Derechos Civiles y Polírticos-Bartlomé de Las Casas

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© Copyright Luciano Pcrcña y V. Abril, 1974. Editora Nacional, Madrid (España). I.S.B .N . 84-276-1196-X. Depósito legal: M. 34.077-1974. Printed in Spain. Impreso en Talleres Gráficos Montaña. Avenida Pedro Diez. 3 • Madrid-19. L*AOS DÉ BOLSILLO BARTOLOME DE LAS CASAS DERECHOS CIVILES Y POLITICOS Edición literaria de L. PEREÑA y V. ABRIL IOITORA NACIONAL %<m Agustín, 5—Madrid

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© Copyright Luciano Pcrcña y V. Abril, 1974. Editora Nacional, Madrid (España).

I.S.B.N. 84-276-1196-X.Depósito legal: M. 34.077-1974. Printed in Spain.

Impreso en Talleres Gráficos Montaña.Avenida Pedro Diez. 3 • Madrid-19.

L*AOS DÉ

BOLSILLO

BARTOLOME DE LAS CASAS

DERECHOS CIVILES Y POLITICOS

Edición literaria de L. PEREÑA y V. ABRIL

IO ITO R A N A C IO N A L%<m Agustín, 5—Madrid

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P R E S E N T A C I O N

I u la larga y profunda vida (92 años) de Bur- loliinn de las Casas pueden distinguirse cuatro tui “ fundamentales:I f ormación humana (¡474-1502); I I : Sacer­

docio y primeros intentos de colonización pacifi- ii i tt Ccntroamérica (15021522); I I I : Profesión

ndlyiosa y obispado de Chiapas (1522-1550); IV : t huilones ante las autoridades peninsulares en tacar de los indios (1550-1566).

la primera y la última transcurren en España. I </\ otras dos se caracterizan por sus viajes cons­tantes entre diversos enclaves de América con­tal y la península. Hay una cierta simetría entre

•■*/il.v etapas y los sucesivos cambios de titula- ilthul en la corona hispano-caslellana: reinado de Im b r i la Católica (1474-1504), regencias de Fer­nando e l Católico y C im eros (1504-1517), reina­do de Carlos V (1517-1556) y primera década de Felipe I I (1556-1566).

Pon t se sabe de la infancia y juventud de Bar­tolomé de las Casas. Nacido en Sevilla de una familia de mercaderes, no parece haber cursado >• .indios de grado superior. I.a culminación de la i ctonquista pudo in flu ir en su ulterior espíritu aventurero y emprendedor. F.n 1502 embarca pa- >a I méricu en la flota de Nicolás de Ovando; i«’ i 1505 se establece com o colono en La Espa­ñola.

Ordenado de sacerdote en 1507 en el transcur­ro i/t un viaje a Roma, es el prim er misacantano •leí Nuevo Mundo en 1510. Sus experiencias de • h 'ilgo. conquistador y encomendero, y sus con- •ai tos con tos misioneros dominicos desembocan ••M v/i primera conversión a la causa de los in­ia- I mpieza una actividad infatigable: viajes,

Hi'stiunrs v escritos ante las autoridades indianas

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y peninsulares; ensayos de colonización pacifica y reclutamiento de cotorros y misioneros...

E l fracaso de estos proyectos determina la «st ganda conversión» de Bartolom é de las Casas en 1523 profesa de religioso dom inico y dedil a ocho años a la meditación y al estudio. Es decir, a la planificación y programación de la gigan tesca operación de denuncia humanística y pro fótica en favor de los indios, que llcnaid el resto de sus dias. Pondrá en juego una cantidad im­presionante de recursos de erudición y desarro lio discursivo. E l rigor científico y la exactitud de los datos y documentos que utilizará en sus alegatos le preocupan menos. Busca, ante todo, la eficacia polémica y dialéctica y los m ejora « argumentos» en favor de su pasión por los de hiles y necesitados. En las Nuevas Leyes de In­dias hay un prim er refle jo de esta actitud.

Consagrado obispo en Sevilla (J544) utiliza en su diócesis de Chapas todas las medidas canó­nicas y disciplinarias a su alcance. Intenta erra dicar el sistema socio-poli tico y juridico-econó m ico vigente. Según él lo ve, está montado en pro vecho exclusivo de los dominadores peninsulares a través de la explotación sistemática de los iii dios aborígenes. Se suceden los enfrentamientos y motines contra él, cada vez rhás violentos. Ia derogación de las Nuevas Leyes de Indias (no viembre de 1545) significa, al menos aparentó mente y u plazo inmediato, o tro de los fracaso- ruidosos de Bartolomé de las Casas.

En 1547 embarca definitivametite para Espu ña. Es su décima y última travesía. E l resto á* sus dias lo consagrará al reclutam iento de nuevoi misioneros para las Indias, a gestiones inacabo bles ante el Consejo de Indias, ante la corte e* parióla, ante las juntas convocadas por el Re) y ante el Papa, a la redacción y publicación, m cluso clandestina a veces, de sus célebres tratu dos, memoriales, « historias» y cartas en favor </<

indios... Un momento culminante de la labor publicistica y apologética de Bartolom é de las í '«/w/s está cifrado en el Tratado que ofrecemos •ti lector en el presente volumen.

* * *

Reunidos en la ciudad de San Juan de los Reyes, toe era entonces la capital del Virreinato, los caci­ques del Perú, el 20 de ju lio de 1559 concedían un pioler a Bartolomé de las Casas para que les re­pte setttar a ante la Corte de Madrid. Su misión « otitis tía en evitar la venta, a perpetuidad, de fus encomiendas y conseguir que los indios de \niérica quedaran « perpetuamente» bajo la Co­

tona de España.I I obis/x) de Chiapas desplegó una actividad

mrnrcndente. Acosó con inform es al Consejo de Itullas y a sus m iembros para convencerles de que la venta, buscada tan afanosamente por con­quistadores y colonizadores, implicaba irrem isi- lilemente ¡a pérdida de las Indias. Al Rey ofrecía un tratado ju ríd ico para demostrar que tal ena­jenación iba contra el derecho natural y el dé­te cho del Reino.

V cuando aquellos argumentos jurídicos y m o­ta je t tío florecían detener aquel proceso de enaje­nación, que aqui, desde Madrid, parecía precipi-

<• para resolver la crisis de la Hacienaa espa­telia tan esquilmada, Bartolom é de las Casas acu­ite o un ardid destinado a paralizar en seco Uz maniobra de los encomenderos. En nombre de los indios ofreció al Rey un m illón más de duca­dos oro que los encomenderos porque no se hi­et*i tu la enajenación.

La polémica pudo continuar y reavivarse de t muido en cuando con alguna violencia. Pero se •' /<•» allí la semilla que pudo cambiar definitiva- tuca te el curso de tos acontecimientos. Para con- i ueer al Rey y al Consejo de Indias, Bartolomé di las Casas escribió el lib ro más sensacional

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sobre lu democracia y los derechos humanos, adc- nutra la dcsorbitación del poder, al servicio de lantándose a nuestra época: - Ningún Estado, ni ,, fHt- v de la libertad de los pueblos, rey, n i emperador puede, enajenar territorios, y cn esía lucha por los derechos humanos vie- ni cambiar su régimen político sin consentimien- ((.M invocando muchos pensadores, no sólo cató­lo expreso de sus habitantes». Im tesis es genial a Bartolomé de las Casas com o la encama- y perfectamente desarrollada. Mm más pura al servicio de la paz y de la liber-

C ierto que el libro fue denunciado a la Inqui- ,¡,1 Por encima de los condicionamientos histó- sición por ir contra los principios de San Pedro i, n.s v politicos, el tratado sobre El poder de los y San Pablo, que obligan a obedecer a la autori- ryes y los derechos de los ciudadanos ofrece va­ciad. Alo podia Bartolomé de las Casas publicar ores positivos que no podemos silenciar y tener su tesis después de la terrible pragmática de Va- nos e l deber de cultivar, reivindicar y actualizar, lladolid en las Cortes de 1558, que castigaba con En este año de 1974 en que se celebra el V cen­ia muerte al autor de la obra que se publicara sin i nario del nacimiento de Bartolom é de las Ca- licencia y con la confiscación de la imprenta y as y que coincide afortunadamente con e l veinti- dc sus bienes al editor. luco Aniversario de la Declaración Universal

H izo llegar el manuscrito a Wotfang Criesstet- le los Derechos Humanos de las Naciones Uni­ter que acompañaba al embajador de Vicna. Es- Uis, ofrecem os esta obra doctrinal, te logró publicar la obra en Francfort durante Manifestación suprema de su mensaje profé- 1571, después de consultar a varios juristas ale- ico puede colaborar en lu form ulación más exac- manes. El libro, sin embargo, no podia entrar en a de la conciencia de la humanidad. Más que España en virtud de otra pragmática de 1559. E l ontestatario, el criticism o de Bartolom é de ¡as tratado sobre El poder de los reyes y los dere- 'asas es responsabilidad de actuación política y chos de los súbditos pasó totalmente inadvertido risiiana. Y este lib ro es un testimonio, para los españoles.

Pero este principio de autodeterminación, talcom o venta form ulado por Bartolom é de las Ca- Reeditamos a un clásico, y Bartolomé de las sas, iba a tener gran influencia en los destinos 'usas lo es por su fonna, pero sobre todo por de Enrona. Rayrtouara ha señalado la influencia u fondo ideológico. N o se trata en absoluto de que pudo tener en la rebelión de Flandes. Va- olver a nada ni a nadie. N i tampoco de reencen- lerio Fulvio Savoiano, cn nombre del obispo de frr fuegos o polémicas más o menos extinguidas. Chiapas, atacaba la ocupación de Sicilia y Nápo- Bartolomé de las Casas se situó deliberadamente les por los españoles. P ío Bolognese invocaba ,¡ todas las encrucijadas de su tiempo. Sus va- este derecho de autodeterminación contra la con- nres v desvalores pertenecen a la historia y así quista de Val telina y el norte de Ita lia ,{¡v q ue juzgarlos: con suficiente perspectiva .y

Los liberales franceses buscaron cn esta obra n ítid o critico, del obispo de Chiapas los imtecedentes de la de- Se trata de reencontrar un mensaje que segu- mocracia rusoniana N o cn vano O tto Waltz ha- amente sigue siendo ú til y ejemplar en nues- cia un paralelismo entre Las Casas y Rousseau. En ros días. La vida del hombre y de los pueblos se 1822, J. A. Llórente presentaba este tratado co- 'rsenvuehe en múltiples coordenadas. Es con- mo la obra cumbre de la democracia moderna ustuncialmente pluridimcnsional. En el orden de

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los ideales y aspiraciones comunes hay mu coincidencia en el tiempo y en el espacio. En t campo de los hechos y las vivencias efectivas, I divergencia es mayor. En una zona intermedi se sitúa el derecho, la cultura, la moral colectiv y las demás pautas del com portam iento soc1

Creemos que Bartolomé de las Casas sigue niendo plena vigencia y actualidad a nivel ideales, de aspiraciones comunes y de ideolog1 En este sentido, pensamos que su valor progft m álico y profético es excepcional. Lo que c vierte a Bartolomé de las Casas en un « clási de los Derechos Humanos.

En e l orden de las vivencias efectivas — in viduales, nacionales e internacionales— la sin ción es muy distinta. Tratar de aplicar hoy a letra las proclamas lascasianas sería más que e rro r o una equivocación: sería una insensat E l filtro de la historia es implacable. En sentido, el sistema lascasiano podría residí contraproducente, además de anacrónico. Hai falta una « purificación» y adaptación tajantes seguramente imposibles.

En la zona intermedia de lo social, lo juridic lo po lítico quizá haya que extremar aún más precauciones y salvedades. E l derecho es una si biosis difícil, un equilibrio dinámico y pe\ tuamente aleatorio entre lo que es y lo que hería ser, entre lo dado y lo deseado. En < sentido, Bartolom é de las Casas puede sume tram os elementos de ju ic io y criterios de va ración y actuación muy dignos de tenerse cuenta. Tanto por parte de los que hacen y d hacen las leyes y crean derecho, com o por de los que tenemos que cumplirlas, que sot todos.

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BARTOLOM E DE LAS CASAS DEFENSOR DE LOS INDIOS

Desde la ciudad de San Juan de los Reyes, que era entonces la capital del Virreinato, los enco­menderos del Peni mandaban en 1554 por su pro­curador a don Antonio de Ribera. Traía plenos po­lleres para negociar oficialmente ante el empera­dor Carlos V la perpetuidad de las encomiendas. En realidad esta comisión no hacía más que cum­plir los acuerdos de la junta de Valladoliu, que se nabía reunido en 1550 para discutir tan espinoso problema.

En la Corte presentó el procurador sus creden­ciales y ofreció a su Majestad un memorial con los argumentos y las bases de la negociación. Con el fin de restablecer el orden y la paz en aquellos territorios, así como para fomentar la prosperidad y el progreso de aquellos pueblos proponía como única solución que fueran conce­didas en perpetuidad las encomiendas con plena jurisdicción civil y criminal. «Porque con ello nuestro Señor sería servido y la real hacienda de su Majestad descargada con utilidad de los reinos v provincias y pueblos en universal de los natu­rales indios y los españoles en particular.» Los encomenderos ofrecían cinco millones de duca­dos de oro a título de vasallaje.

La oferta no podía ser más oportuna. El Empe­rador seguía terriblemente preocupado por las continuas revueltas de los españoles en las In­dias, después de las nuevas leyes de 1542 y para resolver la crisis de la Hacienda, tan esquilmada, -.c ingeniaban sus consejeros por arbitrar nuevos recursos financieros.

Se inició una polémica sorprendente sobre la venta de las encomiendas, que culminó en 1562

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con una solución de compromiso entre los colo- jetaren, se pongan y reduzcan e incorporen en la nizadores y la Corona. Frente a las pretensiones, < orona Real de Castilla y León, en cabeza de más bien señoriales de los encomenderos y las vuestra Majestad, como súbditos y vasallos libres p ie tensiones regalistas del poder central, Barto Que son. y ningunos estén encomendados a cris- lomé de las Casas invocaba los derechos déme llanos españoles, antes sea inviolable constitu- cráticos de los pueblos indios. Es, sin duda, uno dón, determinación y ley real, que ni ahora ni de los acontecimientos más importantes para la «*n ningún tiempo jamás perpetuamente puedan historia de la colonización española en América. m*r sacados ni enajenados de la dicha Corona real

por servicio que nadie haga, ni merecimiento que tenga, ni necesidad que ocurra, ni causa o color

anatema co.NTKA las encomiendas alguna otra que se ofrezca o se pretenda» T.No sólo se trataba de quitar valor a los títulos

Bartolomé de las Casas se constituye en el men- que invocaban juristas y consejeros para justifi- tor ideológico del partido que lucha contra el « i r de alguna manera la enajenación de bienes sistema de encomiendas. Repetidas veces fue in- y personas con el fin de premiar a los conquista- vocado su nombre durante la polémica, para ata- dores y colonizadores, sino que se dirigía prin- carle, como Alfonso de Castro, o para defenderle, v ipalmente contra la tesis señorial de los enco- como Bartolomé de Carranza. Conocemos el in inúndenos. Si el Emperador no quiere perder to- cidente que provocó en la junta de Londres la das las Indias, no tiene otro remedio que derogar obra que había sido publicada subrepticiamente para siempre «jurándolo por su persona real y en Sevilla durante 1552. Este tratado fue com-por sus sucesores en estos reinos y en aquellos», puesto para defender su actitud ante las Leyes el sistema de encomiendas, de Indias. En nombre del derecho natural lan- Para convencer al Emperador y a sus conse- zaba su anatema contra las encomiendas *. jeros, acudió Bartolomé de las Casas al sentido

Ante las juntas de teólogos y letrados que. por espiritual de la empresa española e invocaba su mandato del Emperador, se habían reunido en experiencia en América, interpretaba los fines Valladolid durante 1542, Bartolomé de las Casaste la colonización y enjuiciaba la política de Es- conmina a los Reves de España a que «ordenen, paña. Lejos de ayudar y servir a los indios, las manden y constituyan con la susodicha Majes-encomiendas prometían convertirse en un método tad y solemnidad en solemnes Cortes, por sus de opresión, despoblación y aniquilamiento de pragmáticas sanciones y leyes reales, que todos»quellas provincias. Su tesis se centraba en un los indios que hay en todas las Indias, así los ya argumento definitivo que iba a sor el nervio de sujetos como los que de aquí en adelante se su-sns intervenciones. «N o deben de ser dados los

indios a los españoles ni por vasallos ni en en-, _ , ^ J. . .... . . „ , . . . . comienda, ni por otra vía alguna, porque cons-1 Para el estudio científico y detallado del contcxtc

histórico-iurldico-politico de la polémica, véase Bartolomé de las Casas, De Regia Potestate o el Derecho di 1 tratado Sexto: entre los remedios que don Fray Autodeterminación (edición critica bilingüe por L. Pc Bartolomé de las Casas, obispo de la Ciudad Real de reña. J. M. Pérez Prendes, V. Abril y J. A/cárrag;< h tapas, refirió por mandado del Emperador rey núes-

C.S. I.C. Madrid. 1969. Corpus Hispanorum de Pace tro señor. ( Tratados. Fondo de Cultura Económica. Mé-vol. V III) estudio preliminar, p. XxI-LXXXV. xico, 1965, vol. II, p. 643).

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tituiría un atentado contra su libertad de hom­bres y de pueblos.»

Aquí radica la verdadera aportación de Bartol lomé de las Casas a la polémica. Inicialmente. la tesis fue formulada en la «Razón nona» de sus remedios \ Encontró una Fundamentación jurídil ca y moral en su tratadillo: Principia quaedam ex quibus procedendum est in disputatione ai manifestandam iustitiam indorum \ Y hace su primera aplicación en su carta al obispo de Chap cas acerca de los bienes ganados por conquis tadores y encomenderos \ Empezaba a elaborarst la tesis democrática.

Partía de un primer supuesto fundamental: «aquellas gentes todas y aquellos pueblos de lo do aquel orbe son libres»*. Y no perdieron los indios ni sus caciques su libertad natural poi aceptar la soberanía de España, antes, por el con trario, la completaron y perfeccionaron. Fue de clarado oficialmente por los Reyes de Castilla j defendido siempre p or sus consejeros que «los indios fueran tratados como personas libres que eran». Ningún título existía por el que se justi ficara la pérdida de su libertad natural. Ñ i si quiera la donación pontificia.

Un segundo principio quedaba formulado er estos términos: Cualquier lim ite a su libertad es tá «fundado en el querer voluntario de aquella.' gentes y no en fuerza o violencia alguna que s< les haga» 7. Nada se les puede hacer «contra su vo luntad sino según y conforme a ella y aprobande

* Publicado por Corpus Hispanorum de Pace (C H P) vol. V III: Bartolomé de las Casas, De Regia Potestad (Madrid, 1969), p. 125.

4 Publicado por C H P, p. 136.5 Publicado por C IIP , p. 160.4 Publicado por C H P. p. 126.1 C H P, p. 128.

v consintiendo ellos». Ya que ningún poder existe **obre la tierra de aminorar jurídicamente la li­bertad «si no sale de su espontánea y libre y no I oí Aída voluntad, de los mismos hombres libres aceptar y consentir cualquier perjuicio a la di- i lia libertad».

So completaba con el tercer principio funda­mental: En consecuencia, el poder del rey sobre los vasallos «se funda sobre el voluntario consen­timiento de los súbditos»1. Por donde «sin su consentimiento no pueden ser enajenados y po­ner esto debajo de ajeno señorío y sujeción, don­de tanto se deroga y perjudica la libertad»; so­bre todo si esa transferencia a otros jefes políti­cos arriesga o implica un perjuicio grave a su li- iKTtad individual o vida colectiva. La enajena­ción de territorios y personas es un problema gravísimo. «Y el príncipe no puede hacer cosa en que venga perjuicio a los pueblos sin que los pueblos den su consentimiento.»

Su Principia quaedam aportó los argumentos jurídicos y morales a esta tesis democrática. Es­te tratadillo constituía un primer esbozo de filo­sofía política para poner de manifiesto y defen­der la justicia de los indios en la polémica con­tui Juan Ginés de Sepúlveda.

Por lógica de estos principios democráticos, la aplicación era inevitable: «Com o dar los indios n los españoles en encomienda o por vasallos o de otra manera, sea servidumbre tan perjudicial, tan excesiva y tan extraña y horrible que no so­lamente los deteriore y apoque y abata o derrue­que de estado de libres hombres y pueblos lla­nos a pueblos destruidos y hombres siervos ab­yectísimos, pero a estado de puras bestias, y no paren aquí sino hasta ser deshechos como sal en agua y totalmente acabados y muertos síguese que esto no pudo ni puede hacerse sin consenti-

•C H P , p. 129.

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miento suyo y que todos de su espontánea volun-l tad a tal servidumbre se sometiesen9.»

Esta segunda premisa se montaba sobre tres argumentos importantes: l.°) El sistema de en­comiendas es ilegal y antipolítico por «e l daño y disminución de su sublime Corona y acrecen­tamiento real», además de que va contra las or­denanzas reales y la voluntad de los Reyes Cató­licos, que «determinó y declaró que los indios eran libres y debían ser tratados como libres». 2.°) Porque tal sujeción o enajenamiento es in­justa por ser onerosa, tiránica y horrible. Para demostrar acude a su propia experiencia, sobre todo, en la carta al obispo de Charcas *°. 3.°) Pero, además, es intrínsecamente mala, «por­que es también contra Dios y su ley y en oprobio e infamia y apartamiento y opresión de su santa fe que se estorba e impide». Por donde «aunque los mismos indios de su propia voluntad quisie­sen someterse a ella y deteriorar tan abatida­mente su estado y perder su total libertad, como en ella pierden, sería nula y de ningún valor la tal voluntad y no la podrían hacer».

La conclusión parecía evidente: El Rey está obligado a prohibir, estorbar y desterrar «la en­comienda de los indios a los españoles, que es más verdaderamente dura servidumbre o tiráni­ca opres ión »u. Pero, en circunstancias especia­les, ¿no existían causas legítimas y justas que permitieran esta limitación de la libertad por ra­zón de Estado? Bartolomé de las Casas entraba de lleno en la polémica.

* CHP, p. 131. »C H P , p. 160-167. »> CHP, p. 131.

• CARTA GRANDE» A BARTOLOME DE CARRANZA

El 20 de ju lio de 1555 recibió carta de su ami- j*<i v hermano de Orden, Bartolomé de Carranza, en )a cual le daba cuenta de la junta de Londres y trasladaba los argumentos más importantes de la polémica. A través de ella, se puede recons­truir el proyecto de Antonio de Ribera, y refleja exactamente la argumentación de Alfonso de Cas- ii i>, que justificó la decisión de la junta. Bartolo­mé de las Casas se vio así obligado a intervenir en la venta de las encomiendas del Perú.

En el mes de agosto contestó a Bartolomé de Carranza con una larga y vigorosa carta que él mismo calificaba de «carta grande» y que difun­d ió por América y España 1 . Su tesis rué discu­tida por los dominicos en el capítulo provincial de Guatemala primero v de Chiapas después. En la carta que escribió a los dominicos de Chiapas y Guatemala nos da el m ejor comentario y valo- i ación de este segundo tratadillo sobre las en­comiendas u.

Pretende con ella responder a las objeciones que ponían en Londres los que procuraban la venta, con el fin de que Bartolomé de Carranza tuviese plena información del hecho y aun del derecho, pues «ha sesenta y un años que vi co­menzar estas tiranías y ha cuarenta y ocho años que trabajo de inquirir a estudiar y sacaren lim­pio el derecho», escribía en 1563. Se ha dicho que esta carta constituye el más vigoroso compendio de todos sus escritos apologéticos y jurídicos. Hasta el mismo obispo creyó que, gracias a ella, impidió Carranza la venta de las encomiendas del Perú.

Se esforzó también, reiteradamente, por super­valorar su «carta grande» y buscó el m ejor aval

u Publicada por CHP, p. 173-213.» Publicada por CHP. p. 235 250.

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de su tesis en los teólogos más eminentes de Es­paña. «Esta carta vieron primero los regentes de nuestro colegio, que ahora son maestros, los padres Fray Felipe de Meneses y Fray Juan de la Peña y otros doctos colegiales a los cuales pla­ticando y disputando algunas veces en coloquios familiares no podía convencerlos, porque nunca o pocas veces de esta manera se averiguan o al menos se conceden las verdades; pero desde que vieron la carta me vinieron a conceder que yo tenía razón y que eran las dichas encomiendas de sí malas.» E inmediatamente añade: «V ino en estos días el maestro Cano a ser regente superior al Colegio; dile la carta que la viese; vióla y le yola y di jome: Basta que vuestra señoría tiene evidencia de ello.»

Fray Juan de Villagarcía escribió estas pala­bras: «M il veces hemos hablado el padre nuestro Carranza y yo de vuestra carta grande y dice que en su vida vio cosa que más le agradase.» Y el mismo Bartolomé de Carranza contestaba: «V i vuestra carta y hame parecido muy bien y digo que tengo lo que vos tenéis y deseo lo que vos deseáis.» Hasta es invocada la autoridad de D o mingo de Soto, a quien ya en 1549 habla escrito Bartolomé de las Casas, tratando de persuadirle de que era necesario cambiar de política en el gobierno de las Indias M. « Y el maestro y padre Fray Domingo de Soto, que haya gloria, todo lo que acaecía ver o oír de mis escritos lo aproba­ba y decía que el no sabría en las cosas de las Indias decir más que yo, sino que lo pondría por otro estilo» l\

Se llega, por tanto, a la conclusión de que es­taban de acuerdo con la «carta grande» teólogos 14 15

14 Vicente Bcltrán de Heredia, Domingo de Soto. Es­tudio biográfico documentado (Madrid, 1961), p. 638-641.

15 Carta a los obispos de Chiapas y Guatemala (C H P. página 236).

Mil insignes como Felipe de Meneses, Juan de la IVlla, Melchor Cano. Domingo de Soto, Juan de Villagarcía, Pedro de Sotomayor y Bartolomé de i ii i miza. Ciertamente en las cátedras de Teolo- » ' i Moral empezó a infiltrarse su tesis, invocán­dose los argumentos y el nombre de Bartolomé de las Casas, aunque no fuera exacto, como prc- irmlía el obispo, que sus libros «se han leído a la 1« lia en las cátedras de las universidades de Sa- lainanca y de Alcalá». Hasta descubría su influen­cia en el tratado monumental «De iustitia et iu- rc», que en aquellos años publicaba Domingo de Soto. La tesis de la «carta grande» parecía arran- • .ula de Santo Tomás, «puesto que ninguna pro­posición de esta materia afirmo, por rigurosa y «lura que sea, que no la pruebe por principios cogidos de su doctrina».

Si vuelve otra vez a enjuiciar la empresa espa­ñola, es sólo para poner de manifiesto la grave­dad de aquella polémica. Bartolomé de las Casas pide «que en Inglaterra ni en Flandes no se dc- termine, sino que viniendo el Emperador o el Rey acá, se junte toda España, y que cosa tan pande se haga con grandes personas, presentes y en presencia de la persona Real y con morosa y morosísima deliberación». Además, el Rey no puede determinar aquel negocio «en perjuicio y daños irreparables de aquel orbe tan grande, don­de tantas gentes y generaciones hay y que tan nuruviadas y aniquiladas tan grande parte de rilas han sido y hoy son las que restan, sin ser oídas, llamadas n i defendidas, tratándose de en­tregarlas perpetuamente a sus capitales enemigos «pie las han destruido». La tesis democrática ga­naba en precisión. Un pequeño traladillo de filo- solía política, y además escrito en latín, parecía haberse incrustado en estas cartas.

presencia de España en América tiene úni­camente sentido en cuanto se hacía necesaria pa­ra el bien espiritual y el progreso material de los

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mismos indios. Porque «el título que los Reyes de, r „ sus Estados v señoríos, gobernaciones y Castilla tuvieron y tienen para tener que entenftm’liullcciones».der en las Indias, y el fin que han siempre da v , , .___ B _ , ,pretender v procurar, posponiendo su propio inT ' '■ únicamente, el ínteres de España y de losteres v de ¿oda España cuánto más el <íe los p to » .... l“ *e, P ° " e *Para. in s e g u ir traerpios españoles que allá pasan, es la utilidad . ' , " 7 ".'Iones laS Indias, y los españoles ser bien común espiritual y temporal de los indios»11" ,od° s " * * “ f c™ a? J en "quezas, este Este es el hito al cual todos los actos de su «3 T * ^ 7 ^ 7 ^ mfernal, se-trada v estada o enviada v gobernación allá son/ ,ondcn“ “ P°r V**3 razon na ura‘ >' humana, obligados a ordenar y enderezar. Y de tal m a í “ ¿ 7 £ * » ^ 'a cns,' ana fllosof,a*' No po­nera han de tener siempre aqueste fin por prin ¡ * - P?r.. an,. ° - E m p e r a d o r enajenar o vendereipal, que si algún riesgo se atravesase a perde?"” P3r?. “ Car sels ? .s‘etealgo o al dicho bien y utilidad de aquellas india • * ' ton f1 fln de *sVpl‘ r las n? e8l dadf ls de los ñas gentes y a sus reinos, espiritual, corporal , U'vc* -v desempeñar la Corona de Castilla.. ------temporal o al bien y utilidad de los reyes de Cas- 1 « tesis se va apretando para centrarse en el tilla, temporal, y de los españoles temporal, coiW'Oyccto de Juan de Ribera. Será inaceptable to- poral o espiritual, se ha de posponer lo tempoü** sistema de gobierno o institución jurídica que ral de los Reyes, y lo temporal, corporal y espi-»* • Icsguc la libertad natural de los indios. Como ritual de los españoles por salvar lo temporal*''1 *n injusta toda política de explotación o de corporal y espiritual de aquellos reinos y nal'Wiandecimiento de España a costa de los in- c ion es »,e. |los. Bartolomé de las Casas incide en los mis-

Para Bartolomé de las Casas se había converJ,,,s Anatemas contra las encomiendas. Se amon- tido en axioma político, casi dogmático e incues-, ’" ,m l ° s argumentos ya conocidos, que se enri- tionable, esta función de servicio de la políticdl,|1cen con nuevos documentos y declaraciones colonial española. Constituía iri dala nuevo en' m" 'v" s testigos. Su catalogo de abu sis y ei ind­ia formulación de su tesis democrática. 1 ’ U s Pucdc, Sl*r ‘ xacto o exagerado, pero en na-

«Los españoles que pasan a las Indias han d¿" ™ " P « eI es0ucma doctrinal de su tesis de- pesar por bien de los mismos indios», de ma- K l * ,ca*ñera que todo lo que hiciesen, ordenaren y pro I os Casas parte de esta interpretación históri- veyeren ha de ser para «provecho no del Rey ni»' V valoración personal de las encomiendas pa- de los españoles, sino del bien espiritual y tcm-a demostrar, contra los encomenderos y sus de- poral de los indios». Porque «por esta causa fititftores, que no pueden ser justificadas ni a tí- nal se concedió a los Reves de Castilla aquelta’ lo de recompensa para premiar los servicios de honorífica dignidad real y cuasi como imperial,'*«»quistadores y pobladores ni para la promo- de ser sobre muchos reyes soberanos príncipes»)«>»* de la fe y salvación de las almas, ni para la Los indios «tienen sus reyes y señores inmedia-J’K^ridad y prosperidad de los pueblos indios, tos, a quien no se les puede en un pelo pcrjudi-l para dar asiento y pagar salarios a los espa-

olcs allá necesarios, ni mucho menos para so- » Carta al Maestro Fray Rartolotné Carranza (C H P" , cl’ V remediar las necesidades de España. Sus

páginas 192-193). msaciones cargaban en definitiva la concienciai24 25

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del Rey. Se había actuado en contra de la volun- • vel statuere vel ordinare aliquid in praeiu- tad de los mismos indios. thilunt aut detrimentum populi sine subditorum

Para cumplir eon los lines auténticos de I* >nnn consensu libero non requisito. Quod si fe-colonización y las funciones que le señaló el man» til nihil om nino valebit de iure *. ____dato de la Santa Sede, no había más remedio qu< derogar el sistema de encomiendas e incorporala todos los indios a la Corona de Castilla. Hasl. Mi MORIAL al rey y al consejo de las indias

arbitraba medios concretos para llevar a cab « , „ . , , , , - .este proyecto con garantías v seguridad. Pues.» " b “ « “ « d o m é de las Casas no tenia incon- lodos los indios en libertad, servirían al Rcv co¿ .L‘" 1̂ suAc, f ta a Bartolomé de Carran-alegrin, con la sangre si fuera menester y dariJ'.1 Icída a su Alteza prometía, sin embargo,

ires millones para la Corona. .1 "na l probar más jurídicam ente este derecho.dos y tres millones paraY concluía Bartolomé de las Casas: «E l

de Castilla ha de ser reconocido en las Indi descubiertas por supremo príncipe y como E perador sobre muchos reyes, después de conv lirios a la fe y hechos cristianos los reyes y ñores naturales de aquellos reinos y sus súbdit

ri 1 i memorial que dirige a Felipe II, en 1556 **, '•«Ihlcmente no es más que el sumario de la t'qticña obra que tituló De non alienandis opi- ir. a regia corona, nec vendendis publicis o ffi­fi .i que hace referencia el manuscrito de la•lililíiteca nacional de Madrid y que fue incluida

iluda, en su tratado De imperatoria sen regia los indios y haber sometido y sujetado al yug l t l , síule » Para completar esta tercera fase día- de Cristo, consigo mismos, sus remos, de su pnj IUa que tener en cuenta su memorialma voluntad y no por violencia ni fuerza, y h*,, ( unscjo de indias2* y un parecer razonado so- hiendo precedido tratado y conveniencia y asicijlh |as personas y tierras de los indios22, to entre el Rey de Castilla y ellos, prometiendo t |,mocando su experiencia de «Cerca de sesenta Rey de Castilla con juramentos, la buena y útWlw que lra(0 y conozco las Indias y he visto a ellos superioridad y la guarda y conservae icw „ mjs QjOSf estando allí presente todas las co- dc su libertad, sus señoríos y dignidades y d {íU q Me en las principales nan acaecido», Barto- rechos y leyes razonables antiguas; ellos (los nyes y pueblo digo) prometiendo y jurando a lo t« carta a los dominicos de Chiapa y Guatemala (C H P. Reyes de Castilla de reconocer aquella superi^i,ina 250).ridad de supremo príncipe y obediencia a si •* Publicado por C H P, p. 214-227.justas leyes y mandármenos» n. * i.rudita ex elegans explicatio quaestionis: utrum re

- —t i 1:1___________ l.,t. Jf- ' « I principes iure aliquo vel titulo, el salva conscien-T - l libre consentimiento de las poblaciones rj,|( tlvts ac suhditos a regia corotta alienare el alterius

sólo justificaba, en ultima instancia, el domir.i particularis ditioni suhtcere possint (Francoforii, de España en América, sino que condicionaba Publicado por CHP, p. 1-115. política colonial. La tesis democrática se acere " Memorial de fray Bartolomé de las Casas al Cunse- ba a sus fórmulas definitivas: N u lli principian a!" ,le b'^as (Publicado por C H P, p. 279 283). regum quantumeumque supremo de mundo

ilf los indios. Publicado por Mariano Cuevas, Documen- 17 Carta al Maestro Fray Bartolomé Carranza (CH*<« inéditos del siglo XVI para la historia de México

página 202). I México, 1914), p. 176.

26 27 4.

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lomé de las Casas mantiene la crítica que hin anteriormente sobre el sistema de las encomia das. Se descubren, sin embargo, elementos mu vos, sólo insinuados en los textos anteriores que aquí adquieren su desarrollo teórico. Más qu un arma nueva de estrategia en la polémica, sij nificó un paso decisivo en la elaboración de « tesis democrática. El mismo promete hacer un síntesis de sus teorías. Se sientan las bases de uj tratado sobre el derecho de autodeterminaciór Desde el punto de vista científico, la intervenció de Bartolomé de las Casas había llegado a u momento trascendental.

Se esfuerza, ante todo, por demostrar la trai cendcncia y el riesgo de aquella polémica. Se tn ta, nada menos, que del porvenir de América, d que España conserve el imperio concedido po el Papa sobre los reinos de las indias o se pon$ en peligro de perderlo. Y un problema tan in portante, como es la venta o enajenación de u orbe tan grande, con «más tierra que hay de Vj lladolid a Roma y Alemania», debe ser tratad en Cortes con asistencia de todos los estados d España.

Además — aquí empezaba la novedad de su tesis— «según la ley natural y divina deben s* llamados y citados y avisados y oídos y que 1< indios informen de lo que conviene a su der cho. Pues aqueste paso es donde se trata de i gran perjuicio, como es que Vuestra Majesta venda por dinero a los que siempre lian sil sus capitales enemigos y a quien, como al mu do es notorio, los han destruido*®.

Primero, porque es un derecho fundamenti que corresponde a todo hombre libre y ha sidi reconocido por las leyes del Reino. Y que «pa ley natural y divina, y por las leyes de Vites til Majestad en estos reinos, no hay juez grande ni

a Memorial-Sumario a Felipe II (C H P, p. 217-218). I

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« lili o, superior o inferior, que condene a un hom­ine, por bajo que sea, a que pague ciento mara- *. «lisos y mucho menos a que pierda toda su li- !•• liad, ni al señor su estado ni mucho menos la lila (como aquellas gentes que si Vuestra Ma-

|. si .d las vende todas las cosas dichas han de •rrder), sin que primero sea llamado, oído y de­ludido y al cabo vencido»24.

Segundo, porque debe respetarse su voluntad ti. pueblos libres que desean ser súbditos del May, pero vinculados directamente a la Corona M«' «I. «Porque cosa justa y razonable es que, pues .iqiit'llas gentes son libres y nunca merecieron

.1 cautivas (como los Reyes Católicos declara- mi» y el Emperador muchas y diversas veces lo .1.. linó con parecer de sus consejeros y letrados)

• 1«̂ su voluntad desean ser súbditos de Vuestra Molestad, que Vuestra Majestad los reciba y no lini venda a particulares, porque manifiesto está• m uto más alegres viven los pueblos y cuánto

lliityor amor tienen a sus reyes y cuán mas pron- Im* están a poner las vidas y las haciendas porii servicio los que están en la Corona Real, que

los que viven sólo el regimiento de los particula- M * señores.»

Bartolomé de las Casas se arroga entonces el m illo de defensor de las indias contra las prue­ba s que aduce Antonio de Ribera en defensa de ii proyecto. Lejos de asegurar y pacificar la tie-• «, la perpetuidad de las encomiendas provocará

•.' I h i iones y aún la guerra entre los españoles, y Iii despoblación y el exterminio de los indios: y I».iitu pondrá en peligro la misma soberanía de i paña en aquellos territorios si se venden a los < in umenderos con jurisdicción civil y criminal, moro e l m ixto imperio. «Porque cuando los hijos n lirnederos de éstos se vean tan ricos y señores > entiendan que sus padres conquistaron la tie-

“ Memorial-Sumario a Felipe I I (CHP, p. 218).

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rra y la compraron a Vuestra Majestad por tar tos millones, no habiendo conocido a Rey ni v bido qué sea obediencia y la fidelidad que se h de guardar más que la lumbre de sus ojos a Rey, y habiéndose criado en tanta riqueza, extci sión y señorío y sin crianza ni cristiandad ni tí m or de Dios, ¿por qué habían de tener quien la predique y encamine en vía de salvación? ¿El qué tendrán levantarse, y este poco de nombn

ue Vuestra Majestad en aquella tierra tendís esecharlo y olvidarlo de si, desconociendo

aborreciendo oír su nombre de rey?»Los argumentos son ya conocidos. Pero de?

cubre aquí los fundamentos de su tesis déme crática. Porque ¿con qué derecho, se pregunti puede vender un rey tierras, vasallos y jurisdú ciones? ¿Es justo que por tantos millones pin dan ser vendidos los súbditos a sus mayores en* migos?

Si en los reinos de España «no puede el Rr enajenar los hombres libres, ni las rentas ra les, porque son inalienables e imperdibles, y po que en ello perjudica a sus sucesores», much menos puede enajenar los hombres libres, reyr y señores, súbditos de las Indias.

■ Y si Vuestra Majestad tiene necesidades, caí sadas por estos reinos o por otros señoríos qd tiene por acá, de ellos debe sacar el socorro pai remediarlas y no vender aquellas gentes libre que ni las causaron ni jamás nos debieron nada Dicen las Partidas que «cuando el Rey hubio necesidad, se ayude de sus súbditos, pero qi no ose enajenarlos».

Sería, finalmente, contra el derecho natun enajenar una gran ciudad o parte del territoii «porque resulta en perjuicio del reino y contr el bien común no hay en la tierra poder espiritui ni temporal que lo pueda hacer dispensablc». ’ enajenar aquellas tierras tan inmensas, con tai tos pueblos libres de indios, «no puede ser hedí

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i usa de mayor perjuicio» a España; además de I|ih* vende por siete lo que vale ciento y doscien- Ii»r millones.

Pura asegurar el dominio de España en las In- itliift, concluía Bartolomé de las Casas, no está »1 11*1 iicdio en vender aquellos reinos a los enco- tnt'iuleros, «que no tienen los millones que pro- un ic ii», sino en devolver a los indios su libertad imliiral. restituir a los caciques sus antiguos se- n*arlos y poner en aquellas tierras una guarnición I. soldados para defensa del derecho y ejccu-

• Imi de la justicia.I .i conclusión a que llega el informe razonado

i » verdaderamente sorprendente. Difícilmente se Milis Ir encontrar nada más avanzado. Representa ln c ulminación de este proceso dialéctico sobre i!m\ ho de autodeterminación.

I I título que S. M. tiene es sólo éste: que los Indios lodos o la mayor parte-, de su voluntad •nllrrcn ser vasallos y se tienen por honrados, y •I" esta manera S. M. es rey natural de ellos,• «mhién como de los españoles, y con buena con- •'leuda ¡xxlrá recibir tributos moderados susten-• iídolos en justicia y cristiandad. Y así es el Mliiyor servicio que nadie le puede hacer, en gran- |* «i las voluntades de ellos con buen tralamien- lo mi su nombre, para que huelguen de ser va-• líos. De donde se sigue manifiestamente que• oii buena conciencia no puede hacer reparti- 1 fílenlo de aquella tierra dándola a caballeros y •» llores haciéndoles vasallos de ellas, porque la «Irii.» es de los indios, cuyo dominio tienen iure• ttliimt y las personas son libres, y ningún rey

•«i Pupa fes puede hacer esclavos ni vasallos de ’d|oiiio caballero que les aprecie, sin grande in- liisil» ¡a, pues que esto repugna cuanto puede»23.

• Mía vez la derogación de las encomiendas se (•i. .«'lita como el único remedio para el gobierno

** Parecer razonado, p. 176.

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de las Indias. Este documento que aparece com anónimo y quizá pueda dudarse que ciertameo te sea de Bartolomé de las Casas, sintetiza, mejoi que ningún otro, y con fórmulas lapidarias, s» tesis democrática.

Su conclusión final se hace ya ineludible: «Qi* no sean los indios distribuidos y repartidos mu cho importa al estado real de S. M., porque a dándoles a señores luego cada uno de ellos « tendrá por rey, y como no aman al rey ni al au mento de la Coronal Real de España sino al su)i propio y de su casa, con estar tan a trasmana están dos dedos de se levantar con la tierra comí la experiencia lo ha demostrado de pocos aña acá, que ni los señores ni los encomenderos as« guran la tierra, antes la ponen en ocasión de u alzar y con mil de a pie y de a caballo que S. N pusiese en la Nueva España y otros tantos en c Peni, no habiendo señores ni encomenderos, ten drían quieto y seguro de los indios todo aquo nuevo mundo seguramente sin que haya rebelio nes y alborotos; y aun por esta manera de go bemar y no dar a nadie ciudad ni vida ni vas* lio, el turco toda su tierra tiene sujeta y según Y poniendo gobernadores muy bien salariada y que después de cierto breve tiempo hubiesei de hacer residencia en España y, por otra parte en lo espiritual, obispos siervos de Dios y aini gos de la paz, tendría S. M. todo aquel nuevo o» be en paz y tranquilidad y en lo espiritual suíi cientcmente doctrinados»3*.

Pero ¿cómo saber cuál es la voluntad de loj indios? Bartolomé de las Casas abrió el camine a la consulta popular. Ha sido su intervenció: más sensacional.

* Parecer razonado, p. 177.

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OFERTA SENSACIONAL DE l-\S CASAS

r ii juntas y reuniones por diferentes ciudades .M Perú, los caciques indios manifestaron su vo­l t i contra la venta de las encomiendas. Pero ¿có- ...» hacer llegar al Rey y sus consejeros esta opi-

míóii radical y unánime de los representantes . límales de la población india contra el p ro >ri lo de Antonio de Ribera? Nombraron a Bar- inlomé de las Casas por su representante en la i .ule de Valladolid, para que en nombre de los indios defendiera ante el Rey y el Consejo sus l>untos de vista en la polémica.

Con este fin, los caciques del Cuzco otorgaron jiodcr total a Bartolomé de las Casas. Lo mismo lili u ron los caciques de Guanchogualas, Guaman-,i. Clmquil, entre otros. Hasta que el 15 de ju-n de 1559 reunidos en la ciudad de los Reyes,

lio caciques más representativos por sí y por to­dos los demás caciques y principales de los in dios del Peni, nombraron por sus representantes i Cray Bartolomé de las Casas, Domingo de San­io Tomás y Alonso Méndez, les otorgaron ante notorio poder total como procuradores ante el Mrv y el Papa y señalaron los objetivos concretos v condiciones de esta comisión .

Eli virtud de estos poderes concedidos legal- itiente por Jos mismos caciques del Perú, presen- i m i o h Bartolomé de las Casas y Domingo de San­io Tomás un nuevo memorial al Rey y al Con- .. jo de Indias durante 1560. En definitiva era la • onlrapropucsta al proyecto de Antonio de Ri- U*ru

Debidamente informados de las pretensiones de los encomenderos y de que el Rey después de haberlo tratado en Inglaterra y Flandes había

n Este documento lia sido publicado íntegramente por CH P.p . CII CVI.

" Biblioteca de Autores Españoles, tomo 110, pági- •mw 4*5468.

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«concedido y determinado de dar perpetuos lo pueblos con sus cacique y indios de dicho reino a los españoles que los tienen en repartimiento t encomiendas, por cierto servicio de oro y plan que le prometían hacer, y aun tan excesivo qu les era imposible cumplir», los caciques en nom bre de sus pueblos protestan de aquella maniu bra como de un atentado contra su libertad ) aun contra su misma supervivencia.

Tratan de justificar su oposición y de razona! su voto en contra de aquel proyecto con una se ríe de pruebas que demostrarán que al meno cinco grandes e irreparables daños se seguirár al estado de Su Majestad en aquellas tierras.

La Corona perderá gran número de fieles va salios, desaparecerán todas las rentas, no podrá mantener justicia en la tierra, dará ocasión 3 rebeliones de tiranos y se pondrá en peligro L cristiandad misma.

Para remediar todos estos daños y preveni- razonablemente a aquellos peligros, Bartolontf de las Casas y Domingo de Santo Tomás, usando de los poderes que les fueron enviados desde e! Perú, ofrecen a Su Majestad «que los caciques y sus pueblos servirán con todo aquello que lo* españoles se averiguare bona fide, y sin algúi fraude que se ofrecieren a dar, v sobre todo aña dirán cien mil ducados de Castilla; y si no hubie­re comparación de lo de los españoles, servirá» a Su Majestad con dos millones de ducados ei cuatro años».

La oferta de los indios realmente era sensacio nal. Pero iba condicionada a una serie de obliga ciones que se imponía a la Corona y el Rey debía corroborar bajo juramento a los pueblos indios Los caciques indios se comprometían a servir co mo fieles vasallos «en el dicho tiempo, en tanto que S. M. como Rey justo y católico tenga por bien de ley promover, y con efecto guardarles in­violablemente, por sí y por sus sucesores, para

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• " ’mpre jamás, mandándoles dar todas cartas y provisiones necesarias, con todas las firmezas y 1 • «rroboraciones y juramentos que los reyes jus- 1« *n y cristianos suelen cuando contratan hacer y ilnr, las cosas siguientes*:

/'rimero, que S. M. prometa y conceda que «ni uhora ni en ningún tiempo d¿ ni consienta, ni pe» mita dar ni enajenar ningún repartimiento de > n.mtos hoy hay en todas aquellas provincias del Prrú, sino que siempre sean y estén inmediata­mente en la Corona de Castilla, como lo están las » tildados y pueblos realengos de estos reinos de tUpafia».

Segundo, «que se prohíba que ningún enco­mendero entre por ninguna causa ni razón en los pueblos de los indios que tienen encomendados, ilno que los tales pueblos de indios los pongan mis tributos en los lugares donde por las tasacio­nes fuere determinado».

t ercero, «que los pueblos e indios que hoy es­tán o estuvieren en cabeza del rey y los que se hieren poniendo en ella, paguen a S. M. no más de la mitad de los tributos que hoy pagan».

Cuarto, «que si algún pueblo o pueblos de los encomendados a españoles y de los de S. M. se ludí aren agraviados en tener demasiados tribu­tos, se tasen y desagravien, imponiéndoles el tri­buto que según razón debieren pagar».

(Quinto, «que como fueren vacando los pueblos v repartimientos, los menos principales se vayan 1 educiendo a los más principales, según la orden antigua de policía que tenían en tiempo de los irycs incas».

Sexto, «que cuando no hubieren de tratar los negocios generalas tocantes al estado de sus re­públicas, que se convoquen procuradores en los pueblos y sus comunidadas para que lo entien­dan y consientan si fueren cosas útiles».

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Séptim o , «que S. M. haga merced y dé privi­legios como los tienen de ley natural, que los se­ñores más principales de aquel reino sean libres y francos y no paguen pechos, ni sean obligados a otras servidumbres, como los caballeros e hi­josdalgo de acá de España».

Octavo, «que no se permita tomar a los pueblos en común, ni a los vecinos indios en particular, tierras ni aguas, ni otras cosas concejiles ni par­ticulares, de aquí adelante».

La tesis democrática terminaba en un pacto entre el Rey y el pueblo. Así -tendrá S. M. opor­tunidad para libremente cumplir la obligación

3ue tiene a la buena gobernación y conservación e aquellas gentes».El proyecto fue del Consejo de Indias a los co­

misarios del Perú; pasó al informe de juristas y teólogos. La Corona nunca se pronunció sobre tales pretensiones. Todavía Bartolomé de las Ca­sas intentó provocar una junta de teólogos. Du­rante el año 1563 se leyó este memorial ante el pleno del Consejo de indias. Pero nada se resol­vió -sino dijeron que lo verían*. El tiempo dila­taba una solución aceptable.

Ante aquella situación, para Bartolomé de las Casas insostenible, no le quedaba otra solución que recurrir al Papa, como árbitro supremo de aquel negocio, ya que el Rey, en última instancia, tenía el imperio de las Indias ñor «concesión de la Silla Apostólica». Fue el último esfuerzo de su vida como protector de los indios.

En el mes de mayo de 1565, aproximadamente un año antes de su muerte, Bartolomé de las Ca­sas presentaba a Felipe II su trabajo sobre las Doce dudas*. Venía a ser algo así como su tes­tamento político después de una larga vida de agitación y de lucha en favor de los indios. El 29

29 Tratado de las doce dudas (Publicado por Biblioteca de Autores Españoles, t. 110, p. 478).

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Rey mandó el manuscrito al Consejo de Indias paia el que hizo el mismo obispo un compendio ile sus ideas con una franqueza brutal e intran­sigente. Durante varias sesiones fue leído el ma­nuscrito, estando presente en alguna de ellas el •nitor, que se encontraba ya enfermo.

El tratado, que fue sin duda el último de su vida, puede reducirse a ocho principios funda­mentales:

Primero, todos los infieles, no importa cuáles fuesen su religión o los pecados que hubieran cometido, poseen legítimamente sus propiedades y sus tierras.

Segundo, ningún rey o emperador, ni si­quiera la Iglesia, pueden hacer una guerra justa contra las naciones de las Indias.

Tercero, la única razón que abona la con­cesión papal a los Reyes de Castilla y de León es la propagación de la fe.

Cuarto, por esta concesión el Papado no intentó privar a los reyes y señores natura­les de las Indias de ninguno de sus dere­chos.

Quinto, los Reyes de Castilla y de León es­tán obligados a sufragar los gastos requeri­dos para convertir a los indios y no pueden constreñir a los indios a pagarlos contra su voluntad.

Sexto, para que el imperio de España en las Indias sea justo se debe contar con el consentimiento de los Reyes y pueblos de aquel orbe, de manera que acepten libre­mente la donación del Papa a los Reyes de Castilla.

Séptimo, las entradas todas que han rea­lizado los españoles desde el descubrimien­to de 1492 han sido «malas y tiránicas».

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Octavo, desde 1550 hasta 1564 no ha ha­bido ni hay ahora ningún hombre en todas las Indias que haya tenido ni obre de buena fe.

Sin el consentimiento libre de los príncipes y pueblos indios, el dominio español en América no se justificaba ni siquiera por la donación pa­pal. Bartolomé de las Casas concebía que el re­sultado de la conquista debía ser una confedera­ción pacífica de reinos indígenas cristianos bajo el alto dominio del emperador, que sería el Rey de Castilla. Dichos reinos conservarían sus pro-

fúos gobiernos y sus costumbres en todo lo que uera compatible con su incorporación al impe­

rio cristiano.En otro nuevo tratado (D e Thesauris del Pe­

rú ) que también había remitido al Consejo de Indias, revivía su tesis democrática con mayor precisión todavía. Los anatemas contra las enco­miendas volvían a repetirse. Pero teóricamente nada nuevo añadían30.

El tratado Del único modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera religión es probable­mente el manuscrito que Bartolomé de las Ca­sas envía al Papa para que lo «mande examinar y si fuere justo estamparlo» “ . En su carta a Pío V brinda una síntesis: El esquema ideológico con el libro es tan idéntico, que difícilmente de­ja lugar a dudas®.

En términos enérgicos pide que excomulgue y anatemicc a quien declare la guerra a los infie­les «por causa de idolatría o para que el evange­lio sea m ejor predicado». Insiste que se fulmine

30 Los tesoros del Perú (Traducción y anotaciones por Angel Losada, Madrid. 1968). Los textos más impor­tantes han sido publicados en C H P, 251-266.

a Publicado en Méjico (1942) por el Fondo de Cultura Económica.

k Petición a Su Santidad (C II P, p. 284-286).

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•ii una condena parecida a todo el que sostenga •Ule los indios no son propietarios legítimos de lo que poseen o son incapaces de recibir la fe, l*oi* más rudos y de tardo ingenio que sean».

Enuncia y protesta contra los obispos y ecle-• i .iicos que so desentienden y hasta se enrique-• n, mientras sus propios súbditos mueren de

hiiiuhrc. Pedía la intervención inmediata de la 'imita Sede en favor de los «oprim idos con sumos finlmjos y tiranías». ¿Cayó también en el vacio h»Io último intento de Bartolomé de las Casas?

A finales de 1566 enviaba P ío V a la Corte de Mndrid una instrucción «sobre la manera de tra- im ti los indios de Am érica*13. Había sido re­ía Inda detalladamente por una comisión de m illo cardenales, y en España, el arzobispo de

NoHkano debía entregarla a Felipe TI y sus mi- nlMrox.

I n nombre de los principios cristianos. Pío V constituía en preceptor de colonización. Re­

ndaba que la conversión de los infieles había Ido el fin por el que fue concedida a los Reyes

i * i •»líeos de España la conquista de aquellos paí- •< i y redactaba el primer programa de colon ¡za-• Ion cristiana:

Era necesario enviar predicadores y sacerdo- I» . suficientemente pagados, que sepan predicar i'l Evangelio e instruir a los indios en la fe cató­la • Para formar y educar a los indígenas en la Vida cristiana y política, debían tener maestros •|tlo no deshicieran con su ejemplo el efecto de un palabras. Los gobernadores y virreyes tenían

*d deber de reprimir a los viejos cristianos y a '•■• colonos ávidos de enriquecerse.

España tenía obligación de fomentar aquella política para agrupar en reducciones a los indios• pío andaban dispersos por los montes, a fin de l«t< la justicia les fuera todavía mejor garantí-

" Documento publicado por C H P. p. 287-292.

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zada y se castigara más eficazmente a los mal­hechores.

El Papa pedía que los indios fueran tratados con benevolencia y con generosidad. Insistía en la conveniencia de que les fueran concedidos ho ñores y tuvieran la posibilidad de participar en las funciones civiles y públicas, en contra de la opinión de algunos funcionarios que no veían en los indios más que vasallos obligados a trabajos no remunerados.

Protestaba contra los encomenderos que es clavizaban a los indios o les escatimaban los sa larios que se les debían por sus servicios. El Rey tenía el deber de controlar m ejor la administra­ción de justicia. Para ello se le recomendaba en viar inspectores leales e imparciales con el fin de conocer los méritos y los abusos para premiar a los buenos y castigar a los injustos.

Pero sobre todo el Rey debía ser intransigente con la opresión de los pobres. Pío V exigía que se hiciera justicia por igual a españoles e indios, y que a todos se dejara el camino abierto para recurrir a los tribunales de justicia y hasta al tribunal supremo del mismo Rey cuando los in­feriores fueran oprimidos por la minoría domi­nante.

Condenaba, es cierto, los tributos excesivos y con toda vehemencia se oponía a los sistemas dé represión y a las guerras que hacía España en América sin haber cumplido las condiciones ne­cesarias de toda guerra justa. Aquel programa co­lonial tendía a refrenar las ambiciones de los en comenderos que habían encontrado en las co­lonias la forma mejor de enriquecerse.

Es d ifíc il desconocer el paralelismo que exis­te entre estas normas de política colonial expues­tas en la carta de Pío V, y los principios tan rei­teradamente defendidos por Bartolomé de las Casas. Además, el momento mismo de su expe­dición denuncia una relación directa entre estos

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•los documentos. Por lo menos no as aventurado ti|x>ner que esta posición oficial de la Santa Se­

de, en este preciso momento, había sido provo- r ula por intervención del obispo de Chiapas.

Su tesis democrática había culminado en este proceso dialéctico sobre el derecho de autodeter­minación. Es posible comprender y valorar ya el Untado político De imperatoria sen regia potes- tote.

INFORME SOBRE EL PODER DE LOS REYES

Para convencer al Rey y al Consejo de Indias, Bartolomé de las Casas escribió su informe so­bre el poder de los reyes y I06 derechos de los «ubditos. Constituye uno ae los libros más sen- Miicionales de filosofía política que se publicaron durante el siglo X V I. «Ningún Estado, ni rey, ni emperador pueden enajenar territorio ni cam­bur su régimen político sin consentimiento ex­preso de sus habitantes.»

Por encima de sus condicionamientos históri­cos, este informe formuló los principios demo- • i áticos que iban a tener gran influencia en los destinos de Europa.

Wolfgang Gricsstetter, abogado y miembro del mhunal imperial de Espira, preparó la edición que se publicó en Francfort durante 1571. Apa- iive bajo el titulo Erudita et elegatis explicatio quaestionis: utrum reges vel principes iure ali- uuo vel tittilo, et salva conscientia, cives ac sub­ditos a regia corona alienare et alterius dom ini ftarticularis dition i subicere possint?

Con fecha 22 de marzo dedica la obra desde la ciudad de Espira al Barón de Hollesburgo, Kin- kenstein y Talberg, Adán de Dietrichstein, Gran ( liambelán del Emperador y que había sido Em­bajador del Imperio en España y preceptor de bis ilustrísimos Archiduques de Austria Rodolfo

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Page 20: Derechos Civiles y Polírticos-Bartlomé de Las Casas

Ernesto. Griesstetter había acompañado al Em ajador en la Corte de Madrid como agregado y

consejero. Durante cinco años permaneció en Es paña entregado al estudio y a la investigación de la ciencia jurídica española.

Mientras estudiaba las obras publicadas o iné ditas de los maestros españoles «m e sucedió — nos cuenta él mismo— que cierto insigne maes­tro entre otras obras me hizo conocer el tratado de las Casas, obispo de Chiapas, que titulaba sobre los reyes y principes en cuanto a la enaje­nación de los bienes que pertenecen a los rei­nos.

«En cuanto lo hube leído y constaté que plan­teaba, estudiaba y analizaba, como ningún otro autor, una cuestión tan importante y fundamen tal, pensé que merecía la pena ocuparme de pu­blicar y hacer asequible a otros una doctrina tan útil y el conocimiento de un autor tan incompa­rable* 34. Cuando regresa a Alemania (1570) en­trega el manuscrito a varios amigos y otros es­pecialistas que le convencen definitivamente de que debe ser publicado este tratado.

Wolfgang Griesstetter estaba convencido de que las Casas era el autor y ni siquiera suscita la cuestión. Por los datos que nos ofrece el editor se concluye que la época de su estancia en Ma­drid coincide con los últimos años de las Casas que solía vivir en la Corte. Antonio M. Fabié aven­tura la posibilidad de que el sabio alemán cono cíese y tratase al protector de los indios Un dato hay cierto: que el manuscrito le fue entre­gado durante la vida del autor, en un momento de su gran popularidad en la Corte y por un ami­go que sirvió de intermediario para las Casas.

M Dedicatoria (C H P, p. 4).* J. M. Fabré, Fray Bartolomé de las Casas (Madrid,

1S97), p. 321.

l I obispo de Chiapas estaba ocupado entonces . ultimar algunos de sus tratados fundamenta-

mie recogían de manera general la doctrina mi tilica que condicionaba sus informes y gestio- 111*1 políticas ante la Corte y el Consejo de In- •l||tv Este sentido tenía el tratado de las doce ilu.l.is v su otro tratado sobre los tesoros del• mi. Ninguno de estos tratados hasta muy re­tir lilemente ha sido publicado. Bartolomé de las 1 « iis intentaba publicar en el extranjero algu- ..... <le sus manuscritos.

Fu su carta, por ejemplo, de 1566 escribía al Pt|u» Pío V: «Qué cosas son necesarias para la itMlificada forma de promulgar el Evangelio y luí*« r lícita y justa guerra contra los gentiles, en I libro que presenté a V. B. instanlísimamente

«hpilco, por la sangre de nuestra Redención, que inunde examinar el dicho libro, y si fuere justo . •'lamparle, porque no se oculte la verdad en des- > unción y daño de toda la Iglesia, y venga tiem- P*i (el cual por ventura está ya muy cerca), en i|iio Dios descubra nuestras manchas y manifies- it n toda la gentilidad nuestra desnudez»*.

De sobra sabía Bartolomé de las Casas que pi u ticamente estaba incapacitado para publicar iih manuscritos en España. Después de haber pu­lí* ndo en Sevilla durante 1552 una colección de

i* * picóos tratados sin la previa censura oficial, •pie era obligatoria en virtud de las pragmáticas

il»*s, fueron prohibidos sus escritos y manda- fot recoger en las Indias57. A decir de Antonio iiur.i esta actitud rebelde de las Casas que «es­timaba tener el monopolio de la verdad, y con lid disposición de ánimo se creía a sí mismo exen- i * <lo la jurisdicción ordinaria», provocó una se-• ••« de cédulas que mandan que no se puedan

- Cfr. C1IP, p. CXVIII.•’ Antonio Sierra Corella, La censura en Esparta (Ma­

lí al. 1947), p. 74-185.

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Page 21: Derechos Civiles y Polírticos-Bartlomé de Las Casas

«im prim ir ni vender en estos Reinos ningunos !. ,|.i consideran Guillaume-Franqois De Bure*' y bros, que traten cosas de Tndias sin licencia r i, l'cignot que fue objeto de persecución y cen- presa de su Majestad» *. ma.

La pragmática fechada en Valladolid el 21 it Sl cs c ¡cri0 qUC un español podía publicar sus septiembre de 1556 ordena que «los tales libn |||iros en ej extranjero, quedaba, sin embargo, que tratan de cosas de las Indias no se ímprim: ,tp>¡i¡bida su importación en virtud de las prag- m vendan, sin que primeramente sean vistos lfMlicas ^ e s en el siglo X V I. A esta razón se examinados en el nuestro Consejo de las India» ,| ,|K. qUC no exista en las bibliotecas españolas V que sean recogidos y enviados a la Corte tod<> un S(j|0 ejemplar de la edición príncipe de jos lib ios que hay impresos en esas ciudades, i< iv/|. Después de una investigación cuidadosa ha lias y lugares sin expresa licencia nuestra», h ,,|0 poSÍbie encontrar un ejemplar en la Biblio-imprcsion o la venta de libros para el futuro su.... . Nacionai dc Madrid, pero de la edición decumplir estos requisitos legales se castigaba cu h(b¡nga de i 625 y aun entonces camuflado el penas gravísimas. El impresor y el librero «inci ,,nludo aj final del volumen que se inicia con la rra en pena de doscientos mil maravedises par ,,„a de Guillermo de Monserrat sobre la suce- nuestra Cámara y fisco, y que pierdan todas la 1|(|) de jQS n 0 olvidemos que durante elobras que as. imprimieren, con todos los apareje, |o X V II Barloiomé de las Casas era denun- que para el o ..vieren en su imprentaj ' E l i . |m|() a Ia inquisición por el padre Mingui- cumplimiento de estas normas inovio a las Cor o o T ̂ ^ fW o ade Valladolid de 1558 a redactar y promulgar h *,,n ,S J* « 5 °^ ^ « i V tem blcs V\ X*: ' • 3 H r !<1 los soldados españoles, que. aunque fueran, h i'i^lnd. bastaba presentarlas al Rey <> a sus Mi-

imprenta cometidos por medio de Ú ,|Wrofi y no publiCarlas. pucs de ahí los extran-, , l i j i . • j i loros toman argumento para llamar a los espa-

.. ^ r e n t c h a pa S dC qf C« a ‘.,bLn - le * crueles v f ie r o s ." El tratado De imperato-Sobre el poder de los Reyes y su autor, Bartol, . . . . , . . • i ^me de las Casas, fueron denunciados al Conscj. í J ¡* * J “ * f f L S S S f f ? ,dc la Inquisición por defender unos principa- para los Es «p h ca b le su silencio,contrarios a la doctrina de San Pedro y San Pa slc, pequeño tratado juridico parece haber si- blo sobre sujeción de los siervos y vasallos a si» ' " rt*dactado entre finales de 1555 y principios señores y reyes. «E l autor sufrió grandes moni *' 1556, entre la fecha de la carta grande a Bar- íic ación es por efecto de las amenazas que lleg-> Carranza y el informe-sumario a Fe-ron a su noticia. Pero el Consejo no le intimó di 1 •"*oficio más que la entrega de la obra que se reo Sabemos que Domingo de Soto sirvió a Las Ca- gió m anuscrita»* Por su tesis sumamente avan

H n. ________ • , , *' Hihíiographie instructiva ou traite de la comxaissance° ^costana í lü ?rej“ • ' Wvrwr rares et sntRidicrs (París, 1763), n. 22, p. 055.

X x i T i W w V AmerieaiK, nUllhmu¡„ cri,?que m iraire e, blb,lograpll!q¡lt

» A. Sierra Canilla, La Censura en España, p. 19MK au feu- « iPPrtmis* Historia Critica de la Inquisición en España (Barc» •• »rrK;,-nEspaña (Barc

lona, 1806), vol. II. t. IV, n. 24, p. 266-261.

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Archivo Histórico Nacional de Madrid. Inquisición, mi 424.

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Page 22: Derechos Civiles y Polírticos-Bartlomé de Las Casas

EL PODER DE LOS REYES N LOS DERECHOS DE LOS SUBDITOS

por Bartolomé de las Casas

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Page 23: Derechos Civiles y Polírticos-Bartlomé de Las Casas

PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

¿Los reyes y gobernantes pueden vender a los ciudadanos y súbditos de la Corona? ¿Pueden cometerlos a la jurisdicción de o tro señor par- iIndar? Moralmente hablando, ¿hay algún dere- * lio o titu lo jurid ico para hacerlo?

Muchos son los daños que los gobernantes pueden causar a sus pueblos. Entre los más gra­ves y de consecuencias más desastrosas parece rstar la costumbre de enajenar de la Corona a los propios ciudadanos o súbditos. Y someterlos a la jurisdicción de otro señor particular por vía •li- venta, donación, delegación, concesión o pri­vilegio. El problema se plantea así: ¿Hay algún derecho o título juridico que los autorice a ha- irrlo? ¿Incluso con tranquilidad de conciencia?

La raíz del problema está en que una cosa así « , muy grave y extremadamente funesta para los pueblos. Y, sin embargo, vemos que se repite a i .ida paso dentro de los reinos y sin el menor es- > tripulo '. Hay efectivamente muchos palaciegos, cortesanos y parientes de reyes que se desviven l>or esta clase de favores. Y para complacerles no se tienen en cuenta, como debieran, los apu­ros y sufrimientos intolerables que se causan a los habitantes del reino.

• Para conocer la evolución histórica (doctrinal, instl- mcional y legal) de este problema véase: Bartolomé de las Casas, De regia potestate o derecho de autodetenni- ndcióti (C. S. I.C., Madrid, 1969), Estudio preliminar, pá­ginas XXI-XLVI. Para Bartolomé de las Casas el siste­ma de encomiendas trata de implantar en la América in |i.ina los procedimientos medievales de venta o dona- Mi-u de territorios, ciudades o súbditos con todos sus Inconvenientes tradicionales y otros nuevos derivados de 11 inferioridad de los indígenas hispanoamericanos fren­te a los conquistadores peninsulares.

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Page 24: Derechos Civiles y Polírticos-Bartlomé de Las Casas

En detensa de tal actitud alegan razones muy especiales: con ellas pretenden justificar, o al menos camuflar, tales enajenaciones. Estas razo­nes son las siguientes:

1) El gobernante? tiene que recompensar los méritos y servicios que se le han prestado, sobre todo los que redundan en favor del reino. Tanto el rey como la propia comunidad en su conjun­to están especialmente obligados a recompensar tales servicios. Argumento que recoge el derecho romano y las Constituciones sobre feudos1. Lo subraya también Juan Andrés y Baldo de UbaJ- d is4.

2 El término "princeps" o "príncipe" tiene en Bartolo mé de las Casas —y en las fuentes utilizadas por él— diversos sentidos. Los principales son tres:

a) Soberano, jefe de Estado o gobernante supremo. El tipo de soberano más tenido en cuenta por el es el "rex" o rey.

b) Alto gobernante o jerarca dentro del Estado. El tipo de Estado más tenido en cuenta por Bartolomé de las Casas es el "regnum” o reino. Pero también alude frecuentemente al "imperium" o imperio, a las uniones personales de diversos reinos bajo el mismo monarca, v a la "civitas" o ciudad concebida por él casi como Ciudad-Estado.

c) Gobernante en general, coa especial referencia a los "señores naturales" de las diversas minorías o institu­ciones político-territoriales englobadas dentro del reino o imperio.

Nosotros traducimos el término "princeps* según el sentido que tiene en cada contexto: su traducción más frecuente es la de “ gobernante".

J Digesta V, 3.25,11; 39,5,27; 26,7.41. Constitutiones feodurum I, 7,1. Para un recto entendimiento de cuanto se dice en este primer capitulo, téngase en cuenta que Bartolomé de las Casas utiliza aquí el método escolás­tico. Es decir, que cuanto aquí se dice no es doctrina propia de Bartolomé de las Casas, sino al revés: razo­nes o “argumentos" de la doctrina contraria, que el tra­tará de refutar a lu largo de los restantes capítulos del tratado.

4 Juan Andrés [ f 1348. Canonista italiano]. Novella lo annis Andreae super secundo libro Decretalium (Ve-

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Puede añadirse además que el gobernante tie­ne que cumplir sus deberes de justicia distribu­tiva. Con recompensas procedentes de los bienes •lo la comunidad y de todo el reino debe gratifi­car a los ciudadanos que han trabajado por el bienestar del pueblo, conforme a los méritos de inda uno. Para eso están los honores, riquezas v otros bienes, muebles e inmuebles. Pueden ser impartidos entre aquellos que se entregan into- giámente al servicio de la comunidad3.

2) Según las mismas fuentes, e l soberano pue­de hacer donaciones a iglesias e instituciones sa- U radas o fundar iglesias y oratorios para remi- *ión de sus pecados*.

3) Estas donaciones regias a magnates y no­bles favorecen, sobre todo, a los benefactores de la patria. Se les entregan plazas, ciudades y otros lugares, y se les colma de riqueza y poder. Con ello el reino alcanza mayor prestigio y fa­ma entre los demás reyes y naciones extranje­ras. Y en definitiva, el rey mismo es más respe­tado. Nadie osará atentar contra el reino, ni to­mar iniciativas que puedan perjudicar al país./

4) Puede suceder que el rey se conduzca mal en el gobierno del reino. Puede llegar a oprimir a los ciudadanos e imponerles tributos y exac­ciones injustas. Puede que entonces los simples ciudadanos que experimentan tal tiranía no se atrevan a acercarse al rey y pedirle que remedie situación tan miserable. Por eso mismo parece necesario que en el reino haya magnates podero­sos en riqueza y autoridad. Respaldados por los

iictiis, 1489) II. 1,12. Baldo de Ubeldis [1327-1400. Jurista Italiano, profesor de leyes en Pcrusa, Padua y Pavía], lectura Baldi super secto libro Codicis (Coloniae 1480) VI, 61,7.

* Aristóteles [384-322 antes de Cristo. Filósofo griego, maestro del pensamiento occidental], Etica, V, 2.

* Decretales Gregorii IX : II, 19,1.

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bienes que reciben de la comunidad, como plazas y ciudades, podrán presentarse con toda libertad y decisión ante ese rey y exponerle las afrentas y quejas del pueblo. Oportuna e inoportunamen­te podrán pedirle humildemente que ponga re­medio y fin a las calamidades del pueblo opri­mido.

5) Añaden otras razones que también creen irrefutables. La quinta podría ser ésta: el sobe­rano hizo un voto y, en consecuencia, está obli­gado a realizar una peregrinación. Como tendrá que hacer grandes gastos — aparte otras medi­das extraordinarias— podrá enajenar a voluntad algunos bienes del reino \

6) Para construir un monasterio y donarlo a la Iglesia. Como cuando el rey de Aragón donó al monasterio de Nuestra Señora de Benifazá ciertos territorios *.

7) Para poder pagar a los combatientes en una guerra justa '.

8) Para cumplimentar la última voluntad del padre al que sucedió en el gobierno del reino ".

9) Para hacer donaciones a la reina10) Para dotar a sus hermanas y atender a

sus hermanos los infantes para que vivan decen­temente conforme a su dignidad real u.

11) Puede aducirse también aquel principio 7 8 * 10

7 Decretales Gregarii IX : III, 34,6. Digesta, 50,12,2. De­cretales Grcgorii IX : III, 34.7.

8 Decretales Grcgorii IX : III, 24,9. Sextus Decretalium II. 14,3. Sobre el monasterio cistcrcicnse "Nuestra Seño­ra de Benifazá’ véase Pascual Madoz, Diccionario gco gt úfico estadisticohistórico de España y sus posesiones de Ultramar (Madrid, 1846), tomo IV, pág. 216.

* Codex 12, 35,1.10 Decretales Gregarii IX : III, 34,6. Codex VI. 42.32.» Codex V. 16,26.17 Digesta 26,7.12,3.

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iM derecho canónico y civil: Uno puede hacer *• través de o tro lo que puede hacer por sí mis­mo ” , y lo que puedo hacer personalmente, pue­do hacerlo por medio de otro.

Id rey puede gobernar — y de hecho gobierna .1 reino y cada una de sus partes— mandando a Imvés de sus leyes y ordenanzas. Pero la ejecu- lon la confía a gobernadores, magistrados, vi-

" yes, jueces y delegados suyos. Gobierna así por medio de ellos. Como también a través de oíros • ñores, condes, marqueses o duques. También

i»*tos últimos reciben del rey ciudades y otras tierras por donación o cesión. La diferencia está en que aquellos cargos y beneficios son tempo­riles, mientras que éstos son perpetuos.

l uego el rey puede confiar a tales señores la autoridad de promulgar leyes y hacer ordénan­os . Llegan así a gobernar por su propio poder aquellos territorios. O por lo menos ejercen ju- i indicción conforme a las leyes y ordenanzas ilol rey sobre los territorios y ciudades que les han sido donadas y enajenadas a perpetuidad. Mientras que los otros ejercen jurisdicción tem­poral. F.n uno y en otro caso no se trata sino de ejercer funciones soberanas mediatamente, es ilccir, a través de los mediadores mencionados.

F.sto lo hace especialmente mediante delegacio­nes temporales: A los beneficiarios les concede tidcmás títulos de honor; les hace duques, mar­queses o condes. Y en lugar de sueldo o gratifica- i iones pecuniarias, les asigna una parte propor- « lonal de los impuestos o la totalidad de los que ic deben recaudar de tal provincia, pueblo o dudad.

12) Se añade un caso más: el hombre es na­turalmente libre y, por tanto, no puede ser ven- illdo, legado o donado directamente, ya que no

” Sextus Decretalium V, 12,5,68. Digesta 30,12,2.

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es valorable económicamente14. Pero bien pueili ser donado y enajenado accidentalmente y con* consecuencia [de otro negocio jurídico complr jo ] : por ejemplo, juntamente con su propio mu nicipio. Cuando se vende todo un condado o du cado, se vende también al ciudadano dentro dt una universalidad de bienes, según las disposicio ncs sobre feudos l\ También los juristas admita como legal esta enajenación del hombre en fui» ción de una totalidad de bienes. En una donación general — por ejemplo, de una plaza o territo rio— se transfiere incluso el poder político. Y al enajenar la totalidad de derechos se incluyen también los bienes incorporales M. Por eso, pía zas y villas son nombres que designan cierta uni venalidad que lleva consigo jurisdicción, terri torio y derecho de patronato ,7.

Resuelta así que bienes no espeeíficamentr transferí bles son transferiblcs juntamente con esa universalidad M. Y en nuestro caso es evidei» te que también se transfieren y enajenan hora bres dentro de una totalidad de bienes. Aun con tra su voluntad, los adscripticios u originarios son transferidos y enajenados con el predio, aun que ellos sean libres .

Otros dijeron, siguiendo a Baldo de Ubaldis:

u Digesta IX, 2,13. Codex VIH, 41,1. Ciño Sighibuldi dr Pistoya [1270-1336. Jurista y poeta italiano, proíesor di Siena, Perusia, Ñapóles. Florencia y Bolonia], In Codt ctm et aliquot titulos primi Pandectarum tomi, id est. Digesti Veteris, doctissima commentaria (Francofurti 1578), fol. 513.

,J Constitutiones Feudorum II, 51,1.** Digesta 50,16,21.17 Decretales Gregorii IX : III, 38,7. Inocencio IV [Papa

de 1243 a 1254. Canonista italiano llamado Sinibaldo de Fieschi], Innocentis quarti Maximi super libros quinqut Decretalium (Francofurti, 1570) III, 38,7.

M Digesta 18.1,24; 41,1,62. Decretales Gregorii IX : 4,27,18.

Codex 11, 48,7,2. Instituciones I, 4,1.

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m licito enajenar incluso a hombres sin necesi­tad de trasm itir los derechos públicos del muni­ri ¡do. Rasta que el señor enajene toda la propie­dad. Y lo que dicen de ser líc ito se interpreta • uando el sefior enajene en favor de o tro superior " Igual. Porque un vasallo no debe descender de ategoria. C om o seria si el señor enajenase sus a rras en favor de un campesino. Son palabras

•I* Baldo de Ubaldis*.Se concluye lógicamente que el rey tiene poder

pura transferir los súbditos a otro señor medían­le donación o venta, siempre que sea en función le »ina universalidad, es decir, al vender una p ro viuda, pueblo o ciudad.

13) Hay una doctrina de Bartolo de Sassofe- mito que se ha hecho general entre los juristas, i I soberano puede hacer donaciones y enajena- » lunes que no sean en grave detrimento de la ju- i indicción y dignidad del rev o que no perjudi­quen extraordinariamente aí país o la dignidad misma del rey. Podrá, pues, el rey donar o ena­guar algunos territorios con tal que pueda ha- . f i lo sin perjuicio del reino ni de la dignidad del mismo*1.

14) Las Sagradas Escrituras parecen admitir l.mibién estas enajenaciones. Salomón dio vein- it* ciudades del territorio de Galilea al Rey de I lio. Así le recompensó por la ayuda y apoyo que lt había prestado al suministrarle oro y maderas •le cedro para la construcción del Templo y del luilacio rea l72.

15) Pasemos a la última razón alegada. Si *m rey no tuviera poder al menos para enajenar

n Baldo de Ubaldis, Lectura Daldi super sexto libro i < ulicis (Coloniae. 1480), fol. 59.

n Bártolo de Sassoferrato [1313-1357. Jurista italiano, inofc.snr de Bolonia], /« primam Digesti Novi pariem (VVnctiis, 1596), tomo V, fol. 147.

u Biblia, I I I Reyes IX, 10-11.

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es valorable económicamente ¡\ Pero bien puedt ser donado y enajenado accidentalmente y como consecuencia [d e otro negocio jurídico comple jo ] : por ejemplo, juntamente con su propio mu nicipio. Cuando se vende todo un condado o du cado, se vende también ai ciudadano dentro dr una universalidad de bienes, según las disposicio nes sobre feudos u. También los juristas admiten como legal esta enajenación del hombre en fun ción de una totalidad de bienes. En una donación general — por ejemplo, de una plaza o territa rio— se transfiere incluso el poder político. Y al enajenar la totalidad de derechos se incluyen también los bienes incorporales 16. Por eso, pla­zas y villas son nombres que designan cierta uní versal idad que lleva consigo jurisdicción, terri torio y derecho de patronato 17.

Resuelta así que bienes no específicamente transfcribles son transferibles juntamente con esa universalidad Y en nuestro caso es eviden­te que también se transfieren y enajenan hom bres dentro de una totalidad de bienes. Aun con tra su voluntad, los adscripticios u originarios son transferidos y enajenados con el predio, aun que ellos sean lib res1’ .

Otros dijeron, siguiendo a Baldo de Ubaldis:

M Digesta IX, 2,13. Codex VIII, 41,1. Ciño Sighibuldi de Pistoya [1270-1336. Jurista y poeta italiano, profesor de Siena, Perusia, Nápoles. Florencia y Bolonia j. In Codi cem et aliquot titulos primi Pandectarum tomi, id est, Digesti Veteris, doctissima commentaria (Francofurti, 1578), fol. 513.

15 Constitutiones Feudorunt II, 51,1.14 Digesta 50,16,21.17 Decretales Gregoru IX : III, 38,7. Inocencio IV IPapa

de 1243 a 1254. Canonista italiano llamado Sinibaldo de Fieschi], Innocentii quarti Maximi super libros quinque Decretalium (Francoturli, 1570) III, 38,7.

» Digesta 18.1,24: 41,1,62. Decretales Gregorii IX: 4 27. 18.

19 Codex 11, 48,7,2. Instituciones I, 4,1.

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líc ito enajenar incluso a hombres sin necesi­ta! de trasm itir los derechos públicos del muni- I pió. Basta que el señor enajene toda la propie­

dad. Y lo que dicen de ser lic ito se interpreta mauló el señor enajene en favor de otro superior

0 igual. Porque un vasallo no debe descender de alegoría. Como sería si el señor enajenase sus

tierras en favor de un campesino. Son palabras •Ir Baldo de Ubaldis3*.

Se concluye lógicamente que el rey tiene poder pura transferir los súbditos a otro señor medían­le donación o venta, siempre que sea en función •Ir una universalidad, es decir, al vender una pro­vincia, pueblo o ciudad.

13) Hay una doctrina de Bartolo de Sassofe-1 rato que se ha hecho general entre los juristas, l I soberano puede hacer donaciones y enajena- i Iones que no sean en grave detrimento de la ju- tlidicción y dignidad del rey o que no perjudi­quen extraordinariamente al país o la dignidad misma del rey. Podrá, pues, el rey donar o ena- jrnar algunos territorios con tal que pueda ha- crio sin perjuicio del reino ni de la dignidad del

mismo2I.14) Las Sagradas Escrituras parecen admitir

también estas enajenaciones. Salomón dio vein­te ciudades del territorio de Galilea al Rey de riro. Así le recompensó por la ayuda y apoyo que Ir había prestado al suministrarle oro y maderas «Ir cedro para la construcción del Templo y del palacio real a.

15) Pasemos a la última razón alegada. Si un rey no tuviera poder al menos para enajenar

” Baldo de Ubaldis. Lectura Baldi super sexto libro i •ulicis (Coloniae, 1480), fol. 59.

Bártolo de Sassoferrato [1313-1357. Jurista italiano, l'iofcsor de Bolonia], In primam Digesti No\ñ pariem \ l netiis, 1596), tomo V, fol. 147.“ Biblia, U1 Reyes IX, 10-11.

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entre vivos o para legar con ocasión de su mué te, resultaría demasiado empequeñecida la co dición de rey. ¿No es propio de los reyes hac donaciones? .

Los motivos anteriores y otros similares 1 consideran causas de urgente necesidad. Eso a toriza a los reyes, según ellos, a donar bien del reino, ciudades y otros territorios, no oh tante d juramento de no enajenar que prest ron en el momento de su coronación. Para d mostrarlo invocan textos del derecho canónic y del Código de Justiniano. Todos de eonsu dicen: «s i la necesidad lo exige, hay que atener a los intereses públicos y aceptar con gusto l sumisión sin alegar privilegios de d ign idad »24.

Los autores referidos ponen una acotació Consideran cierta esa tesis a condición de que t les enajenaciones no perjudiquen gravemente reino. Hay, efectivamente, argumentos y ley que ponen en tela de juicio la tesis y la hac más difícil. Diré lo que yo pienso con el fin resolver este problema. Para e llo estableceré ti partes:

Primera, Principios fundamentales.Segunda, Aplicaciones prácticas.Tercera, Conclusiones críticas. 21

21 Decretales Gregorii IX : III, 27,1.* Decretales Gregorii IX: III, 24,9; 11,24,10. Codex II

63; X, 49,2; 11. 4,1; I, 2,10.

58

Prim era parte

PRINCIPIOS FUNDAMENTALES

i

Page 29: Derechos Civiles y Polírticos-Bartlomé de Las Casas

Desde el princip io del género humano y por ‘ n'i'ho natural y de gentes, todos los hombres, nías las tierras y todas las otras cosas fueron

• Inés y alodiales, es decir, francas y no sujetas a i vldurnbre.

I >rmostración en cuanto al hombre. Desde el ' lyen de la naturaleza racional todos los seres

'•Milanos nacían lib res25. Siendo todos los honi- de igual naturaleza, no hizo Dios esclavo a

• uKtin hombre sino que a todos concedió idén-• l. ii libertad. Y la razón es esta: la naturaleza ra­

inal no está de suyo ordenada a otro ser com o <u fin, com o de hombre a hombre. Es tesis de

• Mito Tom ás*. La libertad es un derecho inhe-• *'Mtc al hombre necesariamente y desde el prin-• Ipio de la naturaleza racional. Por eso es de de- o» ho natural. Dice el Decreto de Graciano: exis- ••* Idéntica libertad para tod os11.

I i esclavitud es una institución accidental. Y atocia al ser humano por obra de la casualidad

ile la fortuna. Cada cosa sigue su especie se-• Mii lo que es esencial, y no según lo que es ac- '•l ’iital. Lo que es accidental, no pertenece a la -'•teia de la especie. Y decimos que algo es ac-

hlcntal cuando sucede al margen de lo que la na- ■italeza pretende. Este texto de Aristóteles viene

• lindo por Santo Tom ás*. E l juicio sobre las

M Digista I, 1,4. Nicolás de Tudeschis [1386-1453. Bc-• mU. Imío italiano, canonista, ubispi» de Palrrmo y cardc- •il Unniado “Abbas Panormitanus’’ ], /m secundant sc-

oiHil/ libri partem (Vcnctiis 1605), tomo IV, fol 162.* S.into Tomás de Aquino [1227-1274. Dominico italia-* Doctor de la Iglesia, maestro del pensamiento cris-

MmM . Commentum in librum t i Sententiarum dist. 44,I. art. 2, n. 5.

H Decretum Gratiani I, 1,7.* Aristóteles. Física V, 5. Santo Tomás de Aquino, I II.I «. I II, 71,5,3.

I. Ltbf.rtad natural del hombre

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i "iicr libremente de sus personas y cosas confor­mo a su propia voluntad11.

Y en esto se diferencia el esclavo del hombre libre. Pues toda prohibición, sea temporal o per­rilla, se opone a la libertad. De ahí deriva la de­

finición de libertad que se da en el derecho ro- •lotno u. Y por eso dice Salustio: ningún hombre Integro pierde la libertad si no se le quita a la * «V la vida *. Bellamente escribió sobre este te- •iim Lucas de Penna*.

cosas hay que darlo según lo que éstas son ev cialmcnte y no según lo que son accidentalim te. Por eso la esclavitud de suyo no tiene su o< gen en causas naturales sino accidentales. I decir, que ha sido impuesta en virtud de algui» norma jurídica *

La conclusión es evidente. Si no se prueba * existencia de alguna forma de esclavitud, en ca de duda nuestro juicio debe ser favorable a i libertad y según la libertad. En consecuencia 1 presume que el hombre es libre, mientras no • demuestre lo contrario. En caso de duda lu que decidir en favor de la libertad *

El mismo juramento de fidelidad y el deh de vasallaje constituye sólo una forma de sen' dumbre. Por eso advierten los textos jurídio que el derecho de exigir profesión de fidelidad r contrario a la libertadiX. Es evidente que ningu hombre es vasallo o persona al servicio de oti hombre, a menos que se demuestre que esto n así. Y se demuestra que lo es, cuando se ha pn bado que debe serlo conforme a derecho. Es aflt mación de Baldo de UbaldisM.

Hay que tener en cuenta además que hombn libre es aquel que es dueño de sí mismo. Por et los hombres libres gozan de la facultad de d

" Institutiones II. 3.4; I, 3.2. Digesta 39,3,14-16.* Digesta 50,17,20; 42,1,38. Decretales Gregarii IX : I

19,3; 11, 37,26; IV. 9,4. Decretum Gratiani 11, 12,2,68.11 Digesta VII, 1,13,1. Decretales Gregorii IX : V, 33.1

Bernardo de Parmu de Botone [Canonista italiano »1 siglo XII, famoso glosador, llamado “Parmicnsis"], Gl<> sa in Decretales Gregorii IX : 5,33,14 (Editio Decretalin una cum glossa Bcmardi Parmiensis sub titulo Kova h cretalium compilatio Gregorii IX impresas (Vencí i 1468), col. 1816.

n Baldo de Ubaldis, Commentaria ad quattuor Insta tionum libros (Lupduni. 1558), I. fol. 8 Lectura super ti tia Codicis (Coloniae, 1481) III, 34,1. Lectura super prir Decretalium (Venctiis. 1495) fol. 11.

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II. L ibertad original de las cosas

En cuanto a las cosas inanimadas — tierras, fúteos y otras por el estilo— hay que decir por uulogía que originariamente fueron libres por Itrecho natural.

I .canse los textos del derecho romano v canóni- »n y los comentarios de los glosadores17.

Cuenta el Génesis que en tiempos de hambre losé sometió al Faraón todo el territorio de los gi|X’ios. Es decir, que hizo tributaria la tierra.

I uogo antes no lo era. Pues si pagaban ahora una quinta parte de la producción de las tierras, es evidente que antes eran lib res1*.

II Aristóteles, Metafísica I, 2,29. Digesta 43,29,4,2.M Digesta I, 5,4. Institutiones I, 3.1.H Salustio [86-36 antes de Cristo, Historiador romano].

Im coniuratione Catilinae, n. 33 (Colección Hispánica de dolores griegos y latinos), vol. I, p. 41.

** Lucas de Penna [Jurista italiano del siglo XIVJ, Co­nfutaría in tres posteriores libros Codicis Justiniani I iigduni, 1582), lib. XI, tit. 48, lex unica, n. 10, p. 520." Instituciones II, 1,12. Digesta 1, 8,2; I, 15. Decréta­

la Gregorii IX : II, 24,30. Enrique de Scgusio [| 1271. Ca- iMinlita y cardenal, llamado "Hostiensis ], In secundum />•< retalium librum commentaria (Venctiis, 1581) cap. 30, •• 4. fol. 137. Nicolás de Tudeschi, In secundam secundi 1 >vialium libri partem tomo IV, fol. 162.

w Biblia, Génesis 47,20-21

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Se demuestra también con este argumento. La» tierras y las otras cosas no pertenecían a nadir antes de ser ocupadas. Luego todas las cosa» eran libres antes de su ocupación. De aquí resul ta también aue ninguna cosa inanimada, tem torio o heredad, se presume que está sujeta i servidumbre u obligaciónw.

Asimismo se presume que no existe ninguiu sujeción o servidumbre, mientras no lo pruebt positivamente quien lo afirma. Así lo inaica d Código Justinianeo y lo comenta Inocencio IV Principio que nadie debe ignorar según Baldo di Ubaldis, Alejandro de Imola y Jasón de Mayno*

Se definen propiamente bienes «alodiales» aquellas cosas que no se reciben de más señoi que de Dios. Así lo entienden las Constitución»-»

* Institutiones II. 1,J2. £1 termino “servitus'’ o "set v ¡dumbre” es equívoco. Bartolomé do las Casas utili/j (¿conscientemente?) sus muchos sentidos con fines dú lécticos peí o con lógica muy forzada y artificial. Stt signilicncioncs fundamentales son: a) Servidumbre can* gravamen de derecho privado patrimonial espeeialmenti sobre bienes inmuebles, b) Servidumbre como esdavitiu de las personas que están bajo el dominio de un dua> o señor sin ninguna reciprocidad de derechos, c) Sa\< dumbre como cautividad del prisionero de guerra, mu chas veces reducido a verdadera esclavitud, d) ÓVm dumbre como servicio personal a im señor, con derti reciprocidad de derechos y deberes entre personas libre»

Sobre las implicaciones y consecuencias históricas (do tunales, jurídicas, políticas, económicas y sociales) <fe esta equivocidad de los términos "servitus'’ y "serñ dumbre" en relación con el status de los indios hisjM noamericanos, véase Juan Pérez de Tudela, Ideas juri dicas y realizaciones politicas en la historia indiana, en “Anuario de la Asociación Francisco de Vitoria" XIII (1960-61) 137-171.

** Codex IV' 19,16; IV, 23,10. Inocencio IV, Super libren quinque Decretalium I, 5,4. fol. 38. Baldo de Ubaldis. Su

fer sexto libro Codicis, fol. 56,b. Alejandro de Imol» 1424-1473. Jurista italiano, también llamado "Tartagnus’l onsiliorum (Lugduni, 1585), vol. V, cons. 15, n. 1. fol. lé

Jasón de Mayno [1435-1519. Jurista italiano, profesor di Pavía], In primam Digesti Novi partem commentari» (Lugduni. 1572), 39,1.15; fol. 36.

h it Feudos que comenta Jacobo A lvaroto ". lodo lo que Dios creó lo puso al servicio de to- •••* los hombres que viven bajo el cielo. Lógica-

"H ntc, pues, por concesión divina todos los hom- 1 o s tuvieron derecho a apropiarse de las cosas por medio de la ocupación. Al principio todas• un comunes y se presume que son alodiales

mientras no se pruebe lo contrario*2.Nueva conclusión. Para la prescripción de una

- 1 vidumbre basta la simple negligencia del due- •tu 4\ Basta con que no reclame. En definitiva la prescripción va en favor de la libertad y nunca contra la libertad. La libertad, por su parte, ja­más puede prescribir*4.

III. Derechos del soberano sobre los bienes DE LOS SÚBDITOS

La conclusión es de juristas y moralistas: Los reves y los emperadores no tienen poder fundado obre ¡as haciendas de ¡os ciudadanos, ni tam­

poco sobre las fincas particulares, provincias o tierras del reino, ni respecto al dom inio ú til ni n s¡recto al directo. Por lanío, los dueños de tales

" Consuetudines Fcudorum II, 54,1. lucobo Alvaroto, uip. Humanum gemo, 15 y cap. Inter filiam. Según este lunstu, el feudo se recibe de un señor, a cambio de con- íi«prestaciones determinadas do tipo económico y polí- 11, o señorial. Mientras que el "alodio" es más bien de upo hereditario y libre propiedad.

*’ Biblia, Deuteronomio, 4.19. Digesta I, 5,4.«» Digesta 41,3,15,1. Codex Vil, 22,1; Vil, 223-* Originariamente la "praescriptio" o “prescripción" es

•i.ih bien una institución de derecho privado patrimonial (un modo de adquirir la propiedad cuando falta el ti­tulo originario suficiente). Pero la doctrina y la práctica luildica le fue dando sentidos cada vez mas complejos y heterogéneos. Piénsese, sobre todo, en la famosa polé­mica sobre la libertad de los mares y tantas alegaciones y lontraalegaciones sobre la validez de la prescripción «uno titulo jurídico justificativo del dominio y prupic-

•Ind sobre el mar por parte de una potencia determinada• lo largo de los siglos XV-XVIII.

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cosas no puede decirse que son por ello vasallo» de los reyes o señores. Solamente les están so metidos por lo que se refiere a la jurisdicción. En este sentido se llaman súbditos de reyes o stñores 4\

De esta manera interpreta Nicolás de Tudeschii varias leyes civiles y canónicas. Son cosas distin tas los bienes de los particulares o de cada unw de los ciudadanos, y los derechos de cualquier otro tipo que recaen sobre esos mismos bienes Es decir, que una cosa es la propiedad y otra mu» distinta la jurisdicción. Para la esencia de las co sas alodiales es suficiente que conste no deber selas a nadie. Aunque la jurisdicción correspondí a otro.

En la concesión de bienes alodiales nunca y supone incluida la jurisdicción soberana. Queda excluida siempre. La propiedad alodial y la ju risdicción son conceptos distintos y específica mente diferentes. Todos están de acuerdo en qur el emperador o cualquier rey — reconozca o no reconozca un superior en su propio reino o en alguna parte de su territorio— tiene su propio poder fundado en el derecho común. Tiene, por tanto, poder de soberanía, ya que no hay ningún ciudadano que no le esté sometido.

Sólo en este sentido puede afirmarse que d emperador es señor de todo el orbe y que d rey lo as de su reino. Y no importa que digan lo» reyes que el reino es suyo. Ha de entenderse úni

Nicolás de Tudescliis, In secundam secundi Decre­talium libri partem (Venedis, 1605), tomo IV, fol. 162 Digesta 50,1,29; 50.15.4.1; 59,4.7. Codex III. 193. Subido c* que la proliferación y heterogeneidad de las institue!» nes medievales dio lugar a una interferencia creciente entre las relaciones de tipo personal, patrimonial, jurídi co y politico. Aparecieron múltiples formas de "dominio propiedad y señorío. Dominio alto o eminente, donink directo o dominio útil son tres modalidades muy tenidas en cuenta por Bartolomé de las Casas. La "concepción patrimonial" ele la monarquía y del poder político en general contribuyó a una mayor confusión.

camente en lo relativo a la jurisdicción y a la protección del reino*.

I.os pronombres m ío y tuyo no siempre indi- van propiedad sobre el objeto al que se refieren. A veces expresan poder de jurisdicción o gobier­no. Así lo explica Domingo de Santo Geminia-IIO

L-a prueba de una servidumbre sobre cosa aje­na siempre incumbe al que la afirma y alega48, lConcluyen Enrique de Segusio, Nicolás de Tu- dcschis, Enrique Boich y Felino Sandeo4*: En cuestiones temporales todo objeto — incluso si­tuado dentro del territorio de un reino o del im­perio— se presume que es libre mientras no prue­be lo contrario quien así lo afirme. Pero si este objeto fuera una plaza fuerte con su territorio, se consideraría como una provincia que tiene propia jurisdicción. Léase a Paulo de Castro so­ore el Lerna w.

La jurisdicción puede pertenecer al rey o a otro señor. Pero no por eso deja de ser franco y

* Digesta 14,2,9. Alejandro de Imola, Consiliorum Ale­xandri volumen, cons. 76, n. 7, fol. 53. Gregorio López 11496-1560. Jurista español, miembro del Consejo de In­dias] Código de las Siete Partidas (Madrid, 1818), tomo I, Partida 2, título 1, ley 5, p. 325.

47 Bartolomé de Brcscia [t 1235 Canonista italiano, fa­moso glosador llamado "Brixiensis"], Glossa in Gratiam Decretum (Decretum Gratiani emendatum et notationi­bus illustratum una cum glossis, Lugduni, 1584) I, 8.1; I, 12-12, coi. 22. Domingo de Santo Gcminiuno [t 1436. Canonista italiano, profesor de Bolonia], In V I Decreta­lium (Mediolani, 1481) col. 5.

* Codex IV. 19,2.* Enrique de Segusio, In secundum Decretalium ti-

brum commentaria (Venedis, 1581) fol. 137 y 153. Nico­lás de Tudescliis, In secundam secundi Decretalium li­bri partem (Veuetiis, 1605) tomo IV, fol. 162. Enrique Boich [1310-1350. Canonista francés, profesor de Paris), In quinque Decretalium libros commentaria (Venetiis, 1576) p. 316. Felino Sandeo [1444-1503 Canonista italiano, obispo de Inca], Commentarium ad quinque libras De­cretalium (Augustae Taurinorum. 1578). vol. III, fol. 49.

v’ Paulo de Castro [t 1441. Jurista italiano], Consilia et allegationes (Norimbcrgac, 1485), cons. 163.

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libre el dominio que tiene el propietario en lo que se refiere a la libre disposición. Así pues, l.t propiedad libre de las cosas no implica la juris dicción (com o quedó demostrado). Y a la inver­sa, la jurisdicción tampoco incluye la propiedad No se puede razonar así: está bajo tu jurisdicción esta cosa, luego te pertenece en feudo o enfiteu* sis. A menos que pruebe lo contrario el que exi ge tal derecho, como dice Guillermo Durando*1,1 En consecuencia, quien solicita se le reconozca como dueño directo y exige al poseedor que Ir pague una renta, está obligado a mostrar el titulo por el que pretende tal cosa.

Hay más. Todo poseedor se presume que e* propietario, mientras no se demuestre lo contra­rio. Principio que recoge Accursio. Léase sobre esta materia a Jacobo de Santo Georgio y Gui , Mermo Benedicto " .

En conclusión, los reyes, emperadores, sobera­nos en general y otros señores inferiores, no tie­nen dominio directo ni siquiera útil sobre las propiedades particulares. Son sus protectores y defensores con suprema jurisdicción. Es la tesis j del derecho civil y de canonistas como Nicolás de Tudeschis e Inocencio IV " .

51 Guillermo Durando [1237-12%. Canonista italiano.

Crofcsur de Bolonia, jerarca y político pontificio, tam- ién llamado “Speculator*'], Speculum iuris (Lugduni, 1578), vol. III, lib. 4, parte 3, p. 129.3 Accursio [1181-1259. Jurista italiano, maestro de glo

sadores], Glossa ordinaria (Corpus Iuris Civilis Justimu \ ni curn commentariis Accursi i. Lugduni. 1612) vol. I. p. 1 1227; vol. IV, p. 1794. Jacobo de Santo Georgio [Jurista italiano del siglo XV], Tractatus de Feudis (Coloniae, j 1574) fol. 271. Guillermo Benedicto de Montelaudano [ t 1343. Benedictino francés, canonista, abad y profesor de Toulousc]. Repetitio admodum sotemms c. Raynutius, extra De testamentis (Lugduni, 1530) fol. 76.

3 Codex VII, 37,3. Decretales Gregarii IX : II, 2430. Nicolás de Tudeschis. In secundam secuttdi Decretalium I Ixbri partcm (Venetiis, 1605), tomo IV, fol. 162; In pri­mum Decretalium librum, tomo II, fol. 21. Inocencio IV, Super libros quinque Decretalium (Francofurti, 15701. I fol. 461.

Ratifica Guillermo Durando. Los grandes se­ñores — com o son los condes palatinos, los du­ques y o íros altos dignatarios— son vasallos in­mediatos y personas al servicio del emperador o ilrl rey en cuyo territo rio viven. Pero no son por • w* propiedad del rey o del emperador. Es cierto, l>nr ejemplo, que totlos los hombres que residen dentro del reino de Francia están bajo el po­drí* v gobierno del rey de Francia. Y éste tiene ubre ellos e l poder de jurisdicción y soberanía

politica.El térm ino « poder» se emplea en varias acep-

iUntes. Todas las cosas son del emperador en lo u lativo a la jurisdicción, por ser señor del mun­do. Pero también son del rey, por lo que se re­fere a la jurisdicción, todas las cosas que hay ii su reino. Son palabras textuales de Guillermo

Murando *.Guido de Baysio cita estas mismas palabrasis.

Acepta esta misma tesis cuando refuta la inter­pretación de Enrique de Scgusio. Defendió éste líente a los demás juristas que todas las cosas son del soberano en cuanto a la propiedad y al dominio eminente. Y que puede transferir a otro no sólo el dominio útil sino todos los aprovecha­mientos

Tal vez Enrique de Segusio no lo entendió en el sentido que le atribuyen los textos comenta- ibis. En ellos se dice que el emperador puede dar i» enajenar los bienes de los particulares creyen­do que son suyos. Es comentario de Accursio. También lo afirma Andrés de Isem a en su libro

* Guillermo Durando, Speculum iuris (Lugduni, 1578) vol. III, p. 146.

M Guido de Baysio [t 1333. Canonista italiano y pro- Irsor de Bolonia, también Uamadu “Archidiaconus”], In Recretorum volumen commentaria (Venetiis, 1601), folio 317.

* Enrique de Scgusio, Summa aurea (Lugduni, 1568), fol. 168.

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de los feudos57. En tal caso — igual que sucedí i en la adquisición de la propiedad privada— el i error de buena fe se tiene por justo título y pue de dar lugar a la usucapión. Lo mismo sucedería respecto al soberano. El error [de buena fe) transfiere la propiedad pero el verdadero dueño I sigue teniendo derecho a reclamar judicialmente j el precio dentro del plazo de cuatro años *.

Si Enrique de Segusio interpretó esta tesis se gún lo que acabamos de decir, incurrió en un j grave error al enfrentarse con la opinión de io­dos los demás juristas. Como erró sobre todo en ' otra ocasión contra toda lógica y aún contra el derecho natural y divino. Llegó a decir que con j la venida de Cristo fueron privados todos los in fieles de todo dominio y jurisdicción, que fueron j transferidos a los creyentes * . Tal error es del | todo nocivo y opuesto a la Sagrada Escritura y a la doctrina de todos los santos. Y es con I trario incluso a la práctica permanente de la iglesia. Sirve de pretexto a toda clase de rapiñas, I guerras injustas, matanzas innumerables y todo género de pecados. Ya lo dijimos en otro lugar contra él y demostramos que su tesis es heré­tica M.

Esta teoría de Enrique de Segusio está tam I bien en contradicción con la doctrina de Accursio y la interpretación de Bártolo de Sassoferrato, i

v Accursio, Glossa ordinaria (Lugduni, 1612), vol. IV, I p. 1867. Andrés de Isema [ f 1353. Jurista italiano, má.\i I ma autoridad en derecho feudal], In usus je udorum commentaria íFrancoíurti, 1598), fol. 779.

» Digesta 41,4,11, 41,10.5. Codex VIII, 37,3; VII. 37.2."® Enrique de Segusio, hi tertium Decretalium librum

commentaria (Vencíiis, 1581), fol. 128.w’ Bartolomé de las Casas, Tratado comprobatorio deI

imperio soberano y principado universal que los reyes de Castilla y León tienen sobre las Indias, compuesto por el obispo don Fray Bartolomé de las Casas o Casaus. dt la Orden de Santo Domingo. Año 1552 (Tratados de Bar­tolomé de las Casas. Fondo de Cultura Económica, Mé- xico-Buenos Aires, 1965), p. 1081-1097.

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i'if dice: Se llama al emperador señor del mutt- •» por razón de protección y de jurisdicción, ya <«• está obligado a defender al mundo, es de- ii, a la Iglesia. Pues vemos, dice Bártolo, que /il se le llama señor en razón de la protección “ . l.o mismo afirma Bártolo glosando otra ley

1 I derecho civil y en su comentario a las Decre­tos de Gregorio I X 62. También Francisco Zara-

'*« lia, Andrés de Isema y Lucas de Penna que cita •I propio Enrique de Segusio. Guido de Baysio Iguc también esta doctrina de acuerdo con San­

io Tomás, cuando dice: todas las cosas son de luí principes para gobernar, no para guardarlas luirá sí o dárselas a o tros*.

IV . P acto constitución ai. entre pueblo ySOBERANO

Ninguna sumisión, ninguna servidumbre, nin­guna carga puede imponerse al pueblo sin que •7 pueblo, que ha de cargar con ella, dé su libre consentimiento a tal imposición.

El pueblo mismo así lo concertó al principio con el propio soberano. Porque originariamente todas las cosas y todos los pueblos fueron li- bres. Luego, en el caso de que se impusiera cual-

M Accursio Glossa ordinaria (Lugduni. 1612), vol. I, col.IU) y col. 42. Bártolo de Sassoferrato, In primam Digesti Veteris partem (Venetiis, 1596), lomo I, fol. 4.

41 Bártolo de Sassoferrato, In primam Digesti Veteris ikirtem (Venetiis, 15%). tomo I, fol. 169-170. Tractatus harioli a Sussofcrrato cum adnotalivnibus inris utriusque Unctoris D. Thomae Diplovatatii, Bemardini Isiudnam et aliorum eruditorum, et primo super Constitutione I xtravaeanti Ad reprimendum (Opera, Venetiis, 1590). fol. 95.

M Francisco Zurubella r 1335-1417. Canonista italiano, profesor de Padua, Cardenal v Presidente del Concilio i!c Constanza], Lectura super Cl ement mis (Venetiis, 1487), II, 11,2. Andrés de Isema, In usus feudorum commenta- na (Franeofurtl. 1598), fol. 586. Lucas de Penna, In tres

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quier tipo de carga u obligación contra la vo luntad del pueblo o del dueño privado, hnbru de ser, sin duda, por coacción. Y en consecue» cia, se privaría al pueblo del uso de la libertadI que 1c corresponde por derecho natural.

Nada hay tan contrario a la equidad natural como privar al dueño sin su consentimiento \; despojarlo de lo que es suyo o someterlo por medios ¡lícitos al dominio ajeno*"4. Además, lo» mismos reyes, magnates, señores y altos funcio nanos que imponen contribuciones y tributos proceden del pueblo. Toda su autoridad, pote» tad y jurisdicción proviene de la voluntad pi> pular - .

Las normas juridicas empezaron a existir prt I cisamente con la fundación de ciudades y la creación de magistrados El pueblo romano transmitió al soberano todo su poder con dere­cho a imponer cargas. En consecuencia, el po der de soberanía procede inmediatamente del pueblo. Y es el pueblo el que hizo a los reyes y soberanos y a todos los gobernantes, siempre qix tuvieron un comienzo justo Por tanto, si el pueblo fue la causa efectiva o eficiente de Io> reyes y gobernantes por tener éstos su origen en el pueblo a través de elecciones libres, y es tan» bien su causa final, no pudieron desde el prin

posteriores libros Codicis Justiniani (Lugduni. 1582), fol 628. Guido de Baysio, In Decretorum volumen commenta ria (Venctlis, 1601), fol. 200. Santo Tomás de Aquino Quodliheto XII, quacst. 15, art. 24 ad 1 (Opera omnia Paris, 1875 vol. XV, p. 607). Tractatus de Rege et Rcgnv opuse. XVI, lib. I, cap. 10; lib. III. cap. 11 (Opera, vol. 27 p. 351 y 380). De eruditione principum, opuse. XXVI, lib III, cap. 2 (Opera, vol. 27, p. 587). De angelorum natura. opuse. XIV, cap. 15 (Opera, vol. 27. p. 301). De regimiitt iudaeorum, opuse. XVII (Opera, vol. 27. p. 415).

M Institutiones II. 1,10. Digesta 43,29,1,1. Lucas de Pen na, In tres posteriores libros Codicis Justiniani (I.urdu ni. 1582), p. 520.

* Digesta 1,22,8-9.86 Institutiones II. 1,11.67 Decretum Gratiani I, 9324.

ilpio imponer más tributos y servicios que los •reptados por el pueblo mismo y a cuya imposi- • lón hubiera consentido él de buena voluntad.

La conclusión es clara. Al elegir a sus gober­nantes o a su rey, no perdió el pueblo su propia libertad. N i otorgó o concedió poder para gra­nule y coaccionarle, ni para ordenar e imponer •irgas en perjuicio de todo el pueblo o comuni­

dad política.Ninguna necesidad había de que expresamente

e indicase así en el momento de elegir al rey. Aunque no se declare ni se diga expresamente lo que es derecho natural, ni se restringe ni se nmplía6*. Se trataba de que no se gravase al pue­blo, no se le privara de su libertad, ni se infiriese violencia alguna a la comunidad. Por eso era ncce- virio que interviniera siempre el consentimiento (leí pueblo.

Antes de que existieran reyes o gobernantes, todos esos bienes eran comunes y pertenecían a toda la comunidad en virtud del mismo derecho naturalw. El pueblo fue anterior a los reyes, tan­to en el orden de las causas com o en el tiempo. I I pueblo estaba obligado a deducir de los bienes públicos los fondos necesarios para el manteni­miento del rey. Por tanto, el pueblo fue quien <rcó y constituyó los derechos de los reyes.

Además, en asuntos que han de beneficiar o \>erjudicar a todos, es preciso actuar de acuerdo oti el consentim iento general. Por esta razón, en

luda clase de negocios públicos se ha de pedir rl consentimiento de todos los hombres libres. Habría que citar, por tanto, a todo el pueblo para recabar su consentimiento. Y no habiendo otros fondos que asignar sino con cargo a toda U\ colectividad, parece lógico que los fijara el

* Codex VIII, 40,12. Digesta 35.1.3.** Institutiones II, 1,11.

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pueblo m ism o711. Léase la carta de Santo Toma» a la Duquesa de Brabante71.

Puede alegarse un texto de San Raimundo tlr Peñafort que comenta Enrique de Segusio y re produce la Summa astesana 72. Estos y otros doc­tores sostienen que ningún soberano o señor pue­de exigir licitamente a los súbditos más con tribu dones que las convenidas (interiorm ente por pac­to entre ellos o sus antecesores por una parte, y los propios súbditos o sus antepasados por otra. Dentro siempre de una evidente buena fe, sin engaño n i coacción.

En conclusión, todas las regalías, rentas reale* y tributos fueron pactados entre reyes y pueblo» desde el comienzo del régimen político. Por con siguiente, no pudieron adquirir valor jurídico y constitucional sino en función del consentimiento del pueblo. Así que ninguna limitación a la li­bertad es legítima sin el consentimiento popular.

V. L ím ites de i a potestad jurisdiccional di;LOS REYES

La potestad y la jurisdicción de los reyes se refiere exclusivamente a prom over los intereses colectivos del pueblo sin poner estorbos ni per­judicar a su libertad.

Quien está gobernado por otro, le está some­tido jurisdicclonalmente. Pero quien tiene juris-

70 Codex XI, 59,7. Lucas de Penna, ¡n tres posteriores libros Codicis Justiniani (Lugduni, 1582), p. 520 y 897.

71 Santo Tomás de Aquino II II, 62, 7, 3 (Opera omnia. Parisiis, 1872), vol. III, p. 515. De regimine iudaeorum atl Duci.ssam Braban lia e ( Opera omnia), vol. 27, p. 414.

7* San Raimundo de Peñafort [1180-1275. Dominico es pañol, teólogo y canonista], Summa (Lugduni, 1718) lih II, tit. 5, qunest. II, p. 169. Enrique de Segusio, Summa Aurea ( Lugduni, 1568), fol. 281, 169 y 430. Astesano Lf 1330 Franciscano italiano, teólogo y canonista, también llama­do "Astaxanus"], Summa astesana (Lugduni, 1518), fo­lio 43.

•*' • ion no se dice que tenga enteramente bajo su •l»*r a todos aquéllos sobre quienes ejerce ju- - dicción. Porque toda función pública soberana

Illuc poder de coacción sobre los súbditos de i Mina manera. Pero no ejerce su potestad coac­ui sobre todos por igual, l iene sobre los súbditos un poder que no es vo propio, sino de la ley y que está subordína­

lo al bien común. Por tanto, los súbditos no HAn sometidos a esc poder como a título perso- mI. No están bajo un hombre, sino bajo una ley |iuta. En consecuencia, aunque los reyes tengan iiidadanos o súbditos, éstos no son objeto de

M al y plena posesión por parte del rey.En sentido propio, se llama posesión lo que es

Malmente de otro. Por consiguiente, el mal Ha­lado dominio que tienen los reyes sobre sus

trinos, en nada debe perjudicar a la libertad de I '*» ciudadanos. Es opinión de Aristóteles7!. Séne- i i está de acuerdo cuando al hablar de la liber- iiid dice que no hay libertad mayor que vivir Imjo un rey justo*. Santo Tomás apoya este .«scrto75. Por tanto, los reyes y gobernantes no Min, propiamente hablando, señoras de los reinos, son presidentes, gerentes y administradores de los intereses públicos76.

» Aristóteles, Etica V. 6.5; VIII, 12Z u Lucio Anneo Séneca [4-65. Filósofo y poeta corda

íh's] Opera omnia (Parisiis, 1832), vol. II, p. 171-172, ver­sos 521-527.

75 Sanio Tomás de Aquino, Commentum in librum se- • ttndum Sententiarum (Opera omnia, Parisiis, 1875) vo­lumen VIH, p. 587 y 590. Commentum üt quartum li­brum Sententiarum (Opera, vol. 11), p. 24.

w Juan López de Palacios Rubios [1450-1524. Jurista c-tpafiol, profesor de Salamanca y miembro del Conse­jo de Indias], De obtentione et retentione Regni Nava- trae, pars IV, sectio 6, p. 758. Diego de Covarrubias y l.eyva [1512-1577. Canonista español, profesor de Sala­manca y Canciller de Castilla], Relectio C. Quamvis De pactis in sexto, sectio II, n. 4, (Opera, Genevae, 1762), vol. I, p. 364.

74 75

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Los bienes del reino no son propiedad de \ persona del rey. Pertenecen a la dignidad real como quedó demostrado en el capítulo tercen Por eso dice Bartolomé de Brescia que los rey» habría que nombrarlos por elección popuh> ¡ aunque por costumbre se venga haciendo lo con • trario17.

Al igual que hay un matrimonio que contrae* el marido y la mujer y un matrimonio espíritu entre la Iglesia y el obispo, hay también otn matrimonio entre el rey y el reino y entre el so berano y el Estado. A estos efectos, el derecl canónico compara al rey y al emperador con 4 obispo *

VI. Deberes de solidaridad dentro del Esta»

Vamos al caso del rey o soberano que poso varios reinos o ciudades independientes. Supon gamos que uno de sus reinos o ciudades sufn la desgracia de la guerra o es víctima de otra» graves calamidades. Las demás ciudades y reine tendrán el deber de ayudar por caridad o p<»i cierta solidaridad natural. Pero, evidentemente siempre que sea sin perjuicio grave de sus pn> pios intereses y habiendo cubierto de antemano sus propias necesidades, y obrando además <V propia voluntad.

Nadie está obligado jurídicamente a exponerv a un peligro tan grande que pueda acarrearle u» daño grave y la total destrucción de sí mismo por tratar de evitar a personas extrañas algún mal o desgracia y promover el bien o bienest.i de una colectividad ajena. 71

71 Bartolomé de Brescia, Glossa in Gratiani Decretu» [Lugduni, 15S4J, col. 849. Bernardo de Parma, Glossa u Decretales Gregorii IX (Venctiis, 1468), col. 830.

n Decretum Gratiani IT, 7,39: II. 7,1.41. Lucas de Peí na, In tres posteriores libros Codicis Justiniani (Lugdu ni, 1582), p. 563.

Nos estamos refiriendo a la ciudad que es par­ir de un reino. Ahora bien, tal ciudad es una co- •ntinidad perfecta y, por tanto, es autosuficiente. t u expresión de Aristóteles, su vida consiste en i realización de los intereses del pueblo7*. Por mto, debe mirar, ante todo, por su propia de­nsa y conservación. Y, en consecuencia, sólo na evitar algún mal o desgracia o promover el

Honestar de todo o parte del reino no está obli- ftda a exponerse a un peligro tan grande que

(Hieda acarrearle su total destrucción o un daño i reparable.

Todo el que nace en una ciudad, en ella tiene •i propia patria natural. Y está obligado a obe- liverla y a luchar por su defensa. La razón es l»ie las ciudades tienen poder sobre sus propios ludadanos. Así pues, los ciudadanos tienen como • «tria propia la ciudad en que han nacido y están *l>l¡gados ante todo a mirar por su patria.

Por tanto, ninguna ley les obliga a exponerse i sí mismos o a su ciudad por ayudar a otra ciu- lud o a tina parte del reino. Incluso tampoco úán obligados a ayudar a todo el reino y evitar iialquier mal y conseguir cualquier bien cuando •' a riesgo de un peligro tan grande que pueda iuccipitarlos en su total y propia destrucción o ín algún otro daño irreparable50.

So prueba también esta tesis con diferentes •rxtos jurídicos. En ellos se dice que no estamos obligados a proporcionar agua para regar los n nipos ajenos si los nuestros están sedientos. Y

•ino debe darse limosna a si mismo primero y 1 spues al p ró jim o".

Y no es obstáculo el hecho de que la ciudad \ parte del reino. Toda parte se ordena a su

•ropio todo. Puesto que una parte no es sólo

” Aristóteles. Politica I, 1.8; IV, 2,1; IV, 32.* Digesta I. U ; 37.9,1.15; 50,2,1.•' Codcx 11, 43,2, III, 34,6. Decretum Gratiani II. 33.

M9.76 77

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parte de otro, sino que pertenece totalmente i otro. Por tanto resulta natural — y ejemplos ó ello vemos cada día— que un miembro se arrio gue a nerecer por salvar a todo el cuerpo. En i naturaleza todo lo que es parte de otra cosa, * ordena a ésta que es más importante. Por don se orienta al todo del que es parte, más que a » mismo. Así resulta que la mano que es parte miembro natural, se expone a ser cortada p conservar la vida de todo el cuerpo. Este prini' pio es válido para los miembros de todo cuerp tanto físico y natural como político y civil. I\ eso, y lógicamente, la ciudad, que es como im miembro del reino, tendría la obligación de exp- nerse para salvar a la totalidad del reino, incluí* a costa de su propia destrucción.

La consecuencia es válida si se acepta a la k tra el argumento del cuerpo físico para el cuerp política o místico. Pero no es lo mismo en I comunidad política. Tampoco se da una obligu ción tan fuerte de la ciudad para con el reiii. — aunque sea parte o miembro del reino— coni­la que tiene todo ciudadano. Este sí es parte ik la ciudad y tiene que defender los intereses dt ella y poner por delante el bienestar público a m propia utilidad. Pero entre ambas situacionr- oay gran distancia o diferencia.

El ciudadano, en efecto, está más fuertemcnti vinculado con su ciudad de lo que está la ciuda con el reino. Y por ello está aquél obligado i exponerse a cualquier peligro en defensa de y patria o ciudad. Pero no ocurre lo mismo con ciudad respecto al reino.

Es evidente. Porque el reino no es la patria el­la ciudad, en el mismo sentido en que lo es 1;. ciudad para el ciudadano. Ahí estriba toda I* relación de obligación. El ciudadano nace natura de una patria y está obligado a defenderla, ain a riesgo de su vida. Ya que es en la misma citi dad donde recibe todo el bien de la convivendi

no aisladamente y por sí solo, pues el hom- lire es individualmente imperfecto. Lógicamente, pues, estará jurídicamente menos obligada la ciu- liiil al reino que el ciudadano para con su patria• ciudad. Luego no es idéntico el deber de ayuda n ambos casos.La ciudad tiene en sí misma suficiencia de

'Ida*2. San Agustín define la ciudad como una olcctividad humana coaligada por vínculos de

-didaridad “ . O sea, que es una pluralidad de hombres que se reúnen para convivir política­mente. A eso se le llama ciudad. Unos ayudan a otros y entre todos se ocupan de diferentes acti­vidades a través de una división racional del tra­bajo. Uno, por ejemplo, se dedica a la medicina,• ste a una profesión, aquel a la otra. Y de esta manera se consigue la autosuficiencia de la dudad.

Aun prescindiendo de que forma parte de un reino, la ciudad puede disponer por sí misma de lodo lo que necesita, sin depender del reino. A no ser en situaciones especiales de emergencia. Como sucede en tiempo de guerra o por razón ilo otras necesidades urgentes. El ciudadano, por el contrario, en muchos cosas no se basta a sí mismo. Y no puede por sus propios medios re­solver satisfactoriamente su vida sin el apoyo y la solidaridad de la ciudad. Lógicamente, está más estrechamente obligado el ciudadano para con su ciudad, que la ciudad para con el reino.

Si una ciudad estuviera naturalmente obligada i exponerse a los mayores peligros por el reino •—incluso al de su propia destrucción— igual que el ciudadano lo está por su patria o ciudad, pa- iccc que estaría naturalmente obligada a librar i lia al propio reino de todo daño grave e intole*

° Aristóteles, Politica I, 1.8.« San Agustín [354-430. Padre de la Iglesia, obispo de

Ilipona, maestro del pensamiento cristiano], De civitate Dei, lib. 15, cap. 8 (PL 41,447).

7$!3U0TECA CE iVTRAL u. N. A. M.

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rabie, aun a costa de perecer toda la ciudad Pero en tal caso, si es destruida totalmente un* ciudad, se facilita el total derrumbamiento dH reino. Cosa que no ocurre en la ciudad, aunqm muera alguno o muchos de sus ciudadanos.

Por tanto, una ciudad no está obligada a exjx> nerse al peligro de destrucción o de algún otn< daño muy grave para liberar al reino, igual qur lo está el ciudadano por su ciudad. Por consl guíente, no se trata de la misma obligación.

La ciudad es la propia comunidad de ciudad# nos. Pero esta pluralidad de ciudadanos natural mente se inclina y está más obligada a servir a la ciudad, a su propia patria y a su pueblo, qtk a sacrificarse por la integridad de todo el reino Por lo tanto, será más fuerte su tendencia na tural a defender su patria o ciudad y a lucbai por su salvación, que por la integridad del reino Luego los ciudadanos se sentirán más obligado- a ayudar, defender y conservar su patria que al reino en su totalidad. Y lógicamente la ciudad estará más obligada a salvarse a sí misma qu» a exponerse al peligro de destrucción.

La razón es clara: El hombre pertenece, por nacimiento, y de un modo muy específico y di recto, a su ciudad o patria. Y al reino o a la pro vincia sólo de modo más general y mediato. TV la misma manera que el hombre está en relacióc con su padre y con su abuelo M Véase sobre este tema la doctrina de Baldo de Ubaldis*3.

V IL Deberes de so i i dar i dad entre EstadosDIFERENTES

¿Y cuando varios reinos, distintos y diferentes entre sí, están bajo la jurisdicción de un mismo rey?

** Digesta 49,15,19,7.<5 Baldo de Ubaldis, Commentaria in quartum el qmn

tum Coditis (Lugduni, 1585), fol. 29.

80

l'or los argumentos anteriores puede también• (lucirse cuáles son las obligaciones de un reino » iudad de acudir en ayuda de otro reino. La puesta es sencilla. La ciudad está menos obli-

hIo a socorrer a un reino extraño que al reino i'\ que forma parte. A no ser que decida ayudar­lo libremente, con las salvedades antes apunta- lnM. Y esto, aunque sean grandes sus recursos en lo y plata y en otros muchos medios econó-

mlcos.Supongamos que se trata de una colectividad

m comunidad política perfecta y naturalmente au- -isuficnte. Cada reino o ciudad no debe tener en lienta solamente la situación y el estado pro-• nte del reino. Debe sobrepesar también los ries-

y daños que podrían presentarse en el futuro, «un eventualidades que los hombres deben pre­st r. En todo caso, el reino ese quedaría perjudi-• «do. Y un país no está bien gobernado, cuando

iis propios bienes se orientan o desvian al ser­vicio e interés de otro reino16.

16 Codex VI, 25.4. Institutioitcs II, 14. En este capítulo y •« el anterior Bartolomé de las Casas ha planteado en ««•da su extensión el problema de la obligación politica» •i sea de la vinculación existente entre el ciudadano, la ' ludud, el reino (o Estado) y las uniones de reinos de tipo personal. Su doctrina parece más próxima a la conccp- I lón del EstadoCiudad que a la del "Estado moderno" nacional-territorial. Téngase en cuenta, sin embargo, que • I punto de vista de Bartolomé de las Casas es exclusi­vamente defensivo (él trata de defender a los indios his­panoamericanos contra ingerencias abusivas de los do­minadores peninsulares) y que en sus días el imperio i spañol —sobre todo visto desde el ángulo de sus %pro­vincias" americanas— estaba aún muv lejos de haber lo- gtado la unidad y cohesión de un verdadero "Estado unitario" en sentido moderno.

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V I H . Consentimiento popular y bif.n coml'n

Ningún rey o gobernante, por soberano que ufa, puede ordenar o mandar ninguna cosa con- tem iente a la comunidad política, en perju icio o detrimento del pueblo o de los súbditos, sin Imber obtenido antes legal mente e l consentitnien- lo de los ciudadanos. Y si se hiciera otra cosa, no tendría absolutamente ninguna validez ju rí­dica.

Vamos a probar la primera parte de esta afir­mación con argumentos de autoridad y con argu­mentos de razón. El pueblo es el que hizo a los reyes y gobernantes, y es también su fin y razón de ser. Por tanto, al pueblo, a su bienestar y a los intereses de la comunidad han de subordinarse tomo a su fin propio. En consecuencia, los reyes no tienen ningún poder para establecer, ordenar o anular nada que vaya contra los intereses de los ciudadanos o en perjuicio o detrimento del pueblo.

La conclusión es evidente. Lo que está orde­nado a otra cosa nunca se dice — dentro siempre del orden natural— que le sirva de estorbo o le iporte algiin daño sino una ayuda. Porque lo

3ue está ordenado a otro como a fin, es un me­to relacionado con ese fin, ya que el medio no

se emplea más que para conseguir el fin. Ahora bien, el pueblo fue quien decidió y aceptó elegir y nombrarles reyes, príncipes y jefes, como me­dios para conseguir su propio fin. Este fin con­siste en el progreso y servicio, promoción y sal­vaguardia del bien común, ya que el pueblo es causa de sí m ism o” .

Por tanto — de acuerdo con el orden natural,

¡ " Aristóteles. Política I, 8,4«. F.tica I, 7 4. Física II. 2 23. 87. Metafísica I, 229.

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que siempre hay que cumplir— , los reyes y go bemantcs no deben ni pueden hacer nada en perjuicio del bien común, sino que su misión es protegerlo. Luego ningún rey o gobernante, por soberano que sea, puede ordenar o mandar nada en perjuicio del pueblo o de los súbditos* **.

Al igual que en los demás asuntos o negocios, la norma que debe regular todos los actos di gobierno hay que sacarla del fin al que tienden Es principio de Aristóteles: Una cosa está orde­nada perfectamente, cuando se la orienta de modo conveniente a su propio fin **.

Pues bien, el fin de cualquier nueblo libre es su propio bienestar y prosperidad; y ésta consiste precisamente en que los hombres a quienes se gobierna y la comunidad toda sean dirigidos ha cia los objetivos que prudentemente deben cum plirse. Así se salvarán sus deficiencias y endere­zarán sus costumbres, serán buenos los ciuda­danos, convivirán pacíficamente, prosperarán y serán defendidos de sus enemigos exteriores y también interiores.

En conclusión, ningún rey o gobernante tiene poder para tomar decisiones que no vayan en derezadas a subsanar las deficiencias de la cornil nidad. Se prueba la primera afirmación por la si tuación opuesta. Siempre que se manda una cosa, queda prohibida la contraria. Y cuando a uno se le obliga a realizar una acción determinada, tiene el deber de rehuir y evitar la contraria80.

Ningún gobernante puede lícitamente, sin mo­tivo justificado, inferir perjuicio alguno a la li­bertad de sus pueblos. Si alguien decidiera en contra de los intereses colectivos del pueblo, sin contar con su expreso consentimiento, perjudi-

* Lucas de Penna ln tres posteriores libros Codicis Justiniani (Lugduni. 1582), p. 83.

** Aristóteles, Física II, 2,23. Etica I, 7.4.90 Lucas de Pcnna, ln tres posteriores libros Codicis

Justiniani (Lugduni, 1582), p. 1025.

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•ría la libertad del pueblo y de sus ciudadanos. U libertad es un valor más preciado y estimado oo todas las riquezas que un pueblo libre pu- Ina tener. Por tanto, el gobernante que atentara oilra la libertad del pueblo obraría contra la

losiicia91.

IX . Sujeción del rey a las leyes

Toda autoridad pública, rey o gobernante, de ouilquier reino o comunidad política, por sobe- unto que sea, no tiene poder n i libertad para mandar a los ciudadanos arbitrariamente y al > npricho de su voluntad, sino únicamente de iiierdo con las leyes de la comunidad política.

Las leyes deben ser promulgadas para promo­ver el bienestar de los ciudadanos y nunca en |i< i juicio del pueblo. Han de ajustarse al interés publico de la comunidad y no, por el contrario, ulxirdinar a las leyes el propio bienestar del

,'uoblo. Por tanto, nadie tiene poder para esta­blecer nada en per juicio del pueblo. El rey o el g obernante no manda a los subditos a título per­enal sino como ministro de la ley. No es dueño * •amor absoluto sino mandatario y administra­dor del pueblo por medio de las leyes. Por eso c les da el nombre de reyes. Porque observan ln leyes ante Dios, mandan lo que es justo y prohíben lo que es injusto. Asi es como los ciu- •I.ulanos continúan siendo libres. No obedecen a un hombre, sino a la le yw.

Nadie puede actuar contra lo establecido en materias en las que no tiene poder para dispen­sar. En otra caso, iría más allá de los límites de

** Digesta 50,17,106. Lucas de Penna, ln tres pos ferió­os libros Codicis Justiniani (Lugduni, 1582). p. 520.

Codex I, 12,4. Decretum Gratiani II. 23,4,42. Lucas dc iviuia. In tres posteriores libros Codicis Justiniani (L ur- tinni. 1582). p. 1.025 y 520.

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su propio poder. Y lo que hiciera, carecería »1 toda validez jurídica.

Ahora bien, ningún gobernante puede dispci sar en aquellas materias que son earantía dfl bien común. Ningún gobernante podrá tampoo ordenar ni hacer nada en perjuicio del intent general de la comunidad sin recabar y obtenr previamente el consentimiento general del puf blo. Tiene razón Santo Tomás cuando dice: b intención del legislador se orienta primordial > principalmente al bien com ún93.

Ningún soberano tiene autoridad para hace* lo que moralmcnte es imposible. Sobre todl cuando lo contrario es necesario y hay que cuín plirlo ineludiblemente. Necesario es el derecln divino v el derecho natural, como dice San Bci nardo . Por ello el gobernante no tiene podet para perjurar, robar o adulterar.

Ahora bien, si los reyes mandaran algo en peí juicio del pueblo o de los ciudadanos — sin oble ner previamente su consentimiento— , harían 1« que está prohibido por derecho divino y natural Desagradarían mucho a Dios e intentarían (I* esta forma hacer cosas que moralmentc les son imposibles.

Ningún gobernante, por tanto, puede moral mente actuar en perjuicio del pueblo. Ya que ti claro que nadie debe hacer a otro lo que con toda razón no querría que se le hiciera a él. Lo prohíbe el derecho natural.

Todo lo que un gobernante haga en perjuicio de la totalidad del país y contra el consentimie» to y voluntad de sus ciudadanos, lo hace contra el orden natural impreso por Dios en la jerarquía de las cosas y, en consecuencia, actúa contravl

" Santo Tomás de Aquino I II 100,8,4.94 San Bernardo de Claruval [1090-1153. Abad. Docloi

de Ia Iglesiaj De praecepto ct dispensatione, cap. II, n I y cap. III, n. 6 (PL 182, 80*864).

olendo el derecho natural. Sólo podrá hacerlo •si mediante coacción e inspirando miedo a ios ludadanos. Métodos que motivan una total au- nicia de libertad. Lo que es involuntario es con- M ario a la inclinación natural de la voluntad. La voluntad humana es libre por su propia natura­le/* y no puede ser coaccionada, según el pro- Irta Ezcquiel: E l principe no podrá tomar nada •Ir la heredad del pueblo, despojándolo de su l*)sesión. A fin de que m i pueblo no sea despla­cido de la posesión que a cada uno corrcs- ponde95.

X. Explicación histó rica

Finalmente se prueba con textos de la Sagra- •I» escritura que las vejaciones perpetradas con­tra los súbditos, están prohibidas y son castiga­d a s E s el caso de Acab y Jezabcl cuando se apoderaron de la viña de Nabot contra su vo ­luntad.

Cierto que ofrecieron un precio por la viña, pero aún así cometieron un atropello y llegaron »1 asesinato. El profeta les dijo: Fias robado y además has matado91. Dice San Pablo en la Car­ta a los Corintios: Haré según la potestad que me dio el Señor para edificación y no para des­trucción. Véase también el comentario de Santo Tomás *.

En definitiva, la autoridad es de derecho hu­mano, como dice el derecho canónico y explica luán Andrés. Otro texto de las Decretales de Gre-

* Biblia, Ezbquiel 46,18.» Biblia, I Reyes 12,1-15; / Reyes 24,1-4, etc.w Biblia, I Reyes 21,1-27; 21,19." Biblia. San Pablo, I I Corintios 10,8; 13, 10. Santo To­

más de Aquino In epistolam ad corinthios I I (Opera otn- uia, Parisiis, 1872), vol. 21, p. 134.

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gorio IX prohíbe que el gobernante haga en.» jenaciones en perjuicio de su propio reino w.

X I . Derechos públicos y derechos privados

E l gobernante, por soberano que sea, no tietu- poder para regalar ni para hacer componendai ni transacciones con los bienes de los súbdito» — o con los daños que se les causen— sin habet requerido y obtenido legalmente su consenti miento expreso.

Esto es evidente por lo que se d ijo en el pi i mer principio. Nadie puede transmitir en favoi de otro más derechos de los que él mismo tie­ne wc. Se prueba también por lo que se dijo en el tercer principio. Y otra prueba se da en la primera parte de la primera aplicación práctica

Un cuarto argumento pudiera ser la opinión de Inocencio IV : Si el gobernante, dice, por so bcrano que sea, o el emperador estableciese sin causa legítima que en determinado caso ¡tase de unos ciudadanos a otros la propiedad de las co sas, no hay obligación de cum plir semejante dis posición n i moral n i jurídicamente Ml.

Mantienen esta misma doctrina Guido de Bay sio, Juan Antonio de Santo Georgio, Domingo de Santo Geminiano, Francisco Zarabella, Bartolo de Sassoferrato, Alejandro de Imola, Paulo do Castro y Oldrado de Ponte m.

w Decretales Gregorii I X : I I . 24,18. Juan Andrés, No vella super secundo libro Decretalium (Venctiis, 1498) I I , 24,18; I I. p. 365. Decretales Gregorii Í X : II , 433.

•w Ingesta 50,1734. Codex II, 3,40.4.101 Inocencio IV, Super libros quinque Decretalium

(Francofurli. 1570), fol. 461. Felino Sandeo, Commentario rum ad libros quinque Decretalium (Augustae Taurino rum. 1578), vol. I. fol. 25 y 26.

1<c Guido d e Baysio, In Decretorum volumen commen tana (Venetus, 16Ó1), fol. 5. Juan Antonio de Santo Geoi

90

r.i lambién opinión común de canonistas y •listas. La expone principalmente Nicolás de ulcschis m. En su comentario a las Decretales

Gregorio IX dice Felino Sandeo: Aunque el i[H‘reidor tenga jurisdicción sobre todo el mun-• no por eso puede disponer de las propiedades alindares que anteriormente fueron concedi- i« por titu lo de ocupación. Esta doctrina es vá- la incluso para los bienes de los mfielesI I gobernante no puede hacer por ley que las• •piedades particulares pasen de unos a otros •niia la voluntad de sus súbditos. Ni despojar mis legítimos dueños sin causa legítima. Por •nsiguiente, tampoco puede donarlas, como di-

luan de Platea lttS.I a cuarta prueba se basa también en la doc- Ina canónica común. Supongamos que un go­

rm ante, emperador o rey — y el mismo pueblo l conserva lo « derechos de soberanía— firmase

.-i» [f 1509. Canonista italiano, profesor de Pavía, Carde- ai y Auditor de la Rota], Commentum super volumina nretorum (Mediolani, 1494), cap. "ius civile”. Domingo• Santo Gcminiano, Super sexto Decretalium (Venctiis,

119596) I, I. Francisco Zarabella Consilia (Lugduni, 1552)•ns. 147, fol. 89. Bartolo de Sassoferrato, In pritnam Di-

t*tti Veteris partem (Venctiis, 1596), tomo I. fol. 4, n. 4 I • 6. Alejandro de Imola, In secundam Digesti Y'etcris I partem commentaria (Vcnetiis, 1586), p. 114. Consiliorum

nexandri volumen primum (Lugduni. 1586), eous. 136, 6»lio 106. Paulo de Castro, Consilia ct allegationes (No-• linbergae. 1485), cons. 105. Oldrado de Ponte [t 1335. ••••ista italiano, profesor de Padua, Asesor pontificio] 1'onsilia e/ quaestiones (Viennae, 1481), cons. 121

m Nicolás de Tudes chis. In primum Decretalium It- ‘>rutn (Venctiis, 1605), vol. II. fol. 205. Cfr. Corpus luris ivilis Justiniani cum commentariis Accursii ac Coni ii i Dionysii Gottofrcdi atque aliorum quorundam illus- rlum Jurisconsultorum lucubrationibus illustrati (Lug- lirni, 1612). fol. 270.'M Felino Sandeo, Ad libros quinque Decretalium pars

tuina (Augustae Taurinorum, 1578), vol. I. fol. 26.•* Juan dc Platea [Jurista Italiano, profesor de Bolo-

• l i]. Super tribus ultimis libris Codicis, fol. 107.

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la paz con los enemigos y estableciese que ni* respectivos ciudadanos no podrán reclamar p* los daños que con ello se les cause. Este acucnlH no tiene validez si es perjudicial a los ciudad»nos

Asi lo afirmaron en diferentes ocasiones U* rique de Segusio, Antonio de Butrío y Domina, de Santo Geminiano °7. En efecto, sería absunt- que el gobernante, por raz.ón de su renuncia, pi vara de sus derechos a los ciudadanos, como din el Papa Inocencio IV

X II. Bienes de derecho público

Sea el que sea el procedim iento adoptado, do nación, venta, permuta o cualquier o tro medí. de enajenación, ningún rey o gobernante, por i.< berano que sea, puede legítimamente ceder cíu dades, villas, castillos, ni rincón alguno de m país por insignificante que sea, en favor de oti< señor. N i puede tampoco negociar sobre el de techo de soberanía. A menos que consientan 11 brómente en ello los súbditos, vecinos o resido* tes de tal ciudad, villa o comarca. Y si lo haced rey directamente en contra de la voluntad de /«» interesados o forzando su consentimiento, pea

,0A Nicolás de Tudcschis, In secundani secundi lk cretalium libri pariem (Venetius, 1605), tomo IV, fol. 14 Commentaria secundat partis in primum Decretali/» librum (Venetiis, 1605), tomo II, fol. 136; In quartum d quintum Decretalium librum (Vcnctiis, 1605), tomo VII fol. 216.

107 Enrique de Segusio, In sccwulum Decretalium h hrum commentaria (Vcnetiis, 1581), p. 130; Sunim» ( Lugduni, 1568), fol. 434. Antonio tic Butrio [1338-14U- Canonista italiano, profesor de Bolonia y Fcmir.il Completus super quinque libris Decretalium (Venctiii 1503), fol. 89. Domingo de Santo Geminiano, Super s< to Decretalium (Vcnctiis, 1494-95), vol. II, fol. 104.

i(* Sextus Decretalium V. 12,5,4. Inocencio IV, Sumi libros quinque Decretalium (Francofurti, 1570), fol. 3V

92

><n talmente. Y no tiene absolutamente ninguna mlldez juríd ica tal enajenación, negociación o '•metimiento. E l propio donatario o comprador• vi también gravemente y no podrá salvarse a « ser que apremie con todas sus fuerzas al so- •'hiño — incluso renunciando a la donación o al nitrato de venta o enajenación— para que se '•rinda o se anule.Aclaración previa: El soberano en sus Estados el rey en su reino tienen cuatro clases de bie-

4i;I i primera es la jurisdicción soberana. Es el •der civil y criminal con mero y mixto imperio,

i» ide que comenzó a haber reyes, este poder per- ucce al soberano como a manantial de donde lueeden y a donde vuelven todas las jurisdic- •nes, al igual que los ríos al mar. De esta ma-

•ia derivan de él las jurisdicciones que cjer- u los subalternos en virtud de concesiones, mbramicntos y ratificaciones. Para revertir

ha vez a él por apelaciones, casaciones y que-• lias. Pero la fuente primordial y original de dos los poderes y jurisdicciones fue siempre el 'ublo mismo m.La segunda clase de bienes del soberano son s bienes fiscales, como se llaman propiamente.

• sea, los que pertenecen al fisco, al Estado o •I reino. Constituyen el patrimonio público. Se\ llama riscales por razón del fisco, que es la olsa del reino en la que se depositan todos los •neficios, rentas y ganancias del Estado. Pues lisco es parte del Estado según Baldo de Ubal-

tltV son bienes fiscales las comunicaciones pú-

llcas, ríos, canales, mar, puertos, las minas, sa-

” Consuetudines feudo ruin II, 56.,w Lucas de Penna, In tres posteriores libros Codicis

mtiniani iLugduni. 1582), p. 564. Baldo de Ubaldls, tn if/us feudorum commentaria (Augustae Taurinorum,

•78). fol. 23.

93

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linas y otros por el estilo. Y también las renh que se sacan de ellos. Hay que añadir los bici que son comunes a la colectividad m.

Los bienes de esta segunda categoría — y cii' ellos las regalías— no son propios de la perú* del rey sino de la Corona. El rey no es dueño iit tales bienes fiscales sino administrador o ctP dueño. Esta expresión cuasi indica sentido ap ximado en los mismos textos jurídicos ,u.

La tercera clase de bienes del soberano los patrimoniales. Son propiedad personal suv El gobernante los posee y puede tenerlos a títui privado. Entre ellos hay dos tipos de bienes. I' mero, los heredados de sus predecesores que Im poseían por alguno de los títulos que se pon a continuación. Lucas de Penna habla de esl b ie n e s S e g u n d o , los bienes que pudieren v nirle posteriormente. Por ejemplo, aquellos q. fueron adjudicados al fisco por crimen de al traición, prescripción, carencia de dueño y p otros títulos m.

También el dinero que procede de las renu del reino, o sea, de la asignación o emolumento que están destinados al mantenimiento de la cu y persona real. Y ciertas posesiones y plazas fin tes. fincas compradas a particulares o bienes qi» ha ganado por su propio esfuerzo en guerra hw» contra los enemigos de la fe cristiana. Esta dohfc

:n Digesta III, 4,7. Institutiones II, 1,6, Lucas de rt» na, Jn tres posteriores libros Codicis Justiniani (1 . cluni, 1578), p. 562.

112 Digesta II, 1,6; 35,1,60. Lucas de Penna, In tres p tenores libros Codicis Justiniani p. 563. Cfr. Diego I rez [Jurista español del siglo XVI, profesor de Sai manca desde 1555 hasta 15/4], Ordenanzas Reales (M drid, 1780), lib. III, tít. I, ley 2, p. 442.

JO Lucas de Pcnna, In tres posteriores libros CoJi Justiniani (Lugduni, 1578), p. 562 y 563.

m Digesta 49. 1 y 2. Codex X, 103; U y 10; 11,43.2

94

l.isificación de los bienes patrimoniales aparece Inra en el derecho romano y justinianeo1.a cuarta clase de bienes sobre los que actúa

I poder y la autoridad política son los bienes y i»»opiedades de los ciudadanos particulares. Sobre líos ningún poder ni derecho de propiedad, útil

«■I directa, tiene el gobernante. Sólo entra en jue- *<» la potestad de jurisdicción y de protección

Aclarados estos conceptos, vamos a estudiar 'hora cada una de esas clases de bienes. Por lo •iiu* se refiere a la primera — es decir, a la juris­dicción— la conclusión es la siguiente; N o puede • I gobernante, por soberano que sea, vender la lurisdicción ni contratarla o enajenarla de algu- II» manera. De lo contrario, el gobernante peca uurtalmcnte. Y está obligado a reparar todos los <11»ños ocasionados por tal motivo en aquellos ciu­dadanos sobre los que ejerce tal jurisdicción. Pe­ten también gravemente los que compran la ju­risdicción al soberano. Sin que valga, ni para el •obcrano ni para los compradores la excusa de la costumbre.

Piueba de la primera parte. Nadie puede ven­der ni enajenar algo oue no le pertenece ni puede u*r objeto de propiedad particular. Y si lo hace, comete un robo o rapiña. La jurisdicción no per­tenece al patrimonio privado del soberano. No rs el dueño de ella. Como tampoco lo es de las testantes regalías, sino que son de derecho pú­b lico '” .

Juan de Azo define la jurisdicción como poder turidico introducido por derecho público con el deber de hacer justicia m. No figura, por tanto,

•»* Codex VII, 37,3. Nos'cllae [Authenticae] V, 24,3. Sextus Dexretaliuni II, 14,3.

Lucas de Penna, In tres posteriores libros Codicis fustimani, p. 633.

Digesta 45,1,833: 18.1,28.Juan de Azo [Jurista italiano del siglo X III), Au-

tra Summa (Augustae Taurinorum, 1578), fol. 44.

95

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ni siquiera entre los bienes patrimoniales públl eos de todo el pueblo. N i puede ser objeto tlr tráfico por nadie, ni siquiera por el gobcmanl En conclusión, el gobernante, por soberano un. sea. no tiene autoridad para vender la jurisok ción lp).

El principio general es evidente. Porque nado puede ser objeto de tráfico contra la autoridad » la sanción de las leyes1*. La aplicación del prl« cipio es clara también. Porque la jurisdicción no es susceptible de tasación monetaria. Sobi< todo el mero imperio que se ejerce sobre las peí sonas y no admite valoración económica nin guna m.

Se prueba en segundo lugar por una consll tución imperial. Su texto prohíbe al gobernank vender la jurisdicción por los muchos daños qw de ahí se pueden derivar. De hecho se producen en todos los casos que allí enumera el empo rador m.

Se prueba en tercer lugar por la doctrina co inunmente admitida por los canonistas tras Iro» cencío IV y Enrique de Segusio m. En sus texto» demuestran evidentemente la imposibilidad jn rídica de que los gobernantes vendan o enajeno las funciones jurisdiccionales de cualquier modo que sea.

Dicen además que la jurisdicción, incluso la puramente civil, no puede ser vendida ni ser ob jeto de contratación, para que los súbditos no

Digesta 45,1,83,5; 45.1.131.•» Digesta. 30,1,112,3.m Nicolás de Tudcschis, Consilia et quaestiones (Ai*

gustae Taurinorum, 1577), coas. 3, fol. 67.tu Authenticae collat. II. tit. 2, praef.xu Nicolás de Tudcschis, Commentaría in quartum o

quintum Decretalium libros CVcuctüs. 1605). tomo Vil fol. 105. Inocencio IV, Super libros quinque Decretalium (fruncofurti, 1570), fol. 504. Enrique de Segusio, /« quintum Decretalium librum commentaria, fol. 27.

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olían daños con extorsiones ilícitas por parte il«* los compradores ,J\ Sobre esto mismo dice Antonio de Butrio: la venia y arrendamiento de '•i jurisdicción trae la ruina a los ciudadanos. E l que la compra querrá explotarlos al máximo, li­óla o ilícitamente. Y transformará la mínima >ulpa en grave delito. Concluye finalmente que i» ¡licito vender la jurisdicción y que se peca gravemente ,a.

Algo parecido dice Nicolás de Tudcschis. Tam­bién afirma que se peca gravemente **. Bartolo de Sassoierrato sostiene que no puede arrendarse I derecho de jurisdicción que tiene el señor so­

bre el vasallo; y que el derecho de hipoteca no «abe en ella ,n. Baldo de Ubaldis dice: por dere­cho común no pueden ser vendidas las funciones jurisdiccionales, porque son de derecho público. Y cita esta frase de Salustio: es peligroso que uno solo com pre lo que pertenece a la colectivi­dad. También defiende la misma tesis Alberico de Roscia te

X I I I . Venta de funciones públicas

Se demuestra con un cuarto argumento la pri­mera parte de la afirmación antes enunciada. No

124 Enrique de Segusio, ¡n quintum Decretalium li­brum commentaria, lol 105.

125 Antonio de Butrio, In quintum Decretalium prae­lectiones eruditae (Lugduni, 1556), fol. 35.

126 Nicolás de Tudcschis, Commentaria in quartum et quintum Decretalium libros (Vcnetiis, 1605), tomo VII, folios 105 y 106.

w Bartolo de Sassoierrato, In secundam Digesti Ve­teris partem (Venetiis, 1586), fol. 131.

13 Baldo dc Ubaldis, In usus fetidorum commentaria (Augustae Taurinorum, 1578), fol. 59, fol. 86 y 23. Salus- tío, Bellum Iugurrhinum 8,2 (Colección Hispánica de autores griegos y latinos, Barcelona, 1956), p. 28. Albc- rico de Rosciate Lt 1354. Jurista italiano], tn pnmum Digesti Veteris partem commentaria (Vcnetiis, 1585) pá­gina 86.

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está permitido al gobernante hacer nada comí» el derecho divino y natural. Pues bien, vender U jurisdicción va contra el derecho natural y divl no. Luego el gobernante no puede enajenar 1« jurisdicción.

La venta de cosa ajena está prohibida por d derecho natural y divino, pues seria cometer un hurto. Ahora bien, la jurisdicción es en cierto modo cosa ajena. El gobernante no la recibió ni la posee en calidad de dueño. N i el pueblo se l.i transfirió para que abusara de ella, sino par.i emplearla personalmente y a través de sus jueces y magistrados, varones honrados, con fines de protección.

Por ello el gobernante que enajena la jurisdic ción vende lo ajeno — es decir, cosa ajena— con tra la voluntad de su dueño, que en este caso e* el pueblo. Y eso va contra el derecho natural y divino. Es contrario al derecho natural aquello que da una ocasión probable y próxima de ex­torsionar a los ciudadanos y de gravarles injus­tamente. Y esto sucede con la enajenación de la jurisdicción. Es contraria, por tanto, al derecho natural. Con esta clase de ventas, los comprado­res caen con toda facilidad en las mayores injus­ticias y precipitan a los ciudadanos en la mayor indigencia. Pues ya no se conforman con tripli­car los beneficios, sino que exigen hasta diez ve­ces más de lo que les costó la jurisdicción que compraron.

La asociación de los hombres de una ciudad, reino o de cualquier otra colectividad, está for­mada por vínculos de derecho natural, con el fin de vivir politicamente, como dice Aristóteles Comprende, pues, todo lo que es imprescindible para la promoción del bien común. Ahora bien, la venta de la jurisdicción es contraria al bien y a la prosperidad de toda la ciudad y de todo el

Aristóteles, Política I, 1,8; II, 1,4.

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trino. Luego tal enajenación va contra el derecho natural. Pruébase también por aquellos textos de los canonistas cuando dicen que vendiendo la ju- risdicción se peca gravemente130. Además esta rnajenación repercute en daño de la comunidad.

X IV . Venta de cargos públicos

Por la doctrina anterior podrá resolverse el problema de si licitamente puede el gobernante vender los cargos públicos. Hay que distinguir:

1. — Los cargos que llevan consigo la jurisdic­ción o algún poder que permita a los compra­dores gravar de algún modo a los súbditos, a mo­nos que éstos consientan en la extorsión que se pretende inferirles. Tales son los cargos de alcal­días, corregimientos, alguacilazgos, tesoreros y vicetesoreros del reino. Bajo ningún pretexto pue­de el gobernante vender lícitamente estos cargos.

2. — Los cargos a proveer por el rey, que son meramente de administración. Son funcionarios de la casa o mesa real, como el mayordomo, el des­pensero. el caballerizo mayor y otros jefes de ser­vicios palaciegos por el estilo. Los monarcas pue­den ciertamente venderlos a su gusto, pues no im­plican necesariamente el peligro de que sean gra­vados en alguna manera los ciudadanos o de que se ocasione perjuicio a los intereses del Estado, listo afecta sólo a la hacienda personal del gober­nante o al patrimonio particular del rey. Y las de­ficiencias que se produzcan en tales funciones las soportará solamente el monarca, como es natural.

Estos funcionarios son servidores de la casa leal. Por tanto, si no desempeñan lealmente los apuntos de palacio para cuya administración han recibido el cargo, debe culparse al rey que les ven­dió por dinero las funciones de su casa. Por con-

' » V er notas 123, 125 y 126.

99

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siguiente, no sin razón se prohíbe también venda o comprar estos cargos U1. Ya que no conviene ni ¡ está bien que el soberano trafique con ellos. Ni»» informa el Código cómo los tejedores y tintorería procuraban conseguir sus oficios con licencia d« I soberano, que obtenían pagándole cierta cantidad, y hubo de prohibirse esto bajo pena de muerte.

3. — Los cargos públicos más importantes de nih guna forma pueden ser vendidos. Para una mejor comprensión, hay que tener en cuenta dos a* | pectos. S¡ se considera la cuestión en un plano abstracto y teórico o especulativo, según dicen algunos, no parece que la venta de cargos pii blicos implique de suyo injusticia o arbitrariedad Repito que considerándolo teórica y especulativ.i mente, y siempre que se venda en favor de hom bres dignos, honrados y de buena conciencia.

Consideremos ahora la cuestión no en abstrac­to sino en la práctica. Comprobaremos entonce* que las costumbres de los hombres se hacen cada día más corrompidas. Por tanto, semejante venta de cargos públicos es totalmente inicua. Porque ordinariamente cuando los cargos públicos son venales, quienes los adquieren suelen ser de la peor gente del país. Son ambiciosos, codiciosos sin límites e incultos. Por eso la ley presume que ha­brán comprado tales cargos para amontonar dine­ros. Y, por consiguiente, que gravarán de mil ma­neras a los ciudadanos, sobre todo a los pobres y plebeyos, y arrebatarán todos los bienes que puedan.

4. — El soberano que venda ios cargos públicos, priva a hombres dignos y beneméritos de las dis­tinciones, honores, recompensas y rentas públicas. Por deber de justicia distributiva, el gobernante está obligado a honrar y premiar a los ciudadanos distinguidos y beneméritos con cargo a los bienes

»» Codex, 11,8,2.

■Ii I Estado. Por su cargo de rey tiene la obligación •Ir premiar las virtudes ciudadanas y castigar los vicios sociales. Cometería, por tanto, injusticia * «mtra los buenos ciudadanos y perpetraría otra mayor contra la comunidad.

5. — Quien primero compra un cargo público, co­mo no lo compra sino para enriquecerse, podrá vinder a su vez el ejercicio del cargo.

6. — Los cargos públicos y las funciones públi- tns deben gozar siempre de gran prestigio y ho­nor entre todos los ciudadanos honrados. Pero se envilecen al estar ocupados por gente corrompida. I'.sto per judica gravemente el buen nombre del gobernante, como reconoce el emperador Justi­niano ,u.

7. — Los que compraron cargos públicos con po- «ler de jurisdicción, gravan injustamente al pueblo para recuperar más de tres o cuatro veces la can­tidad que les costaron. Y no contentos con esto se lucran de las haciendas de los pobres ciudada­nos, según acredita de sobra la experiencia. Véase lo que de ello opina Santo Tomás ,u.

Puede añadirse también lo que dicen diversos textos de derecho romano y del canónico: vender los cargos públicos es simonía lM. Simonía es para los canonistas lo que los juristas llaman soborno. Se comete al comprar por dinero un cargo LB. Se-

,u Authenticae collat. II, tit. 2, nov. 8.u» Santo Tomás de Aquino, De regimine iudaeorum

ad Ducissam Brubuntiac (Opera omnia, Parisiis, 1875), lomo 27, p. 414415.

w Codex 113 [7] 2. Volumen legum, parvum, quod vocant, in quo insimt tres posteriores libri Codicis Divi iustbxiani sacratissimi principis Authenticae seu Nove­llae Constitutiones (Lugduni, 1612) coi. 130-131. Decre­tum Gratiani II, 1,7, 27. Decretales Gregorii IX : V, 5.1.

u* Glossa X : 5,5,1 (Nova Decretalium compilatio, Ve nctiis, 1468) coi. 1650. Glossa ordinaria ad Institutio­nes 4,18,11 (Volumen legum, Lugduni, 1612) coi. 590.

101100

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gún otros textos legales, los compradores de caí gos públicos incurren en delito de soborno m.

Puede objetarse que no se compra la jurisdh ción sino el derecho a recibir las retribuciones * salarios propios del ejercicio del cargo jurisdíi cional. Pero eso a nada conduce. Si de dos comí alguien vende una que implica necesariamente l.i otra, vende de hecho ambas cosas. Aunque sólo .mi pusiera a la venta el derecho a exigir sueldos o retribuciones, tampoco desaparecían los perjui cios de que se ha hablado, ni las tiranías de indi viduos indeseables. Siempre quedaría en mano» de un tirano la espada. O sea, que el poder de ju risdicción seguiría estando a disposición de uii comprador ambicioso que se burlaría del derecho Véase lo que dice Inocencio I V 117. Sin embargo, en nuestros días los cargos son vendidos pública mente.

XV. Gravedad dk dich as ventas

Segundo aspecto de la cuestión. El gobernante peca mortalmcnte y tiene el deber de indemnizar Pues bien, al vender la jurisdicción y los cargo» públicos actúa contra la justicia conmutativa y distributiva. Luego peca gravísimamente.

Todo rey y gobernante tiene deberes por su cargo y en razón de las rentas y tributos que le asignó el pueblo holgadamente como sueldo y gra tificación por el hecho de que sirve a la comunidad al proteger a los ciudadanos. Está obligado a po­ner al frente del Estado ministros bien preparados para cumplir las funciones públicas. Ahora bien, al vender la jurisdicción y los cargos, nombra mi­nistros que por lo menos son ineptos y perjudicia­les para los intereses del pueblo. Y que tratarán

»* Codex IX, 26,t.131 Decretum Gratiani II, 1,3,7. Sextus Decretalium

V, 4,1.

. mclmentc a los ciudadanos pobres. Luego actuan­do de esta manera, el rey atenta contra la justicia ronmutativa.

Hay también razones de justicia distributiva. I'tva porque hay acepción de personas. Y esto es una injusticia en cuanto se prefiere uno a otro por motivos no justificados. Por el hecho de en­tregar el rey los cargos y jurisdicciones de que veníamos hablando, se da ya el delito de acepción ile personas con todos sus defectos. Ya lo advir­tió Bártolo de Sassoferrato: los compradores de estos cargos se sienten legitimados a cometer, las más de las veces, arbitrariedades e injusticias; y »on hasta perjudiciales al pueblo ÍH.

Pretenden, al revés que los jueces, sustituir el ejercicio de la justicia por una avaricia insaciable. I I juez que alcanza el cargo con tales medios, se presume que tiene intenciones de administrar mal la justicia. Y el rey prefiere personas indignas, si hace tales nombramientos no en razón de los mé­ritos, sino por circunstancias personales que nada tienen que ver con tales cargos.

Además, actúa en perjuicio y daño del pueblo v de los súbditos. Y tampoco esto está permitido. Para hacerlo no tiene más poder que el de un sim­ple particular que carece de jurisdicción. En defi­nitiva, el rey que vende cargos públicos da oca­sión de pecar gravemente.

Tercer aspecto de la cuestión :el rey que vende tales cargos está obligado a reparar todos los da- iu>s causados por esos abusos. Pruébase por las Decretales de Gregorio IX sobre la restitución que se debe a la Iglesia, cuando se promueve para un cargo o beneficio a un hombre indigno Como dice santo Tomás, todo el que perjudica a

08 Bártolo de Sassoferrato, 7n tres posteriores libros Codicis commentaria (Vencías, 1604), vol. VIII, fot. 31.

Decretales Gregorii IX : V, 36,9.

103102

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otro está obligado a reparar los daños que h*< ocasionado l40 141.

El gobernante está obligado a reparar por un delito de idéntica gravedad. Sobre todo cuando concede gratuitamente estos cargos a sus corlo sanos con poderes para venderlos o entregarlo* mediante precio a otros arrendatarios. Entorne» incluso pueden venderlos a quienes quieran com prarlos.

El gobernante no posee esos cargos para podfli venderlos o arrendarlos a cualquier adinerado aui quiera comprarlos. Los posee para distribuirlo! gratuitamente entre ciudadanos dignos, cuidado sámente examinados y seleccionados entre los me jores del pueblo para que cumplan su deber con toda rectitud.

Tampoco puede conceder estos cargos — con de­recho a venderlos o arrendarlos— a quien no va n desempeñarlos personalmente. Lo que en derecho no puede hacer personalmente el gobernante, tam poco puede pedir a otros que lo hagan. Pues nadie puede trasladar a otro más derechos de los que reconoce le corresponden a él mismo Ml.

Por lo tanto, cuando el gobernante entrega de esta manera a sus cortesanos los cargos públicos, les concede — por una interpretación muy especial del derecho— lo que él mismo no puede hacer sin cometer pecado mortal y quedar obligado a la re­paración.

- 'X V L Auuso df podkk: injusticias prácticas

Pecan gravemente los compradores de jurisdic­ciones y cargos públicos que llevan anejo tal po­der jurisdiccional que fácilmente pueden imponer cargas al pueblo y a los ciudadanos.

140 Santo Tomás de Aquino, II II, 62,4; II II, 62,7.141 Sextus Decretalium V. 12,79.

104

( Malquiera que coopera con otro en un acto que i pecado mortal, peca gravemente. Ahora bien,* compradores de jurisdicciones y cargos coope- iii con el gobernante en el pecado mortal que Hílete con esta especie de tráfico. Luego tales •mpradores pecan gravemente. l'Videntemente nadie puede lícitamente desear

l'ir otro peque gravemente — bien porque es una •lonsa contra Dios, bien por los perjuicios que lo allí derivan, como es la muerte del alma— . Vendedor y comprador son sujetos correlativos. Initando uno, el otro no llega a existir. Lo que »tá mandado para uno se entiende mandado

iitinbién para el otro.Por eso dicen los juristas: la ley que sanciona

•I vendedor, castiga también al comprador por «i estrecha relación. Si el vendedor vende injus-

Himente, se supone que el comprador compra inmbicn injustamente. En ambos se da la misma duación jurídica, aunque ninguna mención se

liaga del comprador*42.El que así se haga por costumbre, tampoco exi­

me de culpa al gobernante, al comprador ni al w ndedor. Costumbre racional es el uso razona- l»le que haya sido introducido y ratificado por • I consenso de los que lo practican. Pero la cos­tumbre de que se vendan y compren los cargos públicos nunca ha sido introducida ni ratificada por la práctica común de todo el pueblo, ni por tina mayoría comprobada. Ha sido admitida por puro abuso de poder.

El rey actúa contra el consentimiento y la vo­luntad del pueblo, como justamente es de pre­sumir por ir contra la común utilidad del pue­blo. Luego no es justificable la costumbre de

142 Báitolo de Sassoferrato, ln tres posteriores libros I odiéis commentaria (Vcnctii*, 1604), vol. V I I I , fol. 96. Nicolás de Tudeschis, Commentaria primae partis tn primum Decretalium librum (Venetiis. 1605), lomo I, rol. 7.

105

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vender y comprar los cargos públicos. Y por con siguiente, no eximen de culpa ni al gobern.ini. que vende ni al ambicioso y usurero que com pía.

Al no estar justificada tal costumbre, es iiu» paz de legitimar una conducta que se apoye «• ella. Puesto que ha sido introducida por los jm bernantes sin consentimiento del pueblo. Em« costumbre es, pues, ilegítima y no excusa al )• bernante ni a los compradores. Bártolo de Sa.v- ferrato y demás juristas afirman: Si un pueblo ha sido coaccionado por un juez, no nace costun- bre. Es como si actuase un mero particular **.

Siempre que un gobernante haga algo conti* riando el consentimiento y los intereses del piu blo, se estima que está actuando como simpk particular. Luego la costumbre de vender y com prar cargos públicos fue introducida por los bernantes mediante coacción y contra la volun tad del pueblo.

¿Qué entendemos por costumbre infundada v que no exime de responsabilidad? La que no «•» común y general respecto de los ciudadanos —co mo lo es la ley— y que además no se refiere a al go que todos estén obligados a cumplir unáni inemente. Ahora bien, la costumbre de vendo las jurisdicciones no es común ni general n- pecto a los ciudadanos. Lo es sólo respecto a l«* gobernantes que la lian introducido en contra de ía voluntad y de los intereses de los ciudadano Estos no están, por tanto, obligados a respetarla sino que más bien están obligados a impugnarla Luego no está justificada.

Es costumbre irracional aquella que no cun» pie las condiciones de una ley justa, o sea, que no está de acuerdo con la razón natural m. Ahora 141 * *

141 Bártolo de Sassofcrrato, In secundani atque tertumCodicis partem (Vcnetiis. 1602), vol. V III, fol. 114.

144 Decretum Gratiani I, 4,2; I, 1,5.

Idm, esta costumbre no es justa. El gobernante ..«i ha podido introducirla si no es con el consen- • imiento del pueblo.

Actuando como simple particular al introdu- ir esta costumbre, el gobernante va en contra

.1*■ los intereses de los ciudadanos y de la comu­nidad. Además, esta costumbre es perjudicial ira el pueblo, pues degenera en destrucción de

11 patria.Esta costumbre es también irracional por ha-

Imt sido introducida por abuso y usurpación. Ahora bien, ellos mismos reconocen que la venta Ir la jurisdicción tiene su origen en el abuso del poder. Luego es una costumbre injusta.

X V II. VlíNTA DO BIENES PÚBLICOS

En cuanto a los bienes públicos clasificados en rgundo lugar — que estrictamente se llaman bie­

nes fiscales, o sea los que pertcccn a la hacienda pública y al pueblo— se proponen los siguientes principios:

l’rim er princip io:

No puede el gobernante vender, donar o enaje­tar del modo que sea (a excepción de sus pro­pios em olum entos) los bienes estrictamente fis- alcs. S i lo hace, peca gravemente y está obligado

a indemnizar los perjuicios que p o r razón de es- la enajenación haya sufrido e l país o el Estado.

Dona lo ajeno. N o concede las cosas propias ni lo que está incluido en su patrimonio particular, dno lo que es patrimonio público. Y de esto no es dueño el gobernante'45.

El gobernante es como padre común de todos los ciudadanos y como marido de la república.

,4? Lucas de Penna, In tres posteriores libros Codicis tustinium (Lugduni, 1582), p. 563.

107106

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Ahora bien, el padre no está autorizado a cnim nor los bienes de la madre ni las cosas pertcw cientes a sus hijos. Tampoco el marido tiene | cuitad para enajenar la dote de la mujer, aunqu por otra parte se estime que es su dueño. Tam bien se prohíbe al obispo enajenar los bienes «l> la Iglesia. Con justicia, pues, está prohibido qn* el gobernante enajene los bienes fiscales I46.

El obispo no puede perdonar las injusticias o* metidas contra la Iglesia. Precisamente porque o administrador y no dueño, como advierte Iii<> cencío IV. Con mayor razón, pues, estará pmhl bido al gobernante enajenar bienes fiscales. I más grave atentar contra los bienes de la comu nidad que contra las prerrogativas de la Iglosm respecto a sus propios bienes w.

El fisco es parte del Estado, a decir de Baldo de Ubaldis. Y si el gobernante llegase a ena¡c‘ii;> bienes fiscales, aun la comunidad misma pdt graría ,4i.

Además está prohibido al obispo enajenar lo* bienes de la Tglesia. Se dará también esta prohl bición en el gobernante, porque no es más dueiV- del patrimonio fiscal que el obispo de los bienr* de la Iglesia **.

La prescripción y la enajenación son título* equivalentes. Ahora bien, la prescripción de ble* nes fiscales está absolutamente prohibida. De al'l que en materia de tributos nunca sea posible la

146 Codex VI, 6,1; III, 32,9. Extravagantes commwu • III, 4. Lucas de Penna, In tres posteriores libros ( • diets Justiniani, p. 564. 147 148 149

147 Inocencio IV, Super libros quinque Decretalium (Francofurti, 1570), fol. 552. Lucas de Penna. In trr< posteriores libros Codicis Justiniani, p. 564.

148 Baldo de Ubaldis, In usus feudorum commentare (Augustae Taurinorum, 1578), fol. 23. Lucas de Peni». In tres posteriores libros Codicis Justiniani, p. 564.

149 Codex I. 2,10. Extravagantes communes III. 41 Authenticae VI.

, inscripción contra el Estado por largo que sea I plazo transcurrido. Pero ocurre lo contrario o cuanto a la prescripción de los bienes patri­moniales del gobernante. Le está, pues, absoluta* mente prohibida la enajenación de bienes fisca-

Y, por tanto, ninguna validez tienen las ena- n.uñones que se hayan efectuado 1 “ .I éase a Lucas de Penna que refleja la argumen-

iación anterior Ul. Andrés de Iserna cree que ta­is donaciones no tienen validez si originan gra- «■s perjuicios al país y a la Corona. Otra cosa se­lla si no sufrieran grave detrimento los bienes pie se destinan al sostenimiento del rey. Por las lisinas razones está prohibido vender zonas fron-

id izas, si sus rendimientos se emplean para abas­tecer a las tropas que defienden las fronteras del imperio w .

X V III. Exenciones en materia tributaria

Prim er corolario: El rey no puede eximir a los «ihditos sin causa legitima de las contribuciones

uuc pagan a la hacienda. N i ceder tierras, zonas fronterizas o plazas de armas que están destina­das al mantenimiento de los soldados. Puesto que no pueden adquirirse por prescripción, tam- imk'o pueden enajenarse por decreto o por privi­legio del gobernante ®.

1.a prescripción y el privilegio otorgado por el toberano son de idéntico valor. Además, eximir i los colonos o vasallos de las prestaciones que

,w Digestu 50,16.67. Institutiones II. 6,9. Codex VII, W/>; 11,66,7.151 Lucas de Penna, In tres posteriores libros Codicis

Instiniani, p. 562-564.IU Codex 11,60, 1 y 2. Andrés de Iscmu, In usus feu-

.lorum commentaria (Francofurti, 1598), fol. 692. Lucas lo Penna, In tres posteriores libros Codicis Justiniani, Inginas 565 y 576.

l'J Authenticae 108. 8.2. Codex 11,62,11. Lucas de Pen­na, In tres posteriores libros Codicis Justiniani, p. 589.

109108

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deben es una especie de enajenación. Véase • bre el tema a Andrés de Isema

Segundo corolario: El gobernante no puol* conceder inmunidades fiscales a los ciudadano que están obligados a pagar tributos.

Esta donación o concesión sería una cierta fw ma de enajenación **. Ahora bien, ningún gobfi nante puede licitamente enajenar o disminim rentas, repartimientos y derramas, como quid.* dicho. Luego tampoco se pueden conceder privl legios de exención fiscal, dado que todas estas c<* sas son equivalentes.

Todo lo que se concede a los nobles más alio de lo que exige la justicia, se lo saca a los citt dadanos y campesinos. Y nadie va a decir que i un honor otorgar a los nobles lo que se sabe qu» va contra el honor y los derechos legítimos il< los demás ciudadanos **.

Otorgar semejante inmunidad iría además coi* tra la equidad natural. Pruébalo el derecho ron*., no cuando dice: no es sólo contrario a las ley< sino también a la equidad natural perjudicar n unos por lo que otros deben. Otra ley añade qu* va contra la equidad natural gravar a los ciudad» nos con impuestos dobles. Es más leve la cant» que se lleva entre muchos m.

,M Maesta 43.20,3.4. Codcx 11.63. 2 y 3. Andrés de Isci na. ¡n usus feudorum commentaria, fot. 697. Lucus d# Penna, In tres posteriores libros Codicis Justiniani, |* gina 589.

Codex VII. 10,4; VII, 11,4. m Decretum Gratiani I. 99,5. Lucas de Penna, In trr*

posteriores libros Codicis Justiniani, p. 783 y 377. H sentimiento del honor (personal, familiar, de clase » nacional) fue una vivencia extraordinariamente impot tante en la época clásica hispánica. Bartolomé de I Casas —hidalgo y soldado antes que fraile— refleja esl* mentalidad y critica algunos de sus excesos.

™ Codcx 11,57,1. Digesta 14,2.4,2. Codex 10,42,10. Lu cas de Penna, In tres posteriores libros Codicis Justi riiani, p. 542, 25,237 y 98.

110

Es principio del derecho común que no se uve a nadie de su derecho. Por tanto, los privi* I?ios de los gobernantes han de ser entendidos

lo forma que a pesar de ellos queden siempre i salvo los derechos de los demás. Esto resulta • vidente por lo que indica Inocencio IV ,a.

Por eso también se interpretan restrictivamen- I' los privilegios: para que no haya en ellos nin- jún principio de injusticia. Es injusta toda ga­nancia que se logra a expensas del sacrificio de iros. Defendió también esta doctrina Guillermo

Durando U9.

X IX . Provisión dl cargos públicos

El Jefe del Estado o cualquier otra autoridad oberana está obligado ¡x>r derecho natural a proveer gratuitamente los cargos públicos, tamo militares com o civiles, junto con sus sueldos, pri­vilegios y gratificaciones.

Debe también distribuir algunos bienes fiscales* del patrimonio regio. Pero siempre que no sea* perpetuidad sino por tiempo limitado.

El derecho natural obliga al gobernante a pro-* tirar siempre lo m ejor para el buen gobierno y dininistración de la justicia.En tiempo de guerra está obligado a levantar

fortificaciones para defender al país contra sus enemigos exteriores. Y no puede hacerlo más que mimbrando jefes militares aptos. Está, pues, obli­gado por derecho natural a proveer los cargos

Inocencio IV, Super libros qidnque Decretalium ll iuncofurli, 1570), fol. 347.

**• Decretales Gregorii IX : III, 30,9. Authenticae collat. III, tit. 4, nov. 17. Nicolás de Tudcschis, In tertium De­cretalium librum (Venetiis, 1605), fol. 138. Guillermo Du- mudo. Speculum utris (Lugduni, 1578), p. 198. Lucas de 1‘cnna, In tres posteriores libros Codicis Justiniani, pagina 97.

111

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públicos. Y a proveerlos gratuitamente, pucul* que la venta de estos cargos está prohibida pi el derecho natural y por el derecho divino. I ik go el nombramiento de cargos públicos debe • ■ gratuito

XX. B ienes propios dei. soberano

La tercera clase de bienes que pertenecen al *• berano son sus propiedades o patrimonio partun lar. Se establece el siguiente principio:

E l gobernante puede enajenar lícitamente bu tres de su patrim onio privado y hacienda partu i, lar. Puede también donarlos a otro como quien* pues son propiamente suyos. Pero debe haced* con la debida moderación.

El gobernante es perfecta y propiamente duefl- d i recto de todos esos bienes. Por eso los tim­en propiedad y puede disponer totalmente il- ellos vendiéndolos, donándolos o repartiéndolo

Puede, por tanto, el gobernante enajenarlos <* donarlos libremente. Es razonable reconocer cih* mayor liberalidad este derecho al soberano, * que la ley se lo permite incluso a cualquier p.u ticu lar,61.

En cuanto al segundo punto: El gobernatil* puede verse en graves necesidades si se exatl*

w 1.a provisión de cargos públicos fue un tenüdcont tantc en la doctrina tradicional. Hntre las fuentes ni*- cercanas al pensamiento de Bartolomé de las Casas w esta materia figuran los siguientes autores: Santo v* más de Aquino, De regimine iudacorum ad Duclssw' lirabant tac (Opera omnia. Parisiis, 1875, tomo 27). ( dcnnl Cayetano [Tomás de Vio: 1468-15343, Summul Caietanl (Salmanlicae, 1561. Cfr. "Venalitas'’ : Office nun saecularium venalitas). Domingo de Soto |M»t 1560), l)a ius/itia et iurc libri decem (Salmanlicae, 15v> libro III, quaest. 6. ait. 4, dubitatio: "An videlicet i*• possit huiusmodi magistratus et officia vendere*.

161 Codex IV. 35.21. Lucas de Penna, ln tres posten res libros Codicis Justiniani (Lugduni, 1582), p. 563 y li

112

ni las enajenaciones o donaciones. Aunque sean ilc su propio patrimonio. Sus fondos irán dismi­nuyendo paulatinamente v quedarán cada vez más limitadas sus posibilidades. Y como dice ( asiodoro, es peligrosa la pobreza en el gober­nante te.

Además, según Cicerón, la generosidad hay que practicarla con tiento y prudencia. No por vani­dad ni presunción sino en provecho de los be­neficiarios. Tras generosidades incontroladas vie­ne la rapiña y termina por darse no lo propio •dno lo ajeno **.

Finalmente, porque es conveniente para los intereses del Estado que el gobernante pueda dis- l*oner de suficientes recursos en caso de necesi­dad. Por eso dice Lucas de Penna: en cierto sen­tido se prohibe al gobernante enajenar sus bie­nes patrimoniales. Precisamente porque asi con­viene a los intereses de la com unidad IM.

X X I. Venta dc territorios

Oucda por hablar de la cuarta clase de bienes. Se formula el principio siguiente:

Nada tiene que ver e l gobernante, por sobera­no que sea, con esa cuarta clase de bienes que son las propiedades particulares de los ciudada­nos.

Salvo, sin embargo, en lo que se refiere a su protección y control. Pero en caso de utilidad

,u Casiodoro [490-583. Político e historiador romano, • onsejero imperial), Variarum libri duodecim I, 19 (PL 69.521). Lucas de Penna, In tres posteriores libros Co­dicis Justiniani, p. 83.

,6' Cicerón [106-43 antes de Cristo. Filósofo romano, orador y político). De officiis, (Teubnerianu 48), lib. II, n. 54.. p. 95.

IM Codex 11,75,5. Lucas dc Penna, In tres posteriores Ubios Codicis Justiniani, p. 643 , 82 y 587.

s113

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pública su poder es grande, incluso en esta clasi de bienes. Es doctrina unánime de juristas y ca nonistas,65.

Hemos visto que el gobernante no puede ll citamente enajenar la jurisdicción. Lógicamcn te tampoco podrá vender ciudades, ni partes o te­rritorios del reino.

Lo probamos razonando de lo menos a lo más A quien no le está permitido lo menos, tampoco le está permitido lo más, según un adagio cañó nico **. Y lo que no es lícito en lo menor, tampo co será lícito en lo mayor. Pues bien, tiene mu cha menos importancia vender o enajenar la jurisdicción — aunque ésta sea el instrumento y l.i cosa más importante del pueblo por ser su po der, su espada y su escudo— que vender al pueblo mismo o la comunidad. Es decir, a todos y cada uno de los hombres del pueblo. Estos no admi ten valoración económica ia. Podría también d+ mostrarse esta tesis por casi todos los argumen los anteriormente aducidos.

X X II. Venta del reino

E l reino es inalienable total y parcialmente, porque no puede ser ob jeto de prescripción

Se evidencia esta tesis por leyes del derecho ro mano y por las ordenanzas reales de Castilla. En las Cortes de Valladolid del año 1442, a petición de los procuradores, ciudades, villas y lugares de

Digesta VI, 1,15. Decretales Grcgoni IX : I, 2.7. Ni colás de Tudcschis. In primum Decretalium librum (Vo netiis, 1605), fol. 21. Lucas de Penna, ln tres posterw res libros Codicis Justiniani, p. 32.

’** Decretales Gregorii IX : I. 1,7. N icolás de Tudri chis, ¡n quartum et quintum Decretalium libros (VV netas, 1605), fol. 244.

' « Digesta IX. 2,13.' « Codex VII, 39,36. Digesta 26,7,42.

114

su reino, el rey Juan I I decretó que todas las ciu­dades y villas de «su natural sean inalienables». Además, añaden las ordenanzas que ni el rey ni sus sucesores puedan ena jenarlas ni total ni par­cialmente w.

No parece que haya duda alguna respecto a la totalidad del reino y si en cuanto a la enajena­ción parcial. Que aun parcialmente es inaliena­ble, se prueba por el hecho de que el reino cons­tituye una especie de organismo moral. En nin­gún organismo natural está permitido amputar ningún miembro, por pequeño que sea, sin causa legítima y necesaria. Tampoco será lícito ampu­tar en cí organismo moral una ciudad, villa o plaza fuerte por pequeña que sea m.

Es válido aplicar al organismo moral o polí­tico los argumentos del organismo físico. El cuer­po físico del hombre, al cortarle y amputarle al­guno de sus miembros, quedaría deforme, mons­truoso y más débil que antes. De la misma ma­nera el reino, al miitarle y enajenarle algún terri­torio — sobre todo si es importante— quedaría imperfecto, deforme y menos poderoso. Se cau­saría también grave injusticia y perjuicio al cuer­po humano, si algún médico o juez hiciera que se le cortara un miembro, por poco importante que fuese, sin verdadera necesidad.

Pues bien, el rey cumple en la sociedad huma­na las funciones de un médico. Causarla, por tan­to, una grave injusticia y perjuicio al pueblo en­tero si enajenase alguna parte del país — como es una ciudad, villa o plaza fuerte— en contra de la voluntad y consentimiento de los ciudadanos, l a misma razón que sería válida para la enajena­ción de una sola ciudad, plaza. lugar o comar-

I-OS Códigos españoles concordados y anotados (Madrid, 1849), tomo VI: Ordenanzas Reales de Casti­lla lib. 5, tít. 9, ley, 3, p. 413.

170 Decretum Gratiani II. 24,1.18.

115

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ca, valdría también para todas las demás. El país quedaría abocado inevitablemente a la des tmcción.

Por tanto, al igual que el rey no tiene poder para enajenar todo el reino, tampoco una parte de él. Es principio del derecho romano: las mis mas razones que se dan con relación al todo, son válidas con relación a las partes m.

No sirve decir que no se rompe la unidad del reino por el hecho de que el soberano enajene algunas ciudades o territorios del reino, siempre que se conserve la unidad política. N i se puede alegar como razón que el cuerpo físico se man tiene unido por la integración orgánica de sus partes. Mientras que el cuerpo moral o político mantiene su unidad únicamente por la unión de voluntades y no en virtud de una integración or­gánica. El pueblo consta de partes separadas co­mo son los ciudadanos, a decir del derecho ro mano y de Bernardo de Parma ,72.

La respuesta es esta. Desde luego, la unidad política no consiste en una integración puramen te orgánica sino en una unión de voluntades. Pe­ro aun esta misma unidad resulta tanto más de­bilitada y propensa a desobediencias y rebelio nes, cuanto más poderosos lleguen a ser los be­neficiarios de tales donaciones y enajenaciones.

La experiencia demuestra que impulsados por la soberbia, cada vez se hacen más insolentes y petulantes. Cuando este tipo de ciudadanos llega a ser numeroso dentro de un mismo reino, se confabulan entre sí. Traman conspiraciones y compromisos no demasiados honestos que dege­neran con frecuencia en desórdenes y guerras civiles.

Valiéndose del caigo que se le lia cncomcnda-

»7i Digesta VI, 1,76.m Digesta 41,3,30. Bernardo de Parma, Glossa in De•

creíales, col. 1792-93.

do, nadie puede lícitamente actuar contra lo que es esencial a ese cargo. Por eso dice el Apóstol San Pablo: según la potestad que nos fue dada para edificación y no para destrucción m. Ahora bien, enajenar o donar algunas partes del reino constituye un atentado a la esencia misma de la 1 unción real. La monarquía se creó sólo para con­servar, defender y engrandecer el reino.

El rey es para el reino lo que es el alma para el cuerpo humano. El alma dirige inmediatamen­te al cuerpo y pone en movimiento los otros miembros. Pues de la misma manera conviene que el rey gobierne directamente su reino, em­pleando su propio ingenio y el talento de sus consejeros. Todos constituyen conjuntamente una sola institución de gobierno. Así vendrá a ser el rey salud y vida de los ciudadanos. Como el alma es salud y vida del cuerpo. Todo esto desaparece automáticamente en cuanto se llevan a cabo donaciones o enajenaciones injustifica­das IM.

También suele decirse que el rey es para el pueblo lo que el padre de familia es para su ca­sa. El la gobierna cuidadosamente y de un modo recto y continuo sin renunciar al cuidado y go­bierno de ninguna paite de ella. De esta misma forma deberá portarse el rey en su propio reino. Por eso se da a veces a los reyes el nombre de padres, como dice Aristóteles, San Agustín y San­to Tomás ,r\ En opinión de Lucas de Penna, el rey respecto de su pueblo tiene el oficio de pas­tor. Luego debe cuidarlo como padre y pastor ,7\

175 Biblia, San Pablo. I I Corintios 10.8: 13,10.174 Lucas de Penna, ¡n tres posteriores libros Codicts

Justiniani, p. 897.175 Aristóteles, Etica VIH, 10,4. San Agustín, De ci­

vitate Dei (PL 41,645). Santo Tomás de Aquino, Tracta­tus de rege et regno (Opera omnia, Purisiis, 1875), volu­men 27, p. 338.

176 Lucas de Penna, In tres posteriores libros Codicis Justiniani, p. 898.

116 117

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Para que esas enajenaciones puedan ser valí das. se requiere e l consentimiento de todos los interesados m.

Léase a los juristas OI «irado de Ponte, Nicolá» de Tudcschis, Jacobo de Santo Gcorgio, Pedro de Ancona y Felipe Decio m. Sin embargo, put- den hacerse donaciones por imperativos de ui gente necesidad. Así debe interpretarse la tesis de Andrés de Isema. El rey puede hacer dona ciones (entiéndase por causa de utilidad pública) a un colaborador eficaz y diligente, si no tiene otra cosa que darle l19.

Se demuestra la tesis anterior con textos ca nónicos. Dicen las Decretales de Gregorio IX que el rey no puede permitir en su reino que sea al terado el valor legal del dinero sin consentimien to del pueblo. Eso sería perjudicial para el pue­blo, como dicen Juan Andrés, Baldo de Ubaldis y otros canonistas ,w.

™ Codex XI, 59.7,2.,7S Luis de Ponte [1409-1430. Jurista italiano, profesor

de Siena. Florencia. Roma y Basilea. también llamado "Pontanus Romanus”], Rubrica de arbitriis (sin fecha, del siglo XV. Roma, Bibliot. Nazionale, signature 704 G. 11.1). Nicolás de Tudcschis, Consilia (Augustae Tau­rinorum, 1577), fol. 60. Jacobo de Santo Georgio, Trac­tatus de feudis (Coloniae, 1575), tol. 94-103. Pedro de Ancona [1330-1416. Canonista italiano, profesor de Bo­lonia, teólogo en los Concilios de Pisa y Constanza J. Consilia (Taurini, 1496), fol. 5. Felipe Dccio [1453-1535. Jurista italiano, profesor de Siena, Auditor de la Rola y Consejero de Luis XII de Francia], Consiliorum in­ris utriusque volumen primum (Lugduni, 1536). fol. 94-95.

m Andrés de Iserna. In usus feudunan commentaria (Francofurti, 1598), fol. 697.

,w Decretales Grcgurii IX : II, 24,18; I, 23,7. Juan An­drés. Supcr secundo libro Decretalium (Veneriis, 1498), II, 24-18 II, 365. Baldo de Ubaldis, Commentarium in secundo Decretalium libro (Veneriis, 1495) II, 24-33 (No­va Decretalium computatio Gregorii IX impressa. Ve­neriis. 1468), fol. 810.

X X I I I . E l CONSENTI M IENTO POPULAR

118

Según estos autores, el gobernante no puede 'lisponer arbitrariamente de las haciendas de los ciudadanos, ni realizar nada que pueda repercu­dí* en perjuicio del pueblo, a no ser que ellos estén de acuerdo11". En consecuencia, mucho me­nos podrá el rey disponer de las personas a su antojo, ni reducirlas a esclavitud mediante esa especie de enajenación o donación que hemos in­dicado. Hay también cánones de Inocencio IV «juo prohíben bajo excomunión enajenar bienes liscales y todo lo que suponga disminución de las rentas e ingresos pertenecientes al erario pú­blico ,u.

Esta última doctrina la defienden las leyes so­bre feudos, Inocencio IV, Enrique de Segusio, Guillermo Durando, Juan Andrés y Juan de Imo- )a ,w. Antonio de Butrio dice; S i algún señor qui­siera someter alguno de sus terrilorios al pender de otro, se debe dar audiencia a la reclamación

Hl En la doctrina y práctica medieval alcanzo espe­cial relieve el principio (Quod omnes tangit) de que "lo que a todos afecta, debe ser resuelto conforme al pa­recer de todos”. Véase sobre ello Gaines Post, Studies in Medieval l^gal Through, Public Imw and the State 1100- ¡322, Princeton New Jersey, 1964. A. Marrongui. I I par­lamento in Itulia nell’Mcdio Evo e nelVctá moderna. Mi­lano, 1962, p. 34 ss.

w Sextus Decretalium II. 14,2.,M Consuetudines fetidorum II, 55,1. Inocencio IV, Su­

per libros quinque Decretalium, fol. 299. Enrique de Segusio, In Primum Decretalium librum commentaria (Veneriis, 1581), vol. I, fol. 173. Guillermo Durando, Spe­culum iuris cum Joannis Andreac, Daldi reliquorumque clarissimorum turis utriusque doctorum visionibus hac­tenus addi solitis (Lugduni, 1578), fol. 147 (adiciones al término "alienare"). Novella Joenmis Andreac super primo libro Decretalium (Venetiis, 1489). I, 33,13. Juan de Imola, Super primo Decretalium (Lugduni, 1547), fol. 277.

,M Antonio de Butrio, Super primo Decretalium (Ve­netiis. 1503). I. 33,13

119

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XXIV. Concesión de feudosde sus habitantes /M. Hay también un texto de la» leyes sobre feudos en este sentido

Francisco Zarabella analizó minuciosamente los fundamentos de este principio **. Nicolás de Tudeschis dice literalmente: Nótese, en primer lugar, que el rey carece de autoridad para dispo ner de ios bienes y derechos del reino. N o son pronios de la persona del rey sino de la dignidad real. Aunque él tenga e l poder de jurisdicción y su administración. De aquí que no se pueda re partir e l reino, condado o cualquier otra digm dad soberana entre los hijos del rey cuando éste muera, com o expresamente se dice en el derecho canónico w.

Lo misino sostiene Enrique 13oich,w. Felino Sandeo dice: Sin contar con la voluntad de la población, el jefe de un territorio no puede pa­sarlo a la jurisdicción de otro. Tampoco el rey puede enajenar una ciudad de su rehuí, cuando se oponen sus habitantes. S i intenta realizarlo, los ciudadanos del territorio tienen derecho a re­clamar y oponerse. Sobre todo si quiere cuaje nar una parte y quedarse con la otra parte. Por­que interesa a los ciudadanos que no haya tan­tos señores sobre una misma ciudadm. 145

145 Consuetudines fe udorum II, 25.I#é Francisco Zarabella, Consilia (Lugduni, 1551), fol. 79 ,e1 Nicolás de Tudeschis, In prtmum Decretalium ti

brutn (Vénetos, 1605), fol. 133; In secundam secundi D* t retalium libri partem (Venetiis, 1605), tomo IV, fui. 164. Commentaria primae partis in secundum Decretalium librum (Venetiis, 1605), tomo III, fol. 41 \ 140; Commen taria in tertium Decretalium librum (Venetiis. 16051, tumo VI, fol. 7; Abbatis Panormitani consilia (Venetiiv 1605), fui. 7 y 58.

1W Enrique Boich, Rúbrica de feudis (Venetiis, 15761. p. 430.

,w Felino Sandeo, Ad quinque libros Decretalium (Au gustae Taurinorum, 1579). fol. 239, 49 y 56. Véase tam­bién Gregorio López. Los Códices españoles (Madrid 1849), tomo II. Partida II. tít. 15. lev 5, p 424.

120

Después de tan ilustres canonistas y juristas •inviene citar a Accursio que dice: E l señor no

puede enajenar a otro e l derecho de vasallaje o leudo contra la voluntad del p rop io vasallo. Es loctrina de casi todos los juristas, Es jurídica­mente inválida la enajenación o donación de los bienes del imperio m.

Citaremos en segundo término a Juan de Azo, Andrés de Isema, Bartolo de Sassoferrato y Bal- Jo de Ubaldis. Dice este jurista que el rey puede lar ciudades en feudo y conceder castillos del reino, porque retiene siempre el derecho de so­beranía y el dominio directo. Pero no podría ena­jenar una ciudad, poique está en contradición .<>n muchas normas jurídicas m.

Defienden la tesis anterior Jasón de Mayno, Lu- «as de Penna, Juan Fabcr. Angelo Gambiglioni d Arezzo y Juan de Platea **. Todos estos juris-

1,0 Accursio, Glossa ordinaria (Corpius iuris civilis cum lonmtentariis Accursii, Lugduni, 1612), vol. III. p. 265. tílossa I, 6 (Volumen legión, Lugduni, 1612), vol. 49 y 50.

wi Juan de Azo. Brocardia seu generalia iuris (Augus­tae Taurinorum, 1577), fol. 118. Andrés de I se rúa. ín iisus fetidorum commentaria (Francofurti, 1598), fol. 691 Y 466. BArtolo de Sassoferrato In primam Digesti Novi partem (Venetiis, 1596), tomo V. fol. 147. Baldo de Uhal- dis, In usibus fetidorum commentaria (Augustae Tauri­norum, 1578), fol. 3. 26 y 49; Lectura Baldi super octavo Codicis (Coloniae. 1481), VIII. 53,2; In primum, secttn- •tum et tertium Codicis librum commentaria (Venetiis, 1596), fol. 110 y 5; In sextum Codicis librum commenta­ta (Venetiis, 1599). fol. 715; Prima pars consiliorum (Mediolani, 1489) cons. 326 y 327.

Bartolomé de las Casas encuentra una cierta contra­dicción en la postura de Baldo reflejada en el texto.

Jasón de Mayno, In primam Digesti Novi partem ommetttaria (Lugduni. 1572), fol. 158. Lucas de Penna,

In tres posteriores libros Codicis Justiniani (Lugduni, 1582), p. 520. Juan Faber dc Monte (Jurista francés del tglo XIV, profesor de Montpellier], In Institutiones

lustimancas commentarii (Lugduni, 1565), p. 78. Angelo

121

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tas se plantean esta misma cuestión en ¿mil planos. Concluyen, sin embargo, que el cuino dor no puede donar los bienes inmuebles del ll|j perio. Esta misma doctrina sostienen Accuimu Ja cobo de Bclvisio m.

ule ampliamente esta cuestión. Concluye fi- lmente que no se pueden hacer enajenaciones territorios o ciudades sin consentimiento de

¡ I ciudadanos o súbditos; pues a quien negocia unirá derecho, no se le presume buena f e w.

XXV . Doctrinas feudaustas

Comparten también esta opinión otros mui lio* feudistas. Léanse las cuatro conclusiones que p" ne Jacobo Alvaroto en su tratado sobre feudos Lo mismo defienden Juan Antonio de Santo Geni gio, Martín de Cazariis y Jacobo de Santo Gco Juan de Terra Rubea dice en su tratado contra rebeldes: Todo rey liene el deber de engranda su propio reino y debilitar a los ajenos .

Cito también a Juan Faber de Monte, Antonio Corsetti y Oldrado de Ponte Juan de Neviz

Gambiglioni D’Arezzo [t 1451. Jurista italiano llamad* * A retinas” y "Angelus”], Ad quattuor Institutionum Jin finían i libros commentaria (Augustae Taurinounim 1578), fol. 200. Jasón de Mayno, De actionibus, l-eciuiu

Sr acciar issirna (Lugduni, 1540). fol. 40. Juan de Píate* uptr tribus ultimis libris Codicis, fol. 205. m Accursio, Glossa ordinaria (Corpus iurts civilis anu

commentariis Accursii, Lugduni, 1612), II, 71,5, col. 22] Jacobo de Bclvisio [ 1270-1335. Canonista italiano, prole sor de Bolonia], Aurea practica criminalis Jacohi .1. Helio Visu (Coloniae 1580), p. 34 y 77-89.

IM Jacobo Alvaroto, Super feudis (Vcnetiis, 1477), k tra f.

Juan Antonio de Santo Geurgio, Praepositus supo usibus feudorum (Venetiis, 1498), fol. 4. Martín de C» zariis [Jurista italiano del siglo XV profesor de Pavlw > Siena, tumbicn llamado "Garatus”, “Landensis” y “Laudensis"] Solemnis et quotidianus ao practicabais tractatus de principibus (Lugduni. 1528), fol. 17 y 2. Ja cobo de Santo Gcorgio, Tractatus de feudis (Colonia» 1574), fol. 23. Juan de Terra Rubea (Jurista francés del siglo XVI. Canciller de. rey do Francia], Contra rebelles suorum regum (Lugduni, 1526), fol. 14.

Juan Faber dc Monte, Tractatus contractuum ceh bris ( Tractatus diversi, tomo VIII), fol. 26. Antonio Cor

leUi [t 1500. Canonista italiano, profesor de Bolonia y Padua], De potestate ac excellentia regia (Tractatus diversi, tomo V), fol. 222 y 224. Oldrado de Ponte, Con­silia et quaestiones (Viennae, 1481), quaestio 94.

t*1 Sextus Decretalium V, 12,92. Juan dc Nevizano [\ 1540. Jurista francés]. Consitia sive responsa (Lugdu­ni. 1559), p. 165.

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XVI. Fundaciones de carácter religioso

Queda por responder a las objeciones. Respec­to a la primera, ya dijimos que es justo recom-

Bgar a los ciudadanos que han servido al rev. bre todo por los beneficios que han hecho a la

unidad. El rey o gobernante tiene el deber premiarlos con recompensas y gratificaciones

procedentes de los bienes públicos o del patrimo­nio real. Puede también el rey premiarlos con bie­nes muebles del reino, o sea, con bienes fiscales. Y también con otros bienes del país. Pero nunca con medios que afecten al reino mismo o a sus elementos esenciales. Como son las ciudades y los territorios de que consta el reino. Eso seria mutilarlo e irlo reduciendo a la nada poco a

x>.A la objeción segunda, respondimos también,

ios!ramos que el soberano no puede hacer iciones. ni siquiera a las iglesias e institu-

mes sagradas, sin el libre consentimiento de los ciudadanos. Los territorios donados a tales B titu c ion es incurren en idéntica servidumbre e

mveniencia. De lo que resulta que no sería as injusto donar ciudades y territorios a las

lesias e instituciones sagradas. La propia Igle ía ama siempre la justicia y no tolera, ni en sí Isma ni en los demás, nada que sea injusto.Es cierto que en España, sobre todo en Cas-

lilla, los reyes han dotado espléndidamente a ichas iglesias. Les han dado muchos pueblos, ¡tillos y otras tierras. Pero también es cierto

pie esto se hizo sólo al principio. Cuando los re­ís de España acababan de conquistar a los in­

fieles aquellas tierras en guerra justa y los mis­mos infieles se quedaron como pobladores de ta­les territorios. Entonces los cristianos en España viran pocos.

Pero con el correr del tiempo creció el número \ la fe de los cristianos viejos. Algunos de ellos

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se establecieron voluntariamente en territorio-, pueblos o plazas fuertes previamente donadas o asignadas a las iglesias. Los mismos sarraceno» se covertian a la re, y todos ellos seguían con pli na justicia bajo el dominio y el gobierno inn» diato de las iglesias.

También se alegaba que el rey puede fundió iglesias para remisión de sus pecados. Hágalo con los bienes particulares de su patrimonio pi< vado. Pero no con los bienes del pueblo. Y todo vía menos con los recursos que son indispenso bles al Estado. Así está expresamente prohibido por las leyes de Castilla. Concretamente una lev de las Partidas dice que el sucesor del rey está obligado a pagar las deudas y dar limosna país remedio del alma de su antecesor. Pero esto debe hacerlo sin vender o enajenar los bienes inmur bles del reino

En cuanto a las Constituciones de Clemente V los canonistas las alegan absurda y precipitada mente. Allí no se dice que el soberano o el obispo pueda enajenar o permutar una ciudad o terri torio del país. Unicamente se da licencia para lo tercambiar un bien inmueble perteneciente a I.» Iglesia por otro bien inmueble más valioso o d< igual valor que pertenece al rey. Como sucedr cuando una finca o predio eclesiástico está junta al palacio del rey y es necesario para hacer obra» de ampliación o algo parecido

X X V II . Po lít ic a de recompensas

Respuesta al tercer argumento: el soberano tiene el deber de recompensar económicamente

'* Las Siete Partidas del Rey Don Alfonso el Sabio (Madrid, 18G7), tomo II. Partida II. título 15, ley 4, p. 421

IW Cleinenlhianim III, 5,1. 128

128

V con títulos nobiliarios carentes de jurisdicción, como son títulos de condes, marqueses y duques.

Con ello ensalzará y enriquecerá a los nobles y proceres del reino que se hayan distinguido por sus hazañas en servicio de la comunidad, co- mo ya se d ijo en la respuesta a la primera obje­ción. Realmente así alcanzará el reino mayor prestigio y será más respetado entre las demás naciones.

Pero no debe dar las ciudades y los territorios clcl reino. Porque con estas cesiones, y más to­davía con tales enajenaciones, tanto el rey como el reino serán cada día menos respetados.

X X V III. Función política de la noullza

En cuanto a la objeción cuarta admitimos que puede ocurrir que un gobierno degenere en tira­nía y maltrate injustamente al pueblo. Y que es conveniente que abunden los medios económi­cos y que haya magnates de gran autoridad. A pe­tición de los más pobres, ellos se opondrán va­lientemente a las arbitrariedades del rey hasta que deje de oprim ir al pueblo. Esta defensa la exige incluso el derecho natural.

Pero para llevarla a cabo y para que los gran­des del reino puedan aliviar los sufrimientos del pueblo, basta con que sean ricos en dinero y en títulos honoríficos. Esto les permitiría hacer va­ler ante el rev la autoridad que tienen, sobre to­do por su sabiduría y virtudes ciudadanas, co­mo es normal en su clase.

Pero ninguna necesidad hay de que tengan ciudades, villas, fortalezas o castillos. Eso más bien alentaría la insubordinación y el desprecio del rey. Fomentarían rebeliones, tumultos o riva­lidades dentro del país que suelen terminar has­ta con los mayores imperios.

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Para la quinta objeción vale la solución que * dio a Ia segunda. Vimos entonces que si el rey quiere fundar iglesias y oratorios, debe hacerlo con los bienes de su patrimonio y no con las rl quezas del reino. Y en nuestro caso, si quiere h» cer peregrinaciones para cumplir alguna prome­sa, debe cubrir los gastos con los bienes de su propio patrimonio.'Nunca se ha de hacer lo malo para que de ello resulte un bien/V,

El texto de las Decretales no dice que el rev pueda vender o enajenar los bienes del reino. I I rey de Hungría cumplía un voto hecho por su pu dre. El propio sucesor hizo suyo ese voto y cuín plió la promesa de ayudar a Tierra Santa. Pero esto se debía cumplir sin grave daño del reino, condición general que hay que sobrecntendii siempre en todo voto y toda clase de negocios

Dice Bernardo de Parma: se sobreentiende qut si está obligado a cum plir su voto, si buenamen te puede hacerlo. Con esto resulta evidente qur no se debe cumplir tal voto con grave perjuicio del reino, como sería enajenar ciudades o tern torios del reino. Es la interpretación más exac la 3*.

X X I X . DEBERES RELIGIOSOS DEL SOBERANO

X XX . L ím it e de las donaciones del soberano

La solución a la sexta objeción resulta por lo que se dice en diversas fuentes canónicas.

Se advierte en un texto de Inocencio I I I que tanto el rey como el obispo deben tener modera ción en sus donaciones, incluso para la construo 300

300 Biblia, San Pablo. Romanos 3,8291 Decretales Gregorii IX : III, 34,6.3,2 Bernardo de Parma, Glossa: III, 34,5 (Nova Dccrr

i alium computatio Gregorii IX impressa. Venetus, 1468) col. 1282 y 1289.

ción de monasterios. Y no sólo en la medida en que el derecho les permita hacer donaciones. Por ejemplo, que no haga donaciones por encima de la cincuentava o centésima parte de su patrimo­nio. Y a condición de que ni siquiera en esa pro­porción, o en menor todavía, reciban daño algu­no la Iglesia o el reino.

Lógicamente parece deducirse que para cons­truir un monasterio o dotar una iglesia el rey puede enajenar alguna ciudad o comarca — con tal de que sea muy pequeña— incluso contra la voluntad de sus habitantes. Pero [son tantas las condiciones requeridas que] ese texto apoya más que contradice nuestra tesis30’.

Y menos les favorece el texto de las Decreta­les de Gregorio IX. Se dice allí que el rey de Aragón donó a un monasterio ciertos poblados que acababa de conquistar en guerra justa contra los infieles. Por tanto, aquellos territorios perte­necían a su propio patrimonio. Eran bienes pri­vativos suyos, distintos de los bienes que había heredado o que eran del reino, como dice el mis­mo texto

X XX I . Gastos de guerra

Respuesta a la séptima objeción. Para pagar el sueldo de los combatientes en guerra justa — aun tratándose de la defensa del país entero— , no es lícito vender ciudades o territorios contra la vo­luntad de sus habitantes. Podría ocurrir enton­ces que el reino fuera disminuyendo poco a po­co hasta reducirse a la nada. Y esto le serla más perjudicial que la guerra que le hacen sus ene­migos.

Ahora bien, si el rey no tiene bastante dinero

*° Decretales Gregorii IX : III, 24,9.*» Sextus Decretalium II, 143.

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para pagar el sueldo a los combatientes, pídalo al pueblo. Imponga nuevos tributos y exija do rramas adicionales si la necesidad es tan urgen te. Pero no venda ciudades ni territorios del rei no. Y si no basta todavía, pueblos y gobernantes mejoren su vida. Y esperen la ayuda del cielo que sin duda enviará Aquel que es refugio y fortaleza y remedio en las tribulaciones. Pero nunca o raras veces sucederá asi.

X X X II. L a fam ilia rfai. y los problemas SUCESORIOS

La respuesta a la octava objeción está eviden­temente en la solución que se dio a la segunda y a la quinta. Y con relación a la novena y décima diremos que no negamos que el rey puede hacer donaciones a la reina de acuerdo con la digni­dad regia de ambos, sobre todo del donante. Pe­ro estas donaciones entre personas reales se han de entender ordinariamente referidas a los bienes muebles del reino o a los bienes patrimoniales que el mismo rey tiene como particular.

Si el rey quiere distinguir a la reina con dona­ciones más importantes, como dándole algunas ciudades o partes importantes del reino, será por tiempo limitado — o sea durante la vida de la reina— y sólo en cuanto al disfrute de rentas.

Dadas las especiales características de este ca­so. yo aceptaría que el rey puede hacer esas do­naciones incluso sin el consentimiento de los ciudadanos. Pero siempre que no se perjudique gravemente al reino por causa de ellas. Las mis­mas razones parecen válidas para las donacio- nes que quisiera hacer el rey al presunto sucesor que es el primogénito. Pero no pueden pasar a otro después de la muerte de alguno de ellos.

Otra cosa muy distinta sucede con los restan­tes hijos del rey o con sus hermanos o hermanas

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que llamamos infantes. En tal caso basta con que el rey, como padre o hermano, asigne a los infantes, varones o hembras, algunos bienes del reino. Podrían ser rentas procedentes de los re­cursos fiscales y también del patrimonio particu­lar del rey. Así podrán disponer de lo necesario para v iv ir conforme a su categoría social.

Así lo hizo Abraham. Dio a su hijo Isaac toda la hacienda y a los demás otorgóles donacio­nes Como dice el Deuteronomio, el primogé­nito tiene derecho a percibir el doble que los demás. Pero deben quedar siempre algunos bie­nes a repartir entre todos los h ijos206.

Todo esto debe hacerse sin causar grave daño a los ciudadanos. Porque está escrito que los ho­nores conferidos por el señor no deben ser carga ni ocasionar perjuicio a los ciudadanos. Sobre es­ta materia léase a Guillermo Durando que enu­mera seis casos en que los vasallos están obliga­dos a acudir en ayuda de su propio señor. A Gui­llermo Durando se opone Juan Andrés en algu­nos de estos puntos .

De acuerdo con estos principios deben inter­pretarse y matizarse los argumentos que alega en favor de su tesis Oldrado de Ponte. En otro texto intenta demostrar largamente su doctrina. En el caso de que el rey contraiga nuevo matrimonio, una vez muerta su primera mujer, deberá cuidar también a los hijos de la segunda reina. Y como hermano debe dotar también a sus hermanas M.

El derecho de primogenitura es de derecho di­vino. Así interpretan los juristas diversos textos

* Biblia, Génesis 25, 5-6.** Biblia, Deuteronomio 21.15-17.

Guillermo Durando, Speculum iuris [con adicio­nes de Juan Andrés] (Lugduni. 1578), vol. III, p. 149.

** Oldrado de Ponte. Consilia et quaestiones (Viennae. 1481), quacst. 94 y 95.

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dcl Genesis y cl Deuteronomio 309. Por eso Ado­nias, hermano de Salomón y primogénito de Da vid, se quejaba a Betsabee alegando que a él le correspondía reinar por derecho de primogenitu ra. Pero por disposición divina la corona pasó a Salomón.

Este criterio coincide con el derecho canóni c o J,°. Y está de acuerdo también con diferentes normas del derecho romano. Por ejemplo, con aquella fórmula: quién es anterior en el tiempo, tiene mayor derocho.

Por esto, cuando una misma cosa es vendida o donada a dos personas, prevalece jurídicamcn te aquel a quien primero se le entregó o que primero haya tomado posesión de ella como due­ñ o 111. Pues bien, la sucesión y la potestad sobre los reinos son derechos de los reyes. Según el do rccho romano es costumbre que cl primogénito se convierta en dueño por razón de su primoge- nitura m. Lo mismo parece conveniente en la su­cesión del reino. El mayor debe ser preferido a los menores y éstos están obligados a prestarle acatamiento.

X X X III. Los DEBERES DEL REY SON PERSONALES e intransferibi.es

La undécima objeción decía: « lo que se puede hacer a través de otro, también se puede hacer

Biblia, Deuterononio 21,15-17; Génesis 27,146. Ue- aeíum Gratiam emendatum et notationibus illustra­tum una cum glossis (Lugduni, 1594), I I , 1,18, fol. 819.

JW Biblia. IU Reyes 2,13-15. Decretum Gratiani emen­datum et notationibus illustratum una cum glossis II, 8,1,6, fol. 849. Sextus Decretalium I, 8,2. Véase: Lucas dc Penna, In tres posteriores libros Codicis Justiniani (Lugduni, 1582), p. 784. 789 y 783. Gregorio López, Có­digo de las Siete Partidas (M adrid, 1848), Partida II, título 7, ley 9. n. 2, p. 356.

7,1 Codex I I I , 32,15.m Digesta 28,2,11. Institutiones II , 19,1-2.

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por uno mismo». La respuesta es que hay mu­chos casos en que uno mismo no puede hacer a través de otro lo que está obligado a hacer per­sonalmente. Como cuando se le encomienda al­gún asunto que él debe resolver en virtud de su cargo. Para esto han sido elegidas las personas adecuadas, fieles y dignas2U.

Y es evidente que en los casos siguientes las personas son elegidas por su aptitud:

Primero, cuando el despacho de los asuntos no lo podrían hacer otros con parecido acierto, co­mo dice Inocencio I V 2'4. Como añade Nicolás de Tudeschis, cuando así lo exige la índole del asun­to. Es decir, por suponer gran responsabilidad y dificultad, y reclamar el máximo esmero y ca­pacidad 2U.

Segundo, por la gran dignidad que representa.

Tercero, por la extraordinaria calidad de la per­sona.

Mi conclusión es que el gobierno por parte del rey es asunto personal, como por esencia, y es bueno por su misma naturaleza. Está ordenado al bienestar del pueblo, es enteramente natural y se parece a la administración del padre dc fa­milia o a la que ejerce el pastor sobre las ove­jas que se le han confiadoJlé.

íu Decretales Grcgorii IX : I, 29,43. Digesta 46,3,31- N i­colás dc Tudeschis, Secundae partis in prunum Decre­talium librum (Venetiis, 1605), tom o I I , fol. 109, adicio­nes, letra e.

-M Decretales Gregom IX: I. 29,43,1. Inocencio IV . .Su­per libros quinque Decretalium (Francofurti, 1570). fo ­lio 144

N icolás dc Tudeschis, Secundae partis in primum Decretalium librum (Venetiis, 1605), tom o II, fol. 109.

7,6 Lucas de Penna, In tres posteriores libros Codicis Juslimanl (Lugduni, 1582), p. 82.

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X X X IV . Rf.IACIÓN' POLÍTICA ENTRE SOBERANO \ SÚBDITO

Respuesta a la duodécima objeción. En dere­cho privado los bienes materiales contenidos en una totalidad patrimonial — los que integran es ta totalidad de bienes y los que dependen de ellos— , se transmiten juntamente con ella. De tal manera que si se dona o enajena una ciudad, con­siguientemente se transmitirán también sus igle­sias, hospitales y demás cosas sagradas y religio sas, ríos, caminos, palacios y los restantes bie­nes públicos. Incluso a pesar de que esta clase de bienes no pueden de suyo ser vendidos individual­mente, ni ser objeto de propiedad.

No obstante, en el caso que aquí nos ocupa so­bre el rey y el reino o partes de su territorio, está condenado por derecho divino y natural que prc cisamente la totalidad entera sea donada, vendi­da o enajenada de alguna manera.

Por tanto, es completamente falsa la doctrina que alegan. Defienden que es lícito y se puede enajenar una ciudad sin transmitir a la vez los derechos públicos municipales ni la totalidad misma de los ciudadanos. Según ellos, basta que se transmita la propiedad de un dueño a otro que sea igual o mayor.

Pues bien, el rey — dejando aparte lo que ocu­rra con el dominio feudal— no puede despren­der de sí mismo ni de las facultades reales la pro piedad del reino ni de ninguna de sus partes por pequeña que sea. Ni en favor de otro superior o igual, como sería un emperador o rey. N i tam­poco en favor de un inferior, como seria un sim­ple campesino o una persona de la plebe o in­cluso una persona de gran categoría social. Por­que importa a los súbditos o vasallos tener un

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gobernante poderoso, pero sobre todo que esté investido de la dignidad rea lJl7.

Según una ley del derecho romano hombres li­bres desde su nacimiento son transferidos y ena­jenados con las fincas o predios en calidad de colonos adscripticios y originarios, de igual mo­do que los colonos nacidos con tal condición a$.

La respuesta es que los adscripticios volunta­rios se sometieron a esa suerte mediante un do­cumento en el que prometían al dueño del suelo que nunca abandonarían la tierra. Y en virtud de esa escritura se constituían en colonos adscrip­ticios. En ella prometían quedar adscritos a la gleba que cultivaban. Por eso no se les permite marchar cuando quieran, ni se les puede obligar a marchar contra su voluntad, ni se puede ena­jenar la tierra sin ellos. Un hombre libre puede someterse a quien quiera y de este modo agra­var su condición. Por eso puede también hacerse colono adscripticio.

Cualquier persona puede hacer un acuerdo conmigo en nombre propio y de sus herederos. Puede comprometerse a ser siervo mío y pres­tarme unos servicios determinados. En estas con­diciones no se comete con él ninguna injusticia. Vcase sobre el tema a Guillermo Durando2".

Luego es falsa la tesis de que ciudadanos li­bres pueden ser transferidos por donaciones o ventas. Por lo tanto, deben interpretarse restric­tivamente las tesis de algunos juristas. Reconocen éstos que de suyo no se pueden vender directa­mente las cosas que no caen dentro del comer­cio humano. Pero, a pesar de ello, sostienen y alegan que pueden ser enajenadas conforme a de-

217 Authenticae 15, praef. Digesta IX, 1,8. Véase G. de Valdoavellano. Curso de la historia de tus instituciones apañólas (Madrid, 1968), p. 139.

^ Codex, II, 48-7.2,9 Codex II, 48.22. Guillermo Durando, Speculum iu­

lis (Lugduni, 1578), vol. III, p. 144.

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recho, dentro — como dicen— de una universali dad de bienes.

Pero las enajenaciones que los gobernante! hacen a veces de ciudades, pueblos y otros terri torios o partes del reino que ellos detentan, so entienden en cuanto a los bienes muebles o in muebles que no pertenecen a la corona ni son parle o bienes raíces del reino. Algunas fincas tie­nen dentro una iglesia que lleva anejo derecho dr patronato, o un convento, capilla, sepulcro u otro lugar sagrado. La finca se la puede vender y com prar. Pero no se puede vender ni enajenar sepa radainentc y de modo directo las demás cosas Aunque al venderse la finca, pasan a dependet del que la adqu irió2*.

X XXV. El honor nacional

Respuesta a la objeción décimo tercera. Inter pretan ellos esa opinión general en este sentido: El soberano puede hacer donaciones y enajena ciones de ciudades y partes del reino o de loi bienes inmuebles del rey. Pero a condición dr que no repercutan en grave detrimento de la au toridad real ni consecuentemente perjudiquen en gran manera al reino.

Pues bien, tal opinión dominante es evidente mente falsa y detestable. Atenta contra la ley di vina y natural y contra la preciosa libertad de Ii» pueblos, que son libres. Fomenta la gran injus ticia de la tiranía. Y es causa de gravísimos os cosos y daños enormes de los débiles. Condena • esclavitud a los pueblos libres.

En resumen, el rey puede vender bienes perto nocientes al patrimonio de la corona y también i su patrimonio particular. También los bienes ano jos a los cargos, magistraturas, dignidades, ho ñores, exenciones, privilegios y rentas del reino

a» Digesta 18,1,24; 41,1,62; 50,16,21.

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*cro siempre en la proporción que se ha visto >uede hacerlo lícitamente el rey o gobernante. Y i condición de que tales donaciones, enajenacio­nes o ventas no perjudiquen gravemente la dig­nidad real o el reino mismo.

Así es como hay que interpretar la opinión omún que se alega en el argumento decimoter­cero. Sólo así queda a salvo el honor del rey y leí reino. Sólo en este sentido es cierta e indu- lable esa opinión. La interpretación antes ex­puesta es fa lsa21.

X X X V I. La donación dr Salomón

Respuesta a la objeción decimocuarta. La Sa­grada Escritura, y por tanto, la ley divina, no icostumbra a aprobar en un pasaje lo que con­lena en otro. Y. desde luego, condena en mu- hos textos las enajenaciones de que venimos

liablando. Luego en ningún momento son tem­ías por aceptables.

Mi respuesta al hecho concreto que se invoca •s ésta: Salomón no enajenó ni donó o vendió ni absoluto aquellas ciudades fronterizas a un rey pagano como ITyrán. No en el sentido de [ue Hyrán y sus sucesores fueran ya para siem­pre señores directos de aquellas ciudades y el reino de Israel renunciara desde entonces a es­tos territorios.

Salomón no hubiera podido hacerlo sin incurrir tn gravísima responsabilidad ante Dios. Quizá más bien lo nombró dueño útil o al menos usu­fructuario por cierto tiempo o quizá vitalicia­mente. Pero a condición de que después volvie­sen aquellas ciudades al reino de Israel. Entre tanto, con los derechos y tributos que esas ciu­dades debían a Salomón, el rey Hyrán iría co-

m Digesta, 43,24,3. Bártolo de Sassofcrrato, In primam Digesti Novi partem (Venctiis, 15%), tomo V, fol. 147.

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brandóse la suma de veinte talentos de oro Jf las maderas de cedro que envió a Salomón pin* edificar el templo y el palacio de Jerusalén.

X X X V II. El rey como administrador del reino

Breve respuesta a la objeción decimocuarta » última. El rey no desmerece en su dignidad n ni por abstenerse de donar o enajenar ciudades v otros territorios del reino. Esto equivaldría m mutilar sustancialmente al Estado, aislarlo y d. jarlo sin la protección de un orden justo y na­tural y convertiría el cuerpo político en un. monstruosidad. Para hacer esto, el rey no ti absolutamente ningún poder. Ya que no es d ño de los bienes del reino, sino su administrad

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DECLARACION DE MOTIVOS

El poder político procede del pueblo a los go- lantes, con el fin de servir al pueblo, a través

de un necesario con tro l del pueblo en los actos portantes de gobierno.Estos tres dogmas democráticos constituyen la se de la filosofía política de Bartolomé de las sas. Aunque involucrados todavía en una se-

'é de aplicaciones prácticas, este esquema de ¡ncipios democráticos se refleja perfectamente

su monumental Apología que leyó publica­nte ante la junta de juristas y teólogos convo-

da por Carlos V en la ciudad de Valladolid -a decidir la legitimidad de las conquistas deai

s españoles en América. Su tratado sobre los iedios formula y recoge la primera síntesis de

te pensamiento democrático.

«E l señorío del rey sobre sus vasallos, que es ás moderno y de mre gentium, se funda sobre

el voluntario consentimiento de los súbditos y, r tanto, no trae consigo natural fuerza ni ab­uta necesidad». Porque es exigencia de su li- rtad natural. Ya que «si no sale de su espon-

nea y libre y no forzada voluntad de los hom- res libres aceptar y consentir cualquiera per- icio a la dicha su libertad, todo es fuerza e lento, injusto y perverso y, según derecho na-

ral, de ningún valor y entidad, porque es mu­tación del estado de libertad y servidumbre, que

spués de la muerte no hay otro mayor perjui­cio. Porque si a las personas libres no se les

ede tomar su hacienda justamente, sin culpa ya, contra su voluntad, mucho menos deterio-

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rar y abatir su estado y usurpar su libertad, que a todo precio y estima es incomparable»

La función democrática del poder político exi ge que «el privilegio que diere el Rey, si es contr i el servicio y provecho del reino y contra el bien común, aunque lleve cláusulas en general o par ticular derogatorias de los derechos, no han de ser cum plidas»1 2 *. Por donde si un privilegio n una ley en el proceso del tiempo empieza a sei nociva y perjudicial al reino, deja de tener fuerza y pierde toda su validez jurídica.

El pueblo tiene derecho a controlar los actos más importantes de gobierno. «S i la moneda de l reino no se puede mudar sin consentimiento de los pueblos v súbditos que en ellos viven, porque de allí viene o puede venir perjuicio y daño a ellos, mucho menos sin su consentimiento pue­den ser enajenados y puestos debajo de ajeno señorío y sujeción, donde tanto se deroga y per judica su libertad»*.

* * *

Estos principios democráticos se van clarifi cando y logran una mayor sistematización filo sófica en los tratados de 1552. El origen demo crático del poder político logra ya una fórmula más precisa: «Aquel decimos ser Rey, a quien so le cometió y encomendó la suma y el total poda y autoridad de las cosas humanas por la comum dad o reino que lo e lig ió »4 *. Y da la razón: Porque «com o la necesidad de vivir los hombres en com pañía los compeliese a juntarse y, por consi guíente, a tener quien los rigiese, no pudo sor do

1 Entre los remedios (Tratados. México. 1965), p. 7672 Entre los remedios (Tratados. México, 1965). p 761J Entre ¡os remedios (Tratados. .México, 1965), p. 7fU

749.* Tratado comprobatorio del imperio soberano y prin

cipado universal que los reyes de Castilla y León tienensobre las Indios ( Tratados. México. 1965), p. 1066-1067.

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otra manera tenerlo, como todos fuesen libres y no como más señor del otro que el otro de aquél, sino que todos o la mayor parte convinie­ren o se concertasen en uno, en escoger o elegir alguno que cognociescn ser más prudente o más esforzado o señalado por la naturaleza en alguna especial gracia o virtud, o también de quien hu­biesen en algunas necesidades que les acaeciesen algún beneficio recibido o 1c pudiesen recibir, aquél por Rey o rector sobre todos elegían, y de su propia voluntad y consentimiento se le some­tían» \

«Todo oficio, por tanto, de cualquiera príncipe o regente espiritual o temporal sobre pueblo li­bre se ordena como a fin al bien del pueblo que r ig e »6. Sólo por la función democrática del po­der político «todo príncipe supremo en su reino licne poder concedido por la república para con causa legítima poder agraviar o privar de sus propios bienes algún súbdito o hacer otro per­juicio, y la principal es el bien y utilidad común de toda la república»7. Pero «nadie tiene licencia ni poder, que sea persona pública o privada, para hacer cosa alguna de la cual pueae nacer una punta de perjuicio al bien común contra volun­tad del pueblo, tácita o expresa»*.

F.l tercer principio de control democrático to­davía sigue latente hasta que logra su mayor precisión en los tratados de 1562. En su tratado sobre los tesoros del Perú exige el consentimien­to del pueblo para el cambio de Rey o del régi­men político, para la fijación de impuestos y

* Tratado comprobatorio (Tratados. México, 1965), p. 1069-1070.

* Tratado comprobatorio (Tratados. México, 1965), p. 1011.

1 Tratado comprobatorio (Tratados. México. 1965), p. 1143.

* Tratado comprobatorio (Tratados. México. I%5), p. 1011.

14510

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iributos y para enajenar territorios o vasallos En los actos importantes de gobierno el Sobo rano viene condicionado por el consentimiento expreso de sus ciudadanos. No señala el meta nismo de este control, pero define con exactitud su exigencia moral y jurídica a través de acutí dos, pactos o convenciones.

Reí ¡riéndose a los pueblos de América, qur suponía libres y soberanos, dice que «sin su pro pió consentimiento libre y el beneplácito de su» ciudadanos no puede dárseles un nuevo rey. Luc go con el fin de que otorguen tal consentimiento libremente, conviene moverlos, inducirlos, con vencerlos con palabras muy dulces, mansas y sencillas, con métodos de pacífica atracción y buenos razonamientos»’ . No hay otra forma, con cluía Bartolomé de las Casas, para que pueblos libres acepten voluntariamente y ratifiquen un nuevo régimen político. Sería un atentado contra la soberanía y la libertad natural de los pueblos imponerles nuevos gobernantes o cambiar su ré gimen político sin el consentimiento y ratifica ción del pueblo.

Y no se reduce al consentimiento y beneplá cito de sus dirigentes, sino que es indispensable el consentimiento de todos los ciudadanos: «so bre todo se requiere el llamamiento, citación y consentimiento de todos aquellos que pretenden tener algún interés o temen algún perjuicio fu turo, siempre que de cierto pueblo o gentes se exige obediencia, sujeción y demás derechos re­gios. Es, pues, manifiesto que en este negocio deben ser convocados todos y cada uno; deben prestar su consentimiento tanto los poderosos como son los gobernantes y potentados, prínci pes, magnates, magistrados o cabezas de duda des y pueblos, como los simples ciudadanos v gente sencilla. Si no se da este consentimiento

* De thesauris, p. 170-172.

146

general, nada valdrá cuanto en contra se hicie­re» w. De alguna forma se precisa el control per­manente del pueblo para el cambio de sus insti­tuciones fundamentales.

Y los acuerdos, como las convenciones entre el rey y el pueblo, los gobernantes y los súbditos, sobre impuestos y tributos, sobre su disminución y aumento o tal vez su permutación, se deben cumplir y no puede revocarlos el soberano. El príncipe está obligado por el contrato que hizo con los súbditos. Por donde «se deduce que no basta sólo el consentimiento del Rey para gober­nar o su voluntad de reinar, sino que es necesa­rio que intervenga el consentimiento del pueblo para que este contrato tenga valor y el Rey pueda reinar en derecho» ” .

Y. finalmente, el rey no puede enajenar parte alguna del territorio nacional sin consentimiento expreso de sus habitantes. El derecho de autode­terminación adquiere ya en este tratado su for­mulación definitiva y un prim er esbozo de su teoría. Los textos se amontonan, aunque de ma­nera desordenada, para demostrar que la cesión de territorios o de poblaciones no es jurídica­mente posible sin que los gobernantes consigan previamente el consentimiento libre del pueblo y, sobre todo, de los ciudadanos directamente afectados. Con el control democrático intentaba garantizar la integridad nacional contra la am­bición de los reyes al servicio de intereses dinás­ticos.

* * *

En su informe póstumo sobre el poder de los reyes los principios democráticos llegan a su teo­rización definitiva.

Partiendo de la libertad natural de todos los

» De thesauris, p. 174-176.11 De thesauris, p. 276.

147

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hombres (§ 1)” y del destino universal de todas las cosa (§ 2). Bartolomé de las Casas define el poder político como servicio para defender y pn> mover los derechos de los ciudadanos (§ 3).

Los reyes no tienen un derecho propio de so beranía para disponer de los bienes pertenecien­tes al dominio particular de los súbditos. No son señores absolutos del reino ni de sus ciudadanos.

Las limitaciones a su libertad individual tienen su fundamento jurídico en un pacto del soberano con el pueblo (§ 4). No pueden imponerse a los ciudadanos más cargas que las pactadas libre­mente por el pueblo.

1.a potestad jurisdiccional de los reyes no es arbitraria (§ 5). El poder político tiene un origen esencialmente democrático. El pueblo es la causa eficiente del poder de los reyes.

Los derechos de los gobernantes radican en la voluntad soberana de la comunidad política. Al elegir a sus gobernantes, el pueblo no renunció a su libertad. Porque los ciudadanos no obedecen ni se sujetan a un hombre, sino a las leyes libre­mente consentidas y en cuanto se ordenan al bien común.

Al rey se le concede la potestad con el único propósito de promover el bien del pueblo. El po­der político cumple así una función democrática. Tiene su razón de ser en esta función de servicio a la comunidad.

El rey, por tanto, no es más que un adminis­trador que ejerce su autoridad para bien del pueblo a través de un verdadero control demo erótico en los actos importantes de gobierno. Pues no puede mandar ni ordenar nada que pue- da repercutir en perjuicio y sacrificio de los ciu­dadanos sin que éstos den su expreso consenti miento, justo y lícito.

12 El poder de los Reyes, párrafo 1.

148

( Sobre estos tres principios democráticos fun­damentales define Bartolomé de las Casas las re­

laciones jurídicas entre el rey y el pueblo, entre los ciudadanos y los gobernantes.

Si no quiere degenerar en abuso de poder, el rey gobernará de acuerdo con las condiciones que conslitucionalmcnte le impuso el pueblo en el momento de la elección.

Sin el consentimiento expreso de los ciudadanos directamente afectados, no puede imponer el sa­crificio de una ciudad o territorio (§ 6) para el

(bienestar de todo el reino, ni puede sacrificar un reino contra la voluntad de sus ciudadanos para socorrer a otro reino (§ 7) de la comunidad de pueblos que gobierna un mismo rey.

Sin el consentimiento de los súbditos son in­morales las ordenanzas reales que son grande­mente gravosas para el pueblo (§ 8).

Las leyes, como las demás instituciones, tienen el valor de ¡nsirumentos o medios para la reali­zación del bien general en la promoción social de todos sus ciudadanos. La tiranía constituye el mayor atentado a la libertad de los pueblos.

El rey sólo puede mandar a sus súbditos de acuerdo con las leyes (§ 9). Obedeciendo a las leyes en cuanto mandan lo justo y conveniente para el bien del pueblo, los ciudadanos permane­cen libres y conservan su libertad radical.

Desde esta perspectiva democrática es posible reclaborar en lógica jurídica la Carta de los de­rechos humanos en la doctrina de Bartolomé de las Casas. Oucda asi justificada la sistematiza­ción que hacemos de los principios democráticos a través de todas sus obras, publicadas o inédi­tos, en el intento de completar sil obra doctrinal-

149

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mente más importante u. Su tesis democrática ad quiere relieve de acuciante actualidad en este año de los derechos humanos.

.ü La tabla de derechos hace referencia al texto iné­dito de la Apología (A) que se encuentra en la biblioteca nacional de París con indicación del capítulo correspon diente, a la colección de tratados publicada por la Bi­blioteca Americana de México en 1965 (B) y al Corpus Hispananorunt de Pace (C) en el volumen V iII, que de­dica a Bartolomé de las Casas.

150

1. DECLARACION DE PRINCIPIOS DEMOCRATICOS *

1. Todos los pueblos son libres y pueden es­coger libremente el régimen político que quieran. El poder de soberanía procede inmediatamente del pueblo. En la voluntad popular radica la legi­timidad de un régimen. De ella procede y a ella debe servir (C 50.51.52).u- 2. El gobierno y administración de los reinos debe ser para bien de los pueblos y sus habi­tantes, que consiste en defender a sus ciudadanos y conservar a sus hombres. Toda gobernación de gente libre se ha de enderezar al bien temporal y espiritual de los gobernados (A 13. B 685).

3. Aquel decimos ser rey a quien se le confió y encomendó la suma y el total poder y autori­dad de las cosas humanas por la comunidad o reino que lo eligió (B 1067).

[ /4. E l poder de los gobernantes se aplica ex­clusivamente a promover los intereses colectivos del pueblo sin estorbarlos, ni perjudicar su li­bertad. El poder que tienen los reyes sobre sus reinos en nada debe perjudicar a la libertad de los ciudadanos. No hay libertad mayor que vivir sometido a un Estado justo (C 49).

P * ' 5. Cuando un pueblo elige sus gobernantes no pierde por ello su propia libertad. Los ciuda­danos continúan siendo libres al obedecer no a un hombre, sino a la ley (C 50).

6. E l gobernante que rige gente libre está obli-

fado, en cuanto pudiere, a la conservación del ien común y aumento y multiplicación de las

gentes que rige y gobierna (A 13).

* A = Apología; B = Biblioteca Americana; C = Cor­pus Hispanorum de Pace.

151

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7. El gobernante es parte de la Comunidad y está subordinado al bien común. Los gobernantes tienen un poder que no es suyo propio, sino de la ley. El poder de soberanía es derecho de ju­risdicción soberana. Pero no supone propiedad o dominio sobre las personas y los bienes de los ciudadanos que le están sometidos (C 147-148).

8. Los súbditos no están sometidos al poder de los gobernantes, sino a la potestad de las le­yes. Los jefes de Estado son gerentes y adminis­tradores de los intereses públicos. Existe un pacto constitucional entre el rev y el pueblo (C 37.39).

9. Ningún poder hay sobre la tierra que sea bastante a hacer más gravoso y menos libre el estado de los hombres libres, sin culpa suya, co­mo la libertad sea la cosa más preciosa y supre­ma entre todos los bienes de este mundo (C 128).

10. Todo es fuerza y violento, injusto y per­verso, si no sale de la espontánea, libre y no for­zada voluntad de los mismos hombres aceptar y consentir cualquier perjuicio a la dicha su liber­tad (C 128).

11. Ninguna sumisión, ninguna servidumbre, ninguna carga puede imponerse al pueblo sin que el pueblo, que ha de cargar con ella, dé su libre consentimiento a tal imposición. La potestad y jurisdicción de los gobernantes naturalmente ra­dica en la voluntad popular (C 33.140).

12. Al principio de un régimen político, el pueblo mismo concertó, en uso de su propia li­bertad, que los gobernantes no podían imponer ningún tipo do cargas o de obligaciones contra la voluntad del pueblo. El pueblo, soberanamente libre, no pierde su propia libertad, ni concede poder para coaccionarle o imponerle cargas en detrimento de la comunidad política. Las cargas sociales o económicas sólo por libre consenti-

152

miento del pueblo han adquirido validez jurídica y moral (C 35).

13. La autoridad pública no puede mandar arbitrariamente, sino únicamente de acuerdo con las leyes del Estado. Las leyes del Estado son justas y lícitas en cuanto han sido promulgadas para promover el bienestar de todos los ciuda­danos. Las leyes deben ajustarse al interés de la comunidad. El gobernante ordena y manda a los ciudadanos en cuanto ministro de la ley (C 50).

14. Ninguna limitación a la libertad política

I es legítima sin consentimiento popular. No pue­de el soberano ordenar o mandar válidamente nada a la comunidad política en detrimento de los ciudadanos sin haber obtenido previamente el consentimiento general de acuerdo con la cons­titución del propio reino (C 48).

15. Es función de los gobernantes promover la convivencia pacífica y el bienestar progresivo de todos los ciudadanos. El gobernante cumple una función de protección y de servicio. El pue­blo decidió y aceptó elegir y nombrarse sus pro­pios gobernantes para la promoción del bienestar colectivo y el progreso social y económico de la comunidad (C 42).

16. Sin motivo justificado, el gobernante no tiene potestad para limitar o perjudicar la li­bertad de sus pueblos. Aquella manera de gober­nar es tiránica que priva a los pueblos de su jurisdicción y de su propia libertad (C 49).

17. Los gobernantes son responsables, en úl­tima instancia, de las faltas y delitos de los fun­cionarios que fueron elegidos directamente por ellos para la administración de los cargos públi­cos (C 67).

18. El gobernante o jefe de Estado está obli­gado a poner toda su autoridad al servicio de la

153

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comunidad y sacar de este objetivo sus reglas gobierno (A 28).

19. Todo pueblo es libre con poder de sobe­ranía. Y sus gobernantes tienen jurisdicción so berana sobre Tos súbditos que les eligieron libia­mente: el nucblo les concedió el mandato dé velar por el bien común (C 144).

20. La validez jurídica de un régimen político estriba en la función de servicio al bien común, que consiste en dirigir a los ciudadanos a su pro­pio bienestar, ayudarles a superar sus delicien cias, v ivir en paz, defender su vida y libertad y promoverlos social y económicamente (C 147).

21. lln régimen político es justo v legítimo en cuanto ha sido creado por hombres libres para el gobierno y bienestar de hombres libres (C 147).

154

I. DERECHOS Y DEBERES DEL CIUDADANO

1. Todos los hombres son libres. La libertad individual es inherente a la dignidad humana (C 16).

2. La esclavitud es un fenómeno accidental, acaecido al ser humano por obra de la casualidad V de la fortuna. Para que una servidumbre sea lícita debe ser conforme a derecho y al servicio de la comunidad (C 17).

3. Todo hombre, como ser libre, tiene la fa­cultad de disponer libremente de su propia per­sona v cosas conforme a su propia voluntad ÍC 19).

4. Nadie puede ser privado sin causa justa de su libertad natural (A 7).

5. Nadie puede ser sometido, en principio, a esclavitud o servidumbre (B 1049).

6. Por derecho natural, ningún hombre tiene dominio sebre otro hombre (C 138).

! 7. No se pueden imponer servidumbres a los hombres más allá de lo que es menester (B 739).

8. Nadie puede ser sometido a tratamientos inhumanos (B 567).

9. Todo hombre tiene derecho a dar culto a Dios. Es imrajsiblc que el hombre pueda vivir sin religión (A 8.35).

10. Nadie está obligado a creer por encima de sus posibilidades (A 18).

11. Nadie puede ser coaccionado a aceptar una religión determinada (A 26).

12. Por motivos religiosos, nadie puede ser privado de su libertad y de la posesión y dominio

155

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de las cosas que le concedió el derecho na tul »1 (A 8. R 475).

13. Por diferencias de religión o cultura, mi die puede ser privado de su libertad personal ni de la posesión de sus bienes (A 7).

14. Nadie puede ser coaccionado por sus vi cios o pecados, mientras no repercutan en drt orden social o lesionen los derechos de las pri sonas (A 4).

15. La verdadera paz y convivencia no es po sible sin la justicia y libertad de los ciudadano! (B 629. 677).

16. Todo hombre tiene derecho a la paz y convivencia pacífica entre los ciudadanos (B 627;

17. Los hombres naturalmente pueden aso ciarse en colectividades con el fin ac vivir poli­ticamente (C 66).

18. Por universal solidaridad humana, todu persona, pública o privada, tiene el deber de acu­dir en ayuda de los oprimidos y está obligada ;» colaborar, dentro de sus posibilidades, a su libe ración (B 619. 1015).

19. Todo hombre, como ser social que es, tic* ne derecho a vivir en sociedad y elegir el régimen político que quiera con nombramiento libre de sus gobernantes (C 141).

20. Por derecho natural y de gentes, todos los bienes son comunes y pertenecen a la comunidad Originariamente todas las cosas tienen una fun­ción social. La persona, sin distinción de raza, religión o cultura, tiene derecho a apropiarse de las cosas conforme a derecho (C 20.21.22).

21. Toda persona puede ser titular de propie­dad privada (C 22.135. B 1235).

22. Ninguna persona, sin legítima causa y por razón de interés público, puede ser privada de sus bienes (C 138).

23. Obraría injustamente el gobernante que rivara a los súbditos de su libertad o de sus iones particulares mediante coacción o sembran­

do el miedo entre los ciudadanos (C 50.51).

24. Todo hombre, independientemente de su religión, tiene derecho a disponer de sus bienes particulares (B 1059).

25. El ciudadano tiene derecho a reclamar in­demnización por los daños causados por los go­bernantes (C 5657).

26. En caso de duda se ha de sentenciar en favor de la libertad (B 593).

27. Nadie puede ser condenado, gravado o li­mitado en sus derechos a la vida, a la libertad o a los bienes particulares sin haber sido citado, oído y defendido (B 803. C 134).

28. N o se pueden imponer servidumbres ni carcas sobre los bienes de los súbditos más allá de lo que llevar pueden (B 739).

29. Todo hombre tiene el deber de servicio y obediencia a sus naturales señores que ha acep­tado de libre voluntad (B 733).

30. Nadie puede ser lícitamente castigado cuando ignora invencible o probablemente que ese acto ha sido prohibido. No hay culpa si el acto no es voluntario (A 16).

31. Nadie puede ser castigado por un crimen que no ha cometido o del que personalmente no es culpable (A 16).

32. El inocente no puede ser castigado por crímenes de sus padres o jefes políticos (A 29).

33. Por los crímenes de una ciudad o repúbli­ca no pueden ser castigados todos sus ciudada­nos (A 29).

34. El ciudadano únicamente puede ser juz­gado y condenado de acuerdo con las leyes ÍA 28).

157156

Page 78: Derechos Civiles y Polírticos-Bartlomé de Las Casas

35. Una ley, una constitución, un precepto mi obliga a quien no entiende claramente las palabra* con las quq está formulada la ley (A 32).

36. Todos los ciudadanos son iguales ante la ley. Es contrario a la equidad natural perjudica) a unos ciudadanos por lo que otros deben. Nadir puede ser privado de sus derechos legítimos (C 79.80.81).

t/37. El súbdito y todo miembro del Estado es­tá obligado a obedecer a las leyes, conformar'a ellas su convivencia y adaptarse a las normas de prudencia política (A 49).

*¿38. Los ciudadanos tienen derecho a interve nir en los asuntos públicos. En toda clase de ne­gocios públicos se ha de pedir el consentimiento de todos los hombres libres (C 35).

39. La elección de los gobernantes pertenece a los mismos pueblos que han de ser gobernados, so­metiéndose ellos al elegido por su propio con sentimiento (B 1.049).

40. Por urgencia de necesidad pública, el ciu­dadano está obligado a exponer su vida por la sal vación de la patria (A 8. C 41.42).

41. El ciudadano está obligado a luchar por la defensa de la patria y a mirar por el bien de la comunidad (C 41.42).

42. Antes de enajenar un territorio, sus pobla dores deben ser llamados, citados y oídos para que informen de lo que conviene a su derecho ÍA 8).

43. Los ciudadanos que sufren opresión o ti­ranía tienen derecho a liberarse del tirano, siem­pre que sea posible sin mayor detrimento del bien del pueblo (B 1011).

158

44. Los grandes o ciudadanos de gran autori­dad pueden oponerse valientemente a las arbitra­riedades de los gobernantes hasta que dejen de oprimir al pueblo. Un gobierno recto puede de­generar en tiranía oprimiendo injustamente al pueblo (C 103).

Page 79: Derechos Civiles y Polírticos-Bartlomé de Las Casas

III- DERECHOS Y DEBERES DEL ESTADO

1. Todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación (B 1003. 1049. 1050. 1069. 1073).

2. Los pueblos no pueden ser privados de su libertad ni de su elección activa ni pasiva, sin cau­sa legítima y razonable (B 1097).

3. Todo Estado tiene derecho a disponer de sus propias fuentes naturales y prohibir sacar del territorio sus productos (A 7).

4. El reino es inalienable total y parcialmente. Ningún gobernante puede enajenar o vender ciu­dades o partes del territorio del reino. N o se pue­de atentar contra la integridad y la unidad nacio­nal (C 87.88.89).

5. Ningún gobernante puede vender, donar o enajenar, del modo que sea, los bienes del pue­blo. De hacerlo está obligado a indemnizar los per­juicios que por razón de esta enajenación haya causado al país (C 52.76).

6. Los gobernantes, por soberanos que sean, nada pueden hacer ni mandar contra lo que orde­na el derecho natural y exige el bien de todo el pueblo (A 5).

7. El gobierno o je fe de Estado no puede ne­gociar sobre el derecho de soberanía de una re­gión o parte del territorio nacional, a menos que consientan libremente los súbditos, vecinos y re sidentes del país (C 59.91).

8. Sin causa legítima no se puede privar ni impedir a los gobernantes el libre ejercicio de sus funciones soberanas dentro del territorio nacio­nal (C 142).

49. El soberano tiene derecho a gobernar libre­

160

mente a su patria y mirar por el bien de los ciu­dadanos sin intromisiones extrañas (C 142).

10. E l error del pueblo, confirmado por la au­toridad del soberano, hace derecho y sirve de ex­cusa (A 17).

11. Todo gobernante está obligado a procurar el bien público y anteponerlo al interés personal (B 1013).

12. El je fe de Estado no tiene derecho de pro­piedad sobre los bienes particulares de los ciuda­danos, las personas de los súbditos o el territo­rio nacional (C 23.57).

13. En función de su jurisdicción soberana, los gobernantes tienen el deber de proteger y defen­der las propiedades de los súbditos (C 23.24. B. 1009).

14. Es posible limitar la autoridad de los go­bernantes y condicionar el derecho de soberanía por razones de bien público y de interés general del pueblo (B 1139).

15. Ningún gobernante o autoridad pública puede ser privado o despojado, sin causa legítima y razonable, de su jurisdicción y derechos gene-

• rales (B 1095).

16. Sin causa justa y legítima ninguna autori­dad puede despojar o privar a sus legítimos su­cesores de su derecho a reinar o gobernar (B 1057).

17. El derecho natural obliga al gobernante a procurar siempre lo m ejor para el buen gobierno y administración de la justicia (C 83).

18. En tiempo de guerra está obligado el go-

E bemante a buscar medios de protección para de* fender al país contra sus enemigos exteriores 1 (C 83).

u161

Page 80: Derechos Civiles y Polírticos-Bartlomé de Las Casas

19. Por razón de su cargo y en razón de las rentas que le asignó el pueblo como sueldo o gra­tificación por el hecho de que sirve a la comuni dad protegiendo a los ciudadanos, el rey está obli­gado a poner al frente del gobierno ministros bien preparados para cumplir las funciones públicas (C 70.71).

20. Por solidaridad natural y caridad cristiana los ciudadanos y gobernantes están obligados, dentro del propio territorio nacional, a ayudar y socorrer a otros pueblos o regiones, acosados por la guerra o victimas de grandes calamidades, siem­pre que puedan hacerlo sin perjuicio grave de los propios intereses y sin riesgo de destrucción total del propio pueblo o región (C 41.42.43.44).

21. Para promover el bienestar de todo el rei­no o de alguna parte del mismo, no puede el go­bernante obligar a una región a exponerse a un peligro tan grande que le precipite en su total des­trucción y daño irreparable (C 42).

22. No puede alterarse el valor legal del dinero sin consentimiento del pueblo (C 91.129).

23. De ninguna manera podrá el rey disponer a su antojo de las personas de los súbditos redu ciándolos a esclavitud (C 91).

24. El rey no puede disponer arbitrariamente de las haciendas de los súbditos, a no ser que ellos estén de acuerdo (C 91).

25. Los gobernantes están obligados a defen­der a sus súbditos de toda injusticia y emplear la fuerza contra sus opresores (A 25).

26. A ningún rey o gobernante le es lícito man dar ni ordenar nada en detrimento del pueblo sin el previo y libre consentimiento de los súbditos (C 250).

27. El gobernante no puede privar arbitraria­mente de sus derechos a los ciudadanos (C 56.57).

162

28. Por derecho natural el Estado tiene el de­ber de respetar la libertad de conciencia de los ciudadanos (B 409).

29. Los gobernantes de un Estado están obli­gados a promover y garantizar por todos los me­dios la paz. la tranquilidad y la unidad, castigan­do a sus perturbadores y obligándoles a vivir en paz (B 625).

30. E l Estado tiene el deber de proteger a los débiles contra los abusos y crueldades de los más fuertes (B 595.621).

31. N o se pueden imponer a los ciudadanos obligaciones que no se orienten al servicio de la comunidad, de acuerdo con las exigencias del or­den público (A 36).

32. E l gobierno no tiene potestad para nego­ciar con los bienes de los súbditos sin previamen­te haber requerido y obtenido legalmente su con­sentimiento expreso (C 54. B 1143).

33. Los gobernantes no pueden dar leyes en virtud de las cuales sean castigados los ciudada­nos por crímenes ajenos (A 30).

, 34. Por razones de bien común y utilidad pú­blica deben tolerarse ciertos vicios y males socia­les (A 2833).

163

Page 81: Derechos Civiles y Polírticos-Bartlomé de Las Casas

CONCLUSION: COMUNIDAD INTERNACIONAL

1. Por razones de paz y orden internacional ningún Estado puede intervenir en los asuntos de otro Estado. La paz y la tranquilidad es indispen­sable para la garantía del orden público (B 1023).

2. Para evitar el desorden y una mayaor garan­tía de la paz fue necesaria lina autoridad univer­sal sobre todo el orbe que gobernase, dirigiese y moderase los intereses ae los grandes y de los dó- biles (B 1023).

3. Por solidaridad internacional puede un Es­tado ayudar a otros pueblos independientes, si el pueblo lo decide libremente y puede hacerlo sin perjuicio grave de sus propios intereses (C 40).

4. El Estado puede emprender una guerra de liberación en favor de los oprimidos a condición únicamente de que los oprimidos no sean victimas de mayores tribulaciones a causa de la guerra (B 1009).

5. La guerra justa debe ser emprendida por una necesidad inevitable y cuando no se ha podi­do evitar de ninguna otra manera (A 80).

6. Con el pretexto de la defensa de los inocen­tes y para liberarlos de la opresión y tiranía, no se puede legítimamente intervenir en otro Estado sin autoridad legítima (A 28).

7. Por razones de civilización o de cultura nin­gún pueblo puede conquistar o someter a otro Es­tado con perdida de su libertad (A 4).

8. Ninguna persona libre y mucho menos el pueblo soberano está obligado a someterse a otro Estado por el hecho de que éste sea superior polí­ticamente y se crea que ha de aportarle mayor utilidad (A 4).

164

9. Cualquier Estado, por atrasado que sea, tiene derecho a defenderse y castigar a otro pue­blo más civilizado que es agresor y violenta sus derechos naturales (A 4).

10. Los ciudadanos súbditos de un Estado agresor injusto, que no han ayudado ni directa ni indirectamente a sus gobernantes responsables de crímenes de guerra, no pueden ser castigados ni despojados de sus bienes (A 31).

165

Page 82: Derechos Civiles y Polírticos-Bartlomé de Las Casas

I N D I C E

Páginas

PRESENTAC IO N ............................................................ 7ESTUDIO P R E L IM IN A R ............................................. 13

Bartolomé de las Casa*, defensor de los indios ... 15Anatema contra las encomiendas....................... 16•Carta grande* a Bartolomé de Carranza....... 21Memorial ul rey y al Consejo de Indias........... 27Oferta sensacional de las Casas........................... 33Informe sobre el poder de los reyes................... *1

E L PODER DE LOS R E YE S Y LOS DERECHOS DE LOS S U B D IT O S .................................................. 49

Planteamiento del p rob lem a .................................. ... 51

P r im k k a p a r t e

PR IN C IP IO S FUNDAM ENTALES ......................... 59I. Libertad natural del hombre.......... 61

I I . Libertad original de las cosas ...... 63I I I . Derechos del soberano sobre los bie­

nes de los súbditos ................... 65IV . Pacto constitucional entre pueblo y

soberano ....................................... 71V. Umites de la potestad jurisdiccional

de los reyes.................................. 74V I. Deberes de solidaridad dentro del Es­

tado .............................................. 76V IL Deberes de solidaridad entre Estados

diferentes...................................... 80

Secunda parte

APLICACIONES PR A C T IC A S .................................. 83

V I I I . Consentimiento popular del bien co­mún .............................................. 85

IX . Sujeción del rey a las leyes.......... 87X. Explicación histórica................... 89

—X I. Derechos públicos y derechos pri­vados ............................................ 90

X I I . Bienes de derecho público.............. 92X II I . Venta de funciones piíblicas ....... 97XIV. Venta de cargos públicos................ 99XV. Gravedad de dichas ventas ........... 102

Page 83: Derechos Civiles y Polírticos-Bartlomé de Las Casas

‘agine

X V

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lájtes pu> '*♦ p r '

X .XXI. ... *3

XXII. V reino ............................ 114XXIII. El cu.sentimiento popular ........... 118XXIV. Concesión de feudos .................... 121XXV. Doctrinas fet/dalistas .................... 122

Tercera parte

CONCLUSIONES CRITICAS............................. 12XXVI. Fundaciones de carácter religioso ... 1.'

XXVII. Política de recompensas ............... 12XXVIII. Función politica ae la nobleza ....... 129'XX IX . Deberes religiosos del soberano...... 130

XXX. Limite de las donaciones del sobe­rano .............................................. 130

XXXI. Gastas de guerra............................ 131XXXII. La familia real y los problemas su­

cesorios.......................................... 132XXXIII. Los deberes del rey son personales

e intransferibles.............................. 134- XXXIV. Relación politica entre soberano y

súbdito........................................... 136XXXV. El honor nacional ........................ 138

XXXVI. La donación de Salomón............... 139XXXVII. El rey como administrador del reino. 140

Epílogo

CARTA DE DERECHOS HUMANOS SEGUN BAR­TOLOME DE IAS CASAS.............................. 141

Declaración de motivos- ................................... 143I. Declaración de principios democráticos ... 151

II. Derechos y deberes del ciudadano.......... 155III. Derechos y deberes del Estado ............ 160

Conclusión: comunidad internacional ................ 164

JF35C37 UNAM ^ 2 2 8 7 9 3

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