Desde el jugar al trabajar

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9. DESDE EL JUGAR HACIA EL TRABAJAR* Un aporte a la concepción de la adolescencia como estructura I La experiencia del psicoanalizar adolescentes, lo mismo que la supervisión de tratamiento de ese tipo, me ha conducido a reflexionar sobre ciertas operaciones simbólicas, o trabajos simbólicos como preferiría decir, que deben cumplirse en el tiempo de la adolescencia. Es sobre uno de estos "trabajos" 1 que me detendré aquí, y que concierne precisamente a la problemática del trabajar como modo decisivo de la inclusión en el mundo adulto, una de las metas del crecimiento. Tradi-cionalmente, el psicoanálisis se ha ocupado poco de este aspecto, que ha quedado más ligado a la llamada Orientación vocacional. En mi opinión, no tiene por qué ser así, y las hipótesis que aquí expondré van destinadas a reparar tal omisión. A su vez, aquéllas se apoyan en mis recientes teorizaciones sobre el jugar, desarrolladas en otro lugar. 1 Desde hace algún * Este trabajo fue leído por su autor, Ricardo Rodulfo, en versión inglesa, en el Congreso Internacional de Psicología que, bajo el título "Growing into a modern worW, tuvo lugar en Trondheim, Noruega, del 9 al 13 de junio de 1987, y publicado en las Actas del congreso y en Gaceta Psicológica, agosto de 1988. 1. Clínica psicoanalííica en niños y adolescentes (en colaboración con Marisa Rodulfo), Buenos Aires, Lugar, 1986. Ampliado en El niño y el significante, Buenos Aires, Paidós, 1989. 142

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9. DESDE EL JUGAR HACIA EL TRABAJAR*

Un aporte a la concepción de la adolescencia como estructura

I

La experiencia del psicoanalizar adolescentes, lo mismo que la supervisión de tratamiento de ese tipo, me ha conducido a reflexionar sobre ciertas operaciones simbólicas, o trabajos simbólicos como preferiría decir, que deben cumplirse en el tiempo de la adolescencia. Es sobre uno de estos "trabajos"1 que me detendré aquí, y que concierne precisamente a la pro-blemática del trabajar como modo decisivo de la inclusión en el mundo adulto, una de las metas del crecimiento. Tradi-cionalmente, el psicoanálisis se ha ocupado poco de este aspecto, que ha quedado más ligado a la llamada Orientación vocacional. En mi opinión, no tiene por qué ser así, y las hipótesis que aquí expondré van destinadas a reparar tal omisión.

A su vez, aquéllas se apoyan en mis recientes teorizaciones sobre el jugar, desarrolladas en otro lugar.1 Desde hace algún

* Este trabajo fue leído por su autor, Ricardo Rodulfo, en versión inglesa, en el Congreso Internacional de Psicología que, bajo el título "Growing into a modern worW, tuvo lugar en Trondheim, Noruega, del 9 al 13 de junio de 1987, y publicado en las Actas del congreso y en Gaceta Psicológica, agosto de 1988.

1. Clínica psicoanalííica en niños y adolescentes (en colaboración con Marisa Rodulfo), Buenos Aires, Lugar, 1986. Ampliado en El niño y el significante, Buenos Aires, Paidós, 1989.

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tiempo, basándome tanto en mi práctica como en la radical revisión de la actividad del juego que tuvo lugar en las últimas décadas, y que va desde Winnicott en el psicoanálisis hasta Jean Piagety las Ciencias de la Educación, empecé a articular una nueva teoría psicoanalítica sobre las funciones del jugar. Tal teoría se propone ir más allá de la clásica en psicoanálisis, que hacía arrancar la praxis lúdica con el célebre fort Ida de Freud, modo de soportar una ausencia simbolizándola, y retrocede en el tiempo de la ontogénesis para situar funciones primitivas y fundamentales, como que hacen nada menos que a la construcción del propio cuerpo en el plano psíquico. El mismo movimiento me ha llevado también hacia adelante, investigando las transformaciones del jugar a partir de la pubertad y procurando descubrir cuáles podían ser en esa época sus funciones esenciales. El presente trabajo es fruto de aquel movimiento.

Diré que todo lo previo me acostumbró a pensar distintos momentos clave de la niñez y de la adolescencia en términos de tareas, tareas simbólicas fundamentales. Presentada de forma sencilla, mi hipótesis dice que una de esas tareas fundamentales, decisivas —que justifican considerar la ado-lescencia como algo más que un "período" vaga y arbitraria-mente delimitado— es la metamorfosis de lo esencial del jugar infantil en trabajar adulto. Por lo tanto, asumo al adolescente como operador en el cual y por medio del cual se efectiviza esta compleja mutación. Obsérvese de paso que- el tradicional concepto de sublimación no basta aquí con que sea invocado, puesto que de hecho ya la actividad lúdica es en sí misma una sublimación. Por así decirlo, hay que penetrar "más adentro" en las capilaridades del funcionamiento inconsciente, para poder localizar las peripecias y destinos de tal transformación.2

Complemento indisociable de esta hipótesis es que, si dicha tarea queda sin realizar o gravemente fallida al final de la adolescencia, se afecta de un modo fundamental todo lo que sea del orden del trabajo en el adulto joven. Por supuesto, sería simplificar el creer que esto forzosamente se tradujera en

2. Destinos que en realidad merecerían un trabajo aparte.

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fracaso desde el punto dé vista social. Cualquier psicoanalista está habituado a encontrarse con adaptaciones sociales muy exitosas que implican patología, y no pocas veces severa, desde el punto de vista de la realización subjetiva. (Opero con el supuesto de la distinción tajante que traza Winnicott, pero que en realidad impone toda la experiencia clínica del psicoanálisis entre salud y normalidad.)

¿Qué es lo que puede ser la clave de esta mutación tan importante, donde jugar implica trabajar? Dado que el espacio me fuerza a ser lo más conciso posible (limitando mis objetivos a la presentación de mis ideas), diré que en mi opinión tal clave reside en que el deseo inconsciente, cuyo empuje y cuya carac-terística de proliferar en ramificaciones siempre más alejadas imprime una tonalidad decisiva a la vida humana, migre de un campo al otro e invista subterráneamente el trabajo tal como lo venía haciendo con el juego. Tal es el punto de una transformación exitosa, que entonces no podría medirse únicamente con parámetros de tipo social. Por supuesto, esto no explica ni mucho menos todas las condiciones que se requieren para este paso, sólo apunta a localizar "la esencia" de la transformación que propongo. La presencia del desear hace a ese plus de alegría (y cuando digo alegría invoco mucho más que el "estado afectivo": alegría como plus y como índice de la inversión libidinal cumplida), de pasionalidad lúdica, de realización subjetiva por tanto, plus de goce en el trabajar más allá de la "seriedad" de la adaptación social en juego (y que concibo como resultado no buscado más que como meta central, algo que se da "por añadidura"}. Todas estas carac-terísticas empiezan a vislumbrarse claramente en la adoles-cencia tardía, durante lo que Blos ha llamado consolidación, • ora en los estudios, ora en las tareas de tipo adulto que ya se están haciendo, cuando el proceso marcha bien. Es más, como personalmente doy mucha importancia a esa necesidad de i consolidación en la que Peter Blos ha insistido con tanta justeza, considero que el buen viraje del jugar al trabajar es una de las notas típicas de una consolidación exitosa (enten-diendo por ello no tanto la "buena prensa" que logre como el grado de implantación del desear en las actividades adultas que obtenga).

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¿Y- qué nos enseña la clínica en cuanto a destinos paradigmáticos de un fracaso rotundo o, de modo menos grave pero más generalizado, de una transformación en buena parte fallida que ligue jugar a trabajar? (Quisiera insistir especial-mente sobre esta idea de ligazón, porque es esencial a mi teoría: esa cierta sustitución que la segunda praxis hace de la primera no es verdaderamente lograda si no queda un cierto lazo por el cual la "regresión" -—aquí en el sentido menos patológico imaginable del término— o la reversibilidad per-manecen al modo de resto.) "Jugar con el trabajo" es como lo más heterogéneo a la alienación en él. Retomando ahora la pregunta diré que se despliega todo un abanico de destinos cuya existencia la experiencia clínica demuestra como muy concreta, mientras que la "total" mutación de juego en trabajo es, por el contrario, asintótica, punto de fuga utópico. Puntuaré algunos de los más frecuentes, al menos ateniéndo-me a mi propia práctica:

Seudoadaptación. Destino harto común (si bien requiere de cierta colaboración de factores sociales a menudo bastante ausentes en los países del Tercer Mundo, razón por la cual ha de ser aún más frecuente y notoria en los industrializados) y que traduce una escisión altamente estabilizada, y por lo tanto muy patológica, entre jugar y trabajar; el primero subsiste meramente como virtualidad, mientras que el segundo se orienta exclusivamente a adaptar al sujeto a los deseos predominantes en el .campo social. A veces, tal proceso viene ininterrumpidamente operando desde la infancia y es una oportunidad vital valiosa apelar al psicoanálisis en cuanto a uno de los pocos recursos con que contamos para discontinuar ésta situación; lamentablemente, también es cierto que los casos más severos de este tipo no suelen llegar de manera masiva al análisis y que, por otra parte, formas más agudas de sobreadaptación funcionan como una resistencia de mucho poderío, el suficiente como para interrumpir muchos trata-mientos durante la adolescencia, en la medida en que su continuación se vuelve incompatible con aquélla. Sobre la base de la estricta disociación mencionada, talseudoadaptación, en

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él fondo eminentemente pasiva, alienante y desprovista de todo auténtico placer libidinal para quien la hace y/o padece, puede proseguir indefinidamente, muchas veces con costos adicionales de tipo psicpsomático o de depresiones más o menos larvarias.

Consolidación parcialmente exitosa, con inhibiciones y lo síntomas neuróticos. Forma también sumamente frecuente, incluso motivo de consulta común en adolescentes más o menos tardíos. A guisa de ejemplos característicos, mencio-naré el fracaso neurótico en exámenes, o las inhibiciones más O menos severas en el estudio, las repetitivas "pérdidas de interés" en tareas que a su tumo lo capturaron, etc., factores desencadenantes de muchos comienzos de análisis durante la adolescencia. Lo también aquí característico es ya no la disociación sino cierto montante de represión que grava la creación de vínculos de pasaje entre jugar y trabajar. Eso mismo da condiciones de pronóstico más favorable, dentro de las dificultades que todo psicoanálisis de trastornos neuróticos comporta.

Moratoria psicosocial indefinida en sus plazos. Bien como a la espera de que el medio proporcione oportunidades de ¡rectificación que el originario no provee, bien como síntoma de un estancamiento neurótico, parapeto al deseo y a la necesidad de crecimiento. Suele proliferar aquí el sueño diurno acaso como única actividad subjetiva, recordándonos aquello de "dar las espaldas a la realidad" (Freud). Tal es el caso de muchas problemáticas fóbicas de considerable magnitud, para citar Una formación clínica de lo más frecuente.

Francas desestructuraciones. Como en el caso de las varia-das formas de psicopatía así como en las respuestas ya de tipo psicótico. Pero es interesante señalar, en tanto hace a la especificidad de nuestra hipótesis de trabajo, que sería equivocado remitirse a una perezosa correlación directa con el grado de compromiso psicopatológico, Si se es más prudente y más fiel a los hechos uno puede entonces comprobar corno muchas veces en una patología "formalmente" más grave

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palpita, pese a todo, una posibilidad de hacer circular algo de lo lúdico hacia el mundo del trabajo, a modo de un "bolsón" o reserva de salud que no deja de incidir, y mucho, en las posibilidades de recuperación del paciente. A su turno, observamos muy a menudo cómo en casos aparentemente mucho más "benignos" resiste como un sordo quantum de inercia cierta "viscosidad" que no deja fluir deseo del jugar hacia el trabajar (y no deja de poner un límite muy estricto a las posibilidades terapéuticas apenas se propongan algo más que aliviar el peso del síntoma).

Obviamente, esta enumeración es harto incompleta y provisoria.

Presentaré ahora, del mismo escueto modo, mis ideas sobre algunos de los factores y mecanismos que tienen un papel determinante, o al menos condicionante, en este salto o paso cualitativo que media entre juego y trabajo. Para ello será bueno insistir en una caracterización de la adolescencia como un inmenso campo transicional de ensayo, un verdadero la-boratorio de experiencias, juegos a ser "como si...", tanteos, vacilaciones, respuestas cuya intensidad "patológica" no debe ocultarnos su transitoriedad, identificaciones alternadamente alienantes y lúdicas, etc., etc. De esta minada de conductas, fantasías y acciones (o actuaciones) emergerá un día, si todo sale razonablemente bien, una radical transformación reali-zada.

Pero tampoco debemos aislar en exceso esta especie de "globo de ensayo" al punto de olvidarnos de otro factor decisivo: la extrema fragilidad del proceso adolescente, no mucho menos vulnerable en algunos de sus aspectos que el del bebé, su fundamental dependencia de ciertas condiciones de funcio-namiento del medio. Sería de los más erróneo desconocer esto y atribuirle a aquel proceso una autonomía que está muy lejos de tener.

Una secuencia a mi juicio bastante típica en los países en vías de desarrollo —o con un desarrollo bloqueado por

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condiciones políticas adversas, nacionales e internacionales— puede ilustrarlo (a la par que pone una valla a cierta tendencia "de especialistas" lo cual no deja de ser una tendencia política a "psicologizar" o a hacer "psicoanalismo" con todo lo que le pasa a un adolescente): exposición a un tipo de estimulación (al consumo, al deseo, al fantasear, etc.) propia o característica de países harto más industrializados y sofisticados en su calidad de vida; esto choca con una escasez radical de ocasiones (y recordemos e*l valor conceptual que este término tiene, por ejemplo, en Maud Mannoni), no sólo en el ámbito del "mercado de trabajo" sino en tanto ocasiones de jugar con La futura identidad, lo cual es mucho más importante; escasez que retroactúa sobre la estimulación original convirtiéndola en una sobreestirnulación excesiva y frustrante, que excede las posibilidades de simbolizarla dentro de aquel campo transicional de ensayo, condición de peso para el desencade-namiento de respuestas de tipo antisocial o neurótico grave. Una primera aproximación útil a los factores mencionados nos la puede proporcionar la oposición que en psicoanálisis nos es familiar entre el Yo Ideal y el Ideal del Yo. Bastará con recordar la característica que denota el primero de funcionar como una cierta estatuaria presente, un ya-ahí cuya perfección a la vez fascina y aplasta al sujeto y que lo opone al segundo, cuya dimensión asintótica, que implica necesariamente el futuro, su cualidad de horizonte, de quizá llegar a ser, es lo fundamental. Es en realidad el propio psicoanálisis de muchos adolescentes que nos lo recuerda, en tanto pone con frecuencia en primer plano la inercia! adhesividad a un Yo Ideal cuya misma idealización impide el que se juegue con él, que por ende cierra el paso a todo ensayo posible, a toda puesta en marcha de un proceso, con lo decisivo que esto es para que la función más global de la adolescencia no se malogre. En este estado de cosas, encontramos a muchos pacientes o futuros pacientes, tan fijados a un Ideal —como tal, no necesariamente propio del sujeto, muy habitual mente un ideal familiar que le preexiste— que les es imposible todo lo que tenga que ver con movimiento, con devenir, lo cual naturalmente vuelve muy difícil que la dimensión del trabajo, como tal intrínsecamente ligada a un ideal por venir, pueda constituirse. Es interesante

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ver cómo, en muchos de estos casos, la primera actividad con características de procesó que el paciente realiza y aprende a tolerar... es su psicoanálisis mismo. Moraleja posible: con el Ideal no se juega... a menos que advenga en el estatuto de Ideal del Yo, el cual.es impensable fuera de la dimensión lúdica. O sea que podríamos decir, aventurándonos, que el Ideal del Yo es lo que resulta del Yo Ideal "pasado"por el campo del juego.

Otro ángulo de acercamiento al problema, como modo de aislar un factor esencial a los fallos y logros de la compleja operación que estamos investigando, es una cierta correlación positiva, que me ha parecido poder verificar entre, por una parte, la posibilidad de pasaje de la posición hijo a la posición padre y, por la otra, la posibilidad de pasaje del jugar al trabajar. En este sentido, una participación típica que el trabajo clínico nos ha permitido reconocer marca una divisoria de aguas entre el trabajo, que queda del lado de un padre nunca destituido de su lugar por el sujeto y del juego que, en su versión más anodina desde el punto de vista de transfor -maciones estructurales (verbigracia, en forma de sueños diurnos) queda del lado del por siempre hijo.

Pero profundizando de una manera más fina, hay un punto de estructura que de momento expongo más o menos así. Todo niño debe apoyarse, en su crecimiento incesante, en lo que haya de cierto proyecto anticipatorio familiar referido a él, proyecto en el que se producirá el encuentro con los ideales de esa familia. Podemos decir que, del cuerpo, de la textualidad de ese proyecto (proyecto cuya dimensión más significativa se hunde en el inconsciente), el sujeto va extrayendo, a su propia manera imprevisible, los materiales para irse haciendo un ser. En mi opinión, la adolescencia se revela como un período crítico de índole muy específica, donde por primera vez, ciertas lagunas, ciertas fallas o agujeros en ese proyecto anticipatorio se ponen en evidencia. El efecto inmediato es que, bruscamente, el niño convertido en púber o adolescente se encuentra con que ya no tiene materiales que extraer del archivo familiar, como si éste sólo funcionara hasta cierta altura de la niñez. Y, punto decisivo, una de las zonas temáticas que se manifiestan en cierta forclusión resulta ser la que concierne a la problemática

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del trabajo, y por lo tanto a la operación inmediatamente anterior, donde éste queda investido desde una particular ^metamorfosis del jugar. Dicho de otra forma, el sujeto choca con una particular impotencia para dar significado a una ;actividad tan importante, impotencia que no es tanto o no es originariamente la suya propia sino la del discurso familiar. jDe esta situación derivan muchas actuaciones en la adolescencia, así cómo un sinfín de producciones de síntomas, ¡girando en torno a ese agujero negro de un trabajar no ¡realmente simbolizado por sus ancestros. Aún podemos insistir en la conceptualización de esta idea retomando la perspectiva del Ideal del Yo, y decir entonces que la falla Imencionada es como un cierto agujero en aquella instancia. Si el Ideal del Yo carece de la categoría del trabajar y de cierta iimago anticipatoria del sujeto como adulto trabajando, el ¡crecimiento del adolescente acusa esa carencia como de la falta de un motor para seguir avanzando. Esto puede ilustrarse también con un ejemplo extraído del campo antropológico. Lévi-Strauss ha mostrado cómo en el orden mítico de una comunidad en extinción se produce lo que podríamos caracterizar como una verdadera hemorragia en el cuerpo de ideales del grupo. Signo fatal de un ocaso ineluctable es esta progresiva desintegración del Ideal director de una sociedad.3 ¡Retornando a la clínica detectamos un proceso isomórfico respecto del anterior en lo que podríamos llamar una desublimación que se produce en muchos adolescentes a medida que la articulación del jugar con el trabajar se revela jeomo un problema insoluble, desublimación creciente que empieza a afectar otras áreas de esa existencia juvenil, lesionando incluso aquellas que hasta el momento habían funcionado creativamente.

No quisiera finalizar sin al menos plantear el problema de cuáles y de qué tipo son la alteraciones que debe experimentar el jugar para transformarse en capacidad de trabajar (trans-formación que, por supuesto, no tenemos por qué considerar como total, toda vez que es esperable subsistan siempre ciertos

3. C. Lévi-Strauss: Mitológicos. Tomo II. De la miel a las cenizas, México, FCE, 1971.

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niveles de juego no metamorfoseados). Está claro que no debemos entender mi hipótesis en el sentido de una pura y simple identidad, lo cual sería una simplificación grosera. Por lo pronto me ha sido útil apoyarme en la concepción de bricolage que ha hecho Lévi-Strauss. Como en éste, el principio supremo del jugar infantil es el de "todo puede servir"4 característico, por lo demás, del proceso primario. La conversión en trabajo implica una serie de redimensiónamientos dirigidos ahora por el proceso secundario donde ese todo se muta en algo. Hay cosas que deben caer en la inflexión de este viraje, de la misma manera que a un ingeniero no le sirve todo lo que le sirve a un bricoleiir. Concomitantemente, se debe pasar de un código privado a un código mucho más fuertemente consensual. Y es por cierto muy frecuente encontrarnos adolescentes potencialmente talentosos neuróticamente atas-cados en este cambio de código. En parte, esto involucra también ese salto de lo familiar a lo extrafamiliar que es una de las claves de la adolescencia.

Si el jugar culmina en la construcción subjetiva de modelos reducidos que ayudan entre otras cosas a hacer más soportable el peso de la realidad una vez que se ha introducido en esos espacios transición ales, el trabajar a su turno va a implicar otro tipo de retorno en principio, al menos, más transformador de aquélla. Siempre que, rebote paradójico, ese trabajar conserve el núcleo desiderativo esencial del jugar, sin lo cual la acción potencialmente transformadora se aplanará en rutina.

4. C. Lévi-Strauss: El pensamiento salvaje, México, FCE, 1964.

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