Derechos y Reificación. Apuntes para una discusión desde ... · al poder y al deseo en un juego...

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1 Tamer Sarkis Fernández Investigador de Prehistoria y Antropología Social. Universidad Autónoma de Barcelona Derechos y Reificación. Apuntes para una discusión desde la articulación entre K.Marx y M.Foucault. 1 Introducción: Presupuestos operativos para un análisis de los derechos como características inherentes a las distintas reificaciones humanas “La forma-prisión de la política penal corresponde a la forma-salario del trabajo”. Michel Foucault, La sociedad punitiva. I. I. Presupuesto primero: Crítica de las Teorías Contractualistas Desde estas teorías, es imaginada una sociedad 2 de agresores y agredidos anterior al establecimiento del Contrato. Tales roles son compartidos por cada sujeto, en lo efectivo o potencialmente: no hay verdugos y víctimas puras y estáticas, pero sí perdura la relación conflictiva entre unos polos que van alternándose. Estas teorías ignoran la relación política-clase, de modo que existirían individuos imposibilitándose mutuamente la autorrealización. Con arreglo a estos presupuestos, el Contrato tiene determinada razón de acontecer: el miedo a la inestabilidad en la propia posición de poder ante el odio percibido en el agraviado, que lo incuba esperando su oportunidad. Del otro lado, se teme el ejercicio absoluto de este poder, y se admite ceder a cambio de condiciones, moderación y control mutuo 3 . Es decir, para dar realidad lógica a esta explicación, los liberales tienen que representar el estado pre-contractual como un estado de individuos, ya que si se hallaran coagulados en grupos con un hábito de ejercicio político y con una capacidad, más o menos estables, los grupos dominantes no tendrían ninguna intención de restringirse a un Contrato y desaparecer como tales 4 . Es, por tanto, una hipótesis absurda desde el punto de vista del que domina. En una situación alternativa de igualdad, tampoco es preciso el Contrato. El Contrato sólo cabe en quienes imaginan el ejercicio político al que abstraen idealmente su marco grupal y cultural; su terreno de despliegue: la diferencia. En esa sociedad presidida por la confusión, la indistinción y la nivelación frente a la exposición al peligro, tiene sentido el Contrato. En realidad, opuestamente, el poderoso puede 5 tomar –y, por tanto, toma- sin ligarse a cauces ni contrapartidas, y sólo en la medida en que deja 1 El presente texto es un documento de trabajo, por ello no se encontrarán las referencias completas. 2 Llamen como llamen, a esta realidad pre-contractual, quienes elaboran estas narrativas. Aunque hablen de que la sociedad se funda en el Contrato, se refieren objetivamente –más allá de terminología- a la posibilidad de continuidad social, de modo parecido a cómo Levi-Strauss no ignora la existencia humana social –y por tanto cultural- anterior a la instauración del tabú del incesto, pero da a éste rango de oficiar el tránsito “de la Naturaleza a la Cultura”, lo que no es más que dramatización impresora de fuerza y trascendentalidad. 3 Este elemento es recogido en determinadas teorías; evidentemente, no es así en Hobbes. 4 La posibilidad de que una fuerza en afirmación –como lo es un instinto- y cuyo medio –externo o interno- no la separa de poder afirmarse, tienda a la auto-restricción y ese movimiento halle reflejo en el pensamiento, no es una posibilidad, sino un absurdo. 5 Su voluntad expresa la preeminencia en él de una fuerza; pensar que su voluntad elige mostrar o no su fuerza traduce la ilusión acusadora de quererlo responsable.

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Tamer Sarkis Fernández Investigador de Prehistoria y Antropología Social.

Universidad Autónoma de Barcelona

Derechos y Reificación. Apuntes para una discusión desde la articulación entre K.Marx y M.Foucault.1

Introducción: Presupuestos operativos para un análisis de los derechos como características inherentes a las distintas reificaciones humanas

“La forma-prisión de la política penal corresponde

a la forma-salario del trabajo”. Michel Foucault, La sociedad punitiva.

I. I. Presupuesto primero: Crítica de las Teorías Contractualistas

Desde estas teorías, es imaginada una sociedad2 de agresores y agredidos anterior al establecimiento del Contrato. Tales roles son compartidos por cada sujeto, en lo efectivo o potencialmente: no hay verdugos y víctimas puras y estáticas, pero sí perdura la relación conflictiva entre unos polos que van alternándose. Estas teorías ignoran la relación política-clase, de modo que existirían individuos imposibilitándose mutuamente la autorrealización. Con arreglo a estos presupuestos, el Contrato tiene determinada razón de acontecer: el miedo a la inestabilidad en la propia posición de poder ante el odio percibido en el agraviado, que lo incuba esperando su oportunidad. Del otro lado, se teme el ejercicio absoluto de este poder, y se admite ceder a cambio de condiciones, moderación y control mutuo3.

Es decir, para dar realidad lógica a esta explicación, los liberales tienen que representar el estado pre-contractual como un estado de individuos, ya que si se hallaran coagulados en grupos con un hábito de ejercicio político y con una capacidad, más o menos estables, los grupos dominantes no tendrían ninguna intención de restringirse a un Contrato y desaparecer como tales4. Es, por tanto, una hipótesis absurda desde el punto de vista del que domina. En una situación alternativa de igualdad, tampoco es preciso el Contrato. El Contrato sólo cabe en quienes imaginan el ejercicio político al que abstraen idealmente su marco grupal y cultural; su terreno de despliegue: la diferencia.

En esa sociedad presidida por la confusión, la indistinción y la nivelación frente a la exposición al peligro, tiene sentido el Contrato. En realidad, opuestamente, el poderoso puede5 tomar –y, por tanto, toma- sin ligarse a cauces ni contrapartidas, y sólo en la medida en que deja

1 El presente texto es un documento de trabajo, por ello no se encontrarán las referencias completas. 2 Llamen como llamen, a esta realidad pre-contractual, quienes elaboran estas narrativas. Aunque hablen de que la sociedad se funda en el Contrato, se refieren objetivamente –más allá de terminología- a la posibilidad de continuidad social, de modo parecido a cómo Levi-Strauss no ignora la existencia humana social –y por tanto cultural- anterior a la instauración del tabú del incesto, pero da a éste rango de oficiar el tránsito “de la Naturaleza a la Cultura”, lo que no es más que dramatización impresora de fuerza y trascendentalidad. 3 Este elemento es recogido en determinadas teorías; evidentemente, no es así en Hobbes. 4 La posibilidad de que una fuerza en afirmación –como lo es un instinto- y cuyo medio –externo o interno- no la separa de poder afirmarse, tienda a la auto-restricción y ese movimiento halle reflejo en el pensamiento, no es una posibilidad, sino un absurdo. 5 Su voluntad expresa la preeminencia en él de una fuerza; pensar que su voluntad elige mostrar o no su fuerza traduce la ilusión acusadora de quererlo responsable.

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de ser poderoso se lo puede vincular a un Contrato. Pero la representación del débil está fuertemente marcada por la necesidad de “justificar las injusticias que no puede vengar”6, soñando con que es él la fuente de fuerza del que ejerce fuerza sobre él.

Este agente externo no se relaciona con su objeto formalizando los derechos y deberes de sus elementos en un Contrato más que en la medida en que le interesa atemperar la autodestrucción de su objeto. Mediante el Contrato –que los sometidos imaginan cesión pero que realmente sitúa el objeto a la altura de lo exigible de él en ese marco político concreto7-, el poder suaviza la lucha intestina entre átomos, de modo que su chocar entre sí –rentable, estimulante y dinamizador a cierta escala- no los debilite por debajo de lo que de ellos se pretende extraer. En otras palabras, el Contrato es la formalización de unas condiciones permisivas del funcionamiento de un tipo particular de poder: un poder extractivo de gestión del objeto en el tiempo; un proyecto de aplicación inmediata y mediata, lo que en otro sentido distinto sí implica relativa debilidad objetiva o subjetiva de tal poder8. De lo contrario, agotaría al objeto por arrasamiento y privación al mismo de toda oportunidad de renovación, siendo el nomadismo su fuente inagotable para su propio ejercicio. Este nomadismo político, que se dio una vez en áreas geográficas precisas, queda muy atrás en la historia. Así, son los estados quienes pretenden impedir escenarios bélicos de liquidación recíproca –extensibles a un escenario extremo potencial de guerra de todos contra todos- . A expensas del mito ruidoso del Contrato social gestante del estado, se ha articulado efectivamente ese Contrato interestatal que aspira a templar la guerra con la paz en virtud del común interés de pervivencia. Contrato no mítico –Carta de las Naciones Unidas- que inaugura el Estado Mundial. I. II. Presupuesto segundo: El deseo y el Derecho para Michel Foucault

La relación de M.Foucault con el deseo es, no de idealización y de defensa –a diferencia de cierta metafísica del deseo como a priori-, sino de desconfianza y puesta en relación con el poder. Por ejemplo: Inglaterra Victoriana: Ampliación de la reflexión y del examen hacia el sexo, de modo que queda englobado por el poder, que anhela conocer a través del sexo: A. El “Ser Humano”. B. La interioridad y la condición de cada sujeto, no desde el punto de vista de su pureza/impureza, moralidad/inmoralidad, sino tomándolo como sano o enfermo, siendo la conducta un síntoma de una naturaleza particular a cada individuo.

Este proceso estandariza, aseptiza, atempera el discurso sobre el sexo despojándolo de toda terminología popular y de su incitación o sintomatología pasional. Pero, al tiempo9, es un proceso que interpela y suscita lo hasta ese momento no pensado, fundando una pluralidad hasta

6 Guy Debord, Comentarios a La sociedad del espectáculo. 7 Piénsese en la mitología popular –funestamente muy enraizada hoy en amplios sectores del proletariado- que identifica los derechos –especialmente los sociales- y el estado asistencial, exclusivamente con conquistas históricas de la lucha de clases, negando su constitución dialéctica en tanto que productos de lucha, contra-luchas y políticas de gubernamentalización y contención. Se trata de una mitología suministrada por cualquier vía ideológica imaginable –la prensa, la escuela, los sindicatos, la socialdemocracia, su festejo cada año el primero de mayo, la historia, el cine-, hasta el extremo de que el habla de los sujetos ha pasado a ser ella misma una de las principales entre estas vías. 8 En tanto que al menos exista un mínimo de poliarquía mundial, de modo que el poder no puede librarse completamente de unas condiciones que lo sujetan en alguna medida al sedentarismo. 9 Y lo que sigue es aquí lo importante, porque la represión de las formas de verbalización no es más que el acto encaminado a hacer cumplible la verbalización misma.

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entonces inexistente de deseos y de prácticas a partir del presupuesto de que existen en la interioridad de cada sujeto y de que hay que extraerlos de su silencio con vistas a des-cubrir la verdad que del sujeto transmiten.

M.Foucault subraya el error clásico del progresismo en todas sus variantes: el poder reprime el deseo e, idealmente, triunfa por un acto de supresión de éste10. En realidad, el poder funda el deseo tanto como el psicoanálisis los reconoce y opera para su liberación colocándolos en una red sancionadora y calificadora –no represora. El deseo es pues, materia prima de estos dispositivos; no un fin en sí, sino la chispa con que producir unos efectos reales.

El Derecho es para Foucault un cebo que atrae las miradas que podrían pensar el poder

fuera de su ámbito, de modo que el poder se torna intolerable. Así, el Derecho es el modo de autopresentación favorito del poder, gustando de ser asociado a la Ley, la Prohibición, el Deber, los derechos, las libertades, la obligación. Ello a fin de no tener que rendir cuentas con respecto a su identidad fundamentalmente productora de sujetos, experiencia, realidad y, en definitiva, de los contenidos del estar en el mundo a cada instante en unos sujetos colonizados. El análisis se ha hecho a menudo eco de esta trampa, pensando el poder en términos jurídico-discursivos.

I. III. Presupuesto tercero. Foucault: El cristianismo se distingue por fundar una política más allá de la represión, donde la represión es un medio

Aquellos que destacan cómo el cristianismo se ha opuesto al Poder, olvidan lo fundamental: el cristianismo, en la medida en que surge como expresión de la enemistad del esclavo hacia la cultura y el tipo humano potenciados por ese Poder, y le es difícil ocuparlo, presenta su incapacidad como rechazo. A la vez, se centra en el desarrollo de un poder paralelo que no ejerce con la Ley y la fuerza, sino con la Moral y la dialéctica del sacerdote; un poder que funciona produciendo, conociendo y dirigiendo la vida –los actos, sentimientos, pensamientos, disposiciones, ideales, metas, memorias, introspecciones, etc.- de los cristianos. Ha jugado, pues, un papel motriz principal en la traslación desde el Poder –como una exterioridad “arbitraria” y “abusiva”- hacia el poder ejercido como mecanismos productores de existencia material concreta y de unas formas de experimentarla.

I. IV. Presupuesto cuarto: Realidad diferencial del Derecho en cada modo de ejercicio político

Modos distintos de ejercer el poder se interesan por la verdad de un modo también distinto, lo que determina formas jurídicas particulares para cada forma política. Por ejemplo, podemos comparar lo que Foucault llama poder de Soberanía con lo que llama Panoptismo:

Poder de Soberanía: Mantiene las fronteras.

10 Por cierto, la relación política-deseo en el pensamiento de Foucault es la antítesis misma de lo que fue para Rousseau y para otros en cuya obra esta concepción rousseauniana hace de directriz, como ocurre con la escuela de Frankfurt. No me refiero a que sus integrantes hallaran en Rousseau alguna fundamentación para sus tesis que la volviera digna de su atención; se trata simplemente de una repetición diacrónica de esa idea que pone por definición al poder y al deseo en un juego de suma 0, y que tampoco inventó Rousseau. En Historia de la sexualidad. I. La voluntad de saber, Foucault lleva a cabo la crítica de algunas tesis de estos “hombres rousseaunianos” –en el sentido en que Nietzsche describe este tipo-humano en Schopenhauer como educador.

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Protege al Soberano y al Estado. Hace cumplir las leyes y las aplica, cobra impuestos, envía a la guerra. Actúa contra la ruptura de la paz de su orden, sea por sublevaciones o por violencia entre súbditos.

Actúa: Teatralizando ostentosamente sus presencias. Hipertrofia su visibilidad al tiempo que empequeñece a los súbditos hasta invisibilizarlos (no son nada al lado de su nobleza). Produce la verdad de: La conducta del tomado por infractor. Su procedimiento fundamental es la indagación reconstructora del pasado (secuencia diacrónica de qué hizo el súbdito).

Desarrolla: Las técnicas de inducción a partir de la observación empírica.

La semiología (la interpretación de signos). Revolución científica del siglo XVII: atención al comportamiento de la Naturaleza, a sus manifestaciones, a la mecánica de los fenómenos y a sus funcionamientos, etc.

En este contexto político, el Derecho es el sentido final del proceso jurídico. Es decir, tiene un sentido totalmente punitivo: castigar conductas poniendo en conocimiento de todos qué poderoso es el Poder. Panoptismo:

Poder interesado en descifrar qué es y quién es determinado sujeto, y no principalmente a través de hacer una semiología de su conducta. Esta actividad de objetivación funciona en una espiral poder-saber, es decir, sirve y es servida por una actividad política que no consiste fundamentalmente en castigar conductas con la Ley, sino en producir individuos normales en unas u otras facetas y categorías.

Desarrolla: Ciencias Humanas que visibilizan al ciudadano y lo conocen en la medida en que operan dándole una forma. Ello ocurre en diversos espacios, que no tienen nada que ver entre sí en lo que respecta a qué faceta desean inyectar en el sujeto, pero que comparten una forma común de ejercicio del poder que las atraviesa. El proceso jurídico no toma como objeto primordial una conducta que castigar, sino una verdad del sujeto que conocer a fin de ponerle en manos del personal científico adecuado en un espacio particular de esa red de secuestro: la prisión.

El Derecho no es, en este contexto de poder, el sentido final del proceso jurídico, sino un

instrumento que garantiza las averiguaciones necesarias previas a la entrega del sujeto a quienes protagonizarán fases más avanzadas del proceso de su objetivación y de su producción. Por tanto, el sentido de esa forma jurídica específica no es punitivo, siendo el castigo una puesta del

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sujeto en las condiciones adecuadas a la intervención política fundamental de que debe ser objeto.

I. V. Presupuesto quinto: La teorización foucaultiana del poder no es ninguna metafísica del poder, sino una continuación de la crítica marxiana de la Economía Política

Ni Marx dijo que la vida se rige por economía, sino que la economía llega a mediar las

relaciones sociales en el capitalismo, ni Foucault afirmó que el poder sea la ontología de la vida social. Foucault mostró que determinadas transformaciones en la relación entre los sujetos y su producción material generaron modos nuevos de ejercer el poder que no se restringen a reaccionar frente a determinados casos, sino que poseen una función activa en relación a los sujetos, ya que los producen, a estos y a la realidad en que estos sujetos existen y que los determina.

De hecho, Foucault desarrolla todo aquello que llega a pensar y a descubrir sobre el poder a partir del desarrollo y el análisis de las implicaciones políticas que tuvo lo que Marx llamó la Acumulación primitiva11: conjunto de procesos de cambio de Régimen de Propiedad y de RR.PP. que necesitaron desarrollar el Panoptismo a partir de la importación burguesa12 de los dispositivos de poder empleados por sectas puritanas fuera de esa lógica nueva en que la burguesía enmarcó esas tecnologías. Estas eran principalmente la Policía, la reclusión en espacios donde el sujeto era sometido al poder pastoral, y la vigilancia. De ese espacio emergerán las instituciones de secuestro distintas a la fábrica y, de esas técnicas de vigilancia, emergerán las formas mediante las que el poder se relaciona con su objeto: las disciplinas.

Visto con claridad su pensamiento como profundización en el estudio del ejercicio político indesligable a la expropiación burguesa de la propiedad y la fundación del proletariado, de lo que Marx se limita a efectuar alguna que otra mención de detalle en La acumulación primitiva, Foucault se habría revelado, a ojos de los gestores del Régimen de saber, como El Enemigo inyector de la semilla de la subversión. Las implicaciones de sus tesis en relación a la vida de sus contemporáneos se hacían, a la contraluz de una lectura de las mismas, tan perceptibles como intolerables. De haber compartido su tarea con compañeros de viaje, constituyendo una comunidad de iguales que incitara con sus textos y su práctica la asunción de otras tareas aún mucho mayores por parte del “resto” de los sujetos sometidos, que sólo “unos” con “otros” podían definir y emprender, esas palabras habrían ido al encuentro con aquello que la praxis del poder misma no podía evitar producir: los ojos que saben leerlas13. Había que evitar la inseminación de Foucault en una Escuela que no lo disociara de Marx, y que por tanto no lo cercenara de su dañar revolucionario14.

Los Directores de la imagen social de las realidades sociales mismas, procedieron con Foucault confirmando el retrato mismo que él hace del ejercicio político en sociedades como la

11 Marx ironizaba así sobre el uso que la burguesía y su Economía Política daban a este término, esto es, para designar su Mito fundacional basado en la inteligencia, el ahorro y el esfuerzo. 12 A las fábricas primero y, después, a otros tipos de fábricas. 13 Las fuerzas del espectáculo pudieron contener el potencial de Foucault, pero no a la Internacional Situacionista, que promovió a aquellas propias condiciones de que ella era producto, hasta la que fue –por el momento- la manifestación suprema de las mismas: mayo-julio de 1968. 14 Urgencia a la que los cibernéticos no consiguieron responder del todo: Contemporáneo al propio Foucault, se formó el que se llamó Grupo Foucault, que, sin embargo, no consiguió difundir lo bastante sus análisis ni alcanzó la continuidad suficiente como para transformarse en realidad transmitida y potenciada una y otra vez entre generaciones sucesivas de crítica.

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suya: no le desterraron; lo recuperaron. No le condenaron a muerte intelectual; re-presentaron su pensamiento corregido. Probaron ser ese poder que no se deshace de cuanto puede aprovechar y que maneja los problemas reformándolos en soluciones. La jugada maestra de la falsificación organizada fue colgarle a Foucault la definición de “pensador antimarxista”, asociación que no se detuvo en abastecer al “mundo intelectual, universitario, académico, etc.”, sino que divulgó a través de su extramuros social. Los eruditos, expertos en repetir y que han aprendido de tanto como de lo que no han comprendido, repitieron15 eso que les habían dado a leer y que figuraba escrito en tantos sitios e incluso aparecía en los documentales, debates y monográficos de la televisión “de calidad y comprometida con la cultura”.

Qué terrible y qué inmensa razón la de Baudrillard cuando dice que “La historia repetida hasta la saciedad se convierte en farsa. La farsa repetida hasta la saciedad se convierte en historia”. La oposición que todos los “críticos” y los “expertos” tenían que gritar a coro fue fundamentada en que el concepto “disciplinas” efectivamente es la crítica de cierto marxismo que da por sentadas las RR.PP. y a continuación ubica, como por un automatismo de recitado de la Doctrina, las relaciones de poder en el ámbito de la “ideología”. La historia es, a ojos de ese positivismo “marxista”, el automatismo objetivo de sucesión de unas a otras RR.PP. “Ideología” posee allí un sentido simplista de mistificaciones separadas y paralelas a la “Auténtica Realidad”, reproduciendo las RR.PP. mientras la “Historia” lo permite16.

“Disciplinas” significa que las RR.PP. capitalistas no pueden ser comprendidas sin el estudio del poder que participó de la producción misma de estas RR.PP. y que las enraizó, las amarró, las afianzó, en un proceder que no tiene nada que ver con “esta tautología de la Historia y su devenir” con que pronto despacha ese marxismo a los Modos de Producción. Tampoco tiene fundamentalmente que ver con la “ideología”. Se trataba de una anatomía política inédita, que tomaba el cuerpo esta vez acoplándolo a los Medios de Producción, a través de ponerlo en una coreografía acompasada al tiempo y en una motricidad aplicada a la racionalidad del espacio. Esa anatomía política producía un conocimiento tanto descriptivo (objetivación) como normativo (estándares comunes, o norma, exigibles y que orientan el tratamiento político) del cuerpo proletarizado, atrapando a éste en lo que Foucault denomina una Espiral poder-saber. El logro de esa anatomía política es gestar un tipo-humano que no es simplemente útil por sus capacidades productivas y utilizable por su obediencia a mostrar esas capacidades, sino la síntesis superior de ambas cualidades, síntesis que Foucault alude con el término “dócil”.

Pero esta anatomía política específica inextricable del funcionamiento de las RR.PP. capitalistas, se derivó ella misma de un conjunto de vigilancias en campos y urbes que la consumación exitosa de la Acumulación primitiva requería para sí. Esa génesis de la propiedad privada fue un proceso de expropiación privativa: desamortizaciones que convirtieron la tierra, de fuente de Renta, en Factor de Producción orientado a la acumulación ampliada de capital, más allá de la acumulación simple17; sustracción y compra de talleres “domésticos”; privatización de bosques y mercantilización de la leña; cercado de tierras que dejaron de ser comunales; confiscación de Medios de Producción agrícolas; proscripción legal de la caza, la pesca y la recolección a fin de circunscribir la subsistencia al trabajo asalariado; conversión de tierras de cultivo en pasturas para un ganado convertido en sí mismo en Medio de Producción para la

15 Y continúan haciéndolo. 16 Al fin y al cabo, Foucault es antimarxista por quebrar este maniqueísmo ideológico, pero tanto como Marx cuando dijo “Yo no soy marxista”. 17 Karl Marx, El Capital. Libro II-Tomo II. Capítulo XX. Reproducción simple y Capítulo XXI. Acumulación y reproducción ampliada.

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industria de tejido y lanera; destrucción de formas productivas comunitarias y por ello coacción objetiva al llamado “éxodo rural”; proscripción legal de la vida nómada, de la venta ambulante, de la traslación del artesano de un sitio a otro con sus herramientas de obra para obrar por encargo o reparar los utensilios de quienes en un pueblo u otro recurrieran a su habilidad, etc. En síntesis, práctica fundacional de una vida desposeída de medios de vida y de la posibilidad material de producírselos (proletariado). Todo ello comportó: Prohibir las licencias que con la tierra se tomaban muchos sujetos, quienes se instalaban a la sombra del latifundio y tomaban por su cuenta una pequeña parcela de la que subsistir, o que vagabundeaban tomando cosecha y frutos de aquí y de allá. Esas prácticas eran formalmente ilegales, pero no eran realmente perseguidas porque no inquietaban a la vieja mentalidad rentista y a su relación con la tierra. Cuando esta tierra se convierte en capital, no se puede continuar tolerando de facto esas prácticas, pues los nuevos propietarios no emplean la tierra sólo para vivir bien, sino como provisora ella misma de capital que invertir en la industrialización. Esta misma burguesía, que ha colonizado el estado, dicta cumplir escrupulosamente aquellas leyes, lo que disemina una Policía de los campos inédita hasta entonces. Comportó también: la necesidad de controlar la relación proletario-máquina y proletario-excedentes, ya que el nuevo Modo de Producción “socializaba el trabajo” en términos marxianos, esto es, reunía a gran cantidad de proletarios –salvajes todavía- en un mismo espacio productivo, y era preciso evitar saqueos de stocks, la lucha contra el trabajo canalizada hacia la destrucción de maquinaria, etc. Comportó, así mismo: la necesidad de asegurar la productividad fabril.

Por tanto, el pensamiento de Foucault en torno al poder contemporáneo –de él y de nosotros- parte del reconocimiento de esa actividad material, que es su principio infrastructural de emergencia18. Es preciso repasar cómo, despegando de esa comprensión, Foucault estructuró toda la multidimensionalidad política que fue detectando. Y es que, contra lo que de él se ha dicho –y contra lo que sugieren sus formas, su cronología de publicaciones, su intercalado de conferencias y artículos breves donde se auto-rectificaba y se matizaba-, de asistemático Foucault no tenía nada.

De no conocer la ignorancia suprema de una sociedad sedicente del conocimiento y que

se distingue por no vivir experiencia alguna no mediada -libre de representación-, lo que incluye a Foucault y el ruido distorsionador generado en torno a él, resultaría sorprendente que haya cundido en sociedad el mito de un Foucault cuyo Análisis estratégico de las relaciones de poder discurriría contradictorio con el materialismo dialéctico. Empezando por el hecho de que, en el supuesto de que las “Prescripciones de prudencia” en que Foucault recoge las directrices para su Análisis estratégico, le fueran incompatibles al materialismo dialéctico –lo que no es así-, el mismo Foucault se preocupó de advertir sobre el hecho de que con sus “Prescripciones de prudencia” él no estaba definiendo agotadoramente cómo funciona el poder en nuestra sociedad la suya, ni estaba tampoco proporcionando claves epistemológicas para hallar la verdad sobre esa forma de ejercer el poder; “sólo” está sugiriendo que convendría actuar metodológicamente tal y como él invita, no a pensar irreductiblemente ese poder, sino a centrarnos deliberadamente en unas dimensiones (cómo se ejerce, cuál es ese ejercicio común a instituciones de funcionalidad dispar y cómo es posible que atraviese esos espacios tan distintos, etc.), y sabiendo en todo momento que se abandonan otras dimensiones que también son reales (la racionalidad del poder,

18 Evidentemente, su filosofía abarca una realidad todavía mucho más amplia, desde la epistemología hasta la teoría de la literatura y la hermenéutica pictórica, pero no me refiero a ello aquí.

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qué clase lo detenta, etc.), quizás por el hecho de que éstas últimas habían merecido mayor atención crítica y la extraordinaria importancia de las primeras había sido subestimada.

Por ejemplo, una de sus “Prescripciones de prudencia” es la relativa a advertir que la crítica ha acostumbrado a sobreconsiderar la capacidad del estado para inventar, innovar, proporcionarse a sí mismo dispositivos políticos. El antídoto de este sesgo que ofrece esa Prescripción de prudencia consiste en desplazar la atención desde ese núcleo hiperobservado hacia la periferia política, terreno no estatal que habría proporcionado –muchas veces sin pretenderlo- dispositivos a un estado especialista en abducirlos e insertarlos en un nuevo contexto operativo. Puede que esta idea suya hallara inspiración en un pasaje de Así habló Zaratustra llamado Del nuevo ídolo, donde Nietzsche afirma que lo que distingue al estado es ser “un monstruo que no tiene entrañas”, y que se provee de ellas a base de fagocitar órganos ajenos. Sea cual fuere su estímulo, lo cierto es que esa Prescripción de prudencia guió toda aquella luz que Foucault arroja cuando aborda la cuestión de cómo la burguesía había puesto a funcionar dentro de la lógica de la habilitación del sujeto para un trabajo eficaz –y parcialmente había estatalizado-, una serie de dispositivos preexistentes fuera de esa lógica. Se trataba de una policía y de unos mecanismos de evaluación de las progresiones de los sujetos que empleaban algunas sectas puritanas –sobre todo cuáqueros y metodistas- en el seno de espacios que eran tanto de asilo y acogida como de moralización –hablo, sobre todo, de las Workhouses. En ellas el trabajo no era tomado con vistas a la producción de valor, sino en tanto que una especie de medicina-pedagogía regularizadora de formas de vida irregular, siendo así que la mayoría de estas tareas eran nulas desde el punto de vista del enriquecimiento. Pero la burguesía no se había limitado a importar esos dispositivos de poder a espacios –empezando por la fábrica- donde la Normalización ya no era un asunto moral (más que de segundo orden), sino de capacitación del sujeto en unos estándares de destrezas y de ritmos físicos (aunque ello implique a la moralización)19. La burguesía importó también a quienes estaban siendo sometidos en las Workhouses y que pasaron a ser FT en sus fábricas.

Es difícil no ver este detallamiento foucaultiano de aquella transplantación fabril operada sobre fragmentos políticos preexistentes, destinados a componer el Panoptismo por reordenados

19 Ese concepto foucaultiano de Normalización, igual que otros suyos, ha sufrido un proceso de democratización, inducida por la mercantilización del pensamiento para su consumo masificado, que lo ha desfigurado por completo. En cualquier área de las Ciencias llamadas Humanas y de su producción escrita hay una generalidad de su uso a diestro y siniestro. Se produce de oídas o filtrado por una cadena de sucesivos filtros textuales de empleo previo; de lo contrario difícilmente se explica esa demostración de una comprensión nada foucaultiana de Foucault, es decir, esa ausencia de comprender Foucault a la manera de Foucault en lo que respecta a “Normalización”. Se habla de Normalización pensando en la preparación –escolar, familiar, mediática, espontánea por unas condiciones de existencia que tienden a producirla- de la sociedad en una ideología –llena de represión- y en unos comportamientos expresivos de la misma, así como en unos valores compartidos en torno a qué hay que ser y hacer en la vida, qué es lo importante en ella, cómo ha de ser proyectada, qué realidades son normativas –“la Paz”- y qué otras repudiables –“la violencia”-, etc. Todo ello no tiene nada que ver con Normalización en Foucault, concepto referido a un poder-saber que objetiva si el sujeto “da la talla” –en inteligencia, en ritmos de trabajo, en fluidez lectora, en calidad del esperma, en autodirección, en conocimientos adquiridos y su habilidad a la hora de manejarlos, en capacidad de iniciativa, en resistencia física, en expresión, en capacidad de relacionarse, etc.- con arreglo a un sin fin de variables en función de la ciencia y al espacio de poder concretos. Poder-saber que interviene sobre el sujeto reforzándolo para su cobertura de la norma si es necesario, o, por el contrario, encuentra que es suficiente con la normalización inicial a que ha sido sometido exitosamente. Es básico subrayar aquí que Foucault no confunde el cometido productivo de la Normalización con la acomodación a estándares; su cometido productivo es “extraer” del sujeto “su” identidad. Atarlo a “su individualidad”, de modo que quede encerrado “en lo que él diferencial y particularmente puede”, “su” rendimiento, “sus” aptitudes, “sus” habilidades, “sus” debilidades relativas, “su” particular salud por constitución, “su” capacidad de esforzarse por superar todos estos rasgos, etc.

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bajo la dirección de la nueva fuerza burguesa que pasó a poseerlos20; es difícil no ver este detallamiento foucaultiano –afirmaba- como el resultado de la lectura por Foucault de La acumulación primitiva. Ello aparece allí, y no como un suceso con valor anecdótico. Es, en el marco significativo del escrito, central en tanto que una práctica más de proletarización, con el mismo sentido que poseen las prácticas que se cernieron sobre el campesinado, los artesanos, los artistas de vida errante, etc. En las Workhouses, casas de caridad, hospicios, hospitales, hospederías, orfanatos, los recluidos tienen provista su subsistencia. Liberados por la burguesía, se hallarán en idéntica situación que los demás agraciados por la Libertad. La diferencia es que Marx no penetra en la interioridad política del proceso de desposesión que es condición de posibilidad del Modo de Producción capitalista, mientras Foucault emprende una exploración nueva sobre ese suelo histórico.

I.VI: Los derechos –tanto los efectivos como los potenciales o las quimeras soñadas; tanto los garantizados realmente por el Derecho como los reconocidos pero no aplicados-: todos ellos candados que cierran la cosificación del ser social

No veo que el buen funcionamiento, respeto, invocación y aplicación ideal de los

derechos y libertades democráticas sea una cuestión que ataña eminentemente a eso que la ideologización “marxista” misma de la obra marxiana dio en llamar “ideología”21. Por el contrario, entiendo la buena salud de los derechos y de las libertades democráticas como el eterno suspiro nada hipócrita en la cibernética estatal, en los estudios de Antropología aplicada encargados por la “administración”, en las comparecencias de los políticos, en las llamadas a la concienciación en la celebración del día de esto o de aquello, en los Colegios de abogados, en las corporaciones de los jueces, en las protestas de los sindicatos, en la “crítica” en los debates y en las aulas, en la prensa, en la réplica masiva de la ideología dominante, etc.; suspiro que expresa el sueño burgués del buen funcionamiento de la reificación de los sujetos en categorías-correlato del fetichismo de la mercancía. Un funcionamiento que se sueña perfecto y sin contradicciones con “su” sociedad para unas categorías perfectamente atendidas y libres para expresarse, afirmarse, desarrollarse y obtener ventajas en tanto que tales categorías. Entiendo que esta situación es real y que es la crítica fáctica de esa supuesta “crítica” al Derecho fundamentada en su supuesta estafa de los derechos22. Voy a exponer en un texto su existencia.

El orgasmo onírico de ese idealismo burgués es la democracia directa, donde las reificaciones humanas definirían activamente lo que están dispuestas a dar y lo que quieren recibir, de modo que el Contrato sería efectivamente el producto de una comunicación entre interlocutores iguales en el proceso de confección de su relación que les vincule, y se reconocerían mutuamente. En esta defensa consiste la crítica del “falso Contrato”, defensa que

20 “[…] algo que existe, que se ha llegado a realizar de alguna manera, es interpretado una vez y otra por un poder superior a ese algo hacia nuevos objetivos; es apropiado de una forma nueva, transformado y adaptado a una nueva utilidad. En este sentido, todo suceso del mundo orgánico es un someter y un dominar, y, a su vez, todo someter y dominar es un volver a interpretar y un reajustar, en los que, por necesidad, el “sentido” y la “finalidad” anteriores han de quedar oscurecidos o incluso completamente borrados”. Friedrich Nietzsche, Genealogía de la moral. Segundo Tratado. 21 En ese sentido nuevo con que la ideología del marxismo falsificó el concepto marxiano y que, aplicado a los derechos y las libertades democráticas, funciona atribuyendo a estos y a éstas un estatuto de disfraces paralelos a la racionalidad burguesa “profunda”, donde cabrían insertos nada más que como superficie justificadora. 22 Normalmente las autocríticas no son auto-anuladoras, sino que surgen de la voluntad de hacerse un favor. Esto es irreprochable desde el punto de vista de la salud de cualquier organismo, y la burguesía demuestra no estar corrupta ella misma, porque sabe lo que le conviene.

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demanda la participación de las reificaciones en su propia definición como realidades con derechos y deberes23. En democracia directa, el Contrato dejaría de ser el producto de una escritura de clase, para convertirse en el trabajo interclasista con arreglo a una dominación de clase que se consagra con el reconocimiento mismo de la división fundamental sobre la que descansa, aunque tome la forma de la diferencia que contiene –quizás un ejemplo que salta a la vista en extremo es el referido a cómo está hoy funcionando, en la gestión de las poblaciones y en su inserción sistémica en la estructura mundial compleja de acumulación de capital, un paradigma regido por el principio de interculturalidad, que traslada, al plano del sujeto de Derecho, todo un remake de las cenizas de culturas concretas que las élites indígenas lanzan como “Comunidad” “indígena” abstracta. Quienes contraponen “los vínculos” al Derecho pasan por alto qué papel activo desempeñan hoy “sus” vínculos24 –lazos de parentesco; mecanismos de solidaridad y asistenciales; Derecho consuetudinario rigiendo la División del Trabajo Social, la regulación del acceso a los recursos y de su gestión y distribución, la resolución de conflictos, la punición, etc.- con respecto al proyecto actual de dar cabida armónica a las comunidades y grupos humanos indígenas en la nueva División Internacional del Trabajo25.

En realidad, aquellos estados que tradicionalmente son tipificados como “Estados no de Derecho” por la Ciencia Política y la Teoría Política, por oposición al Estado de Derecho y sus variantes liberales o asistenciales, eran estados que se correspondían con sociedades de Derecho típicas26. Es decir, la relación política fundamental entre esos estados y “sus” sociedades consistía en la aplicación del Derecho, fuera en forma de Edictos, Ordenanzas, Disposiciones, Lettres, cláusulas, etc. Derecho para castigar, para cobrar impuestos y para llamar a la guerra a los súbditos; esas eran sus tres funciones regulativas básicas. Evidentemente, este Derecho no emanaba del “Pueblo” ni de la “Nación”, que no tenían derechos sobre el Derecho, al ser éste una prerrogativa del Soberano.

Sin embargo, los Estados de Derecho se corresponden con sociedades que no son esas sociedades de Derecho, sino con sociedades de derechos (civiles, individuales, políticos, sociales, etc.). En este caso, el poder no se ejerce fundamentalmente sobre la sociedad, sino a través de la misma, y ello en dos sentidos:

A. Los individuos son ciudadanos con poder; con capacidad de elección, participación, decisión, etc., quienes recurren a un entramado de instituciones cuyo funcionamiento está

23 En el sentido que le dieron los situacionistas, como la cosificación unitaria de una multiplicidad de facetas en las que los sujetos sociales del espectáculo permanecen cosificados, el espectador no es quien contempla, sino una reificación cuya actividad consiste en realizar, a través de sus relaciones mediadas, las representaciones de lo real formuladas desde la perspectiva inherente a la burguesía. 24 Muchas de estas poblaciones no son realidades comunitarias, sino que están divididas en clases, de modo que el Derecho consuetudinario no es calificable de “vínculo indígena” en abstracto. Aunque pueda llegar a representarse en sus conciencias como una realidad “emanada naturalmente de la relación natural entre la comunidad y la tierra” y por ello palpado como algo propio a diferencia del rechazo que suscita la Ley estatal –de ahí justamente la promoción de la reconstitución del Derecho consuetudinario vía ONGs, Forum Universal de las Culturas, etc.-, lo cierto es que ese Derecho es producto de la separación social en cuya reproducción participa. 25 Robert Castel, en La sociedad psiquiátrica avanzada, describe la particularidad definitoria del abanico de actividades encaminadas a asegurar que sociedades como ésta la de quien escribe no quiebren. Esta particularidad reside en una política que funciona atravesando toda diferencia –social, cultural, de formas de vida, contracultural…- exactamente tal y como actúa la bomba H con la materia inerte: deja la diferencia intacta, al tiempo que la pone a funcionar constructivamente en el universo social; en un conjunto de partes interconectadas operando orgánica y armónicamente para la propia auto-reproducción de la jerarquía ordenada que constituyen. Mediados por esta política, orden y diferencia se funden en una simbiosis perfecta, de modo que sólo existe su síntesis: la diferencia es orden social y el orden social consiste en una heterogeneidad de la que ha sido neutralizada cualquier virtualidad antisocial. 26 Ver punto I.IV.

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regulado por leyes y que son la prolongación de estos individuos en el ejercicio de sus libertades y de sus derechos (los atienden, los sirven, regulan su “comunicación” y su relación con el poder político, etc.). Ellos ejercen poder en tanto que como ciudadanos contienen una multiplicidad de dimensiones identitarias (consumidores, trabajadores, sindicados, votantes, contribuyentes, asistidos, etc.). Son, pues, lo que se ha denominado Sujetos de Derecho, con sus derechos, libertades y obligaciones. La Ley regula esos vínculos que poseen con el estado y con la sociedad civil, y los ampara en tanto que los reconoce como aquello en que han sido identitarizados, fijados, reificados; es decir, los ampara en tanto que son y actúan como “parados”, “declarantes de hacienda”, “obreros”, “mujeres trabajadoras”, “no fumadores”, “ancianos”, “niños”, y todas las categorías en que el individuo debe autocifrarse en unos u otros contextos. Dado que el poder reconoce su existencia y lo trata desde ese punto de partida subjetivador, regulando su vida en tanto que es aquello o lo otro, y persiguiendo el Bienestar de él, esto es, de esa categoría en que permanece atrapado y que funciona en el orden existente. B. El hecho de que los sujetos lleguen a ser reificados en estas categorías identitarias que están de un modo u otro imbricadas en un juego de leyes y normativas de reconocimiento, protección, exigencias, regulación, etc., implica el proceso político de su producción de la mano de un poder que no es fundamentalmente jurídico. En este proceso, la Ley funciona garantizando que el proceso transcurra dentro de los límites de un orden que, si bien puede ser cuestionado y objeto de cambios procedimentales de reajuste funcional o a las demandas de los sujetos participantes en una u otra posición, no puede ser desbordado, interrumpido o cortocircuitado. Algunas de estas categorías identitarias son indispensables al alfa y omega de la racionalidad de esta sociedad: la realización del valor por medio del intercambio mercancía-dinero. Algunas otras, aun sin ser directamente necesarias y ni tan siquiera funcionales, son inevitables en tanto que producto inherente al MdP capitalista y se vuelven objeto de tratamiento político por ser peligrosas y al mismo tiempo potencialmente rentables. Esto segundo si el poder consigue hacer que los sujetos en ellas reificados planteen sus luchas y resistencias, demandas, protestas, etc., pensándose desde el interior incuestionado de tales reificaciones. Dándoles respuesta a ellas puede contener estas realidades molestas en la medida en que el origen de su existencia queda ajeno a la actividad de negación y las acciones permanecen separadas unas de otras. Cuanto más perfecciona, el poder, estas categorías, limando los accidentes de insatisfacción que implican, mayor es el perfeccionamiento de una realidad que funciona generando, gestionando y nutriéndose de esa cuestión opresiva fundamental: las reificaciones que dirigen la actividad alienada del ser así subjetivado.

En otras palabras, cuanto mayor es el reconocimiento y la aplicación efectiva de los derechos promulgados en el Derecho, más y mejor domina a la sociedad el proceso de consumación de la plusvalía que la requiere; mejor consigue purificarse de las contradicciones que le presenta el reto de satisfacer a los sujetos en esa segunda piel que ha acabado por adueñarse profundamente de su consciencia. Las libertades democráticas, concretadas en el Derecho que las formula, son esclavitud a las reificaciones no precisamente en la medida en que son vulneradas por un Derecho “negligente”, “hipócrita”, “que no se cumple”, “ideología”, “disfraz”, etc., sino en la medida contraria que supone su veraz cumplimiento. A su vez, esas reificaciones son ideología en tanto que vedan la comprensión del ser social real común a los sujetos que las encarnan, y que las atraviesa a todas siendo, una vez reconocido, el único punto de partida posible para la única resistencia auténtica

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posible: aquella que incorpore todas las resistencias específicas propias a una orientación apuntada a interrumpir aquellos procesos políticos y aquel Modo de Producción que fundan esas identidades –reales, efectivas, existentes, que no se reducen a ideología- cuidadas, atendidas, fortalecidas y confirmadas por sus derechos y sus libertades. En este sentido afirmo que el poder atraviesa esta sociedad, porque los profesionales en contacto con los sujetos durante su proceso de reificación –que dura hasta la muerte-, aun sin tener el Poder, ejercen un poder determinante de la vida de ese sujeto, mientras un Jefe de Estado o un juez no puede soñar con marcarlo con esa profundidad, sino, el segundo, nada más que con derivarlo a espacios donde esas hormigas austeras, discretas, laboriosas, casi invisibles, realizarán su trabajo con paciencia, tolerancia y honestidad.

Desde determinados juristas, teóricos del Derecho y “filósofos” se opone la tesis

marxiana sobre la condición del Derecho como dispositivo de dominación de clase, al Derecho como arma de los sujetos para limitar su propia indefensión y la arbitrariedad del poder, así como para garantizarles libertades y determinadas condiciones de Bienestar. Los “optimistas” entre ellos aseguran que el Derecho no siempre actúa como lo primero y que ya es, al menos parcialmente, lo segundo. Los “realistas” esperan que el Progreso haga desaparecer esa función de arma de clase al tiempo que realiza una potencialidad jurídica de defensa y protección de los ciudadanos.

En realidad, la certeza de que el Derecho es todo esto último no niega que sea aquello que Marx afirmó de él; cuando el Derecho formaliza en leyes y normativas la garantía de poder practicar una defensa de los propios intereses subjetivos de la subjetividad atrapada en reificaciones, con ello afirma y realiza su condición de dispositivo de dominación de clase. Para comprender mejor la mistificación que se expresa cuando se pretende estar delatando lo segundo en base a la “prueba” de las carencias en lo primero –carencias atribuidas, por este razonamiento mistificado, a una carencia otra, intencional, en lugar de a una carencia fáctica para el cumplimiento de propósitos verdaderos-, efectuemos la genealogía del Derecho de la burguesía:

La máxima Libertad-Igualdad-Fraternidad sintetizaba el ideal burgués de la sociedad. No eran sólo palabras, ni embaucaciones en nombre de las que arrastrar a los sujetos a luchar para la burguesía y, una vez tomado el poder, en nombre de las que esperanzarlos y conformarlos. Se trataba de ideología, pero no a modo de farsa (o no fundamentalmente), sino en tanto que la expresión de un proyecto burgués verdadero parcialmente realizable.

La crítica de la Economía Política revelará esa verdad concreta suya: la Libertad había sido conquistada y había fundado el proletariado. Los sujetos habían quedado libres de todo vínculo jurídico con el terrateniente y al tiempo libres de la contraprestación que para ellos tenía esa atadura: la garantización de la subsistencia y la posesión práctica de tierras27, aperos de labranza, maquinaria, recursos naturales, animales que cazar y que pescar, bosques donde recolectar y talar, etc. Paralelamente, grandes masas de pequeños propietarios eran despojados de sus tierras por desamortizaciones que las fundían en una sola explotación, ahora factor de producción para la acumulación de capital.

Finalmente, las personas que tenían la tierra como medio de vida porque deambulaban a través de los campos, tomando de aquí y de allá, estableciéndose temporalmente a la sombra de los latifundios y cultivando para su beneficio exclusivo tierras del terrateniente, sin que fueran perseguidos, apresados ni sancionados por nada de esto, iban a serlo a partir de la colonización

27 Uso, disfrute, aprovechamiento: lo que Marx llama propiedad real oponiéndola a propiedad jurídica.

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burguesa del estado y, en concreto, de su aparato jurídico. Sintetizando, había llegado la Libertad: las cadenas de la adscripción forzosa a la tierra se habían quebrado con nuevas leyes; nadie tenía ya porqué quedarse allí. En lo efectivo, esto significaba que, desposeídos por la institución de la propiedad privada (centralización de todos los Medios de Producción agrícolas en manos de la burguesía), no podían quedarse allí más que como proletariado rural, o emigrar a la urbe y vender allí lo único que la Libertad les había dejado: FT.

Por encima de las clases y de las relaciones reales en que estaban inmersas, relumbraba la Libertad: todo ciudadano era un individuo libre para hacer lo que deseara sin transgredir las leyes, que estaban para proteger esa Libertad de los intentos de impedirla por parte de terceros. El proletario era tomado como ciudadano libre que con su propiedad –ninguna, más que mercancías y salario- hacía lo que quería. Dicho de otro modo, podía vender su fuerza de trabajo o no venderla, como más gustara su estómago, y elegir a qué burgués de la burguesía iba a beneficiar con esa venta.

Al mismo tiempo, el burgués es también un ciudadano libre –no menos que el proletario, pues la Ley burguesa establece que todos son iguales ante ella- para operar con su propiedad, que es otra muy distinta –puede decidir a quién contrata y a quién despide, fijar cuánto de su propiedad transferirá al proletario en concepto de salario, cerrar su propiedad en respuesta a huelgas, etc. Cuando el proletario deja de percibirse como ciudadano y actúa para destruir esa Libertad del burgués y así la suya propia como proletario, la Ley, defendiendo la Igualdad de los ciudadanos en la libre disposición individual de lo que es de cada individuo, golpeará al proletariado con los medios precisos.

Por tanto, Igualdad de derechos y de amparo legal a cada ciudadano, sin distinción de clase, para que justamente gracias a ese mecanismo unos continúen siendo burgueses y, otros, proletarios. Pero también Igualdad para trabajar (si uno encuentra a quien le explote), para no trabajar (si se lo permiten a uno sus condiciones de existencia), para comprar y nutrirse (pues el dinero vale lo mismo salga del bolsillo que salga, aunque unos estén llenos y otros vacíos). La diferencia estriba en la posición del sujeto ante el modo de propiedad existente: unos la privan, otros están privados de ella.

Eso nos pone de lleno en el Principio de Fraternidad. Al traducir la sociedad de clases en esta pseudocomunidad de átomos individuales “libres e iguales”, es decir, tomados indistintamente por la Ley y dotados de disposición sobre su patrimonio (en caso de tenerlo), la burguesía no ve justificación para una ruptura de la paz más que cuando, desde su perspectiva, considera que el gobierno vulnera su compromiso de servir a esa máxima (Principio de Resistencia teorizado por Locke). El Mito fundacional de la burguesía descansa sobre el relato del esfuerzo propio como motor histórico de su propiedad28, correspondencia formalmente realizable por cualquiera.

Y el gobierno debe abstenerse de intervenir en este proceso a favor de algunos y en perjuicio de otros, con lo que sesgaría aquello que la burguesía identifica con la Justicia. Cumplida esta condición por el estado, nada justifica la ruptura del Principio de Fraternidad, es decir, de la sumisión pacífica del proletariado a la burguesía. Ello es así porque la acción de clase contra la propiedad privada implica un desacatamiento de ese Mito fundacional de la burguesía y reproductor de su orden: la adquisición de propiedad como una actividad no violenta. Es decir, implica la disidencia con respecto al dogma racional -se trata de un razonamiento- a través del que la burguesía aplica una coacción moral sobre un proletariado moralizado en su lógica;

28 Aquello mismo que Marx desmiente en La acumulación primitiva.

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aquella lógica que anuda unas premisas29 con la conclusión que supuestamente determinan pronunciar. Esta conclusión se compone de un mandamiento y una advertencia: “No coaccionaréis la Libertad del capitalista o seréis castigados por ello”.

A nadie escapa que del dicho al hecho hay un trecho: la dureza de las penas se distribuye con arreglo al tipo de delito y, por ende, a la clase del infractor; las discriminaciones, por abundantes y por la diversidad de grupos sociales afectados, se convierten en norma y no son excepción; la igualdad de oportunidades es quimera cuando no existe igualdad de recursos; afrontar una pena y suavizarla dependen del bolsillo del acusado; la corrupción guía la jurisprudencia; también guía la jurisprudencia el carácter de clase de los jueces, porque desde esta perspectiva de clase valoran moralmente e interpretan “la gravedad de los hechos”, “contextualizan”, etc.; la Fraternidad acaba en la calle entre gases lacrimógenos y cargas policiales; personas que realizan el mismo trabajo no perciben el mismo salario ni son afectados por las mismas condiciones laborales en función de su sexo, procedencia, edad; podríamos escribir y escribir un ejemplo tras otro. A Marx tampoco se le escapó.

Sin embargo, la tergiversación izquierdista de la tesis de Marx: El Derecho es un dispositivo de dominación de clase, consiste en señalar este carácter en el hecho de que “Libertad-Igualdad-Fraternidad” no se cumple en los hechos. Una franja entre estos izquierdistas son los burgueses pensantes más idealistas que existe: imaginan que la realización impura de la idea es consecuencia de corrupciones, pervivencia de esquemas dictatoriales, de la tiranía del “gran capital” sobre el estado, en fin de una carencia política. Dicho de otro modo, creen en el potencial de esta sociedad y en su virtuosa esencia en mucho mayor grado que las demás ideologías.

La otra franja admite que esto no es sólo una cuestión de cambiar actitudes, y de ejercer presión y participación populares, así que subrayan la contradicción insalvable entre los intereses particulares de la burguesía y el cumplimiento de unos ideales que ésta propagandearía hipócritamente. Ello exigiría a los proletarios “tomar el estado”, por ser los únicos auténticos interesados en tal cumplimiento. Este planteamiento, de abrirse paso exitoso, ha cristalizado históricamente en la constitución de estados obreros: organización política del capital que ha priorizado la atención a los obreros y la defensa de sus derechos, de sus intereses como obreros que son, etc. Empresa política que vuelve a encontrarse con los impedimentos objetivos que a su funcionamiento planta el proceso de acumulación de capital, pero que aun así ha logrado en algún caso relativa eficiencia, pensemos en la RDA.

Pero lo importante es hacer notar aquí que todos ellos convergen en servirse de la sentencia de Marx: El Derecho es un dispositivo de dominación de clase, –en invocarla, citarla- reputándole a Marx haber denunciado el Derecho como “ideología”30. Cuando, más allá de esa verdad no radical que Marx percibe también, el eje central de su crítica del Derecho no es su incumplimiento, ni el eterno espejismo de verse cumplido, sino precisamente la voluntad burguesa de cumplir la esencia del Derecho, todo lo no accesorio en él, el despliegue en la realidad de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad.

La prueba de ello es que hay sólo una situación hipotética que fuerza al Derecho a ponerse a sí mismo en suspenso, por ser una situación que, por un lado, no puede tolerar y, por

29 “Unos tienen más éxito que otros”, “Unos llegan más lejos que otros”, “La propiedad es el resultado de la interacción de tres variables: esfuerzo, aptitudes y suerte-herencia-posición social de origen”. 30 En el sentido ideológico vulgar “marxista”, que no marxiano, del término; esto es –para esta cuestión-, como mentira de lo dicho por la Ley encubriendo lo no dicho: ser objeto de omisión, de ignorancia, de aplicación selectiva, de manipulación, de trampeamiento político.

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otro, la clase a que el Derecho sirve no puede afrontar sirviéndose de éste: aquella en que unos y otros sujetos dejan de reconocerse en lo que el poder normalizador ha hecho de unos u otros, y dejan de exigir que se les proteja por ello, con voluntad para destruir esas identidades reales en que el poder los identifica selectivamente entre sí por la misma operación con que los separa ideológicamente de su ser social concreto como desposeídos.

Foucault desmiente que la relación poder-libertad sea una relación entre polos antagónicos: el poder jurídico desarrolla la libertad de las dimensiones específicas del Ser social con que éste se presenta en unos u otros espacios de poder (no jurídico). Por ejemplo, reconoce a las mujeres proletarias que se han desplazado hasta el salariado desde el trabajo de reproducción de la FT (“doméstico”) bajo la categoría de “mujer trabajadora” y tiende idealmente a protegerlas en los contratos, su embarazo, busca armonizarla con otras categorías (“madre”, “pareja con una vida también en el hogar”, etc.). Frente a la constatación de la evidencia del no cumplimiento de leyes que son ya por sí mismas consideradas “insuficientes”, “discriminatorias”, “conservadoras”, “de necesaria revisión para actualizarse a las nuevas situaciones”, etc., determinadas franjas del izquierdismo recitan su diagnóstico/propuesta: El Derecho está secuestrado por la primacía de intereses extrajurídicos que lo ponen a su servicio; la ciudadanía puede rescatarlo para ponerlo a su servicio. Directrices: democratización del estado, politización social y democratización del Derecho. El Derecho es, para esta socialdemocracia ciudadanista de izquierda, dispositivo de clase porque se impide su cumplimiento y la situación ideal sería que se cumpliera, pero esto pertenece a los sueños irrealizables (pensamiento burgués en torno a su sociedad idealizada; limpia de sus contradicciones y bella -a su modo de valorar el sentido de la vida, lo elevado de ésta y lo que de ella “vale la pena”-, justa -nuevamente a su modo de valorar la vida-, etc.). Otras críticas al Derecho se formulan desde una visión psicologista y hacen hincapié en la corrupción del poder, la idea de que corromper sería cualidad inherente a “El Poder” pensado como una especie de entidad metafísica, la insensibilidad de los jueces, etc. Otra crítica muy manejada es la típica de la extrema izquierda: en el capitalismo, la justicia del Pueblo no es realizable, y ello se debe a la extracción burguesa de los jueces, pero fundamentalmente a que el Derecho es “instrumento” de la burguesía.

A perspectiva burguesa del Derecho corresponde también aquella ideología de que el contenido opresivo de la justicia (visto como “su alejamiento de la Justicia”) consiste en su parcialidad y su servilismo a “las esferas del dinero”. El requisito para desalienar a la justicia de la Justicia consiste aquí en devolverle su casta neutralidad arrebatada (“La Justicia es ciega”) y su imparcialidad, ya que entonces ve clara la Verdad –una Verdad ética situada en un terreno extrapolítico. Pero precisamente cuando la justicia es “Justa”, lejos de demostrar que ha ganado su supuesto espacio autónomo, es decir, su libertad con respecto a la política entendida como una ciénaga que impide a la justicia ser ella misma –ser Justicia-, demuestra el cumplimiento de su función política fundamental. Por ejemplo, el poder jurídico promulga la carta de los derechos de los niños en una declaración complementaria al acto político no jurídico de parcelación de la vida y de la subjetividad en “niñez”, “adolescencia”, “vejez”, etc. Está sentenciando a favor del sujeto tal y como el proceso básico estructurador de la sociedad necesita que siga siendo. El Derecho sirve en unas prácticas discursivas: la ideología produce realidad y ésta se esencializa, separándose, en la conciencia, de sus procesos productivos. Funciona dentro de un sistema de subjetivación; no puede ser neutral.

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El objeto político del proceso penal no es hoy la conducta. Lo demuestra el hecho de que se siga interrogando al confeso cuando se han esclarecido hasta los más mínimos detalles del acto punible. En los estados que ejercían un poder de Soberanía, el delito era un acto de Lesa Majestad; una ofensa al Soberano. El estado y el poder religioso se repartían el castigo –de la muerte con tortura a la reprimenda- de conductas, afirmaciones, intenciones, deseos detectados, planes abortados, maldades, aberraciones, obscenidades, que son englobados en la inmoralidad –producto ésta de la caída en la tentación, de la perversidad, “de la miserable, vil y baja naturaleza humana” según la valoración que el nihilismo judeocristiano hace de la especie, de la inclinación al vicio, etc.- o en el quebrantamiento de las leyes (Ordenanzas Reales). Se definen los actos punibles por caer en el extramuros de la Pureza, y en esa tierra ignota se confunden todos, marcados políticamente con la abstracción de la infamia. No son distintos unos de otros en aquello para lo que interesan al poder.

En las sociedades de poder normalizador, el Derecho ya no será la instancia que ponga punto y final al acto mediante sanción, sino que su juicio y dictamen supondrá el punto de inicio. Y ello tan sólo para una pequeñísima proporción de casos sobre la totalidad de realidades tratadas políticamente, ya que muy pocas de estas realidades son actos, y aún menos son actos delictivos. Esas realidades dejan de ser agrupadas en la indistinción de “lo ilícito”, “lo impuro”, “el agravio”, “el delito”, “el pecado”, “la contranatura”, “lo impío”, todos ellos intercambiables y sustituibles. Ahora son tomadas como indicadoras de la verdad del sujeto, del que la medicina, la psicología, la sexología, la psiquiatría, la fisiología, emprenderán una especie de hermenéutica. Hermenéutica que, para esa pequeña proporción de actos de falta o delictivos entre el conjunto de lo real que el poder normalizador engloba, tiene inicio en el transcurso mismo del proceso penal. Allí ubicada la practican, así mismo, criminólogos, sociólogos y ahora también antropólogos, en comunicación con el juez y que intentan responder a cuestiones como la de si puede ser explicada racionalmente el acto del caso a tenor de su cultura, y cómo afecta esto al castigo.

Estas realidades son analizadas, clasificadas, calificadas, distinguidas en su especificidad, en tanto que son el punto de apoyo para una práctica de rehabilitación del sujeto; hablan de él. Dejan de suscitar indiferencia –porque lo que incumbía antes al poder era su pertenencia a un reino común de lo reprimible- y se convierten en materia de conocimiento/tratamiento científico. Prácticamente la totalidad de estas “enfermedades”, “disfunciones”, “alteraciones”, “anormalidades”, “problemas”, en ningún momento pasan por el Derecho. Este acondiciona mundos espacial-políticos que no son el suyo, aprovisionándoles de un marco legal armonizador: posibilitador de condiciones para el desarrollo del trabajo científico a la vez que dotador de derechos del sujeto en tanto que su presencia allí es la presencia de un “paciente”, “interno”, “usuario de un servicio”, “discapacitado”, “preso”, “enfermo”, “drogodependiente”, “alumno necesitado de refuerzo”, “menor”, etc. Cada caso es objetivado por prácticas de examen regidas por una voluntad de máximos refinamiento y exactitud; el Derecho como epicentro del poder de Soberanía descalificaba. La Ciencia califica ubicando el caso en una coordenada concreta de un cuadriculado multidimensional que comunica categorías y escalas progresivas de subcategorías hasta el máximo nivel exploratorio que corresponda. Para realizar esto son necesarias, hoy, disciplinas transdisciplinarias –psicopedagogía, psicobiología, psiquiatría transcultural, bioética de la medicina, psicología social, etc.-, capaces de detectar el punto de intersección en que se sitúa el caso, multidimensionalmente normal o anormal.

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Al respecto, el 99% de los presos lo son por transgresión de la propia condición de ser privado de la propiedad (insumisión a la propiedad privada; “robar”), o por delitos derivados de la condición ilegal de varias drogas. Los delitos que “indignan”, aunque bien instalados en el imaginario social como ecuación preso-monstruo31, son cuantitativamente insignificantes y la misma prisión los fabrica alimentando con ellos su propia legitimación32 y la de otras instituciones de secuestro, como la escuela y el psiquiátrico. El Derecho se ocupa también de estos segundos delitos, pero su función propia y que lo define no tiene que ver con ellos, del mismo modo que no define la función esencial de la policía el hecho de que los policías ayuden a cruzar a viejecitas desvalidas cuando las ven horrorizadas por el tráfico, por más que éste sea realmente uno de sus quehaceres. Por tanto, la verdad del sujeto atrapado en el engranaje del Derecho acostumbra a ser la de alguien que ha violado lo que aparece no como una institución de clase, sino como elemento del Derecho Natural; como una realidad fruto y al tiempo requisito de la Libertad. K.Marx analizó que la propiedad privada es el resultado histórico de un proceso histórico: la desposesión de unos sujetos por otros que se apropian privativamente de los medios de vida y de los elementos de su producción; la propiedad privada es privación de toda propiedad. La verdad “de hecho”: “Ha robado” omite el proceso de producción de esa verdad, así como los intereses productores de las connotaciones que aparecen fundidas en esa verdad de presunto significado objetivo. El Derecho mismo se convirtió en práctica guiada por una voluntad científica, y en objeto de conocimiento científico (Ciencia Jurídica). Lo que un día fueron códigos para la administración de “las sensaciones insoportables” (M.Foucault) empezó a ser pensado, a partir de cierto momento, como la administración de las sentencias correspondientes y adecuadas. Del placer proporcionado a la crueldad del Soberano, a la expiación de un perjuicio y una ofensa a quienes se encuentran ante el incausado en una modesta posición de igualdad (Soberanía Nacional)33. El fin de que las sentencias sean sentencias correspondientes conlleva aparejadas las ideas de Proporcionalidad, castigo Justo, establecimiento de la verdad del acto en lo que ésta tiene de Desutilidad Social. El fin de que las sentencias sean sentencias adecuadas conlleva aparejadas las ideas de Corrección, Terapéutica, establecimiento de la verdad del sujeto en lo que ésta tiene de Utilidad normalizadora. La decisión de sentencia es –debe ser idealmente, aunque las propias contradicciones reales la desvíen a veces de ello- la resultante de qué sentido tiene el acto en el ser del caso humano juzgado.

Es en la medida en que la pena asignada es efectivamente castigo pero, más allá, la puerta a otras salas –de la curación, de la reinserción-; es en esa medida que ganó fuerza la idea de hacer del Derecho algo neutral, desapasionado, carente de venganza y de sentimientos “turbulentos”, que enturbian la Justicia. El científico del Derecho debe poder registrar la Ley correspondiente y adecuada igual que el sociólogo averigua las leyes sociales comunes a la vida social y que la rigen: Derecho Positivo, un asunto de precisión; una ciencia más, llamada a descubrir y establecer la verdad punible implícita a la falta o al delito, igual que otras ciencias

31 Imagen de cuya promoción es especialista la consagración televisiva a “los sucesos”, que proporcionan impresión al espectador de ser un sujeto rodeado de inseguridad y de abundancia de violaciones, fratricidios, abusos, palizas grabadas con móviles, etc. 32 Michel Foucault, La sociedad punitiva. 33 No es legítimo que el castigo se aparezca fundado en un capricho o en un sentimiento de arrebato desbordado –los ciudadanos no son el Soberano del estado de Soberanía y carecen de sus prerrogativas, de modo que no les es legítimo decidir por su cuenta-; deben actuar sirviendo a la verdad, ya que, cualquier apartamiento de ésta, por más excusas éticas de contexto y de ceguera emocional que tenga, no deja de ser un delito no menor a aquél contra el que se descarga.

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objetivan en los sujetos una multiplicidad de verdades normales o normalizables. Este transplante, al Derecho, de la verdad científica es el transplante de la verdad desde una perspectiva; la verdad de una disfunción en la racionalidad utilitaria en que se inserta. No es ajeno a esta conversión drástica de los principios rectores de la actividad penal, un desplazamiento drástico también en el terreno de la justificación matriz del estado, que baja de lo transmundano hasta lo mundano. El estado de Soberanía se justificaba teológicamente –hacía aplicar la ley de dios en la Tierra y era el Guardián de la Justicia, reprimiendo aquello que contravenía al Orden Natural en la moral y en los lazos de correspondencias entre los Estamentos. El estado de Soberanía salvaba las almas de la condena eterna. Por su parte, el estado que Antonio Escohotado llama terapéutico34 se justifica científicamente: no por salvar almas después de la muerte, sino por salvar vidas gracias a ser una maquinaria lo suficientemente potente, financiada, racional, con capacidad de organizar, movilizar e invertir recursos e investigación, como para practicar la Ciencia a gran escala. Dentro de la burbuja ideológica positivista dominante –“Orden y Progreso”-, la generalidad de la sociedad ha llegado a operar en su imaginario con el supuesto de que la Ciencia trae “el progreso social” –mejora de “las condiciones de vida”, obviamente desde una determinada manera de valorar la vida- ad infinitum35. El Derecho como ciencia que establece cuál es la pena exacta en consonancia con el binomio sintético caso-acto al que he aludido (pena correspondiente al acto y adecuada al caso), es el efecto de una exigencia constituida por el nuevo papel atribuido al estado como provisor de Ciencia y, por tanto, agente del cumplimiento efectivo de la condición del “Ser Humano” como “Ser Perfectible” y de la “sociedad libre” como “sociedad perfectible” sin techo. Ello de acuerdo con esa ideología de la Ilustración que finiquitaba con la llamada Revolución Francesa y sus extensiones, cualquier necesidad histórica de revolución. Porque con el estado burgués ya estaban dadas todas las bases para que las sociedades pudieran ir a mejor sin límite, mediante el funcionamiento de las libertades y de los derechos, y sin necesidad de romper nunca con el nuevo orden instaurado que, sin embargo, estaba destinado él mismo a ser perfeccionado progresivamente (perfectible él mismo por garantizar “la perfectibilidad humana”). El Derecho, sólo actividad científica, intervendrá en este reto de la perfectibilidad social en los aspectos concretos de la Justicia, de la Seguridad y de la Mejora de sus miembros. El Derecho así producido rebasa la función ideológica en un sentido estrecho, ya que persigue establecer –real y científicamente- a qué instancias y a quiénes es mejor transferir la gestión sucesiva del sujeto –según una primera ubicación tipológica ya esclarecida. Esta resolución en atención a que la jurisprudencia tiene siempre por brújula orientativa un abanico de penas posibles entre dos umbrales extremos; penas que, si han sido establecidas en el código de la legislación, ha sido como resultado de un procedimiento estricto con arreglo a su moralidad (el castigo justo) y a los efectos sociales que demuestra introducir (ejemplarización, inhibición de la reincidencia, etc.). Como cualquier tesis científica, cada una de estas leyes está sujeta a posibilidad de falsación y modificación total o parcial (derogaciones, enmiendas) si la experiencia demuestra que no era ella la verdadera ley inducible de la realidad36.

34 Antonio Escohotado, Historia general de las drogas, 2. El interregno liberal. 35 El dualismo entre justificación teológica y científica como modos distintos de auto-apología estatal aparece en Eduardo Rothe, La conquista del espacio en el tiempo del poder. 36 Es decir, objeto de la metodología falsacionista popperiana; sometida como ley a una lógica crítica de la adversidad, de la que jamás se libera. La primacía de este paradigma muestra cómo la inflación de la autoexigencia científica, pareja a un orden social cada vez más delicado por las complicaciones que le salpullen con su propio desarrollo contradictorio y que por ello necesita ciencias cada vez más potentes, ha llegado también al Derecho.

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Hemos visto que el Derecho es el respaldo coactivo de la realización del triple ideal burgués Libertad-Igualdad-Fraternidad, realización siempre limitada porque las propias instituciones sociales vertebradoras de la sociedad burguesa real y concreta desprenden necesariamente una serie de efectos de su funcionamiento, impidiendo que se complete la realización de esa abstracción. Marx no desarrolló explícitamente que el Derecho como una dimensión inserta en la totalidad política en que está organizada la clase dominante (estado) implica, en el seno mismo de esa condición suya, el estar al servicio de los sujetos del orden social que coactivamente avala. Y es que Marx vivió un tiempo concreto en un doble sentido: Vivió una vida acotada a una temporalidad, la misma que acota la extensión de cualquier obra escrita. Vivió una vida acotada a un periodo histórico, en que el capitalismo no se había desarrollado lo suficiente como para mostrar el alcance de sus libertades y de sus derechos. El Derecho atiende, defiende y reprende. Cuando la acción está planteada no para demandar, sino para destruir la sociedad de clases37, en un primer momento el Derecho se infla como una estrella que pretende llegar a alumbrar: enuncia medidas proteccionistas; invoca las reformas radicales, los derechos sociales para desarrollarlos todo lo posible, el derecho a nuevas elecciones por un gobierno al fin “legítimo”, combinando esta hipertrofia de autodilatación con represión legal y esto último en dos frentes: 1. Contra el proletariado que continúa afirmando su perspectiva autónoma y no se deja cooptar por los favores que reparte el estado en esa situación de emergencia para el orden que reproduce. 2. Contra el proletariado a quien logra desmovilizar con estas reformas radicales y estas medidas “revolucionarias”; a medida que la organización política y armada del proletariado se debilita por la aceptación de “las conquistas”, el estado va teniendo progresivamente campo ancho para ejercer su violencia a fin de cortar cree que de raíz cualquier riesgo de reconstitución futura de esa situación que ha sabido afrontar. Pero esa dualidad combinada acaba por disolverse: la estrella que pretendía irradiarlo y apagarlo todo con su luz y su calor, al final, explota cuando no puede inflarse más y no da abasto para una realidad que continúa superándole. El Leviatán intenta entonces alargar al máximo sus tentáculos; si no convence, tiene que vencer. Se desprende del Derecho y deja de utilizar sus tentáculos para agarrar; los concentrará en aplastar.

37 Es un absurdo lógico que pueda atender realmente al proletariado, ya que, cuando éste ha producido su conciencia, lo que pretende es su autodestrucción con la destrucción del otro polo de la dialéctica de clases. Pero es otro absurdo pretender que el proletariado le planteara demandas, justamente porque actúa como tal. Los sujetos constituidos en proletariado revolucionario ya no actúan como miembros de ese orden, sino como su anti-orden; como el principio de negación que el propio orden porta en sí, encarnado en esa clase que produce su realidad sin decidir qué realidad produce –esa clase alienada de su propia actividad.

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