Descartes

19
D ESCARTES Carlos Pérez Merinero N o soy de los que se aburren fácilmen- te. Me aburro como todo el mundo, sí, pero no fácilmente. Quiero decir... Post under: Relatos

description

Carlos Pérez Merinero nace en Écija (Sevilla) en 1950. Es licenciado en Económicas por la Universidad Complutense de Madrid, y ha sido profesor universitario. Acabó abandonando la docencia para dedicarse a la escritura de novelas y guiones de cine. Muchos han querido ver en él una réplica andaluza, llena de humor, a la literatura de Jim Thompson, y así lo confirman su pasión por los refranes, la espontaneidad de su prosa y su capacidad para jugar con las palabras. En "Descartes" deja el pabellón bien alto, al relatarnos la historia de un detective privado que debe encarar su más importante misión.

Transcript of Descartes

Descartes

Carlos Pérez Merinero

No soy de los que se aburren fácilmen-te. Me aburro como

todo el mundo, sí, pero no fácilmente. Quiero decir...

Post under: Relatos

Carlos Pérez Merinero

No soy de los que se aburren fácilmente. Me aburro como todo el mundo, sí, pero no fácilmente. Quiero decir que no me rin-do, que no me rindo al aburrimiento.Puede que sea un tipo aburrido –no se lo negaré a nadie que me lo eche en cara; sobre todo si la que me lo dice es una mu-jer–, pero una cosa, eso, al menos, creo yo, es ser un tipo aburrido y otra que se aburra, que me aburra, con facilidad.Aclarado esto –y si no aclarado, sí afir-mado como premisa; como premisa de lo que entonces fue mi comportamiento–, aclarado esto, decía, escribía, lo primero de lo que tengo que dejar constancia aquí –cualquier cosa que sea esto; una confe-sión, un desahogo, una, no sé si estúpi-da o infantil, manera de intentar hacerme

2

Descartes

un autorretrato del que no salga del todo desfavorecido, que no lo saldré–, aclara-do lo que me temo que nunca quedará lo suficientemente explicado, porque hay asuntos, comportamientos humanos, por ejemplo, que nunca lo son... suficiente-mente explicados, me refiero..., he de confesar, aun a riesgo de pecar, es decir, de ser, contradictorio, que yo entonces me aburría.Si digo que era –ya no sé si lo soy; la vida, a veces, le crea a uno dudas de tamaño tan gigantesco que cualquiera puede con ellas; Hamlet, calavera en mano, bien po-dría ser, o no ser, la figura retórica que lo representase–, si digo que era, que en-tonces era, detective, detective privado, más de uno –la audiencia entera– pensa-ría que cómo puedo ir por ahí, por ahí o

3

Carlos Pérez Merinero

4

por aquí, soltando semejantes tonterías.A qué viene eso de aburrirse un detecti-ve, ¡un detective privado!Pues yo me aburría. Y la razón primera –primera, principal y única– de que me aburriera en aquel cuchitril que me hacía las veces de despacho es que no tenía clientes. Ni se sabe el tiempo que nadie venía a que le resolviera, no siempre com-plicándoselos, sus problemas.Dicen los listos que de todo saben y de todo dan consejos que a grandes males, grandes remedios. Yo seguí el apunte de esos cretinos y decidí coger el toro por los cuernos.Allí, es decir, aquí, no había ningún cor-nudo a la vista –me bastaba mirarme al espejo o tocarme la frente para compro-barlo; además, prueba número uno, no

Descartes

5

tenía mujer que quisiera, o pudiera, po-nérmelos–, no, a mi lado o dentro de mí, no había ningún cornudo, pero una frase hecha –“coger el toro por los cuernos”– es una frase hecha, y en mis buenos tiem-pos, si es que los tuve, bien que utilizaba las frases hechas en mis informes, esos que entregaba a mis clientes a cambio de un dinero que ahora no gano.Más de uno de esos clientes, por cierto, un cornudo –ya sabía yo que la alusión anterior a los cuernos no era un capricho, sino un detallito curioso, homenaje al de-tective minucioso que siempre creí ser y puede (¿sólo puede?) que nunca fuera–, más de uno de esos clientes, por cierto, un cornudo, decía, escribía, que se po-nía contentísimo cuando le entregaba mi informe y le confirmaba sus sospechas

Carlos Pérez Merinero

6

de que le estaban coronando. Como si le gustara, vamos, que yo le dijera por es-crito lo cornudo que era. Y es que se en-cuentra uno por ahí, por ahí o por aquí, con una gente...Pero vamos al grano, que esto no es un informe para cornudos con sus frasecitas hechas y todo. “Vamos al grano”, he es-crito. Y es que el que coge malas mañas, cualquiera se las quita. Frases hechas y frases hechas. ¿Consistirá en eso la es-critura?No lo sé, ni falta que me hace. Yo lo úni-co que tenía entonces por cierto es que me aburría. Y que me aburría porque no tenía encargos.Una mañana en que ni siquiera mataba moscas en el cuchitril que era mi despa-cho –la mosca era ya una especie extin-

Descartes

7

guida en aquellos parajes; a tantas había matado, a tantas les había ido quitando las alas, o lo que yo creía alas, una a una–, una mañana, sí, en que no hacía nada, ni siquiera matar las moscas que ya no había, me vino la idea.Y me vino de repente, sin pensar, impo-niéndose como un dogma de esos en los que hasta las multitudes creen. Me vino la idea, ¡ole!, de que ya que no tenía nada que hacer porque nadie venía a contra-tarme, por qué no me encargaba yo un caso. Y no un caso cualquiera, no. Un caso. El caso que yo era. ¿No querían frases hechas? Pues aquí va otra: “Más claro, agua”. Sí, más de H2O. El caso que iba a encargarme, que ya me había en-cargado, no era otro que vigilarme a mí mismo.

Carlos Pérez Merinero

8

Me reí cuando se me ocurrió. Caray que si me reí; yo, tan poco propenso últimamen-te a las risas. “Últimamente”, he dicho, he escrito, mintiendo como se miente, como yo mentía, en los informes. “Últimamen-te”, para mí, en cuestión de risas, abarca-ba décadas. Décadas, repito. Y eso que no me tengo por, que no soy, un exage-rado. Un andaluz de esos que todo lo ven grande. Grande y exagerado.Tal que aquel cordobés que, un día –un día de aquellos en los que aún recibía visitas de clientes y todavía quedaban moscas en el despacho–, tal que aquel cordobés, reitero, que, un día, vino a encargarme que vigilara a todos –sí, a todos– los ha-bitantes de su pueblo.El pueblo tenía un censo de 7.823 habi-tantes. Pero él tenía la sospecha de que

Descartes

9

uno se la tenía jurada y quería saber quién era para “pedirle explicaciones”. Las co-millas las ponía él, relamiéndose los la-bios.Y no sólo se relamía los labios, no –lo veía hacer y pensaba en el plus de repugnan-cia que le iba a clavar en la factura–, y no sólo se relamía los labios, qué va, sino que dejó asomar un trabuco de bandole-ro por debajo de la gabardina, donde el muy exhibicionista lo llevaba escondido, sí, sí, escondido.Tan grande, tan exagerado, tan andaluz me pareció el encargo que le dije que es-taba muy ocupado y que se dirigiera a la sucursal más próxima de la Pinkerton, cosa fina en cuestión de abordar –abor-dar y abortar– problemas gordos. Cose-chas rojas y asuntillos de ese cariz. Cariz

Carlos Pérez Merinero

10

en el que podía entrar el suyo. Su proble-ma de pedir explicaciones a quien se las tenía que dar.Nunca he sido andaluz ni propenso a las risas, dicho y escrito ha quedado, pero esa vez me reí cuando se me ocurrió lo que se me ocurrió, en aquella chuchurría soledad en la que por no tener no tenía siquiera clientes que me pidieran “Áteme esa mosca por el rabo”.Pero la risa se fue como vino, y me volvió la seriedad. La seriedad que veía en el espejo cuando me daba por afeitarme, y que yo mismo, sin necesidad de ir al vete-rinario de cabecera, diagnosticaba como una manifestación, no sé si legal o ilegal, pero sintomática, de la depre de caballo que tenía encima.Dejé de reírme, sí, pero la que no me dejó

Descartes

11

fue la idea que se me había ocurrido, si es que de una idea se trataba. Porque no todo lo que se le pasa a uno por la cabeza son ideas. No hace falta ir a la Facultad de Filosofía de una universidad alemana para saberlo. Si se trata de filo-sofar, filósofos somos todos, hasta los de Écija. Incluido, mal que les pese a algu-nos, yo, que de ecijano tengo lo mismo que de cordobés.Si antes dejé de reírme, ahora dejé de filosofar, y decidí ponerme en acción no fuera a ser que me arrepintiera. Soy de esos –tengo que reconocerlo y darle la razón a todos los que me lo han dicho a lo largo de mi vida, un censo este, el de los reprochadores que bien podría igualar a los de un pueblo cordobés de 7.823 ha-bitantes–, soy de esos, decía, escribía, a

Carlos Pérez Merinero

12

los que de pronto se les ocurre una cosa, y al momento siguiente ya están buscan-do una excusa para no hacerla.Pero no, aquella vez estaba –yo estaba– decidido a llevarla a la práctica. Y me se-guí. Las veinticuatro horas. De día y de noche, lloviera o hiciera sol, con ganas y sin agallas, fumando y sin fumar, bebien-do y sin beber, saciado y con hambre car-pantuna... Estuviera como estuviera, me sintiera como me sintiera, me seguí.Me seguí, sí, y, con el rabillo del ojo, vi-gilaba si alguien más me seguía. Y hasta me montaba más contravigilancias y todo. Quería estar seguro de que no había na-die más que me siguiera. No sé si era un gesto –un gesto más; uno de los que he desplegado a lo largo de mi vida, con mis alas, ay, arrancadas, de mosquita muer-

Descartes

13

ta–, no sé si era un gesto, decía, escribía, de egoísmo por mi parte, pero no quería que nadie me vigilara. Sólo yo.Si alguien me miraba, aceleraba el paso y me metía por una bocacalle. Echaba a correr y la gente me miraba como si acabara de quitarle el bolso a una vieja. Cuando dejaba de correr, y no sin antes mirar a izquierda y derecha, adelante y atrás, para comprobar que no, que no me seguían, me decía que ya estaba bien de hacer el canelo y que me olvidase de los que supuestamente me seguían y me de-dicara a lo que tenía que dedicarme: se-guirme.Y me seguí. Joder que si me seguí. Como me había propuesto. Como me había en-cargado el cliente, que, por esas cosas

Carlos Pérez Merinero

14

de la vida y sus misterios, era yo. Yo mis-mo.Y cuanto más me vigilaba, más aburrida me parecía la investigación. Ya sé que en este oficio, el aburrimiento en la vigilancia viene con el sueldo, sueldo que, por cier-to, yo me pagaba, ahora que lo pienso, sacando el dinero de no sé dónde. Me aburría, sí, pero a qué detective, detecti-ve privado, no se le ha roto la mandíbula alguna vez de tanto bostezar en medio de un caso.En medio –es decir, metido hasta el cue-llo– en medio, sí, del aburrimiento que me embargaba, no faltaban momentos en los que me preguntaba cómo iba a redactar el informe que tenía que preparar a mi cliente.¡Pero si no había nada que contar! El tipo

Descartes

15

al que vigilaba no hacía otra cosa que ca-minar de aquí para allá, echando de tanto en tanto unas carreras que ni venían a cuento ni venían a nada, y ni se le cono-cían amistades –una vez le pidió fuego a un chaval, que le tomó por un maricón que quería ligar con él; el chaval salió corrien-do y él, que no era maricón, se quedó sólo y sin fuego–, y ni se le conocían amista-des, sí, o sea, no, ni novias, ni nada.Para no tener no tenía ni trabajo. A andar por la calle, sin rumbo y dando tumbos, no creo que las autoridades del Ministe-rio de Trabajo –ni las autoridades, ni los sindicatos más ácratas, si vamos a ello– lo consideran “vida laboral”.Ese tipo al que seguía no tenía nada. Pro-bablemente no tuviera ni vergüenza. Aun-que sobre esto, diré en mi descargo, que

Carlos Pérez Merinero

16

siempre me ha dado un no sé qué mear en público. Así que algo de vergüenza sí he tenido. Aunque no sé si me queda.En ese tiempo de vigilancia, descubrí lo que ya sabía. Que era un tipo que no te-nía nada. Ni vida tenía –la laboral, des-cartada–, ni vida tenía, sí, es decir, no. No tenía vida. O, por lo menos, una que se pareciera, aunque fuese como un cro-mo repetido a otro, a la de los demás.Pero lo que no conseguí, lo que no he conseguido a lo largo de la investigación, es conocerme. Conocerme a mí mismo. Y me dan ganas de gritar en plan gilipo-llas fracasado o fracasado gilipollas: “¡Ni falta que hace!”. Pero si no hacía falta, a qué tanta investigación.El problema que se me presenta ahora es que tengo que tomar unas cuantas de-

Descartes

17

cisiones. Yo, al que tan poco gusta tomar decisiones.¿Vuelvo al despacho o sigo en la calle para dar más tumbos sin rumbo? ¿Me invento otra vida y escribo un informe? ¿Me lo entrego, me lo cobro y me gasto el dinero en una noche de farra? ¿Siento la cabeza y, con ese dinero que no sé de dónde saqué antes, alquilo otro cuchitril que me sirva de despacho para reanudar con nuevos bríos –¡voto a Bríos!– mi tra-bajo de detective?Habrá que pensarlo; a ser posible con calma. Esa calma que me escasea tanto –tanto o más, que ya es escasear, que el dichoso dinero–. Dichoso para el que lo tiene, claro. Y basta de hablar de dinero, coño, que no parece sino que no pienso en otra cosa. Bueno, también es verdad

Carlos Pérez Merinero

18

que hace un momento pensaba en otras tarambanadas. Reanudar mi trabajo –ay, qué risa– de detective, por poner sólo un ejemplo.Pero eso sí, una cosa tengo clara: No descarto nada. Ni siquiera empezar otra vez a fumar. Y mira que no hace ni esto –cosa de minutos– que había tomado la decisión de dejarme de vicios y dedicar-me en serio a lo mío. Cualquier veleidad que se esconda bajo ese epígrafe tan de propietario de “lo mío”.A estas alturas del precipicio ya no des-carto ni a Descartes, ese filósofo francés del “Pienso, luego existo”, al que un día, en mis ratos libres, si es que mis casos me dejan ratos libres, tendré que leer con la atención debida.Pensar y luego existir son cosas que así,

a simple vista, bien merecen una investi-gación, a ser posible minuciosa y prolon-gada. Los gastos, si me queda algo suel-to, que lo dudo, correrían de mi cuenta. Faltaría más. Y ya lo creo que faltaría.

Y si no, al tiempo.Carlos Pérez Merinero nace

en Écija (Sevilla) en 1950. Es licenciado en Económi-

cas por la Universidad Com-plutense de Madrid, y ha

sido profesor universitario. Acabó abandonando la do-cencia para dedicarse a la

escritura de novelas y guio-nes de cine.

Muchos han querido ver en él una réplica andaluza, llena de humor, a la literatura de Jim Thompson, y así

lo confirman su pasión por los refranes, la esponta-neidad de su prosa y su capacidad para jugar con las

palabras.