De La Mesa del comedor a a Basílica y la Catedral

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Historias bíblicas de ayer que se repiten hoy

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Lo que va de ayer a hoy… La peor crisis es… no tener crisis

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Lo que va de ayer a hoy

Historias bíblicas de ayer

que se repiten hoy

de La mesa del

comedor a la

basílica y LA

catedral

AYER

Aquellos de ustedes que hayan ido algún vez a misa o

hayan leído Algo de la Biblia tal vez recuerden una

frase que se dice de Jesús: “Tú eres sacerdote eterno

según el rito de Melquisedec” (rey de Salem, o sea rey

de paz). Eso se lee en los salmos y en la carta a los

hebreos, pero la historia empieza con guerras, así:

(Génesis4,14…): Cuando oyó Abrán que su hermano

había caído prisionero, reunió a los esclavos nacidos en

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su casa, trescientos dieciocho, y salió en su

persecución hasta Dan; cayó sobre ellos de noche; él

con su tropa los derrotó y los persiguió hasta Joba, al

norte de Damasco. Recuperó todas las posesiones,

también recuperó a Lot su hermano con sus

posesiones, las mujeres y su gente. Cuando Abrán

volvía vencedor de Codorlahomer y sus reyes aliados,

el rey de Sodoma salió a su encuentro en Valsavé —el

valle del Rey—.

Melquisedec, rey

de Salén, sacerdote

de Dios Altísimo,

trajo pan y vino, y le

bendijo diciendo:

Bendito sea Abrán

por el Dios Altísimo,

creador de cielo y

tierra; bendito sea

el Dios Altísimo, que

te ha entregado tus enemigos.”

Pan y vino. Acostumbrados a sacrificios

sangrientos sobre altares de piedra donde las ofrendas

eran ovejas y toros y antes seres humanos que

mataban y se quemaban en la cultura maya, azteca…

y en la cultura judía…

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Muchas religiones han comenzado agarrotadas por el

miedo a su dios, y algunas todavía siguen con ese

terror religioso que les lleva a toda clase de extraños

sacrificios

Pero al buen rey Melquisedec, sólo se le ocurrió traer

pan y vino para compartirlo con Abraham, que

todavía sólo se llamaba Abrán.

Los sacerdotes del templo de Jerusalén preferían

ofrecer cabritos y toros al señor dios de los ejércitos.

A veces ni se lo comían, lo quemaban entero sobre el

altar. Es lo que se llamaba “holocausto”

Aquel joven carpintero de Nazaret tenía buen

apetito… Él, más que quedarse en el templo y sus

sacrificios, prefería ir a comer con los amigos

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cordero, bien asado, sin quemarlo, probar los higos y

aceitunas de su tierra, y sobre todo pan y buen vino.

Poco le gustaba ir al templo; si iba era para barrerlo

de negociantes.

Jesús comía con quien fuera, con publicanos de mala

fama, con fariseos que se creían de buena fama, pero

en el banquete se les colaba alguna muchachita alegre

y les aguaba la fiesta. (A Jesús se la alegraba).

Él Iba a las bodas, donde si no había vino se lo

proporcionaba, compartía con pobreterío por los

campos de Galilea, aunque allí no hubiera vino, solo

pan y peces.

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Lo suyo era partir el pan, y echarse sus traguitos . Por

eso lo criticaban. Lo cuenta Mateo (11,19)

“Porque apareció – decía Jesús - Juan que no comía

ni bebía, y dicen: `Tiene un demonio´. Vino el Hijo

del Hombre, que come y bebe, y dicen: ``Mirad, un

hombre glotón y bebedor de vino, amigo de

recaudadores de impuestos y de pecadores.”

No cuenta el evangelio las veces que compartió la

comida con sus doce amigos. Lógicamente si andaban

juntos por ahí, casi todos los días o cuando le

invitaban al maestro , los otros se colaban detrás en la

fiesta, y sin lavarse las manos. Ya les conocían.

Pero sí se cuenta con detalle cómo fue un banquete.

Fue la cena en aquella noche. La que llaman última.

Aquella tan bien preparada en el segundo nivel de una

casa particular. Hoy si visitan en Jerusalén el

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cenáculo de esa última cena, lo verán con columnas

y arcos… Quienes conocen La historia explican que

por allí pasaron muchos ejércitos invasores de

distintas religiones, destruyendo y reconstruyendo el

edificio. Demasiada restauración han hecho hoy de

lo que sería la sencilla habitación de arriba, en

aquella casa de vecinos. Pero esa última cena fue un

emocionante resumen de toda una vida, donde se

comió, se bebió y se platicó, Sobre todo habló Él,

que les soltó todo lo que tenía en el corazón.

Les quedó tan grabado aquel banquete a los

discípulos que para recordar su resurrección se

juntaban de vez en cuando llevando lo que cada uno

tenía en su casa, higos, aceitunas, ensaladas,

cordero… pero sobre todo pan y vino; eso que no

faltase.

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¿Se reunían, dónde? En Alguna casita con sala un

poco grande, o en el campo, bajo un techado… donde

fuera. La cuestión era comer, beber, platicar, cantar

salmos, intercambiar recuerdos de lo que Jesús hacía

y decía. Todo muy alegre, muy espontáneo.

Algunos, cuando estaban en Jerusalén, les daba apuro

no volver al templo de su juventud y se acercaban por

aquellos atrios a aburrirse con las solemnes palabras

de los sacerdotes y mirarles con escepticismo clavar

el cuchillo sobre algún cabrito en el altar de piedra.

Eso mientras que el templo se mantuvo en pie.

Cuando el imperator Tito Livio entró a sangre y

fuego no dejó más piedras edificadas que el muro de

las lamentaciones para recuerdo hoy de fieles

israelitas y de

peregrinos

cristianos.

Los seguidores

de Jesús

siguieron

reuniéndose en

casas de barrios

marginales, en

Antioquía, en

Corinto, en

Tesalónica, en Roma, o , lo que hoy se visita con

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más emoción, en cementerios subterráneos, cuevas

que con el tiempo iban alargando, al aumentar las

tumbas, profundizando a las afueras de la ciudad.

No se imaginaba lo que años después iba a suceder.

HOY

Vamos a llamar “hoy” al año 313 de nuestra era.

Ese año el emperador Constantino, un zorro que

comprendió que persiguiendo a los cristianos no

conseguía dominarlos, escribió este documento

llamado “edicto de Milán”:

Habiendo advertido

hace ya mucho tiempo

que no debe ser

cohibida la libertad de

religión, sino que ha de

permitirse al arbitrio y

libertad de cada cual,

se ejercite en las cosas

divinas conforme al

parecer de su alma,

…hemos promulgado

con saludable y

rectísimo criterio esta

nuestra voluntad, para

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que a ninguno se niegue en absoluto la licencia de

seguir o elegir la observancia y religión cristiana.

Antes bien sea lícito a cada uno dedicar su alma a

aquella religión que estimare convenirle.

Fíjense, ahora en 2.015 se cumplen 1702 años de

aquel documento.

¿Qué pasó con las catacumbas y los escondites donde

los seguidores de Jesús se reunían a partir el pan y

compartir las aceitunas, el cordero y la copa de vino?

Pues sucedió que las casitas o catacumbas donde

celebraban la fracción del pan se les quedaron

pequeñas.

Al ver que los emperadores no perseguían sino que

aceptaban esa nueva religión, cuando ya no había

peligro de que les echasen a los leones, empezaron las

conversiones en masa y ya no cabían para partir el

pan en torno a una mesa.

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La mesa- triste equivocación- se convirtió en altar

(allá delante en alto)……Los participantes,

participaban cada vez menos y se convirtieron en

asistentes, en espectadores.

La fracción del pan o cena del Señor que celebraban

los primeros discípulos se empezó a llamar “sacrificio

eucarístico” o simplemente “misa”, algo así como que

nos envían (misioneros…). ¡Vamos! que pensando

mal es como si dijeran: “ya terminó la ceremonia y

nos podemos ir” ( algunos pensaban: “¡uff que bien

,ya nos vamos!”)

Y aquellas casitas donde se reunían clandestinamente

los creyentes se convirtió de golpe, por obra y gracia

de los emperadores, en “Basílica”.

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Unos amplios salones de palacio donde se

celebraban asambleas. Algunos donde había sido

juzgados los mártires, pasaron a ser los primeros

templos cristianos.

Dicen que el primero de todos fue la que hoy

llamamos basílica de Letrán

¡Qué cambio, Señor, qué cambio, desde el pequeño

cenáculo y las catacumbas hasta ese impresionante

edificio!.

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En ciudades más pequeñas y aldeas se construyeron

templos más sencillos, capillas, ermitas, pero ya

todas con su altar en alto y sus bancas más o menos

lejos de la mesa, mesa-altar donde solo estaba el

padre, celebrante. Los demás solo asistían a “oir”

misa.

En las ciudades importantes donde estaba el obispo,

construyeron catedrales, algunas maravillosas obras

de arte. Para que hiciera juego con la arquitectura, al

obispo lo vistieron con capas, sobreros raros (mitra)

bastones retorcidos (báculo)… Pero al principio no

fue así.

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En las catacumbas los cristianos empezaron a pintar

imágenes para tener presente a Jesús, a su mamá…

Al construir basílicas y templos grandes otros artistas

se lanzaron con entusiasmo a llenar todo de

pinturas, estatuas, vidrieras… y ¿saben lo que cada

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vez desaparecía más?. La gente, perdida en esos

enormes edificios, donde cada uno se ponía en una

banca diferente y ya no se sentían “juntos como

hermanooos” aunque lo cantasen así en la “misa” (los

que cantaban a veces era solo el coro o los solistas)

Y así estamos ahora. Algunos seguidores de Jesús

intentan volver a celebrar la fracción del pan, a pedir

a los “fieles” que se acerquen un poquito a la mesa

(altar), pero tienen poco éxito.

Ahí los fieles son poco fieles y prefieren sentarse

cada uno en su banca y que les dejen en paz, ellos van

a “oír” la misa que “dice” el padre. Y que la diga

cortita y no diga cosas molestas como que hay que

defender los derechos de los empobrecidos y trabajar

por la paz y la justicia. Que no diga cosas que

intranquilicen y que diga pronto “pueden ir en paz” o

sea, como decíamos antes, que les dejen en paz.

¿O no?