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Este artículo se basa en una investigación con jóvenes del Gran Buenos Aires que cometieron deli- tos contra la propiedad. En primer lugar se analiza el impacto de la extensión de la inestabilidad y precariedad laboral en el pasaje de una lógica del trabajador a otra del proveedor. Ésta expresa la articulación de distintos recursos que se ubican entre el trabajo y el delito, mostrando la emergencia de un segmento de la población que combina acciones legales e ilegales para sobrevivir. En segundo lugar se indaga sobre la sociabilidad de dichos jóvenes, señalando sus particularidades respecto de las bandas presentadas en estudios de otras latitudes. Por último, el artículo se interesa por la relación con los vecinos, los dilemas sobre robar o no en el barrio y las estrategias de los mismos vecinos para normalizar y volver previsible la relación con los jóvenes. This article is based on an piece of research among young people from Greater Buenos Aires who com- mit crimes against property. In the first place, the article analyzes the impact of extended instability and precariousness of labor in the passage from workman’s logic to that of the supplier.The latter ex- presses the articulation of different resources which are placed between work and crime, showing the emergence of a segment of population that combines legal and illegal actions in order to survive. Secondly, the paper studies the sociability of these young people, pointing out their particularities in comparison with gangs presented in studies on other latitudes. Lastly, the article is interested in the relationship with neighbors; the dilemmas about stealing or not within the neighborhood, and the neigh- bors’ strategies to make their relationship with these young people normal and foreseeable. De proveedores, amigos, vecinos y barderos Acerca del trabajo, delito y sociabilidad en jóvenes del Gran Buenos Aires* Gabriel Kessler : Universidad Nacional de General Sarmiento-CONICET. Desacatos, núm. , primavera-verano , pp. -. * Una versión previa de este artículo se ha publicado en AA.VV,“Sociedad y sociabilidad en la Argentina de los ”, UNGS- Biblos, Buenos Aires. Se agradece la colaboración de Mariana Luzzi.

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Este artículo se basa en una investigación con jóvenes del Gran Buenos Aires que cometieron deli-tos contra la propiedad. En primer lugar se analiza el impacto de la extensión de la inestabilidad yprecariedad laboral en el pasaje de una lógica del trabajador a otra del proveedor. Ésta expresa laarticulación de distintos recursos que se ubican entre el trabajo y el delito, mostrando la emergenciade un segmento de la población que combina acciones legales e ilegales para sobrevivir. En segundolugar se indaga sobre la sociabilidad de dichos jóvenes, señalando sus particularidades respecto de lasbandas presentadas en estudios de otras latitudes. Por último, el artículo se interesa por la relacióncon los vecinos, los dilemas sobre robar o no en el barrio y las estrategias de los mismos vecinos paranormalizar y volver previsible la relación con los jóvenes.

This article is based on an piece of research among young people from Greater Buenos Aires who com-mit crimes against property. In the first place, the article analyzes the impact of extended instabilityand precariousness of labor in the passage from workman’s logic to that of the supplier.The latter ex-presses the articulation of different resources which are placed between work and crime, showing theemergence of a segment of population that combines legal and illegal actions in order to survive.Secondly, the paper studies the sociability of these young people, pointing out their particularities incomparison with gangs presented in studies on other latitudes. Lastly, the article is interested in therelationship with neighbors; the dilemmas about stealing or not within the neighborhood, and the neigh-bors’ strategies to make their relationship with these young people normal and foreseeable.

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Acerca del trabajo, delito y sociabilidad

en jóvenes del Gran Buenos Aires*

Gabriel Kessler

: Universidad Nacional de General Sarmiento-CONICET.

Desacatos, núm. , primavera-verano , pp. -.

* Una versión previa de este artículo se ha publicado en AA.VV, “Sociedad y sociabilidad en la Argentina de los ”, UNGS-Biblos, Buenos Aires.

Se agradece la colaboración de Mariana Luzzi.

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INTRODUCCIÓN

“N ecesitás guita [dinero] sí o sí, salís a bus-car, tratás de conseguir trabajo; si no en-contrás, salís a robar.” Lacónica, la frase

de Lucas presenta tres de los temas que se van a tratar enestas páginas: necesidad, trabajo y delito. Y el orden deenunciación no es casual: necesidad de dinero, primerobúsqueda de trabajo y, ante su falta, el delito. No es quesean los pasos invariables que realizan los jóvenes en losque se centra esta investigación, pero sí marcan el senti-do desde donde y hacia donde se producen las transfor-maciones: del mundo del trabajo, en un corrimiento porfases —con avances y retrocesos— hacia las actividadesilegales; en algunos casos como zona de llegada, en otrosvolviendo al mercado de trabajo pero también constitu-

yendo una zona intermedia en la que se alternan traba-jo y delitos contra la propiedad.

Este artículo se centra, justamente, en la relación entrecrisis del mundo del trabajo y la emergencia de formasde articulación novedosas entre ocupaciones legales e ile-gales. De ningún modo sostenemos la causalidad exclu-siva del delito a la crisis del trabajo, pero sin duda es lamatriz de emergencia del fenómeno a estudiar, matrizque se centra en las transformaciones de la estructurasocial en las últimas décadas. Al fin de cuentas, los jó-venes de los que hablaremos no han crecido en familiasy contextos de sociabilidad que tradicionalmente handelinquido.

Las entrevistas con los protagonistas de actos ilegales enlas que se basa este artículo fueron realizadas entre ene-ro y septiembre de en la ciudad y la provincia deBuenos Aires. Se realizaron aproximadamente un cente-nar de entrevistas con casi habitantes de estas zonas—en su mayoría menores de años— que habían pro-tagonizado acciones ilegales, en particular contra la pro-piedad. Elegimos esta franja de edad con el objetivo decaptar las nuevas formas de delito. En efecto, la mayorparte de nuestros entrevistados no poseía una “carrera de-lictiva” propiamente dicha, sino que habían incurrido enacciones ilegales en un periodo no mayor al año y medioprevios al momento de la entrevista.

Nos centramos en hechos en los que real o potencial-mente existiera violencia. A los fines de esta investigaciónconsideramos violencia a la concreción y/o amenazacontra la integridad física de personas. Hay entonces ca-sos de homicidio o tentativa del mismo, así como vícti-mas con heridas de distinta gravedad. Se excluyeron in-fracciones tales como posesión de drogas ilegales paraconsumo personal, carterismo y otros hechos de los quela violencia —tal como se la ha definido— estuviera ex-cluida. Se descartaron casos de violencia sin objetivos dedolo, como la violación, los crímenes pasionales y las di-versas manifestaciones de violencia familiar.

El artículo se divide en dos partes. En la primera se ana-liza el impacto de las transformaciones del mundo deltrabajo en las acciones delictivas; y en la segunda, inten-tamos vincular las mismas con distintas formas y esce-narios de la sociabilidad de los jóvenes entrevistados.

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“Me temblaban las patas. Si me voy a meter lo tengo que hacer, pensa-ba. Como dicen, si te metés ya no te salís y si te salís es en una tumba.”

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EL DEBATE SOBRE DESEMPLEO Y DELITOSCONTRA LA PROPIEDAD

Una controversia aún no resuelta en los estudios de losdelitos contra la propiedad es su relación con los proble-mas en el mercado de trabajo y, más particularmente,con el desempleo. A pesar del peso explicativo otorgadopor la opinión pública, no hay acuerdo en los trabajoscientíficos sobre la validez de tal presuposición, eviden-ciándose resultados divergentes según las fuentes, elperíodo, la región, el país y otras variables consideradas.

Los datos agregados establecieron durante décadas al-guna correlación entre el incremento del desempleo y deldelito, pero a finales de la década de Chiricos (),luego de una exhaustiva revisión de la evidencia empíri-ca, demostró que tal relación positiva era cuestionable.Esto llevó a que, según el autor, a mediados de esta déca-da se generara un “consenso de duda” sobre la existenciade una relación consistente entre desempleo y crimen.

También en Argentina ciertos estudios dan cuenta deuna correlación entre estas dos variables (Kusznir, ;Navarro, ). Pero a la vez otros, como Pompei ()y Cerro y Meloni (), adjudican un peso más deter-minante al aumento de la desigualdad en la distribucióndel ingreso. Así, según estos últimos, un incremento de% en la desigualdad del ingreso aumentaría en % latasa de criminalidad.

La interpretación económica del delito suele adolecerde dos errores, uno común a los estudios de todas latitudesy otro de carácter local. En general, hay un riesgo de “fala-cia ecológica”, es decir, la extrapolación de relaciones vál-idas en un nivel macro para utilizarlas como explicaciónde hechos individuales. Más concretamente, presuponerque una eventual correlación entre desempleo y delito enun periodo dado signifique necesariamente que sean losmismos desempleados los que delinquen.

Para esclarecer la relación entre los fenómenos, la inte-rrogante es cómo el desempleo originaría mayor crimi-

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3 “Quiero seguir creciendo pero nunca olvidar el lugar de donde vengo. Siempre estar consciente que ésa es mi familia, ellos son mi gente.”

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nalidad. Si se trata, por ejemplo, de explicar el aumentode la pobreza a partir del desempleo, la causa es la dismi-nución de los ingresos, el lazo explicativo; pero al intentarelucidar las causas del delito, ¿cuáles son específicamentelos vínculos entre uno y otro hecho? Muchas investiga-ciones muestran que los victimarios tienden a ser jóve-nes que aún no han entrado al mercado de trabajo ni selo plantean como opción. Pareciera ser que el debilita-miento del capital social local por causa del desempleo nosólo restringe el acceso a oportunidades sino que tambiéndeteriora los dispositivos de generación y mantenimien-to de normas sociales. Esto favorece la conformación depautas alternativas que contribuyen al desarrollo de ac-tividades ilegales. El consenso actual es que la privacióneconómica, conjugada con otros problemas locales, co-adyuvaría al desarrollo de un medio social en el que seproduce el aumento del crimen, sin que la experienciaindividual de privación económica pueda ser considera-da la única variable explicativa (véase Sullivan, ).

Existe también un segundo problema, propio de lostrabajos locales: no diferenciar las características del de-sempleo en Argentina con la situación de otros países. Enconcreto, la situación más habitual en el mercado de tra-bajo argentino no es el desempleo de larga duración1 co-mo en el caso europeo, sino la inestabilidad laboral queacarrea consecuencias específicas, diferentes al desempleode larga duración.

Ante todo, ¿a qué nos referimos cuando hablamos deinestabilidad laboral? O. Altimir y L. Beccaria () se-ñalan que la mayor parte de los puestos de trabajo crea-dos en la década de corresponden a posiciones pre-carias, con bajas remuneraciones, sin cobertura social ycon una nula protección al despido. Consecuentemente,su volatilidad es muy alta, implicando una elevada ines-tabilidad de los ingresos. A estos puestos tienen acceso,sobre todo, aquellas personas con menor nivel educativoy calificación, más aún si son nuevos trabajadores. Dellado de la sociedad se van configurando trayectorias labo-rales signadas por la inestabilidad: una alta rotación entre

puestos distintos, todos ellos precarios, de corta dura-ción, poco calificados, intercalados por periodos de de-sempleo, subempleo y aun de salida del mundo laboralcomo producto del desaliento.

Todo sucede como si los distintos problemas del mer-cado de trabajo estudiados en las últimas décadas —de-sempleo, subempleo, rotación laboral, informalidad,desaliento— se hubieran ido acoplando hasta llegar aconformar lo que llamamos trayectorias inestables. Unanovedad de la década de es la extensión y normali-zación de un tipo de relación particular con el mundodel trabajo, cuyas consecuencias son diferentes de aque-llas propias a la situación de pobreza o de desempleo.2

En las próximas páginas intentaremos mostrar cómo lainestabilidad laboral está en la base de la configuraciónque adquieren algunas actividades delictivas actualmen-te, en particular la alternancia o articulación entre ocu-paciones legales y acciones ilegales.

DE TRABAJADORES A PROVEEDORES

La casi totalidad de los entrevistados había trabajado al-guna vez, ya sea antes o durante la realización de activi-dades ilegales.3 No se trata entonces de una poblacióndedicada al delito a tiempo completo, sino que combina—en un mismo momento o según el periodo— activi-dades ilegales con otras legales. ¿De qué ocupacioneshablamos? Fueron cadetes, repartidores, trabajadores delimpieza y mantenimiento, empleados de pequeños co-

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1 En el caso europeo se considera desempleo de larga duración a par-tir de doce meses. En el caso argentino a partir de seis meses.

2 Como ejemplo de las consecuencias específicas de la inestabilidad enuna investigación en la que se comparaban datos sobre adolescentesen edad escolar pertenecientes a hogares de ingresos medios cuyos pa-dres tenían una ocupación inestable, la tasa de deserción del secunda-rio era mayor a la de los jóvenes pertenecientes a hogares de ingresosbajos pero estables (Beccaria y Kessler, ).3 Sobre casos, poseemos datos suficientes de de entre ellos: sietemujeres y hombres; siete tienen entre y años; entre y años; seis entre y y el resto por encima de años. Es decir, % sonmenores de años. Son solteros , cuatro casados y cuatro separadosy siete tienen hijos. Si se tiene en cuenta el nivel de escolaridad alcan-zado, tienen primaria incompleta, primaria completa, secunda-ria incompleta (tres de ellos en curso en el momento de la entrevis-ta), uno secundaria completa. Es significativo que % tenga primariaincompleta, pues la cobertura de la primaria es prácticamente univer-sal en todo el país y aún en los sectores sociales más desfavorecidos.

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mercios, fleteros, cuidadoras de niños, lavadores de autos,entre otras ocupaciones corrientes en jóvenes de bajascalificaciones. Pero lo sorprendente es lo sucedido conlos ingresos y la duración de los trabajos. En los casospara los que fue posible comparar las tres últimas ocu-paciones, los ingresos promedio de las primeras fueronde pesos,4 de las segundas y de las terceras.Esta evolución descendente de las remuneraciones esconsistente con el aumento de la desigualdad en la dis-tribución del ingreso en desmedro de los puestos menoscalificados. También la duración de las ocupaciones fuedisminuyendo: en las primeras el promedio fue de

meses, mientras que en las segundas y terceras éste des-cendió a diez meses.

Ahora bien, ¿cuál es la relación entre la inestabilidad yel delito? Ante todo, se trata de un problema que tienemás de una década de existencia, que ya fue experimen-tado por los padres de nuestros entrevistados; se trata deuna segunda generación con inserción inestable. Sus pa-dres, en general jóvenes, ingresaron al mercado de trabajoa mediados de la década de , manifestando biogra-fías laborales signadas por la inestabilidad. Ello explicaque en las entrevistas fuera habitual la dificultad para res-ponder a una pregunta tan tradicionalmente simple co-mo ¿de qué trabajan tus padres? Rara vez se escuchabala respuesta esperada (es obrero, comerciante…) sino queluego de titubear describían lo que sus padres estaban ohabían estado recientemente haciendo (creo que andabarepartiendo unos cajones de algo…).

Así, la inestabilidad laboral se naturaliza a medida quela imagen del trabajo como situación estable va desdi-bujándose de la experiencia transmitida por sus padresy otros adultos de su entorno. Los jóvenes ven frente aellos un horizonte de precariedad duradera en el que esimposible vislumbrar algún atisbo de “carrera laboral”.Sin disimular la amargura, un joven nos decía: “¿Qué teparece que puedo esperar? Como máximo, un laburito[trabajito] de mangos [pesos] durante tres meses.Después, nada durante un tiempo. Otro laburito de , mangos por un tiempo. Después nada de nuevo…

y así siempre.” Imaginan —en el mejor de los casos—una trayectoria laboral conformada por una sucesión depuestos de baja calificación y bajos ingresos, todos ines-tables, interrumpidos por periodos de desempleo. A suvez, los jóvenes sin calificaciones se enfrentan a una cre-ciente devaluación de credenciales y a una recalificaciónde puestos de trabajos, por lo que ocupaciones a las que te-nían acceso en el pasado, en un contexto de alto desem-pleo, son ocupadas por individuos más calificados.

Si la inestabilidad laboral dificulta imaginar algunamovilidad ascendente futura, en el presente lleva a queel trabajo se transforme en un recurso más de obtenciónde ingresos entre otros: el pedido en la vía pública, el“apriete”,5 el “peaje”6 y el robo; pudiendo recurrir a unosu otros según la oportunidad y el momento. Nuestrosentrevistados combinan de diferentes formas trabajo yrobo. Algunos alternan entre puestos precarios y, cuan-do escasean, perpetran acciones delictivas para más tardevolver a trabajar. Otros mantienen una tarea principal—en algunos casos el robo, en otros el trabajo— y reali-zan la actividad complementaria para completar sus in-gresos. En ciertos casos salen a robar los fines de semanacon los mismos compañeros del trabajo.

Cuando combinan trabajo y robo tienden a establecerel régimen de las “dos platas”: el dinero difícil que se ga-na difícilmente, en el trabajo, y que costea rubros impor-tantes (ayuda en la casa, transporte, etc.) y la “otra plata”que se obtiene más fácilmente en un delito y de la mis-ma manera se gasta: en salidas, cerveza, zapatillas de mar-ca, regalos, etc. Fernando mantiene este régimen desdeque comenzó a trabajar, apenas adolescente, hace casi unadécada. Al principio, hacía pequeños servicios a familia-res y vecinos de lunes a viernes por pocas monedas y elfin de semana robaba con un grupo más o menos fijo.

y… algo hacía, con mi tío. Le daba una mano… le pinta-ba las cosas… le cortaba el pasto a mi otro tío… qué séyo… plata siempre tenía. Aguantabas hasta el fin de sema-na con eso, y después… tenía la otra plata.

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4 En el momento del trabajo de campo, un peso argentino equivalía aun dólar estadounidense.

5 Es una forma de pedido en la vía pública en la que hay una veladaamenaza de violencia que no llega a concretarse.6 Su forma más habitual es la de un grupo de jóvenes que bloquea unárea de pasaje obligado en la vía pública y exige a los transeúntes di-nero para dejarlos pasar.

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Esta doble ocupación continúa a lo largo de los años:

Trabajé un tiempo en panadería después, ahí me acostum-bré a trabajar, como panadero más que nada. Estaba congente grande, gente que andaba robando bien y a veces sa-lía a robar con ellos y ganaba muy buena plata, muy bue-na plata… hacía la diferencia…

¿A que te dedicabas en ese entonces? A las dos cosas, robaba y trabajaba. Hacía una changa [tra-bajo de corta duración], pero sí era preferible robar antesque hacer una changa, la changa no te la pagaban nada yrobando tenía más plata.

¿Hiciste esto en forma paralela?Sí, pareja. Seis años. Digamos, seis meses bien y seis mesesmal. Seis meses derecho y seis meses izquierda.

¿Cómo pensar este pasaje del trabajo a su combinacióncon otras actividades? ¿Cómo el pasaje de una lógica deltrabajador a una lógica de proveedor? La diferencia seubica en la fuente de legitimidad de los recursos obte-nidos. En la lógica del trabajador, ésta reside en el origendel dinero: fruto del trabajo honesto en una ocupaciónrespetable y reconocida socialmente. A pesar de su sim-pleza constituye uno de los pilares sobre el que se edifi-caba la cultura de los sectores populares. Ese trabajo ho-nesto y reconocido era la matriz común de una imagende familia respetable cuyo jefe proveedor tenía un lugarlegítimo entre los adultos de los barrios populares.

En la lógica de la provisión, en cambio, la legitimidadya no se encuentra en el origen del dinero, sino en su uti-lización para satisfacer necesidades. O sea, cualquier re-curso provisto por alguna acción es legítimo si permitecubrir una necesidad. Éstas no se restringen a aquellasconsideradas comúnmente como básicas (por ejemplo,la comida), sino que incluyen a todas las así definidas porlos mismos individuos: necesidad puede ser ayudar a lamadre, pagar un impuesto, pero también, comprarse ro-pa, cerveza, marihuana, festejarle un cumpleaños a unamigo y hasta realizar un viaje para conocer las cataratasdel Iguazú. Dante se encuentra entre los primeros casosy nos cuenta lo siguiente:

A mi casa la llevaba. Yo le daba a mi vieja. A veces mi papánecesitaba para repuestos, así… y le daba. Después le dabaa mi vieja, a mi mamá. O sea que yo, con la plata, no soy…

no me gusta tener plata y ver necesidad en mi casa y hacer-me el tonto. Yo les daba.

Para Martín y Miguel, en cambio, el robo responde a otrotipo de necesidades:

Estaba en la esquina ahí, porque era el cumpleaños de unpibe, y nos reunimos todos los pibes para conseguir plata,y yo dije, bueno, vamos a tener que ir a robar. Y salimos yfuimos a robar. Y entramos a una casa y sacamos dosmotos. Dos motos y nos fuimos. Después las vendimos yteníamos para hacer el cumpleaños. (Martín)

Y bueno, había problemas en mi casa, con mi papá y mimamá. Discutían mucho, y yo no les quería pedir más pla-ta a ellos, porque ellos trabajaban los dos, y querían pon-er en la casa, hacer la casa bien, y yo quería comprarmeropa, quería ir a bailar, y todo eso. Y no se podía. Entoncesyo estaba en la esquina con mis amigos, y faltaba uno parair a laburar, como decimos nosotros, y bueno… fui a ro-bar. Entonces tenía plata, me compraba lo que yo quería ybueno… la vez que tuve que perder, perdí. (Miguel)

4 “Me costó mucho salir de la pandilla. Cuando los veo les hablo de loque estoy aprendiendo, de lo que son los derechos.”

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De los testimonios pueden deducirse los criterios de le-gitimidad de la provisión. Todo acto que proporcionarecursos para satisfacer necesidades es legítimo sin quela diferencia entre legalidad o ilegalidad de la acción searelevante. Más aún, legitimidad y legalidad se desaco-plan al punto que es más legítima una conducta ilegalproveedora que una legal que no lo es, como lo ilustra elrelato de Omar. Vive con su madre y dos hermanos ma-yores. Uno trabaja en un aserradero, el otro en una obra,mientras que Omar se dedica a robos a mano armada ensupermercados. Pasó un largo rato de la entrevista criti-cándolos duramente porque “ellos comen de arriba. Mimamá trabaja, va a cumplir años y trabaja. Entoncesyo salía a robar y ponía el pecho para traer la plata paralos gastos, para la comida, la luz, los impuestos…, mien-tras ellos se gastaban el dinero en sus cosas”.

La interrogante que surge en este punto es si la posibili-dad de articular legítimamente el trabajo con otras fuentes

de ingresos va desdibujando sus diferencias con el robo.No nos atreveríamos a afirmarlo, pero lo cierto es que seestablece una relación exclusivamente instrumental conel trabajo. Pierde su lugar central como base para la cons-trucción identitaria individual y para la formación deun entramado de lazos entre pares. El trabajo —o estostrabajos— no llegan a constituir la base de algún tipo deexperiencia subjetiva, ya se trate del deseo de integra-ción plena y movilidad ascendente tanto como las dis-tintas formas de resistencia a la explotación que conocióla historia.

El desdibujamiento entra ambas acciones contribuyetambién a que no se orienten hacia un proyecto de carre-ra delictiva a tiempo completo como en los profesionalesde vieja data. A. Isla () y D. Miguez () señalanen esta delincuencia profesional la idea de una carrera confases de formación por etapas. Los profesionales de vie-ja data hablan de sus acciones como de un trabajo y, másaún, describen un campo profesional jerarquizado se-gún las técnicas y conocimientos. Miguez transcribe unfragmento de entrevista donde se revela este complejo en-tramado de jerarquías. “El que está arriba de todo es elchorro de caño [asaltante], el violín [violador] no tienederecho a nada, el ‘transa’ [traficante de droga] no estámal visto, pero tiene que proveer y está por debajo del cho-rro, después están los giles o perejiles y los cachivaches”(p. ). Las categorías más bajas de la escala —perejiles,cachivaches y violadores— se caracterizan por su bajaprofesionalidad. Los perejiles son quienes cometen undelito por alguna situación coyuntural —por ejemplo, unhomicidio por razones emocionales, no enmarcada enuna práctica laboral—. Por su parte, los cachivaches sonquienes hacen del delito una práctica recurrente pero des-conociendo los códigos que la regulan, atacando muje-res, ancianos o usando indiscriminadamente la violencia.

Nuestros entrevistados posiblemente serían conside-rados como “cachivaches” por este profesional. ¿Por quéesta desprofesionalización de la actividad? Una primeraobservación es que la carrera delictiva de antaño entra encrisis simultáneamente con la carrera profesional legal.Desde esta óptica, en los trabajos sobre “carreras desvia-das” (Becker, ) escritas en los años de oro del capi-talismo, aparece un isomorfismo entre ambos tipos de

3 “Encontré una familia allí [en la mara]. Si hay un pan es un pan paratodos, si tenés un problema ya no es sólo tuyo, ya es de todos.”

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carrera: la delictiva era un horizonte certero cuando lalegal también lo era. Ambas se recortan en simetría, conreglas similares más allá de que se trate de campos opues-tos. Pensando en nuestro caso: en las etapas de hege-monía del trabajo estable, a tiempo completo, la idea decarrera como una trayectoria predeterminada, que ex-cluye otras opciones, es altamente factible. En cambio,cuando el horizonte de carrera laboral cae, la posibilidadde articular unas y otras formas de acceso a recursos seabre como posibilidad.

No se trata sólo de la inestabilidad de los ingresos, si-no que cuando se ahonda en sus experiencias laborales,es evidente que éstas no podrían haber generado el tipode socialización tradicionalmente asociada al trabajo. Enefecto, se trata de pasajes cortos por ocupaciones diversas,que no los califican en un oficio o actividad determinada.Por un lado, la inestabilidad atenta contra la generaciónde una identidad laboral de algún tipo: de oficio, sindicalo aún de pertenencia a una empresa. Por otro, se ha idoperdiendo el papel formativo de los espacios de trabajopara los excluidos del sistema educativo secundario o ter-ciario. No se trata sólo de la deserción escolar, ya que mu-chos de estos jóvenes en otras generaciones no hubierantampoco ingresado al secundario, sino que la alternativade capacitación en el trabajo es impracticable si no se tie-ne acceso a puestos con un mínimo de estabilidad.

Federico, por ejemplo, sin haber comenzado el secun-dario, realizó distintos trabajos de poca calificación. Porejemplo, fue ayudante de un jardinero, albañil o carpin-tero por periodos tan cortos que resultaron insuficientespara aprender el oficio y establecer lazos duraderos. Tan esasí que no registra ningún aprendizaje en alguno de ellos:

¿En alguno de los trabajos pudiste aprender cosas? No sé, que sé yo. Yo necesitaba y fui y laburé.

¿Y cuándo empezaste a robar? Si uno busca laburo y no encuentra…

Su lacónico testimonio muestra una relación tan instru-mental con un trabajo precario, carente de otro conte-nido que no sea la provisión, que fácilmente en caso deescasear puede ser sustituido por el delito. Para otros, co-mo Marcela, el pasaje por el mundo del trabajo no sólo

no los ha calificado sino que produjo un aprendizaje ne-gativo:

El trabajo era re-bueno, porque la pasaba re-bien ahí, perodespués cuando me di cuenta que esta señora se fuedescontando de cosas que ni siquiera me las dio, me diobronca porque no me pagó todo el sueldo. Cuando yo sela cuidé [a la hija] mejor que a mi hermano. Me dio mu-cha bronca [enojo].

¿Y qué cosas podrías decir que aprendiste ahí?Aprendí a no confiar en la gente, en que te hace regalitos ydespués no sé, después por atrás te clavan el cuchillo, no tepagan. No confío en nadie. En cuanto así, trabajo, no con-fío en nadie; debe ser por eso que no consigo trabajo

También la alta rotación laboral dificulta la generaciónde lazos con los compañeros; es poco probable la con-formación de vínculos duraderos en grupos laborales enlos que todos son inestables. La precariedad es una carac-terística común de sus ocupaciones y del tipo de delitoque realizan, como se desprende de relatos donde ambasactividades presentan rasgos compartidos. Muchas de susocupaciones son informales, con escasas barreras de ac-ceso a la actividad —como la venta en la vía pública otransportes— y poca necesidad de planificación. Algosimilar a cuando describen sus robos “al voleo”: salen ala calle, sin precisar la elección de la víctima ni la estrate-gia. En segundo lugar, realizan tareas con bajo reque-rimiento de calificación y de capital inicial. También susescasas calificaciones y poco capital social los limitan adelitos tan precarios: no saben manejar armas, no sabenconducir, no tienen mucha información ni contactos.Son concientes que para robar en otros niveles “hay quetener relaciones, amigos jueces, departamentos para que-darse, gente en los bancos…”, en suma, una dotación decapitales de la que carecen. Por último, ambas activi-dades se asemejan cuando se analiza la obtención deingresos en las historias laborales. En particular, cuandorealizan acciones por cuenta propia —por ejemplo, ven-tas callejeras— describen la obtención de ingresos muymagros, discontinuos, sin posibilidad de previsión sobreel monto. Algo similar señalan respecto de sus activida-des delictivas: salen a ver qué pasa, a obtener de distin-tas víctimas pequeñas cantidades.

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En resumen, todos los aspectos calificantes y sociali-zantes del mundo laboral están restringidos por la calidadde los empleos a los que tienen acceso. Desprovisto desus atributos tradicionales, el trabajo se reviste de un sen-tido meramente instrumental, acercándose a las restan-tes formas de provisión. En esa mutación, la ley comofrontera entre el tipo de acto a realizar se desdibuja, cons-tituyendo sin duda una de las consecuencias más crudasdel eclipsamiento del trabajo como experiencia central dela subjetividad.

LAS FORMAS DE LA SOCIABILIDAD:AMIGOS, CONOCIDOS Y VECINOS

¿Qué relación se establece entre la lógica de provisión ylas formas de sociabilidad de los jóvenes? ¿Qué simili-tudes y diferencias con los casos estudiados en otros paí-ses y periodos? Estas preguntas se insertan en el cruce dedos problemáticas contiguas: las bandas de jóvenes y lasubcultura juvenil. En efecto, las conductas delictivas enlos jóvenes han sido relacionadas en general con una afi-liación por “asociación diferencial”, presuponiendo unmedio que permita un aprendizaje de técnicas tanto co-mo un sostén normativo y relacional. Y si ciertamente,para nuestros entrevistados, el robo raramente se enca-ra en solitario, esto no debe llevar a pensar inmediata-mente en la conformación de bandas profesionalmenteorganizadas o en pandillas al estilo de las estudiadas enEstados Unidos, sino que sus relaciones adquieren ras-gos particulares indisociables del contexto general y delos requerimientos de las acciones que realizan.

A lo largo del siglo XX, la forma en que se plantean lasinterrogantes sobre formas de sociabilidad de estos gru-pos de jóvenes son inseparables de ciertos rasgos de lavida económico-social de cada periodo. Bien marcadospor las preocupaciones de cada época, los estudios pue-den dividirse en tres periodos con sus respectivas preo-cupaciones centrales. En el auge de la primera etapa dela Escuela de Chicago, el crecimiento urbano de las pri-meras décadas del siglo XX transformó el temor al “de-sorden” en preocupación sociológica central. Luego, enla posguerra, el capitalismo triunfante se preocupó sobre

todo por aquellos que carecían de los medios legítimospara tener acceso a los logros y valores de las clases me-dias en ascenso. Los trabajos dialogaron —a favor o crí-ticamente— con el desajuste entre medios legítimos yfines deseables, como sucede con la visión mertonianade la anomia. Finalmente, la descomposición de ese mun-do replantea con nuevas coordenadas conceptuales lapreocupación por el desorden y la desorganización so-cial de principios de siglo.

Para la Escuela de Chicago, en un contexto de desin-tegración social las pandillas aseguran la integración.7

En el trabajo pionero de F. Trasher () la banda esuna institución natural, como la familia, que actúa comoremedio —aunque imperfecto— de la desorganizaciónreinante. El delito es parte de las actividades grupalespero no su razón de ser, más bien se trata de una formade organización en un contexto caracterizado por el de-sorden, por lo que requiere como contrapeso una férreacodificación y la existencia de tensas rivalidades que de-finen el adentro-afuera en particular entre grupos inmi-grantes rivales enfrentados por el control de un territorio.

En el optimismo reinante de la posguerra, el funciona-lismo se centra en aquellos grupos todavía no integradosa la estructura cultural. Una de las formas de reacción ala anomia que estudia R. Merton (), la “innovación”,en tanto construcción de medios ilegítimos para teneracceso a fines dados está en el origen de una corrientede trabajos que consideran a las bandas como formas deresolución colectiva a la frustración de no poder teneracceso a los objetivos de un capitalismo triunfante. Lasbandas son formas organizadas de respuesta a la ano-mia. En este punto se articulan sociabilidad y subcultura,porque en el contexto de una concepción funcionalistade la cultura, la dificultad de alcanzar los logros socialespor medios legítimos es comprendida a partir de la ge-neración de subculturas. Es decir, éstas son vistas comorespuestas colectivas a las frustraciones de la estructura(Cloward y Ohlin, ).

Las reacciones a los supuestos fundantes —y a las im-precisiones— de la anomia mertoniana no se hicieron

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7 Para un análisis muy interesante de las preocupaciones de la Escuelade Chicago véase N. Cambiasso, Grieco y Bavio ().

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esperar. Al fin y al cabo, ¿por qué suponer que todos losgrupos y todas las sociedades comparten el afán por ellogro y éxito individual de una clase media estadouniden-se a veces más caricaturizada que conocida? Por ejem-plo, los trabajos ingleses sobre pandillas mostraron queuna fuerte identidad de clase y un menor apego nacionala los valores del logro individual plantean el problemaen términos diferentes al de la anomia, al punto tal que pa-ra Elias y Scotson (), en su estudio sobre el grupo demarginales que habitan en las inmediaciones aburrida-mente respetables de Winston Parva, los delitos como laspeleas en los cines, las borracheras y una vida sexual másrelajada constituían la respuesta hedonista a la tediosa-mente ordenada vida de un suburbio obrero en vías deaburguesamiento. Así, la respetabilidad del pueblo gene-raba la desviación de los otros grupos más que por nopoder compartir sus logros, por un intento mutuo de di-ferenciación de dos identidades definidas por oposición.

Otro supuesto que se mostró discutible fue la adjudi-cación de conductas desviadas a sujetos… desviados. Elprimer problema que se señaló fue que casi por antono-masia los sujetos desviados provenían de clases bajas,por lo cual una supuesta cultura propia fue acusada máso menos veladamente de transmitir valores indeseables.Prejuicios que se alimentaban en errores metodológicos.En efecto, no hace falta decir que la prevalencia de la de-lincuencia estaba lejos de ser general en ningún sectorde la sociedad. En los estudios de la época sólo una mi-noría desembocaba en una delincuencia grave y de ellossólo una parte lo hacía a través de pandillas. Por otro lado,las otras opciones abiertas a los jóvenes, la adaptación a losvalores de logros a través de la universidad y las clásicas“barras de la esquina” respetables nunca fueron exitosa-mente diferenciadas de la opción delincuente. La pregun-ta de por qué algunos jóvenes optaban por un camino yno por otro permanecía sin respuesta, dando lugar a acu-saciones, como las de D. Matza (), de sobrepredic-ción delincuente. Respecto de los prejuicios, es imposibleno sentir al leer muchos de estos trabajos estadouniden-ses las férreas creencias sobre lo potencialmente nega-tivo y asocial de las culturas de los sectores populares.

El problema siguiente fue la demarcación de una opo-sición cerrada entre grupos desviados y no desviados.

En este caso, los trabajos de Matza son una excepción. EnDrift and Delinquency () este autor describe la apa-rición de estos comportamientos en parte de la etapaadolescente y desarrolla la manera en que luego las re-glas se siguen violando en diferentes situaciones, comoparte de la vida cotidiana. Aun H. Becker (), en sufamoso estudio de carreras de desviación ascendente, nospersuade de prestar atención a aquellos que mantienenun vínculo más efímero con la desviación. Los trabajosmás recientes sobre trayectorias delictivas les dan la ra-zón: ellos muestran que el delito se concentra en edadesde la adolescencia temprana para un posterior desis-timiento, al punto que sólo una pequeña minoría de losque cometen delitos en la adolescencia entablarán una ca-rrera delictiva en la adultez. Otra línea que indica estoson los trabajos sobre delitos de “cuello blanco”, donde ladesviación no tiene que ver necesariamente con la falta

4 “Hay cosas buenas y hay cosas malas. Allí aprendí acrobacia. Hoy conayuda de Caja Lúdica formamos Cero Miedo, un grupo de teatro yacrobacia.”

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de medios para llegar a fines legítimos, sino más biencon la ilimitación de los fines. D. Sutherland () ad-vierte sobre las particularidades del criminal de cuelloblanco. En efecto, cuanta más educación posea y mayorconocimiento de los vericuetos de las empresas o sectorpúblico, mayor será su potencial como delincuente.Dicho en términos mertonianos, cuanto más acceso amedios legítimos, más posibilidad de violarlos. Ya tem-pranamente, estos trabajos ayudan a situar el problemade la desviación en las élites a fin de morigerar una mi-rada que difícilmente evita la estigmatización y la sos-pecha sobre las clases populares.

En el marco de la crisis del mundo del trabajo y de la“nueva cuestión social” el tema cobra nueva actualidad.Los resultados, sin embargo, difieren entre sí. En In theSearch of Respect, un excelente estudio sobre las bandasde revendedores de crack en Harlem, P. Bourgois ()encuentra que las bandas son una fuente de recursos enun universo territorial acotado y controlado, al mismotiempo que una forma de asegurar un respeto e identi-dad. Es claramente una contracultura, pues expresa va-lores propios, opuestos a un universo cultural que losexcluye. La altísima violencia reinante y las violacionescolectivas tienen, en este sentido, un efecto de fijación deuna contracultura alternativa.

Distinto es lo que muestra F. Dubet () para el casofrancés, en su gran trabajo de La galère. No se trata depandillas ni de grupos que expresan una contracultura;más bien asistimos a la emergencia de formas de socia-bilidad ligadas a la desorganización de valores y sentidosde la comunidad obrera. La galère es una experienciaque articula una triple lógica: la anomia en un universosin regulación ni reglas, la sensación de exclusión de unaescolaridad que garantiza el acceso al trabajo y la ra-bia ante una dominación a la que no se le encuentra elsentido. Si bien en la galère algunos delitos menores con-tra la propiedad no están excluidos, su rasgo saliente sonlas “incivilidades” (incivilités): actos de vandalismo con-tra los signos del Estado o los íconos de un hábitat grisque incluye y excluye a los jóvenes al mismo tiempo. Esuna experiencia colectiva de sociabilidad no regulada,que se autodestruye por el efecto mismo de dicha desor-ganización.

LAS FORMAS DE LA SOCIABILIDAD:ENTRE BARDEROS Y PROVEEDORES

¿Cómo caracterizar el tipo de sociabilidad que muestrannuestros entrevistados? ¿Estamos frente a un universode pandillas y bandas? ¿Se han socializado al interior desubculturas particulares? En primer lugar, para la mayo-ría, el robo raramente es una actividad que se lleva acabo en solitario. Ante todo es necesario establecer unadivisión entre aquellos jóvenes que describimos en elpunto anterior y que llamaremos proveedores y barderos.Para estos últimos, el delito es parte de actividades grupa-les caracterizadas por el “bardo”. ¿Qué entendemos porbardo? Es una disrupción de las reglas de convivenciacomunitaria, tanto de tipo delictivo como no delictivo.El bardo es una serie de actividades grupales que va

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“Cuando yo llegué a la sí me daba miedo, por el hecho de ser mu-jer. Pero encontré una familia allí.”

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mucho más allá de las acciones en conflicto con la ley.Por ejemplo, poner música fuerte a la hora de la siesta,sentarse en una esquina y molestar (bardear) a los veci-nos que pasan, es una forma de bardo; robar en grupo esotra. A diferencia de los proveedores, que suponen rela-ciones establecidas casi exclusivamente entre hombres,los grupos de barderos pueden ser mixtos.

En primer lugar, el bardo tiene un parecido de familiacon la “deriva” de D. Matza y concentra todos los elemen-tos de divertimento tradicionalmente ligados al delitojuvenil. En efecto, la literatura señala tres tipos de relacio-nes entre delito y diversión, en realidad usando el térmi-no difícilmente traducible de excitement. Para algunos, ladelincuencia provee los medios para comprar diversión,para otros, como para D. Matza, la acción misma provo-ca excitement y, por último, las acciones contra la ley son,en realidad, una suerte de subproducto no necesariamen-te buscado, de acciones que son en sí mismas divertidaso excitantes (vandalismo, rotura de bienes colectivos, mo-lestar a personas, entre otras). Por otro lado, el bardo seasemeja a la galère en la presencia de un universo des-regulado y anómico, aunque no aparezca en él tan ex-plícitamente el contenido de rabia y exclusión, así comotampoco una referencia política tan directa, mientras quelas incivilités tienen como objeto íconos o institucionesque representan al Estado

En los barderos es difícil señalar una motivación indi-vidual como la que aparece en los proveedores. El roboes parte de una actividad grupal y es tan importante loobtenido como el goce de la acción misma. Deciden yrealizan sus acciones en grupo y, sobre todo, el botín seutiliza colectivamente en salidas, comida, bebidas o dro-gas. No sólo hay una escasa o nula planificación de losrobos (un rasgo que compartirían con los otros), sinoque aquéllos no son pensados dentro de una estrategiade obtención de ingresos. Más bien responden a unadinámica grupal que siempre va decidiéndose en el cur-so de la acción.

Ahora bien, ¿una forma de robo excluye a la otra? Engeneral unos y otros se diferencian y se reconocen comodistintos. Es probable que algunos que comienzan co-mo barderos, si perduran en la senda, tiendan a asumircaracterísticas de los proveedores; es más extraño, en

cambio, que los que comiencen en una variante de pro-visión pasen al bardo. A su vez, los proveedores que vis-lumbran algún intento de profesionalización criticanfuertemente e intentan diferenciarse de los barderos, porsu falta de profesionalismo y su tendencia al uso indis-criminado de la violencia.

Más allá de las diferencias que podemos encontrarentre ambos tipo de actividad, existen dos elementos co-munes a ambas. En primer lugar, en ningún caso la ex-periencia del robo grupal determina la constitución depandillas como aparece en los estudios citados del pri-mer y segundo periodo. Ninguno de los rasgos típicosde las gangs —una fuerte cohesión identitaria, formas desocialización diferencial, un anclaje territorial y una apro-piación del territorio bien definidos, la existencia de lide-razgos fuertes, jerarquías y un complejo sistema de reglasinternas, que incluye el cumplimiento de ritos de ini-ciación y pasaje— surgen como característicos de los gru-pos conformados por los jóvenes entrevistados en esteestudio. Más aún, si adoptamos la “definición minima-lista” de F. Dubet (), esto es que existe una bandacuando los actores del grupo se definen como pertene-cientes a ella, no habría ninguna banda constituida ennuestro universo.

¿Cuáles son las características de estas relaciones? Porun lado, la realización de actividades delictivas en comúnno conducen a la conformación de un colectivo cerrado,con claros criterios de exclusión de los otros. Esto per-mite tanto que los jóvenes participen simultáneamenteen círculos diversos, alternando entre grupos que desa-rrollan actividades diferentes (ilegales o no), como la con-vivencia dentro de un mismo círculo de miembros queparticipan de acciones delictivas junto a otros que no lohacen. En cierto modo, una aproximación con la pluri-pertenencia a tribus con vínculos diversos que señala M.Maffesoli ().

¿Pero por qué no aparece esta separación? Las activi-dades delictivas no siguen un criterio de exclusividad.No hay una exigencia de construcción de contraculturao subcultura para legitimar el robo, porque la lógica dela provisión hace posible que ésta conviva con otras. Pa-reciera que esta lógica está legitimada aun entre quienesno la practican. Y si tiene cercanía con la innovación

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mertoniana, el punto de quiebre es que la ilegitimidadde los medios ya no lo es tal: serán ilegales pero no nece-sariamente ilegítimos. No se precisa de un grupo biendefinido, como soporte normativo y relacional, lo alcan-za con un marco de sociabilidad más amplio, menos de-finido que permite la convivencia entre lógicas de accióndiferentes pero no mutuamente excluyentes.

La consecuencia de lo anterior es que el robo no apa-rece como un criterio de separación fuerte dentro de uncolectivo. En contraposición, el consumo sistemático (yla venta) de drogas produce separaciones y fracturas en-tre los jóvenes. La lógica de provisión puede justificar elrobo pero no el consumo de drogas. En parte, esto seexplica por los requerimientos de cada una de las accio-nes. El consumo regular de drogas exige conseguir dine-ro, ir a comprar, normas de distribución y otras prácticasque reclaman una organización más aceitada —y por lotanto un grupo más “cerrado”— que la de robos de pocaplanificación y magnitud.

Por último, los grupos presentan una escasa o nularegulación interna, lo cual se refleja a la vez en la ausen-cia de liderazgos dentro de los mismos. Finalmente, auncuando el ámbito de acción de los jóvenes suele estar res-tringido geográficamente de manera inequívoca, esta li-mitación nunca se traduce en una apropiación fuerte delterritorio, ni en un sentido de pertenencia local.8

Luego de analizar los puntos en común, centrémonosahora en las diferencias entre proveedores y barderos.Trataremos en primer lugar el tipo de relaciones que setejen entre quienes asumen el robo como una forma deprovisión. En relación con la conformación de los gru-pos, es la alternancia de acciones propia de la lógica delproveedor la que permite que aquéllos no sean estables,pero también incide en ello el hecho de que la realiza-ción de actividades delictivas no requiera un alto nivel

de planificación previa ni un “resguardo” posterior, co-mo sucede en el “crimen profesional”. Así, mientras en elbardo todas las acciones se realizan en grupo, entre lostrabajadores la selección es eminentemente instrumen-tal y, en varios casos, ni siquiera roban grupalmente sinoque las relaciones ayudan en la preparación de la acción.Como cuenta Federico:

¿Te acordás el primero cómo fue?Estaba re-nervioso. Porque nunca había robado.Había unas personas y me mandé. Cacé una plata, cin-cuenta y algo de pesos, y me fui a la mierda.

¿Dónde fue? Allá lejos.

¿Cómo conseguiste el arma? Por un amigo. Me la vendió a pesos. A mí me dijeronque él me la podía conseguir, entonces yo fui y hablé conél y él dijo que sí y me la trajo.

¿Cómo fue?, ¿a vos se te ocurrió un almacén o planeasteantes? ¿Dijiste a ese almacén voy a ir?, ¿cómo fue? Voy a ir a ese almacén [tienda de alimentos]. Yo lo miré alalmacén, lo observé un poco, que se yo. Una semana.Pasaba por ahí a ver si había movimiento por ahí. Y vi queno había casi nada de movimiento, así, mucha gente porafuera... y no pasaba nadie y fui y entré. Me quedé senta-do adelante un rato, y me decidí, fui, entré y saqué… Es-taba el dueño nomás, el que atendía. Y entré, saqué eso ydespués corté por la esquina así, y después me perdí.

Más que una pandilla que, como las estudiadas por Tra-sher (), servían de marco colectivo para una estrate-gia mertoniana de innovación, en este caso hay una redde relaciones —el amigo que le brinda el arma— quefacilita la acción pero no necesariamente es su matriz deorigen imprescindible—. En ocasiones, la importanciadel grupo de amigos o conocidos es aún mayor, in-fluencia que es señalada tanto cuando describen los con-textos en los cuales comienzan a robar como cuandoindican las dificultades que encuentran para dejar dehacerlo. El delito se inscribe en una red de relaciones enambos sentidos: es necesario pertenecer a él para come-terlo y bastaría mantenerse alejado para evitarlo. Así sedesprende del relato de Gerardo, quien afirma la nece-sidad de romper con vínculos anteriores como requisitopara “enderazarse”.

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8 Esta última característica constituiría efectivamente una diferenciacentral con los hallazgos de estudios realizados recientemente en otrospaíses; véase P. Bourgois () para el caso americano y Lepoutre() para el caso francés. La única excepción que podríamos citar alo señalado más arriba es el caso de los hinchas de un mismo club defutbol, donde el principal “factor cohesivo” del grupo implica desde elvamos a un anclaje territorial preciso, dado que se trata de clubes conuna fuerte inserción local. De todas maneras, dentro de nuestro estu-dio este es el caso de un solo entrevistado.

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Y cuando vos saliste, esa vez que fuiste al taxi, ¿lo planeastedesde antes…? No, lo tenía pensado, lo tenía planeado de antes, pero notenía un empujón. Entonces pasó un chico, otro más, queno tiene problemas con nada… él es adicto a la droga… yfuimos a tomar dos cervezas, tomar, tomar, tomar…pastillas acá, pastillas allá, nos quedamos sin un peso ydice vamos a chorear [robar] y dale, agarramos a untaxista, es fácil con un revólver de juguete.

Ciertamente encontramos casos de acciones realizadasal interior de grupos estables, pero que ya estaban cons-tituidos de antemano. Mosca y Luisito, por ejemplo,formaban parte de una suerte de familia con lazos hori-zontales de varios años de itinerancia. Desde niños vi-vían en la calle y sus pequeños hurtos se inscribían den-tro de un repertorio de estrategias de supervivencia conalgunas características de subcultura. El grupo se ase-meja en parte a las pandillas de los estudios de la Escuelade Chicago, en cuanto ha actuado como factor de inte-

gración en un contexto de fuerte desorganización, enconcreto la ausencia de familia. Al igual que en estos es-tudios, el universo normativo interno es muy fuerte.Cuentan de este modo la planificación de acciones pre-vias a cada salida:

¿Cómo decidían que hacer?No, se charlaba. Lo hablábamos. Como si fuéramos her-manos. Lo hablábamos. Esta noche vamos para acá, ovamos para allá y listo. Y ya íbamos decididos adondeíbamos y listo.

Diferente es la situación entre los barderos. Mientrasque entre los proveedores se selecciona a los compañe-ros en pos de un objetivo instrumental, entre los bar-deros el grupo pre-existe a los individuos, llevando tan-to a borrar las diferencias entre los miembros en cuantoa iniciativas y responsabilidades como a establecer unacontinuidad entre las actividades delictivas y las res-tantes. Para un observador externo hay un grupo, pero

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“Hay chavos que hacen unos grafittis excelentes, que cortan cabello o que cosen. Simplemente no tuvieron una oportunidad, no nacieron en ellugar adecuado”.

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no para ellos; es una suerte de grupo sin conciencia de tal.No hay tampoco, como en el caso de Mosca y Luisito, unintento de imponer socialización ante el desorden; porel contrario, el grupo es el actor de un divertimento de ca-rácter tanto expresivo como instrumental. Alejo resumeen su descripción el lugar del grupo entre los barderos:

…bueno, algunos sí, algunos tienen la manía que todavíasiguen afanando [robando] y todo, como ya te dije. Peroen mí no. Estaba ahí… estaba ahí… yo que sé, más derobarme un disco en una fiesta no creo que haya hecho,pero estaba ahí. Yo creo que el día ese que voy preso fueporque bueno, los únicos cuatro que estabamos ahí, fui-mos los cuatro, si había un quinto… también. Yo, lo querecuerdo claro es que salimos a caminar, que estábamoslocos, locos…

Sí, y ahí no podíamos estar, porque estábamos… muy,muy… y salimos a caminar, hinchando por todos lados, yyo recuerdo que habíamos dicho vamos y afanamos algo,

pero yo en toda esa locura… Yo recuerdo que dijeron queiban a afanar, pero no lo pensé tampoco. Y bueno… loafanaron.

También para Marcela las actividades delictivas surgencomo continuación casi inadvertida de otras realizadaspor su grupo de pertenencia:

…No sé. Empezó, desde que conocí a la chica ésta que erami amiga… amiga no, bueno… una conocida, que me pre-sentó a todos los chicos, ahí empezó. Empezamos a salirtodos juntos. Nos íbamos a bailar; íbamos a cumpleañosasí… y de ahí saltó el tema de ir a… Empezamos a hablartodos, y saltó uno y dijo tengo un revólver así y así… yotengo esto… podríamos salir un día a robar, no sé… ¿Vosqué decís? Y yo le decía sí, todo bien, vamos.

El carácter lúdico como parte central de las actividadesaparece en este relato donde cierta teatralidad y un airecarnavalesco es el rasgo distintivo:

Nos vestíamos… no sé, uno de los chicos se ponía gorri-tas, cambiaba el color del pelo, yo me cambiaba el peinado,trataba de… lo que pasa es que yo me perseguía demasia-do, entonces… o a veces había semanas que no salía a nin-gún lado, que me quedaba encerrada en mi casa y no salíaa ningún lado porque, por el miedo de que la policía no sevenga a mi casa. Y pasaba la policía por el frente de mi ca-sa, miraban pero nunca dijeron nada. A lo mejor nunca sedieron cuenta que yo era la que andaba con esa gente.

En muchos casos son pocas las actividades compartidaspor el grupo. Julián lo cuenta de la siguiente manera:

¿Y con tus amigos, además de juntarse a escabiar, qué hacen?Fumamos.

¿Qué fuman?Fasos. Marihuana.

¿Y qué más hacen?Nada más, fumamos, escabiamos [bebemos], nada más.Estamos ahí… no sé, estamos boludeando, porque esta-mos medio escabiados [borrachos].

De todas maneras, como dijimos, si el grupo está presen-te antes y después del robo, no por ello da origen a unacohesión identitaria particular, ni cimenta vínculos estre-chos entre sus miembros. Esta particularidad se observacuando los entrevistados enfatizan la diferencia entre ami-gos y conocidos. En el caso de Dante:

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“Soñás pesadillas. Soñás con esas caras. Todas las noches siento miedo.”

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Con el grupo de chicos con el que salen a robar… ¿dónde losconociste?, ¿cómo se conocieron?Nos conocimos… hola, qué tal… hola, qué tal…; a losque no somos los amigos, hola qué tal, cómo andas… así,vamos a quedarnos acá, vamos a salir todos…

Por su parte, Horacio afirma:

Tengo… serán diez o quince amigos. Los demás son com-pañeros, que son los que caen presos conmigo, que tomancerveza conmigo, vino, que vamos a bailar… ésos soncompañeros.

En resumen, por razones distintas tanto para proveedo-res como barderos, hay una centralidad de las relacionesentre pares para la realización de actividades delictivas,pero su realización no necesariamente implica una mar-ca identitaria y un criterio de selección, tal como señalanlos trabajos de otras latitudes.

LA PLURALIDAD DE GRUPOS DE PERTENENCIA

Decíamos que ni los grupos de barderos ni de proveedo-res exigen en principio exclusividad por lo que la mayoríade los jóvenes entrevistados podían mantener relacionescon diversos jóvenes compartiendo actividades diferen-tes. Tal tolerancia permite también que en el mismo gru-po coexistan jóvenes que delinquen con otros que no. Paraestos últimos, como Santiago, estar en un grupo que ro-ba no tiene un peligro de “contagio”:

¿Y el hecho de que vos no robés con ellos no te afecta en larelación?No, no… no me contagian. Por más que ellos roben, yo noles voy a ir a pedir el revólver para robar yo. No es obli-gación que yo esté con ellos porque robe o no robe. Es lamisma amistad. Pero si me dicen vení, vamos a robar o te-néme esto que ahora vengo, no. No tengo nada. No, mejorno en eso… Nunca me pidieron de hacer cosas raras. Si no,lo pensaría dos veces: si me saldría bien y si me saldría maltambién. Las dos cosas. Pero por ahora nunca me dijeronnada, entonces mejor sigo haciendo lo mío y estoy mástranquilo.

Santiago forma parte de ese grupo sin sentirse presionado,sin temer ser influido por ellos, pero tampoco cuestio-

nándolos. En esa misma dirección, varios entrevistadosya habían dejado de robar sin que por ello hubieran cor-tados los vínculos con quienes antes habían delinquido.Marcela, cuyo relato sobre robo grupal leímos más arriba,va paulatinamente dejando de participar de estas accionessin dejar de compartir otras actividades con sus amigos:

Estábamos en la esquina de la casa de alguien, tomando ofumando.Y estábamos ahí contando cuentos, chistes. No sa-líamos a ningún lado. Aparte en ese momento yo me habíaenterado que estaban buscando a dos pibes y a dos pibasque andaban robando autos, entonces, es como que ya ha-bía hecho los tres robos, entonces ahí ya… ya estaba unpoco más rescatada de todo lo que había hecho, y no íba-mos a ningún lado. Ellos seguían robando, pero yo no iba.

A pesar que los lazos en los grupos de barderos son másfuertes que entre proveedores, Marcela puede seguir for-mando parte del grupo sin robar. Esto muestra que elrobo es parte importante pero sin ser la actividad central.También cuando Julián deja de robar esto no parece afec-tar la relación con sus amigos:

¿Y afectó tu amistad con ellos?No. Al principio sí, porque ellos iban a robar y yo no. Y yono sabía qué hacer. Y ahora cuando yo estoy ahí y ellos vana robar yo voy a mi casa, un rato. Y después recién vuelvo.

Ni el grupo parece en estos casos presionar para el robocomo tampoco el “rescatado” trata de convencer a losdemás. Robar —y dejar de robar— aparece como una de-cisión en principio individual que no lleva a cuestionara los demás. Si bien la influencia del grupo, sobre todoen los barderos, es significativa, hay un margen para ladecisión individual de robar o dejar de hacerlo. En esteorden de cosas, nos preguntábamos sobre la reacción delos amigos que no roban cuando un par comienza a de-linquir. En consonancia con lo anterior, los amigos queno roban pueden aceptar —aunque no celebrar— lasacciones de sus pares, sin aparentemente condenarlosabiertamente. Carlos y Joaquín nos hablan de la toleran-cia de sus amigos:

¿Y tus amigos sabían que la plata era de ahí [de un robo]?

Sí.

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¿Y qué te decían?Nada.

¿Hablás de eso con tus amigos?… ¿Qué comentan?Nada… “¿qué te robaste?”…

¿Y vos que decís?Nada. Jodemos.

Joaquín roba para juntar plata e irse de vacaciones con sumejor amigo, que trabaja en Mc Donalds:

¿Y a este amigo tuyo qué le decías? Le decía que iba con guita [dinero] de un robo. A él no legustaba mucho, pero como él se fijaba en mí, no en lo queyo hacía. Aparte, cuando fuimos de vacaciones no es que es-tuvimos bardeando por la costa ni nada, me iba de vaca-ciones, estaba tranquilo, salíamos, no era que estaba todoel tiempo obsesionado yo. Tampoco todo el tiempo estoy enun lugar y me desubico y robo. Pienso lo que voy a hacer, ycuando necesito plata. Y de vacaciones andábamos bien.Al pibe le gusta mi amistad. Como él trabaja en Mc Donalds,yo no le pregunto y yo tengo mi plata de otro lado, pero sí,sabe de dónde sale. Pero nos llevamos bien con el pibe.

El testimonio de Joaquín nos lleva a pensar que ambosamigos comparten la lógica de la provisión: uno obtienesu dinero del robo, el otro del trabajo y parece haber al-gún principio de equivalencia mínima entre las dos ac-tividades para que no se vea afectado el vínculo. En estarelación el robo no parece teñir la identidad del que lohace: “Él se fijaba en mí, no en lo que yo hacía”, afirmaJoaquín. Robar no aparece como una conducta desviadao al menos, no al punto de definir a los que lo realizancomo sujetos desviados a partir de procesos de etique-tamiento en el sentido señalado por H. Becker (). Pa-ra este autor, la desviación es un atributo que dependefundamentalmente del juicio de los demás, de una mayo-ría considerada “normal” de la sociedad que designa co-mo desviado a individuos o grupos que se apartan de lasnormas por ellos definidas. Los procesos de etiquetamien-to siempre, según Becker, requieren de un “emprende-dor moral”, un actor que designe a otro como desviadodesencadenando el proceso de estigmatización. Tal em-prendedor no aparece en los grupos de pares y al no estarsometidos a un juicio de desviación por éstos, se vuelvemás comprensible que no se conformen grupos cerrados,

puesto que son en gran medida defensivos frente a los pro-cesos de estigmatización. Al no verse inquiridos por suspares, se vuelve también comprensible la poca coaccióna elaborar discursos justificatorios de sus acciones, co-mo señalamos en el capítulo anterior.

No debe creerse, sin embargo, que haya una aceptacióntotal de sus acciones en su entorno, pero sí que sus re-latos describen un contexto de sociabilidad que excede alos grupos de pares con los que delinquen. Establecen unaserie de relaciones que participa de la lógica de la provi-sión, de una forma digamos pasiva, en cuanto acepta sus-pender el juicio moral sobre una infracción sin por ellollevarla a cabo. Hay, claro, casos que muestran la pau-latina separación de grupos de pertenencia. Mara, porejemplo, relata una pertenencia inicial a dos grupos y unalejamiento paulatino de sus amigas que “no sabían”.

¿Y en ese momento no tenías otro grupo de amigas, ami-gos…?Yo andaba, todavía me juntaba con las chicas que iban a laescuela conmigo, pero después empecé a cortarlas.

¿Y qué pasó ahí?Nada, que sé yo… los corté a todos, que sé yo. Yo no iba,no veía a mis compañeras, o venían ellas y yo no quería es-tar con ellas.

¿Por qué? ¿Vos qué pensabas?A mi me decían, vos con esos panchos no te tenés que jun-tar, son todos unos panchos.

¿Qué es ser un pancho?Ser tonto. Un tonto. ¿Por qué? Porque no se droga, ni na-da. Eso me decían y yo bueno… me llenaban la cabeza, ydespués ya no…

¿Y tus amigos qué te decían? No. Ellos no me decían, porque ellos no sabían nada. Yo mejuntaba, y se iban y no les decía nada, por eso no me de-cían nada ellos.

Mara guarda en secreto sus delitos mientras se va apar-tando del grupo de las chicas, en parte porque suponeque será cuestionada. Dicho de otro modo, presupone queno comparten la lógica de la provisión y, en ese caso, pare-ce difícil la pluripertenencia. Nicolás también va separán-dose poco a poco de uno de sus grupos, a partir de unaoposición entre “buenos” y “malos”, que finalmente lollevó a optar por uno de ellos.

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¿Cuando salías a dar una vuelta en el barrio tenías tu grupode amigos?Sí.

¿Dónde paraban?Parábamos en una esquina ahí. Y yo andaba con el grupi-to bueno.

¿Y cuál era la diferencia con el otro?Estos pibitos no hacían ninguna, ellos iban a bailar… Des-pués ya me empecé a juntar con los otros…

¿Qué pasó que decidiste juntarte con la mala junta?No sé… no sé… de repente cambié.

¿Cómo eran los buenos chicos?Los buenos pibes iban a bailar, ellos no se metían con na-die, se iban a acostar temprano…

¿Qué es no meterse con nadie?Es que no iban a robar, nada. Y los otros, nada. Los otrossalían.

Y estos pibes que decís que es el grupo de los chicos malos,¿cómo eran? Se mamaban [emborrachaban], así… Algunos se drogaban.

En este caso, la dicotomía entre “buenos” y “malos” setransforma en una distinción identitaria en la que el de-lito no es el único criterio diferenciador y aparece aso-ciado a otras actividades como tomar, drogarse y salir denoche. En suma, un rasgo particular de la sociabilidadde estos jóvenes es una pluripertenencia que muestra quela lógica de la provisión está extendida más allá de losque delinquen. Esto por un lado, contribuye a que al in-terior de contextos de sociabilidad no se generen proce-sos de etiquetamiento y posterior estigmatización de losque delinquen, con una eventual mayor segregación delos otros jóvenes. En contrapartida, puede pensarse queuna cierta aceptación velada de las acciones les evita lasanción y la presión de sus pares para dejar de robar.

LA RELACIÓN CON LOS VECINOS

¿Cómo son las relaciones de nuestros entrevistados consus vecinos? Y más específicamente, ¿qué sucede con di-chos vínculos cuando, como es frecuente, roban en elbarrio? En líneas generales, los vínculos locales se carac-

terizan por tres rasgos particulares: en primer lugar, lasestrategias por parte de los vecinos para intentar mini-mizar los problemas con los jóvenes; en segundo lugar,los conflictos de virulencia dispar que se producen a pe-sar de dichas estrategias; y, por último, la presencia del“bardo” como forma particular de vínculo con los veci-nos. Coco sintetiza bien una conflictividad de fondo en-tre los jóvenes y sus vecinos:

¿Con los vecinos, cómo te llevás? ¿Para qué le voy a mentir? Re-mal… dicen que yo andorobando, porque caí preso y mi vecino el de al lado es jus-ticiero, anda con la policía, todo eso… anda con la policía.Y está todo mal. Con una vecina nomás me llevo, con una.

Los vecinos entrevistados, más que reaccionar violenta-mente, intentan minimizar los conflictos, en parte adop-tando una actitud pasiva frente a los jóvenes, debilitán-dose aún más las relaciones internas ya resquebrajadas.

4 “Luego tú ves que las demás personas están en otro rollo y para túsentirte parte de ellos tienes que empezar a experimentar.”

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Así, Carlos considera que si no hay ninguna reacción departe del barrio es porque los vínculos ya se habían dete-riorado con anterioridad:

¿Y allá vos notaste cambios en el vecindario? Sí. Corté que me miraban así… y uy… mirá el chabón,mirá el que iba a la iglesia, y ahora anda robando, anda re-drogado.

¿Nunca algún vecino se te acercó, te quiso hablar, te dijo algorespecto a esto?No. Pienso porque no se animaron. No me llevaba muchoya de antes.

Además de una actitud más pasiva, es posible contabi-lizar el repertorio de estrategias barriales para atenuarlos conflictos, estrategias que, sin embargo, no se eviden-cian a primera vista. En efecto, lo primero que se escu-cha al dialogar con los vecinos es un discurso signadopor la estigmatización; una supuesta exclusión de la vidabarrial de los “jóvenes peligrosos”, que llevaría a pensaren una ausencia total de relaciones. Más tarde, el análisisde las prácticas y de las negociaciones cotidianas entre

los actores muestra una realidad distinta. Unos y otrosconviven cotidianamente, en muchos casos conocen alos jóvenes desde chicos así como a sus familias, por loque entre los sentimientos encontrados que les generan—miedo, bronca— también puede encontrarse el afecto.Por una razón u otra se les hace necesario elaborar estra-tegias cotidianas: algunas para minimizar el riesgo, comolos kiosqueros que les fían o regalan cervezas (para asíasegurarse que no serán víctimas de robos); en otros ba-rrios, donde los jóvenes “cobran peaje”, es decir, exigendinero a los transeúntes para dejarlos pasar, los vecinos pa-gan sin oponer ningún tipo de crítica o denuncia. Ciertosvecinos tienen bien identificados a quienes los robaronreiteradas veces y una pregunta que les hacíamos —yque se hacían ellos mismos— es sobre cómo se restablecela normalidad en la interacción cara a cara con alguien quelos ha robado. Así, en algunos casos establecían ciertascircunstancias atenuantes (“estaban drogados”, “no sonmalos chicos”, “no tiene ni padre ni madre que los con-trole”) pero más frecuentemente intentaban manteneruna cordialidad distante de carácter defensivo (“los sa-

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“En la sociedad que se dice muy normal si tú tienes para comer y yo no, pues me aguanto. En cambio, entre nosotros, si podemos ayudar ayu-damos, y si no, miramos cómo.”

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ludo de lejos como si nada”) pues pensaban que así se evi-tarían nuevos ataques.

Como se desprendía del último testimonio, el deterio-ro de la relación con los adultos es a menudo anterior alos delitos en el barrio, como resultado de acciones “des-viadas”: borracheras, molestar a los vecinos, etc. Si estopuede ser parte de la explicación en algunos casos, nues-tra hipótesis es que en términos generales tal distan-ciamiento es el resultado de una ruptura generacionalafectada por la crisis de las formas de integración labo-ral habituales, una de las consecuencias a nivel local dela descomposición del entramado social popular queseñalábamos en la introducción. En efecto, tradicional-mente, las nuevas generaciones iban incorporándose almundo adulto mediante su inserción en los escalonesmás bajos de las estructuras productivas existentes, yasea las fábricas, los puestos de aprendices en los oficioso como ayudantes en los comercios barriales. Esto situa-ba a los ex niños —ahora jóvenes— como adultos enformación en una relación de interdependencia con lasgeneraciones mayores. Tal integración no excluía deningún modo el conflicto generacional ni las formasde “desviación permitida” (Hoggart, ), pero las re-solvía dentro de estructuras de relaciones y de sentidocompartidas.

Todo esto ha desaparecido y por ende ha ocasionadola crisis de los dispositivos tradicionales de religamientogeneracional. Ya no entran a esas fábricas ni detectamosen los barrios a jóvenes trabajando en comercios localesy menos en puestos de aprendices de oficios. Esto expli-ca parte de la sensación de extrañeza y ajenidad hacia losadultos, más que de odios o enfrentamientos abiertos,una dificultad para encontrar un lugar desde el cual rela-cionarse con ellos, puesto que ya no son niños, pero tam-poco son adultos por estar fuera del mundo del trabajoy tampoco son vistos como estudiantes (aunque algu-nos concurran efectivamente a la escuela), lo que losubica en una suerte de “tierra de nadie” en la estructurasocial del lugar.

Por último, en ausencia de estas formas de religa-miento, encontramos una forma novedosa, una formade puesta entre paréntesis de ese distanciamiento, se tra-ta del bardo del que ya dimos cuenta en capítulos ante-

riores. Lo habíamos definido como una ruptura del ordenpúblico a nivel microsocial, a través de la transgresión dereglas básicas de convivencia. Ruptura que, por un lado,no tiene la violencia expresiva de las “incivilidades”(incivilités) francesas que describe F. Dubet en La galère,caracterizadas por el ataque a espacios y objetos que re-presentan el Estado. Por otro lado, tampoco llega a confor-mar movimientos contraculturales en tanto las accionesno pueden ser consideradas como parte de una voluntadde impugnación de la cultura hegemónica. Aníbal des-cribe un ejemplo de bardo en el barrio:

¿Hay algún lugar donde se junte mucha gente? Qué sé yo… una cancha o que vayan a jugar, o un club o al-go así, yo no. Yo me quedo en mi casa. Si no, en el pool siem-pre nos juntamos ahí. En la esquina de mi casa está. Yo voyy me encuentro. Si no hay nadie, me voy a la casa de otro.

¿Y qué hacen ahí? Somos barderos, qué sé yo… hacemos de todo. Lo empe-zamos a delirar al viejo del pool : “este pool es una cagada”.Y se recalienta. O si no, si se calienta nos vamos al pool deacá de la ruta. Bah, el viejo nos saca. O nos dice que va allamar a la policía, y cuando nos vamos, al ratito ya pintóla policía. O agarramos, le damos fuerte a la bocha y salta,porque las bandas están un poco mal. Y saltan para cual-quier lado y caen en el piso.

Como decíamos, una de las formas claves del bardo es laruptura de reglas de convivencia mínimas:

Se calientan conmigo los vecinos. Porque yo estoy con misamigos ahí afuera, y saco el parlante, el centro musicalafuera y pongo música, y se calientan que no puedendormir la siesta, qué sé yo…

¿Pero lo sacás a la siesta? A cualquier hora… ¡y si es mi casa! Yo no le doy bola, la man-do a la mierda. Bah, le digo eh… si no te gusta cámbiate,múdate. Yo siempre escuché así… encima estoy con todosmis amigos. Los sábados es que más escucho así, todo.

El bardo es una manera de estar presente en el barrio, detener un protagonismo; marca una presencia en el lugary, a pesar de ser esporádico, sin duda construye un tipode vínculo, dado que obliga a alguna reacción por parte delos otros, aunque en muchos casos no haga más que refor-zar estrategias de evitamiento y distanciamiento forzado.

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¿ROBAR EN EL BARRIO?

Robar en el propio barrio es una acción signada por doselecciones racionales contrapuestas. Por un lado, las in-vestigaciones han demostrado que por una cuestión deeconomía de desplazamientos, los infractores eligen susvíctimas en las áreas de proximidad como una forma dedisminuir los costos eventuales de sus acciones y obtenerrápidamente dinero o algún bien. Por otro lado, veremosque la mayoría considera que robar a los vecinos tieneconsecuencias muy negativas. Robar en el barrio planteaentonces un dilema que en las entrevistas se expresa delsiguiente modo: “no robar a los vecinos”, hemos visto, seenuncia como una regla a respetar pero que, como todaregla, puede ser violada bajo determinadas circunstan-cias. Joaquín, por ejemplo, flexibiliza esta norma al puntode reservarla sólo para el caso de los vecinos conocidos:

¿Y los vecinos, cómo te llevas? Bien. Los vecinos son… buenos. A veces me trato conellos… no los veo tanto, como no estoy tanto en mi casa,estoy siempre afuera.

¿Y a los que le robaban los conocían del barrio? Yo no los conocía. Eran recién llegados.

¿Cómo sabés? No sé. Yo digo. Yo nunca los había visto. Si yo lo había vis-to, lo conocía, yo no le robaba, que roben los otros.

En parte, como forma de controlar la lástima que causa unconocido, no robar a los vecinos se deriva también deuna primera norma básica de separación “adentro-afue-ra”. Los “de adentro no deben tocar a los de adentro” esuna regla cuya legitimidad, como señala Marcos, se deri-va de todas sus consecuencias negativas.

Una vez me agarró un vecino. Me hizo problema porquerobé ahí en el barrio. Tenía razón porque en el barrio nose tiene que robar. Te doy un ejemplo cualquiera: en unbarrio se ponen a robar veinte pibes todos los días en el ba-rrio, la gente se va a poner de los pelos, porque no es unbarrio bacán [rico]. Y si fuera bacán también se pone delos pelos. O va a empezar a los tiros la gente, o se va a lle-nar de policías, y a la vez se corta un montón de cosas queno son sólo… llega la policía… algo tenés que hacer. Y másque no sé, podes llegar a robarle a un vecino que te cono-ce hace quince años, y no tiene nada que ver. ¿Cómo haces

quedar a tu familia? Vos, si no te importa bueno… pero tufamilia… no es muy coherente.

¿Vos cuando decías que en el barrio no se roba, a dónde ibas? A otro lado. A otra zona que no es mi barrio, donde no meconocen.

En algunos barrios, los vecinos llegan al punto de esta-blecer una complicidad con la policía para el asesinatode jóvenes de la zona. Carlos ha sufrido en carne propialas represalias por robar en el barrio:

A una casa fue. Entramos y nos vieron todos que entramospor el techo y sacamos todas las cosas, televisores, todo eso.Nos engancharon ahí… la gente nos enganchó, no la policía,nos empezó a correr hasta la casa. Y sabían que éramosnosotros. Como seis entramos, todos por el techo. Fuimos ala casa porque no había nadie. El dueño se iba de día, y veníade noche. Nosotros entramos a la nochecita, ya oscurecía,entramos todos por el techo, abriendo un techo. Porqueesos techos son de cartón algunos, y rompimos así, y en-tramos justo en la pieza, y todo el techo ahí, justo fue arri-ba del ropero y subíamos y bajábamos con las cosas.

¿Y qué se llevaron? Nada. Si los vecinos nos corrieron a los cuetazos. Nos vie-ron cuando estábamos saliendo así. Y cuando estábamosarriba del techo, nos vio un hombre y empezó a gritar ysacó el arma y otro que había ahí se animó y nos corrían.Me quemé con la gente, porque entramos a robar ahí. Nonos dimos cuenta que nos estaban viendo. Pero despuéscuando salimos nos vieron que andábamos arriba de los te-chos sacando las cosas. Se enteró todo el barrio. A mí nome habían visto porque estaba encapuchado. Pero despuéscuando salí corriendo sí, se me corrió la capucha para atrásy me vieron todos, me corrieron.

¿Y alguien te dijo algo en el barrio? No te dicen nada. Desconfían. Pero la ves a la gente cómote miran. Me miran mal, con cara de estrella, pero no di-cen nada.

No robar a los vecinos es parte de la normativa tradicio-nal, como se desprende del relato de Germán, un profe-sional de vieja data:

Y el barrio se prestaba para eso, porque en el barrio no ha-cían nada, tipos tranquilos, disimulaban bien la cosa, hastaque un día apareció un patrullero y se los llevaba. Y en-tonces, mirá fulano, che… andaba robando. ¡Con razón!Ahí aparecía el famoso “con razón se compró una mesa

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nueva…” Para el barrio éramos gente que laburaba. Podíahaber una leve sospecha, o podían decir… “pintabancosas diferentes”, decir “voy a comprar el primer traje”. Eratodo un acontecimiento. Laburando… daba que pensar…laburando no era… Vos mismo lo pensabas de otro si loveías… Claro. Cuando veías algo extraño en ese momen-to… hasta de aparecerse con el primer jean. ¿Con un jean?Era imposible, éste anduvo robando. Parece simpleza, pe-ro te hace sufrir. Fui en ese aspecto bastante cuidadoso dehacer las cosas lo más lejos posible, inclusive buscar paracuando teníamos que robar algo para nosotros, cuando es-tábamos faltos de guita, lo que fuera, era gente de San Mar-tín, no era gente de la zona.

No robar en el barrio era parte de un código que per-mitía mantener una relación más o menos pacífica entreprofesionales, vecinos y policías. En efecto, los profesio-nales robaban fuera del barrio al mismo tiempo que man-tenían a raya a los “antichorros” o “cachivaches”, dentrode los que se encontrarían nuestros entrevistados, lo cualcontentaba a los vecinos y a la policía del lugar, que nose veía afectada por delitos cometidos en otras jurisdic-ciones. Si bien nuestros entrevistados no han entabladoun tipo de carrera estable como Germán, no por ello de-jaban de afirmar su adscripción a esta máxima. ¿Por quéentonces, como Carlos, algunos sí lo hacen? La justifi-cación más frecuente es la droga: estando drogados no sedan cuenta, violan esta regla primordial y roban a los ve-cinos, como confiesa Marcos. No interesa aquí si efec-tivamente es cierto, sino que es habitual entre nuestrosentrevistados la atribución a la droga como aquello queexplica la transgresión de cualquier normativa:

¿Y de tus vecinos qué me podés decir? ¿Cómo te llevabas conlos vecinos?Con mis vecinos… depende. Con todos no podés estarbien. Yo trataba de quedar bien con todos, pero a la vez,con alguno me zarpaba. Por ahí un día, medio enfermo lequería robar o lo pasaba. O a veces como ya tenía fama meacusaban de algo que había pasado en el barrio, y quizásyo no había sido y tenía problemas, pero si no… claro, yosabía todas las que pasaban en el barrio.

No sólo el temor a las represalias directas desaconsejarobar en el barrio, sino que aunque el barrio aparezcacomo una tercera persona exterior, al mismo tiempo esel único sujeto colectivo del que hablan y cuya mirada se

posa sobre ellos. El barrio es posiblemente uno de los po-cos ámbitos donde queda algún sentimiento de perte-nencia comunitaria y, por ende, donde el estigma y lasensación de exclusión es sentida:

Yo cuando caí, que vivía en Burzaco, nadie sabía en lo queandaba. Nadie se daba cuenta. Todos me veían un mucha-cho trabajador y cuando perdí nadie lo podía creer. Hastael día de hoy, hay gente que me ve que voy a buscar a mihijo y dicen: “¿Cómo puede ser que un muchacho comousted anduviera en eso?” Gente grande, mayormente. Gen-te decente, trabajadora.

Por último, no hay una separación tajante entre victima-rios y sus víctimas eventuales, sino que a veces se tejenrelaciones de interés mutuo. De los testimonios se des-prende que hay vecinos que compran mercadería roba-da, otros que hacen encargos a los chicos, aquellos que“hacen la segunda”, es decir que guardan los objetos deladrones sospechados, como cuenta Pipo:

Y mejor me llevaba con pibes… con los pibes que anda-ban en la misma que yo. Y había pibes que no andaban enla misma que yo… de cerca de mi casa, de enfrente, queestaba todo bien… porque me hacían la segunda… no medecían nada…

¿Qué es hacer la segunda? Qué sé yo… quizás tenía alguna cosa guardada en la casa,por ahí me la guardaban o no me recriminaban nada…me decían mirá que pasa esto…

Dado que en general se trata de robos de poca monta,tampoco están conectados con los circuitos extra-ba-rriales de venta de productos robados. Así es que en cier-tos barrios se conforma una franja intermedia, una seriede relaciones entre algunos vecinos y los que roban enlas que ambas partes obtienen beneficios; un circuito dereducidores y de clientes locales que hacen pedidos.

Tengo un cliente que “vende” a los repartidores.

¿Almacenero es?Sí, almacenero. Y está enganchado. Terrible. Él está a unacuadra de la villa, en la San Martín, y claro, o sea, los re-partidores todos tienen el mismo día de reparto, y la horamás o menos la misma.

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¿Cómo lo sabés esto?Y… una porque lo conozco al tipo. Que era flor de pícaro,y después los mismos vagos te dicen, lo mandan al frente,no les importa nada.

¿Qué dicen?Te dicen, que ojo con el gordo, que te manda afanar.

¿Por qué creés que lo hace?, ¿para que no lo afanen a él, va acomisión?Y ahora cambió el gordo porque lo robaron a él. Ahora nolos quiere ver a nadie.

¿Pensaba que era su seguro ése?Y sí. Que era el seguro de él, pero le salió el tiro por la cula-ta. Lo robaron a él y andaba amargadísimo.

En resumen, las relaciones de estos jóvenes con su en-torno barrial están atravesadas por fuertes tensiones, queno se dejarían englobar en un juicio simplista de exclu-sión barrial sino por múltiples negociaciones que vandesde el distanciamiento hasta la obtención de bene-ficios compartidos. Nuestros entrevistados reiteran suadhesión —aunque no por ello respetan— a la normaclásica de “no robar en el barrio”, basada en la evaluacióndel riesgo que implica ser identificable por sus víctimasasí como por un atisbo de sentimiento de pertenencia aun “nosotros” comunitario, por otro lado, precariamen-te apropiado en sus representaciones simbólicas de te-rritorios, actores e instituciones locales. Como telón defondo aparece la crisis de las formas de religamiento ge-neracional al interior del mundo del trabajo.Y si bien noson los únicos en sufrir el desempleo y la precariedad la-boral en sus barrios, un rasgo particular es que nunca hanefectivamente entrado al mundo laboral y, por ende, nopueden reclamar el estatus de trabajador —que sí pue-den sus mayores, aun cuando actualmente estén deso-cupados o subocupados—, estatus de trabajador quesigue siendo la condición necesaria para la construcciónde una reputación de hombre honesto e integrado. Demanera general, pensamos que para estos jóvenes no exis-te el barrio como institución socializadora: hay una seriede relaciones más o menos tensas con sus vecinos, inter-acciones obligadas, estrategias de evitamiento, pero sinque se sienta el peso socializador de las instituciones for-males ni de los vínculos informales al interior de una co-munidad local.

COMENTARIOS FINALES

En la primera parte de este trabajo reflexionamos sobrela relación entre inestabilidad laboral y una particularcombinación entre actividades legales e ilegales en losjóvenes entrevistados. Partimos de las transformacionesdel mundo del trabajo porque es la matriz a partir dela cual pretendemos comprender las innovaciones en lasprácticas y los sentidos de dichas prácticas, lo que llama-mos el pasaje de una lógica del trabajador a una del pro-veedor. Pero el impacto de la inestabilidad no se liga sóloa la corta duración de las actividades, sino al tipo de ex-periencia laboral que estas ocupaciones conllevan. Enefecto, se trata por lo general de experiencias laboralesdesprovistas del contenido socializante —tanto en el po-lo de la integración como del conflicto y resistencia a laexplotación— que se atribuyó tradicionalmente al tra-bajo. De esta manera, las experiencias del trabajo infor-mal y del tipo de delito que realizan van acercándose. Ytal aproximación, contribuye —junto a otros factores—al desdibujamiento de los límites entre lo legal y lo ilegalen tanto frontera relevante.

Si comenzamos analizando la situación de los que rea-lizan delitos contra la propiedad asimilables a ocupacio-nes precarias, ciertamente que otro grupo se recorta ennuestra muestra: los barderos, utilizando su propia tipi-ficación. Ellos realizan acciones delictivas grupales, perosin un objetivo central de provisión individual; el bardo—legal o ilegal— implica formas de disrupción de laconvivencia comunitaria que difícilmente puedan llegaral grado de contracultura, en tanto movimiento de cues-tionamiento explícito de la cultura hegemónica.

Una vez definidas las características de los dos grupos,recorrimos las formas de sociabilidad considerando losrequerimientos de la configuración particular de las ac-tividades de ambos. A pesar de las diferencias, un temacentral es la ausencia de una cohesión comunitaria, comoaparece en la literatura tradicional sobre bandas y gangs.Las acciones delictivas no parecen generar —hasta dondepudimos observar— lazos fuertes ni grupos excluyen-tes. Por el contrario, delinquir no constituye una fron-tera para la sociabilidad de estos jóvenes, en ninguno delos dos sentidos posibles: ni los excluye de grupos donde

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coexisten con otros que no delinquen, ni impide que alinterior de camarillas con mayoría de infractores, algu-nos puedan permanecer sin participar de las mismas.

En muchos casos los jóvenes entrevistados pertene-cen a varios grupos, compartiendo actividades distintascon cada uno de ellos. Parte de la no exclusividad de losgrupos de pares que delinquen se explica por la mismaalternancia de acciones en pos de recursos que implicala lógica de la provisión. También la poca planificaciónde las acciones contribuye a la no necesariedad de un tra-bajo previo de los grupos. Sin embargo, no creemos queesto alcance como explicación plausible. Es necesario pre-guntarse sobre una cierta aceptación no estigmatizante delos delitos contra la propiedad al interior de sus tramasde sociabilidad, definidas en la lógica de la provisión. Dehecho, mucho menos aceptable y excluyente resulta elconsumo de drogas entre los no consumidores. En laaceptación mayor de una actividad frente a la otra apa-

rece, en forma no siempre explícita, la falta de trabajo co-mo factor atenuante de un juicio condenatorio.

Por último, nos centramos en las relaciones de estosjóvenes con su entorno barrial, lazos atravesados por fuer-tes tensiones. Por un lado, nuestros entrevistados reite-ran su adhesión a una norma clásica de “no robar en elbarrio”: en la base está la evaluación de riesgo que impli-ca ser identificable por sus víctimas así como un leve sen-timiento de pertenencia a un “nosotros” comunitario.Como otras normas, ésta tampoco se respeta en dema-sía. Sin embargo, la mirada del barrio importa, es el úni-co sujeto colectivo del que dan cuentan en sus relatos.Ahora bien, un cierto distanciamiento y desconocimien-to surge cuando hablan de sus vecinos en particular.Nuestra hipótesis sobre tal distanciamiento se vincula ala crisis de las formas tradicionales de religamiento gene-racional al interior del mercado de trabajo. En efecto, lafábrica, el comercio del barrio, la tarea de los aprendices

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“Me gusta dibujar y pintar. Allí en la cárcel aprendí. Aprendí a tejer, a hacer hamacas, pulseras y barriletes.”

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en los oficios era la vía de incorporación de los jóvenesa la vida adulta, la forma de religamiento generacionalque ha entrado en crisis.

De parte de los vecinos, más allá de un primer discur-so que pueda hacer pensar en una estigmatización y ex-clusión de estos jóvenes, en realidad, aparecen distintasformas de negociación: tanto para minimizar los ries-gos, para garantizar formas de convivencia y, en algunoscasos, para aprovechar algunos de los bienes productodel delito. De cualquier forma, no puede hablarse de ex-clusión en el sentido de una ruptura total de lazos consus vecinos, sino más bien se plantea la necesidad deanalizar las distintas estrategias de negociación entre losjóvenes y sus vecinos.

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