Decamerón (Peronella)

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Del Decamerón, de Bocaccio. Séptima jornada, cuento segundo. Compárese con el Asno de oro, de Apuleyo, libro IX, II. Peronella mete a un amante suyo en un tonel al volver su marido a casa; y como el marido lo había vendido, ella dice que se lo ha vendido a uno que está dentro para ver si le parece firme; y saliendo éste se lo hace raspar al marido y llevárselo luego a su casa. Con enormes risas todos escucharon el cuento de Emilia y elogiaron la oración como buena y santa; y como éste había llegado a su fin, el rey le ordenó a Filóstrato que continuase; el cual comenzó: Queridísimas señoras mías, son tantas las burlas que os hacen los hombres, y especialmente los maridos, que cuando a veces sucede que alguna mujer le hace alguna a su marido, vosotras no sólo deberíais alegraros de que eso haya sucedido, o de saberlo o de oírselo decir a alguien, sino que vosotras mismas deberíais ir diciéndolo por todas partes, para que los hombres se enteren de que, si ellos saben, también por su parte las mujeres saben; lo cual no puede seros sino útil, porque, cuando alguien sabe que otro sabe, no se pone a engañarlo demasiado a la ligera. ¿Quién duda, pues, que lo que hoy vamos a decir sobre esta materia, si los hombres lo supiesen, no sería para ellos una razón muy importante para frenar sus burlas, sabiendo que también vosotras, si quisieseis, sabríais burlaros de ellos? Es pues mi intención deciros lo que una jovencita, aunque fuese de baja condición, casi en un instante le hizo al marido para salvarse. No hace mucho aún que en Nápoles un hombre pobre tomó por esposa a una bella y atractiva jovencita llamada Peronella, y él con su oficio, que era albañil, y ella hilando, como ganaban muy poco, subsistían lo mejor que no podían. Sucedió que un joven de los apuestos, al ver un día

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Del Decamerón, de Bocaccio. Séptima jornada, cuento segundo. Compárese con el Asno de oro, de Apuleyo, libro IX, II.

Peronella mete a un amante suyo en un tonel al volver su marido a casa; y como el marido lo había vendido, ella dice que se lo ha vendido a uno que está dentro para ver si le parece firme; y saliendo éste se lo hace raspar al marido y llevárselo luego a su casa.

Con enormes risas todos escucharon el cuento de Emilia y elogiaron la oración como buena y santa; y como éste había llegado a su fin, el rey le ordenó a Filóstrato que continuase; el cual comenzó:

Queridísimas señoras mías, son tantas las burlas que os hacen los hombres, y especialmente los maridos, que cuando a veces sucede que alguna mujer le hace alguna a su marido, vosotras no sólo deberíais alegraros de que eso haya sucedido, o de saberlo o de oírselo decir a alguien, sino que vosotras mismas deberíais ir diciéndolo por todas partes, para que los hombres se enteren de que, si ellos saben, también por su parte las mujeres saben; lo cual no puede seros sino útil, porque, cuando alguien sabe que otro sabe, no se pone a engañarlo demasiado a la ligera. ¿Quién duda, pues, que lo que hoy vamos a decir sobre esta materia, si los hombres lo supiesen, no sería para ellos una razón muy importante para frenar sus burlas, sabiendo que también vosotras, si quisieseis, sabríais burlaros de ellos? Es pues mi intención deciros lo que una jovencita, aunque fuese de baja condición, casi en un instante le hizo al marido para salvarse.

No hace mucho aún que en Nápoles un hombre pobre tomó por esposa a una bella y atractiva jovencita llamada Peronella, y él con su oficio, que era albañil, y ella hilando, como ganaban muy poco, subsistían lo mejor que no podían. Sucedió que un joven de los apuestos, al ver un día a esta Peronella, y al gustarle mucho, se enamoró de ella; y tanto de un modo y de otro la requirió, que intimó con ella. Y para poder estar juntos tomaron el siguiente acuerdo mutuo: que como su marido se levantaba cada mañana temprano para irse a trabajar o a buscar faena, que el joven se estuviese en donde lo viese salir; y como el barrio, que se llama Avorio, estaba en un lugar muy solitario, al salir este se metiese él en casa de ella; y así lo hicieron muchas veces.

Pero no obstante, en una de ésas, sucedió una mañana que habiendo el buen hombre salido, y Giannello Scrignario, que así se llamaba el joven, habiendo entrado en su casa y estándose con Peronella, después de un rato, cuando no solía regresar en todo el día, se volvió a casa; y al encontrar la puerta cerrada por dentro, llamó y después de llamar comenzó a decirse: «¡Oh, Dios, seas siempre alabado, porque aunque me has hecho pobre, al menos me has dado el consuelo de una buena y honesta joven por esposa!

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Mira cómo ella ha cerrado la puerta por dentro, nada más marcharme yo, para que nadie pueda entrar a molestarla».

Peronella, al oír al marido, al que reconoció por la manera de llamar, dijo:

—¡Ay de mí, Giannel mío muerta soy, pues mira que el marido mío, que Dios le confunda, ha vuelto, y no sé qué significa esto, porque él no ha vuelto nunca a estas horas! Tal vez te ha visto cuando entraste! Pero, por el amor de Dios, sea como haya sido, entra en ese tonel que ves ahí, y yo iré a abrirle, y veamos qué significa esto de volver esta mañana tan temprano a casa.

Giannello entró rápidamente en el tonel, y Peronella yendo a la puerta, abrió al marido y con mal gesto le dijo:

—¿Qué novedad es ahora ésta, que vuelves tan temprano esta mañana a casa? Por lo que me parece ver, tú hoy no quieres hacer nada, pues te veo volver con tus herramientas en la mano; y si haces esto, ¿de qué viviremos? ¿De dónde sacaremos el pan? ¿Crees que voy a tolerar que me empeñes el refajo y todos mis otros trapillos, que no hago otra cosa más que hilar día y noche, tanto que se me ha desencarnado la uña, para poder tener al menos aceite para que arda nuestro candil? Marido mío, no hay vecina que no se asombre y que no se burle de mí, por todo el trabajo que soporto; y tú me vuelves a casa mano sobre mano, cuando tendrías que estar trabajando.

Y dicho así, comenzó a llorar y a decir de nuevo:

—¡Ay de mí, pobre de mí, desgraciada de mí, en qué mala hora nací, con qué mala estrella llegué! ¡Porque habría podido tener un joven acomodado y no quise, para dar con éste, que no piensa en quién se ha traído a casa! Las demás se lo pasan bien con sus amantes, y no hay ninguna que no tenga quien dos o quien tres, y gozan y les hacen ver a sus maridos la luna por el sol; y yo, ¡desdichada de mí!, porque soy buena y no me ocupo de semejantes historias, estoy en la miseria y en la desgracia. ¡No sé por qué no tengo uno de esos amantes, como hacen las demás! Entiende bien, marido mío, que si yo quisiese obrar mal, encontraría bien con quién, porque los hay de esos bien apuestos que me aman y me quieren y me han mandado ofrecer mucho dinero, o si prefiero ropa o joyas, y jamás me lo consintió el corazón, pues la hija de mi madre no es para eso. ¡Y tú vuelves a casa cuando tendrías que estar trabajando!

Dijo el marido:

—¡Vamos, mujer no te disgustes, por Dios! Es verdad que fui a trabajar, pero se ve que no lo sabes, como yo mismo no lo sabía. Hoy es la fiesta de San Galeón y no se trabaja, y por eso me he vuelto a casa a esta hora; pero no obstante me he ocupado de hallar el modo de que tengamos pan para más de un mes, porque el tonel, que sabes que hace mucho que estorba en casa, se lo he vendido a éste que ves aquí conmigo; y me da cinco flordelisados1.

1 Moneda acuñada en Nápoles hacia el 1300.

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Dijo entonces Peronella:

—Pues también eso me molesta; tú, que eres el hombre y vas por ahí y deberías saber de las cosas del mundo, has vendido un tonel por cinco flordelisados, mientras yo, pobre mujer que no me asomo a la puerta de la calle, al ver lo que estorbaba en casa, se lo he vendido por siete a un buen hombre que, cuando volviste, se metió en él para ver si estaba firme.

Cuando el marido oyó esto se puso más que contento y le dijo al que había ido con él:

—Buen hombre, vete con Dios, pues oyes que mi mujer lo ha vendido por siete, mientras tú no me dabas más que cinco.

El buen hombre dijo:

— ¡Sea en buena hora! —y se marchó.

Y Peronella le dijo al marido:

—Ya que estás aquí, sube tú, y cierra con él nuestro trato.

Giannello, que estaba con las orejas tiesas para ver si debía hacer algo o tomar alguna medida, al oír las palabras de Peronella se salió en seguida del tonel; y como si nada hubiese oído del regreso del marido, comenzó a decir:

— ¿Dónde estás, señora?

Y el marido, que ya iba, le dijo:

—Aquí estoy. ¿Qué quieres?

Dijo Giannello:

— ¿Quién eres tú? Yo quería a la señora con la que he hecho el trato de este tonel.

Dijo el buen hombre:

— Hazlo conmigo con confianza, que soy su marido.

Dijo entonces Giannello:

—El tonel me parece muy firme, pero creo que habéis tenido dentro heces, pues está todo embadurnado de algo tan seco que no puedo quitarlo con las uñas, y no me lo llevaré hasta que lo vea limpio.

Dijo entonces Peronella:

— No, por eso no se romperá el trato; mi marido lo limpiará todo.

Y el marido dijo:

—Por supuesto.

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Y dejando en el suelo sus herramientas y quitándose el jubón, se hizo encender una vela y dar un raspador y metiéndose dentro comenzó a raspar. Y Peronella, casi como si quisiese ver lo que hacía, metió la cabeza por la boca del tonel, que no era muy grande, y además de esto un brazo con todo el hombro, y comenzó a decir:

—Raspa aquí y ahí, y también allí; y mira aquí, ha quedado un poquitín.

Y mientras que estaba así y le enseñaba y dirigía al marido, Gianello, que aquella mañana no había satisfecho aún por completo su deseo cuando llegó el marido, al ver que no podía como quería, se las ingenió para satisfacerlo como pudiese, y acercándose a ella, que tenía tapada toda la boca del tonel, del mismo modo que a campo abierto los desenfrenados caballos, encendidos de amor, asaltan a las yeguas de Partia, llevó a cabo su fogoso deseo; el cual se culminó casi al mismo tiempo que el barril estuvo raspado, y se separó y Peronella sacó la cabeza del barril y el marido salió afuera.

Por lo que Peronella le dijo a Gianello:

—Toma esta vela, buen hombre, y mira si está limpio a tu gusto.

Gianello, mirando dentro, dijo que estaba bien y que estaba conforme, y dándole siete flordelisados, se lo hace llevar a su casa.