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EL HERALDO DE VEGUETA LUNES, 11 DE MAYO DE 2020 Director: Eduardo Reguera PERIÓDICO CULTURAL DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA Descendiendo por la calle Obispo Co- dina, arteria principal del barrio de Vegueta, hay en la acera del poniente un conjunto arquitectónico que no pasa desapercibido para el viandante, y que sirve de tapia a los jardines del Obis- pado. Puede que usted ya conozca su historia, pero me parece interesante refrescar la memoria y compartir lo que callan esas piedras. A poco que uno detiene el paso y observa el conjunto de frontispicios, columnas, hornacinas y dinteles de es- tilo neoclásico, da la sensación de estar contemplando unas encantadoras rui- nas clásicas que parecen sacadas de un cuadro del pintor y grabador francés del dieciocho Hubert Rubert. Pero no. Lo que uno tiene ante los ojos es lo que queda del Coro de la La bella arquitectura de Luján Pérez nº 6 Luchar hasta el último aliento (Enrique VI). William Shakespeare (1564- 1616) Catedral, diseñado y construido por el imaginero José Luján Pérez a prin- cipios del siglo XIX. Y digo lo que queda porque lo que vemos son los restos de una bellísi- ma construcción que hasta principios de los sesenta del siglo pasado estuvo ubicada en el interior del templo cate- dralicio, y ya no conserva muchos de sus elementos originales. Me refiero a los medallones y a la balaustrada que lo coronaba. El Obispo Pildain fue quien mandó desmontar piedra a piedra el Coro, el cual fue abandonado en un parterre. Su intención era la de dar más ampli- tud al templo. Gran error. En 1964, el insigne historiador don José Miguel Alzola presentó una pro- puesta a El Museo Canario para resca- Hoy mi carta va dirigida a todos los que hacen posible El Heraldo de Vegueta. Yo lancé la idea, pero sin la labor de cada uno de ellos y la ilusión compartida este pequeño pe- riódico no hubiera sido posible. A todos, muchas gracias. Carta del director tarlo y situarlo donde hoy está. Alzola propuso con acierto sustituir la valla que delimitaba los jardines del Obis- pado por la elegante arquitectura de Luján. Hubo que esperar a 1982 para que su acertado planteamiento se llevara a cabo. Fue el arquitecto don Salvador Fá- bregas Gil quien ejecutó el proyecto, uniendo los cuatro frontis con unos entrepaños alcanzando el conjunto una longitud total de 34,5 metros. Unas verjas de hierro forjado fueron añadi- das con la idea de permitir el acceso público al jardín del Palacio Episcopal una vez se acondicionase, pero esto nunca sucedió, y lo que hay hoy detrás del que fuera Coro de la Catedral es todo un misterio. El que escribe trató de acceder al mismo pero no encontré más que impedimentos. En 2012 añadieron cuatro bustos que acompañarían al ya existente de Lu- ján Pérez. Los de José de Viera y Clavijo, los de los obispos Cervera y Verdugo, y el del arquitecto de la Catedral Diego Nicolás Eduardo. Ese año Alzola cumplió 99 años. Ya he comentado en alguna ocasión que tuve la suerte de conocerlo, y sé que a él no le gustaban los honores, aun- que los mereciera. Está bien recordar que gracias a él hoy podemos admi- rar la bella arquitectura de Luján, que estuvo a punto de perderse, y que hoy ocupa un espacio digno en Obispo Codina, en la acera del poniente. Eduardo Reguera ¡ C o l e c c i ó n a m e ! La chica de ayer Pensar en las tardes de verano yendo al cine al aire libre en mi pueblo es uno de los recuerdos que mi memoria todavía mantiene intactos. Comprar- nos algunas chuches, y corretear por las calles al terminar la película hasta que nos daban las 10 de la noche, se convertía en la diversión de aquellos dias que ahora nos resultan tan lejanos. Los Goonies, Regreso al futuro o ET eran de nuestras preferidas y las lle- gamos a ver decenas de veces, con tal de poder reunirnos y pasar el mejor de los momentos. Sin embargo, no fue hasta que entré en la pubertad que pude pisar una sala de cine de verdad, y es que aunque a día de hoy sea uno de los pasatiempos al que recurrimos fácilmente, no lo era tanto así en los años 80 si vivías a 20 kms de la ciudad, donde dependías de tus padres para ir a cualquier parte. Así que cuando con unos 14 años des- cubrí lo que era estar entre cuatro paredes, con una pantalla gigante y de acústica alucinante que hacía vibrar las butacas, no me lo podía creer. Fue en Más cine por favor el clásico Cine Galaxy’s de las Palmas de Gran Canaria, que desde el año 1985 mantenía la ilusión en la capital grancanaria, y con la proyección de Parque Jurásico que llenó toda la sala y que nos mantuvo a mis amigas y a mí en vilo hasta el final. Las chuches ahora se convirtieron en roscas y ya no correteamos al salir, sino que pa- seamos por la “gran ciudad” antes de tener que volver a nuestro pequeño pueblo. Unos años después, las multi- nacionales hicieron que estos cines del recuerdo tuvieran que pasar a la his- toria, pero no de nuestra memoria, ya que las casualidades de la vida han hecho que ahora resida a pocos metros de lo que fue, y sigue siendo el cine de nuestra juventud, y pasear por su puerta se ha convertido en parte de mis paseos cuando me siento nostál- gica. Como dijo el genial y reciente- mente desaparecido Aute en una de sus canciones: “Más cine por favor, que todo en la vida es cine y los sue- ños cine son…” Nereida Rodríguez Hdez.

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EL HERALDODE VEGUETA

LUNES, 11 DE MAYO DE 2020Director: Eduardo Reguera PERIÓDICO CULTURAL DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA

Descendiendo por la calle Obispo Co-dina, arteria principal del barrio de Vegueta, hay en la acera del poniente un conjunto arquitectónico que no pasa desapercibido para el viandante, y que sirve de tapia a los jardines del Obis-pado. Puede que usted ya conozca su historia, pero me parece interesante refrescar la memoria y compartir lo que callan esas piedras.A poco que uno detiene el paso y observa el conjunto de frontispicios, columnas, hornacinas y dinteles de es-tilo neoclásico, da la sensación de estar contemplando unas encantadoras rui-nas clásicas que parecen sacadas de un cuadro del pintor y grabador francés del dieciocho Hubert Rubert.Pero no. Lo que uno tiene ante los ojos es lo que queda del Coro de la

La bella arquitectura de Luján Péreznº 6

Luchar hasta el último aliento (Enrique VI). William Shakespeare (1564- 1616)

Catedral, diseñado y construido por el imaginero José Luján Pérez a prin-cipios del siglo XIX. Y digo lo que queda porque lo que vemos son los restos de una bellísi-ma construcción que hasta principios de los sesenta del siglo pasado estuvo ubicada en el interior del templo cate-dralicio, y ya no conserva muchos de sus elementos originales. Me refiero a los medallones y a la balaustrada que lo coronaba.El Obispo Pildain fue quien mandó desmontar piedra a piedra el Coro, el cual fue abandonado en un parterre. Su intención era la de dar más ampli-tud al templo. Gran error. En 1964, el insigne historiador don José Miguel Alzola presentó una pro-puesta a El Museo Canario para resca-

Hoy mi carta va dirigida a todos los que hacen posible El Heraldo de Vegueta. Yo lancé la idea, pero sin la labor de cada uno de ellos y la ilusión compartida este pequeño pe-riódico no hubiera sido posible. A todos, muchas gracias.

Carta del director

tarlo y situarlo donde hoy está. Alzola propuso con acierto sustituir la valla que delimitaba los jardines del Obis-pado por la elegante arquitectura de Luján.Hubo que esperar a 1982 para que su acertado planteamiento se llevara a cabo. Fue el arquitecto don Salvador Fá-bregas Gil quien ejecutó el proyecto, uniendo los cuatro frontis con unos entrepaños alcanzando el conjunto una longitud total de 34,5 metros. Unas verjas de hierro forjado fueron añadi-das con la idea de permitir el acceso público al jardín del Palacio Episcopal una vez se acondicionase, pero esto nunca sucedió, y lo que hay hoy detrás del que fuera Coro de la Catedral es todo un misterio. El que escribe trató

de acceder al mismo pero no encontré más que impedimentos.En 2012 añadieron cuatro bustos que acompañarían al ya existente de Lu-ján Pérez. Los de José de Viera y Clavijo, los de los obispos Cervera y Verdugo, y el del arquitecto de la Catedral Diego Nicolás Eduardo.Ese año Alzola cumplió 99 años. Ya he comentado en alguna ocasión que tuve la suerte de conocerlo, y sé que a él no le gustaban los honores, aun-que los mereciera. Está bien recordar que gracias a él hoy podemos admi-rar la bella arquitectura de Luján, que estuvo a punto de perderse, y que hoy ocupa un espacio digno en Obispo Codina, en la acera del poniente.

Eduardo Reguera

¡Coleccióname!

La chicade ayer

Pensar en las tardes de verano yendo al cine al aire libre en mi pueblo es uno de los recuerdos que mi memoria todavía mantiene intactos. Comprar-nos algunas chuches, y corretear por las calles al terminar la película hasta

que nos daban las 10 de la noche, se convertía en la diversión de aquellos dias que ahora nos resultan tan lejanos.Los Goonies, Regreso al futuro o ET eran de nuestras preferidas y las lle-gamos a ver decenas de veces, con tal de poder reunirnos y pasar el mejor de los momentos.Sin embargo, no fue hasta que entré en la pubertad que pude pisar una sala de cine de verdad, y es que aunque a día de hoy sea uno de los pasatiempos al que recurrimos fácilmente, no lo era tanto así en los años 80 si vivías a 20 kms de la ciudad, donde dependías de tus padres para ir a cualquier parte.Así que cuando con unos 14 años des-cubrí lo que era estar entre cuatro paredes, con una pantalla gigante y de acústica alucinante que hacía vibrar las butacas, no me lo podía creer. Fue en

Más cine por favor

el clásico Cine Galaxy’s de las Palmas de Gran Canaria, que desde el año 1985 mantenía la ilusión en la capital grancanaria, y con la proyección de Parque Jurásico que llenó toda la sala y que nos mantuvo a mis amigas y a mí en vilo hasta el final. Las chuches ahora se convirtieron en roscas y ya no correteamos al salir, sino que pa-seamos por la “gran ciudad” antes de tener que volver a nuestro pequeño pueblo. Unos años después, las multi-nacionales hicieron que estos cines del recuerdo tuvieran que pasar a la his-toria, pero no de nuestra memoria, ya que las casualidades de la vida han hecho que ahora resida a pocos metros de lo que fue, y sigue siendo el cine de nuestra juventud, y pasear por su puerta se ha convertido en parte de mis paseos cuando me siento nostál-

gica. Como dijo el genial y reciente-mente desaparecido Aute en una de sus canciones: “Más cine por favor, que todo en la vida es cine y los sue-ños cine son…”

Nereida Rodríguez Hdez.

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2 EL HERALDO DE VEGUETA. LUNES, 11 DE MAYO DE 2020

¡EL HERALDO DE VEGUETA TE BUSCA!

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Recreación del aspecto aproximado que tenía el letrero del Sensat, a partir de las escasas y pocas imáge-nes encontradas.El Sensat fue una goleta de 164 toneladas construida en Blanes en 1866 con el nombre de Higinia y rebautizado años más tarde con el apellido de uno de sus propieta-rios. En 1890 fue adquirida por D. Tomas Bosch y Sastre, comerciante mallorquín establecido en las Pal-mas de Gran Canaria, para llevar y traer mercancías y viajeros a y des-de Cuba. Tras retirarse de la nave-gación en 1928, fue comprada por el Club Natación de Las Canteras y fondeada en La Puntilla para ser usada como su sede. Ese mismo año el obispo Miguel Serra bendijo el club y el Presidente Primo de Rivera izó la bandera de España

Rótulosrecuperados

Los Albergues era un conjunto de ca-sas unifamiliares construidas al final de la calle de don Pedro Infinito, en el extremo oeste de la que iba a ser -y luego se frustró- Barriada Residencial de Carló. El apelativo de unifamilia-res quizá les viniera un poco grande, porque no pasaban de ser unas casitas terreras que Franco mandó construir para meter en ellas a chabolistas y habitantes de cuevas; con decir que venían “equipadas” con camastros de cemento.Fue mi difunto padre, Domingo Cabrera, cobrador número 128 de la Patronal, quien junto a Santiaguito Socorro, chófer y dueño de la gua-gua número 148, inauguró la línea de Pedro Infinito, que llegaba hasta los estanques de barro, donde muchos años más tarde se construyó el pri-mer Instituto Alonso Quesada. Para la gente nueva, la calle don Pedro Infinito llegaba en su día hasta Los

Las guaguasTarajales. Cuando se prolongó la Ave-nida de Escaleritas hasta esa zona, la avenida fagocitó a la pobre calle. Era envidiable la familiaridad que había entre guagüeros y viajeros. El cobrador ayudaba a subir y bajar los paquetes, y el chófer esperaba a que la señora con su niño en brazos se sentara para luego arrancar. Re-cuerdo a mi padre en el cuarto de la azotea de mi casa confeccionando con un bote de pintura vacío un “bote” -valga la redundancia- para las propi-nas navideñas. Perra a perra, que en aquellos tiempos valían algo, reunían un capitalito que luego se repartían chófer y cobrador.Me contaba mi padre que algún que otro viajero les regalabas sardinas compradas en la Plaza de Las Pal-mas. Él y Santiaguito aprovechaban el tiempo entre viaje y viaje para asarlas en el tubo de escape de la guagua. El pan lo habían comprado antes en la Dulcería Conchita, que estaba en el número 11 de la calle don Pedro Infinito. A mediados del siglo pasado pocos sabían lo que era un certificado de manipulación de alimentos, y muy pocos eran conscientes de lo que sig-nificaba los términos ecología, conta-minación y polución.En uno de los muchos viajes que da-ría, conoció mi padre a mi madre, que vivía en la zona de la Iglesia de Los Sagrados Corazones. Quiero pensar que el día que se le declaró no habría comido sardinas.

Luis Cabrera Hernández

Los albergues de Schamann

en su popa. Conocido por enton-ces como El Pontón, en el barco se celebraban bailes y festejos. Uno de los entretenimientos consistía en acceder a nado, aunque en ocasiones salía una barca desde un embarcade-ro en la playa. En 1931 embarrancó a causa de un temporal y, ante la imposibilidad de sacarlo de donde estaba, el Ayuntamiento decidió que se desguazara allí mismo. También ordenó que los restos se enterraran bajo la arena de la playa, donde aún continúan.

Jaime Medina

Fuentes, más información y fotografías en miplayadelascanteras.com y vidamaritima.com

Decimoctavo díaEs la única forma de librarme de esta agonía. Hoy es el decimoctavo día que permanezco aquí sentado, en el mismo banco, con la misma ropa y los mis-mos bártulos. Recuerdo que me acerqué a la vieja ventanilla del vagón del tren, tras ser sorprendido por un fulgente rayo de sol que me despertó y que, al otro lado del cristal opaco, me regaló la visión de un rostro sonrojado. Ella sostenía un libro abierto en su regazo, y yo no me atreví a parpadear; por si el sueño me envolvía de nuevo cruel y ominoso. Recuerdo que el vagón ralentizó la marcha. Vi mi vida junto a ella ro-deado de flores dichosas y risas de aromas dulces. Su vestido color da-mascena y su sombrero adornado de flores púrpuras me cautivaron. Ella me esperaba sentada en el banco, como salida de minuciosos y perfectos tra-zos de lienzo al óleo. Borracho como un demente no demoré la espera y me levanté, para correr por el sendero del paraíso en el que se había convertido el pasillo del tren. Bajé del vagón sin esperar que parara siquiera. Ella levan-tó los ojos y me miró. Yo sonreí. Me acerqué y abrí los brazos, decidido en la búsqueda de un beso eterno.Quería acariciarla. Quería sellar lo nuestro. Pero ella se levantó y se fue sin decirme hola o adiós. Mis labios anhelan. Ese es mi último pensamiento cuando cierro los ojos y duermo. Mi cuerpo desea. Ese es mi primer pensamiento cuando despierto y abro los ojos. Con cada amanecer chillan las chime-neas del viejo tren. Su estruendo me

ensordece y aturde mi cabeza. Me pesa este andar. Tengo plomo en la esperanza, agujas en el pecho, llamas en la garganta y una febril espiral de locura en los pensamientos. Cada día ella regresa a las once y diez, y prefiere sentarse en el banco solitario al otro lado de las vías del tren. Cuando se va, yo cruzo las vías y ocupo por un tiempo su lugar. Tomo el calor que deja su cuerpo, como si yo fuera un mendigo y solo me quedara recoger las migajas que de ella quedan en la madera.Aun así, la espero y paso los días sin apenas comer, sin apenas beber. Hoy es el decimoctavo día que perma-nezco aquí sentado, en el mismo ban-co, con la misma ropa y los mismos bártulos. Es el día en el que entien-do que jamás sucederá este punto de acercamiento. Ella no intentará reunir-se conmigo, y menos vagar por este camino de donde vengo con la ra-zón apenas colgada de la firme locura. Vivo en el éxtasis de un sueño tras un largo letargo; oscuro, de noches sin estrellas, sin luna. Soy un residuo del cosmos, una abo-minación del universo en comparación con la belleza que ella alberga. Soy un rechazo que retrocede famélico. Soy esa niebla gris que nadie desea, fría y densa, que impide ver; y que cuando baja, estorba opaca y esclava de infi-nita soledad. Vivo en esta mente es-clavizada solo porque ella no me deja entrar… y ese desapego, ese desprecio me obliga a considerar la idea de que sea ella quien no tenga cabida en este deambular, en este punto del camino… Y que la única forma de librarme de esta agonía sea apretar su cuello hasta que deje de respirar.

Maríe Yuset

El tintero

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3EL HERALDO DE VEGUETA. LUNES, 11 DE MAYO DE 2020

El visor de Alberto Suárez Catedral de Canarias. @alsnphoto

Losas yblasones

Recetasantiguas

Parte de la historia de Vegueta luce cincelada a ras de cielo, encriptada en los escudos de armas, en lo alto de al-gunos de los caserones más viejos. La otra parte, la más callada, yace escrita a ras de suelo. Hoy les traigo un poco de esa historia desgastada por nues-tros pasos... y por el paso del tiempo. Una curiosidad marcada en ese mapa de la ciudad, que durante años he ido componiendo. Una losa blasonada en el suelo de la Catedral. Entremos en silencio…

Aquí yace Juan Botello Tello y Rome-ro, fallecido en 1694. Como reza su lápida, fue capitán y sargento mayor de la Gran Canaria por su Majestad, y también regidor perpetuo. Estuvo ca-sado con Beatriz Ventura Ortiz Ponce de León Salvago y Osorio, y tuvieron una hija que se llamó Agustina María.

Eduardo Reguera

Cuando terminé de contarles el relato de la semana anterior estuve tres días en cama con jaqueca y retortijones de estómago. Aunque le recordé que los fantasmas no tenemos olfato, mi com-pañero de habitáculo me juró que no había podido pegar ojo por culpa de los ruidos de mis tripas y los malos olores. Es un quejica y un exagerado. Tampoco fue para tanto. En fin, no quiero irme por las ramas pues la se-mana pasada prometí contarles el resto de la historia de ese pobre hombre que tenía la tristeza enquistada en el cuerpo…Aquella vecina del primero, al ver las vísceras esparcidas por el suelo, co-menzó a gritar como una posesa. Alar-mado, su marido corrió hacia el salón en pelotas pues acababa de ducharse y, al contemplar la escena, estuvo a punto de sufrir un infarto. Yo no me creo semejante trola, pero cuentan las chismosas del barrio que fue el perro el que marcó el 112 y alertó con sus ladridos a los servicios de emergencia. Lo cierto es que, una hora más tarde, un inspector de policía, el médico fo-rense y un fotógrafo de la comisaría observaban estupefactos aquel espec-táculo inusual en el salón del vecino del segundo. Sobre un gran charco de agua yacía el cadáver de un hombre de

Agua de LavandaTómese un azumbre de aguardiente bueno, póngase en un jarro o vasija de asperón, añádanse cuatro puñados de flor de espliego, destílese y ciérre-se herméticamente. Esta agua es un remedio contra las contusiones, apli-cando unos paños empapados en ella.

La plumaindiscreta

mediana edad. “Posición de decúbito prono, los brazos cruzados sobre el pecho, vestido con prendas femeninas, descalzo, no hay presencia de sangre”, fue recitando el forense en voz alta mientras se ponía los guantes de látex.El hombre se acuclilló al lado del fa-llecido y se dispuso a darle la vuel-ta. Los tres dieron un respingo al unísono e instintivamente se llevaron la mano derecha a la boca. ¿Dónde está el rostro?, parecían preguntarse mientras se miraban perplejos. “Esto no tiene sentido”, dijo con un hilo de voz el forense. “¿Cómo han po-dido arrancarle la cara de esa ma-nera?”, preguntó el fotógrafo con el semblante lívido. “En mis veinte años de servicio jamás había visto algo así”, aseguró el comisario. La puerta no es-taba forzada y cada objeto de la casa permanecía en su sitio. Sobre el sofá unas revistas de moda de los años cincuenta y unos retazos de tela de algodón de varios colores miraban con desdén a los intrusos. Unos leves to-ques sobresaltaron a los tres hombres que no dejaban de analizar el cadáver buscando una respuesta plausible. Dos fornidos operarios de la funeraria Suárez e Hijos irrumpieron en el salón y se dispusieron a colocar el cuerpo dentro de una bolsa de plástico. Al levantarlo se miraron asombrados pues fue como alzar una pluma de gallina. Dicen que el fotógrafo fue el último en salir. Desde el umbral de la puerta echó una última ojeada a la habitación.

Una extraña escultura colocada sobre la estantería lo observaba con sus ojos de vidrio. Le pareció que por la boca entreabierta se asomaban unos grandes colmillos manchados de rojo. Parpadeó nerviosamente y estuvo a punto de decir algo, pero pensó que ya tenía suficiente con lo que había visto. Lo mejor era marcharse cuanto antes de aquel lugar que le ponía los pelos de punta. Al escuchar el portazo, el gato de tres patas dio un salto y fue a acurrucarse en el sofá, encima de los retales. Creo que otra vez sufriré mal de estómago. Menos mal que tengo Flatoril a mano. No quiero volver a escuchar las quejas de mi compañero de habitáculo. Espero mantener a raya mi jaqueca crónica para contarles un relato la próxima semana que pondrá los pelos de punta al mismísimo Edgar Allan Poe.

Ángela Vicario

Antes tres enormes palmeras a modo de faro para que los castellanos pudieran ver desde la costa, ahora una preciosa Catedral que hace brillar la Plaza de Santa Ana en el solsticio de verano.

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La esquina de Li

Antiguamente el alumbrado de las calles y plazas estaba a cargo de los vecinos y por orden del Rey Carlos II era obligatorio tener en los bal-cones un farol siendo los dueños de las casas, los encargados de cuidarlos, limpiarlos, encenderlos y conservarlos adecuadamente.Pero pronto se dieron cuenta que era muy difícil mantener durante la no-che los faroles encendidos y al mismo tiempo poder descansar adecuadamen-te. Además el cuidado de ellos suponía un coste muy grande para las familias.Como el pueblo comenzó a quejarse de esta situación, el rey decidió librar-los de esta responsabilidad. Pero algo había que hacer, las calles no podían estar a oscuras; era fundamen-tal que alguien encendiera las farolas una a una. ¿Pero quién podría hacerlo? Se pre-guntaron todos. Durante días pen-saron cómo dar solución a este tema. Hasta que finalmente a alguien se le ocurrió una idea muy luminosa: “Crearemos un oficio que se dedique a iluminarnos”- y todos estuvieron de acuerdo. Así fue como apareció la fi-gura de el Farolero. Aunque nunca se les pagó mucho por su trabajo, este oficio pasó a ser muy respetado, ya que eran las personas encargadas de encender los faroles de una población, mantenerlos en buen estado y velar por el descanso de los vecinos. Al principio se dispuso que sólo desem-peñarían su trabajo de iluminar las ca-lles y plazas durante los seis meses de invierno, ó sea desde octubre a abril. En 1774 se acordó que la iluminación continuase en los demás meses de ve-rano. Entonces, para que el trabajo se repartiera de igual forma para todos, cada farolero tenía un número deter-minado de faroles que encender, por lo tanto sabían de antemano las calles en concreto donde tenían que desem-peñar su tarea. En las noches oscuras, tenían un hora-rio fijo para encender los faroles pero en las noches de luna llena el hora-rio podía variar. Como ya sabrás la luna llena es capaz de iluminar por sí sola todo el campo. Pero no vayas a creer que el oficio de farolero era tan simple como encender una vela. No señor. La cosa tenía sus más y sus menos. En primer lugar, no cualquiera podía acceder a esta profesión, ya que estos trabajadores eran nombrados por la policía. En segundo lugar, debían cumplir ciertos requisitos como por ejemplo medir cinco pies de estatura al menos (no hay que olvidar que, a

Curioso, curiosocara de oso

EL HERALDODE VEGUETA

Han colaborado en este número: Nereida Rodríguez Hernández, Jaime Medina, Maríe Yuset, Luis Cabrera Hernández, Belkys Rodríguez Blanco (bajo el seudónimo de Ángela Vicario), Alberto Súarez, Samy Bayala y Li.

Los textos, fotografías e ilustraciones son propiedad de quien los firma.

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“El quinto planeta era muy curioso. Era el más pequeño de todos. Había en él justo el lugar necesario para alojar un farol y un farolero. El principito no lograba explicarse para qué podían servir, en algún lugar del cielo, en un planeta sin casa ni población, un farol y un farolero. -Posiblemente este hombre es absur-do- se dijo a sí mismo- sin embargo es menos absurdo que el rey, que el vanidoso, que el hombre de negocios y que el bebedor. Al menos, su traba-jo tiene un sentido. Cuando enciende su farol, es como si hiciera nacer una estrella más, o una flor. Cuando apaga su farol, se duermen la flor o la es-trella. Es una ocupación muy linda. Es verdaderamente útil porque es linda.”

(fragmento del libro El Principito)

A la luz de los faroles

Estamos tan acostumbrados a encen-der las luces en casa, cuando comienza a oscurecer, o que cuando cae la noche las farolas de la ciudad se enciendan de forma automática, que es muy di-fícil hacerse a la idea de que hace mu-chos años no existía la luz eléctrica.-Para algo existían las velas- me dirás tú. Y tienes toda la razón. En las ca-sas no faltaban las velas para alumbrar pero ¿y en las calles?...

4 EL HERALDO DE VEGUETA. LUNES, 11 DE MAYO DE 2020

pesar de llevar una vara, debían alcan-zar el alto de los faroles) , además no podían tener antecedentes policiales ni tener otro trabajo que les impidiera estar descansados por la noche. Entre sus utensilios de trabajo no de-bían de faltar paños, una vara, una es-calera y un silbato. Te preguntarás para qué utilizaban cada cosa. Bueno, yo te lo cuento. Al amanecer los faroleros de la ciudad debían acudir en busca de aceite y mechas para proveer a los faroles. Y a primera hora de la ma-ñana, éstos, debían estar limpios (para eso eran necesarios la escalera y los paños) Dicha tarea, de limpieza, era muy importante, ya que cada farolero respondía por el estado de los faroles que se le habían asignado, debiendo pagar ellos mismos por los daños o roturas. A menudo, compaginaban su labor de farolero con la de guardias. Y ahí es donde se hacía imprescin-dible el silbato. Según se les indicara debían estar vigilantes toda la noche desde el momento que se encendían los faroles hasta el amanecer. Por lo tanto, tenían que estar atentos, evi-tando que ningún ladronzuelo andu-viera vagando por las calles poniendo en peligro el descanso de los vecinos. Si eso ocurría, el farolero estaba capa-citado para aprender a los malhechores y llevarlos al cuartel más cercano para encarcelarlos sin perder ni un minuto. A partir de las once de la noche se daban voces de unos a otros, dictando la hora que era y el tiempo atmos-férico que hacía de cuarto en cuarto de hora.De ahí también les viene el nombre de “Sereno”, ya que por las calles se les oía cantar: “ Las once han

dado y sereno...”, “Las dos han dado y lluvioso..” Otras de las tareas que desempeñaban era dar aviso de incendios y prestar auxilio a todo aquel que lo necesitara. En muchas ocasiones eras los encar-gados de buscar al médico si algún vecino no se encontraba bien o si a al-gún bebé se le había ocurrido nacer de madrugada. A medida que el tiempo pasaba, los faroleros o serenos (como ya se les llamaba) tenían cada vez más responsabilidades. Se dice que algunos de ellos guardaban las llaves de las ca-sas de los vecinos, cuando éstos tenían que ausentarse por motivos de trabajo o familiares.El mantener las llaves a buen recaudo no era tarea fácil ya que por aquel en-tonces las llaves de los portales eran muy grandes. Como verás no tenían tiempo de aburrirse.Esta profesión desapareció casi en su totalidad a finales del siglo XIX, aun-que la figura del sereno se recuperó hace unos años, un poco por tradición y otro poco por atractivo turístico, en algunas poblaciones españolas.

Bueno y ahora que ya te conté las curiosidades de este antiguo oficio, ¿que tal si das un paseo por el casco antiguo de Vegueta y descubres las calles que aún conservan farolas como las de antaño?Si miras con atención descubrirás mu-chas y a lo mejor a lo lejos escuchas una potente voz cantando... ”las doce han dado y sereno...”, “las doce han dado y sereno”....

Samy Bayala

Sección infantil

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