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DE PRISCILIANO A HIDACIO. PRIMER DESPERTAR DE LA GALLAECIA J. E. López Pereira A rduo empeño el que han puesto presti- giosos investigadores tratando de des- cifrar y descubrir a Prisciliano. Po- ner a contribución nuestro granito, o diríamos mejor, retirar un granito más de esa tie- rra, polvo y oscuridad que a lo largo de 1.600 años ha ido ensombreciendo y ocultando la figura del obispo de Avila, va a ser nuestra tarea. Si la metáfora no fuese tal y el éxito nos acompañara, los resultados resolverían muchas cuestiones, pero dejarían planteadas otras más transcenden- tes. Pero evidentemente sólo trataremos aquí de descubrir a Prisciliano mediante el ingenio y rebus- . cando en las fuentes que el propio Prisciliano, sus contemporáneos, los eruditos e investigadores pos- teriores nos han dejado. Ahora bien, de una personalidad como la de Prisciliano se pueden estudiar y analizar muchos aspectos. Y así se ha venido haciendo desde que en 1745 De Vries (1) se ocupó por primera vez del destino, doctrina y costumbres de los priscilianis- tas. Desde entonces se han ido matizando aspec- tos, abriendo y cerrando puertas en el intrincado y extenso campo del problema priscilianista, hasta el punto . de que resulta casi imposible hacer un estudio exhaustivo de todos los trabajos realiza- dos sobre Prisciliano y el priscilianismo. Con la ayuda que nos proporciona la obra que Vollmann publicó en 1965 (2) tenemos bastante desbrozado este camino. Atendiendo a la bibliografía resulta curioso comprobar cómo la preocupación por este tema sube y baja como si de un ataque de fiebre se tratara. Y hoy la fiebre está alta, después del bajón habido en los años 60 (3). Buena prueba de ello es que en la década de los 70 la mayor parte de los participantes en este curso organizado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo han estudiado de forma concreta y precisa algún aspecto del problema (4). lOO N os ocuparemos ahora del entronque y compe- netración existentes entre Prisciliano y su pueblo, de su especial carisma para meterse en el alma y en el corazón de los galaicos. Aspecto más de destacar, si tenemos en cuenta que por su educa- ción y familia a Prisciliano lo clasificaríamos hoy como un «señorito gallego», de acuerdo con la descripción que de él nos ha hecho Sulpicio Se- vero (5). Ese contacto y compenetración entre Prisciliano y el hombre rural gallego va a traer consigo unas repercusiones político-sociales de tal trascendencia que se puede considerar al obispo de Avila, en palabras de Chadwick, como «clave de gran parte de la historia religiosa y social al final del mundo antiguo», o como «iluminación inesperada de una porción intererisantísima de nuestra historia religiosa, moral y política» (6). Su concepción doctrinal -y social, intencionada o no-, va a tener una enorme transcendencia en la Gallaecia, de la que nos vamos a hacer eco. Su ejecución en Tréveris exalta aún más a los galai- cos, y la lucha entre priscilianistas y antipriscilia- nistas es furibunda cuando ya ha transcurrido me- dio siglo desde su muerte. Lucha que vamos a comprobar a través de otro obispo, gran intelec- tual como Prisciliano, antipriscilianista, preocu- pado también por su pueblo galaico y compene- trado con él hasta el punto de enfrentarse a la autoridad civil, buscando la liberación del some- timiento a los bárbaros, y siendo por esta oposi- ción encarcelado. Me estoy refiriendo, claro está, al obispo de Chaves, Hidacio, nacido en La Li- mia, que desarrolla su actividad religiosa, política y de historiador a lo largo del siglo V. Pues bien, compaginando mi visión de estudioso del problema priscilianista con mi posición etno- gráfica y geográfica voy a tratar de ver a Prisci- liano desde la perspectiva de un galaico de los siglos IV y V. Es verdad, como ha dicho J. Fon- taine (7), que el priscilianismo hay que estudiarlo Prisciliano

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DE PRISCILIANO A HIDACIO. PRIMER DESPERTAR DE LA GALLAECIA

J. E. López Pereira

Arduo empeño el que han puesto presti­giosos investigadores tratando de des­cifrar y descubrir a Prisciliano. Po­ner a contribución nuestro granito, o

diríamos mejor, retirar un granito más de esa tie­rra, polvo y oscuridad que a lo largo de 1.600 años ha ido ensombreciendo y ocultando la figura del obispo de Avila, va a ser nuestra tarea. Si la metáfora no fuese tal y el éxito nos acompañara, los resultados resolverían muchas cuestiones, pero dejarían planteadas otras más transcenden­tes. Pero evidentemente sólo trataremos aquí de descubrir a Prisciliano mediante el ingenio y rebus-

. cando en las fuentes que el propio Prisciliano, sus contemporáneos, los eruditos e investigadores pos­teriores nos han dejado.

Ahora bien, de una personalidad como la de Prisciliano se pueden estudiar y analizar muchos aspectos. Y así se ha venido haciendo desde que en 1745 De Vries (1) se ocupó por primera vez del destino, doctrina y costumbres de los priscilianis­tas. Desde entonces se han ido matizando aspec­tos, abriendo y cerrando puertas en el intrincado y extenso campo del problema priscilianista, hasta el punto. de que resulta casi imposible hacer un estudio exhaustivo de todos los trabajos realiza­dos sobre Prisciliano y el priscilianismo. Con la ayuda que nos proporciona la obra que Vollmann publicó en 1965 (2) tenemos bastante desbrozado este camino.

Atendiendo a la bibliografía resulta curioso comprobar cómo la preocupación por este tema sube y baja como si de un ataque de fiebre se tratara. Y hoy la fiebre está alta, después del bajón habido en los años 60 (3). Buena prueba de ello es que en la década de los 70 la mayor parte de los participantes en este curso organizado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo han estudiado de forma concreta y precisa algún aspecto del problema ( 4).

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N os ocuparemos ahora del entronque y compe­netración existentes entre Prisciliano y su pueblo, de su especial carisma para meterse en el alma y en el corazón de los galaicos. Aspecto más de destacar, si tenemos en cuenta que por su educa­ción y familia a Prisciliano lo clasificaríamos hoy como un «señorito gallego», de acuerdo con la descripción que de él nos ha hecho Sulpicio Se­vero (5). Ese contacto y compenetración entre Prisciliano y el hombre rural gallego va a traer consigo unas repercusiones político-sociales de tal trascendencia que se puede considerar al obispo de Avila, en palabras de Chadwick, como «clave de gran parte de la historia religiosa y social al final del mundo antiguo», o como «iluminación inesperada de una porción intererisantísima de nuestra historia religiosa, moral y política» (6). Su concepción doctrinal -y social, intencionada o no-, va a tener una enorme transcendencia en la Gallaecia, de la que nos vamos a hacer eco. Su ejecución en Tréveris exalta aún más a los galai­cos, y la lucha entre priscilianistas y antipriscilia­nistas es furibunda cuando ya ha transcurrido me­dio siglo desde su muerte. Lucha que vamos a comprobar a través de otro obispo , gran intelec­tual como Prisciliano, antipriscilianista, preocu­pado también por su pueblo galaico y compene­trado con él hasta el punto de enfrentarse a la autoridad civil, buscando la liberación del some­timiento a los bárbaros, y siendo por esta oposi­ción encarcelado. Me estoy refiriendo, claro está, al obispo de Chaves, Hidacio, nacido en La Li­mia, que desarrolla su actividad religiosa, política y de historiador a lo largo del siglo V.

Pues bien, compaginando mi visión de estudioso del problema priscilianista con mi posición etno­gráfica y geográfica voy a tratar de ver a Prisci­liano desde la perspectiva de un galaico de los siglos IV y V. Es verdad, como ha dicho J. Fon­taine (7), que el priscilianismo hay que estudiarlo

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como un problema dentro de la Península y ésta como parte integrante de Occidente. No lo pone­mos en duda. Bajo esta perspectiva nos ha descu­bierto el investigador francés interesantes aspec­tos del priscilianismo. Pero también manifestaba entonces su temor de que se le pudiese acusar de no haberse limitado suficientemente al Occidente peninsular. Y esto es verdad. El estudio del pro­blema priscilianista necesita de la visión amplia, generalizadora, universal que nos ofrece J. Fon­taine, pero precisa también de una consideración que nos explique el porqué de esa expansión, de esa repercusión por todo el Occidente. Esa razón creo que podemos encontrarla si entroncamos a Prisciliano con los galaicos, con sus problemas religiosos y sociales y explicamos luego cómo el

. priscilianismo se va extendiendo progresivamente dentro de la Península primero, para alcanzar luego a la Galia (8), con las sabidas repercusiones en la Iglesia de Roma y en la propia autoridad imperial, que tiene que moverse en muchas oca­siones en la dirección que le marcan unas veces los priscilianistas y otras los antipriscilianistas, hasta que terminaron convirtiendo a Prisciliano en mártir.

El pueblo, «sponte sua» y a pesar de haber sido condenado su obispo como hereje, lo consideró de inmediato mártir . Sabemos que en un santuario, situado en alguna parte de la Gallaecia, se le ha­cían votos solemnes (9). Pero a lo largo del siglo V los propios obispos galaicos, después de largas discordias entre ellos mismos, consiguieron, si no borrarlo totalmente de las mentes de los fieles, sí al menos disminuir las manifestaciones externas. Y Prisciliano quedó definitivamente tildado de he­reje. Hubo que esperar hasta 1891, en que Fr. Paret (10) lo reivindicó como primer reformador de la Iglesia, para que se le tratase de hacer justi­cia. Pero, claro está, se trataba de la atribución de reformador hecha bajo el punto de vista de un protestante. A partir de entonces se entabla una batalla entre defensores y detractores que se haría largo enumerar. Quizás el último gran defensor de la doctrina priscilianista haya sido A. Goosen (11).

N o nos vamos a mezclar nosotros ni con los de uno ni con los de otro grupo. Para nuestro propó­sito es indiferente que fuese o no heterodoxo. Nuestra opinión es que la heterodoxia de Prisci­liano no es más que el resultado de haber cargado sobre él acusaciones que habían sido elaboradas contra otras sectas. Todo ello después de haber provocado con su ascetismo una situación social y política insostenible para la Iglesia oficial.

Y digo que su ortodoxia o heterodoxia nos es indiferente, porque lo que ahora vamos a conside­rar es la función despertadora que Prisciliano y el priscilianismo ejercen en la Gallaecia.

En primer lugar hay que poner de relieve lo que supuso como expansión del cristianismo por las comunidades rurales de Galicia con anterioridad,

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y también con más intensidad, que en el resto de la Península. Hay que pensar que hasta finales del siglo III o los albores del IV no encontramos nin­gún testimonio cristiano en la Gallaecia (12). E incluso en la Península no tenemos más datos de concilios que el de Elvira del año 300 . Pues bien, la llegada de la predicación priscilianista a la Ga­llaecia va a ser un revulsivo, primero interno , con repercusiones en las demás provincias después. Va a propagar la cristianización de las zonas rura­les, menos intensamente romanizadas que las ur­banas, dirigidas además por obispos que estaban plenamente identificados con la Iglesia que disfru­taba de los privilegios de orden social y econó­mico que el Imperio Romano les proporcionaba (13).

Resultado del priscilianismo va a ser también una etapa de extraordinaria creatividad teológica en Galicia. No hay entonces otra teología que la priscilianista. Quien quiera estudiar otra ha de trasladarse fuera, como es el caso de los dos A vi­tos, Orosio, Baquiario y quizás Egeria (14). Oro­sio se va en el 414 al lado de Agustín de Hipona, y de aquí a Belén en donde se prepara con Jerónimo y se enfrenta teológicamente con los pelagianos. Que este viaje fue realizado por afán intelectual nos consta por Aug. Ep. 169, 13 y por el propio Commonitorium de Orosio. De este viaje y con­tacto con Jerónimo saldrá posteriormente su His­toria aduersus paganos. Los Avitos fueron uno a Jerusalén y otro a Roma y volvieron Origenistas. Por las mismas fechas saldría también Baquiario , asceta peregrinante, quizás para librarse de las garras priscilianistas, si es que no había caído ya en ellas ( 15). Pensábamos también que el caso del teólogo Consencio podía ser un buen ejemplo de preocupación teológica en la Gallaecia, pero el tra­bajo de Díaz y Díaz, que lo lleva más bien hacia la Tarraconense , da un giro nuevo al asunto (16). Después serán Dictinio, el obispo de Astorga, y Pastor y Siagrio y Agrestio quienes enzarzándose en una lucha de ataque y de defensa del priscilia­nismo darán a conocer diversos tratados de carác­ter teológico (17).

Toda esta elevación del nivel intelectual y esta abundante aportación literaria de la Gallaecia hay que cargarla en los beneficios que produjo el pris­cilianismo. Está todavía por estudiar la repercu­sión que pudo tener luego en el desarrollo del monacato en Galicia. Desde luego el esfuerzo de Martín de Dumio, el iniciador del monacato ga­laico, por terminar con todo resquicio de priscilia­nismo en Galicia está bien probado. Pero ésto nos metería ya plenamente en el siglo VI.

Hay que hacer notar también que gracias a Pris­ciliano los textos de los Apócrifos son conocidos, estudiados y comentados en la Gallaecia. Para Prisciliano eran fundamentales, porque allí encon­traba justificación el celibato eclesiástico que pro­pugnaba y para la Iglesia itineranie que habían

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seguido los apóstoles. Sabemos por una carta de Toribio de Astorga (ca. 445) que los Hechos de Tomás eran utilizados por los priscilianistas. Y que los Hechos circulaban en latín en el siglo IV nos consta por testimonio de Prisciliano y del ma­niqueo Fausto. Es probable que fuese la contro­versia priscilianista la causa de que pocos de ellos nos hayan sido transmitidos.

Hay que añadir en esta relación de las aporta­ciones de carácter intelectual que supone el prisci­lianismo la difusión del Apocalipsis griego de Ba­rauch, del que parece haber reflejos en el sexto tratado de Prisciliano. Al menos nos consta que en el siglo VII circulaba en latín por Galicia, según la visión de Baldario descrita por V alerio del Bierzo.

Con los priscilianistas la himnodia toma fuerza por primera vez en la Península, poniéndose Ga­llaecia en la avanzadilla,de la poesía religiosa que en aquel momento desarrollaba Ambrosio de Mi­lán y que tanta transcendencia había de tener en la España visigoda. No nos queda ningún resto lite­rario de estos himnos, pero sí un testimonio indi­recto, dado que en el IV Concilio de Toledo (a. 633) se anatemiza contra los que no querían usar­los porque tenían «sabor herético» (J. Pérez de Urbel Bulletin Hispanique 28 (1926), 15 y ss.). Tuvieron que transcurrir más de tres siglos para que se borrase el recuerdo del uso que de ellos habían hecho los priscilianistas .

Pero la revolución cultural y los movimientos de la Iglesia no serán exclusivos de Galicia. La re­percusión del priscilianismo se hace sentir en el! resto de la Península. La Iglesia se pone en movi­miento y en 380 celebra el primer Concilio de Zaragoza y veinte años después, en 400, el I de Toledo, si es que en el intermedio no hubo otro (18). Se estudia la doctrina priscilianista, se pro­claman símbolos de fe, y el contacto y las cartas con Roma que aclaran dogmas, situaciones, que sugieren soluciones, se hacen constantes.

Desde Cartago, Agustín se hace eco en sus obras de la doctrina priscilianista (19). En Jerusalén Je­rónimo analiza el problema, prestándole su apoyo y reconocimiento en un principio, para terminar atacándole con dureza (20). Diríamos que el pro­blema se ha internacionalizado, y el intento de soluciones, de defensa por parte de unos y de ataques por parte de otros, enriquece extraordina­riamente el panorama espiritual y aumenta la pro­ducción literaria (21). Se establecen contactos en­tre las distintas escuelas y centros culturales de la época en un círculo que sale de Galicia y pasando por Cartago, Jerusalén, Roma y la Galia vuelve a su lugar de origen. No podemos detenernos en analizar las repercusiones que el priscilianismo tuvo en estos centros culturales de la época.

Pero no fue ésta la únicá función despertadora que ejerció el priscilianismo. Porque Gallaecia, al mismo tiempo que alcanza una singularidad cultu-

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ral, logra también un papel preponderante en la actividad político-social de la época, con extraor­dinarias repercusiones en la futura España. Prisci­liano va a ser la espoleta de un grupo social de ámbito rural, bien diferenciado en su economía de otros grupos urbanos, en el que culturalmente la romanización apenas había penetrado (22), que agrupándose en torno a él, antes, pero sobre todo después de su muerte, estallará primero en Gali­cia. La invade prácticamente toda, alcanzando a la mayor parte de sus obispos, que se enfrentarán con otras provincias hispanas en cuestiones dia­lécticas primero, y que llegarán incluso al enfren­tamiento físico. Pero el enfrentamiento llegará hasta la propia Roma, a cuyo frente estaba Dá­maso, y también hasta los mismos poderes civiles del Imperio.

La pregunta surge de inmediato. Puede que Prisciliano no fuera gallego (23), y si así fuese, mi pregunta tendría una mayor justificación. ¿Por qué los galaicos se sintieron fascinados por él? ¿Por qué si el priscilianismo partió de la Bética y la Lusitania, como creen algunos, no encontró allí terreno abonado para fructificar como en la Ga­llaecia? ¿Por qué por seguir a Prisciliano los obis­pos se exponían a las represiones eclesiásticas y los laicos confesos de priscilianismo a los castigos civiles? No olvidemos que los castigos a los que podían ser sometidos los priscilianistas, según una ley de la Cancillería del año 407 (24), incluía con­fiscación de las propiedades, libertades de los es­clavos para que abandonaran a sus amos, confis­cación de la propiedad en donde se hubieran cele­brado reuniones, azotes o condena a la mina a los capataces que hubieran consentido reuniones en sus fincas, imposibilidad de hacer testamento, etc. ¿Qué había entonces entre Prisciliano y este pue­blo galaico que los identificaba de tal forma? El hermanamiento y la identificación llegaba a tal extremo que el ser gallego era sinónimo de ser priscilianista. Buena prueba de ello es el caso de Baquiario, que emigrado, casi con seguridad desde algún punto de la Gallaecia, para defenderse de posibles acusaciones de priscilianista hace por escrito una profesión de fe al Papa (25). En dicha profesión de fe (26) no quiere que se sospeche de él como priscilianista y se queja con amargura de que una provincia entera haya de ser condenada por culpa de un solo hombre. Evidencia, asi­mismo, la fuerza de la secta priscilianista en Gali­cia la carta que el papa Inocente I envía a los obispos de la Bética y la Cartaginense, en la que identifica a los gallegos con los priscilianistas y menciona al jefe de la oposición a los gallegos, un tal Juan de sede desconocida (27). No se puede negar, pues, la identificación y compenetración entre los galaicos y Prisciliano. En Galicia quien no quiere ser priscilianista o tachado de tal, ha de poner tierra de por medio , como le ocurre a Oro­sio, los dos Avitos o a Baquiario. Y aún en estos

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casos existen serias dudas de que pudieran haber sido priscilianistas.

Algo debía haber en la doctrina de Prisciliano que fuese capaz de entusiasmar así a un pueblo, sobre todo cuando sabía que navegaba contra co­rriente. Y muchos estudiosos del tema han tratado de encontrar alguna explicación. Menéndez Pe­layo (28) ha relacionado las actividades rituales paganas, como la consagración de los frutos al Sol y a la Luna, con la magia de la que fue acusado Prisciliano. Muy similar fue la opinión de Me Kenna (29) para quien el priscilianismo significa una revitalización de la religión indígena. Para Unamuno Prisciliano «mezcló el paganismo ga­laico con las doctrinas cristianas. Así bautizando las supersticiones célticas, trató de cristianizar a su pueblo» (30) . Otero Pedrayo, Vicente Risco, Murguía, por citar tan sólo algunos de nuestros mejores etnólogos (31), lo consideran adaptador de la religiosidad celta al mundo católico. En cambio López Caneda (32) ha ido más lejos y no cree que exista relación entre Prisciliano y el cel­tismo, sino que remontándose más atrás llega hasta el neolítico a través del simbolismo lunar.

N o se puede negar el influjo que este ambiente religioso y cultural de Galicia debió de ejercer en la doctrina priscilianista y sobre todo en la pra­xis .Pero debemos pensar que en unos ambientes rurales, de escasa o nula formación cultural, como ocurría en el siglo IV en Galicia, las ideas teológi­cas y la predicación religiosa de Prisciliano no debían causar tanto impacto como otras que sos­pechamos. En nuestra opinión a estas motivacio­nes de carácter religioso hay que añadir otras jus­tificaciones más tangibles, más del momento; más materiales, si se quiere. Razones que abogan por un mejor medio de vida y un ambiente social más justo.

Debemos partir del ascetismo que predicaba Prisciliano. Parece a primera vista imposible que un movimiento ascético hubiera producido tal re­volución en un pueblo, en la Península y en Occi­dente. Sobre todo se nos objetará que movimien­tos así ya los había habido en las comunidades romanas admiradas por Agustín, y muy particu­larmente con Jerónimo y sus damas del Aventino y por supuesto con el monacato egipcio del siglo IV (33). Pero es que ahora Prisciliano intenta revo­lucionar, instaurar una sociedad ascética derrum­bando los «instituta mundi» (34). Y entre estos intentos revolucionarios está la propuesta y de­fensa del celibato eclesiástico, por donde va a surgir el primer enfrentamiento con el episcopado hispano. Intentos y propuestas de celibato las ha­bía habido ya desde el Concilio de Nicea (a. 325) en el que estuvo a punto de legislarse la obligación de guardar castidad. Y de hecho se legisló, pero no se cumplió, en el de Elvira (35). Pero ahora los «grupúsculos» de laicos que encabezaba Prisci­liano lo exigen de la jerarquía eclesiástica. Esto

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inquieta al obispo de Mérida (36) por lo que dedu­cimos de la obra del propio Prisciliano cuando vuelve de asistir al concilio de Zaragoza se en­cuentra con que un presbítero le ha acusado for­malmente. Algunos clérigos se separan de él, y la conducta del metropolitano se pone en duda. Pris­ciliano con un grupo de seguidores visita a Hida­cio en Mérida para solventar el problema, pero el resultado es un enfrentamiento entre partidarios y desidentes de Hidacio y también entre partidarios de Hidacio y los priscilianistas que habían ido en son de paz. Empieza aquí el alud que irá aumen­tando, aumentando y que enfrentará pronto a Ga­llaecia principalmente con la Bética, la Lusitania y la Cartaginense. Los primeros copos los amontona Hidacio, el metropolitano de Emerita.

Pero es que además el ascetismo que predica Prisciliano va contra la Iglesia de vida muelle, contra la Iglesia oficial, que basándose en el poder temporal tenía sometido al pueblo (37). Es así como Prisciliano aparece entonces como antiso­cial para la Iglesia, pero revolucionario social para el pueblo galaico de unas especiales característi­cas culturales y económicas. Este ascetismo, de predicación itinerante, va extendiendo rápida­mente las reivindicaciones del pueblo, lo cual puede explicar la rápida expansjón del priscilia­nismo en Galicia. Y a partir de aquí se entabla una lucha constante entre la nobleza del alto clero, representante de la Roma que dirige Dámaso (38) y el pueblo llano que se había unido a Prisciliano (39) .

El alud va «in crescendo». El clero galaico se va haciendo priscilianista y la secta ya tiene sufi­ciente fuerza como para destituir en un sínodo provincial a Ortigio de Aquis Celenis (40). Multi­tud de personas seguían a Prisciliano , como ates­tiguan el Concilio I de Toledo, Sulpicio Severo , León 1 y el Concilio Bracarense 1 (41). Instancio, Salviano y Prisciliano en la Gallaecia frente a Hi­dacio, Higinio e Itacio representando a Mérida y a la Bética. Gallaecia se vuelve sobre sí misma y se atrinchera frente a las demás provincias hispanas . Y este fenómeno aumenta con el martirio de Pris­ciliano en Tréveris y la persecución y condena de los priscilianistas en su propia tierra. El fervor del pueblo por Prisciliano se ve apoyado por la jerar­quía eclesiástica, los obispos. Al ser éstos invita­dos en 396 a un sínodo que debía celebrarse en Toledo para dejar de conmemorar a Prisciliano como mártir no aceptan la invitación ( 42), y a pesar de las advertencias de Ambrosio, el obispo de Milán, Simposio de Astorgano consiguió hacer nada.

Con Gallaecia convertida en un polvorín, ale­jada y enfrentada con el resto de la Península por la cuestión priscilianista, se produce en 411 la invasión sueva (43). El alud sigue aumentando. El asunto priscilianista va quedando recubierto por otros peligros que se ciernen sobre Galicia, pero

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no desaparece. Y es precisamente el movimiento priscilianista quien justifica la postura tan diversa que adoptan Galicia y las demás provincias hispa­nas ante la invasión bárbara. Mientras el resto de Hispania ve en la invasión un peligro que la aleja de Roma, de su civilización y de su Administra­ción, los galaicos, nunca excesivamente romani­zados (44), ven en ella la liberación de la opresión romana. Entre otras cosas los edictos imperiales, antes mencionados, que gravaban tan duramente a los priscilianistas ya no supondrían una dura carga. Las persecuciones y las condenas por parte de la autoridad imperial dejarían de existir. Los priscilianistas veían, pues, que con los bárbaros podría llegar su liberación.

Y con la invasión sueva otro personaje, obispo también, historiador, el primero en España, per­seguido y encarcelado t~mbién, entra en escena. El va a añadir nuevas capas a ese alud hasta forjar la personalidad de Galicia como algo social, étnica y políticamente distinto del resto de la Península. Me estoy refiriendo a Hidacio, el obispo de Cha­ves. El va a ser el segundo despertador en la conciencia del pueblo galaico.

Independientemente del ambiente priscilianista en que pudo haber vivido desde niño ( 45), en seguida toma contacto con el problema y la trage­dia priscilianista a través de la lectura de la Vita Martini escrita por Sulpicio Severo. Es probable que tuviera conocimiento de ella en el año 405 en que la menciona en su Crónica (46). El hecho de que tan sólo a ocho años de la aparición de la Vita

1 (47) ya la leyese, supone, aparte de su afán inte- ' lectual, un gran interés por el problema priscilia­nista.

Quisiéramos advertir también de la posibilidad de que, al igual que le había ocurrido a Orosio o a Baquiario, el priscilianismo y la falta de medios intelectuales en España para enfrentarse a él, mo­tivara su viaje a Oriente en donde entra en con­tacto con Jerónimo, enterado de tantas sectas he­réticas y entre ellas de la priscilianista, que en principio no la había considerado como tal, pero que ya entonces la atacaba duramente (48). A su regreso comienza su labor de purga de los prisci­lianistas bajo la dirección de Toribio de Astorga ( 49). Estamos en el año 445 y no sabemos cuántos obispos podemos contar en el bando antipriscilia­nista. Pero no eran muchos. N os da pie para pen­sar así, el hecho de que el papa León, según conocemos por el propio Hidacio (50), había es­crito a los obispos de España sugiriéndoles un sínodo general o, si no fuese posible, uno en Gali­cia. Toribio de Astorga es el responsable de reali­zar el plan en Gfllicia, pero no lo consigue. Algu­nos obispos, por lo que podemos deducir de las palabras de Hidacio, asintieron, pero sospecha que lo hicieron engañosanrente. Evidentemente aún no estaban dispuestos a pronunciar su ana­tema contra el priscilianismo.

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La solución inmediata al priscilianismo no va a venir dada ni por recomendaciones del Papa, ni por sesiones conciliares , ni por resoluciones doc­trinales. La solución va a iniciarse a partir de la actividad política de Hidacio. El pueblo olvida el antipriscilianismo de Hidacio en el momento en que éste se erige en un defensor frente al peligro que ya representa el poder suevo, después de aquella primera etapa de liberación de cargas y castigos. Hemos estudiado en otra ocasión el gali­cismo de Hidacio, que incluso nos atrevimos a llamar nacionalismo (51), tanto en su obra histó­rica como en su actividad política.

¿Cómo se produce el desmantelamiento del priscilianismo a partir de planteamientos políti­cos? Nuestra opinión es que el priscilianismo de­rivó pronto hacia un problema más político y de autoridad eclesiástica que doctrinal, y sobre todo ocurre esto después del411 con la invasión sueva. Llega un momento en que Hidacio ve con orgullo, manifestado en su Crónica (52), la resistencia de los galaicos, que encerrados en los castros de época céltica logran hacer prisioneros y matar a muchos de los invasores. De todas formas los galaicos solos no pueden imponerse y es necesario recurrir a Roma para lograr su intervención a fin de conseguir 1la paz con los suevos . Ha de ser el episcopado, como representante del poder popu­lar, quien haga las gestiones . Pero esto exige uni­dad entre los obispos. Hay que acabar con las diferencias y enfrentamientos entre ellos, y ade­más hay que lograr que la Iglesia de la Gallaecia, distinta y enfrentada con las otras provincias, lo­gre su apoyo. La unidad priscilianista había empe­zado a romperse después del 400 al abjurar Sim­posio, Dictinio, Isonio y Vegetino (53), pero no se había logrado la unión con la Iglesia de otras pro­vincias. Concretamente los obispos de la Bética y la Cartaginense protestan por la facilidad con que se les ha vuelto a admitir dentro de la ortodoxia sin pagar precio alguno, y consideran que no se les debía permitir el reingreso en el ministerio episcopal, y a lo sumo concederles tan sólo el estado laical (54). Pero es que en la misma Galicia persistía la división y Jos enfrentamientos, ya que en el mismo concilio del 400, según leemos en las Actas (55) , y sin que se les preguntase nada, el obispo Herenias dijo que prefería seguir al clero a sus órdenes y confesar que Prisciliano era «Cató­lico y mártir y que católico hasta el fin de su vida había sido víctima de la persecución de los obis­pos». Y como él opinaron otros tres obispos, Do­nato, A curio y Emilio.

Todo ésto lo sabía Hidacio y él mismo recoge en su Crónica (56) las divisiones existentes entre el clero, con lo cual la unidad de Galicia y el

·sentimiento de sí misma como un bloque frente a las demás provincias hispanas , que había logrado el priscilianismo, se estaba derrumbando ahora cuando más se necesitaba. Hay que acabar con el

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priscilianismo, no tanto por sus errores teológicos, si los tenía, cuanto por el problema político que representa. Porque herejías también lo eran la arriana, a la que califica en su Crónica como «pes­tiferum uirus» (57), y la maniquea (58), sin em- · bargo con ninguna se ensaña como con la prisci­lianista, denominada «sectam perniciosissimam» (§ 37). ¿Sólo en sentido religioso? ¿No esconderá una intencionalidad política?

Efectivamente, los suevos trataban de conseguir que se mantuvieran las discrepancias religiosas, aprovechándose de los priscilianistas para conse­guir aislar sus dominios de las restantes provin­cias. Sospechamos que el traslado de la capital a Braga abandonando Asturica obedece a una ma­niobra intencionada, dado que allá era mucho ma­yor el poder de los priscilianistas. N o olvidemos que los resultados de las averiguaciones que Hi­dacio, junto con Toribio, hace en Asturica sobre la secta priscilianista se envían a Emerita y no a Braga, que era la capital del reino suevo, proba­blemente porque en la corte sueva no se veía con buenos ojos la actividad antipriscilianista desatada por Toribio e Hidacio.

Luchar contra el invasor suevo significa para Hidacio extinguir primero el priscilianismo. El pueblo y el episcopado galaico comprenden la postura de Hidacio. Es así como por mandato del episcopado «sub interuentu episcopali» (59) se traslada ante Aecio para solicitar de Roma garan­tías de paz (60). Obtuvo éxito su embajada al lograr que el conde Censorio, actuando como em­bajador romano ante los suevos, lograse un pacto de paz (61).

Pero la paz no iba a durar mucho. Hidacio ya lo suponía, porque no se fiaba de la palabra de los suevos a quienes en su Crónica califica de «pérfi­dos» (62). Es probable aunque él no nos diga nada, que la postura de los obispos no fuese todo lo acorde que se necesitaba, ya que de algunos, como Ospinio y Ascanio, sabemos que en el 460 militaban en el bando suevo, quizás por su postura priscilianista aún (63). Lo mismo ocurre con Sim­posio, si es que el citado por Hidacio (§ 101), es el conocido obispo de Astorga.

Con la muerte de Rechiario (a. 456) Hidacio tenía esperanzas de que llegase el fin de la lucha entre suevos y galaicos. El nos habla en ese mo­mento del «reino suevo destruido y aniquilado» (64). La decepción es enorme, según podemos deducir de su Crónica (65), cuando otro rey reúne a los suevos que se habían desparramado por los rincones de Galicia, y otra vez se reproducen los saqueos y los incendios, como el que asola Coim­bra en el año 468 (66).

Por esta fecha Hidacio empezaba la redacción de su Crónica , la primera obra histórica aparecida en la Península (62). Estaba totalmente volcado hacia su pueblo y su obra es un buen testimonio,

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ya que olvida totalmente el carácter universal de toda obra historiográfica, que había sido también su intención en un principio, para concentrarse en los problemas de su Galicia (68). Su postura de defensa del pueblo galaico le lleva a una situación parecida a la de Prisciliano. El rey Frumario lo captura en su Iglesia de Chaves y, lo encarcela. Pero el pueblo esta ahora con Hidacio , como an­tes lo había estado con Prisciliano, aunque por razones distintas. Y la presión popular hace que el rey suevo, que pretendía conquistar la voluntad del pueblo para imponerse sobre el otro bando suevo que proclamaba rey a Richimón (69) lo ponga en libertad (70). Pero Hidacio se muere ca. 470 sin que el pueblo galaico haya logrado desha­cerse del invasor suevo y sin que la secta prisci­lianista se haya extinguido totalmente.

Es así cómo el problema priscilianista, que a nuestro entender, fue desde muy pronto más polí­tico que dogmático, empezó a tener una solución política, que tampoco fue definitiva. Prisciliano supo atraerse al pueblo en torno a unos ideales ascéticos, que favoreciendo a éste, iban directa­mente contra los intereses eclesiásticos, o lo que es lo mismo, contra los intereses de la Adminis­tración romana a quien la Iglesia, desde Constan­tino, representaba. La oleada bárbara, al desviar la atención del pueblo a otro problema más inme­diato, y la aparición de un nuevo líder que le hace tomar conciencia del peligro de destrucción de su territorio, del exterminio incluso de su raza, va a despertar otros intereses . Gallaecia había caído en la cuenta de su personalidad como pueblo con unos problemas socio-económicos y religiosos dis­tintos de los demás pueblos hispanos. Y ahora corría el riesgo de perder ese sentido unitario e incluso de desaparecer como etnia ante la llegada de los invasores suevos. Hidacio será el forjador de esa nueva conciencia popular y en ello expon­drá su vida. Es, hasta cierto punto, el iniciador del primer movimiento nacionalista en la Península.

El priscilianismo y el reino suevo todavía segui­rán coleando en Galicia, pero ambos han recibido una dura estocada de Hidacio. Y ambos se extin­guirán al mismo tiempo. El reino suevo ante Leo­vigildo, en el año 585 , y los últimos reductos pris­cilianistas desaparecen por la actuación de un abad proveniente de Pannonia, Martín, consa­grado obispo de Dumio, próximo a Braga, que se encargó de extender por Galicia un monaquismo organizado, libre de toda sospecha de priscilia­nismo, y de colaborar en la legislación del I y II Concilio Bracarense, años 561 y 572 respectiva­mente. En el primero hay diecisiete capítulos con­tra la herejía priscilianista, pero en el de 572 ape­nas quedan rescoldos del priscilianismo, y a fina­les del siglo VI estaba prácticamente ex--~ tinguido, ya que los escritores hispanos " 1.

del siglo VII se hacen escaso eco del pro- · blema.

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NOTAS

( 1) De Vries, D., Dissertatio critica de Priscillianistis eo­rumquefatis, doctrinis et moribus, Ultrajecti, 1745.

(2) Vollmann, B., Studien zu Priscillianismus, Sankt Otti­lien, 1965. En algunos puntos completada posteriormente con su artículo «Priscillianus» en PW. Suppl., 14 (1974), 486-559. También Sáinz Rodríguez, P., <<Estado actual de la cuestión priscilianista>> en Anuario de estudios medievales, I ( 1964), 653 y ss. y ahora el trabajo de J. M. Blázquez aquí incluido en este volumen.

(3) Evidentemente no nos referimos aquí a la calidad sino al número, ya que en la mencionada década contamos con trabajos tan prestigiosos y por orden cronológico como los de Campos, J., <<La epístola antipriscilianista de San León Magno>>, Helmántica, 13 (1962), 269-308; Barbero de Aguilera, A., <<El priscilianismo, ¿herejía o movimiento social? Cuader­nos de Historia de España, 37-38 (1963), 4-41; los ya citados [n. 2] de Vollmann y Sáinz Rodríguez; López Caneda, R., Prisciliano, su pensamiento y su problema histórico, Santiago de Compostela, 1966; Stockmeier, P., <<Das Schwert im Dienste der Kirche. Zur Hinrichtung P.s. in Treier>>. Fests­chrift A. Thomas, Treier, 1%1, 415 y ss.; Orella, J. L., <<La penitencia en Prisciliano>> Hispania Sacra, 21 (1968), 1-31. · ·

(4) Corresponden también a esta década dos de las obras más fundamentales sobre Prisciliano y el priscilianismo, la de Chadwick citada en n. 6 y la de Goosen [n. 11].

(5) Chron ., 2, 46, 2, pág. 99, 22 Halm: <<facundus, multa lectione eruditus, disserendi ac disputandi promptissimus, fa­milia nobilis, praediues opibus».

Sobre la influencia que Salustio pudo tener en esta descrip­ción que Sulpicio Severo nos ha dejado de Prisciliano cf. J. Fontaine <<L' affaire Priscillien ou l'ére des nouveaux Catilina, observations sur le sallustianisme de Sulpice Sévere >> en C/as­sica et Iberica. Festschrift in honor ofthe Reverend Joseph M. F. Marique, Worcester (Mass.), 1975, 355-392. La atribución de <<señoritO>> es segura. En cuanto a lo de ser gallego, las opiniones son muy diversas, cf. n. 23.

(6) Prisciliano de Avila. Ocultismo y poderes carismáticos en la Iglesia primitiva, trad. J. L. López Muñoz, Madrid, 1978. ;

(7) <<Panorama espiritual del Occidente Peninsular en los · siglos IV y V: por una nueva problemática del priscilianismO>> en Primera Reunión Gallega de Estudios Clásicos, Santiago de Compostela, 1981, 185-209.

(8) Es indiferente a este respecto que Prisciliano sea o no sea gallego (cf. n. 23). Aunque el camino recorrido por la predicación priscilianista fuese Bética, Lusitania, Norte, Piri­neos , Aquitania, etc., como creen Chadwick o.c. 31-32 y J . Fontaine art. cit., 209, opinión que no compartimos, no afecta­ría a nuestra tesis. Aun en ese supuesto, Galicia sería el lugar en donde Prisciliano encontró campo abonado para sembrar su mies y en donde sus habitantes supieron conjugar con él, vivir y también morir un poco con él, mientras en la Bética era apedreado y perseguido, no ya por los obispos, sino por los fieles .

(9) Svlp. Sev., Chron., Il, 51,5-8. Sobre la posible identifi­cación de este santuario con el actual del Apóstol se dicen bastantes cosas en este volumen.

(10) Priscillianus. Ein Reformator des vierten Jahrhun­derts, Würzburg, 1891.

(11) Achtergronden van Priscillianus christelijke Ascese, Nijmegen, 1976.

(12) A este aspecto ya ha prestado atención M. C. Díaz y Díaz en <<Orígenes cristianos en Lugo>> en Actas del Coloquio Internacional sobre el bimilenario de Lugo, Lugo, 1975, 237-250 y también en <<La cristianización en Galicia>> , capítulo del libro en colaboración con varios autores La romanización de Galicia, La Coruña, 1976, 105-120.

(13) Cf. a este respecto el trabajo de A. Barbero de Agui­lera, <<El priscilianismo, ¿herejía o movimiento social?>> en Cuadernos de Historia de España, 37-38 (1963), 4-41.

(14) El origen galaico de Eger'la sigue en tela de juicio. Sobre los contactos de esta monja con los priscilianistas cf. Chadwick o.c., 221-223, opinión que comparte también J. M. Blázquez, <<Prisciliano introductor del ascetismo en Gallaecia>>

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en Primera Reunión Gallega de Estudios Clásicos, Santiago áe Compostela, 1981, 233. La bibliografía en pro y en contra del origen galaico es abundantísima y puede verse en Baraut, <<Bibliografía Egeriana>> en Hispania Sacra, 57 (1954), 203-215. Posterior es el trabajo de G. Sanders, <<Corona Gratiarum. Miscellanea Dekkers», Brujas, 1975, 181-183 que la completa. Aparece en el mismo volumen también un trabajo de Ch. Mohrmann con excelente puesta a punto del problema, págs . 163 y SS.

(15) Díaz y Díaz, M. C. en su trabajo «Orígenes ... », [n. 12] pone en duda el origen galaico e incluso peninsular de todos estos obispos , y muy especialmente en el caso de Baquiario, cf. pág. 240, n. 12.

(16) Recogido en este mismo libro, págs. 69-74. (17) Dictinio escribe Libra, título que parece deberse, se­

gún opinión de A. Lezius, «Die Libra des Priszillianisten Dic­tinius von Astorga>> , Abhandlungen A. von Oettingen gewid­met, Munich, 1898, 113-124, a la influencia de un pasaje de la Passio S. Thomae en que se describen doce virtudes como <<Íntegra libra aequitatiS>>. Chadwick apoya la opinión de Le­zius con otro testimonio recogido de la carta de León a Toribio Ep., 15, 13 (PL, 54, 687 A). Cf. o.c., 206, n. 149.

Pastor, incluido por Gennadio entre los hombres ilustres, in modum symboli en el que condena varias herejías y concreta­mente la priscilianista, con mención expresa de su fundador .

Siagrio es quizá el autor de la R egulae definitionum contra · haereticos, pero la autoría sigue sujeta a discusión después de la atribución de K . Künstle Antipriscilliana Freiburg, 1905, 126-142 y del trabajo de G. Morin , <<Pastor et Syagrius, deux écrivens perdus du cinquieme siecle>> en Revue Bénédictine, 10 (1893), 385-394. Chadwick o .c., 285-288, también se ha enfren­tado con el problema de la autoría y de la identificación del Siagrio mencionado por Gennadio y el Siagrio obispo de la Gallaecia. Agrestio fue identificado por A. C. Vega en Boletín de la Real Academia de la Historia, 159 (1966), 167-209 como el autor de unos <<Versos sobre la fe en forma de una Profesión a Avito el obispo>> que están editados enPL. Suppl., V, 401 y reeditados con comentario por K. Smolak, <<Das Gedicht des Bischof Agrestius>>, Sitzungberichte de la Academia de Viena, 284j2, 1973.

(18) Se ha hablado (E. Flórez, Esp. Sagr., VI, Madrid, 1751, 53 y ss.) de que los obispos de las demás provincias hispanas invitaron a los de Galicia a un concilio a celebrar en Toledo en 396, pero todos los indicios son de no haberse celebrado.

(19) Lo incluye en su catálogo (u ir. ill., 121) y habla de que algunos le acusan de hereje, pero otros le defienden. Su actitud cambia después de la condena en el concilio de Toledo del 400, cf. [n. 48].

(20) Baste recordar Ad Orosium contra Priscilianistas et Origenistas, Contra mendacium, y las Ep., 190, 202 y 237.

(21) Sigue en pie la duda de si la traducción de Ireneo de Lyon se debió o no a los problemas planteados por el priscilia­nismo. Sugirió esta idea por primera vez H. Dodwell en 1689 (Dissertationes in Ireneum, Oxford, 1689). La idea de que esta aparición se explica bien dentro del ambiente que preparó la controversia priscilianista fue luego apoyada por H. Jordan en 1908 y por A. Souter en 1923, que la sitúan a finales del siglo IV. De la misma opinión y apoyándose en razones del lenguaje es Díaz y Díaz, M. C., << Tres observaciones sobre Ireneo de Lyon>> en Revista Española de Teología, 14 (1954), 39-399. Pero ya S. Lundstrom, Studien zur lateinischen Ireniiusüberst­zungen, Lund, 1943, adelantaba la fecha de aparición valién­dose también de datos lingüísticos .

(22) Cf. La romanización .. . [n. 12] y sobre todo el libro recientemente aparecido de A. Tranoy, La Galice romaine.

(23) La cuestión del origen gallego sigue y seguirá sin re­solverse. Es de origen galaico para P. Flórez, López Ferreiro, Murguía, Menéndez Pelayo, Pedret Casado, Otero Pedrayo, López Caneda, Quintana Prieto entre otros. No lo es para el P. Sarmiento, Babut, Díaz y Díaz, Vollmann, Chadwick, Fon­taine, etc. , quienes lo consideran más bien lusitano o bético.

(24) Cod. Theod., XVI, 5, 40 y 43. Sobre castigos que llegaban hasta la muerte tenemos el testimonio neutral de un

Prisciliano ·.

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pagano, Pacato. Cf. E. Gallestier, Panégyriques Latins, v. III , París, 1955, 48-114.

(25) Gennad., uir. ill., 24. (26) De fide (PL., 20, 1.019-1.036). Cf. Chadwick o.c. ,

223-224. (27) Esta carta se fecha alrededor del 402 y está recogida

en la PL., 20, 485-493. (28) Historia de los heterodoxos españoles II, 334 (Obras

completas, VII, Madrid, 1944). (29) Paganism und Survivals in Spain ap to the Visigothic

Kingdom, Gottingen, 1970, 50 y ss. (30) En este mismo artículo, escrito en 1912, recogía la

hipótesis, emitida por primera vez por Duchesne en 1900, de que el sepulcro de Santiago pudiera ser el de Prisciliano, cf. Obras completas, I, Madrid, 1958, 659.

(31) Cf. en este volumen el trabajo de F. Bobillo. (32) O.c. , 184 y ss. (33) Il Monachesimo nell' alto medioevo e la formatione

della civilta occidentale, Settimane di studio del Centro ita­liano sull'Alto Medioevo IV, Spoleto , 1957.

(34) J. Fontaine art. cit. [n. 7] , 204-205. (35) J . M. Fernández Catón, Manifestaciones ascéticas en

la Iglesia hispano-romana del siglo IV, León, 1962, 33 y ss. (36) Vivía con su esposa y tenía hijos. Es posible que uno

de ellos fuera el otro Hidacio , obispo de Chaves, de quien hablaremos luego. Al menos ésta es la opirúón de Th. Momm­sen, MGH a.a. , XI, 4. Datos importantes sobre el celibato en el libro de R. Gryson, Les Origines du celibat ecclésiastique, París, 1970.

(37) En este sentido es muy aleccionador el libro de Ch. Petri, Roma christiana . Recherches sur l'Eglise de Rome, son organization ... , París-Roma, 1976.

(38) Dámaso aumentó el poder y las riquezas eclesiásticas, proceso que se había iniciado con Constantino y buscó el favor de las clases más altas . Se le llamó <<matronasum auriscal­pius >>. Cf. Collectio Avellana, págs . 4-5 .

(39) Esta dimensión del prisciliarúsmo ha sido bien estu­diada por A. Barbero de Aguilera en el art. cit. [n. 3]. El autor lo pone en relación con otros movimientos sociales unas veces con tapadera religiosa -como los donatistas y los monatistas de Frigia- y otras no, como el movimiento de bagaudas.

(40) Hyd., Chron. , 32 y Conc. Tolet., I , pág. 33, ed . Vives-Mruín-Martínez. Sobre el problema de Ortigio y Exupe­rancio y la localización de Aquis Celerús cf. Díaz y Díaz, M. C., art. cit. en Act. Cong. Int., págs. 243 y ss.

(41) Testimonios comprendidos en un período de tiempo transcurrido entre 400 y 561.

( 42) Datos sobre este fracasado concilio en Actas del Con­cilio de Toledo del 400. Cf. Texto ahora en Chadwick o.c., 306 y ss . Ya E. Flórez, Esp. Sagr., VI, Madrid, 1751-53 advirtió que se había convocado un concilio ca. 396.

J. E. 'López Pereira

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(43) Hyd., Chron., 49. Los números harán siempre refe­rencia a los parágrafos de la edición de A. Tranoy, Hydace. Chronique, París, 1974. Lo mejor que se ha escrito sobre la invasión vándala sigue siendo la obra de C. Courtois, Les Vandales et l'Afrique, París, 1955. El autor discute la fecha del 411 como momento de la invasión.

( 44) Cf. n. 22. (45) Si fuese hijo de Hidacio de Mérida, como hemos de­

jado entrever en n. 36, no cabría la menor duda. (46) § 37a. ( 47) Suponiendo que haya sido escrita en 397 como cree J.

Fontaine, Vie de Saint Martín . Introdu ction, texte et traduc­tion, París, 1967, 17-19.

(48) Dice en su Epist. ad Ctesiphontem escrita hacia 415 (J. Labourt, Saint Jérome . Lettres, V. VIII, París, 1963, 55). <<In Hispania Agape Elpidium, mulier uirum, caeca duxit in foueam, successoremque sui Priscillianum habuit, Zoroaestri magi studiosissimum et ex mago episcopum ... >>

(49) Hyd. , Chron., 130. (50) § 135. (51) <<Gallaecia, algo más que un nombre geográfico para

HidaciO>> en Primera Reunión Gallega de Estudios Clásicos, Santiago de Compostela, 1981, 243-251.

(52) § 91. (53) Texto de las Actas en Chadwick, 306 y ss. (54) Esto es lo que deducimos de la tercera carta del papa

Inocente 1, escrita ca. 403 (PL. , 20, 485-493). (55) Chadwick, 309. (56) § 135. (57) § 32. (58) § 130, 138. (59) § 100. (60) Ob quorum (Sueuorum) depraedationem Hydatius

episcopus ad Aetium ducem, qui expeditbnem agebat in Ga­llis, suscipit legationem, § 96.

(61) Censorius comes legatus mittitur ad Sueuos, supra­dicto secum Hydatio redeunte, § 98.

(62) · <<Solito more perfidiae>>, § 188; <<Solita arte perfidiae>>, § 186.

(63) A. Tranoy o .c. , 1, 16 y 45. (64) § 175. (65) § 185. (66) Conimbriga, in pace decepta, diripitur, domus des­

truuntur cum aliquer parte murorum habitatoribusque captis atque dispersis er regio desolatur et ciuitas, § 241.

(67) C. Torres, <<Hidacio, el primer cronista español>> en RABM., 62 (1956), 755-795.

(68) Hemos estudiado ya este punto en nuestro art. antes mencionado [n. 51].

(69) lnter Frumarium et Rechimundmp eritur de regni po­testate dissensio, § 203.

(70) § 207.