De Lazzari E. Principios Procesales

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PRINCIPIOS PROCESALES. ORALIDAD Y ESCRITURA. Surge la idea de oralidad, en los países del civil law, como reacción al tipo de procedimiento que fue dominante en el continente europeo hasta la Revolución francesa y en las codificaciones que se sucedieron durante el siglo XIX y hasta bien avanzado el siglo XX. La idea de oralidad representa el símbolo del movimiento de crítica y de radical reforma del procedimiento escrito. Se trataba de un sistema caracterizado así: a) Por el predominio del elemento escrito. Este predominio se había convertido, absolutamente, en monopolio exclusivo cuando se impuso el principio “quod non est in actis non est in mundo”, o sea el principio de la inexistencia jurídica de los actos procesales no resultantes de las “actas” (escritos, protocolos) de la causa, y de la consiguiente nulidad insanable de la sentencia no enteramente basada sobre tales actos escritos. b) Por la correspectiva falta de relaciones inmediatas entre el órgano judicial y los otros sujetos del proceso (partes, testigos, peritos), así como también entre el juez y los elementos objetivos de prueba (lugares, cosas). Juntamente con el predominio absoluto de la escritura, surge el convencimiento de la inutilidad e 1

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PRINCIPIOS PROCESALES.

ORALIDAD Y ESCRITURA.

Surge la idea de oralidad, en los países del civil law, como reacción al

tipo de procedimiento que fue dominante en el continente europeo hasta la Revolución

francesa y en las codificaciones que se sucedieron durante el siglo XIX y hasta bien

avanzado el siglo XX. La idea de oralidad representa el símbolo del movimiento de

crítica y de radical reforma del procedimiento escrito.

Se trataba de un sistema caracterizado así:

a) Por el predominio del elemento escrito. Este predominio se había convertido,

absolutamente, en monopolio exclusivo cuando se impuso el principio “quod non est in

actis non est in mundo”, o sea el principio de la inexistencia jurídica de los actos

procesales no resultantes de las “actas” (escritos, protocolos) de la causa, y de la

consiguiente nulidad insanable de la sentencia no enteramente basada sobre tales actos

escritos.

b) Por la correspectiva falta de relaciones inmediatas entre el órgano judicial y

los otros sujetos del proceso (partes, testigos, peritos), así como también entre el juez y

los elementos objetivos de prueba (lugares, cosas). Juntamente con el predominio

absoluto de la escritura, surge el convencimiento de la inutilidad e inoportunidad de

tales relaciones inmediatas, cuyas resultancias eran consignadas por terceros en actas.

c) Junto a la falta de inmediación, faltaba también en aquel proceso, el carácter

de la publicidad. Tuvo que pasar mucho tiempo para que se dejara sin efecto el secreto

de las actuaciones, lo que fue abolido por la Revolución Francesa, estableciendo un

principio opuesto en materia de recepción de prueba testimonial: los testigos serán oídos

en audiencia pública a presencia de las partes.

d) El carácter escrito se retroalimenta: los escritos provocan contraescritos,

generando una larguísima secuencia por la contestación, la réplica, la dúplica, la tríplica,

la cuadrúplica.

e) Faltando una intervención directa, y por consiguiente un control del juez

sobre el desarrollo del proceso, las partes y sus defensores vinieron a ser los árbitros

casi absolutos del mismo. Por tanto el proceso –y no solamente el objeto del proceso-, el

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curso mismo de él se convierte en “cosa de las partes”, con todos los abusos que podían

derivar de ello: abusos perpetrados por aquella de las partes que, teniendo interés en

retardar el curso del proceso, encontraba en aquel tipo de procedimiento todos los

medios para hacerlo, y abusos perpetrados también por los jueces y por los abogados,

los unos y los otros interesados en aumentar los términos y los actos, porque con

frecuencia de ellos dependía la importancia de las remuneraciones. La consecuencia era

el carácter increíblemente largo del proceso.

f) todo ello resultó agravado por la regla de la impugnabilidad inmediata de

toda providencia judicial, aún meramente instructoria, interlocutoria o parcial, con

suspensión del proceso principal, a lo que se añadía la frecuente posibilidad de aducir

nuevos hechos y nuevas pruebas en apelación.

g) Quedando para lo último la característica más significativa, que representa el

corolario de todas las otras, y en cierto sentido la exasperación o la apoteosis. Es el

denominado sistema de la prueba legal, en virtud del cual una larguísima lista de reglas

vinculantes se fue imponiendo en materia de admisión y de valoración de las pruebas.

Los testigos, examinados en secreto por notarios o secretarios, y cuyas deposiciones

eran escritas por estos en protocolo para uso del juez, no hablaban al juez directamente,

personalmente, sino a través de esa escritura. Algo similar ocurría con los otros

elementos de prueba: peritos, lugares, cosas. En consecuencia, faltando al juez los

elementos mas importantes de una valoración crítica de las pruebas, se terminó por

recurrir a elementos mecánicamente determinables fijados en abstracto por la ley: la

condición político social del testigo (noble-plebeyo, laico-eclesiástico, grado de

nobleza, jerarquía), la religión, el sexo, la edad, la condición económica. El juez, en

virtud de las “verdades” (verdaderos prejuicios” dominantes en la época e impuestos

como reglas absolutas por la ley, estaba obligado a creer al noble más que al no noble,

al eclesiástico más que al laico, al varón más que a la mujer, al anciano más que al

joven, al rico mas que al pobre, al cristiano más que al infiel, etc.- Hubo muchas

variantes de un lugar a otro y de un tiempo a otro, por ejemplo exclusión absoluta del

testimonio de solamente mujeres, o equiparación del testimonio de tres mujeres al de un

hombre; o necesidad del testimonio de varios burgueses de buena fama para hacer

prueba contra el testimonio de un conde o un barón; también reglas de tipo aritmético

como que dos o tres testigos concordantes hiciesen prueba plena, y que el testimonio de

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un solo testigo no bastase par hacer prueba. La valoración de la prueba se hace así, no

por el juez, caso por caso y en consideración a los elementos concretos de credibilidad y

persuasión, sino apriorísticamente y en abstracto por la ley. El juez, en lugar de valorar

las pruebas, se limita a contarlas.

Decíamos que una primera fase en el reconocimiento histórico del

principio de oralidad fue conformada como reacción, más que como razón, frente a los

gravísimos inconvenientes de un proceso rígidamente conforme al principio de la

escritura, en el cual tenía valor la máxima “quod non est in actis nonest de hoc mundo”,

o sea la máxima de la inexistencia jurídica de todo acto procesal que no hubiese

asumido la forma escrita. Esa reacción llevó a otra idea radicalmente opuesta: la

necesidad de abolir el principio escriturario para sustituirlo con el principio

absolutamente contrario, en virtud del cual el juez habría podido y debido poner como

base de su sentencia, solamente aquellos actos que se hubieran desarrollado en la

audiencia oral de sustanciación.

Con esto, un formalismo vino a ser sustituído por otro, aún cuando fuese

opuesto. Si anteriormente como acta se entendían solo aquellos actos que hubieran

asumido la forma escrita, ahora eran considerados válidos y existentes solamente los

actos orales. De este modo el “lo que no está en el expediente no está en el mundo” no

era abolido, sino conservado, con la simple transformación del significado del

sustantivo: acta como actos orales, en lugar de actos escritos. De ahí nuevos

inconvenientes gravísimos, nuevos vacíos formalismos. Las partes o sus defensores

debían repetir oralmente, por lo general con la prohibición de apoyar el discurso sobre

la lectura de escritos o de apuntes, en la audiencia de sustanciación, las argumentaciones

que ya habían sido exhaustivamente expuestas en sus escritos de defensa. Era necesario

decir a viva voz en la audiencia, cuales eran las conclusiones instructorias y de fondo,

conclusiones que ya claramente figuraban en los escritos. Era necesario leer de viva voz

los documentos producidos y el texto de las pericias. Absurdas e inútiles pérdidas de

tiempo, históricamente explicables solamente como reacción a un método que se quería

abandonar radicalmente, sin darse cuenta de que se caía de este modo en un opuesto

pero no menos grave exceso formalístico.

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Esto demuestra la necesidad de una relación de coexistencia entre la

forma oral y la forma escrita de los actos procesales. Ya no puede pregonarse que

impere exclusivamente alguno de esos principios. Hoy día solamente puede hablarse de

determinada predominancia de uno u otro sistema según el caso.

En relación a la proposición de la demanda, en donde tiene lugar la

formulación de los elementos esenciales constitutivos de la misma, (lo que igualmente

vale para la contestación de la misma), la forma escrita contribuye a la precisión, a la

“puntualización” de la demanda misma, lo que ocurre en casi todos los ordenamientos

procesales modernos, los cuales aún habiendo adoptado el principio de la oralidad, han

prescripto sin embargo como regla general la forma escrita de la demanda.

En esa misma ocasión tiene lugar la exposición de las argumentaciones

jurídicas, interpretación de las normas, inclusive de los documentos y negocios

realizados. Aquí también es útil la elaboración escrita, que permite a las partes y

letrados, y al propio juez, una mediata elaboración, la consulta de obras científicas y de

jurisprudencia.

Es en el campo de las pruebas en donde el principio de la oralidad actúa

fundamentalmente. No dejan de tener importancia las pruebas preconstituidas, como la

documental, que han de presentarse en forma escrita. Pero en plenitud rige el principio

de oralidad en las pruebas a constituir: testimonial, o sea aseveraciones-narraciones de

hechos, directa o indirectamente relevantes en la causa provenientes de terceros, y

también provenientes de las partes (confesional).

El principio de escritura en las pruebas a constituir significa que el juez

no está en contacto directo e inmediato con las partes, con los testigos ni con los peritos.

Juzga exclusivamente sobre la base de las actas. No observa directamente los hechos

probatorios sino tan solo lo que de ellos se refleja en los escritos. Veamos: hay casos en

que el juez puede ponerse en contacto directo, inmediato, con el hecho a probar

(supongamos la inspección ocular). En la prueba testifical, no se juzga sobre la base de

la observación inmediata (como en la inspección ocular), sino sobre la base del hecho

probatorio representativo de aquel hecho a probar, que es la declaración del testigo. En

la oralidad, el juez está en presencia de esta manifestación representativa del hecho a

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probar. Allí se puede apreciar no solo la viva voz sino también el rostro, los ojos, el

color, el movimiento, el tono de la voz, el modo de decir y tantas otras diversas y

pequeñas circunstancias, las cuales modifican y desarrollan el sentido de las palabras

generales y suministran tantos indicios de ellas a favor o en contra de la afirmación de

las palabras.

En el sistema escriturario, el juez no tiene a la vista en forma directa el

hecho a probar (como la inspección ocular). Tampoco tiene a la vista el hecho

probatorio representativo de aquel hecho a probar (la declaración del testigo). Lo que

tiene a la vista es otra cosa: un ulterior hecho –el acta levantada por el auxiliar-, que a su

vez representa el hecho representativo que es el testimonio. Los peligros de inexactitud,

incompletitud, alteración, etc., aumentan geométricamente.

Las ventajas de la oralidad pueden resumirse en facilitar los principios de

investigación, inmediación, concentración y publicidad.

En lo referente a la actividad de búsqueda de la verdad material el

proceso oral ofrece una magnífica ayuda al órgano jurisdiccional. Gráficamente se ha

podido decir que “el papel engaña sin ruborizarse”, mientras que el entendimiento boca-

oreja entre juez y partes favorece el surgimiento de la verdad. A través del diálogo se

puede descubrir rápidamente el meollo de los hechos, mediante las preguntas directas y

espontáneas que se practiquen entre los sujetos intervinientes.

La oralidad requiere inexcusablemente la inmediación del órgano, quien

está impedido de delegar funciones tan importantes como la práctica de la prueba.

Además, la presencia física del Juez en la aportación de los hechos le permite apreciar,

como se ha visto, la manera en que se prestan las declaraciones, más allá de las

palabras.

El proceso oral es esencialmente público, tanto para las partes

(publicidad relativa), como para la sociedad (publicidad absoluta), para quien la

oralidad constituye un presupuesto indispensable con todos los efectos favorables que la

publicidad conlleva en el control público de la actividad jurisdiccional. El hecho de que

los jueces deban resolver los asuntos en forma pública y de frente a la comunidad

permite a los ciudadanos observar, con bastante más eficacia que en el sistema escrito,

alguna desviación, abuso o arbitrariedad realizada por cualquiera de los sujetos del

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proceso o por el propio tribunal. La justicia se hace más transparente, incluso en sus

defectos y limitaciones, lo que permite poner en evidencia la necesidad de

transformarla.

De cuanto se lleva dicho puede concluirse en que la oralidad constituye

un instrumento facilitador de los demás principios básicos y de las garantías que

estructuran el propio sistema procesal. Al discutirse acerca de la opción entre un sistema

oral y uno escrito se toma en cuenta la eficacia para realizar y cumplir los principios

básicos y garantías del sistema.

Así, con el principio de inmediación. El tribunal que va a dictar la

sentencia toma conocimiento directo y así se forma su convicción del material

probatorio que ha sido producido en su presencia. Esto sólo tiene vigencia en el sistema

oral. No hay delegación, no hay actas que sean leídas, los jueces reciben en forma

directa la prueba. Esta inmediación no es absoluta, pues aún en el juicio oral es posible

introducir ciertos elementos de prueba por lectura o exhibiéndolos, si sin inmediación

proporcionan una información exacta y libre de objeciones, como serían los

documentos, pericias, etc.-

También con el de concentración. La concentración y la continuación

exigen que el juicio oral se realice frente a todos los sujetos procesales, desde el inicio

hasta su terminación, de una sola vez y en forma sucesiva, sin solución de continuidad,

con el propósito de que exista la mayor proximidad entre el momento en que se recibe

toda la prueba, se formulan las argumentaciones y conclusiones sobre ella, deliberan los

jueces y se dicta sentencia. Como no hay actas que transcriban lo que han declarado los

testigos y peritos, no debe haber interrupciones y dictarse la sentencia en forma

inmediata.

Este principio trae aparejado la necesidad de identidad física del

juzgador. Un mismo juez debe serlo durante la audiencia del debate oral y ser el mismo

quien personalmente dicte sentencia sin posibilidad de delegación. Ello garantiza que la

decisión final es adoptada por quien o quienes presenciaron en forma directa e

inmediata tanto los elementos de prueba como los alegatos de las partes.

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La oralidad facilita la bilateralidad del contradictorio. Al recibirse en

forma directa toda la prueba, en presencia de todos los sujetos del proceso, allí se tiene

la oportunidad de rebatir, repreguntar,etc.-

Proceso laboral

Proceso de familia

Problemas al momento de los recursos extraordinarios.

Tendencia de la C.S.:

Procura implementar un mecanismo de audiencias públicas para los casos de

mayor relevancia institucional, dando mayor presencia al tribunal dentro de la sociedad.

Ejemplos: saneamiento del Riachuelo, caso Verbistky, caso Provincia de San Luis.

Similar a Estados Unidos.

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