Denise Levertov

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  • Denise LevertovSeleccin de Poemas

    ESTABLECERSE

    Fui bienvenida aqu al oro claro

    del verano tardo, del otoo de estreno,

    al guila del amanecer asolendose en el rbol ms alto,

    a la montaa que se revela sin nubes, a su nieve

    teida de damasco cuando mira al oeste,

    paciente, en su determinacin, con el sol incansable

    siempre asomando y ocultndose.

    Ahora me es dado

    probar el gris presagiado por todos,

    un gris denso y helado a la vez. Me jact de que no me importara,

    porque nac en Londres. Y no me importar.

    Voy a poner manos a la obra

    en mis das, vine a quedarme, no de visita.

    El gris es el precio

    de la vecindad con las guilas, de saber

    de la presencia enorme de una montaa, vase o no.

    ESTADAS EN EL MUNDO PARALELO

    Vivimos nuestras vidas de pasiones humanas,

    de crueldades, sueos, conceptos,

    delitos y el ejercicio de la virtud

    en y junto a un mundo carente

  • de nuestras preocupaciones, libre

    de aprehensin --aunque afectado,

    s, por nuestros actos. Un mundo

    paralelo al nuestro pero superpuesto.

    Lo llamamos Naturaleza y slo con renuencia

    admitimos ser Naturaleza nosotros tambin.

    Cuando perdemos de vista las obsesiones,

    los egosmos, porque erramos un minuto,

    una hora, incluso, de reaccin pura (o casi pura)

    a esa vida plcida:

    nube, pjaro, zorro, el fluir de la luz, el peregrinaje

    danzante del agua, la quietud inmensa

    de la efmera hechizada en el vidrio de una ventana,

    las voces animales, el zumbido mineral, el viento

    en dilogo con la lluvia, el ocano con la roca, el tartamudeo

    entre el fuego y el carbn-- Luego, algo atado

    en nosotros, como un burro en su metro

    de cardo y pasto ralo, se libera.

    Nadie sabe dnde estuvimos, cuando nos traen

    de nuevo a nuestra esfera (adonde, s, debemos

    volver para avanzar en nuestros destinos)

    --Pero hemos cambiado, un poco.

    LOS ELFOS

    Los elfos no son ms pequeos

    que los hombres, y caminan

    como ellos, sobre este mundo,

    pero con ms gracia que la mayora,

    y no son inmortales.

  • Su belleza los aparta

    de los dems hombres y mujeres

    a menos que una lleve en s ese fuego fro

    llamado poeta: con eso

    puede verlos y por su luz

    la reconocen y no le temen

    y las lenguas de plata del amor

    parpadean entre ellos.

    HABLNDOLE A PENA

    Ah, Pena, no debera tratarte

    como a un perro sin dueo

    que viene hasta mi puerta

    por un mendrugo, o un hueso pelado.

    Debera confiar en t.

    Debera convencerte

    de que entres en mi casa y darte

    tu propio rincn,

    una alfombra rada donde echarte,

    tu propio plato de agua.

    Crees que no s que has estado viviendo

    bajo mi portal.

    Anhelas que tu lugar definitivo est listo

    antes que llegue el invierno. Necesitas

    tu nombre,

    tu collar y medalla. Necesitas tener

    el derecho de espantar a los intrusos,

  • para considerar tuya

    a mi casa

    y a m tu persona

    y a t misma

    mi perro.

    LA TERCERA DIMENSIN

    Quin me creera

    si dijera, Me agarraron y

    me abrieron

    del crneo a la entrepierna, y

    todava estoy viva, y

    me paseo complacida con

    el sol y con toda

    la generosidad del mundo. La sinceridad

    no es tan simple:

    una sinceridad simple

    no es ms que una mentira.

    Acaso los rboles

    no esconden el viento

    entre sus hojas y

    murmuran?

    La tercera dimensin

  • se esconde.

    Si los obreros de la calle

    parten las piedras,

    las piedras son piedras:

    a m el amor

    me parti en dos

    y estoy

    viva para

    contar el cuento pero no

    sinceramente:

    las palabras

    lo cambian. Deja que sea

    aqu bajo el dulce sol

    una ficcin, mientras yo

    respiro, y cambio el paso.

    HIMNO A EROS

    Oh Eros, silencioso sonriente, escchame.

    Deja que la sombra de tus alas

    me acaricie.

    Deja que tu presencia

    me envuelva, como si la oscuridad

    fuese un velln.

  • Djame ver esa oscuridad

    lmpara en mano,

    esta patria se convierte

    en la otra patria

    sagrada para el deseo.

    Amodorrado dios,

    detn las ruedas de mi pensamiento

    para que slo escuche

    la nieve silenciosa de

    tu abrazo.

    Encierra a mi amado conmigo

    en el anillo de humo de tu poder,

    para que seamos, el uno para el otro,

    figuras de fuego

    figuras de humo

    figuras de carne

    vistas nuevamente en el ocaso.

    SOBRE EL MISTERIO DE LA ENCARNACIN

    Es cuando por un momento enfrentamos

    lo peor de nuestra naturaleza, y nos estremece

    saber de la mancha en nosotros mismos, ese espanto

    rompe la cscara del entendimiento y penetra el corazn:

    ni a una flor, ni a un delfn,

    a ninguna forma inocente

    sino a esta criatura vanidosa, segura

    de que ella y no otra fue hecha a imagen de Dios,

    Dios (compadecindose de nuestro vil

    fracaso para evolucionar) nos confa

    como husped, como hermano,

    a la Palabra.

  • CANCIN PARA ISHTAR

    La luna es una puerca

    que grue en mi garganta

    Su enorme brillo me atraviesa

    y el barro de mi agujero reluce

    y estalla en burbujas de plata

    Ella es una puerca

    y yo una cerda y una poeta

    Cuando abre sus labios blancos

    para devorarme le devuelvo el mordisco

    y la luna se sacude de risa

    En lo oscuro del deseo

    nos estremecemos y gruimos, gruimos y

    brillamos

    CAEDMON

    Los dems hablaban como si

    la conversacin fuese una danza.

    Yo, campesina, iba a romper la ronda

    con mis pies torpes.

    Pronto aprend

    a agazaparme

    junto a la puerta:

    cuando la charla empezaba

    me despintaba la boca escabullndome

  • de nuevo al establo

    con las clidas bestias

    muda entre los ruidos corporales

    de los simples.

    Vea

    al agitarse el aire iluminado

    las motas de oro

    movindose de la sombra a la sombra

    lentas en ese despertar

    de suspiros serenos.

    Las vacas

    masticando o revolvindose o quietas. Y yo

    en casa y sola a la vez. Hasta que

    el ngel sbito me aterroriz una luz que borr

    mi rayo endeble,

    un bosque de antorchas, plumas de fuego, chispas volando:

    pero las vacas tranquilas

    como siempre, y nada se incendiaba

    excepto yo, cuando esa mano de fuego

    toc mis labios y abras mi lengua

    y arrastr mi voz

    hasta la pista de baile.

    CONTRABANDO

    El rbol del conocimiento era el rbol de la razn.

    Es por eso que probarlo

    nos arroj del Edn. Esa fruta

    era para secar y moler hasta volverla un polvo fino,

    un condimento para usar una pizca a la vez.

    Probablemente Dios tena pensado hablarnos

    ms adelante sobre este nuevo deleite.

  • Con l nos llenamos la boca,

    atragantndonos de pero y cmo y si,

    y de nuevo pero, sin saber.

    Resulta txico en grandes cantidades, los vapores

    se enroscaron en nuestras cabezas y en torno de nosotros

    formando una nube densa que endureci como el acero,

    un muro entre nosotros y Dios, Que era el Paraso.

    No es que Dios no sea razonable, es que la razn

    en semejante exceso era tirana

    y nos encerr entre sus lmites, una celda pulida donde

    se reflejaban nuestros propios rostros. Al otro lado

    de ese espejo vive Dios,

    pero a travs de la hendija donde la valla no alcanza

    a tocar el piso, se las arregla

    para colarse una luz que se filtra,

    esquirlas de fuego, una msica que se oye

    luego se pierde, y luego se oye otra vez.

    NUESTROS CUERPOS

    Nuestros cuerpos, todava jvenes

    bajo la grabada ansiedad de nuestros

    rostros, e inocentemente

    ms expresivos que rostros:

    pezones, ombligo y vello pblico

    hacen de todos modos una

    especie de rostro: o considerando

    las sombras redondeadas

    en pecho, nalga, cojones

    lo regordete de mi vientre, el

    hueco de tu

    ingle, como una constelacin,

  • cmo se inclina desde la tierra

    hasta el amanecer en un gesto de

    juego y

    sabia compasin

    nada como esto

    viene a darse

    en ojos o pensativas

    bocas.

    Amo

    la lnea o surco

    que desciende

    por mi cuerpo del esternn

    a la cintura. habla de

    anhelo, de

    distancia.

    Tu larga espalda,

    color de arena y

    configuracin de huesos,

    dice lo que a la puesta del sol dice el cielo

    casi blanco

    sobre un profundo bosque al

    que vuelve una manada de cornejas

    UN RBOL HABLA SOBRE ORFEO

    Alba blanca. Quietud. Cuando el murmullo comenz

    pens que era una rfaga de viento, que llegaba del mar a nuestro valle

    con rumores de sal, de horizontes sin rboles. Pero la niebla plida

    no se movi; las hojas de los otros quedaron extendidas,

  • en reposo.

    Sin embargo, el murmullo estaba cada vez ms cerca y sent

    un cosquilleo atravesar mis ramas exteriores, casi como si

    hubieran encendido un fuego desde abajo, demasiado cerca,

    y hasta las ramas ms pequeas

    se secaran, doblndose hacia adentro.

    Y sin embargo, no estaba asustado,

    slo completamente alerta.

    Yo fui el primero en verlo,

    porque me ergua en la ladera, detrs de los dems.

    Un hombre, pareca: dos

    tallos en movimiento, el tronco breve, dos

    ramas como brazos, flexibles, cada una con cinco

    ramitas deshojadas en la punta,

    y la cabeza coronada por un pasto marrn o a lo mejor dorado,

    con una cara sin pico como los pjaros,

    ms parecida a la cara de una flor.

    Cargaba algo

    hecho con una rama, doblada cuando an estaba verde,

    con sarmientos trenzados y tensados a lo largo. De eso,

    cuando lo tocaba, y de su voz,

    que a diferencia de la voz del viento no se vala de

    nuestras hojas y ramas para dar su sonido,

    provena el murmullo.

    Pero no era ya un murmullo (l se haba acercado

    y detenido en mi primera sombra): era una ola que me ba

    como si un aguacero

    brotara desde abajo y desde los costados

    en lugar de caer.

    Y lo que yo senta ya no era un cosquilleo seco:

    De repente me vi cantando junto a l, y sent que saba yo tambin

    lo que sabe la alondra; toda mi savia

    buscaba el sol que ya se haba levantado, la niebla estaba disipndose,

    el pasto se secaba, y sin embargo mis races sentan que la msica

  • las nutra debajo de la tierra.

    l se acerc aun ms, se recost en mi tronco:

    la corteza tembl como una hoja que est a punto de abrirse.

    Msica! Cada una de mis ramas

    se estremeci de jbilo y temor.

    Cuando empez a cantar

    la msica dej de ser slo sonido:

    hablaba, y yo escuchaba, como jams escuch antes un rbol,

    y el lenguaje lleg desde la tierra

    a mis races,

    se meti en mi corteza

    desde el aire,

    y en los poros de mis brotes ms tiernos

    con la delicadeza del roco

    y no haba palabra de su canto que yo no comprendiera.

    Cantaba sobre viajes,

    de adnde van la luna y el sol mientras nosotros nos quedamos a oscuras,

    de un viaje bajo tierra que soaba emprender alguna vez,

    ms hondo que las races

    Cantaba de los sueos de los hombres, de guerras, de pasiones y de penas,

    y yo, que soy un rbol, entend las palabras. Ay! Pareca que mi spera corteza

    iba a quebrarse como la de un retoo que se apura en crecer en primavera

    y una helada tarda lo sorprende.

    Cantaba sobre el fuego,

    al que temen los rboles, y yo que soy un rbol, al calor de sus llamas me alegr.

    Nuevos brotes nacieron en m, aunque ya era bien entrado el verano.

    Su lira (ahora s cmo le dicen)

    pareca estar hecha a la vez de fuego y hielo, y sus cuerdas flamearon

    hasta mi copa.

    Yo volva a ser semilla.

    Era un helecho en el pantano.

    Era carbn.

  • Y ah en el corazn de mi madera

    (tan cerca estaba de volverme hombre o dios)

    haba algo as como un silencio, como una enfermedad,

    algo que se parece a eso que los hombres llaman aburrimiento,

    algo

    (el poema baj un tono, como baja un arroyo sobre piedras)

    que enfriara la llama de una vela, incluso mientras arde, dijo l.

    Fue entonces,

    cuando en el apogeo de su fuerza,

    que al alcanzarme me cambi,

    hacindome sentir que me desplomara,

    que el cantor comenz

    a abandonarme. Lentamente

    se apart de mi sombra meridiana, y sali hacia a la luz,

    las palabras saltaban y bailaban encima de sus hombros de regreso hacia m,

    y los tonos fluviales de su lira lentamente se hacan

    un murmullo

    de nuevo.

    Y yo,

    aterrorizado,

    pero sin duda alguna

    de qu deba hacer

    con angustia, apremiado,

    arranqu de la tierra una raz tras otra,

    el suelo retumbaba y se quebraba, se desgranaba el musgo,

    y tras de m los otros: mis hermanos,

    olvidados desde el amanecer. Ellos tambin lo haban

    odo desde el bosque,

    y dolorosamente arrancaban sus races

    de entre capas y capas milenarias de hojas muertas,

    removiendo las piedras,

    liberndose

    de sus profundidades.

  • Cualquiera esperara que la lira y la voz

    dejaran de escucharse

    en el fragor de la tormenta, pero no haba tormenta

    ni viento, solamente

    el aire que agitaban nuestras ramas y troncos al moverse.

    Pero la msica!

    La msica llegaba hasta nosotros.

    Dificultosamente,

    tropezando con nuestras propias races,

    con un crujir

    de hojas en respuesta,

    nos pusimos a andar para seguirlo.

    Todo el da estuvimos siguindolo, subimos y bajamos las colinas.

    Y a bailar aprendimos:

    porque l se detena donde el suelo era llano,

    y con su canto nos haca saltar y dar vueltitas

    unos alrededor de otros, dibujando figuras al antojo de la lira.

    Y l se rea hasta las lgrimas al vernos, de tan feliz que estaba.

    Cuando cay la tarde

    llegamos a este sitio donde estamos ahora, a esta lomada con su bosque aoso

    que entonces era slo pasto.

    Y con la ltima luz, enton una cancin de despedida.

    Aquiet nuestro anhelo.

    Con su canto volvi nuestras races resecas por el sol a la tierra,

    y les dio agua: una lluvia de msica tan suave

    que casi no la oamos

    llovi la noche entera en medio de la oscuridad sin luna.

    Al alba, ya no estaba.

    Desde entonces, hemos estado aqu,

    en nuestra nueva vida.

    Seguimos esperndolo.

    Pero l no ha vuelto an.

    Dicen que hizo su viaje debajo de la tierra,

  • y que perdi lo que buscaba.

    Lo derribaron, dicen,

    y cortaron sus miembros para usarlos de lea.

    Y dicen, adems,

    que segua cantando su cabeza, y que cantando

    por la corriente fue arrastrada al mar.

    Tal vez ya no regrese.

    Pero lo que vivimos

    nadie puede quitrnoslo.

    Vemos ms.

    Y sentimos,

    con cada nuevo anillo que sumamos,

    algo que impulsa nuestras ramas y extiende ms all nuestras ltimas hojas.

    Los pjaros y el viento,

    no suenan peor que antes, sino ms claramente:

    con dolor nos recuerdan el da en que bailamos

    y la msica.

    Denise Levertov: Ilford, Essex 1923 1997) escritora, poeta, crtica y traductora inglesa, nacionalizada estadounidense. La obra potica de Levertov se relaciona con variados temas, especialmente el amor ertico, la poltica y la guerra, teniendo una postura marcadamente antibelicista. Se relacion con el misticismo y el trascendentalismo.