De qué habla la gente antes de morir

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02:33 PM ET ¿De qué habla la gente antes de morir? Por Kerry Egan* (CNN) — Cuando estudiaba teología, empecé a trabajar como capellán en un hospital de cáncer. En una ocasión, mi profesor me preguntó por mi trabajo. Tenía 26 años y todavía para entonces trataba de familiarizarme con las funciones que debía realizar. “Hablo con los pacientes”, le dije. “¿Hablas con los pacientes? Y dime, ¿de qué platica contigo la gente enferma que va a morir?”, me preguntó. Nunca había considerado esa pregunta. “Bueno”, respondí lentamente, “Principalmente hablamos de sus familias”. “¿Hablan de Dios?”, insistió. “Hmm, por lo general no”, le dije. “¿O de su religión?”, prosiguió. “No mucho”, respondí. “¿El significado de sus vidas?”. “A veces”. “¿Y rezan, los guías en oración, o en un ritual?” “Bueno”, dudé. “A veces. Pero no siempre, realmente no”. Sentí una especie de burla en las palabras de mi profesor cuando dijo: “¿Entonces solo visitas a la gente y hablan de sus familias?”. “Bueno, ellos hablan, casi todo lo que hago es escuchar”, le dije. “Ha”, dijo mientras se recargaba en el respaldo de su silla. Una semana después, a la mitad de una clase de este profesor que estaba hasta el tope, él empezó a contar una historia acerca de una estudiante que conoció, que era capellán en un hospital. “Le pregunté: '¿exactamente qué es lo que haces como capellán?', y ella contestó: 'bueno, hablo con la gente de sus familias'”. Enseguida hizo una pausa. “¡Es de eso de lo que ese estudiante cree que se trata la fe!, ¡eso

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02:33 PM ET

¿De qué habla la gente antes de morir?Por Kerry Egan*

(CNN) — Cuando estudiaba teología, empecé a trabajar como capellán en un hospital de cáncer. En

una ocasión, mi profesor me preguntó por mi trabajo. Tenía 26 años y todavía para entonces trataba

de familiarizarme con las funciones que debía realizar.

“Hablo con los pacientes”, le dije.

“¿Hablas con los pacientes? Y dime, ¿de qué platica contigo la gente enferma que va a morir?”, me

preguntó.

Nunca había considerado esa pregunta. “Bueno”, respondí lentamente, “Principalmente hablamos de

sus familias”.

“¿Hablan de Dios?”, insistió.

“Hmm, por lo general no”, le dije.

“¿O de su religión?”, prosiguió.

“No mucho”, respondí.

“¿El significado de sus vidas?”.

“A veces”.

“¿Y rezan, los guías en oración, o en un ritual?”

“Bueno”, dudé. “A veces. Pero no siempre, realmente no”.

Sentí una especie de burla en las palabras de mi profesor cuando dijo: “¿Entonces solo visitas a la

gente y hablan de sus familias?”.

“Bueno, ellos hablan, casi todo lo que hago es escuchar”, le dije.

“Ha”, dijo mientras se recargaba en el respaldo de su silla.

Una semana después, a la mitad de una clase de este profesor que estaba hasta el tope, él empezó a

contar una historia acerca de una estudiante que conoció, que era capellán en un hospital.

“Le pregunté: '¿exactamente qué es lo que haces como capellán?', y ella contestó: 'bueno, hablo con

la gente de sus familias'”. Enseguida hizo una pausa. “¡Es de eso de lo que ese estudiante cree que

se trata la fe!, ¡eso era lo más profundo a lo que llegaba su vida espiritual! ¡hablar sobre las familias

de otras personas!”.

Los estudiantes se burlaron sobre lo banal que era ese tonto estudiante. Pero el profesor continuó.

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“Pensé que si alguna vez estuviera enfermo en ese hospital, si me estuviera muriendo, la última

persona a la que me gustaría ver es a un estudiante capellán de la escuela de teología que quiera que

hablemos sobre mi familia”.

En ese instante, sentí que mi cuerpo se adormecía de la pena.

En ese momento sentí que si yo fuera un mejor capellán, sabría cómo hablarle a las personas acerca

de grandes temas religiosos.

A lo mejor si los moribundos se encontraran con un mejor capellán, uno con más experiencia,

hablarían de Dios, pensé.

Hoy, 13 años después, soy capellán en un hospicio. Visito a la gente que va a morir en sus casas, en

hospitales, en casa de retiro. Y si me hicieras la misma pregunta, ¿De qué es de lo que la gente

enferma, ya a punto de morir, habla con el capellán?, yo, sin dudarlo, con toda seguridad, te daría la

misma respuesta. Principalmente, ellos hablan de sus familias: acerca de sus mamás y papás, de sus

hijos e hijas.

Hablan del amor que sintieron, del amor que dieron. Muchas veces hablan del amor que no recibieron,

o del que no sabían cómo ofrecer, del amor retenido o a lo mejor del que nunca sintieron por los que

debieron de amarlos incondicionalmente.

Hablan de cómo aprendieron sobre lo que es y no es el amor. Y a veces, cuando ya están muriendo,

con fluido en sus gargantas, estiran la mano para agarrar a alguien o algo que yo no veo.

Lo que no entendí cuando era estudiante, y se lo explicaría ahora a ese profesor, es que la gente le

habla al capellán acerca de su familia porque es así como hablamos de Dios. Es así como hablamos

del significado de nuestras vidas y es así como hablamos acerca de las grandes preguntas

espirituales de la existencia humana.

No vivimos nuestras vidas en nuestras cabezas, en teología y en teorías. Vivimos nuestras vidas en

nuestras familias: las familias en las que nacimos, las que creamos y las que hacemos a través de la

gente que escogemos como amigos.

Aquí es donde creamos nuestras vidas, donde le encontramos sentido, donde nuestro propósito es

claro.

La familia es el primer lugar en el que experimentamos el amor y en donde lo damos por primera vez.

Es probablemente el primer lugar en donde alguien a quien amamos nos lastima y es el lugar en

donde esperamos aprender a superar el rechazo más doloroso.

Con este amor es con el que nos empezamos a preguntar esas grandes cuestiones espirituales, y

dónde acabarán al final.

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He visto tales expresiones de amor: un esposo lavándole la cara a su mujer cuidadosamente con una

toalla fría, tomando la parte de atrás de de su cabeza rapada con su mano hasta llegar a su nuca

porque está muy débil para que ella la levante de la almohada. Una hija dándole de comer pudín en la

boca a su mamá, que no la ha reconocido por años.

Una mujer acomodando la almohada del cuerpo de su esposo que ya no respira para ayudarle al

sepulturero a pasarlo a la camilla de espera.

No aprendemos el significado de nuestras vidas discutiéndola. No se encuentra en libros o en salones

de clase ni en iglesias o sinagogas o mezquitas. Se descubre a través de estas acciones de amor.

Si Dios es amor, y creemos que eso es cierto, Entonces aprendemos de Dios cuando aprendemos del

amor. El primer, y por lo general el último, salón de clases del amor, es la familia.

A veces ese amor no solo es imperfecto, parece estar desaparecido por completo. Cosas

monstruosas les pueden pasar a las familias. Muy seguido, más de lo que quiero creer posible, los

pacientes me cuentan lo que se siente cuando la persona que amas te golpea o te viola. Me cuentan

lo que se siente saber que tus padres no te deseaban. Me platican lo que es ser el blanco de la rabia

de una persona. Me cuentan lo que se siente saber que abandonaste a tus hijos, o que tu manera de

beber destruyó a tu familia, o que fallaste en cuidar a los que te necesitaban.

Hasta en estos casos me sorprende la fuerza del alma humana. Las personas que no conocieron el

amor en sus familias saben que debieron haber sido amadas. De alguna manera saben lo que les hizo

falta y lo que se merecían de niños y de adultos.

Cuando el amor no es perfecto, o la familia es destructiva, hay otra cosa que se puede aprender: el

perdón. El trabajo espiritual del ser humano consiste en aprender a amar y a perdonar.

No necesitamos utilizar palabras de teología para hablar de Dios. La gente que está cerca de la

muerte casi nunca lo hace. Debemos de aprender de los que están muriendo que la mejor manera

para enseñarle a nuestros hijos acerca de Dios es amándonos los unos a los otros completamente y

perdonándonos del todo, así como nosotros esperamos ser amados y perdonados por nuestras

madres y padres, hijos e hijas.

*Nota del Editor: Kerry Egan es capellán en un hospicio en Massachusetts y es autora

de “Fumbling: A Pilgrimage Tale of Love, Grief, and Spiritual Renewal on the Camino de

Santiago”.

(Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Kerry Egan).