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n este trabajo nos proponemos analizar algunos aspectos y face- tas de la noción resiliencia, así como también de los posibles efectos sociales de su difusión y circulación más allá de los límites estrictamente académicos y profesionales. El establecimiento de legitimidad de un discurso social se realiza -según el pensamiento de Bordieu- en un lugar de relaciones de fuerza, como campo de luchas donde hay intereses en juego, donde los distintos agentes e institucio- nes ocupan diferentes posiciones, según el capital especifico que poseen. Estas relaciones de fuerza elaboran distintas estrategias para defender su capital, capital simbólico, de reconocimiento y consagración, de legitimidad y de autoridad para hablar de la ciencia y en nombre de la ciencia. En el caso de las disciplinas hu- manísticas como la psiquiatría, la psicología, la educación y cualquier otra rama del saber con apoyatura en la dimensión social, los especialistas en la producción de bienes simbóli- cos comparten con todos los agentes que participan en ese mundo social la pretensión de producir una represen- tación legitimada del mismo. En otras palabras, los profesionales de la pro- ducción simbólica, no sólo entran en concurrencia entre sí, sino con todos los agentes sociales en su totalidad. Es por esta razón -según Bordieu- que el cientista social no puede obtener tan fácilmente el reconocimiento del monopolio del discurso legítimo so- bre su objeto. En este sentido, resulta esperable que un nuevo concepto como el de resiliencia, entendido como bien sim- bólico referido a lo social, sufrirá hasta su eventual legitimación una serie de procesos tendientes a ella. Para el campo de las ciencias so- ciales, los productores pueden con tal propósito referirse a dos principios de jerarquización y de legitimación opues- tos; el principio científico y el principio político, que allí se oponen sin llegar a una dominancia absoluta. En la órbita del principio científico, la fuerza de la argumentación depende en gran medida de la conformidad de las proposiciones, o de los procedimien- tos a las reglas de coherencia lógica y de compatibilidad con los hechos . Por el contrario, en el campo político, son las proposiciones que Aristóteles llamaba “endóxicas” las que otorgan el carácter persuasivo al discurso. Las proposiciones endóxicas son entonces aquellas a las cuales se está obligado a tener en cuenta porque gente que cuenta quisiera que fueran verdaderas; y también porque, participando del sentido común de la visión ordinaria -que es también la más compartida y la más ampliamente compartida- tienen la mayoría consigo. Por esta razón -dice Bordieu-, incluso cuando enfrentar, sobreponerse y ser fortalecido o transformado por las experiencias de adversidad”. ( ... ) Es un proceso que sin duda excede el simple “re- bote” o la capacidad de eludir esas experiencias, ya que permite, por el contrario, ser potenciado y fortalecido por ellas, lo que necesariamente afecta la salud mental”. 1 0 también: “Capacidad humana universal para hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas o, incluso, ser trans- formado por ellas. La resiliencia es parte del proceso evolutivo y debe ser promovida desde la niñez.” 2 Según estas definiciones, el mo- delo de resiliencia se propone como nuevo “paradigma”, que deja de hacer hincapié -como los modelos tradicio- nales- en los déficit, lo negativo, las desviaciones, las fallas, los problemas, las anomalías, los fracasos y la en- fermedades, para orientar su interés en las capacidades, las competencias, las fortalezas y en definitiva, en los aspectos positivos remanentes. Así, surge la propuesta programá- tica de este modelo, planteado como un cambio no sólo de enfoque, sino como un cambio de paradigma, una suerte de revolución epistemológica autoafirmada, en la que ya no se trata de promover salud mental, con todo lo que esto implica a nivel individual, IMPLICANCIAS POSIBLES DE LA CIRCULACIÓN SOCIAL DEL CONCEPTO RESILIENCIA son totalmente contrarias a la lógica o la experiencia, estas “ideas-fuerza” pueden imponerse porque tienen para ellas la fuerza de un grupo, y por- que no son verdaderas, ni incluso probables, sino plausibles, es decir, adecuadas para recibir la aprobación y el aplauso de la mayoría. En el proceso de construcción discur- sivo, el establecimiento de definiciones, migraciones ideicas y resignificaciones, otorgan principios para la caracterización de nuevas clases, constituyendo así la base de las nuevas taxonomías. En el nuevo enfoque, el concepto de “resiliencia” se constituye en el eje articulador del discurso. Veamos algunas de sus definiciones: “El rol de la resiliencia es de- sarrollar la capacidad humana de familiar, social, económico y político; sino promover los factores de resilien- cia, entendidos éstos como capacidades inherentes de los individuos y las comunidades, totalmente disociados de otras instancias como las clases sociales, la relación entre países del centro y la periferia, las condiciones sociopolíticas y la historia. Según este modelo entonces, las dis- ciplinas tradicionales que se ocupaban y se ocupan de la comprensión y del tratamiento del sufrimiento psíquico, no sólo resultan ineficaces, sino con- tribuyen a crear dolor y padecimiento. Así, por ejemplo, dice Ravazzola: “Los modelos de déficit se han ins- taurado en el centro de los paradigmas médico-psiquiátrico-ps icológico-sociales y nos inducen a pensar pronósticos reductores y negativos que inhiben a los sujetos de tomar iniciativas para resolver sus dilemas, y de asociarse con El concepto “resiliencia” ha sido recibido con gran entusiasmo en nuestro medio. La posibilidad de incorporar una nueva herramienta conceptual a nuestro bagaje cognitivo e instrumental, da cuenta al menos en parte, de esta pronta atención. Hace algunos años, y gracias a las críticas cinematográficas, pude asistir a la proyección de un muy exquisito film de Ber- tolucci, llamado “Cautivos de Amor”; cuestión que, además del deleite visual y acústico, me ha dejado más de un interrogante sobre los destinos posibles del amor pasión. El título del Coloquio, y particularmente la temática evo- cada por este panel, me dan la oportunidad que agradezco, de invitarlos a acompañarme en algunas preguntas y en las tentativas de formalizar algunas ideas. “...cuando el ser amado lleva demasiado lejos la traición a sí mismo y persevera en su engaño, el amor se queda en el camino” Lacan, Seminario I, Cap. XXII. TÍTULOS PARA EL AMOR** ecordemos la historia. La acción transcurre en Roma, y sus protagonistas son dos extranjeros: Jason, un notable pianista inglés que ha hereda- do la estupenda mansión de una tía rica, y Shandurai, una joven africana que huye de su tierra cuando el régimen dictatorial captura a su marido, un maestro rural que había burlado al líder militar imperante. El director nos muestra a Jason como un hombre joven, aniñado y torpe de movimientos, apartado de todo vínculo social; y a no ser por el con- tacto diario que mantenía con sus alumnos, su vida giraba alrededor de un piano solitario. La mujer es presentada como una excelente estudiante de medicina –pujante e irascible- que para costear su carrera, decide em- plearse en la casa de nuestro hombre, quien comienza a interesarse en ella a través de los signos de cuidado doméstico que ésta le brinda. Es muy descriptivo el despliegue musical que contornea la historia; preludios y fragmentos de Bach, Chopin, Mozart, Grieg y Scriabin dan so- porte a la atmósfera de Jason y su seducción, en tanto que un pop-reggae africano, es lo que conmueve rítmicamente a Shandurai, pero no sólo. En momentos donde no halla razón al infortunio, un dialecto africano emerge estruendosamente del fondo de la imagen, y cantado por un viejo nativo en lengua inentendible, narraría los hechos, escandiendo así el encuentro con lo inexplicable. Se suceden muchas imágenes y pocas palabras, secuencias oníricas que enmarcan los discretos coqueteos y rechazos de uno y otro personaje, has- ta que habiéndole Jason regalado un anillo de compromiso, ella va a su encuentro, y acontece este diálogo que quiero destacar: - Creo que ésto es suyo. - Era de mi tía. - No lo entiendo, no entiendo su música. - Esperaba que se lo quedara. - No puedo quedármelo. ¿Por qué tendría que quedármelo? - Te amo con toda mi alma. - Lo siento, creo que debería irme. - Cásate conmigo. - No puedo. - Cásate conmigo. - Está loco. - Nunca había sentido algo así, ni dicho estas cosas. Podríamos irnos adonde quieras, a Africa. - ¿Qué sabe Ud. de Africa? - Por favor, ámame. Haré lo que sea. ¿Qué tengo que hacer para que me ames? Haré todo! Cualquier cosa! - (Enojada) Saque a mi esposo de la cárcel! - ...Disculpe, no me dí cuenta que estaba casada. ¿Puedo preguntarle por qué está preso?

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n este trabajo nos proponemos analizar algunos aspectos y face-

tas de la noción resiliencia, así como también de los posibles efectos sociales de su difusión y circulación más allá de los límites estrictamente académicos y profesionales.

El establecimiento de legitimidad de un discurso social se realiza -según el pensamiento de Bordieu- en un lugar de relaciones de fuerza, como campo de luchas donde hay intereses en juego, donde los distintos agentes e institucio-nes ocupan diferentes posiciones, según el capital especifico que poseen. Estas relaciones de fuerza elaboran distintas estrategias para defender su capital, capital simbólico, de reconocimiento y consagración, de legitimidad y de autoridad para hablar de la ciencia y en nombre de la ciencia.

En el caso de las disciplinas hu-manísticas como la psiquiatría, la psicología, la educación y cualquier otra rama del saber con apoyatura en la dimensión social, los especialistas en la producción de bienes simbóli-cos comparten con todos los agentes que participan en ese mundo social la pretensión de producir una represen-tación legitimada del mismo. En otras palabras, los profesionales de la pro-ducción simbólica, no sólo entran en concurrencia entre sí, sino con todos los agentes sociales en su totalidad. Es por esta razón -según Bordieu- que el cientista social no puede obtener tan fácilmente el reconocimiento del monopolio del discurso legítimo so-bre su objeto.

En este sentido, resulta esperable que un nuevo concepto como el de resiliencia, entendido como bien sim-bólico referido a lo social, sufrirá hasta su eventual legitimación una serie de procesos tendientes a ella.

Para el campo de las ciencias so-ciales, los productores pueden con tal propósito referirse a dos principios de jerarquización y de legitimación opues-tos; el principio científico y el principio político, que allí se oponen sin llegar a una dominancia absoluta.

En la órbita del principio científico,

la fuerza de la argumentación depende en gran medida de la conformidad de las proposiciones, o de los procedimien-tos a las reglas de coherencia lógica y de compatibilidad con los hechos . Por el contrario, en el campo político, son las proposiciones que Aristóteles llamaba “endóxicas” las que otorgan el carácter persuasivo al discurso. Las proposiciones endóxicas son entonces aquellas a las cuales se está obligado a tener en cuenta porque gente que cuenta quisiera que fueran verdaderas; y también porque, participando del sentido común de la visión ordinaria -que es también la más compartida y la más ampliamente compartida- tienen la mayoría consigo. Por esta razón -dice Bordieu-, incluso cuando

enfrentar, sobreponerse y ser fortalecido o transformado por las experiencias de adversidad”. ( ... ) Es un proceso que sin duda excede el simple “re-bote” o la capacidad de eludir esas experiencias, ya que permite, por el contrario, ser potenciado y fortalecido por ellas, lo que necesariamente afecta la salud mental”.1

0 también:“Capacidad humana universal para

hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas o, incluso, ser trans-formado por ellas. La resiliencia es parte del proceso evolutivo y debe ser promovida desde la niñez.” 2

Según estas definiciones, el mo-delo de resiliencia se propone como nuevo “paradigma”, que deja de hacer hincapié -como los modelos tradicio-nales- en los déficit, lo negativo, las desviaciones, las fallas, los problemas, las anomalías, los fracasos y la en-fermedades, para orientar su interés en las capacidades, las competencias, las fortalezas y en definitiva, en los aspectos positivos remanentes.

Así, surge la propuesta programá-tica de este modelo, planteado como un cambio no sólo de enfoque, sino como un cambio de paradigma, una suerte de revolución epistemológica autoafirmada, en la que ya no se trata de promover salud mental, con todo lo que esto implica a nivel individual,

IMPLICANCIAS POSIBLES DE LA CIRCULACIÓN SOCIAL DEL CONCEPTO RESILIENCIA

son totalmente contrarias a la lógica o la experiencia, estas “ideas-fuerza” pueden imponerse porque tienen para ellas la fuerza de un grupo, y por-que no son verdaderas, ni incluso probables, sino plausibles, es decir, adecuadas para recibir la aprobación y el aplauso de la mayoría.

En el proceso de construcción discur-sivo, el establecimiento de definiciones, migraciones ideicas y resignificaciones, otorgan principios para la caracterización de nuevas clases, constituyendo así la base de las nuevas taxonomías.

En el nuevo enfoque, el concepto de “resiliencia” se constituye en el eje articulador del discurso.

Veamos algunas de sus definiciones:“El rol de la resiliencia es de-

sarrollar la capacidad humana de

familiar, social, económico y político; sino promover los factores de resilien-cia, entendidos éstos como capacidades inherentes de los individuos y las comunidades, totalmente disociados de otras instancias como las clases sociales, la relación entre países del centro y la periferia, las condiciones sociopolíticas y la historia.

Según este modelo entonces, las dis-ciplinas tradicionales que se ocupaban y se ocupan de la comprensión y del tratamiento del sufrimiento psíquico, no sólo resultan ineficaces, sino con-tribuyen a crear dolor y padecimiento. Así, por ejemplo, dice Ravazzola:

“Los modelos de déficit se han ins-taurado en el centro de los paradigmas médico-psiquiátrico-ps icológico-sociales y nos inducen a pensar pronósticos reductores y negativos que inhiben a los sujetos de tomar iniciativas para resolver sus dilemas, y de asociarse con

El concepto “resiliencia” ha sido recibido con gran entusiasmo en

nuestro medio. La posibilidad de incorporar una nueva herramienta

conceptual a nuestro bagaje cognitivo e instrumental, da cuenta al

menos en parte, de esta pronta atención. Hace algunos años, y gracias a las críticas cinematográficas,

pude asistir a la proyección de un muy exquisito film de Ber-

tolucci, llamado “Cautivos de Amor”; cuestión que, además del

deleite visual y acústico, me ha dejado más de un interrogante

sobre los destinos posibles del amor pasión.

El título del Coloquio, y particularmente la temática evo-

cada por este panel, me dan la oportunidad que agradezco,

de invitarlos a acompañarme en algunas preguntas y en las

tentativas de formalizar algunas ideas.

“...cuando el ser amado lleva demasiado lejos la traición a sí mismo

y persevera en su engaño, el amor se queda en el camino”Lacan, Seminario I, Cap. XXII.

TÍTULOS PARA EL AMOR**

ecordemos la historia. La acción transcurre en Roma, y sus protagonistas son dos extranjeros: Jason, un notable pianista inglés que ha hereda-

do la estupenda mansión de una tía rica, y Shandurai, una joven africana que huye de su tierra cuando el régimen dictatorial captura a su marido, un maestro rural que había burlado al líder militar imperante.

El director nos muestra a Jason como un hombre joven, aniñado y torpe de movimientos, apartado de todo vínculo social; y a no ser por el con-tacto diario que mantenía con sus alumnos, su vida giraba alrededor de un piano solitario. La mujer es presentada como una excelente estudiante de medicina –pujante e irascible- que para costear su carrera, decide em-plearse en la casa de nuestro hombre, quien comienza a interesarse en ella a través de los signos de cuidado doméstico que ésta le brinda.

Es muy descriptivo el despliegue musical que contornea la historia; preludios y fragmentos de Bach, Chopin, Mozart, Grieg y Scriabin dan so-porte a la atmósfera de Jason y su seducción, en tanto que un pop-reggae africano, es lo que conmueve rítmicamente a Shandurai, pero no sólo. En momentos donde no halla razón al infortunio, un dialecto africano emerge estruendosamente del fondo de la imagen, y cantado por un viejo nativo en lengua inentendible, narraría los hechos, escandiendo así el encuentro con lo inexplicable.

Se suceden muchas imágenes y pocas palabras, secuencias oníricas que enmarcan los discretos coqueteos y rechazos de uno y otro personaje, has-ta que habiéndole Jason regalado un anillo de compromiso, ella va a su encuentro, y acontece este diálogo que quiero destacar:

- Creo que ésto es suyo.- Era de mi tía.- No lo entiendo, no entiendo su música.- Esperaba que se lo quedara.- No puedo quedármelo. ¿Por qué tendría que quedármelo?- Te amo con toda mi alma.- Lo siento, creo que debería irme.- Cásate conmigo.- No puedo.- Cásate conmigo.- Está loco.- Nunca había sentido algo así, ni dicho estas cosas. Podríamos irnos

adonde quieras, a Africa.- ¿Qué sabe Ud. de Africa?- Por favor, ámame. Haré lo que sea. ¿Qué tengo que hacer para que

me ames? Haré todo! Cualquier cosa!- (Enojada) Saque a mi esposo de la cárcel!- ...Disculpe, no me dí cuenta que estaba casada. ¿Puedo preguntarle

por qué está preso?

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pares para ganar y enriquecer sus ca-pacidades. Antes bien, los modelos de déficit que niegan las capacidades de quienes protagonizan sufrimientos los han inducido a buscar la instancia en la cual delegar la solución posible y a transformarse en pasivos receptores de esas soluciones, en lugar de ser quienes activamente propongan lo más adecuado a sus propias necesidades.”3

Como se desprende de estas citas, no sólo se argumenta en el sentido de la ineficacia, sino que además y de una manera cuando menos temeraria se sugiere que los modelos tradicio-nales, identificados ya a esta altura de la argumentación en un todo con los modelos de déficit, estarían indu-ciendo en forma directa o indirecta más déficit. De esta manera, se ge-nera el sentido de que los modelos tradicionales ven déficit y al hacerlo también lo inducen, generando dis-función y también inermidad para la reacción a la salud. Ante los hechos incontestables de que las asistencias con apoyatura en los aspectos más positivos forman parte de las estra-tegias de tratamiento clásicas de las prácticas tradicionales, el argumento preestablecido es que los actores de dichas prácticas en realidad bogaban por el nuevo modelo sin saberlo.

Para resolver este inconveniente se propone entonces:

“Hacer (...) un esfuerzo especial para la identificación de aquellas experien-cias que, aun sin saberlo o tenerlo muy explicitado, están aplicando elementos desde la óptica de la resiliencia.” 4

Hasta aquí, la critica hacia el plan-teo de los modelos tradicionales, los aspectos positivos que dejan afuera, y los supuestos efectos nocivos que esto provocaría. Ahora bien, podríamos

preguntarnos: si todo modelo resulta un recorte, una abstracción de la rea-lidad, ¿qué es lo que queda fuera de análisis en la propuesta programática del modelo de resiliencia? Un principio de respuesta nos lo brindan sus propios detentadores cuando dicen:

“En el área del desarrollo humano, el énfasis de estas reflexiones está en la importancia de promover el po-tencial humano en vez de destacar el daño que ya se ha hecho”.5

Así, el recorte descartado por el

traumático desarrollará trauma.Hecha la aclaración y tomando como

ejemplo la experiencia de victimización, dentro de los efectos posibles se cuenta el desarrollo del estado de estrés post traumático. Este diagnóstico, si bien limitado en el sentido que no discri-mina clínicamente los estados post traumáticos debido a eventos natura-les de los humanos como la agresión violenta, el secuestro, el hecho de ser tomado como rehén, la tortura, el ataque terrorista, el encarcelamiento como prisionero de guerra o en un campo de concentración, y el combate militar; posee la ventaja frente a las expresiones como adversidad, expe-riencia de adversidad o sencillamente experiencia, de caracterizar claramente las conductas con intención de daño, como lo que creemos son en realidad actos delictivos y no vivencias expe-rienciales que darían la oportunidad no sólo de sobreponerse, sino hasta

de salir fortalecido.Además de los factores mencionados,

podemos agregar como situaciones asociadas a trauma de origen social, la exclusión sistemática, el racismo, la xenofobia y la reproducción de senti-dos simbólicos que pretenden definir realidades con inexactitudes y reduc-cionismos psicologizantes.

Siguiendo esta línea de pensamiento, Suárez Ojeda señala cuatro condicio-nes o características que reducirían la resiliencia comunitaria, refiriéndose a ellas como “antipilares”.

El tratamiento que reitera de estos “antipilares” es claramente un acerca-miento de tipo escencialista, donde no se objetivan como condiciones social e históricamente determinadas, sino como factores deletéreos plausibles de ser modificados, una vez determinada su existencia, por medio de interven-ciones de promoción de resiliencia a nivel de los grupos sociales directa-mente afectados.

Ahora bien, entre estos factores que “inhiben la capacidad solidaria de reacción frente a la adversidad colectiva”, menciona el malinchismo, el fatalismo, el autoritarismo y la co-

rrupción; factores que, obviamente, sólo deberíamos dejar de lado para poder gozar de los beneficios de un funcionamiento comunitario resiliente y convertirnos en una sociedad con autoestima colectiva, identidad cultu-ral, humor social y honestidad estatal. ¿Será esto posible?

Tomando como objeto de investiga-ción, y a modo de ejemplo, el primero de estos antipilares, nos encontramos con la siguiente definición:

“Hernos caracterizado como malin-chismo, en alusión al conocido episodio de la historia de México, a esa admira-ción obsecuente por todo lo extranjero, especialmente por lo que viene de Eu-ropa o de los Estados Unidos (nuestras comunidades). Renuncian así a su grupo de pertenencia, con lo que generan una anulación de sus recursos potenciales, ecológicos y culturales y empobrecen su capacidad de respuesta”.6

Si bien el concepto es incorporado al discurso del modelo de la resilien-cia con esta caracterización que hace Suárez Ojeda, el término es de uso corriente en la sociedad mexicana para referirse a la actitud anterior-mente descripta.

El vocablo “malinchismo” denota entonces -en un sentido amplio- la preferencia de lo extranjero frente a lo nacional, un deseo de sentirse extranjero antes que de la naciona-lidad propia, y posee connotaciones muy negativas al punto de significar oportunismo y traición a lo propio en favor de lo foráneo.

La historia de Malinalli, La Malinche, Malintzin, Malineli Tenepatl o Doña Ma-rina, entre muchos otros nombres que le fueron impuestos, es la historia de la mujer que dio origen, sin saberlo ni quererlo, a uno de los antipilares.

Esta mujer, de origen azteca y pro-bable estirpe noble, nació alrededor del año 1502. Fue entregada como tributo aún siendo niña a los mayas, vencedores de la comunidad azteca de la cual Malinalli formaba parte. Años después, aproximadamente a los 17 años de edad, el 15 de marzo de 1519 fue regalada a Hernán Cor-tés como esclava por los caciques de Tabasco junto a otras diecinueve mujeres, algunas piezas de oro y un juego de mantas.

Al tiempo fue bautizada y regalada por Cortés a uno de sus capitanes, lo cual no impidió que Malinalli diera a luz al primogénito ilegítimo de Cortés.

Finalmente, Cortés termina casándola con un hidalgo, Juan Jaramillo, con quien tiene una hija, María Jaramillo.

En esta particular condición exis-tencial, donde una mujer es esclavizada tempranamente, criándose en otra cultura, entregada como regalo al gran conquistador y siendo entre-gada como objeto a su vez por éste, Malinalli resultó un elemento difícil-

mente clasificable y muy útil para el proyecto de la conquista al dominar varias lenguas locales. Su utilidad como intérprete fue indiscutible, como indiscutible fue su participación en el plan de la conquista.

Ahora bien, el fenómeno de Mali-nalli, entendido como un proceso de generación social e históricamente determinado nos revela la existencia de una persona violentada tempra-namente, con una identidad cultural también violentada por el proceso de apropiación primero maya y espa-ñol después. García Sancho, propuso un concepto que creemos puede ser ilustrativo del fenómeno Malinche. Él acuñó el término “misogenia” para referirse a la aversión u odio al origen u orígenes como parte de un sindrome cultural, determinado por los avatares de la construcción de la identidad, en donde en el proceso de conquista y colonización de lo que hoy es Amé-rica, se generaron los sentimientos de inferioridad y descalificación social, que hacen de la misogenia una espe-cie de malestar global de los pueblos conquistados.

Así entendido el término misoge-nia, se refiere a:

“Odio o aversión al origen racial, de nacimiento en cuanto a pertenen-cia a grupo, tribu, pueblo o nación; en cuanto a familia o a la cultura o a la tradición, a la conducta del padre o de la madre o en cuanto al origen de éstos. Rechazo u odio hacia la pertenencia a la patria forzada o al pasaporte; al entorno en el que se desarrolló la infancia y a la primera educación o formación; al origen social, económico, religioso del tiempo en el cual se nació; a la identidad sexual y, además, a las múltiples combinaciones posibles de las ya expuestas”.7

Siguiendo a Esser Diaz y Rojas Malpica en sus reflexiones, podemos quizás atisbar el origen probable de las actitudes de Malitzin, en caso de que dejáramos de lado el condiciona-miento de la esclavitud.Dicen los autores:

“El colonizador por lo general pro-curaba las mejores y más hermosas mujeres para cohabitar con ellas. La mujer aborigen desarrollaba posible-mente una xenofilia o heterofilia por el varón extranjero, mientras que en el varón aborigen, se generaba mis-oxenia y xenofobia, odio y temor al extranjero ( ... )”8

La propuesta de incorporar un término de origen popular como malinchismo al ámbito académico, como herramienta para la reflexión teórica de actitudes sociales, sin una exhaustiva revisión social e histórica de su proceso de gene-ración y circulación simbólica, puede a nuestro entender, no solamente distor-sionar las lecturas de la realidad social, sino también contribuir precisamente a

modelo, resulta -a nuestro parecer- excesivo, hasta el punto de afirmar que lo que se deja afuera altera ra-dicalmente el sentido de la realidad y el modelo; en lugar de funcionar como un instrumento esclarecedor de aspectos de la realidad, se revela como una instancia ideológica, como un discurso mitificador .

La no mención del déficit, del trau-ma, de la historia, de la realidad de las víctimas o de los perpetradores de daño de toda índole no alcanza para desaparecer su existencia y sus efectos, de la misma manera que el reconocimiento de estos factores no los inducen.

Desde una perspectiva tradicional, la idea de trauma se encuentra asociada a la idea de eventos potencialmente traumáticos, constituyendo un error el hecho de sugerir que desde la óptica tradicional se piensa que -taxativamen-te- la persona expuesta a un evento

IMPLICANCIAS POSIBLES DE LA CIRCULACIÓN SOCIAL DEL CONCEPTO RESILIENCIA

lo que los detractores de los modelos tradicionales acusan a éstos, es decir, contribuir a la producción de déficit, enfermedad y dolor psíquico.

Cabría preguntarse además, si los que plantean la utilidad de tal incor-poración consideran la conducta de Malinche, la esclava, como un acto de libre albedrío, y por otra parte, si consideran la existencia de una he-rramienta conceptual mejor y más explicativa que el concepto de mi-sogenia para intentar explicar este fenómeno.

Si bien aún no son muy importan-tes en número, los modelos teóricos en los que acontecimientos nefastos del medio social son reconocidos como factores determinantes en la genera-ción de psicopatología, comienzan a hacerse más conocidos.

Estos verdaderos nuevos enfoques, enfoques críticos que sin negar los aspectos positivos de los afectados, sostienen desde su fundamentación teórica la necesidad de reparación de la víctima a través de la ejecución de justicia, la modificación del orden so-cial o el revisionismo histórico.

Como ejemplo de estos desarrollos podemos mencionar además del concep-to de misogenia, la conceptualización del Síndrome de Ulises o Síndrome del Inmigrante con Stress Crónico y Múltiple, tipo específico de depresión observado por Achotegui en inmigran-tes extracomunitarios, vinculado muy particularmente a migración en ma-las condiciones sociales; o también la investigación de Lagos y Kersner, en la que se plantea el efecto retrauma-tizante de la impunidad y la acción patologizante del duelo prolongado sobre la identidad personal.

La circulación de un bien simbóli-co, como una nueva idea o un nuevo concepto, atraviesa por una serie de instancias a través de la interacción con los distintos agentes que confor-man una sociedad. La legitimación de un determinado bien simbólico opera como descriptor pero también como orientador de significado no sólo de lo que una sociedad es, sino también de lo que necesita.

De lo que necesita saber, y también de lo que necesita hacer.

Ella se desgarra en llanto, y su viejo testigo africano canta lo propio. Acto seguido se lo ve a Jason acudir a una iglesia africana, donde es-cucha al coro en misa, pero –y lo considero central- también escucha el sermón del cura: “Quien intente preservar su vida, la perderá. Y quien la pierda, estará a salvo”.

El film prosigue exhibiendo la intempestiva carrera de Jason en ven-der todos los objetos preciosos de la mansión; en tanto ella aprueba sus exámenes, observa todo y calla.

Bertolucci magistralmente hace ver cómo se empiezan a volar las par-tituras, al mismo tiempo que él compone obra misturada de ritmo clásico y africano.

Finalmente, los esfuerzos de nuestro enamorado por localizar y obte-ner la libertad de Winston –marido de Shandurai- dan sus frutos. A esta altura él había vendido su piano, y con él su alma.

Informada del “milagro judicial”, ella no está felíz: un sueño de an-gustia le había revelado su enamoramiento de Jason, y además, que su deber estaba en otra parte. Jamás se animó a preguntar por los hechos que ya eran evidentes; ese hombre había dado su “prueba de amor”, y el marido llegaría al día siguiente.

La escena final los descubre juntos al amanecer. La brillante sonrisa de Jason al leer una pequeña nota de Shandurai: “Lo amo”, se transfor-ma en impávida mueca cuando irrumpe el sonido del timbre. Ninguno de los dos se levanta. Él la abraza, ella lo acaricia. Insiste el timbre, no se miran. Ella parpadea mientras la música del piano acrecienta la angustia. Se desentrelazan los cuerpos de pieles contrastantes, y ella apartando su mano, se incorpora.

La imagen de Winston esperando del otro lado de la puerta y en la calle, luego de varios llamados y tomando su equipaje en mano, cierra la película.

¿Qué ha sucedido en esta película que resuena también en algunas realidades de nuestros consultorios?, ¿Qué tipo de amor puede dejarlos cautivos en semejante impasse?, ¿De qué orden es el fracaso sentido por el espectador frente al devenir de los hechos?, ¿Será tal vez la crónica de una tragedia del deseo anunciada?...

Ya nos había advertido Freud, del peligro en que un sujeto puede caer cuando en nombre del amor, se desprende de todo su narcisismo en favor del objeto. La vertiente sacrificial de satisfacción masoquista, nos describe un mecanismo pulsional pero no nos revela cuál pudiera ser el antídoto para evitar la catástrofe pasional. Nos preguntamos: ¿Qué dignidad está en juego cuando un varón valioso en un arte que debiera poder representarlo, decide renunciar a él, y con él al único goce que tramaba su vida?

Si partimos del amor, como lo que hace condescender el goce al deseo, podríamos pensar que habrá padecimiento si el amor-pasión se arraiga sólo en el cautiverio imaginario, a la manera de ilusoria encerrona donde la única satisfacción paradojal sería la “complementariedad narcisista”. Esto es, ama-ríamos al otro por la misma sustancia de la que somos el reservorio, y en este sentido nos recuerda Lacan, que no amamos más que a nuestro cuerpo incluso cuando transferimos este amor sobre el cuerpo del otro en un movi-miento libidinal situado por una dialéctica pulsional normativa. Proceso que contempla no sólo la privación del objeto, sino su pérdida y recupero de goce según ley castrativa.

Siguiendo esta línea, lo que deseo en lo que amo es lo que le falta al cuerpo del otro amado; es el puro reflejo de mi reserva libidinal, es aquello que per-manece de mí investido en estado de causa. Desear al otro como deseante en tanto soy yo lo que amo. Narcisismo que en el mejor de los casos, nos permite extraer una medida fálica, y nos da la chance de amar con la falta, porque el Falo resulta organizador de cómo la libido afecta nuestro cuerpo.

En el caso de la pasión, pareciera quedar velada la escritura del imposible estructural revelado en la metáfora amorosa: intervalo infinito que da lugar a que se produzca la sustitución en las posiciones de amado y amante. Dado que el amor no identifica al sujeto, pero sí el deseo, en el caso de que algún amor haya sido puesto en posición de devenir un mandamiento, se pagará cara la búsqueda deseante. Bertolucci nos lo muestra sobremanera con los desencuentros de los protagonistas y lo incierto del final.

Pareciera que, es al abandonar la unidad unificante de la pasión, que po-dríamos articular la solidaridad del sujeto y el rasgo unario, con el hecho de que la estructura del sujeto se constituye donde la pulsión sexual encuentra su función privilegiada entre todas las aferencias del cuerpo. Por ello, el Uno se extrae del narcisismo, declarando al sujeto como un imposible del Otro. Es porque hay un sujeto que se marca a sí mismo o no, del rasgo unario, que puede haber falta de objeto que soporte al vacío del deseo. Quien se arrogara el derecho de prescindir del amor, no sólo resultaría cautivo de una identidad mortífera, sino que perdería todos los derechos al goce humano abandonán-dose a una existencia doliente, y quizá sufrida.

De este modo, creo entender el estado de urgencia de un hombre como Jason. Cuando no lo orienta el rasgo unario a la hora del amor, no podrá disponer del organizador fálico que le permitiría amar a una mujer sin perder sus emblemas, aquellos por los cuales se es reconocido y también amado. Si acordamos en que se ama con la falta del deseo, no podríamos homologarla de ninguna manera a la desposesión o a la renuncia. Suicidio del deseo que no se nutre de su causa; impasse de una dialéctica que no tiene a disposición la escritura del agujero poiético del inconciente; situación que abandona a cualquier mortal a verse inhibitoriamente impedido del juego simbólico en referencia a lo real. Sitúo aquí, lo que en el seminario de los escritos técnicos, Lacan denomina el amor no ya como pasión, sino como don activo, ese amor

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que apunta más allá de lo imaginario, a la particularidad de su objeto.

Estaríamos quizá, frente a un accidente en la constitución del Yo, seña-lado por el fracaso de su consistencia de agujero, hecho que entonces impele a un parlêtre a la urgencia de cobrar sentido como argamasa fálica del Otro, viéndose frustrado no sólo del goce fálico, sino también del goce del cuerpo. Recordemos del diálogo, su reclamo imperante en ser amado por Shandu-rai, y a cualquier precio. Creo leer allí, el desvanecimiento en su dignidad de sujeto.

¿Qué podríamos pensar en relación a la figura femenina? Nos la muestran queriendo resistirse al encanto del músico, ante el enigma que representaba para ella su música; y sin embargo un sueño le indica con imágenes concre-tas que una sustitución amorosa se había producido. Jason viene a ocupar el lugar de aquel dictador que hizo desaparecer a su marido, convirtiéndose en un varón que “se” ofrece sin títulos a una relación; pero aun así, ella lo ama y acepta no sin angustia, atravesar la incertidumbre de esa suerte. El encuen-tro con ese real, se recorta figurado por esa lengua extranjera que agujerea todo sentido común de la historia.

Dijimos que a pesar de ello, lo ama; y también lo odia, justamente por amarlo en esta “verdad primera” que Lacan cita en RSI cuando define al amor como odioamoramiento; en tanto el amor no quiere decir el bien-estar del otro –aquí aparece muy claro- aunque dado el caso, la preocupación por ese bienestar del otro tiene un límite, la exsistencia. Esto querría decir, que una pareja está anudada por el agujero que traza la interdicción del incesto, aval de la no-relación sexual, denotada por varias escrituras.

No pareciera ser este ejemplo de película, un caso de anudamiento por la exsistencia. A pesar de la evidencia de su amor por Jason, Shandurai re-trocede en el actuar conforme a su deseo, haciendo del amor y su derecho al goce, un deber: por un lado, entrega a su amado una carta de amor, y al mismo tiempo “se debe entregar” a su marido; cuestión no interpretable en las vías del deseo sino en estricta obediencia a un mandato insensato. Vemos así, cómo la culpa la paladea en el ideal, tornando desgraciado y amargo su tan ansiado encuentro.

Su desasimiento final del lecho amoroso, señala la errancia de esta mujer, en quien las significaciones, los afectos y los sentimientos descuartizan su ser bajo los imperativos del superyó, que al decir lacaniano, es el único que obliga a gozar.

Para concluir, quisiera retomar la frase del epígrafe: “...cuando el ser ama-do lleva demasiado lejos la traición a sí mismo y persevera en su engaño, el amor se queda en el camino”. ¿Qué medios harían falta entonces, para no de-jar al amor en una impasse? Pensaría quizá, en los títulos refrendados por las escrituras de la castración: Falo ( ), Rasgo Unario, y menos phi (- ). Letras producidas en las identificaciones, son las que permitirían –bien anudadas- ir hacia el encuentro amoroso, con un justo medio de ilusión y de creencia.

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me pide una consulta por un niño, luego de presentarse y de hacer

una descripción de la situación, dice: “Lo tengo adoptado … desde hace un tiempo no hace nada en la escuela … en casa, tampoco quiere hacer nada …para que haga la tarea es una pelea…”

Acordamos una entrevista con S. y F., padres del niño.

A lo largo de las entrevistas con S. se presentan, vez tras vez, las hojas en blanco de los cuadernos del niño. Enlazado a los blancos, se construye, en transferencia, el mito.

S casada con F. luego de algunos años de insistencia por lograr un embarazo que no era posible deciden inscribirse en una lista de adopción, en un juzgado provincial. Un tiempo después, se produce un embarazo, no sin riesgos, es “retenido por un cerclaje”2. A los siete meses de ges-tación se interrumpe: “…la nena se murió… nunca me explicaron…el em-barazo venía bien.”

S con un duelo imposible de tra-mitar. La inscripción para la adopción continúa su curso y es así que se pro-duce la posibilidad de un hijo, varón,

“…no puede ser que no haga nada… cuando quiero que haga las tareas me trata mal, rompe todo, no quiere… no me abraza, no quiere que lo toque, dice, salí vos no sos mi mamá…”.

F. en una de las entrevistas dice: “El problema es ella, grita todo el tiempo… y L. nunca duerme en casa, siempre estamos adelante…”. El niño

Lacan dice en algún lugar “… que el inconsciente es el discurso del Otro. Pero el discurso del Otro que hay que realizar, el del inconsciente, no está detrás del cierre, está afuera, es quien pide, por boca del analista, que vuel-van a abrir los postigos.” 1

en entrevistas desde hacía un tiempo por su hijo L, de nueve años.

El encuentro con L, se produce previamente a la entrevista. Suena el timbre de manera sostenida. La distancia a recorrer hasta la puerta del edificio es considerable, el timbre seguía so-nando con cortas interrupciones. Me encuentro con un amasijo entre cuerpo y reja y otro que decía, en voz muy tenue: “bajá, no va a poder abrir”. Así llegaron S y L a mi consulta. En el recorrido, saltos, gritos, patadas, avances, retrocesos, golpes de puertas, mientras tanto pensaba, ¿desamarra-do?. S y yo lo seguíamos.

Ya en el consultorio, los gritos, los saltos, patadas y los incesantes y desesperados “ma”, ante cada comen-

tario o pregunta mía, no dejaban de interrogarme por el alojamien-to desalojado de éste niño. Nada de lo que pudiera decir, hasta ese momento, lo calmaba. De su mamá solo lo separaba una puerta, tras la cortina se dejaba ver la sombra de ésta y un voz que preguntaba “¿qué, leo?”3. Pregunta como respuestas cada vez que él la convocaba con su desesperado “ma…”. Su grito era desgarrador.

-¿Sabés por qué estás acá?, intervengo

-No, pero no voy a volver.-Bueno, pero hoy estás acá…-¿… y por qué?

Tu mamá está muy preocupada porque en la escuela no te va bien, no copias, no escribís, no haces tus tareas… Se detiene bruscamente, como si una amarra invisible le hubiera sujetado el cuerpo: - …pero yo se leer.

-Ah! Sí… Ahí afuera tengo una Mafalda, la voy a buscar.

-Yo también tengo Mafaldas.Sale, vuelve con su revista de

historietas. Salgo, en la biblioteca de la sala de espera me aguarda-ba mi colección de historietas de Quino; retorno y las dejo sobre el escritorio:

-¿todas esas tenés? Yo tengo este y otro que era de mi papá.

-Leamos éste…

El suyo era el número nueve, él leía Mafalda y yo el resto de los personajes.

Concluido el tiempo de la entre-vista me encuentro diciendo:

-dejamos acá. -¿Tenés un papelito?... Le doy un papel, marca la pági-

na y continúa -…así sabemos hasta donde lle-

gamos.

Intervengo, para continuar vas a tener que volver, a lo que asiente con un sí. Agrego que para eso va-mos a acordar un horario, un día y tenemos que incluir a su mamá.

Entre el “ma…”, del llamado des-garrador del niño y el “¿qué, leo?”4 de S en transferencia, se ordena el montaje pulsional que como dato radical de la experiencia clínica con niños, tiende la tela de las fal-das de una mamá que aloja a L en tanto que hijo.

Esta es la escena que se resig-nifica a partir de otras en las que L. expone su cuerpo para interro-gar a su madre, en tanto ¿qué me quieres?

permanecía en casa del abuelo paterno al igual que S, allí cocinan, comen, hacen las tareas, etc. La abuela ma-terna había muerto un tiempo antes de la consulta.

Acordamos que L venga a mi consul-ta por única vez, tal como se lo había anunciado a S, su mamá, quien estaba

vivo, de otra madre. Madre inhallable; L. es encontrado en el jardín de una casa pocas horas luego de nacer. A los veinte días de vida S. lo recibe y lo aloja como hijo de otra madre: “tuvo que llevar a la escuela la historia de su vida… algo le habíamos contado…los otros nenes tenían desde las eco-grafías…”. “¿Le muestro los papeles del juzgado?”. “Cuando me llamaron del juzgado no sabía para qué…llamé a F. y fuimos… me lo entregaron y yo no tenía nada…”.

Es la abuela materna quién se ocu-pa de todo lo necesario para recibirlo, mamaderas, pañales, ropa, moisés.

“…luego de unos días me deprimí, no paraba de llorar; me descubren una colitis ulcerosa, casi me muero”

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CUANDO LA BASE ESTÁ EMPASTADA…SOBRE MADRES E HIJOS…

er. caso–…“Tengo un hijo adic-to de 19 años, va por la tercera

internación, no sé como ayudarlo. Empezó con marihuana y después con pasta base. No le pongo límite, le he dado todo. Le doy plata para que compre y no me robe. Si él se droga está tranquilo.”

2do. caso–…“Es terrible lo que me pasa: mi hijo es drogadicto y roba, pasa más tiempo en la cárcel que en casa, va a cumplir 25 años. Yo no sé que hacer, ya hice de todo. A veces digo que Dios se lo lleve.”

3er. caso–…“Lo más importante que me trae acá es mi hija, logré que se internara, no quiero que se muera, consumía “paco”. Me estoy separando de mi segundo matrimonio del cual tengo otra hija y me espera todo un mundo. No sé que hacer cuando salga de la internación”

Ampliaré sólo uno de estos casos para intentar situar qué lugar ocupan estos hijos para estas madres y a su vez qué lugar ocuparon ellas como hijas de sus madres.

N. se casó a los 24 años “con el que fue prácticamente su primer novio”. “Me casé con el primero que pasó”. “Me agarré de este muchacho para irme de mi casa, de mi mamá. Para rebelarme de ella”.

De este matrimonio nació su hijo por el cual hoy consulta. A los 3 años de su hijo, al que llamaremos J., se separa, ella pidió el divorcio. Sobre su ex marido dice: “él era agresivo, sin paciencia, yo quería rebelarme pero no podía, pegaba con un cin-turón contra la pared, gritaba para que J. se calle. Yo lo aguanté como aguanté a mi mamá. Yo me había liberado de mi vieja”

A los 5 años de J., el padre, dejó de cumplir la cuota alimentaria y no lo iba a ver, sólo lo llamaba para el cumpleaños y fin de año. N. dice que nunca le reclamó nada; que pensó que sola se arreglaba; que no necesitaba nada de él.

A los 6 años de J. empieza una relación con un hombre separado con hijas, el cual le lleva 30 años, cuan-

marihuana a los 16 años. N. lo retó, le tiró lo que encontró y agrega: “yo no estaba en casa en todo el día”. Pensó que eso se le iba a pasar pero después siguió con “paco”, empezaron a faltar cosas de su casa, le dio plata para consumir, para que no le robe mas: “yo lo quería echar porque no cambiaba, estaba agresivo”. Así llegó a la primera internación.

En el transcurso del tratamiento, J. se escapa en un permiso de salida y luego vuelve a internarse, sobre esto N. dice: “Si él se llega a recu-perar no sé si voy a poder vivir con él”. “Estaba tranquila que no estu-viera en casa”. “Le tengo miedo, es agresivo, él levanta el tono de voz y yo me achico, me apichono”

Madres que consultan por primera vez porque no saben que hacer

con sus hijos que se drogan. Madres que dicen haber sobreprotegido

a sus hijos pero que luego los expulsan por no saber que hacer.

do queda embarazada de su segundo hijo se junta con él. Su segunda pa-reja no logra establecer una relación con J., sólo aportaba materialmente en la vida del niño. Comenta que con su marido no tienen relaciones hace tiempo. “Busqué un hombre sumiso que haga lo que yo quiera, él no quie-re problemas. Yo decido en mi casa”. “Estoy sola en cuanto a las decisiones con respecto a J., a veces siento que estoy sola para todo.”

De su madre: N. es hija única. Su papá murió

a los 47 años del corazón, cuando ella tenía 4 años. “Mi mamá decía que él se murió por culpa mía por-que grité en mi operación de nariz y garganta.”

Su madre se volvió a casar cuando N. tenía 6 años, con un hombre mu-cho mayor que ella. A pesar de esto dormía con ella en el mismo cuarto, “ella estaba pegada a mí”.

“Mi mamá era absorbente, sobre-protectora, agresiva. Ella me gritaba y yo me iba a llorar”. “Decía que había sido cambiada en el hospital porque era morochita y con los pelos parados”. “Mi mama me decía: Quién me mandó a tener hijos, mejor criar cualquier cosa menos un hijo”

Cuenta que nunca se rebelaba, que su madre le elegía la ropa, hasta que se casó, inclusive el vestido de casa-miento. Dice que no sabe si esa ropa era lo que quería. “Yo crecí escuchando a mi madre decir que yo era la peor de todas, que no podía ser su hija” “Ella lograba ponerme mal”

De su hijo:Siempre lo vio débil, pensó que

sin padre iba a ser débil. No lo ve capaz. Lo sobreprotegió demasiado, le dio todos los gustos, siempre pre-ocupada que no le falte nada, que no se preocupe por nada, que no sufra por nada, que no se deprima, que nada le moleste; nunca le puso límites. “Que siempre esté bien”. “Soy aferrada a mi hijo”

Fue en los 14 años de J. que em-pezaron los problemas. Comenzó con

A la entrevista siguiente N. relata que su hijo se escapó de la comuni-dad. Luego aparece por su casa y no acepta volver a internarse. Al principio J. no consume, consigue un trabajo y vuelve a ver a su novia del barrio. N. dice: “no lo veo como mi hijo, no me pongo en el papel de madre”. Con respecto a los temas de J. con su novia N. plantea que trata de no meterse, pero que no puede.

Luego de un episodio de J. con su novia y con el padre de ésta, vuelve a consumir. Días después se entera que su novia está embarazada, que va a ser padre. Refiere que su hijo le reclamó que nunca tuvo un ejem-plo de padre.

En las entrevistas siguientes em-pieza a faltar mucho, casi siempre avisando. En su casa todo comienza a alterarse. J. le roba el celular, y otros objetos que vende. Su marido, primero se va a dormir con el hijo de ambos y ella se va al cuarto de los chicos con J.

Actualmente N. quedó sola en su casa, despojada de cualquier elemen-

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la madre. Deja al niño hipotecando su cuerpo y su existencia para satis-facer la exigencia materna. Goce de la madre en el cual queda atrapado, destino pulsional que lo mata. La separación no se produce y el niño quedara en posición de objeto. Lacan llama a esto: “realizando el objeto del fantasma materno”.

Para N. su hijo no tiene lugar, su lugar está empastado, nada del deseo (agujero) se presenta. Hijo al cual no cree capaz, hijo del cual pre-fiere que esté internado, ya que ella no sabe qué hacer, cómo ser madre. Hijo frente al cual se “achica”, ella sigue siendo hija-chica, como cuando su madre le gritaba.

Cuando habla de su hijo, ¿acaso no habla todo el tiempo de ella? La coincidencia entre ella y su hijo de determinados acontecimientos es asom-brosa: a los 4 años su papa se muere, a los 3 años de J. ella se separa; a los 6 años su madre se junta con un hombre mucho mayor, a los 6 de J. ella repite esto. Su madre estaba pegada a ella, ella esta aferrada a su hijo.

Marie Magdeleine Chatell afirma que el estrago está en el seno de la relación de la hija con la madre, catástrofe que existe en el corazón mismo de la relación. Es algo inevi-table y estructurante, ya que siempre hay algo de desarmonía, que no mar-cha. Denomina “practicar el estrago a los modos por los cuales cada una se enfrentara efectivamente a la im-posible armonía, obligadas ambas a reconocer la pared con la que chocan”. “Reconocer la radical disparidad de-bido a la imposible semejanza. Pasar por las etapas del estrago tendrá por efecto tratar el peligro del goce de la madre en el sentido de reducirlo y así orientar a la mujer (ex hija) hacia otro goce, el femenino tal vez.”

Continua: “La maternidad no se trasmite de madre a hija como pasa el falo entre los hombres. Una hija solo podrá convertirse en madre para un hijo (ella puede siempre dar a luz, lo cual no dice si llega a ser madre para un hijo) cuando haya atrave-sado el estrago mediante una forma de renunciamiento, de separación sin sustitución.”

“Para que el goce de una mujer encuentre la decencia necesaria al de una madre, debe ser envuelto. De lo contrario este goce femenino es goce de la madre, por lo tanto incestuoso y criminal. Envolver implica que el hombre goza de una mujer y que la hace gozar, sustrae ese goce al hijo del cual será el padre.”

Ubicarse en relación a un deseo, para ella esto se ve dificultado: ella es la cambiada, la peor de todas, la no hija de esta madre.

La pregunta por el padre se me presentifica: N. perdió a su padre a los 4 años es el único recuerdo de él que ella trae. Del marido de la madre tampoco hay nada. El padre de J. casi no aparece, y el segundo marido de N. tampoco. Hombres que no envol-vieron el goce materno.

Cómo producir algo del corte, separación en N. para que sea posi-ble diferenciar entre el goce de una madre y el goce de una mujer. Que aparezca algo del agujero. La cas-tración materna seria que ella es no toda mujer, estar dividida entre el hombre y el niño.

Actualmente concurre a una en-trevista y falta a tres, por lo tanto el tratamiento se esta siendo muy difí-cil de sostener. No sabe para donde agarrar, tiene ganas de irse, del tra-tamiento también.

to de valor, (sin equipo de música, sin heladera, etc.); su marido se fue con su hijo a lo de su ex mujer, la cual presionada por sus hijas, le dio asilo.

En la última entrevista comenta que está esperando que la justicia forense haga algo. Desbordada dice: “No sé para donde agarrar, tengo ganas de irme”.

Hasta aquí el recorte del caso.

Freud en el texto “Sexualidad Femenina” dice que muchas mujeres que han escogido a su marido según el modelo de padre o lo han puesto en el lugar de éste, repiten con él, sin embargo, la mala relación con la madre. La lucha con el marido ocu-pa su madurez como la lucha con su madre ocupó su juventud.

N. no ha podido rebelarse con su madre ni con su primer marido, am-bos eran agresivos. Cuando “agarró” a aquel marido para irse de su mamá, supuso haberse liberado de ella.

El Nombre del Padre transforma el Deseo de la Madre en una signifi-cación del Sujeto, esa es la Metáfora Paterna. El Deseo de la Madre tiene al hijo como objeto, si la barra no se da, el Sujeto queda alienado a expensas de un deseo oscuro, coagu-lado, identificado a este objeto para