Derecho y lenguaje

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Elementos para una aproximación hermenéutica del lenguaje jurídico

Dra. María del Carmen Platas Pacheco Septiembre de 2007

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ELEMENTOS PARA UNA APROXIMACIÓN HERMENÉUTICA DEL LENGUAJE

JURÍDICO

Lo que se aparta de los usos ordinarios consigue, desde

luego, que la expresión aparezca más solemne, pues lo mismo

que les acontece a los hombres con los extranjeros y con sus

conciudadanos, eso mismo les acontece también con la

expresión. Y por ello conviene hacer algo extraño en lenguaje

corriente, dado que se admira lo que viene de lejos, y todo lo

que causa admiración, causa asimismo placer.

Aristóteles, Retórica L. III

Para el estudio y mejoramiento del derecho en las sociedades actuales es necesario el

análisis del lenguaje. Esta mejoría es proporcional al perfeccionamiento de los criterios

jurídicos para usar el lenguaje. El interés que muestra el derecho hacia el estudio de éste

no procede del hecho de que los hombres evidentemente hablan, sino de la pregunta ¿por

qué las cosas se llaman del modo como son nombradas por el hombre?, o ¿por qué las

cosas tienen ese nombre y no otro? Esta importancia dada al lenguaje se encuentra ya desde la antigua Grecia, donde se reconocía que gracias a él es posible transmitir el

conocimiento

Aristóteles afirma en La Política que gracias al lenguaje el hombre es social, con ello le

da la importancia que debe asumir el derecho hacia este tema cuando dice: la razón por la

cual el hombre es un ser social, más que cualquier abeja y que cualquier animal

gregario, es evidente: la naturaleza no hace nada en vano, y el hombre es el único ser

que tiene palabra, que la utiliza para manifestar lo conveniente y lo perjudicial, así como

lo justo y lo injusto.1

Es precisamente en función del lenguaje que éste cumple la función de comunicarse, esto

se debe al carácter social del hombre, y el derecho es la forma social por excelencia, es

una constante en la conformación de las sociedades. Así pues, desde la perspectiva jurídica que aquí nos ocupa existen dos propósitos fundamentales en el lenguaje: describir

situaciones como en los enunciados científicos, es decir, los declarativos y provocar

conductas, que es un aspecto dinámico, como en las normas del derecho o de la moral,

es decir, los enunciados normativos cuyo cometido es claramente prescribir un orden

en las conductas.

El lenguaje es el vehículo natural para la manifestación del derecho; la

realidad de la experiencia de la palabra, es un hecho sine qua non de la

existencia jurídica. Diversos autores han puesto de manifiesto este carácter

lingüístico y dialogante del derecho, haciéndolo incluso depender del

lenguaje; de manera que las prescripciones -escribe von Wright- presuponen

el uso del lenguaje en la formulación de las normas2, y en coincidencia con

Kalinowski, es evidente que todo término jurídico es o se manifiesta a través

de una expresión lingüística3. Sin embargo, la realidad del derecho es mucho

1 ARISTÓTELES, Política, 1253a 10, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1999. 2 WRIGHT, George Henrik von, Norma y acción. Una investigación lógica, Tecnos, Madrid, 1970, p. 110. 3 KALINOWSKI, George, Introducción a la lógica jurídica, Eudeba, Buenos Aires, 1973, p. XIV.

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más compleja que la sola consideración del leguaje, el reconocimiento del

carácter lingüístico del derecho exige hacerse cargo que éste requiere un

lenguaje para ser formulado como instrumento necesario de expresión y

posibilidad de conocimiento y comunicación4.

En consecuencia, la sociedad se expresa por medio del lenguaje jurídico que

requiere del reconocimiento y la creación de leyes para conseguir su progreso

y perfeccionamiento, sin ellas cualquier intento de convivencia societaria

resulta infructuoso. El derecho se entiende entonces como máxima expresión

de la razón societaria para la procuración de la paz y la armonía. Mediante el

orden racional que suponen las normas jurídicas, la sociedad realiza los fines

que le son propios y éstos se concretan en la consecución del bien común, para

lograrlo, la estructura normativa es indispensable, porque los individuos deben

ajustar su conducta a esas prescripciones y en función de ellas los jueces

aplican y prescriban el orden societario.

Se advierte entonces que en el hacer del derecho es necesario un análisis del

lenguaje, entre otros aspectos, para la elaboración y prescripción de las leyes.

Los problemas a los que se enfrenta el derecho, en tanto ciencia práctica que

rige el hacer societario, exigen atención a la forma en que se construye y

aplica el discurso jurídico. Además, la realidad del lenguaje es tan amplia que

el derecho mismo es lenguaje, y, sin embargo, no lo agota, por lo tanto

podemos afirmar que la disciplina jurídica es una actividad del lenguaje.5

A partir de la consideración del derecho como constante social, la lingüística

ha tomado interés por el hacer jurídico, es decir, la sociología, la historia y la

psicología han puesto de manifiesto la necesidad de comprender el fenómeno

social como inseparable de un conjunto normativo que dota de entidad a las

constantes del comportamiento humano, de estos estudios se deriva la

comprensión del derecho como ciencia normativa y prescriptiva de las

conductas, concibiéndolo como un sistema de comunicación interhumana, al

igual que la economía y la historia, en especial por lo que respecta a las

diversas formas de parentesco que pueden encontrarse en las culturas.6

4 MAZZARESE, Tecla, ―Interpretazione giuridica come traduzione: Tre letture di un analogía ricorrente‖, Ars

interpretandi, núm. 5, 2000, p. 175. 5 Cfr. STONE, Christopher (University of Southern California), From a language perspective. En The Yale

Law Journal; vol. 90, nº 5; april, 1981, New Haven, Conn, p. 1149. 6 Al respecto confrontar la obra de, LÉVI-STRAUSS, Claude, Antropologie estructurale, Plon, Paris, 1958.

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El lenguaje jurídico es ante toda realidad social, hacer y costumbre que dota

de significado las conductas humanas, de esta reflexión se deriva su doble

carácter, como lenguaje común y como lenguaje especial7, en cuanto a la

dimensión común, queda claro que no se trata de un lenguaje artificial, a

manera del propio de las matemáticas o de las ciencias especulativas en

general, caracterizado por el rigor y la precisión formal, donde los problemas

de significado se resuelven acotando con precisión la extensión de los

conceptos.

En cuanto a la dimensión especial, diversos conceptos jurídicos adquieren

significados específicamente jurídicos, ya sea por la inexistencia del mismo en

el lenguaje común o por la significación, de manera que existen diferencias

relevantes. Así lo entiende Putnam al sostener la hipótesis de la universalidad

de la división del trabajo lingüístico, esto es, que toda comunidad lingüística

posee al menos algunos términos cuyos correspondientes “criterios” sólo los

conoce un subconjunto de los hablantes que los aprendieron y cuyo uso por

parte de los restantes depende de una cooperación estructurada entre éstos y

los hablantes de los subconjuntos relevantes8. Así las cosas, el lenguaje

jurídico es de naturaleza constitutiva y tiene una función prescriptiva.

En consecuencia, para el estudio y mejoramiento del derecho en las

sociedades actuales es necesario el análisis del lenguaje. Esta mejoría es

proporcional al perfeccionamiento de los criterios jurídicos para usar el

lenguaje. El interés que muestra el derecho hacia el estudio de éste no procede

del hecho de que los hombres evidentemente hablan, sino de la pregunta ¿por

qué las cosas se llaman del modo como son nombradas por el hombre?, o ¿por

qué las cosas tienen ese nombre y no otro? Esta importancia dada al lenguaje

se encuentra ya desde la antigua Grecia, donde se reconocía que gracias a él es

posible transmitir el conocimiento, porque —como dice Gerardo Dehesa— El

lenguaje es la piedra angular de la civilización.9

Aristóteles afirma en La Política que gracias al lenguaje el hombre es social,

con ello le da la importancia que debe asumir el derecho hacia este tema

cuando dice: la razón por la cual el hombre es un ser social, más que

cualquier abeja y que cualquier animal gregario, es evidente: la naturaleza

7 Cfr. WRÓBLEWSKI, Jerzy, Constitución y teoría general de la interpretación jurídica, Cívitas, Madrid,

1985, pp. 10-30. 8 PUTNAM, Hilary, ―El significado de ―significado‖‖, Ll. M. Valdés Villanueva (Ed.) La búsqueda del

significado, Tecnos-Universidad de Murcia, Madrid, 1991, p. 146. 9 DEHESA, Gerardo, Etimología Jurídica, Poder Judicial de la Federación, Suprema Corte de Justicia de la

Nación, México, 2003, pp. 23 –24.

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no hace nada en vano, y el hombre es el único ser que tiene palabra, que la

utiliza para manifestar lo conveniente y lo perjudicial, así como lo justo y lo

injusto.10

Respecto a este mismo tema, el suizo Ferdinand de Saussure, padre

de la lingüística moderna, afirma que: la lengua es un producto social de la

facultad del lenguaje y al mismo tiempo un conjunto de convenciones

necesarias adoptadas por el cuerpo social, para permitir el ejercicio de esta

facultad entre los individuos.11

Es precisamente en función del lenguaje que éste cumple la función de

comunicarse, esto se debe al carácter social del hombre, y el derecho es la

forma social por excelencia, es una constante en la conformación de las

sociedades. Así pues, desde la perspectiva jurídica que aquí nos ocupa existen

dos propósitos fundamentales en el lenguaje: describir situaciones como en

los enunciados científicos, es decir, los declarativos y provocar conductas,

que es un aspecto dinámico, como en las normas del derecho o de la moral,

es decir, los enunciados normativos cuyo cometido es claramente prescribir

un orden en las conductas.

Uno de los signos esenciales en la configuración de las civilizaciones tiene

que ver con la lengua como vehículo racional de su intercambio societario, ya

desde esa consideración se advierte el aspecto jurídico. Sin embargo, la

extensión, frecuencia y precisión de las construcciones y de los conceptos

jurídicos dependerán del grado de interés que muestre cada comunidad hacia

el derecho, siendo una realidad que éste adquiere forma sólo mediante el

lenguaje, porque se halla vinculado existencialmente a él.12

El derecho

positivo tiene como condicio sine qua non la lengua oral o escrita para su

conformación cabal, pues de otro modo las ideas jurídicas resultarían

inaprensibles para los demás, y las elementales prescripciones del orden

societario serían imposibles de ser asimiladas en la cotidianidad de la polis.

Es de destacar la capacidad creadora que el lenguaje jurídico supone

en tanto que define su objeto de estudio, su método y el fin que, como ciencia ordenadora de la conducta societaria, le es propio. En otras palabras, el lenguaje a través del que se formula el derecho establece lo que tiene valor jurídico (p. ej., lo que es lícito o ilícito) y determina en qué sentido lo que tiene valor jurídico debe ser entendido y

10 ARISTÓTELES, Pol., 1253a 10. 11 SAUSSURE, Ferdinand de, Curso de lingüística general, Losada, Buenos Aires, 2001, pp. 256–257. 12 Cfr. HENKEL, Heinrich, Introducción a la filosofía del derecho, (versión española de Enrique Gimbernat

Ordeig), Ed. Taurus, Madrid, 1968, p. 85.

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concebido13, existen diferentes medios de expresión del lenguaje: la voz y la

escritura; la primera pronuncia los signos de las afecciones de sentimientos y

pensamientos que están en la racionalidad de todo ser humano, mientras que la

segunda es signo del sonido, es decir, una representación de lo que se habla.

Aristóteles afirmó que a pesar de que la escritura y el sonido lo que

conocemos como idioma no son los mismos para todos los hombres, las

afecciones de la racionalidad sí lo son, por lo que es posible la comunicación

de algunos signos entre diferentes sociedades a pesar de la desemejanza entre

ellos. Con las afecciones de la racionalidad nos referimos a todo lo que los

hombres comúnmente experimentamos, sensaciones que cada hombre ha

vivido, y las inquietudes naturales que surgen en su interacción con los otros

seres humanos y con el resto de los seres.

Prueba de lo anterior es que la doctrina del signo, tal y como la formularon los

estoicos por primera vez, conserva todavía su validez, ellos conocieron como

signo, en general, aquello que parece develar algo. En sentido propio llamaron

así a lo que indica una cosa oscura, o mejor dicho, lo que manifiesta que algo

es.14

Los estoicos clasificaron los signos en dos especies:

a) Los Signos Recordatorios: éstos se refieren a cosas que en ocasiones no

son evidentes, como por ejemplo, el humo que es el signo del fuego; y

b) Los Signos Indicativos: que no se observan nunca junto a la cosa de que

son signo, son oscuros por naturaleza, un ejemplo de ellos es el

movimiento del cuerpo, que para estos filósofos era signo de animación.

Los signos recordatorios son menos abstractos que los indicativos, —porque

son sensibles, es decir, hacen referencia a algo material como el humo al

fuego o la oscuridad a la noche ; los indicativos son inteligibles porque

hacen referencia a algo inmaterial, como que los seres vivos se mueven .

13 MAZZARESE, Tecla..., op. cit., pp. 178-179. 14 El estoicismo es una de las grandes escuelas filosóficas de la edad helenística, denominada del ‗pórtico

pintado‘ (stoa poikile en griego) por su lugar de reunión. Fue fundada alrededor del año 300 a. C. Por Zenón

de Citio, quien aceptó tanto las nociones filosóficas de su época como su forma de plantear los problemas,

pero la solución que dio a éstos fue completamente diferente. Rechazó dos ideas básicas de sus

contemporáneos: la reducción del mundo y del hombre a un mero revoltillo de átomos y la identificación del

bien del hombre con el placer. Cfr. REALE, Giovanni y ANTISERI, Darío, Historia del pensamiento

filosófico y científico, Tomos I y II. Herder, Barcelona, 1991, p. 224.

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Según la filosofía estoica, la capacidad del hombre de emplear y entender los

signos establece una clara deferencia entre el ser humano y el animal. Los

estoicos consideraron al signo como un producto intelectual, identificándolo

con una proposición compuesta por una relación válida y reveladora del

consecuente, es decir, desde esta perspectiva, todo signo supone la concreción

de una relación válida, por ejemplo, el robo supone que alguien se ha

apoderado de algo que no le pertenece, y que este acto ha sido realizado por

esa persona, quien consecuentemente es ladrón.

También la filosofía escolástica, de especial significancia para el estudio del

derecho —pensamiento cristiano de la Edad Media dedicado al ejercicio de la

actividad racional— toma en cuenta el problema del lenguaje y de los signos.

Concretamente para San Agustín, signo es la cosa que hace llegar al intelecto

el conocimiento de algo distinto15

. Tal definición es criticada por los mismos

escolásticos como incompleta, porque sólo se refiere a los signos sensibles

es decir, los que hacen referencia a la materia y no a los inteligibles los

que no tienen relación con algo material . Para San Agustín conocemos

mediante signos, porque la información que tenemos en nuestra mente de una

cosa no es lo mismo que esa cosa, no se identifica con ella.

Más adelante, Tomás de Aquino, considerado el filósofo y teólogo de mayor

relieve dentro de la filosofía escolástica del siglo XIII,16

el representante más

grande de los escolásticos y auténtico genio metafísico, elaboró un sistema del

saber de índole aristotélica, a diferencia del de San Agustín, que era platónico.

En su Suma Teológica no excluyó que el signo pudiera denominar a la causa

sensible de un efecto oculto, como por ejemplo, el fuego puede ser causa del

calor. Así, signo es aquello que representa algo distinto de sí mismo a la

inteligencia, es decir, el signo —desde la perspectiva del Aquinate— hace

referencia a aspectos de la realidad que se infieren de la realidad misma en

cuanto la significan.17

En el ámbito del derecho, es un signo de la realización

del contrato de compraventa que el comprador disponga de la cosa que ha

adquirido.

15 San Agustín es un filósofo escolástico neoplatónico, precursor de la tradición filosófica occidental, unió la

filosofía platónica con la religión judeocristiana. Cfr. ABBAGNANO, Nicola, Diccionario de filosofía, Fondo

de Cultura Económica, México, 1999, voz: San Agustín. 16 Cfr. Diccionario de filosofía en CD-ROM, Voz ‗Santo Tomás de Aquino‘, Copyright © 1996-98. Empresa

Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés

Morató y Antoni Martínez Riu. 17 Cfr. BEUCHOT, Mauricio, Significado y Discurso, la filosofía del lenguaje en algunos escolásticos

españoles post-medievales, UNAM – IIF, México, 1988, p. 9.

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Existe una estrecha relación entre el lenguaje, el habla, la retórica es decir,

la argumentación oral y la lógica o argumentación escrita . Para Tomás

de Aquino el signo lingüístico, o la palabra pronunciada, tiene sentido en

cuanto que hace referencia a un pensamiento, el cual es producto de un

razonamiento.18

Aquino explica que las palabras son signos de los conceptos,

los cuales son mentales.

En consecuencia, los signos lingüísticos son producidos con base en el objeto

que expresan. Una vez determinada la palabra, ésta se torna autónoma y desde

ese momento el signo deja de depender de quien lo pronuncia, obligando a los

hablantes a usar el signo como ha quedado establecido. El habla es, entonces,

un signo convencional que se manifiesta en su propio origen, la sociedad. Por

ejemplo, una vez creada la palabra ‗contrato‘, ésta deja de ser dependiente de

quien la estableció y tiene significado propio, con independencia de quien la

expresa; las palabras son expresión, es decir, signo de los conceptos, porque

éstos deben guardar fidelidad a la realidad que expresan, de lo contrario el

lenguaje en general, y jurídico en particular, perdería sentido, es decir, por el

concepto de contrato debe entenderse acuerdo de voluntades y no otra cosa.

El lenguaje se define como el conjunto de sonidos articulados con los que el

hombre manifiesta lo que piensa o siente, es una manera de expresarse o un

conjunto de señales para entender una cosa.19

El problema del lenguaje radica

en saber qué criterio debe emplearse para denominar a una cosa de una forma

concreta y no de otra. El lenguaje es un conjunto de usos lingüísticos. El

significado de una palabra consiste en su uso. Y el uso posee determinadas

reglas.20

Precisamente a la filosofía le corresponde descubrir los usos

lingüísticos efectivos para su uso.

El ordenamiento jurídico es, en su modo de transmisión y recepción, un

conjunto de proposiciones lingüísticas, y éste es el único modo de transmisión

del derecho. Como dice Gerardo Dehesa en su ―Etimología jurídica‖: el

lenguaje humano es en su mayoría auditivo, y se ha denominado

tradicionalmente “articulado”. Este aspecto fónico se complementa con la

capacidad humana de dar valor a los signos y relacionarlos entre sí, es decir,

18 Cfr. AQUINO, Tomás, De Veritate, Cuadernos del Anuario Filosófico, Serie Universitaria, no. 61. Trad.

Ana Marta Gonzáles, Pamplona, 1998, q. 9, a 4, ad 4. 19 ABBAGNANO, Nicola..., op. cit., Voz ‗Lenguaje‘. 20 REALE, Giovanni y ANTISERI, Darío, Historia del pensamiento científico y filosófico, (Tr. Juan Andrés

Iglesias); t. III, del Romanticismo hasta hoy, Ed. Herder, Barcelona, 1988, p. 589.

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el lenguaje ha de ser contemplado en su triple aspecto psico–físico–

espiritual.21

Pero la palabra no le da sentido, ni ayuda a la sociedad a alcanzar su

perfección por sí misma. Para ello es necesaria una relación entre la lógica, la

argumentación y la hermenéutica que encamine los discursos de modo

verdadero y válido. Por eso la disyunción entre el pensamiento y la palabra es

el gesto fundante de la filosofía del derecho, es decir, aquél que la define,

además del gesto por el que se anuncia el camino y el horizonte (método) de

la metafísica; puesto que ésta no ha podido evitar caminar este sendero.22

Se

entiende entonces que la metafísica, es decir, aquello que está más allá de la

física, o del conocimiento de la naturaleza, en busca de principios y conceptos

que puedan explicar el mundo físico; no debe ser invalidada o negada por

quienes piensen que es preferible no encarar el problema de cómo el hombre

conoce, y en su lugar, simplistamente, pretender que basta con prescribir un

orden normativo para las conductas societarias.

Morris23

propone los siguientes criterios para caracterizar el lenguaje: que esté

compuesto por una pluralidad de signos; que cada signo tenga un significado

común a una pluralidad de intérpretes; que los signos deben ser cosignos, es

decir, susceptibles de ser producidos por los miembros de la familia de

intérpretes y con el mismo significado para los productores y para los demás

intérpretes; que los signos sean plurisituacionales, esto es, que tengan una

relativa constancia de significado en cualquier situación en que aparezcan; y

que deben constituir un sistema de signos interrelacionados y capaces de

combinarse en ciertos modos y no de otros. No obstante, estos criterios

pueden reducirse a dos: que esos signos sean de la misma naturaleza, y que

sirvan primariamente a la comunicación de un conjunto de organismos entre

sí24

. A la luz de estos criterios, se advierte que en el leguaje existen ciertas

características de especial relevancia para la comprensión del derecho, entre

otras, y de acuerdo con Hockett, están, la arbitrariedad, la convencionalidad, la

creatividad y la reflexividad25

.

21 Cfr. DEHESA, Gerardo, Etimología..., op. cit. pp. 95 – 96. 22 DEHESA, Gerardo, Necesidad de una adecuada formación retórica y argumentativa para perfeccionar y

optimizar el ejercicio de la función jurisdiccional, Tesis de Maestría, UNAM, p. 17. 23 MORRIS, Charles, Signos, lenguaje y conducta, Losada, Buenos Aires, 1962, pp. 44-45. 24 HIERRO S., PESCADOR, José, Principios de filosofía del lenguaje, I, Alianza, Madrid, 1980, p. 40. 25 HOCKETT Charles F., A Course in Modern Linguistics, MacMillan New York, 1958 y LYONS John,

Semántica, Teide, Barcelona, 1980, pp. 69-83.

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El lenguaje se compone de conceptos26

que son signos arbitrarios en el sentido

de que no existe una relación necesaria entre las palabras y los objetos

nombrados, en estricto sentido podía haberse utilizado cualquier otra palabra

para nombrar aquello, de manera que los significados de las palabras

originariamente no han sido descubiertos, sino que han sido asignados.27

La arbitrariedad o necesariedad de los conceptos ha sido motivo de reflexión

desde antiguo, así lo sostiene por ejemplo Platón en el diálogo del Crátilo, él

afirma que entre las expresiones lingüísticas y los hechos de la realidad a los

que éstos se refieren existe una relación necesaria, que existe un nombre ideal

que pertenece a las cosas y que todo lenguaje comparte un esquema

conceptual básico en términos del cual puede categorizarse adecuadamente la

realidad28

, otros autores modernos como Wittgenstein se oponen a esta

postura haciendo ver que el leguaje es un fenómeno vivo y cambiante como lo

son los propios hablantes, de manera que el significado de los conceptos es

dinámico.

En el otro extremo de la reflexión podemos ubicar a la convencionalidad, ésta descansa

sobre la base de que los conceptos, al ser adoptados por una comunidad lingüística, tienen

un significado en buena medida estable, lo cual hace que sea posible la comunicación, el

hilo de esta reflexión nos lleva a comprender que la convención se explica en función de

reglas hermenéuticas que delimitan los símbolos otorgándoles significados en virtud de

que, en una determinada comunidad, hay reglas vigentes que gobiernan el uso de cada uno

de ellos29

. Dado que el significado de los conceptos es convencional, una palabra puede ser

innecesariamente larga o engorrosa o difícil de pronunciar o escribir bien, y sobre esta

base pueden hacérsele objeciones, pero no porque el sonido usado para representar tal

cosa sea el sonido incorrecto30

. de este modo cuando empleamos una palabra de manera

contraria al uso común, es decir, al significado convencional, los oyentes deben estar

informados de qué pretendemos, como afirma Levinson31

el poder comunicativo del

lenguaje nunca puede reducirse a un conjunto de convenciones sobre el uso

del lenguaje. La razón de ello es que allí donde aparece una convención o

expectativa sobre el uso del lenguaje, surgirá, al mismo tiempo, la posibilidad

de la explotación no convencional de tal expectativa o convención.

Otra característica del leguaje, tiene que ver con la creatividad, ésta supone

expresar nuevos conocimientos a través de los elementos semánticos ya

26 PLATAS PACHECO, María del Carmen, Filosofía del Derecho. Lógica jurídica, Porrúa, México, 2004, p. 41. 27 HOSPERS, John, Introducción al análisis filosófico, V. I y II, Alianza, Madrid, 1976, p. 17. 28 Cfr. GARCÍA SUÁREZ, Alfonso, ―Comunicación, convención, reglas y lenguajes privados‖, Filosofía del

lenguaje II, Pragmática, Trotta, Madrid, 1999, pp. 73-92. 29 ALSTON, William P., Filosofía del lenguaje, Alianza, Madrid, 1980, p. 89. 30 HOSPERS, John…, op. cit., p. 18. 31 LEVINSON, Sthepen C., Pragmática, Teide, Barcelona, 1989, p. 194.

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existentes, utilizando los procedimientos analógicos necesarios, porque son

ilimitadas las expresiones correctas distintas que pueden formarse aplicando

las reglas del sistema lingüístico, y que es posible modificar dichas reglas por

medio de una práctica desviada suficientemente prolongada32

.

El derecho, la lógica, la argumentación y la hermenéutica encuentran su

fundamento en la metafísica, que descubre los primeros principios de la

realidad y cómo el ser humano, mediante su razón, se acerca, los conoce e

interactúa con ellos.

El vocabulario jurídico, del mismo modo como ocurre en cualquier lengua,

supone siempre una problemática. El conocimiento del léxico depende de

muchas cosas, entre otras, la cultura en general, la experiencia lingüística, el

interés y otras razones; todo ello se complica en el vocabulario técnico o

especializado de cualquier rama del pensamiento, pero estos últimos tienen su

origen en el lenguaje coloquial y común, por lo que, con el paso del tiempo

evolucionan obteniendo significados adicionales que enriquecen su campo

semántico y adquieren distintas acepciones.33

El lenguaje jurídico tiene su origen en el lenguaje coloquial. Las

formulaciones jurídicas primitivas fueron confeccionadas a natura doctum,

esto es, basadas en la vida, expresadas en términos de lengua corriente.34

El

lenguaje jurídico es esencialmente una parte de la lengua corriente, entonces,

no constituye un sistema lingüístico artificial, creado ex profeso para la

formulación, análisis y aplicación de normas de conducta. El estilo propio del

lenguaje jurídico no posee la universalidad del lenguaje, sino que depende de

ella, esto supone, entre otras cosas, que el jurista es quien ha de adecuarse a

las exigencias del lenguaje, por tanto, es necesario conocerlas y no pretender

ingenuamente que a fuerza de intentar crear un lenguaje artificial, la realidad

se adecue a esos intentos.

Llegados a este punto es necesario establecer la distinción entre el lenguaje del

derecho y el jurídico. El primero es donde se formulan las normas jurídicas, es

el derecho positivo, y el segundo es el que se utiliza para referirse a las

normas, es la ciencia del derecho o jurisprudencia. La precisión terminológica

32 HIERRO S., PESCADOR, José..., op. cit., p. 71. 33 DEHESA, Gerardo, Necesidad de una adecuada..., op. cit., p. 111. 34 CICERÓN, De officiis, 13, 17; en SÁNCHEZ, Ángel, Antología latina compuesta por las más exquisitas

obras clásicas, en la imprenta de Benito Cano, Madrid, 1786.

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debe buscarse tanto en la formulación como en la práctica del derecho, lo que

no significa sacrificar la sencillez y claridad en la expresión.

De nada le serviría al ciudadano común que los juristas estén de acuerdo con

el significado de cierta expresión, si para él, o incluso para los propios juristas,

fuera completamente incomprensible. Las leyes no se formulan para que las

entiendan sólo los abogados, las sentencias o resoluciones que emergen de los

órganos jurisdiccionales deben ser susceptibles de comprenderse e

interpretarse sin necesidad de un docto en derecho. El primer objeto de las

normas consiste en que el ciudadano las comprenda para que las viva, de

manera que el empleo de términos coloquiales no necesariamente elimina la

imprecisión, el derecho debe expresarse en lenguaje natural, simple y llano.

El riesgo del derecho, en relación a sus formulaciones lingüísticas, es la reducción de su

enseñanza a los conceptos, vaciándolas de contenido, estancándose en los formalismos. La

semiótica es el análisis lógico de los signos. Se divide en sintaxis, semántica y pragmática y

se ocupan respectivamente de la formalidad de los signos, el significado de las palabras y la

referencia de éstas a los sujetos. Al aplicar dicha tripartición al estudio del derecho como

lenguaje, tenemos que el nivel sintáctico corresponde al ―análisis lógico-formal de las

proposiciones jurídicas‖, encontrándonos dentro de lo que se conoce como ―teoría del

derecho‖; el plano semántico se refiere a la ―investigación de los contenidos de sentido‖ de

las proposiciones jurídicas, ubicándonos por lo tanto en el ámbito de la ―teoría

dogmática jurídica‖; y, por último, el área pragmática abarca ―la indagación del lenguaje

utilizado en los procesos de decisión‖, situándonos de esta manera en la ―teoría de la

decisión jurídica‖35

; en la actualidad estas tres áreas no se entienden como

separadas, la relación semántica da cuenta de que existe una conexión

intrínseca entre el significado de las palabras y su uso habitual.

Tradicionalmente se ha sostenido que a la hermenéutica le corresponde el

estudio de las intenciones comunicativas o convencionales en las lenguas a lo

largo de su historia, teniendo por objeto principal la descripción y análisis de

los significados convencionalizados y reglamentados36

. Se dice que su

aventura por la vida se inició negativamente, porque fue caracterizada como

una disciplina que se ocupa de todo aquello que cae fuera de los terrenos de la

semántica.

Así las cosas, la hermenéutica ha sido definida de diversas maneras: como el

estudio del significado no literal de las expresiones de los actos del habla, de

35 ROBLES, Gregorio, Las reglas del derecho y las reglas de los juegos. Ensayo de teoría analítica del

derecho, UNAM, México, 1988, p. 271. 36 DASCAL, Marcelo, ―La pragmática y las intenciones comunicativas‖, Filosofía del Lenguaje II.

Pragmática, Trotta, Madrid, 1999, p. 31.

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Elementos para una aproximación hermenéutica del lenguaje jurídico

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lo implícito, del significado del hablante o del uso del lenguaje37

, de manera

que la hermenéutica no es necesaria allí donde la semántica es insuficiente

para determinar el significado del hablante; se ocupa de un componente

esencial de la racionalidad, cuando la intención comunicativa se transmite

transparentemente como cuando se transmite indirectamente38

De aquí que la

pragmática permite explicar, además de la comunicación corriente, la

posibilidad de lo radicalmente nuevo, la increíble flexibilidad del lenguaje, es

decir, la posibilidad de expresar intenciones comunicativas originales que

trascienden aquellas cristalizadas en esos medios39

. En este sentido, puede

afirmarse que los aspectos hermenéuticos y pragmáticos hacen evidentes

diferentes facetas del significado, como partes de la teoría general del

significado40

.

Como puede apreciarse, las partes del lenguaje jurídico se complementan, de

manera que toca al jurista poseer conocimientos de lógica, argumentación y

hermenéutica para construir óptimos razonamientos jurídicos. Con el sólo uso

del vocabulario pueden formularse argumentos no muy acertados pero que

ganan terreno en el ánimo del auditorio, si se saben exponer de forma

adecuada en el sentido lógico de la estructura, aparte de la brillantez con que

se presenten. En cambio, un buen argumento, pierde parte considerable de su

fuerza si está mal expuesto o acusa defectos semánticos y estructurales.41

Por

lo anterior, no basta contar con un buen argumento jurídico, hay que saberlo

exponer con claridad y con una buena estructura lógica. Lo más importante es

su validez, es decir, que efectivamente pueda llegarse a la conclusión que se

defiende, mediante las premisas que componen el razonamiento. La verdad se

complementa con la corrección semántica.

En el estudio de la ciencia del derecho, el dominio del lenguaje es esencial

porque nos encontramos frente a una ciencia práctica discursiva, cuya

herramienta es el lenguaje. Como dice Justiniano: conviene que el que ha de

dedicarse al derecho conozca primeramente de dónde deriva el término “ius”

(derecho). Es llamado así por derivar de “justicia”, pues como elegantemente

37 TOMASINI BASSOLS, Alejandro, ―Pragmática y análisis gramatical‖, DASCAL, M. (Ed.) Filosofía del Lenguaje II. Pragmática, Trotta, Madrid, 1999, p. 226. 38 DASCAL, Marcelo..., op. cit., 1999, p. 29. 39 Cfr. ACERO, Juan José, BUSTOS, Eduardo, QUESADA, Daniel, Introducción a la filosofía del lenguaje,

Cátedra, Madrid, 1982, p. 1907. 40 RUSSELL, Bertrand, ―Vagueness‖, Australasian Journal of Philosophy and Psychology, 1, Allen &

Unwin/Unwin Hyman, London, 1923, pp. 84-92, y BLACK, Max, ―Vagueness: an exercise in logical

analysis‖, Philosophy of Science, Núm. 4, 1949, pp. 427-455. 41 DEHESA, Gerardo, Necesidad..., op. cit., p. 10.

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Elementos para una aproximación hermenéutica del lenguaje jurídico

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define Celso, el derecho es la técnica (el arte) de lo bueno y lo justo,42

ya

desde el derecho romano es clara la importancia del conocimiento del

lenguaje, porque ésta es la herramienta sobre la que se articula todo su hacer

prescriptivo del orden societario.

También en el Digesto, Justiniano dice que la palabra derecho se emplea en

varias acepciones, una cuando se llama derecho a lo que siempre es justo y

bueno, como es el derecho natural; en otro sentido es lo que en cada ciudad es

útil para todos o para muchos, como es el derecho civil; y no con menos razón

se llama derecho, en nuestra ciudad al derecho honorario.43

Es en todos estos

modos donde el lenguaje debe ser analizado y utilizado.

En consecuencia, los estudiosos del derecho precisan del entendimiento

filosófico tanto del significado como de los usos del lenguaje, la ley y su

aplicación resultan de preceptos que no surgen de la propia exigencia interna

de modo intuitivo, sino de una autoridad externa que expresa con palabras

precisas su mandato.

La norma destinada a regir la conducta de los hombres está encadenada a la

palabra que la expresa, donde la precisión y la claridad no actúan como

simples valores estéticos, sino como verdaderos valores jurídicos. El derecho

imprime al lenguaje una severa disciplina,44

y esto es obvio porque la justeza

de la expresión no es extraña a la justicia de la resolución. De manera que de

la precisión de los argumentos expuestos, se desprende la consecuencia de una

resolución, la validez de un razonamiento jurídico depende del ajustamiento

subyacente en los argumentos que lo componen.

Dentro de la compleja diversidad de lenguajes técnicos existentes, el jurídico

presenta características especiales que lo diferencian de otros. Según el Nuevo

Diccionario Jurídico Mexicano el lenguaje jurídico se puede definir como el

conjunto de términos y expresiones que denotan principios, preceptos y reglas

a las que están sometidas las relaciones humanas en toda sociedad civil.45

Este léxico particular que tiene el derecho representa los conceptos básicos

que lo sustentan, sin perder de vista la prescriptibilidad, característica

necesaria del lenguaje jurídico para regular la conducta humana en

42 JUSTINIANO, Digesto, Trad. Álvaro D‘ors y otros, Arazandi, Pamplona, 1976, p. 45. 43 Cfr. Idem, p. 46. 44 GINÉS AGUILAR, Pedro, Introducción a la traducción jurídica, Granada, Comares, 1997, p. 11. 45 Nuevo Diccionario Jurídico Mexicano, Instituto de Investigaciones Jurídicas, Porrúa, UNAM, México,

1998, voz: ‗Lenguaje Jurídico‘.

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determinado orden social. El lenguaje jurídico es preceptivo, es decir, ordena,

permite, prohíbe.

De manera que una de las formas sintácticas que más se presenta es la de

mandato-prohibición, recurriendo al modo subjuntivo-imperativo, al futuro de

mandato y al presente del indicativo. Las proposiciones lógico-jurídicas que lo

componen son enunciados normativos, prescriptivos de un deber ser.

En el esfuerzo del hombre por conocer e interactuar con la realidad, existen

dos caminos por los que la razón descubre la estructura o el funcionamiento de

las cosas: uno es el camino lógico y el otro el metafísico. El derecho requiere

de ambos como vías de construcción de argumentos.

La consideración del razonamiento jurídico bajo las exigencias lógicas y

hermenéuticas, hace evidente la inconsistencia provocadas por el uso

inadecuado de los conceptos, pretendiendo que éstos se adecuen a las

exigencias del sujeto y no del objeto, como de hecho debe ser.

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