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© Adif

Primera edición: mayo 2018

© De esta edición: Adif

El copyright del prólogo, de los relatos y del epílogo pertenece a sus respectivos autores.

Jefa de Proyecto: Encarna Romero

Dirección editorial: Ítaca Escuela de Escritura

Coordinación: Agustín Ruiz y Ángeles Lorenzo

Corrección de los textos: Jaime Garcimartín

Maquetación: Ángeles Lorenzo y Javier Méndez

Diseño de Cubierta: Luis Castro

I.S.B.N.: 978-84-09-02067-6

I.S.B.N. eBook: 978-84-09-02322-6

Depósito Legal: D.L. AB 329-2018

Impreso por Bolimac

Impreso en España - Printed in Spain

Reservados todos los derechos. El contenido de esta publicación no puede ser reproducido, ni en todo ni en parte, ni trasmitido, ni registrado por ningún sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sin el permiso previo, por escrito, de Adif.

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DEJANDO HUELLA

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PRÓLOGO

Dejando Huella es un programa de transferencia del conocimiento, basado en

los recuerdos, que desborda aprendizaje y emoción. Cuando veo su resultado

en estas páginas, pienso que hace pleno el sentido de la palabra recordar, que

etimológicamente quiere decir mucho más que ‘traer a la memoria’; significa

‘volver a pasar por el corazón’ (recordari en latín, que se compone de re-, ‘de

nuevo’, y cordis, ‘corazón’).

Dejando Huella son experiencias contadas de una forma novedosa y de fácil

lectura que nos dan la ocasión de hacer un recorrido por la vida —y no sólo la

laboral— de los participantes, de aproximarse a la realidad de Adif desde la

dilatada experiencia de sus protagonistas. Destilan amor por el mundo

ferroviario, afán de superación, motivación y verdadera vocación de servicio

público.

Cuando os adentréis en las historias que componen este libro podréis

comprobar que se han construido trayendo a la mente —«pasando por el

corazón»— vivencias de personas con una larga y comprometida vida

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Sara Ugarte Alonso-Vega

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ferroviaria. Son «regalos» entregados por quienes han dedicado a Adif muchos

años, que ahora sienten el compromiso de compartirlos con nosotros para que

podamos, cada uno desde nuestra realidad, aprender de esas experiencias,

tomar conciencia del valor que tienen e incorporar a nuestro día a día las

lecciones aprendidas.

Desde aquí quiero transmitir mi más sincera felicitación a quienes han

colaborado en este proyecto. La generosidad, la ilusión y la dedicación son

cualidades que hacen grande a una organización. Y el trabajo que ahora os

presentamos es una buena muestra de ello. Gracias a todos los que habéis

intervenido por haber dado un paso al frente y ayudarnos a emprender este

proyecto.

Lee, disfruta y aprende, y que el recuerdo del pasado te ayude a construir un

futuro mejor.

Sara Ugarte Alonso-Vega

DIRECTORA DE RECURSOS HUMANOS

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MIS AÑOS EN RENFE

Ana Blanco

Nací en un lugar de La Mancha, esa tierra que don Quijote recorriera hace

muchos años para desfacer entuertos y luchar contra gigantes. Pero mi padre

era maquinista, así que la familia lo seguía, como la pequeña troupe de un circo,

hasta su lugar de trabajo por toda la geografía del país. Después vinieron los

colegios de huérfanos y mis propios traslados laborales, de manera que, como

dice la canción de Facundo Cabral, «no soy de aquí ni soy de allá»; me siento

ciudadana de España.

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Ana Blanco

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He trabajado en las áreas de Recursos Humanos, Comercial y Calidad, y me

considero aprendiz de todo y maestra de nada. Pero ¿qué sería de nosotros si

no aprendiéramos un poco cada día?

Si hago memoria de mi vida, hay cosas que cambiaría, pero hay tres de las que

me siento muy orgullosa: de ser mujer, de mis hijos y de mi trabajo, porque,

estuviera donde estuviera, siempre he intentado hacerlo lo mejor que sabía.

Ana Teresa Blanco Chavarrías

CALIDAD Y MEDIOAMBIENTE

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MIS AÑOS EN RENFE

Juventud

«Que no, mamá, que no quiero trabajar en Renfe; que allí todas las mujeres son

cincuentonas y solteras, que eso es muy raro». Además, yo ya trabajaba en una

empresa suiza de transporte de cereales, donde hacía de todo. Aún recuerdo los

télex que tuve que enviar durante la guerra de los Seis Días entre Israel y una

coalición de países árabes: se había cerrado el Canal de Suez y los barcos que

transportaban los cereales tuvieron que cambiar de ruta, con el consiguiente

aumento de los trayectos y del precio del transporte. Pero, justo cuando

empezaba a dominar el trabajo y a adquirir los conocimientos básicos para

contestar al teléfono en tres idiomas, mi madre volvió a la carga.

Al auxilio de mi madre acudió un primo que ya trabajaba en Renfe de ingeniero

y entre los dos empezaron a enumerar esa retahíla de razones del tipo: «Es una

empresa segura; si quieres estudiar, podrás cursar allí cualquier carrera», etc. ¿Y

yo qué iba a hacer, si solo tenía 19 años y era menor de edad? (porque en

aquella época se alcanzaba la mayoría de edad a los 21). Bueno, pues entre los

dos me comieron el coco y finalmente me presenté a la primera convocatoria

de taquimecanógrafas que se celebró. Resultó que aprobé, así que me despedí

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con cierta pena de mi jefe —que, a pesar de lo que dicen de los suizos, era un

encanto— y me dispuse a iniciar una nueva vida laboral.

Mi primer destino en Renfe fue el Edificio Presidente, en el Gabinete de

Desarrollo de Directivos, un lugar que debía de ser el no va más de la

modernidad porque en él se llevaba a cabo la selección de personal, la

evaluación de perfiles, la descripción de los puestos de trabajo, etc. Éramos seis

chicas, las que formábamos un equipo de mecanografía y taquigrafía. Menos

suerte tuvo mi amiga Paloma, que entró en el Consejo de Administración,

donde era la más joven. Hasta el punto de que uno de los ordenanzas le decía

cada mañana: «Buenos días, Paloma. ¿Ya va al Frente de Juventudes? Hay que

ver: salir de un colegio de huérfanos y meterse en un asilo de ancianos».

Digo uno de los ordenanzas porque en el Edificio Presidente había cuatro o

cinco. Después de pensar un poco en qué es lo que harían, llegué a la

conclusión de que una de sus labores más importante era recibir a los

directores (menos mal que no había muchos en el edificio) y abrirles el

ascensor. Antes de continuar, quiero aclarar que había tres ascensores: un

montacargas, usado tanto para la paquetería como por los empleados; un

ascensor; y un «montacargos», que, como ya habréis adivinado, era un ascensor

exclusivo para directores y jefes de alto nivel.

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Mis años en Renfe

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Al poco tiempo de estar allí, ya había descubierto el enigma de las cincuentonas

solteras. Resulta que, años atrás, las mujeres debían abandonar la empresa

cuando se casaban y, tras ser «recompensadas» con una dote de 2000 pesetas,

se iban al hogar familiar bajo la tutela de sus maridos. Así que las que seguían

trabajando, seguramente no habían sido alcanzadas por las certeras flechas de

Cupido.

Por entonces se estaban viviendo los últimos tiempos de Franco, y fueron años

convulsos, con muchas huelgas y manifestaciones. Tanto es así, que un día

llegué a la oficina y me entregaron una tarjeta y una insignia identificativa y me

dijeron que a partir de ese momento era brigada y estaba militarizada; por lo

tanto, tenía que estar dispuesta a hacer todo el trabajo que me pidieran e

intentar no meterme en líos fuera de la oficina. La mayoría de los técnicos y

jefes que trabajaban conmigo fueron nombrados capitanes y comandantes. Yo,

que en lo tocante a uniformes nunca he sabido distinguir a un coronel de un

segurata bien vestido, pregunté: «¿Pero y eso qué es? ¿Es que no soy soldado

raso?».

Como todos mis compañeros habían hecho la mili, me explicaron que un

brigada era un «carguillo» y que debía de estar contenta de ostentarlo; así que,

cuando salía de trabajar y me iba a la universidad, guardaba a buen recaudo mi

tarjeta identificativa y mi insignia —que nosotros llamábamos «la galleta»—, no

fuera que me detuvieran y me metieran en una lechera de la policía (creedme, en

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aquellos tiempos era solo cuestión de azar), y a ver cómo explicaba yo que una

señorita brigada se había metido en un tumulto.

Franco se murió, yo dejé de ser brigada y llegó la democracia, con una serie de

partidos que cambiaron las leyes y la sociedad, así que las mujeres y los

hombres empezamos a ser mayores de edad a los 18 años en lugar de a los 21.

Esto, como ya comprenderéis, a mí me pillaba un poco tarde, pero no así el

hecho de que pudiéramos abrir cuentas bancarias a nuestro nombre y gestionar

nuestros bienes, cosa que hasta ese momento había correspondido a los

maridos o a los tutores. Asimismo, el trabajo de la mujer casada se fue

generalizando, aunque con la oposición de algunos sectores de la sociedad, que

veían muy bien que los maridos tuvieran dos trabajos, pero muy mal que las

esposas tuvieran uno.

En el ya inaugurado Parlamento, dos diputadas elevaron una propuesta para

que pudieran volver a sus puestos de trabajo las mujeres que, de forma injusta,

habían sido despedidas por matrimonio. Esto les permitiría llegar a cotizar los

15 años necesarios y así disponer de una pensión, especialmente ahora que

podían manejar sus salarios. Y ganaron. Ya lo creo que ganaron: las mujeres

despedidas por matrimonio tuvieron la potestad de volver a sus trabajos previa

devolución, eso sí, de la cantidad que habían recibido como «dote».

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Y con esto volvimos a ser invadidos por otra pléyade de cincuentonas, esta vez

felizmente casadas y madres de familia, a las que se denominó «las

reingresadas». En fin, hubo que adaptarse porque muchas de ellas habían

tenido interés y se habían formado antes de reingresar, pero había otras que

escribían a máquina con un solo dedo y, como decía mi compañera Marisa: «Si

es que, después de veinticinco años friendo huevos, qué se puede esperar».

Yo las recuerdo con simpatía, especialmente cuando caigo en la cuenta de que

ellas eran más jóvenes de lo que yo soy ahora, y tengo que decir que, aunque

tuve que enseñarles muchas cosas sobre el trabajo, ellas me enseñaron a mí

más sobre la vida. Me gustaría mencionar a Fuencisla, que periódicamente

preparaba un marmitako en su casa para los chicos de la oficina. Y digo «los

chicos» porque entonces no teníamos que ir explicando que eran «los chicos y

las chicas». Fuencis tenía una frase lapidaria que definía su filosofía y que me

parece importante compartir con vosotros: «En la vida, siempre hay que ir a lo

más alto: si eres monja, madre abadesa; y si eres puta, con abrigo de pieles».

Madurez

Como todo llega, por fin acabé la carrera de Psicología, y gracias a eso ascendí

y cambié de dependencia, de compañeros y de ciudad; me fui a trabajar como

responsable de Selección y Formación de la 6.ª Zona, que en gran medida se

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correspondía con el País Vasco, aunque mi puesto estaba en Miranda de Ebro.

A mí, que soy manchega y estaba acostumbrada a los vastos espacios pelados,

ver un universo de árboles en aquel territorio me dejó un poco anonadada. La

cara oculta de la moneda fue el famoso txirimiri, que duraba y duraba como las

pilas de algún anuncio de la tele. De tal manera que, cuando salía un rayo de

sol, yo me ponía cerca de la ventana de mi oficina como un lagarto, para

aprovecharlo al máximo.

Allí constaté mi ignorancia en materia ferroviaria y aprendí que no podía hablar

de vagones cuando me refería a los trenes, sino de coches de viajeros, tolvas,

cisternas… Descubrí lo que eran el lomo de asno y el balasto y fui conociendo a

nuevas personas que para mí encarnaban a la Renfe más profunda, pero

también a la que estaba más en contacto con la realidad cotidiana. Recuerdo

que yo, que venía de trabajar con jefes de mayor o menor categoría, me quedé

muy sorprendida cuando descubrí que el experto laboral, que era un mando

intermedio, tenía un semáforo en la puerta de su despacho que activaba para

que su luz, verde o roja, indicara a la persona que se encontraba esperando si

era el momento de ser recibida o no. Este mismo señor veía muy mal que sus

administrativos se marcharan nada más salir él porque, como después me

explicó: «¡Qué menos que salir diez o quince minutos después del jefe!».

El jefe de estación era casi como Dios, y el de aquellos tiempos en Miranda

había caído en la costumbre de no mandar cambiar las chapas informativas de

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los trenes con el pretexto de no tener gente suficiente. El resultado era que los

sufridos viajeros descubrían cinco minutos antes de la salida, por obra y gracia

de los mensajes de megafonía, que el tren en el que estaban subidos iba en

realidad a Zaragoza, y no a Burgos, como anunciaba su chapa de origen y

destino. Excuso decir las carreras que se pegaban por los andenes en busca del

tren que les correspondía. Y eso que antes las maletas no llevaban ruedas…

Poco tiempo después fui trasladada a Bilbao y, ya trabajando allí, se nombró a

un nuevo director de zona, entre cuyos proyectos estaba modernizar las

oficinas dotándola de ordenadores personales. Como suele ocurrir en estos

casos, los PC fueron recibidos con los brazos abiertos por el personal más

joven, que veía un cambio prometedor en su trabajo. Ya no hacía falta escribir

200 cartas: con escribir una y cambiar el nombre en el encabezamiento era

suficiente; además, podías trabajar con bases de datos y usar el Lotus. Sin

embargo, los ordenadores fueron recibidos con los brazos cruzados por parte

del sector más veterano, que los percibía como una amenaza para su trabajo.

Hubo gente que prometió jubilarse sin haber tocado esa máquina infernal y sé

de buena tinta que alguno lo cumplió.

Las mujeres siguieron ocupando nuevas posiciones en el mundo laboral y se

incluyeron en convocatorias para factores de circulación, maquinistas y

especialistas de estaciones. Yo participé en la selección, pero no fui capaz de

convencer a mi madre de la bondad de los cambios. Ella, viuda de maquinista,

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estaba acostumbrada a las guardabarreras, aquellas trabajadoras casi

prehistóricas, en su mayoría viudas de ferroviarios, que veían pasar los trenes

en posición de firmes con su banderín amarillo levantado, dando fe de que la

barrera del paso a nivel estaba convenientemente cerrada. Las guardabarreras

solían vivir en casillas en los aledaños del paso a nivel, con sus gallinas y todo, y

recibían el aviso telefónico de la llegada del tren en la caseta que había junto a

la barrera. Yo, de pequeña, siempre las miraba a través de la ventanilla del tren,

con sorpresa, y recuerdo que incluso algunas llevaban puesto el delantal,

prueba indudable de que el aviso de llegada las había pillado a punto de tender

la ropa o poner el cocido.

Como decía, mi madre estaba acostumbrada a eso, pero lo de maquinista ya era

otra cosa. Ella tenía una idea muy precisa sobre ese puesto y, desde luego, no

consideraba a la mujer capaz de llevarlo a cabo. Cuando veía a una factora de

circulación dando la salida al tren, arrugaba un poco la nariz y decía: «Anda,

mira: una mujer». Pero en lo tocante a las maquinistas lo tuvo siempre muy

claro y en las ocasiones en que yo la acompañaba en algún viaje, en cuanto veía

llegar el tren siempre me decía: «Ana Tere, vete andando a cabeza y si hay una

mujer en la máquina, cogemos el tren siguiente». Menos mal que mujeres

maquinistas había pocas; de lo contrario, yo me habría convertido en la mayor

embustera de la familia. Pero lo que mi madre no podía suponer ni por asomo

es que, pocos años después, la mujer que podría estar a los mandos de la

locomotora fuera la mismísima presidenta de la compañía.

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Mercé Sala Schnorkowsky, fallecida en 2008, fue la presidenta de Renfe entre

los años 1991 y 1996. Digo la presidenta porque no ha habido otra, y lo fue en

un momento en el que no existían cuotas femeninas en las empresas ni había

necesidad de decir «los trabajadores y las trabajadoras». En la galería de los

presidentes de Renfe, en el Palacio de Fernán Núñez, es la única retratada con

un tren al fondo, el AVE, ya que el primero de ellos se inauguró en 1992, entre

Madrid y Sevilla, con motivo de la Exposición Universal celebrada en esta

última localidad. Por aquellos años, la empresa estaba estructurada en un grupo

de unidades de negocio (UN).

La presidenta quiso aprender a conducir trenes y en algunas ocasiones puso en

práctica sus conocimientos en las unidades de Cercanías, ante la sorpresa de los

viajeros que la reconocían. Además de esta afición, era famosa por acudir al

comedor laboral de Las Caracolas y ponerse a la cola, como cualquiera, para

coger su desayuno. Una conducta muy campechana, pero no exenta de riesgos;

para los trabajadores, claro; porque si se cruzaba contigo en la cola, podía

preguntarte por los últimos datos que afectaban a tu unidad de negocio. Yo,

que soy de natural despistada, desde el día en que fui presentada, tan pronto la

veía en la cola empezaba a repasar mentalmente los datos que me afectaban de

la UN de Estaciones Comerciales, donde estaba trabajando.

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Veteranía

Como decía, no hemos vuelto a tener una presidenta, pero las mujeres son

visibles en muchos puestos directivos: gerentes, directoras y directoras

generales. Es increíble ver todo el camino que hemos recorrido en estos años,

pero aún nos falta mucho por recorrer, porque si ocupamos un 50 % de las

plazas en las universidades, esto no se plasma en la vida real.

Ahora pienso que nosotras fuimos un poco pioneras en el trabajo femenino y

tuvimos que luchar en dos frentes: nuestra educación y el mundo laboral,

creado por y para los hombres.

En mi educación tuvo un papel fundamental mi padre. Él, que era maquinista,

me enseñó a leer y a escribir y las cuatro reglas cuando vivíamos en una casilla

de vías y obras en Moreda, Granada, y yo tenía unos 5 o 6 años. Era un

hombre muy culto para su época, gran lector de libros de historia y de las

novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía. Estas últimas fueron las que

yo elegí para poner en práctica mis nuevos conocimientos, lo que nos llevó a

situaciones un tanto inesperadas, como aquella vez en que le pregunté: «Papá

¿qué es una pelirroja de senos opulentos?». Pues bien, mi padre siempre me

decía: «Una mujer puede hacer lo mismo que un hombre. Fíjate, en Bilbao

tienen una alcaldesa que es ingeniera», y lo cierto es que yo me lo creí. Mi

madre también aportó lo suyo, enseñándome lo que era «una mujer de su casa»

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y cómo había que cocinar. Y no digamos las monjas del colegio. De este cóctel

molotov solo podía salir una mujer que intentaba hacerlo todo bien —con el

convencimiento de que bien no hacía nada— y que iba aprisa a todos los sitios;

de hecho, hay un libro de la época que lo cuenta muy bien: Cómo ser mujer y no

morir en el intento, de Carmen Rico Godoy.

En cuanto al mundo laboral, hay un período particularmente duro para la

mujer, por la dificultad que existe para hacer compatible el trabajo y el cuidado

de los hijos, y es aquel en que estos son pequeños, especialmente si los maridos

no están educados para compartir las obligaciones. Hay dos chistes de Forges

que reflejan como nadie la situación: el primero, en el que aparecen dos

funcionarios relajados, con las piernas sobre la mesa, donde uno le dice a otro:

«Las 9... Me voy a casa: seguro que los niños ya están bañados». Y contesta el

compañero: «Yo me quedo hasta las 10, no me vaya a tocar sacar al perro». El

otro representa al inefable Mariano poniéndose el delantal mientras dice

solemnemente: «Hoy hago yo la cena. A ver, ¿dónde está la cocina?».

Y así era muchas veces: el trabajo de oficina estaba concebido por hombres

que en muchos casos esperaban llegar a casa cuando los niños estuvieran

comidos, bañados y regañados.

Las mujeres, en cambio, apostábamos por horarios que nos permitieran llegar a

casa para pasar tiempo con los niños y cumplir la agenda doméstica: qué hay

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que comprar, cuándo llevar al niño a poner la vacuna, etc. Por este motivo, a

veces rechazábamos trabajos más interesante y de mejor proyección, pero que

reclamaban estar en la oficina a altas horas de la tarde. ¿Nadie se ha

preguntado, por ejemplo, por qué es tan difícil encontrar una secretaria?

Jordi Sevilla, siendo ministro de Administraciones Públicas en 2004, tomó

conciencia de ello cuando comprobó que algunas de sus colaboradoras

rechazaban los puestos a los que iban a ser promocionadas para evitar cumplir

jornadas interminables. Consciente del problema, estableció un horario para los

funcionarios que terminaba a las 18:00 y dio paso a una serie de medidas cuyo

fin era la conciliación familiar y laboral, en consonancia con otros países

europeos.

En aquellos años, yo estaba al frente de los recursos humanos en la Dirección

de Patrimonio y Urbanismo y sugerí a mi director hacer algo similar. Ante mi

sorpresa, contestó: «¿Por qué no? Pero vamos a hacerlo bien, contando con la

Dirección de Recursos Humanos y el Comité de Empresa». Y, dicho y hecho,

nos pusimos manos a la obra: escribimos a las 270 personas que componían la

Dirección explicándoles nuestra intención de establecer una jornada que

respetase las 40 horas semanales y cumpliese los tramos de horario cerrado

reglamentarios, pero terminando a las 18:00, de manera que no se contarían las

horas que se hicieran a partir de ese momento.

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Solo tres personas expresaron su desacuerdo, con lo que iniciamos el nuevo

horario, que se aplicaba desde la categoría J3 hasta el personal operativo,

incluyendo a las secretarias de dirección. Seis meses después, comprobamos

que todos se fueron adaptando y constatamos los efectos positivos:

coincidencia presencial entre las personas que componían los equipos y

reducción de gastos generales como calefacción, consumo eléctrico y vigilancia

privada.

Hoy, varios años después, he preguntado a trabajadoras jóvenes de mi entorno

cómo llevan a cabo la conciliación familiar y laboral y compruebo que sigue

siendo difícil. Es cierto que los padres se implican mucho más, pero los

permisos y las reducciones de jornada, que no siempre coinciden con la

disminución del trabajo, los siguen pidiendo las mujeres, con lo cual su carrera

profesional queda estancada en este período y muchas veces no es fácil

recuperarla.

También he vuelto a pensar en la máxima de Fuencisla y constato que no he

llegado a madre abadesa ni, desde luego, tengo abrigos de pieles, pero no me

ha ido mal, y lo que sí he logrado es conjurar el dicho bíblico «ganarás el pan

con el sudor de tu frente». Yo creo que hay que sudar pero intentar pasarlo

bien. Por eso intento trasmitir dos cosas a mi equipo: la primera es que en el

trabajo hay que disfrutar, porque aquí estamos al menos un tercio de nuestro

día y hay que buscarle el lado bueno a lo que hacemos; la segunda, y muy

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importante, es que hay que darle un valor añadido a nuestra actividad. Yo

aprendo cada día de ellos, sobre todo de los más jóvenes, y espero que ellos al

menos incorporen a su vida laboral esos dos consejos.

Mis años en Renfe

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MOMENTOS

Agustín Ruiz

Cántabro de nacimiento, físico por exclusión, ferroviario por casualidad e

itinerante porque el movimiento es cambio, el cambio es transformación y la

transformación no es una opción. Renfe y Adif: en este cambio no tuve nada

que ver; en los que vienen a continuación, sí. Santander, Madrid, Bilbao y

Madrid. Circulación, Cercanías, Patrimonio y Recursos Humanos. Factor de

circulación, jefe de Ingeniería de Calidad, jefe comercial, jefe de Gestión de

Calidad y jefe de área de Desarrollo Directivo. Ese ha sido hasta ahora —no

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Agustín Ruiz

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puedo renegar de mi optimismo congénito— mi «máximo nivel de

incompetencia», ese que mencionaba Peter en su famoso principio. He sentido

—probablemente, de manera injustificada— el agravio comparativo, ¡pero

nunca me han impedido proponer iniciativas novedosas! He convivido con

numerosas personas, y no todas han sido maravillosas, pero —por qué será—

solo recuerdo a estas últimas. Vine de la calle a prestar servicio y volveré a la

calle después de prestarlo, pero mientras dure —y después también—,

reivindicaré el placer y el privilegio que ha supuesto para mí tener la

oportunidad de realizar este viaje.

Agustín Ruiz Pérez

DESARROLLO DIRECTIVO

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MOMENTOS

Hace treinta y seis años que soy ferroviario. Mi caso no es singular. Si hay algo

que compartimos los ferroviarios es que venimos para quedarnos. La

singularidad está en los momentos que vivimos cada uno. ¡Disfrutémoslos!

Yo iba para profesor de instituto

El 24 de febrero de 1981 tenía que examinarme de Métodos Matemáticos de la

Física II, la última asignatura que me quedaba para acabar la carrera —o acabar

con mi carrera, que ambas posibilidades eran factibles—. No pudo ser.

El 23 de febrero de 1981, a las seis en punto de la tarde, empezó en el

Congreso de los Diputados la segunda votación nominal para

la investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo como presidente del Gobierno.

Transcurridos apenas veinte minutos, irrumpieron en el hemiciclo un grupo de

doscientos guardias civiles comandados por el teniente coronel Antonio Tejero

que, desde la tribuna y pistola en mano, gritó: «¡Quieto todo el mundo!». Y esa

parálisis que demandaba el golpista trastocó todos los planes previstos no solo

en el hemiciclo, sino también en todo el país. Afortunadamente, con la

intervención del rey y la serenidad y voluntad expresada por los representantes

políticos y la inmensa mayoría de la población, el golpe pudo ser abortado. Una

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Agustín Ruiz

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gran satisfacción y no poco alivio fueron los sentimientos que invadieron la

calle.

Un par de días después pude realizar el examen que el golpe había truncado y,

afortunadamente —no sé si con intervención divina de por medio; regia, desde

luego que no—, aprobé la maldita asignatura y acabé mi carrera. Ya era

licenciado en Ciencias Físicas, con la especialidad de Electrónica, por la

Universidad de Santander. Un gran alivio y un poquito de satisfacción fueron

los sentimientos que me invadieron.

Había acabado la mili en enero y la carrera en febrero, y continuaba mi camino

que, tácitamente, estaba orientado a la enseñanza. Además de la licenciatura

necesitaba realizar el Curso de Aptitud Pedagógica (CAP) para poder opositar y

en ello estaba, preparando un trabajo en casa para ese curso, cuando sonó el

teléfono.

—Sí, dígame.

—¿Podría hablar con Agustín Ruiz, por favor?

—Sí, soy yo, dígame.

Aquí, mi interlocutor hizo una breve pausa y me gritó; literalmente, me gritó:

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Momentos

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—¿¡Usted no quiere ingresar en Renfe!?

Me había asustado, y aquí la breve pausa la hice yo. No sabía a qué se refería la

pregunta y no entendía el tono. ¡Ah, sí! A algo de Renfe nos habíamos

presentado José Miguel, un compañero de facultad y paisano del pueblo, y yo.

Nos fuimos a examinar a Valladolid. Ya con esa idea, quizá algo confusa, pero

que proporcionaba un poco de contexto al grito, pude contestar.

—Sí, claro, naturalmente que sí.

En paralelo al CAP, «brujuleábamos» las ofertas del mercado de trabajo y nos

presentábamos, si podíamos, a casi todo lo que se ofrecía. Operador técnico en

Telefónica; factor, ayudante de Oficio y visitador en Renfe... Era más un

ejercicio de prácticas que una búsqueda formal de trabajo. No sabíamos

exactamente a qué nos presentábamos. No preparábamos nada; íbamos con lo

puesto. Las exigencias de cualificación de las ofertas a las que optábamos nos

permitían —o nosotros pensábamos que lo hacían— este atrevimiento.

El Diccionario de la Real Academia define casualidad como la ‘combinación

de circunstancias que no se pueden prever ni evitar’. Posteriormente supe

que la persona que me gritó al teléfono era el experto laboral de Santander y

que su llamada obedecía a un problema burocrático que había alterado el

proceso —la comunicación con los aspirantes debía haber sido de otra

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Agustín Ruiz

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manera— y a una cierta premura —en apenas tres días teníamos que

incorporarnos a un curso de preparación en Valladolid—; de ahí el tono.

A José Miguel no lo llamaron, y acabó en la enseñanza. Yo ingresé —curioso

el término— en Renfe.

«Los trenes, por su vía; y el dinero, a pagaduría»

El 24 de diciembre de 1981 me presenté, con dos compañeros de promoción —

otro término curioso este—, en Torrelavega, Cantabria, para iniciar el período

de prácticas como factores autorizados para la circulación. El Gabinete de

Circulación parecía el camarote de los hermanos Marx: el jefe de estación, el

factor de circulación, los especialistas, el factor de taquilla, el factor de

paquetería... ¿Nos estaban esperando? ¡No!, era Nochebuena y todo el mundo

estaba contando sus planes para esa noche y el día de Navidad. No nos

prestaron demasiada atención, pero sí les dio tiempo a decirnos —no recuerdo

quién, aunque todos asintieron—: «Niños, en esta casa está todo hecho; solo

hay que conservarlo». Fue la primera sentencia (resultado de los usos y

costumbres, de las creencias establecidas y de las verdades a medias) que

escuchamos y que en el ámbito en que se expresaba funcionaba como ley. Fue

el primer paradigma ferroviario que aprendimos y también el primero que

vimos desmoronarse.

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Momentos

31

En febrero de 1982 presté mi primer servicio como factor de circulación en la

estación de Montabliz, que, en condiciones normales, se encontraba cerrada y

sin personal. Una gran nevada había dejado fuera de servicio el control de

tráfico centralizado (CTC) entre Reinosa y Bárcena de Pie de Concha, y fue

necesario abrirla y establecer un bloqueo telefónico de vía única. Montabliz

tiene dos vías y mi único cometido era efectuar cruces: un tren estacionaba, yo

establecía paso directo para el otro y, después, expedía el tren estacionado. Muy

complicado no era. La primera noche hice tres cruces. El trabajo tampoco

abrumaba. Aun así, nunca en mi vida he mirado tan fija y persistentemente

nada como aquel cuadro de señales. El especialista que estaba conmigo no paró

de reírse; eso sí, con mucho cariño.

Pasó el tiempo, dejé de mirar fija y persistentemente los cuadros de señales y

presté servicio en otras estaciones, todas en Cantabria. Bárcena de Pie de

Concha, con la leche Collantes; Los Corrales de Buelna, con el alambrón de

Nueva Montaña Quijano; Torrelavega, con el ramal de Solvay y su carbonato

sódico y derivados...; distintas fábricas y distintos productos que facturábamos

y transportábamos por ferrocarril en vagones, plataformas y tolvas a diferentes

destinos. En ese tiempo aprendí otro paradigma ferroviario que sintetiza las

características de un buen servicio: «Los trenes, por su vía; y el dinero, a

pagaduría». Ni el literal parece tan exacto —otras fuentes cambian dinero por

pesetas y pagaduría por tesorería— ni el significado tan sencillo, pero, desde luego,

este sí; este aún sigue vigente.

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Agustín Ruiz

32

Y así, sin apenas darme cuenta, pasaron cinco años, ejerciendo con la gorra de

funda roja, el silbato y el banderín. Mis padres siempre pensaron que ese

trabajo iba a ser algo circunstancial y efímero, pero conforme pasaba el tiempo,

y aquello perduraba, empecé a percibir en ellos un cierto desconsuelo. Se

habían sacrificado mucho para que yo fuese a la universidad y esperaban que

eso me proporcionase un trabajo de mayor relevancia. También la familia, los

amigos e incluso los compañeros de trabajo me animaban a buscar alternativas

más acordes con la formación recibida. Pero yo me sentía cómodo. Me había

instalado en lo que luego supe que se llama zona de confort y rebatía sus

argumentos con frases lapidarias del tipo: «¿Por qué no puedo ser feliz

haciendo lo que hago, incluso durante toda la vida? Estoy cerca de casa, de los

amigos y de la familia, ¿qué más puedo pedir?». Posteriormente comprendí que

la vida laboral es larga y la ley de la gravedad, insoslayable.

Eso no le pasa al cura del pueblo

Y después del quinto año llegó el sexto con la misma rutina; muchas tardes,

muchas noches, pidiendo y concediendo vías, recibiendo y expidiendo trenes,

haciendo y deshaciendo maniobras... En el trabajo te pasan cosas de esas que

no deseas: se te «cae» algún vagón, talonas alguna aguja, retrasas algún tren...,

pero lo asumes y continúas porque «esas cosas no le pasan al cura del pueblo»;

esas cosas solo te pueden pasar si trabajas en el ferrocarril, y es un riesgo que

hay que minimizar, pero que siempre estará presente.

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Momentos

33

La vida continuaba sin sorpresas, pero el escenario cambió y empezaron a

aparecer oportunidades. Se demandaban internamente titulados universitarios

para puestos directivos, y yo lo era. Las convocatorias se sucedían y la rutina se

repetía: me apuntaba, me desplazaba a Madrid, realizaba las pruebas

pertinentes y volvía a trabajar a la estación... consciente de que no tenía

ninguna posibilidad de conseguir el puesto. Como cuando ingresé, iba con lo

puesto, no preparaba nada, pero ahora las exigencias de cualificación de las

ofertas no permitían semejante atrevimiento.

Al principio fue como un juego. Iba, volvía y nunca conseguía nada, pero la

zona de confort siempre estaba ahí. Y así, una, y otra, y otra vez, hasta que

llegó el detonante que sacó a la luz mi frustración. En esta ocasión no fue una

convocatoria pública. Me llamaron directamente. Se iba a poner en

funcionamiento un nuevo centro de formación interna e iban a seleccionar el

profesorado entre los titulados universitarios que nos encontrábamos

desarrollando otras funciones como personal operativo.

A mí, como licenciado en Físicas, me llamaban para algo relacionado con la

informática. Nada sofisticado: MS-DOS (sigla de Microsoft Disk Operating

System; es decir, sistema operativo de disco de Microsoft) y poco más, pero yo

no estaba preparado. En los últimos seis años no había estudiado nada más allá

del Reglamento General de Circulación y las tarifas de mercancías y viajeros.

Intenté saber de qué iba aquello antes de ir, pero no fue posible. Incluso lo que

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Agustín Ruiz

34

catalogas de «poco sofisticado» precisa de estudio y tiempo para conocerlo. Fui

a Madrid con Javier, un compañero de Santander que era físico, como yo, pero

que sabía, no como yo. Me examiné de la parte técnica y luego tuve la

entrevista.

El examen previo había sido un desastre. Entré derrotado. Mi entrevistadora se

dio cuenta y podría haber solventado el trámite con una faena de aliño de unos

pocos minutos, pero ¡no! Me dedicó tiempo, mucho tiempo, e intentó por

todos los medios levantarme el ánimo. Nos sentamos uno enfrente del otro,

con una mesa de por medio; ella con una carpeta en sus manos y yo sin saber

qué hacer con las mías.

—Hola. ¿Te llamas Agustín?

—Sí.

—¿Eres físico?

—Sí.

—¿Trabajas en Torrelavega?

—Sí.

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Momentos

35

—¿Vives allí?

—No.

Y así, con esta colección de respuestas monosilábicas, podríamos haber

continuado hasta la eternidad, pero ella, al contrario que yo, no estaba

dispuesta a bajar los brazos. Hojeó el contenido de la carpeta y siguió

inquiriéndome sobre mis orígenes, mis estudios, mi trabajo, mi familia, mis

aspiraciones... Poco a poco, fue sacándome respuestas más allá del monosílabo

hasta lograr una confesión casi completa. Escuchó pacientemente la

enumeración de mis lamentos, el desglose de las múltiples circunstancias que

me habían impedido continuar con mi desarrollo y mi firme propósito de

aprender en muy poco tiempo aquello que debía saber y no sabía. Escuchó con

interés, insistió en que no descartase aún la posibilidad de ser seleccionado en

esta convocatoria, pero que —fuera cual fuese el resultado— mantuviese

siempre la presencia de ánimo porque habría más oportunidades.

—Seguro que sabes muchas cosas que no me has contado. Piénsalo un instante

y dime: ¿qué sabes hacer?

Y yo, ni corto ni perezoso, le respondí:

—¡Escuchar!

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Agustín Ruiz

36

A ella se le dibujó una sonrisa en la cara, que no fue para nada ofensiva, y me

despidió de forma muy considerada.

No era la primera vez que realizaba una entrevista de este tipo, pero esta había

sido distinta. Por primera vez, al volver a trabajar a la estación, me empecé a

preguntar: «¿Y así, haciendo esto, voy a estar toda la vida?». Por primera vez fui

consciente de que mi frase lapidaria, esa de «¿por qué no puedo ser feliz

haciendo lo que hago…?», empezaba a caérseme encima.

La semana siguiente fue complicada. A pesar de los hechos, me seguía

aferrando a la posibilidad de conseguir el puesto. No había ninguna lógica que

justificase esa esperanza, pero... La noche —estaba de turno de noche— no

planteaba demasiados problemas. Por la noche no te llaman. La tensión se

agudizaba por el día. Volvía de trabajar, me acostaba y era incapaz de dormir,

atento al sonido del teléfono. Si te llaman para decirte que te han seleccionado,

lo hacen en horas de oficina.

Una mañana sonó el teléfono. Oí cómo mi mujer lo descolgaba y, por la

conversación, deduje que era la llamada esperada, pero colgó y no vino a

despertarme. Estuve tentado de permanecer en la cama, pero no lo pude

resistir. Me levanté, abrí la puerta de la habitación y le pregunté:

—¿Han llamado?

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Momentos

37

—Sí, ha llamado Javier.

—¿Qué te ha dicho?

—Que lo han llamado de Madrid. Lo han seleccionado.

No hizo falta decir más. En ese momento, todo se volvió oscuro. «¿Estas cosas

tampoco le pasarán al cura del pueblo?», me pregunté. «Pues sí, creo que sí»,

me contesté.

Esa crisis de fe, provocada por el desmoronamiento del escenario construido, y

la falta de ánimo para construir uno nuevo, seguro que también le pueden

pasar al cura del pueblo, pero constatar este hecho no supuso ningún alivio.

En la calle hace mucho frío

Había entrado en el lado oscuro y mi primera reacción fue salir corriendo. Salir

corriendo a intentar aprender la informática que requerían en la selección del

profesorado de la que me acababan de descartar. Salir corriendo a intentar

cambiar el pasado. Y así transcurrió más de un año. Los proyectos de

adquisición de nuevos conocimientos que acometía estaban basados en las

demandas de las convocatorias pasadas y presididos por una sensación de

urgencia en la consecución de resultados que me provocaba frustración y hacía

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Agustín Ruiz

38

que tardase muy poco tiempo en abandonarlos. La oscuridad no remitía. La

rutina de la estación me empezaba a pesar y, lo que es peor, ese estado de

ánimo también repercutía en casa.

Y así estaba cuando decidí probar lo que durante mucho tiempo me habían

recomendado familia, amigos y compañeros de trabajo: buscar otras

alternativas laborales más acordes con la formación recibida. Envié

currículums, asistí a entrevistas y comprobé que estaba oxidado, pero que, aun

así, existían posibilidades. En una ocasión, llegué a negociar las condiciones

para incorporarme a una empresa de cierto relieve, pero ahí comprendí el

significado de otro de los paradigmas que había escuchado en mi viaje

ferroviario: «En la calle hace mucho frío». Los riesgos de aceptar el nuevo

trabajo eran altos, muy altos, y yo no soy un aventurero. Y en el fondo lo sabía:

«había venido para quedarme». Un paradigma es ley hasta que es desbancado

por otro nuevo, y eso, en este caso, aún no ha sucedido. En la calle sigue

haciendo frío.

Otra vez, vuelta a empezar. El tiempo pasaba y yo seguía transitando por el

lado oscuro hasta que un libro, ¡sí, un libro!, volvió a encenderme la luz. El

interruptor fue La teoría Z, de William Ouchi. No voy a hablaros del libro

porque ni es mío ni es un interruptor de validez universal. Pero hay miles de

libros que pueden ejercer esa función y cada uno puede encontrar el suyo. Solo

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Momentos

39

hay que tener la paciencia necesaria y la perseverancia suficiente para

encontrarlo.

Después del libro, vino el plan: un dibujo hecho a mano sobre un papel DIN

A4 con regla y rotuladores de colores. Su concepción fue minimalista:

a) un tema sobre el que profundizar hasta que pudiese llegar a

considerarme un experto: gestión de calidad;

b) dos herramientas de apoyo: informática e inglés;

c) un plazo: 4 años.

La informática que aprendí nunca superó eso que llaman «nivel de usuario»; en

cuanto al inglés, aún hoy I´don’t speak English, y esto sí que ha sido un déficit

notable; pero en la gestión de calidad me sumergí totalmente y llegué a adquirir

un conocimiento profundo del tema. El plazo, afortunadamente, no llegué a

apurarlo del todo…

Leí —estudié, más bien— a los autores más notables: Juran, Deming, etc., y

descubrí las posibilidades —compatibles con mis obligaciones laborales— que

ofertaba la Universidad Nacional de Educación a Distancia en cuanto al título

reglado en la materia elegida: experto en Gestión de Calidad, cuyo trabajo final

consistía en la elaboración de un manual de calidad.

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Agustín Ruiz

40

Soy de Los Corrales de Buelna, un pueblo fabril de Cantabria. Las fábricas

pertenecen al sector del automóvil y son de matriz japonesa, una combinación

que, a finales de los años ochenta, establecía un escenario de lo más avanzado y

relevante en el mundo de la gestión de calidad. Y allí pude comprobar in situ, y

de manera práctica, cómo se aplicaba toda la teoría que había estudiado, así

como confeccionar mi trabajo de fin de curso, un manual de calidad del que

aún me siento orgulloso.

Y llegó una nueva oportunidad de promoción interna, pero esta vez acudí con

llavero. Una llave para la primera puerta: mi titulación superior; y otra, quizá la

más importante, para la segunda: mis conocimientos profundos en gestión de

calidad y el manual que certificaba que sabía ponerlos en práctica.

¿Y si no hubiese acertado con el tema elegido para adquirir conocimientos de

experto? ¿Y si a pesar de eso no hubiese habido demanda interna en ese campo

o hubiese habido candidatos más preparados? ¿Y si...?

No sé cómo habría reaccionado si no hubiese conseguido lo que me proponía,

pero lo que sí puedo aseguraros es que el plan me proporcionó una meta y me

dibujó un camino. Y recorrer ese camino fue casi tan importante como llegar a

la meta.

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Momentos

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Ascenso implica traslado

Durante todo el tiempo que pasé ejerciendo de factor de circulación, viví con

otro paradigma que se cumplía inexcusablemente: «Si quieres ascender, tienes

que cambiar de residencia». No puedes ser profeta en tu tierra, y eso que vi en

el ámbito de lo que denominamos personal operativo, lo viví en el ámbito de lo

que denominamos personal de estructura. Mi primer ascenso me llevó a Madrid; el

segundo, a Bilbao; el tercero me devolvió a Madrid; y el cuarto... —y por qué

no; ya os hablé antes de mi optimismo congénito— el cuarto está aún por

llegar y no sé a dónde me llevará.

Esta vez, mi viaje a Madrid había «cuajado» y volvía únicamente hasta que se

solucionase el problema de mi relevo. El cambio siempre provoca vértigo. Pero

no es un sentimiento progresivo. Lo sientes de golpe. Había aprobado y sabía

que me iba a Madrid, pero no de forma inmediata. Tenía que venir otra

persona a cubrir mi puesto y eso no se solucionaba de un día para otro. El

proceso se dilataba y la impaciencia me consumía, pero por otro lado seguía en

mi zona de confort. Seguía haciendo lo que dominaba, en el ambiente que

conocía y viviendo en el mismo sitio de siempre. Hasta que un día me llamaron

y mantuve una conversación como esta, o algo parecido:

—¡Enhorabuena!, ya te puedes ir.

—¿Y cuándo me voy?

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Agustín Ruiz

42

—Cuando quieras. Llama a Madrid y habla con ellos.

Y llamé a «Madrid», y hablé con «ellos».

—Hola, buenas tardes. Me acaban de decir que ya me puedo ir.

—¡Pues vente!

—¿Y cuándo queréis que vaya?

—Mañana mismo. Cuanto antes mejor.

Cuelgas el teléfono y piensas: «¡Ya está!, ¡se acabó!». Es un contrasentido

porque había conseguido mi meta, pero en ese momento no pensé en que algo

empezaba; pensé en que algo se acababa y, de golpe, sentí vértigo.

Cuando llegas a un lugar nuevo en el que ni conoces a nadie ni te conoce nadie,

te sientes acobardado, confuso, perdido, pero siempre aparece alguna persona

que te arropa y te guía. Normalmente, son ellos los que toman la iniciativa,

pero no viene mal estar atento para captar las señales. Posteriormente, el que

tienes que ganarte el sitio eres tú, naturalmente, pero esa acogida inicial no

tiene precio. Solo haciendo con otros lo que antes hicieron contigo puedes

pagar los intereses, que no el capital, de esa deuda.

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Momentos

43

Fue un martes. No sé si la última semana de enero o la primera de febrero,

pero fue un martes. No recuerdo la semana, pero estoy seguro del día y del año

en que ocurrió: 1992. A las ocho y media de la mañana subía en ascensor a la

cuarta planta del edificio situado en la avenida Ciudad de Barcelona, n.º 8, sede

de la Dirección —General entonces— de Cercanías. Yo ya había estado allí

antes, de visita, y tenía una idea del panorama que se vivía en esa planta,

diáfana hasta más no poder. Pero ese día, precisamente ese día, había comité y

estaban todos los responsables territoriales, que no eran pocos: Barcelona,

Valencia, Murcia, Sevilla, Bilbao, San Sebastián, Santander... Y yo no conocía a

nadie. El vértigo se acrecentó.

Tú sientes vértigo; en los demás provocas curiosidad. Mi primera estancia en

Madrid fue producto de un salto de personal operativo a personal de

estructura. Un salto cualitativo importante, por lo que nadie se cuestiona por

qué vienes; es obvio. Las preguntas son más bien del tipo: «¿De dónde vienes?

¿Qué eras? ¿Qué eres?...». Son preguntas directas que responden a una

curiosidad lógica y transparente. No hay nada subyacente. En otros momentos,

sí lo hubo.

Superado el choque inicial, comencé a trabajar en un ambiente diferente,

haciendo cosas completamente distintas a las que había hecho durante los

últimos diez años. Día a día fui descubriendo las inmensas posibilidades de

aprendizaje y acción que se me abrían en el nuevo puesto. La formación

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Agustín Ruiz

44

continua era una norma y los proyectos en los que trabajaba, a cual más

interesantes. Disfrutaba con mi trabajo, pero había algo que me chocaba.

Cuando estaba de servicio en la estación, si me ausentaba de mi puesto de

trabajo, ¡los trenes se paraban! Literalmente. La sensación de la importancia del

trabajo era permanente y la comprobación de su utilidad, inmediata.

Ahora, sin embargo, si me iba de mi puesto, no solo no se paraba ningún tren;

es que además, tenía la sensación de que nadie me echaba en falta. Hubo

momentos en los que me pregunté: ¿servirá para algo esto que hago? El trabajo

era distinto y los medios, los objetivos y los plazos, también. Tardé tiempo en

darme cuenta de que, en mi nuevo trabajo, la perspectiva de aplicación debía

ser más amplia y la comprobación de la utilidad, menos urgente.

Me pasé cuatro años trabajando —más que viviendo— en Madrid. Mi familia

permanecía en el pueblo, al que yo volvía cada fin de semana. No era un bicho

tan raro, no. En el talgo del viernes en el que volvía a casa, conocí a bastante

personas que llevaban haciendo eso muchos más años que yo. Aquello, por

tanto, pudo haber durado mucho más, pero al cabo de cuatro años me fui a

Bilbao, a la Gerencia de Cercanías.

—¿Por qué?

—Porque pude.

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Momentos

45

El cambio implicaba un ascenso, sí, pero esa no era la razón fundamental. El

ascenso podría haberlo conseguido de igual manera quedándome en Madrid.

La razón del cambio, en esta ocasión, fue que en los cuatro años transcurridos

desde mi llegada, mi familia y yo, como os he contado, no habíamos acabado

de decidirnos sobre si ir o no a vivir a Madrid, pero lo que sí decidimos es que

esa vida familiar de fin de semana, a cuatrocientos kilómetros de distancia, no

podía continuar. Bilbao estaba más cerca, ¿y por qué no vivir allí?

Personas relevantes me dijeron, con la mejor intención, que, pensando en mi

carrera profesional, esa no era una buena elección. Para crecer, uno viene del

«territorio» a Madrid, y no a la inversa. Sin particularizar en mi caso, con una

visión general, creo que tenían toda la razón, pero yo les contestaba, cómo no,

con una de esas frases dignas de ser grabadas en una lápida: «Es una decisión

comprometida y quizá tengáis razón, pero prefiero equivocarme yo a que otros

se equivoquen por mí».

En mi opinión, es importante que tú lleves la iniciativa, que tomes tus propias

decisiones asumiendo riesgos, pero hay que considerar todos los consejos y,

sobre todo, ser más humilde con los consejeros.

A primeros de marzo de 1996 llegué a las oficinas de la Gerencia de Cercanías,

en el edificio de la estación de Bilbao Abando, en la Plaza Circular. El hito no

era tan novedoso como el traslado anterior —y quizá por eso no solo he

olvidado la semana; también he olvidado el día—, pero volví a sentir el vértigo

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y a descubrir la curiosidad que generaba. Aquí, el motivo del cambio no era tan

obvio y las preguntas que suscitaba no eran, como cuando llegué a Madrid:

«¿De dónde vienes? ¿Qué eras? ¿Qué eres?...». Aquí, la pregunta, pensada, más

que expresada directamente, era: «¿A qué viene este aquí?». La única respuesta

lógica del cambio que consideraban plausible se podría expresar así: «Este es

un emisario de Madrid que viene a prepararse para tomar el poder cuando se

jubile el gerente». Tampoco hubiese estado mal, y cuando llegó el momento,

cuatro años más tarde, alguna opción hubo, pero mi cambio no obedecía a

ningún plan corporativo de preparar una sucesión.

La pregunta tácita del inicio me la planteó explícitamente Vicente, mi anfitrión

en Bilbao y, casi inmediatamente, mi amigo. Luego, ya me integré con el resto

de la cuadrilla, la respuesta a la pregunta tácita fue conocida por todos y

pudimos hacer unas risas con ello.

Fui muy bien acogido y pasé unos años maravillosos en Bilbao, donde viví su

gran transformación, que tuvo como símbolo indiscutible el Museo

Guggenheim. El servicio de Cercanías no fue ajeno a esa transformación. Fue

en esa época cuando, dentro del proyecto Bilbao Ría 2000, se crearon cuatro

nuevas estaciones en el centro de la ciudad y se cerró la estación de Bilbao La

Naja, lo que provocó que las tres líneas de Cercanías confluyesen en la estación

de Bilbao Abando. Fueron cuatro años emocionantes que culminaron cuando

se jubiló el gerente.

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Momentos

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Antes, como antes; y ahora, como ahora

Ya llevábamos un par de años especulando con la posibilidad de que el gerente

se jubilara. Podía hacerlo; dependía de él elegir el momento, y lo eligió. Con ese

motivo se celebró un comité especial de la gerencia al que asistió el director de

Cercanías. En cierto modo, era una despedida antes de la despedida. El gerente

nos comunicó a un compañero y a mí que el director quería hablar con

nosotros.

—Para qué, preguntamos casi al unísono.

—Quiere hablar con vosotros. Para qué, ya os lo dirá él.

Pues, mira tú, que si al final tenían razón, y yo sin saberlo...

Al acabar el comité, el director nos mandó quedarnos en la sala y nos comentó

que estaban sopesando la posibilidad de elegir un candidato interno para el

puesto de gerente. Nos manifestó la consideración que le merecíamos y nos

dijo que quería hablar un momento con cada uno, a solas. Yo fui el segundo, y

la impaciencia de la espera me puso algo nervioso. En el comienzo de la

entrevista ese nerviosismo era patente, pero poco a poco me fui calmando.

Estuvimos charlando un rato de mi trayectoria pasada y presente. Él me

conocía de mi estancia en Madrid. Me dijo que estaba satisfecho con mi labor y

que estaba considerando seriamente la posibilidad de nombrarme gerente.

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—Si yo te propongo ser gerente, ¿lo aceptarías?

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque me creo capaz y quiero serlo.

Sonrió, estuvimos charlando un rato más y nos despedimos.

Cuando salí, busque como loco a mi compañero para contrastar impresiones.

—¿Te ha preguntado qué responderías si te ofreciese ser gerente?

—Sí.

—A mí también. ¿Y tú qué le has respondido?

—Que no.

—¿Y eso?

—Le dije que ese no era un puesto para mí. ¿Y tú qué respondiste?

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Momentos

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—Que sí.

Los días pasaron, el contenido de las entrevistas dejó de ser secreto de sumario,

las preguntas y las respuestas se fueron difundiendo y, sin tardar mucho,

afortunadamente, porque yo alguna esperanza albergaba, conocimos el nombre

del nuevo gerente, que no era ni el de mi compañero ni el mío. Él, al menos,

pudo pensar que no fue gerente porque no quiso; yo no. Yo no fui gerente

porque no pude.

En cuestión del crecimiento profesional, no soy demasiado exigente, pero

necesito sentir que es posible, aunque sea muy poco probable, y en Bilbao ya

no era posible. En Cercanías solo había un gerente recién nombrado, y más

joven que yo, y en el resto de unidades de negocio, el puesto estaba muy bien

cubierto. Se imponía otro cambio, pero ¿a dónde? Estaba claro, tenía que

volver a Madrid, de donde me había ido desoyendo a aquellos que me

aconsejaron quedarme.

Durante mi época de factor de circulación escuché otro paradigma que decía

así: «Antes, como antes; y ahora, como ahora». Servía para explicar el cambio

en la relación profesional entre compañeros cuando uno de ellos ascendía.

Cuando eran colegas, la relación era una, pero eso cambiaba —porque tenía que

cambiar— cuando uno pasaba a ser jefe del otro. Los escenarios no son

estáticos; cambian con los momentos.

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Ahora quería volver a Madrid, de dónde había salido antes (hacía cinco años).

Las cosas habían cambiado, así que: «antes, como antes; y ahora, como ahora».

Pude volver a Madrid, y esta vez con toda la familia. Mi primer destino fue

Patrimonio y Urbanismo, aún en Renfe, donde estuve cuatro años. Desde

2005, año de nacimiento de Adif, estoy en Recursos Humanos dedicado a la

formación y el desarrollo directivo. Yo iba para profesor de instituto y, aunque

ni Adif es un instituto ni yo, probablemente, un profesor, en el fondo, los

directivos somos como niños y mi trabajo algo tiene que ver con la enseñanza.

El viaje

Cuando estaba trabajando en Cercanías de Bilbao, enfocamos nuestra

estrategia comercial de la siguiente manera: había dos prototipos de viajeros,

los que tenían una necesidad de viajar y los que no. Los primeros tenían que

elegir el medio; los segundos, el fin. Para los primeros, la publicidad enfatizaba

las cualidades del tren; para los segundos, las de los lugares, actividades, fiestas,

etc., a donde se podía llegar en tren. «Disfrutar viajando y viajar para disfrutar»

era nuestro lema.

Como el viaje ferroviario es largo —recordad que venimos para quedarnos— y

se compone inevitablemente de distintas etapas, habrá momentos en los que

disfrutaréis viajando —día a día, realizando la misma actividad— y otros en los

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que tendréis que viajar — descubrir nuevas actividades, retos, motivaciones...—

para disfrutar.

Estos han sido los momentos; los que he considerado más relevantes, pero no

quisiera acabar sin ofreceros un fármaco de laboratorio propio que os permitirá

disfrutar con mayor intensidad —o ese, al menos, es mi deseo— de los

vuestros. Esos hitos que jalonarán, sin duda, vuestro singular, personal y

apasionante viaje.

El Tiovivo

Composición

El Tiovivo de Agustín contiene cuatro principios activos, expresados en

lenguaje coloquial, que actúan secuencial y progresivamente de modo cíclico.

El primero es levantar la vista, ampliando el campo de visión e incorporando

nuevas variables que enriquezcan nuestra perspectiva. Levantar la vista para

contemplar diferentes posibilidades de futuro, aunque en ese momento no

sientas ninguna necesidad de ello.

El segundo y el tercero van de la mano: aplicar el gerundio —haciendo,

solucionando, implantando...— y la técnica del martillo pilón — ¡pon!

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Agustín Ruiz

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perseverancia, ¡pon! paciencia...—. No hay ningún misterio. Progresas y creces

trabajando y siendo perseverante y paciente. Olvídate de supuestos agravios

comparativos y sé tú mismo.

El cuarto y último componente es cooperar, obrar conjuntamente con otro u

otros en la búsqueda de un mismo fin. En el mundo no hay sitio para héroes

solitarios.

El Tiovivo utiliza como excipientes aglutinantes la curiosidad, la transparencia y la

capacidad de ilusionar y disfrutar con todas y cada una de las experiencias que

permiten la mejor actuación de sus principios activos.

Indicaciones

El Tiovivo de Agustín está especialmente indicado para el tratamiento de

procesos de mejora continua de cualquier tipo y dimensión.

Así mismo, facilita la curación de la desilusión, el desencanto, el enfado, el

cabreo y todo tipo de «quemaduras», proporcionando estados de optimismo y

motivación duraderos.

Aun en ausencia de los síntomas citados, sus características permiten la

obtención de los mismos beneficios si se aplica como tratamiento preventivo.

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Momentos

53

Posología y administración

La expresión de sus componentes en lenguaje coloquial proporciona una mejor

comprensión e incorpora un sentimiento afectivo que multiplica los efectos del

fármaco. La dosificación del Tiovivo ha de hacerse manteniendo una relación

directamente proporcional a los conocimientos, la ilusión, la motivación, el

amor propio y el sentido del humor de las personas sometidas a tratamiento.

Su aplicación, no obstante, influye directamente sobre ellas, provocando su

incremento de grado.

Intoxicación y tratamiento

Dadas la naturaleza de este producto, no existen posibilidades de intoxicarse

con su aplicación, ya sea esta preventiva o terapéutica.

Contraindicaciones

El Tiovivo de Agustín está especialmente contraindicado en individuos con

escaso sentido del humor.

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Agustín Ruiz

54

Efectos secundarios

En personas muy negativas y de una acusada «estrechez de miras», puede

producir reacciones alérgicas de cierta consideración.

Sin puntos ni comas

Durante mi viaje ferroviario he conocido a numerosas personas que me han

dejado huella. No voy a nombrarlas aquí, pero sí quiero describir —¡ojo!, todo

seguido, sin puntos ni comas— aquello que tenían en común.

Han sido personas de cualquier condición cuya vida transcurre

aparentemente sin ruido ni aspaviento aunque es imposible que todo su

saber hacer pase desapercibido porque estas personas ejercen la

responsabilidad con todos y cada uno de sus gestos y proclaman a los

cuatro vientos su liderazgo en cualquier escenario que adquiere especial

relevancia en el de las personas a las que animan a trabajar «con» ellas y

nunca «para» ellas y a las que no vencen sino convencen haciéndolas más

que miembros de un equipo cómplices en la búsqueda de los mejores logros

y también tienen sueños inquietudes y emociones que buscan promueven y

sienten sin apenas notarse porque saben escuchar y también ilusionar y

aprender y avanzar y rectificar y volver a avanzar y son inteligentes

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Momentos

55

innovadoras honestas cabales tenaces perseverantes y altruistas porque estas

personas son grandes personas y todo seguido sin puntos ni comas.

Me encantaría que mi huella ferroviaria —con puntos, comas y algún punto

y coma, incluso— pudiera parecerse a esa, pero yo, para bien o para mal, ya

la tengo prácticamente construida.

Tú, sin embargo, aún tienes tiempo para reforzar o rediseñar la tuya. De ti

depende.

Momentos

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57

UTOPÍA. PENSANDO EN TI, JULIA.

Javier Méndez

En el año 1981 había terminado en la Escuela de Arquitectura Superior de la

Politécnica de Madrid las dos especialidades, Edificación y Urbanismo. De

aquellos años recuerdo, perplejo, la tarde del 23 de febrero de 1981, cuando,

haciendo las denominadas milicias universitarias, me toco estar de guardia y

formar, como alférez, a dos Compañías del Regimiento de Intervención

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Javier Méndez

58

Inmediata de El Goloso para ver si teníamos que acudir a Madrid con el asunto

del golpe de Estado. Poco se ha hablado de lo que ocurrió en este cuartel aquel

día, pero a los oficiales que presenciamos las órdenes y los movimientos de

aquella tarde no se nos olvidará en la vida.

Terminada la carrera, dediqué tres años más a la realización simultánea de

diversos másteres: uno, de Intervención sobre el Patrimonio Arquitectónico;

otro, de Urbanismo (dos años más el doctorado) y un tercero, de Cooperación

al Desarrollo en América Latina.

En 1984 fui contratado por la empresa TYPSA para desarrollar planes

urbanísticos en Ecuador. Hoy día, parece más usual que, con la crisis, parte de

los jóvenes se vean obligados a irse a trabajar al extranjero, pero hace 34 años

era una excepción, aunque reconozco que fue una de las mejores experiencias

de mi vida. Cuando terminé, aproveché el buen salario recibido para recorrer

toda Suramérica en autobús.

A mi vuelta, la Comunidad de Madrid (CM) creó las Oficinas Comarcales de

Rehabilitación de Edificios y me hice cargo, durante 3 años, de la delegación de

Buitrago del Lozoya, que llevaba toda la Sierra Norte.

En el año 1988 ocupé la plaza de Jefe del Área de Ordenación del Territorio de

la CM y durante 15 años me dediqué a realizar obras de edificios públicos en

toda la Sierra Norte (ayuntamientos, centros culturales, etc.), así como a la

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Utopía. Pensando en ti, Julia

59

revisión de los Planes Generales de sus 42 municipios. Algunas de las obras

realizadas tuvieron diversos premios de arquitectura y urbanismo, siendo el

más destacado el Premio Nacional de Arquitectura 1997 por un proyecto para

el ayuntamiento, la clínica y el centro de reuniones de Madarcos.

En el 2003, el que fuera director general de Urbanismo de la CM fue

nombrado concejal de Urbanismo del Ayuntamiento de Madrid y me reclamó

para ocupar el puesto de consejero técnico del Ayuntamiento.

En el 2008 pedí una excedencia en la CM y tomé posesión de la plaza de jefe

de Arquitectura de Cercanías de Adif, publicada a través de una oferta pública

de empleo, y he permanecido en este organismo hasta la actualidad. De las

obras realizadas en estos años cabe destacar el proyecto de intervención en la

estación ferroviaria de Laguna (Madrid), que recibió el Premio Internacional de

Diseño Ferroviario Brunel 2011 organizado en EE. UU., pero también obras

tan interesantes como las realizadas en la fachada histórica de Atocha y las

intervenciones en las estaciones de Aranjuez y Toledo.

Profesionalmente, mis grandes pasiones han sido la arquitectura, el urbanismo

y la adecuación de espacios y edificios para personas con discapacidad.

Javier Méndez Sánchez

ESTACIONES DE VIAJEROS

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60

UTOPÍA. PENSANDO EN TI, JULIA

Al reflexionar sobre lo que podía transmitir a la gente joven que se incorpora a

la empresa, pensé inmediatamente en mi hija Julia y me vino a la memoria el

poema de José Agustín Goytisolo Palabras para Julia:

La vida es bella, ya verás como a pesar de los pesares

tendrás amigos, tendrás amor.

Tu destino está en los demás tu futuro es tu propia vida tu dignidad es la de todos.

Nunca te entregues ni te apartes

junto al camino, nunca digas no puedo más y aquí me quedo

Pero yo cuando te hablo a ti

cuando te escribo estas palabras pienso también en otra gente.

Y siempre siempre acuérdate de los que un día yo escribí

pensando en ti como ahora pienso

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Utopía. Pensando en ti, Julia

61

Pensando en ti, Julia, que acabas de terminar una carrera y has empezado a

trabajar en una gran empresa, quiero transmitirte mi experiencia en las distintas

organizaciones donde he trabajado y, de esta forma, responder en unas líneas a

las preguntas que, con cara de extrañeza, me haces cada noche sobre el

funcionamiento de la compañía. Solo si conoces los antecedentes históricos y

culturales de las personas de mi generación, que son las que gobiernan la

mayoría de las empresas de este país, podrás llegar a entender su

funcionamiento, y cuando alcances puestos de responsabilidad, disponer de los

datos suficientes para cambiar aquello que no te resulta coherente, eficaz y

justo.

Los orígenes de nuestros comportamientos

A lo largo de los años, uno detecta muchas y diferentes reacciones en las

personas, y seguro que, al igual que tú, Julia, todos nos preguntamos si en el

fondo las personas somos por naturaleza buenas o malas. Por lo que he

observado, los antropólogos y los filósofos que estudian el comportamiento de

los seres humanos no se ponen de acuerdo y, básicamente, se encuentran dos

teorías contrapuestas:

Por una parte, están quienes defienden que el hombre es un

depredador del propio hombre, como el filósofo inglés Thomas Hobbes, autor

de la famosa frase: «El hombre es un lobo para el hombre». Indican que la

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Javier Méndez

62

naturaleza humana es baja, egoísta y depredadora. Cada hombre es

fundamentalmente individualista y solo puede asegurar su bien dominando a

otros y aprovechando su poder para sus propios fines.

Por otra parte, están quienes defienden que el hombre es bueno por

naturaleza. En 1902, el geógrafo y naturalista ruso Piotr Kropotkin publicó un

estudio científico de historia natural defendiendo la bondad innata del hombre.

Indicaba que la postura defendida por Hobbes era el resultado histórico del

capitalismo, que, a través del poder del Estado, le servía para promover la

propiedad privada y unos mercados exentos de controles sociales y políticos.

Los que defienden la bondad natural del hombre se basan en estudios

realizados en tribus de cazadores y recolectores del rio Amazonas, donde se

observa que el hombre es fundamentalmente un ser social y solidario con el

resto de componentes de la tribu, ayudándose entre ellos con un espíritu

desprendido. Algunos creen que, con el paso de los siglos y la incorporación

del capital, esta bondad natural se ha ido modificando y ha efectuado cambios

en su comportamiento, priorizando su individualidad a través del

enriquecimiento personal, el consumo y la insolidaridad.

Indagando sobre este tema, me sorprendió escuchar a una socióloga holandesa

en uno de los programas de Punset que, después de estudiar durante años los

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Utopía. Pensando en ti, Julia

63

dos hemisferios del cerebro y las partes relacionadas con el comportamiento

humano, había llegado a las siguientes conclusiones:

La mayor parte de las personas, en especial, las que son fieles a diferentes

ideologías y religiones, están confundidas al pensar que el hombre, por

naturaleza, busca el bien común y la justicia.

El cerebro del ser humano está programado desde hace millones de años para

autoprotegerse. La base de ello se encuentra en la amenaza que suponían para

el hombre prehistórico las enormes especies con las que convivía. Su mayor y

principal pensamiento era cómo sobrevivir a los ataques de estos animales,

siendo secundario el bien del resto de las personas, salvo por la necesidad de

valerse de ellas para poder defenderse en grupo.

Este comportamiento se trasladó a los integrantes de las primitivas tribus

africanas, cuyo principal objetivo era llegar a formar parte de la familia de la

tribu dominante. Así, tendrían los mejores alimentos, las mejores mujeres y las

mejores chozas.

Hoy día, parte de estas reacciones innatas de autoprotección se han

transformado en la necesidad de alcanzar niveles más altos en las empresas.

Con un mejor puesto, consigues un mejor salario y un mayor reconocimiento

de tu valía por parte de los que te rodean. Y esto te proporciona mejoras en tu

nivel de vida: mejor casa, mejor coche, mejores alimentos, mejores vacaciones,

mejores parejas…

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Javier Méndez

64

En mi opinión, querida Julia, en la mayor parte de las organizaciones, la

principal motivación de las personas en el desempeño de su trabajo es que la

percepción que su jefe tenga de ellos sea lo más positiva posible. Incluso,

aunque las tareas que hagan no tengan mucho valor, tratan de «venderlas» de

tal forma que parezcan importantes, lo cual es humano y razonable. Lo que no

es tan razonable, y en eso no puedo estar más de acuerdo contigo, es que a

veces estén vendiendo como propio el trabajo de los demás, incluso

denostando las labores que hacen el resto de compañeros. Me imagino que

forma parte de la debilidad humana, de ese instinto de autoprotección del que

hablaba la socióloga holandesa. Seguramente, en otro tipo de sociedad menos

competitiva no se darían este tipo de reacciones; quizá, alguna vez, si nuestra

sociedad consigue mayores niveles culturales y modificamos nuestra escala de

valores…

La herencia educativa

Es importante que sepas que la mayoría de las personas que hemos cumplido

los 60 años hemos sido educados en colegios religiosos. El sistema de

educación se basaba en dos métodos aparentemente contradictorios, pero que

reflejaban una enorme coherencia con el mismo fin: conseguir que hicieses lo

que el profesor decía, sin rechistar.

Los dos métodos eran, por un lado, el sistema autoritario de ordeno y mando:

«Yo, como profesor tuyo y jefe de la clase, te ordeno que realices lo que yo

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Utopía. Pensando en ti, Julia

65

quiero; y tú, como alumno y ser inferior, no puedes poner en duda mi

autoridad». Una especie de capataz que, haciendo uso de un determinado tono

de voz, una pose y ciertos gestos, conseguía los fines del mandato imperativo

(algunos aprendimos la tabla de dividir a base de reglazos en las pantorrillas).

Por otro lado, se usaba el método protector: la palmadita en la espalda y un

tono de voz acogedor y de súplica seguido de un «todo lo hago por tu bien,

eres el mejor del mundo» acompañado de reconocimientos, mimos y ademanes

de ángel protector.

Con estos sistemas educativos, nuestra generación solo conoce una forma de

actuar: buscar el reconocimiento de nuestros mayores esperando no solo el

premio, sino que nuestros jefes nos aplasten para luego halagar y reconocer

nuestra labor. La búsqueda incesante de castigo-reconocimiento.

Observarás que en nuestra sociedad si un jefe trata con cortesía, educación y

buenos modales al personal que tiene a su cargo; que pide consejo, razona y

planifica con ellos, ese jefe no es válido. En términos coloquiales, no parece un

jefe, sino un compañero, y eso no se concibe.

Un jefe debe de imponerse, debe mandar, debe recriminar a sus inferiores, ya

que, como te decía, procedemos de una educación que nos ha enseñado que el

incentivo de un superior y de su inferior es buscar la represión y, después, el

reconocimiento.

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Javier Méndez

66

Esta es la educación que mi generación ha trasmitido a los jóvenes, y al final,

las formas de las empresas son reflejo de las formas de sus dirigentes. Son

organizaciones donde, en un momento dado, el temor a la bronca se mezcla

con el tono paternal y protector. Algunos hemos observado que los empleados

de un determinado departamento se asemejan en sus formas de actuar, incluso

diría que en la forma de ver la vida y el trato a los demás, a las del responsable

del departamento.

Olvídate, si lo piensas, de que cambiando a una determinada persona cambiará

la empresa. Las formas son la imagen de toda una cadena en la estructura

organizativa, unas formas que reflejan de forma coherente y lineal ese sistema

de actuación.

Te aconsejo que, si tienes un jefe que solo conoce estos dos tipos de lenguaje,

el autoritario y el protector, intentes cambiar de lugar de trabajo. Las personas

con lenguajes dinosaurios no cambian, y te aseguro que existen jefes que tienen

incrustados, por edad, estos dos lenguajes, pero han sabido evolucionar y hacer

suyo un tercer lenguaje más propio del siglo XXI: tratar a su equipo como a

personas adultas a las que hay que respetar; tratarlos como profesionales, con

su propia valía y de igual a igual, aunque estén por encima de ellos en el

organigrama de la empresa.

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Utopía. Pensando en ti, Julia

67

«Titulitis»

Julia, por tus compañeros sabes que un elevado porcentaje de los jóvenes de tu

edad han podido estudiar, incluso acceder a la universidad, pero no siempre fue

así. Gran parte de las personas de mi generación tuvieron que ponerse a

trabajar a los catorce años; no existían becas de estudio y había que llevar

dinero a casa o ingresar en el seminario.

Por este motivo, encontrarás que algunas empresas de nuestro país están

dirigidas por personas que, partiendo de los puestos más bajos de la

organización, han ido ascendiendo a lo largo de los años, tanto por su valía

personal como por sus dotes para relacionarse con los demás. Todos los que

hemos ido a la universidad somos conscientes de que el título no siempre va

acompañado de valía y conocimiento, pero algunas personas que no han

pasado por estos estudios presentan complejos de inferioridad por no tener un

título universitario.

Esto no tendría mayor importancia si no fuera porque las consecuencias para

las organizaciones son nefastas. Podrás observar que las peculiaridades de

algunas de estas personas dan lugar a determinados problemas:

Como viven en parte de la apariencia, su máxima es «la información es

poder», de modo que tratan de acaparar toda la información de la empresa e

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Javier Méndez

68

intentan que el resto no la tenga; es decir, la información que para el buen

funcionamiento de la organización debería fluir, queda estancada.

Acompaña a estos modos el entender que tienen que ser imprescindibles, ya

que solo ellos tienen la información. El principal motivo para no invitar a las

reuniones a nadie de su departamento es creer que quedarán en ridículo si los

componentes de su equipo demuestran saber más que ellos.

Esto no pasa en otros países. En Inglaterra, por ejemplo, y en muchos otros

países avanzados, cuando un jefe va a una reunión donde se va a tratar sobre la

estructura de un edificio, el jefe lleva a su mejor técnico en estructuras y se lo

presenta al resto de las personas diciendo: «sobre este asunto intervendrá

nuestro prestigioso técnico en estructuras fulano», quien podrá debatir con

otros expertos sobre esta materia. De esta forma, tanto él como la compañía

adquieren prestigio.

Sin embargo, en estas empresas de las que te vengo hablando, el jefe no lleva a

nadie; en el mejor de los casos, y no siempre, le pide al técnico en estructuras

un informe previo para que él pueda lucirse. Además, no solo no invita a la

reunión al estructurista para que no lo deje en ridículo, sino también para que

no tenga acceso a la información, ya que «la información es su principal arma

de poder».

Algunas de estas personas desean acaparar todas las competencias

posibles, tener cada vez más responsabilidades, aunque otros departamentos

tengan un personal más cualificado para desarrollar un determinado campo.

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Utopía. Pensando en ti, Julia

69

Estos jefes prefieren no trasladar dichos trabajos, encontrándonos en

numerosas ocasiones que hacen como el perro del hortelano: ni come ni deja

comer. Eso sí, a estos especialistas de otros departamentos los convocan a una

sola reunión, fundamentalmente con dos fines: el primero, para sacarles toda la

información posible; y el segundo, por si el proyecto falla, para echarles toda la

culpa, aunque después de la única reunión mantenida hayan encauzado el

proyecto por donde mejor les ha convenido, incluso alejándose de lo

recomendado por los especialistas.

Otro problema que observarás en estas personas es el trato personal.

La combinación de su complejo de inferioridad con su pobre herencia

educativa motiva que solo sepan conseguir el respeto de sus inferiores a través

del maltrato y la degradación personal. A su vez, el trato hacia sus superiores es

todo lo contrario, basado en la sumisión, el peloteo, la apariencia de buenos

profesionales y en no contradecir en ningún momento a sus jefes, aunque sus

planteamientos sean erróneos. Querida Julia, si te encuentras en alguno de tus

trabajos con un jefe de estas características, lo que no puedes hacer en ningún

caso es adoptar una postura sumisa, ya que este tipo de gente tiene en común

con los maltratadores el provocar sentimientos de culpabilidad y disfrutar con

la degradación de sus víctimas, las personas que están a su cargo. Desde el

principio, debes imponer respeto. Si consientes una sola vez la degradación

personal, motivarás que ese tipo de trato sea el habitual, ya que ellos se

engrandecen con esa posición de degradación y dominio. Este tipo de jefes

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Javier Méndez

70

solo respetan a quienes se les enfrentan. Solo plantándoles cara conseguirás

que reconozcan tu trabajo y evitarás una progresiva sensación de inutilidad que

te llevará a la apatía y el decaimiento.

Relacionado con estos conflictos, Julia, he observado que si en cualquier

ámbito de tu vida te encuentras preocupada por tus problemas con otra

persona (jefe, compañero, amigo, vecino…) y ves que pasa el tiempo y que el

otro no tiene ninguna intención de aportar soluciones, que hasta incluso se

regodea con el problema, en estos casos tienes dos opciones: una es asumir que

el problema no tiene solución, al menos a corto plazo, y por lo tanto tienes que

intentar olvidarlo; la otra, que si analizas el tema en profundidad descubrirás

que la otra persona no tiene intención de solucionarlo porque para él no es un

problema; el problema es solo para ti. Si quieres llegar a un consenso, tendrás

que hacer algo para que empiece a ser también un problema para él; solo

entonces pondrá los medios para solucionarlo.

Vendedores de humo

Recuerdo, Julia, encontrarte una tarde llorando a la salida del colegio; tendrías

doce o trece años. Al preguntarte qué te ocurría, me dijiste: «Es que no es justo

que, después de trabajar todo el fin de semana, la profesora me haya puesto un

6, y a Esther, que ha improvisado los deberes en media hora en la clase, como

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Utopía. Pensando en ti, Julia

71

es muy guapa, simpática y pelota, la profe le haya puesto un 9». Recuerdo mi

respuesta: «Julia, acostúmbrate a pensar que el mundo es muy injusto».

Efectivamente, lo que descubriste de pequeña lo encontrarás en todas las

empresas: personas que se matan a trabajar y nadie les reconoce su valía, sus

esfuerzos y la calidad de su labor. Sin embargo, a su lado hay otras que,

esforzándose lo mínimo, son puestas como modelo y son los primeros en

promocionar: son los llamados vendedores de humo. Y pensarás: «¿Es que los

demás tienen otros valores distintos a los míos en cuanto a la eficiencia y

calidad de los trabajos?».

Intentaré explicarte por qué sucede esto en la mayor parte de las

organizaciones. Normalmente, se suelen dar dos circunstancias que explican

este fenómeno. Por un lado, el vendedor de humo suele ser una persona

atractiva (no digo guapa), con grandes dotes de persuasión. Puede hablar con

aplomo de cualquier tema y cuando habla, hipnotiza al interlocutor; tiene don

de gentes y es un buen relaciones públicas. A su vez, sabe dedicarles tiempo y

momentos claves (comidas, risas, compadreo, fiestas, etc.) a las personas más

influyentes de la empresa. Por otro lado, suele darse el caso de que las personas

de la organización a quienes se les vende el producto no suelen tener grandes

conocimientos técnicos de la materia que les están vendiendo, de modo que los

receptores terminan por hacer suyo el producto, aunque en realidad sea humo,

pero se lo han vendido con tal seguridad y aplomo que incluso ellos mismos

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Javier Méndez

72

son capaces de vendérselo a sus superiores. Te extrañará que nadie en tu

empresa tenga el conocimiento necesario o sea tan loco o tan niño como para

gritar: «¡El rey está desnudo!».

Las contradicciones entre la teoría y la práctica

La pregunta que me hago, Julia, es: ¿qué os estamos trasmitiendo a los jóvenes?

En general, creo que os trasladamos siempre nuestros propios

comportamientos, los buenos y los malos, y al final no actuáis así por ciencia

infusa. Vuestras formas de actuar son las que habéis aprendido de los padres,

los profesores y el entorno, así como de vuestros superiores y compañeros

cuando empezáis a trabajar.

Tengo la impresión de que, continuamente, en las empresas se lanzan ideas

opuestas. Cuando organizan cursos, por ejemplo, siempre hablan de hay que

hacer las cosas con racionalidad y eficacia; que hace falta más cultura y

progreso, más respeto por la sostenibilidad y el medioambiente, y que el

cambio climático puede tener unos efectos devastadores. Estos conceptos

suelen provenir de directrices europeas u organizaciones internacionales como

Naciones Unidas. Pero la realidad es que estas teorías, en muchos casos, se

contradicen con lo que os piden hacer en el día a día a los jóvenes que

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Utopía. Pensando en ti, Julia

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dependéis de nosotros, ya que con nuestro comportamiento diario os

trasmitimos justo lo contrario.

Para que comprendas mejor a qué me refiero, te pondré algunos ejemplos.

Los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas parecen

incompatibles con que las empresas sigan sin utilizar apenas el papel reciclado,

que se utilicen folios en blanco sin reciclar para borradores, en lugar de usar la

otra cara de papel desechable. También resulta incompatible con los ODS que

estas empresas fomenten el consumo de agua embotellada, teniendo en cuenta

la calidad del agua que tenemos en muchas ciudades. Sin embargo, muchas

empresas disponen de máquinas expendedoras de botellas de agua en

numerosos rincones de sus centros de trabajo, con el consiguiente deterioro

del medioambiente producido por su transporte a lo largo de toda la geografía

española en camiones que generan una gran contaminación atmosférica.

En los cursos se pone como ejemplo de buenas prácticas en el trabajo lo que

ocurre en Europa: debéis tener un horario de trabajo de 8:00 a 16:00, lo que

permite disponer de tiempo libre para la conciliación familiar, el ocio, las visitas

a museos y exposiciones, la lectura o lo que apetezca. La realidad diaria, sin

embargo, es que, de una forma u otra, al final nos incitan a trabajar con el

mismo horario que los jefes: de 9:00 a 14:30 y de 16:00 a 19:00.

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Javier Méndez

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En los cursos se nos pide que seamos creativos: «Sois parte de la empresa,

tenéis que tener iniciativa, pensar por vosotros mismos, lanzar y debatir ideas,

crear grupos que trabajen a gusto…». La práctica, sin embargo, suele ser muy

distinta.

He observado que los jóvenes sois muy sensibles a lo que veis alrededor, y

después de un curso motivador para arrimar el hombro y sentiros parte de la

empresa, detectáis que se crean plazas que ya tienen asignados nombres y

apellidos, aunque en apariencia sean para todo el mundo. Veis que vosotros

siempre quedáis excluidos de esos procesos irregulares para ascender y

empezáis a quemaros. Conozco a jóvenes que, en un primer momento, se

rebelan ante estas situaciones, que suelen beneficiar, cómo no, a los

vendedores de humo, pero también a quienes tienen un familiar o un buen

amigo en puestos influyentes o a militantes de un determinado partido político

o sindicato. Piensan que lo justo es que todos puedan acceder a esos mejores

puestos en igualdad de condiciones. En un primer momento, piensan en

denunciar estas irregularidades, pero al analizar las posibles represalias,

cambian de actitud y dejan de luchar por un sistema más justo. Entonces, su

principal lucha pasa a centrarse en ser ellos también los beneficiarios de las

irregularidades percibidas, de modo que las plazas se configuren para ellos y

eso les permita por fin el ascenso, ya que si luchan por un sistema justo en el

que todos juegan en las mismas condiciones, pueden quedar descartados.

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Utopía. Pensando en ti, Julia

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Aunque no es justificación, te diré, Julia, que el enchufismo está arraigado en

este país, al menos en las personas de nuestra generación. Cuando las personas

volvían al pueblo, siempre había algún amigo o familiar que les preguntaba:

«Tú que estas en tal organismo, ¿no podrás meter a mi hijo en algún puesto de

lo que sea?...».

Volviendo al asunto de nuestras continuas contradicciones entre lo que os

decimos en los cursos de formación que debéis hacer y lo que en realidad os

estamos pidiendo día a día, que es mantener el sistema que nosotros mismos

hemos creado, he contemplado cómo vuestra respuesta se canaliza en dos

líneas de actuación: unos pocos jóvenes llegan a la esquizofrenia al no saber

cómo actuar ante estas contradicciones; los otros, la mayoría, optan por dejar la

teoría en un cajón, ya que antes o después descubren que, para poder ascender,

no les queda otro remedio que hacer las mismas cosas que hacen sus jefes, que

no hay otra forma de hacerlo. En el fondo, los séniores, ya sea en empresas,

partidos políticos, sindicatos o demás organizaciones, solo dejamos el mando a

los pipiolos que nos aplauden y se muestran continuistas con los

comportamientos preestablecidos; a aquellos cuya personalidad se asemeja a la

de sus antecesores. Los que han intentado cambiar las cosas han tenido que

irse desesperados y amargados a otro lugar, después de aprender que si querían

continuar con un salario, no podían poner en cuestión las formas del quehacer

diario de la organización.

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Javier Méndez

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En cualquier caso, Julia, esta realidad no te debe impedir seguir luchando por

un sistema más justo de reconocimientos y ascensos en la empresa, según el

esfuerzo de cada uno. Y prefiero no hablar de la valía; creo que es más

adecuado hablar de esfuerzo.

Los compañeros

Observarás que, en todos los departamentos, las personas terminan juntándose

en grupos pequeños para hacer actividades como los desayunos, las fiestas etc.

Estos grupos, normalmente, se forman tanto por afinidad como por

proximidad física en la empresa. Creo que no es bueno encasillarse siempre en

el mismo grupo, aunque permanecer en la zona de confort siempre sea más

fácil. El cuerpo humano es una máquina que tiende a la comodidad y al

mínimo esfuerzo; es más sencillo hacer todos los días las mismas rutinas, pero

al final, encasillarte en un solo grupo te empobrece las ideas y los contrastes.

En tu trabajo, al igual que en cualquier relación humana, tendrás compañeros

encantadores, otros pelmazos y otros anodinos. Todas las personas, en función

de las circunstancias o de los problemas que tenemos, pasamos momentos

difíciles en nuestra vida, y en determinados momentos o épocas, el sentirnos

mal o preocupados hace que en el trabajo trasmitamos a los compañeros este

malestar. Asume que esto nos pasa a todos y, como personas sociables,

tenemos que saber encajar estas crisis de los demás, ya que también ellos nos

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Utopía. Pensando en ti, Julia

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tienen que aguantar a nosotros cuando las sufrimos. Pero te quiero alertar

sobre algunos compañeros dañinos, que podríamos clasificar en dos tipos. Los

primeros, a los que podemos denominar amargados, suelen ser personas que,

desde que entran en la oficina, parece que en su vida solo tienen dos objetivos:

oponerse a todo y amargar la existencia de las personas que los rodean.

Aunque, por fortuna, no hay muchos, es posible que en tu vida te encuentres

con alguno de estos personajes. Conociéndote, sé que intentarás profundizar y

analizar los motivos por los que estas personas se sienten tan desdichadas. Una

intención muy loable, pero te recomendaría que te alejaras, ya que al final es

difícil no imbuirse de esos sentimientos negativos, pesimistas y amargos, y

terminan afectándote. Con los años te darás cuenta de que la vida es corta, que

pasa muy muy rápidamente, y no merece la pena trabajar en ambientes

enrarecidos, ya que pasamos gran parte de nuestra existencia en el trabajo y no

tiene sentido vivirla con amargura. La ventaja de estos personajes es que los

ves venir, porque van de frente, a diferencia del otro tipo de personajes de los

que ya he hablado: los «simpáticos», esos que van haciendo faenas a los

compañeros, pero que, por su innata simpatía, caen bien a todo el mundo y

todo el mundo los perdona: «Es que es así», suelen decir de ellos.

Las formas

También quería hablarte de las formas. Antes te comentaba que muchas

personas de mi generación fuimos educados en colegios de curas y monjas. En

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Javier Méndez

78

estos colegios nos metieron hasta la médula la importancia de las formas, y no

solo en nuestros comportamientos y modos de expresarnos, sino también en la

forma de vestir. Como podrás observar, la mayor parte de los jefes continúan

vistiendo traje y corbata. Me acuerdo a menudo de un compañero muy radical

que me decía: «Yo siempre voy con traje de El Corte Inglés porque, en este

país, con traje y corbata puedes decir las mayores burradas y todos te

escuchan». Piensa que la forma de vestir, a veces, es para esconder

determinadas incapacidades o para integrarse en grupos que visten igual y así

pasar desapercibido. Detrás de los trajes caros, las voces graves y las formas

exquisitas, a veces, cuando escudriñes en su interior, puede que no encuentres

nada: solo sirven para esconder la incapacidad técnica y, a menudo, humana.

Que no te engañen los envoltorios. Continuamos juzgando a la gente por la

primera impresión y es un error. Debes juzgarla por los hechos, los

comportamientos y la realidad de lo que hacen. Algunas empresas están

cambiando la forma de vestir de sus empleados, pero si este cambio se limita a

que los directivos cambien el traje por los vaqueros, sin que exista un cambio

más profundo, los vaqueros continuarán siendo la imagen de los directivos de

la empresa para protegerse entre ellos y «vender» un símbolo de modernidad y

progreso, pero en el fondo nada habrá cambiado.

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Utopía. Pensando en ti, Julia

79

Saber qué hay detrás de las normas

Aunque parece un capítulo aparte, quiero hablarte de un asunto que está ligado

a todo lo anterior, siempre para seguir intentando motivarte para que no dejes

de ser una persona inquieta y te plantees continuamente el porqué de las cosas.

En el trascurso de los años, todos nos encontramos con personas cuya

principal preocupación es no tener problemas. Con esta premisa, buscan

siempre las normativas para que les aclaren como tienen que hacer las cosas.

Saben que si las hacen tal como indica la norma, nunca tendrán problemas, ya

que su defensa siempre será: «Yo no soy responsable; me he ajustado a lo que

dice la normativa».

Quiero trasladarte la idea de que, detrás de una medida o una condición

establecida en una norma, siempre suele haber un motivo lógico para obligar a

su cumplimiento. En la práctica, en numerosas ocasiones, el sitio donde hay

que aplicarlas no se ajusta exactamente a las condiciones establecidas por la

norma, por lo que nos surgen numerosas dudas de cómo hacerlo. Si

conocemos el «porqué» de las condiciones establecidas y sabemos cómo

ayudan a resolver determinados problemas de las personas, sabremos cómo

adaptar la norma a situaciones singulares, ya que conociendo el problema que

trata de resolver, la ajustaremos para que continúe resolviéndolo.

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Javier Méndez

80

Te pondré un ejemplo: la totalidad de las normas relacionadas con la

adaptación de unas barras de inodoro para que este pueda ser usado por una

persona en silla de ruedas indican que las barras deben estar situadas con una

separación de 70 cm. Dicha dimensión no se corresponde con la necesidad real

de una persona que tiene que transbordarse de una silla de ruedas al inodoro

utilizando las barras como ayuda. Si están separadas 70 cm, les será muy

complicado; de hecho, no le servirán de nada cuando, una vez situado en el

inodoro, tenga que proceder a colocarse adecuadamente apoyando en ellas los

antebrazos. Si medimos los apoyabrazos de cualquier silla estándar

observaremos que están separados unos 45 o 50 cm, como máximo. De esta

forma, se pueden apoyar con los antebrazos, pero si la separación es de 70 cm,

dicho apoyo resulta imposible. Ante este error, me he encontrado con

numerosos técnicos que lo han reconocido, pero que prefieren no entrar en

conflicto con la norma y terminan colocando las barras con la separación de 70

cm, aunque no sirva para nada. Si supiéramos cuáles son los movimientos que

tiene que hacer una persona en silla de ruedas para usar un inodoro, sabríamos

perfectamente cómo hacerlo accesible y no pondríamos papeleras en los

laterales de los aseos ni colocaríamos las barras excesivamente separadas y

altas.

Reconozco, Julia, que no me pillas en el momento más optimista de mi vida.

Tengo la impresión de que en el texto te he transmitido una visión fatalista y

que quizá te sientas abrumada por lo que te cuento. Si bien es cierto que uno se

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Utopía. Pensando en ti, Julia

81

pasa los años soñando que un mundo mejor es posible, que solo es cuestión de

tiempo y cultura, y termina pensando que el mundo está estancado, también lo

es que mi intención ha sido intentar ayudarte a comprender, de modo que

puedas tratar de cambiar algunos de estos aspectos —que las empresas

alcancen mayores niveles de eficacia, justicia y competitividad—, los que estén

en tu mano, así como para que, personalmente, te enriquezcas como

trabajadora y, sobre todo, como persona. Intentaré transmitirte un tono más

optimista con las siguientes conclusiones/reflexiones.

Reflexiones

No creo en los consejos, pero sí me gustaría resumirte algunas reflexiones que

he ido acumulando a lo largo de mi vida. Creo que pueden resultarte útiles

tanto para tú trabajo en la que es tu primera empresa como para tu propia vida

personal:

Formación, formación, formación. Que no pierdas nunca el interés por

formarte, aprender, actualizarte. Formación continua a lo largo de toda tu vida.

Viajar, conocer otras culturas. Viajar y conocer otra forma de hacer las

cosas. Viajar y conocer mundo, personas y sociedades muy diferentes. Siempre

he creído que es el dinero mejor gastado.

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Javier Méndez

82

Deporte. No dejes de hacer deporte, el que te apetezca y, si puede ser

variado, mejor. Ligado con el punto anterior, viaja todo lo que puedas a zonas

naturales. Si puedes, al menos un día a la semana, practica el senderismo, la

montaña, el esquí, los deportes acuáticos, etc. Todo lo que sea ligado a la

naturaleza te proporcionará la paz interior que cada vez es más necesaria en

esta sociedad estresada a diario, donde parece que todo el mundo ha perdido la

cabeza.

Convéncete de que, una vez que hayas satisfecho las necesidades

básicas, tienes que dar más valor al tiempo libre que al dinero. Al final de tus

días, si miras tu trayectoria, recordarás a las buenas personas, los viajes, los

deportes, la naturaleza, los países visitados y el tiempo libre, y en ningún

momento añorarás las horas que estuviste encerrada en una oficina trabajando.

Créate la necesidad de leer siempre libros, y es importante que sean

libros de todo tipo y con ideas contrapuestas. En las empresas, veo poca gente

con libros en los trayectos o en su tiempo libre.

Intenta analizar los motivos por los que se hacen las cosas. Has de ir

más allá del razonamiento: «Hago esta tarea porque me lo pide mi inmediato

superior». ¿Cuáles son los motivos? ¿Se puede mejorar la calidad, el

rendimiento y la economía? ¿Se pueden plantear alternativas mejores? Incluso

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Utopía. Pensando en ti, Julia

83

puedes llegar a la conclusión de que no tiene sentido hacerlo. Lo que creas,

manifiéstalo sin complejos; si estás equivocada, ya te lo dirán.

Ten siempre un pensamiento crítico propio, que no tiene por qué ser lo

que opina la mayoría, aunque opinar como el resto del rebaño sea más

cómodo. Si no estás de acuerdo con determinados trabajos, escribe los

motivos, y si una vez escritos crees que son razonamientos sensatos, exponlos

de forma sosegada, intentando trasmitirlos con trasfondo de mejora.

Haz tu trabajo lo mejor que puedas; busca información para tener

mayores conocimientos y que tu respuesta sea más avanzada. Pero en ningún

caso esperes reconocimientos por lo que hagas; lo normal es que solo obtengas

críticas. La necesidad de hacer bien tu trabajo debe ser por convencimiento

propio, por superarte y sentirte a gusto contigo misma. Si lo haces buscando el

reconocimiento, te sentirás defrauda y tirarás la toalla, ya que este te llegará en

pocas ocasiones.

Sé inquieta. Reconozco que es algo que va con las personas, pero sería

recomendable que en tu trabajo, una vez agotadas las fases de aprendizaje y

desarrollo, fueses pensando en concluirlo y buscar otro. Puede ser un trabajo

en la misma línea u otro totalmente distinto, pero al menos, cada 5-7 años,

como máximo, deberías cambiar de ubicación física, de muebles, de

compañeros e incluso del ambiente en el que te encuentres en tu zona de

confort, dominando los asuntos de tu competencia.

Page 81: DEJANDO HUELLA - Administrador de Infraestructuras ...

Javier Méndez

84

Es fundamental que tengas otra vida fuera del trabajo. En tu vida

particular deberías disfrutar de un mundo propio. Puede ser cualquier cosa:

deportes, bricolaje, música, coleccionismo o un poco de todo, pero si no tienes

tu mundo propio, cuando se derrumbe el trabajo te quedarás en la estacada, en

el vacío.

En definitiva, Julia: cuida de ti misma. Si no lo haces tú, nadie lo hará por ti. Y

nunca olvides que esta vida es un teatro y cada cual representa el papel que le

ha tocado. Algunos han tenido mucha suerte y han nacido en familias

acomodadas, sin problemas; otros han nacido en Siria o Somalia y no son

responsables de su pobreza. Debes tratar a cada uno con el respeto necesario,

protegiendo a los más desfavorecidos. En cualquier caso, al final de tus días

serás en parte el reflejo del entorno donde naciste, pero otra parte importante

será el reflejo de lo que tú hayas querido hacer con tu vida a lo largo de toda tu

existencia.

Perdóname no sé decirte nada más pero tú comprende que yo aún estoy en el camino.

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Utopía. Pensando en ti, Julia

85

Y siempre siempre acuérdate de lo que un día yo escribí

pensando en ti como ahora pienso.

Utopía. Pensando en ti, Julia

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87

DEL CONOCIMIENTO TÉCNICO A LA GESTIÓN EFICAZ

Tomás Vega

Hijo de ferroviarios, criado en una estación de viajeros, con los pies de la cama

a veinte metros de la vía, escuchaba el paso de los trenes y convivía de tal

forma con ellos que nunca noté que me despertaran de mi sueño.

El ferrocarril siempre lo he tenido muy interiorizado gracias a las historias que

de pequeño le escuchaba a mi padre.

A él quiero dedicarle este relato, por haber sido el artífice de mi compromiso

con el ferrocarril y de mi completa dedicación a él.

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Tomás Vega

88

Pasados más de cuarenta años trabajando en esta empresa, me siento orgulloso

de haber contribuido a su desarrollo y modernización.

Entre 1977 y 1992, año en que se inauguró la alta velocidad en España, mi vida

transcurrió de forma monótona. Fue con la llegada de la Alta Velocidad

cuando mi vida profesional cambió y empecé a darle sentido y a estar orgulloso

de mi trabajo diario. Nunca pensé que podría llegar a la situación en la que

ahora me encuentro, y agradezco a esta empresa el haberle dado sentido a mi

vida profesional.

Cuando leáis mi relato comprobaréis mi entusiasmo por formarme, mi

motivación y mi constancia, que siempre han marcado mi vida laboral y que

tan buenos resultados me han dado.

Os animo a todos los que ahora formáis parte de esta empresa a que busquéis

un hueco en ella donde os sintáis a gusto con vuestro trabajo y podáis ver que

lo que hacéis sirve para algo. Seguro que os sentiréis compensados, ilusionados

y felices, como yo lo he sido.

Tomás Vega

MANTENIMIENTO AV

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89

DEL CONOCIMIENTO TÉCNICO A LA GESTIÓN EFICAZ

Es humano que cuando se acerca el final de nuestra vida laboral queramos

dejar constancia escrita de las experiencias que hemos vivido con más

intensidad. Esto es lo que me ha animado a apuntarme al proyecto Dejando

Huella.

Mi trayectoria profesional en esta empresa siempre ha estado unida a la parte

técnica y algo a la gestión. Por este motivo, quiero transmitiros mis vivencias

desde una perspectiva técnica, porque, como podréis ver más adelante, han

sido muy satisfactorias por los éxitos conseguidos.

Otra de las cosas que también me han llenado ha sido la enseñanza a las

personas que estaban a mi cargo. Lo veo como una forma de ayudar al que está

empezando y necesita un refuerzo en su aprendizaje.

Todo esto que os acabo de contar lo quiero avalar con varios hechos que me

han sucedido en mi vida profesional.

A finales del año 2007, estaba previsto completar la línea de Alta Velocidad

Madrid–Barcelona y, por diversos problemas técnicos de infraestructuras, fue

necesario retrasarla hasta febrero de 2008. Se habían analizado todo tipo de

Page 86: DEJANDO HUELLA - Administrador de Infraestructuras ...

Tomás Vega

90

problemas que pudieran surgir y todos los que estábamos implicados en la

puesta en servicio considerábamos que no había margen para el fracaso.

Pero algo que no estaba previsto sucedió. Cuando un tren de Alta Velocidad

entraba en Barcelona, provocaba que los trenes de cercanías que circulaban por

las vías contiguas se parasen, debido a las interferencias que se producían entre

la catenaria de corriente alterna que alimenta los trenes de alta velocidad y la

catenaria de corriente continua que alimenta los trenes de cercanías. Esto

afectaba a la puntualidad de un servicio tan esencial como el de cercanías de

una gran ciudad.

Habíamos empezado las simulaciones comerciales y se había puesto fecha para

la inauguración oficial de la Alta Velocidad a Barcelona, todo un

acontecimiento nacional, y solo nos quedaban quince días. Mi equipo estaba

muy preocupado, pero aún no éramos conscientes de la gravedad del

problema.

El director general asistía con el presidente de Adif a algunas simulaciones y

conocía este problema. En una de ellas, me transmitió su preocupación:

—Tomás, tienes que buscar una solución antes de que inauguremos la línea: no

podemos volver a fracasar otra vez, es mucho los que nos jugamos. Si el

problema no se resuelve, no podremos poner en servicio la línea.

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Del conocimiento técnico a la gestión eficaz

91

Esta encomienda me impactó y esa noche no paré de darle vueltas a la cabeza.

Constantemente, me hacia la misma reflexión: «Tomás, este problema te supera

y debes pedir ayuda». La responsabilidad que me habían transferido me

impedía buscar una solución. La noche transcurría y no lograba conciliar el

sueño. A las siete, como todas las mañanas, sonó el despertador y mi sensación

fue que no había dormido ni tampoco vislumbrado el camino a seguir. Por

aquel entonces, yo era el responsable de la electrificación y no podía eludir la

responsabilidad de gestionar esta incidencia.

Durante las simulaciones se veían afectados una media de dieciocho trenes de

cercanías y era necesario buscar una solución de forma rápida y eficaz.

Concentré todas mis energías en analizarlo. Constantemente me hacia la misma

pregunta: «¿Cuál es el motivo de la interferencia entre las catenarias de alterna y

de continua?».

Reuní a mi equipo y empezamos por lo básico, analizando la forma en que las

subestaciones alimentaban el tren de alta velocidad a su entrada en Barcelona.

Comprobamos que la subestación más cercana a la ciudad no estaba en

servicio porque la compañía suministradora no había terminado la línea de alta

tensión y era imposible que se pusiera en funcionamiento para la fecha en que

estaba prevista la llegada de la Alta Velocidad a Barcelona. Sospechábamos que

esta situación pudiera provocar que el campo magnético que se originaba al

circular la corriente por la catenaria de alterna no se anulara y afectara a la

Page 88: DEJANDO HUELLA - Administrador de Infraestructuras ...

Tomás Vega

92

catenaria de corriente continua, de forma que los trenes se paraban por ese

motivo. Para anular este campo magnético debía existir un cable paralelo a la

catenaria de alterna y circular una corriente casi igual y de sentido contrario.

Esta es la base del sistema 2 x 25 kV que se utiliza en la mayoría de las líneas de

Alta Velocidad para evitar interferencias con otros cables.

Nunca nos habíamos enfrentado a un problema semejante y no podíamos

fallar. El puesto de mando de las Cercanías de Barcelona me llamaba todos los

días y me comunicaba los trenes que habían tenido incidencias. Sus llamadas se

habían convertido en una rutina: «Doce trenes afectados, Tomás. Quince

trenes afectados. Dieciocho trenes afectados», día tras día. Era un martirio

escucharlo todas las mañanas.

Contacté con la Universidad de Madrid y con mis colegas de otras

administraciones ferroviarias, explicándoles cuál era el problema y cómo

veíamos una posible solución. Necesitaba una confirmación técnica a mis

propuestas. Los recorridos de simulación comercial continuaban y los trenes de

cercanías seguían parándose. Invertí mucho esfuerzo y muchas consultas hasta

que me sentí seguro para probar lo que habíamos pensado.

Tuve que convencer a mis compañeros de que con nuestra propuesta no se

dañaban otras instalaciones y que era la única que podíamos acometer en tan

poco tiempo.

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Del conocimiento técnico a la gestión eficaz

93

La inauguración de la línea era un domingo y el viernes anterior organicé una

reunión con los contratistas que habían ejecutado la construcción de las

instalaciones de energía y mis compañeros de Adif. En esta reunión expuse de

forma razonada cómo veía yo el problema y lo que había pensado. A primera

vista, no les parecía viable y dudaban de que se pudiera llevar a cabo. Como me

vieron tan convencido de mi propuesta, y ante la falta de otras alternativas,

decidimos aplicarla, y con mi equipo más directo nos fuimos a Barcelona para

implantarla un día antes de la inauguración.

Estuvimos trabajando el sábado, día y noche, y el domingo por la mañana

circuló el tren de la inauguración. Estaba nervioso, no me atrevía a llamar al

puesto de mando para saber si algún tren de cercanías había sido afectado. Mi

equipo me miraba y yo no acertaba a marcar el número. Todos escuchábamos

el tono de la llamada. Pasó un rato que nos pareció una eternidad. Por fin, se

escuchó una voz:

—Puesto de Mando, dígame.

—Soy Tomás. Llamo para saber si algún tren de cercanías se ha parado al paso

del tren de inauguración.

—Un momento, Tomás.

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Tomás Vega

94

El tiempo pasaba y a mí alrededor no se escuchaba más que la respiración de

mis compañeros. Por fin nos contestó:

—No hay trenes afectados.

La alegría que sentí y las caras de satisfacción de mis compañeros no se me

olvidarán jamás.

La solución que adoptamos fue utilizar el transformador de potencia de la

subestación, que estaba fuera de servicio, como un autotransformador y

alimentar el trayecto en el sistema 2 x 25 kV. De esta forma, las interferencias a

las cercanías de Barcelona se anulaban.

Con este ejemplo, he querido resaltar lo que ha supuesto para mí tener un buen

conocimiento técnico de la materia que estaba gestionando y también invitaros

a vosotros, que estáis trabajando para Adif, a que profundicéis en el

aprendizaje de las materias y que así os sintáis más cómodos en el momento de

tomar decisiones. Según vaya transcurriendo vuestra vida laboral, comprobaréis

que ha merecido la pena el esfuerzo realizado y, además, lo gratificante que

resulta en los momentos en que damos con la solución de los problemas.

Otro problema, similar al anterior, al que tuve que enfrentarme fue la

alimentación desde la subestación de Villaverde hasta la subestación de Tres

Cantos mediante un cable tendido por el túnel de cercanías. Se había estudiado

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Del conocimiento técnico a la gestión eficaz

95

el tipo de cable, su fabricación era especial para evitar interferencias. En el

diseño del cable había intervenido el laboratorio de una universidad de Madrid.

Ninguno habíamos pensado que usar los carriles de las vías de cercanías como

circuito de retorno de la corriente provocaría la parada de los trenes.

Como todas las mañanas, yo iba al trabajo en un tren de cercanías. Era viernes

y en mi cabeza estaban los planes para un buen fin de semana. En un

momento dado, sonó el teléfono y al ver la procedencia de la llamada y la hora,

empecé a preocuparme. Era el responsable de la gestión del tráfico de cercanías

de Madrid y parecía muy preocupado:

—Tomás, no sé qué está pasando, pero los trenes que circulan por el túnel de

Atocha a Chamartín sufren continuas paradas.

De momento, no lo relacioné con el cable que habíamos instalado, pero

pasado un instante me vino a la cabeza que la causa podría ser esa.

Nada más llegar a mi oficina, reuní a mi equipo y les expuse rápidamente la

situación:

—Tenemos una emergencia. Dejad lo que estáis haciendo y vamos a

investigarla.

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Tomás Vega

96

—Hasta que no encontremos la solución, no podemos utilizar el cable de

alimentación que hemos tendido por el interior del túnel.

Era viernes, las cercanías funcionan todos los días y la situación no se podía

prolongar ni un día más. En ese momento pensé: adiós a mi plan de fin de

semana.

En la reunión con mi equipo, como es costumbre en estos casos, cada uno

daba su opinión:

—Yo creo que tendríamos que mejorar el cable.

—Habría que preguntar al laboratorio que especificó el cable.

Así, una a una, y de forma interminable, se iban sucediendo las aportaciones de

cada uno, pero sin vislumbrar una posible solución.

Todas las propuestas surgían de un estado de gran preocupación y su

implantación necesitaba mucho tiempo. Los minutos pasaban y no

encontrábamos una salida que nos convenciera.

El viernes pasó y les pedí que continuáramos investigando el sábado. Al

principio encontré rechazo: todos tenían su plan de fin de semana, pero la

profesionalidad de cada uno nos hizo ver que no podíamos retrasar esta

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Del conocimiento técnico a la gestión eficaz

97

situación por más tiempo. Era mucho lo que estaba en juego: las cercanías de

Madrid. Terminamos a las ocho de la tarde, cansados y con pocas esperanzas

de encontrar algo que evitara esta incidencia. Al día siguiente, sábado, todo el

equipo asistió a la reunión. Habíamos estado dándole vueltas, cada uno de

forma separada, y todos veíamos que estábamos enfocando mal el asunto: era

imposible fabricar un nuevo cable en tan corto espacio de tiempo.

La mañana transcurría y ya empezaba a ver caras de frustración en mi equipo.

Pero, como suele pasar en estos casos, en un momento determinado y sin

saber cómo, se vislumbró una salida donde agarrarnos. Alguien propuso que

adoptáramos la solución que nos había funcionado en las cercanías de

Barcelona. En ese momento, noté que volvía el entusiasmo al equipo.

Decidimos instalar un autotransformador en la subestación de Villaverde y

llevar la alimentación en un sistema 2 x 25 kV, de esta forma evitábamos la

circulación de la corriente de retorno por los carriles de las vías de cercanías y

el problema de las interferencias podría quedar resuelto. Planificamos la

instalación para las noches del sábado y domingo. El lunes, como todos los

días, volví a coger el tren de cercanías, pero esta vez mi teléfono permaneció en

silencio todo el trayecto.

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Tomás Vega

98

Como podéis ver nuevamente, el conocimiento técnico y el sentido de la

responsabilidad, así como disponer de un equipo motivado, fueron las claves

para hacer frente a una grave dificultad.

Me he reservado para el final la experiencia que considero que ha sido la más

gratificante en mi vida profesional.

El 22 de diciembre de 2007 se inauguró la línea de alta velocidad Madrid-

Valladolid. En sus 170 kilómetros de recorrido en vía doble existían dos

importantes túneles ferroviarios: San Pedro y Guadarrama. Este último

atraviesa la sierra de Guadarrama y sus 28 kilómetros de longitud lo convertían

en ese momento en el más largo de España y el sexto de Europa. Para la puesta

en servicio no se escatimaron esfuerzos: era un reto que nos habíamos

impuesto y la fecha de inauguración era inamovible.

Se puso en servicio según lo previsto y pudimos celebrar las Navidades con la

tranquilidad del que realiza un buen trabajo y comprueba que se han cumplido

los objetivos.

Pero, pasados dos meses, empezaron a surgir los problemas. Los trenes se

paraban, y con mucha frecuencia, dentro de los túneles de San Pedro y

Guadarrama. La operadora Renfe nos comunicó que el motivo era la oscilación

de la tensión eléctrica de alimentación a los trenes. Por causas que en ese

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Del conocimiento técnico a la gestión eficaz

99

momento desconocíamos, este fenómeno se repetía todos los días a las mismas

horas: las 7:00, las 14:00 y las 22:00.

Se montó un gabinete de crisis en el que participaron Adif y Renfe. Cada día se

analizaba el número de trenes afectados y su repercusión en la puntualidad de

la línea. En esos momentos, por la línea circulaban trenes de la serie 102 y de la

nueva serie 130. Renfe achacaba el problema a Adif porque una de las tres

subestaciones que alimentaban el trayecto no se había puesto en servicio. Adif

pensaba que el problema se debía a que la longitud de los nuevos túneles

provocaba fenómenos oscilatorios en la alimentación eléctrica a los trenes. A

los pocos días de producirse este extraño fenómeno, el director general me

nombró coordinador de todos los equipos de Adif encargados de resolver esta

situación: construcción, mantenimiento y dirección técnica. Una tarea muy

compleja porque cada uno tenía una opinión diferente a la hora de analizar las

causas y las posibles soluciones.

Iniciamos una campaña de pruebas nocturnas, con trenes sin viajeros, para

tratar de provocar de forma voluntaria la oscilación de la tensión eléctrica, pero

en ninguna de las numerosas pruebas lo conseguíamos.

Terminábamos agotados y al día siguiente se repetía el fenómeno a las mismas

horas: 7:00, 14:00 y 22:00.

Todos nos hacíamos la misma pregunta; «¿Qué está pasando a esas horas?».

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Tomás Vega

100

Un viernes, terminamos las pruebas a las cinco de la mañana. Estábamos muy

cansados y no veíamos ninguna solución. El director general me había

comunicado que no se podía seguir con la explotación de la línea en estas

condiciones. Me sentía perdido y casi no podía dormir, pensando en la

repercusión que tendría el cierre de una línea recién inaugurada con tanto éxito.

Fue como un jarro de agua fría. Al día siguiente, sábado por la tarde, no sé por

qué, pero en un momento determinado le comenté a mi mujer que estaba muy

nervioso y necesitaba salir. Me fui con mi compañero al puesto de mando de

circulación de Segovia para observar el movimiento de los trenes. Pasamos

toda la tarde sin que se observara nada extraño.

—Eloy, qué hacemos, de aquí no sacamos nada en claro. Hay que ir pensando

en volver a casa.

—Tranquilo, Tomás; por mi parte, no tengo prisa.

El tiempo pasaba y ahí seguíamos. Ninguno quería tirar la toalla. Pero, de

pronto, como a veces sucede en la vida, sin saber el motivo, a la una de la

madrugada la tensión eléctrica empezó a oscilar. Pregunté qué trenes habían

circulando y me dijeron que ninguno. Esto me hizo pensar que la circulación

de los trenes no era la causa del problema, lo que me transmitía nuevos ánimos

para seguir adelante. Ahora sí que empezaba a vislumbrar una causa.

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Del conocimiento técnico a la gestión eficaz

101

El lunes hablé con Renfe y solicité que me dejaran todos los trenes que tenían

en esa línea en la estación de Chamartín para realizar una prueba.

—Tomás, te hemos dicho muchas veces que los causantes sois vosotros. Esto

que me pides es muy caro.

En estos momentos, ya nada me paraba. Les insistí tanto que al final cedieron.

—Tomás, por ser tú, lo vamos hacer, pero que sepas que por nuestra parte no

vamos a dejaros hacer más pruebas con trenes. Son muy costosas y no

conducen a nada. Por favor, poned de una vez en servicio la subestación que

os falta.

Sabía que me lo jugaba todo a una carta; no podía fallar, era mi última

oportunidad. A la noche siguiente, tenía a mi disposición quince trenes en la

estación de Chamartín.

En esos momentos estaba muy nervioso, no sabía cómo iba a resultar la

prueba que tenía previsto realizar. La gente a mi alrededor, sobre todo la

operadora Renfe, se mostraba muy escéptica. Y es que llevábamos un mes de

pruebas sin ningún resultado...

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Tomás Vega

102

A las doce de la noche, cuando ya no había circulación de trenes de viajeros,

ordené que fueran subiendo de uno en uno los pantógrafos de los trenes de la

nueva serie 130. Cuando lo hizo el noveno tren, la tensión empezó a oscilar.

Bajamos ese pantógrafo y la tensión se estabilizó. Lo estaba viendo cada vez

más claro. Les indiqué que subieran el pantógrafo de la serie 102 y la tensión

no osciló, y en ese momento se confirmó lo que sospechaba y no me atrevía a

comentar. Habíamos encontrado lo que causaba la oscilación de tensión.

Cuando había en la línea 9 trenes de la nueva serie 130, circulando o parados, la

tensión oscilaba.

A la gente de Renfe, presente en las pruebas, no fue necesario decirle nada: al

día siguiente dieron órdenes de modificar el software de los trenes de la serie

130. El problema, desde entonces, no se ha vuelto a repetir.

Con estos ejemplos he querido mostrar de forma práctica cómo el

conocimiento técnico del sistema que yo gestionaba me permitió obtener una

solución rápida y eficaz. Por eso no me cansaré de repetir este consejo a los

jóvenes que empiezan: motivación, constancia y, sobre todo, formación,

formación, formación…

Enlazando con lo anterior, un aspecto de mi vida laboral que también quiero

resaltar es mi dedicación a la formación del personal que está a mi cargo.

Cuando inicié mi vida profesional como técnico, mi jefe había pasado por mi

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Del conocimiento técnico a la gestión eficaz

103

puesto antes de ascender y conocía muy bien el trabajo que yo debía

desarrollar. Eso hacía que yo avanzara más rápidamente. Fue un buen ejemplo

para mí. Desde el primer momento me transmitió su conocimiento y me

inculcó que debía dedicarle tiempo a mi formación técnica si quería progresar

en la empresa. Su ejemplo me sirvió para hacer lo mismo con la gente que

dependía de mí.

Desde que yo entré en esta empresa, ha paso mucho tiempo y los

planteamientos actuales del personal directivo son diferentes. En estos

momentos me encuentro con que la mayor parte de los jefes no han pasado

por los puestos técnicos y, por lo tanto, es difícil que inculquen este valor a su

gente. Sin embargo, considero que es muy importante contar con el ejemplo de

las personas que nos dirigen.

Otra variable muy importante que ahora está muy implantada en nuestra

empresa son las asistencias técnicas: casi todo nuestro personal responsable de

las instalaciones de Adif, en lugar de aprender la técnica, deja que las asistencias

resuelvan los problemas y ellos se dedican únicamente a labores administrativas

de gestión de contratos. Me pregunto si es la mejor forma de mantener esta

apuesta por la formación y por la consolidación de equipos que vengo

recomendando y que, en mi experiencia, tan buenos frutos ha dado.

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Tomás Vega

104

Por eso, con estas experiencias que he contado, y con mi forma de actuar,

quiero transmitir al personal que trabaja en Adif lo importante que es que

dediquen tiempo a su formación. Por dos razones. Por un lado, porque se

sentirán más seguros en la toma de decisiones relacionadas con las

instalaciones que son de su responsabilidad; por otro, porque sentirán que su

trabajo es importante y sirve para algo más que una simple gestión

administrativa.

Del conocimiento técnico a la gestión eficaz

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105

LAS AVERÍAS NO TIENEN RAZÓN DE SER

Juan Cabello

Soy de ascendientes andaluces que solo salieron de su tierra para que mi padre

ingresara en Renfe, y también para que yo naciera en Albacete un frío día de

enero de 1954. Dos años viviendo en una casilla junto a las vías, con una

economía que justificaba en aquellos tiempos el dicho: «El hambre pasa por la

puerta de la casa del ferroviario, pero no llega a entrar».

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Juan Cabello

106

Pronto volvimos a Andalucía: Casariche, Puente Genil y Málaga. Esta última

ciudad marcó toda mi vida. De allí tomé el acento que aún todo el mundo

percibe cuando hablo. También en esta ciudad cursé todos mis estudios,

ingresé en Renfe y, finalmente, conocí a Carmen, la que sigue siendo mi mujer

después de 40 años.

En la Escuela de Aprendices de Málaga, donde pasé tres años, comenzó a

invadirme este sentimiento de ferroviario que ya no me ha abandonado nunca.

Dos años en el Taller Central de Reparaciones de Villaverde; cuatro años en el

Taller Central de Reparaciones de Málaga; dos años en la Dirección de

Contratación de Madrid; 16 años en Mantenimiento de Catenaria y

Subestaciones en Atocha (Madrid); y, desde febrero del 2000 hasta hoy, en

Mantenimiento de Catenaria y Subestaciones de Alta Velocidad en Madrid.

Total: 45 años de vida profesional en Renfe y Adif.

Soy de profesión ferroviario y me siento ferroviario. Y en esta empresa del

ferrocarril, le den el nombre que le den, me he dedicado siempre al

mantenimiento, a la reparación y a estudiar cómo evitar las averías. De eso va

mi historia.

Después de tantos años, cerca de mi jubilación, aún mantengo la ilusión por mi

trabajo. ¡Que afortunado soy!

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Las averías no tienen razón de ser

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Si queréis ser felices, tened entusiasmo por vuestro trabajo. Es una parte muy

larga de nuestra vida y donde pasamos muchísimas horas despiertos.

Juan Cabello Álvarez

INSTALACIONES DE ELECTRIFICACIÓN

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LAS AVERÍAS NO TIENEN RAZÓN DE SER

Prólogo

Cuando me llamaron para invitarme a participar en esta experiencia, me resistí.

No porque no me gustase la idea, sino por la dedicación que al final se necesita

para todo este tipo de trabajos y por la escasez de tiempo que todos

padecemos.

Después de una débil resistencia, ante una segunda petición, accedí a participar.

Hoy me alegro de haberlo hecho porque me ha permitido dejar huella de los 34

años que, de los 45 que llevo trabajando en esta empresa, he dedicado al

mantenimiento de las instalaciones de catenaria y subestaciones.

A lo largo de esos 34 años (me incorporé a la Delegación de Mantenimiento de

Atocha en octubre de 1983), he desarrollado un afán por buscar unas

instalaciones ferroviarias fiables, sin averías, para que los trenes y, por tanto, los

viajeros, lleguen a su destino puntualmente.

Esta ¿memoria?, ¿biografía?, ¿informe?, llamadlo como queráis, solo pretende

reflejar un resumen de ese camino en busca de la fiabilidad de las instalaciones.

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Las averías no tienen razón de ser

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Es muy probable que muchos de vosotros no estéis de acuerdo con algunas de

las ideas aquí expuestas, e incluso que penséis que en ocasiones no actué

correctamente, pero siempre lo hice buscando el bien de la empresa, una

empresa que siempre me ha pagado con puntualidad a fin de mes durante todo

el tiempo que llevo en ella.

Las discrepancias siempre sirven para el debate y el enriquecimiento de todos.

Fidel

Fidel es un hombre de 64 años, alto y con la frente despejada; o, como algunos

dicen, con la raya del pelo bastante ancha. Vamos, que está calvo. Casado con

María desde hace más de cuarenta años, tienen una hija y un hijo: Elena y

Julián.

María, algo más joven y de menor estatura, tiene un hermoso pelo castaño que

ya lleva años clareando. Desde que se casaron, ella se dedicó al cuidado de la

casa; y de los hijos, cuando llegaron. Dura labor, porque Fidel apenas la

ayudaba, ocupado la mayor parte del día en el trabajo: los trayectos de ida y

vuelta, el cumplimiento de su jornada y las muchas horas que dedicaba a las

múltiples averías que en aquellos tiempos sufrían las instalaciones.

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Juan Cabello

110

María, de alguna forma, también había padecido la dedicación de su marido al

trabajo.

Los hijos ya habían crecido y volado fuera del nido, como los pájaros.

Él aún trabajaba, aunque la edad de la jubilación se acercaba a pasos

agigantados.

Un caluroso domingo de verano, mientras preparaban la mesa para la comida,

María sacó unas cervezas del frigorífico y le dijo a su marido:

—Fidel, deberíamos comprar un frigorífico nuevo. Hace mucho ruido y la luz

de dentro no funciona.

—Este fin de semana cambiaré la bombilla y miraré lo del ruido. Seguro que

es algo sin importancia —replicó Fidel.

—Tiene quince años y está muy viejo. Los frigoríficos nuevos consumen

menos, tienen muchas nuevas ventajas y son más bonitos. ¿No has visto el mal

aspecto que tiene? —le dijo María, temiendo que su marido lo arreglase una

vez más.

Fidel se quedó pensativo. Aunque pudiera hacer la reparación, era cierto que

los nuevos frigoríficos consumían mucho menos y ofrecían numerosas nuevas

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Las averías no tienen razón de ser

111

prestaciones (controlaban y regulaban la humedad, podías regular la

temperatura a distancia, te avisaban por teléfono en caso de avería antes de que

se estropeasen los alimentos, etc.). También eran más bonitos, aunque eso a él

le daba igual, pero sabía lo que le preocupaba a su mujer el aspecto de la casa.

Sin embargo, sabía que era tan sencillo como cambiar la bombilla y separar

algún tubo del circuito de refrigeración, del compresor, para eliminar el ruido.

Y es que disfrutaba arreglando cosas y haciéndolas funcionar.

Ya de pequeño, Fidel sentía mucho interés por saber cómo funcionaba todo, y

por eso gustaba de desarmar cacharros, aunque a veces las pasaba canutas para

volver a armarlos. Sobre todo, cuando al terminar se encontraba con que le

sobraba alguna pieza. Tenía que averiguar de dónde procedía, desmontar de

nuevo el aparato hasta donde fuese necesario y volver a montarlo. Pero al final

se sentía muy satisfecho de haberlo conseguido.

También le gustaba reparar todo aquello que se rompía o averiaba.

—Fidel, mira, mi muñeca se ha roto —le dijo una vez su hermana Alicia, de

cuatro años, los mismos que él le sacaba, llorando con dos lagrimones que le

llegaban a la boca.

—No te preocupes, hermanita, vamos a ver que le ha pasado.

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Fidel se dio cuenta enseguida de que el brazo de la muñeca se había salida del

agujero del hombro. Lo introdujo de nuevo, le aplicó un poco de pegamento

para que no se volviese a salir y, al rato, su hermana estaba tan contenta

jugando con su muñeca.

La moto

Con 17 años, Fidel estudiaba por la mañana y por la tarde.

Por la mañana, de 7:00 a 15:00, iba a la Escuela de Aprendices de Renfe, donde

estudiaba Oficialía Industrial en la rama de Mecánica y la especialidad

Ajustador Montador. Aprendió a manejar el torno, la fresadora, etc., pero,

sobre todo, a limar muchos trozos de hierro. Cuando, al principio, el monitor

le vio las manos llenas de ampollas le dijo:

—Fidel, ve a los aseos y méate las manos; eso hará que se te curen antes y se

te endurezcan.

Y así lo hizo, a pesar del asco que le daba y de no tener mucha fe en que eso

sirviera para algo.

La Escuela de Aprendices se encontraba dentro del recinto de los talleres de

reparación y mantenimiento de trenes, donde también trabajaba su padre.

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Las averías no tienen razón de ser

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Desde allí a su casa había casi tres kilómetros, que tenía que hacer a pie, lo que

le suponía cada día más de media hora de ida y otro tanto de vuelta.

Por la tarde, de 19:00 a 22:00, estudiaba Electrónica en la Escuela de Maestría

Industrial, que más adelante cambiaría por la Escuela de Ingeniería Técnica

Industrial. En ambos casos, los centros estaban a más de cinco kilómetros de

su casa y se le iba mucho tiempo en la ida y la vuelta.

Para que pudiera perder menos tiempo e invertir menos esfuerzo en los

desplazamientos, su padre le compró un ciclomotor de segunda mano. Era

pequeño, de aquellos de 49 c. c. que tenían pedales. Pero para Fidel fue un gran

regalo, y muy práctico. Además, sabía del esfuerzo que suponía en su casa,

pues la economía estaba muy justa y daba para comer humildemente; ropa, la

justa; y poco más.

Con frecuencia, el ciclomotor se averiaba, pero Fidel descubrió una tienda de

repuestos donde aún tenían piezas para su «moto». Eso sí, cada vez le era más

difícil encontrarlas.

—¿Tiene segmentos para una Augusta de 49 c. c.? —preguntó Fidel al

dependiente.

—No lo sé. Miraré en el almacén. Es una moto muy antigua —contestó el

interpelado.

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Juan Cabello

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Llegó un punto en que tuvo que fabricar algunas piezas él mismo; y eso, gracias

a que en el almacén de los talleres de Renfe había todo tipo de material y a que

entre sus compañeros de la escuela y de los talleres había torneros, fresadores,

tapiceros, etc. Fidel mantuvo en uso su Augusta durante bastantes años, a pesar

de su antigüedad.

En junio de 1975, Fidel terminó sus estudios de Oficialía Industrial y pasó a

trabajar en los mismos talleres de Renfe. Por las tardes seguía estudiando

Ingeniería Técnica Industrial.

La mili

Fidel, como casi todos los varones (ahora, hombres), tuvo que ir a la mili. Fue

en el mes de julio de 1975 cuando lo llevaron en tren, junto con otros cientos

de jóvenes (las jóvenes en aquellos tiempos hacían el servicio social), a Cerro

Muriano, Córdoba. Jamás olvidará el viaje en aquellos vagones de… ¿tercera

clase?, ¿quizá, cuarta? Hacía ya, por esas fechas, mucho calor. Cuando el tren se

detuvo en Cercadillas, a la entrada de Córdoba, numerosas personas, mujeres

sobre todo, se acercaban al tren con recipientes llenos de agua fresca. Ya sabían

que los jóvenes se habían quedado sin agua y era seguro que estaban pasando

sed. Esto pasaba cada tres meses, con los cuatro reemplazos de cada año. Las

madres pensaban que quizá cuando a sus hijos les tocaran circunstancias

similares en otra tierra, hubiese otras madres llevándoles agua.

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Las averías no tienen razón de ser

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Durante el servicio militar, que terminó en octubre de 1976, le tocó vivir la

muerte de Franco y la Marcha Verde del Sahara.

Aquí también, durante los diecisiete meses de mili, Fidel encontró su afición:

reparar cosas.

Cuando juró bandera, lo destinaron a Artillería en el Grupo SAM (sigla inglesa

de los misiles tierra-aire: surface to air missile). Allí se guardaban aquellos enormes

misiles, que luego se veían en el desfile de la Victoria de la época de Franco, y

se aprendía a dispararlos —«¡ojalá nunca fuese necesario!»—.

En aquel cuartel, además de los misiles, había muchos camiones, remolques,

generadores eléctricos, radares, etc. Para mantener todas las máquinas, en el

Grupo SAM, la mayoría de los militares eran especialistas: ingenieros,

mecánicos, peritos electrónicos, electricistas, etc. Aunque iban vestidos de

militar, la mayoría no se sentían «de los que pegan tiros». Simplemente,

conocían su oficio, y lo mismo les daba reparar un misil que una televisión

(entonces, en blanco y negro, por supuesto).

Como Fidel había estudiado Formación Profesional en Electrónica, pronto lo

cogieron para ayudar a los especialistas. Eso le sirvió, entre otras cosas, para

librarse de las numerosas guardias que se hacían.

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Juan Cabello

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Lo destinaron con el sargento Miguel Manso, quien, como indicaba su apellido,

a pesar de ser militar, si hubiese tenido que pegar un tiro a alguien en una

guerra, antes se lo hubiese pegado él mismo. Era un pedazo de pan.

A los tres meses, destinaron al sargento a otro cuartel y Fidel se quedó solo.

Fueron unos meses muy tranquilos, reparando aquello que podía. Nadie le

exigía nada, pero como era su afición, hacía el trabajo con mucho interés y así

los días se le hacían muy cortos.

Al terminar la mili, Fidel volvió a ingresar en Renfe y lo destinaron a Málaga.

Su trabajo era reparar y reformar la instalación eléctrica de los coches de

viajeros (los vehículos que todo el mundo llama erróneamente vagones, que en

realidad son los de transporte de mercancías). En los dos años siguientes, a la

vez que trabajaba, continuó y finalizó sus estudios de Ingeniería.

Una nueva etapa dulce y aburrida

María y Fidel se casaron cuando este finalizó los estudios.

No había pasado mucho tiempo cuando les llegó la buena noticia del ascenso

de Fidel al puesto de ingeniero técnico. Era una mejora muy importante tanto

por el tipo de trabajo como por el salario. Eso sí, tenían que trasladarse a

Madrid.

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Las averías no tienen razón de ser

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Su nuevo destino profesional fue la Dirección de Contratación de Obras.

Comenzó una época dulce en lo personal y aburrida y poco interesante en lo

profesional. Dulce porque llevaba poco tiempo casado y así son, en especial,

los primeros años de matrimonio. Aburrida y poco interesante porque su

misión era hacer papeles sobre un sistema que no conocía: la catenaria. ¡Qué

casualidad, una de las dos técnicas en las que trabajaría la mayor parte de su

vida!

Los días en Contratación se le hacían muy largos. Había tres meses en los que

abundaban los papeles a rellenar, y todo con prisas (era cuando se aprobaba el

plan de inversiones y había que sacar rápidamente los expediente), y ocho

meses sin apenas papeleos que se le hacían muy largos. El mes restante para

completar el año era el de vacaciones.

Tenía que salir de allí. Aquello no era para él.

Por fin, el traslado

Antes de los dos años se presentó la oportunidad: un concurso de traslados

donde, entre otros destinos, estaban las delegaciones de mantenimiento. Se

informó del trabajo que se realizaba en esos centros y pensó que era un lugar

ideal para sus aspiraciones profesionales, para desarrollar aquello que siempre

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Juan Cabello

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le había interesado: aprender el funcionamiento de los sistemas, los equipos, las

máquinas, etc., y repararlos cuando se averiaban. Todavía no había llegado a él

la inquietud de segundo nivel: cómo evitar que se produjesen averías.

Cuando llegó a la Delegación, las incidencias que repercutían en la circulación

de los trenes eran muy frecuentes, especialmente las relacionadas con las

técnicas de electrificación (catenaria —¡qué casualidad!— y subestaciones), por

lo que el delegado dispuso que se dedicase a estudiarlas.

Durante meses, Fidel no tuvo responsabilidad alguna. Iba y venía con libertad

por la Delegación y por las instalaciones de la línea. Estuvo recopilando

información y documentación, viendo las subestaciones y la catenaria, y, muy

importante, conociendo a las personas que formaban los equipos de trabajo.

Un día, en las oficinas de la Delegación, le presentaron a un encargado de

subestaciones del cual ya había oído hablar. Enrique, que así se llamaba, lo

saludó muy jovialmente poniéndose a su disposición y ofreciéndose a facilitarle

toda la información y documentación que necesitara, y a explicarle lo que fuese

necesario.

Cuando Fidel iba a ver las instalaciones, se relacionaba, como ya se ha

mencionado anteriormente, con todos los agentes de las brigadas (encargados,

jefes de equipo, oficiales y peones) e incluso participaba con ellos en algunas

tareas.

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Las averías no tienen razón de ser

119

Uno de los compañeros con quien más iba a revisar averías era Enrique, el

encargado de subestaciones que más sabía de telemando, por no decir el único.

En una ocasión, estuvo trabajando con la brigada de mantenimiento de

Enrique en una subestación nueva que se iba a poner en marcha. La instalación

llevaba varios años terminada y no había entrado en servicio porque se había

retrasado la construcción de la línea de alta tensión que traía la energía. El

trabajo consistía, principalmente, en la limpieza de los aisladores del parque de

alta tensión. Había que subirse a los postes, amarrarse con los cinturones de

seguridad y limpiar los aisladores.

Los compañeros de la brigada estaban extrañados de ver a Fidel subido con

ellos: ¡un ingeniero que limpiaba aisladores subido a los postes!

—No penséis que voy a estar siempre aquí con vosotros limpiando. Solo

quiero conocer la dificultad de realizar este trabajo —les dijo Fidel, adivinando

sus pensamientos.

Los compañeros hicieron algunos comentarios en distintos sentidos, unos

positivos y otros negativos. Los positivos, porque pensaban que era bueno que

los jefes conociesen la dificultad de aquel trabajo. Los negativos procedían de

trabajadores —entre ellos, Enrique— que pensaban que no era bueno que sus

jefes supieran mucho de su trabajo.

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Cuando llegó el momento del almuerzo, ya se habían olvidado todos del

comentario.

Poco a poco, Fidel empezó a saber cómo funcionaba una delegación de

mantenimiento, desde la jefatura y los mandos intermedios (jefes de sección y

subjefes) hasta el último oficial de entrada de catenaria y el especialista de

subestaciones. Este último era el nombre que se aplicaba a la categoría de los

peones de subestaciones. Tenía gracia.

Algo que llamó especialmente su atención fue la dedicación permanente que

tenía el personal operativo, que debía estar localizado las 24 horas todos los

días del año. En aquellos tiempos no existían los teléfonos móviles ni los

buscas (mensáfonos). Cuando un agente de la brigada de socorro salía de su

casa, si quedaba alguien en ella, sabía a dónde iba y como localizarlo. Si no

quedaba nadie en casa, llamaba al telemando y explicaba cómo avisarlo si era

necesario. Esta falta de libertad por causa del trabajo, posiblemente no

estuviese bien pagada con el plus correspondiente. Hoy es distinto con los

teléfonos móviles.

También supo que una parte significativa del salario de los agentes de las

brigadas provenía de lo que ganaban por las reparaciones de averías fuera de

jornada.

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Las averías no tienen razón de ser

121

El engaño

En cuanto a lo negativo, también descubrió que no todo el mundo estaba

dispuesto a colaborar con él. Había trabajadores que ocultaban información, y

no sólo a él, sino también a sus propios compañeros. Querían mantener su

condición de «imprescindibles» y así continuar en una posición privilegiada

para cobrar unos emolumentos cuantiosos.

Uno de los días que fue a ver una subestación y sus equipos de telemando, al

comparar los elementos instalados con los que figuraban en los esquemas que

le había facilitado Enrique, se dio cuenta de que no coincidían. Lo comentó

con algunos de los oficiales con los que tenía más confianza. Tras ver los

esquemas, los compañeros le dijeron que parte de la documentación que tenía

era de unos equipos más antiguos que ya se habían sustituido. Ellos mismos le

dieron la documentación actualizada.

Si los oficiales tenían la documentación actualizada, ¿cómo podía ser que el

encargado, que era el que mejor conocía la instalación, tuviera una

documentación obsoleta? Solo había una explicación: lo había hecho a

propósito. Enrique le había engañado; quizá, pensando que Fidel nunca

estudiaría con tanto detalle las instalaciones y no se daría cuenta; quizá,

pensando que si entraba en detalle y no llegaba a entender los esquemas,

abandonaría. Entonces recordó la reacción negativa de Enrique cuando habían

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Juan Cabello

122

estado limpiando aisladores en la subestación. Fidel no dijo nada, pero ya sabía

que tenía que ir con cuidado.

Los compañeros de las brigadas veían cómo Fidel aprendía y conocía cada día

mejor las instalaciones, especialmente las subestaciones, que eran las más

complejas. Cuando había averías importantes, lo llamaban, porque era una

buena ayuda tanto para encontrar soluciones como en los trabajos de

reparación.

Sus conocimientos técnicos de las instalaciones fueron aumentando y, gracias

también a su formación universitaria en electricidad y electrónica, poco a poco

comprendió mejor su funcionamiento, especialmente los sistemas de

tecnología más avanzados, como los equipos de protección, los de telemando,

etc. Estos conocimientos los fue transmitiendo a todos sus compañeros, bien

con explicaciones, bien mediante memorias escritas que les entregaba. Ellos lo

agradecían y fueron considerándolo progresivamente como uno más de la

brigada.

Por otro lado, la mayor formación de todos los agentes hizo que los

«imprescindibles» dejaran de serlo. Unos cambiaron de actitud, uniéndose al

grupo y pasando a compartir sus conocimientos; y otros, como Enrique, muy

enfadado con todos y con todo al ver que estaba perdiendo sus privilegios,

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Las averías no tienen razón de ser

123

buscaron un nuevo destino. Todo fueron facilidades para su traslado. Al

enemigo que huye, puente de plata.

Todo esto motivó aún más al resto del personal que desempeñaba su labor

honradamente.

Fidel se sentía muy satisfecho de haber contribuido a eliminar esas malas

actitudes y de ver cómo sus compañeros iban creciendo profesionalmente.

Las averías y los intereses económicos de las personas

Pasados algunos años, Fidel fue nombrado técnico de electrificación. Seguía

haciendo lo mismo, pero ahora tenía la responsabilidad de las instalaciones y,

por consiguiente, también la autoridad y el poder de decisión.

A Fidel, cada día más, le preocupaba el porqué de las averías. No bastaba con

repararlas lo más rápidamente posible, pues, a pesar de ello, muchas veces

afectaban gravemente el funcionamiento de los trenes. Hubo casos en que,

debido a ellas, los viajeros se alteraron tanto que fueron noticia en radio y

televisión. Incluso llegaron a producirse desórdenes públicos. De modo que

había que evitar las averías.

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Juan Cabello

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Cuando se producía una incidencia, estudiaban entre todos las causas que la

podían haber originado. Luego se modificaban las instalaciones o los equipos

para que la avería no se repitiese.

Un día, Antonio, un compañero oficial de subestaciones con mucha

experiencia y conocimiento con el que tenía mucha confianza, le dijo:

—Fidel, si poco a poco vamos eliminando las averías, también perderemos el

dinero que ganamos gracias a ellas. Estamos mejorando las instalaciones, pero

así cobramos menos.

Fidel se quedó pensativo, comprendiendo que Antonio llevaba razón. No

podía pedirles a sus compañeros una colaboración que iba contra sus intereses.

Tendría que buscar una solución.

A los pocos días, habló con Antonio y los demás componentes de las brigadas

y les dijo:

—Os propongo que el total del presupuesto de gastos fluctuantes se gaste, sin

excederse, de la siguiente forma:

En primer lugar, se atenderán los gastos generados por las averías, que

tendremos que procurar que vayan disminuyendo, pero que, inevitablemente,

siempre existirán y habrá que repararlas.

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Las averías no tienen razón de ser

125

En segundo lugar, se atenderán los gastos de las horas extraordinarias

generadas por pilotajes para atender obras importantes de inversiones. Este era

un gasto significativo.

En tercer lugar, el dinero restante se utilizará para realizar trabajos de mejora

de las instalaciones que lleven a una disminución de las averías. Estos trabajos

se efectuarán fuera de la jornada, especialmente en sábados y festivos.

De esta manera cobraréis el máximo según el presupuesto que tenemos, pero

de una forma legal y beneficiosa también para la empresa.

También, al disminuir las averías, podréis estar más tranquilos en vuestra vida

diaria, fuera de la jornada laboral, sabiendo que os llamarán mucho menos para

solucionar una avería. Hace poca gracia tener que abandonar un bautizo o una

boda, o que suene el teléfono en Nochebuena o Nochevieja.

Todos estuvieron conformes, puesto que les garantizó que, mientras él pudiese,

sus ingresos económicos no disminuirían.

En el éxito de este acuerdo fueron piezas fundamentales los mandos

intermedios, quienes participaron activamente en las acciones de mejora.

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Juan Cabello

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Así comenzó una etapa en la que fueron disminuyendo las averías sin que los

trabajadores vieran mermados sus ingresos, lo que propició un clima laboral

estable que benefició tanto a los trabajadores como a la empresa.

Estos acuerdos se aplicaron en las dos técnicas: subestaciones y catenaria.

La confianza, base de unas buenas relaciones

En una ocasión, sobre las 8 de la mañana, Fidel recibió el aviso de una avería

importante en la catenaria, cerca del apeadero de Entrevías, con gran

repercusión en el servicio de cercanías. Una de las dos vías se encontraba

cortada a la circulación. Él sabía cómo afectaba a los viajeros porque vivía en

Azuqueca de Henares y tomaba diariamente esa línea para ir a trabajar.

También había sufrido en más de una ocasión el retraso por alguna incidencia.

En esta ocasión, sin embargo, se había librado porque su tren salía bastante

más temprano que el primero afectado.

Cuando llegó al punto, el equipo de línea ya estaba reparando el cable superior

de la catenaria (sustentador), que se había cortado justo debajo de un paso

superior.

Era un día de enero de mucho frío, ventoso y con algo de niebla. Un día de

perros.

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Las averías no tienen razón de ser

127

Mientras la brigada hacía su trabajo, Fidel recorría la zona afectada de un lado a

otro. Miraba hacia las vías, buscando no sabía qué, y hacia arriba, donde estaba

la catenaria rota. Intentaba encontrar algo que le dijese la causa de la avería.

También pensaba en las miles de personas afectadas, atrapadas en los trenes y

estaciones, que intentaban llegar a sus trabajos.

Se acercó al jefe de la brigada, que no paraba de gritar órdenes a su personal,

todos ellos en lo alto del castillete de la vagoneta, para que la reparación fuese

lo más breve posible, y le preguntó:

—Francisco, ¿por qué crees tú que se ha roto el sustentador?

—Parece que alguien ha tirado una barra de hierro desde el paso superior —

contestó el aludido.

Sin embargo, Fidel no quedó muy convencido, pensando que era muy difícil

que una barra metálica rompiera el sustentador. Además, ¿dónde estaba la

barra?

Se fue hacia la vagoneta, que era donde se depositaban las piezas rotas de la

catenaria y los elementos externos causantes de las averías, y preguntó al

conductor por el hierro.

El conductor, con quien tenía bastante confianza, le dijo:

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128

—Fidel, te voy a decir la verdad, pues tarde o temprano la vas a saber. Esta

noche han estado trabajando aquí mismo sustituyendo un empalme que estaba

bastante mal. El nuevo no se ha montado correctamente y al final se ha soltado

la catenaria y se ha caído.

Fidel se enfadó mucho, más por la mentira que por la avería, pero quiso sacar

del hecho, ya irreversible, el mayor beneficio y llamó al jefe de brigada:

—Francisco, no me cuadra. No encuentro la barra y, aunque haya sido la

causante de la avería, no entiendo cómo ha podido romper el sustentador.

—La verdad es que no existe tal barra. El sustentador se ha roto porque esta

noche han montado mal un manguito de empalme. Yo solo trataba de proteger

a los trabajadores que lo han hecho mal —reconoció Andrés, que se sentía

acorralado.

—Si me hubieses dicho la verdad, no hubiese pasado nada, salvo una llamada

de atención a los que montaron el manguito por no haber hecho el trabajo

bien. Pero solo se equivoca el que trabaja. Me duele más tu falta de confianza y

el engaño que la propia avería. Espero que no ocurra nunca más —le

respondió Fidel.

A partir de entonces, Francisco pasó a ser una de las personas de mayor

confianza de Fidel, llegando a ser más que compañeros.

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Una nueva etapa en la alta velocidad

Después de once años como técnico, un compañero que trabajaba en técnicas

de electrificación de Alta Velocidad, con el que tenía bastante confianza, le

propuso irse con él. Fidel ascendería a la categoría de jefe de Subestaciones en

la línea de alta velocidad Madrid-Sevilla. Era una gran oportunidad.

Pasaron bastantes meses hasta que se consolidó el ascenso.

En su nuevo puesto, el personal operativo de mantenimiento no era de Renfe,

sino que procedía de empresas contratadas. La relación mayor era con los

responsables de los contratos por parte de las empresas. No obstante, como

eran pocos, llegó a conocer y tratar a todos los agentes de las brigadas.

Durante diez años, en la primera etapa, Fidel fue el responsable de las

subestaciones, y posteriormente, de la catenaria.

En este nuevo destino, la colaboración con las empresas fue muy buena y, al

igual que con sus antiguos compañeros de Renfe, se estudiaron las causas de

las averías que se producían y se propusieron e implantaron soluciones para

subsanarlas.

También se ejecutaron pequeñas obras que mejoraron e hicieron mucho más

fiables las instalaciones.

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130

Fue un período de «buena vida» basado en un trabajo de equipo bien hecho.

Vuelven los problemas

Con la inauguración de una nueva línea de alta velocidad, Fidel fue nombrado

responsable de todas las instalaciones —Infraestructura y Vía, Señalización,

Electrificación, etc.— de esa línea.

También llegaron numerosos problemas en forma de averías, debidas

principalmente a la premura de la puesta en servicio y a que se alcanzó desde el

primer día la máxima velocidad: 300 km/h.

Había que averiguar qué estaba pasando y para ello contaba con algunos

técnicos de Adif, así como con asistencias técnicas que, aunque integradas casi

en su totalidad por jóvenes y noveles, tenían ilusión y energía.

También los mantenedores externos eran en su mayoría nuevos.

En algunas especialidades (vía, comunicaciones, etc.), hubo buenas relaciones

con los responsables, se estudiaron las causas de las averías, se aplicaron las

soluciones consensuadas y, poco a poco, fueron disminuyendo las incidencias.

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Las averías no tienen razón de ser

131

En otras especialidades, Fidel no obtuvo la misma respuesta. Los

mantenedores atendían correctamente las averías, pero no aportaban un

estudio detallado de las causas y, mucho menos, sus posibles soluciones

definitivas.

Causas de las averías

Fidel insistía en acabar con las averías. Con la ayuda de los técnicos de Adif, las

asistencias técnicas, y alguna colaboración de las contratas, buscó soluciones y

las implantó para eliminar las incidencias. Las principales dificultades con las

que se encontró en esta misión fueron:

Falta de mentalización por parte de los agentes implicados de que las averías no tienen razón

de ser y son evitables. Nos acostumbramos a convivir con un cierto número de

averías y no nos planteamos que es posible su eliminación. De esta forma, no

les dedicamos ni el esfuerzo ni el conocimiento suficientes para solucionarlas.

Interés económico de las empresas. Actualmente existen en algunas especialidades

brigadas de guardia para reparar rápidamente las averías. Esto supone unos

ingresos importantes para las empresas. Si se eliminan los fallos, no serán

necesarias estas brigadas de guardia y perderán esas ganancias.

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Juan Cabello

132

Razones inexplicables del propio Adif. En cierta ocasión, Fidel formó parte de unos

comités de expertos que se crearon para el estudio de las averías. Dichos

comités estaban formados por personal de Adif, lo que no suponía coste

alguno para la empresa. También se contaba de forma puntual con la

colaboración de otras empresas. Sin explicación alguna, se recibió orden de

disolver estos comités.

El decálogo de Fidel

Ahora, cerca de la jubilación, Fidel se ha dado cuenta de que su vida

profesional ha transcurrido dedicada al estudio de las instalaciones, las averías,

sus causas y la forma de evitarlas. En unas ocasiones lo ha conseguido. En

otras, no ha tenido el mismo éxito. Cuando veía muy difícil o demasiado

costoso evitar las averías, optaba por estudiar e implantar alternativas para que

no tuviesen consecuencias en los trenes, que era el objetivo final perseguido.

Todos esos años de trabajo de aprendizaje, de trabajo, de esfuerzo, se iban a

perder en buena parte.

Se le ocurrió que, si tuviese la ocasión de transmitir su experiencia e inquietud a

las siguientes generaciones, podría sintetizarlas en un decálogo: «el decálogo de

Fidel».

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Las averías no tienen razón de ser

133

1. Las averías no tienen razón de ser.

No se debe aceptar la existencia de averías en los equipos o sistemas. El

objetivo debe ser que el número de averías sea igual a cero. Es evidente que el

objetivo es imposible de conseguir, pero cuanto más lo busquemos, más cerca

estaremos de él.

2. Todas las averías son evitables.

Toda avería tiene una causa origen. Un estudio minucioso de cada una de ellas

llevará a conocer la causa origen del fallo y, por consiguiente, a buscar la

solución para que no se vuelva a repetir.

Puede ocurrir que haya averías que se produzcan muy esporádicamente, con

poca o ninguna incidencia en el tráfico de los trenes, y que su eliminación

suponga un elevado coste. Esas incidencias habrá que dejarlas de lado, al

menos, de momento.

3. Todos los sistemas necesitarán un mayor o menor mantenimiento.

Los mantenimientos, preventivo y predictivo, serán los encargados de corregir

las desviaciones o de sustituir los elementos próximos a la avería.

Siempre existirá un mantenimiento, con mayor o menor costo, de los sistemas.

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Juan Cabello

134

4. Existe un interés contrapuesto entre la existencia o no de averías para las empresas

mantenedoras.

Una disminución o eliminación de las averías supone una disminución de los

ingresos de las empresas mantenedoras, dada la reducción de los medios

necesarios para el mantenimiento correctivo.

Actualmente, en algunas técnicas, existen retenes permanentes para solucionar

los fallos en muy poco tiempo. Esto es porque se producen averías frecuentes

que repercuten en la circulación de los trenes. Si no existiesen o fueran muy

pocas, se podría llegar a no disponer de esas brigadas de retén.

5. Las causas de las averías tienen que ser analizadas por personal de Adif, con la ayuda

técnica que precise.

Como consecuencia del punto anterior, el estudio de las averías debe estar

dirigido por personal de Adif con conocimientos técnicos suficientes para que,

con la ayuda de personal técnico independiente, se puedan determinar las

causas de los fallos y buscar las soluciones que eviten que se repita.

6. Clasificación de las averías.-

Al objeto de optimizar los medios humanos, materiales y económicos en el

estudio y eliminación de las averías, estas se clasificarán por su repercusión en

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Las averías no tienen razón de ser

135

la circulación, el coste económico de la reparación, el coste de eliminación de la

causa para evitar que se produzca, etc.

A partir del estudio de los parámetros anteriores se establecerá un orden de

prioridad para la eliminación de la causa origen.

7. Mejora continua de los equipos o sistemas.

Aunque un equipo o sistema se considere fiable, siempre existe una posibilidad

de mejora que aumente su margen de seguridad.

8. Sostenibilidad social.

La mejora de la fiabilidad de los equipos y sistemas no debe llevar a una

disminución sin límite de los medios humanos dedicados al mantenimiento ni

de los emolumentos que vengan cobrando.

El esfuerzo de las personas para aumentar la fiabilidad de los equipos y

sistemas no debe ir en contra de sus propios y legítimos intereses. Por tanto,

debe llegarse a un consenso de los medios humanos mínimos garantizados y

del sueldo que perciban.

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Juan Cabello

136

9. Sostenibilidad económica.

En un sistema público como es el ferrocarril, el límite en la disminución de los

medios humanos será aquel en el que el coste del mantenimiento se iguale a los

ingresos más los beneficios sociales obtenidos.

10. Beneficios de la mejora continua.

Alcanzado el límite de costo mínimo del mantenimiento, los beneficios que se

obtengan con la mejora continua recaerán tanto en la calidad de las

instalaciones y el servicio (incremento de la fiabilidad y disponibilidad) como

en los propios agentes productores de las mejoras (condiciones de trabajo).

De nuevo, el frigorífico

—Si te conoceré…: sigues pensando en reparar ese viejo frigorífico, pero ya

va siendo hora de cambiarlo. Contigo, las fábricas van a cerrar todas —dijo

María un poco enfadada.

Fidel volvió a la realidad del momento.

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Las averías no tienen razón de ser

137

Su mujer también había estado presente en el largo camino recorrido y le había

ayudado con su paciencia y comprensión, al ocuparse ella sola de los hijos y del

hogar mientras él estaba tanto tiempo ausente por su trabajo.

Pensó también que las cosas no pueden repararse eternamente; también hay

que renovarlas.

—Cariño, llevas razón. Cuando quieras, vamos a ver frigoríficos nuevos —le

contestó Fidel, poniendo en sus palabras toda la ternura que pudo.

Las averías no tienen razón de ser

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139

OTRO PAPEL MÁS

Juanjo Gómez

Llegué al ferrocarril hace más de 44 años por la necesidad de encontrar un

trabajo estable. Después de la formación militar, obligatoria en aquellos años,

Atocha fue mi primer destino; duró poco tiempo, y las oficinas de la avenida

Ciudad de Barcelona me acogieron durante bastantes años. Mi trayectoria

profesional de ayudante de línea eléctrica, auxiliar técnico, técnico de recursos,

jefe de control presupuestario, jefe de recursos en AV y ahora gerente de área

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Juanjo Gómez

140

de Gestión Administrativa en Adif-Alta Velocidad, junto con la formación

recibida por la empresa en todos los años de trayectoria, han proyectado lo que

ha sido mi trabajo en el ferrocarril, de colaboración y ayuda.

Juan José Gómez González

GESTION ADMINSITRATIVA ADIF - ATA VELOCIDAD

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141

OTRO PAPEL MÁS

Pretendo en este breve relato contar parte de mi experiencia laboral de más de

cuarenta años de vida ferroviaria y dejar, si fuera posible, alguna enseñanza que

ayude a los compañeros que han de continuar trabajando.

Mi trabajo actual de colaborador, asesor, intermediario... —no tengo muy claro

su catalogación; depende de aquello que me solicitan—, para mí consiste en

ayudar, ayudar a todos y en todo. Tarea difícil esta, ya que la gran demanda de

solicitudes genera estados estresantes y sentimientos de agobio. No obstante,

cuando pasan estos momentos de apreturas, la satisfacción de haber ayudado

es suficiente para mí.

Reconozco que se me hace difícil admitir el mensaje que recibo

frecuentemente de los compañeros de producción: ¡otro papel más! Y es

verdad que se les está exigiendo otro documento dentro de los que ya han

aportado en la gestión del asunto de que se trate. Por ello, me encuentro en la

obligación de facilitar el trabajo de mis compañeros. ¡Ánimo! Seguro que este

nuevo documento redunda en una mejor gestión o en que el trámite sea ágil y

eficaz.

Bien, veamos: ¿cómo he llegado hasta aquí? Creo que, repasando cinco hitos

de mi historia profesional, se verá. Hagamos, pues, un poco de historia.

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Juanjo Gómez

142

Tren-tierra

Contaba el año 1981 cuando, por el resultado de una convocatoria interna,

ocupé la categoría profesional del nivel salarial 5. ¡Jo, qué logro! Conseguí el

puesto en la Jefatura Principal de la Oficina Técnica, cuyo nombre, como

podéis observar, se las trae. Creo que recuerdo a todos los compañeros de

entonces, pero necesito hacer una mención especial a Domingo, que nos dejó

poco después. Fue un gran profesional de la vía, aprendí mucho de él leyendo

las galeradas de las normas que redactaba. Aquí se ve que a mí me estaban

reservados los papeles.

De la misma manera que la técnica avanzaba en el mundo, en el ferrocarril

también, y en concreto, en la tecnología de las telecomunicaciones. En esta

Jefatura —perdonad que no repita el nombre— se puso en marcha el famoso

sistema de radiotelefonía tren-tierra. No nombraré a ninguno de los

compañeros de aquellas aventuras, pero sí tengo que decir que guardo un

agradable recuerdo de todos ellos y que, por supuesto, seguimos manteniendo

amistad.

Explicaré brevemente esta tecnología que se utiliza para comunicar los trenes

con los puestos de mando o con otros puntos fijos.

Funciona a través de comunicaciones de radio, utilizando frecuencias asignadas

por la administración. Groso modo, está compuesto por tres equipos: el puesto

Page 138: DEJANDO HUELLA - Administrador de Infraestructuras ...

Otro papel más

143

central, el puesto fijo y el puesto móvil. El primero de ellos es desde donde se

envían las ordenes a los trenes. El puesto fijo sirve para que la comunicación

sea posible. Y por último, el puesto móvil es el que está instalado en el tren,

aunque también puede ser un equipo portátil.

Esta tecnología está vigente por razones de seguridad y explotación; si bien,

actualmente, en las líneas de alta velocidad se está instalando un sistema más

moderno y de señal digital, el GSM-R

Como auxiliar técnico me encomendaron el primer replanteo en Asturias.

Contábamos con pocos medios: un vagón prestado, una máquina y un

maquinistas que nos dejaban tracción, un vehículo Land Rover y, lo más

importante, un equipo humano —aquí había personas, no había papeles— con

muchas ganas de trabajar. Recuerdo que ese año se celebró en España el

Mundial de Fútbol, el de Naranjito. La nación estaba muy animada. Aquel

replanteo duró poco tiempo, pero supuso conocer a otros técnicos, en este

caso, alemanes. Creo que no es necesario recordar que esta tecnología tiene

mucha importancia para el ferrocarril. Ya he comentado que se trata de la

explotación y la seguridad.

Entonces no había tanta documentación, tantos papeles, como ahora. De

haberla habido, es muy probable que hubiera resultado bastante difícil

acometer aquello en tan poco tiempo. Claro, ahora que estoy en otro mundo

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Juanjo Gómez

144

del trabajo, confieso que el hecho de haber estado expuesto a aquellos

aprendizajes técnicos me obliga a ayudar: ayudar a que cualquier solicitud se

pueda llevar a la práctica lo antes posible. Estoy convencido de que cualquiera

de las solicitudes que me llegan ahora son para una mejora del ferrocarril.

El fax

De la noche a la mañana, por un cambio de estructura en la organización, tuve

que dejar aquella actividad, y eso que había decidido aprender su técnica y

dedicarme a ello, pero la responsabilidad pasó a otros colegas.

Como decía antes, las técnicas avanzaban muy rápidamente, y emergió una

nueva que permitía transmitir papeles escritos a distancia: el fax. Esta máquina,

más versátil que el teletipo, transmitía los documentos que otros escribían y

firmaban (digamos que era como enviar fotocopias por teléfono). Nueva

ilusión, nuevas pruebas; algunas veces, a horas intempestivas. Hacíamos

pruebas con Japón, pues los equipos eran de la marca nipona Fujitsu.

Acabamos llenando las oficinas de Renfe con esos equipos, que ahora ya no

tienen uso. Como en la casa había dos líneas de teléfono (una de la red pública

y las de nuestra propia centralita, ambas preparadas para enviar y recibir

mensajes), desarrollamos un conmutador manual. Para recibir, conmutaba solo,

pero para enviar, tenías que elegir la posición del conmutador según la línea

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Otro papel más

145

que fueras a utilizar. Aquellos logros te llenaban de satisfacción. Como se ve,

aquí sí había papeles de por medio.

Dados los avances de la técnica, todo, absolutamente todo, pasa y es sustituido

por algo mejor. Así, el correo electrónico se ha merendado al fax. No es

necesario describir aquí las ventajas del correo e. sobre el fax. Está claro que

ahora, cuando envío documentos (papeles), no uso el fax; los envío por correo

electrónico.

Cables de fibra óptica

Avancemos dando un salto en el tiempo para ponernos al final de los noventa.

Hasta entonces, en la casa se habían instalado diferentes tipos de cables de

cobre, incluso se había llegado a usar el cable coaxial en algún trayecto. La

totalidad de las líneas ferroviarias de la red principal estaban cableadas y las

líneas de hilo de cobre desnudo se estaban sustituyendo y desmontando.

Entonces surgió la fibra óptica, que implicaba una nueva técnica de

transmisión: luz que lleva datos. No describiré las ventajas del cable de fibra

óptica sobre el de cobre, pero allí estaba el ferrocarril de la Renfe apostando

por una nueva técnica de transmisión y unos cuantos empleados, entre los que

yo me encontraba, empeñados en ponerlo en marcha. Recuerdo la ilusión de

todos los que estábamos metidos en aquel jaleo, cada uno con su misión; la

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Juanjo Gómez

146

mía, en la administración, en los papeles (papeles para todo). En el desarrollo

de las obras que se hicieron para instalar más de 12.000 kilómetros de cable,

uno puede imaginar la cantidad de documentación que nos llegaba y que había

que tramitar. Pues bien, todo, absolutamente todo, lo sacamos adelante.

Quiero recordar aquí una anécdota de aquellos tiempos ajena a los papeles.

Después de la instalación de la fibra, era necesario mantenerla, por lo que se

crearon equipos de mantenimiento con especialistas en cableado que. A estos

compañeros había que dotarles de las herramientas necesarias, entre ellas, de

un vehículo acondicionado para su cometido. No recuerdo los motivos, pero

me encargaron el asunto. Quizá fuera porque yo llevaba la gestión de las

compras (papeles). De modo que una mañana dejé la oficina y me desplacé al

campo a ver cómo trabajaba un equipo de una empresa contratada que estaba

haciendo un empalme de cable de fibra óptica. Tras observar el trabajo de

campo, una vez finalizada la jornada, volví a mi casa y me puse a dibujar en un

cuaderno la carrocería que consideré más adecuada y útil para el vehículo de

nuestro equipo de especialistas. Al pobre cuaderno le quedaron pocas hojas,

pues había muchos aspectos a considerar: que si la altura, que si las puertas,

que si la distribución interior, etc.

Al día siguiente, ya en la oficina, tras revisar los bocetos, se los enseñe a los

compañeros que a la postre eran los responsables técnicos.

Page 142: DEJANDO HUELLA - Administrador de Infraestructuras ...

Otro papel más

147

Los consideraron válidos, por lo que me desplacé a un taller de carrocería para

que montaran el diseño sobre un vehículo pick-up.

No mucho después, y una vez terminado el carrozado del primer vehículo, lo

trasportamos al trabajo. Recuerdo que algún compañero me comentó al verlo

que se parecía a un papamóvil; aquello tuvo gracia, pero la idea resultó útil.

Después, he visto vehículos con una carrocería similar circulando por el país.

Telefonía móvil

En plena vorágine de la implantación de la fibra óptica saltó al ferrocarril la

telefonía móvil, y allí estaba yo también para ayudar a poner todo aquello en

marcha. Hicimos pruebas con las dos operadoras del mercado de entonces,

unas en Sevilla y otras en Valencia, ambas desde las jefaturas de mantenimiento

de la infraestructura. Como algo diferente con respecto a lo que había en el

mercado, utilizamos nuestra red privada de telefonía. Y se consiguió. Una de

las razones —fundamental, desde mi punto de vista— para que la implantación

saliera adelante en tan poco tiempo, fue la de mejorar los tiempos en la

reparación de las averías en todas las técnicas del ferrocarril: vía,

enclavamientos, señalización, electrificación, telecomunicaciones, etc. También

caló en la gestión de la empresa, pasando por Presidencia y por todas y cada

una de la direcciones. Pusimos en marcha un corporativo de telefonía móvil

Page 143: DEJANDO HUELLA - Administrador de Infraestructuras ...

Juanjo Gómez

148

con más de 17.000 abonados. En esta ocasión, los papeles fueron pocos, pero

las solicitudes de alta, muchas y variadas.

Alta velocidad

Corría el año 2006 cuando me ofrecieron ocupar el puesto de jefe de Recursos

en la Dirección de Línea de Alta Velocidad de Levante. Una nueva ilusión y un

nuevo trabajo que suponía un cambio muy grande en mi actividad. Las nuevas

funciones que iba a despeñar ahora no tenían nada que ver con lo que había

hecho hasta ese momento.

La construcción de la línea de alta velocidad tal y como estaba planteada era un

reto muy importante para mí. Llegué con un desconocimiento supino de las

materias a las que me iba a enfrentar y me encontré con nuevos compañeros,

fundamentalmente dedicados a la construcción de plataforma.

Aquí sí que había que manejar papeles, muchos. Cuando empecé a escribir este

relato me había propuesto describir los documentos (papeles) que se mueven

en la construcción de un tramo de plataforma, pero he decidido no hacerlo.

Sería larguísimo y seguro que olvidaría mencionar algún papel. Los

documentos que se generan son, en general, los descritos en los

procedimientos de contratación. Tampoco voy a recordar aquí las diferentes

leyes que afectan a los contratos, pero sabed que son varias y distintas y, mira

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Otro papel más

149

tú por dónde, este año se pone en marcha una nueva ley. Convivir en el trabajo

con tantas normas hace muy difícil no equivocarse.

No solamente se producen los documentos (papeles) de los procedimientos de

contratación, sino que también hay que contar con nuestro propio sistema de

gestión, que complementa bastante a los anteriores.

Además de lo descrito hasta ahora, existen otras normas que afectan el

desarrollo de una obra; estoy pensando en las instrucciones da la Inspección

General, en las afecciones a terceros, etc. Como decía antes, sería muy

laborioso describir todos los documentos que se generan.

Esto hace que cuando mis compañeros dicen «otro papel más», yo los entienda

y trate de ayudarlos a tramitar el documento que sea necesario.

Creo que mi aprendizaje en la línea de Levante me ha servido para mi labor

actual, para lo que ahora se me encomienda.

Antes os comentaba que este año entra en vigor una nueva ley de contratos del

sector público. No tengo un conocimiento preciso de ella, pero me temo que

habrá nuevos y, quizá, más papeles que los actuales; en cualquier caso, esto no

debe preocupar mucho a los compañeros de Producción, ya que estoy seguro

de que los colegas que quedan en el trabajo ayudarán a resolver todas las dudas.

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Juanjo Gómez

150

Conclusión

Bien, está claro que no está en mis manos, ni mucho menos, eliminar los

papeles, pero sí ayudar a que la conclusión del documento no se haga difícil,

por no decir imposible, en algunas ocasiones. En ello creo que estoy. Yo

recomiendo la lectura de las normas, instrucciones, etc., y aporto en algunos

casos los documentos que con mejor o peor acierto he generado o de los que

dispongo.

En otro orden de cosas, observo que la administración electrónica en la que se

ha implicado el ferrocarril —ahora, para nosotros, las dos Adif— pretende

reducir los papeleos, los documento en soporte de papel. Espero que esto se

consiga, aunque solo sea «por el bien de los arbolitos», como digo a veces. No

obstante, tanto las normas españolas como las europeas que, se complementan,

dan lugar a muchos documentos y confío en que, próximamente, estos sean

solo electrónicos. Mientras tanto, ¡ánimo, compañeros! Llamad si necesitáis

algo.

Otro papel más

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151

SU TURNO

Luis Albero

A este madrileño gordito, cabezón y calvo le gusta decir allá por donde va que

algún día tuvo pelo y fue un figurín.

No logra engañar a muchos, pues la memoria es fiel en aquellos que lo

conocen desde hace 37 años, que son los que lleva deambulando por esta

empresa.

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Luis Albero

152

Empezó su andadura trabajando en Cooperativas de Viviendas, para que todo

ferroviario pudiese tener acceso a ellas. Técnico primero y jefe de «Personal

Técnico Superior» después, fue el personal directivo su campo de batalla. Hasta

que en los años noventa, con la creación de las unidades de negocio, se

zambulle de lleno en la administración de personal de las áreas de

Mantenimiento de Infraestructura y Largo Recorrido.

Tras un breve paso por la explotación de Paquetería, se incorpora al área

financiera en Estaciones de Viajeros y Dirección General de Desarrollo de

Negocio Corporativo.

Pese a haber permutado caras de gentes por números, siempre ha considerado

que el mejor activo de la empresa son los equipos de trabajadores que realizan

su labor día a día de forma meticulosa y constante.

No es extraño, pues, que este voyeur laboral sea un apasionado analista de la

evolución de los colectivos de personas que componen esta empresa.

Luis Albero Payá

CONTROL DE GESTIÓN

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153

SU TURNO

Mi más profundo agradecimiento al colectivo de hombres y mujeres que la

empresa dio en llamar Canal de Venta Presencial.

De ellos he aprendido a ver la vida de otra forma, más paciente, más resignada,

como solo saben verla aquellos cuya labor consiste en el trato continuo con el

cliente.

Mis disculpas por las licencias que me he tomado y por las inexactitudes

cometidas a la hora de narrar uno de los trabajos más duros que se pueden dar

en el entorno ferroviario.

Sinopsis

En una gran terminal ferroviaria presta sus servicios José María Álvarez

Álvarez, factor en la venta de billetes.

Un día cualquiera de un mes cualquiera, los números del sistema automático de

ordenación de colas van desgranando su letanía mientras José María, Chema,

va pasando revista a su vida.

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Luis Albero

154

Los clientes desfilan generando todo tipo de situaciones incómodas: groseras

unas, divertidas, tristes y terribles otras. Mientras, Chema no puede evitar la

sensación de que la vida se le va escapando entre número y número.

***

—«Número 141, ventanilla 4» —anuncia la voz pregrabada del sistema

automático de ordenación de filas del área de venta de la estación.

Hacía ya más de tres años que el sistema funcionaba y aún nadie había

reparado en que ya no había ventanillas. Ahora se llamaban puntos de venta o,

simplemente, «pupitres».

Los sistemas de separación física entre cliente y vendedor, las mamparas,

habían desaparecido cuando alguna mente perspicaz pensó que no había

intimidad suficiente entre el cliente que desea un billete de tren a Peñaranda de

Bracamonte y el factor que manipula un ordenador con la finalidad de que

escupa un cartoncillo que te permita ir en tren a tan pintoresca localidad.

Desde mi punto de vista, ahora hay «demasiada» proximidad. Una proximidad

que incluye aromas de todo calibre, de esos que me confirman la necesidad de

usar alguno de los desodorantes que se anuncian en la televisión. Los que

tienen esencia de no sé qué rara flor del Caribe y que enmascaran con cierto

éxito el tufo variopinto de quien se acerca a mi taquilla.

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Su turno

155

Bueno, por lo menos, el pollo que se acerca a paso rápido hacia mí portando el

papelito con el número 14, no tiene aspecto de necesitar urgentemente un

repaso del frasco de desodorante exótico: traje, corbata, camisa de buen corte,

zapatos de aspecto cómodo y una pequeña cartera de documentos. Esto me

indica que será una venta rápida y sin contratiempos.

—Uno a Barcelona, clase preferente —me espeta con voz educada pero

tajante, de esas que no admiten un reparo. Pobre hombre, debe de estar tan

preocupado por sus problemas y su necesidad de resolverlos en la ciudad

condal que ha olvidado el principio y el final de la frase: «Buenas tardes» y «por

favor», respectivamente.

Con la única finalidad de evidenciar su grosería, le pregunto con mi tono más

amable:

—Buenas tardes, caballero. ¿Para qué fecha y a qué hora, por favor?

—Ah, pero ¿se puede escoger la hora a la que quiero viajar?

—Aún no hemos llegado a ese extremo, caballero. Por el momento,

simplemente intentamos facilitarle asiento en un tren cuyo horario de llegada a

Barcelona se acomode a sus intereses, grandísimo bellaco. —Aunque eso último,

obviamente, me lo guardé para mí.

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Luis Albero

156

—Para mañana, que no sé qué día es, porque no sé en qué día vivo, y que

llegue a Barcelona lo antes posible porque tengo una mañana muy complicada

y no puedo perder mi tiempo. Con lo que tarda el tren comparado con el

avión…

Si me importara algo el día en el que vives y lo que vas a hacer en Barcelona; o,

mejor aún, si hubieses empezado con un simple «hola», a modo de salutación,

me habría interesado en conseguirte un «ida y vuelta» que te hubiera supuesto

un descuento significativo en el importe de tu viaje. «Espero que seas más

amable con mi compañero de la taquilla de Barcelona», pienso mientras le cojo

la tarjeta de crédito y la paso por el lector.

Para no defraudarme ni contradecir mi primera impresión, se aleja de la taquilla

sin emitir un sonido, como si las palabras de simple amabilidad costasen un

precio que él no está dispuesto a pagar.

—¡¡Que tenga buen viaje, caballero! —llego a despedirle con voz estentórea

mientras se aleja con paso firme, decidido, marcial incluso.

Con una ligera sonrisa bailándome en los labios, pulso el «Su turno».

—«Número 142, ventanilla 4» —oigo inmediatamente.

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Su turno

157

Hace ya once años que estoy en esta taquilla; aquí empecé y aquí continúo. No

es un mal trabajo, si miras lo que hay a tu alrededor.

***

Cuando acabé los estudios de Magisterio, (porque yo soy de Magisterio, y no

esas tonterías de ahora), pensé que, irremediablemente, tendría que tomar

posesión de mi plaza de profesor en un modesto instituto de alguna localidad

de mediano tamaño, desde luego fuera de Madrid. Quizá, en la provincia de

Lugo; por ejemplo, en Monforte de Lemos. Esta localidad debe de ser

preciosa, según el criterio de mi tío Bruno, guardés de toda la vida del

Monasterio de San Vicente do Pinos, hasta que se murió en 2003 y el sacro

lugar se convirtió en Parador Nacional. El puesto de profesor sería siempre de

forma interina, pues las convocatorias de plazas definitivas son rara avis en el

mundillo de la enseñanza. Además, no sé ni gallego ni vasco ni catalán, por lo

que las opciones serían magras.

No me hubiese importado, tal era mi vocación y entusiasmo. Pero a Mari Paz

sí le importaba. Y mucho.

Y a mí me importaba Mari Paz.

***

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Luis Albero

158

El número 142 no acaba de llegar. Le doy unos minutos mientras me sumerjo

en mis pensamientos.

***

La conocí en segundo de Magisterio. Nos sentábamos juntos en clase y he de

reconocer que ella fue una parte fundamental en ese trance que todos los

hombres experimentamos cuando pasamos de jóvenes adolescentes que creen

saberlo todo en la vida, y no saben nada, a hombres maduros, hechos, con la

cabeza bien asentada, que creen saberlo todo en la vida, pero que siguen en el

mismo nivel de ignorancia que en la adolescencia.

Y, por simpatía, conocí a don Joaquín, su padre. Y al decir por simpatía, quiero

decir por añadidura, como consecuencia, no precisamente porque don Joaquín fuese

un hombre simpático.

Era Chimo —que así lo llamaban sus muy allegados (yo nunca me atreví)— un

viejo cretino, cascarrabias y tirano que tuvo esclavizada a su mujer hasta que,

tras cuarenta años de fiel matrimonio, esta decidió huir y abandonarlo a su

suerte. Aunque para conseguirlo, la pobre mujer tuvo que valerse de un cáncer

de mama que la liberó de don Joaquín en tan solo seis meses.

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Su turno

159

En ese punto, Mari Paz pasó a desempeñar las funciones de su difunta madre.

Y dicho desempeño incluía un cuidado permanente y continuo de su padre, lo

que hizo que Mari Paz tuviese que dejar los estudios.

Y así, sin darme cuenta, dejé de ser la persona a la que Mari Paz había querido

con toda su alma y me convertí en el eslabón discontinuo de la trayectoria

ferroviaria de don Joaquín. Era como si la capacidad de amar de mi mujer se

hubiera visto eclipsada por su obligación de hija-esposa abnegada siempre

pendiente de los absurdos requerimientos de aquel ser abyecto, que por no

tener, no tuvo ni el detalle de morirse en tiempo y forma.

***

No entiendo qué puede pasar con el número 142, que no termina de llegar. La

gente, todos con el papelín en la mano, se mira entre sí como preguntándose

quién puede ser el despistado poseedor de aquel número.

***

En un principio, desarrollé un odio visceral hacia aquel personajillo vil y

engreído. Posteriormente, amplié mis sentimientos para incluir el de

incomprensión hacia Mari Paz, por las constantes comparaciones que hacía

entre su padre y yo, entre ambos mundos ferroviarios. No dudo de que incluso

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Luis Albero

160

acaricié los celos propios de quien se ve obligado a la tensión diaria de una

pugna sabiéndose siempre perdedor.

Posteriormente, desarrollé un sentimiento nuevo, terrible y aniquilador, de

cualquier relación estable de pareja: caí en la indiferencia hacia ambos.

Siempre he pensado que la llegada de un hijo hubiese sido un revulsivo de tal

magnitud que hubiese reconducido nuestra maltrecha relación hacia los

cánones de la normalidad. De una normalidad tal, que hasta la mentalidad

retrograda, ignorante y chusca de mi suegro hubiese logrado entender e incluso

admitir.

***

El número 142 se ha debido quedar dormido en alguno de los cómodos

asientos de la estación, o quizá se ha cansado de esperar los 45 minutos que el

sistema da como tiempo aproximado de espera, y ha decidido probar suerte en

la estación de autobuses de la Sepulvedana. No lo culpo.

Llamo al siguiente.

—«Número 143, ventanilla 4». —Sé que es una grabación, pero ¡qué voz más

aterciopelada y suave tiene la maldita máquina!

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Su turno

161

Un anciano se aproxima con paso nervioso portando el papelillo del número

como si de un trofeo de tratase.

—¡¡¡Dios mío, mi suegro, don Joaquín!!!

No, es tan solo una ilusión, una mala pasada que me ha jugado mi cerebro por

estar pensando en él mientras presionaba el número.

—¡Yo! El número 143 soy yo, joven.

Qué ilusión me hace que me llamen joven. Inconscientemente, me paso la

mano por mi calva incipiente.

—¡Buenas tardes, joven! Perdone que le moleste. Quería un billete a Valencia.

Para hoy mismo. En el último tren de la tarde.

Qué abuelito más simpático. Me pide disculpas por la molestia y solicita el

billete amablemente.

—¡Faltaría más, señor mío! —le contesto con la mejor de mis sonrisas—. Voy

a procurar conseguirle una plaza en el asiento más cómodo del coche del

centro, donde es menor la vibración, y además, con la tarifa más ventajosa.

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Luis Albero

162

Me paga con unos billetes arrugados que va sacando uno a uno de un pequeño

monedero de cuero viejo y muy gastado. Le sobran un euro y ochenta y cinco

céntimos.

Paso un buen rato agradeciéndole su intención de dejarme las vueltas de

propina por lo «majo», agradable y bien educado que soy, según insiste

reiteradamente.

—Así deberían ser todos sus compañeros» —añade, mientras lanza una mirada

de soslayo a alguien ubicado a mi izquierda. Ignoro qué canalla puede haber

atendido groseramente a este ser encantador en otra ocasión.

Se aleja con el billete en una mano, su euro y ochenta y cinco en la otra y una

sonrisa por haber completado su cometido.

Visto por detrás, este abuelillo se parece más aún a don Joaquín, pero eso es

imposible: Chimo, a estas horas de la tarde, estaría dándole voces a Mari Paz,

insistiéndole en que el café con leche de la merienda está frío y así no se puede

tomar.

***

Don Joaquín Clavel y de las Encinas, Chimo, fue ferroviario, y eso lo dice

todo.

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Su turno

163

—Entonces, los ferroviarios éramos hombres de verdad, y no como ahora, que

parecéis...

—Bueno, bueno, no será para tanto —le interrumpo antes de que pueda decir

algo de lo que todos los que le oímos podamos avergonzarnos, ya que él,

seguro que no.

Fue obrero especializado de vía y obras en los años cincuenta y estaba muy

orgulloso de que en sus manos hubiera descansado la infraestructura ferroviaria

de todo un país.

La infraestructura quizá estuviese bien asegurada, pero el cupón de carril de 54

kg/m, no, ya que un aciago día se escurrió hasta el empeine de su pie izquierdo

y lo dejó cojo de por vida, privando así al país de uno de sus más férreos

puntales en el desarrollo ferroviario. Las entendederas no resultaron afectadas

por el accidente, aunque, sinceramente, dudo que hubiese algo que pudiera

haberse estropeado con la desgracia.

Desde su óptica, un maestrillo no era lo más apropiado para su hija Mari Paz.

Veía necesario que yo supiese implicarme en lo que era un gran proyecto a

escala nacional: «la Red Nacional de los Ferrocarriles Españoles».

Por esa razón, la oferta de 150 plazas de factor de entrada como vendedores de

billetes de tren fue acogida en casa de don Joaquín como el premio máximo de

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Luis Albero

164

una lotería de la que yo no tenía el más mínimo interés en jugar. Pero jugué y,

lo que es peor, gané.

***

—Oye, ¿y el 142 cuándo va? Te lo has saltado. Has atendido al vejestorio ese

antes que a mí, y yo estaba primero.

Quien así me espeta es un ser alto, delgado hasta lo increíble, pantalones

cortos, chanclas de las de «dedito» muy apropiadas para este frio mes de

diciembre, jersey tres tallas más grande que su enjuto cuerpo con un muestrario

completo de todas las manchas que en la naturaleza se pueden dar. Tirando de

una cuerda mugrosa, arrastra consigo un chucho pequeño de raza indefinida y

aspecto famélico. Y una mochila, porque aquella alucinación llevaba bien sujeta

a su mano izquierda una mochila con más suciedad de la que ojos humanos

pueden contemplar en vida y media de existencia. Estoy completamente seguro

de que si por un momento hubiese soltado la mochila, esta habría emprendido

una desesperada carrera hasta la papelera más cercana con la finalidad de poner

fin a su miserable existencia. Desde el dedo gordo de mi pie, pasando por mis

tripas, mi estómago y mi pecho, empieza a subirme una mezcla de exabrupto,

bilis e instintos asesinos. Sin embargo, solo digo:

—Sí, disculpe usted, señor, ¿qué desea?

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Su turno

165

La mirada del perrillo solo dura dos segundos, pero lo suficiente para

desarmarme, para que todo vuelva otra vez a mi dedo gordo del pie. Para que

entienda que no merece la pena contestar a aquel sinvergüenza como sin duda

él espera que lo haga. Es la mirada más intensa que he visto jamás, como

implorándome disculpas por el comportamiento de su dueño, aquel miserable

que lo lleva atado al final de una cuerda sucia y raída. El pequeño chucho me

ruega una vez más con su mirada que le facilite el billete al desgraciado que lo

solicita y les deje marcharse en paz.

Naturalmente, no puedo resistirme.

Cuando abandonan la taquilla, el perrillo arrastrado por su cuerda verde aún se

vuelve una vez más y me mira. Esta vez veo agradecimiento en sus ojos.

Extraña relación la de aquella pareja. Está claro que la grandeza de sus almas es

directamente proporcional al número de sus patas.

Pulso nuevamente el botón.

—«Número 144, ventanilla 4».

En el fondo de la sala, las personas que permanecen de pie, esperando, se

agitan; ha habido un movimiento colectivo de separación en dos mitades,

como las aguas del mar Rojo, para dejar paso a la portadora del número en

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Luis Albero

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cuestión. Algunos rostros esbozan sonrisas; otros, simplemente, dejan que sus

ojos sigan a aquella mujer. Se producen murmullos.

Desde el lugar donde los clientes aguardan, número en mano, hasta la línea de

atención y venta de billetes hay una distancia de entre 9 y 12 metros. A paso

lento y en condiciones normales, una persona tarda unos 3,5 segundos en

recorrerla.

Si se intenta caminar embutido en un pedazo de tela con el que difícilmente se

podría fabricar un pañuelo y se va precedido de aquella delantera, se tarda más,

mucho más.

A los 7 segundos, dos enormes pechos se apoyan en el mostrador de mi

taquilla. Juro que el mármol ha crujido. Un par de segundos más tarde, termina

de llegar la propietaria de aquel par de fenómenos.

—¡Hola, buenas tardes! Quería dos billetes a Cádiz para el próximo día 21 en el

tren de las 15:30.

Levanto la vista desde donde la tenía desde hacía algún rato y miro el rostro de

aquella muchacha.

Es una mujer joven, muy joven, de rostro casi infantil. Reflexiono

inmediatamente sobre cuáles pueden haber sido las causas que han empujado a

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Su turno

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aquella muchacha a someterse a los imperativos de una cirugía que ha

distorsionado hasta el ridículo aquel cuerpo tan joven. Mecánicamente, doy las

instrucciones a la máquina e imprimo los dos billetes.

—Por favor, deme dos asientos de los más amplios que tenga el tren —dice la

pobre muchacha con una sonrisa que pretende ser pícara mientras se acomoda

sobre el mostrador.

—Pierda usted cuidado, señorita, son los más amplios —le respondo con una

sonrisa que pretende ser cómplice y no pasa de triste.

***

No tengo hijos. Mari Paz nunca consideró el momento adecuado para tener

hijos y atender a don Joaquín. Eran tareas, al parecer, incompatibles y el viejo

tirano parecía estar conforme con esa decisión.

—¡Total, sois tan jóvenes aún, y a mí me queda ya tan poco en esta vida!

Sí, pero no terminaba de morirse, lo cual hubiese sido un detalle. El único que

yo le habría agradecido con sinceridad.

De todas formas, no sabría cómo afrontar que un hijo mío tomase una

decisión similar a la que aquella muchacha tomó en su día, visto su empaque,

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Luis Albero

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ahora que se aleja de mi taquilla con pasos cortitos, por el tamaño de su falda, y

vacilantes, por la imprecisión de su deformado cuerpo.

Además, parece que ya era tarde para esta clase de decisiones. Mari Paz alegó

algún tipo de comparativa culinaria (algo relativo al arroz pasado) y yo no me

hice a la idea de alargar artificialmente una relación muerta y anclarla con un

eslabón de tanta responsabilidad como es un hijo. Al menos, no con Mari Paz.

No, ya no.

***

—Manolo, voy al baño y a tomar un café —le digo a Manuel Calvo Calvo,

factor encargado de la taquilla en ese turno, aprovechando que pasa junto a mí.

Manolo simplemente gruñe y asiente, mientras echa hacia atrás su melena, que

luce con enorme rebeldía frente a sus apellidos, tanto el paterno como el

materno.

Todos los trabajadores de la terminal podemos tomarnos unos minutos para

parar en nuestra labor y disfrutar de un café, ir al baño o, simplemente, charlar

con el compañero para analizar en profundidad y de un modo científico las

razones por las cuales Cristiano Ronaldo es merecedor este año del balón de

oro, en detrimento, claro está, de Leo Messi. Estos debates no deben ser

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Su turno

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tomados a la ligera y las razones aportadas deben descansar en poderosos

argumentos.

Disponemos de una máquina automática que dispensa café en unos vasitos de

color naranja. La máquina en cuestión está ubicada en un lugar estratégico, en

un pequeño local justo enfrente del baño, lo cual es muy apropiado habida

cuenta de los efectos secundarios del brebaje. No entiendo cómo las empresas

farmacéuticas no adquieren la patente de la pócima y la venden,

aprovechándose de los resultados inmediatos y seguros que consigues por tan

solo cincuenta céntimos.

Allí, con la espalda contra la pared y la mirada enganchada en el desconchón

del techo, está mi amigo Luis Espejo de Luis, también conocido como el

Capicúa o, simplemente, Capi. Nunca supe si la razón de su nombre de guerra

se debía a la crueldad del «compañerismo» del colectivo o a la conjunción de

nombre y apellidos.

—¿Cómo lo llevas, Luis? —Nunca me tomé la libertad de usar mote alguno

con tan excelente profesional y mejor persona.

—¡Bah, como siempre! Esto de atención al cliente no está pagado. La gente se

piensa que estoy sentado en mi silla, tras el mostrador, aguardando a que ellos

vengan y me escupan todas sus frustraciones, miedos y odios sencillamente

porque el tren ha llegado 25 minutos tarde. Y cuando les digo que eso lo

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Luis Albero

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reclamen a Renfe, que yo solo atiendo reclamaciones relativas a la estación de

Adif, algunos me quieren pegar. Y no digo yo que algún día lo hagan…

—Pues dales una hoja de reclamaciones —respondo.

—Que escriban lo que quieran, contra Renfe, contra Adif o contra el Vaticano.

Ya sabes que cuando la gente tiene que escribir, se aplaca, se viene abajo, no

sabe cómo expresarse y, en definitiva, se arruga.

—Sí, pero entonces, ¿cómo van a sacar la ira que tienen dentro?

—Cada vez estoy más convencido de que desempeño una labor social. Soy

como una válvula de escape de todo lo que llevan dentro.

Como no sé qué contestar ante tan profunda reflexión del Capicúa, me despido

y vuelvo a mi puesto de venta.

—«Número 145, ventanilla 4».

Una pareja de jovencitos se acercan con un suave trotecillo.

—Hola. Dos billetes a Valencia. En el primer tren que sea posible, por favor.

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Su turno

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Me afano sobre el teclado y el ratón del sistema y, tras dos intentos fallidos por

estar los trenes completos, puedo conseguirles las dos últimas plazas juntas en

el AVE a Valencia de las 22:00, el último tren del día.

—Pero llegaremos muy tarde —dice la chica, apenas una niña, con una mirada

atemorizada.

—A las 23:45 —informo yo, muy profesional, cuando realmente me interesa

más saber las razones por las cuales a la chica le preocupa lo tardío de la hora

de llegada.

—¿La pensión está muy lejos de la estación? —pregunta ella en un murmullo al

chaval, que, sin duda, tiene la misma edad que ella (y entre ambos, dudo que

sumen 36 años).

—Junto a la plaza de toros —responde el chico muy serio, aparentando una

seguridad que no tiene.

Aunque en los protocolos de venta no nos enseñan a dar consejos a jóvenes

que se fugan de escapada de fin de semana, no puedo resistirme:

—En la estación de Joaquín Sorolla hay un bus gratuito que os llevará

directamente a la estación de Valencia Nord. La plaza de toros está justo al

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Luis Albero

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otro lado, no hay pérdida. Y a esas horas, mejor no caminéis solos por esa

zona. Buen viaje.

Se alejan de mi taquilla muy juntos, cogidos de la mano, mirándose fijamente a

los ojos y con una sonrisa cómplice que confirma a todo aquel que quiera verlo

en la terminal lo mucho que ambos se quieren. Lo suyo no es un capricho

adolescente; es un amor puro, sin interferencias, como el que solo dos jóvenes

pueden profesarse cuando la vida aún no ha empezado a golpearlos. Yo ya no

recuerdo si alguna vez fui joven, si alguna vez he amado a Mari Paz de aquella

forma tan evidente.

El sistema decide entrar en un profundo estado de reflexión, así que yo,

respetuoso con todos, incluso con las máquinas, decido no importunarlo y

dejar que se sumerja en sus operaciones. Unas operaciones que, a guisa de

pensamientos, amenazan con dejar el sistema inoperativo por un buen rato.

Oigo un coro de protestas y maldiciones que proceden del resto de los pupitres

en los que operan mis compañeros.

Ahora que las condiciones son favorables tanto para Adif como para Renfe,

parece que renace la vieja idea de que los puestos de venta presenciales

(entiéndase, aquellos adornados con nuestra presencia, la de los factores) van a

ser transferidos de nuevo al operador Renfe. No entiendo en qué puede

favorecer eso a la competencia entre operadores, aunque tampoco me importa

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Su turno

173

mucho, habida cuenta del escaso interés que en mí despierta la rivalidad

comercial entre distintas empresas que explotan el ferrocarril de viajeros. Total,

solo hay una: Renfe. La vieja y querida Red Nacional de los Ferrocarriles

Españoles. Estoy convencido de que, de producirse el trasvase de esa función

entre ambas empresas, las únicas consecuencias serán el color de mi uniforme

(del verde oliva de Adif al magenta rabioso de Renfe) y, si cabe, algún pequeño

incremento en el magro peculio que percibimos para así tranquilizar

conciencias, alegrar a sindicalistas y mostrar al mundo la magnificencia de la

empresa pública española.

Hoy en día se están instalando multitud de sistemas automáticos de venta de

billetes que se colocan en las estaciones, y también está la opción de internet.

Alguien aseguraba el otro día que podía sacar un tique a Sigüenza a través de su

reloj de pulsera; si el Doncel levantara la cabeza...

Realmente, no sé si alguien ha reparado en que somos nosotros, los

vendedores de títulos de transporte, los únicos empleados de Renfe o Adif que

mantenemos un breve contacto con eso que antes se llamaba viajeros y ahora,

buscando un concepto más empresarial, se sacraliza con el nombre de clientes.

Ya no están los alegres maleteros que hacían corretear tras ellos a los pasajeros

en busca del andén y el tren adecuados. Solo estos personajes sabían cómo

moverse y llegar a tiempo para dejar a viajero y equipajes a salvo tanto en las

salidas como en las llegadas de trenes.

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Luis Albero

174

Han desaparecido las grandes islas de información, donde se podían consultar

desde los horarios de próximas combinaciones de tren a la localización de

pensiones u hoteles adecuados en las proximidades.

Hoy en día existen unas pantallas muy sofisticadas que te informan de todo

aquello que alguien ha decidido que debe ser de tu interés, con independencia

de que lo sea o no. No es ni bueno ni malo; es, simplemente, distinto.

De repente, el sistema cobra vida y aprovecho pasa pulsar el botón de llamada

de un nuevo cliente.

—«Número 146, ventanilla 4».

Ya llevaba algún tiempo caracoleando ante mi ventanilla aquella encantadora

anciana. Si Agatha Christie hubiese dejado escapar de entre las páginas de sus

novelas el prototipo de viejecita encantadora, sin duda, yo la tenía delante.

—Un billete en coche cama a París; en gran clase, por favor.

—«¿Ves? —me digo a mí mismo— Sin duda alguna, esta apacible ancianita se

dirige a Paris a hacer trasbordo en el Orient Express y luego hacia los confines

del imperio británico de Oriente».

—Son billetes caros, señora. ¿Pagará con tarjeta de crédito?

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—No, joven, en metálico —afirma con rotundidad mientras abre su enorme

bolso, que sin duda alguna perteneció al atrezzo de la película Mary Poppins.

Saca una gran cantidad de billetes de 50 € y un par de billetes de 100 €. Los

recojo y los cuento parsimoniosamente.

—Disculpe, joven; mejor le doy más billetes de 100 € que de 50 € porque si no

me quedaré sin cambio.

Después de efectuar tres o cuatro cambios más de distintos tipos de billetes,

recoge sus títulos y se pierde entre la multitud de la terminal.

Estoy seguro de que, dentro de aquel enorme bolso, aquella mujer no solo lleva

una importante cantidad de dinero en efectivo, sino la imprenta con la que la

Fábrica Nacional de Moneda y Timbre del país satisface la necesidad de

circulación de efectivo.

—¿Qué quería la Gertru? —pregunta un compañero dos pupitres más a la

izquierda del mío—. Ten cuidado con ella: los compañeros de la mañana la

conocen bien y dicen que es la mejor trilera de la ciudad.

Un sudor frío me recorre la espalda. Rápidamente, efectúo un cierre parcial de

cuentas de mi pupitre y un recuento de efectivo del cajón de monedas.

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Luis Albero

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Aquel vejestorio, aberración escapada no de las tiernas novelas de Christie, sino

de los relatos de pesadillas de Stephen King, me ha birlado 100 € y me ha

dejado un pufo de otros 100 € en forma de dos hermosísimos billetes de 50 €,

a todas luces falsos. Me paso los últimos 45 minutos de mi jornada dando

explicaciones a mi jefe de aquel desastre.

Así viaje a Estambul en el Orient Express y caiga presa de las hordas otomanas

que ataquen el tren, aunque si esto sucediera, estoy seguro de que ese personaje

no les dejaría ni el turbante.

Resignado, presiono nuevamente el botón de llamada.

—«Número 147, ventanilla 4».

Quedan pocos clientes en la sala, que serán atendidos por mis compañeros. Yo

estoy terminando mi jornada y sigo sin tomar la decisión sobre los

interrogantes que todos los días a estas mismas horas me planteo. Cuando llega

el momento de cerrar el pupitre, hacer cuentas, entregar el efectivo y volver a

casa, últimamente pienso si deseo hacerlo, y volver a mi vida anodina, apática y

gris. Nadie más se acercará hoy a mi pupitre.

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Su turno

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Yo soy el número 147 y ya estoy en la ventanilla número 4. Mis manos se

posan sobre el teclado, pero no tengo el valor necesario para pulsar ninguna

tecla.

La sala está casi vacía, pero capto un movimiento imperceptible. Allí, sentado

en medio de la nada y meneando nerviosamente su cola me miran los ojos de

aquel perrillo. Sin duda, ha escapado del canalla impresentable que esta tarde lo

arrastraba tirando de la cuerda verde que aún pende de su cuello.

—«¡Ánimo! —me dicen aquellos ojos—. No lo dudes. Emprende el viaje de tu

vida. Nunca es tarde hasta que el tren no parte. Aún tienes la capacidad de

amar, el deseo y la necesidad de hacerlo. Puedes rehacer tu trayecto, aunque

este no sea ferroviario. Ve, toma tu decisión libremente sin estar condicionado

por nadie; pero, por favor, llévame contigo».

Mis dedos cobran vida como por arte de magia y golpean con total decisión el

teclado del sistema de emisión de billetes. Voy respondiendo las preguntas que

la pantalla me plantea:

—«¿Destino?».

—Monforte de Lemos.

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Luis Albero

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—«¿Fecha?».

—Hoy.

—«¿Número de billetes?».

—Uno de adulto y medio de mascota.

—«¿Tamaño de la mascota?».

—Pequeño, pero muy inteligente.

—«¿Vuelta?».

—Sin regreso.

Pulso Enter e imprimo mi billete.

Su turno

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¡Participa!

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EPÍLOGO

¡Bienvenidos!

Sí, sed todos bienvenidos. Vosotros, las nuevas generaciones que os

incorporáis a este mundo apasionante.

Porque el ferrocarril, en todas sus versiones, ya sea explotación del transporte o

gestión de su infraestructura, es un área tan fundamental para el desarrollo de

un país que no se concibe un Estado moderno de espaldas al tren. Trabajar en

él es todo un honor y un privilegio. Es algo más que una simple ocupación.

Y vosotros, a partir de ahora, formáis parte de él. Y estamos seguros de que, al

igual que muchas generaciones antes que la vuestra, pondréis toda la pasión en

el desempeño de vuestras funciones, haciendo uso de vuestros conocimientos,

entusiasmos, empuje propio de vuestra juventud y alguna que otra experiencia

propia o ajena de la cual podáis echar mano.

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No importa que seas hombre o mujer. Tendréis el mismo salario, la misma

consideración, las mismas oportunidades. Hoy ya no hay discriminación. Pero

la hubo, y hay que estar vigilante para que no vuelva, para que la valía sea

reconocida por encima del sexo y podáis superar la inquietud que se sentía al

subirse a un tren conducido por una mujer. Había que tener un poco de valor

para ello, ¿verdad Ana?

Vais a desarrollar vuestra tarea formado parte de un equipo. No lo olvidéis

porque cooperar en él, buscando el mismo fin, os permitirá crecer, levantar la

vista y hacerlo todo con la contundencia del martillo pilón propiedad de

Agustín sin que en ningún momento sintáis el vértigo del tiovivo.

Estáis naciendo dentro de esta empresa y haréis cosas, muchas de ellas muy

interesantes. Id más allá de hacerlas porque sí, porque os lo mande vuestro jefe,

tenga este los tipos de lenguaje que tenga, y si no estáis conformes, no os lo

calléis; exponedlo razonada y sosegadamente. Javier ya nos ha enseñado las

ventajas de hacerlo en sus maravillosas recomendaciones a su hija Julia.

Tendréis que dedicar un tiempo y un esfuerzo adicionales en vuestra formación

permanente. El conocimiento técnico del puesto que desempeñéis, sea cual sea,

os dará la seguridad que precisáis para tomar decisiones, unas decisiones de las

que dependerá vuestro equipo. Tomás sabe mucho de ello. Toda su vida

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183

laboral ha girado sobre este principio tan básico como olvidado, ahora que se

imponen las ayudas externas a la empresa en aras de la especialización.

Sí: formación, formación y más formación. Nunca sobrará para así poder

prever la avería. Aquella avería que, según Juan, no tendría razón de ser.

Aunque esta no sea física, propia de las instalaciones. También hay averías en la

organización, de esas que se superan analizando correctamente otro papel más.

Juanjo sabe muy bien de su importancia.

Sí, sed bienvenidos. Os deseamos toda la suerte del mundo en vuestro nuevo

cometido, aunque lamentamos informaros de que no contaréis con la ayuda de

un perrillo de mirada inteligente y rabo nervioso que os ayude a tomar las

decisiones apropiadas en vuestra nueva vida.

¡¡MUCHA SUERTE!!

Dejando huella

PRIMERA PROMOCIÓN, AÑO 2018

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Índice

Prólogo: Sara Ugarte Alonso-Vega…..……..……………………………… 5

Ana Blanco ................................................................................................................. 9

Agustín Ruiz ............................................................................................................. 25

Javier Méndez ........................................................................................................... 57

Tomás Vega .............................................................................................................. 87

Juan Cabello ............................................................................................................105

Juanjo Gómez ........................................................................................................139

Luis Albero .............................................................................................................151

Epílogo…..………………………………………………………………181

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