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    Descifrar la muerte: el grupo Colina y las masacres mensajeras

     Por: Valentina Pérez Llosa

    En el presente trabajo se intentará demostrar que las acciones del llamado

    ‘Grupo Colina’, especialmente las masacres de Barrios Altos y La Cantuta,

    fueron portadoras de un mensaje. En este sentido, se podría hablar de la

    violencia ejercida por ese grupo o destacamento como un medio de

    comunicación, utilizando como portador final del mensaje a los cadáveres (en

    Barrios Altos) o la ausencia de ellos (en La Cantuta). Hasta aquí, la hipótesis

    coincide con las declaraciones que el capitán Santiago Enrique Martin Rivas le

    da a Umberto Jara, quien lo entrevistó varias veces para su libro Ojo por ojo,

    acerca del Grupo Colina. Pero solo hasta aquí, ya que Martin Rivas indica que

    los operativos portaban un mensaje dirigido, por encima de todo, a Sendero

    Luminoso, y secundariamente a otros sectores (la población civil, las

    organizaciones de derechos humanos, las mismas Fuerzas Armadas). Lo que

    nosotros proponemos, una vez realizada la investigación y confrontación de

    fuentes, es que los mensajes no estaban dirigidos al PCP-SL, sino sobre todo a

    la oposición a Fujimori y a la población civil en general. Desde este punto de

    vista, los destinatarios secundarios serían las organizaciones de derechos

    humanos y las mismas Fuerzas Armadas, quedando Sendero Luminoso

     prácticamente fuera del enfoque comunicativo de las mencionadas masacres.

     Martin Rivas y la guerra de baja intensidad

    Es verdad que la muerte, el repaso, la exposición de cadáveres no es algo ético, porsupuesto, pero es un método de guerra que atemoriza al enemigo y a la población quequiera ayudar o sumarse. Al fanatismo solo se le puede controlar y combatir con losmismos métodos que utiliza, con la misma guerra clandestina. Lo contrario es darles

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    ventaja. Y en el Perú, desde 1980, se les había dado esa ventaja. (Martin Rivas citado por Jara: 2003, p. 143) 

    Tras casi diez años de conflicto armado, las Fuerzas del Orden peruanas estaban

    exhaustas y frustradas por la ineficacia de sus estrategias de combate. En la

    segunda mitad de la década de 1980, regresan a Lima varios capitanes del

    Ejército que se habían formado en la Escuela de las Américas, instalada en

    Panamá. Uno de esos capitanes era Santiago Enrique Martin Rivas, quien pasó

    a vivir en las instalaciones del Servicio de Inteligencia del Ejército. En la

    ‘Escuela de las Américas’, ahora llamada ‘Instituto del Hemisferio Occidental

     para la Cooperación en Seguridad’, creada por los Estados Unidos para entrenar

    a los militares latinoamericanos en la guerra contrasubversiva y apoyar a los

    regímenes neoliberales (autoritarios o no), fueron entrenados unos sesenta millatinoamericanos. El entrenamiento iba dirigido a los militares que hubieran

    tenido el mejor rendimiento en sus escuelas militares nacionales, que eran

     becados para aprender en la escuela estadounidense las artes de la guerra

    contrasubversiva: tortura, desaparición, ejecuciones sumarias, control

     psicosocial, etcétera. Ahí estudiaron, entre otros (la CVR calcula que fueron

    alrededor de 898 peruanos), Enrique Martin Rivas, Vladimiro Montesinos y

    Ollanta Humala, actual presidente del Perú.

    Cuando Martin Rivas estuvo en la Escuela de las Américas, la estrategia de

    guerra contrasubversiva se recuperaba aun de la derrota estadounidense en

    Vietnam. La administración de Ronald Reagan se concentró en desarrollar

    métodos de colaboración en los conflictos, para ellos, extranjeros que costasen

    un mínimo de personal político y militar a los Estados Unidos, asumiendo así

    menos responsabilidad en los actos violatorios de los derechos humanos que

    implicaban las enseñanzas de su escuela. La CVR indica que, en este sentido,

    los niveles de violencia serían bajos en términos cuantitativos, pero se usarían altosniveles de violencia en dosis concentradas durante operaciones selectivas especiales.Las recomendaciones incluían un énfasis en el respeto a los Derechos Humanos parareforzar la tesis de la selectividad. […] De ello resulta, paradójicamente, que los golpesselectivos y psicológicamente condicionantes son lo más parecido que existe al terror.La guerra de baja intensidad encara como una tarea central practicar el contraterror a

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    fin de afectar lo más selectivamente posible a la organización enemiga y reducir lo más posible el número de personas afectadas por violaciones a los Derechos Humanos.(CVR: 2003, Tomo II, pp. 309-310) 

    Mientras antes de Reagan la intervención militar de los Estados Unidos en

    conflictos nacionales venía acompañada de una serie de políticas de ‘nation building’, políticas para el desarrollo nacional, la intención de Reagan era

    eliminar toda política de desarrollo de sus intervenciones, en un marco

     puramente neoliberal, y así proceder a la aniquilación del enemigo insurgente

    sin intervenir en absoluto en los procesos económicos y sociales del país

    intervenido. Para esto, se utilizaban métodos psicosociales que aterrorizaban a

    la población (y a los insurgentes), pero la convencían de que el único bando al

    que era posible apoyar era al de las Fuerzas del Orden. Recién “en 1988, las

    Fuerzas Armadas peruanas adoptaron sistemáticamente la estrategia

    recomendada por los Estados Unidos y se prepararon para librar una guerra de

    operaciones especiales, orientada a respetar los Derechos Humanos de la

    mayoría de la población y a aislar socialmente a los subversivos a pesar de no

    hacer inversión pública ni reformas sociales” (CVR: 2003, Tomo II, p. 311).

    Con la elección, en 1990, de Alberto Fujimori, esta estrategia de guerra se

    combinó con el deliberado desmantelamiento de las instituciones de regulación

    democrática, permitiendo al régimen fujimorista y sus aliados en las Fuerzas

    Armadas una total libertad de movimiento, incluso una vez terminado el

    conflicto.

    Lo anterior nos ayuda a entender la lógica bajo la que se guió el proceso que

    tendría su cúspide en el ‘autogolpe’ de Fujimori el 5 de abril de 1992, pero para

    entender la lógica expuesta por Martin Rivas en la cita que da inicio a este

    capítulo debemos concentrarnos, más bien, en la teoría de la ‘guerra política’

    de la Escuela de Guerra de Taiwán. El mismo Martin Rivas y su conducción del

    grupo Colina es la combinación de ambas escuelas, al menos en teoría, llevadas

    a la práctica en el contexto de la guerra contra Sendero Luminoso y el MRTA.

    Para la doctrina de la ‘guerra política’, “la política es el ejercicio del derecho

    del Estado a la existencia, no el ejercicio de derechos políticos por parte de los

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    ciudadanos” (CVR: 2003, Tomo II, p. 323). Es decir, el ejercicio de la fuerza

    se justifica en cuanto el Estado es atacado por un enemigo, más que como

    medida para proteger a la población. Sobre esta base, sumada a los principios,

    antes expuestos, de la guerra de baja intensidad, se fundamentó el régimen

    fujimorista, y sobre ella se formó un grupo de operaciones especiales,

    conformado por treinta y seis agentes del Servicio de Inteligencia Nacional, y

    destinado a realizar los golpes de cotraterrorismo que requería el régimen para

     perpetuarse: el grupo Colina.

    “En la guerra política hay derecho a matar, así como hay derecho a desinformar,

    desacreditar, dividir y debilitar al enemigo. Pero, por razones estratégicas, no

    se recurre a la lucha abierta, la violencia se mantiene restringida” (CVR: 2003,

    Tomo II, p. 325). Esto explica que sea necesario tener grupos especiales para

    realizar acciones violentas secretas, fuera de los límites de todo marco legal o

    militar y sin la dependencia usual, para la toma de decisiones, de las instancias

    tradicionales en la jerarquía militar. Así, el capitán Martin Rivas se comunicaba

    directamente con Vladimiro Montesinos (asesor del Presidente y jefe de facto 

    del SIN) y Nicolás Hermoza Ríos (jefe del Comando Conjunto), que le daban,

    en la práctica, carta blanca para actuar a partir de unos pocos retazos de

    inteligencia.

    En su libro sobre el grupo Colina, Umberto Jara recoge directamente las

    declaraciones que le hiciera Martin Rivas acerca de la formación y acciones del

    destacamento. Él demuestra su frustración ante la inacción de las Fuerzas

    Armadas antes del cambio de estrategia:

    Teniendo el Estado una organización de mayor envergadura [que Sendero], teníamosque replicar y meter el miedo que nos metían […]; solo así iban a empezar a sentir

    miedo, y cuando empezaron a desaparecer más miedo, y en otros casos les dejábamoslos muertos a la vista para escarmiento y para asustar a los colaboradores. Exactamenteeso había hecho Sendero en los años anteriores. […] Sendero siempre había tenido

    iniciativa estratégica, y recién entre fines del 90 al 92, el Estado empezó a imponer laautoridad perdida. […] Se empezaron a realizar acciones en el momento que el Estado

    disponía, y cada una de esas acciones tenía un mensaje. Era una guerra. Una guerra noconvencional. (Martin Rivas citado por Jara: 2003, pp. 141-142)

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    Así, Martin Rivas pensaba, o decía pensar, que las acciones armadas, las

    masacres del grupo Colina iban a contribuir a hacer retroceder a Sendero

    Luminoso a través del terrorismo de Estado. Sin embargo, veremos que ninguna

    de las acciones del destacamento liderado por Martin Rivas fue determinante

     para la desestructuración, en 1993, del aparato político-militar de Sendero

    Luminoso, sino que esta se realizó en una desatendida oficina de la Policía

     Nacional del Perú cuyos integrantes, desde la década de 1980, venían

    recolectando información de inteligencia y haciendo un trabajo de profundo

    análisis e investigación.

     El trabajo de la DIRCOTE

    [Los militares] jamás van a perdonar que hayamos sido policías

    (CVR: 2003, Tomo II, p. 229)

    La Dirección Contra el Terrorismo pasó, en los años ochenta, por múltiples

    etapas antes de conformarse como tal. Aquí lo que nos interesa es aclarar, sobre

    todo, que fue un grupo especial de la DIRCOTE, el Grupo Especial deInteligencia (GEIN), el que hizo el trabajo de inteligencia a largo plazo que

    llevó, finalmente, a la captura de Abimael Guzmán en una casa en Surquillo.

    Hay que aclarar que el GEIN pudo dedicarse exclusivamente a la investigación

    del aparato político y de propaganda de Sendero Luminoso porque el aparato

    militar estaba siendo combatido por las Fuerzas Armadas en las zonas críticas

    de Lima (Raucana, Huaycán, las universidades) y en la selva (el Río Ene en

    Junín, las zonas cocaleras de la selva nororiental). Mientras las FuerzasArmadas aplicaban la guerra de baja intensidad en estos frentes, el GEIN podía

    concentrarse en la paciente investigación del aparato central dirigido por

    Abimael Guzmán.

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    Hacia 1988, se forma el GEIN, liderado por Benedicto Jimenez, que, dada la

    incidencia de la corrupción dentro de la Policía, crea una fachada de trabajo

    legal, pero se dedica al análisis de documentos recolectados en los diversos

    arrestos realizados por la DIRCOTE. Este análisis los lleva a darse cuenta de la

    importancia de la facción de propaganda de Sendero Luminoso, y recogen la

     pista de Socorro Popular (una organización de fachada que hacía propaganda

    senderista). A través de Socorro Popular, el GEIN llega a incautar una casa en

    Monterrico, en septiembre de 1990, donde es capturada la mayor parte del

    aparato de propaganda de Sendero Luminoso.

    La evidencia encontrada en Monterrico llevó a encontrar, en enero de 1991, una

    casa en Chacarilla donde hasta poco antes se alojaba Abimael Guzmán. En esa

    casa se incautó gran cantidad de material escrito y el famoso video en el que

    sale Abimael Guzmán bailando, borracho. Después del éxito de esta operación,

    Vladimiro Montesinos le ofrece al entonces director de la DIRCOTE, Jhon

    Caro, una serie de recursos logísticos que, gracias a la falta de interés del

    régimen por el trabajo policial, hacían mucha falta en su sector.

    “A cambio del apoyo otorgado, Montesinos solicitó a la DIRCOTE que

     permitiese que un grupo de analistas del SIN entrasen a trabajar con la

    documentación incautada” (CVR: 2003, Tomo II, p. 215). Esta unión no

    funcionó muy bien, pero duró alrededor de un semestre, al cabo del cual los

    agentes del Servicio de Inteligencia Nacional se fueron, llevándose la

    información que necesitaban para seguir con su trabajo propio. Entre los

    agentes del SIN enviados por Montesinos al GEIN se encontraba, cómo no,

    Martin Rivas, quien hacia agosto de 1991 pasaría a dirigir el destacamento

    Colina, basándose, supuestamente, en la información de inteligencia de la

    Policía.

    Ajena a estos cambios, la DIRCOTE seguirá el trabajo trazado en Lima, con unamejora sustancial en sus recursos gracias al apoyo de agencias de seguridad degobiernos extranjeros. A inicios de los noventa, la DIRCOTE (luego DINCOTE ynuevamente DIRCOTE) sorprenderá al país con las capturas sucesivas de los principales dirigentes de los grupos subversivos, especialmente con la de Abimael

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    Guzmán. Los logros de la DINCOTE no fueron parte de una estrategia o plan diseñados por el nuevo gobierno o por las FFAA, sino más bien consecuencia de decisionestomadas previamente en un largo proceso de trabajo, el financiamiento y equipamientooportuno y de la experiencia policial e información acumulada en la materia. (CVR:2003, Tomo II, pp. 240-241) 

    El grupo Colina trazó su camino propio mientras el GEIN siguió adelante. En

    septiembre de 1993, sin notificar en absoluto a los mandos militares, tomarían

     preso a Abimael Guzmán, pero Fujimori y el SIN de Montesinos tratarían de

    llevarse todo el crédito por ‘la captura del siglo’. La CVR demuestra que, más

    que apoyar el trabajo de la DIRCOTE, las Fuerzas Armadas y el Ejecutivo

    obstaculizaron sus operaciones, dando incluso la impresión de que no estaba

    entre sus prioridades finalizar efectivamente la guerra.

     Los mensajes de la violencia 

    ¿Cuál era, entonces, el sentido de las acciones del grupo Colina? Según Martin

    Rivas, se trataba de una estrategia enmarcada en la guerra de baja intensidad,

     pero la realidad no muestra ese marco. Lo que se muestra en la realidad es una

    serie de hechos vengativos y desproporcionados que llevaron al incremento de

    la violencia, no a su disminución. Los operativos del grupo Colina que seconocen son: Barrios Altos (1991, quince muertos en una pollada); Pedro Yauri

    (1992, un desaparecido); familia Ventocilla (1992, seis muertos); campesinos

    del Santa (1992, nueve desaparecidos encontrados después de veinte años); La

    Cantuta (1992, diez desaparecidos encontrados un año después). Alrededor,

     pues, de cuarenta personas ejecutadas extrajudicialmente, ninguna de las cuales

    estaba comprobadamente vinculada con Sendero Luminoso o el MRTA. ¿Cuál

    es el sentido?

    Aquí se examinarán los dos casos más paradigmáticos en los que está

    comprobada la autoría del grupo Colina, con la finalidad de comprender, en la

    medida de lo posible, por qué ocurrieron y cuál es el significado que podemos

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    atribuir a hechos tan atroces y a la vez estériles en el contexto de la lucha contra

    el terrorismo.

      Barrios Altos: los Húsares de Junín y el inicio del autoritarismo

    El operativo Barrios Altos no tuvo como objetivo la captura de terroristas. El objetivoera darle un mensaje contundente a Sendero. [Después del atentado a los Húsares deJunín], a Alan García se le ocurrió ir al lugar a contar los muertos. Un líder nunca debeir al escenario de la derrota. Ese día, Sendero se sintió más ganador que nunca. […]

    Ese mensaje fortaleció a sus seguidores. Y a la población civil le creó desconcierto,más miedo y la sensación de que su gobernante y sus fuerzas estaban siendo derrotadas.[…] En la guerra lo que cuenta es el efecto ocasionado por la acción, [… y en la acción

    de Barrios Altos] el nuevo presidente le notificaba a Abimael Guzmán que lo pensarados veces antes de atentar contra él o contra su entorno. (Martin Rivas citado por Jara:2003, pp. 146-149)

    El asesinato, entonces, a sangre fría, de quince personas, entre ellas un niño de

    ocho años, durante una pollada en la zona céntrica de Barrios Altos,

    correspondería a la necesidad del nuevo presidente, Alberto Fujimori, de

    restituirle al Estado la autoridad político-militar perdida. Además, en cuanto

    respuesta tardía al ataque a los Húsares de Junín (escolta presidencial) realizada

     por Sendero Luminoso en junio de 1989, donde murieron siete personas, la

    masacre en la pollada significaba una venganza contra los perpetradores, que,

    según Martin Rivas, se escondieron en la misma quinta del jirón Huanta.

    Después, se ha comprobado que ninguno de los muertos de Barrios Altos era

    militante de Sendero Luminoso y, por lo tanto, a los senderistas más bien la

    masacre les sirvió como aviso para desalojar la zona (cfr. Uceda: 2004, pp. 300-

    302)

    Por otro lado, el día del operativo de Barrios Altos, el 3 de noviembre de 1991,

    la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA terminaba su

    visita al Perú, en el marco de las presiones internacionales por la violación de

    derechos humanos en la guerra interna (cfr. CVR: 2003, Tomo III, p. 76). En

    este sentido, el operativo comunicaba a las Fuerzas Armadas “que había apoyo

    de bien arriba y que estas comisiones podían venir con sus denuncias y sus

    investigaciones, pero los militares ya no estábamos atados de manos, que la

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    guerra era total y hasta la victoria. […] Igualito que Sendero, el mensaje a todas

    nuestras fuerzas, a nuestros oficiales, agentes y soldados, llegó a través de los

    medios de comunicación” (Martin Rivas citado por Jara: 2003, p. 150). Este

    último mensaje también llegaba, por supuesto, a los integrantes de las

    organizaciones de derechos humanos, diciéndoles que su presencia no era

    relevante y que, en el contexto de la guerra contra el terrorismo, cualquiera que

    dijera una palabra por los derechos humanos sería considerado como

    simpatizante de los terroristas.

    El desprecio por las instituciones civiles se haría ver, también, en la oleada de

    decretos legislativos (alrededor de 120) que el Ejecutivo pedía, ese mismo

    noviembre de 1991, que el Parlamento apruebe antes del final del año, y cuyo

    aplazamiento le dio la oportunidad a Fujimori de calificar al poder Legislativo

    de inútil y como obstáculo para la defensa del país. Martin Rivas parece estar,

     pues, en lo cierto al decir que la masacre de Barrios Altos llevaba un mensaje,

    y que ese mensaje era el del inicio de algo. Pero no era el inicio de una estrategia

    acertada para la derrota de Sendero Luminoso, sino el inicio de un régimen

    autoritario que utilizaba, muy hábilmente por cierto, acciones como la de

    Barrios Altos para perpetuar su régimen: “El operativo [de Barrios Altos]

    cumplió el objetivo. ¿Es excesivo? Sí, señor, lo es. En eso consiste. En disuadiral enemigo para que el rival no repita sus acciones. Y así se cuida a la población

    civil” (Martin Rivas citado por Jara: 2003, p. 154). 

    Martin Rivas afirma, pues, que el objetivo final es cuidar a la población civil,

     pero es la población civil la que se ve atacada, es la población civil la

    destinataria de un mensaje de muerte, es la población civil el rival que debe ser

    ‘disuadido’ de alzar la mano en defensa de sí mismo. 

      La Cantuta: Tarata y la omnipresencia de Sendero

    El 18 de julio de 1992, dos días después del atentado senderista a la calle Tarata

    (que ocasionó la muerte de veinte personas y lesionó a alrededor de ciento

    treinta), en medio de la noche, un operativo militar liderado por el grupo Colina

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    entró a la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle ‘La

    Cantuta’ y secuestró a nueve estudiantes y un profesor. En una universidad

    nacional altamente politizada, como La Cantuta, casi todos los integrantes de la

    comunidad universitaria tienen vínculos, militan o tienen relaciones con las

    agrupaciones políticas presentes en la institución. En 1992, sin embargo, La

    Cantuta llevaba un año intervenida militarmente, y reinaba un clima de

    sospecha y miedo. Los cuadros senderistas se habían retirado o, al menos,

    disminuido su incidencia, y, una vez más, el grupo Colina seleccionó,

     basándose en un leve trabajo de inteligencia, a un grupo de personas cuyo

    vínculo con Sendero Luminoso, si existía, no se puede comprobar hasta el día

    de hoy (cfr. CVR: 2003, Tomo V, pp. 605-628). Lo que sí se sabe es que fueron

    llevados a un campo de tiro en Huachipa y asesinados, y luego enterrados ahí.Tras mucha presión de las familias de las víctimas, Martin Rivas volvió con

    algunos miembros del grupo Colina a Huachipa, se desenterraron los cuerpos y

    la mayor parte fue llevada a Cieneguilla, quemada y enterrada de nuevo. Sin

    embargo, en julio de 1993, los cuerpos fueron encontrados.

    Es clara la diferencia con lo ocurrido en Barrios Altos, donde los cadáveres

    fueron dejados en la escena de los hechos para ser encontrados de inmediato y

     portar un mensaje que pretende revelar la capacidad de las Fuerzas del Orden para hacer lo mismo que hacía Sendero. En La Cantuta se actúa de otra forma.

    Rivas declara:

    Le quiero precisar algo: el operativo se hizo mal, pero su objetivo fue cumplido.Sendero salió de las universidades, corrieron como conejos de las residenciasestudiantiles a buscar nuevos refugios. El aviso se lo dieron entre ellos mismos, no seenteraron por los diarios porque en esos días no hubo repercusión de este caso, seinformaron entre ellos, el mensaje llegó a destino: sabemos dónde andan y vamos aaniquilarlos (Martin Rivas citado por Jara: 2003, p. 179). 

    Sin embargo, como hemos dicho, era poco probable que los núcleos senderistas

    siguieran alojados en la universidad, y si lo estaban era poco probable que los

    autores del atentado de Tarata se hubiesen escondido ahí, ya que La Cantuta se

    encontraba bajo un estricto toque de queda y vigilancia militar permanente. Una

    vez más, vemos que el mensaje del operativo es más subliminal de lo que

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     parece. Por un lado, da a entender que cualquier politización en las

    universidades puede ser causa de una muerte atroz. Esto salta a la vista, pero es

    difícil asumirlo, ya que la militarización de las universidades ya transmitía esa

    sensación. En otra dirección, tal vez Martin Rivas se veía compelido a hacer

    algo  tras el atentado de Tarata y lo hizo por satisfacer las exigencias de sus

    superiores.

    En el marco de este trabajo, nos inclinamos más bien por otra opción, que a la

    vez parece tener aun menos contenido: antes se ha hablado de la necesidad de

    desinformar al enemigo en la guerra política. Si, como se ha concluido en el

    caso de Barrios Altos, el enemigo del régimen fujimorista era la población civil,

    es posible explicar la desaparición de los estudiantes y el profesor de La Cantuta

    a partir del sentimiento de sinsentido e inseguridad que la misma guerra política

     pretende infundir.

    En este sentido, parte del discurso fujimorista era la predicación de la

    omnipresencia de Sendero Luminoso, lo que generaba una incertidumbre de la

     población civil a través de lo que la CVR ha llamado la “imagen de Sendero

    ganador” (CVR: 2003, Tomo III, p. 87). Esta imagen permitió la aceptación

    mayoritaria del régimen fujimorista en cuanto este se presentaba como la única

    solución al problema de la violencia interna. Así, Fujimori y Montesinos

    convirtieron a la guerra misma en un psicosocial más para asegurar su

     perpetuidad en el poder. Gisela Ortiz, Directora de Operaciones del Equipo

    Peruano de Antropología Forense, indica que “no era un objetivo de acabar con

    el terrorismo. El objetivo era otro […], un objetivo político. [Y Martin Rivas]

    fue parte de ese proyecto político para hacer lo que fuese con el fin de cimentar

    lo que el fujimorismo estaba haciendo” (entrevista a Gisela Ortiz: 2013, p. 11) 

    El 24 de julio de 1992, seis días después de la desaparición de los nueve

    estudiantes y el profesor de La Cantuta, Fujimori da un mensaje a la Nación:

    “Nadie tiene derecho a quitarnos lo nuestro. Por eso aquellos que desangran

    nuestro país, que matan a nuestros hijos, y que destruyen aquello que no han

    construido, para esclavizar al Perú, van a ser eliminados. Ellos y su veneno.

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     Este es mi compromiso” (Diario oficial El Peruano, mensaje a  la Nación de

    Alberto Fujimori, 25 de julio de 1992, cursivas del autor). Martin Rivas

    comenta: “Esa frase ‘eliminados, ellos y su veneno’ no la dijo porque se le

    ocurrió o le dio la gana. En una guerra clandestina, esa frase no está dirigida a

    la gente común, el ciudadano la escucha como una frase más. Era un mensaje

    de dos puntas: a los senderistas y a los guerreros que estábamos peleando”

    (Martin Rivas citado por Jara: 2003, p. 180).

    Sin embargo, una vez más, es la población civil la que es eliminada, y es ella la

    que es puesta sobre aviso: el más mínimo movimiento para defender al prójimo,

    o para defender al orden democrático de la voracidad del poder del régimen,

     puede llevar a un destino incierto, pero que se intuye horrendo. El mal trabajo

    hecho en el ocultamiento de los cadáveres de las víctimas de La Cantuta llevó

    a la desactivación, posterior encarcelamiento y final impunidad de los

    miembros del grupo Colina (hasta el final del régimen fujimorista, cuando

    fueron juzgados y condenados a entre cinco y veinticinco años de prisión cada

    uno). Sin embargo, Fujimori y Montesinos tenían por delante aun siete años en

    el poder, hasta el año 2000, en los que continuarían utilizando los principios de

    la guerra política, a pesar de la retirada de Sendero Luminoso y el MRTA, para

     perseguir sus propios intereses y enriquecerse a costa de un Perú cuyasinstituciones se desmantelaban a medida que avanzaba la corrupción.

     Los verdaderos destinatarios: la población civil y la oposición

    A manera de conclusión, se indicarán algunos puntos que nos ayudan a

    entender, a partir de bibliografía secundaria, el sentido del particular terrorismo

    de Estado ejercido por el grupo Colina, teniendo en cuenta que los principales

    destinatarios de esta violencia fueron la población civil y la oposición al

    régimen.

      La guerra posmoderna y su fondo anárquico

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    eran todos terroristas, gente mala, que le hacía daño al país, que lo destruyó, lo

    que sea, de alguna manera me permito justificar. Éticamente le estoy dando un

    valor positivo a un crimen tan horrendo” (entrevista a Gisela Ortiz: 2013, p. 6). 

    El análisis de De Luna nos da aun más razones para pensar que al régimenfujimorista le convenía la perpetuación de la guerra:

    En los nuevos conflictos ya no están en juego ideologías ni cuestiones geopolíticas sinouna ‘reivindicación del poder sobre la base de una presunta identidad perdida’. En

    cuanto a los métodos, al adversario ya no se le derrota en el campo de batalla sino através del control de la población […]. Los recursos económicos de los beligerantes

     provienen del mercado negro, del saqueo, del comercio ilegal (armas y droga), o de los porcentajes sobre la ayuda humanitaria que exigen las diferentes facciones enfrentadas(De Luna: 2007, p. 337) 

    Al mantener a la población a la expectativa de la guerra, justificando el

    autoritarismo y la extrema represión como parte de una inevitabilidad bélica,

    Fujimori, Montesinos y sus allegados imponían un régimen estrictamente

    neoliberal en el que no habían instituciones de control económico ni bélico, y

    las que existían habían sido ya corrompidas. Según De Luna, “la guerra

     posmoderna manifiesta así su indiferencia por la creación de un nuevo orden

    institucional, saca a la luz un inquitante fondo de intrínseca anarquía” (De Luna:

    2007, p. 341), fondo que fue hábilmente utilizado por el fujimorismo parasacarle el jugo al desorden.

      La Razón de Estado y la ‘guerra sucia’ 

    Rocío Silva Santisteban, en su libro El factor asco, da cuenta de una serie de

    discursos autoritarios que conllevan lo que ella llama ‘basurización simbólica’

    de los distintos enemigos a los que se enfrentó el Estado peruano en el conflicto

    interno entre 1980 y 2000. La basurización simbólica sirve como instrumento

     para descalificar al enemigo hasta un extremo tal, que este se convierte en un

    desecho que hay que evacuar del sistema. En el marco de esta basurización, la

    muerte, la violación de los derechos humanos de la población no combatiente,

    se convierte en “una necesidad administrativa, [como si] no se estuviera

    hablando de la muerte de seres humanos” (Silva Santisteban: 2008, p. 97). 

  • 8/17/2019 Descifrar La Muerte Valentina

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    Los sucesivos presidentes  – Fernando Belaúnde, Alan García, Alberto

    Fujimori – , entre 1980 y 2000, afirmaron explícitamente que solo así se podía

    defender la democracia, y entonces “la defensa de la democracia se convierte

    en la razón de la tortura y el asesinato; estos no son delitos sino, por el contrario,

     pruebas de un sacrificio, tareas superiores que solo pueden ser llevadas a cabo

     por aquellos que deciden sacrificarse por la patria” (Silva Santisteban: 2008, p.

    101). En esto consiste la Razón de Estado: en sacrificar a una parte de la

     población, colocarla en una posición de desesperanza y violencia radical en

    nombre de la preservación del aparato estatal.

    En el caso del fujimorismo, incluso esta lógica, que responde a un ‘bien

    superior’, se ve tergiversada, ya que el aparato estatal es desmantelado a la vez

    que la población civil es atacada y basurizada. El resultado es el vaciamiento

    de todas las estructuras democráticas y la plena libertad de movimiento para

    que unos pocos, que encabezan el (des)gobierno, logren sus fines personales sin

    oposición y con pleno control sobre la sociedad civil. Todo esto a partir del uso

    de unos principios de guerra no convencional, cuyos psicosociales, torturas y

    secuestros quizá sirvan, en algunos casos, para asegurar una estabilidad

    democrática, pero cuya versatilidad y corruptibilidad ha quedado tristemente

    demostrada en el caso peruano.

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    Fuentes: 

    De la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Informe Final. Lima: CVR,

    2003

    TOMO II

    Sección segunda: Los actores del conflicto

    Capítulo 1: Los actores armados

    1.2 Las Fuerzas Policiales

    1.3 Las Fuerzas Armadas

    TOMO III

    Capítulo 2: Los actores políticos e institucionales

    2.3 La década del noventa y los dos gobiernos de Alberto Fujimori

    TOMO V

    Sección tercera: Los escenarios de la violencia

    Capítulo 2: Historias representativas de la violencia

    2.19 La Universidad Nacional Enrique Guzmán y Valle, La Cantuta

    TOMO VI

    Sección cuarta: Los crímenes y violaciones de los derechos humanos

    Capítulo 1: Patrones en la perpetración de los crímenes y de las violaciones de

    los derechos humanos

    1.2 Las desapariciones forzadas

    1.3 Las ejecuciones arbitrarias

    TOMO VII

  • 8/17/2019 Descifrar La Muerte Valentina

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    Capítulo 2: Los casos investigados por la CVR

    2.22. Las ejecuciones extrajudiciales de universitarios de La Cantuta (1992)

    2.45. Las ejecuciones extrajudiciales en Barrios Altos (1991)

    2.53. La desaparición de campesinos del Santa (1992)

    Otras fuentes:

    DE LUNA, Giovanni. El cadáver del enemigo, Violencia y muerte en la guerra

    contemporánea. 451 Editores: Madrid, 2007.

    JARA, Umberto. Ojo por ojo, La verdadera historia del Grupo Colina. Norma:

    Lima, 2003.

    PÉREZ LLOSA, Valentina. Entrevista a Gisela Ortiz, Directora de Operaciones

    de EPAF, realizada el 22 de noviembre del 2013 en Lima.

    SILVA SANTISTEBAN, Rocío. El factor asco, Basurización simbólica y

    discursos autoritarios en el Perú contemporáneo. Red para el Desarrollo de las

    Ciencias Sociales en el Perú: Lima, 2008.

    UCEDA, Ricardo. Muerte en el Pentagonito, Los cementerios secretos del

    Ejército Peruano. Planeta: Bogotá, 2004.