madrid,a lo largo de los años sesenta. Fue mi maestro, no el único por fortu-na, le tengo profundo afecto y gratitud, y puedo decir que siempre,aun en las ocasiones en que discrepé, seguí aprendiendo mucho de

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E N R I Q U E T I E R N O G A L V Á N : E L « V I E J O P R O F E S O R » C O N T R A L A D I C T A D U R A

él: Tierno, inteligente, irónico y hasta burlón, el que le puso nombre—socialismo— a esas nuestras inquietudes, protestas y utopías de

entonces...Revisando aquellas inquietudes y utopías, no he pretendido llegaryo aquí a ninguna final y definitiva conclusión, para decir así era, deverdad, Enrique Tierno Galván. Contra lo que algunos le niegan, sindemasiadas noticias ni lecturas de él, creo que tendremos que seguirdebatiendo, recordándolo y ocupándonos de él: será menester, portanto, seguir leyendo al V.P. Me quedo, pues, de todos modos —comoresumen provisional, y asumiendo todo lo anterior— en esa dobledecisiva caracterización en la que concuerdo una vez más con la que

Raúl Morodo, su más cercano y permanente seguidor y conocedor,hace también de aquél: desde un punto de vista filosófico, un TiernoGalván intelectual y agnóstico, a la búsqueda inconclusa de la difícilsíntesis entre razón mecánica y razón dialéctica o, si se prefiere, entrefragmentación y totalidad, entre ciencia empírica y utopía racional. Yunido a ello, el político que habría intentado aunar, no sin contradic-ciones y siempre a la altura de nuestro tiempo, los mejores postuladosdel socialismo y del anarquismo, la organización democrática eficaz yla libertad individual con igualdad. Un pensamiento, una teoría y unapraxis, que —sin entrar ahora en más disquisiciones— bien se puede,en efecto, conceptualizar desde esa «utopización libertaria del marxis-mo»: en definitiva, un Tierno Galván libertario y socialista, tanto ensu acción política como en su trabajo intelectual54.

54. En correlación con ello y para unirlo a mis propias posiciones, recordaría quedesde hace tiempo (cf., por ejemplo, el capítulo II, 3 de mi libro Ética contra política. Los intelectuales y el poder , 1990) vengo yo caracterizando a un posible actual y fu-turo socialismo democrático como síntesis (dialéctica) del trabajo en las instituciones

jurídico-políticas (Estado de Derecho) propio de la socialdemocracia con la demandade una mayor presencia de la sociedad civil y de los nuevos movimientos sociales (eco-logistas, pacifistas, feministas, etc.) que definen más en nuestros días a los movimientoslibertarios. Incluso señalaría que en el fondo la síntesis, la conjunción, de ese dualismoestaba ya presente en el título mismo de mi viejo libro de 1966,  Estado de Derecho y sociedad democrática.

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 JOSÉ LUIS L. ARANGUREN: ÉTICA Y POLÍTICA,LA DEMOCRACIA COMO MORAL*

«Cuando Tierno y Aranguren» era una simbólica referencia personale histórica que por sí misma quizás devuelva a muchos, entonces es-tudiantes y jóvenes profesores, a tiempos de un no tan lejano pasadode nuestro país. Años sesenta, también antes y después, en que amboseran (considerados) dos de los intelectuales más destacados e influ-yentes por la valía intrínseca de su propia obra y también por sus ac-titudes críticas y de oposición frente al imperante régimen franquista.Diferentes: uno, agnóstico; otro, cristiano católico; uno, procedentede las filas de los vencidos en la guerra civil; otro, en el principio ya su modo, con los vencedores; vocacional y profesionalmente do-centes universitarios, el primero con más expresa inclinación hacia lapolítica, el segundo hacia la ética. Pero ambos coincidentes, antes odespués, en su oposición a la dictadura y a sus dogmas y en defensade la libertad crítica del pensamiento, de la autonomía de la razón y

los derechos humanos. Insertos, pues, desde sus respectivas perspec-tivas, en esa plural tradición ilustrada y progresista europea que aquíse está reivindicando, a la vez, como comprensión fáctica y propuestamoral, a pesar de todos los obstáculos tradicionales, para la Españacontemporánea.

Reviso y escribo estos papeles de ahora cuando han transcurri-do ya algo más de diez años desde el fallecimiento del muy queri-

* Una versión inicial de este trabajo apareció en la revista Sistema 134 (1996);y también en el volumen Adiós a Aranguren, a él dedicado tras su muerte, en Isegoría. Revista de filosofía moral y política 15 (1997): algunas de las colaboraciones en dicharevista serán tenidas muy en cuenta en estas páginas. Otra posterior versión con eltítulo «Aranguren: ética y política», se publicó en Revista de Hispanismo Filosófico 11(2006) y ha servido de base para este capítulo.

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do maestro y amigo, el profesor y filósofo José Luis L. Aranguren,aquel 17 de abril de 1996. Se mantuvo activo vital e intelectualmente

hasta casi los que fueron sus últimos meses, bien cumplidos en esaforma los ochenta y seis años de edad: había nacido ( géminis) en Ávilaun 9 de junio de 1909 (estamos en 2009 en el centenario de su naci-miento). Siempre con un talante —vocablo este tan aranguriano— decarácter crítico, autocrítico, inquieto, infiel, heterodoxo, libertario ydemocrático1. En las nuevas (renovadas) reflexiones que van en estaspáginas, prolongando con esta ocasión esos otros anteriores escritosmíos, incorporo asimismo sin propósitos exhaustivos algunos valiosostrabajos de buenos conocedores de aquél publicados en esta última

década. De manera muy especial he tenido también en cuenta para estamoderada revisión los artículos de Aranguren, fechados entre 1982 y1991, que Antonio García Santesmases ha editado muy recientementey que no habían sido incluidos en sus Obras completas2.

1. DEMOCRACIA UTÓPICA, DEMOCRACIA RADICAL

 Al tratar, como me propongo hacer aquí, acerca de las ideas (y praxis)

políticas de José Luis L. Aranguren, lo que comienzo por recordar esque ya en otras de esas ocasiones anteriores las he sintetizado asimis-mo —de acuerdo, en efecto, con sus propias palabras y con sus mejo-res intérpretes— con esa expresión que fue tan propia y habitual suya:la «democracia como moral». Con tal designación creo que se aludecerteramente al necesario fundamento último, a la raíz misma de lademocracia e, incluso, de la política sin más. Reenlazando de modoexplícito con importantes libros suyos de los años sesenta —especial-

1. Tomaría yo aquí como texto básico y muy principal referencia para esos yotros perfiles de su talante la «Conversación con José Luis L. Aranguren: Del aprendi-zaje al magisterio de la insumisión», publicada por Javier Muguerza en el mencionadonúmero de Isegoría, p. 88; esta extensa e intensa conversación con el principal de susdiscípulos aporta muy valiosa documentación y profunda reflexión sobre su biografíapersonal e intelectual.

2. José Luis L. Aranguren, La izquierda, el poder y otros ensayos, edición y pre-sentación de Antonio García Santesmases, Trotta, Madrid, 2005. Reyes Mate en su muybien orientado artículo comentario a este libro («Recordando a Aranguren», en El País,

11 de febrero de 2006) destaca, junto a otros rasgos fundamentales de su filosofía éti-ca, como la crítica de aquél a la política derivaba siempre de una idea de la democraciaque no se reducía —dice— «a unas meras reglas del juego sino que era una moral». Meparece del todo oportuno y necesario tener esto siempre —y especialmente hoy— muypresente: detrás de la democracia procedimental, para su fortalecimiento, está la de-mocracia como moral, es decir, los valores éticos consecuentes con aquélla.

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 J O S É L U I S L . A R A N G U R E N : É T I C A Y P O L Í T I C A , L A D E M O C R A C I A C O M O M O R A L

mente Ética y política, de 1963—, una vez más lo resaltaba él mismocomo paradigma en el artículo de aquel título publicado en 1976:

«Así, pues —dice— el fundamento de la democracia es la democraciacomo moral. Moral, en tanto que compromiso sin reserva, responsa-bilización plena. Y moral en tanto que instancia crítica permanente,actitud crítica siempre vigilante. Crítica de todo lo establecido —aña-de— en tanto que establecido, lo mismo o casi lo mismo si viene de laizquierda que si viene de la derecha, porque lo establecido es lo hecho ya y no lo moral, es decir, lo que está aún por hacer , lo que es, todavía,una incumplida exigencia. Con lo cual ya vemos —concluye— quela moral que ha de servir de base a la democracia, en tanto que instan-

cia crítica siempre tras un régimen ‘ideal’, es asimismo utópica»3.Concuerdo básicamente con tal propuesta aranguriana, aun dis-crepando en esa ahí excesiva casi indiferenciada equidistancia suyaentre «lo establecido» (en la historia o en el presente) ya lo sea tantopor la «derecha» como por la «izquierda»: quizás no se diferencie ahíde modo suficiente entre la crítica como actitud (formal) y la críticacomo resultado (material). Y, sobre todo (de ahí deriva lo anterior),haciendo observar que «lo establecido», «lo hecho ya», puede no per-der su cualificación de «moral» por la mera razón de existir, de tenerpresencia empírica y real. Hay y puede haber una moral de lo (y en lo)establecido, aunque por supuesto siempre haya espacio para la críticacon justificación. Me parece que hay o puede haber mayor conexión einterrelación de fondo, aunque nunca absoluta reducción e identifica-ción, entre hechos y valores, entre lo positivo y lo moral, entre lo realy lo racional (si se me permiten aquí estas duales aproximaciones con-ceptuales). También entre las categorías tan arangurianas de la moralcomo estructura y la moral como contenido.

En cualquier caso —volvamos a lo anterior— la democracia comomoral: ésta, la insoslayable moral, pero no cualquier contenido moral,sería así el fundamento y la raíz de la democracia. En consecuencia,esa concepción de la democracia como moral proporcionaría plenosentido —búsqueda de raíces— a una que bien podemos denominarentonces como democracia radical. Insistiría aquí en la legitimidadde tal denominación así entendida, también porque considero quees de todo punto necesario que en el lenguaje político actual se supere

3. «Democracia como moral», en El País, 12 de agosto 1976; reunido, junto aotros escritos de ese tiempo (entre 1976 y 1978) en su libro La democracia establecida.Una crítica intelectual, Taurus, Madrid, 1979. Y en sus Obras completas, preparadaspor Feliciano Blázquez, 6 vols., Trotta, Madrid, 1994-1996; ese texto aquí reproduci-do está en el volumen 5, p. 396: las cursivas en él son todas del propio Aranguren.

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de modo definitivo la invadente reducción y simplista distorsión deesos términos —radical o radicales— como sinónimos sin más de ex-

tremismo o, peor aún, de violencia y terror.Ninguna duda sobre las constantes preocupaciones y aportacio-nes de Aranguren —lo cual en modo alguno implica que no puedany deban ser ellas debatidas— sobre esas raíces y fundamentos de lademocracia, sobre la democracia como moral. Fundamento moral ne-cesario para la democracia que para nada se convierte en un genéri-co y dogmático «fundamentalismo democrático». Desde ahí lo que yoahora querría destacar con mayor énfasis en estas páginas es que elfilósofo de la ética (con ser ello lo decisivo) no se queda sólo en la

afirmación de esas raíces (morales), no se conforma complaciente conla pureza de un abstracto «eticismo», sino que esa su democracia ra-dical (e integral) también se imbricaba y se contrastaba —conviccio-nes y consecuencias— en virtud de los desarrollos y de los productos(frutos) creados desde tales raíces. Es decir, democracia política comodemocracia moral con sus implicaciones sociales, económicas y cultu-rales, entre ellas consecuentemente la democracia jurídica (Estado deDerecho) como garantía, más o menos efectiva pero siempre necesa-ria, para tales objetivos.

Mi «tesis», pues, es que en (el mejor) Aranguren la siempre pre-valente y reivindicada democracia como moral se muestra a su vezen coherente correspondencia —es verdad que bastante más en unasetapas que en otras de su biografía— con la democracia política y lademocracia jurídica, es decir, con el Estado social y democrático deDerecho. Sin desconocer ambigüedades, contradicciones e infideli-dades en tal «programa», lo que especialmente me interesa resaltaren estas páginas es también la presencia de esa conexión. Con las

condiciones de su propio talante personal (crítico, escéptico, caute-loso), su ética desde los años sesenta en una más auténtica aproxi-mación a Kant —como explica Pedro Cerezo—, va a configurarseasimismo como una ética de la autonomía de la conciencia personaly del ser humano como ser de fines. Desde ahí enlazaba explícita-mente con un concepto de democracia participativa, o de —sue-lo decir yo— doble participación (en decisiones y en resultados),no sólo formal sino real como reclamará también con frecuencia elpropio Aranguren. Eso le lleva a coincidir, de manera más o menos

implícita o explícita, con las exigencias nucleares del Estado socialy democrático de Derecho: imperio de la ley (y de la Constitución)como expresión de la voluntad popular (autolegislación); y protec-ción efectiva de los derechos fundamentales exigibles y exigidos porla conciencia moral personal y colectiva para la realización en cada

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situación social e histórica de esa dignidad humana, de esa conside-ración del ser humano como ser de fines4.

En esta indagación sobre las ideas políticas y sociales de JoséLuis L. Aranguren —hay que advertir enseguida— por supuesto queno se trata para nada de «encasillar» su pensamiento o su acción den-tro de una determinada etiqueta ideológica, menos aún de una singu-lar adscripción política partidaria. Y ello tanto en términos generalescomo en los relativos a la concreta circunstancia española de esosaños, en la lucha contra el franquismo en sus últimas fases y, después,en la construcción de la actual democracia. Es verdad que, como másle gusta verle a Javier Muguerza, Aranguren fue siempre un disiden-

te. Era —así al menos lo recuerdo yo— evasivo, incluso escurridizo,inconformista. Pero su disidencia (utópica en el mejor sentido) no eraen modo alguno sinónimo de cualquier tipo de cómoda indefinición,neutralismo o apoliticismo en esa su filosofía (y su praxis) política.

 Aranguren no fue nunca, por supuesto, un intelectual «orgánico», op-ción que puede resultar por lo demás legítima para quien librementese autolimita como tal intelectual al ocupar —de manera transitoriao con alguna mayor permanencia— puestos de cierta dirección en lasinstituciones públicas, partidarias o estatales. Pero, como digo, esoen aquél no lleva jamás al «modelo» opuesto del intelectual apolítico,convenientemente despreocupado de la polis, de la ciudad, de su paísy sus gentes. Aranguren fue —en el viejo, nuestro, lenguaje— un inte-lectual «comprometido»: ante todo, con su trabajo, su oficio, profesorsiempre bien atento al pensar ajeno, muy en contacto con la realidadsuya y, en especial, con la de los jóvenes. Era un filósofo muy moti-vado por acertar a formular las preguntas necesarias para entender

4. Imprescindible para esa aproximación a Kant, el muy bien construido y argu-mentado trabajo de Pedro Cerezo, «El giro kantiano en la Ética de J. L. Aranguren»,en el número 15 de  Isegoría  (1997) cit. Señala allí Cerezo en esa perspectiva: «ElKant de la segunda época de Aranguren nada tiene que ver, a mi juicio, con el quehabía sido criticado desde los supuestos de la metafísica de Zubiri». A diferencia de la

 Ética, de 1958, se manifiesta una nueva actitud moral en ese Aranguren de los añossesenta: «Para tan vasto empeño —subraya Cerezo—, Kant podía brindar una guíade orientación. ¿Qué debe entenderse en ese contexto por moralización? Ante todo,la autentificación de la conducta moral, asumiéndola por modo reflexivo y racional». Y recogerá después entre otros textos de ese Aranguren el que mejor explicita el

imperativo kantiano: «el respeto al valor moral de la persona, a la dignidad del otro»(pp. 141-142). Para la relación de esa democracia como moral con la democraciapolítica y jurídica (Estado social y democrático de Derecho) puede verse —no vuelvoaquí sobre ello, que me parece básico y fundamental— el capítulo III («Razón de Es-tado y razones del Estado») de mi libro Un itinerario intelectual. De filosofía jurídica

 y política, Biblioteca Nueva, Madrid, 2003.

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mejor su tiempo, pero también atreviéndose a sugerir y a debatir, conmoderadas esperanzas, posibles respuestas para aquéllas: nunca fór-

mulas mágicas o definitivas de solución, sino propuestas morales paratransformar —crítica y utopía— lo establecido5.Ello implica no desconocer sino estar muy atento a las limitacio-

nes e imposiciones de la tal realidad. Así, precisamente, en su muysignificativo libro de 1961 sobre la juventud europea de entonces,

 Aranguren lleva a cabo un detenido análisis de los principales ras-gos que —según indagaciones y encuestas sociológicas de la época,realizadas en diferentes países con instituciones democráticas— defi-nían mayoritariamente a aquélla como juventud escéptica, apolítica,

positiva, conformista, instalada en el bienestar y en la contingencia.Pero ante esa fáctica constatación, que quizás se reproduciría hoy, elcontrapunto crítico marcado con cautela por él (pero que de hecho yaestaba engendrándose en sus dimensiones de fondo en lo que luego,de manera dispar, sería como símbolo Mayo del 68) se correspondíay se potenciaría precisamente por una concepción de la política y de«la democracia tomada —dice— en ese sentido radical». En los artí-culos de los años ochenta Aranguren, hablando de esos dos modelosde juventud, lamentará que los jóvenes hippies de los sesenta, máslibertarios, progresistas y comunitarios hayan venido a ser sustituidospor los yuppies, ejecutivos agresivos, conservadores e individualistas,«intermediarios directos o indirectos de las grandes multinacionales».Todo un cambio de época, hasta llegar desde ellos a los «neocons» y«teocons» de estos últimos tiempos.

Pero ya en aquellos años con su más explícita evolución intelec-tual hacia una ética pública (social e institucional), escribe así sobre talpropuesta utópica de democracia radical y sobre el distanciamiento de

ella supuestamente constatado también entre aquella juventud: «Todolo cual significa que si bien los jóvenes europeos no son partidarios deregímenes totalitarios, tampoco son demócratas en el sentido pleno,en el sentido fuerte de la palabra ‘democracia’. En efecto —sigue elprofesor de ética—, la democracia es gobierno  por   el pueblo: cadacual tiene que tomar sobre sí, en la parte que le corresponda, la tareadel gobierno. Para la mayoría de los ciudadanos esta parte consistiráen votar nada más. Sí, pero también nada menos. Es decir, sabiendo lo

5. Estas cuestiones, la tensión entre el intelectual y la política, el sentido de lautopía como apertura crítica al futuro, por ello la irrenunciable confianza —a pesarde todo— en los jóvenes, son constantes en toda su obra y están también presentes ensus últimos años: cf., por ejemplo, pp. 88, 97, 106, 136, 138 de la recopilación de susartículos citada aquí en la nota segunda.

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que se vota, votar un programa concreto de gobierno que el votantehace suyo, con el que el votante se responsabiliza [...]. El hombre ver-

daderamente demócrata toma la suerte política, igual que la personal,en sus propias manos. Sí —advierte aquél—, pero la democracia to-mada en ese sentido radical, requiere una gran fe que es, según hemosvisto ya, lo que más le falta a la joven generación. Los jóvenes estántotalmente convencidos de su impotencia política», apunta Arangurencon implicaciones que —tanto en lo que tenía de descripción fácticacomo provocación a lo que acabaría emergiendo desde el fondo— talvez estén aún más presentes en estos últimos tiempos incluidos los co-mienzos del siglo XXI. Pero concluía allí con su siempre abierta y muy

valorada propuesta utópica: «Por otra parte, democracia es gobiernoreal por todo el pueblo. Una democracia meramente formal no estodavía una democracia, aun cuando lo parezca, si no ha establecido,como punto de partida, una igualdad de oportunidades para todos losque, de verdad, quieran aprovecharlas y, por ende, una democratiza-ción real de la enseñanza y un sentimiento de la cosa pública comocosa de todos. Ahora bien —no dejaba de recordarse allí—, ningúnpaís occidental ha alcanzado ese desideratum y algunos están todavíaenormemente lejos de él»6.

Éste es el Aranguren que yo había conocido personalmente en elcurso 1957-1958 como libre oyente de sus lecciones de Ética en la

6. José Luis L. Aranguren,  La juventud europea y otros ensayos, Seix-Barral,Barcelona, 1961: aquí, en concreto, pp. 28-29, donde las cursivas son del propio Aranguren; hubo de ella una traducción italiana (Morcelliana, Brescia) muy a fina-les de 1962. Sobre este grupo de trabajos y sobre su precursora conferencia el 9 deenero de 1962 en el Ateneo de La Laguna (Tenerife), texto editado allí en ese mismoaño ( Ética social y función moral del Estado), escribí yo e hice llegar enseguida a su

autor un extenso comentario descriptivo y crítico, «Ética social en el pensamientode Aranguren», aparecido algo después en la Revista de Estudios Políticos, Madrid,127 (1963), pp. 200-221. En el arranque mismo (p. 200) de este escrito mío, hacíaya observar respecto de esa evolución suya: «Los ensayos aquí considerados —diez entotal—, publicados separadamente por vez primera entre 1957 y 1962, pueden verse—al igual que otros escritos suyos de la misma época y de la misma línea— como unaespecie de puente entre la Ética, de 1958, y la Ética y política, de próxima publicación:la importancia del punto de vista social y político —concluía— ha ido incrementán-dose constantemente en la obra del profesor Aranguren». En la  Prefazione  a dichatraducción italiana de aquella su obra, escribía en ese sentido Aranguren (p. 4): «Comeha sottolineato con sagacia un giovane critico spagnolo, questa opera, come libro, é

la prima espressione di alcuni miei determinati interessi intellettuali [...]»: en concreto Etica sociale y Etica e Politica. En la afectuosa dedicatoria manuscrita del ejemplar deella que me envió muy pronto Aranguren me identificaba ya nominatim (¡gran satisfac-ción!) como aquél (entonces) «giovane critico spagnolo». En sus Memorias y esperanzasespañolas (Taurus, Madrid, 1969, p. 128) vuelve a recordar que esa obra suya de 1961«ha sido —dice— el primer libro de esta nueva etapa».

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que dicha filosofía política adquiere su perfil más coherente y defi-nido a partir, con relevancia muy básica, de su ya mencionado libro

de 1963, Ética y política. Puede decirse, en efecto, que esa obra y esa fecha de 1963 expre-san en su pensamiento el paso desde una ética de carácter más indivi-dual y de raíz metafísica e, incluso, religiosa a una ética con relevanciamás social y política, sin dejar de ser nunca en él la ética una cuestiónprioritaria e irrenunciablemente personal. Ahí, en ese tiempo, incidi-ría asimismo la ya referida evolución y más auténtica aproximacióna Kant resaltada por Pedro Cerezo. En la biografía de Aranguren semarcaría así la diferencia, sin reduccionismos unilaterales, entre los

años cincuenta (su Ética, de 1958) y los años sesenta en los que radi-carían (de 1963 a 1973), muy significativamente, esta Ética y política,de 1963, pero también del mismo año obras como Implicaciones de la filosofía en la vida contemporánea y, después, Lo que sabemos de mo-ral, de 1967, El marxismo como moral, de 1968, y Moralidades dehoy y de mañana, de 1973. Sus posiciones, se ha hecho notar, estánrealmente muy cercanas por entonces a la socialdemocracia o, si seprefiere, al socialismo democrático. Después, en la experiencia de suexilio americano, californiano, el perfil —me parece— se hace máslibertario, políticamente menos institucional, más atraído por la ac-ción de los movimientos sociales ante los nuevos retos de la sociedadcivil. Y ese dualismo estará ya presente en él hasta el final. En estavisión de conjunto hay que resaltar que, junto a textos más o menosintermitentes de los años setenta y ochenta —que forman parte delibros como España: una meditación política (1983), Ética de la feli-cidad y otros lenguajes (1988) y, últimamente, La izquierda, el poder y otros ensayos (2005)—, tal vez sea en su conferencia de 1985 en el

palacio del Congreso de los Diputados, a invitación de su entoncespresidente el profesor Gregorio Peces-Barba ( La actitud ética y la ac-titud política), donde de modo más coherente y ecuánime se prolon-ga y sintetiza aquella filosofía que se identifica en esta concepción,aquí destacada, de la democracia como moral base de la democraciapolítica y de la democracia jurídica (Estado de Derecho).

Para avanzar y ahondar hoy debidamente en el pensamientode Aranguren, en su ética, en su filosofía, en su êthos, en su talante y,en definitiva, en su actitud teorética y práctica en la España de todos

el 18 de junio de 1996, ante una Comisión formada por los profesores Luis García SanMiguel, José Luis Abellán, Javier Muguerza, Liborio Hierro y Feliciano Blázquez; estetrabajo fue después publicado, J. L. L. Aranguren, estudio sobre su vida, obra y pensa-miento, Dykinson-Universidad Carlos III, Madrid, 1997.

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estos difíciles y complicados tiempos, me parece necesario comple-tar estas notas mías con la lectura de —junto a los ya citados— algu-

nos otros trabajos de esta última década sobre aquél, que me parecende gran interés: así, el de Pedro Cerezo, «Lecturas y contralecturasdel catolicismo» (Saber/leer  83 [1995]) y el de Javier Muguerza, «Elviaje ético de Aranguren. El nacimiento de la ética filosófica en Espa-ña» ( El País, 4 de marzo de 1995); ambos son profundos conocedo-res y autores de sugerentes estudios sobre la obra y la personalidaddel común maestro. Y junto a diferentes exposiciones y análisis deconjunto (como los ya recordados aquí en el Prólogo, sobre el pen-samiento contemporáneo en nuestro país) habrá, asimismo, que tener

en cuenta los más específicos libros de Enrique Bonete, Aranguren: laética entre la religión y la política (1989) y de Feliciano Blázquez, José Luis L. Aranguren. Medio siglo de la historia de España (1994). Todoeste «material» servirá ahora, con mayores o menores discrepancias,para mejor comprender la actitud (crítica) del intelectual Arangurensobre esa realidad (social) que es la política, así como sobre las víasde su enjuiciamiento ético. Y en este análisis valdrían y serían, creo, deutilidad —evitando el aislamiento y la desconsideración de nuestrafilosofía— los oportunos parangones incluso con el último Rawls o elúltimo Habermas10. Para ello, y otras cosas más, nada mejor que releercon toda atención los trabajos del más cercano aranguriano, JavierMuguerza: los citados en estas páginas y los de próxima publicación(en avanzado estado de preparación).

2. LA FUNCIÓN MORAL DEL ESTADO.ÉTICA DE LA ALIEDAD Y ESTADO DE JUSTICIA

Con objeto de profundizar y especificar con alguna mayor precisiónen esta señalada directriz general de la filosofía política y ética de

 Aranguren, me parece necesario establecer aquí —en perspectiva dia-crónica— una más concreta y detallada síntesis de la evolución que,dentro siempre de ese conjunto marco identificatorio, cabe diferenciaren aquélla. Hubo cambios en él a lo largo del tiempo pero con su pro-pia coherencia interna: es decir, según sus palabras, «no ser lo mismopero ser el mismo». Señalo así, nunca con rígidos límites de fechas,ni acotamientos incomunicados, varias principales etapas en esa bio-

10. Pensé en su momento en ello —y por eso lo dejo apuntado aquí— tras leer elmuy valioso trabajo de Fernando Vallespín, «Diálogo entre gigantes: Rawls y Haber-mas»: Claves de razón práctica 55 (1995), pp. 48-55.

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grafía personal e intelectual: dentro de ellas, hay —creo— base paradiversificar en esta segunda parte de mi escrito hasta mediados de los

años sesenta y en la tercera ya desde entonces hasta el final. José Luis L. Aranguren había nacido, ya se ha recordado aquí, en1909 un 9 de junio. Cumplía, pues, veintidós años cuando llega la Re-pública en 1931 y termina sus estudios de licenciatura en Derecho en laUniversidad de Madrid; veintisiete años cuando se produce la subleva-ción militar en 1936 y concluye sus estudios de licenciatura en Filosofíay Letras en esa misma Universidad; treinta años cuando en 1939 finali-za la guerra civil; treinta y seis ya cuando se da a conocer con su primerlibro publicado, que lo será sobre Eugenio D’Ors en 1945, fecha que

podría considerarse como cierre de una inicial etapa (1909-1945) desu biografía11.La verdad es que sorprende —y no hay por qué ocultarlo— la

escasa, prácticamente nula participación ni presencia, casi ni siquierainquietud, del Aranguren universitario en los decisivos y graves acon-tecimientos políticos, históricos, de la España de todos esos años —Re-pública, guerra civil—, tiempos además de muy alto protagonismo dela juventud de uno u otro signo. En alguno de nuestros encuentros ycoloquios, recuerdo, me permití interrogarle públicamente sobre ello.Como en esta misma ocasión, sorprende lo muy poco que, antes ydespués, el Aranguren maduro se cuestionó, o simplemente, se expli-có acerca de tan inhibitoria actitud. Se le ve siempre construyéndose«refugios» (en los libros, en la vida privada, en el fervor religioso sobretodo) como defensa frente a aquella realidad de la que se sentía ajeno,lejano. Evocando aquellos tiempos juveniles, en la ya citada conver-sación de 1993 con Javier Muguerza a la demanda de éste «¿Carecíatotalmente de inquietudes políticas?», Aranguren contestará: «No me

apasionaba la política, para ser más exactos. Mi padre era un hombrede derechas, pero de temperamento liberal. No me escandalizó excesi-

11. Véanse para no pocos pasajes de estas páginas sus  Memorias y esperanzasespañolas. A pesar del título, Aranguren advierte de que este libro suyo no son sinmás unas memorias (mira al futuro tanto o más que al pasado), ni tampoco una au-tobiografía personal: «lo que voy a hacer —señala— es tratar de descubrir el sentidoque he querido dar a mi acción intelectual» (pp. 13-14); lo que quiero —insiste— es«levantar acta de mi modesta contribución a la auténtica acción intelectual española dela postguerra» (p. 16): y, yendo más allá de lo subjetivo, individual, subraya que «no era

mi propósito escribir una autobiografía, sino presentar la perspectiva autobiográficade una realidad social, española actual» (p. 79, y también 217 ss.). Aranguren precisaallí que «contra lo que resulta de las listas bibliográficas de publicaciones, presentadascronológicamente, mi primer libro en realidad fue dedicado a San Juan de la Cruz ysolamente el segundo a Eugenio D’Ors» (p. 60). Pero aquél (el primero escrito) sólofue publicado mucho tiempo después, en los años sesenta.

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vamente la Dictadura de Primo de Rivera, pero tampoco a pesar de sermonárquico, la instauración de la República [...]. Pero mis inquietudes

políticas no pasaban de ahí». Cuando comienza la guerra civil, «supe-rado —comenta— el estupor inicial» (Aranguren, veintisiete años, seconfiesa mal informado o poco clarividente de lo que se venía encima),reacciona «con la convicción de que no me podía identificar —dice—con ninguno de los dos bandos. También en esto mi actitud —aña-de— seguía siendo orteguiana. ¿Qué hizo Ortega, en efecto, sino callary marcharse del país?».

Pero Aranguren de hecho estuvo en (con) el bando nacional: mo-vilizado allí, vivió la guerra (conductor de ambulancia, pasivo solda-

do artillero, después enfermo en un hospital, finalmente en serviciosauxiliares) como un lento tiempo de aislamiento, de lectura, de re-flexión y «ensimismamiento»: «La guerra, para mí, supuso una especiede retiro espiritual, que se prolongaría en la inmediata postguerra»,largos tiempos en los cuales —señala— «se acentuaron mis preocu-paciones filosóficas, dobladas con una fuerte intensidad de preocupa-ciones religiosas [...]. Eso significaron para mí los años de la guerray los inmediatamente siguientes, años de recogimiento. Imagino queera mi manera de digerirla y de sobreponerme a ella». Con todo nodeja de recordar Aranguren: «A pesar de ello, siempre me he vana-gloriado de no haber contribuido a derramar una sola gota de sangrede ningún compatriota». Como en tantos otros, el factor religiosofue determinante para la convivencia con el régimen franquista en el

 Aranguren de esos años bélicos y postbélicos. Así lo manifestará él in-sistentemente: «Para mí también, aunque me duela, fue la guerra civilun acontecimiento decisivo: produjo en mí un fervor que nunca máshe vuelto a sentir con tal intensidad. No precisamente fervor bélico,

sino fervor religioso»12

.

12. Palabras como éstas aquí reproducidas sobre guerra y postguerra y sobre sudistante actitud son casi exactamente las mismas y las únicas que Aranguren habrá derepetir constantemente, sin ahondar ni interrogarse más sobre ello, en los escasos mo-mentos en que —por necesidades del guión— se vería «forzado» en diferentes ocasio-nes a hablar del tema. Así, por ejemplo, en esas sus  Memorias y esperanzas españolas,pp. 38-42, 73-80 y 218-222; también en el número monográfico que le dedicó la revis-ta Anthropos 80 (1988), pp. 21-22; o en la ya citada conversación con Javier Muguerza(1993), ahora republicada en Isegoría 15 (1997). Tampoco es que Aranguren tuviera

nada más (ni nada más nefando) que ocultar: así se prueba en las cuatro páginas, casitriviales, que —se supone—, revolviendo todas las viejas historias y todos los viejospapeles, fue en definitiva lo que logró reunir y achacarle el panfleto titulado Los nuevosliberales. Florilegio de un ideario político, anónimo, sin pie de imprenta, ni fecha (pero1966) que según todos los indicios publicó el Ministerio de Información del Régimende Franco, a la sazón dirigido por Manuel Fraga Iribarne: en él se arremete, asimismo,

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Precisamente en esa estela espiritual intimista de Aranguren du-rante la guerra y la postguerra, en esos años posteriores origen públi-

co de su itinerario intelectual (desde 1945 a 1955, segunda etapa) fueasí, en efecto, el tema religioso no sólo «el más abundante, reiterativoy característico» sino también —apunta Pedro Cerezo— «la clave ins-piradora central de toda su obra. Para Aranguren —añade aquél—, lareligión constituye, de forma positiva o defectiva, el suelo más pro-fundo y originario de la experiencia humana». A lo largo de su vidavolverán siempre las reflexiones constantes e intermitentes sobre reli-gión, cristianismo y catolicismo. Pero, frente al dogmático y totalita-rio nacionalcatolicismo de la España de la postguerra, se trataría en él

siempre de una religiosidad vivida con una mayor profundidad y sen-sibilidad (ahí su lectura y escritos sobre san Juan de la Cruz), así comocon un espíritu de apertura, de crítica y de contenida heterodoxia.Eran actitudes que en su evolución posterior podrían adscribirse des-de una perspectiva política, aunque no fuese ese su directo interés, enel entorno del denominado catolicismo (cristianismo) progresista yliberal13. Junto a esas obras, un cierto despegue político se muestra yaasimismo en su artículo de 1953 sobre «La evolución espiritual de losintelectuales españoles en la emigración», reunido después con otros

con textos de la época, recordándoles su pasado franquista, contra Dionisio Ridruejo,Pedro Laín Entralgo, Santiago Montero Díaz, José Antonio Maravall Casesnoves y Antonio Tovar Llorente. Tampoco va mucho más allá lo que, sin citarle nominalmente,le reprochaba mucho tiempo después Javier Marías en «El artículo más iluso» (yo lepondría otro calificativo menos ilusionante) en El País, 26 de junio de 1999, artículoque dio lugar a réplicas, contestaciones y precisiones de otros estudiosos de Aranguren,incluido ( El País, 6 de octubre de 1999) el autor de estas líneas. Algo parecido, creo,

podría decirse acerca de algunas muy críticas (injustas) referencias que le hace Santos Juliá en su obra Historias de las dos Españas, Taurus, Madrid, 2004.13. Recuérdense aquí sus obras Catolicismo y protestantismo como formas de

existencia (1952) que Aranguren consideró siempre como uno de sus libros más im-portantes,  El protestantismo y la moral  (1954) o Catolicismo, día tras día  (1955).Sobre ellos y sobre esa etapa remito a la segunda parte de mi escrito «Ética social en elpensamiento de Aranguren», citado antes en la nota 6; y también a mi libro de 1974citado antes en la nota 8. José Antonio Gimbernat ha hablado, a partir de ahí, de unaevolución de Aranguren desde el catolicismo al cristianismo. Sobre el «progresismocatólico» escribe Aranguren ( Memorias y esperanzas españolas, p. 186) que se tratade una «fórmula y actitud que, como ya he declarado en muchas ocasiones, no me

gustan nada. Se puede ser —añade—, y es bueno que se sea, católico y progresista,pero no se debe ser ‘católico progresista’ que es —dice— otra forma de vinculaciónde la Iglesia al poder temporal, por lo menos en potencia». Algo similar dirá en mo-mentos posteriores Joaquín Ruiz-Giménez (cf. aquí capítulo 3) correligionario en estode Aranguren, respecto a sus arraigados recelos (obviados en alguna ocasión) ante lafórmula de la «democracia cristiana».

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trabajos en su obra expresiva de tal distanciamiento Crítica y medita-ción (Taurus, Madrid, 1957).

Con todo, ese paso de sentido más político sólo se dará ya contotal claridad (tercera y fundamental etapa) entre 1955 y 1965, fructí-fero tiempo como catedrático de Ética y Sociología en la Universidadde Madrid. Junto con Tierno Galván, ya se ha señalado, fueron dos delos (no únicos) intelectuales españoles de mayor prestigio e influen-cia entre los estudiantes universitarios y los jóvenes profesores de laépoca. Tal vez habría que remarcar que en ese sentido la influenciafue también recíproca en relación con éstos y al propio tiempo, aun-que sólo fuera como reactivo mutuo, entre ellos dos. Fue nombrado

en 1955 y expulsado (también Tierno y García Calvo) por el régimenfranquista en 1965. A su vez son éstos los años, primera mitad de esedecisivo biográfico decenio, que Javier Muguerza registra con buenasrazones como los del «nacimiento de la ética filosófica en España».Constata así éste: «Aunque en la obra de Unamuno, Ortega o Zubirino faltan, desde luego, preocupaciones de índole ética —a estos nom-bres de Muguerza yo ahora añadiría, por lo menos, los de Julián Bes-teiro o Fernando de los Ríos—, la ética no había sido expresamentetematizada en nuestra filosofía clásica reciente hasta que un seguidorde todos ellos como José Luis Aranguren comenzó a hacerlo a media-dos de los cincuenta»14.

Sobre estas bases teóricas y en estas condiciones inciden los es-critos de ética social y filosofía política que, potenciando esos rasgosaperturistas e implicándose ya de modo dispar en toda su obra poste-rior, surgen con fuerza crítica en Aranguren al final de los años cin-cuenta y, con mayor claridad y decisión, desde el comienzo mismo delos sesenta. Es ésta, a mi juicio, la etapa fundamental en la que vendría

a culminar de modo coherente esa evolución anterior de su pensa-miento. Y creo que en esa evolución de Aranguren influyó de maneradecisiva el contacto crítico diario con los, en general, politizados y untanto radicalizados estudiantes de entonces. (Algo que —dejo anotado

14. El propio Aranguren, por lo general discreto y recatado ante sus propios mé-ritos, resalta de modo expreso esa su, por lo demás verdadera, aportación como pro-fesor, ayudando —dice— «a los más interesados en la ética (lógica de la ética) que enla moral, para que conozcan, conociesen esta orientación de la que, como ya he dicho,

hasta mí nadie se había ocupado en España» (p. 107 de sus ya repetidamente citadas Memorias y esperanzas españolas). Tras su muerte en 1996, Javier Muguerza vuelve so-bre estas y otras dimensiones de la obra de su maestro en su síntesis «Tres lecciones de Aranguren», El País, 18 de abril de 1996; léanse allí además los artículos de los tambiéncercanos y siempre sugerentes filósofos Carlos Gurméndez y Reyes Mate, pertenecien-tes a dos generaciones distintas de lectores de Aranguren.

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aquí—, al quedar fuera de la Universidad, faltaría con resultados ne-gativos en, por ejemplo, Julián Marías.) Como ya señalé páginas atrás,

 Ética y política, su libro inaugural y más representativo de este tiempode mayor compromiso público de aquél, de más explícita preocupa-ción política y social, de más directo acercamiento a los sectores y gru-pos de oposición democrática a la dictadura, aparece en los primerosmeses de 1963. Sus precedentes, él mismo los recuerda en el Prólogo,estaban ya en sus cursos y artículos desde 1960-1961; y también señalaallí que «como resumen del sentido final del presente libro puede serconsiderado el librito Ética social y función moral del Estado, númerouno de la Colección de Conferencias del Ateneo de La Laguna». En

efecto, en esta ya antes recordada intervención y publicación —su títu-lo y su contenido no pueden ser más expresivos— estaban ya adelan-tadas, incluso textualmente, las ideas básicas de la que es, sin duda, suobra más «estatalista»; pero de un Estado que (frente al de la dictaduraimperante) habría de ser formal y realmente democrático. Son éstas lasposiciones que antes se han señalado como, en efecto, muy próximasa la socialdemocracia o, quizás mejor (en ese tiempo se diferenciabamás), al socialismo democrático.

Cercanía cronológica pero muy significativas diferencias, pues, conla fase y actitud anterior de Aranguren (años cincuenta, segunda eta-pa) que lo era todavía de menor aprecio hacia la reflexión propiamen-te política. Había sido ésta una actitud de distanciamiento respecto delas exigencias institucionales de ella, que —puede hacerse observar—más adelante habrá en algún modo de reaparecer en él, aunque condiferentes implicaciones y tal vez con más llamativa que prevalente oexcluyente permanencia. En sus fases últimas, ya lo veremos, lo haráen forma, no siempre muy equilibrada, de una mucho mayor estima

libertaria —«tentación ácrata»— hacia los espacios pre, pos y parapo-líticos y los movimientos sociales alternativos (pacifistas, feministas,ecologistas, etc.) que, como digo, hacia las con frecuencia denosta-das instituciones jurídicas y políticas de la democracia representativa.

 A ella aludiré posteriormente en una supuesta cuarta etapa —etapacaliforniana— de los años setenta. En relación todavía con  Ética y

 política, Feliciano Blázquez subraya que «el libro enlaza directamentecon el de Ética, pero cambia el acento, que se desplaza ahora, de laética individual a la reflexión política, no desde la afiliación partidista

—añade aquél—, sino desde el distanciamiento del intelectual queno ha sentido jamás en su vida (son palabras del propio Aranguren)la menor apetencia política». Remito aquí de nuevo a lo antes bienseñalado por Pedro Cerezo: la mayor y más auténtica aproximaciónde Aranguren a un Kant con mayor contenido político.

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Como síntesis orientativa, no reduccionista, yo insistiría en que Ética y política, y los mejores trabajos concordantes con él, son los

que en su pensamiento de esos años sesenta se expresan más en unadirección que se podría calificar como socialdemócrata o socialistademocrática: así, ética de la aliedad, «intervencionismo ético del Es-tado», democratización económico-social, Estado de Derecho comoEstado de justicia, etc. A diferencia de ello, en algunos de esos otrosescritos suyos posteriores, años setenta, parece, sin embargo, condes-cenderse en mayor medida, ya lo he señalado, con la que es —escri-be— «la tentación más propia del intelectual, y del filósofo moderno»,la que él mismo califica como «la tentación ácrata»15.

En cambio, en Ética y política, obra central suya, lo que de mane-ra fundamental Aranguren se propone —en él era una nueva perspec-tiva— es resaltar el papel de la política y, más aún, de su dimensióninstitucional, del Estado. Para ello, sus análisis van a avanzar y profun-dizar en la correlación entre los diversos «modos» de la ética moderna—allí caracterizados respectivamente como ética individualista, éticade la alteridad, ética de la aliedad— y las posibles/reales formas delEstado actual. Éstas, a veces no sin ciertas contradicciones, se vienena diferenciar según su menor o mayor grado de «intervencionismo» ala hora de configurar (incluso moralmente) la sociedad. Estarían ahí,en esa graduación de menor a mayor presencia y con terminología enocasiones imprecisa, el Estado liberal abstencionista, el Estado de De-recho, el Welfare State, el Estado totalitario y lo que Aranguren pro-pone finalmente como utopía, el Estado de justicia que básicamentese acercaría —creo— al por mí denominado desde aquellos mismostiempos como Estado democrático de Derecho.

Comienza así Aranguren hablando de la ética de la individuali-

dad: «La experiencia histórica del liberalismo económico y de uncapitalismo sin trabas ha mostrado —dice— la radical insuficienciade esta ética y de este derecho para el buen ordenamiento social. Lareacción natural contra su constitutivo individualismo ha consistidoen lo que suele llamarse —señala aquél— ética social. Pero por éticasocial —añade— pueden y deben entenderse dos cosas diferentes»: laética de la alteridad y la ética de la aliedad. Aun diferenciándola de lamoral individualista, también «la moral de la alteridad pretende la mo-ralización de la sociedad desde lo ético-personal, fiándola puramente

al sentido social de los individuos», aunque sea ya no aisladamente,individualmente, sino organizados en grupos sociales. Por ello señala

15. Véanse como válidas muestras de ello, por ejemplo, las pp. 162, 526, 550 o561 respectivamente del citado volumen III de sus Obras completas.

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de manera explícita el propio Aranguren: «Hasta aquí no se trata másque de una eticidad negativa o restrictiva por parte del Estado». Ante

ello y sus deficiencias, continúa aquél: «la justicia como virtud o acti-tud personal, el derecho como establecimiento de relaciones restricti-vas formales y, en una palabra, una ética de la pura alteridad, aunquesupongan un progreso frente a la moral individualista tampoco bastan[...]. Desembocamos así —remarcará con decisión— en el plano dela aliedad, que es el plano de las estructuras sociales objetivas y en elde la exigencia de una eticidad positiva y no meramente restrictiva onegativa por parte del Estado». Tras la ya mencionada aproximacióna Kant, algunos han podido ver aquí en Aranguren un eco, siempre

democrático, también de la hegeliana Sittlichkeit, más allá de la insu-ficiente  Moralität. Pero es verdad que aquél no simpatizaba muchocon Hegel.

Con todo, paso progresivo del alter  (ética de la alteridad) al alius (ética de la aliedad) en cuanto asimismo proceso de mayor «cobertu-ra» ética y política en intervención tanto cualitativa como cuantitativa.Pero esa mayor intervención estatal institucional —advertía con plenarazón nuestro maestro— esa ética de la aliedad a lo que estaba dandolugar, a lo que de hecho estaba conduciendo en ese tiempo, era a dosformas rechazables (por diferentes razones y, desde luego, con muydiferente intensidad) de lo que denomina «institucionalización técni-ca de lo moral: el Estado totalitario comunista, que es —dice— lainstitucionalización total, sin residuo alguno, de lo ético; y el WelfareState o Sociedad del bienestar, que es la institucionalización de lo éti-co-social». Sobre éste, prevalente en el mundo occidental, entre otrascríticas, apuntaba Aranguren: «El Welfare State o Estado de bienestarno es totalitario, puesto que no pretende absorber la vida entera, ni

se impone por la coacción y la violencia. Es, en cambio, manipuladordel ciudadano al que, como contrapartida de su sometimiento a lamanipulación, le garantiza el bienestar, la abundancia y la seguridad»(garantía no con el necesario carácter universal, habría siempre querecordar). Añade así Aranguren desde su perspectiva: «El mayor in-conveniente del Welfare State es el aflojamiento de la tensión moral.El modelo del ‘consumidor satisfecho’ —y aquí cita expresamente aTierno Galván— es más materialista que el modelo marxista del ‘pro-letario revolucionario’, ya que éste ha de luchar, con generosidad y

espíritu de solidaridad, con ‘amor al lejano’, como diría Nietzsche, porun futuro mejor, que él personalmente, tal vez no llegue a alcanzar».Rechazados en definitiva por él esos dos modelos fácticos en-

tonces realmente existentes, el comunismo totalitario y el capitalistaEstado del bienestar (hoy ya sólo nos quedaría, incluso sacralizado

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pero desigualmente degradado, éste), lo que Aranguren va a propo-ner como utopía es un denominado por él Estado de justicia: que «el

viejo Estado de Derecho —leemos— sin dejar de seguir siéndolo, ten-drá que constituirse en Estado de justicia, que justamente para hacerposible el acceso de todos los ciudadanos al bien común material, ala democracia real y a la libertad —subraya aquél—, tendrá que or-ganizar la producción y tendrá que organizar también la democraciay la libertad. La tendencia actual —dice— al  socialismo en el planoeconómico, cualquiera que sean el grado cuantitativo y el carácterestatificado o no de este socialismo —señala Aranguren—, pare-ce estar inscrita en la realidad misma. En cualquier caso, el motor

no puede ser —no debe ser— el interés capitalista determinado a darla primacía a los bienes suntuarios de consumo para conseguir así,como un subproducto ético, el bienestar material de todos, sino laorganización, inspirada en una auténtica voluntad de justicia, de dar acada uno lo suyo, de la democratización económico-social. Asimismola atención preferente a los servicios públicos sobre el egoísmo del ar-bitrario consumo privado, y el intervencionismo ético del Estado sonindispensables». Conclusión, por tanto, de Aranguren en esa utopíade un Estado de Derecho como Estado de justicia y como nuevo hu-manismo: «La moralización social ha de efectuarse a la vez, por modopersonal y por modo institucional. Renunciar a la función ético-per-sonal en la moralidad social sería desconocer que la ética entera esprimariamente personal, que los actos y las virtudes, los deberes y lossentimientos morales, la conciencia y la responsabilidad conciernen alas únicas personas realmente existentes que son las individuales. Pero—advierte aquél— las personas individuales son impotentes frente alLeviatán del Estado y frente a los poderosos grupos de presión que

están tras él; y por eso la moralidad ha de inscribirse, instituciona-lizándola hasta donde se pueda, en la estructura misma del aparatopolítico-social»16.

Hay, como vemos, en Aranguren en esos primeros años sesenta, demanera exponencial en esta su obra Ética y política, de 1963 (de ahí

16. Para estos textos de Ética y política, véanse entre otras, pp. 133, 141, 163,196, 267, 279, 293, 297, 298, 303 y 307; sobre algunas de esas mencionadas con-tradicciones, por ejemplo, pp. 141 y 195. Cf., de todos modos, para las posteriores

posiciones y revisiones de Aranguren, las muy sucintas referencias a esa obra de 1963que hace aquél varios años después en  Memorias y esperanzas españolas  (1969),pp. 145-149; y también para su provocador desapego a la política, pp. 113-114.Destaca de todos modos allí (p. 145) que lo que pretendía era «evidenciar la estrecharelación de dependencia respecto de la moral, la economía y la estructura social, enque se encuentra lo político».

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que me haya detenido con mayor amplitud en algunos de sus textos),pero también en otros trabajos de esos momentos, un mayor recono-

cimiento, pues, de la función de la política y, como digo, de la políticainstitucional: es decir, del Estado y de su función incluso moral, enaproximación a los mejores postulados del socialismo democrático.Esta actitud ética y este reconocimiento político, es verdad, van aestar ya siempre presentes en él, a pesar de la prevalencia de algunaposterior delectación suya en la que califica como «tentación ácrata»del intelectual. De ahí sus, a veces extralimitadas, críticas al mo-delo institucional de la democracia política, incluso —como era elcaso de España después de 1975— cuando aquella todavía estaba en

vías de inicial implantación. Hablaré algo más sobre ello, como yaindiqué, en la tercera parte de este capítulo.

En aquellos viejos tiempos, años sesenta, me ocupé yo por extensoy en detalle de esas y otras obras políticas (de teoría y filosofía políti-cas) de Aranguren, destacando algunas de estas ideas y propuestas queme parecían fundamentales para un necesario desarrollo posterior: así—varios de estos trabajos míos ya han sido mencionados aquí—, enmi artículo de 1963 «Ética social en el pensamiento de Aranguren»y, sobre todo, en los libros Estado de Derecho y sociedad democráti-ca (1966) y Notas para una historia del pensamiento español actual (1974). A ellos remito para testificar y «textificar» con mayor amplitudsobre estas abreviadas anotaciones descriptivas y prescriptivas que hagoahora. Y también me permitiría volver a recordar que en mi libro mu-cho más reciente —y muy relacionado con estos temas— Ética contra

 política. Los intelectuales y el poder   (1990), el apartado II, 3 sobre«El nuevo pacto social, instituciones políticas y movimientos sociales»se dedicaba precisamente a argumentar y a propugnar la no incompa-

tibilidad, al contrario, la necesaria y fructífera complementariedad, lahomogeneización crítica, de esas dos dimensiones de la realidad políticay, correlativamente, de esas dos posiciones reconocidas allí como so-cialdemócratas y libertarias.

3. TRAS LA TENTACIÓN ÁCRATA.INSTITUCIONES JURÍDICO-POLÍTICAS

 Y MOVIMIENTOS SOCIALES ALTERNATIVOS

Resultará evidente para el lector que es por estas vías de dinámica co-ordinación y crítica homogeneización por las que en definitiva —creoque no sin buenas razones— yo preferiría encauzar e interpretar, apesar de todo, al mejor Aranguren para esa tarea inacabable que exigela construcción y la, siempre abierta, reconstrucción de la democra-

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cia. Él, hasta el final, también lo dirá expresamente así —ya lo vere-mos— aunque haya que reconocer que congraciándose asimismo, en

excesivas ocasiones, con esa reiterada proclividad ácrata, connaturala su talante inconformista y a su trasfondo radical con frecuencia es-céptico, suspicaz, receloso y desencantado: «Amarguren», le motejabala derecha cínica y/o hedonista en aquellos tiempos del franquismo.

En tal inclinación habría también —me parece— un Arangurenmás cercano a esas posiciones de carácter, diría, genéricamente liber-tario en el tiempo posterior a su expulsión de la Universidad Com-plutense, en 1965, como consecuencia de su activa solidaridad conlas protestas y manifestaciones estudiantiles de aquellos años. Está ahí

su época como docente en varias universidades norteamericanas (es-pecialmente en Santa Bárbara, California, como profesor permanentede 1969 a 1977), aunque siguiera pasando también largas tempora-das en nuestro país. Estos años californianos nos mostrarían, dentrosiempre de su ideario democrático, un Aranguren más utópico, máslibertario —permítaseme de nuevo esta calificación—, menos institu-cional, más volcado a algunos de los problemas de la sociedad civil(juventud, erotismo, feminismo, comunicación, etc.) y mucho máscrítico con la sociedad política y sus formas de institucionalización.Es una cuarta etapa que, creo, puede diferenciarse en su biografíadesde esos años finales de los sesenta, después de 1965 en cualquiercaso, hasta finales de los setenta (repuesto en 1976 en su cátedra dela Universidad de Madrid) y no sé si con mayor claridad hasta 1982con el triunfo electoral del Partido Socialista. No incompatible conesa lectura, Antonio García Santesmases, en interpretación sugerentey a tomar en necesaria consideración, sitúa al Aranguren de esos años—entre América y España— como más cercano a la «nueva izquier-

da» de tanto auge en aquellos tiempos —el 68 como símbolo— enEuropa pero asimismo de manera muy especial precisamente en los«campus» de las universidades californianas: ahí estaría la influenciade Marcuse, a quien Aranguren trató allí personalmente y, al parecer,con buena química entre ambos17.

17. En el artículo «Nuestro padre» (en el ya mencionado número de Isegoría), sushijos Felipe y Eduardo López-Aranguren, entre otros recuerdos emotivos y de objetivointerés, dejan constancia de ello (p. 49): «Allí conoció y trató a Marcuse, de quien él,

poco proclive a elogios, hablaba con admiración, al tiempo que sugería que se trata-ba de una admiración correspondida (‘venía a mis cursos de doctorado siempre quepodía, le hemos oído decir’)». Sería muy interesante que José Enrique y María JesúsRodríguez Ibáñez ampliasen sus recuerdos y reflexiones sobre el Aranguren de «Losaños de California» (ahora en ese mismo número de Isegoría, pp. 13-16), al igual quelos otros estudiosos que allí le frecuentaron (p. 15), analizando sus repercusiones y

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Queda campo abierto para la relectura y reinterpretación contex-tual de los numerosos artículos (algunos de ellos ya reunidos en li-

bros) que Aranguren publicó por entonces. De manera muy principalel ya mencionado al inicio de estas páginas. Allí, en su penetrante pre-sentación, Antonio García Santesmases resalta esa constante tensiónaranguriana entre la democracia establecida y la democracia moral,entre utopía y realidad, entre los nuevos movimientos sociales (paci-fistas, ecologistas, feministas, etc.) y las instituciones jurídico-políticas,en definitiva entre ética y política. Sin prescindir de ninguna de lasdos dimensiones, «Aranguren oscilaba» —puntualiza aquél— entreambas aunque siempre reivindicando la crítica ética y «una moderada

pero firme disidencia». En cualquier caso, bien sea desde perspectivasmás flexiblemente libertarias o más cercanas a esa «nueva izquierda»—pero aquí ésta era más marxista y él no lo era—, por lo demás tam-bién con relaciones problemáticas entre ambas, lo que de modo clarohay —creo— en aquél en ese tiempo californiano (que se prolongaa los inicios consensuales de la transición y la Constitución) es unaactitud de amplio desapego hacia la política, y en especial hacia la po-lítica institucional, partidos políticos, Parlamento, etc. Con ello, se hadicho, habría un cierto retorno a sus primeros juveniles tiempos18.

Me parece que en este sentido, no anda desacertado Enrique Bo-nete —aunque haya en él algún desajuste de fechas y de implicacio-

significado en el conjunto anterior y posterior de su obra y pensamiento: destacan,ellos, en aquél una tendencia hacia la consideración de los problemas de España desdeuna perspectiva global o mundial y, de ahí, su interés entonces por cuestiones amplia-mente occidentales como los movimientos juveniles o el feminismo. Un testimonio,entre otros, para el Aranguren libertario puede encontrarse en el artículo de Juan José

Coy titulado «José Luis Aranguren, agitador universitario», publicado en el ya citadonúmero 80 de  Anthropos (1988), p. 62 (II). Asimismo lo sería y muy significativo eltestimonio de Agustín García Calvo, cercano a esas posiciones libertarias, como pre-sentador de varios volúmenes de las Obras completas de Aranguren en el acto públicodel 6 de abril de 1994; ignoro si hay texto publicado de tal intervención.

18. También Antonio García Santesmases constata, no obstante, un cierto cambio(matizado y dentro de su línea entonces prevalente) cuando habla de la «extraordinariaprudencia» del Aranguren posterior ya a 1982 tras el triunfo electoral del PSOE. Es-cribe así aquél: «Se había producido el golpe del 23 de febrero de 1981 y Aranguren,como muchos otros, quiso colaborar en todo lo que pudo para afianzar la situación.Había sido recriminado —recuerda García Santesmases— por mostrar un excesivo

desencanto ante el proceso constituyente y no quería seguir por ese camino, no que-ría aparecer ante la opinión pública como el responsable de un ‘no’ rotundo antelas insuficiencias del gobierno socialista, pero tampoco quería dejar de constatar esasinsuficiencias y abandonar la perspectiva de la racionalidad utópica» (remito tambiénaquí a las pp. 224 y 225 de mi ya citado libro Ética contra política. Los intelectuales yel poder ).

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nes— cuando, a propósito de estas mencionadas evoluciones de Aran-guren, señala que en los escritos últimos de índole socio-política de

aquél «queda —dice— olvidado el programa de la ética de la aliedaddefendido en Ética y política (1963) y se vuelve de alguna manera a laconsideración más personal de la ética»: insistirá así en «el alejamien-to, o mejor dicho, la evolución de Aranguren, al no volver a plantearel tema de la ética de la aliedad que posibilita un Estado de justicia».El buen, recordado, maestro contesta allí mismo (en el Epílogo) demanera —creo— no muy convincente, aduciendo que no hay «olvi-do» de la ética de la aliedad sino sólo postergación en su tratamientopor considerarlo un tema «más jurídico y ético administrativo (en la

más amplia acepción del término ‘administración’) que estrictamenteético»19. Pero ello en cualquier caso —haría observar yo— sería ex-plícita muestra de esa su mayor despreocupación libertaria por la ins-titucionalización de la democracia (degradada por él esa ética a meraadministración) o de sus menores exigencias, autoexigencias, de rigoren este campo de investigación.

Consciente (¡como no!) de la situación, el fiel, no acrítico, dis-cípulo que es Javier Muguerza invoca allí mismo —pero elevándoloa categoría— un muy legítimo derecho a la infidelidad20: «Mas aún—escribe aquél—, el propio Aranguren ha jugado a veces a minimizaresa coherencia, mostrándose dispuesto a asumir sus contradiccionesy hasta declarándose ‘infiel’ a sí mismo»21. No obstante, enseguida des-taca, y concuerdo plenamente con él, «la fidelidad básica de Arangu-ren a una serie de posiciones e incluso una perseverante tenacidad enla adhesión que les prodiga». Recordemos: no ser (siempre necesa-riamente) lo mismo, pero, a pesar de todo, seguir siendo el mismo, eincluso él mismo. Fidelidad (o lealtad) básica —por resumirlo con las

palabras que en momentos todavía no muy lejanos y muy emotivos(polémica sobre el terrorismo de Estado) tuvo que volver a recordarnuestro común maestro— en su «pasión por la libertad» y en su «afánde luchar en defensa de los derechos humanos».

Sólo en circunstancias de tan interesada confusión y tan malévolaperversión como las que se estaban viviendo en esos tiempos (1995-1996) de acoso total desde la derecha al agotado gobierno socialista,

19. Enrique Bonete,  Aranguren: la ética entre la religión y la política, Tecnos,

Madrid, 1989, cap. VI y pp. 315 y 344.20. Javier Muguerza, Prólogo al libro de Enrique Bonete cit., p. 14.21. «El ‘infiel’ Aranguren» fue, asimismo, la acertada calificación —sugerida por

 Jesús Aguirre— con que la revista Triunfo (número 398, 17 de enero de 1970) titulabauna conversación plural mantenida con aquél en ocasión de la publicación de su tanmencionado libro Memorias y esperanzas españolas.

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pudo encontrar eco y acogida la absurda pero cruel idea de que elácrata-libertario Aranguren, el ácido crítico de las instituciones, fuera

a venir a sus ochenta y seis años a querer culminar su vida intelectualy su esforzada tarea ética de siempre nada menos que con la defensa yjustificación de la trama terrorista de los GAL (Grupos Antiterroristasde Liberación). Unas declaraciones suyas fueron empecinada y malé-volamente interpretadas de esa manera, negándole así aquella básicalealtad a los derechos humanos y al Estado de Derecho. Como míni-mo, algo grave tuvo que fallar en la comunicación —fácil de salvarsecon adecuado conocimiento y buena fe— en tiempos tan fanática y«científicamente» comunicadores22. Dije entonces y lo subrayo ahora

que si Aranguren —que me perdone— no aprobaba al Estado ni cuan-do lo hacía bien, mucho menos iba a hacerlo cuando se le acusaba (alEstado) de hacerlo mal. Y de que el terror, la violencia, el terrorismode unos u otros era, para Aranguren, un mal, un gran mal, de eso—que hay mil testimonios escritos suyos— no me queda la menorduda. Por cierto que (aun a riesgo, seguro, de autocitarme en exceso)no renuncio a poner en relación algunas de las hipócritas reaccionesfrente a Aranguren que, a propósito de esa polémica, denunciaba Ja-vier Muguerza en su artículo «Un retrato moral de nuestra sociedad»( El País, 20 de agosto de 1995), con las que también por aquel tiempose habían manifestado en Italia en ocasión formalmente similar contraNorberto Bobbio23.

No voy a demorarme mucho aquí, en esta «tan animosamente ju-venil» etapa de Aranguren (a la búsqueda quizás de una juventud novivida en aquella negra España guerracivilista), ni tampoco sobre sushipotéticas caídas en esa mencionada «tentación ácrata». Reconozcopor lo demás que posiblemente los auténticos anarquistas nos corregi-

rían con razón a los dos por el uso aquí de esta terminología, tan abu-sivamente manipulada por el anarco-capitalismo y los ácratas de salóncercanos más bien al neoliberalismo conservador. Quizás tras aquella«tentación» no había en Aranguren sino un cierto culto a la contra-cultura de la época o una fácil empatía con la entonces gauche divine.Pero, bajo uno u otro rótulo, podrían y deberían —creo— suscitarseno pocas reservas y fundadas críticas (el problema es sobre todo de

22. Véase, como no insólita muestra, el periódico ABC, Madrid, 10 de agostode 1995, pp. 15 y 21-23, con gran foto del anciano Aranguren (fallecería poco despuésel 17 de abril de 1996) en la portada que aquél le dedicaba en tan delicada situación.

23. Remito para esa significativa y, en gran parte, perversa tipología de los críticoscontra Bobbio a mi libro  Los viejos maestros. La reconstrucción de la razón, Alianza,Madrid, 1994, p. 159, nota 7.

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tan rotunda insistencia) respecto a la desproporción en ese tiempo desus (a veces justificados) reproches a las instituciones jurídico-políticas

de la democracia representativa e, incluso, la complacencia y deleiteen sus reprobaciones, si la comparamos con la mayor comprensión,lenidad o mucho menor severidad mostrada —a veces muy poco mos-trada— ante otras instancias y otros muy fuertes poderes sociales,económicos, mediáticos, etcétera24.

Es verdad —como recalca siempre Aranguren— que el poder de-rechiza, que la izquierda se desliza en mayor o menor medida hacia laderecha (o al centro derecha) cuando deja de ser oposición y llega algobierno. Pero creo que, con demasiada frecuencia, aquél exagera en

ese proceso y tiende a relativizar en exceso la distancia, la diferencia,que aun con esas implicaciones sigue existiendo en todos los órdenes(cultural, civil, político, social, económico) entre aquellas dos genéri-cas alternativas: es decir, entre esas dos zonas, con plurales graduacio-nes, del completo espectro político. Desde ahí, pienso que Arangurenen sus críticas a esa izquierda moderada propende, a su vez, a minimi-zar u olvidarse de los riesgos y los efectos de esa derecha en nuestrotiempo realmente existente, derecha no raramente fundamentalista,reaccionaria y ultraconservadora: los que hoy podemos denominarcomo «neocons» y «teocons». Por lo demás, aquellas experiencias cali-fornianas favorecían asimismo su constante referencia global negativaal poder imperial norteamericano25.

Rememoraba así Aranguren precisamente en un extenso artícu-lo sobre «Moral española de la democracia (1976-1990)»: «La crisisideológica del marxismo, primero, el aburguesamiento del proleta-riado al que ya hemos hecho referencia, a continuación, la pérdidade vigencia del socialismo en Occidente, después, y finalmente el de-

rrumbamiento del llamado socialismo real han determinado —se ex-cedía aquél— una sola política posible; política que, dándose bonne

24. Véanse así, como expresiones de esa genérica actitud, en el volumen III de susObras completas, pp. 525, 527, 549, 550, etc. Hablando en 1968 a intelectuales cató-licos sobre «ética de la revolución» (cf. Memorias y esperanzas españolas, pp. 152-153)escribía ya Aranguren: «Ante todo el presupuesto de toda revolución, la situación actualcontra la cual los revolucionarios se sublevan, es una situación de violencia establecida,puesto que todo Estado ha sido establecido por la violencia y se mantiene por una vio-

lencia que él mismo ha legalizado» (las cursivas son, claro está, del propio Aranguren).De significado muy diferente son, en cambio, sus reflexiones sobre La comunicaciónhumana, libro aparecido en 1967.

25. Saliendo ya del personal tiempo aranguriano, remito a mi artículo «‘Neocons’y ‘teocons’»: una coalición fundamentalista», en El País, 31 de julio de 2007; y a su másamplia contextualización en Sistema 200 (2007): cf. después aquí, capítulo 7, nota 11.

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conscience, se llama a sí misma de izquierda, que gobierna como sifuera de derecha y que, con una u otra denominación, ocupa todo

el espectro político. Y como consecuencia, la que, fiel a sí misma, si-gue considerándose izquierda, será pronto una pura actitud intelectualmeramente testimonial, en tanto que crítica del poder establecido,como quiera que se denomine; es decir, ética versus realismo políti-co. Y la derecha —concluye Aranguren desde esa casi indiferenciadaóptica— quedará reducida a puro vestigio verbal, eco nostálgico y,entre nosotros, eso sí, estentóreamente vigilante». Pero esa derecha«puro vestigio verbal» se hizo real y no mero «eco nostálgico» con lavictoria electoral del Partido Popular el 3 de marzo de 1996, pocas se-

manas antes del fallecimiento de nuestro filósofo. Durante ocho años,hasta 2004, tuvimos ocasión de volver a comprobar —por si hacíafalta— que, tampoco en política y en democracia, no todo es igual nila diferencia es sólo formal26.

Pero bien sé —volviendo al tema de fondo— que resaltar, en susjuicios, la tan tajante contraposición que establece entre la democracia«realmente existente» y la «democracia como utopía» implica y exigesiempre en Aranguren el firme propósito de avanzar en profundidad,removiendo tanto dimensiones personales como sociales, hacia la efec-tiva realización de la democracia como moral. Y esto es lo que, demanera preferente, a su vez me interesaba resaltar también a mí. En laética y en la democracia, cada una en sus interrelacionados ámbitos,es donde se pone y se debe poner en juego, en participación, el mayornúmero y la mejor calidad (racionalidad) de autonomía personal, lamayor y mejor libertad. Es decir, democracia participativa y delibera-tiva. Por eso también la democracia es el sistema político más ético,más justo, más cercano a la ética (a las decisiones morales autónomas)

y a la justicia entendida como constante lucha para avanzar hacia unaigual libertad real para todos.Ésta es —creo— la actitud que, junto a otras reminiscencias de esa

fase anterior y del propio talante aranguriano, va a mostrarse en estosaños finales con mayor coherencia en él —concuerdo con AntonioGarcía Santesmases— tras la experiencia, recuérdese, del frustradogolpe de Estado de 1981 y, como digo, la llegada de los socialistasal gobierno de España en octubre de 1982. En esa diferente situaciónescribía ya Aranguren en 1980 volviendo —es muy sintomático— a

su obra de 1963, resumiendo y reasumiendo el sentido de fondo deésta que vengo aquí considerando como su potencialmente mejor pro-

26. Este artículo de Aranguren se publicó en Claves de razón práctica 3 (1990);ahora en la obra citada aquí en la nota 2, pp. 136-137.

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puesta: «En el libro anteriormente citado ya, Ética y política, establecíuna tipología de los modos de relación entre la moral y la política,

y distinguía allí las concepciones cínico-realista, trágica y dramáti-ca, a las cuales he agregado posteriormente la concepción utópica,referida directamente a la democracia como moral. Entiendo así lademocracia —sigue aquél— antes que como una forma política con-creta, como la tarea, infinita, de democratización de la sociedad, decompromiso con ella, de engagement total, según la expresión de Sar-tre, de democratización a todos los niveles, el estrictamente político,por supuesto, pero también el económico e industrial —que, advierte

 Aranguren, se encuentra ahora en un impasse—, el de la democracia

cultural y el de la democratización de la vida y los comportamientossociales y familiares etc.». Es decir, no pasivo conformismo con unamera democracia (participación) política que olvide o minimice la im-portancia, además, de la democracia (participación) económica, socialy cultural. Interrelacionadas, pues, participación en las decisiones yparticipación en los resultados. Exigencia así de una doble participa-ción en consonancia, otra vez, con la que he denominado en estaspáginas democracia radical (e integral) e incluso utópica.

Esta imprescindible concepción utópica de la democracia comomoral (utopía siempre como crítica de lo establecido), con fuertesexigencias de racionalidad y «democratización a todos los niveles»,no le hace ahora olvidar —querría resaltarlo aquí en relación con esossus últimos años— los condicionantes de la realidad, de la políticareal, de la tensión entre ética y política, así como —tras la «tentaciónácrata»— la importancia de las instituciones de la democracia forta-lecidas por su eficaz protección en el ordenamiento jurídico (Estadode Derecho). Escribe así Aranguren en 1986: «Pero una política cabal

tiene que ser, a la vez, ideológica, es decir, ética, y pragmática, o sea,operativa, agible, realizable» (las cursivas son del propio Aranguren).Concordaba allí, recuerdo, con el fondo de dos postulados míos enrelación con problemas políticos concretos del país en esos años: yolos enunciaba como, por un lado, «no hacer de la necesidad virtud» y,por otro, «hacer posible lo necesario». Es decir, exigencia de no que-rer presentar más como ético lo que —se decía— no era posible haceren tal situación fáctica; pero, a su vez, la de intentar hacer lo que sedebía hacer, lo considerado como justo27.

27. Cf., para esos textos, la obra aquí citada en la nota 2, p. 89. Aranguren hacíaallí expresa referencia a mi artículo «Socialismo hoy: lo posible y lo necesario», El País,16 de octubre de 1986, en relación con el cual muestran su sentido tales comentariosy debates.

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En consonancia con ello y con el fondo de su pensamiento está suaproximación (siempre con tensión) entre ética y política: «La verdad

—señala Aranguren— es que, nada político de vocación yo mismo, meesfuerzo siempre, lejos de cualquier eticismo, por tratar de compren-der la realidad desde el punto de vista del político y, no sólo, conformea mi dedicación, en su perspectiva ética». Así, pues, ni unilateral eti-cismo aislado de la realidad, pero tampoco simple pragmatismo polí-tico fuera y exento de toda crítica moral. Precisaba así polémicamenteaquél: «No, yo no creo, como ha afirmado Joaquín Leguina, que elintelectual mantenga que hay necesariamente contradicción  entre lapolítica y la ética. No. Sostiene y apoya la tensión, que puede ser fe-

cunda, entre la una y la otra» (las cursivas son siempre del propio Aranguren). Pero —añade— tampoco «creo en la fusión de ética ypolítica, el idealismo político [...]. Personalmente —concluye Aran-guren— yo prefiero la fórmula de la tensión viva y operante entre lapolítica y la ética, el diálogo siempre difícil y con frecuencia crispado,entre los intelectuales y el poder»28.

Pero en esta final etapa de Aranguren que estoy aquí diferencian-do (1982-1996) quizás la muestra más explícita y simbólica, por lacircunstancia de tiempo y de lugar, sea la mencionada conferenciade 1985 en la sede del Congreso de los Diputados sobre precisamente

 La actitud ética y la actitud política, donde aquél clarificaba aún más,con cuidada mesura y ponderación, acerca de tan compleja y polémicarelación. Bueno será, creo, ilustrar el final de estas notas mías con laspropias palabras de aquél. Decía allí, entre otras cosas de alto interés,el profesor Aranguren tras referirse al «tipo ideal del hombre intelec-tual» y al «tipo ideal del homo politicus», así como a las weberianasética de la convicción y ética de la responsabilidad: «La tendencia ética

y la tendencia política se nos manifiestan siempre en tensión y, confrecuencia, en contradicción. Y, sin embargo —puntualiza—, es unimperativo el de la conjunción de la ética ‘y’ la política». Y añade:«De cuanto llevamos dicho se desprende que el difícil —y necesa-rio— equilibrio entre la actitud ética y la actitud política se pierde tanpronto como se absolutizan una u otra. La función del intelectual es

28. Op. cit. en la nota 2, pp. 97 y 138. Remito de nuevo aquí al mencionado ar-tículo comentario sobre ella de Reyes Mate, donde señala muy en su línea (de los dos)

que «el intelectual no es el defensor de purezas éticas cuanto el portavoz de los sin voz,esos que el poder no suele tener en cuenta porque no dan votos». En efecto, un eticis-mo (esencialismo o fundamentalismo) aislado de la realidad, una ética en insuperablecontradicción con la política, defensora a ultranza de purezas éticas, significa en últimainstancia la degradación —a mi juicio— de la «ética como utopía» y su conversión/dis-torsión en (la peor) «ética como ideología».

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crítica y utópica. El político debe estar atento a la primera y sensible ala segunda, que, si tiene noble madera de estadista, aceptará en tanto

que orientación o ‘idea regulativa’. Pero, evidentemente —adviertetambién Aranguren—, gobernar es cosa diferente de criticar o de so-ñar. Mas el hombre político, al obstinarse en realizar el tipo puro del‘animal político’, rompería, por el otro lado, por el lado reduccio-nista, el estado de equilibrio, la inestable conjunción de la ética ‘y’ lapolítica en el gobierno de la sociedad humana».

Tensión, pues, constante entre ética y política pero, a su vez, nofusión (confusión) que llevaría a la reducción (negación) de una porotra: es decir, al fundamentalismo ético o al dogmatismo pragmático.

La utopía, la moral, no es algo completamente inmóvil y ahistórico:puede siempre avanzar en términos de racionalidad, justicia, libertad,igualdad, solidaridad, humana dignidad. Y en lugar de forzosa, irre-mediable, contradicción, sería, pues, más bien una inestable, bipolar,conjunción y complementariedad la que —a pesar de sus perpleji-dades y oscilaciones— mejor expresaría, a mi juicio, el pensamientopolítico y ético de Aranguren.

Estas conclusiones siempre abiertas y flexibles conducen, por lotanto, de modo directo y coherente, a potenciar la rehabilitación, arti-culación y reinserción (no acríticas) de la política y de las instituciones(Parlamento, partidos, jueces, Estado) en esa concepción utópica de lademocracia como moral. La democracia no es sólo cuestión política perosin democracia política, y sin instituciones que la sostengan y la haganfuncionar, no hay democracia de ningún tipo, ni utópica, ni moral, niradical. Señala Aranguren en ese mismo contexto: «El hombre intelec-tual es parcial; el político también. Una vía de corrección de la tendenciaa la sobreinstitucionalización es —dice, y concuerdo— la complemen-

tariedad de los partidos políticos por los movimientos alternativos, loscuales, por su parte —advierte bien aquél—, de ninguna manera puedendesempeñar por entero, y relevándoles, la función de aquéllos». Y loque yo dejaría aquí como resolución final de un Aranguren, digamos,a la vez utópico e institucional: «Este equilibrio —puntualiza— puede,hasta cierto punto, institucionalizarse o, cuando menos, ser protegidopor la vía de la institucionalización. La instancia intermedia fundamen-tal —dice— es, a este respecto, el Derecho, y el respeto al Derecho, lajuridicidad. En el plano estrictamente político —concluye Aranguren—,

el Estado de Derecho, el Estado democrático»29.

29. Para esos textos de Aranguren, volumen III de sus Obras completas, cf., entreotras, las pp. 549, 524, 428 y 561-563, respectivamente. Esta importante conferenciade Aranguren fue después incorporada a su libro de 1988 (el último de esos libros

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Queda, a mi juicio, con toda claridad en un muy primer planocuál era para él, en el espacio público, ayer y hoy —pero en España,

con la gran fortuna (y virtud) para nuestros días, de muy diferen-tes regímenes políticos—, la fidelidad básica que mantener y por laque luchar: la democracia, el Estado de Derecho, la ética, la utopía,la igualdad, la libertad... Así se expresa, no sin altibajos escépticos,tentaciones ácratas, viejos desencantos, críticas a los nuevos encan-tamientos (tecnocráticos y estéticos), el pensamiento ético y políti-co de José Luis L. Aranguren. Desde aquella su obra Ética y política de 1963 frente a la dictadura, hasta sus últimas reflexiones de mayorcomplejidad, años ochenta y noventa, éste es —creo— su mejor le-

gado, para una profundización presente y futura, ética y utópica, dela democracia.

recopilatorios de él publicados) Ética de la felicidad y otros lenguajes, preparado porFeliciano Blázquez. Para ese Aranguren «final» también es interesante releer su breveescrito sobre, precisamente, Estado y sociedad civil, en el volumen colectivo publicadopor la Fundación Friedrich Ebert y el Instituto Fe y Secularidad, Madrid, 1988, So-ciedad civil y Estado. ¿Retorno o reflujo de la sociedad civil?, Presentación de DieterKoniecki y Julio Colomer, con colaboraciones también de Francisco J. Laporta, Juan J.Linz, Ignacio Sotelo, Elías Díaz, Antonio García Santesmases, Adela Cortina, Antonio

Duato y Luis de Sebastián Carazo. En la misma actitud crítica puede verse su artículode 1987, «Un juego lingüístico con trampa: la sociedad civil», incluido en la recopi-lación de A. García Santesmases (2005, pp. 100-103), cit. aquí en la nota 2: allí lallamada sociedad civil se ve exclusivamente como sociedad burguesa y mercantil. Paraprecisar más sobre ello, remitiría a mi ya tan citado libro  Ética contra política. Losintelectuales y el poder (1990, cap. II, 3).

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INTELECTUALES HOY:EL PODER POLÍTICO Y LOS OTROS PODERES*

Creo que no resulta para nada inoportuno prolongar aquí las ante-riores y frecuentes reflexiones de Aranguren sobre «el tipo ideal delhombre intelectual» y «el tipo ideal del homo politicus», así como so-bre las ineludibles relaciones de equilibrio y tensión entre ambos. Y lomismo podría decirse respecto de Tierno Galván y de sus específicas

aportaciones a tales cuestiones. Uno —ya lo indiqué antes—, con másanclaje en la filosofía ética; otro, con mayor dimensión directamentepolítica. Pero los dos y sus transversales zonas de influencia con aná-lisis y propuestas que corresponden a los enfoques y planteamientosque entendemos como propios de un intelectual.

 A partir, con flexibilidad, de esas sus zonas de presencia y de aucto-ritas, el programa máximo de tal prolongación habría —creo— de lle-varse a cabo aunando otras coetáneas y posteriores aportaciones que,incluidas las discrepantes, pudieran considerarse en el panorama denuestros días como, a la vez, abierta continuación y crítica revisiónde esas líneas de pensamiento. Me parece que uno de los resultadosválidos y efectivos de tal tarea podría ser la edición de una obra plu-ral, pero no caótica sino consecuente (en principios y resultados), quereuniera ensayos de autores de generaciones posteriores a ellos:aquellos que de hecho han contribuido a la construcción actual ennuestro país de una interrelacionada filosofía ética, política y jurídi-ca (también aquí, por tanto, la presencia de Ruiz-Giménez, junto a

* Este capítulo procede, con algún sectorial precedente, del ensayo de igualtítulo publicado en la obra colectiva Valores e historia en la Europa del siglo  XXI , conR. Rodríguez Aramayo y T. Ausín como coordinadores, Plaza y Valdés, Madrid, 2006.

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 Aranguren y Tierno Galván). Sería algo así como otra, muy diferente,historia de los heterodoxos españoles en la segunda mitad del siglo XX 

y hacia ya el XXI. Historia consecuente hecha, por tanto, desde esasgenéricas directrices de ilustración, laicidad y modernidad, con susexigencias políticas de democracia, libertad e igualdad, fundamenta-les objetivos que pretenden articular estas páginas mías de ahora1.

Pero, evidentemente, esta modesta interpolación tras los capítulosanteriores no es en modo alguno el lugar para el mínimo cumplimien-to de tan ambiciosa tarea. Sólo se pretende aquí contribuir e incitar aella repasando desde mi perspectiva personal —pero no sin el apoyode esos y otros válidos maestros— algunas de las principales cuestio-

nes que afectan en la definición misma de qué sea (y deba ser) hoy unintelectual, así como a esa relación actual entre los intelectuales y lapolítica: o sea, la compleja relación con el poder, pero no sólo con elpoder político institucional sino también con los otros poderes queoperan en la aludida sociedad civil y mercantil de nuestro tiempo.

1. CIENCIA, FILOSOFÍA Y PRAXIS SOCIAL:RESPONSABILIDAD Y MEDIACIÓN DEL INTELECTUAL

¿Qué sentido tienen, si es que pueden tener alguno todavía hoy, enesta Europa ya del siglo XXI, las palabras de quienes solemos conocery reconocer un tanto imprecisa y genéricamente como intelectuales?

 Yo así lo creo en positivo y lo adelanto desde el principio de estassumarias notas: el resto de ellas serán más bien para hablar de esesentido, para intentar dar razones, para explicarlo y justificarlo. Noestoy, pues, con la tan difundida estética de la necrofilia y la necro-fagia: no hay, tampoco, muerte de los intelectuales. Creo, además,

que vale la pena escuchar o leer lo que digan o escriban también esasgentes que han dedicado buena parte de sus vidas, tiempos y esfuer-zos, a reflexionar sobre más o menos relevantes problemas y —esto escualificatorio— sobre sus efectos y repercusiones, sobre su significadode fondo ante unas u otras realidades sociales.

Cuando en nuestros días, junto a otros ficticios o reales falle-cimientos y desfallecimientos, tanto se habla de la desaparición o la

1. Una buena referencia para tal plan editorial pudiera ser, junto a otras, la exce-lente antología preparada por Jordi Gracia para la serie El ensayo español, volumen 5sobre Los contemporáneos, Crítica, Barcelona, 2006: en ella desde la filosofía (Tiernoy Aranguren incluidos) se va más hacia la crítica de carácter literario; el proyecto defuturo aquí sugerido —para el cual hay ya valiosos precedentes— cubriría específica-mente las áreas de la filosofía social, ética, jurídica y política.

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muerte de los intelectuales —por lo general es otro intelectual quienasí lo dictamina—, de lo que a mi juicio realmente se trata es de cam-

bios y transformaciones en sus funciones y aspiraciones, incluso enlos términos de su propia identificación o definición. Así, pues, nifin de las ideologías, ni fin de los intelectuales, críticos o acríticos deaquéllas. Sólo perversión de la que se presenta como ideología única(disfrazada de ciencia o de creencia) o del intelectual infalible. Puede—seguro— que ya no sea el tiempo de intelectuales con pretensionesde absoluta omnisciencia, coincidente muchas veces tal pretensióncon sociedades de baja o deficiente cultura y, en consecuencia, conmuy minoritarios sectores académicos y científicos; ni que sea ya el

tiempo, en cualquier caso, de intelectuales convertidos otrora en gran-des oráculos carismáticos con legión de seguidores incondicionales odogmáticos escoliastas. Es bueno que así sea: o sea, que ya no lo sea.De todos modos a los intelectuales siempre se les ha criticado, a unospor sus silencios e inhibiciones y a otros porque hablaban demasiadoy aparentaban saber de todo.

Lo curioso y significativo es, sin embargo, que —bajo otras formasmás mercantilizadas pero con no menor fidelización y hasta fanatis-mo— esa hipotética sacralización mística del personaje, del intelectualy de su prepotente influjo social, parece estar trasladándose y sustitu-yéndose en nuestros días por las de otros modelos de bastante másbaja racionalidad: por ejemplo, el de las grandes figuras del espectácu-lo, del deporte o de los entronizados sin más como «famosos», cuyospublicitados gustos y opiniones sobre cualquier asunto son seguidospor millones de hombres y mujeres de todo el mundo. Y con referen-cias desde luego de mucha mayor cultura y gravedad, tendríamos hoy—también en ese mismo proceso sustitutorio— un mundo mediático

que reduce, absolutiza y mitifica así al actual modelo de intelectual: eldel masivo seguidismo acrítico a ciertos comunicadores e intocableslíderes de opinión logrado a través de las nuevas tecnologías o en lastradicionales de radio, prensa y televisión. Éstos serían, según todoello, los únicos nuevos (viejos) intelectuales, entre los cuales conviven,como antes, desde gentes muy valiosas y de merecido prestigio hastaotros ejemplares más torpes o simplemente más osados e indocumen-tados. Mundo o gentes de los medios a diferencia del mundo o gentesde los fines, suelen apuntar con ironía (otras veces con envidia o con

desdén) los filósofos de la ética2.

2. José Luis L. Aranguren tenía siempre muy en cuenta, en sus libros y artículos(cf. aquí, antes, capítulo 5), esas relaciones y connotaciones; para un tratamiento másde fondo, con los problemas conexos, remitiría a su vieja y muy rigurosa obra sobre

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Pero volvamos desde ahí a los problemas relativos a la identifica-ción del intelectual. ¿Qué añade en definitiva este término a otros más

o menos cercanos a él como serían, por ejemplo, los no sinónimos defilósofo, científico, escritor, ideólogo, hombre de ideas, de cultura,de artes y letras o de palabras? (hombre de palabra se dice también aveces en los dos sentidos de la expresión). No pretendo establecer enestas notas una rigurosa taxonomía con todos y cada uno de esos con-ceptos y sus diversos significados en relación con la voz «intelectual».Resaltaré fundamentalmente un rasgo, el de su mayor atención y preo-cupación por la praxis social, que, a mi juicio, le caracteriza para sudiferenciación gradual y relativa, no absoluta ni esencialista, con esas

otras advocaciones pero sólo cuando éstas se ejercen de modo más in-teriorista, purista o, incluso, reductivamente académico. Todas y cadauna de ellas son propias del intelectual, a quien, a la vez (junto a esaobra que se intenta bien hecha), se le añade —cosa hoy menos fre-cuente— esa mayor preocupación por la praxis social, por las impli-caciones reales de tal trabajo, hasta por sus resultados y consecuenciasefectivas. En el fondo también estaría ahí presente la decisiva diferen-ciación establecida por Max Weber entre Wertbeziehung , referenciaineludible a valores, y Wertfreiheit, liberación necesaria de juiciosde valor que producen distorsión del conocimiento y de la realidad.

En este autorreflexivo ámbito de análisis, de puesta en cuestiónde la propia tarea especulativa e investigadora, de «autoconciencia»sobre el carácter y sentido social de su labor científica y filosófica, esdonde habrán de comprenderse, por tanto, las funciones, definicionesy delimitaciones que se atribuyen de manera más o menos explícitaal intelectual, a los intelectuales. Todo ello evitando, por supuesto,simplistas relaciones de causalidad, apresurados reduccionismos, así

como fáciles pero inútiles generalizaciones de tales análisis. Es cierto,en cualquier caso, que las fronteras entre —digamos— el filósofo (pu-ramente académico) y el intelectual (socialmente concernido) no sonsiempre absolutamente rotundas y diáfanas, sino por lo general másbien matizadas y fluidas.

Para esa prosecución actual de tan debatida cuestión como es lade los intelectuales y la política, también voy a tomar aquí como buen

 La comunicación humana, Guadarrama, Madrid, 1967. En la flexible estela de Tierno

Galván, es de alto interés el libro de Francisco J. Bobillo de la Peña, La realidad como problema. Estudios sobre intelectuales y política (Tecnos, Madrid, 1999) y, para estetema en concreto, el apartado sobre «Intelectuales y comunicación»; también, para his-toria y pasado y presente de esa relación, todo el capítulo II; el capítulo IV trata acercade los intelectuales y el antifranquismo con páginas finales sobre «Los catedráticosexpulsados en 1965».

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«pretexto», y casi como «modelo», los trabajos del profesor turinésNorberto Bobbio (1909-2004), que fue por lo demás amigo personal

tan estimado profesionalmente por nuestros Aranguren, Tierno y Ruiz-Giménez: se encontrarán en este tema bastantes similitudes entre ellos. Y no pocos de las generaciones posteriores, entre quienes me cuento, leconsideramos como verdadero maestro y como uno de los más relevan-tes filósofos del derecho y de la política de todo el siglo XX. Junto a estacondición, a la vez, o mejor dicho unido en profundidad a ella, aquélse muestra siempre en esa su filosofía con caracteres que, como vengodiciendo, son propios de alguien que puede y debe calificarse comoun intelectual. Así se consideraba él mismo, aunque diga que «con un

cierto embarazo». Y con su habitual autocrítica modestia, escribía asíen 1993 en la obra precisamente en la que reunía sus principales estu-dios sobre los intelectuales y el poder en la sociedad contemporánea:«mi auténtica profesión ha sido la de un intelectual»3. Le incorporo,pues, aquí —también como homenaje en el año del centenario de sunacimiento— a esta nuestra propia historia intelectual y política que,especialmente en sus últimas etapas, él vivió tan de cerca.

En cuanto propuesta prescriptiva y optativa Norberto Bobbio siem-pre ha preferido hablar, también respecto de sí mismo, en términosde intelectual responsable y no tanto de intelectual comprometido. Laresponsabilidad le parece, quizás con razón, un concepto con mayoresimplicaciones morales que el de compromiso —vocablo, no obstan-te, también utilizado por él y ambos situados de todos modos en elmismo mundo de valores sociales—, entendido por lo general esteúltimo en forma de adhesiones políticas más estrictas y restrictivas.El intelectual es —se le exige ser— hombre de principios, de creen-cia en las convicciones pero también —por resituarlo en la dicotomía

weberiana, reasumiendo a Kant y a Mill— es, a la vez, de maneramuy especial, hombre de responsabilidades (ante sí mismo y ante losdemás), es decir, de preocupación por los resultados y las consecuen-cias de sus propuestas. El intelectual —hombre de principios— noes, ni debe ser, un irresponsable; pero, habrá que añadir, tampoco elpolítico práctico es un ser —ni un deber ser— que carezca sin más deprincipios, de (buenas o malas) convicciones.

 Advertirá Bobbio, sin embargo —y la observación me parece deradical importancia—, que el nexo entre principios (o fines) propug-

3. Me refiero a Il dubbio e la scelta. Intelletuali e potere nella società contempo-ranea, La Nuova Italia Scientifica, Roma, 1993; esta obra de Norberto Bobbio cons-tituye, a mi juicio, una de las más relevantes de nuestro tiempo sobre la identidad yresponsabilidad de los intelectuales.

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nados y sus derivaciones y conclusiones fácticas no es siempre abso-lutamente claro, unívoco y directo. Como tampoco lo es —añadiría

yo— entre fines propuestos y medios considerados aptos para su con-secución. No existe en todos los casos, ni siquiera en la mayoría deellos, una forma de causalidad inmediata y mecánica sino más bienmediada y mutada por diferentes factores que, a lo largo del proceso,operan en mutua interrelación plural (dialéctica, dirá de acuerdo conalguna de sus acepciones de ésta). Entre una concepción del mundo ylas transformaciones de la sociedad en una u otra dirección se produ-cen —apunta aquél— no pocas mediaciones: así, las introducidas porlos seguidores de tal concepción, por sus diversas interpretaciones en

las plurales escuelas o vías de acción, por las circunstancias de tiempoy de lugar, por la mayor o menor madurez de ellas, por los propiosdestinatarios del mensaje, etc. No hay, según ello, una sola respuestacierta y segura en esa determinación de los resultados y responsabili-dades respecto de los principios y las convicciones.

En esa difícil complejidad que caracteriza toda realidad históricay social, la función muy propia del intelectual —tanto para podercomprender como para intentar transformar— es (debe ser, planoprescriptivo) la de trabajar como mediador, tanto en la conformacióny delimitación de principios como entre todas esas instancias reales ypropuestas interpretativas. Bobbio dirá de sí mismo no haber nuncarenunciado al tipo ideal del «intelectual mediador» —modelo que, encuanto instancia prescriptiva, me parece altamente estimable— cuyométodo de acción es el diálogo racional, donde los interlocutores dis-cuten presentando argumentos razonados y cuya virtud esencial es latolerancia. En tal modelo, mediación y mediador no significan paranada situarse fuera o por encima del problema, del conflicto ( au dessus

de la mêlée). No son mero eclecticismo o pacificación a cualquier pre-cio, ni —asunto decisivo— exacta adiáfora equidistancia entre no im-porta qué tipo de doctrina u opinión, sino comprensión de las razonesdel otro, búsqueda de los puntos que unen más que de los que separan.

La concepción del intelectual mediador, de ese modo entendida,se constituye como referencia válida frente, respectivamente, a la eva-sión y la reducción de la función del intelectual que se concreta enesos bien conocidos y, a su vez, opuestos modelos denominados comointelectual apolítico y como intelectual orgánico. Resume así Bobbio,

en términos tanto descriptivos como prescriptivos, las tres posicionesposibles del intelectual ante la sociedad en estas tres posibles fórmulas:«ni de aquí ni de allí; o de aquí o de allí; de aquí y de allí»: esta última,es evidente, es la por él propugnada. Con otras palabras, la primeraposición (ni con unos ni con otros) es la de aquel que —diferenciado

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de quien alega, a veces justificadamente, ser independiente— tiendecomo regla general a lavarse las manos, a colocarse por encima o

fuera del conflicto o, más duramente, a despreocuparse totalmente delos problemas que puedan afectar a unos y a otros, es decir, a todos(al conjunto de la sociedad) menos a uno mismo. Con esa actitud, au-torreflexiva en cualquier caso, se sitúa casi en el límite negativo de loque, ya hemos dicho, caracteriza propiamente al intelectual: ésa sería,recordemos, la diferencia con el filósofo puramente «académico». Lasegunda posición (o con unos o con otros) es la del maniqueo quenecesita siempre y en todo momento separar y optar entre quienescoloca irremediablemente —dice aquél— «o en las filas de los segui-

dores de la luz o en las filas de los seguidores de las tinieblas». Es éste,en efecto, un riesgo también de un cierto tipo de intelectual orgánico,muy especialmente en regímenes o partidos totalitarios para quienes«todo es política y la política lo es todo». La tercera posición, la del in-telectual mediador («de aquí y de allí») en la que Bobbio se reconoce,implica el diálogo con unos y con otros, la comprensión de sus respec-tivas razones, aunque no para nada el eclecticismo o la indiferencia oindefinición, que en definitiva llevaría casi a una versión más ilustradade la primera posición.

No, pues, neutralidad del intelectual (ni con unos, ni con otros)sino casi podría decirse, rememorando a nuestro Miguel de Unamu-no, «alterutralidad», es decir, con unos y con otros (pero sin indife-rentes equidistancias, advertiría yo, entre, por ejemplo, dictaduras ydemocracias), comprendiéndolos y —añadía el buen vasco— unién-dolos, fundiéndolos y hasta confundiéndolos. En mi libro de 1968sobre él y en otros escritos posteriores he hecho yo fuertes críticas aalgunas aplicaciones concretas (guerra civil) de esa «alterutralidad»

unamuniana. Son los límites a «ponerse en el lugar del otro». Recuer-do que en más de una ocasión hablé con Norberto Bobbio (tambiéncon Renato Treves), tan interesados ambos por las gentes y las cosasde nuestro país, acerca de esas y otras actitudes de los intelectualesen relación con acontecimientos importantes de la historia contem-poránea española4.

En su libro sobre diferentes dimensiones de la cultura en la Es-paña del siglo XX, desde una concepción (ética) de la cultura y del trabajo intelectual —con la que concuerdo— como factor activo de

4. Importante para el tema de este capítulo y de todas estas historias de la Españacontemporánea, la obra de Stephen G. H. Roberts,  Miguel de Unamuno o la creacióndel intelectual español moderno, trad. de M.a J. Martínez Jurico, Ediciones Universidadde Salamanca, 2007.

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Resultaría interesante —volviendo al tema general— una con-frontación entre aquellos modelos descritos por Norberto Bobbio y la

actitud adoptada aquí en esos mismos años por José Luis L. Arangu-ren: ¿coincidencia en el fondo entre ambos o, en este último, nuevaprescripción diferenciada y menos política? Más bien me inclinaríapor la primera hipótesis, aun reconociendo que es sugerente la segun-da tal y como la sintetiza (bien) su infiel (pero leal) discípulo JavierMuguerza. Con sus legítimas reticencias para reconocer a los inte-lectuales orgánicos la condición de intelectuales, definirá así éste que«entendemos por intelectual ni más ni menos que intelectual inor-

 gánico»: el cual —aclara enseguida Muguerza— «no sólo puede ser,

como acostumbra a serlo, un intelectual comprometido, sino inclusoun militante de tal o cual organización política, militancia que no ten-dría por qué afectar, y lo hará con tanta menor intensidad cuanto máscerca se halle aquél de ser un militante de base, a su independencia.De acuerdo —sigue Javier Muguerza— con el modo como Arangurenconcibe entre nosotros lo que gusta llamar ‘el oficio del intelectual’, elauténtico intelectual puede llegar a poseer alguna auctoritas, pero hade rehuir la tentación de conquistar potestas, esto es, la tentación pla-tónica del «filósofo rey» o, cuando menos, ‘consejero áulico’, pues sulugar —aquí la identificación de Aranguren— no se halla exactamenteen la política, sino ‘más acá’ o ‘más allá’ de la política, consistiendo sutarea en la reflexión, previa o epilogal sobre la política misma»6.

 Ante esos tan nobles y justificados objetivos de comprensión, me-diación y argumentación que se propugnan como función del intelec-tual y de los que Bobbio jamás abjura, de todos modos su moderadoescepticismo (nunca, pues, contradictorio) y su controlado pesimismo(compatible con su iluminismo) introducen también la duda en cuanto

a las posibilidades reales del cumplimiento de tal tarea y, aún más, so-bre la influencia y eficacia social de ella. De lo que más radicalmente setrata es, pues, de la duda como cualidad que mejor identifica —dice—al hombre de razón. Frente a la apuesta fideísta de Pascal —la extre-ma y más desesperada expresión del fideísmo— la duda metódica deDescartes constituye el origen de la ciencia (y la filosofía) moderna. Elhombre de razón —señala Bobbio— no apuesta. El hombre de razón,

ria, Madrid, 1999. Sobre aquélla publiqué yo un extenso comentario crítico (concor-

dante y, en algunas cosas, discrepante), precisamente con el mismo título de este libro,en la revista Saber/leer  140 (2000).

6. Recuérdense las referencias y los textos de Aranguren sobre la función inte-lectual en el capítulo 5 de este libro. Aquí, Javier Muguerza, «¿El fin de los intelec-tuales?», en la revista A Distancia, UNED, Madrid, (otoño de 1995), pp. 116-117 (lascursivas de los párrafos transcritos son todas suyas).

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cuando no dispone de pruebas, duda; e, incluso, será legítimo dudar,cuestionar y recelar, de las propias pruebas. ( Il dubbio e la scelta, «la

duda y la elección» en su traducción española, es precisamente —yavimos— el título puesto por aquél, en 1993, a la recopilación de todossus escritos desde 1953 sobre los intelectuales y el poder en la sociedadcontemporánea). La duda lleva al diálogo. La primera expresión de «lapolítica de la cultura» —denominación tan bobbiana— es el diálogo.Quien se instala en certezas dogmáticas, cree que puede prescindirdel diálogo. En cambio, quien duda sabe que debe mantener siempreabierta la comunicación con los otros; y sabe que además debe optar,elegir. Con ello empieza en rigor la democracia7.

La duda (metódica), la razón (crítica), el diálogo (libre y público),diríamos que incluso por tanto las condiciones teóricas para una gené-rica conclusión democrática, resultan ser así ingredientes que en ma-yor medida caracterizan al intelectual, tal y como en Europa se vieneentendiendo este término —no sin variantes significativas— desde laFrancia de finales del XIX: desde el affaire Dreyfus y el Manifeste desintellectuels firmado por ilustres escritores como, entre otros, ÉmileZola, Anatole France o Marcel Proust. En líneas generales de ahí—y, yendo más atrás de las mejores aportaciones de la Ilustración, laEnciclopedia y la Revolución francesa, Hume y el empirismo británi-co, Kant y el idealismo alemán— derivarían, con las cautelas propiasde estos tan complejos tiempos nuestros, el modelo prescriptivo pro-puesto y propugnado por Norberto Bobbio (con el cual concuerdo)y, dentro de él, también con las advertencias mencionadas, lo mejor(razón y voluntad) del «intelectual mediador»8.

7. Sobre esa conexión de fondo entre diálogo y democracia —avalada ahorapor Norberto Bobbio— remito aquí al capítulo 3, «Joaquín Ruiz-Giménez: un caminohacia la democracia» y, en concreto, a las páginas sobre aquellos legendarios Cuadernos para el Diálogo.

8. Entre la desbordante bibliografía, será de utilidad para ese pasado, en el con-texto de la historia de Europa, con proyección hasta la actualidad, el libro de Chris-tophe Charle, Los intelectuales en el siglo  XIX . Precursores del pensamiento moderno,Prólogo de Juan Pablo Fusi, Siglo XXI, Madrid, 2000; también, para un tiempo es-pecialmente conflictivo, el de Anthony Phelan, El dilema de Weimar. Los intelectualesen la República de Weimar , Alfons el Magnànim, Valencia, 1990. En su trabajo antesmencionado Javier Muguerza señala, de modo descriptivo (junto a otros «modelos»

del siglo XX), que «si la palabra intelectual no es de viejo cuño, el concepto al que sirvede vehículo sin duda es más antiguo. Nuestro intelectual tuvo por precursores en efec-to, al philosophe del siglo XVIII y al moralista de los siglos XVI y XVIII»; e incluso remitoal estudio del historiador Jacques Le Goff sobre Les intellectuels au Moyen Âge; desdeahí subraya, modo prescriptivo, de acuerdo con lo antes resaltado en Aranguren, que eltérmino intelectual «presupone el escrutinio crítico de la cultura dominante» (p. 115).

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2. MODELOS DESCRIPTIVOS Y PRESCRIPTIVOS DE INTELECTUAL.¿INTELECTUALES DE DERECHAS?

Pero ese modelo ideal, con rasgos incluso utópicos (utopía racional),en cualquier caso modelo prescriptivo —y optativo, añade casi siemprenuestro filósofo—, no le lleva en modo alguno a negar ese título deintelectual, en su dimensión descriptiva, a quienes no concuerdan conesos caracteres seleccionados en su opción, o con la interpretación/va-loración que de los mismos allí se pueda haber hecho. Diferenciación,pues, entre definición descriptiva del intelectual (lo que de hecho son)y legítima prescripción (lo que los intelectuales deben ser). Por decirlo

de manera más clara y directa, para Bobbio el intelectual no es sólo yexclusivamente, según los términos convencionales, el hombre de ideasprogresistas o de izquierdas, como algunos mantienen, sino asimismoaquél que suele ser calificado de conservador o de derechas. Inclusotambién lo serían según él quienes se pronuncian, hablan y escribencomo enemigos de la democracia. Y en los límites, en relación conello, estarían pues de modo coherente con lo anterior, escritores o filó-sofos que, bajo unos u otros alegatos, cuestionan y niegan el ejerciciode la pública (a veces hasta de la privada) libertad, defendiendo demodo explícito uniformes posiciones doctrinales de sentido dictatorial,absolutista o totalitario. Habría habido así intelectuales al servicio deregímenes autodenominados como comunistas, nazis, fascistas y asimi-lados, intelectuales que justificaron políticas infamantes, repulsivas einhumanas, incluso auténticos crímenes contra la humanidad.

Esta actitud, extensiva y comprensiva, en cuanto a cuáles sean losvalores que caben en la descripción sociológica del intelectual, es decir, de cuáles son los modos de intelectual realmente existentes, se conec-

ta de modo expreso con la tipología reasumida por Theodor Geiger( Aufgaben und Stellung der Intelligenz in der Gesellschaft, 1949) aldiferenciar cuatro posibles actitudes generales del espíritu (de los in-telectuales) en relación con el poder: a) primacía del espíritu sobreel poder; b) servidumbre del espíritu al poder; c) mediación entre es-píritu y poder; d ) crítica del poder. Y lo propio resulta de la estable-cida por Lewis A. Coser ( Men of Ideas, 1965) quien reagrupa dicharelación en las cuatro siguientes actitudes de los intelectuales según suposición: a) cuando ellos mismos están en el poder; b) cuando tratan de

influir sobre el poder pero quedándose fuera de él; c) cuando acep-tan que su tarea prioritaria es legitimar el poder; d ) cuando critican ycombaten al poder. A ellas añadirá Bobbio —cercana a la que antesveíamos en Aranguren— la de aquellos intelectuales que pretendenno tener ninguna relación con el poder. Se trata, como vemos, de una

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amplia y muy diversa tipología, en graduación teórica y práctica dequienes —aun en esa pluralidad de actitudes— se consideran y se han

considerado como intelectuales por, repito, esa su mayor o menorautorreflexión sobre el significado de su trabajo en relación con lasociedad o, más directamente, con la política9.

En consonancia con ello, aquél insistirá continuamente en la ne-cesidad —así se está resaltando aquí— de evitar la confusión deriva-da de la superposición entre el «significado descriptivo neutral deltérmino y sus diversos significados valorativos». Con frecuencia, enefecto, al describir qué y quién sea intelectual se produce —reme-moremos a Hume— una introducción subrepticia de una definición

persuasiva: o sea, una definición en la que ineludiblemente vienen aatribuirse al intelectual caracteres moralmente positivos como —enu-mera Bobbio— la independencia de juicio, la valentía de las propiasopiniones, el amor por la aventura espiritual, el gusto de la parado-ja, la audacia de las ideas, el espíritu crítico, la propensión hacia lainnovación y otros similares caracteres que —no olvidemos— aquíse reconocen como «moralmente positivos», es decir, adscritos a unapersonal idea prescriptiva del intelectual. Exigir, restringir, por tanto,esos y otros similares rasgos valorativos para la definición descriptivadel intelectual tendría como consecuencia expulsar de tal categoría atodos aquellos que, aun correspondiéndoles tal título por la funciónllevada a cabo, es decir, por su atención a las repercusiones —inclusonegativas— sobre la realidad social, no parezcan poseer esas cualida-des imprescindibles a los ojos de quien les juzga con dicha medida.Concluirá, por tanto, Bobbio que para un correcto planteamiento delproblema en el plano de la descripción resulta oportuno acogerse altérmino en su uso más amplio y neutral, o sea, entendido ahora con

independencia a esos efectos de cualquier juicio de valor.Los intelectuales no constituyen una clase homogénea (cuestiónque en otros tiempos dio lugar a no pocas polémicas), ni son nun-ca, salvo en el caso de las sociedades teocráticas, los depositarios deun único cuerpo de doctrina. Así —cabe especificar sobre esa plurali-dad—, según las ideas que propugnan o por las cuales combaten, aqué-

9. En proximidad con estas tipologías de las relaciones entre los intelectuales yla política, en especial con la de Norberto Bobbio o el propio Aranguren, estaría entre

nosotros la establecida por Gregorio Peces-Barba, quien diferencia así entre los mode-los de integración, de separación, de comunicación y, el que considera normativamentemás adecuado, incluidos valores y condicionantes, el modelo de comunicación-parti-cipación: véase en la obra colectiva, un debate con más de veinte intervenciones (lamía también entre ellas),  Los intelectuales y la política. Homenaje a Julián Besteiro,Fundaciones Sistema y Jaime Vera, Madrid, 1990.

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llos serían progresistas o conservadores, radicales o reaccionarios; se-gún las ideologías que defienden, tendríamos libertarios o autoritarios,

liberales o socialistas; según su propia actitud gnoseológica respectode las ideas mismas que sostienen, les calificaríamos de escépticos odogmáticos, de laicos o clericales. Ante tal evidencia, la consecuenciaes que si se debiese decidir quiénes son intelectuales no basándose enel significado descriptivo del término sino en el significado valorativo,y por lo tanto se excluyesen recíprocamente los de cada diferente uopuesto grupo y orientación, el resultado sería que la clase lógica delos intelectuales —concluye Bobbio— acabaría por ser una clase vacía.

Mejor que una clase vacía —nadie sería intelectual desde la otra

perspectiva— es preferible una clase no llena, sin embargo, de modoamorfo e indiferenciado por cualquiera que sea la profesión y dedi-cación, pero sí compuesta por quienes poseen algo significativo encomún para poder considerarse y ser considerados como intelectuales.La amplitud y extensión en aquél a la hora de definir y describir a losintelectuales en su pluralidad de fines y valores, se hace más restrictivae intensiva cuando se les identifica por su función y profesión. En estesentido continúa sin duda teniendo utilidad, como inicial criterio diver-sificador, la dicotomía (sin absoluta escisión ni esencialista valoración)entre trabajo intelectual y trabajo manual: ello, por supuesto, no afecta—pienso— a que, una u otra categoría puedan (y quizás hasta deban)estar abiertas a fructíferas relaciones de conocimiento e intercambio.

 Y también es cierto que en nuestro tiempo, en las actuales formas deproducción y de organización social, no pocos sectores del tradicionaltrabajo manual se han ido haciendo cada vez más especializados, nece-sitados de mayores conocimientos técnicos (casi científicos), en ciertomodo —diríamos— más intelectualizados. A ello habría que añadir

tantas y tantas profesiones no manuales, como, por ejemplo, empresa-riales, de gestión, burocráticas, de organización y administración osimilares, también las denominadas profesiones liberales (todas máso menos en las viejas y nuevas clases medias), a las que sería difícil noreconocer el ejercicio de una actividad cercana a un «trabajo inte-lectual». Y, sin embargo, señala Bobbio, también sería difícil que aellas se las incluyera sin más en lo que significa de modo más estrictoel sustantivo «intelectual»: es decir —de esto estamos tratando—, enlo que propiamente pensamos cuando hablamos de los intelectuales o

personalmente de un intelectual, en cuanto reflexión y cuestionamientode alcance teórico, mayor o menor, sobre las implicaciones sociales detal o cual profesión u ocupación.

Por ello habrá que diferenciar siempre los que podemos llamarintelectuales en sentido estricto (el concepto de intelectual como

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sustantivo) de aquellos que ejercen una actividad que —como veía-mos— asimismo tal vez cabría en sentido amplio adjetivar de trabajo

intelectual: esas dos categorías —dice Bobbio— no coinciden y sobretodo los problemas que les incumben son profundamente diversos.No coinciden ya que, si es verdad que un intelectual realiza un trabajono manual, también lo es que no todos los que realizan un trabajo nomanual son intelectuales. Lo que en definitiva define/describe paraBobbio la función del intelectual, de todo intelectual, junto a esasotras decisivas tareas básicas de estudio, de conocimiento y de consi-deración de efectos sociales, es —añade, con carácter genérico perofundamental— la de suministrar o proponer criterios-guía, es decir,

valores, principios, fines, ideales, concepciones del mundo que reper-cutan de un modo u otro sobre la realidad social. Éstos serían los «inte-lectuales-filósofos», diferenciados pero interrelacionados con los quecalifica de «intelectuales-técnicos»: los primeros son quienes sugieren,para bien o para mal, esos principios-guía, o sea, conocimientos defines (muy diversos e, incluso, opuestos como ya vimos), mientras quelos segundos, los expertos, ante todo suministrarían métodos, o sea,conocimientos de medios para avanzar hacia tales fines. Es verdad, sinembargo, que estos últimos tendrían mucho más de técnicos que deintelectuales. Bueno será atender, de todos modos, la remisión queexpresamente se hace allí sobre esta cuestión de fines y medios a lasconocidas obras de Raymond Aron,  L’opium des intellectuels  (1955)—para Aron ese opio es el comunismo, recuerda Bobbio— y deG. P. Prandstraller, L’intellettuale-tecnico e altri saggi (1972).

En alguna ocasión, de forma un tanto inesperada y sin mayo-res explicaciones ni tampoco —creo— implicaciones, Bobbio desig-na también a los intelectuales-filósofos como «ideólogos» (pero en

sentido descriptivo, no en el valorativo-negativo en que Marx sue-le referirse a la ideología como distorsión del conocimiento, comodeformación de la conciencia). Y así escribirá que los ideólogos, esdecir, los intelectuales-filósofos, son quienes elaboran los principiosa partir de los cuales una acción se dice racional en cuanto sea con-forme con ciertos valores propuestos como fines a conseguir; por suparte, los expertos serían así quienes, presentando los conocimientosmás aptos para llegar a un fin, permiten que la acción que se adecua aél pueda calificarse de racional respecto a ese fin. Pero tras la diferen-

ciación viene enseguida, como debe ser y como es habitual en él, larelación ineludible entre ambas dimensiones. Como ocurre siempre,también en estas cuestiones —dirá— la realidad social es más compli-cada que las categorías que adoptamos para dominarla mentalmente:no hay ideólogo que no pida ayuda coherente a los conocimientos

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técnicos y no hay experto que no deba tener alguna idea de los finespara dar sentido a sus análisis. Señala aquél que la mejor ilustración so-

bre estas dos figuras de intelectuales está en dos libros fundamentales: La trahison des clers (1927) de Julien Benda y American Power and the New Mandarins (1970) de Noam Chomsky. Los intelectuales traidoresde que hablaba Benda eran los filósofos (ideólogos) del irracionalismo,entre otros, los doctrinarios que dieron origen y apoyo a la reaccionaria

 Action française y a sus antidemocráticas y totalitarias derivaciones pos-teriores. Por su parte, como es bien sabido, a quienes ataca duramenteChomsky («los nuevos mandarines») son los llamados «intelectuales-expertos», técnicos, científicos, sociólogos, economistas que a través

de su mayor supuesta competencia profesional —dice— contribuye-ron fuertemente a la prosecución y agudización entonces de la guerrade Vietnam. En esos días, a pesar de las diferencias, todo ello podría—creo— trasladarse a lo ocurrido con la guerra de Irak10.

3. CIVILIZACIÓN Y BARBARIE.RAZÓN DE SER DE LA CULTURA ILUSTRADA, LAICA Y CIVIL

Dentro de la complejidad y fluidez de todo cuanto busca comprenderlo que es real (y racional), bien claro y firme —espero— todo loanterior, es decir, la no confusión entre una definición valorativa odescriptiva (qué es y quién es intelectual) y una definición prescrip-tiva (qué debe ser y hacer el intelectual), Norberto Bobbio reivindicasiempre como fundamental esta segunda dimensión, es decir, la noinhibición de la valoración, de la flexible prescripción. Insistirá desdeahí en que la principal función del intelectual, junto a describir tam-bién qué son y qué es lo que ellos hacen, ha de ser sobre todo y de

manera muy decisiva la de señalar qué es lo que a juicio de cada cuallos intelectuales debieran ser y hacer. Describir hechos pero también,más específicamente, prescribir valores: y eso vale para toda su filoso-fía jurídica y política, y para toda la filosofía de todos los demás.

¿Quién y cómo prescribir valores? Por descontado que, dado su ta-lante, en el filósofo turinés tal propuesta axiológica y su consiguientecontenido prescriptivo no tienen para nada el menor carácter dogmá-tico, ni es nunca una certidumbre cerrada y acabada. Nada más lejano

10. Con el trasfondo «neocons»-«teocons» de otros «nuevos mandarines» y pre-suntos «intelectuales-expertos», véanse, por ejemplo, los dos libros de Bob Woodwardsobre la guerra de Irak (preparación, decisión y ejecución): Plan de ataque (2004, delmismo año también la edición en inglés, Plan of Attack) y Negar la evidencia (2007,del mismo año también la edición en inglés, State of Denial).

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de Bobbio que un cierto tipo, viejo o nuevo, de intelectual (filósofo,científico social, clérigo, periodista o lo que sea de profesión) sacra-

lizado como oráculo siempre infalible y absolutamente omnisciente.Él siempre protestaba, con sincera energía, contra las posibles «bea-tificaciones bobbianas». Su modelo del «intelectual mediador» —yalo veíamos— se construye en todo momento sobre la duda, la per-plejidad, la comprensión de los otros, la tolerancia, el diálogo y lacomunicación. Pero, a su vez, es bien cierto que desde ahí —desde ildubbio— Bobbio no renuncia nunca a la scelta, la opción, la elecciónracional y en libertad que ayude para la mejora de las decisiones yresoluciones colectivas.

¿Cómo se distingue —pregunta aquél— la civilización de la bar-barie, el progreso de la decadencia, los adelantos y los avances indivi-duales y colectivos respecto de los retrocesos y las regresiones? Pre-cisamente es aquí —señala— donde se sitúa y se juzga la tarea de lacultura y la función del intelectual: saber seleccionar los fines y, trashaberlos debatido y elegido, procurar contribuir a orientar la vidasocial y política de cada tiempo hacia dichos objetivos. En este puntohabría que subrayar —me parece decisivo— que la particular actitudde Bobbio como intelectual, como hombre de cultura, está firme-mente radicada —retengamos este buen fundamento— en los propiosfactores (y valores) básicos que hacen posible, más fiable y segura, lamisma vida intelectual, la existencia y subsistencia de la cultura: estu-dio, razón, pluralidad crítica y libertad para discrepar, diálogo con lacomunidad científica, etc. Deriva de ahí de manera correlativa que alos hombres de cultura, por lo tanto, les corresponde —incluso porlógica interna (influencia de la prescripción sobre la descripción)—una tarea eminente en defensa al menos de las mismas condiciones

básicas que permitan la supervivencia humana con dignidad y el plenodesarrollo del mundo civil. En definitiva, civilización como la mejorcultura que deriva de la Ilustración, de la libertad, la igualdad y elrespeto a los demás. Y la barbarie como tiranía, opresión y negaciónde la humana dignidad. En términos políticos democracia y Estado deDerecho versus dictadura y no Estado de Derecho11.

La defensa y fortalecimiento de esas condiciones que permitan lasupervivencia y el desarrollo de la propia sociedad civil y de los pos-tulados básicos de la cultura misma —casi imprescindibles para todo

intelectual (y para todo ciudadano)— son las bases que están, pues,

11. Cf. Tzvetan Todorov, El miedo a los bárbaros, Galaxia Gutenberg, Barcelona,2008. Y el sugerente comentario de Antonio Muñoz Molina, «Una conversación», El País (Babelia), 1 de noviembre de 2008.

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detrás de ese proyecto ilustrado autocrítico en el que, en sus caracteresmás decisivos, yo situaría el pensamiento de Norberto Bobbio. Y ellos

son concordes con la «idea-guía» o «idea-fuerza» que daría sentido aestas páginas mías sobre política y cultura en la España del siglo XX.Proyecto ilustrado de aquel que arranca desde su inicial neo-iluminis-mo entendido —de acuerdo con la conceptualización hecha por Ni-cola Abbagnano— como «la filosofía que, a través de los instrumentoscada vez más refinados y eficaces que el progreso de la ciencia pone adisposición de los hombres de acción, guía el pensamiento abstractohacia el estudio de los problemas muy concretos de la reforma de lasociedad». Es cierto: reformismo social y también político; pero hay

reformas que sólo consolidan el «sistema» y hay reformas que, a suvez, también ayudan a transformarlo.Desde ahí, la biografía personal e intelectual de Norberto Bobbio,

su filosofía política, le conduciría a posiciones que muchos, conside-rando posible aproximar lo mejor del liberalismo y del socialismo,vienen a definir como propias de un así denominado socialismo li-beral. O —más bien puntualizaría yo— como más identificadas en élcon lo mejor de la social-democracia y, sin entrar aquí y ahora en otrasdiferenciaciones, con el propio socialismo democrático. Y ello, entreotras cosas, por su insistencia en la importancia de la igualdad y de lamayor presencia del Estado. Vuelvo a conectar aquí, con sus propioscaracteres, a Norberto Bobbio con nuestros José Luis L. Aranguren yEnrique Tierno Galván. En ese contexto se inscribiría su libro Destrae sinistra. Ragioni e significati di una distinzione politica (1994) dondees la igualdad —dice— la nota que mejor define de siempre a la iz-quierda. Así, pues, ésta (o el socialismo democrático) entendida comoderivación y profundación del mejor liberalismo, de carácter ético y

cultural («socialista a fuer de liberal», como se reitera en nuestro país);y no —dirá expresamente— como una supuesta «tercera vía» entre lademocracia liberal que sería siempre la base y el, por entonces, totali-tario comunismo real12.

En ese largo y fructífero itinerario me parece de gran interés re-saltar para el sentido de esa evolución —paralela a la de otros in-telectuales de su tiempo hacia el socialismo democrático y no demodo necesario hacia posiciones comunistas o anarquistas— lo que

12. Hay traducción española de la segunda edición italiana revisada y ampliadacon una respuesta a los críticos en Taurus (Prólogo de Joaquín Estefanía), Madrid, 1995:una democracia liberal no reducida, por tanto, a economicismo excluyente como engran medida viene produciéndose en estos últimos tiempos, donde la pretendida sobera-nía del mercado intenta subordinar e incluso negar la soberanía democrática del Estado.

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él mismo escribía en su ensayo sobre Política y cultura, de 1962. Hoy—señalaba aquél— estamos en disposición de marcar algunos puntos

firmes sobre el curso de la humanidad y, a la vez, sobre las tareas de lacultura en torno a los cuales —afirma con algún exceso de optimismoel pesimista Bobbio— estamos todos de acuerdo. Son tres fundamen-talmente: ante todo el universalismo, es decir, la comprensión de lahumanidad como sociedad universal. Ello le lleva —coherente conlo mejor de la Ilustración— a una cultura que se inspira en valoresuniversales, para nada dogmáticos ni ahistóricos, ni encarnación deninguna «clase universal». En segundo lugar —señala aquél— el igua-litarismo. «Hay —afirma— en la historia humana una vocación pro-

funda hacia la igualdad, entendida como eliminación o disminuciónde las distancias entre hombre y hombre, entre clase y clase, entrepueblo y pueblo»; se trata, pues, del descubrimiento de la substancialigualdad entre todos los seres humanos, hacia la cual Bobbio teníasiempre muy especial sensibilidad. Y también —tercer punto firme—el personalismo: anotaré por mi cuenta que me parece bastante mejoresta denominación propuesta por él dentro de ese contexto (la cualno es exclusiva de culturas católicas, como a veces se reclama) que ladel individualismo antisocialista que con tan machacona insistencia sepredica y se hace imponer en el mundo actual. Con ese personalismo—dice Bobbio— se indica la tendencia a considerar al ser humanocomo fin en sí mismo y siempre en libertad. La cultura —señala así—vive y se desenvuelve solamente en libertad; aunque —haría observaryo— también puede surgir y luchar contra su negación en situacionesde dictadura y de opresión: así, por ejemplo, ocurrió en España con-tra el franquismo. Ello precisamente reafirma que una política de lacultura necesita ser una política y una cultura para la libertad. No hay

—añade aquél— peor enemigo de la cultura que el conformismo, ladocilidad hacia los poderosos, la condescendencia con las consignasde la política. Por decirlo —concluye Bobbio— con una fórmula quevale como prescriptivo resumen: «no hay verdad sin libertad».

Universalismo, igualitarismo, personalismo, respeto a las diferen-cias individuales, cultura de la libertad, democracia, espíritu laico, es-píritu crítico, lucha contra el fanatismo y por los derechos humanosson —creo— los fundamentos básicos de la filosofía política (y jurí-dica) de Norberto Bobbio13. Democracia y libertad, pues, que a pesar

de las «promesas no cumplidas» por aquélla, a pesar de todas las co-

13. Sobre ella existe amplia bibliografía en nuestro país: Alfonso Ruiz Miguel,Gregorio Peces-Barba o yo mismo entre otros posteriores. Remito, como síntesis infor-mativa y orientativa, a mi escrito «Norberto Bobbio: memoria española»: Sistema 181

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rrupciones, decepciones, insuficiencias e incomprensiones, van a acer-carle y mantenerle de por vida, como vengo diciendo, en la estela de

los mejores ideales socialistas. No hay lugar aquí y ahora para volver—lo hemos hecho en algunas obras de esa aludida bibliografía (y yoconcretamente en mi libro, ya citado, sobre Los viejos maestros)— auna más detenida exposición de ese su pensamiento político. Ahora setrataba sólo de su inserción, como muy válido apoyo, en este contextode los intelectuales en la España contemporánea.

En este sentido sólo querría recordar aquí, en esta fase conclusiva,algunas palabras suyas, no palabras en vano sino muy sentidas, que,creo poder decir, sus amigos y discípulos le escuchábamos con unos u

otros matices hasta el final. Las de afirmar, por ejemplo, que la únicavía de salvación para este mundo actual (finales del siglo XX y comien-zos del XXI, Bobbio murió en 2004 como ya recordé) es el desarrollode las condiciones de la democracia hacia aquella participación en losbienes económicos, pero también en los inmateriales, por parte de to-dos y su distribución más igualitaria. De modo —insiste aquél— queno puedan ya existir ni, por un lado, esos grandes omnipotentes su-perpoderes ni, por otro, esas situaciones de degradación humana enamplios colectivos, de reducción a la ínfima condición de «subhom-bres», privados de todos sus derechos y libertades. A esa vía demo-crática y de control de los bienes es a lo que —dice expresamenteBobbio— llamamos socialismo. Término éste que hoy parecen evitarincluso miembros de Gobiernos o Parlamentos que son militantes y/osimpatizantes de partidos con esas siglas; término, que —por réproboen USA— resulta ya sin más obsoleto para tantos cultivadores y secto-res de una refinada, indefinida y erudita filosofía política actual.

Ese crítico y autocrítico socialismo de Norberto Bobbio era li-

beral —como también ha subrayado el propio Perry Anderson— nopor su amor al libre mercado, en cualquier caso no por su deificación«liberista» y economicista, sino —añado yo— por su enraizamientode fondo en el pasado y en el presente con lo mejor del liberalismoético y político. Es decir, por el respeto a los demás, a la tolerancia, ala libertad de pensamiento y de opinión, al Estado de Derecho, a losderechos humanos, a la dignidad humana... Escribe Anderson en estesentido: «Ese liberalismo derivaba de una profunda fe en el Estadoconstitucional, más que de cualquier particular apego al libre merca-

do. Era de naturaleza política y no económica, una diferencia que enitaliano es expresable, más precisamente que en otras lenguas, según

(2004), o al de Javier de Lucas allí citado, con datos sobre (casi) todos los estudiosbobbianos en nuestro país.

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la distinción (hecha en la más célebre de sus formulaciones por Croce)entre liberismo y liberalismo. Desde aquí —reconoce Anderson— era

posible un tránsito igualitario al socialismo. Para explicar su idea de larelación entre estos dos conceptos, liberalismo y socialismo, Bobbio—recuerda aquél— dejará escrito años después (y siempre, creo yo):‘Personalmente considero el ideal socialista superior al liberal’ porqueel primero incluye al segundo y no viceversa [...]. El socialismo —con-cluye Anderson con referencia a Bobbio— es, por tanto, el términomás inclusivo»14.

Ese no particular aprecio ni apego por el libre mercado lo am-plía y conceptualiza asimismo Bobbio, cuando se refiere sin más a esa

cuestión en términos directos, y hoy tan poco habituales, de «capita-lismo»: el suyo —a mi juicio— no es para nada un socialismo débil,meramente idealista o de un cierto retórico humanismo. Por el con-trario, se plantea expresamente el tema que yo mismo he designadocríticamente en otros escritos míos como «falacia de la identidad entredemocracia y capital»: es decir, de la supuesta esencial e inherenteuniformidad e indisociabialidad entre ambos, democracia política yeconomía capitalista. Ahí están, sin mayores extralimitaciones, los si-guientes textos de Norberto Bobbio: «El capitalismo ha sido hasta hoyel único sistema económico —reconoce aquél— que la democraciahaya tolerado. No digo que el capitalismo sea algo incondicional paraun ordenamiento democrático, pero lo soporta por ahora. Sin embar-go, este abrazo de la democracia y del capitalismo —me lo pregunto(señala Bobbio)— ¿no podría en un cierto momento transformarse,por el contrario, en un abrazo mortal? Y ello porque en un sistemaeconómico de mercado, en el cual todo puede ser potencialmentereducido a mercancía, también sin duda alguna el número de votos se

convierte en tal mercancía. Hasta ahora —insiste— el capitalismo hasostenido y soportado así a la democracia, pero hoy podría resultarque a lo que aquél lleve sea precisamente a la degeneración de taldemocracia»15. Frente a todo ello, el significado de la izquierda a nivel

14. Perry Anderson, «Norberto Bobbio e il socialismo liberale», publicado pri-meramente en inglés como «The Affinities of Norberto Bobbio» ( New Left Review 170 [1988]) y después —por donde cito yo aquí, p. 31— en el libro preparado porGiancarlo Bosetti, Socialismo liberale. Il dialogo con Norberto Bobbio oggi, L’Unità,

Roma, 1989. Algunas discrepancias mías con respecto de otras críticas de Anderson aBobbio pueden encontrarse en mi trabajo «Norberto Bobbio: para una filosofía políticade la izquierda», incluido en mi ya citado libro Los viejos maestros. La reconstrucción dela razón (1994).

15. En esa degeneración de la democracia una responsabilidad decisiva corres-pondía, para Norberto Bobbio, a la corrupción política y económica dentro de ella.

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internacional, mundial, es —dice— «intervenir a favor de los pobres,de los sometidos, de los humillados, de los marginados [...] que son

probablemente las nueve décimas partes de la población mundial». Apesar de las dificultades, incumplimientos y frustraciones, «mi utopía—no abdica Bobbio—, que es en verdad una utopía de la Ilustración,va más allá»: consiste en «la democratización del sistema internacio-nal». «A pesar de todo —concluye el pseudopesimista turinés— con-tinúo luchando por las ideas de la Ilustración»16.

Socialismo liberal, socialismo no reducido ni disfrazado de merocapitalismo, izquierda como igualdad, liberalismo ético y cultural, noliberismo economicista, democracia política en constante proceso de

autentificación, de realización, universalización de derechos humanos,libertades, Estado de Derecho, con especial preocupación hoy poresos grandes colectivos de (pueblos e individuos) pobres, sometidosy marginados: éstas son las ideas básicas de Bobbio, ideas —reitero—que derivan (no mimética ni acríticamente) de la lejana Ilustración.Todo ello, que aquél sitúa y estudia en su tiempo y lugar —aquí, entreotros, sus libros  Maestri e compagni  (1984),  Italia fedele  (1986) o

 Profilo ideologico del ‘900 (1990)— encontraba espléndida conexióny correspondencia, vuelvo a mi enfoque, con la mejor, no reductiva,no economicista, y más profunda tradición liberal española. Otra vez,pues, de la Institución a la Constitución. Hablamos en consecuencia,de una tradición de fuerte raigambre cultural, ética y política que contanta frecuencia ha sido negada y perseguida en nuestro pasado por eltradicionalismo católico integrista, encarnación —se pretendía— dela única España, todo lo demás no siendo sino la nefanda y aniquilableanti-España. Frente a ello, frente a la dictadura y el totalitarismo, larecuperación de la España heterodoxa, crítica, plural, laica, liberal,

socialista, democrática ha constituido, asimismo, objetivo preferente

Recuérdense sus emotivas intervenciones públicas en Italia contra la tangentopolis ycontra la cómoda y/o interesada concepción y aceptación de ella en cuanto necesario«lubricante» del sistema. Véanse, entre nosotros, las obras colectivas, por ejemplo, dePerfecto Andrés Ibáñez (ed.), Corrupción y Estado de Derecho. El papel de la jurisdic-ción, Trotta, Madrid, 1996, o el de Francisco J. Laporta y Silvina Álvarez (eds.),  Lacorrupción política, Alianza, Madrid, 1997, con muy amplia bibliografía seleccionada.

16. Entrevista a Norberto Bobbio por Peter Glotz y Otto Kallscheuer publicadaen varias revistas europeas y en  L’Espresso, el 22 de octubre de 1989, con el título

«La sinistra del Duemila». Dado su contenido, aquí sumariamente resumido, nada tie-ne de extraño que el diario La Repubblica adelantara y anunciara aquélla (15 de octubrede 1989) con un expresivo título: «El capitalismo puede matar a la democracia». Sobreaquella mencionada «falacia de la identidad entre democracia y capital» puede verse elcapítulo II, 1 de mi libro Ética contra política. Los intelectuales y el poder , Centro deEstudios Constitucionales, Madrid, 1990.

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D E L A I N S T I T U C I Ó N A L A C O N S T I T U C I Ó N

de no pocos de quienes en todos estos años —y de ahí ahora este libromío— tuvimos la fortuna (¿y la «virtud»?) de ser discípulos y amigos

del iusfilósofo, del intelectual, Norberto Bobbio.Pero el socialismo, inescindible de la democracia —advertiría consentido histórico aquél—, es en gran medida algo todavía por inven-tar. Frente a la pérdida de credibilidad primero y al hundimiento total,después, del comunismo denominado (también por los anticomunis-tas) socialismo real, frente a su vez a esa determinista dominación delconservadurismo neoliberal en el mundo actual, el socialismo liberaly democrático se ve por él y por otros en la mejor izquierda, no comoalgo ya sólo del pasado sino, más bien, con sus propias evoluciones y

transformaciones, como ineludible tarea para el futuro. Es decir —sepropone desde ahí—, frente al poder neoliberal (soberanía oligárqui-ca del mercado) la razón socialdemócrata (soberanía democrática delEstado). Y en esa invención, tomada en serio, en esa plural y abiertaconstrucción, me parece con nuestro amigo y maestro que, junto atodos los ciudadanos, una buena parte del trabajo corresponderá, hoyy siempre, a los intelectuales, a la responsabilidad del intelectual17.

Para ese trabajo hay —creo— buena orientación en su filosofíapolítica y jurídica en la línea de un explícito reconocimiento de lafunción del Estado y de un adecuado control a través de su formula-ción como Estado de Derecho. El único monopolio que correspondeal Estado es el monopolio legítimo de la fuerza y siempre será mejor—anota aquél en esa vía de proclividad hacia el socialismo democrá-tico— una sola fuerza pública que tantas fuerzas privadas en confron-tación entre sí: y en confrontación con el Estado. En un escrito sobreprecisamente Norberto Bobbio y el socialismo liberal, Giuliano Amatoha resaltado cómo en la actualidad el poder político, constreñido, casi

aplastado, entre el poder económico y el poder mediático, se exponea sobrevivir sólo y únicamente en cuanto mera derivada de aquéllos18.De lo que se trata es, pues, del poder político y de los otros poderes(económicos, tecnocráticos, mediáticos, eclesiales, militares, etc.), asícomo de la frecuente imposición de éstos, de dimensión transnacio-nal, tanto o más poderosos que aquél y, desde luego, infinitamentemás que los anónimos y numerosísimos agentes sin poder19.

17.  Il dubbio e la scelta, cit., pp. 131-133.

18. Obra colectiva, Bobbio ad uso di amici e nemici, preparada por la revista Reset y Corrado Ocone, Marsilio Editori, Venezia, 2003: para el texto de Giuliano Amato, pp. 207-211.

19. Como ya he señalado aquí, en otros escritos míos me he venido ocupando dela que considero más apta articulación entre esas relaciones y tensiones, y, en especial,de la fructífera homogeneización crítica entre instituciones jurídico-políticas y nue-

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I N T E L E C T U A L E S H O Y : E L P O D E R P O L Í T I C O Y L O S O T R O S P O D E R E S

Norberto Bobbio siempre estaba frente al monopolio absoluto(totalitario, dictatorial) del poder y a favor de distribuir y compar-

tir poderes en contextos de democracia y libertad, a fin de evitar eldominio de esos grandes omnipotentes superpoderes y, como resul-tado, esas situaciones de degradación personal y de negación de losderechos humanos. Consciente de las limitaciones, incluso escépticoy pesimista ante los resultados efectivos de esa lucha, sin embargotambién insistió en que, a pesar de todo, la primera y principal tareaque incumbe a los intelectuales es y debe ser precisamente la de impe-dir que el monopolio de la fuerza se convierta a la vez en monopoliode la verdad. Concuerdo por mi parte en que en cuanto intelectuales

no sé si se puede hacer mucho —aunque haya que intentarlo— con-tra el monopolio (u oligopolio) ilegítimo de la fuerza, del poder, delos poderes. Pero creo que, con la ayuda de gentes como NorbertoBobbio, y otras aquí alegadas, sí se puede hacer algo en todo casocontra el monopolio de la cultura y de la verdad. Es un pequeño con-suelo pero en ello estamos y debemos estar.

vos movimientos sociales, desde la preeminencia del Estado social y democrático deDerecho: así, reasumiendo otras anteriores publicaciones, Un itinerario intelectual. De filosofía jurídica y política, Biblioteca Nueva, Madrid, 2003.

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LA CONSTITUCIÓN DEMOCRÁTICA DE 1978:REALIDADES Y POSIBILIDADES*

En este largo, aunque fragmentario, recorrido intelectual y políticoque se iniciaba aquí con la muy activa presencia de la Institución Librede Enseñanza desde 1876, su final simbólico (en medio la Constitu-ción republicana de 1931) se sitúa, un siglo después, en la Consti-tución de 1978: en el propio contenido de ella pero también en sus

connotaciones e implicaciones posteriores sobre ese proceso y hastahoy mismo a comienzos del siglo XXI.En el contexto de la modernidad, en sus fases ya más cercanas, la

Constitución se identifica desde luego como texto jurídico, como nor-ma básica y fundamental del ordenamiento legal. Pero junto a ello, ycada vez más, como expresión racional e histórica de la legitimidad(y legitimación) democrática: es decir, de los valores éticos y políti-cos que incluso sirven de base más sólida a los principios, reglas yprocedimientos del consecuente funcionamiento y justificación de una

y otra. El término Constitución se reserva, pues, para la correlativaconcreción jurídica de la democracia política, para la legalidad hic etnunc más coherente con esa legitimidad. De acuerdo con ello, el deno-

* El núcleo originario de este capítulo (en su orientación general y de modoespecial por lo que se refiere aquí a su epígrafe segundo) proviene de mi trabajo sobre«El Estado democrático de Derecho en la Constitución española de 1978», publicadoen la revista Sistema 41 (1981), y enseguida después en mi libro Socialismo en España:el partido y el Estado, Mezquita, Madrid, 1982. Una reedición y breve síntesis de él,

junto con otras cosas posteriores, ha aparecido —rememorando en 2003, en añosaznaristas, un cuarto de siglo de vida efectiva del texto constitucional— en la obra co-lectiva La Constitución a examen. Un estudio académico 25 años después, con Grego-rio Peces-Barba y Miguel Ángel Ramiro como coordinadores, Marcial Pons, Madrid,2004. De esta versión, con título más cercano al actual y con dos nuevos epígrafes,tercero y cuarto, componiendo una unidad, derivan estas páginas de ahora.

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minado en nuestros días Estado constitucional de Derecho habrá deconsiderarse, así, como formulación jurídica pero nunca como susti-

tutivo reduccionista —al modo en que a veces parece aventurarse enalgunas posiciones de la doctrina actual— respecto del más valioso yambicioso Estado democrático de Derecho.

Siempre en fructífera relación, uno —constitucional— perteneceal ámbito más restringido de la legalidad, otro —democrático— almás extensivo de la legitimidad; uno, objeto de estudio preferentepara la ciencia jurídica, otro —con la filosofía jurídica en medio— parala filosofía política y moral. Pero nunca, uno y otro, aislados ni sepa-rados entre sí. Ahí se situarían, creo, los que Francisco Laporta ha

enunciado explícitamente entre nosotros como «problemas filosófi-cos» de la Constitución. «Si nos preguntamos —señala éste— por laobligatoriedad, la legalidad o la aplicación de una norma cualquieracontenida en un reglamento o en una sentencia judicial, seguramentepodremos contestar con razones extraídas del interior  del propio or-denamiento. Pero si nos preguntamos por qué deben obedecerse lospreceptos constitucionales, cuál es la base de su legalidad o en quéconsiste la existencia misma de una Constitución las cosas se ponenmás difíciles. Aquí los filósofos del derecho encuentran enseguida panpara sus dientes. Pero mucho me temo —hace observar Laporta conacierto pero, a mi juicio, sin razón como para sentir temor— que seaen todo caso un pan que haya que ir a buscar fuera del sistema jurídicoy, por supuesto, más allá de la Constitución misma»1. En efecto, fueradel sistema jurídico: desde el poder como base empírica (realismocrítico) pero sin desconocer por ello, tras Kelsen, que la validez deaquélla en cuanto legalidad y también como norma primaria puedeasimismo alegar razones autónomas; y desde una ineludible ética justi-

ficación, para encontrar así una mayor legitimidad histórica y racionaly, con ella, también una mayor probabilidad de efectiva legitimaciónpolítica y social. No todo Derecho válido vale lo mismo ni vale para

1. Constitución: problemas filosóficos, edición a cargo de Francisco J. Laporta,Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2003. El texto aquí repro-ducido corresponde a su muy sugerente Introducción («Filosofía del Derecho y normaconstitucional: una aproximación preliminar», p. 19 con sus propias cursivas) para esaobra colectiva que —dice— «pretende ocuparse solamente de aspectos de teoría de

la norma constitucional» (aunque no situada «en el punto de vista interno») y donde,por supuesto, no queda agotada dicha búsqueda fuera de la «Constitución misma»: cf.asimismo allí pp. 17, 21 y 42 entre otras. El profesor Laporta ha publicado últimamen-te El imperio de la ley. Una visión actual (Trotta, Madrid, 2007), obra de obligada yprovechosa lectura en la que se profundizan estas cuestiones constitucionales y, desdeahí, los problemas clave para la filosofía jurídico-política de nuestro tiempo.

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lo mismo, suelo yo concluir. Este itinerario que va, pues, aquí desde laInstitución a la Constitución pretende ser también, por lo tanto, una

breve, consecuente y relevante muestra de la construcción y constantereconstrucción de la democracia, de sus teorías y de sus prácticas, enla España del siglo XX (y del que ahora comienza).

1. LUCES Y SOMBRAS DE LA REALIDAD SOCIAL Y DEL SISTEMA CONSTITUCIONAL

Treinta años después, luces y sombras de la Constitución como normajurídica (prescriptiva); pero asimismo —no se olvide— luces y sombrasde la realidad social: dimensión descriptiva, aunque también con im-plicaciones valorativas en relación con aquélla. A mi juicio, más de lasprimeras que de las segundas, a pesar de todo más luces que sombras,respecto del texto constitucional. Y lo propio, medidas siempre entérminos relativos, respecto de la coetánea realidad social desde 1978para acá: agravadas sin embargo algunas de las distancias negativasentre ambas, entre Constitución y realidad, con el paso del tiempo.En ese contexto, la principal y básica razón positiva era y sigue siendo,

claro está, la transición llevada a cabo por vías de reforma-rupturadesde la dictadura (con todas las advertencias y matizaciones que sequieran) hasta la democracia con todos los condicionantes e, inclu-so, limitaciones que se constaten. En estos treinta años tenemos sinduda muy favorables realidades normativas y sociales; pero asimismose han producido excesivas e injustificadas reducciones y regresiones(de carácter, por ejemplo, económico-social y religioso-confesional),aunque permanezcan siempre abiertas potencialidades y exigenciasconstitucionales en buena (mala) medida todavía frustradas2.

 A propósito del texto legal, querría recordar aquí que ya en losmomentos mismos en que en las correspondientes comisiones de tra-bajo se gestaba la Constitución, al hilo de su consensuada elaboracióndurante los años 1977-1978, ésa era mi básica convicción y personalposición. Así, con la vista en el objetivo de esta fundamental razóny transición democrática, resaltaba yo entonces —frente a no pocaslecturas negativas del texto— esas potencialidades que con carácter

2. En esta perspectiva situaría yo mis coincidencias y discrepancias con la obracolectiva, coordinada por Juan Ramón Capella, Las sombras del sistema constitucionalespañol, Trotta, Madrid, 2003. Ahí, en esta obra, o en otros escritos míos puedenencontrarse más amplias referencias bibliográficas sobre las cuestiones, fácticas y nor-mativas, tratadas ahora en estas páginas.

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normativo, prescriptivo, se recogían y exigían en aquélla3. Es precisoreconocer —volviendo a hoy— la buena parte de ellas, de esas capa-

cidades y posibilidades constitucionales, que se han hecho desde en-tonces positiva y eficaz realidad: son las luces muy mayoritariamenteresaltadas por los comentaristas. Sin embargo, respecto del posteriordesarrollo legislativo constitucional, no me parece para nada desor-bitado ni negativo comenzar señalando a la vez con ocasión de éstasu conmemoración de 2008 algunas de las sombras, de las no pocasinsuficiencias, de las promesas no cumplidas —por decirlo con laspalabras de Norberto Bobbio— que se han producido y que puedenconsiderarse hoy como decisivas para una democracia de calidad. Es

decir, para «establecer una sociedad democrática avanzada» comode modo coherente se proclama en el Preámbulo mismo de nuestraConstitución.

Estamos conllevando tiempos, por supuesto que no sólo ni comoprioritario nuestro país, de baja calidad democrática: también en terri-torio europeo y en todo nuestro entorno político-cultural. De muybaja calidad, ínfima, casi inexistente fuera de ese marco y si el análisisse hace, como debe ser, a escala global (universal). Ello no quiere enmodo alguno sugerir que el pasado o todo pasado haya sido mejor.

 Al contrario, por regla general, y más aún el pasado dictatorial espa-ñol. Pero todo eso no justifica para nada las deficiencias de la actualsituación. La actitud crítica hacia esa realidad —hay que advertir— de-rivaría no sólo, aunque también, de su legítima confrontación con

3. Entre otras numerosas intervenciones de aquellos tiempos, recuerdo de ma-nera muy especial la sesión de Seminario (seguida de interesante y provechosa dis-cusión) que, a invitación del profesor Norberto Bobbio, mantuve en la Facultad de

Ciencias Políticas de la Universidad de Turín, el 14 de abril de 1978, cuyo texto bajoel título «La Costituzione spagnola de 1978» apareció poco después en la revista Giu- stizia e Costituzione, Roma, IX/6, noviembre-diciembre de ese mismo año (y mes) enque se promulgaba nuestra Carta Magna. También la conferencia en la Universidadde Bolonia (el 27 de mayo de 1978) que daría lugar a mi escrito «La Constituciónde 1978: más allá y más acá de la Dogmática jurídica», publicado en la obra colectiva La Costituzione Spagnola nel trentennale della Costituzione italiana, Arnaldo ForniEditore, Bologna, 1978. Estas y aquellas otras intervenciones fueron el precedente in-mediato de los escritos aducidos aquí, en la nota preliminar, como núcleo originario deeste capítulo. Por lo demás, a aquellas negativas lecturas contemporáneas de la Cons-titución que la interpretaban insalvablemente como norma de carácter conservador,

aludo yo críticamente en todos estos escritos y en otros posteriores: puede verse sobreello mi contribución «Las ideologías de (sobre) la transición» en la obra colectiva  Latransición democrática española, con J. F. Tezanos, R. Cotarelo y A. de Blas como edi-tores o coordinadores, Sistema, Madrid, 1989, trabajo después republicado en mi libro Ética contra política. Los intelectuales y el poder , Centro de Estudios Constitucionales,Madrid, 1990, en especial pp. 221-224.

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un modelo ideal-racional de democracia como moral (referente de Aranguren entre nosotros). No sólo juicio, por tanto, desde una ética

—diríamos— más radical y última, de fundadas convicciones, sinoincluso desde una ética, más concreta y cercana, de utilidades, deconsecuencias, de eficiencias, tal y como —en este nuestro tema— sonexigidas por la propia norma constitucional.

No se trata, pues, de pedir imposibles (sea o no eso realista), sinode pedir —ya treinta años después— que, frente a los desistimientose inhibiciones neoliberales, se tome toda la Constitución en serio: que(art. 9.2) se avance y se exija de verdad «a los poderes públicos pro-mover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo

y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas; remover losobstáculos que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participa-ción de todos los ciudadanos en la vida política, económica, culturaly social». Esta libre, plural y constitucional participación de todos losciudadanos (de todos los hombres y mujeres) es, a mi juicio, la mejordefinición —al menos, más modestamente, la mejor vía de aproxima-ción— para la democracia. En esa vía, como doble, interrelaciona-da, participación vengo yo entendiendo y hablando de ella casi desdesiempre, también a propósito del Estado de Derecho como institucio-nalización jurídica de la democracia: es decir, participación en la tomade decisiones, políticas y jurídicas, y participación en los resultados,derechos, libertades y satisfacción de legítimas necesidades4. Justa co-rrespondencia, por tanto, con el artículo 1.1 de la Constitución segúnel cual «España se constituye en un Estado social y democrático deDerecho, que propugna como valores superiores de su ordenamientojurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político».

Pues bien, lo que con carácter más general precisamente se ha ve-

nido a señalar desde hace algún tiempo es un debilitamiento o, enciertas áreas, un vaciamiento de la participación, de la doble participa-ción democrática. Y a su vez del Estado social reducido y degradadoa subalterno Estado mínimo, sometido (Thatcher, Reagan y Bush) alas poderosas embestidas transnacionales del neoliberalismo conserva-dor y también de sus correspondientes ideologías. Graves deficienciasque constituyen —a mi juicio— decisivos supuestos fácticos, relevan-

4. Puede verse, reasumiendo todos esos anteriores escritos (fundamentalmente De la maldad estatal y la soberanía popular , 1984, o Ética y política. Los intelectuales yel poder , 1990), el capítulo III, epígrafe 7 «Democracia: doble participación. El Estadodemocrático de Derecho», de mi último libro Un itinerario intelectual. De Filosofía jurídica y política, Biblioteca Nueva, Madrid, 2003; también éste para lo dicho antesen el preámbulo de este mismo capítulo.

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tes pruebas empíricas de esa genérica baja calidad de la democracia,como riesgo y tendencia tanto en nuestro país como —en diferentes

grados— en casi todos los demás. Los grandes poderes económicos,los aparatos militares y armamentistas, sus medios de comunicación,es decir, el viejo complejo militar-industrial unido al nuevo controltecnológico-financiero, operando en esa escala de dominación globallogran (o casi) apropiarse de los Estados y de las Uniones de Estados.También de sus instituciones (ahí el debate sobre, entre otras, el FondoMonetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundialdel Comercio), con, incluso, captación de las opiniones públicas y susreales capacidades de respuesta, con la colaboración de ciertas Iglesias

y movimientos religiosos, ante aquellos grandes poderes e intereses.La economía, una reducción dogmática de ella, lo histórico conver-tido en natural, invade y ocupa el espacio que corresponde y debecorresponder a la política e, incluso, a la ética pública.

Se ha ido así produciendo —puede decirse— un lento procesoinvolutivo de inanición y deformación, en primer lugar, de las insti-tuciones que son básicas en el Estado democrático, haciendo en con-secuencia menos cercana y auténtica, más ficticia e irreal, esa par-ticipación libre en la toma de decisiones que caracteriza, que tieneque caracterizar, a aquél. Un Parlamento, así, que ha ido perdiendocentralidad, protagonismo, imagen pública, como —a pesar de todo—representante más auténtico de la soberanía popular. Y, dentro de él,en nuestro ordenamiento, un Senado que debiera ser una verdaderaCámara de representación territorial. Sus miembros más que comodiputados y legisladores, con frecuencia son mencionados y devalua-dos en el lenguaje de los medios de comunicación y de la calle —ellenguaje nunca es neutro ni inocente— de modo despectivo, peyora-

tivo, como simplemente «los políticos». Esa necesaria recuperacióny mayor presencia del Parlamento en modo alguno es obstáculo paraun Estado social donde el Gobierno, la Administración, en definitivael poder ejecutivo, tenga asimismo una amplia intervención, justa yeficazmente reconocida. Exigencia en todo caso de mayores y mejo-res debates en sede parlamentaria y en el interior de cada uno de losgrupos que forman parte de aquél. Desde ahí, planteamiento de laconveniente revisión de los sistemas y métodos electorales, así comouna verdadera democratización interna de los partidos: todo ello y

otras cosas más para avanzar hacia la consecución de esa más auténti-ca participación y representación de la voluntad popular. Consecuen-temente, a su vez, fortalecimiento del control y la responsabilidad deGobierno y Administración ante el Parlamento (y en su caso ante loscorrespondientes órganos jurisdiccionales), tanto cuando se posean

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mayorías absolutas como relativas. Y respecto del poder judicial, in-dependencia respecto de todos los demás poderes, con dependencia

sólo de la Constitución y de la ley, es decir, del ordenamiento jurídico.Organización legislativa y funcional que haga posible a la compleja«máquina de la Justicia» una mayor eficiencia y prontitud en sus re-soluciones. Pero también selección de los jueces con procedimientosdonde desde el principio, además de los saberes jurídicos, se valorenmuy positivamente sus capacidades lógicas y de argumentación, asícomo los criterios para resolver conflictos; e, incluso —dada la ra-dical importancia de su alta función—, la comprobación de un másque normal equilibrio psicológico personal y emocional. No son éstas,

ya se ve, sino algunas breves indicaciones que, junto a otras, puedenhacerse y alegarse en los sistemas democráticos como deficiencias ins-titucionales a corregir, también aquí —como vengo diciendo— porimperativo constitucional.

 Y también lo son —imperativo constitucional— con igual o mayorgravedad, las que se refieren a las carencias en la básica e imprescin-dible segunda dimensión de la participación democrática: es decir, losno avances y las reducciones cuantitativas y cualitativas —déficits parauna democracia de calidad— que se producen (en términos relativosy, a veces, absolutos) en la participación en resultados, en libertadesy en reconocimiento efectivo de derechos y, de manera muy especialen derechos sociales, económicos y culturales. Es decir, éste es el nú-cleo central, frente a la reducción y degradación del Estado social ydemocrático de Derecho que de modo positivo preceptúa, establece yobliga a hacer realidad dicho artículo 1.1 de la Constitución española.

Congratulémonos todos y reconozcamos lo que sea justo recono-cer desde hace tiempo en cuanto a resultados ya alcanzados, conquis-

tas ya conseguidas, imposibles o muy difíciles a estas alturas de eli-minar. Pero que ello no impida a su vez —a escala local y global— lacrítica, la denuncia de todavía las carencias y de los concretos deterio-ros: así —en directa referencia a tales derechos sociales, económicosy culturales— el recordatorio de todo tipo de básicas insuficienciasen medios y coberturas en el ámbito, absolutamente decisivo, de lasanidad y de la prevención de la salud; de la precariedad laboral, delconstante aumento de los accidentes de trabajo ante la indiferenciasocial y oficial hacia ellos; de los malos tratos, abusos y acosos jerár-

quicos también en ese ámbito; de la lenta y continua depauperizaciónde la enseñanza pública en todos sus niveles, de los beneficios y privi-legios, en cambio, a los centros privados y asimilados; de la vergüenzadel mercado de la vivienda para el principal provecho de los grandesnegocios, para el endeudamiento perpetuo de millones de gentes, es-

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pecialmente jóvenes; de la inexistencia o de grandes y graves faltas enla asistencia social (niños, ancianos, mujeres, inmigrantes, etc.) y, en ge-

neral, de las miserias todavía de la Seguridad Social para muy amplioscolectivos de ciudadanos; de la política fiscal que grava mucho másduramente las rentas del trabajo que las del capital, las rentas mediasy bajas que las más altas, al igual (desigual) que ocurre con respecto dela permisibilidad ante la gran evasión y el fraude fiscal y la débil luchacontra él; por no hablar de la intolerable ignominia, de la burla cruelque significa la tolerancia y el apoyo hacia los bien conocidos paraísosfiscales nacionales o transnacionales.

En fin, subsistencia de todo un mundo de exclusión, de margina-

ción, de básicas y enormes desigualdades reales tanto entre los paísescomo entre los individuos particulares: distancias que con el tiempono hacen sino incrementarse y endurecerse. Situación que conlleva asía la ruptura de la ética más fundamental y de la cohesión social másimprescindible para que cualquier grupo humano pueda (eficazmente)funcionar y en el cual quepa a todos (dignamente) convivir. De modoabreviado, junto a las sombras de la Constitución, éstas —aún mayo-res— serían las sombras de la realidad. Razones mecánicas de seguri-dad y de inseguridad —ténganse muy en cuenta— y razones éticas desolidaridad están siempre detrás de esos grandes valores de la libertady la igualdad, en definitiva, de la justicia y la dignidad humana quederivan autocríticamente de la mejor Ilustración5.

5. Son numerosísimas las publicaciones que, desde pluralidad de posiciones yperspectivas, llaman críticamente la atención en nuestros días sobre unas u otras deesas deficiencias de la participación democrática (institucional o social). Con remisio-nes también a la situación y bibliografía foránea, me parece útil recordar aquí —con

la misma advertencia de la nota 2— algunas obras de autores españoles: así, Gurutz Jáuregui, La democracia en la encrucijada, Anagrama, Barcelona, 1994; Joan E. Gar-cés, Soberanos e intervenidos. Estrategias globales, americanos y españoles, Siglo XXI,Madrid, 1996; Luis de Velasco y José Antonio Gimbernat, La democracia plana. Debi-lidades del modelo político español, Biblioteca Nueva, Madrid, 1999; Daniel Raventós, El derecho a la existencia. La propuesta del Subsidio Universal Garantizado, Presenta-ción de Antoni Doménech, Ariel, Barcelona, 1999; últimamente, su muy interesanterevisión y renovación en  Las condiciones materiales de la libertad , El Viejo Topo,Barcelona, 2007; Francisco J. Palacios Romeo, La civilización de choque. Hegemoníaoccidental, modernización y Estado periférico, Centro de Estudios Políticos y Consti-tucionales, Madrid, 1999; Raúl Susín Betrán, La regulación de la pobreza (Los ingre-

 sos mínimos de inserción), Universidad de La Rioja, 2000; Ramón Soriano y Luis dela Rasilla, Democracia vergonzante y ciudadanos de perfil, Comares, Granada, 2002;Vincenç Navarro, Bienestar insuficiente, democracia incompleta: sobre lo que no sehabla en nuestro país, Anagrama, Barcelona, 2003; Manuel Ramírez, España de cerca. Re flexiones sobre veinticinco años de democracia, Trotta, Madrid, 2003; Ramiro PintoCañón, Los fundamentos de la Renta Básica y la «Perestroika» del capitalismo, Prólogo

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2. APLICACIÓN DE LA CONSTITUCIÓN Y REFORMAS SOCIO-ECONÓMICAS

Desde solventes análisis vemos que se insiste con cierta frecuenciaentre nosotros en la conveniencia y necesidad de reformar la Consti-tución. Puedo concordar con tal propuesta —no entro aquí en la de-cisiva cuestión de su grado de alcance— pero junto a ello yo tambiénpondría énfasis, aún mayor, en la necesidad de reformar, de cambiar,de transformar la realidad: desde luego que partiendo siempre de ellamisma (de la Constitución) y también contando no acríticamente conlas viejas y nuevas, malas o buenas, realidades. Ya sé que es más fácil

(menos difícil) reformar —a pesar de todo— la Constitución que re-formar, transformar, la realidad, en especial esa realidad socio-econó-mica que (como bien saben marxistas, no marxistas y antimarxistas)constituye base ineludible de todo lo demás. Y también es bien ciertoque una adecuada reforma de la Constitución (y de la legislación)puede contribuir a su vez a la reforma de la realidad social. Lo másdifícil no es cambiar la Constitución, lo más difícil (lo imposible diránalgunos) es cambiar la realidad: aunque en ambos casos ello depende,claro está, del grado de intensión/extensión que se pretenda dar a tal

reforma constitucional y a tal transformación social.De todos modos, lo que yo reclamaría aquí es que, además deproponer reformarla, no estaría nada mal insistir todavía mucho másen aplicarla, en cumplir y hacer cumplir la Constitución: quiero de-cir, invocando a Dworkin, tomarla por entero —toda ella y de ver-dad— en serio. Y desde ahí (ya debiera de haberse hecho en muchamayor escala) deducir y producir la consecuente legislación e, incluso,jurisdicción. También así, desde el Derecho, se cambia la realidad;pero en igual o mayor medida puede a la vez hacerse desde la acción(presión) social, incluida la que deriva de la economía, y desde unamejor capacidad científica, ética y cultural. «A la izquierda de la reali-dad»: así situaba (bien) a la Constitución —y más allá de la circunstan-cia del momento— el economista Joaquín Estefanía. A la izquierda,precisemos, de la realidad que imponen esos grandes poderes fácticoseconómicos (y demás) de carácter transnacional/global, fortalecidospor esa revolución (reacción) conservadora de los años ochenta ysiguientes hasta hoy. Pero habría enseguida que advertir que tam-

de Fernando Savater, Entinema, Madrid, 2003; Nicolás Angulo Sánchez, El derechohumano al desarrollo frente a la mundialización del mercado, Iepala, Madrid, 2005; Ángel Valencia Saiz (ed.),  La izquierda verde, Icaria, Barcelona, 2006; Víctor PérezDíaz, El malestar de la democracia, Crítica, Barcelona, 2008.

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bién son realidad —parte todavía débil pero mayoritaria de esa rea-lidad— todos esos colectivos, de pueblos y de individuos concretos,

excluidos y marginados de ella, de sus mejores logros y beneficios. LaConstitución —continuemos con aquel símil— estaría a la izquierdade aquella (mala) realidad: pero me parece que mucho más cerca y enmayor concordancia con esa otra (buena) realidad compuesta por lasexigencias éticas y los derechos fundamentales que a todos correspon-den y que, en alguna medida, vienen allí reconocidos6.

¿Hay, pues, base normativa en la Constitución —ésta es la cues-tión— para esa reforma y transformación de la realidad social? Conun cierto optimismo de la razón y de la voluntad, así lo creo y lo

espero yo: con independencia —relativa independencia— de que, paraque ésta se lleve mejor a cabo, sea a su vez conveniente y/o necesariala propia reforma constitucional. Hablo de una reforma consecuenteen el tiempo con tales objetivos en pro de una sociedad democráticaavanzada, no la de carácter reductivo y restrictivo que —de tener quehacerse explícita— sería sin duda la reclamada desde los poderes po-líticos y sectores económicos conservadores; y ello tanto en nuestropaís como a escala europea y global, modificando y coartando ne-gativamente aquella reforma democrática como la que aquí se vienepropugnando.

Por ello, tal vez no sea inoportuno, en cuanto señales y razonesjustificatorias de esa activa (interactiva, dialéctica) concepción consti-tucional, volver a recordar nuevamente, frente a los negativistas y enlo que a nosotros se refiere, algunos muy significativos artículos con-cretos de ella: artículos que establecen derechos fundamentales cuyoreconocimiento normativo y realización efectiva —es decir, otra vez,tomados en serio— darían y han dado lugar a exigencias e implicacio-

nes capaces de producir cambios profundos y muy positivos sobre la

6. Ese artículo de Joaquín Estefanía, «A la izquierda de la realidad» se publi-có, junto con otros (más un interesante debate general entre Gregorio Peces-Barba yMiguel Herrero de Miñón), en —tiempos aznaristas— el número extra del periódico El País  sobre  La Constitución del siglo  XXI , 8 de diciembre de 2003. No tengo másremedio que recordar, a propósito de sus justos alegatos para esa valoración, que éseera también el diagnóstico y el sustancial contenido de mi trabajo (antes citado en lanota preliminar, p. 219) aparecido —apenas iniciada la «revolución conservadora» deThatcher, Reagan y, yo añadiría, Wojtila— en la revista Sistema en mayo de 1981 y,

después, recogido en mi allí mencionado libro de 1982. La Constitución estaba a laizquierda de la realidad: en nuestro país en aquella época, desde luego, a años luz. Perotambién lo está hoy ante una más globalizada situación empírica general, gracias a esasnormas prescriptivas válidas que debieran alcanzar mayor efectividad. Para el fondo demuchas de estas cuestiones, siempre resulta necesario el libro de Pedro de Vega, La re- forma constitucional y la problemática del poder constituyente, Tecnos, Madrid, 1985.

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realidad social. Así, de manera sumaria (repásense los textos comple-tos para su necesario cotejo con las condiciones de la situación actual),

el que reconoce «el derecho a la protección a la salud», con tutela de«la salud pública a través de medidas preventivas y de las prestacionesy servicios necesarios» (art. 43); «el derecho al trabajo» con exigen-cias personales de «una remuneración suficiente para satisfacer susnecesidades y las de su familia», garantizando por ley «el derecho a lanegociación colectiva laboral» y obligándose a velar «por la seguridade higiene en el trabajo» (arts. 35, 37 y 40); «el derecho a disfrutar deuna vivienda digna y adecuada» para cuyo objetivo «los poderes públi-cos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas

pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilizacióndel suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especula-ción» (art. 47); «el derecho a la educación» y el mandato de que «lospoderes públicos promoverán y tutelarán el acceso a la cultura, a laque todos tienen derecho» y de que, a su vez, «los poderes públicospromoverán la ciencia y la investigación científica y técnica en bene-ficio del interés general» (arts. 27 y 44); los derechos de protecciónpara la lucha contra las situaciones de mayor riesgo en carencias y des-igualdades con deterioro de la cohesión social derivados del compro-miso ineludible de que «los poderes públicos mantendrán un régimenpúblico de Seguridad Social para todos los ciudadanos, que garanticela asistencia y prestaciones sociales suficientes ante situaciones de ne-cesidad, especialmente en caso de desempleo» (arts. 41, 49 y 50); elderecho, réplica del concreto y correlativo deber, de que «todos con-tribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con sucapacidad económica mediante un sistema tributario justo inspiradoen los principios de igualdad y progresividad» (art. 31): todos estos

derechos no agotan, desde luego, el amplio elenco que con muy buencriterio —frente a posturas más laxas o reduccionistas— se optó porincluir en el Título I de la Constitución bajo la rúbrica «De los dere-chos y deberes fundamentales» (arts. 10 a 55).

 Aquí he destacado de modo especial algunos de los derechos eco-nómicos, sociales y culturales (del capítulo segundo, sección segunda,y los exigidos por los «principios rectores» del capítulo tercero), artí-culos prescriptivos que forman parte de la Constitución como normajurídica: por tanto, de obligado cumplimiento por todos los ciudadanos

y, antes que nadie, por todos los poderes del Estado. Son derechos cuyarealización efectiva produciría, creo, cambios importantes y muy posi-tivos (de mayor igualdad y solidaridad) en la realidad social. Al lado deellos hay en la Constitución otros artículos, otros preceptos, que esta-blecen, bien se sabe, otros diferentes derechos cuya compatibilidad con

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los anteriores en el marco de la norma fundamental exige complejasargumentaciones y hasta realistas negociaciones. Entre estos otros artí-

culos estarían, por ejemplo, en ese mismo capítulo segundo, el derechoa la propiedad privada y a la herencia si bien con reconocimiento desu «función social» (art. 33); el derecho de los empresarios «a adoptarmedidas de conflicto colectivo» (art. 37, derecho también de los tra-bajadores); o los que derivan del art. 38 según el cual «se reconoce lalibertad de empresa en el marco de la economía de mercado. Los pode-res públicos —se añade ahí con diversas implicaciones— garantizan yprotegen su ejercicio y la defensa de la productividad, de acuerdo conlas exigencias de la economía general y, en su caso, de la planificación».

 Y para todos ellos, como establece, el artículo 53, habrá de tenerse encuenta obviamente el diverso grado de incidencias y vinculación antelas instituciones públicas así como el de tutela y amparo ante los Tribu-nales ordinarios y el Tribunal Constitucional7.

Lo que principalmente interesaba resaltar en estas páginas, no seolvide, son las posibilidades y potencialidades normativas de la Cons-titución, así como de sus derivaciones legislativas, ejecutivas y judi-ciales. Y ello, por objetividad científico-jurídica, pero a la vez comorespuesta frente a las situaciones fácticas y sus reducciones impuestasdesde muy concretos sectores y poderes económicos y políticos en elmundo actual. En nuestro viejo lenguaje —Lucien Goldmann—, pre-valencia de la conciencia posible (crítica) que no debe conformarseni confundirse con la conciencia real (empírica). Desde esta perspec-tiva, habrá siempre que hacer notar e insistir en el hecho de que unamejor realización de esos derechos económicos, sociales y culturales(además de lograr sus propios reales efectos de fortalecimiento de lasolidaridad, la igualdad y la dignidad humana) implica también hacer

7. Entre la desbordante bibliografía, véase la obra de Eduardo García de Ente-rría, La Constitución como norma y el Tribunal Constitucional, Civitas, Madrid, 1981,con varias ediciones posteriores; la colectiva dirigida por Gregorio Peces-Barba, Estu-dios sobre la Constitución Española, Universidad Carlos III, Madrid, 1994; de J. JavierSantamaría Ibeas, Los valores superiores en la jurisprudencia del Tribunal Constitucio-nal. Libertad, justicia, igualdad y pluralismo político, Prólogo de Gregorio Peces-Barba,Universidad de Burgos y Dykinson, Madrid, 1997. Asimismo, entre otras publicacio-nes del propio Tribunal Constitucional, la obra Constitución Española. 20 años debibliografía, Directores: Eduardo Espín Templado y Pedro González Trevijano, Centro

de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 1998, pp. 799-824. También, juntoa tratados, manuales y otras monografías de los docentes constitucionalistas, la máspolémica de Miguel Herrero de Miñón,  El valor de la Constitución, Crítica, Barce-lona, 2003; finalmente, la dirigida por Francisco J. Laporta, Constitución: problemas filosóficos, cit., y la de Josep Aguiló, Manuel Atienza y Juan Ruiz Manero, Fragmentos para una teoría de la Constitución, Iustel, Madrid, 2007.

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más auténticos, más reales y efectivos para todos los ciudadanos esosotros esenciales derechos políticos (participación en las decisiones); y

esas otras imprescindibles libertades cívicas y garantías jurídicas queen la Constitución se proclaman en su artículo 14 y en la preeminenteSección primera del capítulo segundo. Digamos, de manera simplifi-cada y en concordancia con ello, que los denominados derechos de lasegunda generación (o de la tercera que ahí figuran también aunque enmenor medida) dan así lugar a una mayor autentificación de los dere-chos de la primera generación: es decir, que la igualdad y la solidaridadhacen más auténticas, más reales y universales, la libertad y la seguri-dad. Y eso mismo ocurre con todas las instituciones democráticas: el

Estado social y democrático de Derecho hace mucho más auténticas,más reales y para todos, las exigencias básicas que definen a todo Es-tado de Derecho8.

 Y lo que se está señalando en relación con las buenas potencia-lidades normativas y las implicaciones reales de ese Título primero dela Constitución puede trasladarse y ampliarse, mutatis mutandis, a lasexigencias y prescripciones que se establecen en el Título séptimo sobre«Economía y Hacienda». Es verdad que, dentro de él, los artículos (128a 131) aludidos aquí no están acogidos directamente en las vinculacio-nes y tutelas del artículo 53; pero pueden estarlo de modo indirecto, enrelación con el Título primero. Y, sobre todo, también a ellos se refiereel decisivo artículo 9.2 —volvamos a recordarlo— cuando estable-ce que «corresponde a los poderes públicos promover las condicionespara que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en quese integra sean reales y efectivas; remover los obstáculos que impidano dificulten su plenitud y facilitar la participación de todos los ciudada-nos en la vida política, económica, cultural y social».

 Así, marcaba yo en su día de modo informal, en alguna de mis no-tas y papeles, la diferencia entre «artículos en rojo», frente a «artículos

8. Esas que sigo considerando exigencias básicas estaban ya, desde luego, en milibro de 1966,  Estado de Derecho y sociedad democrática: imperio de la ley (y de laley primera, la Constitución) como expresión de la voluntad popular; división/dife-renciación de poderes, legislativo, ejecutivo y judicial; legalidad de la Administración,del poder ejecutivo, con necesario control político y control judicial; garantía jurídicay protección efectiva de los derechos fundamentales. Pero esa remisión al pasado nosignifica en modo alguno —quiero advertirlo expresamente— que, desde ahí, tales

caracteres hayan permanecido inmutados en sus contenidos concretos y en sus bases deargumentación —como tampoco respecto de los conceptos de Estado social y demo-crático de Derecho— a lo largo de mis otras publicaciones posteriores: remito a lo yaseñalado antes en la nota 4 y hoy, recogiendo toda esa larga evolución, a Un itinerariointelectual. De filosofía jurídica y política, especialmente el capítulo III, 3, 6 y 7. Aquí,en este mismo capítulo (epígrafe tercero), se prolonga algo más en todo ello.

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en azul», alegando estas concretas normas constitucionales9: «Toda lariqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad

—establece, por ejemplo, el artículo 128— está subordinada al interésgeneral. Se reconoce la iniciativa pública en la actividad económica.Mediante ley se podrá reservar al sector público recursos o serviciosesenciales, especialmente en caso de monopolio y asimismo acordar laintervención de empresas cuando así lo exigiese el interés general». Oel artículo 129.2: «Los poderes públicos promoverán eficazmente lasdiversas formas de participación en la empresa y fomentarán, medianteuna legislación adecuada, las sociedades corporativas. También estable-cerán los medios que faciliten el acceso de los trabajadores a la propie-

dad de los medios de producción». ¿Recuerdan los poderes públicos (yprivados) que todo eso está en la Constitución —lo «metieran» unos uotros— como norma preceptiva, como norma constitucional?

Si alguien no se toma estos artículos en serio, implícitamente se es-taría autorizando a que otros intérpretes hicieran lo propio con otrosmandatos aunque sean de los considerados —por diferentes razones(art. 168)— de rango superior, como los mismos artículos 1 o 2. Algosimilar puede aducirse respecto del artículo 130.1, cuando resalta que«los poderes públicos atenderán a la modernización y desarrollo detodos los sectores económicos [...] a fin de equiparar el nivel de vidade todos los españoles». ¿Y qué decir del artículo 131.1, de cuyos tér-minos y propósitos renegarían hoy, me temo, no pocos de los «rojos»de ayer? Lo cierto, sin embargo, es que todo el mundo personalmente«planifica» aquello que de verdad le atañe y le interesa, no dejándolosin más ni al albur ni al vaivén del «mercado». Esto es lo que estable-ce tal precepto (estoy prefiriendo, como se ve, reproducir completosestos últimos textos): «El Estado, mediante ley, podrá planificar la

actividad económica general para atender a las necesidades colectivas,equilibrar y armonizar el desarrollo regional y sectorial y estimular elcrecimiento de la renta y de la riqueza y su más justa distribución»10.

9. Se pueden ampliar con otras importantes argumentaciones y a otras decisivasáreas considerando obras como La izquierda y la Constitución, con una colectiva y muyrelevante participación (Presentación de Eliseo Aja, Taula de Canvi, Barcelona, 1978),o Los socialistas y la Constitución, recopilación por Luis Ortega de los discursos fun-damentales de los diputados y senadores socialistas en la etapa constituyente, Prólogo

de Alfonso Guerra, Editorial Pablo Iglesias, Madrid, 1999. También Con la palabra y laimagen. 25 años de la Constitución española, obra colectiva, idea y proyecto de AlfonsoGuerra y Salvador Clotas, Fundación Pablo Iglesias, Madrid, 2003.

10. Acepto que mi trabajo de 1981 «El Estado democrático de Derecho en laConstitución española de 1978» (véase nota preliminar) pueda seguir siendo conside-rado, a pesar de los cambios habidos desde entonces en la realidad y en uno mismo,

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Todas éstas son, sin duda, palabras graves que prometen cosas atodos y que comprometen muy seriamente a los poderes públicos (le-

gislativo, ejecutivo, judicial) y a la misma Constitución como normaprimera del ordenamiento jurídico y, desde ahí, al propio TribunalConstitucional. E incluso, con base en las declaraciones internaciona-les de derechos, en las mismas instituciones europeas. Pero en el otroespacio, también a la sociedad civil, a sus movimientos no instituciona-lizados y, en definitiva, a todos los ciudadanos. Sin abstenciones, todosdeben velar, participar, para que las potencialidades constitucionalesvayan convirtiéndose —con o sin esa posible reforma— en buenasrealidades sociales, es decir, en una sociedad democrática avanzada.

Ése, a mi juicio, debe ser el criterio guía. Y, desde luego, si no se hacemás y mejor no es precisamente por culpa de la Constitución.No faltan, sin embargo, quienes piensan —aunque no lo digan

siempre con tal claridad, así es como lo practican— que la realidadeconómica no puede, ni debe, en modo alguno adecuarse a esas nor-mas constitucionales aquí resaltadas: el alegato infalible, cientificista,es el modelo de signo contrario, conservador neoliberal. ¿Cuántosintocables dogmas economicistas de uno u otro signo hemos visto yaa lo largo de los tiempos, incluso recientes, y con alguna frecuenciadefendidos por los mismos? Pero aparte de esas inconsecuencias en li-bros y papeles, adviértase que lo que ahora allí, en esa doctrina única,se estaría en el fondo propugnando es sin más la negación, el incum-plimiento o el falseamiento de la Constitución, es decir, la negación yviolación del Estado social y democrático de Derecho. ¿Será necesario

como «fuente supletoria» de estas páginas de ahora: ni en los críticos de entonces nien los posteriores hasta hoy, aun con observaciones académicas de interés, encuentro

suficientes razones substanciales como para abjurar de estas y aquellas cualificacionesmías, tanto en sus implicaciones de teoría y filosofía como en sus potencialidades parala praxis jurídico-constitucional. En cualquier caso, remito aquí para estas notas rela-cionadas con las cuestiones económicas a, entre otras obras y en pluralidad de inter-pretaciones, Óscar de Juan Asenjo,  La Constitución económica española, Iniciativaeconómica pública «versus» iniciativa económico-privada en la Constitución españolade 1978, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1984, o Martín Bassols Coma,Constitución y sistema económico, Tecnos, Madrid, 1985; asimismo, pasando de aque-llos primeros años a hoy, véase el extenso e intenso volumen con más de cuarenta cola-boradores y más de dos mil páginas, Comentario a la Constitución socio-económica de España, Dirección de José Luis Monereo Pérez (autor también del Prólogo), Cristóbal

Molina Navarrete y María Nieves Moreno Vida, Comares, Granada, 2002. Y para elúltimo de los temas aquí referidos (art. 131.1), el comentario de Joaquín Estefanía,«Planificación, un concepto inédito de la democracia», en el volumen colectivo de laFundación Pablo Iglesias, Madrid, 2003 (citado antes en la nota 9). Con carácter másgeneral, la obra colectiva de numerosos colaboradores, Alfonso Guerra y José FélixTezanos (eds.), Políticas económicas para el siglo XXI , Sistema, Madrid, 2004. 

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advertir, por lo demás, que la necesaria crítica a los dogmas no signifi-ca en modo alguno que todo valga (o no valga) por igual?

3. DEMOCRACIA CONSTITUCIONAL,CONSTITUCIONALISMO DEMOCRÁTICO

Consecuente con todo lo anterior, me parece por tanto necesario fun-damentar esta mi posición sobre las posibilidades normativas de laConstitución, para la transformación de la actual realidad social, conalguna breve explicación y reflexión, acerca de los problemas, las di-ficultades y las tales posibilidades a tener en cuenta para el presente yel previsible futuro. Ello en el contexto, por tanto, de una democraciaconstitucional —institucionalización de la democracia en la Constitu-ción con las exigencias propias de la legalidad— y, la otra cara de lamoneda, de un correlativo constitucionalismo democrático, ejercidocomo proceso dinámico por aquélla desde los valores y procedimien-tos derivados de las exigencias propias de tal legitimidad11.

Todo tiene su historia: también las cuestiones de nuestro tiempo alas que de modo preferente me refiero aquí con perspectivas —como

digo— más bien de presente y de futuro. Pero a fin de precisar mispropias posiciones, necesito apoyarme brevemente en algunas cosasdel inmediato pasado, personal y general, para atreverme a hablar conalguna coherencia y fundamento (sin un continuum prefijado) acercade todo ello. Para este propósito recuerdo y reenlazo ahora con la quefue «lección magistral» en otro anterior acto de investidura mía comodoctor honoris causa por la Universidad Carlos III de Madrid, el 15de febrero de 2002, bajo la presidencia de su rector, el viejo y frater-nal amigo profesor Gregorio Peces-Barba. Habían pasado entonces

sólo cuatro meses desde el gravísimo atentado del 11 de septiembrede 2001 contra las «Torres Gemelas» en Nueva York y la sede del Pen-tágono en Washington. Y vivíamos inmersos en el tenso transcurso dela reacción que los Estados Unidos con el gobierno Bush al frente pre-

11. Tengo que señalar a todos los efectos —incluido el parangón con la gran crisisque luego, desde 2008, vendría— que este epígrafe tercero y parte del cuarto procedendel texto escrito para mi investidura como doctor honoris causa por la Universidad

de Granada el 11 de mayo de 2007: fue publicado allí fechas antes, precedido de unmuy amistoso y generoso discurso de presentación del profesor Nicolás López Cale-ra. Una primera reducción y revisión de aquél apareció después en la revista Sistema (200, septiembre de 2007) con el título, más expresivo y provocativo, de «‘Neocons’ y‘teocons’: dos fundamentalismos en coalición», y otra, más breve todavía, con similarrótulo, en el diario El País, 31 de julio de 2007.

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paraban y que, con tan nefastas consecuencias, se haría efectiva (trasla intervención en Afganistán) con la ilegal e ilegítima invasión de Irak

en marzo de 2003, entusiasta e irresponsablemente secundada por elentonces gobierno español del Partido Popular. Luego vendría el 14de marzo de 2004 con el brutal atentado del terrorismo yihadista enMadrid y sus posteriores amenazas. Éste es el mundo del inmediatopasado en el que han venido operando a sus anchas y prepotenciasesos fundamentalismos económico y religioso, con bélicas repercusio-nes, de los denominados «neocons» y «teocons»12.

En aquel texto de inicios de 2002, queriendo resaltar el trasfon-do socioeconómico de algunas de esas situaciones —incrementadas

hoy con la referida gran crisis actual económica y social—, expresabayo una fuerte crítica a la imposición global en estos últimos tiem-pos de esas políticas y concepciones justamente caracterizadas comofundamentalistas, neoconservadoras y «ultraliberistas». Como se ve,opto, para referirme a ello, por el reductivo, economicista, término«liberista» (que debemos para su crítica a Benedetto Croce) y no porel mucho más digno de liberal. Son concepciones, creo, cuyas nece-sarias más graves implicaciones —«sálvese quien pueda», es la ocul-ta propuesta normativa— generan insuperables desigualdades y undeterioro general, una pérdida de calidad de la democracia con laspeores derivaciones de desmoralización social y deslegitimación insti-tucional. Así se cifraban allí algunas de esas alarmantes implicaciones:en este caldo de cultivo, en un mundo con arrogante desprecio de laética y ruptura de la más básica cohesión social, es obvio que se favo-recen los fanatismos y fundamentalismos de toda especie, el incesantecrecimiento armamentista, las acciones violentas y terroristas, las gue-rras interminables, la doctrina de la seguridad cercenando gravemente

derechos y libertades y, como mínimo, el fuerte aumento de las situa-ciones masivas de marginación y exclusión social. Éstos son hoy —seseñalaba allí— en buena, mala, medida, los hechos: frente a ellos—se contraponían— los derechos, es decir, el Estado democrático deDerecho: y una ética de superior entidad que requiere y promueve—pienso— lo mejor de la condición humana.

12. Véase, por ejemplo, como análisis crítico actual de esos fundamentalismos,con amplia y valiosa información, el libro de Susan George,  El pensamiento secues-

trado, Icaria, Madrid, 2007. Para su historia en el tiempo que aquí más nos interesa,entre otros, el de George H. Nash, The Conservative Intellectual Movement in America(since 1945), Basic Book, New York, 1976, con especial atención a exponentes comoL. von Mises, F. A. Hayek, M. Friedman, Irving Kristol, Leo Strauss, etc.; y por el ladoteológico, Martin Sterr, Lobbysten Gottes. Die Christian Right in den USA von 1980bis 1996, Duncker & Humblot, Berlin, 1999.

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 Allí radicaría el núcleo duro de algunos de los grandes problemasque en nuestro tiempo tenemos que afrontar. Y a ellos se añaden, no

menos temibles y acuciantes, los derivados del cambio climático, el ca-lentamiento global de la atmósfera, la erosión casi irreversible del eco-sistema, la incontrolada proliferación nuclear. Juan Goytisolo es quien,junto a diversos otros, daba recientemente la voz de alarma sobre laacumulación de nubarrones que —dice— oscurecen nuestro horizonte(prefiero reproducir sus propias angustiosas pero avisadoras palabrassobre ese sombrío, nada irreal, futuro): «Setenta millones de africanosdeberán huir de las zonas costeras anegadas por el océano; países en-teros serán tragados por las aguas; otros se desertizarán por completo

y sus habitantes tendrán que buscar un refugio que nadie querrá ofre-cerles; el selecto club de los dotados con un arsenal nuclear se abrirá anuevos socios [...] y cualquiera de ellos podrá servirse de él sin repararen las consecuencias de su encomiable misión preventiva [...]; pero elpeligro —advierte aquél— no es ya exclusivo de los Estados [...], pro-viene también de la propagación de medios de aniquilación asequiblesa mafias y grupos radicales. El posible uso de armas bacteriológicas ocapaces de irradiar a un individuo, barrio o ciudad ha dejado de sertema de las superproducciones cinematográficas al servicio de nuestrasneurosis [...] para convertirse en una perspectiva real». Como se ve,nada que pueda despacharse con alegre despreocupación.

Los interrogantes surgen de modo casi espontáneo e inevitable:¿hay tiempo todavía?, ¿qué podemos hacer?, ¿qué debemos hacer?, ¿sa-bemos lo que debemos hacer y lo que quizás no podemos hacer?Todo, o casi todo, es complejo e inseguro, por supuesto, cuestiona-ble y abierto a dudas y a perplejidades. Pero, a su vez, todos —o casitodos— hablamos constantemente sobre ello, acerca de esos grandes

problemas. Y tras el primer momento del casi total desaliento, delagobio paralizante, de la irremediable impotencia, pero también dela trampa del olvido y la evasión, todos —con mayor o menor emo-tiva indignación— acabamos proponiendo cosas, salidas, soluciones,remedios razonables/racionales ante unos y otros de esos grandesmales. Parece, pues, que al menos habría contra ellos una «vía ne-gativa» para la fundamentación moral del rechazo, por decirlo conErnesto Garzón Valdés, pero a su vez, y a pesar de todo, habría—también para él— una «vía positiva» en función, en favor, de la

corroboración y lucha por valores y objetivos éticos con racionaljustificación. A todo ello hay, pienso, que acogerse para, al menos, no ser vícti-

ma pasiva de los acontecimientos, para no plegarse deterministamentea la tragedia anunciada, a la sujeción absoluta a los hechos, sean éstos

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hechos sociales, históricos, e, incluso, naturales. Los hechos son deter-minantes para saber dónde y cómo estamos, pero no para determinar

dónde y cómo debemos estar. La cuestión —señala Reyes Mate— essaber si hacemos del progreso el objetivo de la humanidad o a la hu-manidad el objetivo del progreso; incluso saber qué modelo de pro-greso es y debe ser universalizable y cuál no lo es, sino que conduceirremediablemente a la locura de la mutua asegurada destrucción. Ami juicio, la resistencia activa frente a ello es posible; es también undeber moral. El deber de salvaguardar la vida, la nuestra y de las fu-turas generaciones, en condiciones para todos de humanidad, paz,dignidad, libertad, bienestar y solidaridad13.

No son nada malos —claro está— estos grandes objetivos, estosvalores imprescindibles por los cuales trabajar: sobre ellos posible-mente hasta habría en principio teórica unanimidad, aunque sin dudaque con posteriores disensiones sobre su diferente interpretación yarticulación. En relación con ello, de lo que se trata, pues, es de poderformular alguna propuesta válida —de modo coherente con lo ante-rior— sobre cómo identificar, fortalecer y realizar en el tiempo lasconcretas exigencias y las vías prácticas de actuación (aquí de modopreferente las de carácter político, social, económico y jurídico) impli-cadas en tales valores éticos y culturales. Es obvio, en cualquier caso,que a nadie se le ocurrirá pensar que con la mera formulación de talespropuestas, teóricas y prácticas, sobre valores y métodos, sobre fines ymedios, se vayan ya a resolver por entero y a corto plazo tantos y tangraves problemas del mundo actual.

Con todo, llegados aquí, ante esta más bien negativa descripción,considero necesario advertir —otra vez luces y sombras de la realidadsocial— que no sería tampoco cierto ni realmente justo olvidar o si-

lenciar todo lo que en esos u otros diferenciados ámbitos se ha hechoy se hace de muy positivo en el pasado y en el presente desde la cien-cia —tanto en las ciencias naturales como en las ciencias sociales—,y también desde la misma buena práctica política, para avanzar en elcontrol de esos y otros grandes problemas: pensemos en positivo, porejemplo, en los grandes avances de las ciencias médicas, de las investi-gaciones en biogenética, de las tecnologías de la comunicación, etc. Es

13. Recordaré aquí dos importantes libros de cada uno de los autores y amigosa quienes acabo de hacer referencia: de Ernesto Garzón Valdés,  Filosofía, política,derecho. Escritos seleccionados, Edición a cargo de Javier de Lucas (Universidad deValencia, 2001) y Calamidades, Barcelona, Gedisa, 2004; de Reyes Mate, La razón delos vencidos (Barcelona, Anthropos, 1991) y Memoria de Auschwitz, actualidad moral y política, Madrid, Trotta, 2003.

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verdad, sin embargo, que en el enjuiciamiento de esa historia, algunos—los viejos preferentemente— pueden tender a pensar que, a pesar

de todos esos avances científicos, cualquier, o algún, tiempo pasadofue siempre moralmente mejor, mucho mejor; en nuestro país, conla humillación y la indignidad del franquismo, ellos lo tienen muchomás difícil. Otros —los más jóvenes—, más receptivos e ilusionadoscon el progreso de los tiempos, y del suyo propio, puede que despre-cien por anacrónico todo lo anterior y con entusiasmo se apunten sinmás a «lo nuevo» que, a su vez, por sí mismo no siempre es lo mejor.Por supuesto que tampoco éstos dejan de lamentar aquellos grandesmales de hoy, y otros de cariz más directamente económico y social

que les afectan de manera más inmediata e individual y ante los cualespodrían encontrar legal y legítimo cobijo en la propia Constitución. Así en lo relativo a la escasez y precariedad en el trabajo, la dificultado imposibilidad de lograr una vivienda que les permita hacer mejoresplanes de vida, el paralelo insostenible espectáculo de la rampanteespeculación urbanística, las carencias en servicios sociales —especial-mente sufridos por la mujer— si se opta, supongamos, por tener des-cendencia, etcétera.

Pero, a pesar de todo —repito— no sería verdadero ni justo en tér-minos generales el catastrofismo que olvida o silencia los pasos dados,en según qué diferentes situaciones desde las instituciones políticas ola propia sociedad civil en unas u otras de estas justas demandas (enestos ámbitos —a mi juicio— incomparablemente más por la socialde-mocracia que por el neoliberalismo), demandas que es cierto no sonsiempre de fácil, inmediata y definitiva solución. Ni cualquier tiempopasado fue mejor, ni —aquí— con (o contra) el franquismo vivíamosmejor. El reconocimiento de lo que se hace creo que otorga mayor

legitimidad para denunciar todo lo que ilegítimamente va siemprequedando sin hacer: medido ello en términos relativos respecto de suactual adecuación o correspondencia con conquistas de otros privile-giados sectores o de otras cuestiones mucho más favorecidas por laatención pública y/o privada.

La filosofía y la ciencia, aquí muy directamente las ciencias so-ciales pero también la filosofía moral, jurídica y política, a mi juiciono están únicamente —ya lo decía antes— para plantear problemaso suscitar dudas y perplejidades. También hacen y deben hacer eso,

que posiblemente sea incluso lo más inmediato, brillante y caracte-rístico suyo en el conocimiento no plano ni simplista de la realidad,para una comprensión más penetrante, rica y poliédrica de ella. Pero—insisto en lo anterior, frente a la excesiva delectación y autosatis-facción de un cierto esteticismo especulativo— la tarea intelectual no

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puede (no debe) limitarse a enunciar problemas y a hacerlo, además,con designios y hábitos exclusiva e impertérritamente dubitativos o

negativos. Las gentes del común, sin ser científicos ni filósofos, sabenmuy mucho de problemas (con frecuencia más reales y difíciles quelos de aquéllos), así como de las grandes dificultades, riesgos e incer-tidumbres para resolverlos. Lo que también se pide a las ciencias y alas filosofías es que, sin recetas salvíficas ni reduccionismos simplistas,ayuden cuanto puedan en esta tarea. Y no sólo, por un lado, con lasplacenteras e inagotables pero agotadoras «carpinterías» meta-analí-ticas, ni tampoco, por otro, con los excesos de juvenil provocaciónposmoderna que sólo provoca a los provocadores contrarios. Es de-

cir, que sin dogmatismos ni falsas seguridades, con todas las cautelasy modestias —con el rigor empírico de la ciencia y la racionalidadcrítica de la filosofía—, se atrevan a proponer respuestas, vías de reso-lución y marcos teóricos con fundamento para todo ello. Desde estaperspectiva y metodología es —creo— desde la que debe trabajar, demanera muy específica, la filosofía ética, política y jurídica actual.

Una base obvia pero imprescindible: fuera de las democracias nohay salvación. Y eso a pesar de todos sus defectos e insuficiencias.Todo lo que se haga, o se intente hoy hacer, a mi juicio habrá de serlointegrándolo de modo coherente en y para el abierto marco, teóricoy práctico, de tal paradigma. Hubo tiempos, incluso recientes, en queno era así, o no era tan indiscutido que lo fuera. Estados totalitarios,autocráticos y dictatoriales se presentaban por doquier como «lo nue-vo», lo joven, frente a las —siempre motejadas— como decadentes,anacrónicas, decimonónicas democracias burguesas. Bien es verdadque tales regímenes con alguna frecuencia se autocalificaban también—homenaje del vicio a la virtud— como las verdaderas democracias,

populares u orgánicas por tomar los dos polos del espectro ideológico.En nuestros días, sin haberse abandonado por completo todo lo ante-rior, es verdad que la incitación teórica ética y política predominanteen las mejores propuestas (no siempre, desde luego, en la realidadempírica) se afana por construir y avanzar en formulaciones demo-cráticas dotadas de una más sólida fundamentación en términos delegitimidad y legitimación. Es decir, con una mayor y más auténticaparticipación —doble participación, insistiría yo, en decisiones y enresultados—, con representación por tanto más fiel y responsable ante

la sociedad, con mejor conocimiento, deliberación y libertad real ensu seno. Y todo ello —la necesaria gran utopía racional— postulandocomo «modelo normativo» una democracia de mayor calidad pero ahoraa escala global: es decir, con exigencias de universalidad, siempre éstaen proceso de abierta construcción desde la razón crítica y a través de

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vías activas de interculturalidad (no de pasivo y acrítico multicultura-lismo), concretadas hoy de manera muy especial en el justo tratamien-

to de las emigraciones masivas. Junto a estos —creo— muy válidos y justos objetivos generales,se trataría, pues, de precisar algo más sobre los caracteres de este pa-radigma democrático, tal y como se expresa en sus mejores propues-tas regulativas14. Lo primero por resaltar es que los poderes públicosy las correlativas instituciones jurídico-políticas han de tener —a mijuicio— una fuerte aunque controlada presencia (eso es el Estado deDerecho) y una decisiva función promocional de gobierno y adminis-tración, con el consecuente respeto a los derechos y libertades indivi-

duales (personales). Los intereses generales, en los cuales entran a suvez como base todos los legítimos intereses particulares, no pueden,no deben quedar en manos ni exclusiva ni predominantemente priva-das, por fuerza (por la sacrosanta ley mercatoria) muy minoritarias.Estoy, quiero insistir en ello, por la recuperación de un Estado queintervenga de modo activo y responsable en la vida pública, incluidala economía, aunque no tanto con medidas indiscriminada e inabarca-blemente cuantitativas —como se quiso hacer a veces en el pasado—sino de acuerdo con un criterio mucho más selectivo y cualitativo.Pero esta selección ha de hacerse de modo prioritario —esto ha dequedar bien claro— en función de lo que atañe a dichos (no abstractosni entificados) intereses generales. Éste es justamente el criterio porel cual hay que medir hoy las muy diferentes especies de «economíasmixtas» (por lo demás todo es siempre mixto y mestizo). En cualquiercaso, nada, pues, que ver dicho criterio cualitativo de intervencióninstitucional (y social) con la reducción del Estado que se deriva delsiempre tan alegado, más acomodaticio y conservador, «principio de

subsidiariedad». No se trata de que el Estado haga sólo aquello quelos demás (los privados) no puedan o no les interese hacer: donde hayque mirar para determinar el consiguiente criterio de acción es preci-samente al interés real de todos y cada uno de los ciudadanos.

Este Estado social y democrático —preferible, creo, esta expresiónde rango constitucional a la de Estado de bienestar o Welfare State—

14. Con muy destacadas intervenciones en no pocos de los temas aquí aludidos,véase Derecho y justicia en una sociedad global, Actas del XXII Congreso Mundial de

Filosofía del Derecho y Filosofía Social celebrado del 24 al 29 de mayo de 2005 enla Universidad de Granada con el profesor Nicolás López Calera de efectivo impulsorcomo presidente del Comité Organizador. También, Andrea Greppi, Concepciones dela democracia en el pensamiento político contemporáneo, Trotta, Madrid, 2006 y An-tonio-Enrique Pérez Luño, Trayectorias contemporáneas de la Filosofía y la Teoría del Derecho, Tebar, Madrid, 2007 (12003).

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menos aún se puede suplantar ni confundir (como interpretan algu-nos) con una especie de gran institución de beneficencia compasiva

para los más pobres, de cristiana o musulmana caridad, ni tampococon la vieja y algo más laica filantropía. Lo que en justicia se demandahoy en derechos fundamentales y en servicios sociales, lo que se pro-pugna en este paradigma democrático y en el Estado social es, en defi-nitiva, una intervención y una regulación —la Constitución, recuérde-se, habla incluso de «planificación»— que haga posible la consecuciónde niveles mucho más elevados de igualdad, cohesión social y solidari-dad real entre todos los ciudadanos. Áreas como sanidad, educación,vivienda, pensiones, etc., en condiciones de dignidad y efectividad, es

decir, de justa igualdad, es algo a lo que a precio de mercado —no nosengañemos— la inmensa mayoría de la gente no podría (no podría-mos) realmente acceder. Eso se llama eficiencia social medida en costereal, algo que el mercadismo siempre alega en abstracto como valorpreferencial. Y ello, a lo largo de todo el siglo XX, está en la línea dela mejor historia de la socialdemocracia, del socialismo democrático,que tuvo que ir siempre arrancando esas y otras conquistas sociales alas determinaciones económicas y políticas del «liberismo», es decir,del liberalismo conservador.

Estado, pues, que interviene o, dicho sea como desafío y sin am-bages, Estado intervencionista. Esta expresión ha venido siendo desdehace tiempo totalmente reprobada y no sólo por el modelo «mínimo»de los poderosos ultraliberistas y neoconservadores, sino asimismopor quienes figuran en sus zonas de influencia centrista e, incluso, conmayores matices, evitada por algunos (socialistas y asimilados) que seautoidentifican como «moderna izquierda». En ésta se muestra, a ve-ces, una cierta desmesura en su mayor preocupación por los respeta-

bles valores «intangibles» que por los imprescindibles y muy material-mente tangibles. Hay también otras gentes, abstencionistas primarios,con o sin precisa filiación política, que reputan excesiva cualquierintervención y regulación estatal salvo cuando por lo más mínimo lareclaman más o menos indignados a su favor. El modelo de Estadoque aquí propongo es justamente el contrapuesto a aquél que no (oapenas) interviene, excepto, claro está y con qué furor, en las guerras(de conquista o dominación exterior) a la vez que, a escala interior, enla defensa y custodia vigilante del orden público (económico y demás)

establecido precisamente desde la no institucional intervención. Esdecir, frente a un Estado que se abstiene y se inhibe en mil cuestionesque —sin aumento alguno del gasto público— afectan muy positiva-mente a la ciudadanía y en las que debería estar mucho más implica-do: por ejemplo, en el control democrático de la economía meramente

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especulativa, en la lucha activa contra el desvarío inmobiliario y la co-rrupción urbanística, contra la destrucción medioambiental o contra

los grandes fraudes y paraísos fiscales.De lo que se trataría es, pues, de la opción entre esas dos diferentespropuestas o tendencias (desde luego que susceptibles de diversas y noequiparables variables graduaciones incluso entre los términos capi-talismo y socialismo) simbolizadas, de una parte, por un activo Estadoregulador e intervencionista y de otra, por un pasivo Estado abstencio-nista o inhibicionista. Recordemos que, según el diccionario, «abste-nerse» significa «privarse de». Tendríamos así un Estado abstencionistaque lo es, pues, en su doble sentido: un Estado que se priva-tiza (por

fuerza de modo muy desigual) y que incluso cuando obra con todoempeño lo hace desde esa preferente perspectiva; y, a la vez, un Esta-do que se priva, que renuncia pasivamente a hacer cosas que deberíahacer para una mayor participación e igualdad de los ciudadanos quelo sostienen y legitiman. Por supuesto que un Estado intervencionistaha de serlo de manera muy principal en su lucha contra todo tipode corrupciones, empezando por las propias, y contra todo tipo dedeterioros democráticos en las instituciones públicas, Parlamento, par-tidos políticos, etc. Ese Estado creador, en su labor pedagógica y dedirección, siempre tomando como base las decisiones de la soberaníapopular y el respeto a la libertad individual, podrá y habrá de ir inclusopor delante y no siempre por detrás, a la rastra, de lo que está pasandoo de lo que ya (se) pasó: homogeneización crítica, con lo mejor de lasociedad civil, como en estas mismas páginas se ha reiterado. Se trata,en cualquier caso, de un intervencionismo regulador (con normas) queposee muy válidas respuestas frente a las críticas de «paternalismo» y/o«perfeccionismo» que fuerzan ilegítimamente a la acción.

 Y algo similar, mutatis mutandis, de lo que se viene aquí seña-lando acerca de los Estados (nacionales o plurinacionales), habría deaplicarse a la necesaria intervención de las instituciones y organizacio-nes de carácter internacional (transnacional), Naciones Unidas, UniónEuropea y demás, las cuales a pesar de todo cobran cada vez mayorpresencia, fuerza e influencia. Es bueno y fructífero que así sea, dadoslos límites y limitaciones propias de los actuales Estados nacionales.Sin embargo, el proceso es lento, por lo cual la coordinación resultainexcusable y la soberanía habrá de ser coherentemente compartida.

El reto actual es, entre otros, la globalización de los grandes problemasque ya antes evocábamos aquí: entre otros, las negativas condicionesplanetarias del cambio climático y el profundo deterioro medioam-biental, o el terrorismo en red a escala transnacional con el temor dela utilización de armas incluso nucleares, químicas o bacteriológicas.

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Unido a ello, estaríamos ante una globalización económica dominadapor las grandes agencias transnacionales, carente de adecuado control,

de organización y de gobernación —como se ve, evito el contaminadosintagma «gobernanza»—, más la lucha contra la pobreza en el mundo,contra los ya recordados paraísos fiscales, contra el hambre, las enfer-medades y la exclusión masiva de los más débiles. Globales problemas,globales respuestas: ello hace de todo punto imprescindible esa deci-siva acción de los organismos internacionales a los cuales a su vez sehabrá de exigir siempre las mayores cotas de democrática legitimacióny legitimidad. Desde estas instancias, ante problemas, todos, tan gra-ves y complejos, quizás así se podrán y deberán movilizar mejor las

también enormes energías de todo tipo (de económicas a culturales)necesarias de emplear para la progresiva resolución de aquéllos15.Pero, con ser su acción decisiva, no son sólo las instituciones (es-

tatales y supraestatales) quienes habrán de intervenir en la inacaba-ble construcción de una democracia realmente participativa a escalamundial, plataforma la más apta para afrontar con mejores posibili-dades de éxito esos grandes y menos grandes problemas de nuestrotiempo. Junto a aquéllas, las instituciones, habrá asimismo de estarsiempre implicada en tal tarea la entera sociedad civil, corporacioneseconómicas y profesionales, asociaciones patronales y sindicales, peroresaltando y situando en ella muy en primera línea a los sectores másactivos y comprometidos de la ciudadanía, como serían —desde miperspectiva— los movimientos sociales que de modo más conscientey coherente asumen hoy la lucha por esos valores y objetivos: ahíestarían, sin fragmentaciones simplistas ni sacralizaciones dogmáticas,los movimientos ecologistas, pacifistas, feministas, antirracistas o dedefensa de otros colectivos y minorías dotadas de menores medios y

potencialidades. La meta es siempre la de lograr avanzar hacia unacada vez más sólida y estable cohesión social, hacia una sociedad másvertebrada, más justa en los dos sentidos del término: como ajusta-miento (ajuste de las piezas) y como justicia (el ajuste más ético).

15. Remito aquí, entre otras obras, a las de Juan Antonio Carrillo Salcedo sobreSoberanía de los Estados y derechos humanos en Derecho internacional contemporá-neo, Tecnos, Madrid, 1995; Roberto Bergalli y Eligio Resta (comps.), Soberanía: un principio que se derrumba. Aspectos metodológicos y jurídico-políticos, Paidós, Barce-

lona, 1966; Luigi Ferrajoli, La sovranità nel mondo moderno, Laterza, Roma, 1997. Y en perspectiva más amplia, Ángel Valencia y Fernando Fernández-Llebrez (eds.),  La teoría política frente a los problemas del siglo  XXI , Universidad de Granada, 2004;Gurutz Jáuregui, La democracia en el siglo XX : un nuevo mundo, unos nuevos valores,Oñati, 2004; Andrés García Inda y Carmen Marcuello Servos (coords.), Conceptos para pensar el siglo XXI , Los Libros de la Catarata, Madrid, 2008.

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Desde siempre —quiero decir, desde hace ya mucho tiempo—vengo insistiendo en la necesidad en este sentido de una homogenei-

zación crítica entre instituciones jurídico-políticas y organizacionesde la sociedad civil: es decir, de manera más perentoria, entre Estadodemocrático y nuevos movimientos sociales. La aducida fractura ono comunicación entre ciudadanos y políticos es una de las más nega-tivas manifestaciones empíricas de esa falta de homogeneización. Nitodo es bondad, paz y ejemplaridad dentro de la sociedad (violenciade género, racismo y xenofobia más o menos vergonzante, insolidari-dad personal, vandalismo callejero, etc.), ni todo maldad, corrupcióne inutilidad en el ámbito estatal. No basta, pues, con el trabajo en

las instituciones, como se creyó en algunas de las fases del Estadosocial, aunque esta clave sea la jurídica y políticamente decisoria (le-galidad y legitimidad del Estado de Derecho). Ni menos aún bastacon confiárselo todo a una sociedad civil, escindida o enemiga de lasinstituciones, que se vería así abocada a la impotencia o, en ciertosmárgenes, expuesta a la tentación de la violencia. Extrapolando esasperspectivas he hablado yo con frecuencia de que tal necesaria ho-mogeneización crítica implica hoy la fructífera conjunción política ycultural entre el ideario socialdemócrata (instituciones) y el libertario(movimientos sociales), definiendo así juntos ambos al mejor socia-lismo democrático16.

4. FUNDAMENTALISMO TEO-TECNOCRÁTICOVERSUS ÉTICA DEMOCRÁTICA

 Asumido todo lo anterior, resulta imprescindible resaltar que tanto lasinstituciones como la sociedad civil precisan y se benefician de gentes,

16. Traté de manera más directa sobre estas cuestiones, relativas a los «nuevosmovimientos sociales» y su significado político, desde mis ya mencionados libros  Dela maldad estatal y la soberanía popular , 1984 (cap. IV, 4), y Ética contra política. Losintelectuales y el poder , 1990 (cap. II, 3). Para el debate y la reflexión crítica sobreestas y otras identidades, son de gran interés los libros de Antonio García Santesmases, Ética, política y utopía, Biblioteca Nueva, Madrid, 2001 y el anterior —ya recordadoaquí— Repensar la izquierda. Evolución ideológica del socialismo en la España actual, Anthropos, Barcelona, 1993. Últimamente, me parece que ya sin referencia explícita

al socialismo democrático, situándose como marco teórico entre la democracia cons-titucional y la democracia republicana (más allá y lejos en todo caso de cualquier tipode conservadurismo liberal), la muy cuidada y reflexiva obra colectiva El saber del ciu-dadano. Las nociones capitales de la democracia, con trabajos de Aurelio Arteta (ed.),Félix Ovejero, Javier Peña, Luis Rodríguez Abascal, Alfonso Ruiz Miguel y RamónVargas Machuca (Alianza, Madrid, 2008).

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hombres y mujeres, concernidos con una buena formación cívica ycon un sólido compromiso ético, dimensiones ambas que son bási-

cas en y para una sociedad democrática. Ciencia y conciencia, comodecía en esta nuestra historia, el tan recordado Fernando de los Ríos,a quien hay siempre que asociar con Julián Besteiro. Ciencia y con-ciencia, es decir, conocimiento, ilustración, razón crítica, libre espaciopúblico fundamental para la información, la formación, la educación,y el diálogo en el marco, a su vez, de una ética de convicciones conse-cuentemente responsable (de Kant a Mill y hasta Weber).

Ésa es la exigencia, la «virtud», tanto personal como colectiva de laética democrática: algo más de altruismo versus algo menos de egoís-

mo; pasar de una exclusiva y posesiva moral individual(ista) de lacompetición o de la competencia (con frecuencia realmente ficticiay absolutamente incompetente) a una ética prioritaria de la colabo-ración y de la solidaridad entre sujetos morales en los objetivos quecompartir. Estos valores, con los de la cohesión social, que incluyenlibertad e igualdad, son —a mi juicio— los más coherentes con unaética de principios o de convicciones, con raíz en la humana dignidad;pero son, asimismo, los más coherentes con una ética de utilidadeso de consecuencias. Creo que los citados Kant y Mill se dan aquí lamano; si no fuese así, habría que atreverse a decir, que tanto peorpara ellos, es decir, para sus epígonos de hoy. Sin cohesión social, sinun alto nivel de ella, cada vez más exigido y exigible, el resultado seráantes o después la ruptura social, el creciente desistimiento, la legíti-ma deslegitimación y, llegado a un cierto punto, la agresividad, la vio-lencia del día a día e incluso las invocaciones para el gran terror. ¿Esmejor vivir en un mundo así, por lo demás radicalmente incompatiblepor principio con una democracia de verdad?17.

El discurso de la ética es, sin duda, fundamental: con unos u otroscontenidos, justos o injustos, nadie prescinde ni puede prescindir deél. En concreto en la relación ética-política, todos los poderes (institu-cionales o sociales) para su misma existencia y pervivencia pretenden,necesitan, que se les considere, así, buenos y justos: al menos relativa-

17. Los numerosos y valiosos exponentes (hombres y mujeres) de la filosofía éticaespañola actual me permitirán, estoy seguro, que queden aquí representados (¡no acrí-ticamente!) por el sabio amigo Javier Muguerza; menciono ahora sólo su principal gran

obra ( Desde la perplejidad. Ensayos sobre la ética, la razón y el diálogo, FCE, Madrid,1990), a la espera esperanzada de las que, reuniendo y revisando posteriores trabajossuyos, están ya a punto de llegar. Y como aproximación sobre su pensamiento, remito—junto a otros— a los destacados colaboradores reunidos por Roberto R. Aramayo y J. Francisco Álvarez (eds.) en el extenso e intenso volumen colectivo Disenso e incerti-dumbre. Un homenaje a Javier Muguerza, Plaza y Valdés Editores, Madrid/México, 2006.

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mente, en función de los tiempos y comparados con otros. Es decir,todos los poderes se afanan por lograr legitimación (aceptación social)

y legitimidad (razones de justificación). Y para ello, como ya he seña-lado, pueden alegar tanto una ética de principios y convicciones comode resultados y utilidades, o también (mejor) una más o menos con-sistente conjunción de ambas. El riesgo de la ética de convicciones es,de modo primario, la del inquisidor teocrático y la del fiat iustitia et 

 pereat mundus; es decir, el fanatismo y el fundamentalismo violento ydestructor. El riesgo de la ética de consecuencias y utilidades es, por elcontrario, el oportunismo valorativo, el todo vale, además medido ensus resultados sólo a posteriori; o sea, una ética de la eficacia —¿para

quién?— adaptable a casi todas las situaciones: en última instancia, elfundamentalismo tecnocrático (es decir, la ideología cientificista de lamayor eficacia). Lo «nuevo» —luego lo veremos— es que ambos fun-damentalismos (teocrático y tecnocrático) se produzcan y actúen hoyen más clara coalición. Pero recordemos asimismo no lejanas dictaduraspolíticas, negadoras de la libertad y de los más elementales derechoshumanos que, invocando devoción y adhesión religiosa, también hansido —al menos en algunas de sus fases más maduras— liberales (libe-ristas) en términos de supuesta eficaz economía: ésta se alegaba (tras lacarismática religiosa y militar) como base «racional-instrumental» delegitimación y de legitimidad. Un buen (mal) ejemplo lo tendríamosaquí con los gobiernos tecnocráticos y teocráticos del meso/tardo fran-quismo bajo la férula dual del Opus Dei.

Es fácil —lo reconozco— enunciar y prescribir, como guía de ac-ción, el apotegma, la réplica que se expresa desde siempre como fiatiustitia ne pereat mundus, justicia para que precisamente no perezcael mundo, es decir, buena conjunción de principios y resultados. Pero,

frente a ella, en nuestro tiempo no son infrecuentes las situaciones enlas que, como digo, se cruzan y entrecruzan con graves riesgos aque-llos dos mencionados extremos éticos. Con todo cabría diferenciar,por un lado, zonas por lo general sin democracia y con un mayor an-cestral retraso político y económico (en el que algo tienen que ver «losotros»), donde lo que se impone a la postre es el fundamentalismo yel fanatismo religioso, incluso el que concluye en lo más violento delterrorismo; por otro lado, aunque sin equidistancias, en nuestro mun-do más desarrollado lo que tiende a prevalecer es el poderoso opor-

tunismo que, por designios de una muy desigual eficiencia económicao por motivos de seguridad nacional o internacional, viene a relegary de hecho a negar —también con la ayuda del fundamentalismo re-ligioso— muchos de los valores éticos y culturales que dan sentido aesa moderna civilización derivada de la Ilustración.

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Es, sobre todo, en este ámbito social de pragmatismo eficientistadonde se constata hoy precisamente la sustitución, subordinación y

casi anulación de este espacio de la ética, de la cultura, incluso de lapolítica, ante el «neutro» imperialismo fáctico de la economía (mate-rialismo vulgar), ante el intocable cálculo contable y los muy exclu-yentes análisis economicistas derivados del «capitalismo científico».Éste se muestra así convertido de hecho en fundamentalismo tecno-crático en cuanto producto de la ideológica imposición iusnaturalistade la lex mercatoria como la verdadera, única y absolutamente justaley natural. Es la doctrina inserta en concepciones como la del crepús-culo de las ideologías, el pensamiento único o el fin de la historia. En

este mundo de estrecho funcionalismo eficientista es donde preferen-temente se sitúan y actúan algunas, no todas, de las hoy tan difundi-das y conservadoras teorías del denominado «análisis económico» (delderecho, de la ética o de la misma política). Son, como digo, teoríastecnocráticas en que lo determinante es maximizar el beneficio y elrendimiento efectivo de los órdenes y poderes establecidos.

Pero, en definitiva, como escenario de fondo está siempre esa amal-gama iusnaturalista y funcionalista en la que coincide y en la que se ge-nera —yo diría que a nivel global— la gran coalición de los «neocons»y de los «teocons». Es decir, desde finales de los años setenta, desdeWojtila, Thatcher y Reagan, la gran comunión (continuada con susposteriores epígonos Ratzinger y Bush) entre fundamentalismo reli-gioso y ultraliberismo económico, ambos de comprobado y arraigadosentido ultraconservador. El primero contra el laicismo civil; el se-gundo contra la socialdemocracia y sus derivaciones; los dos, a suvez, contra las libres consecuentes decisiones de la soberanía popular.

Referido, en concreto, a tal imperio actual de la economía, se pone

de manifiesto, y es sintomático, cómo por de pronto y de modo para-dójico el término «capitalismo» —que identificaba a ese mundo— seha hecho casi ideológicamente evanescente. Tanto para su descripcióny/o crítica como para su ocultación de la realidad, capitalismo es vo-cablo que ha desaparecido casi por completo: ha sido sustituido porel de economía de mercado (otros, sociedad de mercado), tanto enlas conversaciones de la gente común como de los profesionales, y—salvo muy escasas e incluso opuestas excepciones— apenas figuraya en el vocabulario de los científicos sociales o en el de los más o me-

nos poderosos medios de comunicación. Ni siquiera se diferencia pormuchos entre el europeo «capitalismo renano» (más social, con Key-nes como antecesor) y el americano «capitalismo chicago» de Hayek,Friedman y demás. Y si se habla ahí de «socialismo» es casi siemprepara mal: obsoleto, trasnochado, cuando no negador de la libertad.

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Connotaciones que se dan también en algunas manifestaciones post-modernas frente a los grandes relatos y a las fuertes palabras: como

decía bien pero no recuerdo quién, «ya que no podemos cambiar elmundo, cambiemos al menos de conversación» (o de lenguaje). Encualquier caso, con uno u otro lenguaje —y aun admitiendo que capi-talismo y socialismo en un sistema democrático no constituyen esen-cias absolutamente cerradas y aisladas entre sí— lo que se propugnaaquí es que el imperio real de la economía, su fáctica determinaciónactual del «sistema», no se oculte sin embargo ideológicamente ala hora de investigar y diagnosticar los males y problemas de nues-tro mundo, como en los análisis interioristas y/o tecnocráticos con

excesiva frecuencia ocurre hoy. Como bien dice Emilio Lledó, «sinos acostumbramos a ser inconformistas con las palabras acabaremossiendo inconformistas con los hechos».

 Algo tendrán que ver la economía y el propio capitalismo, su ló-gica, sus poderes, sus estructuras y sus funcionamientos, en todo ello.

 Algo tendrá que ver ese parcial «subsistema» con el entero «sistema».Es decir, algo tendrán que ver las cosas producidas, y tan mal redis-tribuidas, con el famoso modo de producción. Pero todo ello no es,desde luego, fruto de la mera ignorancia o maldad humana individual(aunque la codicia y el incontenido afán de apropiación y consumi-ción también cuenten lo suyo), sino, más aún, de la objetiva existenciay presencia en él de unas u otras relaciones de producción, así comode poderosas fuerzas e intereses —legítimos o ilegítimos— que, otravez para bien y/o para mal, es imprescindible analizar en relación consus implicaciones sociales, políticas y éticas.

En definitiva, de lo que se trata es de que la soberanía (oligárqui-ca) del mercado no sustituya o anule a la soberanía (democrática) del

Estado: es decir, del Estado social y democrático de Derecho que sepropone asegurar el imperio de la ley como expresión de la voluntadpopular. La libertad económica —hay siempre que recordar a los ac-tuales liberistas y «neocons»— también tiene límites, toda libertad lostiene, y esos límites los marca el interés general representado por lavoluntad popular de ese modo actualmente institucionalizada. El mer-cado, supuestamente libre, pretende funcionar en un mundo anómico,no regulado, sin reglas, sin normas, salvo las suyas propias autodes-tructivas: casi pues sin Derecho, sin Estado y sin Estado de Derecho.

También, por lo demás, la supuesta o real eficiencia económica tie-ne que justificarse éticamente, así como en filosofía jurídica y políticase hace con una u otra legitimación social y con la misma legalidadpositiva. Todas ellas, para su propia estable y eficaz subsistencia, acabanpor tener que pasar por la prueba de su confrontación desde exigencias

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de racional legitimidad y, en definitiva, desde una teoría crítica de la jus-ticia. Las dictaduras tampoco son eternas: se puede —lo hemos oído mil

veces— engañar, corromper o atemorizar a todos durante algún tiempoo a algunos durante todo el tiempo, pero no a todos durante todo eltiempo. Más pronto que tarde ningún poder ni situación fáctica se librade esa rendición de cuentas, si es posible y legal ante la jurisdicción y,en todo caso, ante el juicio de la historia, no de los dioses sino de lapública y ética razón. Y quizás más que nadie —por coherencia inter-na— responden a ello los poderes institucionales y sociales que operanen el marco de una abierta sociedad democrática, con libertad de ex-presión, de crítica y de control en el sistema de legalidad propio del Es-

tado de Derecho. Esto es precisamente lo que, como no podía por me-nos de ser, establece y hace posible nuestra democrática Constitución.El poderoso adversario de todo ello, tanto a escala global como

local, viene siendo en los últimos tiempos esa —reitero aquí— quepodemos designar como gran coalición y conjunción, más o menosformal (o informal), entre el fundamentalismo tecnocrático, econo-micista, de los «neocons» y el fundamentalismo teocrático, religioso,de los «teocons». Poderosa coalición y confluencia que, desde hace yaalgún tiempo, se manifiesta y actúa como reacción muy conservadoracontra las principales exigencias y propuestas identificatorias del lai-cismo civil y de las políticas de progreso: es decir, institucionalmentefrente al Estado democrático de Derecho.

Pero «fundamentalismo» —conviene precisar los términos— noes doctrina que deba aplicarse sin más a quienes con toda legitimidadbuscan, proponen y debaten los fundamentos (racionales y/o empí-ricos) del conocimiento, de la realidad: toda filosofía, toda ciencia,en mayor o menor medida, lo hace y debe hacerlo. Ese término o el

de «fundamentalistas» suelen evocar en el pasado y también hoy, pa-labras y doctrinas que tienden a situarse como cercanas a posicionesdeterminadas por un carácter de ortodoxa infabilidad, de absolutaverdad, actitudes de un cierto (elevado) sentido dogmático, acrítico.La respuesta a los (nuevos) fundamentalismos al igual que a todoslos (viejos) dogmatismos no es, en modo alguno, el relativismo sinoprecisamente el pensamiento crítico y autocrítico. Y ello tanto en unacomo en otra dirección: el marxismo tuvo así sus (muchos) nefastosfundamentalistas pero, en el complejo mundo actual, también hay

quienes alertan hoy sobre los riesgos de algún fundamentalismo de-mocrático asimismo criticable y criticado18.

18. Entre tantos otros escritos, remito para sus implicaciones en filosofía al artí-culo de Javier Sádaba, «Crítica general al fundamentalismo»: Agora. Papeles de Filo-

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Susan George, en su aquí ya citado libro  El pensamiento secues-trado, muy útil para estos temas, ha vuelto a recordar dichos oríge-

nes del término «fundamentalismo», en esos primeros tiempos delsiglo XX, en tales ambientes de las confesiones evangélicas: «La lentay gradual llegada a una audiencia masiva de las críticas especializadasde la Biblia, más la influencia de las teorías darwinianas, estaban ero-sionando —dice— la creencia en la Biblia como documento literal.Los cléricos conservadores —señala aquélla— reaccionaron enérgica-mente, publicando y difundiendo ampliamente una serie de folletostitulados Los fundamentos: un testimonio de la verdad . En 1920 unperiodista baptista llamado Curtis Lee Laws acuñó la palabra ‘funda-

mentalista’, que definía a cualquier persona dispuesta a salir a lucharpor estos fundamentos bíblicos. La palabra prendió y ahora —concluyeSusan George— se aplica a cualquier persona que tome los textos sa-grados literalmente, sea cual sea su religión o ideología». Puede, porconsiguiente, haber fundamentalismos, es decir, lecturas simples, alpie de la letra, de los textos sagrados de diferentes religiones o de losasí considerados, como sacrales, por exegetas y escoliastas fanáticospertenecientes a unas u otras sectas, filosofías o ideologías20.

De la crítica a algunos de esos desafíos conservadores y reaccio-narios hecha justamente desde su oponente, el pensamiento democrá-tico, es de lo que —referido de manera especial a nuestro país— mehe venido ocupando en estas páginas. He destacado, así, sus raíces enla mejor Ilustración, corregidas y fortalecidas después (siglos XIX  yXX) sus exigencias de libertad crítica, de pensamiento y participaciónpolítica y social, de tolerancia, pluralismo, igualdad, dignidad hu-

20. No me resisto a evocar aquí el triste paralelismo —más de un siglo después—

de este fundamentalismo creacionista en la Norteamérica actual con la represión uni-versitaria integrista contra los krausistas en la España de 1875 (reenlazo así este ca-pítulo final con el capítulo inicial). Junto a Francisco Giner de los Ríos, Gumersindode Azcárate, Nicolás Salmerón y otros más, los primeros expulsados entonces de suspuestos docentes fueron Augusto González Linares, profesor de Historia Natural, yLaureano Calderón, de Farmacia Químico-Orgánica, ambos evolucionistas y estudio-sos de Darwin. Andando el tiempo, Julio Caro Baroja señalaba que «el miedo al mono»por gran parte de la España oficial y eclesial había sido una de las determinantes (sin)razones que había impulsado a tal represión al marqués de Orovio, ministro de Fo-mento del Gobierno de Cánovas del Castillo en los inicios mismos de la Restauración.Una estudiante americana de alguno de mis cursos (1969-1970) en la Universidad de

Pittsburgh (Pennsylvania) había entendido, y así lo escribía, marqués de Oprobio y,echándole fantasía a la etimología, deducía que de tal título aristocrático derivaba enespañol esa palabra como sinónimo de ignominia. Hoy, para un riguroso estudio defondo, tenemos, entre otros, el importante volumen Charles Darwin, doscientos añosdespués, precisamente en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza (con Introduc-ción de José Manuel Sánchez Ron) 70-71 (2008).

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mana, separación entre política y religión, laicismo en las relacionesIglesia-Estado, etc. En relación con todo ello, quizás hoy sea preciso

tener también en cuenta una diferencia significativa que señalar en elinterior mismo de esa común ideología conservadora: mientras to-dos los denominados «neocons» son neoliberales (en economía consoberanía del mercado), no todos los neoliberales son estrictamenteneoconservadores. La diferencia se marcaría de manera muy especialen lo que en los Estados Unidos se denominan —tomo la expresiónde Susan George— «políticas del cuerpo»: es decir, más permisivos losneoliberales, en todo lo referente a las actitudes sobre la homosexuali-dad, el aborto, la eutanasia, la bioética, el racismo, el feminismo, etc.

 Ante (contra) tales cuestiones los denominados «neocons» tienden acoincidir más bien con la tajante oposición de los fideístas «teocons».Éstos, a su vez, ponen toda su fuerza en las, diríamos, «políticas delalma», es decir, en el control de la enseñanza obligatoria de la religión(en los centros públicos y, en España, en los «centros concertados»). Y,por añadidura, en las políticas de financiación estatal a las Iglesias21.Pero ante la soberanía del Estado democrático esas diferencias se sal-van y todos ellos vuelven a coaligarse intentando reducir aquélla a losintocables límites —mercado vulgar o texto sagrado— de una u otra«ley natural», supuestamente teológica y/o científica-economicista.

Puede muy bien señalarse que tales políticas se vinculan al domi-nio de la que un tanto impudicamente se llamó «revolución conser-vadora», la cual tuvo su último arranque con la llegada al poder, enel tránsito de los años setenta y ochenta, de esos fuertes caracteres ygrandes comunicadores que fueron Karol Wojtila (1978), MargaretThatcher (1979) y Ronald Reagan (1980). Con ellos se restaurarony expandieron, con apariencias de modernidad, los presupuestos del

dual y actual fundamentalismo teocrático y tecnocrático derivado detiempos anteriores22.

21. Véase en relación con estas y otras conexas cuestiones, el excelente trabajode Alfonso Ruiz Miguel, «Laicidad, laicismo, relativismo y democracia»: Sistema 199(2007).

22. La obra, de varios autores, Reagan the Man, the President, aparecida y tra-ducida en ese mismo 1980, llevaba aquí como título  Ronald Reagan, ¿una revoluciónconservadora?, Planeta, Barcelona. En la «Introducción. Una oportunidad histórica»hablaba Hedrick Smith de «la oportunidad de llevar a cabo una revolución política. O,

dicho con mayor exactitud —precisaba—, una contrarrevolución, una reforma políticaconservadora que se propone modelar de nuevo la función del gobierno en la vidanorteamericana y quizás modificar el paisaje político nacional para el resto del siglo.Ronald W. Reagan —leemos allí— es un cruzado, es el primer conservador que se pro-clama públicamente tal y que llega a la Casa Blanca, desde que Herbert Hoover perdiólas elecciones ante Franklin D. Roosevelt en 1932. Roosevelt inició una revolución de

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Hay sin duda diferencias entre ambos movimientos, diferenciasobjetivas e incluso subjetivas, o sea, de talante personal. Sobre éstas

se ironiza con frecuencia señalando que el fundamentalista teocráticosuele ser más rígido, más lúgubre y tétrico; el tecnocrático en cambiose muestra siempre más alegre, irónico y desenfadado (cínico, señala-rán sus adversarios). Pero también, a ese nivel, son frecuentes los in-tercambios: religiosos felices y confiados ante las expectativas futurasdel negocio de la salvación y economistas angustiados ante los riesgosy problemas cercanos de su propio negocio financiero o empresarial.Sin embargo, más allá de las diferencias objetivas y de éstas y otras decarácter psicologista, es —creo— mucho más consistente lo que une y

vincula a ambos fundamentalismos en el mundo actual.De manera principal, para la perspectiva considerada aquí, lo es sucontumaz rechazo del Estado, en especial su recelo y aversión a las in-tervenciones del Estado democrático. Es bien conocido que no pocosneoconservadores, liberales sólo en economía (los llamados liberistas),para nada le han hecho ascos —así en la España franquista— a su co-laboración con Estados dictatoriales. En cambio, esos recelos creceny se manifiestan con mayor insistencia en el día a día y en las grandesteorías ante la presencia activa y las decisiones de las instituciones pú-blicas de representación popular, es decir, ante los Estados de mayorcontenido y formato democrático. El mercado es en esas posicionesla gran panacea contra tal maldad estatal; y es él, por tanto, quiendebe restringir, debilitar o incluso suprimir —Estado mínimo— tal in-tervencionismo. El Estado sólo debe intervenir, según ello, en la con-servación y custodia vigilante del orden público (económico y demás)establecido precisamente desde su no intervención. La regla de oro—demagogia de los hechos— es, ya se sabe, la privatización de los

beneficios y la socialización de las pérdidas.Con aún mayor claridad y rotundidad se alecciona por parte delas Iglesias y en esos mismos términos discriminatorios contra las in-tervenciones del Estado democrático. Aquí no es necesariamente elomnipotente mercado quien subordina y debe subordinar al Estadodemocrático, sino la doctrina de la jerarquía eclesiástica que se definecomo encarnación de la ley eterna y de la misma ley natural. Pero talconjunción fundamentalista se dobla y refuerza, como con frecuencia

protagonismo gubernamental y de dominio democrático que ha durado casi cincuentaaños. Ahora ha aparecido otro reformador que predica el evangelio de que el gobiernono es la solución sino que forma parte del problema total»... Nada de extraño que, contoda razón, ahora, en 2008, Paul Krugman señale y critique a Bush como jefe de ungobierno para el cual todo lo privado es bueno y todo lo público es malo.

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ocurre por ambos bandos hoy (entre nosotros el precedente fue un muyconocido banquero beatísimo del Opus Dei, Rafael Termes), cuando la

lex mercatoria se identifica sin más con la ley natural. Se predica en-tonces —con el suficiente grado de ocultación y/o confusión— que elorden natural, definido como el orden eficaz, consiste exclusivamenteen dejar hacer, dejar pasar y en no intervenir desde instancias públicasy sociales aunque aleguen hacerlo en defensa del interés general y, portanto, de los intereses individuales de todos y, en especial, de aquellosque no tienen mejor y más eficaz defensa.

En cualquier caso, y con carácter mucho más general, la jerarquía,el poder eclesiástico, se autoproclama como supremo y dogmático cen-

sor, incluso querría ser soberano decididor, sobre aquello que, segúnella, el Estado no puede hacer, de aquello de lo que el Parlamento nopuede hablar ni de ese modo legislar. Tales legítimas intervencionesdel Estado se convierten sin más para ella en ilegítimas intromisiones.Negación, por tanto, de cualquier atisbo y posibilidad de pensamien-to y praxis consecuente con un moderno laicismo. Hay, desde luego,cuestiones de más fondo filosófico en relación con la imposición dediferentes límites externos (el riesgo es siempre el iusnaturalismo)o con la más creadora propuesta de categorías coherentes respectode esa institucional intervención sobre la base de la autonomía moralpersonal. Sobre ello no tengo más remedio que remitir aquí y ahoraa lo dicho (realismo y racionalismo crítico) en otros escritos míos—varios de ellos mencionados en estas páginas— y por supuesto quea los más relevantes filósofos de la ética, la política y el derecho detodos los tiempos.

Desde estas bases hablo aquí del fundamentalismo como actitudteórico-práctica propensa o, incluso, esencialmente ínsita en un más

genérico dogmatismo metodológico y epistemológico. Es decir, comodefinidora acrítica de una única y verdadera ortodoxia: bien sea fun-dada en el fideísmo religioso (fundamentalismo teocrático), bien, enlos tiempos actuales, producida desde instancias económicas con pre-tensiones ideológicas cientificistas (fundamentalismo tecnocrático).Según una u otra, la ley civil no puede, por razones obvias (orden delos grandes poderes económicos), alterar para nada los dictados delmercado; ni puede la ley civil legislar en lo no permitido por talconcepción religiosa y moral (eterna y natural). En ambos casos, con

diferencias objetivas y subjetivas entre una y otra, como ya señalé, elresultado es la subordinación del Estado democrático (de la soberaníapopular) a las absolutas necesidades de la determinación económica(soberanía del mercado) y a las, aún casi más absolutas, imposicionesde la potestad eclesial.

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En esa vía para el menoscabo y la fáctica postergación de laslibres decisiones colectivas, en el fondo, para el cuestionamiento de

la misma autonomía moral, es decir, para la ilegítima reducción de laigualdad, la libertad y el Estado democrático, es donde radicaría a mijuicio el interesado lugar de encuentro para esa conjunción teórica ycoalición política constatable hoy entre los nuevos «neocons» y losviejos «teocons»: entre el fundamentalismo tecnocrático supuesta-mente moderno y el fundamentalismo teocrático realmente medie-val. No resultaría nada difícil señalar así ejemplos empíricos de esasconfluencias y connivencias, con traspasos mutuos entre ambos segúnlas concretas cuestiones y las circunstancias. Y ello a escala mundial.

 Así, la poderosa influencia de los equipos en cuestiones económicasy militares de la Administración Bush y el eterno retorno de los bíbli-cos creacionistas contra el evolucionismo a los que tendrá que hacerfrente el nuevo presidente Obama. Pero también en el contexto espa-ñol con una Conferencia Episcopal dirigida por el cardenal «teocons»Rouco Varela, hombre de toda confianza de Joseph Ratzinger. Desdeahí, me refiero aquí, claro está, a las cesiones, silencios y adhesionesde ciertos sectores académicos y profesionales supuestamente libera-les (juristas, sociólogos, economistas, etc.) ante la ofensiva premoder-na de las jerarquías católicas españolas contra el entorno intelectualy político favorable a medidas más permisivas y de reconocimientolegal: así, por ejemplo, en relación con el aborto, la eutanasia, losderechos de los homosexuales, ante ciertos avances de la medicinay la biología genética actual o, en otro orden de cosas —importantepor lo que socialmente implica—, la durísima ofensiva contra la Leyde Educación para la Ciudadanía. La fundamentalista coalición con-servadora funciona en el interés, teológico y económico, común a las

dos partes frente a las propuestas de laicidad e igualdad en libertadexigibles en el Estado democrático23.

23. Ante la actual indiscriminada avalancha de publicaciones sobre dioses y reli-giones, así como sobre las ilegítimas intromisiones de éstas en la autonomía de la con-ciencia individual y en la soberanía democrática como libre expresión de la voluntadpopular, siempre resultará conveniente volver al ya citado escrito de E. Tierno Galván,¿Qué es ser agnóstico?, Madrid, Tecnos, 1975; así como después al sugerente libro deEsperanza Guisán, Ética sin religión, Alianza, Madrid, 1993. Entre la bibliografía másreciente y atendiendo con acierto a las implicaciones socioeconómicas y teológicas,

globales y nacionales, del hecho religioso, tenemos la obra de Antonio García Santes-mases, Laicismo, agnosticismo y fundamentalismo, Biblioteca Nueva, Madrid, 2007.Propiciando aquí difíciles entendimientos, Rafael Díaz-Salazar,  Democracia laica yreligión pública, Taurus, Madrid, 2007. Para nuestra legislación en biomedicina, Hec-tor C. Silveira Gorski (ed.), El Derecho ante la biotecnología, Universitat de Lleida eIcaria Editorial, 2008. Y para esa última polémica cuestión, entre otras de muy diversa

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 A pesar de todas estas críticas y de los —a mi juicio— justificadosreproches al fundamentalismo o a otras posiciones con las que man-

tengo grandes discrepancias, reitero aquí, para concluir, que la pers-pectiva y propuesta de este libro mío (y de todos los demás) aspiraa ser la expresada por Norberto Bobbio —recuérdese— en el modelodel intelectual mediador, dialogante, aunque no por ello neutro niequidistante, suelo añadir yo. Propuesta, pues, incluyente, incluso delos excluyentes, también esto a escala colectiva y para nuestro país:siempre, claro está, con los límites —doctor en Derecho, uno al fin—del Código penal, admitidas, por supuesto, las posibles críticas parasu hipotética modificación (Filosofía jurídico-política). Creo, además,

que por fortuna (y por virtù!) de tantos y tantos, y con apoyo en labuena tradición ilustrada (heterodoxa), así como en la mejor culturay política de la España del siglo XX, todo esto encuentra hoy fuerte yválido basamento en la más consecuente ética democrática y, desdeahí, en nuestra actual democrática Constitución.

calidad y orientación, destacaría la de Gregorio Peces-Barba con la colaboración deEusebio Fernández, Rafael de Asís y Francisco Javier Ansuátegui,  Educación para laciudadanía y derechos humanos, Espasa, Madrid, 2007.

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ÍNDICE DE NOMBRES*

* Mi gratitud a Miguel Díaz Villar por su ayuda en la cuidadosa preparación deeste Índice y en otras organizaciones de mi archivo. Y, como siempre, a María Eugenia Aguilella por su infinita paciencia e imprescindible colaboración en la revisión conti-nua y en la traslación final de mis papeles a su mágico y tecnológico ordenador.

 Abbagnano, Nicola: 211 Abellán, José Luis: 9, 16, 22, 24,

50, 147, 159, 173s. Achúcarro, Nicolás: 23 Águila, Rafael del: 124 Aguilar, Mercedes: 102 Aguiló, Josep: 230 Aguirre, Jesús: 172, 187

 Ahrens, Heinrich: 26, 41 Aja, Eliseo: 232 Alarcón Cabrera, Gilmer: 13 Alas, Leopoldo: 22s., 32, 44, 56 Albareda, José María: 57 Alberti, Rafael: 50 Allende, Salvador: 86 Allué Salvador, Miguel: 53, 61, 74 Almoguera, Joaquín: 97 Alonso de los Ríos, César: 117 Altamira, Rafael: 22, 50 Altares, Pedro: 107 Álvarez, José Francisco: 245 Álvarez, Silvina: 215 Álvarez Buylla, Adolfo: 23, 44 Álvarez Junco, José: 9 Álvarez Lázaro, Pedro: 42 Álvarez Sierra, José: 68 Amato, Giuliano: 216 Anderson, Perry: 213s. Andrés Ibáñez, Perfecto: 215

 Andrino, Manuel: 26, 127

 Andújar, Manuel: 50 Angulo Sánchez, Nicolás: 227 Ansuátegui, Francisco Javier: 15,

256 Aranguren, José Luis L.: 10, 11,

38, 114, 118, 157, 165-194,195ss., 199, 203-206, 211, 223

 Araquistáin, Luis: 15, 48, 50,

133s., 147 Aristóteles: 99, 101, 172 Aron, Raymond: 100, 208 Arteta, Aurelio: 244 Artigas, Miguel: 53 Asís, Rafael de: 15, 97, 256 Atienza, Manuel: 97, 230 Aub, Max: 50 Aubert, Paul: 9 Aubert, Théodore: 79 Ausín Díez, Txetxu: 195 Ayala, Francisco: 50 Azaña, Manuel: 17, 24, 50, 107, 134 Azcárate, Gumersindo de: 22s., 29,

35s., 38ss., 44s., 134 Azcárate, Pablo de: 26, 50 Aznar, Manuel: 18 Azorín (José Martínez Ruiz): 23,

25, 75, 202, 257

Bacon, Francis: 124

Ballestero, Manuel: 157

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Í N D I C E D E N O M B R E S

Fernández, Eusebio: 13, 15, 96s.,102, 255

Fernández de Castillejo, José Luis:

127Fernández de Castro, Ignacio: 118Fernández-Crehuet, Federico: 140Fernández-Llebrez, Fernando: 243Fernández-Miranda, Alfonso: 95Fernández-Miranda, Pilar: 95Fernández Miranda, Torcuato: 95Fernández de la Mora, Gonzalo:

25, 129ss.Fernández Santos, Francisco: 157Ferrajoli, Luigi: 243Ferrater Mora, José: 24, 29s., 33,

50, 250Fichte, Johann Gottlieb: 20, 32, 37Folguera, Pilar: 78Fourier, Charles: 37Fraga Iribarne, Manuel: 177France, Anatole: 204Franco, Francisco: 10, 57, 70, 79,

82, 86, 90, 94, 106, 118, 129,138, 140, 145, 148s., 157,173, 177, 202

Freud, Sigmund: 23Friedman, Milton: 235, 247Fusi, Juan Pablo: 9, 202, 204

Gallego Díaz, Juan: 50Gaos, José: 50Garcés, Joan E.: 226García Alcalá, Juan Antonio: 118García Bacca, Juan David: 50, 157García Calvo, Agustín: 179, 186

García Camarero, Enrique: 34García Camarero, Ernesto: 34García Delgado, José Luis: 11, 202García de Enterría, Eduardo: 230García Inda, Andrés: 243García Lorca, Federico: 23, 70, 75García Lorca, Francisco: 50García Manrique, Ricardo: 102García Morente, Manuel: 22García Ortega, Lucio: 172García San Miguel, Luis: 98, 102,

174García Santesmases, Antonio: 103,114, 137, 166, 185s., 190,194, 244, 255

García-Velasco, José: 24, 31, 107Garrigues, Joaquín: 62

Garzaro, Rafael: 121Garzón Valdés, Ernesto: 236s.Geiger, Theodor: 205

George, Susan: 235, 251s.Gil Cremades, Juan José: 40, 42Gimbernat, José Antonio: 86, 108,

178, 226Giménez Fernández, Manuel: 118,

124Giner, Salvador: 9, 140, 157Giner de los Ríos, Francisco: 11,

16ss., 20, 22, 24ss., 28, 31,34s., 40ss., 48, 58, 66s., 69,108, 134, 202, 251

Girbau, Vicente: 130, 137Glotz, Peter: 215Goldmann, Lucien: 230Gómez Caffarena, José: 86, 108Gómez Llorente, Luis: 148Gómez Moreno, Manuel: 23Gómez Navarro, Alicia: 31Gómez Rufo, Antonio: 161González, Felipe: 10, 148González-Balado, José Luis: 91, 94González Bueno, Francisco: 90s.González Cuevas, Pedro: 9González Palencia, Ángel: 53, 57,

59s.González Trevijano, Pedro: 230González Vicén, Felipe: 10Goytisolo, Juan: 236Gracia, Francisco: 172Gracia, Jordi: 9, 103, 196Granados, Mariano: 50, 147Grau, Jacinto: 50

Gregorio Rocasolano, Antonio de:53, 57, 61, 63Greppi, Andrea: 240Guallart, José: 53, 64, 75Guerra, Alfonso: 48, 148, 232s.Guillén, Jorge: 24, 50Guisán, Esperanza: 255Gurméndez, Carlos: 37, 179Gutiérrez Ravé, José: 68Guy, Alain: 9

Habermas, Jürgen: 93, 96, 175Hayek, Friedrich August von: 235,247

Hegel, Georg Wilhem Friedrich:16s., 20s., 28, 32s., 37s., 103,135, 182

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D E L A I N S T I T U C I Ó N A L A C O N S T I T U C I Ó N

Hermida del Llano, Cristina: 173Hernán de Castilla: 52, 66Herrero, Javier: 19

Herrero de Miñón, Miguel: 228,230Hespanha, Antonio Manuel: 140Hierro, Liborio: 13, 97, 99, 174Hispán Iglesias de Ussel, Pablo: 106Hitler, Adolf: 79, 90Hoover, Herbert: 252Hume, David: 204, 206

Iglesias, Pablo: 45, 48Imaz, Eugenio: 50Inman Fox, Eduard: 9Isart, Federico: 149

 Jáuregui, Gurutz: 226, 243 Jesús de Nazaret: 77 Jiménez, Juan Carlos: 202 Jiménez, Juan Ramón: 22s., 50 Jiménez de Asúa, Luis: 15, 50, 147 Jiménez Fraud, Alberto: 22s., 50,

72, 107 Jiménez García, Antonio: 24, 26 Jiménez-Landi, Antonio: 22, 50 Jiménez-Landi Usunariz, Teresa: 22 Jiménez Moreno, Luis: 155 Joachim, Hans: 135 Jobit, Pierre: 25s., 28 Juan XXIII: 104, 107 Juan, Ángel de: 127, 135 Juan Asenjo, Óscar de: 233 Juan de la Cruz: 176, 178 Juliá, Santos: 9, 103, 137, 178, 202

Kallscheuer, Otto: 215Kant, Emmanuel: 17, 19ss., 31s.,

41, 168s., 174, 180, 182, 199,204, 245

Kelsen, Hans: 220, 250Kent, Victoria: 78, 116Keynes, John Maynard: 247Koniecki, Dieter: 21, 194Krause, Karl C. F.: 16s., 20s., 25,

28-33, 36-43, 49

Kristol, Irving: 235Krugman, Paul: 253Kruschev, Nikita: 135

Lafora, Gonzalo: 23Laín Entralgo, Pedro: 118, 160, 178

Lamo de Espinosa, Emilio: 82, 97,108

Landau, Peter: 43

Laporta, Francisco J.: 13, 22, 24,51, 61, 66, 82, 97, 108, 194,215, 220, 230

Ledesma Ramos, Ramiro: 134Lee Laws, Curtis: 251Le Goff, Jacques: 204Leguina, Joaquín: 192Lenin (Ilich Ulianov, Vladimir): 67Linares González, Augusto: 251Linz, Juan José: 194Lissorgues, Yvan: 24Lledó, Emilio: 248Llopis, Rodolfo: 43, 45, 48, 50,

147López-Aranguren, Eduardo: 172,

185López-Aranguren, Felipe: 185López Guerra, Luis: 148López Ibor, José: 53López Morillas, Juan: 22, 24, 28,

50López Pina, Antonio: 9Lozoya, marqués de (Juan de Con-

treras): 53, 58, 69Lucas, Javier de: 117, 213, 237Lucas Verdú, Pablo: 127, 149Lukács, Georg: 135Lunz, Peter: 135Luzuriaga, Lorenzo: 22

Machado, Antonio: 22s., 75Machado, Manuel: 23

Madariaga, Benito: 53Madariaga, Salvador de: 24, 68Madinaveitia Tabuyo, Antonio: 23Maeztu, María de: 23Maeztu, Ramiro de: 23, 133Mainer, José Carlos: 9, 15, 23, 58Malo Guillén, José Luis: 44Manrique de Lara, José Gerardo:

160Manteiga, José: 172Maquiavelo, Nicolás: 123s.

Marañón, Gregorio: 24, 34, 62Maravall Casesnoves, José Anto-nio: 178

Marco, José María: 18Marcuello Servos, Carmen: 243Marías, Javier: 178

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Í N D I C E D E N O M B R E S

Marías, Julián: 180Marichal, Juan: 9, 15, 23, 31, 118,

120, 123ss., 130s.

Martín-Sánchez Juliá, Fernando:53, 56s., 60, 63, 65, 67, 69ss.,74

Martín Santos, Luis: 137Martínez Jurico, María José: 201Martínez Ruiz, José (v. Azorín)Marx, Karl: 67, 103, 135, 156,

158, 208Masson de Morvilliers, Nicolas: 34Mate, Reyes: 19, 166, 179, 192, 237Medina, Manuel: 127Medina Echavarría, José: 50Menéndez Pelayo, Marcelino: 38,

53, 56, 71Menéndez Pidal, Ramón: 23, 107Menéndez Reigada, Albino: 73Mermall, Thomas: 9, 124, 131,

153, 157Mesa, Roberto: 97Miguel, Amando de: 66Mill, John Stuart: 100, 199, 245Miral, Domingo: 53, 68Miret Magdalena, Enrique: 73Mises, Ludwig von: 235Molina Navarrete, Cristóbal: 233Monereo Pérez, José Luis: 36, 233Montero, Eloy: 65Montero, Isaac: 147Montero Díaz, Santiago: 178Montesinos, José F.: 50Moradiellos, Enrique: 68Moral Sandoval, Enrique: 160

Morán, Fernando: 127, 150Morán, Gregorio: 137Moreno Luzón, Javier: 9Moreno Vida, María Nieves: 233Morodo, Raúl: 102, 117-122,

124s., 127, 129ss., 133s., 136s.,144-148, 153, 160-163

Muguerza, Javier: 97, 157, 166,169, 172, 174-177, 179, 187s.,203s., 245

Mújica, Enrique: 148

Muñoz Molina, Antonio: 210Muñoz Soro, Javier: 86Mussolini, Benito: 79, 90

Narváez, Ramón María: 34Nash, George H.: 235

Navarro, Vincenç: 226Navarro Tomás, Tomás: 23Navarro Zamorano, Ruperto: 26, 41

Negrín, Juan: 50, 68Nicol, Eduardo: 50Nietzsche, Friedrich: 182Niewöhner, Friedrich: 19Novais, José Antonio: 147Novella Suárez, Jorge: 9, 20, 117,

122Núñez Encabo, Manuel: 82, 97, 108

Obama, Barack Hussein: 255Ochoa, Severo: 50, 61Ocone, Corrado: 216O’Donnell, Leopoldo: 34Ollero, Carlos: 119Onís, Federico de: 23, 50Ontañón, Elvira: 31Orovio, marqués de: 251Ortega, Luis: 232Ortega y Gasset, José: 10, 20, 22,

23Ortí Benlloch, Alfonso: 134Ortuño, Manuel: 147, 160Ouimette, Victor: 9Ovejero, Félix: 244

Palacios Romeo, Francisco J.: 226Paniker, Salvador: 84, 88Páramo, Juan Ramón de: 97París, Carlos: 24, 118, 139Pascal, Blaise: 203Peces-Barba, Gregorio: 15, 82, 85,

96ss., 108, 174, 206, 212, 219,

228, 230, 234Pecourt, Juan: 149Peña, Javier: 244Pereda, Araceli: 160Pérez de Ayala, Ramón: 23Pérez Díaz, Víctor: 227Pérez-Embid, Florentino: 24Pérez Galán, Mariano: 53, 64Pérez Galdós, Benito: 23Pérez Gutiérrez, Francisco: 53Pérez Luño, Antonio-Enrique: 240

Pérez Prendes, José Manuel: 42Pérez-Villanueva Tovar, Isabel: 24Pemartín, José: 64Phelan, Anthony: 204Piernas Hurtado, José Manuel: 44Pinochet, Augusto: 90

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D E L A I N S T I T U C I Ó N A L A C O N S T I T U C I Ó N

Pinto Cañón, Ramiro: 226Pi Sunyer, Augusto: 50Pittaluga, Gustavo: 50

Platón: 77, 106Posada, Adolfo: 22s., 27ss., 108Prados, Emilio: 23, 50Prandstraller, Gian Paolo: 208Preston, Paul: 9, 79, 140Prieto, Indalecio: 50Prieto, Luis: 97Primo de Rivera, José Antonio: 134Primo de Rivera, Miguel: 177Proudhon, Pierre-Joseph: 27, 37Proust, Marcel: 204

Querol, Francisco: 42s.

Ramírez, Manuel: 226Ramiro, Miguel Ángel: 219Ramón y Cajal, Santiago: 23Ramos Oliveira, Antonio: 50Rapin, padre: 124Rasilla, Luis de la: 226Ratzinger, Joseph: 247, 255Ravel, Joseph Maurice: 23Raventós, Daniel: 226Rawls, John: 175Reagan, Ronald: 96, 223, 228,

247, 252Recalde, José Ramón: 118Recasens Siches, Luis: 50Redondo Urbieta, Nicolás: 148Resta, Eligio: 243Reventós, Joan: 137Rey Pastor, Julio: 34, 50

Riba, Carlos: 52s., 60, 63, 66, 71,78Ribas, Pedro: 9Ridruejo, Dionisio: 57, 103, 113,

118, 178Río, Ángel del: 50Ríos, Fernando de los: 10, 17s., 20,

22, 30, 45, 50, 62, 67s., 82,100, 108, 134, 179, 245

Ríos, Laura de los: 24, 49, 78Rivaya, Benjamín: 102

Roberts, Stephen G. H.: 201Roces, Wenceslao: 103Rodríguez, Alfredo: 117Rodríguez Abascal, Luis: 244Rodríguez Aramayo, Roberto: 195,

245

Rodríguez Ibáñez, José Enrique: 185Rodríguez Ibáñez, María Jesús: 185Rodríguez de Lecea, Teresa: 21s.,

24, 86, 96, 108Rodríguez Prieto, Rafael: 42Rodríguez Puértolas, Julio: 147Roosevelt, Franklin Delano: 252Rouco Varela, Antonio María: 255Rousseau, Jean-Jacques: 75Rovira, Antoni: 159Rowling, J. K.: 93Ruano, Enrique: 158Rubial, Ramón: 148Rubio, María Amalia: 148Rubio Llorente, Francisco: 100Ruiz Funes, Mariano: 50Ruiz-Giménez, Joaquín: 10, 81-112,

118, 172, 178, 196, 199, 204Ruiz Manero, Juan: 97, 230Ruiz Miguel, Alfonso: 13, 22, 24,

61, 97, 212, 244, 252Ruiz Sanz, Mario: 117Russell, Bertrand: 23

Saborit, Andrés: 50Sacristán, Manuel: 23, 118, 157Sádaba, Javier: 249Sainz Rodríguez, Pedro: 63s.Sales y Ferré, Manuel: 22, 108Salinas, Pedro: 24, 50Salmerón, Nicolás: 22, 251Sánchez Albornoz, Claudio: 23,

50, 61Sánchez-Blanco, Francisco: 19Sánchez Cantón, Francisco Javier:

23Sánchez Mazas, Miguel: 118, 137,139

Sánchez Montero, Simón: 137Sánchez Reyes, Enrique: 53Sánchez Ron, José Manuel: 50, 251Sánchez Vázquez, Adolfo: 50, 157Sancho Izquierdo, Miguel: 53, 58,

62Santamaría Ibeas, José Javier: 230Sanz del Río, Julián: 16s., 21, 25s.,

28s., 32, 34ss., 38-41, 44s., 70,79, 108Saña, Heleno: 147Saoner, Alberto: 129Sartorius, Nicolás: 137Sartre, Jean-Paul: 191

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Í N D I C E D E N O M B R E S

Sauquillo, Julián: 134Savater, Fernando: 227Schelling, Friedrich W. J.: 20, 32

Sebastián Carazo, Luis de: 194Seco Martínez, José María: 42Seidel, Johannes: 32S l A t i 23

Treves, Renato: 201Truyol Serra, Antonio: 42, 135Tuñón de Lara, Manuel: 9s., 22,

34, 50Tusell, Javier: 9

U b l F i 160